El cine y el avance autoritario en Uruguay: el ‘combativismo’ de la Cinemateca del Tercer Mundo (1969-1973)

September 4, 2017 | Autor: Mariana Villaça | Categoría: Cinema
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Descripción

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Dossier: Los caminos al autoritarismo en la segunda mitad del siglo XX en América Latina

Los frentes del anticomunismo Magdalena Broquetas

Año 3, Volumen 3, 2012

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Organizaciones “demócratas” y radicalización anticomunista en Uruguay, 1959-1962 Gabriel Bucheli Construcción de la identidad policial y representación de la violencia política en la revista PFA-Mundo Policial durante los años 70 Ariel Eidelman

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Bibliográficas | Archivos | Recordatorios

Rompecabezas para armar: la seguridad interior como política de Estado en la historia argentina reciente (1958-1976) Marina Franco “Estado peligroso” y Medidas Prontas de Seguridad: Violencia estatal bajo democracia (1945-1968) Leandro Kierszenbaum La “salida militar” como única opción frente al comunismo: la experiencia chilena desde la mirada nacionalista católica argentina (1970-1974) Patricia Alejandra Orbe O anticomunismo e os órgãos de informação da ditadura nas universidades brasileiras Rodrigo Patto Sá Motta Pensamiento militar y legislación de defensa en la Argentina: la caracterización de la amenaza a la seguridad interna. ¿Continuidad o ruptura? (1963-1970) Esteban Damián Pontoriero El “proceso de organización de la personalidad”: una pedagogía de la contrarrevolución en Argentina, 1976-1983 Federico Sor

Entrevista a Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez Bibliográficas | Archivos | Recordatorios

Historia y problemas del siglo XX

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Entrevista a Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez

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Dossier: Los caminos al autoritarismo en la segunda mitad del siglo XX en América Latina

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Año 3, Volumen 3, 2012

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Contemporánea (ISSN 1688-7638) es una revista académica de frecuencia anual con artículos en español, inglés y portugués sobre historia y problemas del siglo XX en América Latina.

Contemporánea se edita en Montevideo con apoyo de la Universidad de la República.

Contemporánea

ISSN: 1688-7638

Diseño y diagramación de tapas e interior: equipo de la Unidad de Comunicación de la Universidad de la República (ucur). Corrección: Mariana Monné

Dirección provisoria:

Archivo General de la Universidad de la República 18 de Julio 1968, Subsuelo

cp 11200

Montevideo, URUGUAY

Teléfonos: (+598) 24027939 y (+598) 24009155 Por suscripciones y canjes comunicarse con [email protected]

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Comité editorial Aldo Marchesi, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación y Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Uruguay Vania Markarian, Archivo General de la Universidad de la República, Uruguay Jaime Yaffé, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Uruguay

Comité asesor Gerardo Caetano, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Uruguay Álvaro Rico, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, Uruguay José Rilla, Facultad de Ciencias Sociales y Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República e Instituto Universitario del Centro Latinoamericano de Economía Humana, Uruguay

Comité académico Uruguay Clara Aldrighi, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República Alcides Beretta, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República

Benjamín Nahum, Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República Juan Oddone (1926-2012), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República Adela Pellegrino, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República Rodolfo Porrini, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República Exterior Carlos Aguirre, University of Oregon, Estados Unidos Carlos Altamirano, Universidad Nacional de Quilmes, Argentina Claudio Barrientos, Universidad Diego Portales, Chile Isabella Cosse, Universidad de San Andrés, Argentina Fernando Devoto, Universidad de Buenos Aires, Argentina Silvia Dutrénit, Instituto Mora, México Eduardo Elena, Miami University, Estados Unidos Carlos Fico, Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil Paulo Fontes, Fundación Getulio Vargas, Brasil Marina Franco, Universidad Nacional de San Martín, Argentina Greg Grandin, New York University, Estados Unidos

Magdalena Bertino, Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República

Elizabeth Jelin, Instituto de Desarrollo Económico y Social, Argentina

Luis Bértola, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República

Victoria Langland, University of California Davis, Estados Unidos

María Camou, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República

Gerardo Leibner, Universidad de Tel Aviv, Israel

Carlos Demasi, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República

Laura Reali, Universidad Paris VII, Francia

Ana Frega, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República Adolfo Garcé, Facultad de Ciencias Sociales y Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República Raúl Jacob, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República Maria Inés Moraes, Facultad de Ciencias Sociales y Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República

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Pablo Piccato, Columbia University, Estados Unidos Eduardo Rey Tristán, Universidad de Santiago de Compostela, España Marcelo Ridenti, Universidad Estadual de Campinas, Brasil Luis Alberto Romero, Universidad Nacional de San Martín, Argentina Sinclair Thomson, New York University, Estados Unidos Gonzalo Varela, Universidad Autónoma Metropolitana, México Verónica Valdivia, Universidad Diego Portales, Chile Peter Winn, Tufts University, Estados Unidos Eric Zolov, Stony Brook, Estados Unidos

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Contenido

Presentación de los editores

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Dossier: Los caminos al autoritarismo en la segunda mitad del siglo xx en América Latina Los frentes del anticomunismo

Magdalena Broquetas 11 Organizaciones “demócratas” y radicalización anticomunista en Uruguay, 1959-1962 Gabriel Bucheli

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Ariel Eidelman

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Construcción de la identidad policial y representación de la violencia política en la revista PFA-Mundo Policial durante los años 70

Rompecabezas para armar: la seguridad interior como política de Estado en la historia argentina reciente (1958-1976) Marina Franco

“Estado peligroso” y Medidas Prontas de Seguridad: Violencia estatal bajo democracia (1945-1968)

77

Leandro Kierszenbaum 97 La “salida militar” como única opción frente al comunismo: la experiencia chilena desde la mirada nacionalista católica argentina (1970-1974)

Patricia Alejandra Orbe 115 O anticomunismo e os órgãos de informação da ditadura nas universidades brasileiras

Rodrigo Patto Sá Motta 133 Pensamiento militar y legislación de defensa en la Argentina: la caracterización de la amenaza a la seguridad interna. ¿Continuidad o ruptura? (1963-1970)

Esteban Damián Pontoriero 149 El “proceso de organización de la personalidad”: una pedagogía de la contrarrevolución en Argentina, 1976-1983 Federico Sor

167

Varia

Entre la institucionalidad y la acción revolucionaria. Una historia del Movimiento Revolucionario Oriental (Uruguay, 1961-1973) Eudald Cortina Orero

Cinco décadas de estudios sobre la crisis, la democracia y el autoritarismo en Uruguay

189

Aldo Marchesi, Vania Markarian 213 El cine y el avance autoritario en Uruguay: el ‘combativismo’ de la Cinemateca del Tercer Mundo (1969-1973) Mariana Villaça

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Concurso: “A 25 años de la partidocracia uruguaya” La partidocracia uruguaya: Carlos Demasi

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Entrevista: Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez

“La centralidad de la política era algo que queríamos en el presente y que buscábamos en el pasado”. A 25 años de La partidocracia uruguaya

Mauricio Bruno, Nicolás Duffau y Pablo Ferreira 283 Bibliográficas

Gerardo Caetano. La República Batllista Eduardo Alonso

297

Isabella Cosse

299

Mujeres Montoneras. Una historia de la Agrupación Evita, 1973-1974. Andrew J. Kirkendall. Paulo Freire and the Cold War Politics of Literacy.

Mercedes Couchet, Antonio Romano 301 Eduardo Elena. Dignifying Argentina. Peronism, Citizenship and Mass Consumption.

Mateo García Haymes 302 Gabriela Fried y Francesca Lessa (Compiladoras). Luchas contra la impunidad. Uruguay 1985-2011. Benjamín Gény 304

Marina Franco. Un enemigo para la nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976 Mariana Iglesias

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Vania Markarian

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Leandro Morgenfeld

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Ivette Trochón. Escenas de la vida cotidiana, Uruguay, 1950-1973: Sombras sobre el país modelo. Andrew J. Bacevich. Washington rules. America’s Path to Permanent War. Magdalena Broquetas (Coordinadora). Fotografía en Uruguay. Historia y usos sociales 1840-1930.

Silvia Pérez Fernández 310 Vania Markarian. El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil entre molotovs y música beat. José Rilla

311

Gerardo Leibner. Camaradas y compañeros. Una historia política y social de los comunistas del Uruguay

Marisa Silva Schultze 314 Laura Graciela Rodríguez. Católicos, nacionalistas y políticas educativas en la última dictadura (1976-1983). Martín Vicente

315

Jaime Yaffé

317

María Cristina Tortti. El “viejo” partido socialista y los orígenes de la “nueva” izquierda (1955-1965)

Archivos: agn

Mauricio Vázquez Bevilacqua 321 Recordatorios

Juan Antonio Oddone (1926-2012),

Ana María Rodríguez Ayçaguer 323 Universindo Rodríguez Díaz (1952-2012).

María Eugenia Jung, Javier Correa Morales 329

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Presentación de los editores

Un nuevo número de Contemporánea sale a la luz. Nos alegra reafirmar la viabilidad del emprendimiento que nos propusimos hace ya tres años y constatar su crecimiento.

Gracias al apoyo del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre el Pasado Reciente (geipar) contamos ahora con un sitio web que nos permite poner a disposición de todos los números anteriores de la revista. Además, Contemporánea ingresó a Latindex y a Dialnet y ya hemos dado pasos para integrarla a otros índices de revistas académicas.

El concurso “A 25 años de la partidocracia uruguaya” es otra concreción de una aspiración inicial de la revista: promover debates en un medio con escasa predisposición a impulsarlos. En este caso, el objetivo fue reabrir la discusión sobre un asunto que ha sido influyente en las ciencias sociales uruguayas de las últimas décadas. Con ese objetivo, presentamos en este número el artículo de Carlos Demasi, ganador del concurso, y una larga entrevista a quienes acuñaron ese concepto: Gerardo Caetano, Romeo Pérez y José Rilla. Por otro lado, otros participantes del concurso expondrán sus trabajos en el iv Congreso Uruguayo de Ciencia Política en una mesa organizada por Asociación Uruguaya de Ciencia Política (aucip) y Contemporánea.

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En cuanto al contenido, el grueso de este número está dedicado al dossier temático sobre “Los caminos al autoritarismo en la segunda mitad del siglo xx en América Latina”. La gran cantidad de contribuciones que recibimos sobre este tema confirma que el campo de la historia reciente en la región se está renovando, integrando el estudio de nuevos actores, proponiendo nuevas miradas y ampliando el marco cronológico para complejizar las miradas sobre el fenómeno del autoritarismo.

También queremos compartir con los lectores la decisión de involucrar a más colegas en el quehacer cotidiano de la revista. A partir de este número, Gabriel Bucheli y Silvana Harriet serán los responsables de la sección de reseñas bibliográficas. El año que viene nos proponemos ampliar el número de miembros del consejo editor y por primera vez tendremos un dossier con editores invitados, buscando promover el intercambio con otras redes académicas. La convocatoria será sobre “La prisión como arma política en América Latina, 19502000: Nuevas miradas a un viejo tema”, a cargo de Carlos Aguirre (Universidad de Oregon) y Hugo Velázquez (Universidad de Guadalajara). Vaya este repaso de las novedades que presentamos en éste y el próximo número de Contemporánea como testimonio del camino recorrido y compromiso de seguir avanzando.

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Los frentes del anticomunismo Las derechas en el Uruguay de los tempranos sesenta

Magdalena Broquetas1

Resumen

Abstract

Este artículo examina la reacción de las derechas en el Uruguay de la crisis de fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, en el marco de la Guerra Fría y la profundización de la injerencia estadounidense en el país. A través de algunos ejemplos, se analiza el modo en que la acción y el discurso de las derechas se extendieron en diferentes esferas, como la educación pública, el movimiento sindical, los partidos políticos y la administración pública. Por otra parte, el artículo procura reflejar la diversidad de movimientos, organizaciones y facciones partidarias que integraron el heterogéneo mapa de las derechas en este período, coincidiendo en ocasiones y también distanciándose en sus formas de actuar, en su bagaje ideológico y sus vínculos con el sistema político partidario.

This article examines the responses of the political right in Uruguay during the crisis of the late 1950s and early 1960s, in the context of the Cold War conflict and increasing US interference. It analyzes how the activity and the discourse of the right worked in areas such as public education, the labor movement, political parties, and the government. Additionally, the article attempts to account for the internal diversity of the right wing movements, organizations and party factions. Although all of them shared certain commonalities they often diverged in their activity, their ideological baggage and their ties to the system of political parties. Key words: right, Cold War, anti-communism, authoritarianism.

Palabras clave: derechas, Guerra Fría, anticomunismo, autoritarismo.

1 Licenciada en Ciencias Históricas (Universidad de la República); estudiante de doctorado en la Universidad Nacional de La Plata; docente e investigadora en el Departamento del Historia del Uruguay (fhce, udelar) y responsable del Área de Investigación en el Centro de Fotografía de Montevideo.

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El fin de un modelo y las primeras repercusiones de la crisis Hacia mediados de los años cincuenta del siglo XX comenzó a revertirse la relativa prosperidad económica que Uruguay venía atravesando desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1955 se hicieron evidentes las fracturas del modelo proteccionista y dirigista, ensayado por los gobiernos que se sucedieron desde mediados de la década de 1940. Los efectos de la crisis económica y del estancamiento productivo repercutieron en una sociedad que, en la última década, había alcanzado una mejora en las condiciones de vida y en el poder adquisitivo de parte de los sectores asalariados y las capas medias y había asistido a la consolidación de un nueva clase trabajadora con gran capacidad de movilización y poder de presión.

El descontento social generalizado tuvo su expresión electoral en las elecciones nacionales de noviembre de 1958, en las que el sector herrerista del Partido Nacional aliado a la Liga Federal de Acción Ruralista obtuvo, por primera vez en el siglo xx, la mayoría de los sufragios. Con estos resultados se inauguraba el período de los “colegiados blancos” (1959-1966) en el que se produjeron cambios significativos en la conducción económica y en la concepción de las funciones del Estado. La apuesta a la liberalización de la economía inauguró una década que, en su primera mitad, se caracterizó por la profundización de la crisis económica, una intensa movilización social y la reconfiguración de alianzas en el mapa político-partidario. Por otra parte, desde el inicio de la Guerra Fría, Uruguay se había mantenido alineado con la órbita estadounidense y había sido permeable a las manifestaciones de anticomunismo de ese país. En los primeros años de la década de 1960 esta relación se profundizó y se manifestó, sobre todo, en la asistencia financiera y tecnológica a los brazos represivos del Estado. A su vez, instalada en Uruguay desde fines de la década de 1940 debido a su posición geográfica estratégica en el Cono Sur, luego de la Revolución cubana, la estación montevideana de la cia intensificó sus operaciones contra las misiones diplomáticas de la urss y de Cuba, reforzó la vigilancia de exiliados izquierdistas de varios países de la región y estrechó sus vínculos con los servicio de inteligencia local militar y policial y con políticos uruguayos, entre los que sobresalió Benito Nardone, líder ruralista y Presidente del Consejo Nacional de Gobierno en 1960. En este marco, durante la primera mitad de los años sesenta, fue cambiando el modo en que el gobierno afrontó la conflictividad social (en los planos sindical, estudiantil y político-partidario) recurriendo de forma reiterada a disposiciones legales previstas para situaciones de excepción y perfeccionando e intensificando la represión policial. Se produjeron numerosos episodios de violencia política por parte de grupos derechistas y desde la izquierda surgió una organización armada con fines insurreccionales. A su vez, tuvieron lugar alianzas entre viejas y nuevas fuerzas conservadoras que se expresaron en el plano político-partidario y en el terreno de la movilización social, que propiciaron la consolidación de un pensamiento autoritario que comprendió a un heterogéneo conglomerado de movimientos, organizaciones, frentes y sectores político-partidarios derechistas. En este artículo, a través de algunos ejemplos concretos, demostraré la variedad de ámbitos (enseñanza, sindicatos, partidos políticos y administración pública) en que estos colectivos desplegaron sus acciones y desarrollaron su prédica, coincidiendo en ocasiones entre sí y también distanciándose en sus formas de actuar, su bagaje ideológico y sus vínculos con el sistema políticopartidario. Este trabajo forma parte de una investigación de mayor alcance en la que se procura desbrozar el conglomerado de derechas que actuó e incidió en la vida política y social del Uruguay

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de fines de los cincuenta y principios de los sesenta ante la percepción de amenaza al orden establecido. Para ello, se toman en cuenta sus etapas, integración, programas, valores y eventuales tensiones internas, así como su posible ligazón con el gobierno estadounidense en el marco de la Guerra Fría.2 Como se verá en el breve estado de la cuestión que se esboza a continuación, tanto el período como el enfoque elegido están demandando investigaciones nuevas y específicas.

La historiografía sobre el cambio de década: entre un pasado “excepcional” y un futuro autoritario En los primeros análisis sobre los años cincuenta y el pasaje a la década de 1960 –surgidos en los años setenta y ochenta en el campo de las ciencias políticas y la sociología– el foco de interés estuvo puesto en el buen funcionamiento democrático de Uruguay y su excepcionalidad en el contexto latinoamericano. De este modo, se enfatizó en que en la década de 1950 finalizaba un proceso de larga duración a través del cual la sociedad uruguaya se presentaba como “amortiguadora” de conflictos, debido a la existencia de unos partidos políticos que actuaban como eficientes intermediarios de las demandas de distintos sectores y un Estado que se anticipaba a los grandes conflictos sociales a través de la intervención y la regulación de aspectos básicos de la vida pública.3 Estos trabajos recrean un panorama que minimiza el conflicto social, en el que las formas de pensamiento y acción autoritarias resultan irrelevantes y la violencia política permanece ausente.4

La bibliografía que analiza en su totalidad la coyuntura 1958-1967, lo hace de manera panorámica y está integrada por trabajos de época5 o textos concebidos con fines divulgativos hace ya casi dos décadas.6 A su vez, algunos trabajos en los que se aborda el ascenso del autoritarismo y la crisis democrática de fines de los sesenta, se remontan a los últimos años de este tramo, lo que no debe interpretarse como una arbitrariedad en la cronología sino como la problematización y puesta en discusión de la misma.7 2

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La investigación en curso se titula “Manifestaciones y repercusiones de la violencia política en el Uruguay de la primera mitad de los años sesenta. Una aproximación desde los sectores conservadores y las derechas (1958-1967)” y es parte de mi tesis doctoral en la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) y de las líneas de trabajo del Departamento de Historia del Uruguay (fhce-udelar).

Real de Azúa acuñó el concepto de “sociedad amortiguadora” en un ensayo de 1973 que permaneció inédito durante una década. Carlos Real de Azúa, Uruguay ¿una sociedad amortiguadora? (Montevideo: ciesu, 1984). En la misma línea analítica se ubica la noción de “sociedad hiperintegrada” de Germán Rama, La democracia en el Uruguay (Montevideo: Arca, 1987), 62, 74, 80-81. Germán D’Elía, El Uruguay neo-batllista. 1946-1958 (Montevideo: ebo, 1982). Entre los abordajes que discuten la interpretación anterior deben mencionarse los trabajos de Hugo Cores, La lucha de los gremios solidarios. 1947-1952 (Montevideo: ebo, 1989) y Francisco Panizza, Uruguay: batllismo y después. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis del Uruguay batllista (Montevideo: ebo, 1990).

Rossana Di Segni y Alba Mariani, “Los blancos al poder” y “Uruguay hoy. Crónicas contemporáneas ii”, Enciclopedia Uruguaya 59 y 60 (1969). Rosa Alonso y Carlos Demasi, Uruguay 1958-1968: crisis y estancamiento (Montevideo: ebo, 1986); Benjamín Nahum, Ana Frega, Mónica Maronna e Ivette Trochón, El fin del Uruguay liberal, 1959-1973 (Montevideo: ebo, 1993).

Martha Machado y Carlos Fagúndez, Los años duros. Cronología documentada: 1964-1973 (Montevideo: Monte Sexto, 1987). La decisión de adelantar la cronología de la crisis también está presente en mi propia síntesis sobre el período que comprende los años sesenta y la dictadura. Magdalena Broquetas, “Liberalización económica, dictadura y resistencia. 1965-1985”, en Ana Frega et al, Historia del Uruguay en el siglo xx. 18902005 (Montevideo: ebo, 2007).

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Este vacío en la producción bibliográfica también es reconocible en relación a buena parte de los hechos y protagonistas de este tramo de la historia uruguaya. El mapa político-partidario de la época –caracterizado por virajes ideológicos, escisiones y realineamientos– permanece escasamente estudiado8 y aún no se han analizado en profundidad las distintas expresiones de protesta social, encarnadas por los movimientos de estudiantes y trabajadores.9 Tampoco contamos con estudios históricos específicos sobre los cambios institucionales en la Iglesia y las nuevas formas de militancia católica, a excepción de la investigación inédita de Mario Etchechury sobre las relaciones entre Iglesia, Estado y sociedad a comienzos de los sesenta.10

Desde diferentes disciplinas en la última década han surgido diversos trabajos centrados en los orígenes de la violencia política en la historia reciente del Uruguay, con foco en las organizaciones armadas de la izquierda y en el impacto de la violencia revolucionaria en los partidos políticos de esta tendencia.11 En su totalidad se trata de investigaciones que integran la memoria de los protagonistas o testimonios indirectos y, en algunos casos, se inscriben deliberadamente en el campo de historización de esas memorias.12 Los cambios en el aparato represivo del Estado y la influencia del gobierno estadounidense en este proceso de radicalización y violencia política en ascenso han sido objeto de investigaciones

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Carlos Zubillaga examinó los cambios en el mapa político-partidario en un período que trasciende el aquí propuesto. A este se suman contados trabajos, como el de Pereira sobre el viraje de la “Lista 15” del Partido Colorado o el de Chagas y Trullen que, de manera tangencial, refiere a los orígenes de la Unión Colorada y Batllista. Carlos Zubillaga, “Los partidos políticos ante la crisis (1958-1983)”, en Gerardo Caetano, José Rilla, Pablo Mieres y Carlos Zubillaga, De la tradición a la crisis. Pasado y presente de nuestro sistema de partidos (Montevideo: claeh-ebo, 1985), 41-112; Jorge Chagas y Gustavo Trullen, Pacheco. La trama oculta del poder (Montevideo: Rumbo Editorial, 2005).

Las posiciones y la intensa actividad del movimiento estudiantil en esta época sólo han sido objeto de estudio de Mark Van Aken en un breve trabajo que comprende una síntesis de varias décadas. Mark Van Aken, Los militantes. Una historia del movimiento estudiantil uruguayo desde sus orígenes hasta 1966 (Montevideo: fcu, 1990). Por su parte, los textos sobre historia del movimiento obrero de la época proceden en su mayoría del relato de los protagonistas y no analizan el período en su especificidad, sino como parte de un proceso concebido, de manera lineal, hacia la unidad sindical. Entre otros, esta es la modalidad sobresaliente en Héctor Rodríguez, Nuestros sindicatos (1865-1965) (Montevideo: Ediciones Uruguay, 1965) y “El arraigo de los sindicatos”, Enciclopedia Uruguaya 51 (1969); Universindo Rodríguez, Silvia Visconti, Jorge Chagas y Gustavo Trullen, El sindicalismo uruguayo a 40 años del congreso de unificación (Montevideo: Taurus, 2006).

10 La investigación de Mario Etchechury focaliza su atención en la coyuntura eclesial inmediatamente anterior al Concilio Vaticano ii, con el propósito de identificar tendencias y actores novedosos: Entre el Colegiado y el Vaticano ii. Renovación eclesial y política en el catolicismo uruguayo pre-conciliar. 1958-1962 (Montevideo: fhceudelar, 2004). Monografía de pasaje de curso.

11 Clara Aldrighi, La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el mln-Tupamaros (Montevideo: Trilce, 2001); Alfonso Lesa, La Revolución Imposible. El fracaso de la vía armada en el Uruguay del siglo xx (Montevideo: Fin de Siglo, 2002); Heber Gatto, El cielo por asalto. El Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) y la izquierda uruguaya (1963-1972) (Montevideo: Santillana, 2004); Eduardo Rey Tristán, A la vuelta de la esquina. La izquierda revolucionaria uruguaya (1955-1973) (Montevideo: Fin de Siglo, 2006); Nicolás Duffau, El Coordinador (1963-1965). La participación de los militantes socialistas en los inicios de la violencia revolucionaria en Uruguay (Montevideo: fhce, 2008). Silvina Merenson, “(Des)marcaciones (trans) nacionales: El proceso de movilización y radicalización política de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (1961-1972)”, Contemporánea 1 (2010). Aunque comprende un período mayor, la investigación de Gerardo Leibner aborda el impacto de la violencia política de la primera mitad de los sesenta en los militantes comunistas del Uruguay: Gerardo Leibner, Camaradas y compañeros. Una historia política de los comunistas del Uruguay (Montevideo: Trilce, 2011).

12 Marina Cardozo, “Memorias del Coordinador: algunas fechas significativas en la «formación» del mln-Tupamaros”, en aavv, Problemas de la historia reciente del Cono Sur 2 (Buenos Aires: ungs-Prometeo Libros, 2011).

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históricas recientes, centradas fundamentalmente en el estudio de la asistencia tecnológico-financiera a la Policía y en la injerencia en los medios masivos de comunicación.13 Estos trabajos integran fuentes novedosas (archivos policiales, documentación diplomática y de los servicios de inteligencia extranjeros recientemente desclasificada) que han enriquecido la reconstrucción del panorama interno y, a su vez, incorporado al análisis histórico la dimensión internacional y regional. No obstante, permanecen menos estudiados y no han sido objeto de revisiones recientes los cambios en las Fuerzas Armadas, en particular en lo que refiere a las repercusiones de la victoria nacionalista en la estructura de mandos y al surgimiento de nuevas –o reagrupamiento de antiguas– facciones derechistas en su seno.14

Asimismo, en particular en el último lustro, han proliferado trabajos y avances de investigación que se interrogan sobre las derechas15 o examinan en profundidad las características y los usos en la larga duración de instrumentos represivos reiteradamente aplicados durante toda la década de 1960, como lo fueron las medidas prontas de seguridad.16 Sobre los análisis del primer tipo cabe destacar que en esta nueva línea ha predominado el estudio de episodios puntuales o el seguimiento de un actor social concreto, por sobre una perspectiva que entrelace estas acciones, posiciones y propuestas e identifique los elementos conservadores y las heterogéneas manifestaciones de las derechas en el transcurso de todo el período.

A modo de balance puede afirmarse que la coyuntura comprendida entre los dos últimos años de la década de 1950 y el inicio de la crisis política en 1968 requiere aún de análisis históricos que permitan comprender el período en su integridad, atendiendo a los sujetos sociales que lo protagonizaron, con sus apuestas y horizontes de expectativa concretos. Con frecuencia se ha simplificado el acontecer histórico de este tramo, que se intuye más complejo y menos lineal, e idealizado el período inmediatamente anterior, probablemente por haber mantenido la mirada puesta en la coyuntura que se inició en 1968, caracterizada por la agudización de la violencia política y la represión estatal. Por otra parte, podría pensarse que esta falta de análisis específicos sobre los grupos y facciones derechistas y su incidencia en la conformación de un pensamiento autoritario de más larga duración, ha sido una constante en la historiografía uruguaya en la que parecería haber permeado la idea, socialmente extendida y abonada por la literatura ensayística, de una derecha débil o inexistente, en comparación con países vecinos, y asimilada a las estructuras partidarias tradicionales.

13 Clara Aldrighi, “La estación montevideana de la cia. Operaciones encubiertas, espionaje y manipulación política”, La Lupa-Brecha (25/11/2005); El caso Mitrione. La intervención de Estados Unidos en Uruguay (19651973) (Montevideo: Trilce, 2007), “El discreto encanto de la tutela norteamericana. Políticos uruguayos y amenazas de golpe de Estado (1964-1966)”, Huellas de Estados Unidos. Estudios y debates sobre América Latina 2 (2012), 80-90; Roberto García, La cia y los medios en Uruguay. El caso Arbenz (Montevideo: Amuleto, 2007).

14 En la exigua producción sobre este tema se destacan los trabajos de Selva López, Estado y Fuerzas Armadas en el Uruguay del siglo xx (Montevideo: ebo, 1985) y Gabriel Ramírez, El factor militar. Génesis, desarrollo y participación política (Montevideo: Arca, 1988), ambos centrados en un período más amplio.

15 Mauricio Bruno, La caza del fantasma. Benito Nardone y el anticomunismo en Uruguay (1960-1962) (Montevideo: fhce, 2007); Gabriel Bucheli, “Los inicios. Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”, Cuadernos de historia reciente. 1968-1985 (2008); Víctor Bacchetta, El asesinato de Arbelio Ramírez, (Montevideo: Doble Click Editoras, 2010). Un primer avance en el conocimiento de estas organizaciones lo constituye el artículo de Rodolfo Porrini, “Así empezó el fascismo. A 30 años de la muerte de Arbelio Ramírez”, La Lupa-Brecha (16/8/1991).

16 Mariana Iglesias, “La excepción como práctica de gobierno en Uruguay, 1946-1963”, Contemporánea 2 (2011).

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La reacción de las derechas El término “derecha” suele resultar vago y de escaso poder explicativo si se lo emplea de manera genérica. Al igual que en el caso de su antónimo –“izquierda”– el plural del vocablo se ajusta mejor a las distintas realidades históricas, ya que por lo general la derecha no es monolítica sino que engloba un conjunto de estilos de pensamiento y modos de acción que comprende un amplio abanico de posiciones moderadas y radicales, portadoras de corpus ideológicos heterogéneos.17 Admitiendo esta dificultad y siguiendo a Sandra McGee Deutsch, partamos de la base que la derecha por lo general se consolida en reacción a factores percibidos como amenazantes del orden social y económico vigente en un momento histórico concreto.18 A continuación veremos cuál fue el marco inmediato de esta reacción.

Infiltrados en la enseñanza En los últimos meses de 1958, después de la sanción de la Ley Orgánica de la Universidad que incluía la autonomía, prevista en la Constitución de 1952, diversas voces se levantaron para poner bajo sospecha a las autoridades –cuya máxima jerarquía era desde 1956 Mario Cassinoni, ex diputado socialista–, al cuerpo docente y a los gremios estudiantiles. En un “informe de situación” divulgado por el Movimiento Nacional por la Defensa de la Libertad (mondel) en setiembre de 1959 se alertaba sobre la “extraterritorialidad” obtenida en Uruguay por el comunismo internacional que desplegaba una “maniobra típicamente comunista para sovietizar nuestra Universidad hasta ahora LIBRE, DEMOCRÁTICA y de verdad POPULAR”.19 La consigna fundamental de este movimiento, presentado públicamente en agosto de 1958 como un “núcleo de ciudadanos, integrantes de diversos sectores de opinión, [que] ha estimado oportuno y necesario hacer un llamamiento a la ciudadanía nacional” en vistas de que “la libertad de la República se encuentra amenazada por el afán imperialista del movimiento comunista internacional”, apuntaba a “RECUPERAR LA UNIVERSIDAD PARA LA DEMOCRACIA”.20 La organización contaba desde sus orígenes con un “grupo estudiantil” con representantes en Preparatorios y diversas Facultades,21 que a partir de este momento se fortaleció y desarrolló como filial con nombre propio y voluntad combatiente en el ambiente estudiantil: el Movimiento Estudiantil para la Defensa de la Libertad (medl).

En un “Informe sobre la situación universitaria en el Uruguay”, fechado en enero de 1960, el medl partía de la constatación de que “la infiltración anarco-socialista-comunista ha[bía] 17 La historiografía uruguaya ha preferido el término “conservadores” para el estudio de determinadas tendencias dentro de las derechas. Véase José Pedro Barrán, Los conservadores uruguayos. 1870-1933 (Montevideo: ebo, 2004), sobre la derecha de principios de siglo hasta el golpe de Estado de 1933; Mauricio Bruno y Nicolás Duffau, “El espejo francés: manifestaciones del conservadurismo uruguayo ante el régimen de Vichy”, Contemporánea 1 (2010), para el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

18 Sandra McGee Deutsch, Las derechas. La extrema derecha en Argentina, Brasil y Chile. 1890-1939 (Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2005), 21-22. La autora retoma, a su vez, un planteo de Roger Eatwell.

19 “Noticias del Movimiento Nacional para la Defensa de la Libertad” (setiembre de 1959), Archivo de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (en adelante dnii), Carpeta N°479B.

20 Declaración del Movimiento Nacional para la Defensa de la Libertad (1°/8/1958), dnii, Carpeta N°479B. Mayúsculas en el original. 21 Así consta en la información que el Servicio de Inteligencia y Enlace de la Policía conservó acerca de este movimiento. Informe (22/9/1959), dnii, Carpeta N°479.

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logrado una gravitación tal en el mundo universitario” que “exced[ía] las posibilidades del estudiantado y exig[ía] un apoyo muy amplio con intervención de los Profesionales y del Profesorado, en una acción conjunta y combinada”. Para la fecha el movimiento había impulsado la creación de una Asociación de Estudiantes de Preparatorios, creado “bases de acción” entre el estudiantado de Secundaria del Interior de la República y procuraba disputar la hegemonía a la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (feuu) en los centros de estudiantes de los distintos servicios universitarios.22 La idea de “infiltración” obsesionaba a los integrantes del medl, al igual que a la totalidad de las organizaciones anticomunistas. En este sentido su prédica estaba imbuida de connotaciones bélicas y metáforas castrenses, como quedó de manifiesto en el proyecto de realización de una “labor de verdadero Estado Mayor, que estudie, planee, asesore, dirija impulse a la lucha general por la recuperación de la Universidad”, de cara a las futuras elecciones universitarias. La acción militante de este ejército de reserva se justificaba, según argumentos de esta organización, en un contexto en que la autonomía y el orden jurídico vigentes impedían la acción del gobierno y de los partidos políticos mayoritarios. Los objetivos fundamentales de la organización consistían en contrarrestar las huelgas y ocupaciones de liceos, denunciar irregularidades administrativas y dejar al descubierto los fines políticos perseguidos por la feuu, encubiertos bajo conflictos gremiales y universitarios.23

En los dos años siguientes el medl tuvo visibilidad pública a través de la participación en manifestaciones anticomunistas, difundió su programa en los centros estudiantiles y a través de la prensa periódica y disputó –simbólica y concretamente– el espacio de la Universidad.24 Cuando la Revolución cubana emprendió su viraje al socialismo, el movimiento se manifestó en contra, aunque hasta entonces su actividad militante en relación al plano internacional se había centrado en la denuncia del avance del comunismo soviético en los países de Europa del Este.25 Se autodefinió como un movimiento “demócrata”, “anti-fascista” y “anti-totalitario”.26 En julio de 1962, un informe sobre “organizaciones extremistas” del Servicio de Inteligencia y Enlace del Departamento de Investigaciones de la Policía, lo mencionaba entre las “organizaciones de derecha” de naturaleza “estudiantil, a pesar de lo cual t[enían] afiliados no estudiantes”.27 En octubre de 1960 nació la Confederación de Estudiantes del Interior (cei) con el objetivo de nuclear a los estudiantes de Secundaria y contrarrestar la influencia de la feuu fuera de la capital de la República. Según un informe policial fechado en abril de 1962, esta era una organización con “proyecciones importantes en el ámbito nacional”, que estaba “trabajando intensamente en

22 “Informe sobre la situación universitaria en el Uruguay” (22/1/1960), dnii, Carpeta N°479. 23 “Informe sobre…” (22/1/1960).

24 Informe policial (julio de 1962), dnii, Carpeta N°479 y Memoria Anual del Servicio de Inteligencia y Enlace de la Policía de Montevideo (1960). En la madrugada del 5 de octubre de 1960 un grupo de estudiantes del medl intentó tomar la sede de la Universidad de la República, siendo repelidos con violencia por militantes de la feuu que habían sido avisados de estos propósitos. Durante los días siguientes, este episodio, conocido como “asalto a la Universidad”, involucró a autoridades policiales y políticos nacionalistas. Tanto el medl como el mondel negaron su participación como grupo en el hecho. M. Bruno, La caza del fantasma, 49-59 y dnii, Carpeta N°781.

25 “El Movimiento Estudiantil en Defensa de la Libertad. Remitido del movimiento que preside el Sr. Eusebio Vaeza”, El País (16/5/1960). 26 “El medl no aclaró quiénes son los socios de más de un peso”, Acción (14/7/1962). 27 “Informe sobre organizaciones extremistas”, dnii, Carpeta N°674.

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los medios estudiantiles de todos los departamentos, y es evidente que ya ha dominado la acción de la FEDERACIÓN DE ESTUDIANTES DEL INTERIOR, que responde a las directivas de la feuu”. La organización gremial contó con el apoyo explícito de Consejo Nacional de Gobierno y en particular con la intermediación del consejero Benito Nardone. Un ejemplo de esta intercesión lo constituye el apoyo gestionado por el líder ruralista, en enero de 1962, para la concreción de un congreso de padres demócratas en la ciudad de Artigas, en el que se buscaría formar un “frente común” junto a los estudiantes.28 A propósito de este episodio, medios de prensa como el semanario Marcha y legisladores de la oposición denunciaron que varios delegados al Congreso fueron trasladados en aviones de la Fuerza Aérea.29

Así como el medl o la cei habían desplegado sus acciones en el ámbito gremial-estudiantil en el que las huelgas y los paros por los atrasos presupuestales del gobierno eran cada vez más frecuentes, otros movimientos centraron la atención en el cuerpo docente y los contenidos de determinadas asignaturas. Tal fue el caso de la Asociación de Lucha Ejecutiva y Repudio de los Totalitarismos en América (alerta) y la Organización de Padres Demócratas (orpade), ambas organizaciones con una intensa actividad pública en los primeros años de la década de 1960. Desde su fundación en octubre de 1960, alerta manifestó su preocupación por “los problemas del estudiantado”, planteando la necesidad de lograr cambios en los planes de estudio –por ejemplo, la obligatoriedad de la materia Educación Cívica y Democrática– y la exigencia a autoridades y docentes de la enseñanza de alguna forma de adhesión explícita a los principios democráticos.30 El radio de acción de esta asociación trascendió el campo de la educación formal, aunque sin dudas la vigilancia ideológica en este ámbito fue uno de los pilares de su plataforma. La orpade se constituyó en abril de 1962 como una organización laica e integrada por hombres y mujeres de todos los partidos políticos democráticos, definición que excluía a las izquierdas partidarias.31 Según manifestó Celia Reyes de Viana, uno de sus miembros fundadores, orpade había nacido para “decirle NO a los docentes comunistas infiltrados”.32 En los archivos policiales se dejó constancia de que “el propósito de esta entidad e[ra] crear una conciencia popular, frente al peligro de infiltración comunista en la enseñanza”.33 Con este objetivo la organización se movilizó fundamentalmente en el Interior del país, llegando a organizar tres congresos que contaron con la presencia de docentes, estudiantes y figuras vinculadas al gobierno, como el ex ministro de Salud Pública, Carlos Stajano, o el ministro de Relaciones Exteriores, Homero Martínez Montero.34 En el segundo Congreso de Padres y Amigos Demócratas, organizado en julio de 1962 en la ciudad de Tacuarembó, se aprobó “solicitar, según los artículos 58, 59, 68 y 72 de la Constitución, la ilegalidad de las doctrinas marxistas leninistas para que sean sancionadas y penadas por ley [y] enviar carta al presidente del Consejo de Gobierno, pidiendo la reglamentación de la Ley 11.923 28 M. Bruno, La caza del fantasma, 64. El Congreso finamente se realizó en el mes de marzo.

29 “Agitación y subversión. El «Congreso de Padres en Artigas»”, Marcha (16 /3/1962) y Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes (dscr) (31/7/1962), 117-118. 30 “En el seno de «alerta» se analizaron los Problemas de la Juventud Actual”, El Día (3/11/60).

31 No obstante varios de sus integrantes venían participando desde el año anterior de la Asociación de Padres y Alumnos Liceales (apal) que había enviado representantes al Primer Congreso Nacional de Padres y Amigos Demócratas, realizado en la ciudad de Artigas en marzo de 1962. 32 “orpade es fuerza democrática indestructible”, El País (4/7/1965).

33 Memorándum sobre organizaciones gremiales (25/5/1964), dnii, Carpeta N°1285. 34 dnii, Carpetas N°674 y 1285.

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que exige probada militancia democrática en los funcionarios”. En un memorándum interno del Servicio de Inteligencia Policial, del mes de abril de 1962, se dejaba constancia que orpade había contado con el “apoyo solidario” de otras entidades, como la Asociación Patriótica del Uruguay, el Ateneo de Montevideo, el Movimiento Nacional Femenino Pro Defensa de la Democracia, la Confederación de Estudiantes del Interior y alerta.36 35

En simultáneo a la movilización de estas agrupaciones se formó, en noviembre de 1961, el Frente Estudiantil de Acción Nacionalista (fedan), un grupo de menor entidad numérica cuyo nombre sugiere una coalición de organizaciones, que también desplegó su actividad militante en la órbita estudiantil. La agrupación se definía como nacionalista, cristiana, anticomunista y antisemita, manifestaba su rechazo ideológico tanto al marxismo como al “liberalismo masónico”, responsabilizaba por la crisis de valores y la mala conducción nacional a los partidos tradicionales y defendía una “democracia orgánica” respetuosa de “los valores y las jerarquías”, en la que las “ideas rectoras” de cualquier acción derivasen de los conceptos de “Dios, Familia y Propiedad”. Se dirigió principalmente al estudiantado y, sobre este punto, exigió –en una declaración pública con la que pretendía suscitar adhesiones al movimiento– “la total libertad de enseñanza en vista de que el monopolio estatal ejercido por más de una centuria en esta materia ha sido causa de la decrepitud intelectual y moral de nuestra sociedad y de nuestras clases dirigentes”.37 Con contadas excepciones y a diferencia de las organizaciones anteriores, el fedan no manifestaba su opinión a través de la prensa periódica.38

Varios representantes partidarios coincidieron en estas valoraciones sobre la educación pública en general y la situación extrema en la Universidad de la República, tal como quedó de manifiesto al debatirse en el Senado, en octubre de 1960, el “asalto” a la sede principal de esta casa de estudios por parte de “estudiantes demócratas”. En esa oportunidad el representante ubedista,39 Eduardo Rodríguez Larreta, –implicado por la oposición con el grupo que intentó la toma– denunció que la Universidad se había convertido “en una sucursal de la Central Única de Trabajadores, en la que ya nadie estudia”. Apoyaba su afirmación en la opinión de otros docentes, “como la eminente educacionista […] Celia Reyes de Viana”, que a través de una carta publicada en la prensa afirmaba que se había “suprimido el derecho a estudiar”. El senador nacionalista declaró que “todos estos paros, huelgas, detenciones de trabajo, protestas, conflictos a un mes de los exámenes, tienen a los padres de familias desesperados”. No cabía duda de que se estaba ante un “cuadro […] decretado por un grupo que, seguramente, es insignificante en el conglomerado nacional, pero que aprovecha de nuestras discordias para hacer sentir su fuerza y su plan”.40 35 “Finalizó en Tacuarembó el ii Congreso de Padres Demócratas”, La Mañana (24/7/1962). 36 dnii, Carpeta N°1285

37 Declaración del fedan (enero de 1962), dnii, Carpeta N°726.

38 En el contexto de los atentados de julio de 1962, cuando más de una decena de personas fueron secuestradas y agredidas físicamente, el fedan –sobre el cual recaían sospechas de responsabilidad en los atentados– convocó a una conferencia de prensa, a la que concurrieron representantes de medios invitados, que se desarrolló en penumbras, con la presencia de sus principales dirigentes con el rostro cubierto. 39 La expresión alude a la coalición “Unión Blanca Democrática” (ubd), formada en octubre de 1956 dentro del Partido Nacional e integrada por sectores escindidos del herrerismo y vertientes del nacionalismo independiente. En las elecciones de 1958 este sub-lema dentro del Partido Nacional se diferenció del sector herrerista, aliado con la Liga Federal de Acción Ruralista.

40 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores (dscs) (10/10/1960), 306.

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Desde el oficialismo, el sector ruralista aprovechó la coyuntura para agudizar la embestida contra la educación pública y la Universidad. Un editorial publicado en el contexto del “asalto” se refirió a los “agitadores rojos” en la enseñanza, en alusión a los estudiantes agremiados en la feuu y a los “profesores comunistas” que “explotan el entusiasmo juvenil y la buena fe de los alumnos, arrojándolos a conflictos sin causa justa, como este del presupuesto universitario donde hablan de todo en las tribunas callejeras, menos del tema involucrado”.41 Las autoridades de la educación –y en ocasiones la intelectualidad en general– también fueron objeto de preocupación y duras críticas por parte de los grupos anticomunistas del catolicismo uruguayo, surgidos a fines de la década del cincuenta y nucleados en el Movimiento Cristiano del Uruguay Pro Defensa de la Libertad y los Derechos Humanos y la Unión Anticomunista de Rusia en Uruguay –ambas organizaciones ligadas a la Asamblea de Naciones Europeas Cautivas con sede en Nueva York–. A mediados de 1961, estos sectores –apoyados por el episcopado y con una importante base popular– identificaban entre los impulsores locales de la conspiración comunista continental que estaba llegando a Uruguay a los gremios fabriles, las clases medias y la intelectualidad. “La Universidad de Montevideo, única en el país, está enteramente dominada por los simpatizantes de Castro” –manifestaba el informe publicado en la revista Antorcha, órgano de expresión de estos sectores– y a la cabeza tiene “un Rector comunista (oficialmente «socialista») que ha erigido la universidad como una fortaleza del castri-comunismo”.42

El temor ante el avance del “poder sindical” De manera similar a lo que ocurría en el ámbito de la enseñanza, otro factor de temor fue la acción del movimiento sindical. Sus numerosas movilizaciones, paros y huelgas, sus exitosos intentos de unión y alto grado de politización contribuyeron, en gran medida, a profundizar la percepción de amenaza experimentada por las derechas. A ojos de algunos de los movimientos sociales anticomunistas, de representantes de las derechas partidarias y de la Policía, los trabajadores organizados constituían otra cara del mismo problema: el enemigo interno digitado por el comunismo soviético para desestabilizar el orden económico, político y social del país y socavar las bases de la nacionalidad. En el último trimestre de 1960, tras los primeros intentos del gobierno de reestablecer el liberalismo económico (sanción de la Ley de Reforma Cambiaria y Monetaria y firma de la primera Carta Intención con el fmi), las movilizaciones en reclamo por el descenso del salario real o en protesta por la nueva política financiera eran analizadas por el mondel en esta dirección. “En realidad lo que ocurre –se explicaba en un extenso artículo de prensa– es que el «buró» político del comunismo criollo, sirviendo los planes de sojuzgamiento mundial de los rusos, coordina, maneja y dirige todas estas manifestaciones que, en general, desembocan en la paralización del trabajo, atentando contra la economía familiar de los propios obreros y, sin duda, contra la economía nacional misma”.43 En una conferencia pública realizada en junio de 1961, dos meses después de la concreción de una primera experiencia de unificación sindical en torno a la Central de Trabajadores del Uruguay (ctu), el entonces Presidente de alerta, el Dr. Leopoldo Hughes, expuso sobre las actividades “subterráneas” que venía realizando el comunismo en el país. En esta oportunidad 41 “¡Alerta, juventudes ruralistas!”, Diario Rural (10/10/1960).

42 “Ayer Hungría, hoy Cuba, mañana URUGUAY”, Antorcha (junio-agosto de 1961), 18-19. Mayúsculas en el original; M. Etchechury, Entre el colegiado, Cap. v. 43 “Para meditar. Plantea nuevo mensaje al País el Movimiento por la Libertad”, La Mañana (13/9/1960).

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también se manejo el concepto de manipulación y deslizamiento encubierto al referirse al “adoctrinamiento” a través del otorgamiento de “«las becas» con todo pago que son dadas a los obreros para visitar Rusia y sus países satélites como Cuba, China Roja y otros”, lo cual dejaba en evidencia la dependencia absoluta del sindicalismo uruguayo en relación al comunismo soviético.44 En su “programa de lucha por el perfeccionamiento de la Democracia Representativa”, alerta organizó un debate abierto en el Ateneo de Montevideo sobre “Relaciones Laborales” y convocó en carácter de expositores a representantes de la Confederación de Sindicatos Uruguayos (csu) y del sector patronal.45 La csu había nacido en 1951 para disputar la influencia del Partido Comunista Uruguayo en la órbita sindical, vinculada a la Confederación Internacional de Centrales Sindicales Libres y a la Organización Regional Interamericana de Trabajadores liderada por los sindicatos de Estados Unidos;46 a comienzos de los años sesenta era un espacio dominado por los intereses estadounidenses. Según testimonio de Philip Agee, ex funcionario de la cia en Uruguay, la csu estaba “respaldada por la estación de Montevideo” que había desplegado “varias operaciones para fortalecer[la]”. No obstante hacia mediados de la década no se había podido evitar su declinamiento.47

Entre 1964 y 1965 orpade, hasta entonces centrada casi exclusivamente en la movilización en el área de la enseñanza, lideró un embate anti-sindical dirigido fundamentalmente contra gremios de la administración pública que, desde comienzos de la década, venían multiplicando las instancias de coordinación y concitando la adhesión de un significativo número de trabajadores. En la víspera del levantamiento de las medidas prontas de seguridad en diciembre de 1965, la organización se dirigió al Gobierno nacional en términos amenazantes –“orpade ALERTA” declaraba un volante propagandístico– recordando la inconveniencia de cualquier acuerdo o levantamiento de sanciones al “sindicalismo subversivo” y exigía explícitamente mano dura en el mantenimiento de la definición de ilegalidad de la huelga entre los funcionarios públicos.48 En simultáneo a esta movilización, la propaganda de orpade se canalizó a través de la difusión de folletería que, bajo título “Si usted fuera un trabajador soviético… se le prohibiría a usted declararse en huelga”, “desenmascaraba” el doble discurso del Partido Comunista Uruguayo en su dominio de la acción sindical. Los librillos centraban su argumentación en la ambigüedad y la deshonestidad de la acción comunista en el medio local, mientras que en la urss los sindicatos estaban sometidos al Estado, la huelga era ilegal, los dirigentes sindicales estaban sobornados y se aplicaban penas extremas por infringir la ley.49 Desde su creación, la actividad sindical fue objeto prioritario de investigación por parte de los servicios de inteligencia policial que dedicaron considerables recursos a su vigilancia y produjeron extensos informes sobre sus integrantes, líneas de acción y vínculos internacionales. En la primera mitad de los años sesenta, la consolidación de la unidad sindical, a través de la ctu primero y de la cnt y el Congreso de Pueblo entre 1964 y 1966, provocó el fortalecimiento de estos seguimientos. A modo de ejemplo puede mencionarse el balance de la inteligencia policial sobre “situación

44 “Célula democrática consciente en contraposición al fenómeno comunizante infiltrado en el mundo”, El Día (1/6/1961).

45 “Programa”, La Mañana (22/11/1960).

46 Rodolfo Porrini. “La sociedad movilizada”, en Ana Frega et al, Historia del Uruguay en el siglo xx, 293

47 Philip Agge, La cia por dentro. Diario de un espía (Buenos Aires: Sudamericana, 1987), 275-276 y 301.

48 Hoja divulgada por orpade (diciembre de 1965), dnii, N°1285. 49 dnii, Carpeta N°479B.

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actual del campo sindical y su proyección a la política nacional” fechado en junio de 1966. El texto aludía al “fuerte […] funcionamiento del poder sindical; que ese poder es orientado por la acción de los dirigentes comunistas, que por todos los medios tratan de inclinarlo a nivel político, para capitalizar voluntades en la próxima contienda electoral”.50

La intranquilidad ante los trabajadores organizados también fue una constante entre las preocupaciones de los gobernantes ruralistas y las mayorías del Poder Ejecutivo, que desde comienzos de la década ensayaron posibilidades de reglamentación sindical y contuvieron la movilización de este sector a través de la represión policial y el empleo de determinados instrumentos legales.51 Desde esta óptica la protesta sindical era vista como “agitación” y no representaba una expresión aislada, sino que formaba parte de un plan general de alteración del orden establecido. Así lo expresó Benito Nardone en una sesión del Consejo Nacional de Gobierno a propósito de la ola de atentados y tatuajes ocurrida en julio de 1962, en la que argumentó sobre la necesidad de dotar de mejores recursos y más presupuesto a la Policía: “esto que empezó con tatuajes en las calles, puede terminar en una huelga general, porque esto es posiblemente una política de ablandamiento para ir sembrando el terror y llegar a lo otro”.52

Alerta a los partidos y al sistema de gobierno Aunque con matices, las organizaciones y movimientos anticomunistas de los primeros años de la década de 1960 cuestionaron a los partidos políticos por su incapacidad de proponer soluciones efectivas a la crisis económica que propiciaba la movilización social. Algunos fueron más lejos y se expresaron en contra de la política de partidos.

En este sentido, con frecuencia dirigieron sus declaraciones o llamamientos a los gobernantes o a los representantes político-partidarios, ubicándose en una posición vigilante y alerta respecto a decisiones que, por impopulares, podrían conllevar un costo electoral. El mondel lo expresaba exactamente en esos términos en un mensaje dirigido “a los gobernantes, a los partidos políticos tradicionales y al pueblo de la República”, en el que, entre otros reclamos, se demandaba la “desarticulación de los cuadros revolucionarios comunistas”. “Los hombres que actúan en el constante trajín político, están obnubilados por el futuro electoral”, señalaba el comunicado de prensa. “Arriesgar, por tanto, su porvenir político con una política drástica que nos vuelva a todos los orientales al sentido común y a los superiores intereses de la Patria, es sacrificio muy grande al que los partidos gobernantes no se hallan muy decididos”.53 En octubre de 1959, la filial femenina del movimiento se dirigía al gobierno en términos similares, exigiendo la ruptura de relaciones diplomáticas con la urss, entre otras medidas “indispensables” para la “seguridad democrática”.54 La crítica subía de tono y mientras justificaba al “partido gobernante, con poca experiencia en el ejercicio del mando, [que] ha recibido una economía difícil, un panorama social quebrantado por los agitadores comunistas que ya habían logrado infiltrarse en todos los estratos del país”, 50 dnii, Carpeta N°492C

51 R. Alonso y C. Demasi, Uruguay 1958-1968, 19. Desde los primeros años de la década se sucedieron las denuncias de malos tratos y torturas a militantes sindicales detenidos por la Policía. En el informe presentado en la comisión pre-investigadora de la Cámara de Representantes sobre “Procedimientos policiales con trabajadores (Investigación)” se recopilan varios testimonios de víctimas de torturas en la órbita de este cuerpo. dscr (20/6/1962), 64.

52 Actas del Consejo Nacional de Gobierno (cng) (17/7/1962), 50-51. 53 “Para meditar…” (13/9/1960).

54 “La mujer adhiere con gran entusiasmo a la lucha de Defensa de la Libertad”, El País (3/10/1959).

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era implacable con el batllismo de la “Lista 15”, con representación minoritaria en el Consejo Nacional de Gobierno, identificándolo como el sector “de cuyas filas parte un grupo decidido al contubernio político con el comunismo local, que no es otra cosa que el agente directo del comunismo soviético”. Frente a “la política del avestruz que vienen siguiendo las clases rectoras del país”, el mondel convocaba y cifraba sus esperanzas en una “oportuna reacción, desarrollada en el plano social”.55

El llamamiento a la movilización ciudadana y la búsqueda de una cierta base social también guió la actividad militante de alerta, autodefinido como grupo “democrático, nacional e intelectual”, laico y apolítico, entre cuyos cometidos fundamentales figuraba el perfeccionamiento de la democracia representativa. Sin situarse en clara oposición al gobierno –varios de sus miembros mantenían vinculación político-partidaria con los sectores gobernantes– compartía el diagnóstico del mondel en cuanto a la imposibilidad de acción de las autoridades nacionales. Al denunciar la “impunidad” con que el comunismo se deslizaba en las distintas áreas de la vida nacional “sin que los códigos y leyes puedan detener este factor destructivo del progreso”, emergía la preocupación central de esta asociación: contribuir activamente con el gobierno nacional para revertir la obsolescencia del orden jurídico vigente en lo que refería a determinados delitos políticos. Partiendo de la base de que la justicia y las autoridades se encontraban “con las manos atadas, por falta de medios legales para la represión de estos delitos contra la patria”, en mayo de 1961 alerta presentó al Poder Ejecutivo un anteproyecto de Ley de “Defensa de las bases fundamentales de la Nacionalidad y de los Derechos Individuales” proponiendo la modificación del Código Penal en esta dirección.56

Esta postura acechante en relación a los partidos políticos y al gobierno tuvo una manifestación extrema en el fedan, cuya publicación periódica llevó el sugestivo título de Centinela. La organización consideraba “que las viejas estructuras políticas de nuestro país han cumplido su ciclo” y cuestionaba a la política y los políticos en clave moralizante, denunciando “la inmoralidad y el desenfreno” que les caracterizaba y rodeaba “la improvisación en los actos de gobierno”. El reproche iba dirigido a los políticos –percibidos como demagogos y alejados de las necesidades del país real– y al parlamento “envilecido”, visto como una institución en “donde sus integrantes dictan leyes en beneficio propio, por el proteccionismo desmedido a una burocracia excesiva e improductiva”. Recordemos que dicho frente rechazaba las formas políticas del liberalismo y se manifestó partidario de una democracia corporativa. La militancia anticomunista o antimarxista en los planos estudiantil y sindical acercaba al fedan a los demás movimientos sociales que engrosaban las filas de las manifestaciones anticomunistas.57 Sin embargo, a diferencia de estos últimos, que reivindicaban una noción de nacionalismo o “patriotismo” –tal era el término elegido por ellos mismos– circunscripta a la delimitación jurídico-territorial vigente, esta organización mantenía

55 “Para meditar…”

56 Nota al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno (25/5/1961), dnii, Carpeta N°674. 57 Declaración del fedan (enero de 1962), dnii, Carpeta N°726.

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contactos transnacionales con otras “juventudes nacionalistas revolucionarias”58 y anhelaba la construcción de una “gran Patria” hispanoamericana y una “efectiva unión rioplatense”.59

En la órbita del gobierno el menosprecio hacia los poderes Legislativo y Ejecutivo y el escaso apego a la Constitución de los consejeros ruralistas quedó en evidencia en varias ocasiones a través de las insinuaciones golpistas y de la insistencia en la ilegalización del Partido Comunista.60 A su vez, esta idea de inoperancia y falta de respuesta legislativa parecería haber permeado en algunos sectores de la Policía y el Ejército. En julio de 1962, en una interpelación al Ministro del Interior a propósito de la falta de investigaciones policiales sobre los atentados que se habían iniciado con el ataque a Soledad Barrett, el diputado quincista Jorge Vila denunció la existencia de un “movimiento artiguista”, “integrado por oficiales de policía, algunos militares en situación de retiro y algunos civiles sumariados y echados del Ejército y la Policía a raíz de un episodio que fue sindicado como un verdadero putsch de carácter nazi”. El diputado citó de memoria uno de los puntos del programa de este movimiento que se proponía “bregar por parlamentos más trabajadores o, sino, que se vayan: nada de asambleas deliberantes que discuten y que no hacen nada”.61 Un año y medio después, el 24 de enero de 1964, el Servicio de Inteligencia y Enlace de la Policía tuvo conocimiento de que se planificaba para el día siguiente “un golpe de Estado por Comandos Civiles apoyados por militares”. Los detenidos por este episodio negaron cualquier propósito golpista, aunque admitieron estar todos ligados a la entonces denominada “Legión Artiguista”.62

Viejos temores en un nuevo contexto. Reflexiones finales para la caracterización de una “nueva derecha” Las manifestaciones en los diferentes ámbitos –educación formal, sindical, político-partidario y de gobierno– reflejan la ferviente actividad de organizaciones, movimientos y facciones partidarias derechistas unidos por el temor a la subversión del orden establecido y alineados bajo la bandera del anticomunismo, con puntos de encuentro y divergencias en sus corpus ideológico, modos de acción y vínculos con los partidos políticos. Sus programas y líneas de acción contenían aspectos y preocupaciones que, a lo largo del siglo xx, habían concitado el interés y la movilización de los sectores conservadores y las derechas de Uruguay. El anticomunismo y sus conexiones con el antisemitismo y las manifestaciones de xenofobia, así como la vigilancia ideológica sobre los contenidos, las autoridades y el cuerpo docente de la enseñanza pública constituían pilares 58 En noviembre de 1961, representantes del fedan planificaban junto a organizaciones derechistas de Argentina y otros países un primer Congreso Latinoamericano de Juventudes Nacionalistas Revolucionarias. Desde Uruguay se proyectaba también la asistencia de representantes del Movimiento Progresista, dnii, Carpeta N°726.

59 Declaración del fedan (enero de 1962).

60 En setiembre de 1962 un editorial del periódico nacionalista El Debate denunciaba, aludiendo a Nardone, que había “un gobernante que desde hace un año, cada pocos días, efectúa un ataque contra la democracia”. El consejero ruralista Faustino Harrison también había sugerido públicamente la necesidad de un “descanso a la democracia” en enero de 1962. “El crimen del niño”, El Debate (18/9/1962) y “1962: «Suplemento especial de fin de año»”, El Popular (28/12/1962). Sobre las sugerencias de ilegalización del Partido Comunista del Uruguay, véase la postura de Nardone en el Consejo de Estado en julio de 1962. Actas del cng (17/7/1962).

61

dscr

(31/7/1962), 117

62 Memoria Anual del Servicio de Inteligencia y Enlace de la Policía de Montevideo (1964).

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históricos del pensamiento conservador uruguayo del siglo xx. Sin embargo, las derechas de fines de los cincuenta y principios de los años sesenta desplegaron su ideología y sus prácticas en un nuevo marco socio-económico, político y cultural, atravesado por las repercusiones de una crisis económica que se transformaba en estructural, una intensa movilización social, los efectos de la acción de las izquierdas en la región y la concreción a nivel mundial de un régimen que proponía con éxito una alternativa al capitalismo. Por otra parte, el realineamiento proestadounidense de Uruguay tras la Segunda Guerra Mundial y el clima de anticomunismo propio de la Guerra Fría ambientaron, tanto en el plano objetivo como en el del imaginario, un escenario poco propicio para las ideologías vinculadas al nazifascismo y alentaron el desarrollo de posiciones conservadoras y de derecha que no supusieran cuestionamientos a la democracia liberal.

En este contexto, antiguos temores respondieron a nuevas realidades. De manera similar a sus antecesores de la década del treinta, los grupos y facciones derechistas de comienzos de los sesenta manifestaron su preocupación por el sesgo ideológico de la educación formal. No obstante, mientras que durante los años treinta esto se traducía en una crítica a las formas de patriotismo cosmopolitas e incluyentes impulsadas desde comienzos de siglo por los gobiernos batllistas, fundamentalmente en la educación primaria, en los sesenta revelaba la intranquilidad generada por un movimiento estudiantil numeroso y politizado que contaba entre sus conquistas recientes con una Ley que garantizaba la autonomía de gestión para la Universidad de la República.

Así también, la histórica desconfianza de los conservadores hacia el trabajador inmigrante (en especial de los países de Europa del Este) en tanto potencial portador de ideologías izquierdistas, en el Uruguay de la crisis de comienzos de los sesenta se corporizó en la figura de los exiliados políticos –argentinos, paraguayos, bolivianos y brasileños– y, sobre todo, en la acción de una fuerza trabajadora organizada, numéricamente significativa y con gran capacidad de incidencia en las decisiones gubernamentales. Por su parte, el anticomunismo de los derechistas uruguayos, cuyo origen se remonta a las primeras décadas del siglo xx, estuvo direccionado en función de fenómenos históricos novedosos, como la concreción a nivel mundial de un bloque socialista y a nivel continental de la Revolución cubana. En el plano local, respondió al viraje transitado por el Partido Comunista Uruguayo desde 1955 y a su decisión de consolidarse como un partido de cuadros y masas, dispuesto a ampliar su marco de alianzas, como ocurrió en primera instancia tras la formación de un primer frente político y programático en 1962.

A lo largo de este artículo intenté demostrar la necesidad de trazar un mapa de las derechas que diera cuenta de los elementos aglutinantes, los matices y las divergencias. A través de varios de los ejemplos seleccionados puede comprobarse que entre los movimientos y organizaciones se distinguen dos tipos de pensamiento derechista que, tentativamente, podrían catalogarse como de tendencia conservadora y radical o revolucionaria. En el primer grupo se ubicaron movimientos o agrupaciones como mondel, medl, alerta y orpade, inscriptos en la tradición del liberalismo conservador, que se autodefinieron “demócratas”, se movilizaron a favor de un nuevo orden legal y mantuvieron, en diversos grados, vinculación con la política partidaria y los políticos, aunque esto no les impidió plantarse como organizaciones de control y vigilancia de los mismos. Integrando la tendencia extrema o radical identificamos, entre otros, al fedan y al Movimiento Progresista, ambas entidades portadoras de un discurso antiliberal, anti-izquierdista y de rechazo hacia la democracia representativa. El adjetivo que las caracterizo se fundamenta en la autopercepción de estas organizaciones que enarbolaron diversos proyectos de cambio político, social, económico

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y de valores dominantes, con horizontes revolucionarios respecto al orden sociopolítico vigente. Lejos de conformarse homogénea, al interior de dicha corriente también emergieron matices y apuestas diversas, muchas de ellas recuperando manifestaciones de los años treinta, entre las que sobresalieron los vínculos con el ala derecha del revisionismo histórico argentino o las posturas filofalangistas, por nombrar las más evidentes.

El contexto de percepción de crisis ambientó el desarrollo de ambas tendencias y generó puntos de encuentro entre ellas. Así, en los tempranos años sesenta, la intensa movilización estudiantil, sindical y, en menor medida, político-partidaria, interpretada como acción subversiva de las izquierdas, unificaba a ambas tendencias y en ocasiones las acercaba a facciones de las derechas partidarias. Un claro ejemplo de estas relaciones entre los frentes de derecha no parlamentaria con los partidos políticos puede encontrarse en la intensa campaña liderada por alerta a favor de la reimplantación de leyes para contener las “actividades antinacionales”, que contó durante su gestación y desarrollo con el apoyo explícito de los consejeros ruralistas. A su vez, sus reclamos coincidieron o encontraron eco en sectores del Ejército y la Policía que, como vimos, reconocían la amenaza en el “poder sindical” y las movilizaciones sociales. A pesar del rechazo que les inspiraba la política partidaria, varios miembros de estas organizaciones tuvieron militancia activa en filas ruralistas. Sin embargo estas organizaciones no siempre mantuvieron relaciones cordiales, como quedó de manifiesto cuando la derecha conservadora repudió públicamente los secuestros y atentados antisemitas de julio de 1962.

Por tratarse de una investigación en curso, para finalizar, considero oportuno abrir algunas interrogantes relativas a los itinerarios y al desarrollo de estas posiciones en la primera mitad de los años sesenta. Una mirada cronológica revela, desde 1963, la desintegración o el declive de la aparición pública de la mayoría de las agrupaciones y movimientos que hemos enmarcado dentro de la derecha conservadora. La permanencia de orpade parecería constituir una de las pocas excepciones a esta situación. ¿Cuál fue entonces el destino de sus integrantes y la suerte de sus programas y reivindicaciones? En sus memorias, Philip Agee refiere al cambio de rumbo de la cia en relación a Uruguay. La llegada del embajador Wymberly Coerr supuso la remoción del entonces director de la estación montevideana de la agencia, Tom Flores, y el fin de la intervención política con Nardone y de las operaciones militantes.63 Esta decisión podría haber incidido en las posibilidades de supervivencia de algunas organizaciones, aunque también cabe preguntarse si muchas de sus demandas fueron escuchadas y defendidas por sectores político-partidarios y finalmente adoptadas desde el gobierno nacional.

En el período 1963-1966, coincidente con el segundo colegiado de mayoría nacionalista, en varias oportunidades el gobierno empleó mecanismos autoritarios, que habían formado parte de los reclamos de las derechas que enfrentaron con virulencia las primeras repercusiones de la crisis a comienzos de los sesenta. Entre los más notorios figuran las posiciones y decisiones en relación a Cuba (apoyo durante el proceso de expulsión de la oea y ruptura de relaciones diplomáticas), la aplicación reiterada de medidas prontas de seguridad y la limitación de la libertad de reunión y de expresión a través de decretos del Poder Ejecutivo, así como la modernización tecnológica y el adiestramiento de la Policía. Varios mojones que desde la óptica de las derechas pueden ser tomados como “logros” del segundo gobierno blanco. En simultáneo, las derechas partidarias transitaron a partir de 1962 por un camino marcado por las escisiones y la reconfiguración de sus alianzas. La consolidación de una nueva línea conservadora en el Partido Nacional y las novedades 63 P. Agee, Diario de un espía, 280-281.

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en el Partido Colorado –que reagrupó tendencias derechistas bajo el seno de la Unión Colorada y Batllista– ofrecen un panorama que podría haber albergado e incorporado estas tendencias.

Por último, cabe preguntarse sobre la permeabilidad entre las dos categorías propuestas para comenzar a desbrozar el heterogéneo mapa de las derechas en los años sesenta. Para este punto resulta clave el trazado de itinerarios y el análisis comparativo tanto de las bases sociales como de los sectores dirigentes de ambas tendencias. Resta, a su vez, examinar aspectos fundamentales para comprender y explicar sus conexiones y disidencias, tales como sus rituales, estética, ámbitos de reclutamiento y formas de financiamiento de sus acciones y propaganda.

Archivos Archivo de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia

Prensa Acción (julio 1962)

Antorcha (junio-agosto 1961)

Centinela (noviembre de 1961) El Debate (setiembre 1962)

El Día (noviembre 1960, junio 1961) Diario Rural (octubre 1960)

La Mañana (setiembre y noviembre 1960, julio 1962) Marcha (marzo 1962)

El País (octubre 1959, mayo 1960, julio 1965) El Popular (diciembre 1962).

Fuentes Actas de Sesiones del Consejo Nacional de Gobierno (10 y 17 de julio de 1962) Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores (10 de octubre 1960)

Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes (20 de junio y 31 de julio de 1962) Memoria Anual del Servicio de Inteligencia y Enlace (1960 y 1964).

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Recibido 10/04/12 – Aceptado 14/08/12

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Organizaciones “demócratas” y radicalización anticomunista en Uruguay, 1959-1962

Gabriel Bucheli1

Resumen

Abstract

Entre fines de los años 50 y comienzos de los 60 emergió en Uruguay un conjunto de organizaciones autodenominadas “demócratas” que vino a ocupar el espacio de una derecha militante. El objetivo de esta investigación es el de indagar en la naturaleza del fenómeno y evaluar su carácter “extremista”. ¿Representaban a sectores de la sociedad civil alarmados por la acción de la izquierda movilizada en torno a la bandera de la revolución cubana? ¿En qué medida esos grupos venían a cumplir una función anticipatoria (suerte de contrarrevolución preventiva) frente a la (real o aparente) amenaza revolucionaria? ¿Constituyeron una respuesta violenta (espontánea u organizada) al accionar violento y previo de grupos de extrema izquierda? ¿Le cupo un papel en su organización y financiamiento a la cia o a la Embajada de los Estados Unidos como se ha afirmado insistentemente?

Between the late 1950s and early 1960s, several organizations self-defined as “democrat” emerged in Uruguay and took a militant right-wing stance. The goal of this paper is to study the nature of this phenomenon and to assess its “extreme” character. Were they representing social sectors that were alarmed by the political left actions vis a vis the Cuban revolution? To what extent were these organizations carrying out an anticipatory function (i.e. a preventive counterrevolution) against the (real or imaginary) revolutionary threat? Were their actions a violent response -either spontaneous or structured- to similar violent actions from the left? Did the cia and the American Embassy play a role financing and organizing these events as it has been insistently suggested?

Palabras clave: democracia, derecha, anticomunismo, violencia política.

1

Key words: Democracy, right, anticommunism, political violence.

Docente de historia; Facultad de Ciencias Sociales y Facultad de Ciencias Económicas y de la Administración, Universidad de la República.

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Introducción Este trabajo es parte de una investigación más amplia que abarca el estudio de numerosas organizaciones de derecha no partidaria visibles en el país entre fines de los años 50 y comienzos de los 60.2 Este artículo da cuenta de tres de ellas (mondel, alerta y medl), que por su presencia pública resultan representativas del vasto movimiento anticomunista de la época. Partimos de la base de que este movimiento recoge en buena medida la tradición liberal del Uruguay, pero bajo las fuertes influencias del pensamiento conservador, fortalecido en el contexto de la Guerra Fría y acicateado por el impacto a escala continental de la Revolución cubana.

La matriz liberal del movimiento y su conexión con la esfera político-partidaria a) El papel del “Ateneo de Montevideo” La matriz liberal del movimiento “demócrata”/anticomunista hunde sus raíces en la tradición del Ateneo de Montevideo, que jugó un papel destacado en su conformación, sobre todo luego de la división que sufrió en octubre de 1960. El Ateneo de Montevideo había nacido el 3 de julio de 1886 como resultado de la fusión de otras dos instituciones: la Sociedad Universitaria y el Ateneo del Uruguay, en franca oposición al ciclo que la historiografía clásica ha llamado “militarismo”. Desde sus orígenes se proclamó defensor de los principios liberales, “libre de los cambios políticos y del dogmatismo religioso que imperaba en nuestra sociedad”.3 Ante los dramáticos acontecimientos de la primera mitad del siglo xx, el Ateneo adoptó posiciones que lo llevaron a repudiar en el plano internacional al nazifascismo y al franquismo, en el nacional a la dictadura de Terra y, más tarde, en el regional, al peronismo.

El dilema planteado por la Guerra Fría enfrascó a la institución en un profundo debate. Lo que el historiador estadounidense Mark Van Aken llamó el “ala conservadora” del Ateneo4 propició una discusión sobre la actitud que éste debía asumir ante la Revolución cubana, lo que precipitó la ruptura. En junio de 1960 la pulseada tomó estado público. En una carta enviada a la prensa, el medl expresó su “más enérgica protesta por la actitud” de la Junta Directiva del Ateneo, que había negado el uso de sus salones para realizar un acto contra el régimen castrista de Cuba “solicitado por varias Asociaciones Estudiantiles”. El comunicado del medl, luego de que la Asamblea de socios 2

3

4

Movimiento Antitotalitario del Uruguay, Liga Oriental Anticomunista (loa), Movimiento Nacional para la Defensa de la Libertad (mondel), Movimiento Nacional Femenino para la Defensa de la Libertad, Organización Democrática Latino Americana, Frente Revolucionario Democrático (organización cubana en el exilio), Amigos de Cuba Libre y Democrática, Asociación para la Lucha Ejecutiva y Repudio de los Totalitarismos de América (alerta), Movimiento Civil de Reafirmación Democrática - En Guardia, Frente Demócrata del Uruguay (fdu), Agrupación Juvenil pro Liberación de Cuba, Organización de Padres Demócratas (orpade), Organizaciones Demócratas del Interior (odi), Movimiento Estudiantil para la Defensa de la Libertad (medl), Confederación de Estudiantes del Interior (cei). Esta lista corresponde a las organizaciones que por sus énfasis discursivos hemos llamado de “matriz liberal”. La investigación ha permitido detectar otro conjunto de organizaciones presentes en esta etapa, de neta “matriz fascista o falangista”, que no será objeto de este artículo. Véase: www.ateneodemontevideo.com/historia.html

Mark Van Aken, Los militantes. Un estudio del movimiento estudiantil universitario uruguayo desde sus orígenes hasta 1966 (Montevideo: fcu, 1990), 225.

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del Ateneo revisara la decisión adoptada por la Junta, concebía la moción conciliatoria como “un resultado transaccional que simplemente aplaza el inevitable enfrentamiento planteado entre dos ideologías definidas que se excluyen”.5

En setiembre de 1960 se produjo el choque decisivo que anunciaba el medl, cuando un conjunto de socios del Ateneo presentó una moción que proponía discutir “si el castrocomunismo es compatible con el espíritu ateneísta”.6 El debate se prolongó en la Asamblea durante dos sesiones muy álgidas, al final de las cuales se impuso la posición del “ala conservadora”. Uno de los planteos de los mocionantes recogido por la prensa reclamaba: “el Ateneo tiene que ponerse al frente de un gran movimiento para impedir que los Andes se conviertan en otra Sierra Maestra”. Por la negativa votaron, entre otros, Emilio Frugoni, Pedro Díaz y Reyna Reyes, los dos primeros connotados dirigentes socialistas.7 La Mañana, diario colorado conservador, tituló: “Por 115 votos frente a 22, se declaró anoche el Ateneo contra el régimen de Fidel Castro”.8 El sector derrotado en la Asamblea abandonó la institución. La consecuente ruptura dejó en adelante al Ateneo como un referente del anticomunismo militante. La fundamentación contraria de Reyna Reyes fue publicada en el semanario Marcha en la sección “Cartas de los lectores”. Su línea argumental era la siguiente: No hay razón alguna para que el Ateneo adopte una resolución por mayoría sobre el asunto […] Jamás las tomó en las célebres discusiones de fines de siglo entre espiritualistas y materialistas o cuando la famosa polémica entre José Pedro Varela y Carlos María Ramírez que era de índole filosófico-política […] Quienes pretenden hacer valer un criterio de mayoría lo que buscan es el efecto sicológico del repudio del Ateneo a la Revolución Cubana, para proseguir la triste y famosa “caza de brujas”.9

Al día siguiente, el alivio del editorial de La Mañana era elocuente: “no faltaba quienes creyeran que el Ateneo había sido copado por los simpatizantes de la dictadura cubana”.10

La inteligencia policial catalogó más adelante al Ateneo como una “entidad seria y responsable, ha organizado algún Congreso anticomunista, pero no tiene una actividad continuada en ese aspecto”.11 Lo cierto es que la mayoría de los movimientos anticomunistas que fueron relevados en esta investigación, sesionaban de manera permanente o puntual en los salones del Ateneo y su discurso procuró sostener una relación privilegiada con la histórica tradición liberal del Ateneo.

b) El movimiento anticomunista y los partidos tradicionales No es posible soslayar en el análisis de la experiencia de este movimiento la referencia a la conformación partidocéntrica del Uruguay. En ese sentido, las organizaciones que lo integraron evidenciaban lazos con varias fracciones de los partidos tradicionales. La coincidencia discursiva con

5

El País (22/6/1960), 6.

7

La Mañana (1º/10/1960), 2 y 4.

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Carta de Reyna Reyes en “Cartas de los Lectores”, Marcha (7/10/1960), 2. La Mañana (1º/10/1960). Marcha (7/10/1960).

10 La Mañana (2/10/1960), 4.

11 Memorándum. Ref: Informe sobre organizaciones anticomunistas, no oficiales. Montevideo, 6/4/1962, dnii, Carpeta Nº674.

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líderes partidarios (los casos de los Consejeros de Gobierno Benito Nardone,12 oficialista, y César Batlle Pacheco,13 opositor, son notorios), la aparición reiterada de sus manifiestos y propaganda en la prensa de diversas fracciones partidarias, la presencia de militantes de partido entre los dirigentes de aquellas organizaciones, todo ello indica el nexo existente entre ambas esferas de acción. Sin embargo, lejos estamos de una mera construcción partidaria de instrumentos sociales para la acción ciudadana. Las agrupaciones anticomunistas así conformadas constituyeron organismos de marcada autonomía, con activistas de ambos partidos, además de cívicos e independientes, lo que explica su énfasis discursivo suprapartidario. Sí resulta elocuente de las inercias partidocéntricas del país el hecho de que el movimiento “demócrata” adquiriera fuerte presencia en los períodos interelectorales, debilitándose en las coyunturas electorales, como veremos más adelante. En ese sentido, el acento bipolar del discurso anticomunista guardaba más relación con los posicionamientos internacionales de las fracciones partidarias, que con los clivajes de la política interna. Encontramos así un frente común conformado por el batllismo catorcista y el riverismo colorados, algunos vestigios del nacionalismo independiente y el ruralismo nardonista. El herrerismo va a recoger en este sentido las ambigüedades de su particular posicionamiento nacionalista (marcado por impulsos neutralistas e incluso antiimperialistas) aunque su principal órgano de prensa, El Debate, no escapará en los momentos más álgidos al coro anti-izquierdista.14 El batllismo quincista, por su parte, como veremos, se mostró radicalmente ajeno a esa polarización. El Movimiento Nacional para la Defensa de la Libertad (mondel) El historiador estadounidense Mark Van Aken señala que el mondel “tenía vínculos estrechos con el ala conservadora del prestigioso Ateneo de Montevideo”.15 Además de funcionar en su local de la Plaza Libertad, varios de sus referentes eran activos integrantes de esa institución. El documento fundacional de este movimiento data del 1º de agosto de 1958. En ese manifiesto se afirmaba: La Libertad de la República se encuentra amenazada por el afán imperialista del movimiento comunista internacional […] Como organización subversiva, el comunismo es una quinta columna del imperialismo soviético […] Es imprescindible contrarrestar enérgicamente la propaganda demagógica del comunismo […] combatiendo la infiltración de los agentes comunistas en aquellas posiciones públicas y privadas desde las cuales socavan la salud moral de nuestro pueblo y especialmente de nuestra juventud.16

Una carta del mondel a sus adherentes, fechada en setiembre de 1959, señalaba un retraso de más de un año en las actividades del movimiento,17 debido “a las necesidades del trabajo de or12 Líder del ruralismo. Más allá de su controvertido ingreso en la política nacional, lo incluimos bajo el rótulo “líder partidario” a partir de su participación en las lides electorales y de gobierno desde 1958. 13 Líder del batllismo catorcista, antagonista del batllismo quincista conducido por Luis Batlle Berres.

14 Sólo como apunte, vale consignar que en el marco de esta investigación hemos encontrado fuertes simpatías desde el movimiento que hemos denominado de “matriz fascista o falangista” hacia el herrerismo, traducido tanto en el respeto por su líder, fallecido en abril de 1959, como por uno de sus dirigentes más polémicos, Enrique Erro, de erráticos posicionamientos izquierdistas entre 1962 y 1984, año de su muerte. 15 M. Van Aken. Los militantes, 225.

16 Manifiesto del mondel, Montevideo, 1º/8/1958, dnii, Carpeta Nº479 B.

17 Este retraso refuerza la hipótesis esbozada más arriba, en cuanto a que la coyuntura electoral frenaba la energía del movimiento anticomunista de carácter suprapartidario.

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ganización” y a la tarea de “examinar la situación actual en lo que a actividades del comunismo se refiere”. Haciendo alusión a lo que puede ser interpretado como un auténtico trabajo de inteligencia, se informaba que “a tal efecto, se solicitó la colaboración de cuantas personas supusimos que podían tener datos, recortes, conocimientos y experiencia sobre problemas comunistas; con todo el material –abundante, por cierto– se ha podido redactar un voluminoso INFORME DE SITUACIÓN, en el que se destaca en forma abrumadora, la fuerza y el poderío (en extensión y en profundidad) del peligro comunista en nuestro país”, examen que había sido elevado al Consejo Nacional de Gobierno.18 El resumen de ese informe denunciaba los objetivos del comunismo, así como las preocupaciones del mondel: primero, “concretar en nuestro país la CENTRAL SINDICAL ÚNICA”, utilizando como instrumentos a la Universidad de la República, la feuu y la ugt, y “a los quintacolumnistas infiltrados en otros movimientos y partidos”. Segundo, que “los comunistas –que ven muy lejos y trabajan siempre con doblez de intenciones– habían conseguido empujar a los estudiantes y a los “camaradas de ruta” a un movimiento loable: el de la CARTA ORGÁNICA PARA LA UNIVERSIDAD”. Tercero, la creación del “Plenario Popular de la Cultura y del Pueblo Trabajador”, que “responde directamente a un concepto de clase totalitario, maniobra típicamente comunista para sovietizar nuestra Universidad […] Es por ello que merecen el más decidido repudio y desprecio de la ciudadanía todos aquellos que colaboran, prestan su nombre o simplemente toleran, por estulticia, por cobardía o por interés, las maniobres tendientes a convertir nuestros centros docentes en escuelas de cuadros para cuando ellos quieran dar la señal de la revolución”.19

A partir de mayo de 1960, sus comunicados públicos se orientaron centralmente a denunciar al régimen cubano. En una carta al embajador cubano en Montevideo, firmada conjuntamente por el mondel, el Movimiento Nacional Femenino para la Defensa de la Libertad y el medl (“Organizaciones colaterales estas últimas”, indicaba la nota de prensa), bajo el título “Fidel Castro nos ha engañado”, y “en representación de 30.000 ciudadanos de todo el país”, se manifestaban duras críticas con el tono de la decepción. Se decía que la lucha de Sierra Maestra contra la dictadura batistiana había creado esperanzas en toda América Latina, pero éstas se habían visto ahora derribadas. “Fidel Castro nos ha engañado y constituye a estas horas una de esas grandes estafas políticas en las que poco a poco se va quemando la fe de este continente”. Una preocupación mayor era la seguridad continental, denunciándose que Castro había repudiado el tratado de Río de Janeiro, haciendo tratados de amistad con “países soviéticos”; “¿para qué compran armas, para defenderse de quién?”.20

Meses después, en enero de 1961, luego de los confusos episodios que terminaron con la muerte del manifestante anticastrista Serafín Billoto frente a la sede del Partido Comunista,21 el mondel lanzó un extenso manifiesto en la prensa que llamaba a aprobar “Leyes democráticas contra las actividades antinacionales”.22

18 La proximidad tanto ideológica como en el tiempo de este trabajo de “investigación” recabado por el mondel, con el libro de Benito Nardone, Peligro rojo en América Latina (Montevideo: Impresiones Diario Rural sa, 1961), abre la hipótesis de una cooperación entre aquél movimiento y el político ruralista.

19 Carta del mondel dirigida a los Sres. Adherentes. Montevideo, setiembre de 1959, dnii, Carpeta Nº479 B. Mayúsculas y subrayados en el original. 20 El Bien Público (23/5/60), 5.

21 Ver Gabriel Bucheli, “Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”, Cuadernos de la Historia reciente. Uruguay, 1968-1985 4 (Montevideo: ebo, 2008). 22 La Mañana (31/1/61), 2. Como se verá más abajo, será finalmente alerta, en mayo de 1961, quien presente a las autoridades nacionales un proyecto de ley tendiente a frenar al comunismo.

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Los comunicados a través de la prensa fueron frecuentes hasta entrado el año 1961, para luego desaparecer, síntoma tal vez de la disolución de esta organización. Al mismo tiempo, otras comenzaban a tomar protagonismo en la actividad anticomunista local, siendo alerta y el medl las más visibles. No ha sido posible encontrar las explicaciones de tal desaparición, pero puede deberse al nuevo dinamismo que esos otros grupos vinieron a imprimirle al movimiento.

Resulta sintomático de esto el que, en los distintos manifiestos firmados por el mondel, encontremos nombres que se repiten en las directivas de otras organizaciones similares contemporáneas. De los diecisiete nombre recabados, ocho eran, habían sido o serían dirigentes de alguna de las siguientes organizaciones: Liga Oriental Anticomunista, Movimiento Antitotalitario del Uruguay, Organización Democrática Latinoamericana, alerta y Frente Revolucionario Democrático pro Cuba Libre, además del Ateneo de Montevideo.

Esa situación, sumado a que el citado Movimiento Femenino y el medl nacieran como filiales del mondel, permite conjeturar que nos hallamos ante un frente anticomunista que actuaba en un sentido relativamente unitario, más allá del perfil particular que coyunturalmente le daban las diferentes agrupaciones. Asociación para la Lucha Ejecutiva y Repudio de los Totalitarismos de América (alerta) Esta organización fue creada el 4 de octubre de 1960.23 En sus Estatutos se definía como [una] institución para la lucha y defensa de los ideales democráticos –representativos [que] bregará por todos los medios a su alcance a favor del más estricto cumplimiento de estos PRINCIPIOS:

1º Lucha por la libertad, la justicia, el derecho y el perfeccionamiento de la democracia representativa. 2º Defensa de los derechos humanos, proclamados por la Asamblea General de las Naciones Unidas. 3º Solidaridad con el sistema democrático republicano representativo que ha adoptado nuestra nación.24

Desde noviembre de 1960, alerta desarrolló una fuerte presencia en la prensa nacional. La lista de diarios en que aparecen los sueltos, informes o notas de dirigentes de alerta recorre todo el abanico de las fracciones conservadoras de los partidos: El País (Partido Nacional – ubd), El Debate (Partido Nacional - Herrerismo), El Día (catorcismo colorado), La Mañana y El Diario (coloradismo conservador), El Bien Público (católico), El Plata (Partido Nacional – ubd) y La Tribuna (Partido Nacional).

No debemos descartar una amplia presencia radial. Un memorándum policial hace referencia a sus exhortaciones “a través de la prensa oral y escrita”.25 Precisamente, dos de sus más conspicuos dirigentes eran propietarios de tres emisoras radiales y accionistas de un canal de televisión. Entre los medios de prensa de fracciones de los partidos tradicionales se distingue la mirada crítica del diario batllista Acción. Por su parte, la prensa de izquierda vio, creyó ver o quiso ver en esta orga23 Carta de alerta al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno. Montevideo, 25/5/1961, dnii, Carpeta Nº674. 24 Estatutos de alerta (Montevideo: Impresora Uruguaya S. A.: mayo de 1961), dnii, Carpeta Nº674.

25 Memorándum. Ref: Actividades de las organizaciones que se indican. Montevideo, 18/7/1962, dnii, Carpeta “Policía de Montevideo”, Nº726.

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nización, y en las demás de su tipo, la expresión de una derecha recalcitrante, antidemocrática y “pro-yanki”, cuando no “fascista”.

“[…] como es notorio, lucha activamente contra el comunismo y los totalitarismos. También ha sido sindicada por la izquierda de fomentar las bandas fascistas, y de encarnar la reacción”26 Si nos atenemos a los “principios” presentados en los Estatutos de alerta, podemos sostener que se trata de una plataforma de índole liberal que suscribiría cualquier fracción de los partidos tradicionales. Expresiones como “libertad”, “justicia”, “derecho”, “democracia representativa”, “derechos humanos” o “sistema democrático republicano representativo” así lo ponen de manifiesto.27 Pero los comunicados con que la organización se lanza desde sus inicios a los medios abren paso a una retórica obsedida por “la infiltración roja que es flagelo de la Humanidad”.28 La línea de razonamiento tiene un punto de partida internacional: el mundo asiste a un conflicto mayor que se cierne sobre nuestro país: Desde Praga ha llegado una consigna:

El Comunismo debe bregar por la destrucción de aquellas fuerzas que pueden oponerse a sus fines en virtud de las místicas que lo sustentan: 1º) De la Iglesia, cualquiera sea su orientación.

2º) De los ejércitos regulares, que han de ser sustituidos por milicias “del pueblo”, léase por verdugos que claman el paredón para quienes no piensan como ellos. Todavía la consigna se prolonga:

1º) Lograr la adhesión de los maestros para sembrar el odio contra todo lo que no venga del comunismo. 2º) Lograr la adhesión de los médicos […]

3º) Dentro de cada hogar, procurar que cada madre se transforme en un móvil detrás del cual cada hijo seguiría en pos de un orden comunista.29

“[…] ubicar a los enemigos del país en sus rediles”30 El que sigue, es un llamado público a la denuncia, cuyo acento “macartista” es más que elocuente: Han llegado al recinto sagrado de la Escuela que soñó Varela para forjar hombres libres […] impúdicos, ensayan la prostitución de la infancia conduciéndola

26 Memorándum. Ref.: Se informa sobre organizaciones extremistas. Subtítulo “De derecha”. Montevideo, 24/7/1962, dnii, Carpeta Nº674. 27 Estatutos de alerta, dnii, Carpeta Nº 674.

28 “Llamamiento de alerta”, El Día (8/1/1961), 8.

29 Manifiesto: “Ciudadanos: alerta le pregunta”, El Debate (4/1/1961), 5; La Mañana (4/1/1961), 12 y El Bien Público (4/1/1961), 5.

30 El Debate (29/1/1961), 4.

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hacia el Comunismo. Dr. FELIPE FERREIRO:31 alerta tiene los nombres de los maestros traidores. ¿Quiere Ud. saberlos? […] ¡ESTO NO ES DELACIÓN: ES PATRIOTISMO!!32

El manifiesto continuaba con idéntico mensaje a presidentes y directores de todos los entes del Estado, así como a industriales, comerciantes, propietarios de órganos de prensa e incluso al ministro de Defensa como responsable de los Centros de Instrucción de Oficiales de Reserva. “Están en todos los sectores de la actividad nacional. Al acecho. Prestos a la traición. Capacitados sólo para la traición. Hay que decirlo sin miedo y sin jactancia. En voz alta para que la República escuche y juzgue. Para que se tomen las medidas pertinentes con esos bárbaros”.33 Para terminar con el flagelo, alerta convocaba explícitamente a la militancia ciudadana:

Ciudadanos: Por primera vez en la República. Por primera vez contra la traición organizada, hay un movimiento de hombres libres y responsables, dispuestos a desenmascarar y enfrentar con energía y con firmeza a las bandas comunistas. Por primera vez en nombre de sagrados principios y de normas que la Constitución de la República obliga a defender, los orientales dirán ¡basta! al Comunismo Internacional… Adhiera, afíliese al Movimiento de reivindicación nacional que ha calado más hondo en la conciencia colectiva. Juntos construiremos la victoria más aplastante sobre la barbarie comunista.34

Las debilidades del sistema político La mirada hacia los partidos políticos tradicionales era crítica aunque cautelosa. Mientras alerta denunciaba “el hecho irrefutable de la creciente inquietud social que comenzara en 1950, al amparo de debilidades, demagogias, y de la cual es responsable el Comunismo criollo”,35 la responsabilidad de frenarlo era adjudicada a los partidos: […] los partidos tradicionales por encima del juego sutil que se realiza en beneficio nada más que circunstancial [deben llevar] a cabo una política nacional contra las ideologías internacionales o foráneas […] no es posible admitir que algunos blancos cuiden sus posiciones políticas al precio de una demagogia que resulta inquietante y perturbadora para el país o que algunos colorados despechados ante sus propios fracasos se olviden que hacer oposición al Partido que gobierna no puede significar oposición al destino de nuestra República.36

Pero la ajenidad partidaria tampoco era admisible: “En alerta no hay blancos ni colorados –hay blancos o colorados o cívicos o independientes, que aman a su país […]”. Se lanzaba una advertencia a los malos políticos. Los gobernantes “que no hacen demagogia o politiquería […] serán respaldados por la conciencia nacional”.37

31 Historiador y dirigente herrerista, presidía por entonces el Consejo de Educación Primaria. 32 Manifiesto: “1961- Año de la victoria sobre el comunismo”, La Mañana (19/1/1961), 2. 33 Manifiesto (19/1/1961). 34 Manifiesto (19/1/1961).

35 El Debate (29/1/1961), 4.

36 El Debate (29/1/1961). 37 El Debate (29/1/1961).

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La neutralidad ante la rivalidad entre los dos partidos mayoritarios era expresamente evidenciada, incluso, en términos de referencias históricas. Cuando en mayo de 1962 la organización realizó una serie de actividades en el pueblo de Tupambaé, departamento de Cerro Largo, la delegación de alerta fue al lugar de la batalla que lleva ese nombre,38 “a rendir homenaje a los caídos de ambos bandos”.39

Para los integrantes de alerta quedaba una esperanza si los partidos desfallecían y si la aplicación de la fuerza se volvía necesaria. En ese sentido, las Fuerzas Armadas serían el “último respaldo de nuestra democracia”, por lo que “deben seguir de cerca y con atención los próximos acontecimientos”.40

Juventud y educación Los jóvenes fueron blanco destacado de la prédica de alerta. En una de las primeras apariciones públicas de la organización se anunciaba que “En el seno de alerta se analizaron los problemas de la juventud actual”. En un “Ateneo de Montevideo rebosante de público […] fueron analizados los descabellados desvaríos de los demagogos […] y las absurdas e irreverentes reacciones de algunos sectores de la juventud”. La disertación estuvo a cargo del Prof. Juan Carlos Sabat Pebet.41 Lamentó que “desde la propia Universidad están actuando con una impresionante irresponsabilidad y un lenguaje inadecuado”. Se hacía necesario “luchar contra ciertos «slogans» disparatados y antisociales que andan de boca en boca” y se mostró “partidario de una propaganda adecuada de firmes principios morales”. Exigía “que en los planes de estudios oficiales […] la asignatura de [sic] Educación Cívica y Democrática, no sea de libre aprobación […] dar lugar a sanción cuando el alumno no haya querido estudiarla, ni entenderla (aplausos) […]”. Finalmente, y en medio de un clima de entusiasmo, según el cronista de El Día, “la Asamblea apoyó por unanimidad la moción [de] someter a las autoridades de la enseñanza” la propuesta de que todo profesor manifieste oportuna y solemnemente estar del lado de los principios democráticos que rigen al país.42

Resulta interesante detenerse en la siguiente movilización llevada adelante por alerta. Consistió en un acto en la localidad de Tupambaé (Cerro Largo), como resultado del “esfuerzo de los activos ciudadanos de dicha localidad”, y consistió en la “formación y puesta en marcha de un Club de la Libertad filial de alerta”. Hicieron uso de la palabra dos estudiantes mujeres de la localidad y dos montevideanos dirigentes estudiantiles de alerta. Éstos hablaron de “la situación que atraviesa nuestra Universidad debido a la penetración de las ligas marxistas […] la infiltración comunista en todos los órdenes de la vida ciudadana”, culminando con sugerencias sobre la forma de contrarrestar la influencia marxista-leninista mediante la difusión en su medio del Curso para Formación de Líderes Demócratas, que se llevaba a cabo en la capital en esas 38 La batalla de Tupambaé tuvo lugar durante la guerra civil que enfrentó a las tropas del caudillo blanco Aparicio Saravia con el gobierno colorado de José Batlle y Ordóñez, los días 22 y 23 de junio de 1904. Dirigía las tropas blancas el propio Saravia y las gubernistas el Gral. Pablo Galarza. Fue una de las batallas más sangrientas que registra la historia del país. 39 El País (4/6/1962), 5.

40 El Debate (29/1/1961), 4.

41 Fue candidato a Senador por el Partido Colorado, encabezando una de las listas del sub-lema “Por los ideales de Batlle” en las elecciones de 1958, pero no fue electo. 42 El Día (3/11/1960), 4.

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semanas. Luego, la concurrencia se trasladó al cine “Tupambaé” donde se proyectaron “ilustrativos films que mostraban las ventajas del sistema de vida occidental y cristiano sobre el soviético”.43

“…faltan leyes para los delitos contra la Patria…”44 El proyecto de Ley de “Defensa de las bases fundamentales de la Nacionalidad y de los Derechos Individuales” fue el plan político de mayor envergadura que promovió alerta, lamentando “que no haya una ley de actividades antinacionales, de indeseables”.45 La mencionada muerte de Billoto en enero de 1961 constituyó un jalón para poner en marcha la propuesta: alerta reclama una LEY DE ACTIVIDADES ANTINACIONALES. alerta reclama una LEY DE INDESEABLES […] alerta reclama que a los sujetos peligrosos para la seguridad y la estabilidad de la Democracia, se les aleje de los puestos claves y de mayor responsabilidad. Eso puede hacerse; debe hacerse por la seguridad de la nación.46

La propuesta, presentada en mayo de 1961 ante el Consejo Nacional de Gobierno, se fundaba en el derecho de petición que habilitaba el Artículo 30 de la Constitución vigente y se anunciaba el propósito de la “constructiva colaboración con los Poderes Públicos”.47 El país amenazado, de “destrucción total”, “al amparo de consignas, directrices y apoyo financiero brindado con largueza por el imperialismo soviético y sus satélites” requería de la “inmediata sanción de un régimen represivo que tienda a proteger la forma democrática republicana […] consubstanciada desde los orígenes de nuestra nacionalidad con los principios que nos legara Artigas”.48

La redacción del anteproyecto se realizó con el aporte del Dr. Juan B. Carballa49 y del Juez Letrado de 3er. Turno, Dr. Emilio Siemens Amaro.50 Según dijo Carballa a alerta: “tiende a dar protección a intereses jurídicos a diario desconocidos y faltos, hasta el momento de disposiciones represivas”. Se agregaba que “no cree que nuestro país deba a aspirar a un orden fundado en la amenaza de las penas, pero sería ingenuo a esta altura de las cosas, creer que no las necesitamos”.51

Días después, la Asociación convocaba a una conferencia de prensa para presentar el anteproyecto. El Día tituló: “Célula democrática consciente en contraposición al fenómeno comunistizante infiltrado en el mundo”. En la nota se establecía que el texto “llena el vacío que la legislación positiva actual no prevé para este tipo de delito”.52 El País consignó que “alerta

43 El País (4/6/1962), 5.

44 Declaraciones del Presidente de alerta, Dr. Leopoldo A. Hughes, El País (2/6/1961), 4. 45 El Diario (14/12/1960), 6 y El Día (15/12/1960), 4.

46 Manifiesto (19/1/1961).

47 Carta de alerta al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno, 25/5/196. 48 Carta de alerta al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno.

49 Desarrolló una amplia actividad académica en el ámbito jurídico. Escribió, entre otras obras, Delitos contra la Patria (1951) y Medidas de seguridad (1977). Fue diputado por el Partido Colorado en Canelones, en 1948, ejerciendo una suplencia. 50 Fue Consejero de Estado en el primer período de la dictadura cívico-militar (19/12/1973 a 2/8/1976) Tras la intervención del Partido Nacional por parte de las autoridades dictatoriales, fue nombrado por el régimen, el 15 de marzo de 1979, Presidente de la Comisión Administradora de los bienes partidarios. 51 Carta de alerta al Presidente del Consejo Nacional de Gobierno. 52 El Día (1º/6/1961), 4

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ha considerado inaplazable la inmediata sanción de un régimen represivo que tienda a proteger la forma democrático-republicana [mediante] la redacción de un proyecto de ley tendiente a ampliar el Código Penal”.53 alerta

y la práctica de la violencia política

La prédica de alerta en lo relativo a la violencia osciló entre el tono defensivo y el amenazante. Por un lado se decía que “al Comunismo no se le debe combatir con violencias y sí con firmeza”;54 pero el mismo manifiesto no dudaba en expresar que “alerta está dispuesto a enfrentarlos cualquiera sea el precio que pueda costarle esa lucha […] no está dispuesta a caer en debilidades ni a demostrar cobardía […] Pero no teme las expresiones de violencia pues, además de la razón le asiste la fuerza: el país entero y demócrata, y sus Fuerzas Armadas”.55

A la violencia del enemigo se debía responder de la misma manera, o incluso superándolo en firmeza: “[…] Es preciso hablarles el idioma que ellos quieren hablar. Responderles en el plano que ellos elijan. Contestarles en términos inmediatamente más firmes y radicales que los por ellos empleados. No cabe otra postura”.56 No faltaban referencias marciales: “Ya lo sabían con Artigas, aquellos bravos de los tiempos de la Patria […] alerta los convoca para formar legión y salvar al País, para salvar a sus hijos”.57

Sin embargo, cuando se produjeron actos de violencia adjudicados a la derecha, alerta se apresuró en deslindar toda responsabilidad. Cuando, en agosto de 1961, los disparos efectuados contra la multitud que salía de la Universidad en ocasión de la conferencia de Ernesto “Che” Guevara cobraran la vida del profesor Arbelio Ramírez, tanto la prensa de izquierda como el diario batllista Acción publicaron notas o comunicados asignando la responsabilidad del hecho a grupos de derecha, entre ellos alerta.58 En carta enviada al diario Acción, este grupo declaraba que “no ha intervenido ni participado directa o indirectamente en la injusta muerte del Profesor Ramírez –cuyo alevoso crimen ha repudiado públicamente”.59 La respuesta de Acción precisó el sentido que asignaba a la responsabilidad de alerta, tal vez indirecta pero no por ello, a sus ojos, menos pertinente: […] sin que la Policía logre esclarecer el secreto a voces de cómo y a manos de quienes murió el Profesor Ramírez, alerta –como lo harán sin duda las demás organizaciones de su tipo– recupera su arrogancia […] Mantenemos enteramente nuestras afirmaciones sobre la responsabilidad de alerta, y de todas las demás organizaciones mencionadas en los tristes hechos que, a lo largo de los dos años últimos, han venido jalonando un alarmante proceso de decadencia en nuestro régimen tradicional de libertades y garantías. No sabemos en qué porcentaje o cuotas

53 El País (2/6/1961), 5.

54 El Debate (29/1/1961), 4. 55 El Debate (29/1/1961). 56 El Debate (29/1/1961). 57 El Debate (29/1/1961).

58 Un comunicado conjunto de la feuu, la ctu y el Comité Coordinador de apoyo a la Revolución Cubana denunciaba a “loa, medl, alerta o las denominadas Tacuara y En Guardia”, El Popular (19/8/1961), 8. 59 Acción (7/9/1961), 3.

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podría distribuirse esa responsabilidad […] La declaración que publicamos era y sigue siendo muy clara […] alerta no puede ya, a esta altura de los sucesos, escamotear la grave responsabilidad que le incumbe en todo ese clima de intolerancia y de violencia física. alerta quiere decir “Asociación para la LUCHA EJECUTIVA y repudio…”, y una entidad que así se autodefine no puede negar verosímilmente su condición antidemocrática […] si combatimos a alerta es precisamente por todo lo que de común tiene, ella sí, con el comunismo.60

Por cierto que este pronunciamiento político del batllismo quincista da cuenta de la intención de ese grupo por retener para sí el espacio político del “justo medio”, equidistante de ambos extremos ideológicos, y constituye también la presunción de que toda expresión política de derecha que se radicalizara parecía condenada a deslizarse a la tentación de la violencia de tipo fascista.

En el invierno de 1962, otros hechos de violencia sacudieron al país. Se trató de una ola de tatuajes con esvásticas a militantes de izquierda y otros atentados. alerta censuró los hechos, pero dejó en suspenso su opinión acerca de las responsabilidades en los mismos, “donde sólo pudieron haber actuado los comunistas o los fascistas; unos, para capitalizar por el atentado más adeptos, y los otros, porque pretenden reverdecer sus viejas tácticas”.61

Los dirigentes de alerta: “personas de singular valía y de probada fe democrática”62 En los Estatutos de alerta figuran los nombres de cinco personas que consideramos el “grupo fundador”. Se trata del Dr. Leopoldo A. Hughes, el Ing. Arturo Marques, John Henderson, el Ing. Luis A. Artola y Raúl Fontaina.63

En el conjunto de la documentación disponible en los archivos de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (dnii), hemos podido identificar un total de veintiocho dirigentes de alerta. Conforman un conjunto donde convergen prestigiosos profesionales, poderosos empresarios de los sectores comercial, financiero, industrial, ganadero y de los medios de comunicación, dos militares retirados, un escritor y dos importantes políticos del Partido Nacional. La información biográfica obtenida acerca de estas personas es incompleta pero permite extraer algunas conclusiones, útiles para aproximarnos a la naturaleza de esta organización y, sobre todo, para pensar en torno a qué redes sociales podía conformarse en el Uruguay de 1960 una pujante organización anticomunista como alerta.

En primer lugar, es notoria la vinculación de varios de sus dirigentes con el mundo de los negocios.64 Diez de ellos eran en aquellos años connotados empresarios. Cuatro integrantes de alerta figuraban también como asesores legales, directores o representantes de numerosas empresas importantes. La lista de conexiones empresariales se enriquece cuando observamos la participación de varios de ellos en las directivas de diversas cámaras empresariales: Unión Industrial del Uruguay 60 Acción (7/9/1961). Mayúsculas en el original. 61 El País (28/5/1962), 5.

62 Memorándum, 6/4/1962.

63 Estatutos de alerta (1961).

64 Su relación con el poder económico se deja ver en esta apreciación que alerta hizo pública con absoluta naturalidad. Ante la pregunta “¿De dónde le viene el dinero al comunismo?”, se respondía que “alerta ha advertido a las instituciones bancarias sobre la necesidad de averiguarlo”. Tomado de El Debate (29/1/1961), 4.

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(uiu), Federación Rural (fr), Cámara Nacional de Comercio (cnc), Asociación de Corredores de Bolsa de Montevideo, Cámara de la Construcción del Uruguay, Unión de Exportadores del Uruguay y Asociación Nacional de Broadcasters del Uruguay (andebu). Es pertinente subrayar que dos de los dirigentes de alerta eran hijos de antiguos dirigentes de varias cámaras empresariales, repitiéndose algunas (la uiu, la cnc y la fr) y apareciendo otras: Asociación Rural del Uruguay, Asociación de Cámaras de Comercio y Liga de Defensa Comercial.

Ya ha sido explicitada la función que tenía en la estrategia anticomunista la campaña mediática. Es sintomática, entonces, la presencia entre los dirigentes de alerta de los propietarios de tres emisoras de radio (Carve, La Voz del Aire y Oriental), el canal decano de la televisión uruguaya (Canal 10 - saeta tv), así como la de hombres vinculados a dos diarios montevideanos (El Plata y El Bien Público). Una conexión merece ser evidenciada: dos propietarios de radios, Fontaina y Artola, fundadores de alerta, compartían acciones en saeta tv. Sugestivamente, fue el Comité Ejecutivo de alerta, integrado por ambos, el que nombró como Secretario General Ejecutivo de la Asociación al Cnel. (R) Volpe, quien en 1957 era Director de la División Radiocomunicaciones dependiente del Ministerio de Defensa Nacional, lo que muy probablemente los había puesto en relación.

Entre los dirigentes encontramos a dos connotados políticos blancos, ambos del nacionalismo independiente, que compartieron su actividad en el mundo empresarial con la político-partidaria: el Dr. Gervasio Posadas Belgrano, quien fuera senador (1941-42) y ministro (1939-41), entre otros cargos, y el Dr. José Pedro Aramendía, que sería presidente del brou65 (1965). Además, otros dirigentes de alerta eran hijos de figuras públicas que habían tenido notoriedad en el campo de la política décadas atrás.66

Existe un ámbito específico en el que coinciden varios dirigentes de alerta. Se trata del Rotary Club de Montevideo (rcm). Entre aquellos encontramos varios socios de este último. Al menos siete dirigentes de alerta fueron socios de dicho Club, habiendo compartido militancia varios de ellos entre los años 40 y 50; dos de ellos fueron presidentes del rcm. Es de interés destacar que los padres de dos dirigentes de alerta también habían coincidido en Juntas Directivas del rcm. Si bien los propósitos políticos del rcm, dicho esto en el sentido más amplio del término, no eran explícitos, sí se produce una toma de posición pronorteamericana en torno a la Segunda Guerra Mundial y fuertemente panamericanista en los primeros años de la Guerra Fría.67

Desaparición de alerta Entre noviembre de 1960 y el primer semestre de 1962 la presencia de alerta en la prensa fue muy marcada. A partir de ese momento, sus comunicados se van haciendo más espaciados en el tiempo para luego desaparecer de los medios escritos. Este movimiento parece haber recogido las ambigüedades propias del escenario anticomunista. Posiblemente sea en el campo de la acción política donde la interna se resquebrajó. Dos muertes producidas en ocho meses68 pudieron poner en duda el papel de este tipo de organizaciones, sobre todo para los sectores más liberales del anticomunismo criollo, más allá del grado 65 Banco de la República Oriental del Uruguay.

66 Son los casos de L. A. Hughes, Raúl y Roberto Fontaina y el propio Aramendía.

67 Ver Enrique Brussoni, Historia del Rotary Club de Montevideo (Montevideo: Rotary Club de Montevideo, 1984), 208 y 236. 68 Serafín Billoto en enero de 1961 y Arbelio Ramírez en agosto del mismo año.

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de responsabilidad directa que les cupiera en esos hechos. Es posible que renombradas figuras de alto prestigio social no desearan quedar involucradas, al menos visiblemente, en lo que podía ser un escenario de violencia creciente.

El carácter suprapartidario del movimiento también pudo agotar sus energías políticas. Su período de vida más activo, entre octubre de 1960 y junio de 1962, corresponde al tiempo interelectoral. Es probable que la centralidad recuperada por los actores partidarios (los partidos y sus múltiples fracciones) ante la puja electoral, debilitara a las organizaciones que sustentaban su práctica y su discurso en tan sólo uno de los temas de la agenda de aquellos. La lucha comicial posicionaba el acento de lemas y sub-lemas en otras cuestiones. ¿Una muestra de la escasa repercusión que a nivel popular (léase electoral) tenía la cuestión del anticomunismo?

El Movimiento Estudiantil para la Defensa de la Libertad El historiador norteamericano Van Aken presenta a este movimiento como el intento más sólido por conformar una oposición “democrática” a la supremacía de las agrupaciones de izquierda en las estructuras gremiales universitarias. Los orígenes […] son en cierto modo oscuros. Surgió de las sombras como parte de un amplio movimiento anticomunista a fines de 1959 o a principios de 1960, período en que se agravaban las tensiones político-sociales en el país. Por supuesto que el temor al contagio político de Cuba era una fuerte motivación para este movimiento anti-izquierdista. Pero el caso del medl no puede ser considerado simplemente como la respuesta natural de los demócratas uruguayos a las amenazas del radicalismo, porque hubo algo artificial y poco natural en él desde su mismo principio. Fue una organización a gran escala, que apareció de la nada, hizo ferviente propaganda, intentó sin éxito tomar la Universidad por asalto, y luego desapareció tan súbitamente como había aparecido. Durante algunos meses el medl disfrutó de abundantes fondos de origen desconocido.69

Esa aparente “artificialidad” planteada por Van Aken estaba sustentada, según él, en la influencia que tuvo en su creación la voluntad política de una organización no estudiantil de la que ya hemos hablado, el mondel, del cual el medl “dependía o era un afiliado”.70 Van Aken sostiene que “la dirección del medl había sido confiada al Dr. Miguel Blanzaco,71 del cual se decía que estaba estrechamente vinculado al importante diario El Día”.72 Esta afirmación viene a abonar la hipótesis de que el medl fuera sólo la fachada estudiantil de un movimiento político anticomunista más amplio. Sin embargo, es notorio que la organización fue fructífera en reclutar jóvenes estudiantes detrás de sus ideas.

69 Van Aken, Los militantes, 224. 70 Los militantes, 225.

71 Según consta en archivos de la dnii, había sido Secretario de la loa, integrante del mondel y militante de la “Lista 14” del Partido Colorado. “Agrupaciones anticomunistas”, Montevideo, 22/9/1958, dnii, Carpeta “Policía de Montevideo”, Nº479. 72 Los militantes, 225.

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En notas de prensa, el medl decía contar con diez mil afiliados, la mayoría de ellos entre los 14 y 18 años73 y tener el respaldo de sesenta mil seguidores.74 No existen elementos objetivos para verificar esas cifras.

El punto de partida: “la infiltración anarco-socialista-comunista” en la enseñanza El “Informe sobre la situación universitaria en el Uruguay” es un documento fundacional del medl que denuncia la penetración de la izquierda en los centros educativos. El informe señalaba la situación en los diferentes centros universitarios en los que predominaban grupos izquierdistas. Las referencias a éstos eran concluyentes: “grupos enemigos”, “grupos disolventes”, “cruda infiltración anarco-comunista” o “total dictadura de la tendencia socialista-comunista”.75 Ganar adhesiones en las generaciones más jóvenes era estratégico:

[Se] está logrando el desarrollo gremial de Secundaria para contrarrestar la acción de ciertos agitadores que provocaron huelgas y ocupaciones de Liceos, y está difundiendo ideas de orden y responsabilidad tanto en los aspectos estudiantiles e internos de nuestro país, como con respecto a la Defensa del Mundo Libre contra la agresión roja.76

En los liceos del Interior del país se habían “ya creado importantes bases de acción en Rocha, Paysandú y Lavalleja. En el Interior, las perspectivas son aún más favorables, como regla general, las localidades de extensión limitada como son las Capitales Departamentales, ofrecen campo poco propicio para la infiltración de los agitadores rojos”.77

Las dificultades encontradas para contrarrestar la situación eran las siguientes: “la pasividad, la indiferencia de la mayoría del estudiantado”; “ausencia de sólidos principios cívicos y morales en el estudiantado, que se deja conducir a la indisciplina y el desorden movido por los falsos ideales y fines que los agitadores esgrimen hábilmente”; “falta de coordinación, de dirección y de armas dialécticas en aquella juventud que está dispuesta a resistir”.78 En consecuencia, el medl se proponía las siguientes “líneas de acción”: “despertar en el estudiantado, en los Profesores y Profesionales, la conciencia y la gravedad de la situación”; “despertar en todos una enérgica militancia”; “hacer una verdadera labor educativa difundiendo en el estudiantado joven, sanos conceptos cívicos y morales”; “realizar una labor de verdadero Estado Mayor, que […] impulse la lucha general por la recuperación de la Universidad”; “proveer de entrenamiento y armas dialécticas a todos aquellos que luchen por nuestra causa”.79

73 Acción (24/7/1962), 6. 74 El País (7/1/1961), 5.

75 medl, “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”. Montevideo, 22/1/1960, dnii, Carpeta Nº479. 76 medl, “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”. 77 “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”. 78 “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”. 79 “Informe sobre la Situación Universitaria en el Uruguay”.

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El reclamo de ruptura con el régimen cubano En enero de 1961, en consonancia con la campaña mediática que desarrollaban un conjunto de organizaciones, el medl publicó un manifiesto que “traduce el sentimiento de 60.000 estudiantes y del pueblo uruguayo en general” contra las actividades cubanas en el país. Declaraba que “se impone el contacto de las fuerzas vivas del país con los poderes públicos y con todos los organismos ejecutivos, para presentar la patriótica exigencia de tomar medidas rápidas y enérgicas. En defensa de nuestra soberanía y nuestra nacionalidad, y por el respeto de la dignidad humana y los derechos del hombre”. Se reclamaba por ello que “Uruguay no debe mantener relaciones diplomáticas y consulares con Cuba”.80

Además, el medl señaló a aquellas organizaciones que, sin ser estrictamente comunistas, actuaban como “adláters” [sic] del comunismo. Cumplían esa función la feuu, el semanario Marcha, la “Lista 15” y su diario Acción, el Plenario Obrero Estudiantil, el Socialismo, la Agrupación Nuevas Bases, la fracción política de Enrique Erro, el mro y “quizá Época, hasta que demuestre lo contrario”. La mirada sobre el quincismo era elocuente, tratándolos de “tontos útiles”. No es que la “Lista 15” fuera comunista, pero en su desordenada lucha por llegar al poder les “hace el caldo gordo”. En definitiva, “la tercera posición es una traición”.81

El medl y la violencia La cuestión de la violencia recorrió toda la peripecia del medl, tanto por presentarse como víctima de acciones de la izquierda, como por ser acusado él mismo de gestarla.

El “asalto” fallido a la Universidad de octubre de 1960 fue presentado por el medl como una agresión violenta de los comunistas contra estudiantes “demócratas”. En un manifiesto aparecido en la prensa dos días después, el medl declinaba toda responsabilidad y deploraba los hechos, afirmando que “la violencia es el clima más favorable a las fuerzas totalitarias”. Se indicaba que, según la versión “proveniente de círculos estudiantiles totalmente confiables”, los izquierdistas habían atacado a balazos a “un grupo de estudiantes demócratas [que] indignados por la prepotente influencia que ejercen las fuerzas comunistas en la Universidad, resolvieron manifestar su repudio a la situación, colocando sobre la puerta de la Universidad, fijado con alambre, un cartel de tela con la inscripción «Presupuesto Sí, Comunismo No»”.82 Sin embargo, en los archivos de inteligencia policial existen evidencias sobre el porte de armas por parte de seis estudiantes “demócratas” que quisieron ingresar esa noche al local universitario y fueron detenidos en las inmediaciones por la policía.83

Desde entonces, las denuncias de integrantes del medl ante la policía sobre atentados ocurridos o en riesgo de producirse fueron recurrentes. En los archivos de la dnii se han encontrado numerosos ejemplos. 80 El País (7/1/1961), 5. Los Estados Unidos rompieron relaciones con Cuba el 3 de enero de 1961, hecho indudablemente encadenado con la campaña local que exigía la ruptura. Esta era, además, la posición pública de los Consejeros de Gobierno Benito Nardone y César Batlle Pacheco. 81 El País (14/7/62), 5 y El Plata (14/7/62), 3.

82 El País (7/10/1960), 5.

83 Departamento Nº3. Oficio Nº361/60. Montevideo, 6/10/1960. Carta del Sub-Comisario Encargado al Señor Juez Letrado de Instrucción y Correccional de 6to. Turno. dnii, Carpeta “Policía de Montevideo”, Nº781.

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El análisis de esta serie de denuncias, que constituyen una lista seguramente incompleta, no es sencillo, por lo que manejaremos diversas hipótesis, probablemente complementarias. Si bien ninguna organización de izquierda parecía embarcada en la realización de atentados políticos a esa altura de la década (nótese que ni las denuncias ni las investigaciones policiales, al menos las disponibles, apuntan a grupos específicos, más allá de generalidades), no deben descartarse acciones espontáneas de militantes izquierdistas que actuaran de manera inorgánica, respondiendo a la dialéctica de violencia de la etapa. De todos modos, la secuencia de denuncias deja latente el sentimiento de persecución de los militantes de la derecha, real o imaginado. Tampoco debe descartarse el uso político de la denuncia con su efecto propagandístico. Si un objetivo declarado era poner a los comunistas fuera de la ley ¿qué mejor manera que demostrar que actuaban en la ilegalidad?

Respecto a presuntas acciones de violencia en las que habrían participado militantes del medl, no existe evidencia incriminatoria definitiva. Las acusaciones de la izquierda, a las que debe sumarse el diario quincista Acción, son tan numerosas como azarosas. Esto ocurrió tanto ante el “asalto” a la Universidad (octubre de 1960),84 en el caso de los incidentes frente a la sede del Partido Comunista que terminaron con la muerte de Billoto (enero de 1961),85 como en el asesinato de Arbelio Ramírez (agosto de 1961),86 o ante las agresiones con tatuaje de esvásticas (invierno de 1962).87 La respuesta del medl fue sistemáticamente la de negar toda responsabilidad. En los dos primeros casos, el argumento consistía en invertir la direccionalidad de la violencia (los militantes anticomunistas eran presentados como víctimas, no como agresores);88 en los otros dos casos se rechazó toda vinculación.89

No existe mayor evidencia sobre el uso de violencia física por parte de los militantes del medl. Los seis atacantes de la Universidad detenidos con armas no han podido ser vinculados a esa organización; la denuncia de que los tiradores que mataron a Ramírez huyeron en dirección al local del medl para cobijarse en su interior resulta imposible de probar. ¿Constituye esto un elemento para sostener que el medl era ajeno a la práctica de la violencia? Sin duda no. Se puede manejar razonablemente la hipótesis de que esta organización fuera usada como fachada por grupos interesados en imponer una lógica de violencia. Calibrar qué grado de responsabilidad cabría entonces a sus dirigentes escapa a las posibilidades de este trabajo. Van Aken, para interpretar el acercamiento del medl a prácticas de violencia, ofrece el mismo argumento que ha sido utilizado para explicar las mismas prácticas en la izquierda: la

84 Habrían actuado “bandas fascistas de la loa –que actúan también bajo el nombre de una de sus secciones, léase medl–”. El Popular (6/10/1960), 1

85 “Hampones asalariados de la embajada yanki a través de la loa y el medl atacan la Universidad, locales estudiantiles y la Casa del Partido Comunista; apedrean y balean, junto con la policía”. El Popular (13/1/1961), 8. 86 “Fascistas del medl asesinaron ayer a un profesor”, El Popular (18/8/61), 1. En los días siguientes El Popular denunció a integrantes del medl, a personas vinculadas con ambos partidos tradicionales y a hampones a sueldo como participantes en el incidente, además de complicidad a la policía por encubrir la huida de los tiradores. Según su versión, éstos se habrían refugiado en el propio local del medl, a pocos metros del iava. Esta ha sido la versión incorporada en el imaginario de la izquierda uruguaya, pero nunca pudo ser probada. 87 Acción (24/7/62), 6.

88 El País (7/10/1960), 6 y Volante del medl: “El pueblo uruguayo exige JUSTICIA” (enero de 1961), dnii, Nº 479. Mayúscula en el original. 89 Conferencia de prensa, El Diario (14/7/62), 7; El Bien Público (14/7/62), 5; El País (14/7/62), 6; El Plata (14/7/62), 3 y Acción (24/7/62), 5. En esa conferencia de prensa se deslizó la sospecha de que en el caso Barret se trataba de un autoatentado, igual que la versión que hizo pública alerta.

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“autodefensa”, “Cuando algunos pegadores de carteles del movimiento tuvieron problemas con activistas de la Federación [feuu], el «aparato» contrató matones para que les sirvieran de guardaespaldas, y poco después un grupo de casi veinte hombres armados tomó a su cargo la tarea de vigilar el cuartel general de la organización”.90 En 1960, luego del “asalto” a la Universidad, un comunicado de prensa del medl decía que sus integrantes “se han visto precisados a [sic] andar armados en previsión de un posible ataque de elementos adversos a sus ideas”.91 Más tarde, en 1962, el presidente del medl, Victorio Ferrero, contribuía públicamente a fortalecer esa idea: “El comunismo está formando un plan que tiende a arrastrar a los demás a la violencia […] hay un segundo plan, que son las «brigadas de vigilancia» para tratar de fomentar y provocar incidentes, que a la postre causen choques armados y harán de nuestro Uruguay una segunda Cuba”.92 ¿Cuál es la distancia que media entre la autodefensa y la agresión armada? Ha sido en general un dilema difícil de resolver.

La cuestión del financiamiento del medl El origen de los recursos de un movimiento sustentado en una importante campaña propagandística93 fue fundamento para que, desde diversos sectores de la opinión, se insistiera en un financiamiento “externo” a la propia organización. Y dado el carácter esencialmente anticomunista y anticastrista del medl, la respuesta apuntaba a organismos estadounidenses. Esta fue, por supuesto, la presunción de todos los voceros de la izquierda partidaria y estudiantil y referencias como la de El Popular, “medl, alerta y otras organizaciones pagas por la embajada norteamericana”,94 eran nota corriente. Pero esta presunción también se dejaba ver con ironía en el diario del batllismo quincista Acción: El medl cuenta con 10.000 afiliados, la mayoría de los cuales tienen entre 14 y 18 años de edad; sin embargo realiza una profunda campaña propagandística, gastando a manos llenas. Ayer, [en la conferencia de prensa] los cronistas fueron recibidos con whisky –no regateado– con lujos varios y una excusa: «no recibimos apoyo económico de la embajada americana», cosa que por otra parte ya se sabía. Pero afirmaron que la cuota mínima es de un peso, existiendo otras personas que aportan sumas mayores. Se preguntó quienes son pero no se obtuvo respuesta.95

Incluso sectores estudiantiles de militancia “demócrata” y anticomunista, que se organizaban para disputar los espacios gremiales a la izquierda, desconfiaron del medl dado el oscuro y sospechado origen de su financiamiento. El testimonio de O.B.96 es, en ese sentido, elocuente: 90 Los militantes, 230.

91 La Mañana (8/10/1960), p. 3. 92 El Plata (14/7/62), 3

93 Además, el medl arrendaba un amplio local de dos plantas (“suntuosa residencia”, acota Van Aken) en la calle Tristán Narvaja casi Lavalleja (hoy Emilio Frugoni casi Enrique Rodó). 94 El Popular (18/8/1961), 1. Nota relacionada con el asesinato de Arbelio Ramírez. 95 Acción (24/7/62), 6.

96 En la entrevista concedida para este trabajo, O.B. relató cómo un numeroso grupo de estudiantes que se aprestaba a ingresar al iava y se proponía desarrollar militancia estudiantil, fue convocado por dirigentes del

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El medl, a nosotros, estoy hablando de la generación aquella, los que no lo integramos, nos dio la impresión de algo muy manipulado, con mucho dinero, fue una cosa que nos hizo sospechar, claro, nunca tuvimos una prueba de nada […] Recuerdo una vez una reunión con la gente que quería meternos en el medl […] nos querían meter adentro, una discusión […] “¿y de donde están sacando la plata?” “Bueno, hay gente que contribuye” […] y hubo una insistencia nuestra que generó una desconfianza y al no tener una respuesta clara fue que nos abrimos.97

La misma idea recogió Van Aken en entrevistas a protagonistas de los hechos. En relación al financiamiento del medl por parte de la Embajada de los Estados Unidos, afirma que “esas acusaciones provienen no de los militantes de la feuu sino de los dirigentes del medl”.98 Van Aken concluye que el medl era controlado por una “verdadera estructura de poder, que los integrantes llamaban el «aparato». De acuerdo con los estudiantes que formaron parte del medl, el verdadero poder estaba en manos del Movimiento Nacional para la Defensa de la Libertad, el Ateneo, El Día y la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos”.99

Desaparición del medl La última documentación disponible acerca del medl es de octubre de 1962, pero todo hace pensar que ya hacía meses que su presencia era casi nominal en el ámbito estudiantil. Según Van Aken, a pesar de haber ganado importante adhesión en los medios estudiantiles anti-izquierdistas, su estructura de funcionamiento, dominada por un “aparato” manejado por “adultos”, y la certeza de sus propios militantes de ser financiada por la Embajada de Estados Unidos, llevó en algo más de un año al descalabro y desaparición del medl. Como elemento relevante para su crisis, Van Aken menciona el fallido “asalto” a la Universidad en octubre de 1960, siendo severamente castigados sus dirigentes por las propias autoridades universitarias.100 Este comunicado de abril de 1962 ofrece la perspectiva policial de la progresiva desaparición pública del medl: […] en un principio desarrolló bastante actividad entre los sectores juveniles del interior del país, pero actualmente se ha desdibujado un poco su actuación en esos medios, y también en la Capital, donde hace un tiempo estuvo muy activo en propaganda y realización de actos públicos.101

Según Van Aken, en setiembre de 1960 se había producido una ruptura dentro del medl: La creciente toma de conciencia de las manipulaciones del “aparato” produjo muy pronto una fisura en filas de los estudiantes dirigentes del medl. Los que se oponían a ser dominados por aquél se llamaban a sí mismos “independientes”, tildando a sus adversarios de “serviles”. En setiembre de 1960 los independientes lograron

medl para integrarlos a su organización. No siendo convencidos, formaron otra agrupación que se llamó “Movimiento Estudiantil Democrático” (med) y que operaba exclusivamente en el iava.

97 Entrevista a O.B.

98 Los militantes, 224. 99 Los militantes, 226.

100 En junio de 1963 culminó el trabajo de una Comisión de la Facultad de Medicina que aplicó severas sanciones a varios estudiantes acusados de participar en el hecho. 101 Memorándum, 6/4/1962.

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la mayoría en la Comisión Directiva, y trataron de arrancar el control a los dirigentes adultos. El “aparato” respondió cerrando el cuartel general del medl por algunos días, pasados los cuales el centro reabrió con una nueva comisión directiva compuesta por “serviles”. Los independientes que se separaron fueron denunciados como comunistas por los nuevos dirigentes.102

Algunas conclusiones Las evidencias relevadas indican que entre 1959 y 1960 se produjo una ofensiva anticomunista de sectores liberal/conservadores, empujados por el itinerario de la Revolución cubana y la vigorosa actividad propagandística que desarrolló la izquierda (partidaria, estudiantil y sindical) en su apoyo. Es notorio el papel de diversas fracciones de los partidos tradicionales y sus órganos de prensa más representativos en la construcción del discurso, pero lo novedoso es la proliferación de organizaciones emanadas de la sociedad civil, que irrumpieron con un discurso que oscilaba entre la reivindicación democrática, la obsesión anticomunista y la amenaza lisa y llana contra los portavoces del “desorden”.

El discurso de estas organizaciones estaba cargado de urgencias (la denominación alerta es, en ese sentido, elocuente) y presentaba un hondo sentido de cruzada nacional. Frente a un peligro que parecía amenazar el statu quo, era necesario activar respuestas radicales que encendieran la alarma ciudadana, tocando resortes claves del imaginario nacional: la escuela, la familia, la juventud, la patria, el Estado. Todas las certezas se podían perder si la ciudadanía no reaccionaba en clave patriótica. Así podemos resumir sus principales contenidos políticos e ideológicos:

• Anticomunismo visceral de referencias panamericanistas y occidentalistas; • matriz democrático-liberal, pero abierta a la resolución del peligro por la vía represiva, con alusión específica al papel de las ffaa; • el movimiento se ubica dentro de la tradición conservadora uruguaya: desconfianza de los políticos pero apego a los partidos y sus tradiciones; • el discurso no contiene referencias explícitas a la necesidad del uso de la violencia, pero está cargado de alusiones marciales; • marcada composición empresarial y deslices de posicionamiento empresista; • antitotalitarismo: construcción de un relato que identifica al comunismo con el nazifascismo; • en el plano regional, fuerte rechazo del peronismo; • promoción de la delación del “enemigo” de la patria; • prédica moralizante, en particular en relación a la juventud; • llamado conmovedor a la militancia ciudadana.

Tocando fibras nacionalistas (contra la amenaza foránea), apelando al tradicional cosmopolitismo uruguayo (solidaridad con el pueblo cubano víctima de una “cruel dictadura”) y a la defensa de los derechos humanos (repudiando el paredón), en base a una fuerte campaña de prensa, el bloque en cuestión fue capaz de convocar a sectores ciudadanos sensibles a esa prédica. Resulta difícil, si no imposible, cuantificar esa adhesión. El hecho de que las movilizaciones no fueran frecuentes ni muy numerosas contribuye a abonar la hipótesis de la pasividad de las fuerzas 102 Los militantes, 228.

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conservadoras uruguayas en lo que refiere a su capacidad de movilización callejera (pasividad que precisamente convocaban a superar en sus llamamientos públicos). Es por lo tanto posible que, dada la convicción de su propia debilidad movilizadora, las corrientes más radicales de la derecha hayan ambientado el accionar de grupos violentos dispuestos a frenar la evolución de la izquierda en su propio territorio, o sea el callejero.103 ¿Cómo se entrelaza la estrategia y acción de esos actores con los hechos de violencia ocurridos en el período? Es aquí donde las preguntas se vuelven más difíciles de responder. ¿Grupos como loa, alerta, mondel o medl contrataban matones a sueldo para sembrar el pánico entre los izquierdistas, como decía la prensa izquierdista? O ¿los hechos de violencia respondían a la reacción espontánea de ciudadanos alarmados por la amenaza comunista o hastiados de sus movilizaciones? Si tomamos como ejemplo los incidentes de enero de 1961 frente a la sede del Partido Comunista, donde muere el militante anticastrista Serafín Billoto, podemos arribar a dos conclusiones extremas: un grupo armado arrastró a otras decenas de manifestantes con el objetivo preciso de atacar la sede comunista, para generar un hecho político de proporciones, o bien ese contingente obró espontáneamente, molesto por los hechos ocurridos en la Plaza Independencia horas antes,104 viéndose sorprendidos luego por una inesperada violencia de los comunistas y limitándose a responder ante ello. Pero siendo, como dice la propia prensa anticastrista, que a Billoto se le encontraran armas, hecho que confirmara su hijo ante la policía, y que dos comunistas resultaron heridos de bala, la primera opción resulta muy sugerente.105

El investigador Mauricio Bruno ha relacionando la muerte de Billoto con un acontecimiento político inmediato: la expulsión dos días después, por parte del Consejo Nacional de Gobierno, del embajador cubano y del primer secretario de la Legación Soviética, acusándolos de haber promovido los incidentes y, por lo tanto, ser responsables de la muerte de Billoto. ¿Pudo ser entonces, este suceso, el resultado de una operación “montada” para legitimar la decisión de hondas repercusiones internacionales? Fortalece esta línea argumental el testimonio que años más tarde daría el agente de la cia en Uruguay, Philip Agee, según el cual “la expulsión de los diplomáticos cubano y soviético fue un «hecho sobresaliente» logrado por la estación a través de la influencia de Nardone en el cng,106 a pesar de que el objetivo, no alcanzado esta vez, era que el Uruguay rompiera relaciones con Cuba y la Unión Soviética”.107 Este enfoque obliga a insertar en esta compleja trama la intervención de agentes de la inteligencia estadounidense en los hechos. Para terminar, consideramos que los acontecimientos del período 1959-1962 deben ser entendidos como un eslabón en el proceso de acumulación del proyecto autoritario que en su vía civil (desde 1968) y cívico-militar (desde 1973) cimentó un orden interno acorde a las exigencias de un modelo se seguridad nacional concebido a escala continental. Ese encadenamiento es un tema aún abierto a la investigación.

103 Sobre la formación de grupos de choque civiles ver Víctor Bacchetta, El asesinato de Arbelio Ramírez. La república a la deriva (Montevideo: Doble Click Editoras, 2010). 104 Ver G. Bucheli, “Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”. 105 “Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”. 106 Consejo Nacional de Gobierno.

107 Philip Agee, Inside the Company. cia Diary (Penguin Books, 1975). Tomado de Mauricio Bruno, “Violencia anticomunista en el Uruguay de los tempranos años sesenta. Algunas operaciones de las «bandas fascistas» y su conexión política”, Segundas Jornadas de Historia Política, fcs-udelar, Montevideo, junio de 2008, 9.

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Archivos Archivos de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia: Carpetas relacionadas con “organizaciones de derecha” Nºs 479, 479 B, 674, 726 y 781.

Prensa El País,

La Mañana,

El Bien Público, El Día, Acción,

El Debate,

El Popular

El Diario (junio de 1960 a julio de 1962). Marcha (octubre de 1960).

Fuentes Entrevista a O.B. (integrante de la Agrupación Juvenil pro-liberación de Cuba y del med, agrupación “demócrata” del iava, en torno a 1960). Ateneo de Montevideo: www.ateneodemontevideo.com/historia.html

Bibliografía Bacchetta, Víctor. El asesinato de Arbelio Ramírez. La república a la deriva. Montevideo: Doble Click Editoras, 2010. Bruno, Mauricio. “Violencia anticomunista en el Uruguay de los tempranos años sesenta. Algunas operaciones de las «bandas fascistas» y su conexión política”, Segundas Jornadas de Historia Política, Montevideo: fcs-udelar, junio de 2008. Brussoni, Enrique. Historia del Rotary Club de Montevideo. Montevideo: Rotary Club de Montevideo, 1984.

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Van Aken, Mark. Los militantes. Un estudio del movimiento estudiantil universitario uruguayo desde sus orígenes hasta 1966. Montevideo: fcu, 1990.

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Construcción de la identidad policial y representación de la violencia política en la revista PFA-Mundo Policial durante los años 70

Ariel Eidelman1

Resumen

Abstract

Este artículo aborda la construcción de la identidad de los agentes de la Policía Federal Argentina a partir del análisis de la revista pfa-Mundo Policial, aparecida en 1969. En un contexto de crisis política de la dictadura militar instalada en 1966 y de cuestionamiento a los aparatos represivos del Estado argentino identifica, a partir del análisis de distintos discursos e imágenes de la publicación institucional de la Policía Federal, las diferentes estrategias de reforzamiento de la imagen institucional y de la identidad policial y la representación de los enemigos del orden social, la violencia política y la crisis de la sociedad tradicional.

Based on the analysis of pfa-Mundo Policial, a magazine launched in 1969, this article addresses the processes of identity building of the Argentine Federal Police agents. Within a context of political crisis in the military dictatorship installed in 1966 and questioning of the Argentine government’s repressive apparatus, it analyzes the different speeches and images presented in this periodical of the Federal Police in order to understand the different strategies aimed at reinforcing the institutional image and identity of the police force and its representation of the enemies of social order, political violence and the crisis of traditional society.

Palabras clave: Policía, imagen institucional, identidad policial, violencia política

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Key words: Police, institutional image, police identity, political violence

Doctor en Historia y docente de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

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Introducción El objetivo de este trabajo es realizar un análisis de las principales características de la revista pfa-Mundo Policial, aparecida a fines del año 1969.2 A partir de esas características y del tratamiento de ciertos temas que aparecen en forma sostenida, nos interesa, en primer lugar, interpretar las distintas formas en que la institución buscaba adoctrinar y reforzar la identidad policial de sus agentes. En ese sentido, realizamos un análisis de los discursos que vehiculizaba la revista, de algunas de las tapas y ejemplos de humor gráfico, buscando explicitar los mensajes que la Policía Federal Argentina (pfa) transmitía desde allí a sus miembros y a la sociedad civil. Nos hemos propuesto en este artículo analizar la revista hasta el año 1973, tomando en consideración la transformación de la situación política nacional que supuso el cierre de la experiencia de la dictadura militar autodenominada “Revolución Argentina” y el advenimiento de un nuevo régimen político de origen constitucional, con el acceso del peronismo al poder. A pesar de este recorte, queremos advertir que hemos detectado fuertes continuidades en el despliegue de la actividad represiva y el desarrollo de los aparatos represivos del Estado nacional, entre los gobiernos de facto y los civiles durante la década del setenta. Por este motivo creemos que difícilmente se haya modificado de forma radical la construcción de la identidad institucional de la pfa por el nuevo cuadro político. El recorte, más que nada de carácter funcional, deja pendiente el abordaje del tema en la etapa posterior a mayo de 1973.

Luego del golpe de Estado de junio de 1943, el gobierno militar que asumió el poder en el país llevó adelante el viejo proyecto de crear una fuerza policial de carácter federal, con capacidad para actuar en todo el territorio nacional. De esta forma, fue creada la Policía Federal Argentina por Decreto Nº17.750 del Poder Ejecutivo Nacional, el 24 de diciembre de 1943. Esto se hizo a partir de la preexistente Policía de la Ciudad de Buenos Aires. Esta última fuerza policial había sido creada en 1880, junto a la federalización de la ciudad como capital de la Argentina. Tras un año para crear la nueva institución, la pfa remplazó a la Policía de la Ciudad el 1º de enero de 1945.

Aunque en los últimos años la década del 70 y la violencia política han generado un creciente interés en los historiadores e investigadores de la historia argentina, continúan siendo escasos los trabajos que abordan la represión y los aparatos represivos del Estado nacional como las fuerzas policiales, su desarrollo, actividad e intervención en la segunda mitad del siglo xx. En ese sentido, consideramos este trabajo un aporte al tratamiento más frontal de esos temas y problemáticas. Respecto del siglo xix y la primera mitad del siglo xx, los estudios que abordan los problemas vinculados al control social, el crimen y la justicia o específicamente las instituciones policiales se han ampliado en los últimos años, como muestra la producción de investigadores como Lila Caimari, Ricardo Salvatore, Ernesto Bohoslavsky, Osvaldo Barreneche o Diego Galeano, entre otros.3 Al mismo tiempo, la actividad de las fuerzas policiales y de seguridad en el presente y en

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Este trabajo se basa en un capítulo de mi tesis de Doctorado, “El desarrollo de los aparatos represivos del Estado argentino durante la «Revolución Argentina» (1966-1973)”, defendida en la Universidad de Buenos Aires en el año 2010.

Ver, por ejemplo, Lila Caimari, Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, 19201945 (Buenos Aires: Siglo xxi, 2012) y Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina (Buenos Aires: Siglo xxi, 2004); Ricardo Salvatore, Carlos Aguirre y Joseph Gilbert (Editores) Crime and Punishment in Latin America. Law and Society since Late Colonial Times (Durham y London: Duke University Press, 2001); Ricardo Salvatore y Carlos Aguirre (Editores) The Birth of the Penitentiary in Latin America: Essays on Criminology, Prison Reform and Social Control, 1830-1940 (Austin: University of Texas Press, 1996); Ernesto

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las últimas décadas ha sido abordada por la criminología crítica y también por diferentes ciencias sociales, como la sociología o la antropología jurídica. Han sido un insumo y un punto de referencia tanto los trabajos de Laura Kalmanowiecki, sobre la historia de la policía política en la ciudad de Buenos Aires en la primera mitad del siglo xx,4 como el estudio etnográfico realizado por la antropóloga Mariana Sirimarco, que analiza los procesos institucionales de construcción del sujeto policial en las escuelas policiales de la pfa y de la policía de la provincia de Buenos Aires.5

Consideramos que para un fructífero estudio de esta publicación es absolutamente necesario colocar los temas, abordajes y preocupaciones que mostraba la revista en relación con un contexto político específico, abierto a partir de las insurrecciones populares ocurridas en las ciudades de Rosario y Córdoba en mayo de 1969 y caracterizado por una pronunciada crisis política nacional, un proceso de politización y radicalización de la sociedad argentina junto a una protesta y movilización obrera, estudiantil y popular de masas, el fuerte desarrollo de las organizaciones políticas y la cultura de izquierda y, en particular, la aparición pública de varias organizaciones políticomilitares, marxistas y peronistas.6

Al mismo tiempo es importante destacar que, durante el año 1970 y aprobada formalmente en el mes de febrero de 1971, el gobierno militar iniciado en junio de 1966 llevó adelante una importante reforma de la estructura institucional de la pfa con el objetivo de modernizarla y adaptarla a las crecientes demandas de la situación política nacional. En ese sentido, ese año se crearon nuevas estructuras y aparatos para facilitar la intervención de la pfa en distintos puntos del país como el Cuerpo de Unidades Móviles de Represión, conocido en la época como Brigada Antisubversiva, dependiente de la Dirección General de Orden Urbano y obra del Comisario Mayor Alberto Villar; la Brigada Motorizada de Combate y también un escuadrón aéreo, que incorporó helicópteros para búsqueda y rastreo, ante la generalización de las insurrecciones populares en las grandes ciudades del interior del país. En la Capital Federal se crearon Cuerpos de Vigilancia para el patrullaje continuo y el servicio de calle, sacando esa tarea de la responsabilidad de las comisarías, y fue creada en el Departamento Central una Sala de Situación.

Para fines de la década del sesenta, la pfa contaba con varias iniciativas comunicacionales para proyectar su imagen institucional sobre la sociedad argentina en general, y porteña en particular, desarrolladas a partir de su División de Relaciones Públicas. Desde el año 1963 la fuerza

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Bohoslavsky, Lila Caimari y Cristina Schettini (Organizadores) La policía en perspectiva histórica. Argentina y Brasil (del siglo xix a la actualidad) (Buenos Aires, 2009), digital; Osvaldo Barreneche, “La reforma policial del peronismo en la provincia de Buenos Aires, 1946-1951”, Desarrollo Económico 186 (2008) y Diego Galeano, Escritores, detectives y archivistas. La cultura policial en Buenos Aires, 1821-1910 (Buenos Aires: Teseo, 2009).

Ver, Laura Kalmanowiecki, “Policing the People, Building the State: The Police-Military Nexus in Argentina, 1880-1945”, en Diane Davis y Anthony Pereira (Editores) Irregular Armed Forces and Their Role in Politics and State Formation (New York: Cambridge University Press, 2003) y “Origins and Applications of Political Policing in Argentina”, Latin American Perspectives 2 (2000). Remitimos también a la tesis doctoral de Kalmanowiecki, Military Power and Policing in Argentina (New York: New School for Social Research, 1996). Ver, Mariana Sirimarco, De civil a policía. Una etnografía del proceso de incorporación a la institución policial (Buenos Aires: Teseo, 2009).

Para un análisis de las definiciones ideológicas y políticas del régimen militar instalado en la Argentina en junio de 1966, con fuerte peso del nacionalismo católico tradicionalista, remitimos a Cyrus Cousins, “General Onganía and the Argentine (Military) Revolution of the Right: Anticommunism and Morality, 1966-1970”, Historia Actual Online 17 (2008); Arturo Laguado Duca, “Onganía y el nacionalismo militar en Argentina”, Universitas Humanística 62 (2006) y Guillermo O’Donnell, El Estado burocrático autoritario (Buenos Aires: Belgrano, 1996).

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contaba con un espacio de treinta minutos semanales para difusión institucional en Canal 7. Ese noticiero policial, producido por la Sección Ceremonial, tuvo una frecuencia semanal entre mediados de 1963 y fines de 1965 y, en una segunda etapa, entre 1966 y 1968. Desde el año 1964 la institución producía programas de radio: la fuerza disponía de una gran cantidad de espacios radiales donde se reproducían boletines de novedades o programas policiales como Radio Nacional, Radio América, Libertad, Municipal y El Mundo, entre otras emisoras.7 También se producían noticieros y, desde mediados de los 60, un programa denominado “Policía por dentro”, para su reproducción por los canales de televisión de la ciudad de Buenos Aires. Incluso el cierre de la programación diaria de la televisión estaba a cargo de un Capellán de la fuerza. Al mismo tiempo y con intervención de la Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación, la institución realizaba diferentes campañas públicas como la de educación vial. La pfa apuntaba a sostener su imagen institucional a partir de ciertas áreas, como la Dirección de Tránsito o la actividad de la Dirección de Bomberos, y a partir de la actividad cultural desarrollada por las bandas musicales de la fuerza o las exhibiciones de destreza de la Escuadra Azul del Cuerpo de Policía Montada. Dada la existencia de diversas iniciativas institucionales, producción de materiales propios y las diferentes formas de acceso a los medios masivos de comunicación como los principales canales de construcción de la imagen institucional, una hipótesis de este trabajo es que la función principal de la revista pfa-Mundo Policial era adoctrinar a los agentes de la fuerza, reforzando la identidad policial y la imagen institucional. La apuesta al reforzamiento y consolidación de esas representaciones se volvía particularmente necesaria y acuciante en un contexto de crisis política del régimen militar. Una coyuntura que estaba signada por una fuerte represión política y social y, en particular, por una gran actividad represiva desarrollada por la pfa, la principal fuerza policial del país. La represión policial llevó a un fuerte rechazo, cuestionamiento y repudio de la institución por parte de una gran parte de la población. Mientras la fuerza desarrollaba una creciente represión de la protesta política, social y cultural, tanto en la Capital Federal como en diferentes escenarios del interior del país, nos parece que se puede pensar que la legitimidad social para su violenta intervención de control social era cada vez menor, al mismo tiempo que el rol de la institución se encontraba fuertemente cuestionado por los diferentes sectores políticos y sociales movilizados y por las víctimas de la represión estatal.

El presente artículo está estructurado considerando en primer término las principales características de la publicación, enfatizando el rol protagónico de algunos intelectuales de la fuerza y apuntando al mismo tiempo a los principales elementos de la construcción de la imagen institucional. Allí planteamos algunos de los principales temas de la revista y estudiamos la forma en que son presentados para el adoctrinamiento de los miembros de la fuerza. En primer lugar, referimos a la forma en que fue exhibida en la revista la crisis de la sociedad tradicional, sus valores y normas. En segundo lugar, examinamos la fuerte preocupación de la revista por la violencia política y el comunismo, como una de las expresiones más importantes de esa crisis social. Se destaca en ese sentido la criminalización de la actividad política y en particular la de la guerrilla. Por último, apuntamos a las diferentes estrategias utilizadas en la revista para reforzar la imagen institucional y la identidad de los miembros de la fuerza. Para analizar las diferentes representaciones que aparecen en la revista, partimos de entender este concepto como el modo en que diferentes 7

Ver Adolfo Rodríguez y Eugenio Zappietro, Historia de la Policía Federal Argentina (Buenos Aires: Policial, 1999), 390-399.

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sujetos y grupos sociales son reconocidos por otro actor en particular. Esas representaciones, a la vez, tienen un carácter constituyente de la realidad social y un rol fundamental en la construcción de los lazos sociales, la comprensión de la sociedad, el conflicto social y la lucha de clases.

Características generales de la revista En noviembre de 1969 la pfa comenzó a publicar una revista institucional para consumo de los miembros de la fuerza. Esta publicación salía tras varias décadas sin que la principal fuerza policial de la Argentina contara con una revista institucional propia.8 La nueva revista era de carácter bimestral, tenía un tiraje original de 25 mil ejemplares y un tamaño de 96 páginas.9 Aunque sus primeros tres números se vendieron al público en general en los quioscos de la ciudad de Buenos Aires, la revista fue básicamente (desde el cuarto número en adelante, correspondiente a mayo-junio de 1970) de distribución por correo para los miembros de la pfa suscritos a las publicaciones de la editorial policial. La cuota mensual se descontaba directamente de la planilla de pago. La suscripción era opcional para los agentes y suboficiales, pero obligatoria para los cuadros del personal superior en actividad.

Algunos cuadros intelectuales de la institución, vinculados al Museo Policial y al Centro de Estudios Históricos Policiales, tuvieron una influencia destacada en la publicación y, en particular, en la construcción de la imagen institucional que la pfa pretendía dar a sus agentes respecto de la historia de la fuerza de seguridad. Se destaca en ese sentido la participación del Comisario (R) Francisco Romay, Director del mencionado centro de estudios históricos y redactor de la Historia de la Policía Federal Argentina, historia oficial de la institución publicada en varios tomos desde el año 1963 en adelante. También el Comisario General (R) Adolfo Rodríguez, Director del Museo Policial y continuador de la historia oficial de la pfa cuando Romay falleció en 1971, fue otro de los historiadores policiales con una fuerte presencia en la revista. Mundo Policial publicó varios artículos de ambos sobre temas históricos.10

Desde 1969 en adelante se desempeñaron como directores, tanto de la editorial policial como de la revista, el Comisario (R) Ricardo Grajirena, vinculado a los historiadores de la institución, y posteriormente el Comisario General (R) Óscar Norberto Bruno. Desde diciembre de 1971 ambos cargos fueron separados y fue nombrado como Director de la revista el Oficial Inspector Eugenio Juan Zappietro. El nombramiento de un oficial como Zappietro con destino en la Sección de Ceremonial, reforzaba el peso de los historiadores de la fuerza sobre la revista junto al personal especializado en las relaciones públicas de la institución. Este oficial, escritor de cuentos, novelas y guionista de historietas con el seudónimo Ray Collins, fue el responsable principal de la revista en sus primeros años. Aparte de dirigir la publicación, aparecieron una gran cantidad de artículos, secciones y cuentos con su firma; en particular, era el responsable de la sección de crítica de cine y tv y de la sección especial creada en 1971 y dedicada a los 150 años de la pfa.

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La última revista editada por la Policía Federal Argentina, denominada Revista de Policía y Criminalística, había dejado de salir en el año 1948. La cifra de la tirada original está tomada de A. Rodríguez y E. Zappietro, Historia de la Policía Federal Argentina, 401. La revista tuvo 96 páginas hasta el número 10, cuando se redujo a 64 páginas.

10 Para más datos biográficos y una bibliografía de las obras de los comisarios Romay y Rodríguez, ver Historia de la Policía Federal Argentina, 388-389.

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Lo que daba a la revista una marca propia y particular era su objetivo general de colaborar activamente en el reforzamiento tanto de la identidad policial de los miembros de la fuerza, como de aspectos claves de la imagen de la institución. En ese sentido, la idea central en la publicación era difundir aspectos de la historia de la policía de Buenos Aires para presentar a la fuerza de seguridad como enlazada fuertemente con la historia patria del siglo xix, para relegitimar el rol y la misión de la pfa en la sociedad argentina.

La pfa era presentada insistentemente como una institución legítima y tradicional, ocupada de la defensa de la ley y guardiana del orden social. Esa era la principal imagen que la revista buscaba trasmitir a sus lectores y a la sociedad argentina. La pfa también era mostrada como “el último bastión opuesto a la violencia y a la sinrazón”.11 La fuerza se consideraba a sí misma como la principal defensora del orden burgués de la sociedad, de las instituciones del Estado y de la nación, de un orden social cuestionado por elementos calificados como delictivos y antinacionales.

La imagen que la revista construía permanentemente era también la de una fuerza moderna y científica, con un importante y merecido prestigio internacional. Ante el marcado clima de fuerte hostilidad que mostraba una gran parte de la sociedad argentina hacia la institución, la revista apuntaba a destacar el reconocimiento internacional de la pfa. La principal fuerza policial del país era constantemente caracterizada por la vocación de servicio y sacrificio, brindando seguridad contra el delito, la violencia, el vicio y la inmoralidad. Como una fuerza con una historia de inventos y adelantos técnicos de repercusión internacional, cuyo principal y paradigmático ejemplo era el método dactiloscópico de identificación de personas creado por Juan Vucetich.

Otra característica de la revista era el gran espacio dedicado a publicar textos de ficción. Todos los números tenían un espacio importante para publicar cuentos y poemas, en general de temática policial, escritos por miembros de la fuerza o escritores extranjeros, destacando el interés de la institución por la cultura y la literatura. En general los cuentos escritos por miembros de la fuerza apuntaban a humanizar al agente de policía, a mostrarlo comprensivo con las “lacras” de la sociedad o conocedor del lunfardo y de la cultura popular porteña. En particular, a mostrarlo con sentimientos. Otro elemento que se puede señalar es que una parte del material que publicó Mundo Policial estaba tomado de otras publicaciones policiales del mundo, en general se trataba de publicaciones de fuerzas policiales europeas y de donde más artículos se tomaron fue de la publicación oficial de Interpol: Revista Internacional de Policía Criminal. Si bien la revista tenía una gran cantidad de textos y artículos que ocupaban varias páginas, se destaca la gran cantidad de fotografías, ilustraciones y chistes gráficos que incluía la publicación como una forma de aligerar su lectura. De hecho, se solían publicar secciones o notas donde las fotografías e ilustraciones ocupaban un espacio más importante que el texto mismo. Como ya fue señalado, la revista Mundo Policial mostraba en sus páginas un espacio destinado tanto al humor escrito como al gráfico. ¿Cuál es el mensaje que se trasmitía a través del humor gráfico? Básicamente, la aceptación del rol de la policía en la sociedad. Muchos de esos chistes dibujados tenían que ver con situaciones paradójicas de la tarea policial o de la relación entre el agente de policía y el ladrón. También con la expresión de sentimientos que no se esperaban de parte de un agente de policía. Se apuntaba a que la sociedad mostrara tolerancia, aceptación y una naturalización de la intervención del aparato represivo del Estado y, al mismo tiempo, que sus miembros superasen los cuestionamientos a ese rol. 11 “No ahorrar sangre de gauchos…”, Mundo Policial (en adelante mp) 10 (diciembre de 1971), 62.

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El primer número de pfa-Mundo Policial, que como ya señalamos fue publicado a fines del año 1969, resulta representativo de varios de los temas y objetivos de la publicación. Mostraba en su tapa una gran fotografía con un joven agente de la fuerza tomado de perfil y del pecho para arriba, colocado de espaldas a la vereda norte de la céntrica Avenida Corrientes, vista desde la altura del 800 y en dirección oeste. La fotografía ocupaba dos tercios de la portada de la revista y en el resto de la tapa, sobre fondo azul, se anunciaban varios artículos y temas incluidos. La foto, tomada de noche, exponía las luces de los automóviles en movimiento sobre el asfalto y de las marquesinas de la céntrica arteria porteña, destacándose la fachada del tradicional Teatro Gran Rex y, de fondo, la Avenida 9 de Julio en el cruce con Corrientes, sus publicidades lumínicas y el mayor símbolo de la ciudad de Buenos Aires: el Obelisco.

Con la perspectiva de la fotografía, el policía aparecía en un primer plano sobre la calle, bastante más grande que el Obelisco, en cuya dirección dirigía su mirada vigilante, abarcando con ésta a toda la avenida. Se producía un fuerte contraste entre la oscuridad del cielo y las luces de la pujante vida nocturna de la ciudad. La fotografía continuaba en la contratapa de la revista donde se había sobreimpreso la fotografía de un móvil policial, con tres efectivos a bordo, y se agregaba el siguiente mensaje: “Aquí, en la luz y en las sombras, imagen de seguridad… La ciudad vertical estira la alucinante perspectiva de la noche. Miles de sueños nacen y mueren en la peculiar Buenos Aires, ciudad cosmopolita y austral. La Policía Federal está a su pie, con su brazo azul, allí donde aceche la sinrazón de la violencia…”.

La fotografía apuntaba a trasmitir una imagen de la policía como garante del orden y la seguridad de la moderna urbe y, al mismo tiempo, a asociar a la fuerza, personificada por el agente, con los símbolos principales de la ciudad. El mensaje que se buscaba trasmitir era que esa fuerza policial era tan propia, natural e inseparable de la ciudad como el Obelisco o la Avenida Corrientes, emblemas principales de la identidad porteña. Puede considerarse que la fotografía expresaba con claridad el mensaje general que la revista tenía por objetivo trasmitir.

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La revista se abría con una presentación firmada por el Consejo de Administración de la Editorial Policial. Allí se señalaban los objetivos que alentaban la nueva publicación: “Queremos hacer una revista ágil y moderna, de interés general, tanto para suscriptores como para quienes no lo sean y que llegue a los hogares como una presencia cordial de los más abnegados servidores de las causas del bien. Pretende ser una expresión espiritual, de fe en el hombre, y de la inquieta preocupación que los policías tienen por todo cuanto atañe a la suprema creación de Dios”. Se señalaba como fuente de inspiración unas palabras del Papa Juan xxiii: “Vuestra profesión es un noble servicio prestado a todos los hombres, a quienes ayudáis a vivir en el orden, la seguridad y la paz civil”.12 Si por un lado se destacaba el hecho de que por primera vez en casi veinte años la fuerza volvía a contar con una revista, también parece claro que el objetivo principal era obtener la comprensión y aceptación de la sociedad civil para con la policía y su rol.

El Jefe de la Policía Federal Argentina, General de división Mario Fonseca,13 saludaba la aparición de la publicación y se refería al particular contexto en que la institución debía desarrollar su actividad: “la humanidad vive uno de los más trascendentales períodos de la historia y no es de extrañar que múltiples agitaciones de toda índole se manifiesten por doquier. Las transformaciones afectan sustancialmente al hombre en sí mismo y en su vida social, en los grupos y comunidades que integra, con la consiguiente mutación de valores tradicionales”. El oficial superior agregaba, “nuestra policía, afortunadamente, goza de bien ganado prestigio nacional e internacional y de ahí que la aparición de la revista pfa constituya la satisfacción de una real necesidad institucional, y también de la necesidad de que trascienda hacia el público –destinatario en definitiva de los esfuerzos– algo más que la imagen difundida hasta el presente de lo que son y deben ser las instituciones policiales”.14

Como surge de ambos artículos, era la necesidad de relegitimar ante la sociedad a la institución policial y su rol político y social lo que impulsó la publicación de Mundo Policial. Si la vocación de servicio que se postulaba y el prestigio que se mencionaba hubiesen sido aceptados por la sociedad no hubiera hecho falta un esfuerzo editorial para penetrar en los hogares con una imagen positiva de la institución y, en primer lugar, en los hogares de los miembros de la fuerza. Veremos que, rápidamente, el prestigio que se daba por conquistado a nivel nacional en ese primer número de la revista dará paso a un reconocimiento de la crisis de la institución y de su función en la sociedad. Otro rasgo destacado en ese primer número, que sería de allí en adelante una de las principales preocupaciones de la revista, fue la aparición de nuevas formas de delincuencia asociadas a la violencia política. En un discurso del Jefe de la pfa dirigido al personal superior se señalaba que “el campo delictivo se extiende en nuevas formas no previstas en la legislación actual. Ante los brotes de la delincuencia violenta y los disturbios, propios de esta etapa de vida que estamos viviendo, esta Policía pudo controlar o neutralizar la situación, sin apelar a recursos extraordinarios 12 “Presentación”, mp 1 (noviembre-diciembre de 1969), 3.

13 El General Fonseca fue Jefe de la pfa desde el golpe de 1966 hasta junio de 1970, cuando terminó la presidencia del General Juan Carlos Onganía. Entonces fue remplazado por el General de división Jorge Esteban Cáceres Monié, quien ocupó la jefatura hasta abril de 1972. El General Fonseca, nacionalista y miembro de la fracción azul del ejército –una de las facciones en que se habían dividido las Fuerzas Armadas argentinas en la década del 60–, fue parte del núcleo de militares que planificó y llevó adelante el golpe de Estado en junio de1966. Su último destino antes de asumir la jefatura de la pfa había sido como Jefe de Inteligencia del Estado Mayor del Ejército. 14 “Otro paso trascendental”, mp 1 (noviembre-diciembre de 1969), 3.

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de orden material pero sí al alto espíritu de cumplimiento del deber”. El General Fonseca insistía ante sus oficiales respecto del prestigio ganado por la institución y al mismo tiempo se refería a la necesidad de reforzar la identidad de los agentes, anunciado “el propósito de esta Jefatura de luchar por un futuro en el que cada policía sienta la distinción de serlo, el privilegio de vestir un uniforme honroso, que alberga un alma templada y azul”.15

La inevitable crisis de la sociedad tradicional Como ya fue destacado, el contexto específico y particular en que apareció Mundo Policial era el de una pronunciada crisis del régimen militar y del Estado nacional. Sin embargo, la revista colocaba esta crisis en un marco bastante más amplio e internacional que era el de la crisis de la sociedad tradicional, sus instituciones y valores. Como señalaba un artículo, a nivel internacional existía un “espíritu general de impugnación y rebeldía contra las formas tradicionales de ley y orden, que de no ser contenido podría poner en peligro la existencia misma de la sociedad”.16 Desde este punto de vista, eran la sociedad de consumo, la modernización acelerada de la sociedad y las transformaciones que ambas conllevaban las que generaban la crisis de los valores, la moral, la religión, la familia, el matrimonio, etc. Otro artículo apuntaba: “el matrimonio, por los cambios operados en la sociedad ya no es considerado como una institución imperecedera” y se planteaba que “la falta de fe religiosa es un hecho que sigue una constante: la de romper con todo lo establecido, valores incluso, como un modo de liberación”.17 Un artículo escrito por el Capellán Mayor de la pfa también destacaba la crisis de los valores espirituales y morales adecuados para “la formación del hombre, la guarda del orden y la seguridad pública y el ejercicio de la libertad dentro de límites naturales, el respeto mutuo y el bien común”.18

Como evidencian los artículos que venimos reseñando, la institución policial colocaba a la crisis política contemporánea como el último eslabón de un proceso de erosión de la sociedad conservadora y los valores tradicionales producto de la modernización social, económica y cultural que la sociedad argentina vivía desde los años 60 en adelante. También se destacaba en la representación de la pfa el peso de la cosmovisión cristiana y de la Iglesia Católica, con cuya jerarquía la fuerza tenía una relación estrecha y una fuerte identificación.

Un reconocimiento de esa crisis social se puede encontrar en el discurso del Director de la Escuela de Cadetes de la pfa, Comisario Inspector Juan Carlos Obon, ante la promoción de cadetes 1972. En esa circunstancia se señaló que la generación presente vivía horas de zozobra e incertidumbre y que “hoy, doctrinas, principios, hábitos, costumbres, familia, amor, cultura, autoridad, lealtad, respeto, todo cuanto integra los valores del individuo, se encuentran en controversia y crisis”.19 Esta caracterización de la situación llevaba a la pfa a definir una cantidad de preocupaciones y lo que se consideraban nuevas expresiones del delito: la delincuencia juvenil, la

15 “Texto del discurso pronunciado por el Jefe de la Policía Federal durante la cena de camaradería del personal superior”, mp 1(noviembre-diciembre de 1969), 24-25. 16 “Crimen en las Naciones Unidas”, mp 6 (setiembre-octubre de 1970), 6-7.

17 “La pareja: discusión y síntesis”, mp 7 (noviembre-diciembre de 1970), 78-79. Ver también “Disparen contra el matrimonio”, mp 5 (julio-agosto de 1970), 70-71. 18 “El clero y la policía”, mp 13 (junio de 1972), 52-53.

19 “Promoción de cadetes 1972”, mp 14 (julio-agosto de 1972), 46-47.

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expansión del consumo de drogas o la violencia política definían nuevas tareas y nuevos enemigos para la fuerza.

Las organizaciones, partidos políticos y militantes de izquierda eran un enemigo tradicional de la policía, pero el nuevo contexto y la aparición de organizaciones político-militares llevaron a renovar la preocupación por la infiltración del comunismo de origen extranjero en la sociedad. Si la guerrilla y la violencia política constituían los ejemplos principales de esa crisis social y política, también se destacaba una fuerte preocupación por la juventud y todo lo que se asociaba a ella: el rock, el movimiento estudiantil, las drogas, el hipismo,20 el feminismo, nuevas prácticas sexuales o el surgimiento de una nueva identidad que cuestionaba las divisiones tradicionales: la moda unisex. Como ha mostrado Valeria Manzano, la generalización del uso del jean, como una prenda típicamente juvenil y apropiada por ambos sexos, junto a la moda del pelo largo en los hombres, eran los rasgos básicos del unisex.21 En general existía en los artículos de la revista una fuerte asociación entre juventud y sexo, entre juventud y una nueva moral sexual. Junto al temor por la pérdida de los límites sexuales, se consideraba a la juventud como caracterizada por la pérdida de los prejuicios respecto de la homosexualidad y por un relajamiento de los patrones de autoridad.22

En ese sentido, una encuesta organizada por la revista preguntaba por la moda unisex. El Reverendo Iñaki de Aspiazu, fundador del Secretariado de Ayuda Cristiana a las Cárceles y asesor espiritual de la familia Aramburu, contestaba: “el concepto de «unisex» es un grave error, fisiológico y filosófico. El mundo debe ser «bisexual» con su unidad profunda y con sus diversificaciones exteriores”. En el mismo sentido, el actor Sergio Malbrán, presentado como portador de una larga trayectoria en radio y televisión, apuntaba: “no puede haber «unisex». Dios hizo al hombre, hombre; y a la mujer, mujer. Otra cosa no puede concebirse. No concibo estos movimientos, no los entiendo, y, desde mi punto de vista de hombre, no puedo aceptarlos bajo ningún concepto. La mujer tiene una misión en la vida: acompañar al hombre que ama y ser madre”.23

Respecto a los hippies, un artículo diferente señalaba: “todos ellos tienen ciertas cosas en común: el gusto por la violencia, el odio al orden establecido por la sociedad en general y la policía en particular”. Y se agregaban otras características distintivas: “la consigna es romperlo todo; hay que «reírse» aterrorizando a los demás, robar a un impedido, hacer una zancadilla a un ciego, atacar a un solitario, violar tontitas que creen en el amor puro, robar un coche y otras «hazañas» valiosas con tal de que «los compinches estén orgullosos»”.24

20 Sobre los orígenes del hippismo en la Argentina y su relación con el rock, ver Ernesto Castrillón, “Hippies a la criolla. Historia de la cofradía de la flor solar”, Todo es Historia 370 (1998).

21 Respecto al surgimiento de la moda unisex, remitimos a Valeria Manzano, “The Blue Jean Generation: Youth, Gender and Sexuality in Buenos Aires, 1958-1975”, Journal of Social History 3 (2009). 22 Sobre la identidad y la cultura juvenil en Buenos Aires durante los años sesenta y setenta, ver Valeria Manzano, “Juventud y modernización sociocultural en la Argentina de los sesenta”, Desarrollo Económico, 199 (2010) y “The Blue Jean Generation: Youth, Gender and Sexuality in Buenos Aires, 1958-1975”; Alejandro Cattaruzza, “El mundo por hacer”, Lucha armada en la Argentina 10 (2008) y Sergio Pujol, “Rebeldes y modernos. Una cultura de los jóvenes”, en Daniel James (Compilador) Violencia, proscripción y autoritarismo (Buenos Aires: Sudamericana, 2003). Respecto a la liberación sexual, ver Isabella Cosse, Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta (Buenos Aires: Siglo xxi, 2010) y Karina Felitti, “El placer de elegir. Anticoncepción y liberación sexual en la década del sesenta”, en Fernanda Gil Lozano, Valeria Pita y María Gabriela Ini, Historia de las mujeres en la Argentina. Siglo XX (Buenos Aires: Taurus, 2000).

23 Ver la encuesta “Mujer 71”, mp 8 y 9 (marzo-abril y mayo-junio de 1971, respectivamente). 24 Ver “Eslabones policiales en la cronología. Hippies”, mp 2 (enero-febrero de 1970), 8-11.

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También abundaban los ejemplos de humor gráfico que estigmatizaban a los hippies o los asociaban directamente al consumo de drogas. Inclusive se publicó un dibujo (ver abajo) que era bastante representativo del temor de la sociedad tradicional, y dentro de ella de la institución policial, frente al fenómeno y su capacidad de expandirse en la sociedad argentina. El dibujo mostraba a un agente policial que llega a la comisaria con una gran barba y el pelo desalineado y que ha pintado con motivos florales su patrullero, ante el estupor de sus camaradas y superiores.25 En definitiva, para la pfa la juventud encarnaba todos los riegos para el orden social y todos los cuestionamientos a la sociedad tradicional.

La tapa del Nº13 de la revista (ver abajo), correspondiente a junio de 1972, tenía un gran dibujo que representaba una combinación de varias de las preocupaciones de la fuerza de seguridad. Un dibujo mostraba a dos jóvenes hippies abrazados y de espaldas; ambos tienen la misma contextura física, el pelo largo y desalineado, y están vestidos exactamente igual, con la misma ropa: jeans, remera de manga larga, sandalias y morral. Uno de los dos con un cigarrillo de marihuana encendido en su mano. Dos signos de pregunta sobre sus espaldas buscaban reforzar la imposibilidad de reconocer su identidad sexual: si se trata de una pareja heterosexual (y en ese caso quién es el hombre y quién la mujer), de dos hombres o dos mujeres. En una sola representación gráfica se combinaban con claridad varias de las preocupaciones de la pfa: la juventud, los hippies, las drogas y la indefinición sexual.

25 Publicado en mp 14 (julio-agosto de 1972).

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La representación de la violencia política y el comunismo Aspectos destacados entre las preocupaciones permanentes de la revista eran la violencia social y política y, en particular, la actividad de las organizaciones guerrilleras. Durante todo el año 1970 varios espacios editoriales y artículos de la revista estuvieron destinados a ocuparse de ese tema. Para la pfa se trataba de nuevas formas de delincuencia que reclamaban una rápida adaptación y un adoctrinamiento particular de los agentes de la fuerza. Varias acciones de la guerrilla y su represión tuvieron la atención de la revista, sin embargo ningún acontecimiento tuvo la repercusión que despertó el asesinato del General Pedro Eugenio Aramburu. El secuestro de Aramburu a fines de mayo de 1970 fue el tema exclusivo del editorial del Nº4 de Mundo Policial, correspondiente a mayo y junio de ese año. El editorial apuntaba al reforzamiento de la legislación represiva para enfrentar a las organizaciones político-militares. También se intentaba destacar la capacidad de la fuerza para reprimir la actividad guerrillera y se hacía una defensa de la intervención de las diferentes fuerzas policiales ante el secuestro.26

El editorial del número siguiente volvía sobre el asesinato de Aramburu y daba cuenta de la fuerte repercusión que había provocado en las instituciones y aparatos del Estado. El impacto del asesinato era difícil de asimilar. La creciente actividad de la guerrilla llevaba a la policía a destacar el alcance de la crisis social y política que vivía el país y el creciente protagonismo de la violencia: “el estado de indefensión se hace más notorio y contribuye a que se vaya perdiendo la fe y confianza en las instituciones republicanas, y que se piense en medidas o reacciones violentas que siempre terminan por generar otras violencias”.27 La crisis que arrastraba al gobierno y al Estado nacional se hacía extensiva a la pfa, poniendo en cuestión la legitimidad y el prestigio que se daban por supuestos en los primeros números de la revista. El asesinato de un General del Ejército Argentino, que era al mismo tiempo un ex Presidente de facto, constituyó para la sociedad conservadora y las instituciones coercitivas del Estado la expresión más importante y preocupante de la amenaza al orden establecido. 26 “Una dolorosa experiencia”, mp 4 (mayo-junio de 1970).

27 “Desventajosa lucha contra la delincuencia”, mp 5 (julio-agosto de 1970), 2.

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A raíz del secuestro de Aramburu la revista publicó un artículo dedicado al tema de los secuestros extorsivos que se habían generalizado desde 1969. Comentando la ola de secuestros extorsivos de carácter político sucedidos en varios países de América Latina, el artículo destacaba el carácter amoral de los mismos.28 Se planteaba que luego de un prolongado eclipse de varias décadas el secuestro extorsivo había reaparecido en el último año. El artículo calificaba como subversivos a los grupos que realizaban los secuestros de contenido político y encontraba en sus actividades un fuerte antecedente en el anarquismo de la primera mitad del siglo xx y, en una forma que sería recurrente en la revista, apuntaba a desestimar la justificación ideológica o política de la acción. La clasificación que se realizaba de esas actividades como subversivas apuntaba a colocar la acción de la guerrilla como un tipo particular de delincuencia. Como ha señalado Roberto Bergalli, conocido criminólogo crítico, un rasgo destacado de la actividad represiva y de disciplinamiento social del Estado argentino en la segunda mitad del siglo xx ha sido la equiparación entre delincuencia común y subversión político-social.29 Esa operación contaba con raíces profundas en la ideología de la defensa social, uno de los efectos de la criminología positivista de principios de siglo.30

Otro caso que tuvo una fuerte repercusión en la revista fue el asesinato de un Subcomisario de la Dirección de Coordinación Federal (dcf ) de la pfa por parte de una organización políticomilitar. Desde 1969 en adelante, una de las organizaciones guerrilleras de mayor actividad en el país fueron las Fuerzas Argentinas de Liberación (fal).31 Su represión por parte de la policía llevó a la detención y tortura de varios de sus miembros y a la desaparición de algunos de sus militantes en marzo de 1970. Uno de los oficiales de la dcf, que fue sindicado como torturador y responsable de la muerte bajo tortura del militante Alejandro Baldú en marzo del 70, fue ajusticiado en noviembre de ese año por un comando de las fal. La organización había conseguido la dirección particular de algunos oficiales de inteligencia de la pfa. El Subcomisario Osvaldo Sandoval, Subjefe de la División Asuntos Políticos de la dcf y uno de los principales responsables de la represión de la guerrilla en la pfa, fue asesinado en la esquina de Olazábal y Triunvirato, en el barrio de Villa Urquiza de la ciudad de Buenos Aires, el 14 de noviembre de 1970.

A raíz de ese hecho, el editorial del Nº6 de Mundo Policial, correspondiente a setiembre-octubre de 1970, estaba ocupado por las palabras pronunciadas en su sepelio por su inmediato superior jerárquico, el Jefe de la División de Asuntos Políticos, Comisario Inspector Luis Colombi. Luego de calificar a la pfa como el “último bastión entre los lobos rabiosos y la comunidad inerme”, el oficial superior apuntaba: “dile al Creador que esta tierra necesita hombres como tú, hombres de verdad. Que defiendan como tú una antigua tradición de centauros y héroes de todos los días.

28 “Secuestros”, mp 4 (mayo-junio de 1970), 62-64.

29 Roberto Bergalli, “Epílogo y reflexiones sobre el control social en América Latina”, en Massimo Pavarini, Control y dominación (México: Siglo xxi, 1988), 213-215 y Roberto Bergalli, “Criminología y epistemología en los diez últimos años de Argentina”, en aavv, Reunión preparatoria del ix Congreso Internacional de Criminología (Panamá: Universidad de Panamá, 1982).

30 Sobre la criminología positivista y la ideología de defensa social como justificación y racionalización del control social en general y del sistema represivo en particular, ver Beatriz Ruibal, Ideología del control social. Buenos Aires 1880-1920 (Buenos Aires: ceal, 1993); Rosa Del Olmo, Criminología Argentina. Apuntes para su reconstrucción histórica (Buenos Aires: Depalma, 1992) y M. Pavarini, Control y dominación, 49-52. 31 Sobre la organización político-militar fal, ver Stella Grenat, Una espada sin cabeza. Las fal y la construcción del partido revolucionario en los ’70 (Buenos Aires: Razón y Revolución, 2010) y Ariel Hendler, La guerrilla invisible. Historia de las fal (Buenos Aires: Vergara, 2010).

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Que mientras haya un hombre de uniforme azul, habrá ley y habrá una sangre que derramar cara a cara con una delincuencia irrisoria, que ha escogido imitar otros estilos de vida para clavar su puñal en nuestro costado y desangrarnos”. La alocución enfatizaba la juventud de los atacantes: “fueron tres lobos jóvenes los que clavaron sus dientes en tu sangre”.32 Este discurso permite ver la forma en que la fuerza asociaba su actividad a la defensa de la ley y del orden capitalista, al mismo tiempo que consideraba a la guerrilla como un fenómeno de raíces extranjeras y sin causas en la sociedad argentina. En la revista la actividad de la guerrilla era permanentemente calificada como un extremismo político de carácter terrorista, una forma de señalar tanto su condición ajena a la idiosincrasia política nacional, supuestamente moderada, así como carente de cualquier apoyo en la población.

Aunque la revista publicó una gran cantidad de artículos sobre policías de otros países, se destacan dos elogiosos artículos sobre el Federal Bureau of Investigation (fbi) norteamericano y su director Edgar J. Hoover, figura fuertemente conservadora, anticomunista, antisemita y racista. Se enfatizaba en ambos artículos que el fbi era tomado como ejemplo a seguir en la lucha contra el comunismo y la subversión por la pfa. Un primer y extenso artículo apareció en el primer número de Mundo Policial y destacaba los éxitos y el prestigio de esa institución.33 El artículo tomaba al fbi como un ejemplo a seguir por la fuerza y destacaba el carácter fuertemente anticomunista y antisubversivo de Hoover. Tras la muerte de Hoover, en mayo de 1972, Mundo Policial publicó una necrológica que calificaba a éste de “gigante moral” y de “tenaz enemigo del crimen y la subversión”. Se lo reivindicaba como “el primer anticomunista de los Estados Unidos”. También se apuntaba que el auge de una variada y extendida delincuencia era causa de un inevitable choque entre “la legión de los que defienden el orden legal establecido y el principio de autoridad como sostén de convivencia entre los hombres, y los que reniegan del orden, delinquiendo o procurando cambios radicales por medios violentos”. Los enemigos del orden y la autoridad eran identificados como los “drogadictos, «hippies», delincuentes precoces y de los otros, pacifistas y revolucionarios, son los distintos resortes que forman el heterogéneo y enmarañado “paquete” de problemas que las policías estaduales deben enfrentar para seguridad o tranquilidad de los ciudadanos”34. Junto a la gran cantidad de artículos y editoriales dedicados a la actividad de las organizaciones político-militares en el país, la revista publicó en forma permanente y constante una sección denominada “Geopolítica”, cuyo objetivo principal fue denunciar al comunismo internacional y analizar las diferentes variantes que mostraba la izquierda a fines de los años sesenta.35 La sección, escrita en general por el Subcomisario (R) Walterio Landau –quien había estudiado en el Instituto Geopolítico Alemán y había sido responsable de la Sección Perros de la pfa–,36 se dedicaba a presentar a las expresiones de la izquierda revolucionaria o guerrillera en América Latina como una consecuencia de la infiltración del comunismo ruso, es decir, sin causas locales. Aunque los artículos se ocupaban principalmente del comunismo de la Unión Soviética y sus diferencias

32 “Oración”, mp 6 (setiembre-octubre de 1970).

33 “Edgar Hoover: 45 años de fbi”, mp 1 (noviembre-diciembre de 1969).

34 “Adiós Míster fbi”, mp 13 (junio 1972), 26-27.

35 Sobre el desarrollo de la geopolítica en la Argentina de los años sesenta y setenta, remitimos a Klaus Dodds, “Geopolitcs and the geographical imagination of Argentina”, en Dodds Klaus y David Atkinson. Geopolitical Traditions. A century of Geopolitical Thought (London: Routledge, 2000) y Jack Child, “El pensamiento geopolítico”, en Louis Goodman, Johanna Mendelson y Juan Rial (Compiladores) Los militares y la democracia (Montevideo: peitho, 1990). 36 La información biográfica sobre el Subcomisario Landau en mp 1 (noviembre-diciembre de 1969), 60.

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con el comunismo chino, también había precisiones sobre las variantes de la extrema izquierda occidental. Dado que en la mirada de la pfa la actividad guerrillera en el país y en la región sólo podía comprenderse como producto de la infiltración del comunismo internacional, con origen en Moscú, Pekín o La Habana, la sección “Geopolítica” es un importante complemento de la forma en que la revista analizaba a la izquierda y la violencia política local.

Ejemplificando esto, un artículo de la sección “Geopolítica” hacía un detallado listado de las formas de acción del comunismo internacional basadas en la infiltración y la subversión de los regímenes capitalistas. La Unión Soviética y China tenían en común “LA TÉCNICA ROJA DEL MOTÍN y de la penetración propagandístico-psicológica, de la propaganda subversiva, que corroe los países occidentales europeos, asiáticos y americanos, sin que los mismos hayan encontrado por el momento una defensa eficaz”. Según el autor, los distintos métodos que aplicaban los comunistas eran: “la violencia por etapas, manipulando las multitudes […], infiltración de agentes en organismos estratégicos […], colocándolos principalmente en los periódicos, estaciones radiodifusoras, facultades universitarias, asociaciones estudiantiles, y si fuera posible, en los cuerpos militares y de policía”. La izquierda también hacía uso del “ablandamiento de las masas y la opinión pública por medio de lemas, como «paz», «pan para todos», «derechos civiles», «libertad», «abajo las tiranías burguesas»”. Se aseguraba que su técnica incluía: “organización de mensajeros; cuerpos y guardias de choque, cuerpos de gritones, provocadores especializados de la policía, fabricación de mártires, preparación propagandística mundial… reforzada por mitines, grandes funerales, manifestaciones recordatorias, etc. para mantener latente la «gimnasia revolucionaria»”.37 Esta mirada sobre el comunismo tenía una base fuertemente conspirativa. Todos los artículos de esta sección mostraban, junto al anticomunismo militante y fanático, la influencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional y su forma de comprender al enemigo interno.38

La crisis de la imagen institucional La construcción de la imagen institucional y el reforzamiento de la identidad policial de los miembros de la fuerza de seguridad eran un aspecto permanente y constante de la revista, constituyendo el objetivo principal de la publicación. Todo el contenido y las características de la revista apuntaban en esa dirección y, al mismo tiempo, a la defensa del orden social y político. En ese sentido, más allá de su contenido explícito, todos los artículos que refieren a fuerzas policiales diferentes de la pfa o que son tomados de publicaciones policiales del extranjero buscaban reforzar esa imagen de la policía como una institución tradicional, legítima y necesaria del Estado moderno.

La revista presentó, a la largo de sus números, a las diferentes áreas de la fuerza apuntando a que la comunidad conociese y aceptase el rol de la policía en la sociedad y su necesidad objetiva. En ese sentido, se publicaron varios artículos sobre la centenaria Dirección de Bomberos (creada en 1870), la Interpol de Buenos Aires, el Comando Radioeléctrico, el Gabinete Planimétrico, los conscriptos de la pfa, los diferentes aspectos de la policía científica y técnica, el clero policial y también sobre la agrupación sinfónica de la fuerza. Claramente, de todas las áreas de la fuerza fue 37 “Superpotencias, hora 26”, mp 7(enero-febrero de 1971), 28-31. Mayúsculas en el original.

38 Sobre la Doctrina de Seguridad Nacional y las fuerzas policiales, ver Augusto Montero, “Las policías y la Doctrina de la Seguridad Nacional en la Argentina. Primera aproximación”, en Roberto Bergalli (Compilador) Violencia y sistema penal (Buenos Aires: Editores del Puerto, 2008).

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la Dirección de Bomberos la que más espacio tuvo en la revista durante esos primeros dieciocho números y sobre la que, en mayor medida, descansaba la proyección de la imagen pública y externa de la institución, sostenida en el heroísmo, la entrega y la capacidad de sacrificio que se atribuía a los bomberos de la pfa.39

Una fotografía, incluida para acompañar uno de los varios artículos que se publicó sobre los bomberos de la fuerza, expresaba con claridad ese objetivo de construcción de la imagen institucional. La foto no estaba tomada en una situación real sino realizada en la comodidad de un estudio y mostraba a un joven bombero representando una tarea de rescate y salvamento de una persona. Ambos dejaban ver en sus rostros señales de humo. El bombero, con equipamiento de comunicación, traje y casco contra fuego, aparecía parado de frente a la cámara y de la cintura para arriba, sosteniendo con ambos brazos a una joven muchacha que tenía un camisón que mostraba sus piernas y hombros. La chica manifestaba en su cara una gran tranquilidad, poco creíble en una víctima de un incendio, de un episodio traumático o peligroso, que le da a la fotografía cierto aire irreal. La joven, con una sonrisa en los labios, dirigía una mirada embelesada hacia el joven rescatista, mientras éste, a su vez, dirige su mirada hacia la cámara con rostro inexpresivo. La foto quería ser una clara representación de vocación de servicio y heroísmo, al mismo tiempo que de la relación propiciada entre la fuerza y la sociedad civil. La mirada de la muchacha rescatada simbolizaba el respeto, la confianza, la admiración y reconocimiento que la fuerza esperaba encontrar en la población.40

Esa estrategia general de legitimación de la institución asumió distintas formas. Por un lado, varios artículos apuntaron a mostrar a la fuerza como estrechamente vinculada a la sociedad civil y a la cultura popular o a miembros de la institución como capaces de destacarse en tareas o áreas ajenas a la función específica de la fuerza, como el arte, la cultura o el deporte. También era parte de esa estrategia la publicación de artículos sobre áreas o aspectos de la fuerza que no estaban cuestionados o sujetos a la crítica. Otra forma que la revista encontró para reforzar la identidad policial fue la celebración de los 150 años de la policía porteña. A partir de 1971 la revista dedicó un amplio espacio y secciones específicas destinado a colocar la historia de la policía en el contexto de la historia patria y a destacar su carácter centenario y heroico.

39 “Un siglo de lucha contra el fuego”, mp 2 (enero-febrero de 1970), 47-52; “Aquí, bomberos”, mp 4 (mayo-junio de 1970), 95; “Aquí, bomberos!”, mp 5 (julio-agosto de 1970), 95 y “Aquí, bomberos!”, mp 9 (mayo-junio de 1971), 78-79.

40 La fotografía corresponde al Nº4 (mayo-junio de 1970), 95.

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También se pueden identificar las diversas formas en que la revista asumía la existencia de la crisis institucional y el marcado deterioro de su imagen ante la población. Desde 1970 hubo varios síntomas en editoriales, artículos y portadas que nos permiten reconocer esa repercusión. Un aspecto destacado en este sentido era el tratamiento del tema de la violencia y la tortura policial, una de las cuestiones que más duramente erosionaba el prestigio institucional. En una etapa en que esa práctica y su denuncia eran generalizadas, diferentes voces de la revista apuntaron a negar que la pfa aplicara apremios ilegales a los detenidos.

La revista publicó una gran cantidad de artículos cuyo objetivo era humanizar a los policías ante la población. Varios artículos lo hacían presentando ejemplos de miembros de la pfa que se destacaban en tareas que no eran las características de la función policial o presentando a personajes de la cultura popular porteña que tenían parientes en la fuerza. Los ejemplos más importantes fueron largas notas, ilustradas con abundantes fotografías de gran tamaño, sobre figuras principales del tango porteño como Edmundo Rivero y Enrique Santos Discépolo, en las que aparecía fuertemente destacado que en ambos casos sus padres habían sido policías. El Nº2 de la revista incluyó un largo artículo sobre Discépolo, donde se subrayaba que su padre había sido durante treinta y cinco años “director de la banda de la Policía y también de la del Cuerpo de Bomberos”. Un recuadro cuyo título era “De estirpe policial” insistía con el mismo concepto.41 La nota sobre el cantante Edmundo Rivero, aparecida en el Nº4, destacaba desde su título que se trataba de “Un cantor con vocación policial” y nuevamente incluía un recuadro sobre “el padre policía de Edmundo Rivero”. Estos artículos buscaban, a través de la legitimidad de importantes referentes populares, restablecer los lazos entre la fuerza y la sociedad civil. Este tipo de artículos fue una constante en la revista y hubo varios con distintos policías que también se habían destacado en el mundo de la cultura o el arte.

Otra forma de reforzar la imagen de la institución era resaltar las áreas o aspectos que no estaban cuestionados por la opinión pública y que permitían intentar sostener una imagen positiva del vínculo entre la pfa y la sociedad. Un claro ejemplo fue un extenso artículo sobre los conscriptos de la policía, ilustrado con numerosas fotografías. Se trataba de unos mil jóvenes, procedentes casi todos de la Capital Federal y del Gran Buenos Aires, que permanecían en las filas de la pfa durante un año y quedaban exceptuados del servicio militar obligatorio. Los agentes conscriptos le aportaban a la institución su juventud y cercanía con la sociedad civil. Se indicaba que pese a su juventud habían “logrado que se les respete en la calle como a cualquier agente de carrera, estable o veterano… Los chiquilines se impusieron por imperio de esa simpatía natural, pureza y ternura que dan los 19 años. Una simpatía puesta al servicio de la institución que, como siempre, necesita de la compenetración social”. Explícitamente se depositaba en los conscriptos la tarea de mejorar la imagen social de la institución: “Hoy la imagen del policía joven es la figura que se desparrama por todas las esquinas y calles de la ciudad, portando un mensaje de simpatía y buen trato”. También se aseguraba que la pfa “encontró en estos vigilantes jóvenes, los más formidables «agentes de relaciones públicas»”.42 El supuesto 150º aniversario de la pfa, tomando como fecha fundacional la Ley del 24 de diciembre de 1821 que suprimió los cabildos de Buenos Aires y Luján, de los cuales dependían hasta entonces los servicios policiales, brindó a la revista una gran oportunidad para buscar en el pasado nacional la legitimidad y el prestigio institucionales fuertemente erosionados ante la

41 “Discépolo, tango y policía”, mp 2 (enero-febrero de 1970), 22-26 y 90.

42 “Agentes conscriptos: la otra juventud”, mp 5 (julio-agosto de 1970), 53-57.

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sociedad argentina. El aniversario permitía colocar a la fuerza dentro de una larga trayectoria y en el marco de una fuerte tradición, vinculadas directamente a la historia nacional y su construcción institucional desde principios del siglo xix. El editorial del Nº7, de principios de 1971, estaba dedicado a resaltar ese aniversario. A partir de ese número apareció una sección denominada “Archivo Policial” con notas y fotografías del pasado de la institución, desde la cual los esfuerzos por ligar el presente de la pfa a ese pasado centenario fueron constantes. Nuevamente, el editorial del Nº10 de la revista estaba dedicado al 150º aniversario de la institución, destacando los inventos y la capacidad científica de la fuerza. También se señalaba que el acontecimiento debía servir para procurar el entendimiento “entre pueblo y policía, dos fuerzas que son una sola y que deben convalidar el libre ejercicio de la justicia y el derecho, por encima de los intereses personales”.43 A partir del sexto número de Mundo Policial se publicaron varios artículos de historia escritos por los historiadores de la pfa: los comisarios Francisco Romay y Adolfo Rodríguez, junto a trabajos del oficial Zappietro. En varios casos se buscaba en el anarquismo y sus atentados políticos un antecedente de la actividad de la guerrilla. El movimiento anarquista era señalado como representante de ideas disolventes y doctrinas exóticas, destacándose su actividad terrorista.44 Siempre se intentaba desmerecer sus ideales políticos como una excusa para delinquir. En la memoria institucional ocupaba un lugar clave la figura del Coronel Ramón L. Falcón, quien fuera Jefe de la policía en una época de fuertes conflictos sociales, desde 1906 y hasta su muerte, víctima de un atentado anarquista en noviembre de 1909. La defensa de su jefatura era un aspecto permanente de los textos de los historiadores de la pfa.45

Los artículos hacían una defensa de las intervenciones de la policía de la Capital ante diferentes conflictos sociales y las luchas de la clase obrera. Un artículo sobre la “semana roja” de 1909 comentaba que a principios de siglo “los gremios obreros fueron captados por elementos anarquistas. La lucha del proletariado contra el capital adquirió características violentas que culminaron con la comisión de atentados de carácter terrorista. Incendios, explosiones y hechos de sangre marcaron la pauta, afectando a la economía nacional, pero más aún a los obreros por la pérdida de jornales como consecuencia de las huelgas”. El autor agregaba que “agitadores profesionales, venidos de Europa, soliviantaron a las masas obreras argentinas, sembrando la intranquilidad pública e irradiando su acción al interior del país”. En referencia a la represión policial del acto de la Federación Obrera Regional Argentina (fora) del 1º de mayo de 1909, que dejó el saldo de varios muertos, un artículo no sólo planteaba que la policía no había realizado ninguna represión sino que aseguraba que había quedado probado que ninguno de los muertos “lo fue por acción de las armas policiales y también que la mayoría de los heridos, que lo habían sido en las piernas, se debían a proyectiles de calibres menores, es decir de armas no policiales y por lo tanto de los manifestantes”.46

Aunque, como señalamos anteriormente, la revista mostró en sus primeros números algunas expresiones de confianza en el prestigio de la fuerza ante la sociedad (números dirigidos a los 43 “Carta de la dirección”, mp 10 (diciembre de 1971), 2 y “pfa. Historia de 150 años”, mp 10 (diciembre de 1971), 33-38. 44 “Atentados a presidentes”, mp 8 (marzo-abril de 1971), 34.

45 “Jefes de policía. La riesgosa profesión”, mp 10 (diciembre de 1971), 56-58. Sobre la reforma institucional durante la jefatura de Falcón, ver Viviana Barry, Orden en Buenos Aires. Policías y modernización policial, 18901910, 2009. Tesis de Maestría, idaes-unsam.

46 “Los sucesos de 1909”, mp 12 (abril de 1972), 48-49.

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miembros de la institución, pero también a la población en general), rápidamente dominaron la publicación expresiones, reconocimientos y repercusiones de un fuerte cuestionamiento institucional. A partir de 1969, el gobierno militar y los principales aparatos represivos del Estado fueron objeto de una crítica y denuncia permanentes. Ese cuestionamiento, e incluso abierto repudio, de amplias clases sociales y distintos sectores de la sociedad civil golpeó de forma directa sobre los miembros de la pfa que eran entonces víctimas de una marcada crisis de la identidad policial. Una de las principales tareas de la revista institucional era hacer frente a esa situación y reforzar la identidad de sus miembros.

La primera expresión clara y abierta de esa crisis se puede encontrar en un artículo del Nº4, de mayo y junio de 1971, titulado con una pregunta: “¿Vale la pena ser policía?”. Aunque el texto estaba tomado de la revista brasileña Manchete y era una entrevista a cinco comisarios de ese país, resulta claro que se pretendía extraer del mismo algunas conclusiones válidas para la Argentina. La entrevista asumía la mala imagen de la policía entre la población. La conclusión del artículo era que el policía moderno era “un ser peculiar, marginado por tirios y troyanos... Tal vez valga la pena ser policía por eso mismo: por serlo. Y formar parte de una sociedad cuya gratitud no se busca, sino marginalmente. Éxito y fracaso son sólo hitos de un andar sin pausa, en busca de la verdad, esa ecuación inestimable y fugitiva como lo que es ese equilibrio místico y zarandeado que se llama la felicidad”.47 El artículo daba una respuesta positiva a la pregunta del título, pero la sola presencia de la pregunta daba cuenta de una crisis respecto al rol de la institución en la sociedad. Inclusive, el final del texto parecía llamar a los miembros de la pfa a aceptar y asumir el rol policial sin esperar reconocimiento o aceptación en la población civil.

El editorial del Nº7, de enero y febrero de 1971, directamente hablaba del esfuerzo que se realizaba no ya para ampliar el prestigio institucional, sino para intentar conservarlo. La tarea era “mantener para la institución que nos agrupa el prestigio profesional que nos viene de tan lejos, que nos enorgullece, que cuesta trabajo mantener, pero que también, cada día, estamos procurando legar acrecentado a quienes nos vayan a suceder”.48 Se reclamaba como necesaria la búsqueda de la identificación de la población con la institución, algo que, se reconocía, no sucedía por entonces.49 Como expresa este discurso institucional, la legalidad de la actividad policial no era sustituta de una legitimidad social que se encontraba en crisis, minando la capacidad de la fuerza para desarrollar su actividad de vigilancia y control social. Se destacaba la necesidad de evitar que la imagen de la institución quedase presa exclusivamente de su ejercicio de la violencia, se trazaba como un objetivo prioritario recuperar la legitimidad del orden social y de sus instituciones y se apuntaba a la necesidad de considerar la función policial como el sostenimiento de la paz social.

Si los artículos que venimos comentando asumían, explícitamente y en forma creciente, el deterioro de la imagen que la sociedad tenía de la pfa e inclusive la crisis de la misma identidad institucional, el Nº8 (marzo y abril de 1971) ponía directamente en su portada la cuestión. Todas las tapas anteriores de la revista habían incluido varios titulares y anticipos de las principales notas; a excepción de un pequeño recuadro con el logo de la revista, la portada del Nº8 estaba totalmente ocupada por una única frase que la atravesaba en diagonal. Con grandes letras mayúsculas en blanco sobre fondo azul, la revista se preguntaba: “¿Para qué sirve la policía?”. Para 47 “¿Vale la pena ser policía?”, mp 4 (mayo-junio de 1971).

48 “Sesquicentenario de la pfa”, editorial de mp 7 (enero-febrero de 1971), 3.

49 Ver “La Nueva Policía”, mp 7 (enero-febrero de 1971), 68-69.

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destacar aún más la frase, la misma aparecía enmarcada por encima y debajo por dos gruesas líneas negras.

El espacio del editorial estaba ocupado por un largo artículo que llevaba por título la misma pregunta de la portada de la revista. Se reconocía que, en general, la pregunta tenía una respuesta negativa: “cuando la fuerza pública se aplica contra grupos de personas que se resisten; cuando la policía aparece como ineficaz ante la opinión pública por una serie de hechos delictuosos; y también, por qué no decirlo, cuando algún o algunos funcionarios comprometen con sus conductas la eficiencia o prestigio de las policías o de los demás policías”. Se daban algunos ejemplos de respuestas negativas: “están las de los que dicen que la policía sirve para torturar inocentes; para que el gobierno apalee al pueblo, a los obreros o a los estudiantes; para que los policías vivan sin trabajar, o vivan de coimas, o para que exploten a las…”. El texto buscaba respuestas más positivas en ejemplos de la actividad de fuerzas policiales de otros países, para plantear que la policía era la representación inmediata “de la ley, de los magistrados, del Estado” y que “podría decirse que la policía está destinada, fundamentalmente, a producir seguridad a su población. Pero no la seguridad de la cárcel, sino la seguridad de la libertad”.50

Uno de los aspectos que más duramente cuestionaba la imagen de la pfa en la sociedad argentina de los años setenta era la aplicación de torturas a los detenidos. La institución y el gobierno nacional negaban sistemáticamente y desmentían las denuncias de los abogados defensores de presos políticos, gremiales o estudiantiles, pero esas prácticas eran generalizadas, masivas y sistemáticas. Junto a la crítica de la violencia policial en general, la permanente denuncia de apremios ilegales era uno de los mayores problemas de la institución. Aunque la fuerza, el Ministerio del Interior y el Poder Ejecutivo negaban los hechos, las torturas a detenidos en general y a los militantes políticos en particular por parte de la fuerza policial eran una práctica amplia e institucionalizada. La pfa torturaba a sus detenidos y también brindaba asesoramiento y personal especializado en la aplicación de tormentos a las policías provinciales. En ese sentido, lo que se 50 “¿Para qué sirve la policía?”, mp 8 (marzo-abril de 1971), 2-5.

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escribía en general en las páginas de Mundo Policial sobre la cuestión era que los métodos científicos de investigación policial habían convertido a la tortura innecesaria.

En ese contexto, la revista Mundo Policial publicó un largo trabajo en dos partes sobre la tortura. Aunque el artículo fue publicado sin firma, la misma temática, tratamiento y varias frases textuales aparecen en un libro publicado, varios años después, por el Comisario Raúl Tomás Escobar, quien fuera docente de la pfa.51 El artículo seguía en gran medida el desarrollo histórico y los temas presentados en el libro La tortura, del abogado francés Alec Mellor.52 El artículo presentaba a la tortura como un necesario instrumento judicial para obtener la confesión durante la Edad Media y como tal “una necesidad indispensable”.53 El artículo tenía doce largas páginas para hacer la historia de la tortura y describir en detalle algunas prácticas y formas usadas a lo largo de los siglos. Mientras se mostraba a la tortura como superada por las posibilidades que ofrecía la investigación y la ciencia policial, al mismo tiempo era presentada como algo que había acompañado permanentemente al hombre a lo largo de su historia, como una realidad generalizada y, a veces, una necesidad indispensable.

Conclusiones La Policía Federal Argentina tenía entre sus objetivos permanentes lograr reconocimiento y aceptación de parte de la sociedad civil. Esa tarea era un verdadero desafío en un contexto caracterizado por la radicalización política de la sociedad, el desarrollo de las fuerzas de izquierda y una profunda crisis de la dictadura militar, del Estado nacional y sus instituciones. Dentro de ese contexto general, la actividad de la pfa en esos años se caracterizó por una fuerte represión, control y vigilancia de los sectores activos de la población. Lejos de una acción de tipo preventiva, la pfa asumía crecientemente una violenta intervención represiva sobre la movilización y la protesta social y política, tanto en la ciudad de Buenos Aires como en el interior del país.

La revista apuntaba a adoctrinar a los miembros de la fuerza y a reforzar la imagen institucional y la identidad de los agentes y oficiales de la pfa, brindándoles elementos para contener el profundo cuestionamiento y rechazo masivo que su actividad generaba en la sociedad. Es en función de esa actividad y orientación de la fuerza que hay que interpretar su imagen de la sociedad, como llena de peligros y enemigos infiltrados y, al mismo tiempo, la identificación de su rol como representante de la fuerza pública, defensora de la familia, el orden social, las instituciones y la ley. En el marco de un régimen político en crisis, el Estado nacional y sus fuerzas represivas carecían de la legitimidad necesaria para su intervención violenta y, por lo tanto, la función de control social y espionaje político de la pfa se encontraba fuertemente cuestionada. Entre la clase obrera, los estudiantes y tendencialmente en una mayoría de la población, la pfa concitaba un amplio repudio por su permanente y generalizada actividad represiva: los asesinatos de activistas en la represión de diferentes movilizaciones populares, las detenciones masivas, las desapariciones de militantes y la sistemática aplicación de los golpes y la tortura sobre los detenidos y detenidas por motivos políticos.

51 Raúl Tomás Escobar, El interrogatorio en la investigación criminal (Buenos Aires: Universidad, 1989). 52 Allec Mellor, La tortura (Buenos Aires: Sophos, 1960). La edición original francesa es de 1949. 53 “La Tortura: del potro a la picana”, mp 7 (enero-febrero de 1971), 35.

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Las representaciones que la revista exponía respecto de la sociedad argentina construyen una imagen bastante clara. Se entendía que la sociedad atravesaba una profunda crisis de sus valores e instituciones tradicionales producto de la modernización y del avance de la sociedad de consumo. La Argentina tradicional y conservadora aparecía fuertemente cuestionada y superada por los cambios que vivían el país y el mundo. Respecto de esas transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales que erosionaban los valores y las instituciones tradicionales, había en la revista un profundo rechazo pero, también, cierta cuota de resignación ante la transformación irrefrenable de la sociedad argentina. En ese sentido, la revista expresaba una combinación de los miedos y temores de la Argentina conservadora y tradicional ante una sociedad radicalizada, cada vez más politizada y fuertemente orientada hacia la izquierda para discutir los destinos del país. El mayor símbolo de ese nuevo país, de la Argentina revolucionaria y potencialmente socialista, era la juventud (obrera y estudiantil) y su marcado protagonismo social. La distancia de esa juventud radicalizada, con una fuerte impronta de la cultura de izquierda, respecto de la moral y los valores tradicionales que la pfa deseaba defender es imposible de exagerar. Si la individualización de peligros y enemigos era un objetivo fundamental de la fuerza dado ese contexto de transformación social, se destacaba en particular la identificación de un nuevo tipo de delito y oponente para la Policía Federal Argentina: la “delincuencia subversiva”, que le reclamaba a la institución una adaptación para su efectiva represión.

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Recibido 11/04/12 – Aceptado 01/09/12

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contemporanea Historia y problemas del siglo XX | Año 3, Volumen 3, 2012, ISSN: 1688-7638

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Rompecabezas para armar: la seguridad interior como política de Estado en la historia argentina reciente (1958-1976)

Marina Franco1

Resumen

Abstract

Este trabajo estudia el desarrollo de prácticas autoritarias y represivas en los gobiernos democráticos de la segunda parte del siglo XX argentino. Se trata de una investigación en proceso cuya hipótesis es que las prácticas represivas no son características exclusivas de los gobiernos militares del período, sino que han estado presentes en gobiernos tanto civiles y democráticos como militares. Para ello se analizan una serie de políticas frecuentes de los gobiernos democráticos entre 1955 y 1983: las medidas de excepción, las políticas de militarización del orden interno, la identificación de la seguridad interior con la defensa nacional y la construcción de enemigos internos como amenazas al orden.

This paper studies the development of authoritarian and repressive practices in Argentina’s democratically elected governments in the second half of the 20th century. It is an ongoing investigation with the hypothesis that repressive practices are not exclusive to the military governments of the period but have in fact been used by civilian and democratically elected governments as well. The study analyses a series of policies of the democratic governments that held office from 1955 to 1983: the use of exceptional measures, the militarization of law and order, the identification of internal security with national defence, and the creation of the myth of the enemy within as a threat to national security.

Palabras clave: Autoritarismo, democracia, estado de excepción, Argentina

1

Key words: Authoritarianism, democracy, exceptional measures, Argentina

Doctora en historia por la Universidad de París 7-Denis Diderot (Francia) y por la Universidad de Buenos Aires; docente e investigadora del idaes/unsam y del conicet, Argentina.

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La historia argentina de buena parte del siglo xx suele pensarse a la luz de la alternancia entre gobiernos legítimamente elegidos y gobiernos de facto, entre democracia y dictadura, entre civiles y militares. Con justas razones, esta alternancia y sus complejas matrices de funcionamiento han retenido buena parte de la atención de los analistas sociales. Una de las líneas de interpretación más interesantes, por su intención de alejarse de las lecturas dicotómicas que oponen dictadura y democracia, ha sido propuesta por Hugo Quiroga al sostener que el caso argentino puede caracterizarse como un sistema pretoriano que desde 1930 combinó en su interior gobiernos militares y civiles en “una unidad contradictoria de continuidad y discontinuidad institucional al integrar los regímenes democráticos con los autoritarios”.2 No obstante, la atención sobre el componente autoritario-represivo ha seguido centrada, principalmente, en las políticas de las dictaduras militares. En relación con esto, nuestra preocupación pasa por repensar el proceso de aparición e instalación de políticas y lógicas represivas tanto en gobiernos militares como civiles y mostrar hasta qué punto los gobiernos democráticos también fueron protagonistas y responsables de la instalación de importantes lógicas represivas, que se fueron construyendo escalonadamente al menos desde la segunda mitad del siglo xx y hasta el fin del ciclo de alternancia cívico-militar en 1983. En otros términos, si el juego pendular entre civiles y militares constituye –según Quiroga– un “sistema único discontinuo”, las lógicas represivas que caracterizaron de manera creciente ese período también podrían ser examinadas bajo esa misma luz.

Aunque esta interpretación es, sin dudas, tentadora, por el momento no supera su carácter hipotético. El análisis de las lógicas represivas en las democracias modernas es de por sí un problema suficiente y esencial, pero la comprobación de la hipótesis requeriría un examen articulado de las políticas de los gobiernos militares y civiles. No obstante, en esta primera etapa el acento estará puesto en los tres momentos democráticos del periodo que se inicia con el derrocamiento de Perón en 1955 y se cierra con el fin del modelo de alternancia cívico-militar en 1983: los gobiernos de Arturo Frondizi (1958-1962), Arturo Illia (1963-1966) y Héctor Cámpora, Juan D. Perón y María Estela Martínez de Perón (1973-1976).3 De todas formas, observaremos con particular atención los intercambios y circulación de paradigmas de control del orden interno entre los actores civiles en el gobierno y los actores militares, pues creemos que en esa circulación hay claves analíticas importantes.

Para esta exploración seleccionaremos algunas medidas legislativas y políticas de seguridad particularmente significativas puestas en marcha por esos gobiernos. Ellas serán analizadas a la luz de las herramientas que brinda el concepto de “Estado de excepción”, entendido aquí como una situación política caracterizada por el recurso a medidas excepcionales que habilitan la suspensión total o parcial del Estado de Derecho ante casos considerados como amenazas al orden. Estas medidas de gobierno se legitiman en una fuerza que está a la vez dentro y fuera del orden legal y habilitan el tratamiento de los otros como enemigos del orden, a la vez que generan un

2 3

Hugo Quiroga. El tiempo del proceso (Rosario: Homo Sapiens, 2004), 350.

Con bastante asidero, las interpretaciones historiográficas suelen ver el inicio de una nueva etapa histórica en términos de uso y apelación a la violencia en 1955, sin embargo, el período peronista (1946-1955) en el cual se pusieron en marcha diversas medidas autoritarias de control del orden interno merecería particular atención. Aquí lo hemos dejado de lado sólo por razones operativas y, en cambio, tomaremos el peronismo de los años setenta. El análisis propuesto no es una reconstrucción histórica, sino sólo la exploración específica de ciertas prácticas y de la legislación de excepción.

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acrecentamiento de la autoridad ejecutiva. Estas medidas están contempladas por la mayoría de las constituciones liberales de Occidente, por ejemplo, la disposición clásica de la “Constitución Argentina es el estado de sitio”.5 También pueden plasmarse en otros instrumentos legislativos que suspenden o cercenan la vigencia de las garantías constitucionales y la vigencia del Estado de Derecho en sus diversas dimensiones. Recortaremos entonces la observación al uso de esas medidas al comienzo del ciclo reciente de nuestra historia en 1955, momento en que además ellas comienzan a articularse con las nociones de “seguridad nacional”. En efecto, como han señalado varios especialistas, desde fines de los años cincuenta la legislación de defensa y las políticas de control del orden interno aplicadas por los sucesivos gobiernos registraron la identificación entre seguridad interior y defensa nacional, bajo una hipótesis bélica de conflicto que requería la injerencia de las Fuerzas Armadas.6 4

El análisis de las medidas de excepción puede hacerse con diversos focos de atención; aquí nos atendremos a aquellas disposiciones del poder Ejecutivo o Legislativo que expresan un socavamiento del Estado de Derecho asociado a esta homologación entre defensa nacional y seguridad interior, sostenido en las figuras de un enemigo interior que amenaza el orden dado. Esto significa que no nos detendremos en la evolución de las prácticas policiales, militares o de inteligencia que no se hayan plasmado en el mencionado marco normativo nacional. En este trabajo intentaremos, entonces, ofrecer los primeros elementos empíricos para pensar el problema y algunas reflexiones provisorias.7

Los años cincuenta de Frondizi Arturo Frondizi asumió el poder en mayo de 1958, tras una larga dictadura militar conocida como “Revolución Libertadora”, cuyo objetivo había sido poner fin al régimen peronista y, de manera más general, “desperonizar” el país. Fue electo por un escaso margen de votos y como candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente. Su victoria se sostuvo en una parte de los votos peronistas gracias a un acuerdo secreto con Perón –que estaba en el exilio desde 1955– según el cual Frondizi se comprometía a restituir al peronismo y al sindicalismo peronista su espacio y 4

5

6 7

Tomamos aquí un concepto de “Estado de excepción” basado en la utilización de instrumentos legales específicos de excepción (estado de sitio, ley marcial, estado de emergencia, toque de queda, etc.). Gabriel Negretto, El problema de la emergencia en el sistema constitucional (Buenos Aires: Depalma, 1994) y no en el sentido teórico más amplio de una situación política general de excepción propio de Carl Schmitt La dictadura (Madrid: Alianza, 1991) y Giorgio Agamben, Estado de excepción (Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2007).

El “Estado de sitio” es el único instituto de emergencia que existe en la Constitución Argentina (Art. 23) y sólo puede declararse en términos territoriales y temporales restringidos y ante la verificación de circunstancias precisas: conmoción interior o ataque exterior que pongan en peligro la Constitución y las autoridades. Bajo su vigencia, el poder presidencial se limita a arrestar o trasladar personas, si éstas no prefiriesen hacer uso del derecho a salir del país. En caso de conmoción interior, el Presidente sólo puede declararlo si el Congreso está en receso y luego debe ser confirmado o suspendido por este. En la práctica significa un acrecentamiento de facultades del Poder Ejecutivo y una disminución de las garantías individuales. Cf. G. Negretto, El problema…; Adolfo Ziulou, Estado de sitio ¿emergencia necesaria o autoritarismo encubierto? (Buenos Aires: Depalma, 2000); Eduardo Gregorini Clusellas, Estado de sitio y la armonía en la relación individuo-Estado (Buenos Aires: Depalma, 1987). José Manuel Ugarte, Seguridad interior (Buenos Aires: fai, 1990); Marcelo Sain, Marcelo, Los votos y las botas (Buenos Aires: Prometeo, 2010).

He trabajado en detalle la lógica represiva del período democrático 1973-1976 en Marina Franco, Un enemigo para la nación (Buenos Aires: fce, 2012). Para los otros períodos aquí presento elementos iniciales de análisis.

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derechos políticos suprimidos. Por lo tanto, el nuevo gobierno inició su mandato jaqueado por las presiones militares para mantener al peronismo fuera del juego político y, a su vez, mantener el acuerdo con Perón y obtener el apoyo de las mayorías populares y obreras peronistas necesario para asegurar la gobernabilidad y las futuras contiendas electorales. A estas presiones se sumó una oposición partidaria amplia, antiperonista, que obstruyó sistemáticamente los intentos frondizistas, tanto por oposición a sus medidas de gobierno como a sus acuerdos con Perón –que se hicieron públicos durante las elecciones presidenciales–.8 Si este contexto auspiciaba una difícil gestión, el programa económico desarrollista impulsado por Frondizi exacerbó las tensiones, en buena medida porque contradijo sus afirmaciones electorales. Ello abrió un período de conflictos crecientes y de aplicación de medidas de excepción en escalada en los meses siguientes. Vale la pena detenernos en algunos tramos del proceso.

Al poco tiempo de asumir, Frondizi anunció que se permitiría el funcionamiento de universidades privadas con títulos profesionales habilitantes. Ello desató un enorme conflicto estudiantil conocido como “laica o libre”, que dio lugar a importantes niveles de represión y la suspensión del derecho de reunión por parte del gobierno. Este conflicto fue el primer anuncio de lo que luego sería visto como uno de los “engaños” de Frondizi por contradecir sus promesas electorales,9 pero la tensión mayor en la percepción del “engaño” estalló cuando Frondizi anunció sorpresivamente una serie de contratos petroleros firmados de manera secreta con empresas multinacionales sin pasar por el Congreso y en contradicción abierta con el espíritu económico nacionalista proclamado en su programa político.10 El anuncio fue el inicio de una enconada oposición de amplísimos sectores políticos, particularmente peronistas y de izquierda, y del movimiento obrero peronista que vieron aquello como una traición a la idea de nacionalización de las materias primas. En la provincia de Mendoza, los trabajadores de las industrias estatales de petróleo –primero los sectores radicales y comunistas y luego también peronistas– declararon una huelga contra la nueva política a finales de octubre de 1958. Ante la medida, Frondizi adujo que el conflicto no era gremial sino político, con intenciones “insurreccionales” para “abrir el camino a nuevas dictaduras supuestamente respaldadas en la democracia o la justicia social”.11 Con ello se aludía al peronismo excluido del juego político como principal amenaza al orden y la seguridad, pero por detrás del peronismo, Frondizi también denunció los planes de dominación de comunismo que creaban zozobra en los sectores obreros. “Estos sectores componen los enemigos de la nación que se oponen al desarrollo, al futuro y al mantenimiento de los servicios básicos para el funcionamiento nacional”. Puntualizaba Frondizi que una huelga para torcer por la fuerza actos de gobierno significaba “un ataque a la Constitución” y a la democracia y, por lo tanto, era “pura y simplemente subversión”.12 8

9

Sobre el período y sus tensiones, véase Daniel Rodríguez Lamas, La presidencia de Frondizi (Buenos Aires: ceal, 1984); Rosendo Fraga, El Ejército y Frondizi (1958-1962) (Buenos Aires: Emecé, 1992); Robert Potash, El ejército y la política en la Argentina, 1945-1962 (Buenos Aires: Sudamericana, 1971); Marcos Novaro. Historia de la Argentina, 1955-2010 (Buenos Aires: Siglo xxi, 2010). Kathryn Sikkink. El proyecto desarrollista en la Argentina y Brasil: Frondizi y Kubitschek (Buenos Aires: Siglo xxi, 2009), 290.

10 Frondizi era conocido como partidario del monopolio estatal del petróleo, pero no se había referido al tema en sus discursos electorales, excepto vagas afirmaciones nacionalistas y sobre la necesidad del capital extranjero (Sikkink, El proceso, 109). 11 Discurso del 9/11/1958, en Arturo Frondizi, Mensajes presidenciales (Buenos Aires: Centro de Estudios Nacionales, 1978), 208. 12 Discurso, 9/11/1958.

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Dos días después, el Ejecutivo estableció el “estado de sitio” en todo el país. La medida fue adoptada por decreto, a pesar de que el Congreso –ámbito legal obligado para ese tipo de decisiones cuando involucran una situación de “conmoción interna”– estaba funcionando. El Ejecutivo argumentó que la decisión había sido tomada a medianoche cuando el Parlamento no estaba efectivamente sesionando. Cuando al día siguiente la medida fue ratificada por Ley en el Congreso, el oficialismo adujo su carácter “preventivo” para asegurar la continuidad del orden y las instituciones amenazadas. La oposición, por su parte, señaló que la medida implicaba negar el derecho de huelga, que no existían las causas de conmoción interna reclamadas por la Constitución, que no podía usarse con carácter preventivo y cuestionó la interpretación del Ejecutivo sobre la situación de receso parlamentario.13

Mientras tanto, las 62 Organizaciones, el brazo político de los gremios peronistas, apoyaron la huelga petrolera y bajo el estado de sitio se arrestaron centenares de peronistas y comunistas en todo el país. La reacción del peronismo en la “resistencia” se intensificó con algunos atentados de bombas y sabotajes,14 y el gobierno respondió con una escalada de medidas excepcionales: la más trascendente de todas sería la declaración de “estado de conmoción interna” –figura ausente en la Constitución– a través del decreto secreto Nº9.880 que creaba un plan de seguridad y militarización del orden interno conocido como conintes (Conmoción interna del Estado). Días después, ante la ampliación de la huelga a los trabajadores ferroviarios, se decretó la movilización del personal bajo el argumento de que se trataba de un servicio sustancial para la vida nacional y su paralización era un peligro para el orden público.15

El instrumento de la movilización de personal de empresas estatales o privadas en huelga fue utilizado con frecuencia en los años siguientes. Se invocaba para ello la “Ley para tiempos de guerra”, sancionada por Perón en 1948, que definía una serie de operaciones internas de militarización en caso de ataque externo. Obviando la definición de guerra “externa” de dicha ley, durante el gobierno de Frondizi se instrumentaron todos los mecanismos de excepción previstos en ella para asegurar el control interno bajo autoridad castrense.16 La medida implicaba que el personal movilizado adquiría estado militar, de manera que quedaba sometido al código de justicia militar 13 Decreto Nº9.764, del 11/11/1958, ratificado por Ley Nº14.774 (bo, 13/11/58). Diario de Sesiones del Honorable Senado (1958), 2736 y ss, y Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Diputados, (1958), 6095 y ss. A su vez, la medida coincidió con un conflicto con el Vicepresidente Alejandro Gómez, denunciado como parte de una conspiración y traición al gobierno, al día siguiente del decreto presidencial del estado de sitio. El conflicto se debía al descontento de Gómez por el hecho de que los contratos petroleros no pasaran por la aprobación del Congreso.

14 Sobre las tensiones internas del peronismo en torno al conflicto petrolero, véase Daniel James, Resistencia e integración (Buenos Aires: Sudamericana, 1990). No podemos detenernos aquí sobre las características particulares de la “resistencia”, véase Julio César Melón Pirro, El peronismo después del peronismo (Buenos Aires: Siglo xxi, 2009); Laura Ehrlich, Rebeldes, intransigentes y duros en el activismo peronista, 1955-1962, Buenos Aires, 2011. Tesis de Maestría, ides-ungs; D. James, Resistencia.

15 Decretos Nº10.394 y 10.395 del 27/11/58.

16 La Ley Nº13.234 tenía como objetivo preparar el país ante la posibilidad de ataques externos pero, en lo concreto, definía una serie de operaciones de control interior al fortalecer el poder Ejecutivo y militarizar el territorio. Dividía al país en zonas de jurisdicción militar, instauraba un Consejo Nacional de Defensa dirigido por el Presidente con amplias competencias, creaba una autoridad militar con poder absoluto sobre los civiles e incluía el recurso a la justicia militar y el uso de la ley marcial. Fue utilizada en 1951 para resolver un conflicto interno con trabajadores ferroviarios. J. Ugarte, Seguridad interior; Gabriel Periés, “Un modèle d’échange doctrinal franco-argentin: le Plan conintes 1951-1966”, en Renée Fregossi (Editor) Armées et pouvoirs en Amérique Latine (París: iheal, 2004).

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y los infractores eran sometidos a juicio verbal y sumario y a consejos de guerra integrados por personal nombrado por el Comandante en Jefe del Ejército. El Poder Ejecutivo conservaba la atribución de decidir a quién se aplicaba el juicio sumario. Además de la excepcionalidad jurídica que implantaba, la medida de militarización y las siguientes tuvieron otro efecto agregado: le dieron a las Fuerzas Armadas injerencia en cuestiones de seguridad interna y un creciente poder para presionar al gobierno de Frondizi sobre medidas de esa índole.17

En diciembre de 1958 el estado de sitio fue prorrogado de manera indefinida por el Congreso, con el argumento de que era necesario para garantizar la realización del plan de gobierno y de desarrollo que se había fijado el Ejecutivo.18 De hecho, la medida nunca se levantó hasta que Frondizi fue derrocado en 1962 y su uso se articuló con sucesivas y progresivas medidas de excepción destinadas a garantizar la seguridad interna, muchas de ellas instaladas bajo la creciente presión militar y con una retórica anticomunista cada vez más virulenta.

En efecto, pocos días después, finalizando 1958, el gobierno anunció un programa de estabilización económica acordado con el Fondo Monetario Internacional que implicaba la eliminación del control de precios y subsidios, la restricción de aumentos salariales, la privatización de empresas y la disminución del déficit fiscal. El programa incluía la privatización del Frigorífico Nacional realizada en enero de 1959, que dio lugar a una gran huelga y a la toma del establecimiento por parte de los trabajadores. El gobierno recuperó el frigorífico a la fuerza y las 62 Organizaciones, presionadas por sus bases, declararon la huelga general, a lo cual el gobierno respondió con nuevas movilizaciones del personal de transportes en Buenos Aires, del personal de empresas petroleras y de ferrocarriles y declaró como zona militar varias áreas de fuerte movilización obrera, así como la intervención y militarización de los sindicatos.19 Esta sucesión de acontecimientos deja en evidencia que, efectivamente, la utilización real del estado de sitio no fue para enfrentar la acción sindical ni una conspiración dentro del gobierno, sino como mecanismo de control de futuras reacciones y resistencias a las medidas económicas de ajuste y al programa económico desarrollista.20 En pocas semanas, las políticas económicas y de persecución antiperonistas terminaron de disolver el pacto Perón-Frondizi y confirmaron el pasaje definitivo de los gremios peronistas a la oposición sindical y a la resistencia armada contra la “traición” frondizista. Estas medidas de excepción, desde el estado de sitio hasta la movilización del personal y la militarización de los sindicatos, tuvieron varios efectos: por un lado, conculcaron garantías constitucionales y fueron usadas como instrumentos represivos legalmente respaldados y, por otro, habilitaron un creciente espacio de autonomía militar en el control del orden interno. Este último 17 Sobre ese proceso y la creciente presión militar en cuestiones de seguridad, R. Fraga, Seguridad nacional, 64 y ss y R. Potash, El ejército, 400 y ss. 18 Ley Nº14.785 del 11/12/58. Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación (1958), 6557 y ss; Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Senadores de la Nación (1958), 2817 y ss.

19 Entre otros: Decreto Nº10.394 del 27/11/58, movilización de personal ferroviario; Decreto Nº10.395 del 27/11/58, juzgamiento de infracciones del personal ferroviario movilizado; Decreto Nº862 de 20/1/59, movilización del personal de empresas oficiales y privadas vinculadas al petróleo; Decreto Nº862 del 20/1/59, declaración de zona militar a los partidos de Berisso y Ensenada y a la ciudad de La Plata; Decreto Nº889 de 21/1/59, declaración de zona militar en Dock Sud; Decreto Nº906 de 23/1/59, intervención de las asociaciones profesionales de trabajadores en las actividades textil, de la carne, metalúrgica, química, de la madera y de la construcción. Sobre los hechos, Potash, El ejército; D. Rodríguez Lamas, La presidencia; Ernesto Salas, La resistencia peronista. La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (Buenos Aires: ceal, 1990). 20 Esta hipótesis ha sido sostenida por Potash, El ejército y Rodríguez Lamas, La presidencia.

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punto es clave, porque el gobierno de Frondizi estuvo jaqueado desde su origen por las presiones militares atentas a las políticas presidenciales de contención del peronismo y del comunismo y las medidas presidenciales produjeron la ampliación de ese espacio. En agosto de 1959, la asunción del General Carlos Toranzo Montero en el cargo de Comandante en Jefe del Ejército –antiperonista que consideraba que las Fuerzas Armadas debían tener un papel de vigilancia sobre el poder civil como garantes del bienestar de la Nación– afirmó el control militar tutelar, pero también reflejó la elección de Frondizi por una posición militar dura ante los conflictos.

Desde luego, la creciente injerencia militar estuvo acompañada por, y fue resultado de, importantes transformaciones ideológicas y doctrinarias dentro de las Fuerzas Armadas. Entre 1957 y 1962 las doctrinas militares estaban en plena transformación hacia la adopción de la doctrina de la guerra revolucionaria tomada de los militares franceses y sus experiencias en las guerras coloniales.21 A partir de ello, la principal tarea militar se centraba en la seguridad interna y se definía en el marco de una “guerra” contra un “enemigo interno subversivo”.22 Una consecuencia crucial fue la internacionalización de los conflictos políticos internos de manera que el antiperonismo devino en una forma de anticomunismo.23 El comunismo fue percibido como un peligro igual o mayor que el peronismo pero ambos aparecían asociados, dado que se temía que las prohibiciones y proscripciones sobre el segundo llevaran a la masa obrera hacia el primero.

Desde fines de 1958, el crecimiento de las acciones de la resistencia peronista manifestadas en atentados de tipo terrorista coincidieron con el temor producido por la Revolución cubana en los sectores conservadores de América Latina y eso activó el miedo anticomunista a acciones insurreccionales –en un contexto ya tenso por la Guerra Fría–. Además, desde su asunción Frondizi era mirado con recelo por la presencia en su gabinete de figuras de trayectoria comunista como Rogelio Frigerio, quien fue sucesivamente desplazado de cargos visibles justamente por esas sospechas.24 Más tarde, también generaron alarma castrense las elecciones en la provincia de Mendoza, que marcaron un aumento electoral del Partido Comunista y la elección de Alfredo Palacios como senador con un plan antiimperialista y procubano, en febrero de 1961. Algunas medidas de política exterior de Frondizi como el ofrecimiento de mediar entre Estados Unidos y Cuba, una reunión secreta con el Che Guevara en Buenos Aires y la negativa argentina a romper relaciones con Cuba, entre otras, no hicieron más que alarmar profundamente a las Fuerzas

21 Esta doctrina venía a reemplazar a la “Doctrina de la Defensa Nacional” vigente hasta entonces, que concebía la guerra como un fenómeno asociado a una agresión militar exterior llevada adelante por parte de otro Estado soberano. Cfr. Ernesto López, Seguridad Nacional y sedición militar (Buenos Aires: Legasa, 1987); Esteban Pontoriero, De la conmoción interior a la guerra revolucionaria: legislación de defensa, pensamiento militar y caracterización de la amenaza a la seguridad interna en la Argentina (1958-1970). Buenos Aires, 2012. Tesis de licenciatura, Universidad de Tres de Febrero; M. Sain, Los votos. 22 E. López, Seguridad nacional; Mario Ranalletti y Esteban Pontoriero “La normativa en materia de defensa y seguridad y la criminalización de las disidencias (1955-1976)”, v Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente (Buenos Aires: Universidad Nacional de General Sarmiento, 2010).

23 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina ii. 1943-1973 (Buenos Aires: Hyspamérica, 1986) y Pontoriero, E. De la conmoción.

24 Rogerio Frigerio, de orientación desarrollista, fue el principal asesor político y económico de Frondizi. Por su supuesto comunismo y por su rol estratégico en las sombras –ya que no ocupó cargos centrales en el gabinete– fue una figura durísimamente cuestionada en la época.

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Armadas y en especial al sector liderado por Toranzo Montero que reaccionó acrecentando las presiones golpistas.25

Mientras mantenía esta proyección de su política exterior, en lo interno Frondizi adoptó un tinte de fuerte retórica anticomunista y sancionó un abanico de medidas con esa orientación, tales como la expulsión de diplomáticos soviéticos, la prohibición del funcionamiento del partido comunista y el cierre de sus locales, la organización de las tareas de inteligencia contra el comunismo26 y, en general, fue proclive a ceder en medidas de control del orden interno bajo la nueva óptica del enemigo interno, a lo cual adscribió públicamente en sus intervenciones presidenciales. Así, por ejemplo, la creación de una comisión investigadora de actividades comunistas se fundamentó en que la supresión de dichas actividades tenía como objetivo “preservar la paz interior y el orden público” pues se “comprueba que las actividades comunistas afectan la defensa nacional”.27 De esta manera, el texto del decreto unificaba e identificaba el mantenimiento del orden interno con la defensa nacional –ámbito de injerencia de las Fuerzas Armadas en cuanto refiere a un peligro externo–. La escalada de esta legislación anticomunista –y en particular la última medida citada– fueron respuestas a las exigencias militares que en el año 1960 se habían hecho particularmente intensas.28 Según señala Rosendo Fraga, cada concesión a la política anticomunista debilitaba a Frondizi ante el sector castrense y aumentaba el poder de presión de éste. Sin duda, la doble política presidencial no hizo más que agudizar las tensiones institucionales. Lejos de ser un argumento estrictamente militar, la oposición político-partidaria también cuestionó la política externa de Frondizi y la presencia de funcionarios sospechados de comunistas y lo acusó de complicidad con la subversión marxista; así, todo brote de descontento sindical peronista fue interpretado como el comienzo del avance comunista. La medida represiva más conocida del gobierno de Frondizi fue el “Plan conintes”. Fue implementado en marzo de 1960 supuestamente a raíz de una ola de atentados terroristas: la explosión de una bomba en un depósito de la empresa Shell-Mex en Córdoba, con más de una decena de muertos, y un atentado a un coronel en el que falleció su hija de 3 años. Además, en octubre del año anterior se había hecho pública la existencia de la guerrilla peronista –Uturuncos– que en la madrugada del 25 de diciembre de 1959 tomó una comisaría en el pueblo tucumano de Frías. La acción fue

25 En pleno clima de Guerra Fría y escalada de declaraciones continentales anticomunistas, en agosto de 1961 Frondizi recibió a Guevara en cita secreta, lo cual generó un gran rechazo militar y mediático. En 1962, durante la octava reunión de cancilleres americanos realizada en Punta del Este, se decretó la expulsión de Cuba por “incompatibilidad de ideologías”. Argentina reafirmó su posición anticomunista y la defensa de la democracia y la libertad, pero se abstuvo de condenar a Cuba y votar su expulsión. Finalmente, bajo presión militar y política, Frondizi rompió relaciones con la isla poco después de la reunión uruguaya. Cfr. María de Monserrat Llairó y Raimundo Siepe, Frondizi, un nuevo modelo de inserción internacional (Buenos Aires: eudeba, 2003) y R. Fraga, El ejército.

26 Entre otros, Decreto Nº4.965 del 27/4/59, Decreto Nº2.985 del 13/4/61, Decreto Nº12.681 de 18/10/60 y Decreto Nº2.985 del 13/4/61, respectivamente. Véase discurso presidencial del 23/11/60. 27 Decreto Nº12.681 del 18/10/60.

28 Pocos días antes, el General Toranzo Montero había elevado un memorándum al gobierno en el que afirmaba la necesidad de reprimir el peronismo y el comunismo y presentaba a la corporación militar como garantía contra el avance de estas fuerzas y de la estabilidad de las instituciones. El texto representó un verdadero ultimátum al poder político exigiendo cambios fundamentales, alejamiento de funcionarios, eliminación de la administración peronista y comunista (véase en Fraga, El ejército, 148). Frondizi respondió denunciando el golpismo, pero inmediatamente puso en marcha una serie de medidas anticomunistas cuyo contenido recuerda en algunos aspectos textuales lo manifestado en el memorándum castrense.

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rápidamente desbaratada pero la represión posterior y las acciones de sabotaje de la resistencia peronista duraron hasta el mes de marzo.29

El “Plan conintes” asignaba a las Fuerzas Armadas el control del “terrorismo” en un sistema de zonas y subzonas bajo control militar y determinaba la subordinación de las policías provinciales a las Fuerzas Armadas, así como la aplicación de Consejos de guerra y la ley marcial. Fue acompañado del Decreto Nº2.639 declarando la “situación de emergencia grave”30 ya prevista por la Ley Nº13.234 para tiempos de guerra de 1948. El otro antecedente fundamental en la concepción del conintes fue la doctrina de la guerra revolucionaria francesa que, como dijimos, venía siendo enseñada en la formación militar argentina desde 1957, y en particular sus aspectos vinculados a la concepción de un enemigo interno frente al cual debía responderse con el control militar absoluto del territorio y sus habitantes.31 Para las Fuerzas Armadas, la situación social y las acciones del peronismo en la “resistencia” encarnaban, efectivamente, un terrorismo-subversivo “inficionado” de comunismo.32 De todas formas, aún no contamos con información precisa sobre el proceso de elaboración del “Plan conintes”, lo cual permitiría definir cómo estas teorías militares se plasmaron allí. El nuevo decreto señalaba: Considerando que el gobierno está obligado de [sic] aprobar estas medidas militares, mantener el estado de sitio para preservar el orden público y la seguridad de la población; que el Poder Ejecutivo tiene los elementos de juicio para saber que los actos terroristas continuarán en ascenso para impedir las elecciones; considerando que se trata de una situación de emergencia, que la constitución acuerda al congreso y al presidente los poderes de guerra; que el Poder Ejecutivo se ve impelido en defensa de los supremos intereses de la república a proceder así porque va en ello el mantenimiento de una forma de vida nacional en torno a los valores democráticos de la nación.33

En virtud de este diagnóstico se extendía la jurisdicción militar a los civiles que cometieran actos enumerados por el Código de Justicia Militar: los delitos de intimidación pública y terrorismo. Se establecía que los comandantes de las Zonas de Defensa bajo jurisdicción del Ejército, de la Marina y la Aeronáutica, ordenaban la constitución de los Consejos de Guerra establecidos por el mencionado Código. La aplicación del conintes arrojó cientos de detenciones y juicios militares, así como denuncias de torturas y apremios ilegales y facilitó la “limpieza” de miles de activistas en sindicatos y fábricas.34 Su uso fue inconstitucional por el mecanismo decisorio uti29 Sobre los Uturuncos véase Ernesto Salas, Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (Buenos Aires: Biblos, 2003). 30 Decreto de aplicación del conintes: Decreto Nº2.628 del 13/3/60 y Decreto Nº2.639 del 15/3/60, de emergencia grave. (Estos decretos fueron finalmente derogados por el Decreto Nº6.495 del 1º/8/61). Previamente, la Ley Nº15.276 del 11/2/60 había modificado y endurecido algunas figuras del Código Penal vinculadas al uso de armas de guerra y “actitudes que causen tumulto o temor”. Según Potash, se sancionó bajo exigencias militares pero Frondizi se negó a incluir en la reforma la aplicación de ley marcial (Potash, El ejército). 31 G. Périès, “Un modèle”.

32 Revista de la Escuela Superior de Guerra 338 (setiembre de 1960), citado en Nicolás Damin, Plan conintes y Resistencia Peronista 1955-1963 (Buenos Aires: Instituto Nacional Juan Domingo Perón, 2010).

33 Decreto Nº2.639, Declaración de situación de emergencia grave, marco de ejecución del “Plan conintes” (15/3/1960).

34 Según un informe del Senado de 1961 citado por Damin (Plan conintes, 296), los presos a esa fecha eran 258, juzgados por tribunales militares con penas de entre ocho meses y veinticinco años. Sobre el “Plan conintes”

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lizado sin pasar por el Congreso y porque la aplicación de la autoridad y justicia militar a civiles estaba explícitamente prohibida por la Constitución en caso de emergencias.35

Mientras se aplicaba el “Plan conintes” y se aprobaban leyes de profundización de la acción represiva contra el “terrorismo”, con importantes disminuciones de las garantías judiciales de los acusados36 en 1960 y 1961, el Poder Ejecutivo respaldó varios proyectos de ley de defensa nacional inspirados en los lineamientos de la hipótesis francesa de la guerra revolucionaria y la existencia de una amenaza subversiva. Frente a la existencia de una amenaza interna, se postulaba la declaración del estado de emergencia por parte del Poder Ejecutivo y la disposición de zonas de emergencia bajo jurisdicción militar. En el mismo sentido, se definía la defensa nacional como la respuesta a agresiones tanto internas como externas.37

La interpretación que ofrece la mayor parte de la literatura para explicar la legislación de excepción y esta escalada de medidas destinadas al control del orden interno presenta una figura presidencial maniatada y limitada por las presiones militares.38 Nuestra interpretación es que, si por un lado, efectivamente, el gobierno de Frondizi estuvo limitado y presionado por las exigencias militares, por otro, las propias medidas de excepción tendientes a la militarización de sindicatos y empresas estatales –previas a la presión castrense anticomunista– así como la declaración original del estado de sitio, que no se levantó hasta la caída de Frondizi, se hicieron con prescindencia de la creciente presión militar (que comenzó posteriormente, a mediados de 1959). Esas medidas, en cambio, acrecentaron la injerencia militar –incluso a expensas de los deseos de las propias Fuerzas Armadas–39 y ampliaron el margen de autonomía castrense para imponer políticas vinculadas al mantenimiento del orden interno en los meses y años siguientes. Por lo tanto, la escalada de medidas tendientes a instalar un funcionamiento institucional de excepción y un marco represivo permanente no fueron consecuencia exclusiva de la presión militar, sino que en buena medida la precedieron y después se retroalimentaron con la mayor injerencia castrense orientada por las teorías revolucionarias del enemigo interno que tendieron a identificar la seguridad interior como la principal misión militar. Posteriormente, cuando esa presión castrense se hizo efectiva y condicionó la gestión gubernamental hasta el punto de dar forma a las políticas de orden interno analizadas, el hecho de que el gobierno civil adoptara esas políticas –mientras y su relación con la Ley de Nº1.948, Damin, Plan conintes. Sobre sus efectos y las denuncias, Prudencia García, El drama de la autonomía militar (Buenos Aires: Alianza, 1995) y D. James, Resistencia.

35 G. Negretto, El problema, 116 y ss.

36 Ley Nº15.293 del 21/7/60, de represión de actividades terroristas, y Decreto Nº9.313 del 11/8/60, de Observación parcial de proyecto de ley de represión de las actividades terroristas.

37 Esto último corresponde a la presentación de Frondizi del proyecto en 1961, citado en E. Pontoriero, De la conmoción, 17. En contextos de fuerte pretorianismo militar, conocer los mecanismos de iniciativa, elaboración y decisión sobre el contenido de estos proyectos es un problema de primera magnitud, pero en casi todos los casos resulta bastante difícil desentrañar ese proceso. En el caso del primer proyecto de 1960, sabemos que fue elaborado por una comisión redactora integrada por un civil y un oficial del Ejército en el Estado Mayor de Coordinación; el segundo, de 1961, se inspiró en el anterior y fue discutido y pensado por las Fuerzas Armadas y defendido por Frondizi en el Parlamento. Por razones poco claras, estos proyectos no llegaron a ser aprobados ni discutidos en el Parlamento (E. Pontoriero, De la conmoción.). 38 Según Rodríguez Lamas (La presidencia), Frondizi no tuvo margen de maniobra por el acoso permanente y su gobierno fue la cumbre de la militarización de la política. Según Fraga (El Ejército), durante la gestión de Toranzo Montero las Fuerzas Armadas fueron un factor de presión que impuso sus posiciones, pero el “Plan conintes” expresa coincidencias entre militares y el gobierno. Para Potash (El Ejército), Frondizi es víctima de las presiones militares. 39 R. Fraga, El ejército.

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en otros planos se mantuvo más independiente de la presión corporativa– contribuyó a dar legitimidad social a la construcción de la amenaza comunista. De la misma manera, permitió que la identificación entre defensa nacional y mantenimiento del orden interno fuera transformada en un objetivo democrático que tendría larga vida en las décadas siguientes.

Los años sesenta democráticos La victoria amplia del peronismo en elecciones provinciales fue el detonante final de un golpe de estado militar que destituyó a Frondizi en marzo de 1962 e instaló una breve dictadura de fuerte tono antiperonista, atravesada por la disputa interna sobre qué hacer con esa fuerza y cuál era el alcance del rol institucional de las Fuerzas Armadas. Durante esos pocos meses se profundizaron las medidas tendientes al control y las prohibiciones sobre el peronismo y la “represión del comunismo”.

Poco después, en octubre de 1963, Arturo Illia, de la Unión Cívica Radical del Pueblo, fue elegido Presidente en un contexto tan complejo como el de Frondizi: con un escaso respaldo electoral (25.15%), la irresolución del problema del peronismo y cierto descreimiento del juego democrático para resolverlo, jaqueado por las presiones corporativas de sindicatos y empresarios, un amplio abanico político opositor y unas Fuerzas Armadas cada vez más preocupadas por la “seguridad”.40 A pesar de ello y en contraste con su antecesor, la nueva gestión radical no apeló a medidas de gobierno de tipo excepcional, tales como el estado de sitio o las intervenciones provinciales, ni a prácticas de control del orden interno de carácter autoritario o represivo, tales como la militarización de los servicios, prohibición de derechos laborales o creación de zonas bajo autoridad militar en situaciones de conflicto social. Por el contrario, como veremos, Illia hizo del no uso de esas medidas una característica de su gestión, lo cual le fue duramente reprochado por sus adversarios.41 No obstante, su gobierno –que se reivindicaba heredero de la Revolución Libertadora que había derrocado al peronismo y que César Tcach describe como “republicanismo cívico antiperonista”–42 mantuvo la proscripción del Partido Justicialista, pero permitió que sus militantes se organizaran bajo otras denominaciones. En relación con las Fuerzas Armadas, puede considerarse que fue un gobierno expuesto al pretorianismo castrense, aunque no en la misma medida que lo había sido Frondizi.43

En 1964, una serie de conflictos sectoriales de gran envergadura planteados por el sindicalismo peronista –que eran, en realidad, la manifestación de un conflicto político de fondo del peronismo con Illia– mostró la opción del Poder Ejecutivo por políticas de conciliación social sin apelar a medidas de excepción. A fines de mayo, en respuesta al intento oficial de controlar

40 Véase autores varios citados en César Tcach y Celso Rodríguez, Arturo Illia. Un sueño breve. (Buenos Aires: Edhasa, 2006). 41 Entre otras cosas, al asumir el gobierno anunció el fin de la legislación represiva, la amnistía para los presos del “Plan conintes” y el indulto para varios militantes ya condenados. Véase C. Tcach y C. Rodríguez, Arturo Illia. 42 C. Tcach y C. Rodríguez, Arturo Illia, 73.

43 La etapa de Illia estuvo atravesada por una profunda interna militar frente a la cual trató de mantenerse al margen, pero algunas decisiones de prescindencia terminaron por fortalecer la idea de la autonomía castrense frente al poder civil. El sector militar de mayor presión fue el legalista –partidario de un supuesto respeto de las instituciones– y menos recalcitrante en su antiperonismo; a él pertenecía quien después lo derrocó, el General Juan Carlos Onganía. Sobre las internas militares y la relación con Illia, véase A. Rouquié, Poder militar y Potash, El ejército.

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algunos aspectos de la vida sindical (el manejo de fondos y las elecciones internas) y en un contexto económico favorable pero con inflación creciente, la cgt organizó un amplio “plan de lucha” con la ocupación escalonada de miles de fábricas, que involucró millones de trabajadores y obtuvo un fuerte apoyo estudiantil y de la oposición política. Frente a esa medida y a pesar de las presiones para intervenir, Illia se negó a decretar el estado de sitio, abogó por su resolución en el ámbito judicial y en el Congreso se aprobó la “Ley del salario mínimo, vital y móvil” que mejoraba la situación de los trabajadores más desfavorecidos y que Illia presentó como una transformación democrática que serviría de contención al peronismo y al comunismo.44 Fueron, en cambio, las corporaciones de empresarios y ruralistas y las derechas partidarias las que denunciaron a Illia por su tolerancia con la “subversión” y la “penetración comunista”, a la vez que adscribían al diagnóstico militar de una “guerra revolucionaria” en Argentina y reclamaban medidas de excepción para enfrentarlos.45 Mientras en el plano social el gobierno esgrimía una política de respeto por los canales institucionales y constitucionales de control del orden interno –en parte vinculados a la posición de Illia de no enfrentarse al peronismo–, la aparición de otros focos de conflicto mostró otras concepciones sobre ese mismo orden cuando variaba el sujeto conflictivo. En efecto, las reacciones oficiales que no se produjeron en torno al peronismo como amenaza emergieron más claramente vinculadas a las primeras guerrillas marxistas.

Fue el caso de la aparición de un foco armado –el Ejército Guerrillero del Pueblo– en el norte argentino que fue desbaratado por la Gendarmería a comienzos de 1964. Aparentemente, el Ejército y algunos congresistas presionaron para una intervención militar, pero el gobierno optó por resolverlo con la policía y fuerzas de seguridad internas. En reacción a ello, en setiembre de ese año se presentó un nuevo proyecto de Ley de Defensa Nacional que contemplaba el uso de las Fuerzas Armadas en seguridad interior. A su vez, el proyecto se presentó poco después de una interpelación parlamentaria secreta a los ministros del Interior, Exterior y Defensa sobre los grupos armados en la Argentina, en la cual los miembros del gabinete manifestaron la preocupación gubernamental por crear instrumentos legales para la defensa del Estado que contemplaban la intervención de las Fuerzas Armadas.46 Durante la interpelación, el ministro del Interior, Juan Palmero, inscribió la situación en los parámetros de la teoría de la “guerra revolucionaria” y el avance de la amenaza comunista desde la Revolución cubana. […] es notorio que de la existencia de dos sistemas de vida distintos ha surgido en el mundo una competencia de poder, con posibilidades de agresión bélica – diría así–, de guerra propiamente dicha entre ambos bloques de países. […] la competencia [derivó] a otro método, a otro sistema, que es el conocido como el de guerra revolucionaria: guerra no declarada, silenciosa, pero guerra inexorable, global y permanente.47

Como ha señalado Esteban Pontoriero, incluso los diputados de diversas fuerzas opositoras se mostraron de acuerdo con esta lectura de una “guerra subversiva”. Poco después, el reclamo de 44 C. Tcach y C. Rodríguez, Arturo Illia.

45 Arturo Illia, 95 y 131. Según estos autores, la no represión de la protesta obrera impidió la militarización –que normalmente favorece el aumento de la injerencia e intervencionismo castrense–, pero debilitó al gobierno de Illia. 46 Sobre el tema, R. Potash, El ejército, 189-191 y el detallado trabajo de E. Pontoriero, De la conmoción. 47 Citado en E. Pontoriero, De la conmoción.

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instrumentos legales adecuados a la nueva realidad se plasmó en el proyecto de Ley de Defensa enviado al Congreso, que mostraba similitudes textuales con los proyectos presentados durante la gestión de Frondizi. En el mensaje presidencial que acompañaba el proyecto legislativo, se diagnosticaba una situación similar a la de la “guerra revolucionaria” frente a la cual se proponían las difusas figuras de “conmoción interior” y de “emergencia grave”, que no sólo habilitaban la acción militar homologando seguridad interna y defensa nacional sino que abrían el espacio para la excepcionalidad jurídica.48

Por su parte, las Fuerzas Armadas reafirmaron reiterada y públicamente, a través del General Juan Carlos Onganía, su vocación de defender las “fronteras ideológicas” contra la “subversión comunista”. Pero las denuncias de “infiltración marxista” en diversos ámbitos sociales también se transformaron en un tópico habitual usado por el sindicalismo peronista, la derecha política y los sectores de poder económico para denunciar la debilidad del gobierno y alimentar el golpismo.49

Como es evidente, el gobierno de Illia fue una experiencia completamente distinta a la de Frondizi, que se destacó más bien por su esfuerzo en no recurrir a medidas de excepción para mantener el orden interno. El hecho de que ello no resultara entendible para amplios sectores políticos que las reclamaban, habla del arraigo de ciertas prácticas consideradas si no naturales al menos viables. En ese sentido, Illia constituye una excepción institucional que también habla de las percepciones sociales sobre los conflictos internos y sus vías de resolución admitidas. Sin embargo, en otros aspectos de la gestión puede observarse la continuidad –menos clara y menos lineal porque finalmente los proyectos no fueron aprobados– del proceso tendiente al entendimiento del orden interno como un problema de seguridad nacional y a la construcción de un contexto bélico no convencional para enmarcar la amenaza.

Los años setenta peronistas En junio de 1966 Illia fue derrocado por el General Juan Carlos Onganía, quien instaló una dictadura militar altamente represiva, de corte corporativo y liberal a la vez. Entre sus disposiciones de gobierno, el Decreto-Ley de Defensa Nacional de 1966 fue el acto formal y fundamental de consagración de la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional en la legislación argentina. Partiendo de una concepción de la amenaza interna de nuevo tipo –que debía reemplazar las perimidas nociones de defensa exterior de la ley de 1948–, esta ley (y sus sucesivos complementos legales) fijó los principios de seguridad y desarrollo como rectores de la acción gubernamental y consagró a las Fuerzas Armadas como garantes de la seguridad. La disposición retomaba los no aprobados proyectos de 1960, 1961 y 1964 y una vez convertida en ley se mantuvo vigente a través de varios gobiernos, civiles y militares, hasta 1988.50 En 1973, tras un largo proceso, la dictadura dio paso a un nuevo gobierno civil y democrático a través de elecciones ganadas por el peronismo en la figura de Héctor Cámpora, delegado directo de Perón ya que este no podía ser electo por restricciones impuestas a su candidatura. Una vez suprimidas esas limitaciones, Cámpora fue desplazado por el propio peronismo y se realizaron 48 Pontoriero, De la conmoción. El proyecto nunca fue aprobado por razones no claramente establecidas. 49 Véase C. Tcach y C. Rodríguez, Arturo Illia; A. Rouquié, Poder militar.

50 Sobre la legislación de Onganía, véase Ariel Eidelman, El desarrollo de los aparatos represivos del Estado argentino durante la Revolución Argentina, 1966-1973, 2010. Buenos Aires, Tesis de doctorado, Facultad de Filosofía y Letras-Universidad de Buenos Aires.

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nuevos comicios que Perón ganó masivamente. Ni bien Cámpora asumió, su primer acto de gobierno fue la derogación de la legislación represiva y de seguridad implementada por el gobierno dictatorial anterior, así como el indulto y liberación de los presos políticos –entre los cuales se contaban numerosos militantes de organizaciones armadas–. El hecho es notable porque denota una voluntad de volver al marco pleno de las libertades democráticas y, sin embargo, ese mismo gobierno no derogó la mencionada Ley de Defensa que fue rápidamente reactualizada y utilizada por el gobierno de Perón, una vez desplazado Cámpora.

Lo cierto es que poco antes de la asunción del líder histórico del peronismo, en octubre de 1973, comenzó un lento proceso de cercenamiento de libertades civiles y de fuerte persecución política impulsado por el propio peronismo y como respuesta a varias situaciones simultáneas: 1) el altísimo nivel de movilización social y obrera que sobrepasaba los cuadros de contención sindical, como la gran ola de toma y ocupación de lugares de trabajo a comienzos de 1973, y el crecimiento de sindicatos “combativos” que presionaban por fuera de los marcos del peronismo; 2) la presencia de organizaciones armadas revolucionarias, peronistas y marxistas, que continuaron con las acciones de secuestros, atentados y toma de unidades militares –muchas de las cuales tenían como blanco miembros de las fuerzas de seguridad–; 3) el conflicto interno entre diferentes líneas del peronismo, especialmente contra los grupos que representaban la llamada “Tendencia revolucionaria” dentro de la cual se encontraba la Juventud Peronista y Montoneros.51 Este último fue el conflicto de mayor envergadura y de dimensiones.

La superposición de estos conflictos evidentes y de una crisis política profunda que el peronismo desencadenó en el poder hicieron de la vía represiva clandestina y del desarrollo de una legislación autoritaria en espiral ascendente la vía de escape de la compleja crisis partidaria y de gobierno. En octubre de 1973, días antes de asumir la presidencia, a través de un documento partidario Perón anunció la necesidad de eliminar el “enemigo infiltrado” dentro del peronismo, a través de un proceso de “depuración” partidaria destinado a resolver la “situación de guerra contra los grupos marxistas”; mientras, el gobierno interino exhortaba a combatir la “subversión antiargentina” representada por esos mismos grupos.52 En efecto, como el peronismo ostentaba también el control del aparato estatal, la “depuración” se manifestó directamente a través de políticas de Estado. Así, el disciplinamiento político implicó la intervención federal de varias provincias y las renuncias forzadas de funcionarios sospechados de “marxismo” en todos los niveles de la administración. Esta práctica sistemática desató una feroz persecución interna en la que se confundían los espacios partidarios y gubernamentales y que terminó socavando la estabilidad institucional de muchas provincias. En ello se superpusieron mecanismos legales y recursos de emergencia constitucionalmente admitidos y la violencia física directa. A la vez, desde mediados de 1973, la crisis partidaria instalada en el seno del poder y la reacción gubernamental ante los altos niveles de movilización y radicalización política y social dio lugar a un proceso de restricción sistemática y permanente de diversos derechos y garantías constitucionales, presentado como una necesidad impuesta por la lucha contra el enemigo interno –partidario y nacional– y las amenazas al orden que representaba ese enemigo cada vez más difuso. En el ámbito laboral, por ejemplo, una serie de medidas legislativas tendieron a achicar

51 Aquí sólo podemos hacer referencias muy generales a un proceso muy complejo que hemos analizado en detalle en M. Franco, Un enemigo. 52 Documento Reservado, La Opinión (2/10/1973) y Clarín (2/10/1973), respectivamente.

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los espacios y posibilidades políticas del sindicalismo más combativo surgido hacia fines de los sesenta; se centralizó y concentró el poder en los sindicatos nacionales peronistas y se recortó sustantivamente la democracia sindical y el derecho de huelga. Estas disposiciones permitieron intervenir y suspender la personería gremial de numerosos sindicatos, se crearon marcos legales para la detención de líderes gremiales no peronistas y se limitaron considerablemente las huelgas y conflictos fabriles así como se declararon prescindibles miles de empleados públicos por razones políticas y sindicales. En el ámbito educativo se colocaron autoridades reconocidamente fascistas, se impusieron leyes restrictivas de la actividad universitaria y de su vida política, se intervinieron muchas casas de estudio y se clausuraron sus centros de estudiantes. En el ámbito de la libertad de expresión e información, se instaló una creciente censura de medios (prensa, radio y televisión) y la prohibición de libros y materiales considerados “subversivos”. Varias de estas medidas y las que vendrían se sostuvieron legalmente en la Ley de Defensa de 1966 y reinstalaron leyes de ese gobierno de facto que Cámpora había derogado al asumir.53 Entre 1973 y 1975, la acción de bandas parapoliciales de derecha y otros comandos sindicales y partidarios, incluso algunos ligados a las Fuerzas Armadas, acompañaron con acciones de violencia terrorista las políticas intrapartidarias y gubernamentales de “depuración” del peronismo o “antimarxistas” en general: por ejemplo, la acción represiva de estas bandas se ejerció contra estudiantes y docentes en los ámbitos universitarios ya afectados por leyes restrictivas, muchos periódicos partidarios y comerciales fueron tocados por la censura y la presión gubernamental mientras eran asesinados o amenazados los periodistas y atacadas las redacciones, fueron asesinados delegados sindicales y obreros de los sectores combativos afectados por las nuevas leyes sindicales y algunos de los funcionarios destituidos por “marxistas” durante las intervenciones federales fueron asesinados o desaparecidos antes de 1976.

Paralelamente, la presencia de las organizaciones armadas de izquierda, peronistas y sobre todo marxistas que, recordemos, mantuvieron crecientes niveles de actividad armada, permitió canalizar simbólica y materialmente la lucha contra un supuesto, amplio y difuso, enemigo interno. Desde enero de 1974 se endurecieron sustantivamente todas las penas previstas por el Código Penal (incluso más allá de lo hecho por la dictadura de Onganía) y se crearon políticas tendientes a garantizar la “seguridad nacional” a través de la represión del “terrorismo” y la “subversión”, profundizando, una vez más, el proceso de asimilación entre mantenimiento del orden interno, seguridad interior y defensa nacional. La participación castrense en esas acciones, insistentemente reclamada por las autoridades militares, sería autorizada por el Ejecutivo muy poco después. La propia palabra de Perón sostuvo parte de esta construcción legal y de la legitimidad de ese proceso: […] estamos en presencia de verdaderos enemigos de la Patria organizados para luchar en fuerza contra el Estado al que a la vez infiltran con aviesos fines insurreccionales. […] Pido asimismo, a todas las fuerzas políticas y al pueblo en general, que tomen partido activo en la defensa de la república que es la afectada por las actuales circunstancias. […] El aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es

53 Entre las más destacadas en el ámbito laboral tuvieron injerencia la Ley de Asociaciones Profesionales (Nº20.615 del 29/11/1973), las leyes de prescindibilidad (Nº20.549 del 31/10/1973 y Nº20.713 del 8/8/1974) y la Ley de Seguridad (setiembre de 1974); en el universitario, las leyes de prescindibilidad y la Ley Universitaria (Nº20.654 del 14/3/1974). La creación de figuras represivas en los marcos de la política de seguridad se dio con la reforma del Código Penal (Nº20.642 del 25/1/1974) y la Ley de Seguridad, entre otras.

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una tarea que compete a todos los que anhelamos una patria justa, libre y soberana, lo que nos obliga perentoriamente a movilizarnos en su defensa y empeñarnos decididamente en la lucha a que dé lugar.54

Aunque es evidente que el proceso de disciplinamiento y las políticas de excepción se iniciaron ya en 1973, la situación se endureció notablemente después de la muerte de Perón el 1° de julio de 1974. Desde entonces, las políticas estatales estuvieron directamente orientadas al “combate” de la “subversión” para lo cual se convocó a las Fuerzas Armadas en numerosas oportunidades. En ese sentido, el gobierno de “Isabelita” implicó un salto cualitativo plenamente inscripto en el proceso iniciado en 1973.

Las políticas de seguridad posteriores a la muerte de Perón comenzaron en setiembre de 1974 con la sanción de la Ley de Seguridad, aprobada por el Congreso y destinada a “erradicar definitivamente la subversión en el país […] dentro los marcos de la ley”55 –disposición luego ratificada en 1976 por la Junta Militar–. Poco después, ante supuestas amenazas “subversivas” a escuelas y niños, se declaró por decreto el estado de sitio. Esta medida de emergencia fue mantenida por la dictadura militar posterior y nunca se levantó hasta 1983. Incluso entre 1974 y 1975 se restringieron los pocos resguardos de garantías y limitaciones a su uso que prevé la Constitución.56 Juntas estas disposiciones crearon los instrumentos jurídicos esenciales de la represión en cuanto a la suspensión de garantías del Estado de Derecho, la instauración de la vaguedad jurídica de las nuevas figuras delictivas y la consiguiente expansión ilimitada del universo de lo peligroso y del poder estatal sobre aquello que se consideraba una amenaza para la nación.

Desde 1975, la política gubernamental se orientó a formalizar la utilización de las Fuerzas Armadas en la tarea represiva, cuestión que se venía discutiendo desde 1974 y que de hecho ya se había implementado en situaciones puntuales. En febrero, el Ejecutivo autorizó a las Fuerzas Armadas a iniciar el “Operativo Independencia” de represión de un foco armado en el norte argentino, lo cual dio lugar a los primeros centros clandestinos de detención. La responsabilidad militar fue extendida luego a todo el territorio nacional para “aniquilar el accionar subversivo”.57 Para entonces, la argumentación oficial consideraba “subversivas” las protestas obreras, acciones estudiantiles, manifestaciones críticas de la prensa comercial y cualquier forma de oposición política y movilización social a la cual se respondía aplicando la Ley de Seguridad y el estado de sitio. Durante ese año, la legislación “antisubversiva” siguió en incremento concentrando toda la autoridad represiva en la institución castrense y el Poder Ejecutivo, incluso llegó a contemplarse la imposición de la pena de muerte y la creación de zonas de emergencia bajo autoridad militar así como un proyecto de ley destinado a “profundizar” aspectos de la ley de Defensa Nacional de 1966. Algunas de estas medidas habían estado en vigencia durante la dictadura de Onganía y volvieron a restituirse o a ser discutidas durante el gobierno democrático peronista, no sólo a propuesta del Ejecutivo sino con aquiescencia de numerosos sectores políticos en el Parlamento. Sin duda, la espiral represiva institucional fue acicateada por el incremento de las acciones de la guerrilla especialmente dirigida a blancos militares, mientras la acción clandestina de las

54 Presidente J.D. Perón ante el copamiento del cuartel militar de Azul por el Ejército Revolucionario del Pueblo, citado en Clarín (21/1/1974). 55 Ley Nº20.840 del 28/9/74.

56 Decreto Nº1.368 del 6/11/1974. En los meses siguientes se restringió el derecho de opción a salir del país, una de las pocas limitaciones al Poder Ejecutivo que la Constitución considera bajo estado de sitio. 57 Decreto secreto Nº261 del 5/2/1974 y Decreto Nº2.772 del 6/10/1975.

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bandas parapoliciales aumentaba el clima general de temor. La situación, socialmente percibida como “caótica”, y la violencia insurreccional empujaron la presión golpista y la autonomización militar de una institución con una larga historia de pretorianismo y, como ya vimos, completamente imbuida de las doctrinas contrainsurgentes de la Guerra Fría –que finalmente terminaron por coincidir con la interpretación peronista de las causas del conflicto político–.

Pero la acción disciplinatoria y represiva no fue consecuencia de la presencia y la presión militar, fue una política de Estado instaurada progresiva y sistemáticamente desde mediados de 1973, no de manera planificada pero sí como lento deslizamiento de las políticas estatales ante las declaradas necesidades de “orden” intrapartidario y social. Una buena parte de los actores políticos de la época –oposición partidaria incluida– terminaron por sostener el proyecto represivo ante una realidad que parecía incuestionable: la guerra interna declarada por la “subversión”. Así, la legalidad institucional y democrática se fue desmoronando a través de las políticas oficiales que decían protegerla y el 24 de marzo de 1976 un esperado golpe militar derrocó lo que restaba de la legalidad peronista y terminó de implantar un proceso represivo planificado y sistemático de características novedosas: la desaparición forzada de personas.

Reflexiones finales La indagación realizada aquí sobre los tres gobiernos democráticos de la etapa cívico-militar de la segunda parte del siglo xx argentino arroja resultados interesantes pero no suficientes para llevar a conclusiones definitivas. Es evidente que todos se caracterizaron por enfrentar complejas situaciones de conflicto social y político que no siempre fueron resueltas de la misma manera, pero que tendieron a enfrentarse a través de medidas de emergencia y que una vez que esas medidas se impusieron tendieron a hacerse permanentes –la prueba es que en los dos casos en que se decretó el estado de sitio en democracia la disposición se mantuvo hasta el final de la gestión y se transformó en regla y forma de gobierno–. Curiosamente, en el gobierno de Illia, el único donde se evitaron medidas de ese tipo, fue la oposición política y los sectores dominantes quienes las reclamaron. Así, estas variantes hablan de una concepción del juego político en la cual las prácticas arbitrarias de ejercicio del poder y de su concentración fueron vistas como formas que –legítimas o no– eran parte del horizonte de posibilidades para el mantenimiento del orden interno y la resolución de conflictos.

A pesar de los distintos estilos políticos, que sin duda explican algunas de las diferencias halladas, un dato muestra una continuidad en espiral ascendente: la concepción de un enemigo interno que plantea una situación bélica no convencional. Transformadas en leyes o no, estas concepciones fueron recurrentes como marcos de comprensión del conflicto y a través de los periodos analizados tendieron a virar su diagnóstico de mayor peligrosidad del peronismo al marxismo, a la vez que se ampliaban y tendían a adquirir vaguedad extrema para aplicarse a las más variadas formas de la protesta social. Llegado el punto en que el enemigo interno se definía por su supuesta amenaza, no ya al orden institucional sino a la esencia misma de la nación, el discurso sobre la legitimidad de su erradicación se hizo difícil de revertir. Como vimos, la representación de esta amenaza terminó de hacer aceptable la identificación entre defensa nacional y seguridad interna, habilitando un mayor espacio de acción de las Fuerzas Armadas –corporación cuya lógica de funcionamiento se definía ya por un fuerte pretorianismo ascendente–. Ese pretorianismo obedecía a prácticas previas de intervención en el juego político que se retroalimentaron con las lógicas de

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excepción de los gobiernos civiles, pero no fue el causante exclusivo de las prácticas autoritarias ni represivas, ni tampoco esa compleja relación entre civiles y militares debe reducirse a la simple idea de gobiernos democráticos maniatados. No obstante, esto tampoco significa que la distinción entre dictadura/democracia y civiles/militares sea ociosa para entender la implantación de lógicas represivas, sino que ese tipo de lógicas de control interior se explican por procesos más complejos y compartidos que la simple presencia militar en el poder.58

Sin duda, una lectura posible es analizar la evolución de estas concepciones a la luz del cambio en las doctrinas militares y su rápida penetración en las políticas de seguridad de los gobiernos democráticos y sus elencos políticos. En efecto, la semejanza entre las concepciones militares y civiles del orden que hemos relevado plantea la pregunta fundamental sobre la circulación de esas representaciones del conflicto a lo largo de las décadas recientes. Con certeza, el cambio en los paradigmas militares es relevante, porque no puede ignorarse la importancia del poder militar como actor político en el gobierno durante sucesivos períodos y porque las nuevas ideas militares sobre la seguridad permitieron formalizaciones legales de peso; pero, probablemente, además de eso haya que pensar en una concepción multiforme y progresivamente compartida por los actores del poder –sectores dominantes, actores políticos, civiles y militares por igual–. En ese sentido, efectivamente, tal vez estamos ante una forma única, aunque discontinua y cambiante, de entender el conflicto, el orden interno y la seguridad.

Las lógicas represivas analizadas fueron discontinuas, incluso con momentos importantes –pero breves– de reversión. Sin embargo, en su tendencia general muestran un claro proceso ascendente, con saltos importantes en 1966, una aceleración entre 1973 y 1975 y un salto cualitativo en 1976. Esto no significa –ni debe ser leído como– un proceso que de manera sobredeterminada y teleológica se dirigía al terrorismo de Estado. No es nuestra intención hacer una genealogía explicativa de la última dictadura militar, más bien se trata de pensar las construcciones de lógicas autoritarias y prácticas represivas que con características específicas cortaron transversalmente la historia institucional de largas décadas de la historia argentina reciente.

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58 El objetivo de estas reflexiones no es explicar la presión militar ni los golpes de Estado, sino un proceso que consideramos transversal a esos cortes y que debe ser visto como una variable entre varias para entender la creciente autonomía militar. Por tanto, que los gobiernos civiles “contribuyan” a través de políticas represivas a la autonomización militar no significa que esas políticas sean la “causa única” de esa autonomía ni que eso sea el factor explicativo suficiente de la presión militar ni de los golpes de Estado.

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Recibido 18/06/12 – Aceptado 24/08/12

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“Estado peligroso” y Medidas Prontas de Seguridad: Violencia estatal bajo democracia (1945-1968)

Leandro Kierszenbaum1

Resumen

Abstract

Este trabajo intenta identificar elaboraciones teóricas y prácticas legales autoritarias que estuvieron presentes durante los diferentes gobiernos democráticos entre 1945-1968 en Uruguay. El análisis se focalizará en uno de los principales legados conceptuales y legales del terrismo: la idea del “Estado Peligroso”, de sus implicancias legales, constitucionales y su puesta en práctica concreta. Directamente vinculadas conceptual y operativamente a la lógica del Estado Peligroso, las Medidas Prontas de Seguridad constituyeron una herramienta de control social con la cual los distintos gobiernos democráticos reprimieron movilizaciones sociales y políticas. La relación entre estas dos herramientas no es cronológica, puesto que las Medidas Prontas de Seguridad estuvieron presentes ya en la primera Constitución del país, sino que los significados conceptuales y su puesta en práctica se vincularon uno con otros. En otras palabras, la lógica del estado peligroso servía para comprender y legitimar la puesta en práctica concreta de las medidas.

This paper attempts to identify conceptualizations and authoritarian legal practices that were present during the different democratic governments in Uruguay between 1945-1968. The analysis will focus on one of the main conceptual and legal legacies of the Terrismo: the idea of the “dangerous state”, its constitutional and legal implications, and practical implementation. Conceptually and operationally linked with the idea of dangerousness, Prompt Security Measures constituted a tool for social control with which democratic governments repressed social and political mobilization. The relationship between these tools is not chronological, since Prompt Security Measures were present already in the first constitution of the country, but the conceptual meanings and its implementation are linked with each other. In other words, the logic of the “dangerous state” was useful to understand and legitimize the concrete implementation of the measures.

Palabras clave: Uruguay, estado de excepción, democracia, autoritarismo, medidas de seguridad. 1

Key words: Uruguay, State of Exemption, Democracy, Authoritarianism, Security Measures

Doctor en Historia en el Instituto Sverdlin de Historia y Cultura de América Latina en la Universidad de Tel Aviv.

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Este trabajo intenta identificar elaboraciones teóricas y prácticas legales autoritarias elaboradas durante la dictadura terrista que estuvieron presentes durante los diferentes gobiernos democráticos. Ante la escalada represiva de los 60, las autoridades oficiales recurrieron a instrumentos argumentales y legitimadores que se fueron consolidando durante gran parte del siglo xx. El artículo se limita a un período que podría llamarse de “entre dictaduras”, pero tal delimitación no puede ser absoluta si se tiene en cuenta los procesos históricos como tales, que incluyen períodos anteriores y posteriores y que son también discutidos en el trabajo. La lectura crítica de textos escritos por funcionarios oficiales durante la dictadura cívico-militar permitirá entrever las dinámicas y herramientas explicativas desarrolladas con anterioridad durante el período democrático y su concreta articulación bajo el régimen de facto. La imagen que frecuentemente surge de la historiografía existente es la de un Uruguay pacífico, donde los problemas se resolvían mediante el diálogo y los amplios consensos. Estas interpretaciones han resaltado los aspectos globales del conflicto, considerando a Uruguay como un escenario más de la Guerra Fría bajo el manto de la importada Doctrina de la Seguridad Nacional.2

El presente análisis propone una lectura que pone en relieve aspectos preexistentes en la democracia uruguaya que permitieron la posterior adopción de líneas operativas e ideológicas provenientes de dicha Doctrina. Si bien la misma estuvo presente en las diferentes dictaduras de los años sesenta y setenta, cada país la adoptó a “su” manera. En el marco del Cono Sur, en Argentina se desapareció y asesinó a miles de “subversivos”, en Chile se fusiló y torturó a cientos de militantes, mientras que en Uruguay el aparato represivo se caracterizó por el férreo control social, las detenciones prolongadas y el vasto uso de la tortura.3 Vale decir, la doctrina fue traducida por los aparatos represivos de los Estados, pero cada uno siguiendo una especie de “lenguaje” local. Este artículo intenta echar luz a ciertas particularidades de ese lenguaje, descifrar sus lógicas y su puesta en práctica. No quiere decir esto que la represión durante la dictadura cívico-militar haya tenido las mismas proporciones que la anterior, ni que la represión de los años 40 y 50 haya sido la misma que la de los 60 tempranos, ni los 60 tardíos cuando ya estaba establecida la lucha armada. Sin embargo considero que había ciertos parámetros de usos y formas de legitimar la violencia que se fueron cristalizando durante los distintos gobiernos democráticos. El análisis se focalizará en uno de los principales legados conceptuales y legales del terrismo: la idea del “Estado Peligroso”, de sus implicancias legales, constitucionales y su puesta en práctica concreta. Directamente vinculadas conceptual y operativamente a la lógica del Estado Peligroso, aunque no por esto resultantes de la misma ni con una lógica de continuidad, las Medidas Prontas de Seguridad constituyeron una herramienta de control social con la cual los distintos gobiernos democráticos reprimieron movilizaciones sociales y políticas. Es por ello que se analizarán 2

3

Una excepción de esto serían los trabajos publicados recientemente por Mariana Iglesias, en los que analiza la aplicación de las Medidas Prontas de Seguridad durante la segunda mitad del siglo xx. Sus trabajos, sin embargo, no analizan otras figuras y prácticas represivas que fueron aplicadas durante dicho período. Mariana Iglesias, “En procura del orden interno: sentidos y estrategias en torno a la sanción de medidas de excepción en el Uruguay de mediados del siglo xx”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos. Disponible en: http://nuevomundo. revues.org/index56848.html; y “El estado de excepción en Uruguay y Argentina. Reflexiones teóricas, históricas e historiográficas”, Revista de Historia Comparada 5-1, 91-115.

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también varias instancias en las que estas Medidas fueron aplicadas. La relación entre estas dos herramientas no es cronológica, puesto que las Medidas Prontas de Seguridad estuvieron presentes ya en la primera Constitución del país, sino que los significados conceptuales y su puesta en práctica se vincularon unos con otros. En otras palabras, la lógica del Estado Peligroso servía para comprender y legitimar la puesta en práctica concreta de las Medidas. Documentos de Estado, tanto ministeriales como informes parlamentarios, así como publicaciones producidas por diferentes sectores de la sociedad –ideológicos, periodísticos, legales– permiten rastrear las formas en que diversos sectores de la sociedad fueron cambiando sus expectativas y sus reacciones hacia la violencia mediada por el Estado.

El “Estado Peligroso” Según la criminología positivista, el objetivo del Derecho no es castigar o reprimir al infractor sino neutralizar terapéuticamente su “temibilidad” para poder defender a la sociedad.4 Esto implica la penalización de delitos consumados pero también la acción profiláctica. De esta lógica surge el concepto de “estado peligroso”, que define una situación en la que todavía no se cometió un delito pero en la que existe la posibilidad de que se transforme en un evento delictivo temido. En otras palabras, es posible penalizar o sancionar a quien la autoridad considere que representa un peligro para la sociedad, sin culpabilidad y sin delito: “toda sociedad tiene derecho a defenderse de los sujetos temibles, aún antes de que delincan”.5

El jurista argentino Sebastián Soler consideraba en 1929 que la teoría de la peligrosidad anulaba las “tres columnas del derecho penal clásico”: “Nullum crimen sine legge; nulla poena sine lege; nulla poena sine crimen”.6 Esto implicaría tipificar estados de peligro predelictuales y no “actos concretos, hechos sino estados, formas de vida, etc.”. Con ironía ejemplificaba: “podríamos meter a todo el mundo en la cárcel como medida preventiva, y así no habría crímenes que cometer”.7 También los juristas uruguayos Felipe Gil y Justino Jiménez de Aréchaga criticaban la idea del estado peligroso ya que ésta supondría una amenaza contra la libertad individual.8

Desde el punto de vista constitucional, dicha lógica resulta problemática ya que el Artículo 12º determina que “nadie puede ser penado ni confinado sin forma de proceso y sentencia legal”, lo que supone que la pena se origina en un delito, en un acto, pero no en un pensamiento, una opinión o una tendencia que no llegan a tener una exteriorización. Para el jurista uruguayo Juan B. Carballa la necesidad de la defensa social proyectó en las leyes y códigos de los países democráticos fórmulas que recuerdan las adoptadas por Estados totalitarios para asegurar su propia continuidad. Consideraba que era lógico y oportuno el “aprovechamiento de una experiencia [totalitaria]” ya que esta “contribuía a salvar un peligro en momentos en los que se luchaba para sobrevivir”.9 4

Nerio Rojas, Medicina Legal (Buenos Aires, Montevideo: Ateneo, [1936] 1976), 254.

6

Sebastián Soler en A. Rovira, El estado peligroso, 55.

5

7

8 9

Alejandro Rovira, El estado peligroso en la legislación uruguaya; estudio de la Ley Nº10.071 de 22 de octubre de 1941 sobre vagancia, mendicidad y estados afines (Montevideo, 1960). El estado peligroso, 59.

Felipe Gil y Justino Jiménez de Aréchaga, Sobre la Teoría del Estado Peligroso (Montevideo: Peña Hnos., 1932). Juan B. Carballa, Delitos contra la patria (Montevideo: Biblioteca de Publicaciones Oficiales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de la República, 1951), 45.

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El codificador uruguayo Irureta Goyena desestimaba las críticas, considerando que el estado peligroso no pudo ser aplicado en el Código Penal no por la supuesta violación del principio “nullum crimen nulla poena sine previae lege penale” sino por cuestiones financieras. Es decir, el Estado no tenía los medios para montar la infraestructura que implicaría la aplicación de dicha lógica. Desde el punto de vista conceptual, creía que el principio no era violado porque supuestamente se trataba de una sanción y no de una pena. Siguiendo esta lógica se concibió la Ley Nº10.071 de Vagancia, Mendicidad y Estados Afines, cuyo proyecto de ley fue iniciado en 1937 en pleno terrismo, sancionado en octubre de 1941 y sigue vigente hasta hoy. El propio Gabriel Terra consideró que la ley era necesaria para la defensa social y la corrección de “aquellos individuos que por su mala conducta, antecedentes morales, género de vida, etc., se pueda inferir que pueden violar la norma y perturbar la paz social”.10

Al ser esencialmente flexibles, los conceptos de peligrosidad y temibilidad permitían consolidar el proceso de criminalización y, por ende, de represión a los sectores que por diversas razones era necesario neutralizar. Bajo esta lógica se podía legitimar la detención y fichaje de homosexuales11 y la represión de supuestos infanto-juveniles,12 por un lado, y la detención de obreros o funcionarios públicos movilizados por el otro. Esto quedó registrado en los documentos que enviaba el Jefe de Policía de Paysandú durante la huelga remolachera de fines de 1957 y comienzos de 1958. Aquellos obreros que fueron detenidos arbitrariamente –como lo denunciaban socialistas y comunistas– eran representados como “vagos y linyeras” por las autoridades. Resulta sugerente que los “linyeras” que en una de las primeras páginas del mismo documento eran considerados “vagos”, aunque se tratara de auténticos trabajadores remolacheros, pocas páginas más adelante figuraran en una lista de obreros en huelga fichados según la empresa en la que trabajaban. Creo que este hecho no revela un simple error del autor, sino la arbitrariedad y ambigüedad con la que se podían aplicar categorías que permitían acudir a la ley vigente. Tanto la prensa como los informantes de la policía revelaban la existencia de un sistema por el cual los obreros al ser detenidos eran fichados y luego, al ser liberados, obligados a portar un documento que indicaba que ya habían pasado por dicho proceso.13 Esto dejaba en evidencia que la flexibilidad discrecional que representaba el “estado peligroso” servía también para reprimir movilizaciones sociales y así endurecer el control social.

Aspectos conceptuales de las Medidas Prontas de Seguridad Las medidas prontas de seguridad son disposiciones garantizadas por la Constitución, que ante casos graves e imprevistos de ataque exterior o conmoción interior le confiere al Poder Ejecutivo facultades que permiten mantener el orden institucional. Desde el punto de vista constitucional sólo pueden ser justificadas cuando ese fin no puede ser alcanzado por los medios 10 Cámara de Representantes xxxii Legislatura, Rep. Nº541 de 1937, Vagancia, Mendicidad y Estados Afines.

11 A pesar de que la homosexualidad no estaba penada por la ley, según Al Rojo Vivo, el Comisario Walter Árévalo declaró que habían más de 40.000 homosexuales que habían sido fichados por la Policía. Es decir que se llevaba registro de personas que no habían cometido ningún delito. “La llaga que sangra”, Al Rojo Vivo (21/6/1966). 12 Vania Markarian, “Menores violentos: la adolescencia en Uruguay de los cincuenta”, Brecha (13/2/1998).

13 “Antecedentes informados por la Jefatura de Policía de Paysandú, sobre su intervención en la huelga parcial decretada por algunos obreros remolacheros adheridos al Sindicato Único de Obreros Rurales (sudor)” (30/1/1958). agn, Fondo Luis Batlle Berres, Caja 86.

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ordinarios. Al ser supuestamente preventivas no permiten imponer medidas punitivas y de carácter definitivo, compartiendo, por lo tanto, elementos de la lógica del estado peligroso. En una analogía entre la legítima defensa interpersonal con la social, el estado peligroso en general y las medidas prontas de seguridad en particular actuarían como herramientas jurídicas por las cuales el Estado prevería una situación en la cual la ley no garantiza su continuidad, permitiéndose ejercer su autoridad por fuera de los “medios ordinarios” pero dentro del Estado de Derecho. Y como en una disputa interpersonal, ante la argumentación de la legítima defensa se debe “aceptar el peligro en la medida que lo temió el agredido, aunque éste magnifique las cosas en forma excesiva”;15 el Estado se asegura el poder de apreciación del peligro. En su trabajo sobre la legítima defensa, el jurista Camaño Rosa exaltó el elemento de la solidaridad, es decir, la defensa de una persona hacia un tercero. Ese desconocido podría ser el Estado que, como persona jurídica, es legítimamente defendible. En la práctica esto legitimaría a quien prestara colaboración con la Justicia o defendiera la propiedad nacional.16 En otras palabras, al concebir al Estado como una persona jurídica se lo transformaría en un sujeto defendible amparado por la normativa de la legítima defensa. Esto lleva implícito ciertas contradicciones conceptuales, ya que a pesar de que el Estado es quien debería retener el monopolio del uso de la violencia legítima, no sólo deja espacio para que los particulares hagan justicia por mano propia y establezcan normas de facto sino que él mismo, previniéndose, deja abiertas estas posibilidades. Ante un ataque inminente el Estado podía acudir al principio de la legítima defensa de manera similar a las relaciones interpersonales y así legitimar el uso de herramientas de facto, por fuera de las normas formales que habrían demostrado ser insuficientes para garantizar su seguridad. 14

Justino Jiménez de Aréchaga analizó las diferencias y similitudes entre las medidas prontas de seguridad y otras figuras jurídicas tales como el “estado de sitio”, el “estado de asamblea”, la “suspensión general de garantías constitucionales”, etc.17 Todas ellas tienen como cometido dar respuesta a la necesidad de defender el orden institucional, la integridad del territorio y la soberanía del Estado. Sin ingresar en las diferencias procedimentales específicas, las medidas prontas de seguridad, en teoría, garantizan más que las otras figuras el respeto por los derechos fundamentales; por ejemplo, en el caso del estado de sitio, dice el jurista, se crea un “status” especial, una “situación jurídica general”, mientras que las medidas prontas de seguridad son decisiones de “alcance particular” y no afectan “las garantías de los derechos humanos”.18 La suspensión general de garantías actúa como una temporal anulación de todos los medios jurídicos destinados a proteger los derechos de la personalidad, fuera de las limitaciones que el Estado se haya impuesto basándose en las normas de derecho interno o internacional. Es por ello que, a diferencia de las medidas prontas de seguridad, la adopción de dicha medida está reservada, por lo general, exclusivamente al Poder Legislativo.

14 “C.B con El Estado–Lesiones”, La Justicia Uruguaya, Sentencia 1.009.

15 Según “E.C.R.-Homicidio” (La Justicia Uruguaya, Sentencia 2.380), “a los efectos de la legitimidad de la defensa hay que aceptar el peligro en la medida que lo temió el agredido, aunque éste magnifique las cosas en forma excesiva”. 16 Antoño Camaño Rosa (1958), 26.

17 J. Jiménez de Aréchaga, “Recurso de Habeas Corpus y Medidas Prontas de Seguridad”, La Justicia Uruguaya 71, 127-134. 18 “Recurso de Habeas Corpus”, 128

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Como continuación y complemento de las medidas prontas de seguridad y ante la escalada violenta de abril de 1972,19 en julio del mismo año se sancionó la Ley de Seguridad Nº14.068 que garantizaba la libertad de operación a las fuerzas de seguridad, limitando proporcionalmente las libertades individuales. Se sostenía que la normativa penal carecía de figuras delictivas y de sanciones penales que trataran con suficiente severidad el delito de asociación subversiva, asistencia de asociación, secuestro, conspiración y atentado a la Constitución. Si bien todos estos delitos estaban efectivamente estipulados por la ley, lo que fallaba y debía ser corregido era la práctica, ya que la “justicia criminal ordinaria, en su estructura administrativa actuaba con debilidad, lo que hacía ineficaz su actuación”.20 Las medidas prontas de seguridad eran para Luís Vargas Garmendia “el único instrumento extraordinario que le daba la Constitución” que tenían a disposición para la lucha antisubversiva. Vargas Garmendia, Secretario de Presidencia (1977-1980) y Subsecretario del Ministerio del Interior, según Aldrighi también vinculado a la cia,21 sostenía que el uso de las medidas había sido tímido, “con mucho sentido demagógico”, y que no habían sido capaces de enfrentar a mitad de los años 60 a las huelgas generales y al “poder sindical” que “lesionaba los derechos individuales, que no respetaba la autoridad del Estado, que amenazaba con el caos social y la violencia callejera”.22 De esta manera se culminaba un proceso que había ido forjándose durante gran parte del siglo xx, por el cual diversos sectores de la sociedad exigían medidas “severas” y “mano dura” para poder combatir “de igual a igual” a quienes amenazaban el supuesto tradicional modo de vida uruguayo. El jurista y ministro de Justicia Fernando Bayardo Bengoa, en su trabajo Los derechos del hombre y la defensa de la nación publicado en 1977 (durante el gobierno de facto), destacaba explícitamente la relevancia del concepto de “estado de peligro” para preservar la “libertad nacional”.23 En sus esfuerzos fundacionales, los distintos poderes del Estado producían construcciones legales que permitirían establecer y legitimar reformas de carácter represivo y excluyente. El trabajo de Bayardo Bengoa proponía una lectura de la normativa legal existente a nivel local e internacional; ante las críticas internacionales de las que era objeto el gobierno dictatorial, el ministro basaba sus argumentos en la jurisprudencia de varias democracias liberales (fundamentalmente norteamericana y francesa). Implícitamente pretendía demostrar que las críticas a su gobierno no tenían

19 En dicho mes, el mln mató a varios integrantes de lo que se dio a conocer como el Escuadrón de la Muerte. Por otra parte, varios operativos de las fuerzas de seguridad culminaron con la muerte de varios militantes tupamaros. Además, el 17 de abril fueron abatidos ocho militantes comunistas y herido de muerte un oficial del Ejército en un violento acto de represión. Virginia Martínez, Los fusilados de abril: ¿Quién mató a los comunistas de la 20? (Montevideo: Ediciones del Caballo Perdido, 2002). Sobre la legitimidad y constitucionalidad de la Ley de Seguridad, ver la recopilación de artículos escritos por el Dr. Carlos Martínez Moreno y publicados en su momento (1972) en el semanario Marcha: Carlos Martínez Moreno, Los días que vivimos: Homenaje de la Cámara de Senadores (Montevideo, 1994). Particularmente, “¿Ley de Seguridad o matanza legalizada?” (1994), 85 y “El Régimen se va a la guerra” (1994), 93. 20 Luis Vargas Garmendia, “Estudio sobre derechos individuales”, en Fernando Bayardo Bengoa, Los derechos del hombre y la defensa de la nación (Montevideo: Ediciones Jurídicas, 1977), 58.

21 Clara Aldrighi, “La injerencia de Estados Unidos en el proceso hacia el golpe de Estado. Informes de la misión de Seguridad Pública y la Embajada en Uruguay (1968-1973)”, en A. Marchesi et al, El presente de la dictadura, 2005. 22 L. Vargas Garmendia, “Estudio sobre derechos individuales” (1977), 58.

C. Aldrighi, “La injerencia de Estados Unidos” (2005).

23 F. Bayardo Bengoa, Los derechos del hombre.

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fundamento ya que no eran sustancialmente diferentes a aquellas presentes en los lugares desde donde se propagaban dichas críticas.

Aparte de las fuentes extranjeras, basaba sus argumentos en la normativa jurídica uruguaya vigente durante los distintos gobiernos constitucionales anteriores al golpe, que a su vez, sin decirlo de forma expresa, se inspiraba en ciertos aspectos en la doctrina positivista italiana. El trabajo reproducía el proyecto de ley “Sobre estado peligroso para la seguridad de la Nación” que, basándose en los argumentos de Irureta Goyena expuestos en el proyecto de la Ley Nº10.071, daba un paso más pretendiendo definir explícitamente a los “estados peligrosos” que ya no eran “afines” sino decididamente ideológicos. Resumía: Si la Nación como bien jurídico penalmente preservado es un pueblo portador de una historicidad existencial, puede y debe prevenirse esta objetividad jurídica, frente a la posibilidad de futuros delitos destinados a desgarrarla en su integridad soberana e independiente, y por ello en la continuidad de su propia Historia.24

Quedaba claro que su intención era demostrar la continuidad jurídica entre la democracia liberal y el gobierno de facto. Desde su punto de vista la normativa adoptada por la dictadura no significaba más que la puesta en práctica de preceptos presentes en la reglamentación de una democracia atacada. Las elaboraciones conceptuales manejadas por Bayardo Bengoa y Vargas Garmendia revelan la continuidad de ciertos lineamientos anteriores al período abiertamente autoritario. Las herramientas argumentales que estos funcionarios usaban no provenían de un vacío ni fueron enteramente importadas, sino que se fundamentaban también en la doctrina y prácticas legales nacionales, desarrolladas durante el terrismo y cristalizadas durante los años de la supuesta “democracia perfecta”.

En síntesis, la defensa de la sociedad debía ser ejercida por el Estado a través de medidas profilácticas y terapéuticas. El cuerpo social estaba constantemente atacado y en peligro, amenazado por agentes nocivos. En caso que dichas amenazas se concretasen o incluso creasen la sensación de concretarse, el Estado contraatacaría legítimamente por intermedio de medidas represivas. En la práctica, esta diferenciación se desdibujaba, sin dejar en claro qué medidas eran preventivas y cuáles represivas pero, en ambos casos, eran concebidas como parte de la legítima defensa. A través del análisis de diferentes episodios y los debates producidos a raíz de ellos, intentaré comprender el significado de esas medidas y cómo se instauraban en los cuerpos de los implicados.

Defensa de la sociedad: entre la prevención y la represión Lo “peligroso” no era considerado como una cuestión estrictamente individual, sino como un conjunto de comportamientos pervertidos compartidos. Siguiendo la lógica positivista de la defensa de la sociedad, el Estado a través de sus instituciones y sus técnicos promovía la detención y registro de quienes eran considerados peligrosos. Las Medidas Prontas de Seguridad funcionaban como un marco ideal para realizar dichas acciones. En este sentido, en 1946 el Poder Ejecutivo sancionó las medidas para asegurar el abastecimiento de pan, ya que el Centro de Industriales Panaderos, luego de un largo conflicto, decidió cerrar los establecimientos. Mariana Iglesias demostró recientemente que el Estado presentaba la 24 Los derechos del hombre, 132. Cursivas en el original.

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situación en términos de agresor y agredido. Definiendo el carácter público del servicio, el riesgo de conmoción pública y el peligro que implicaba el desconocimiento de la autoridad, el Estado hacía de la disputa un acto de defensa de toda la sociedad.25

En las diversas movilizaciones sindicales de aquellos años se aplicaron dinámicas similares, pero sin acudir expresamente a las Medidas Prontas de Seguridad. En los conflictos portuarios de 1946 y 1949 volvieron a colaborar las fuerzas de seguridad (Policía, Ejército y Marina) con organizaciones armadas civiles contratadas, tales como la denominada “Gorra Blanca”.26 Durante el conflicto metalúrgico de agosto de 1950, el diputado blanco Daniel Fernández Crespo junto al diputado comunista Enrique Rodríguez denunciaron los procedimientos policiales: mediante razzias se detenía arbitrariamente a obreros y a sus vecinos. Después de ser detenidos por “averiguaciones”, eran fotografiados y se les tomaban las impresiones dactilares, quedando fichados sin haber cometido ningún delito que lo justificara.27 Además, denunciaban también la injerencia de Inteligencia y Enlace en los conflictos sindicales que, mediante amenazas de futuras detenciones, pretendían favorecer a las patronales.

A veinte días de haber asumido el nuevo gobierno colegiado en marzo de 1952, se decretaron Medidas Prontas de Seguridad a raíz del conflicto de la salud pública que paró a médicos y funcionarios. La proximidad de los eventos insinuaba una relación entre ellos: el nuevo gobierno, que estrenaba una nueva forma de gobierno (el colegiado), pretendía dejar en claro quién era el que gobernaba y así evitar que se generara una imagen de debilidad frente a la movilización social. Desde las filas del gobierno se argumentaba que el apoyo a la huelga significaba aprobar la subversión, lo que a su vez implicaba “darle carta blanca a impulsos o movimientos dispuestos a sobrepasar las fronteras de la legalidad y del orden constituido, y entrando en ese terreno, nadie sabe hasta dónde podemos llegar”.28 Es por esto que el Consejero Martínez Trueba advirtió la ejecución de una política de “indeclinable energía”.29 También criticaba la ilegitimidad de las medidas, señalando la inexistencia de un auténtico estado de conmoción interior y la existencia, en cambio, de una situación que podía solucionarse con el uso de medios ordinarios, existentes, a su juicio, sólo en un gobierno presidencialista y menos deliberativo. Si bien no se denunciaron malos tratos o detenciones masivas, El Sol advirtió, casi proféticamente, lo arriesgado que era involucrar a la institución armada en la solución de problemas de la vida civil. Decía que la injerencia de las ffaa constituiría una “grieta en el edificio” de las institución y podría “llegar hasta el corazón de nuestro ordenamiento institucional los riesgos de un militarismo creciente”.30 El sector colorado antibatllista encontró una oportunidad ideal para criticar la ineficiencia del colegiado, no por la ilegitimidad del recurso sino por el apresuramiento y la incapacidad de resolver los conflictos mediante el sentido común.

Ya el 28 de agosto, el Consejo de Gobierno advertía al funcionariado que tomaría medidas represivas en caso de que continuasen con su lucha.31 El 11 de setiembre del mismo año el Poder 25 M. Iglesias, “En procura del orden interno: sentidos y estrategias en torno a la sanción de medidas de excepción en el Uruguay de mediados del siglo xx” (2009). 26 Hugo Cores, La lucha de los gremios solidarios (1947-1952) (Montevideo: ebo, 1984), 10. 27

dscr

(14 y 15/8/1950), 501.

28 “Lo que está en juego”, El País (25/3/1952).

29 “Anunció una política de «indeclinable energía» el Sr. Martínez Trueba”, El Diario (24/3/1952). 30 “El empleo del Ejército”, El Sol (1º/4/1952).

31 Informe del Poder Ejecutivo a la Asamblea General, dsag 28 (15/3/1953), 10.

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Ejecutivo aplicó nuevamente las Medidas Prontas de Seguridad, esta vez por el conflicto del transporte y la posterior unión de los gremios solidarios. La consumación de huelgas y paros demostraba, según El Día, la “subversión en que ha caído la ética funcional y el avance de las siembras disolventes que hacen posible que un comité intente sustituir las legítimas autoridades del país”.32 La actitud del nuevo gobierno debía demostrar firmeza, diferenciándose de los anteriores que habían “tolerado […] movimientos que, bajo una falsa máscara gremial, subvertían el orden público y tendían a desorganizar e incluso paralizar, el desarrollo normal de la vida de la Nación”.33Paralelamente, entre los días 6 y 9 de setiembre, las ffaa fueron programando el empleo del Ejército “para el caso de que se concret[as]en los paros anunciados”.34 Es decir, durante las dos semanas previas a las medidas no parece haberse manejado la posibilidad de recurrir a medidas negociadas para solucionar el conflicto. Más allá de las reivindicaciones salariales, lo que estaba en pugna nuevamente era el derecho a huelga de los funcionarios públicos. Los sectores vinculados al gobierno acudían nuevamente al Art. 165 del Código Penal y en el lado opuesto, desde el socialismo, argüían la inconstitucionalidad de la ley y su origen totalitario.35 Al igual que las medidas de marzo, lo que se pretendía era proyectar una imagen de fortaleza del nuevo sistema de gobierno y que éste no confundiría “generosidad y tolerancia con debilidad”. Esto se traduciría, a la postre, en censura, clausura de varios sindicatos, detenciones arbitrarias, violación del derecho de Habeas Corpus, la aplicación de la Ley de Indeseables y la movilización de miles de soldados del interior hacia la capital. Contrariamente a lo dispuesto por la Constitución, no se dio cuenta al Poder Legislativo sobre las detenciones y las condiciones en las que se llevaron a cabo y, como lo denunciaba Marcha, la situación de emergencia también era una oportunidad para castigar a obreros que participaron de la huelga de ancap de 1951.36

Por las proporciones de la operación militar parecía que el colegiado se enfrentaba a una revolución subversiva total e inminente. Según el informe del Ministerio de Defensa a la Asamblea General en marzo de 1953, el día posterior al decreto de las medidas se iniciaron gestiones para la adquisición de treinta jeeps y la absorción total de los medios de transporte pertenecientes a los ministerios de Obras Públicas y de Ganadería y Agricultura. Además, se planteó la requisa de armas de todos los negocios del ramo y de los talleres de reparación, y se dispuso el establecimiento de un servicio de seguridad y vigilancia en la Estación Transmisora de la Radio Oficial que realizara “un estudio y propaganda para la Inspección General del Ejército sobre los servicios de seguridad y vigilancia a establecer en las Difusoras de la Capital”.37 Según el mismo informe, el 14 de setiembre se estableció la elevación de diez hombres del servicio de Seguridad y Vigilancia del siem, la inteligencia militar, para realizar servicios de seguridad y vigilancia de los entes en huelga, además de su intervención para asegurar la continuidad de los servicios. También se le encomendó al Ejército el patrullaje de la ciudad en conjunto con la Policía. Un obrero de la carne relató para Marcha el proceso de su detención en el marco de las Medidas Prontas de Seguridad, su internación y posterior liberación. El obrero no denunció el 32 “La subversión imperante”, El Día (3/9/1952). 33 “El orden social”, El Día (6/9/1952).

34 Informe del Ministerio de Defensa, dsag 28 (15/3/1953), 198.

35 Decía: “Actualmente no existe una disposición similar más que en Rusia, España y Portugal”, en “165”, El Sol (16/9/1952). 36 “20 días de Medidas Prontas”, Marcha (3/10/1952). 37 Informe del Ministerio de Defensa, 198.

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uso de la violencia física pero, según el semanario, el hecho no dejó de constituir “un ensayo, en pequeño, de un Estado policial, con los poderes desplazados desde el Consejo de Gobierno al Ministerio del Interior y de la órbita judicial a la policial”.38 Para el semanario, la negación del ejercicio del habeas corpus representaba un síntoma fundamental de subrogación a la Justicia por la Policía. Este “ensayo” analizado por Marcha en 1952 fue definido por Álvaro Rico como “policialización del Estado de Derecho”, pero adjudicándolo al período de fines de los años 60 y comienzos de los 70.39 De esta investigación se desprende, sin embargo, que la experiencia autoritaria no surgió de un vacío sino que las propias estructuras gubernamentales y legales contenían elementos en los cuales durante la segunda mitad de la década de 1960 los presidentes Gestido, Pacheco Areco y Bordaberry pudieron inspirarse o basarse. A poco tiempo de haber asumido el nuevo gobierno herrero-ruralista, en abril de 1959, el Poder Ejecutivo decretó Medidas Prontas de Seguridad a raíz de las trágicas inundaciones que sufrió el noroeste del país, cediéndole a las ffaa el control de la situación. Si bien las medidas no tuvieron un objetivo represivo, la intervención del Ejército y la autonomía que se le concedió revelan la creciente intervención de la institución armada en la solución de problemas de la vida civil. Esto también fomentó el surgimiento de una imagen del Ejército de institución eficiente y desinteresada que podía solucionar los diferentes problemas del país. Quien debía determinar si el orden había sido perturbado era, según el informe del Ministerio del Interior, el propio gobierno a través de de sus poderes discrecionales. El Poder Ejecutivo, por lo tanto, se creía con posesión del poder de decidir cuál era el interés y la voluntad gremial mayoritaria y legítima, además de determinar cuándo las movilizaciones sindicales ponían en riesgo la paz social. De lo expuesto en el informe, el Poder Ejecutivo tenía el poder también de determinar el auténtico ser nacional ya que consideraba que “hombres de nuestra tierra” no podían ser capaces de “subvertir en tal forma la democracia y erigirse en Gobierno desalojando y desplazando a los titulares legítimos de la soberanía nacional”.40

No es de extrañar, entonces, que el llamamiento a endurecer los procedimientos policiales se consumara en noviembre de 1961 –en plena escalada anticomunista– cuando un policía de la Guardia Metropolitana mató de un tiro en el pecho al obrero de la carne Walter Motta. El debate producido durante la interpelación al ministro el 13 de noviembre de 1961, días después de la muerte de Motta, revela ciertos patrones de los usos de la violencia y de la represión por parte del gobierno blanco-ruralista.41 El diputado quincista Flores Mora reconstruyó los principales casos de violencia que se sucedieron desde el asalto a la Universidad en octubre de 1960 y los que fueron sucediendo durante lo que iba del año 1961: las muertes de Serafín Billoto, Arbelio Ramírez, Antonio Santos por torturas, el supuesto suicidio de Juan José Camarri en una Comisaría de Montevideo, los malos tratos y torturas a los funcionarios del Casino de Atlántida, la balacera a un acto político del Partido Comunista y, finalmente, la muerte de Walter Motta. Se trataba de un cúmulo de incidentes violentos que, si bien no era la primera vez que sucedían, no había duda 38 “20 días de Medidas Prontas”.

39 Álvaro Rico, “Del Estado de Derecho al Estado Policía: Uruguay 1967-1973”, en Carlos Demasi et al, Estado de Derecho y Estado de Excepción: Alemania y Uruguay: las décadas violentas (Montevideo: Trilce-Goethe Institut-Facultad de Derecho, 1999), 63.

40 Benjamín Nahum et al, Crisis política y recuperación económica 1930-1958 7 (Montevideo: ebo), 19.

41 La interpelación fue iniciada por los diputados Manuel Flores Mora, Zelmar Michelini, Luis Hierro Gambardella y Astul Benavides, del ala liberal del Partido Colorado. dscr (13/11/1961).

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de que se trataba de una escalada considerable que continuó durante todo el año 1962, consentida y/o fomentada desde el gobierno. En su intervención, el diputado blanco Alberto Heber Usher no hizo demasiados esfuerzos en desmentir los hechos y se limitó, por un lado, a señalar que no se trataba de una política represiva programada y, por otro, a acusar a los gobiernos colorados que cometieron “más pecados y más graves que el nuestro, muchas más persecuciones, muchos más castigos corporales”.42 Como se ha visto hasta ahora, la violencia sindical, política, social y estatal no fue privativa a ningún gobierno pero durante el gobierno blanco se produjo efectivamente un importante salto en su intensidad.

Durante el año 1962 la actuación impune de grupos anticomunistas armados se intensificó y se registraron varios heridos. Además, desde ese año la lucha cañera se instaló en el espacio público a través de marchas hacia la capital y enfrentamientos con sindicatos opositores y con las fuerzas represivas del Estado. Al llegar la primera marcha a Montevideo a mediados de 1962, en un enfrentamiento con militantes de la csu resultó muerta una mujer que nada tenía que ver con la disputa.43 A la llegada de la segunda en marzo de 1964, ante el no respeto de la prohibición de realizar actos públicos, la Policía reprimió fuertemente un encuentro, resultando herida una menor que terminó paralítica. Esto se volvió a repetir en mayo del mismo año en un enfrentamiento con la Policía, que no permitía instalar su campamento fuera del Palacio Legislativo. Entre los varios heridos, una joven de quince años del grupo de los cañeros fue herida de bala en una pierna y varios agentes policiales también fueron heridos por la pedrea de los cañeros. Al año de estos incidentes el asesor legal de la utaa, el socialista José Díaz, logró detener el proceso de identificación fotográfica y de registro de huellas digitales por el cual Inteligencia y Enlace pretendía fichar a todos los cañeros movilizados. Durante las marchas, varios cañeros detenidos denunciaron los maltratos y torturas de los que fueron víctimas. El fracaso en mejorar las condiciones de trabajo, así como la negativa de conseguir tierras para trabajar, junto a la represión violenta fueron provocando la radicalización del movimiento cañero y la formación del incipiente movimiento guerrillero.

El gobierno blanco volvió a recurrir a las Medidas Prontas de Seguridad hacia finales de su primer gobierno, las cuales fueron retiradas en los primeros días del segundo. Nuevamente movilizó unidades militares y policiales para combatir el estado de subversión que representaba la huelga de funcionarios de ute.44 Según el ex comisario Alejandro Otero, por iniciativa directa de Jefe de Policía Mario Aguerrondo el servicio de Inteligencia y Enlace durante ese período se ocupó especialmente del mejoramiento y actualización de los archivos de gremialistas. Consideraba que su participación “en algunos conflictos como los de ute y Correo, a comienzos de los 60, fue fundamental”, no sólo como experiencia sino porque pudo “dejar instalado” un oficial que chequeaba la correspondencia que llegaba de los países comunistas, pudiendo registrar nombres y direcciones.45 42

dscr

(13/11/1961), 141.

43 La estudiante de enfermería Dora Isabel López, quien estaba en las inmediaciones del local, fue alcanzada por una bala que la hirió de muerte. A pesar de la cantidad de cañeros detenidos, las denuncias de torturas, las pericias que no pudieron probar que hayan sido los cañeros los responsables de la muerte, la prensa grande siguió acusándolos. 44 Durante las Medidas Prontas de Seguridad de fines de 1963 hasta principios de 1964 fueron detenidos 400 dirigentes y funcionarios del Ente. 45 Juan Pedro Ciganda, Universindo Rodríguez y Silvia Visconti, “Los archivos de «Inteligencia» y la historia uruguaya”, Revista de la Biblioteca Nacional 3 (2009), 15-48.

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El decreto de Medidas Prontas de Seguridad del 7 de octubre de 1965 revelaba el uso recurrente que se le estaba dando a esta herramienta para detener las numerosas movilizaciones sindicales. El oficialismo volvía a argumentar a favor del decreto de las medidas en el estado de subversión inminente provocado por el comunismo internacional y los conflictos sindicales, mientras que la oposición –desde el quincismo hasta el comunismo– lo veía como una pretendida “demostración de autoridad y sólo hizo una demostración de su debilidad”.46 Según el diputado comunista Rodney Arismendi, dicha demostración de autoridad tenía como objetivo proyectarle al gobierno de eeuu la imagen de estabilidad laboral que garantizase la consumación de transacciones planeadas con el fmi.47

La noche en que se decretaron las medidas había miles de efectivos policiales y militares acuartelados, que salieron al día siguiente a patrullar las calles y a vigilar los locales de los organismos estatales. Inmediatamente comenzaron a detener a cientos de funcionarios y dirigentes gremiales, quienes fueron transportados a la Jefatura de Montevideo e interrogados por agentes de Inteligencia y Enlace.48 Se registraron enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en el Cerro, pedreas y lanzamientos de cócteles molotov a taxis que circulaban a pesar de la huelga, redadas de la Dirección de Investigaciones y en un caso un policía hirió de bala –fueron tres disparos “intimidatorios”– a una persona que intentó cerrar un comercio. Además, las ediciones de El Popular y Época fueron censuradas y confiscadas. De todos modos, lo más trascendente del período en el que rigieron las medidas fueron las nuevas denuncias por torturas en varios puntos del país. Julio Castro denunciaba el caso del militante maoísta Julio Arizaga que, junto a los sumarios iniciados en 1961, demostraban que se vivía nuevamente “bajo el reino de los torturadores” como había sido durante la dictadura terrista. Los torturadores que, “seguramente” eran “muchos de ellos, los mismos que entonces”, no se limitaban al “anormal que golpea con sus puños” sino que incluían también a aquel “jerarca de mano enguantada y de voz melosa, que la ordena, la autoriza o la tolera”.49 El 7 diciembre del mismo año se volvieron a imponer las medidas, implantándose un recurso para mantenerlas de facto sin la aprobación del Poder Legislativo. Lo que ocurría era que los legisladores oficialistas no concurrían a sala, lo que imposibilitaba la toma de decisiones efectivas que pudieran levantar las medidas. Esta estrategia se mantuvo hasta el 15 de diciembre, cuando comenzó el receso anual de la Asamblea General. La Comisión Permanente se pudo reunir el 18 y dejó sin efecto las medidas, pero el Poder Ejecutivo no acató la decisión hasta el 23 del mismo mes.50

En octubre del año siguiente, Al Rojo Vivo informaba sobre la represión de las Fuerzas de Seguridad a la movilización de los funcionarios del Frigorífico Nacional que pretendían bloquear el puente sobre el arroyo Pantanoso. Según la revista, la represión fue “lamentablemente dura y excesiva”, lo que desencadenó una “guerra de agua, gas, cachiporras, bayonetas caladas, gente

46 Julio María Sanguinetti, “El peligroso camino de restringir las libertades”, Acción (17/10/1965).

47 dscr 573(3/11/1965), 291. El 8 de octubre de 1965 El Diario informaba que Uruguay recibiría 50 millones de dólares del fmi, luego de haber informado una semana antes que 56 toneladas de oro en lingotes fueron enviadas a la Reserva Federal de los Estados Unidos como garantía de los futuros préstamos. “Parte más oro”, El Diario (1º/10/1965) y “Uruguay recibirá 50 millones de dólares del fmi”, El Diario (8/10/1965). 48 “Siguen deteniendo a dirigentes gremiales”, El Diario (14/10/1965).

49 Julio Castro, “Foco de la gangrena: la tortura también es una técnica”, Marcha (5/11/1965).

50 Miguel Ángel Semino, “El control de las Medidas Prontas de Seguridad”, Revista de Derecho Público 1 (1972), 43.

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esposada y vejada en postes”. Hacia finales de 1966 se produjeron las primeras víctimas en enfrentamientos entre la policía y militantes tupamaros. El 22 de diciembre fue muerto Carlos Flores en un tiroteo con la policía en plena vía pública, lo que implicó la detención de varios miembros de la organización luego de que la policía atara cabos a través de la identidad del fallecido, anteriores detenciones que fueron vinculadas y confesiones varias. El 27 del mismo mes murieron, en un enfrentamiento en una chacra de la organización, el militante Mario Robaina y el Comisario de Radiopatrulla Antonio Silveira Regalado. Más allá de esta última muerte, los allanamientos, muertes de los militantes, detenciones y torturas constituyeron un duro golpe que la represión le dio a la incipiente organización, obligándola a reorganizarse completamente. Además, en 1966 se realizaron los comicios electorales, votándose también la reforma de la Constitución. La población se decidió por la propuesta que daba mayor poder al Poder Ejecutivo. José María Bordaberry recuerda con satisfacción: “El porcentaje que obtuvo la papeleta naranja fue abrumador. La gente la pedía. Había que terminar con el desastre”; y entiende que “los uruguayos votaron por un régimen autoritario en el buen sentido, no en el falso sentido que se le da hoy. Es decir se decidieron por el presidencialismo y por el orden”.52 Atrás quedaba el colegiado, un sistema que en sus últimos años enfrentó sus carencias a través de medidas de fuerza. 51

En dichas elecciones presidenciales simultáneas fue elegido el Gral. (R) Óscar D. Gestido del Partido Colorado. Tras haber dirigido pluna (Primera Línea Uruguaya de Navegación Aérea) y afe (Administración de Ferrocarriles del Estado), Gestido era considerado un líder honesto y eficiente. En el corto período de su gobierno, antes de su fallecimiento, Gestido llegó a aplicar ciertas medidas que dejaban entrever una tendencia que se iba haciendo cada vez más autoritaria. En agosto, el gobierno prohibió la reunión del Congreso Permanente de Unidad Sindical de Trabajadores de América Latina apoyado por la recientemente formada Convención Nacional de Trabajadores; en el mismo mes se ocupó militarmente el puerto; en octubre se decretaron Medidas Prontas de Seguridad acompañadas de la renovación de políticas fondomonetaristas, detenciones a obreros y censura de la prensa; en noviembre, tras el conflicto de la banca, se procesó con prisión a nueve dirigentes gremiales y cuatro funcionarios.53 La retórica subía de temperatura; a comienzos de octubre advertía desafiante un artículo en la publicación de aebu (Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay): “Cuando un gobierno se dispone a solucionar sus problemas –o por lo menos intentar solucionarlos a expensas de las clases populares, debe preparar a sus fuerzas de represión”.54 Gestido decía el 23 de octubre para justificar sus medidas: “La grave conmoción provocada por los conflictos gremiales […] me forzaron a plantear la necesidad de adoptar rápidas medidas de seguridad en defensa del orden público […] La continuación de este estado de cosas sólo hubiera llevado por el peligroso camino de nuestra destrucción política y social”.55 Vale la pena detenerse en el proceso que fue propuesto por el primer gobierno blanco –sin éxito– de reglamentar el derecho a huelga, pero que fue implementado de hecho para los dirigentes gremiales bajo el gobierno de Gestido. El fiscal actuante, el jurista Camaño Rosa, acudió a dos

51 “Orden sí, apaleamientos no”, Al Rojo Vivo (11/10/1966).

52 Citado en Miguel Ángel Campodónico, Antes del Silencio Bordaberry: Memorias de un presidente uruguayo (Montevideo: Linardi y Risso, 2003), 52. 53 “¿En crisis el derecho de huelga?”, Al Rojo Vivo (14/11/1965). 54 “La violencia necesaria”, aebu (5/10/1967).

55 Hugo Cores, El 68 Uruguayo: los antecedentes, los hechos, los debates (Montevideo: ebo, 1997), 113.

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figuras legales presentes en el Código Penal que le permitían criminalizar la actividad gremial. Primero, considerar la huelga como un “atentado agravado” y, segundo, “coautoría del delito de omisión contumacia de los deberes del cargo”. Ya no se trataba de una redada masiva donde se detenía, fichaba e interrogaba a cientos de trabajadores (medida arbitraria de por sí) sino que se trataba del procesamiento con prisión de dirigentes gremiales. Además de la represión contra el movimiento obrero, la persecución a los movimientos guerrilleros se mantenía y con ella la tortura. El 14 de noviembre fue detenido Gustavo Inzaurralde (uno de los posteriores desaparecidos por el Plan Cóndor en Paraguay) portando un portafolio con armas, junto a Yamandú González, Lilián Celiberti (secuestrada en Brasil por el mismo Plan en 1978, presa hasta el final de la dictadura) y Elena Quinteros (desaparecida también durante la dictadura), todos militantes de la Asociación de Estudiantes de Magisterio de Montevideo. El interrogatorio revela que el Comisario Otero –quien firmaba los interrogatorios– pretendía atar cabos ideológicos y operativos para la represión de movimientos que podían estar vinculados al mln.56 Tras la muerte del presidente Gestido y la posterior llegada de Pacheco al poder, la tendencia de represión al movimiento obrero, conjuntamente con la persecución a posibles guerrilleros, se agudizó y amplió hacia otros frentes. El 12 de diciembre de 1967, pocos días después de su asunción, Pacheco clausuró por decreto el diario Época y el semanario El Sol. Además, se le retiró la personería jurídica al Partido Socialista, al Movimiento Revolucionario Oriental, a la Federación Anarquista Uruguaya, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria y al Movimiento de Acción Popular Uruguayo. En otras palabras, se ilegalizó a gran parte de la izquierda no alineada con el pcu, que no llamaba a la inmediata lucha armada y a la ruptura abierta de la legalidad democrática, al mismo tiempo que condenaba formalmente las medidas del gobierno.57 Las medidas fueron bienvenidas por los sectores más conservadores de ambos partidos.

Ante la movilización sindical, fundamentalmente de los bancarios, el Poder Ejecutivo decretó Medidas Prontas de Seguridad que estuvieron en rigor desde junio de 1968 hasta el año electoral en 1971 (con excepción de tres meses, entre el 15 de marzo y el 24 de junio de 1969). El ministro del Interior decía: “Las medidas están dirigidas a defender el orden público del clima de violencia que se ha desencadenado en las calles por quienes no representan los intereses auténticos de la clase trabajadora”.58 Se establecía así un proceso por el cual la excepción se hacía la norma y las garantías individuales se irían reduciendo hasta ser anuladas completamente durante la dictadura. Según Agamben, el “estado de excepción” constituye la instancia en la cual el Derecho se suspende para garantizar su continuidad e inclusive su existencia. En la práctica, esto se ve en el caso del campo de detención dirigido por eeuu en Guantánamo donde los reclusos no son considerados ni prisioneros ni acusados, sino que están en una especie de limbo legal. Para estos sujetos, el Derecho queda suspendido y se transforma su condición en lo que Agamben denomina la “nuda vida”, quedando a disposición del poder político y no jurídico.59 Este proceso se formalizó en Uruguay a través de la declaración de Estado de Guerra Interno, cuando el poder político recurrió al poder militar para asegurar su propia continuidad. Esto no implicaba el mero hecho de dejar 56 “Gustavo Insaurralde Melgar, Antecedentes”, Archivo Judicial, agn, Archivo Nº160, Archivado en 1968.

57 Gerardo Leibner, Camaradas y Compañeros: Una historia política y social de los comunistas del Uruguay (Montevideo: Trilce, 2011).

58 Citado en H. Cores, El 68 Uruguayo (1997), 143.

59 Giorgio Agamben, State of Exception (Chicago: University of Chicago Press, 2005).

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en manos a las ffaa el combate a la “subversión”, sino la colaboración entre el poder político (a través del Poder Ejecutivo) y todos sus agentes represivos. Además, se anulaban ciertas garantías legales –como el derecho de Habeas Corpus– que podían entorpecer el combate. Como ya se ha visto, en plena democracia representativa cuando el Estado –durante los diferentes gobiernos– lo creyó necesario, no vaciló en recurrir a estos dispositivos para asegurar su propia continuidad.

El 24 de junio de 1968 el Poder Ejecutivo decretó la militarización de aproximadamente cinco mil funcionarios de los Bancos Central y de la República que fueron puestos bajo jurisdicción militar y trasladados a distintos cuarteles en varios puntos del país. Los Entes autónomos fueron intervenidos, lo que permitió crear condiciones para aplicar medidas económicas como la congelación de precios y salarios, como efectivamente ocurrió el 28 de junio. El 1º de julio se consumó la militarización de los funcionarios públicos; además de la instrucción militar a la que fueron obligados a participar, varios de los sometidos a la jurisdicción de la Marina fueron forzados a raparse. Esto revela la conceptualización que percibía al servicio militar como un mecanismo “educativo” o correctivo y disciplinante. La militarización además significaba, de hecho, la posibilidad de despedir a funcionarios que no concurrían a sus trabajos bajo el cargo de deserción. Es decir, la ausencia en los trabajos durante las huelgas era interpretada como deserción militar. El 9 de agosto, sin orden judicial, las fuerzas de seguridad allanaron la Universidad en busca de material propagandístico y armamento, tras el secuestro del por entonces director de la ute, Pereira Reverbel, a manos de los tupamaros. El ministro del Interior lo justificó días después argumentando que, si bien él era consciente de que había un artículo del Código de Instrucción que establece que en caso de inspecciones domiciliarias o de oficinas públicas se requiere la presencia de un jerarca, “por encima de esa ley están las normas constitucionales que le atribuyen al Poder Ejecutivo el deber de asegurar el orden en todo el territorio”. Consideraba que el error era pensar que la autonomía de la Universidad suponía una extraterritorialidad y que podía ser un refugio para “gente perturbadora del orden público”. La Universidad no tenía como finalidad “fabricar bombas de alquitrán” o “acumular un arsenal de guerra, ni para la subversión”60 cosas que –a propósito– no encontraron en el ilegal procedimiento. Ante tales circunstancias, los estudiantes salieron a las calles produciendo nuevas manifestaciones en distintos puntos de la ciudad. Fue el 12 de agosto que Líber Arce, estudiante de Odontología, fue alcanzado por una bala disparada por un policía casi a quemarropa. La bala ingresó por la región glútea y salió por la inguinal izquierda. A pesar de la congoja expresada por los distintos medios de prensa, el análisis de los textos producidos a raíz de su muerte revela diferentes posiciones que iban más allá de la simple identificación con la víctima. El País explicó el desenlace del incidente en el cual Líber Arce fue asesinado casi en los mismos términos –pero definitivamente con la misma lógica– que el anteriormente protagonizado en diciembre de 1946 entre un capataz y un huelguista, cuando el segundo fue asesinado producto de un disparo del primero.61 Si en 1946 se trataba de un “trágico episodio”, en 1968 era un “trágico suceso” o “desgraciado episodio”; en 1946 el capataz “tuvo la fatalidad de ser el victimario”, “el policía estudiante” de 1968 “tuvo la desgracia de matar”; el capataz de 1946 había sido lastimado por una pedrada que le provocó “un estado de ánimo que le impidió medir por momentos el control de sus actos”, en 1968, ante las agresiones de los

60 “En el procedimiento contra la Universidad, se violaron derechos y garantías constitucionales”, El Popular (15/8/1968).

61 “Protagonistas del triste suceso. Dos jóvenes de familia modesta enfrentados por el destino”, El País (17/8/1968) y “Trágico episodio que culminó con la muerte de un obrero”, El País (24/12/1946).

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estudiantes, el policía “no quería matar a nadie” cuando disparó “desde el suelo”. En ambos casos había que lamentar las muertes, pero era necesario aclarar que en 1946 el obrero era un huelguista ugetista y que Líber Arce era un estudiante comunista, a diferencia de sus verdugos, quienes eran, el primero “un hombre de bien” y el segundo “un policía estudiante”. Es evidente que la intención de El País era explicar la violencia y la represión desde la quita de responsabilidad a los verdugos, quienes habían tenido que enfrentar con su cuerpo las amenazas que ponían en peligro el orden establecido.

A los pocos días, El Popular revelaba que el policía que le disparó a Líber Arce confesó haber utilizado dos armas de fuego, una de ellas fuera de los reglamentos y que había sido traída de Argentina (¿tan sencillo era pasar armas de un lado a otro del río? Por lo menos no era necesario ni cuestionarlo), donde había realizado un curso de perfeccionamiento. Según el periódico comunista, testigos habían declarado que los policías habían sacado sus armas para provocar a los estudiantes y luego comenzado a efectuar numerosos disparos. El Juez determinó que no se trató de un caso de legítima defensa y que el policía debía ser procesado directamente por homicidio. Héctor Lescano, actual ministro de Turismo y en ese entonces joven estudiante de Veterinaria, le informó al periodista César Di Candia que dicho oficial estuvo muy poco tiempo detenido.62 Eran estos fallos de la Justicia los que distintos sectores sociales y políticos creían que entorpecían la efectividad de la labor de los encargados de la lucha contra los “grandes criminales”: las movilizaciones sociales y la subversión.

Algo más de un mes después, en otra manifestación estudiantil fueron abatidos dos estudiantes: Hugo de los Santos y Susana Pintos. El 20 de setiembre, según la policía, los efectivos apostados en las inmediaciones de la Universidad fueron apedreados y agredidos con numerosos disparos efectuados con armas de fuego y hondas con las que se arrojaban bulones.63 Contradictoriamente, la policía informaba que un policía había sido alcanzado por una bala, mientras que El Popular señalaba que la prueba de que los estudiantes no habían disparado con armas era que no hubo ningún herido.64 Esta contradicción revelaría el intento de ambos bandos por explicar que su accionar cumplía los códigos por los cuales se debían mantener la paridad y proporcionalidad de los medios con que se realizaban las disputas y que no fueron los responsables de la escalada.

Sin poder determinar en base a estas fuentes si los estudiantes estaban armados o no, lo cierto es que dos estudiantes más fueron alcanzados por perdigones provenientes de armas nuevas, recientemente recibidas de los Estados Unidos. Según el estudio de Aldrighi basado en documentos desclasificados de la cia, en agosto de 1968 llegaron cincuenta escopetas antimotines. Este dato confirma lo que denunciaba El Popular: que las armas que se habían utilizado eran desconocidas para el país. Además, la historiadora revela que la orden de disparar fue impartida por el Coronel Alfredo Rivero, quien había sido instruido en los Estados Unidos.65 Como en los casos anteriores, desde El País se hacía hincapié en el origen ideológico de las víctimas, ambos militantes de la ujc, para mostrar que se trataba de “agitadores profesionales” y no de estudiantes inocentes. Por su parte, desde el pcu hacían el mismo hincapié pero para demostrar

62 César Di Candia, Memoria: el camino de la violencia uruguaya (1940-1973) 4 (Montevideo: El País, 2006), 25. Lamentablemente no he encontrado fuentes adicionales a esta. 63 “El Cerro y la Universidad fueron los escenarios de refriegas sin precedentes”, El País (22/9/1968). 64 “Serios incidentes se registraron el viernes en la zona de la Universidad”, El Popular (22/9/1968).

65 Clara Aldrighi, “El programa de asistencia policial de la aid en Uruguay (1965-1974)”, Estudios IberoAmericanos 34-1 (2008), 181-204.

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cómo sus militantes no se intimidaban ante la violencia oficial. En definitiva, ninguno de los dos negaba la legitimidad del uso de la violencia, para protestar uno y para reprimir el otro.

Ante estos casos de violencia en que los heridos y los muertos se iban sumando, ciertos sectores de la oposición intentaron ponerle freno a la peligrosa escalada. Pocos días después de la muerte de Susana Pintos y Hugo de los Santos, el ala liberal y moderada del Partido Colorado encabezada por Zelmar Michelini promovió una interpelación del Senado al ministro del Interior. A pesar de las duras acusaciones que se le hacían al ministro, el Senado no pudo conseguir su censura ya que los parlamentarios hicieron uso de un método ya conocido y que se reiteraría durante todo el período en que rigieron las medidas de seguridad: se retiraban de sala para dejar a la cámara sin quórum para sesionar y así conseguían la interrupción de los debates. Era un método por el cual los sectores que acompañaban la política represiva y autoritaria de Pacheco neutralizaban activamente las intervenciones de la oposición. Es decir, el Presidente no actuaba a espaldas del parlamento, sino que contaba con su complicidad institucional al evitar éste el debate abierto de ideas y políticas.

Conclusiones En este estudio propuse un abordaje que pone en relieve la existencia de ciertos patrones de usos y percepciones del Estado que permitieron la posterior adopción de una ideología represiva emanada de la hemisférica Doctrina de Seguridad Nacional al final de la década de 1960. Esta lectura no supone que durante los años 1940 y 1950 la sociedad uruguaya fuera tan violenta como lo fue entre finales de la década de 1960 y mediados de la década de 1980; las diferencias de magnitud e intensidad son evidentes. Sin embargo, tampoco se puede considerar la erupción de un sistema represivo como una sorpresa o un simple producto de los procesos externos que operaron sobre el país, como algo supuestamente ajeno a las tradiciones uruguayas.

La presencia de los legados terristas durante períodos democráticos liberales se hacía evidente a través de la legislación y en las prácticas represivas del Estado. El concepto “estado peligroso” representa una elaboración teórico-jurídica que permitió articular el espacio de apreciación subjetiva que abre el argumento de la legítima defensa, permitiendo legitimar medidas represivas arbitrarias. Los modos de concebir las amenazas a la sociedad se superponían por momentos; conceptos como enfermedades sociales, patologías que subvertían la continuidad de la familia, la autoridad y la propia continuidad del Estado de Derecho, demarcaban las percepciones de “lo peligroso”. En ese marco se podía reprimir tanto a las amenazas sociales, tcomo la vagancia, como a los huelguistas movilizados.

Íntimamente conectadas a esta dinámica, ante situaciones que eran percibidas como de urgencia, las Medidas Prontas de Seguridad adoptadas durante todo el período estudiado estrechaban el control social y reducían a un mínimo las garantías individuales. Adoptando la idea de la agresión ilegítima e inminente al cuerpo social en momentos de tensiones socioeconómicas y/o políticas, los diferentes gobiernos recurrieron a estas medidas, incorporando a las ffaa a la vida civil y, en varias oportunidades, contratando civiles armados por las patronales para cubrir las tareas de represión. Bajo el marco de estas medidas se censuraban publicaciones y sindicatos, se detenía arbitrariamente y se anulaba el derecho de Habeas Corpus, dejando el destino de los ciudadanos, como analiza Agamben, despojados de su categoría de ciudadanos con derechos,

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sujetos despolitizados que quedaban como en un limbo legal en manos del Poder Ejecutivo y no del Poder Judicial. El 4 de noviembre de 1969 los senadores Juan Carlos Mastalli y Amílcar Vasconcellos (Partido Colorado) mocionaron al Senado el establecimiento de una Comisión Investigadora para determinar la “exactitud de las denuncias” sobre “violaciones de los derechos humanos y comisión de actos de tortura a detenidos y regímenes de detención vejatorios a la dignidad humana” bajo el régimen de Medidas Prontas de Seguridad.66 Las conclusiones fueron terminantes: la Policía de Montevideo había cometido variados tipos de tortura y vejámenes tanto a detenidos por causas “comunes” –hurtos, rapiñas, contrabando, etc.–, como a políticos –delitos de “lesa nación”, “atentado contra la Constitución en grado de conspiración”, “asociación para delinquir”– convirtiéndose en una práctica habitual, “casi normal”. En numerosos casos fueron cometidas contra personas que ni siquiera fueron sometidas a la Justicia, así como a personas que luego de serlo fueron exonerados de sus cargos.

En definitiva, la experiencia dictatorial terrista dejó sus legados a través de un Código Penal y un marco conceptual legal de inspiración fascista, junto a prácticas de violencia represiva y punitiva que atravesaron los diferentes gobiernos democráticos. Los legados terristas sirvieron de referencia para aquellos que buscaban herramientas argumentales para la adopción de medidas represivas, como lo anteriormente expresado por Vargas Garmendia y Bayardo Bengoa, así como para aquellos que oponiéndose a éstas, como Julio Castro, lo veían como epítome de la arbitrariedad y el oscurantismo político. Recibido 11/04/12 – Aceptado 27/07/12

66 Actas de la Comisión Especial Investigadora sobre violaciones de los derechos humanos y comisión de actos de torturas a detenidos y regímenes de detención vejatorios a la dignidad humana (Montevideo: Cámara de Senadores de la República Oriental del Uruguay, diciembre de 1969-mayo de 1970).

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La “salida militar” como única opción frente al comunismo: la experiencia chilena desde la mirada nacionalista católica argentina (1970-1974)

Patricia Alejandra Orbe1

Resumen

Abstract

En el presente artículo se lleva a cabo el análisis del discurso de las revistas nacionalistas católicas Tiempo Político y Cabildo frente a la coyuntura política chilena, entre la presidencia de Salvador Allende y la primera etapa del gobierno militar liderado por el Gral. Pinochet. Este trabajo se concentra en el estudio de las modalidades de autorrepresentación positiva y de representación negativa de la Unidad Popular y los partidos de la oposición, entre otros, mediante el uso de estrategias de legitimación y deslegitimación.

This article analyzes the discourse of the nationalist Catholic magazines Tiempo Político and Cabildo vis a vis the political situation in Chile between the presidency of Salvador Allende and the first stage of the military government led by General Pinochet. It focuses on how these periodicals built positive self-representations and negative representations of the Unidad Popular and the opposition parties, among others, by using different strategies of legitimation and discrediting.

Palabras clave: Nacionalismo católico, prensa, análisis discursivo, Argentina, años setenta 1

Key words: Catholic nationalism, press, discursive analysis, Argentina, seventies

Doctora en Historia. Asistente de docencia del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca, Argentina) e Investigadora Asistente del conicet. Su área de especialización es la historia de la prensa y estudios sobre la cultura política nacionalista argentina de los años sesenta y setenta.

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Introducción Desde la recuperación democrática en la Argentina el estudio del acontecer político de los años setenta ha despertado el interés de numerosos investigadores sociales. Esta circunstancia encuentra su explicación en el lugar preponderante que ha ido ocupando la “historia reciente” en la renovación de los estudios sobre la dinámica política nacional y, en particular, por el hecho de que en aquella etapa nuestro país se vio atravesado por un proceso de aceleración de las transformaciones que se venían desarrollando desde décadas anteriores, en relación a la manera de entender y practicar la política, cuyos efectos podrían ser rastreados hasta la actualidad.

El abordaje de estas problemáticas se ve enriquecido por las valiosas contribuciones de la “nueva historia política”, línea de trabajo que ha pluralizado sus temáticas convocantes al incorporar las subjetividades, redes vinculares, discursos e imaginarios, entre otros tópicos, a la agenda de trabajo de sus especialistas. Por otro lado, estos enfoques se ven complementados por la necesidad de contemplar “el desarrollo de los procesos políticos latinoamericanos en el cruce entre lo local, nacional, global”,2 proyectando la interpretación del pasado político en el marco de la historia internacional signada por las alternativas de la Guerra Fría a lo largo de la segunda mitad del siglo xx.

Para los argentinos, los setenta cobran una significación especial al convertirse en el marco en el cual se hizo posible el retorno del peronismo al gobierno luego de una larga proscripción, acontecimiento que generó enormes expectativas dentro del campo de las fuerzas progresistas – desde las más moderadas a las más radicales–, a la vez que despertó un profundo rechazo entre los sectores refractarios al amplio movimiento liderado por el general Juan Domingo Perón.

Entre estas filas antiperonistas encontramos a la revista Cabildo. Este emprendimiento editorial salió a la luz en mayo de 1973, pocos días antes de la asunción presidencial del dirigente peronista Héctor Cámpora. Fue resultado de la iniciativa de un reducido núcleo de jóvenes nacionalistas que consideraban que el país vivía una grave coyuntura de “disolución y enervamiento”, por lo que “restaurar la grandeza argentina” por medio de la acción de un “movimiento nacionalista autónomo”3 resultaba el imperativo de la hora. A tal fin, se lanzaron en una suerte de “cruzada” moralizante, combatiendo desde sus columnas toda manifestación política, social, económica y cultural que, desde su óptica, pusiera en peligro los “valores tradicionales” en nuestro país y la región. En este contexto, en reiteradas oportunidades dedicaron espacio en su sección “Hispanoamericanas” al tratamiento del acontecer chileno, sacudido por la crisis que erosionaba el gobierno de la Unidad Popular liderado por el presidente Salvador Allende y, posteriormente, por el advenimiento del gobierno de facto surgido del golpe de Estado del 11 de setiembre de 1973. Desde las columnas de Cabildo la experiencia chilena fue cubierta con gran interés, debido a que era considerada un caso paradigmático como escenario de lucha entre las fuerzas del comunismo internacional y aquellas que expresaban la resistencia a su avance en defensa de los atributos de la nacionalidad. En otras palabras, desde esta perspectiva nacionalista el proceso político chileno era concebido como una especie de “espejo” donde las naciones vecinas debían mirarse y reconocerse, dado que estaban amenazadas por el mismo peligro: el marxismo, que perseguía subvertir el orden social establecido para implantar un régimen comunista y totalitario. 2

Olga Ulianova (Editora) Redes políticas y militancia. La historia política está de vuelta (Santiago: Ariadna Ediciones, 2009), 11-12.

3 Editorial, Cabildo 1 (17/5/1973), 3.

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En el presente trabajo nos introduciremos en el análisis de este discurso nacionalista frente a la coyuntura política chilena, centrándonos principalmente en el acontecer de los últimos meses de la presidencia de Allende y la primera etapa de instauración de la dictadura encabezada por el general Augusto Pinochet.4 Este período se justifica en que, durante este tiempo, Argentina también estaba atravesando un conjunto de alternativas político-institucionales que indudablemente influyeron en el modo en que se interpretaban las novedades trasandinas, más allá de la matriz nacionalista que caracterizaba a esta empresa editorial. Con este objetivo comenzaremos presentando las líneas generales que distinguían la cultura política y la trayectoria de este medio gráfico, para luego concentrarnos en el abordaje de las principales representaciones sobre la realidad chilena que proyectaba desde sus columnas, las interpretaciones que ensayaba al respecto así como los juicios de valor y los intereses que las sustentaban.

Cabildo, una cruzada “por la Nación, contra el Caos” Siguiendo a Jorge Saborido es posible afirmar que, desde su aparición en los años setenta, la revista Cabildo se constituyó como “la expresión más emblemática del nacionalismo católico argentino”.5 Más allá de su carácter categórico, esta afirmación no nos libra de mayores especificaciones que ilustren la posición político-ideológica de este medio en el amplio y heterogéneo campo del nacionalismo argentino del período. Es preciso, entonces, que nos detengamos brevemente en la presentación de algunos de los rasgos distintivos de su cultura política.

Al remitir a esta publicación y a los postulados que sustentaban su prédica es posible identificar un “mínimo denominador común”6 articulado sobre una cosmovisión antiliberal y antidemocrática, anticomunista y con sesgos antisemitas, nostalgia por el ordenamiento jerárquico de la sociedad premoderna y la vehemente creencia en que la esencia de la nacionalidad argentina descansaba sobre los fundamentos de la Hispanidad y la religión católica. Estos rasgos nos permiten señalar que esta expresión en particular, plasmada en las columnas de Cabildo, exhibe una marcada inmovilidad ideológica con respecto a sus antecedentes nacionalistas de la primera mitad del siglo xx, circunstancia que nos habla de su sensibilidad tradicionalista y restauradora.7 Como sostiene Cristian Buchrucker,

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Este trabajo se enmarca en mi proyecto de investigación “Una cruzada por la revolución nacional: análisis de prensa y agrupaciones nacionalistas católicas argentinas (1955-1976)”, realizado bajo la dirección conjunta de las doctoras Mabel Cernadas de Bulnes y Elizabeth Rigatuso.

Jorge Saborido, “«Sólo la Revolución Nacional salvará a la Patria». La revista Cabildo y el ideario del nacionalismo católico argentino en las décadas de 1970 y 1980”, en Fortunato Mallimaci y Humberto Cucchetti (Compiladores) Nacionalistas y nacionalismos: debates y escenarios en América Latina y Europa (Buenos Aires: Gorla, 2011), 41-42. Cabe destacar que, si bien los aportes de este investigador sobre la revista Cabildo constituyen una contribución invaluable a nuestra investigación, dado que éstos se centran en la etapa abierta por el último golpe militar de 1976 y prosiguen por el derrotero seguido por la publicación durante la transición democrática argentina de los años ‘80, consideramos necesario realizar un abordaje específico de las particularidades de su discurso y prácticas políticas en su etapa fundacional (1973-1976), propósito que orienta el objetivo del presente trabajo. En este sentido remitimos a Daniel Lvovich, Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina (Buenos Aires: Ediciones B, 2003), 23. Sobre la noción “nacionalismo restaurador” seguimos a Cristian Buchrucker, Nacionalismo y peronismo. La Argentina en la crisis ideológica mundial 1927-1945 (Buenos Aires: Sudamericana, 1987).

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[…] ya en los años treinta se había consolidado como tópico del pensamiento restaurador la idea de que los diversos enemigos –marxistas, liberales, demócratas, masones y judíos– formaban en realidad una única red conspirativa, extendida sobre la superficie del globo. A partir de la conflictiva década del 60 el tema volvió a adquirir un lugar importante en la bibliografía de esta corriente.8

A estas tradicionales denuncias, a partir de los años sesenta sólo se sumaría como un tópico novedoso la voz de alarma sobre el avance de las tendencias ecuménicas y democráticas en el seno de la Iglesia Católica. Aferrados a un diagnóstico decadentista, doctrinariamente rígidos y reacios a los acuerdos políticos estos nacionalistas apostaron a organizarse desde una tribuna mediática moralizante y combativa. Con el lema “Por la Nación contra el Caos” esta “cruzada” políticoperiodística se lanzó bajo la dirección de Ricardo Curutchet, veterano nacionalista secundado por dos jóvenes estudiantes que compartían su lectura de la realidad: Vicente Massot y Juan Carlos Monedero.

Ricardo Curutchet (1917-1996) se había formado en el ámbito periodístico siendo secretario de redacción del semanario Azul y Blanco, célebre publicación nacionalista dirigida por Marcelo Sánchez Sorondo durante las décadas del ‘50 y ‘60. Con posterioridad, se desempeñaría como director del quincenario Tiempo Político, entre setiembre y diciembre de 1970; entre mayo de 1973 y abril de 1975 habría de dirigir Cabildo y, luego, su efímera sucesora El Fortín.9 Por su parte, Vicente Massot (1952) contaba con el antecedente de haber sido prosecretario de redacción del semanario Vísperas en sus dos últimos números de julio de 1972 y el secretario de redacción de Cabildo y de El Fortín entre 1973 y 1975. En tanto, Juan Carlos Monedero ejercería como encargado de “Administración y propaganda” de la revista Cabildo y de El Fortín en el período de nuestro interés.

Las ediciones de la revista Cabildo fueron mensuales y entre sus colaboradores se encontraron numerosos intelectuales y académicos universitarios, entre los que se destacaban Luís M. Bandieri, Roberto Raffaelli, Bernardino Montejano, Víctor Beitía, Ignacio B. Anzoátegui, Hugo Esteva, Félix Adolfo Lamas, Víctor E. Ordóñez y Enrique Díaz Araujo. Se constituyó como un espacio de convivencia e interacción entre nacionalistas pertenecientes a distintas generaciones, pero esta particularidad no les impidió integrarse en un mismo proyecto político y poner de manifiesto su vocación de ejercer presión,10 en su intento por afectar el proceso de toma de decisiones desde el ámbito de la influencia, en una etapa de nuestro país profundamente convulsionada por 8

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Cristian Buchrucker, “El pensamiento de la extrema derecha en la Argentina, Notas sobre su evolución en la segunda mitad del siglo”, en Ignacio Klich y Mario Rapoport (Editores) Discriminación y racismo en América Latina (Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1997), 323. Sobre el peso de los relatos conspirativos en la construcción de ideologías nacionalistas también remitimos a Ernesto Bohoslavsky, El complot patagónico. Nación, conspiracionismo y violencia en el sur de Argentina y Chile (siglos xix y xx) (Buenos Aires: Prometeo, 2009).

Las severas críticas de la revista Cabildo al gobierno peronista provocaron su clausura en febrero de 1975. Sin embargo, inmediatamente sus responsables insistirían en sus objetivos a través de El Fortín, el cual después de dos ediciones también sería clausurado por “atentar contra la institucionalidad”. Renovado el equipo editor, algunos miembros de este grupo nacionalista lanzó entre junio de 1975 y febrero de 1976 la revista Restauración. Entre 1976 y 1991, Curutchet retomará la dirección de Cabildo en su “Segunda época”.

10 Cfr. Héctor Borrat, El periódico, actor político (Barcelona: Gili, 1989), 150. Seguimos a este autor en la concepción de los periódicos como actores de naturaleza colectiva, capaces de afectar el proceso político a través de su potencial ascendente sobre los gobiernos de turno, los partidos políticos, las corporaciones y demás componentes de su público.

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la inestabilidad institucional y la ascendente violencia política insurreccional y parapolicial, en el marco de una grave crisis socioeconómica.11

La revista exhibía muy pocos apoyos comerciales, dependiendo en gran medida de la venta de ejemplares por suscripción. Las publicidades más recurrentes que aparecían en nuestro período de interés correspondían al Club del Libro Cívico y a la Librería Huemul, entidades capitalinas de reconocido compromiso con la cultura nacionalista católica más tradicional. Su tirada no ha podido ser constatada debido a la ausencia de los datos correspondientes en índices estadísticos, como el del Instituto Verificador de Circulaciones (ivc);12 y, si bien no tuvo una influencia dominante en amplios sectores de la sociedad argentina, este medio recibía una considerable aceptación entre ciertos espacios de poder –especialmente dentro de los círculos de sociabilidad de las Fuerzas Armadas– y se vinculaba estrechamente a una red de interacción constituida por otras publicaciones de sensibilidad afín, como Mikael, Verbo, Universitas y periódicos de fuerte inserción regional en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires y Patagonia, como La Nueva Provincia.13

Enrolados en las filas opositoras al gobierno peronista y alarmados por la posibilidad de que la izquierda revolucionaria tomara el control de la situación, los nacionalistas de Cabildo se lanzaron a la propagación de sus concepciones políticas a través del acceso al discurso público vehiculizado por la actividad periodística, asumiendo el rol de emisores institucionales que participaban con otros medios en el establecimiento de la agenda pública, es decir, de las representaciones sociales activas durante aquel período.14 En otras palabras, constituyeron la “voz” de una intelectualidad disidente que influyó en la opinión pública, contribuyendo a legitimar la destrucción del orden democrático y su reemplazo por opciones de corte autoritario y jerárquico. Desde esta perspectiva, a continuación abordaremos el tratamiento que este núcleo político le otorgó al acontecer chileno en la revista Cabildo, al ser considerado como un caso paradigmático de gran interés para estos nacionalistas en su esfuerzo por encontrar “soluciones” para los problemas argentinos. Dado que la preocupación de este grupo por la actualidad trasandina no comenzó en 1973, sino que podemos encontrar registros periodísticos sobre este particular en

11 Sobre el período remitimos a las obras de Carlos Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda (Buenos Aires: Temas Grupo, 2001) y Bajo el signo de las masas (1943-1973) (Buenos Aires: Ariel, 2001); Óscar Anzorena, Tiempo de violencia y utopía. Del golpe de Onganía (1966) al golpe de Videla (1976) (Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional, 1998); Pablo Bonavena et al, Orígenes y desarrollo de la guerra civil en la Argentina 19661976 (Buenos Aires: eudeba, 1998); Pablo Hernández, Peronismo y pensamiento nacional 1955-1973 (Buenos Aires: Biblos, 1997); María Matilde Ollier, El fenómeno insurreccional y la cultura política (1969-1973) (Buenos Aires: ceal, 1986); Enrique Oteiza (Coordinador) Cultura y Política en los años ‘60 (Buenos Aires: uba, 1997); Alfredo Pucciarelli (Editor) La primacía de la política. Lanusse, Perón y la Nueva Izquierda en tiempos del gan (Buenos Aires: eudeba, 1999); Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (1943-1973) (Buenos Aires: Ariel, 2001); Liliana De Riz, La política en suspenso: 1966/1976 (Buenos Aires: Paidós, 2000), entre otros.

12 Según testimonios citados por Jorge Saborido, durante la dictadura iniciada en 1976 la revista Cabildo habría tenido un promedio mensual de cinco mil ejemplares vendidos aproximadamente. Cfr. “Sólo la Revolución Nacional salvará a la Patria”, 43.

13 Remitimos a Luís Fernando Beraza, Nacionalistas, la trayectoria política de un grupo polémico (1927-1983) (Buenos Aires: Cántaro, 2005), 310. En lo relativo a la interacción de Cabildo con los medios de prensa mencionados, nos referimos a las numerosas ocasiones en que miembros del staff de una publicación aparecía simultáneamente como colaborador de otra u otras. Cfr. Laura Graciela Rodríguez, Católicos, nacionalistas y políticas educativas en la última dictadura (1976-1983) (Rosario: Prohistoria, 2011), 19-22 y Elena Scirica, “Educación y guerra contrarrevolucionaria: una propuesta de Ciudad Católica - Verbo”, Clío & Asociados 11 (2007), 119-140. 14 Cfr. Alejandro Raiter et al, Representaciones sociales (Buenos Aires: eudeba, 2002).

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el mencionado quincenario Tiempo Político –de 1970, que constituye un antecedente inmediato de Cabildo–, consideramos necesario incluir en nuestro corpus documental algunas columnas de aquel medio a fin de poder enriquecer el análisis al extender el período estudiado al momento de ascenso socialista al poder en Chile, evento de gran repercusión y alarma en la agenda nacionalista.

El nacionalismo, la “voz de la verdad” En el marco de los análisis de los discursos políticos resulta fundamental atender a las estrategias que emplean los enunciadores, entre las cuales destacamos la autopresentación positiva y su contraparte, la deslegitimación del adversario. Por tal motivo, partimos de señalar que los columnistas de Cabildo se concebían a sí mismos como una voz autorizada, portadores de “la verdad”, posición a partir de la cual pretendían legitimarse como defensores de los valores de la nacionalidad frente a la “amenaza marxista”. En el siguiente fragmento podemos observar esta construcción autolegitimante, referida específicamente a la representación del presidente chileno Salvador Allende, como un “enemigo”: Ya que el nacionalismo se ha lanzado a recorrer el camino de la verdad, es conveniente decirla toda. Empezando por nuestra tal vez subjetiva pero vibrante y alegre verdad: la satisfacción que nos ha producido la muerte, voluntaria o no, de Salvador Chicho Allende, presidente marxista que supo ser de Chile. Es que ha desaparecido un enemigo. […] De modo que ver caer a un enemigo como Allende nos huele a victoria y la victoria, aunque esta vez no sea del pueblo sino de la Verdad, nos llena el ánimo y el pecho de alegría. Sí: de alegría cristiana.15

Si bien una gran parte de las columnas que constituyen nuestro corpus no están firmadas, en ciertas ocasiones el abordaje de la realidad chilena estuvo específicamente a cargo del joven secretario de redacción Vicente Massot, de Félix Adolfo Lamas y Víctor E. Ordóñez. En estos dos últimos casos, nos referimos a dos recurrentes colaboradores de la publicación de destacada actuación en el mundo de la sociabilidad nacionalista.

Félix Adolfo Lamas se doctoró en Ciencias Jurídicas, se desempeñó como docente universitario especializado en Derecho Tributario en la Universidad Católica Argentina y fue autor de numerosos trabajos sobre Filosofía del Derecho. Entre 1973 y 1975 fue colaborador en Cabildo y dirigente del Movimiento Unificado Nacionalista Argentino (muna), junto a Ricardo Curutchet, entre otros.16 Por su parte, Víctor Eduardo Ordóñez era abogado y tuvo una importante trayectoria como escritor desde su participación en las revistas Dinámica Social, Ulises y Verbo durante las décadas del cincuenta y sesenta. Fue un gran defensor del hispanismo y se sumó al equipo editor de Cabildo en su primera etapa y en sus ediciones posteriores, hasta su muerte en 2005.17

En este colectivo nacionalista, la publicación también incluiría a ciertos referentes del nacionalismo chileno, a los cuales rescataba como pares periodistas y camaradas de lucha. Tal es el caso del director del periódico Tizona, de la ciudad de Viña del Mar, Juan Antonio Widow Antoncich, un joven Doctor en Filosofía y docente de la Universidad Católica de Valparaíso que, en los años

15 “Ha muerto un enemigo”, Cabildo 6 (4/10/1973), 23.

16 Sobre la trayectoria de Félix Adolfo Lamas, remitimos a http://estudio-lamas.com/direccion y a Patricia Orbe, “Entre mitines y misas: la revista Cabildo y la red de sociabilidad nacionalista católica (1973-1976)”, iv Jornadas de Historia Política en Buenos Aires en el siglo XX (Bahía Blanca: Casa de la Cultura-uns, 1 y 2/10/2009). Disponible en: http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/4jornadas/orbe.pdf

17 Sobre la trayectoria de Víctor E. Ordoñez, véase: http://www.nuevahispanidad.com/eventual.php?id=56

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setenta, ya se había convertido en un verdadero referente del tradicionalismo hispánico chileno como discípulo del padre Osvaldo Lira y fundador de la revista integrista católica Tizona, a fines de la década del cincuenta. Desde esta “trinchera” mediática, Widow difundió un programa anticomunista y realizó fuertes críticas a la realidad chilena en materia religiosa, política y cultural hasta los meses posteriores al golpe de Estado de 1973, cuando la revista dejó de editarse por cuestiones económicas. Paralelamente se había incorporado como columnista de las publicaciones nacionalistas católicas argentinas Verbo y Tiempo Político.18

Este exponente del nacionalismo chileno en reiteradas ocasiones tuvo oportunidad de colaborar en Cabildo, aportando sus impresiones e interpretaciones sobre el proceso que conduciría al derrocamiento de Allende y la instauración de una dictadura militar. A modo ilustrativo podríamos citar la ocasión en la que estos nacionalistas argentinos completaron la nota “¿Qué saldrá de ese Chile que sangra?” con extractos de un editorial de Widow –publicado en Tizona–, en los cuales claramente se promovía una “salida militar” al problemático contexto político de mediados de 1973.19

De manera análoga a la que se refiere a sí mismo como la “única voz de alerta” ante el avance comunista en Argentina, Cabildo presentaba a sus colegas chilenos como la expresión del “auténtico nacionalismo chileno”, los cuales con “valentía” enfrentaron al poder “aún debatiéndose en su crónica pobreza de medios económicos”.20 He ahí el heroísmo de su cruzada político-religiosa, el cual los legitimaba como interlocutores válidos al momento de ofrecer a los lectores una evaluación de la situación con posterioridad al establecimiento del gobierno militar. Los siguientes pasajes son ilustrativos en este sentido: Tras el caos en que había sumido a Chile el marxista gobierno de Allende, la patriótica junta militar la ha devuelto al país trasandino la calma, necesaria para que continúe su desarrollo histórico en conformidad con sus más preclaras tradiciones. Entre los muchos civiles que durante la tiranía comunista se jugaron la vida día a día en defensa de Cristo y Chile, Juan Antonio Widow, director de Tizona –publicación mensual– figura en primera línea. Por eso, CABILDO le ha requerido a él una opinión que sabemos apasionada y nacionalista.21 Desde esta posición de pretendida autoridad política y superioridad moral, estos nacionalistas argentinos –y trasandinos, representados por la figura de Widow– desplegaron una serie de juicios y valoraciones sobre los protagonistas y partícipes en el proceso chileno abordado, en función de sus postulados ideológicos y de su propia propuesta programática, cuyos principales aspectos procedemos a exponer seguidamente.

18 Sobre la trayectoria de Juan Antonio Widow, remitimos a http://www.nuevahispanidad.com/seccion2. php?sb=4&sor=26 y a Isabel Torres Dujisin, “La Reorganización de los Partidos de Derecha en Chile, 19831987”, Documento de Trabajo 5 (Buenos Aires: clacso, junio de 1988), 18. Disponible en: http://www.cedes. org.ar/Publicaciones/SGTPP/ClacsoCedes_05.pdf 19 Cabildo 4 (2/8/1973), 25.

20 Félix Adolfo Lamas, “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”, Cabildo 6 (4/10/1973), 22.

21 Juan Antonio Widow, “Chile: significado de un Despertar”, Cabildo 11 (7/3/1974), 14. Mayúsculas en el original.

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“Los responsables del drama chileno”: la deslegitimación del adversario Seguimos a Paul Chilton y a Christina Schäffner cuando señalan que “[…] los otros (extranjeros, «enemigos internos», oposición institucional, oposición no oficial) deben ser presentados negativamente, para lo cual se recurre a técnicas tales como: utilizar ideas de diferencia y fronteras, y actos de habla como culpar, acusar, insultar, etcétera”.22 Desde esta perspectiva es posible reconocer que, en su cobertura de la situación chilena, Cabildo recurre profusamente a las estrategias de deslegitimación.

Los principales blancos de sus ataques periodísticos los constituyen el presidente Allende, la Unidad Popular que ejercía el gobierno bajo su mandato y los partidos opositores mayoritarios. Para estos nacionalistas Allende y la Unidad Popular eran la expresión del triunfo del marxismo en Chile y su peligroso avance sobre el Cono Sur, como podemos observar en los dos fragmentos publicados ante la asunción de Allende en 1970 y en las jornadas previas al golpe militar, que presentamos a continuación: Creemos que Allende con su marxismo regimentado terminará, si lo dejan, con Chile […] También se ha de destacar que con el Frente Popular, de alguna manera, llegan al Gobierno las guerrillas de toda Latinoamérica. Con su impulso, sus exigencias, sus prepotencias, ellas verán jugadas también sus posibilidades. 23 Allí se padece desde los últimos tiempos, casi diríamos desde el instante mismo de la instauración de la UNIDAD POPULAR en el poder, un clima permanente de inseguridad y caos, como consecuencia del intento de concretar la marxistización de todos los ámbitos, por parte de esta “concordancia” de los partidos de izquierda.24

Desde esta óptica, el “triunfo” del socialismo en Chile por la “vía pacífica” abría una nueva y alarmante posibilidad de que las estrategias comunistas, tradicionalmente partidarias de la toma revolucionaria del poder, se diversificaran y fortalecieran el avance del marxismo en la región. Por tal motivo, la revista se sentía en la obligación de intensificar la denuncia sobre el peligro que significaba la posibilidad de que esta experiencia perdurara en el tiempo, más allá de las dificultades que atravesaba el gobierno de la Unidad Popular a tres años de su victoria electoral.

En la búsqueda de los “responsables” políticos que crearon las condiciones propicias para que la izquierda chilena accediera al poder del Estado, Cabildo señalaba categóricamente a los partidos de la oposición, exceptuando a “ciertas agrupaciones nacionalistas”, distinguidas como “tal vez los únicos francamente opositores”.25

Nos referimos a los partidos mayoritarios y tradicionales del sistema político chileno, en especial a la Democracia Cristiana, antecesora de la Unidad Popular en el Poder Ejecutivo. En los siguientes ejemplos podemos identificar cómo se culpaba a esta oposición partidaria de no ofrecer una propuesta transformadora de la situación de dependencia que atravesaba el país, lo que explicaba el atractivo que había tenido la oferta de los socialistas para los votantes, del mismo

22 Paul Chilton y Christina Schäffner, “Discurso y política”, en Teun A. van Dijk (Compilador) El discurso como interacción social. Estudios sobre el discurso ii, una introducción multidisciplinaria (Barcelona: Gedisa, 2000), 304.

23 “El comunismo de allende los Andes”, Tiempo Político 1 (16/9/1970), 5.

24 “¿Qué saldrá de ese Chile que sangra?”, Cabildo 4 (2/8/1973), 25. Mayúsculas en el original. 25 “¿Qué saldrá de ese Chile que sangra?”

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modo que la acusaba de no haber ejercido suficiente resistencia al gobierno allendista y su programa revolucionario: Claro es, también, que a un pueblo explotado por extranjeros, cuando se le propone un cambio bajo cualquier signo, no se le puede ofrecer como alternativa a un conglomerado de burgueses asustados, liberales crematísticos que aceptan, primero, la ley de los dados y, después, se acuerdan del orden cuando la fuerza de las cosas les golpea en la cara y de que son conservadores cuando ya nada tienen que conservar. Por supuesto, la Democracia Cristiana, aquí como en Europa, muy contenta con su papel de partero del marxismo.26

Los partidos políticos tradicionales, es cierto, se opusieron al gobierno socialista. Pero, en rigor, su protesta no era legítima, porque se escandalizaban de las consecuencias de sus propias actitudes; atacaban los efectos manteniéndose partidarios de las causas; amaban sembrar vientos, pero se asustaban de las tempestades. 27 De estas expresiones se desprende que si bien el gobierno socialista era considerado como un acontecimiento nefasto para la nación trasandina, era sólo un efecto de un problema mayor. Para estos nacionalistas argentinos, la “causa” de la grave situación que vivían los chilenos estaba fundada en la vigencia de “la ley de los dados”, es decir, en el respeto por el principio de la soberanía popular sobre el que se sustenta el mismísimo sistema democrático que tanto repudiaban. De este modo, se exponía este argumento con un fuerte tono irónico: El sistema democratista liberal es así: un golpe de dados cada cuatro o cada seis años, por lo menos en países en plena ebullición, encierra siempre el peligro de un salto en el vacío. Cuando la aritmética equivale a política y la política se resuelve por sumas, no estamos lejos ni de esas sorpresas ni del totalitarismo. Es la “volonté generale” de Rousseau, la soberanía popular, fuente de toda razón y justicia, la que indicó que Chile no va a seguir siendo chilena, ni cristiana, que los chilenos no podrán ser propietarios sino que empezarán a ser todos burócratas y cosas semejantes.28

Desde su matriz ideológica antiliberal, la democracia era concebida como un peligroso vehículo para la subversión del orden y el ascenso de sectores adversos a la Nación. Esta Nación, entendida como un todo ordenador, se veía minada por la competencia de intereses sectoriales y partidarios, por el reemplazo del respeto de una autoridad trascendente por la autoridad de la mayoría numérica. De este modo, la partidocracia era señalada como condición previa necesaria –si bien, no suficiente– para el triunfo del comunismo.

“El despertar”: la salida militar se hace realidad No obstante la situación adversa que –desde esta óptica tradicionalista– atravesaba el vecino país producto de su sometimiento a las reglas del liberalismo, las cuales facilitaron el triunfo socialista y sus funestas consecuencias, el 11 de setiembre de 1973 tendría lugar, para decirlo en palabras de Widow, “un verdadero milagro de Dios”.29 Las Fuerzas Armadas derrocaron el 26 “El comunismo de allende los Andes”.

27 F. A. Lamas, “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”. 28 “El comunismo de allende los Andes”.

29 J. A. Widow, “Chile: significado de un Despertar”.

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gobierno de Salvador Allende e instauraron un régimen militar que despertó grandes expectativas en estos sectores del nacionalismo argentino, en solidaridad con sus pares chilenos.

A diferencia de esta categórica adhesión nacionalista al golpe militar liderado por el general Augusto Pinochet, la reacción que este acontecimiento generó en los principales actores políticos y mediáticos asumió rasgos muy heterogéneos condicionados por la convulsionada coyuntura argentina que comenzaba a encaminarse hacia “un estado de excepcionalidad jurídica creciente vinculado con una lógica represiva centrada en la eliminación del enemigo interno”.30

El gobierno nacional, encabezado por Raúl Lastiri –presidente provisional por noventa días, desde la renuncia de Héctor Cámpora hasta la asunción del general Perón, adoptó una posición ciertamente ambigua frente a los sucesos chilenos. Decretó tres días de duelo por la muerte de Salvador Allende y a los pocos días reconoció a la flamante Junta Militar, dando continuidad a las relaciones diplomáticas con las nuevas autoridades de Santiago. Asimismo, asumió una actitud distante frente a los refugiados chilenos que escapaban de la represión militar y los ciudadanos chilenos residentes en el país, quienes en muchos casos fueron detenidos por “adoctrinamiento” y “tenencia de material izquierdista”. Esta circunstancia acentuó las dificultades que ya venía manteniendo el Poder Ejecutivo con los legisladores, quienes –en su mayoría, a pesar de su diversidad partidaria– expresaron severas críticas al nuevo orden militar trasandino.31

Dentro del escenario de la prensa, diarios de gran tirada como Clarín, avalaron la posición de las autoridades argentinas como una manifestación de una política exterior pragmática, no atada a “fronteras ideológicas”. En tanto, el diario La Opinión y medios de sensibilidad radicalizada ligados a las tendencias revolucionarias expusieron una posición de inequívoco rechazo a la postura oficial, denunciando la violencia represiva del régimen pinochetista y la falta de solidaridad del gobierno argentino con los exiliados chilenos.32 Lejos de ambivalencias en la justificación del golpe de Estado, en primera instancia Cabildo recurrió a la lógica del “mal menor”, con la convicción de que en forma inminente existía la amenaza del estallido de una guerra civil en aquel país ante la presunta profundización de la faceta autoritaria del gobierno socialista, tal como podemos apreciar en el siguiente pasaje: Hay que aceptar como meritoria la decidida actitud de las Fuerzas Armadas chilenas por lo que hasta ahora han hecho, vale decir, por el derrocamiento del régimen marxista que pretendía encadenar a su patria; no hay que olvidar, sin embargo, que no les quedaba otra alternativa. Dadas las circunstancias y el peligro creciente de que Allende consumara un “autogolpe” sangriento, matando a los opositores más característicos y a los jefes militares, la solución adoptada era necesaria; y esto es lo que silencian, con ser obvio, todos aquellos que arrojan incendiados denuestos

30 Cfr. Marina Franco, Un enemigo para la nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976 (Buenos Aires: fce, 2012). 31 Remitimos a M. Franco, Un enemigo, 69-72 y 122; Grupo Editor Latinoamericano, Historia general de las relaciones internacionales de la República Argentina, (s/d) disponible en: http://www.ucema.edu.ar/ceieg/ arg-rree/14/14-014.htm Sobre las repercusiones del golpe militar chileno en Iberoamérica desde la perspectiva de la diplomacia española, son muy sugerentes los aportes de Cristina Luz García Gutiérrez, “La reacción de España ante el golpe militar en Chile”, Naveg@mérica, revista electrónica de la Asociación Española de Americanistas 6 (2011), disponible en: http://revistas.um.es/navegamerica

32 Cfr. Fernando Ruiz, Las palabras son acciones. Historia política y profesional de La Opinión de Jacobo Timerman (1971-1977) (Buenos Aires: Libros Perfil, 2001).

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contra los heroicos rebeldes chilenos. […] Es decir, en realidad las Fuerzas Armadas más que provocar la guerra civil la evitaron.33

Por otra parte, se suma a este carácter heroico atribuido a los golpistas chilenos la condición “popular” del levantamiento, al que se presenta como producto de una decisión de importantes sectores sociales “delegada” en las Fuerzas Armadas, por ser la “síntesis” representativa de la Nación y, por lo tanto, sus defensoras incuestionables. El siguiente ejemplo expone claramente este razonamiento:

Pero el país real, el de los propietarios, el de los militares, el de los curas de misa y olla, el de las amas de casa y el de los camioneros, el de los hombres concretos, se puso de pie. El fue el que derrotó al comunismo y a sus aliados de la up. Un país organizado, de interior rico, no suficientemente desquiciado por el atomismo liberal, con una gran vocación asociativa, se rescató a sí mismo.

Y colocó su destino en manos de sus Fuerzas Armadas. Que son como la Nación misma y como su reflejo y resumen.34

El desprestigio del sistema democrático y los partidos políticos dentro de esta cosmovisión convierte a las Fuerzas Armadas, asimiladas a la Nación, como las depositarias de las esperanzas de la “fe nacionalista” en la restauración de los valores tradicionales. En otras palabras, estos nacionalistas esperaban fervientemente que las Fuerzas Armadas chilenas en el poder no agotaran su labor reiterando la fórmula autoritaria de los gobiernos de facto conocidos hasta el momento en nuestro país, los cuales suspendieron temporalmente el funcionamiento de las instituciones liberales para luego devolver a los partidos y las clases dominantes el control del régimen político, sin innovaciones de fondo. Como se expone categóricamente en el siguiente pasaje, la opción era clara: Volver, con o sin “retoques”, con o sin proscripciones, al viejo régimen, como si la presencia en el país del gobierno del marxismo y de la demagogia hubiese sido sólo una anécdota; tal es el ejemplo de la Argentina desde 1930 hasta ahora. En tal caso, la consecuencia está a la vista; no es otra que el fracaso, el caos, el llegar al fin del precipicio. O hacer, en cambio, la Revolución Nacional, superando las falsas antinomias de izquierdas y derechas, uniendo en la Patria, la justicia, la paz y el trabajo de todos los sectores, a todas las clases y regiones, dando así nacimiento a un Nuevo Estado, a una Nueva República, que ponga en marcha un proyecto válido de convivencia para todos los chilenos.35 En torno a esta demanda es posible observar el modo en que este medio plantea claramente la necesidad de establecer una suerte de alianza entre la corporación militar en el gobierno y los sectores de la civilidad que pudieran aportarles un programa político que realizara la “Revolución Nacional”, entre los cuales los propios nacionalistas se colocaban a la vanguardia. Desde esta perspectiva, se destacaba que los militares chilenos poseían la “autoridad moral” para encarar el proceso de cambios,36 sin embargo, requerirían del apoyo ciudadano de los partidarios de este 33 “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”, 20-21.

34 Víctor E. Ordóñez, “En defensa de Chile”, Cabildo 8 (6/12/ 1973), 23. 35 “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”, 22.

36 “[…] Y si las autoridades no provocan el aplauso de los ciudadanos, es seguro que cuentan con su respeto. No sólo por la fuerza que tienen y que han demostrado ser capaces de usar sino por su autoridad moral. Después de los robos y las orgías, del parloteo irresponsable, del atropello sistemático, estos hombres austeros dan una sensación de seriedad que los pone al margen de toda sospecha. Constituyen, típicamente, un gobierno

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camino de transformación para que aportaran el contenido político que guiaría su accionar. De este modo, se vislumbraba una posibilidad propicia para que las ideas nacionalistas tan largamente proclamadas tuvieran oportunidad de verse plasmadas en esta experiencia que se iniciaba, como se expresa en el fragmento que exponemos a continuación: Para ello las Fuerzas Armadas tienen que comprender que si bien no se puede cogobernar con los viejos políticos del fracaso, tampoco puede ser misión exclusiva de ellas el hacer realidad este replanteo profundo de la política nacional; será necesario, por lo tanto, dar nacimiento a un vasto movimiento nacional, cívico-militar, que sea sustento doctrinario y programático, a la vez que nervio y motor, de la Revolución por todos esperada.37

En el marco de este proyecto de lograr la “unión cívico-militar” para consagrar la “Revolución Nacional”, la revista Cabildo ofrece sus páginas para la promoción de la obra del gobierno dictatorial chileno a través de la reproducción de discursos del Gral. Pinochet38 y columnas de opinión sobre la situación de la sociedad civil bajo este régimen. En ellas, se pretende defender la labor de la “Patriótica Junta Militar Chilena” en los primeros meses de su gestión en materia económica, social, educativa y diplomática. Se destacan “la lucha contra el comunismo” bajo el imperio del “Estado de Guerra Interno”, la distancia que la Junta había manifestado ante los partidos políticos y sus presiones y se exaltan los principios que constituirían los pilares filosóficos del gobierno chileno, expresados en las propias palabras del general trasandino: Ese documento, desarrolla la concepción cristiana sobre el hombre y la sociedad en que nos inspiramos, contiene las ideas fundamentales de una concepción nacionalista, realista y pragmática. Nada tiene de ideologías foráneas, que con uno u otro nombre, han causado tanto daño al país. Señalamos, “el nacionalismo chileno”, más que una ideología, es un estilo de conducta, la expresión genuina del ser de la patria y del alma de su pueblo. 39

En la búsqueda por generar consenso en la opinión pública argentina en relación a la “opción” política chilena, la revista intentó rebatir las principales acusaciones que despertaban las medidas aplicadas en aquel país desde el golpe de Estado, proponiendo “verlo a Chile por de dentro”, como decía Vélez de Guevara, “para ver esa cara de Chile que desfiguran intencionadamente los propagandistas extranjeros”.40 Desde estas columnas, si bien se reconocía que el costo de vida se había incrementado en forma considerable, se subrayaba que ya no existía la carestía de productos de primera necesidad que había asolado la economía hasta setiembre de 1973. A pesar de que se admitía la vigencia del toque de queda y los juicios a integrantes del gobierno depuesto, se desestimaba la opinión que denunciaba la implantación de un “estado policial” al decir que La gente vive tranquila y nadie la molesta. Habla mal del Gobierno, si quiere, y no se expone a ningún castigo. […] Una descripción de Chile hecha por alguien que no tiene compromisos con nadie podría sintetizarse así: de un año a esta parte lo que ha cambiado son las caras de los militar, eso que nuestros militares nunca se atrevieron a ser, acomplejados por la opinión del exterior y por la ironía de los desplazados. Aquellos no quieren ser hábiles, ni simpáticos, ni admirados, ni perdonados; quieren cumplir con su deber. Como saben: con rudeza cuartelera y con amor a Chile.”. “Chile por de Dentro”, Cabildo 16 (8/8/1974), 24.

37 “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”.

38 Remitimos a modo de ejemplo a “Chile: Habla el General Pinochet”, Cabildo 12 (4/4/1974), 17-18. 39 “Chile: Habla el General Pinochet”, 18. Cursivas en el original. 40 “Chile por de Dentro”, 24-25.

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chilenos; de torvas y esquivas se han vuelto francas y enérgicas. Se les ha abierto el horizonte. Antes estaban mal y se disponían a estar peor; ahora están mal y creen que paulatinamente van a ir mejorando.41 A pesar de esta enumeración de “logros” de la dictadura chilena en el corto plazo, Cabildo advertía, con cierta preocupación, que todavía no se había avanzado en contra de la Masonería ni se había resuelto el “problema de la Universidad”. Para mediados de 1974, a un año de la implantación del gobierno de facto, el balance que hacía este medio en relación al rumbo del proceso era positivo, pero no por ello descuidaba su actitud vigilante. Sus expectativas sobre el desarrollo de la “Revolución Nacional” en Chile eran muy altas y, por tal motivo, no cejaría en la demanda de un mayor compromiso cívico-militar en profundizar las transformaciones en el sentido deseado.

La “solución pinochetista”: una salida para los problemas argentinos En 1973, en los meses previos al derrocamiento de Salvador Allende, la sociedad argentina vivía uno de los procesos de mayor efervescencia política de su historia, motorizado por la restauración de las instituciones democráticas de la mano del regreso del peronismo al poder. Sin embargo, el retorno al orden constitucional no podía conducir automáticamente al abandono de la cultura política autoritaria y la vorágine de violencia habría de minar rápidamente las esperanzas depositadas en el gobierno electo.

Además, el movimiento peronista ya no era el mismo que había sido arrancado del poder en 1955. Gracias al manejo estratégico de la verticalidad que había realizado Perón desde el exilio, el viejo caudillo había logrado convertirse, a un mismo tiempo, en la encarnación de “la patria socialista” y de “la patria peronista”, concepciones que dividían a quienes se reclamaban sus herederos, ya sea por haber combatido en las “formaciones especiales” juveniles o bien por haber defendido la ortodoxia, principalmente desde la corporación sindical, durante todos esos años de proscripción. Como afirma Liliana De Riz, […] detrás de esas consignas no había programas políticos que tradujeran las preferencias de quienes las defendían. De ese modo, lo que estuvo en juego en las luchas que atravesaron al peronismo desde su regreso al gobierno fue el control del movimiento y del gobierno mismo, en nombre del “verdadero” peronismo.42

Durante la presidencia de Héctor Cámpora se vivió un clima festivo, especialmente para los sectores de la izquierda peronista –entre los que se destacaba la Juventud Peronista– que se sentían protagonistas de un proceso de refundación nacional sobre bases antiimperialistas y prosocialistas. Pero esta “primavera camporista” encontraría su fin a escasos cuarenta y nueve días y se preveía el encauzamiento del proceso político por caminos más moderados y represivos, bajo la conducción del nuevo presidente, Juan Domingo Perón. No obstante, en aquel mes de octubre, en los días que precedieron a su asunción, Cabildo denunciaba alarmada la gravedad de la situación nacional debido a la incapacidad de la dirigencia política partidaria argentina para ver el ascenso del “peligro marxista” en el país, como se expone a continuación: 41 “Chile por de Dentro”.

42 L. De Riz, La política en suspenso, 128.

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El hecho, ya públicamente comprobado, de que los partidos políticos argentinos, sin excepción, hayan lamentado el derrocamiento del marxismo en Chile, no puede ser sino revelador de la hondura hasta donde han calado el mal, el desconcierto, la torpeza y la frivolidad. Si nadie ha atinado, en la Argentina, salvo honrosas excepciones, a denunciar lo que es el marxismo y todos han jugado a confundirlo con la liberación, con la legalidad o con la soberanía nacional, es señal que todo está podrido en Dinamarca y que ninguno de esos partidos está en condiciones subjetivas ni objetivas de enfrentar al marxismo, porque el marxismo los ha envuelto y los ha empapado. El marxismo, pues, ha triunfado en las inteligencias de los liberales argentinos.43

De esta manera, esta publicación aseveraba que ningún partido, ni siquiera el peronista,44 sería capaz de frenar el avance de la radicalización política promovida por el “marxismo” ya que el propio sistema partidario y sus bases legales creaban las condiciones para su reproducción. Por tal motivo, llamaba la atención de sus lectores sobre el “caso chileno” para que fuera tomado como un “ejemplo, dado el paralelismo que presentan ciertas circunstancias locales o de otros países con las de la Nación trasandina”.45

Presentando a Chile como una experiencia que parecía proyectar las alternativas a las que – este medio creía– estaba condenada la Argentina, a saber: someterse a la acción del comunismo o luchar por su derrota; son muy elocuentes las palabras de Félix Lamas sobre el derrocamiento del gobierno de Allende: Chile vuelve a mostrar, con su tragedia, tanto lo que debe como lo que no debe hacerse. En Chile hicieron una experiencia las fuerzas marxistas de Hispanoamérica, las cuales están muy lejos de estar derrotadas; es por eso que si bien esta nación cuenta con una victoria sobre sus espaldas, tiene a la vez, delante suyo, una peligrosa opción, la cual no es exclusiva de Chile sino de muchos otros pueblos que han padecido males semejantes. Ya ha pasado sobradamente el tiempo de los diagnósticos; ahora es el momento de obrar.46

Este llamado a la acción no estaba dirigido al gobierno ni a la clase política, en cuyos miembros Cabildo no depositaba ninguna esperanza, dado que consideraba que habían sido derrotados en el campo político-ideológico por el marxismo; el balance que de la coyuntura chilena hacía su equipo editor, reforzaba sus convicciones en la necesidad de una “solución militar” para este alarmante “problema nacional”. Es posible identificar esta conclusión en las siguientes palabras de Vicente Massot:

El comunismo que aceleradamente busca rehacer en Hispanoamérica su estrategia política para la toma del poder, deberá tener en cuenta un aspecto fundamental. En los países donde las Fuerzas Armadas desarrollan un papel político autónomo, cualquier gobierno marxista 43 “Ha muerto un enemigo”, 23.

44 Si bien Cabildo se había mostrado tradicionalmente dentro de las filas de la oposición al peronismo, había expresado ciertas esperanzas en materia de “combate al marxismo” a partir del distanciamiento del general Perón del ala izquierda de su movimiento, a modo ilustrativo Cfr. Cabildo 2 (14/6/1973), 7. Sin embargo, estas expectativas fueron rápidamente desechadas frente a la ambigua posición adoptada por el gobierno nacional, a las declaraciones del propio líder, quien calificó la muerte del presidente Allende como una “tragedia para el continente”, y a las manifestaciones de repudio al golpe expresadas por ambas Cámaras del Congreso argentino, controladas por la mayoría oficialista. 45 “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”, 20.

46 “CHILE: Su drama, su ejemplo y su opción”, 22. Negritas en el original.

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–democráticamente electo– que no posea la mayoría del pueblo tras sí, ni el poder hegemónico dentro del Estado, y crea posible realizar las transformaciones estructurales que efectivicen la vía al socialismo en el marco de las instituciones democráticas dadas, tarde o temprano verá llegado el momento histórico límite en que no resulten admisibles la presencia y sobrevivencia de esas estructuras burguesas orgánicas so pena de caer en el reformismo. Enfrentado a la decisión de romper con dichas estructuras –Parlamento, Corte Suprema, grande y mediana propiedad– el gobierno debe estar dispuesto a ganar el poder mediante un enfrentamiento, merced al cual las ffaa le queden subordinadas. 47 El destinatario de la convocatoria a participar en una “cruzada antimarxista” eran las propias Fuerzas Armadas argentinas. De este modo, bajo la forma de una advertencia para el “enemigo marxista”, llamaba a la corporación militar a conservar una posición autónoma frente a las erráticas políticas encaradas por Perón y María Estela Martínez de Perón, su viuda y sucesora en la presidencia, a partir de julio de 1974; las convocaba a prepararse para el enfrentamiento final con las fuerzas del comunismo, en el ejercicio de su rol de defensoras de la Patria y la nacionalidad.

Consideraciones finales Al recorrer las páginas de Cabildo en los años 1974, 1975 y comienzos de 1976, es posible reconocer que la coyuntura chilena ya no despertaba el mismo interés en estos nacionalistas argentinos, los cuales se concentraron en el complejo proceso nacional, lanzándose abiertamente a promover la toma del poder por parte de las Fuerzas Armadas, público al que destinaba prioritariamente sus columnas.

No obstante, no podemos interpretar esta marginación de las temáticas trasandinas en la agenda de la revista como un cambio de estrategia, dado que tanto la presentación del caso chileno como un “modelo a imitar”, como un espejo que anticipaba el sendero que habría de recorrer nuestro país, como las furiosas críticas al gobierno peronista y la oposición que monopolizaron sus páginas con el correr de los meses, constituyeron distintos recursos subordinados al mismo fin: protagonizar un cambio institucional y cultural en Argentina, proyectándose como líderes intelectuales y espirituales de un nuevo orden tradicionalista y jerárquico liderado por el sector militar.

Es posible reconocer que esta preocupación por ver realizada la “Revolución Nacional” en el país y la región seguía vinculando implícitamente la realidad trasandina y la nacional. Las mismas demandas que se planteaban al gobierno de facto de Pinochet a un año de su asunción, en una suerte de balance de su gestión, se veían expresadas en febrero de 1976 a través de las columnas de Restauración –sucesora de Cabildo y El Fortín–, referidas a las especulaciones sobre la inminente toma del poder por parte de la corporación militar argentina. En ellas planteaban sus inquietudes acerca del dilema de optar entre una nueva “aventura golpista” y la “cruzada nacionalista” que la Patria reclamaba. Esta interrogante sería develada en el corto plazo. Luego del golpe de Estado el 24 de marzo de 1976, se instauró una dictadura con una declamada vocación de refundación nacional que despertó grandes ilusiones entre las filas de este sector tradicionalista; pero el entusiasmo fue efímero, dada la resistencia de las nuevas autoridades militares a implementar un programa de cambios estructurales tan alejado de la realidad argentina como el que aquellos proponían. Sin

47 Vicente Gonzalo María Massot, “El fracaso de la «vía pacífica» al Socialismo”, Cabildo 17 (12/9/1974), 30. Cursivas en el original.

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embargo, el régimen militar supo utilizar a su favor el capital que este grupo detentaba a través del aporte que su doctrina y un número considerable de sus militantes hicieron como contribución a la legitimación y ejecución de políticas represivas, en el marco del terrorismo de Estado aplicado hasta la restauración democrática en 1983 y reivindicado por estos sectores bajo la consigna de la “lucha antisubversiva” hasta la actualidad.

En su esfuerzo por escapar de la marginalidad política, los nacionalistas articulados en torno a Cabildo obtuvieron magros resultados. Sin embargo, en este intento construyeron tramas de interacción que los integraron a diversas esferas estatales ligadas a la educación y la cultura, al ámbito corporativo –militar, sindical y profesional–, a la sociedad política y mediática a nivel nacional e internacional. A través de estas estrategias, lograron cierta implantación pública sobre la que mucho queda aún por investigar.48

Más allá del análisis de las representaciones y juicios expresados por los nacionalistas de este medio gráfico sobre el proceso institucional del vecino país, como parte de sus deseos, ansiedades, dudas y temores sobre el futuro político argentino de corto plazo, en el presente trabajo hemos esbozado algunas facetas de los vínculos político-periodísticos de los editores de Cabildo con la publicación nacionalista chilena Tizona, sin pretensiones de exhaustividad. Las interrogantes que se abren en este sentido resultan un fuerte estímulo para ahondar en la indagación de la conformación de estos nexos de interacción en clave transnacional. Por tal motivo, esta línea de trabajo orientará los próximos pasos de este proyecto de investigación, con la intención de contribuir al análisis de las redes nacionalistas del Cono Sur, su idiosincrasia, composición y transformaciones en el contexto de posguerra, signadas crecientemente por los postulados de la Doctrina de la Seguridad Nacional y las fronteras ideológicas dictadas por la Guerra Fría.

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O anticomunismo e os órgãos de informação da ditadura nas universidades brasileiras

Rodrigo Patto Sá Motta1

Resumen

Abstract

A proposta do artigo é investigar a influência da tradição anticomunista no golpe de 1964 e nas políticas adotadas pelo regime militar brasileiro. Na introdução se apresentam as bases de tal tradição, que remontam aos anos de 1930, e o modo como ela foi apropriada nos anos 1960. A parte principal do texto é dedicada a analisar a atuação dos órgãos de informação criados pela ditadura, sobretudo no que tange às tentativas de controle dos espaços universitários. Nesta análise, confere-se ênfase à influência dos valores anticomunistas sobre as ações dos aparatos de informação atuantes nas Universidades, em sua luta para derrotar a esquerda.

The article aims at researching brazilian anticommunist tradition influence in the 1964 coup and also in the policies adopted by the military regime. In the first part the basis of such tradition that began in the 1930’s are explained and furthermore it is analysed the ways of it’s appropriation in the sixties. The main part of the text is dedicated to analyse the actions of the information agencies created by the dictatorship in it`s attempt to control the universities. The text emphasizes the influence of anticommunist ideas in such actions, in the context of the information apparatus struggles against the left wing enemies.

Palavras chave: Ditadura, anticomunismo, agências de informação

1

Key words: Dictatorship, anticommunism, information agencies

Departamento de História, Universidade Federal de Minas Gerais (ufmg), Grupo de Pesquisa História Política-Culturas Políticas na História (http://www.fafich.ufmg.br/hcpcph/).

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Quando o tema do anticomunismo vem à tona no debate político ou acadêmico, é comum associa-lo à eclosão da Guerra Fria e à influência da política externa norte-americana. Nessa vertente, os eua são vistos como responsáveis pela introdução da questão anticomunista e por manipularem os latino-americanos para obter seu apoio nas disputas da Guerra Fria.2 De fato, a entrada dos Estados Unidos no cenário mundial como potência hegemônica trouxe impactos importantes na percepção do “perigo comunista” e reforçou a matriz liberal do anticomunismo. Entretanto, antes da Guerra Fria já havia grupos militantes da luta contra o comunismo atuando em vários países, entre eles o Brasil. O objetivo deste artigo é mostrar que o anticomunismo, uma das principais motivações dos militares golpistas que derrubaram o governo de João Goulart em 1964, se inspirou em uma tradição que remontava à década de 1930.

Outro propósito é analisar a importância dos valores anticomunistas nas ações do aparato repressivo e de informações construído pelos militares no sistema universitário. O anticomunismo forneceu aos agentes de repressão uma razão de ser e um sentido de missão, ao apontar o alvo principal que deveriam mirar. Assim, eles atuaram na tentativa de impedir a contratação de professores marxistas, bloquear a circulação de textos e ideias socialistas e também evitar os contatos culturais com países do bloco soviético. Mas o trabalho desses agentes encontrava desafios e limites na própria complexidade do regime militar brasileiro, que tinha formato modernizador-autoritário. De um lado, os líderes do regime desejavam combater a esquerda, porém, de outro, queriam modernizar as instituições acadêmicas e universitárias que receberam mais investimentos financeiros, verbas para pesquisa e pós-graduação e tiveram suas instalações ampliadas para comportar o aumento no número de estudantes, que foram multiplicados em dez vezes durantes os vintes anos do poder militar (de 140.000 para 1.400.000 universitários entre 1964 e 1984). Assim, os agentes repressivos tinham que controlar instituições universitárias que passavam por crescimento frenético, com a entrada de massas de novos estudantes, muitos deles receptivos a ideias radicais. Por vezes, as administrações universitárias contrataram professores com valores de esquerda, implicando desafios aos projetos de “saneamento ideológico”. Outra dificuldade para os combatentes anticomunistas foi a estratégia dúbia do governo militar diante dos países socialistas, como se verá a seguir. Anticomunismo não significa apenas um conjunto de opiniões divergentes em relação a um projeto político, mas um movimento, uma causa que mobilizou aderentes fervorosos, crentes que a salvação do país (e do mundo) dependia da repressão ao comunismo. Não se pode dizer que o anticomunismo seja uma doutrina, pois ele contém matrizes ideológicas diferentes, principalmente no caso do Brasil (catolicismo, nacionalismo e liberalismo), mas as representações nele inspiradas originaram uma tradição peculiar. Esses valores já circulavam no final do século xix, quando foram utilizados contra líderes pioneiros da revolução social, mas se tornaram mais fortes após a Revolução de 1917, que resultou na associação indelével de comunismo com o bolchevismo, tornados sinônimos a partir daí. O experimento dos soviets foi representado como a concretização dos ideais socialistas, o que permitia caracterizar o comunismo como uma utopia realizável. Como no mesmo ano de 1917 ocorreram greves importantes no Rio de Janeiro 2

“Criou-se uma ameaça tanto para os Estados Unidos quanto para a América Latina originária de um movimento político «desviante» - «a ameaça comunista». Esta, por sua vez, justificou a ajuda externa especializada em segurança nacional para combatê-la. Em outras palavras, os Estados Unidos criaram os argumentos para justificar a existência desse perigo específico e, a seguir, mostraram-se dispostos, mediante pagamento, a proteger os países ameaçados através da ajuda policial e também militar”. Cf. Huggins, Martha K. Polícia e política. Relações Estados Unidos/América Latina (São Paulo: Cortez, 1998), 232.

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e em São Paulo, a sensação de “perigo vermelho” iminente em terras brasileiras tornou-se mais verossímil.

Não obstante, somente nos anos 1930 a presença do comunismo no cenário público tornou-se mais visível, quando o pequeno Partido Comunista criado em 1922 passou a ocupar espaço mais significativo, com a adesão de intelectuais, militares (entre eles o mítico Luiz Carlos Prestes) e o aumento no recrutamento de trabalhadores. Em 1935 os comunistas, que compunham a alma da Aliança Nacional Libertadora, entidade organizada no formato das frentes populares, lideraram uma tentativa de insurreição armada, rapidamente destruída pelas forças da ordem. Tratou-se de levante essencialmente militar que envolveu quartéis em Natal (Rio Grande do Norte), Recife (Pernambuco) e Rio de Janeiro (então a capital federal), mas o plano dos revolucionários era armar brigadas populares que serviriam como forças auxiliares. A insurreição de 1935, que nas versões oficiais foi batizada pejorativamente de Intentona Comunista (intento louco, assassino) provocou importantes desdobramentos políticos. O presidente Getúlio Vargas, então enfraquecido e sob muitas críticas, aproveitou-se do evento para fortalecer seu poder e editar medidas excepcionais, como a decretação do Estado de Guerra e algumas emendas à Constituição. Formou-se uma “União Sagrada” reunindo grupos conservadores e liberais em torno de Vargas, em nome da defesa da ordem e do combate ao comunismo. O novo contexto político, que abriu caminho para o golpe autoritário de novembro de 1937, quando Vargas tornou-se ditador, começou a ser desenhado sob a fumaça dos combates de 1935. O impacto da chamada Intentona Comunista foi enorme, notadamente entre as lideranças católicas e os militares. Afinal, não era rebelião comum, mas tentativa dos comunistas de tomarem o poder que, caso bem sucedida, poderia ter provocado grandes transformações na organização social brasileira. A comoção tornou-se maior quando a imprensa divulgou que estrangeiros ligados à Internacional Comunista participaram da frustrada tentativa revolucionária, o que serviu de confirmação ao argumento de se tratar de ameaça à integridade da pátria. Os eventos de novembro de 1935 foram marcantes na construção da tradição anticomunista, na medida em que foram apropriados para consolidar as representações do comunismo como fenômeno negativo. O episódio foi mitificado e originou a formação de verdadeira legenda negra em torno da Intentona Comunista, reproduzida ao longo dos anos. O levante foi representado como exemplo de manifestação das características maléficas atribuídas aos revolucionários que, segundo as versões anticomunistas, teriam cometido vários crimes ignóbeis durante os quatro dias da revolta (estupros, assassinatos a sangue frio, roubo), considerados uma decorrência necessária dos ensinamentos da “ideologia malsã”.

As representações anticomunistas tiveram recepção particularmente forte entre os militares, graças a argumentos peculiares desenvolvidos nas representações sobre 1935. Argumentou-se que o levante foi uma traição às Forças Armadas, já que os líderes da insurreição eram oficiais do Exército e voltaram suas armas contra companheiros de farda. Além disso, foi construída a versão que os oficiais comunistas mataram colegas enquanto eles dormiam indefesos em suas camas, uma evidência da sua vilania e covardia, tema que seria repetido pelas décadas seguintes. Por fim, os discursos anticomunistas sobre 1935 denunciaram os oficiais rebeldes por traição ao Brasil, ao acusarem-nos de agir em favor de potência estrangeira (a urss) e contrariamente ao voto sagrado militar de defender a pátria. Para enfatizar a maldade atribuída aos comunistas, investiu-se na construção de heróis militares que lutaram e morreram nos combates, aos quais se dedicou um monumento inaugurado em 1940. O dia 27 de novembro entrou para o calendário cívico

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do Estado, mas principalmente das Forças Armadas, comemorado como episódio de vitória da pátria contra a ameaça comunista.

Portanto, o episódio de 1935 serviu como confirmação da existência do “perigo vermelho” no Brasil e prestou-se à construção de narrativa mítica ao representar os males associados ao comunismo.3 Quando os ventos da Guerra Fria começaram a soprar por esses lados, a partir do final dos anos 1940, eles já encontraram tradição anticomunista enraizada, que se fortaleceu e renovou sob a influência do confronto bipolar. A cultura da Guerra Fria trouxe temas novos, como a liderança dos eua na luta anticomunista (embora muitos líderes da direita fascista e católica desconfiassem dos norte-americanos), e fortaleceu a crença nos valores liberais como barreira contra a esquerda. Porém, as bases da tradição anticomunista tinham sido lançadas antes.

Pode-se dizer que no Brasil houve 3 grandes “ondas” anticomunistas: em 1935-37, em 194648 e em 1961-64. O primeiro contexto já foi mencionado e culminou no “Estado Novo” de Getúlio Vargas, regime ditatorial que se inspirou em elementos fascistas, mas manteve características heterogêneas que, a propósito, permitiram a reciclagem de Vargas posteriormente como líder popular. A segunda “onda” ocorreu durante a redemocratização posterior à Segunda Guerra, quando o Partido Comunista foi legalizado e tornou-se força política importante nos centros urbanos, com votação expressiva e influência preponderante no movimento sindical e nos meios intelectuais. Os grupos de direita reagiram atemorizados e engendraram forte campanha anticomunista, que tornou o pcb ilegal e levou à cassação dos mandatos parlamentares eleitos pelo partido (em 1947 e 1948). A repressão ao pcb acalmou um pouco os temores da direita, mas vários grupos anticomunistas continuaram ativos nos anos 1950, inclusive porque percebiam a ameaça como combate mundial em que o Brasil era apenas uma das frentes de batalha.

No início dos anos 1960, a nova conjuntura política atiçou mais uma vez a polarização esquerda-direita, que desta vez culminaria em golpe militar. Assim como em outros países, notadamente da América Latina, o Brasil viu surgir uma geração radical influenciada pela Revolução Cubana e as lutas terceiro-mundistas, e também pela percepção dos problemas sociais internos, como demandas por reformas agrária e educacional. A influência da esquerda aumentou no período o que beneficiou o Partido Comunista, mas, também deu origem a novas organizações socialistas, como o grupo cristão Ação Popular (ap) e o grupo marxista Política Operária (polop). Nesse quadro, um evento aparentemente fortuito contribuiu muito para o incremento do poder dos grupos de esquerda. Com a renúncia de Jânio Quadros e a ascensão do Vice-Presidente João Goulart ao governo em setembro de 1961, a esquerda brasileira teve sua primeira oportunidade para influenciar os rumos do país. Embora fosse um rico estancieiro gaúcho, Goulart era político trabalhista sensível aos argumentos de esquerda, principalmente às demandas dos líderes sindicais. Durante seu governo as esquerdas tornaram-se mais ativas no cenário público, com aumento de greves, ocupações de terras e mobilizações estudantis, o que levou muitos a imaginar-se às portas da revolução social. No campo da direita, previsivelmente, também foi forte a sensação que a esquerda estava no poder, o que provocou nova onda de mobilizações contra o comunismo. Em parte, o recurso à tradição anticomunista era estratégia oportunista para facilitar o proselitismo da campanha contra Goulart, mas a questão não pode ser resumida à manipulação, pois os comunistas eram 3

Motta, Rodrigo Patto Sá, Em guarda contra o perigo vermelho. O anticomunismo no Brasil: 1917-1964 (São Paulo: Perspectiva-fapesp, 2002). Sobre a insurreição de 1935 cf. Vianna, Marly de Almeida Gomes, Revolucionários de 35: sonho e realidade (São Paulo: Companhia das Letras, 1992).

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percebidos de fato como os líderes mais influentes à esquerda. Outras questões contribuíram para o golpe, como a crise econômica, que se manifestou na inflação descontrolada e na redução das taxas de crescimento, e também as denúncias de corrupção envolvendo aliados do governo. Entretanto, a crença na “ameaça comunista” foi o tema mais importante na mobilização golpista, a exemplo das “Marchas da Família com Deus pela Liberdade” que levaram milhares de pessoas às ruas com cartazes e slogans anticomunistas, eventos significativos para demonstrar o apoio de parte da sociedade à derrubada do governo.4

O regime militar e as agências de informação nas universidades O anticomunismo foi particularmente importante para levar à ação em 1964 os grandes protagonistas do evento, os militares. Embora o apoio civil tenha sido fundamental, eles foram os agentes centrais do golpe, com o argumento que era seu dever preservar a pátria do perigo, tal como teriam feito em 1935. Outros conceitos foram mobilizados pelos militares no contexto do golpe, mas eles tinham como ponto comum a “ameaça vermelha”. Assim, por exemplo, quando eles falavam em defender a Segurança Nacional ou enfrentar a Guerra Revolucionária a principal ameaça respondia pelo nome de comunismo. Significativas para o sucesso da mobilização golpista, as representações contra-revolucionárias foram também inspiradoras para algumas das políticas adotadas pela ditadura. Isso se aplica não apenas ao terreno da segurança e dos expurgos, mas também ao plano cultural e educacional, que os agentes do regime militar imaginavam particularmente suscetível às ações comunistas. Essa foi a principal motivação para criar a Educação Moral e Cívica, um conjunto de disciplinas escolares implantadas em todos os níveis de ensino, inclusive nas Universidades, a partir de 1969. Por razões semelhantes foi estabelecido o Projeto Rondon, em 1967, que levava estudantes universitários dos centros urbanos para atuarem em projetos de extensão em áreas longínquas e fronteiriças, no Norte e no Centro-oeste. Nos dois casos, a intenção era inculcar valores patrióticos entre os jovens e afastá-los da influência da esquerda.

No campo das iniciativas repressivas, o novo regime construiu grande aparato de segurança e informações. Órgãos tradicionais de polícia política que eram vinculados aos governos estaduais (os Departamentos de Ordem Política e Social) desde os anos 1920 foram ampliados; a Polícia Federal foi reorganizada, tornando-se pela primeira vez capaz de ações nacionais; e várias agências militares foram criadas, como o Serviço Nacional de Informações, o Centro de Informações do Exército, o Centro de Informações da Aeronáutica (a Marinha já tinha o seu) e o sistema doi-codi (Destacamento de Operações Internas e Centro de Operações de Defesa Interna). Além disso, em 1967 foram criadas Divisões de Segurança e Informações (dsi) nos Ministérios civis, com base em estruturas pré-existentes.5 A partir de 1970, a dsi do Ministério da Educação e Cultura começou a organizar Assessorias de Segurança e Informações (asi) nas Universidades federais (e algumas estaduais), que na época eram aproximadamente 30. Esse sistema de informações, que chegou a compor uma rede enorme, com milhares de agentes, tinha o papel de vigiar os inimigos e adversários do regime militar, particularmente a esquerda e os comunistas. Vamos 4

5

Presot, Aline, “Celebrando a «Revolução»: as Marchas da Família com Deus pela Liberdade e o Golpe de 1964”, in Denise Rollemberg y Samantha Quadrat (Organizadoras) A construção social dos regimes autoritários Legitimidade, consenso e consentimento no século xx. Brasil e América Latina (Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2010), 71-96. Para a criação das dsi cf. Carlos Fico, Como eles agiam. Os subterrâneos da ditadura militar: espionagem e polícia política (Rio de Janeiro: Record, 2001).

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nos ater, neste artigo, à atuação das agências de informação no campo universitário, que passou por notável expansão durante a ditadura.

A documentação produzida por tais agências6, previsivelmente, revela a motivação anticomunista de muitas atividades dos órgãos de informação, quase uma obsessão. Enxergavam comunistas por toda parte e qualquer movimento de contestação era atribuído aos desígnios do “Movimento Comunista Internacional”, expressão que originou uma das siglas tão ao gosto da comunidade de informações, mci. Mesmo com os expurgos de 1964 e 1969, quando ocorreu a maior parte das demissões e aposentadorias de servidores públicos, entre eles os docentes, o ânimo vigilante dos membros da comunidade de informações não arrefeceu.

Essa insistência na “tecla” do anticomunismo pode gerar estranhamento, pois, além da repressão ter sido forte o suficiente para desbaratar os grupos revolucionários, nos anos 1970 os Partidos Comunistas estavam em declínio, superados por novos grupos e lideranças de esquerda. Pode-se dizer que, nesse momento, como em épocas anteriores, vigorou estratégia de industrialização do anticomunismo, ou seja, de mobilização oportunista do medo ao “perigo vermelho”. Entretanto, a motivação oportunista não é suficiente como explicação, pois em muitas ações e discursos os agentes da repressão mostravam-se convictos, e alguns até hoje permanecem ativos em sua luta. Para compreender esse quadro deve se levar em conta que o anticomunismo forneceu um ethos combatente aos integrantes das agências de repressão e informação, uma razão de ser que justificava sua existência e missão. Sobretudo, ele fornecia a imagem do inimigo a vigiar e reprimir.

Por outro lado, se é verdade que as organizações comunistas tradicionais estavam em declínio, notadamente o pcb que, nessa época, de maneira irônica, começou a ser chamado “partidão”, o mesmo não se pode dizer das ideias socialistas. Um arguto observador contemporâneo do ambiente cultural e acadêmico afirmou, em 1970, que a influência da esquerda era grande e havia aumentado depois de 1964, apesar da vitória da direita.7 A hipótese levantada por Roberto Schwarz estava correta no que toca aos jovens universitários. Os partidos comunistas tradicionais estavam em crise, mas isso não significava perda de influência dos valores socialistas, ao contrário, parte importante da juventude intelectualizada sentia-se atraída por eles, notadamente conceitos marxistas, ainda que os apropriassem de maneira difusa. Por isso, observando a situação de acordo com a perspectiva dos militares, eles tinham alguma razão na sua ansiedade em relação à influência da esquerda nas Universidades, mesmo no contexto da repressão, não obstante sua compreensão de que tudo derivava das ações do mci fosse equivocada e, por vezes, ridícula. Armado desse ânimo combatente, o aparato de segurança e informações manteve pressão sobre os Reitores para expurgar os subversivos,8 inundou as asi universitárias com análises sobre supostos planos do movimento comunista e, sobretudo, com propaganda de natureza anticomunista.

6

7 8

Desde o início dos anos 1990 o Estado brasileiro vem abrindo à consulta pública os documentos dos órgãos de informação e repressão, com políticas de acesso por vezes erráticas. Os acervos mais significativos encontram-se no Arquivo Nacional e em alguns Arquivos estaduais, entre eles São Paulo, Rio de Janeiro e Minas Gerais. Para este trabalho foram usados também acervos das ASI universitárias que se encontram na Universidade Federal de Minas Gerais e na Universidade de Brasília. Roberto Schwarz, “Cultura e política, 1964-1969”, in O Pai de Família e outros estudos (São Paulo: Companhia das Letras, [1978] 2008), 71.

Às vezes até ser filho de comunista era proibido. Em 15/02/78, a dsi/mec comunicou à Universidade de Brasília (unb) que um aluno da Universidade Federal do Paraná, “filho do comunista Oto Bracarense Costa”, havia pedido transferência para aquela Universidade. Em resposta, a asi/unb comunicou que a transferência foi indeferida pela Universidade. sb 10.1.1–07. Arquivo asi/unb, cedoc/unb.

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De acordo com os textos produzidos pela “comunidade de informações” era preciso manter-se alerta, pois os comunistas seguiam ameaçando a civilização cristã e o país. Em meio a esse copioso material, constituído por brochuras, panfletos, livros e cartazes foram selecionados alguns exemplos, notadamente textos que têm a singularidade de abordar a “infiltração” comunista nos meios estudantis pelo prisma dos militares.

O primeiro caso é um texto do Coronel Rubens Resstel publicado originalmente no jornal O Estado de São Paulo e enviado às asi para divulgação nas Universidades, como estratégia de contrapropaganda. Sob o título “A infiltração comunista nos meios educacionais”, o texto de Resstel denuncia as estratégias dos subversivos para “corromper” a juventude. Corrupção é termo adequado para entender o ponto de vista do Coronel, pois ele afirma que os comunistas lançavam mão de meios imorais como drogas e mulheres sedutoras para atrair jovens ingênuos para seu lado. De acordo com Resstel, os comunistas teriam mudado o eixo de suas ações do operariado para os meios estudantis, por entender que nesse segmento o proselitismo revolucionário encontraria terreno mais favorável. Além disso, eles procurariam concentrar seus recursos preferencialmente nas Faculdades de Filosofia, devido ao potencial disseminador dessas instituições, responsáveis por formar os futuros professores.9 O segundo texto é particularmente interessante porque seu autor era influente dirigente universitário: Zeferino Vaz. Ele integrava o grupo de intelectuais que apoiou o golpe de 1964 e, nessa condição, foi nomeado Reitor da UnB e depois da Universidade de Campinas (Unicamp), instituição que ele ajudou a fundar em 1966 e que dirigiu por muitos anos. O próprio Vaz, como dirigente máximo da Unicamp enviou o texto aos colegas Reitores, em janeiro de 1971.10 A dsi/ mec gostou tanto da colaboração que distribuiu nova versão para os dirigentes universitários em julho de 1972, além de solicitar ao Conselho de Reitores das Universidades Brasileiras (crub) que Vaz fosse convidado a expor suas reflexões na reunião seguinte do órgão.11

Intitulado “Contribuição ao conhecimento da Guerra Revolucionária”, o texto de Zeferino Vaz utiliza linguagem pretensamente científica para análise inusitada. Pode-se dizer tudo do trabalho, menos que falte originalidade a sua abordagem do tradicional trote dos estudantes, a “calourada”.12 Ele diz, entre outras coisas, que os comunistas usavam técnicas pavlovianas para condicionar os estudantes, e isso “explica a facilidade e a rapidez com que se mobilizam milhares de estudantes para passeatas de protesto”. De acordo com Vaz, os dirigentes da Guerra Revolucionária se utilizavam do trote para recrutar novos militantes, além de arrecadar dinheiro para financiar a guerrilha. Eis a conclusão do “estudo”: “Verifica-se, pois, que o trote não é momento na vida universitária; transformou-se em um processo, calculadamente desenvolvido, com fins definidos, dentro do esquema global da ação subversiva”. Outro exemplo: em outubro de 1972, a dsi/mec enviou para as asi universitárias um texto intitulado Movimento Comunista Internacional. Tratava-se de documento analítico para uso interno dos agentes de informação, classificado na categoria “secreto”, e seu propósito era informar sobre as ações do inimigo. Baseado, supostamente, em investigação de debates realizados 9

Caixa 15, maço 14. Arquivo aesi/ufmg. (Artigo publicado em O Estado de São Paulo, 19/11/70).

10 Caixa 16, maço s/n, 20/01/1971. Arquivo aesi/ufmg. 11 Caixa 18, maço 13, 13/07/72. Arquivo aesi/ufmg.

12 A calourada é tradicional entre estudantes universitários brasileiros e consiste em uma espécie de ritual de iniciação para os novos universitários, que são submetidos a brincadeiras (raspagem de cabelo, pintura do corpo) ou obrigados a se submeter a situações ridículas (andar com cartazes pendurados ao pescoço).

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em Congresso do Partido Comunista da União Soviética, o texto aponta as estratégias dos revolucionários na América Latina, que tiveram vitória importante com a ascensão de Allende no Chile. No caso do Brasil, que seria uma das prioridades do mci, o texto denunciava a estratégia soviética de atrapalhar o sucesso dos governos originados do movimento de 31 de março de 1964. Curiosamente, apesar de apontar perigos e estimular o medo, a conclusão é otimista ao dizer que os comunistas estavam muito divididos no Brasil (linhas russa, comunista e cubana), e que as ações repressivas e o sucesso econômico do governo militar vinham minando suas possibilidades de sucesso. Nota-se aspecto paradoxal, quase contraditório: afirmavam a unidade das ações comunistas, daí insistirem na sigla mci, porém, ao mesmo tempo, percebiam as divisões entre os grupos de esquerda, cada um deles se imaginando capaz de liderar a revolução. Entretanto, na ótica dos órgãos de informação, as divergências entre as diferentes facções comunistas eram superficiais e conjunturais, relacionadas às diversas estratégias de chegada ao poder. No fundo, acreditavam, todos os grupos comunistas acalentavam o mesmo projeto, inspirado no modelo soviético de 1917, e convergiriam no caso da vitória de algum deles.13

No mesmo ano de 1972, os órgãos de informação começaram a divulgar que o mci estava orientando o Movimento Comunista Brasileiro (outra sigla, o mcb) a reorganizar o movimento estudantil, desorganizado desde 1969. Como os órgãos de informação monitoravam os Diretórios estudantis permitidos pelas leis do regime militar, e estava proibida a volta de entidades banidas, como a União Nacional dos Estudantes, a nova estratégia seria burlar a vigilância usando encontros estudantis das diferentes áreas de saber para fazer subversão e distribuir publicações ilegais. Os agentes de informação das Universidades deveriam estar atentos, sobretudo, porque fazia parte da estratégia do mci usar meios moralmente condenáveis que “subjugam e condicionam os jovens”. Os comunistas disseminariam o uso de entorpecentes, a licenciosidade moral e o desprezo pelos valores tradicionais e pela História, tudo para destruir as estruturas morais da ordem social e conseguir levar os jovens à subversão. Contra esse inimigo “insidioso”, cujas ações tinham escala global, a dsi/mec recomendava: “somos compelidos a aplicar um tratamento total”.14 Devido à percepção do comunismo como ameaça internacional, uma das obsessões era monitorar a influência dos países do bloco socialista nas universidades. Desde 1964, o novo regime vinha reduzindo os laços com os países socialistas que haviam sido estabelecidos no governo de João Goulart. Nos anos anteriores à intervenção militar foram criados órgãos culturais bilaterais, como o Instituto Cultural Brasil-urss (icbus), e firmados acordos para envio de estudantes brasileiros à União Soviética. Entretanto, para desagrado dos militares radicais e seus aliados, os governos saídos do movimento de 1964 preferiram não romper totalmente os laços diplomáticos e culturais com a urss. O primeiro governo militar, chefiado pelo General Castelo Branco rompeu relações diplomáticas com Cuba, entrou em choque com a China ao prender e julgar os membros de missão comercial que estava no Brasil no momento do golpe15 e enviou tropas para participar da intervenção norte-americana na República Dominicana. Porém, a orientação diplomática frente aos países socialistas combinou convicção anticomunista e pragmatismo, em

13 Cf. sb 5.2.1-16. Arquivo asi/unb, cedoc/unb.

14 Cf. sb 8.3.2-15. Arquivo asi/unb, cedoc/unb. É interessante notar que alguns grupos de esquerda realmente utilizaram encontros de área para se reorganizar, mas a leitura de que o mci inspirava tais ações é puro exagero. 15 O argumento é que Cuba vinha interferindo nos assuntos internos do Brasil e outros países latino-americanos, notadamente a Venezuela, ao fomentar a ação de grupos armados. Sobre a crise relacionada à prisão da missão chinesa cf. Rodrigo Patto Sá Motta, “O perigo é vermelho e vem de fora: o Brasil e a urss”, Locus, 13 (2007); Juiz de Fora, ufjf (2007), 227-247.

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arranjo complexo e por vezes tenso. Atitudes baseadas apenas no anticomunismo marcaram as relações com Cuba e a China, mas, no que toca à Europa oriental e à urss os compromissos ideológicos foram atenuados por interesses comerciais e diplomáticos.

Em 1965, o Brasil exportou cerca de 90 milhões de dólares para a Europa oriental, com um superávit de aproximadamente 20% desse valor. Os países socialistas estavam longe de constituir-se nos maiores parceiros comerciais do Brasil, mas também não era montante a ser desprezado. Por isso a decisão de Castelo Branco de enviar o Ministro Roberto Campos a Moscou, em setembro de 1965,16 demonstração que seu governo desejava manter laços econômicos normais com a área de influência soviética. A influência da União Soviética em certas regiões do mundo, notadamente entre os países “não alinhados”, era tão ou mais importante que os mercados da Europa oriental. Manter relações corretas com os soviéticos era estratégico em vista da inserção internacional do Brasil e o contrário, ou seja, o rompimento com a urss poderia trazer dificuldades diplomáticas e comerciais com alguns países do terceiro mundo.

Daí uma situação curiosa, e desagradável para os setores mais intransigentes da direita: as atividades culturais dos soviéticos eram monitoradas e desaconselhadas, mas não inteiramente proibidas. Mostras de cultura (cinema, literatura etc.) dos países socialistas continuaram a ocorrer esporadicamente, assim como permaneceram funcionando algumas entidades bilaterais de natureza cultural. Embora sempre vigiados pelo Ministério das Relações Exteriores (Itamaraty) e os órgãos de informação, estudantes brasileiros continuaram seguindo para países do bloco socialista. Segundo estimativas do Itamaraty, em 1966 havia cerca de 200 brasileiros estudando em países socialistas, 80 deles na urss, e outros seguiriam o mesmo caminho nos anos seguintes.17 Posteriormente, parte deles começou a voltar ao Brasil, trazendo diplomas soviéticos e dos outros países, tornando-se fonte de dor de cabeça para os órgãos de informação.

As agências de repressão percebiam as razões pragmáticas que fundamentavam a ambiguidade em relação à urss e a atitude de low profile da diplomacia brasileira em direção ao leste, embora alguns mais imaginativos enxergassem aí também o dedo da “infiltração comunista”. Ainda assim, pressionaram o governo para, pelo menos, restringir os contatos na área cultural. Passo importante nessa direção foi dado em 1970, por meio de estudo da Secretaria Geral do Conselho de Segurança Nacional (csn) que, encaminhado ao Presidente Emílio G. Médici tornou-se política oficial do governo. Em março de 1970, a exposição de motivos No8 foi enviada ao Presidente da República, assinada pelo General João Batista Figueiredo, Secretário-Geral do csn e Chefe do Gabinete Militar.

Provocada por notícias da imprensa sobre a partida de estudantes brasileiros para a urss, a Secretaria Geral do csn resolveu estudar o assunto, com ajuda do sni e do Itamaraty. Incomodava o fato de tantos estudantes estarem se dirigindo para o bloco socialista quando o entendimento oficial, inclusive no Itamaraty, era que o aumento de laços culturais com tais países não interessava ao Brasil. Além do envio de estudantes por meio do icbus, que poderiam voltar como agentes do “comunismo internacional” preocupava também o fato de algumas universidades estarem fazendo

16 Naturalmente, a decisão de enviar missão oficial à urss sofreu oposição da “linha-dura”. Cf. Roberto Campos, A lanterna na popa: memórias 2 (Rio de Janeiro: Topbooks, 1994), 765-773. 17 Dados retirados de relatório da Embaixada dos eua no Brasil. RG 59, caixa 1944, pasta 4. National Archives and Records Administration, College Park, md. Em relatório elaborado em 1970, com auxílio da Embaixada brasileira em Moscou, o sni estimou em 100 o total de estudantes brasileiros na urss. Caixa 21/A, Fundo csn, an-coreg (Arquivo Nacional, Coordenação Regional de Brasília).

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convênios por iniciativa própria, na ausência de proibição oficial. Um desses casos foi mencionado na exposição de motivos do csn: a coppe/ufrj havia contratado professores da Universidade de Moscou e pretendia ampliar o convênio para trazer mais cientistas russos. Preocupado, o Secretário-Geral do csn propôs medidas para evitar que os governos comunistas utilizassem “acordos e manifestações culturais como instrumentos de exportação e penetração ideológica”. Ele sugeriu proibir o funcionamento de entidades como o icbus, mesmo que fossem de natureza privada; impedir, ou pelo menos reduzir a ida de brasileiros para estudarem na urss e países do bloco; proibir convênios entre universidades e escolas brasileiras com similares do exterior, sem prévia autorização do mec. Em decorrência da última medida, o General Figueiredo recomendou que se proibisse a coppe/ufrj de renovar o acordo com a Universidade de Moscou, após o término dos contratos em vigor com os professores russos.18 A exposição de motivos do csn tornou-se política oficial ou oficiosa do governo e algumas das medidas sugeridas por Figueiredo foram implantadas. No caso da coppe, o acordo que mantinha quatro professores soviéticos nos seus quadros expirou em 1971 e não foi renovado, apesar dos esforços do líder da instituição, professor Alberto Coimbra, para convencer as autoridades da inexistência de riscos políticos e das vantagens acadêmicas, pois se tratava de pesquisadores de primeira linha. Ele apelou ao Secretário-Geral do Ministério da Educação, um Coronel do Exército, mas foi informado que a determinação contrária vinha de instâncias superiores e nada poderia ser feito.19

Outro efeito imediato da iniciativa do csn: no início de 1971, as Universidades foram avisadas pela dsi/mec, por ordem do Ministro da Educação, e em caráter secreto, que estava proibido o funcionamento de “entidades que objetivam o estreitamento de laços culturais com países de regime socialista totalitário”. O texto reproduzia praticamente na íntegra a linguagem da Secretaria Geral do csn, avisando ainda que estava proibido o “aliciamento” de estudantes brasileiros para estudarem na urss. No mesmo documento, outra determinação teria maiores efeitos práticos nas Universidades. Os acordos com instituições estrangeiras só seriam permitidos mediante consulta prévia ao Ministério da Educação.20 O objetivo era dificultar os contatos com a área socialista, porém, os termos foram genéricos para evitar problemas diplomáticos, como a acusação de práticas discriminatórias contra países com quem o Brasil mantinha relações normais. Seja por concordarem com a medida ou por desejarem evitar problemas, as autoridades universitárias obedeceram. Alguns Reitores avisaram os Diretores de Faculdades e Institutos sobre as novas determinações, advertindo que deveriam dificultar contatos acadêmicos com países socialistas e a urss, por ordens superiores.21 Por causa dos melindres diplomáticos também não houve medidas explícitas de proibição do icbus, que era entidade privada sem vínculos oficiais com a urss, e tampouco se proibiu o envio de estudantes brasileiros para países socialistas. O número pode ter diminuído por causa das pressões dos órgãos de informação, mas o fluxo não foi interrompido. Em compensação, as agências repressivas aumentaram a pressão sobre toda atividade considerada suscetível de facilitar

18 Caixas 74/B e 21/A, Fundo csn, an-coreg a coppe/ufrj (Coordenação dos Programas de Pós-Graduação de Engenharia, Universidade Federal do Rio de Janeiro) foi criada em 1964 como centro de pesquisa e pósgraduação na área de engenharia e tecnologia. 19 Giulio Massarani et al, Alberto Coimbra e a coppe. (Brasília: Editora Paralelo 15, 2002), 33.

20 Cf. sb 1.1.1-02. Arquivo asi/unb, cedoc/unb. 21 Cf. Caixa 21, maço 11. Arquivo aesi/ufmg.

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o aumento da influência dos países comunistas. Por exemplo, monitoraram publicações doadas às universidades por países socialistas, em busca de livros suspeitos, e solicitaram que pedidos de professores para afastamento no exterior, sobretudo quando o destino era a urss fossem encaminhados com bastante antecedência, para dar tempo às agências de informação para investigarem.22

Os órgãos de informação se empenharam bastante para vigiar os estudantes egressos da Universidade Para a Amizade dos Povos Patrice Lumumba (uappl), destino da maioria dos que se dirigiram à urss em busca de oportunidade de estudos. Essa Universidade, cujo nome homenageava o líder congolês assassinado em 1961, foi concebida para atender jovens do mundo subdesenvolvido. Como a suposição era que se tratava de pessoas com menor nível de escolaridade, os estudos oferecidos na uappl não eram de primeira linha, e ela não gozava do mesmo prestígio de outras Universidades soviéticas, embora faltem elementos para saber se era pior ou melhor que as instituições brasileiras da época. De qualquer modo, era oportunidade interessante para jovens pobres, pois o curso era gratuito e eles recebiam ajuda para viver na urss, 80 rublos mensais, além de auxílio para compra de roupas de inverno. No Brasil, o processo seletivo era organizado pelo icbus, que aplicava os testes e escolhia os vencedores. A revista Veja publicou matéria em dezembro de 1969 sobre a próxima seleção para a uappl, provavelmente a reportagem que motivou o estudo do csn citado há pouco.23 De acordo com a revista, 115 candidatos se apresentaram para as 50 vagas existentes, e as informações sobre alojamentos, bolsas e outras facilidades (1 ano de bolsa extra para aprender o idioma russo), bem como sobre a possibilidade de revalidar o diploma no retorno ao Brasil, irritaram os militares por soarem como propaganda favorável.

A Universidade Patrice Lumumba também oferecia cursos de pós-graduação em várias áreas, com condições e auxílios semelhantes. Em 1972, a asi/ufsm (Universidade Federal de Santa Maria) enviou ao sni um convite remetido pelo icbus, com informações sobre a seleção para pós-graduação. Os candidatos deveriam ter até 35 anos e, além dos documentos de praxe (diploma etc.) precisavam enviar ensaio contendo a proposta de pesquisa, ou cópias de trabalhos publicados. As inscrições poderiam ser feitas em uma das três sedes do icbus (Rio de Janeiro, São Paulo e Porto Alegre).24

Visando obter dados sobre os diplomados pela uappl espalhados pelo Brasil, em novembro de 1972 a Agência Central do sni difundiu documento entre os vários órgãos de informação. O texto advertia que a Universidade soviética era controlada pela kgb e, durante seus cursos alegava o sni, os alunos seriam submetidos à pregação marxista-leninista.25 Como alguns ex-alunos já haviam retornado e lecionavam em instituições brasileiras, colocando em risco a “segurança nacional”, a ac/sni solicitava levantamento dos nomes de todos os egressos, principalmente aqueles cujos diplomas haviam sido revalidados no Brasil. O sni ainda não sabia como funcionava o sistema de revalidação de diplomas estrangeiros e pedia aos membros da “comunidade de informações” mais dados sobre o assunto. A partir daí, diversas agências de segurança começaram a rastrear pessoas e diplomas. Foram localizadas situações de norte a sul do país, mas os resultados das gestões dos órgãos de informação 22 sb 3.3.1-01. Arquivo asi/unb, cedoc/unb e caixa 18, maço 22, Arquivo aesi/ufmg 23 Veja 69 (31/12/69), 29. O jornal O Globo publicou nota semelhante em 7/01/1970. 24 ace 10805/85, Fundo sni, ani-coreg. 25 ace 3675/83, Fundo sni, ani-coreg.

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variaram, pois nem sempre conseguiram impedir que os egressos da uappl trabalhassem. Em Goiás foi identificado casal suspeito trabalhando para a Prefeitura de Anápolis. Wilson tinha sido militante comunista antes de 1964 e, pouco depois, foi para a uappl fazer graduação e mestrado. Lá se casou com a colombiana Laura e, após sete anos na urss, ele voltou com a companheira e um filho para sua terra natal, onde ambos foram contratados pelo poder municipal. Após o casal ter sido “descoberto” pelos órgãos de informação, em 1972, ambos foram demitidos.26 Outro casal com história semelhante foi localizado em Minas Gerais, só que nesse caso a esposa era russa e ambos obtiveram diplomas em Física na urss. Em 1974, João Lenine conseguiu emprego em uma subsidiária da empresa estatal usiminas e sua companheira russa tentou o mesmo, sem sucesso.27 Entre 1972 e 1975, as agências de informação rastrearam diplomas soviéticos revalidados por várias Universidades brasileiras, como Universidade de São Paulo, Universidade Federal do Rio Grande do Sul e Universidade Federal de Minas Gerais, em áreas como Química, Física, Engenharia, Geologia e até Medicina. Além disso, a colônia de estudantes brasileiros na urss foi vigiada, com ajuda da dsi do Ministério das Relações Exteriores e da Embaixada Brasileira em Moscou, inclusive por meio de violação de correspondência. Uma carta dirigida ao irmão por estudante gaúcho que vivia em Moscou foi interceptada no início de 1971, e o conteúdo não agradou aos agentes de informação. Entusiasmado, ele elogiou a qualidade do ensino (“inigualável em qualquer parte do mundo”) e a sociedade soviética, prometendo fazer esforços para que mais brasileiros fossem estudar lá.28 Em 1978, outra ação contra os universitários brasileiros na urss: um grupo de seis ex-estudantes da uappl desejava voltar ao Brasil, mas encontrava dificuldade para obter passaporte junto à Embaixada. Eles ameaçaram denunciar o caso à imprensa e acionar a Justiça caso seus passaportes fossem negados e, por isso, a dsi do Ministério das Relações Exteriores montou pequeno dossiê sobre o grupo. O sni, que era a agência central do sistema de informações instruiu que eles fossem interrogados e vigiados quando de sua chegada ao Brasil.29

Até 1975, as Universidades brasileiras credenciadas tinham autonomia para revalidar diplomas estrangeiros, por delegação do Conselho Federal de Educação. No entanto, graças à pressão dos órgãos de informação e segurança, preocupados em desestimular o estudo na urss, essas normas foram alteradas. O primeiro sinal foi um Aviso Circular Reservado (No122, de 26/02/1975) do Ministério da Educação às Universidades, determinando que processos de revalidação de diplomas obtidos em países sem acordo cultural com o Brasil fossem enviados primeiro ao Ministério.30 Os processos ficaram suspensos por alguns meses e a Secretaria Geral do csn voltou à carga, para reforçar a política iniciada em 1970. O csn, por essa época (1975) secretariado pelo General Hugo Abreu montou Grupo de Trabalho para reestudar a questão das relações culturais com o bloco socialista, com o objetivo de desestimular a ida de estudantes e bloquear os diplomas. De acordo com texto assinado por Abreu:

26 ace 115626/77, Fundo sni, an-coreg.

27 Não há como ter certeza se o contrato dela foi barrado por razões políticas, pois, anos depois, quando os órgãos de informação conseguiram controlar a revalidação de diplomas soviéticos, o sni liberou a revalidação do diploma da mulher, de nome Nina. ace 2903/82, Fundo sni, an-coreg. 28 ace 11453/85, Fundo sni, an-coreg.

29 Pastas op 1172 e op 1403. Fundo deops, Delegacia de Ordem Política, Arquivo do Estado de São Paulo. 30 sb 7.2.1-34. Arquivo asi/unb, cedoc/unb e ace 4171/80, Fundo sni, an-coreg.

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Acontece que já ficou evidenciada a inconveniência da regulamentação vigente que permite, sem nenhuma dificuldade, o reconhecimento e o registro, com vista ao exercício profissional, de diplomas obtidos em países comunistas, particularmente na Universidade PATRICE LUMUMBA, em Moscou, onde, além do baixo nível de ensino há uma intensa doutrinação ideológica a que são submetidos os estudantes e que chega a atingir a preparação de guerrilheiros. Os diplomados nessa situação regressam ao Brasil e, uma vez reconhecidos os seus títulos, comumente de nível “pós-graduação” ou “doutorado”, passam a lecionar em universidades brasileiras onde, apesar de sua fraca formação profissional, atuam como eficientes agentes do comunismo.31

A menção a treinamento guerrilheiro deve ser imputada a arroubo retórico do General Abreu, pois seria improvável sua existência quando se sabe que a política soviética não favorecia ações armadas, pelo menos no Brasil. De qualquer forma, o aparato de segurança conseguiu o desejado, ao menos em parte. A situação era delicada porque setores do governo não desejavam melindrar os soviéticos ou dar-lhes motivos para reclamações em foros internacionais. Por isso, foi aprovada uma linha de ação que, ainda nas palavras do General Abreu em outro estudo sobre o mesmo assunto, permitia atender “os interesses imediatos do relacionamento bilateral comercial e financeiro e as cautelas de Segurança Nacional, assegurar flexibilidade e satisfazer às peculiaridades das relações políticas”.32 A flexibilidade mencionada se refletiu nas decisões de não fechar os icbus, mas criar mecanismos legais para controlá-los, e determinar que as Universidades perdessem autonomia para revalidar diplomas dos países socialistas, mas, sem expressá-lo claramente.

Embora isso não tenha sido mencionado nos documentos do csn e dos órgãos de informação é factível supor que a “flexibilidade” tinha por objetivo, também, evitar problemas com os elementos liberais no Conselho Federal de Educação (cfe) e nas Universidades. Por isso, o texto submetido como resolução ao cfe, e aprovado em dezembro de 1975 (resolução Nº43/75 do cfe) não mencionava os países socialistas, apenas a preocupação com as centenas de diplomas obtidos por brasileiros no exterior, sem verificação da qualidade das instituições frequentadas. A preocupação de preservar a qualidade dos profissionais com títulos superiores em atuação no país foi a justificativa apresentada para aprovação da nova resolução, que determinou que a decisão final nos processos de revalidação caberia ao Ministério da Educação (mec). Entretanto, as razões de ordem política não ficaram ausentes do texto, talvez para deixar claro, e assim evitar reclamações, que, em alguns casos, motivos de “segurança nacional” determinariam as decisões. O texto aprovado pelo cfe dizia: “a universidade, antes de iniciar a instrução do processo, encaminhará os autos ao Departamento de Assuntos Universitários (do mec), que examinará o pedido, tendo em vista as necessidades do País e a segurança nacional, e proferirá a decisão”.33 A partir daí, os órgãos de informação puderam bloquear processos de revalidação de diplomas. Encontramos documentação sobre um caso, envolvendo agrônomo formado na uappl que submeteu seu diploma à Universidade Federal Rural de Pernambuco, em 1977. O Ministério da Educação respondeu que o pedido não poderia ter andamento, nos termos do artigo 8 da resolução 43/75 do cfe, o mesmo que se referia “às necessidades do País e a segurança nacional”.34 Quanto aos profissionais que já haviam conseguido legalizar seus diplomas no Brasil, sua vida 31 Exposição de Motivos No88 (29/11/75). Caixa 74/B, Fundo csn, an-coreg. 32 Exposição de Motivos No99 (26/12/75). Caixa 74/B, Fundo csn, an-coreg. 33 Revista Documenta 181 (1975), 187-189. 34 ace 2034/81, Fundo sni, an-coreg.

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continuou sob vigilância estrita, às vezes com prejuízos marcantes. Por exemplo, em 1977 um uruguaio de nacionalidade brasileira e formado em Matemática pela uappl tentou ser contratado como professor da Universidade Federal do Rio Grande do Sul, mas, foi barrado, graças à recomendação negativa da asi/ufrgs.35 Na Universidade Federal da Bahia (ufba), o professor de Física Paulo Miranda, contratado em 1972, foi demitido em 1977 devido à resolução sobre os diplomas. Ele estudara na uappl entre 1964 e 1970 e, embora alegasse ter diploma revalidado pela usp, não apresentou comprovação quando os órgãos superiores da ufba, pressionados pelo aparato de repressão, fizeram essa exigência. De nada adiantou a solidariedade do Diretor do Instituto e os protestos de estudantes e colegas, seu contrato foi rescindido.36

No entanto, houve casos em que os “alvos” escaparam de perseguições, apesar do passado comprometedor aos olhos das agências de repressão. A mesma asi/ufrgs que vetou a contratação do professor de Matemática uruguaio, elaborou informação tranquilizadora sobre uma professora de Física da Universidade com diploma obtido na mesma uappl. Inquirida por órgãos interessados no passado político da professora, que tinha registros como comunista no início dos anos 1960, a asi/ufrgs respondeu que o conceito dela era bom na Universidade, onde nunca havia se envolvido em atividades políticas. Mesma situação aconteceu no Rio de Janeiro, envolvendo professora de Letras que voltara da uappl em 1966 e fora contratada pela ufrj em 1970. Segundo a Agência Central do sni, o próprio Presidente da República estava interessado no caso, embora as razões não tenham sido explicadas. Podemos imaginar a reação do agente de informação na outra ponta do sistema, que deve ter ficado em dúvida se o interesse do Presidente era no sentido de maior severidade ou o contrário. Seja como for, em sua resposta a asi/dr-3 registrou que a professora não tinha atividades políticas conhecidas e tanto o Reitor como o Diretor da Faculdade tinham bom conceito dela.37

Considerações finais As convicções anticomunistas foram elemento significativo para a construção de laços de identidade entre os grupos favoráveis ao golpe de 1964, em especial os militares, a quem forneceram um sentido de missão. E também inspiraram algumas ações da ditadura, tanto na esfera repressiva quanto no terreno educativo e cultural. No entanto, análise mais atenta do impacto das políticas anticomunistas nos meios acadêmicos e intelectuais revela que tiveram efeitos limitados. Nem todos os docentes com perfil esquerdista foram afastados das instituições de ensino, e as agências de repressão não conseguiram impedir que alguns jovens professores com ideias socialistas fossem contratados. Tampouco os militares da direita radical conseguiram bloquear totalmente os contatos culturais com os países socialistas, assim como não foram capazes de impedir a circulação de ideias e textos de esquerda, inclusive o marxismo, cuja influência aumentou

35 ace 3084/81, Fundo sni, an-coreg.

36 O caso gerou reportagem em Veja 474 (5/10/1977), 64, que mencionou a asi como a responsável pela demissão. Cf. também Clemente, José Eduardo Ferraz. Ciência e política durante o regime militar: o caso da comunidade brasileira de físicos. (Salvador; ufba, 2005), 216-224. Dissertação de Mestrado, Instituto de Física, ufba. 37 O caso da ufrgs está em ace 10663/85 e o da ufrj em ace 5218/77, Fundo sni, an-coreg. asi/dr-3 era a agência de informações vinculada à Delegacia do mec no Estado do Rio de Janeiro.

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ao longo da ditadura. Na visão angustiada da extrema direita, a “limpeza” do inimigo ideológico ficara incompleta. 38

Essa percepção comum entre os “duros” foi aguçada com o início do processo de distensão política no governo do General Ernesto Geisel, a partir de 1974. O quarto presidente militar adotou a estratégia de “liberalizar” e reduzir a escala repressiva, com vistas a institucionalizar o regime autoritário e atenuar os choques com as forças de oposição. Essa política desagradou à direita radical dominante nos aparatos repressivos, que temia o recrudescimento das ações da esquerda tanto quanto desejava evitar a perda de seu poder e prestígio no aparelho do Estado. A resposta de tais grupos à “distensão” foi aumentar as ações repressivas e, de fato, ocorreram muitas mortes e desaparecimentos entre 1974 e 1976, principalmente de líderes dos dois Partidos Comunistas mais influentes.39 O ânimo anticomunista tornou-se o ponto de união para os militares radicais insatisfeitos com a postura moderada defendida por Geisel, que ficaram enraivecidos quando o presidente adotou posições diplomáticas pragmáticas também em relação à China e aos jovens governos marxistas que surgiram ao fim do império português na África. Entre 1974 e 1975, o governo brasileiro reconheceu o governo de Angola, estabeleceu laços diplomáticos com a China popular e votou a favor de resolução da onu condenando o sionismo, para agrado dos países árabes. Para os mais radicais da direita, tais ações eram indício que a “infiltração comunista” atingira o próprio núcleo do poder militar, e suas acusações dirigiam-se principalmente ao General reformado Golbery do Couto e Silva, conselheiro político de Geisel.

Os choques entre o grupo de Geisel e a direita militar levaram ao fortalecimento da liderança do Ministro do Exército, General Sylvio Frota, que se tornou virtual candidato do grupo à sucessão presidencial. Frota passou a representar a opinião mais à direita no Estado e na sociedade, indignada contra a distensão e a nova orientação diplomática. Também irritava aos “frotistas” a tolerância dos segmentos do Estado que permitiam a contratação de pessoas com passado de esquerda. Em 1977, Frota fez divulgar lista com nomes de 97 “comunistas” que ocupavam cargos públicos no Brasil. Entre eles havia alguns efetivamente comunistas, mas muitos já haviam abandonado qualquer militância esquerdista.40 Vendo ameaçada sua estratégia política e querendo a todo custo evitar a ascensão de Frota à presidência, Geisel montou uma operação militar para demitir o Ministro da Guerra, episódio que gerou o risco de choque armado entre as facções militares. Esta derrota da extrema direita militar, em 1977, destruiu as chances do grupo de chegar ao poder, e contribuiu para lançar em descrédito o discurso anticomunista, associado à imagem de fanatismo e oportunismo. Incapaz de almejar sonhos mais audaciosos, a extrema direita recolheu-se às suas posições na estrutura repressiva, mas continuou em luta contra o inimigo comunista. No governo seguinte, o último do ciclo militar, o presidente João Figueiredo deu continuidade à política de Geisel e anunciou a “abertura”. Os pilares da abertura de Figueiredo, que assumiu o poder em 1979, consistiram na anistia aos presos políticos – também uma autoanistia para 38 Essa análise está sendo mais bem desenvolvida em livro ainda inédito, intitulado O Regime Militar nas Universidades: cultura política e modernização autoritária.

39 O Partido Comunista Brasileiro (pcb) e o Partido Comunista do Brasil (PCdoB), sendo o último o resultado de uma cisão no início dos anos 1960. Aproximadamente três dezenas de membros do Comitê Central dos dois partidos foram mortos entre 1974 e 1976, e mais alguns militantes de base.

40 A tal lista trouxe prejuízo para algumas pessoas, como o professor Hélio Pontes, que deixou de ser nomeado Reitor da ufmg por causa da repercussão do episódio. A lista de Frota pode ser encontrada em O Estado de São Paulo (24/11/1977), 22. Para conhecer a opinião da direita radical sobre Geisel uma fonte interessante são as memórias do General Frota. Sylvio Frota, Ideais traídos (Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2006).

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os assassinos e torturadores a serviço da ditadura –, no retorno dos exilados e na revogação da principal lei de exceção, o Ato Institucional 5. Cada vez mais isolada, a extrema direita militar respondeu com ações terroristas contra alvos “comunistas”: bancas de revista que vendiam publicações de esquerda, parlamentares de esquerda e shows organizados por artistas de esquerda.41 Ações desesperadas, reveladoras que as políticas anticomunistas já não encontravam o mesmo apoio do Estado autoritário, cujos principais líderes não consideravam mais tão grave o perigo vermelho, embora continuassem repudiando-o.

Bibliografía Campos, Roberto. A lanterna na popa: memórias. 2a. ed. Rio de Janeiro: Topbooks, 1994.

Clemente, José Eduardo Ferraz. Ciência e política durante o regime militar: o caso da comunidade brasileira de físicos. Dissertação de Mestrado. Salvador: Instituto de Física, UFBA, 2005. Fico, Carlos. Como eles agiam. Os subterrâneos da ditadura militar: espionagem e polícia política. Rio de Janeiro: Record, 2001. Frota, Sylvio. Ideais traídos. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2006.

Huggins, Martha K. Polícia e política. Relações Estados Unidos/América Latina. São Paulo: Cortez, 1998. Massarani, Giulio et alii. Alberto Coimbra e a COPPE. Brasília: Editora Paralelo 15, 2002.

Motta, Rodrigo Patto Sá. Em guarda contra o perigo vermelho. O anticomunismo no Brasil: 1917-1964. São Paulo: Perspectiva/Fapesp, 2002. ______. “O perigo é vermelho e vem de fora: o Brasil e a urss”. Locus 13 (2007), 227-247.

Presot, Aline. “Celebrando a ‘Revolução’: as Marchas da Família com Deus pela Liberdade e o Golpe de 1964”. En Denise Rollemberg & Samanta Quadrat, Samantha (org.). A construção social dos regimes autoritários Legitimidade, consenso e consentimento no século XX. Brasil e América Latina. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2010.

Schwarz, Roberto. “Cultura e política, 1964-1969”. En O Pai de Família e outros estudos. São Paulo: Companhia das Letras, 2008 (1 ed.1978).

Vianna, Marly de Almeida Gomes. Revolucionários de 35: sonho e realidade. São Paulo: Companhia das Letras, 1992.

Recibido 17/04/12 – Aceptado 06/08/12

41 Esses atentados à bomba mataram uma pessoa e deixaram vários feridos. Em abril de 1981, no Rio de Janeiro, militares à paisana tentaram colocar bombas em um centro de convenções (Riocentro) onde iria ocorrer show com a presença de artistas de oposição. Por falha técnica dos terroristas uma das bombas explodiu em seu carro, matando um Sargento do Exército e ferindo um Capitão. A repercussão do caso levou ao fim das ações terroristas de direita, embora os responsáveis não tenham sido punidos pelo Estado.

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Pensamiento militar y legislación de defensa en la Argentina: la caracterización de la amenaza a la seguridad interna. ¿Continuidad o ruptura? (1963-1970)

Esteban Damián Pontoriero1

Resumen Este artículo explora las relaciones entre los términos con los que se caracterizó la amenaza a la seguridad interna en la legislación de defensa argentina de la década del sesenta y las conceptualizaciones sobre dicha materia realizadas en el marco de las doctrinas contrainsurgentes francesa y estadounidense. En este sentido, el trabajo apunta a mostrar la circulación de una serie de nociones propias del ámbito castrense entre destacados políticos argentinos y su influencia en la elaboración de la normativa de defensa, tanto durante la presidencia de Arturo Illia (1963-1966) como bajo la presidencia de facto del general Juan Carlos Onganía (1966-1970). Por último, este trabajo señala la necesidad de problematizar la división tradicional entre civiles y militares como actores polares durante los años sesenta y plantea la cuestión de pensar las continuidades de ciertos discursos autoritarios más allá de la clásica división entre democracia y dictadura.

Palavras chave: Argentina, autoritarismo, legislación, amenaza interna 1

Abstract This article explores the relationships between terms that characterized the threat to internal security in the Argentinean defense legislation in the sixties and conceptualizations on this matter made ​​in the framework of the French and U.S. counterinsurgency doctrine. In this sense, the work aims to show the circulation of a set of ideas characteristic of the military realm among prominent Argentine politicians and their influence on the development of regulations for defense under President Arturo Illia (1963-1966) and under de facto presidency of General Juan Carlos Onganía (1966-1970). Finally, this paper points out the need to problematize the traditional division between civil and military as polar actors during the sixties and raises the question of continuities of certain authoritarian discourses beyond the traditional boundary between democracy and dictatorship.

Key words: Argentina, authoritarianism, legislation, internal threat

Programa de Estudios sobre Historia del Tiempo Presente, Universidad Nacional de Tres de Febrero.

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Introducción2 En la década del sesenta la llamada “Doctrina de la Guerra Revolucionaria” (dgr) y, luego, la denominada “Doctrina de la Seguridad Nacional” (dsn) conformaron el marco de ideas a partir del cual los militares argentinos pensaron los problemas relativos a la seguridad interna y la defensa. Ahora bien, como se buscará mostrar en las páginas que siguen, la circulación de ciertas nociones propias del pensamiento militar mencionado se extendió más allá de los muros de los cuarteles e institutos castrenses para alcanzar a destacados hombres de la política argentina de ese entonces.

El objetivo del presente artículo será analizar las formas en las que se conceptualizó el carácter de la amenaza a la seguridad interior en la legislación de defensa argentina y en las hipótesis de conflicto elaboradas por el Ejército en el período 1963-1970. Al mismo tiempo, se incorporará el estudio de las ideas militares presentes en la dgr y en la dsn con el objetivo de mostrar las relaciones conceptuales existentes entre estas últimas con la legislación y las hipótesis de conflicto mencionadas.

En ese sentido, lo que se buscará saber es si existió una definición de la amenaza interna común tanto al gobierno democrático del Dr. Arturo Illia (1963-1966) como al gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía (1966-1970), poniendo en evidencia una línea de continuidad entre ambos. Con referencia a esto último, cabe señalar que dicha problemática no ha sido abordada en los estudios clásicos sobre las Fuerzas Armadas argentinas en el siglo xx ni tampoco desarrollada por investigaciones posteriores.3

La organización de este trabajo será la siguiente: en la primera sección, dedicada al actor militar, se expondrán las características generales de la dgr y de la dsn y la dinámica de su incorporación por parte de las ffaa argentinas. Al mismo tiempo, se tratará la modificación de las hipótesis de conflicto clásicas del Ejército (guerra convencional contra Brasil y/o Chile) a favor de las que contemplaban un enfrentamiento contra un “enemigo interno comunista”. En la segunda sección, focalizada en el actor político tanto civil como militar, se abordará el período que ocupa la presidencia del Dr. Arturo Illia. Allí se examinará, en el marco de una interpelación parlamentaria secreta llevada a cabo a fines de agosto de 1964, cuál era la noción de amenaza a la seguridad interior y a la defensa que manejaban los miembros del Poder Ejecutivo y una serie de legisladores que participaron en la misma. Luego, se analizará el proyecto de ley de defensa nacional elaborado durante la administración Illia a principios de setiembre de 1964. Por último,

2

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Este artículo tiene su origen en una reelaboración de los capítulos tercero y cuarto de mi tesis de Licenciatura en Historia. Ver Pontoriero, Esteban. De la conmoción interior a la guerra revolucionaria: legislación de defensa, pensamiento militar y caracterización de la amenaza a la seguridad interna en la Argentina (1958-1970) (Buenos Aires: Departamento de Ciencias Sociales-Universidad Nacional de Tres de Febrero, 2012).

Los estudios históricos clásicos sobre las ffaa argentinas a los que se hace referencia son: Robert Potash, El Ejército y la política en Argentina. De la caída de Frondizi a la restauración peronista. Primera parte, 1962-1966 (Buenos Aires: Sudamericana, 1994) y El Ejército y la política en Argentina. De la caída de Frondizi a la restauración peronista. Segunda parte, 1966-1973 (Buenos Aires: Sudamericana, 1994); y Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina ii. 1943-1973 (Buenos Aires: Emecé, 1998). Cabe señalar que entre 2009 y 2011 se llevó a cabo una labor de investigación en el marco del proyecto “Evolución de la política sobre seguridad interior en Argentina (1955-1976)”. Para una primera aproximación a la cuestión ver Mario Ranalletti y Esteban Pontoriero. “La normativa en materia de defensa y seguridad y la criminalización de las disidencias (1955-1976)”, V Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente (Buenos Aires: Universidad Nacional de General Sarmiento, 2010).

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se estudiará cómo se calificaba a la amenaza interna en la Ley de Defensa Nacional Nº16.970 sancionada por Decreto en octubre de 1966 bajo el gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía.

Las Fuerzas Armadas: las ideas militares vigentes y las nuevas hipótesis de conflicto En esta sección se trazarán los lineamientos generales de la dgr y de la dsn. Particularmente, se hará hincapié en delimitar las formas en las que se conceptualizó la figura de la amenaza al orden interno en dichas doctrinas. A continuación se estudiará la introducción de estas ideas en las ffaa argentinas y su influencia en la elaboración de las hipótesis de conflicto vinculadas a la posibilidad de una alteración del orden público grave. Por último, debe señalarse que la exposición de este pensamiento militar servirá para abordar en la siguiente sección la problemática de la irradiación de dichas ideas hacia el ámbito político.

La “Doctrina de la Guerra Revolucionaria” y su recepción en Argentina El contexto histórico de surgimiento, elaboración y aplicación de la dgr fue el de las guerras coloniales que libró Francia a mediados del siglo xx en Indochina (1946-1954) y en Argelia (1954-1962).4 Para su análisis, la dgr puede dividirse en dos partes: una teoría y un conjunto de métodos.5 En primer lugar, una teoría que, en general, planteaba que el mundo posterior a 1945 se encontraba inmerso en una guerra permanente aunque no declarada entre dos bloques geopolíticos antagónicos: el Occidente capitalista, democrático y cristiano y el Este comunista, totalitario y ateo. En particular vinculado a esto, la teoría establecía que toda manifestación de conflicto interno que tuviera lugar en cualquier país alineado con el bloque occidental debía encuadrarse en el marco analítico general señalado y ser entendido como una etapa más de la guerra permanente, multiforme e integral que el bloque comunista estaba llevando adelante a escala planetaria.6 En ese ambiente, la llamada “guerra revolucionaria” era el medio supremo para lograr el triunfo del comunismo en las naciones alineadas con el bloque occidental. La misma implicaba una acción bélica no declarada que se desarrollaba al interior de un Estado. La “guerra revolucionaria” se desplegaba en todas las esferas de la vida nacional y era ejecutada por todos los medios disponibles, ya fueran políticos, militares, económicos, psicológicos, etc. El objetivo último, según los especialistas en la materia, era la subversión del poder político legítimamente establecido, la instauración de un nuevo régimen alineado con el bloque oriental y el establecimiento del comunismo.7

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John Steward Ambler, The French Army in Politics, 1945-1962 (Ohio: Ohio State University Press, 1966), 149-239. Es importante aclarar que la dgr no es un bloque uniforme sino que, más bien, a los fines de realizar una exposición sintética, se esquematiza su definición. Ver Christian Olsson, “Guerre totale et/ou force minimale ? Histoire et paradoxes des «coeurs et des esprits»”, Cultures & Conflits 67 (2007), 40. Christopher Cradock y M. L. R Smith, “«No Fixed Values». A Reinterpretation of the Influence of the Theory of Guerre Révolutionnaire and the Battle of Algiers, 1956–1957”, Journal of Cold War Studies 4 (2007), 80.

Peter Paret, French Revolutionary Warfare from Indochina to Algeria (Santa Bárbara: Praeger Publishers, 1964), 25-26, 29-30, 98.

Michel Déon, L’armée d’Algérie et la pacification (Paris: Plon, 1959), 15-64. Raoul Girardet (Coordinador) La crise militaire française 1945-1962: aspects sociologiques et idéologiques (Paris: Armand Colin, 1964), 173-185.

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Además de este marco teórico general, el segundo elemento que caracterizaba a la dgr era un conjunto de técnicas de combate que se recomendaba implementar para hacer frente a la “guerra revolucionaria” en curso. Cabe destacar que debido a que la misma era llevada adelante por un “enemigo interno” que se mimetizaba con la multitud, el principal objetivo para las fuerzas del orden lo constituía el control de la población. En este sentido, las medidas que se prescribían en el marco de la dgr estaban orientadas hacia el mantenimiento de la seguridad interna del Estado.8 Entre los principales métodos que se recomendaban pueden señalarse la división del territorio en zonas de defensa militares (cuadriculación), subordinación de las fuerzas de seguridad al mando de las ffaa y medidas de acción y guerra psicológicas. Asimismo, existía una serie de prácticas ilegales y criminales que formaban parte de la realidad de las medidas antisubversivas, tales como el establecimiento de centros clandestinos de detención y la metodología del secuestro, tortura para la obtención de información, muerte y posterior desaparición de los cadáveres.9

La dgr fue incorporada por el Ejército argentino a fines de 1957.10 En lo que respecta a las otras fuerzas, la Marina mostró una temprana preocupación por la doctrina francesa desde fines de la década del cincuenta.11 Por su parte, la Fuerza Aérea publicó algunos pocos trabajos sobre el asunto.12 La difusión de la nueva doctrina en el ámbito castrense local se llevó a cabo por diferentes medios, entre los más destacados pueden señalarse: a) los viajes y estadías de carácter formativo de oficiales argentinos en las academias militares francesas, b) la llegada al país de asesores galos especializados en la dgr y su establecimiento en una comisión permanente en la sede del Estado Mayor del Ejército, c) la publicación de artículos sobre el tema en las revistas militares, d) la edición de bibliografía relacionada con la doctrina francesa y, e) la realización de cursos y conferencias sobre la temática.13 El proceso de introducción del conjunto de ideas relacionado con la dgr durante el período 1957-1962 tuvo dos consecuencias fundamentales: la primera fue la sustitución del paradigma doctrinario de defensa de las ffaa vigente hasta ese momento, la “Doctrina de la Defensa Nacional” (en adelante, ddn). La misma se caracterizaba por concebir a la guerra como un fenómeno asociado a una agresión militar exterior llevada adelante por parte de otro Estado soberano.14 Por lo tanto, a partir de su reemplazo por la dgr, la principal tarea de las ffaa pasaría a estar relacionada con el ámbito de la seguridad interna en el marco de una “guerra” contra 8 9

George Amstrong Kelly, Lost Soldiers. The French Army and the Empire in Crisis 1947-1962. (Cambridge: mit Press, 1965), 120, 134-140. P. Paret, French Revolutionary Warfare.

10 Samuel Amaral, “Guerra revolucionaria: de Argelia a la Argentina, 1957-1962”, Investigaciones y Ensayos 48 (1998), 182 y 183. Daniel Mazzei, “La misión militar francesa en la Escuela Superior de Guerra y los orígenes de la Guerra Sucia, 1957-1961”, Revista de Ciencias Sociales 13 (2002), 106. 11 Mario Ranalletti, Una aproximación a los fundamentos del terrorismo de Estado en Argentina: la recepción de la noción de “guerra revolucionaria” en el ámbito castrense local (1954-1962) (2011), 10-11. Mimeo.

12 Se relevó la Revista de la Escuela de Comando y Estado Mayor y la Revista Nacional Aeronáutica y Espacial para el período 1957-1962.

13 Ernesto López, Seguridad Nacional y sedición militar (Buenos Aires: Legasa, 1987), 144-160. Roberto Diego Llumá, Influence de la Mission d’assesseurs militaires français specialists en guerre contre révolutionnaire, dans la formation des officiers argentins pendant la période 1957-1970 (Paris: Université de Paris iii-Sorbone NouvelleInstitut des Hautes Etudes de l’Amérique latine, 2003), 31-110. Memoire du dea.

14 Sobre la ddn ver, Marcelo Fabián Saín, Los votos y las botas: estudios sobre la defensa nacional y las relaciones civil-militares en la democracia argentina (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2010), 94-108

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un “enemigo interno subversivo”.15 La segunda consecuencia fue la “internacionalización” de los conflictos políticos internos. En vinculación con esto, los militares argentinos, al incorporar el marco teórico de análisis propio de la doctrina francesa, interpretaron el conflicto peronismoantiperonismo como una versión local del conflicto comunismo-anticomunismo.16

Con posterioridad al derrocamiento de Frondizi en marzo de 1962, las ffaa iniciaron un paulatino proceso de simbiosis de ideas entre la dgr y la dsn, predominando ésta última en el mediano plazo. Entre los motivos que explican este cambio sustancial en el pensamiento militar argentino pueden mencionarse dos factores externos y uno de carácter interno. En lo relativo al orden internacional, en primer lugar debe consignarse la crisis del Ejército francés una vez concluida la Guerra de Argelia. En segundo lugar, hay que tomar en cuenta la renovada atención de la política de defensa estadounidense hacia América Latina luego de la Revolución cubana. Asimismo, este cuadro debe completarse con la incorporación de un elemento de crucial importancia en la coyuntura nacional de ese entonces, a saber, la modificación de la relación de fuerzas producida en las ffaa, fundamentalmente en el Ejército, a raíz del conflicto entre las facciones “Azul” y “Colorada”. La victoria de los “azules” luego de los enfrentamientos armados de septiembre de 1962 y de abril de 1963 determinó la incorporación de las ffaa al esquema doctrinario-militar de defensa diseñado por el Pentágono.17

La “Doctrina de la Seguridad Nacional” y la persistencia de las ideas antisubversivas francesas en la Argentina Para mediados de la década del sesenta, la dsn había pasado a ser claramente la guía en materia doctrinaria para los militares argentinos.18 A diferencia de lo ocurrido con la introducción de la dgr, la adopción de la teoría contrainsurgente norteamericana formaba parte de un proceso que abarcaba a toda la región latinoamericana.19 El contexto histórico en el que se gestó la dsn fue el de los procesos de descolonización de mediados de la década del cincuenta. Durante este período extensas regiones del mundo subdesarrollado se convirtieron en espacios de competencia para la Unión Soviética y los Estados Unidos en el escenario mundial de la Guerra Fría. También en aquellos años se comenzó a definir al tercer mundo como un área que compartía problemas similares y que planteaba la necesidad de una política común por parte de los eeuu.20 Ahora bien, los lineamientos básicos de la doctrina fueron diseñados durante 1961-1962 bajo la presidencia de John F. Kennedy. 15 Gustavo Castagnola, Doctrina y política en el ejército argentino. De la defensa nacional a la guerra revolucionaria (1956-1962) (Buenos Aires: Departamento de Historia-Universidad Torcuato Di Tella, 1994), 50-56. Tesis de Maestría. 16 A. Rouquié, Poder militar, 158, 199.

17 Sobre este complejo proceso consultar, David Rock, La Argentina autoritaria (Buenos Aires: Ariel, 1993), 204-206 y D. Llumá, Influence de la Mission, 79-83. Sobre el enfrentamiento entre “Azules” y “Colorados” ver, R. Potash, El Ejército y la política (Primera parte), 100-176 y A. Rouquié, Poder militar, 193-223.

18 Héctor Raúl Rodríguez Espada, “Una doctrina argentina”, Revista de la Escuela Superior de Guerra 386 (1970), 112. E. López, Seguridad Nacional, 171-181. Daniel Mazzei, “El Ejército argentino y la asistencia militar norteamericana durante la Guerra Fría”, Taller 20 (2003), 16-18. En este artículo se utiliza una versión facilitada por el autor. 19 Alfred Stepan, “The New Profesionalism of internal Warfare and Military Role Expansion”, en Alfred Stepan (Coordinador) Auhoritarian Brazil. Origins, Policies, and Future (New Haven: Yale University Press, 1973), 47-65. Alain Rouquié, El Estado militar en América Latina (Buenos Aires: Emecé, 1984), 134-171. 20 Douglas Blaufarb, The counterinsurgency Era: Doctrine and Performance (New York: Free Press, 1977), 22-51.

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Los elementos centrales de la doctrina se organizaron alrededor de las siguientes ideas. Primeramente, se creía en la existencia de una amenaza global basada en una estrategia unificada llevada adelante por el comunismo para lograr sus objetivos geopolíticos sin los riesgos que implicaba tener que enfrentarse con los eeuu y sus aliados en una guerra nuclear o en una guerra convencional. En este sentido, la estrategia implementada por el comunismo internacional se concentraba en aprovechar las tensiones generadas por los procesos de modernización que tenían lugar en las sociedades de los países del tercer mundo. En ese contexto, se trataba de promover mediante técnicas de guerra de guerrillas el derrocamiento de los gobiernos alineados con Occidente.21

El segundo elemento de importancia en la dsn lo constituía la idea de que los eeuu no debían participar con fuerzas militares propias en los países que estuvieran en una etapa avanzada de crisis revolucionaria. En todo caso se recomendaba intervenir de forma preventiva en el inicio de un proceso político pasible de derivar en un conflicto mayor dirigido por el comunismo. En base a este principio, los teóricos de la dsn señalaban que el objetivo central de una estrategia contrainsurgente debía apuntar a mejorar la calidad de gestión de los gobiernos del tercer mundo amenazados por el comunismo. En este sentido, se debía lograr que estos regímenes políticos obtuvieran el apoyo popular suficiente como para quitarle al comunismo la base social necesaria para la causa revolucionaria.22

En el marco de la dsn se consideraba a la guerra de guerrillas como una acción multidimensional, llevada adelante con medios militares, políticos, económicos, sociales y psicológicos, por consiguiente, era necesaria una respuesta integral ante una amenaza de ese tipo. Ahora bien, la dsn se caracterizaba por priorizar la implementación de medidas preventivas antes que solamente represivas. En base a esta idea se elaboró el concepto de acción cívica.23 Dicho término hacía referencia al uso de fuerzas militares locales en proyectos de utilidad para la población. Los campos sobre los que se proponía intervenir incluían educación, entrenamiento, obras públicas, agricultura, transporte, comunicaciones, salud y sanidad, contribuyendo al desarrollo económico y social.24

Para hacer frente al fenómeno de la guerrilla rural comunista, a nivel operativo, los teóricos de la dsn recomendaban crear unidades de combate especiales de cincuenta hombres con mando descentralizado y capacidad para actuar de manera autónoma con movimiento de abanico dentro de la zona rural. Asimismo, se retomaba el sistema francés de control de la población a través de la cuadriculación (quadrillage) del territorio en el que se estaba combatiendo. Por otro lado, los especialistas estadounidenses recomendaban la ayuda de una fuerza de apoyo para asistir a las unidades de combate desde el aire por medio de helicópteros. Por último, recordaban que en este tipo de guerra, los armamentos y los equipamientos pesados, así como la organización en regimientos, divisiones y cuerpos, incluidos los cuarteles generales, se consideraban elementos superfluos.25

En Argentina, los programas de acción cívica tuvieron un impacto relativamente escaso. Los principales motivos para esto fueron, por un lado, que este país poseía un nivel relativamente 21 D. Blaufarb, The counterinsurgency Era, 66-67. 22 The counterinsurgency Era, 67.

23 Wilard F. Barber y Neale Ronning, Internal Security and Military Power. Counterinsurgency and Civic Action in Latin America (Ohio: Ohio State University Press, 1966), 180-181. 24 W. Barber y N. Ronning, Internal Security and Military Power, 6. 25 The counterinsurgency Era, 60.

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avanzado de desarrollo económico y un aceptable estándar de vida. Esto hacía que los proyectos tuvieran un impacto menor entre la población.26 Por otro lado, en Argentina el riesgo de insurgencia se encontraba en las grandes áreas urbanas en donde los proyectos de acción cívica no se habían implementado, dándosele la prioridad al medio rural.27

Por consiguiente, es importante destacar que durante el proceso de introducción de la dsn, la influencia del pensamiento militar francés siguió presente en la nueva coyuntura doctrinaria;28 prueba de ello son las formas en las que se caracterizó la amenaza a la seguridad interna en las hipótesis de conflicto. En este sentido, la introducción de la dgr entre las ffaa argentinas produjo la reformulación de las mismas. Hacia finales de la década del cincuenta las tradicionales hipótesis de guerra exterior con Brasil y Chile fueron reemplazadas por la de un “conflicto interno” desarrollado por un “enemigo interno subversivo”.29

Aquella preocupación se mantuvo durante el período 1963-1966. En estos años el Ejército elaboró la “Hipótesis de Guerra «A»”, Variante 1, la cual contemplaba la posibilidad de que la República Argentina debiera hacer frente a una “agresión interna llevada adelante por el comunismo y sus aliados”.30 Asimismo, también existía una hipótesis de conflicto que pensaba la amenaza a la seguridad interna de una forma más general. En este sentido, la “Hipótesis de Guerra «C»” hablaba de la posibilidad de que el gobierno se viera obligado a hacer frente a una “conmoción interna del estado” que persiga abatir las autoridades constituidas o el régimen constitucional vigente. De acuerdo a los redactores de este documento “la hipótesis de guerra «C» es la más posible de concretarse en la década”.31 De esta forma, la línea divisoria entre el ámbito de la seguridad interna y el de la defensa nacional se volvía cada vez más difusa.

En base a esas previsiones estratégicas, el Ejército realizó en este período una reestructuración general. De acuerdo a los militares encargados de llevar adelante ese proceso, era necesario disponer de una organización territorial básica y reducida que permitiera liberar las fuerzas operacionales. También se consideraba necesario mantener en el despliegue de paz núcleos importantes de las fuerzas operacionales en las proximidades de los grandes centros urbanos y otros núcleos capaces de intervenir en áreas rurales o centros urbanos de segunda importancia. Por último, se volvía prioritario establecer la doctrina y el respaldo legal necesarios para efectivizar la potencial intervención de las ffaa en cuestiones de seguridad interna.32

26 Internal Security and Military Power, 185.

27 Internal Security and Military Power, 185, 207.

28 S. Amaral, “Guerra revolucionaria”, 194, 195. D. Mazzei, “El Ejército argentino”, 17. Mario Ranalletti, “Contrainsurgencia, catolicismo intransigente y extremismo de derecha en la formación militar argentina. Influencias francesas en los orígenes del terrorismo de Estado (1955-1976)”, en Daniel Feierstein (Coordinador) Terrorismo de estado y genocidio en América Latina (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2009), 278.

29 Ramón Genaro Díaz Bessone, Testimonio de una década (Buenos Aires: Círculo Militar, 1996), 50-51. MarieMonique Robin, Escuadrones de la muerte: la escuela francesa (Buenos Aires: Sudamericana, 2005), 268.

30 Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Planeamiento y Movilización, Caja Nº4, Comando en Jefe del Ejército-Estado Mayor del Ejército, Ejército Necesario (1965), 5. 31 Servicio Histórico del Ejército Argentino (1965), 5-6.

32 Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Planeamiento y Movilización, Caja Nº4, Elaboración del Plan Militar (1966), 4-5. Ver también, Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Estructura y Organización, Caja Nº1, Sobre la Reestructuración del Ejército en los años 1964-1965 (1965), 1-4. Por último, puede consultarse, Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Estructura y Organización, Caja Nº1, Comisión Especial de Reestructuración del Ejército, Documento Nº 7. A. “Estructura Superior del Ejército”. B. “Estructura Inferior del Ejército y su Despliegue de Paz”. C. “Plan de Transformación” (1963), 1-4.

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Como resultado del plan dispuesto, durante estos años se llevaron a cabo importantes modificaciones en la estructura orgánica del servicio, destacándose la sustitución del sistema de ejércitos, divisiones y regimientos por el de cuerpos de Ejército, brigadas y batallones.33 A nivel doctrinario, las autoridades encargadas de planificar la reestructuración del servicio planteaban la cuestión de la siguiente manera: “se tomará como base, en todos los niveles de la conducción operativa y táctica, la doctrina vigente en el Ejército de los Estados Unidos de Norte América, adaptándola a los medios, posibilidades, idiosincrasia, etc. de nuestro Ejército. El planeamiento y empleo para enfrentar la guerra revolucionaria se basará en la doctrina del Ejército Francés”.34 Tal como se dijo más arriba, la dgr siguió ocupando un lugar relevante en el pensamiento militar posterior al derrocamiento de Frondizi en marzo de 1962. Por último, debe señalarse que el problema de la falta de legislación de defensa acorde al nuevo marco doctrinario planteaba la necesidad de su actualización.35 Este último asunto será lo que se analizará a continuación en la segunda parte de este trabajo.

El problema de la amenaza a la seguridad interna. De Illia a Onganía La presidencia del Dr. Illia, en general, ha sido descrita por la historiografía como un período en el cual se reestablecieron las libertades públicas, se respetó la división de los poderes republicanos y se sostuvo de manera constante la libertad de prensa. En síntesis, como un gobierno respetuoso y garante del Estado de Derecho.36 En contraposición, la presidencia de facto del general Onganía, surgida del golpe militar de junio de 1966, suele presentarse como un momento caracterizado por los crecientes niveles de represión, autoritarismo y avasallamiento de los derechos constitucionales.37 Este contraste, al parecer absoluto, entre los gobiernos mencionados será relativizado aquí en un punto central. En este apartado se indagarán las líneas de continuidad existentes entre ambas administraciones en relación a la cuestión de la conceptualización de la amenaza al orden interno y en torno a legislación de defensa.

33 Sobre el proceso de reestructuración del Ejército ver, R. Potash, El Ejército y la política (Primera parte), 192195. Gustavo Cáceres, “La crisis militar argentina”, en Gustavo Cáceres y Thomas Sheetz (Editores) Defensa no provocativa. Una propuesta de reforma militar para la Argentina (Buenos Aires: Editora Buenos Aires, 1995), 24-25; D. Llumá, Influence de la Mission, 83-89. Cabe señalar que el servicio venía desarrollando esta idea desde 1961. Al respecto ver, Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Estructura y Organización, Caja Nº2, Secretaría de Guerra-Dirección General de Estadística Militar, Los cuerpos de Ejército. Definición del Potencial de sus Jurisdicciones (1961). 34 Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Estructura y Organización, Caja Nº1, Comisión Especial de Reestructuración del Ejército, Documento Nº 7. A. “Estructura Superior del Ejército”. B. “Estructura Inferior del Ejército y su Despliegue de Paz”. C. “Plan de Transformación” (1963), Anexo Nº 1, 1. 35 Servicio Histórico del Ejército Argentino, Colección: Planeamiento y Movilización, Caja Nº4, Planeamiento y Programación en el Ejército (1964), 3.

36 R. Potash, El Ejército y la política (Primera Parte), 178. A. Rouquié, Poder militar, 226. César Tcach, Arturo Illia: un sueño breve. El rol del peronismo y de los Estados Unidos en el golpe militar de 1966 (Buenos Aires: Edhasa, 2011), 69.

37 Liliana De Riz, Historia argentina 8: la política en suspenso: 1966-1976 (Buenos Aires: Paidós, 2007), 13-65. Marcos Novaro, Historia de la Argentina. 1955-2010 (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2010), 89-104.

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La caracterización de la amenaza a la seguridad y a la defensa en la interpelación parlamentaria de agosto de 1964 A fines de agosto de 1964, en sesión secreta, se llevó a cabo en la Cámara de Diputados de la Nación una interpelación en la que participaron los Dres. Juan Palmero, Miguel Ángel Zavala Ortiz y Leopoldo Suárez, ministros del Interior, Relaciones Exteriores y Culto y de Defensa, respectivamente, de la administración del Dr. Illia.38 La misma se realizó, como lo puso de manifiesto el diputado de la Democracia Cristiana Teodosio Pizarro, para “conocer, con la mayor exactitud y precisión posibles, todos los aspectos relacionados con la llamada acción de los guerrilleros y con los hechos de terrorismo que son conocidos por la opinión pública del país a través de la diversa información recogida por la prensa oral y escrita”.39

La demanda del legislador cordobés tenía relación con los hechos ocurridos a principios de 1964, cuando el gobierno descubrió y desactivó, con efectivos de la Policía provincial y la Gendarmería Nacional, el accionar de grupos armados en dos provincias del norte argentino, Salta y Tucumán. En vinculación con esto, además de los campamentos y escondites de armas descubiertos en la zona, se hallaron indicios sobre la existencia de una red de simpatizantes y colaboradores.40 Por consiguiente, los ministros del gobierno nacional que asistieron a la interpelación parlamentaria se ocuparon de brindar a los diputados distintas informaciones relacionadas con las características del fenómeno de los grupos armados en la Argentina.41 En el marco de la interpelación, el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, el Dr. Zavala Ortiz, introdujo un concepto que, desde su punto de vista, era crucial para definir la amenaza a la seguridad interior en la situación nacional (e internacional) de ese momento: la “guerra revolucionaria”. En este sentido, mientras desarrollaba una explicación acerca de la génesis de este fenómeno, el ministro señaló: […] es notorio que de la existencia de dos sistemas de vida distintos ha surgido en el mundo una competencia de poder, con posibilidades de agresión bélica –diría así–, de guerra propiamente dicha entre ambos bloques de países. Pero la existencia de un poder tan extraordinario como el que surge de la energía atómica ha determinado paradójicamente, una autolimitación de la posibilidad de la guerra en su sentido más propio. Eso ha dado motivo a que la competencia se derivase a otro método, a otro sistema, que es el conocido como el de guerra revolucionaria: guerra no declarada, silenciosa, pero guerra inexorable, global y permanente.42

38 Argentina. Congreso de la Nación. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados 4 (Buenos Aires: Imprenta del Congreso, 1964), 2871-2909. Para más información sobre la interpelación en la prensa escrita de la época ver, Clarín (26/8/1964), 13. Clarín (27/8/1964), 21. La Nación (25/8/1964), 1. La Nación (27/8/1964), 16. La Prensa (24/8/1964), 1. La Prensa (26/8/1964), 1. La Prensa (27/8/1964), 1. La Razón (26/8/1964), 1. Por último, también ver, Primera Plana (25/8/1964), 7.

39 Diputados, Diario de sesiones (1964), 2871.

40 R. Potash, El Ejército y la política (Primera parte), 190.

41 Para las palabras pronunciadas por el ministro del Interior ver, Diputados, Diario de sesiones (1964), 28722874. En relación al ministro de Defensa, ver Diputados, Diario de sesiones (1964), 2876-2883. Por último, en referencia a lo expresado por el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, ver Diputados, Diario de sesiones (1964), 2884-2888. 42 Diputados, Diario de sesiones (1964), 2884.

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Más adelante, Zavala Ortiz se ocupó de la situación latinoamericana e introdujo el término “comunismo” para dar cuenta del peligro que acechaba a la región. En este sentido, el ministro expresó que a partir de la Revolución cubana de 1959, el “comunismo” se instaló en América Latina como una organización que promovía una “guerra permanente” de tipo “revolucionaria”.43 Por último, el funcionario se ocupó de dar su visión acerca de la coyuntura argentina de ese entonces. En referencia a dicha cuestión, Zavala Ortiz señaló: “hay una guerra revolucionaria declarada a las organizaciones, a las repúblicas, a las democracias o no democracias vigentes en Latinoamérica, y contra esa situación tendremos que tomar las medidas correspondientes”.44

Esta caracterización de la amenaza a la seguridad y a la defensa nacional como una acción de tipo guerrillera llevada a cabo en el marco de la “guerra revolucionaria” era compartida por varios de los diputados presentes en la interpelación, tanto del oficialismo como de la oposición. En relación con esto, resultan ilustrativas las palabras del diputado cordobés del partido Unión del Pueblo Argentino, Héctor Sandler, quien puso de manifiesto su total acuerdo con el ministro de Relaciones Exteriores en cuanto al hecho de reconocer que en el mundo se estaba desarrollando una “guerra subversiva”, la cual venía a reemplazar las formas tradicionales de la guerra.45 También, en vinculación a la tendencia de los partidos y grupos políticos locales a no reconocer como militantes suyos a los guerrilleros detenidos que manifestaban una pertenencia políticopartidaria definida, este diputado indicaba que el engaño era una de las características principales de la “guerra revolucionaria”.46

En el tramo final de su participación en la interpelación, el Dr. Suárez le pidió a los miembros de la Cámara de Diputados que, teniendo en cuenta la coyuntura nacional de ese momento y considerando que el país se hallaba inmerso en un contexto de “guerra revolucionaria”, se sancionara una normativa de defensa y seguridad interior acorde a las necesidades de esa situación crítica. Las palabras del ministro dieron cuenta de que “… es preocupación del Poder Ejecutivo, frente a este nuevo tipo de guerra que importa la guerra de guerrillas, sugerir al Honorable Congreso de la Nación la adopción de disposiciones que contemplen estos hechos nuevos que se producen y que necesitan, dentro de la legislación, que el Estado cuente con los medios necesarios para defender su integridad”.47

En resumen, puede señalarse que durante la interpelación parlamentaria de agosto de 1964 el concepto que primordialmente fue empleado para designar el carácter de la amenaza a la seguridad y a la defensa que, desde la perspectiva de los ministros de gobierno y legisladores oficialistas y opositores, asolaba a la Argentina fue el de “guerra revolucionaria”. No obstante, es necesario aclarar que conceptos tales como el de “comunismo”, “guerra de guerrilla”, “terrorismo” 43 Diario de sesiones (1964), 2884. 44 Diario de sesiones (1964), 2886. 45 Diario de sesiones (1964), 2890.

46 Sobre este asunto, Sandler decía: “No se me escapa, como señaló con inteligencia el señor ministro de Defensa, que muchas de estas filiaciones son desmentidas por las organizaciones partidarias a las cuales el afiliado pertenece. Y así ha de ser, porque en esta guerra subversiva, en esta guerra de guerrillas, el antifaz, el disimulo, es uno de los instrumentos”. Ver, Diputados, Diario de sesiones (1964), 2888. Para las afirmaciones de otros legisladores en esta misma línea de argumentación, ver, por ejemplo, lo expresado por el diputado del Partido Demócrata Nacional por Mendoza, Emilio Jofré, en Diario de sesiones (1964), 2892. También consultar la intervención de Américo Ghioldi, diputado por la Capital Federal del Partido Socialista Democrático, en Diario de sesiones (1964), 2896-2897. 47 Diario de sesiones (1964), 2905.

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y “subversión”, etc., fueron utilizados por los legisladores y los ministros sin ser claramente definidos.48 Por último, debe indicarse que dichos términos aparecían fuertemente vinculados (ya sea como sinónimos o como componentes de la misma) a la realidad mayor que implicaba el “nuevo tipo de guerra”, la “guerra revolucionaria”.49

El proyecto de ley de defensa nacional de 1964 Con posterioridad a la interpelación parlamentaria de agosto y teniendo ya un diagnóstico de la situación, la cual fue definida a partir del concepto de “guerra revolucionaria” el 11 de septiembre de 1964, el Poder Ejecutivo Nacional envió a la Cámara de Senadores un proyecto de ley de defensa nacional.50 El mismo ya estaba redactado y había sido puesto a disposición del Dr. Illia desde principios de agosto.51 De esta manera, el gobierno nacional buscaba incorporar a la legislación una herramienta que le permitiese combatir adecuadamente las acciones que, desde su perspectiva, se hallaban vinculadas a los métodos empleados por el enemigo en una “guerra revolucionaria”. En este sentido, la normativa vigente en esos años, la cual se remontaba a los tiempos del primer gobierno peronista, sería reemplazada por la nueva ley, tal cual lo expresaban el primer mandatario y su ministro de Defensa, el Dr. Suárez, en el mensaje que antecedía al proyecto.52 El objetivo de las autoridades nacionales era darse el instrumental legal necesario para garantizar la seguridad interna del país conservando al mismo tiempo la vigencia del Estado de Derecho.53 Sin embargo, por motivos que aún no están claros, el proyecto no salió de la Comisión de Defensa del Senado y, por consiguiente, no fue aprobado.54 De todas formas, a pesar de no haberse sancionado, el proyecto de ley de defensa nacional de 1964 constituye un documento relevante al momento de analizar las ideas vinculadas a cuestiones de seguridad interior y defensa a mediados de la década del sesenta en la Argentina. Es por ello que se vuelve necesario identificar qué definición de la amenaza a la seguridad y a la defensa se estableció en este documento.

48 A modo de ejemplo, en relación a los conceptos de “comunismo”, “subversión” y “guerrilla”, consultar Diputados, Diario de sesiones (1964), 2883. En alusión al concepto de “terrorismo” ver, Diputados, Diario de sesiones (1964), 2887. 49 Para un ejemplo de la vinculación entre los conceptos de “subversión” y “comunismo” con el de “guerra revolucionaria” ver, Diputados, Diario de sesiones (1964), 2884. Para una correlación entre el concepto de “guerra revolucionaria” y el de “guerra de guerrillas” ver, Diputados, Diario de sesiones (1964), 2886. En relación a un paralelismo entre “guerra subversiva”, “guerra de guerrillas” y “comunismo”, ver Diputados, Diario de sesiones (1964), 2890. Por último, para una vinculación entre los conceptos de “subversión” y el de “guerra revolucionaria” ver, Diputados, Diario de sesiones (1964), 2896.

50 Argentina. Congreso de la Nación. Diario de sesiones de la Cámara de Senadores 2 (Buenos Aires: Imprenta del Congreso, 1964), 1195-1203. En la prensa escrita ver, Clarín (20/9/1964), 15-16. La Nación (25/8/1964), 1; La Prensa, 1. Para un minucioso informe periodístico sobre el proyecto de ley de defensa nacional, se recomienda consultar el que se encuentra en Análisis (19/10/1964), 26-29. 51 Clarín (4/8/1964), 19.

52 Senadores, Diario de sesiones (1964), 1195.

53 R. Potash, El Ejército y la política (Primera parte), 190-191. Asimismo, cabe recordar las palabras finales del ministro de Defensa en la interpelación. Ver nota al pie 44. Por último, consultar la sección primera de la fundamentación de la ley de defensa nacional redactada por el Dr. Suárez. Ver, Senadores, Diario de sesiones (1964), 1200. 54 Según Robert Potash este desenlace se debió a que el Senado, controlado por la Unión Cívica Radical del Pueblo, no estaba de acuerdo en que existiera la necesidad de sancionar una nueva legislación sobre seguridad interna. Ver, El Ejército y la política (Primera parte), 191.

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Lo primero que debe señalarse es que en el mensaje firmado por el Presidente de la Nación y por el ministro de Defensa que precede al proyecto de ley, se utiliza una definición de “guerra revolucionaria” que remite a la explicación realizada por Zavala Ortiz durante la interpelación del mes de agosto y, en última instancia, a los conceptos propios de la dgr. Sobre esta cuestión, el mensaje expresaba: Que el mundo vive un estado de profunda transformación y de conflicto permanente, en el cual no se advierte una clara línea divisoria entre la paz y la guerra, sino sólo etapas de una lucha por sobrevivir o imponerse, librada entre bloques de naciones movidas por ideologías, intereses y sistemas políticos antagónicos. Esta lucha se lleva a cabo con todos los instrumentos del poder, sean militares, políticos, económicos o psicosociales; […] en consecuencia, es notoria y evidente la necesidad de dictar normas legales de carácter general que permitan adecuar la organización de la defensa nacional a las cambiantes situaciones que conforman el mundo moderno.55

Esta caracterización de la situación mundial en la que se insertaba la realidad nacional, que aparecía reflejada en los mismos términos en las publicaciones militares de la época, fue utilizada nuevamente por el Dr. Suárez en el marco de una conferencia realizada en la Casa de la Provincia de Buenos Aires cuyo tema era “La Defensa Nacional”.56 En su presentación, el ministro afirmó que el mundo se hallaba inmerso en un estado de “guerra permanente”, definido por el enfrentamiento entre “dos sistemas de vida” irreconciliables. Completando su exposición, el ministro señaló que la estrategia de los agentes asociados al bloque comunista en la Argentina estaba orientada a promover el desprestigio de las instituciones republicanas (y de esta manera la desesperanza y la desconfianza) por medio de una penetrante campaña de “acción psicológica” sobre la población.57

Ahora bien, en relación a la definición de la amenaza a la seguridad interior y a la defensa, en el artículo 2 se establecía que en caso de “conmoción interna” o de “emergencia grave” se daría paso a la implementación del plan general de defensa nacional dispuesto en el proyecto.58 Asimismo, se advierte que el concepto de “conmoción interna” abarcaba, desde la perspectiva del ministro Suárez, un campo relativamente amplio de circunstancias vinculadas a las formas en que podía manifestarse la disidencia en el país. Esto puede comprobarse al leer en el punto 45 del 55 Senadores, Diario de sesiones (1964), 1195. Al respecto, resulta interesante y paradójico señalar el hecho de que mientras el Dr. Illia enviaba al Senado este proyecto de ley de defensa, el cual hallaba su fundamento en la situación político-militar mundial caracterizada por la amenaza revolucionaria comunista, paralelamente, en declaraciones a la prensa extranjera, afirmaba que en lo que se refería a la situación de América Latina, “no existe en absoluto duda alguna de que el comunismo ha perdido gran parte de su atracción en este hemisferio […] Está declinando y continuará declinando”, Clarín (15/9/1964), 7.

56 Ver, Clarín (23/9/1964), 12; La Nación (23/9/1964), 14; La Prensa (23/9/1964), 14. Para los trabajos aparecidos durante 1964 en las revistas militares en los que se analizó el fenómeno de la “guerra revolucionaria” ver, Esteban Pontoriero, “La caracterización de la amenaza a la seguridad interna en la legislación de defensa en la Argentina (1963-1966): ¿continuidad o ruptura?”, xiii Jornadas Interescuelas Departamentos de Historia (Catamarca: Universidad Nacional de Catamarca, 2011), 6. 57 La Prensa (23/9/1964).

58 Senadores, Diario de sesiones (1964), 1196. El plan general de defensa nacional constaba de una serie de medidas, entre las cuales debe resaltarse la que otorgaba al Gobierno la facultad para autorizar la intervención de las ffaa, fundamentalmente del Ejército, para reprimir conflictos que se dieran dentro del territorio nacional.

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texto de fundamentación de la ley, una definición del mencionado concepto tomada de Joaquín V. González, en la cual establecía que “la conmoción interna a que la Constitución se refiere comprende tanto los movimientos abiertamente hostiles a la autoridad, contrarios al orden público, como también esos anuncios evidentes de más hondas perturbaciones, pero que no han tomado todavía una forma práctica, una forma externa”.59

Sobre el concepto de “emergencia grave”, en principio cabe señalar que, de acuerdo al punto 40 de la fundamentación, el mismo constituía una especificación del de “conmoción interna”, que según la Constitución Nacional se establecía como precondición para la declaración del estado de sitio.60 Por otra parte, en cuanto a sus características, Suárez señalaba en el punto 37 que “el concepto de emergencia grave está integrado por dos elementos esenciales: la gravedad o extensión de la alteración del orden o seguridad y el hecho de que los efectos de esa alteración no puedan ser controlados o anulados por entes privados u oficiales locales y requieran el concurso de las autoridades nacionales”.61 Si bien la caracterización general de la amenaza a la seguridad interior y a la defensa en la coyuntura, tal cual estaba expresada en la nota introductoria, se relacionaba fuertemente con la idea de una “guerra revolucionaria” en curso, el proyecto de ley de setiembre de 1964 introduce las figuras de “conmoción interna” y “emergencia grave”. Cabe destacar al respecto que las razones que podían conducir al gobierno a declarar el estado de conmoción interna no poseen límites precisos, de esta manera, se corría el riesgo de avanzar hacia un orden autoritario de excepción, el cual estaría justificado por cumplir la función de salvaguardar los derechos individuales y del Estado.

1966: la sanción de la nueva Ley de Defensa Nacional A principios de octubre de 1966, a cuatro meses del golpe militar de junio que derrocó al Dr. Illia, el gobierno de facto encabezado por el General Onganía sancionó por decreto la Ley de Defensa Nacional Nº16.970.62 Así, finalmente, se pudo dotar al gobierno nacional del instrumental legal necesario para poder neutralizar al nuevo tipo de amenaza a la seguridad interior y a la defensa que, desde el punto de vista de sus impulsores, caracterizaba al mundo con posterioridad a 1945 en el marco de la Guerra Fría. Justamente, uno de los motivos por los que, de acuerdo a los redactores de la nueva normativa, era necesario sustituir la Ley de Defensa Nº13.234 de 1948, se fundamentaba en que la misma se caracterizaba por legislar solamente en base a situaciones de tiempo de guerra (convencional) sin contemplar el amplio espectro de exigencias vinculadas al mantenimiento de la “seguridad nacional” en tiempo de paz. Desde esta mirada, la defensa nacional también incluía la necesidad de neutralizar “las perturbaciones internas producidas por actos humanos”.63 Esto puede relacionarse con lo expresado en el mensaje que antecede al proyecto de ley de 1964, cuando se hacía referencia a que este nuevo tipo de “guerra” se llevaba adelante no solamente en el terreno militar sino también “en el campo económico, el político y el psicosocial”.

59 Senadores, Diario de sesiones (1964), 1203. Tomado de J. V. González, Debates constitucionales, 225. 60 Diario de sesiones (1964), 1202. 61 Diario de sesiones (1964), 1202.

62 Ley Nº16.970 del 6/10/1966, Ley de Defensa Nacional en, Anales de Legislación Nacional xxvi-c (1966), 1474-1481. Al respecto ver, El Ejército y la política (segunda parte), 19-21. 63 Nota al Poder Ejecutivo acompañando el proyecto de ley, en Anales de Legislación Nacional xxvi-c (1966), 1475.

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De esta forma se buscaba legitimar la ampliación de los posibles ámbitos de intervención de las ffaa en materia de seguridad y defensa.

Ahora bien, en referencia a la definición de la amenaza a la seguridad interna, la Ley de Defensa Nacional se caracterizaba por no incluir una clara delimitación de la misma. Al igual que en el proyecto de ley de 1964, la nueva normativa de defensa incluía la figura de la “conmoción interna”. El artículo 43 establecía: “en caso de conmoción interior, sea ésta originada por personas o por agentes de la naturaleza, podrá recurrirse al empleo de las Fuerzas Armadas para restablecer el orden o prestar los auxilios necesarios”.64 En vinculación a esto último, para poder avanzar en la clarificación conceptual de la aséptica noción de “conmoción interior”, resulta de interés señalar que en el Decreto Nº739 de reglamentación de la Ley de Defensa Nacional, sancionado a comienzos de febrero de 1967, puede leerse una definición del mencionado concepto cuando su origen se encuentra en la acción de las personas, punto de interés para este trabajo: Conmoción interior originada por la acción de personas; una situación de hecho, de carácter interno, provocada por el empleo de la violencia, que ponga en peligro evidente la vida y bienes de la población, el orden público y el ejercicio de las autoridades normales de una zona del país que afecte a la seguridad nacional, de una magnitud tal que las fuerzas provinciales resulten impotentes para dominarla y exija la intervención de las autoridades y medios nacionales.65

Esta definición de “conmoción interior” muestra que, en la legislación aprobada durante la presidencia de facto de Onganía, la misma se parecía bastante a la conceptualización de la figura jurídica de “emergencia grave” que aparecía en el texto de fundamentación del proyecto de ley de defensa nacional de 1964 redactado por Leopoldo Suárez. Por consiguiente, a partir de la comparación de ambos conceptos se comprueba una asimilación de la definición de “emergencia grave” al de “conmoción interior”. Para finalizar, se comprueba que durante la década del sesenta el concepto a partir del cual se caracterizó la amenaza al orden interno en la Argentina desde el universo militar fue el de “guerra revolucionaria”. Este concepto también fue utilizado por destacados miembros del ámbito de la política de ese entonces y ejerció su influencia en el diseño de los proyectos de ley de defensa elaborados en esos años. Asimismo, en la normativa analizada, la figura legal que sirvió para incorporar el problema de la seguridad interna a la esfera de control de las ffaa fue la de “conmoción interior”. Puede verse, en este punto, cómo se manifiesta una situación que se ha buscado reflejar en este trabajo: el desborde de las ideas presentes en la doctrina militar francesa hacia el ámbito político y, a través de éste, hacia la esfera del derecho público.66

64 Ley Nº16.970, 1478.

65 Decreto Nº739 del 3/2/1967, Ley de Defensa Nacional: reglamentación de la Ley Nº16.970 en, Anales de Legislación Nacional xxvii-a (1967), 472-480. La cita corresponde a la página 474. 66 Un fenómeno similar ha observado la historiadora francesa Raphaëlle Branche en relación a los efectos de la dgr durante la Guerra de Argelia. Al respecto señala: “[…] sur certains points, la législation se coule dans les formes de la «guerre révolutionnaire»”.Ver, Raphaëlle Branche, La torture et l’Armée pendant la guerre d’Algérie, 1954-1962 (Paris: Gallimard, 2001), 108.

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Conclusiones Durante el período 1963-1970 en Argentina se elaboraron una serie de hipótesis de conflicto, un proyecto y una ley de defensa que, bajo la influencia de la dgr y de la dsn, incorporaron la figura de la amenaza a la seguridad interna bajo la noción de la “conmoción interior”. De esta manera, se logró adaptar la normativa mencionada a las necesidades que imponía el combate de la “guerra revolucionaria” que, de acuerdo a ciertos sectores políticos y militares, se hallaba en pleno desarrollo. Uno de los resultados de esta coincidencia entre civiles y militares en referencia a la identificación de una amenaza grave al orden público de tipo “revolucionaria” fue la progresiva fusión de los ámbitos de la seguridad interior y de la defensa nacional. Este proceso, iniciado a finales de la década del cincuenta, afianzado durante los años sesenta y reforzado durante la década del setenta, culminó con el otorgamiento de un carácter bélico a las diferentes acciones contestatarias realizadas en diferentes esferas (estudiantil, sindical, cultural, social, etc.) y derivadas de una creciente conflictividad política interna. De lo anterior se deriva un aspecto central para este trabajo: la necesidad de poner en tensión la división clásica entre “civiles” y “militares” propia del análisis político del período estudiado. En este sentido, se mostró que ambos sectores compartieron una visión común sobre el problema de la amenaza a la seguridad interior. La figura del “enemigo subversivo” tuvo un lugar central en las hipótesis de conflicto contempladas por el Ejército, ocupó un espacio relevante en la interpelación parlamentaria de 1964 y, para finalizar, figuró como una preocupación central en el proyecto de 1964 y en la ley de defensa de 1966.

Debe resaltarse que en ese punto, el vinculado a la sanción de una ley de defensa nacional que contemplara el problema de la seguridad interior, el gobierno de facto encabezado por el General Onganía concretó un objetivo que se había planteado ya durante el gobierno del Dr. Illia: establecer un basamento legal para instrumentar la intervención de las ffaa en acciones vinculadas al mantenimiento y/o el reestablecimiento del orden. En referencia a esta cuestión y como parte de un análisis retrospectivo realizado a finales de la década del ochenta del siglo pasado, el para ese entonces retirado General Osiris Villegas señalaba que “…en cuanto a la ley de defensa nacional Nº 16.970, se puede decir que es casi una textual reproducción –aunque más atenuada– de un proyecto preparado durante el gobierno del presidente Illia”.67

Por consiguiente, esta temprana convergencia entre los miembros de los elencos políticos del período estudiado y los integrantes del sector castrense plantea la necesidad de repensar los espacios del autoritarismo en la Argentina de la primera mitad de la década del sesenta. En vinculación con esto, se constata la existencia de inquietantes líneas de continuidad, muchas de las cuales recién están comenzando a descubrirse, que se constituyen en los antecedentes de un proceso de construcción conceptual del “enemigo interno” cuyos efectos más devastadores en la realidad histórica se alcanzarán en la década del setenta.

67 Osiris G. Villegas, “La llamada Doctrina de la Seguridad Nacional”, Revista Militar 721 (1989), 24. Negritas en el original.

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Recibido 11/04/12 – Aceptado 26/06/12

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El “proceso de organización de la personalidad”: una pedagogía de la contrarrevolución en Argentina, 1976-1983.

Federico Sor1

Resumen El Proceso de Reorganización Nacional argentino (1976-1983) no significó tan sólo una ruptura institucional, sino una continuación y profundización de la reacción contra los proyectos revolucionarios que lo precedieron, que a la vez fueron respuestas a las proscripciones de las décadas anteriores. Militares y civiles conservadores idearon un proyecto contrarrevolucionario que pretendía la fundación de una nueva república. Una parte fundamental de ese proyecto fue la política educativa, incluyendo una pedagogía antisubversiva y una reforma a la educación cívica concebida como un “proceso de organización de la personalidad”. Estas reformas estaban caracterizadas por definiciones restrictivas de la libertad, la democracia y la identidad nacional. Palavras chave: contrarrevolución, educación, Argentina, nacionalismo

1

Abstract The Argentine Process of National Reorganization (1976-1983) entailed not only an institutional rupture but also the dictatorial continuation and deepening of the reaction against the revolutionary projects that preceded it, themselves responses to the proscriptions of the previous decades. Military officials and conservative civilians conceived a counterrevolutionary project that aimed at the foundation of a new republic. Education policy comprised a fundamental part of that project, including an anti-subversive pedagogy and a civic education reform conceived as a “process of personal organization”. These reforms were characterized by restrictive definitions of liberty, democracy, and national identity. Key words: counterrevolution, education, Argentina, nationalism

New York University (nyu), Ph.D. Candidate, Latin American History.

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Era paradojal: los que sostenían la idea de la liberación se oponían a la libertad

y los que sostenían la libertad a lo mejor asumían el papel de represores. Ricardo Bruera.2

El 8 de julio de 1976, tres meses y medio después del golpe de Estado que dio inicio en Argentina al autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (prn, 1976-1983), un decreto firmado conjuntamente por el presidente de facto Jorge Rafael Videla y su primer ministro de Educación, Ricardo Pedro Bruera, ordenó un “proceso de organización de la personalidad” que se llevaría a cabo a través de la educación cívica.3 Dos meses más tarde, el ministro les explicaba a los directores de los Institutos del Profesorado que la nueva educación cívica pretendía que los alumnos internalizaran normas y valores ético-sociales para desarrollarse correctamente y devenir ciudadanos conscientes y responsables.4 Al inaugurar el año lectivo de 1977, en una escuela de Santa Fe, Bruera exponía ante un público de niños, padres, maestros y autoridades escolares su concepción general: la educación y la virtud, e incluso la consciencia del niño, se desarrollan a través de su internalización de la violencia o, en sus palabras, “no sin violencia sobre la propia pasividad”.5

La urgencia con que la dictadura encaró la reforma de la educación cívica, la implementación de tal reforma por decreto ejecutivo nacional y el lenguaje aducido para justificar y delinearla, sugieren el compromiso profundo del régimen con un proyecto político abarcador y su reconocimiento de que la Formación Moral y Cívica, como se llamó la materia a nivel secundario, comprendía una parte fundamental de ese proyecto. Al mismo tiempo, una pedagogía que enfatizaba la virtud moral individual y la sumisión al orden social existente, evitando la rebeldía y lo que era considerado como libertad excesiva, pretendía inculcar valores cívicos conservadores en los niveles primarios de la educación. El presente trabajo se centra en las políticas educativas de la dictadura como elementos para la formación de los ciudadanos de una nueva república.

La contrarrevolución La América Latina de la posguerra había sido testigo de un nuevo modelo de democracia, caracterizado por una participación política y por derechos sociales más amplios que bajo las repúblicas de comienzos del siglo veinte y fortalecido por la alianza bélica del capitalismo y el comunismo contra los regímenes fascistas. No obstante, la realineación geopolítica que marcó el comienzo de la Guerra Fría socavó los frentes antifascistas y conllevó una reconfiguración de 2

Entrevista telefónica a Ricardo Pedro Bruera, 20/6/2012.

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“Exposición del señor Ministro de Cultura y Educación, Prof. Ricardo Pedro Bruera, al inaugurar la reunión de rectores de Institutos del Profesorado para la puesta en marcha del Programa de Actualización Docente en Formación Cívica” (9/9/1976), reproducido en bc 18-12 (octubre de 1976): 15-34. Una copia personal de este discurso fue provista por Bruera al autor en junio de 2008.

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Decreto Nº1.259 y Resolución del Ministerio de Cultura y Educación (mce) Nº610 (8/7/1976), en Boletín de Comunicaciones del Ministerio de Cultura y Educación (bc) 18-5, anexo (julio de 1976), 2; Centro Nacional de Información y Documentación Educativa (cenide), mce, Buenos Aires. Ver también La Opinión (17/7/1976).

Ricardo Bruera, “Iniciación del curso lectivo 1977” (Santa Fe, 7/3/1977), 10; cenide, Foll 042.4. Una copia de este discurso fue también suministrada al autor por el propio Bruera.

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alianzas marcada por una oposición más activa al comunismo internacional. Las democracias sociales cedieron su predominancia a dictaduras que gozaron del apoyo de Estados Unidos desde mediados de siglo hasta la década del ochenta.6 En Argentina, el peronismo, que había gobernado entre 1946 y 1955, fue caracterizado como totalitario por sus detractores y proscripto desde 1955 hasta 1973. Como en la mayor parte de América Latina, durante este período los movimientos de izquierda en Argentina se radicalizaron como reacción a su incapacidad de participar en elecciones libres, que eran periódicamente prohibidas o canceladas porque conducirían al triunfo del peronismo.7

Si los líderes de la vieja izquierda habían conminado a sus seguidores a esperar las condiciones propicias para la revolución y a luchar entretanto por reformas sociales limitadas, los de la “nueva izquierda”, inspirados por Cuba, Argelia y Vietnam, llamaban a un ataque frontal contra el sistema capitalista a través de una movilización voluntarista y violenta que impondría las condiciones necesarias para el socialismo.8 La derecha se radicalizó, a su vez, haciendo un uso más sistematizado de la represión y desarrollando proyectos políticos más explícitamente ideológicos e incluso fundacionales. Las dictaduras del Cono Sur, que tuvieron fases reaccionarias y fundacionales, fueron en gran parte medios de las clases dominantes para erradicar las democracias que habían respondido a las demandas populares (los llamados “populismos”) e imponer sistemas conservadores de participación política limitada para así resguardar las relaciones capitalistas.9 Los planes económicos neoliberales requerían altos niveles de represión, dirigida en particular contra la izquierda y el sindicalismo combativo; en Argentina, esto resultó en las peores violaciones a los derechos humanos de las que haya registro, con miles o acaso decenas de miles de asesinatos y desapariciones de personas.10 La dictadura argentina fue contrarrevolucionaria y no meramente reaccionaria, es decir, no se proponía solamente restituir el status quo sino que pretendía la fundación de una nueva sociedad a

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Daniel James, Resistance and Integration: Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976 (Cambridge y Nueva York: Cambridge University Press, 1988); Leslie Bethell e Ian Roxborough, “Introduction”, en Bethell y Roxborough (Editores) Latin America between the Second World War and the Cold War, 1944-1948 (Cambridge: Cambridge University Press, 1992); Peter H. Smith, Talons of the Eagle: Dynamics of U.S.-Latin American Relations (Nueva York: Oxford University Press, 2000), 117-142. Guillermo O’Donnell, Modernization and Bureaucratic-Authoritarianism: Studies in South American Politics (Berkeley: University of California Press, 1973), capítulo 4.

Richard Gillespie, Soldiers of Perón: Argentina’s Montoneros (Oxford: Clarendon Press, 1982); Eduardo Anguita y Martín Caparrós, La voluntad: una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina (Barcelona y Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, 1998); Barry Carr and Steve Ellner (Editores) The Latin American Left: From the Fall of Allende to Perestroika (Boulder, Colorado: Westview Press, 1993).

Manuel Antonio Garretón, Dictaduras y democratización (Santiago, Chile: flacso, 1984), 26; Luis Eduardo Duhalde, El estado terrorista argentino. Quince años después, una mirada crítica (Buenos Aires: eudeba, 1999), 71, 81-83, 90; Mónica Peralta Ramos, “Hacia un análisis de las raíces estructurales de la coerción en la Argentina: El comportamiento de las principales fracciones empresarias, 1976-1983”, en Saúl Sosnowski (Editor) Represión y reconstrucción de una cultura: el caso argentino (Buenos Aires: eudeba, 1988), 49-77; Marcos Novaro y Vicente Palermo, La dictadura militar (1976-1983): del golpe de Estado a la restauración democrática (Buenos Aires: Paidós, 2003), 51-65, 261-278.

10 Paul W. Drake, Labor Movements and Dictatorships: The Southern Cone in Comparative Perspective (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1996); Peter Winn (Editor) Victims of the Chilean Miracle: Workers and Neoliberalism in the Pinochet Era, 1972-2002 (Durham, North Carolina: Duke University Press, 2004); conadep, Nunca más: Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Buenos Aires: eudeba, 1984).

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través de un proyecto que era en parte una inversión mimética de las ideologías revolucionarias.11 El régimen significó una profundización de la reacción que había iniciado la derecha peronista durante la presidencia de María Estela (“Isabel”) Martínez de Perón. Para justificar la renovada suspensión del Estado de derecho, las Fuerzas Armadas y los sectores conservadores denunciaban lo que percibían como el caos dominante y hacían constante referencia al efímero gobierno de Héctor Cámpora, que perseveraba vívido en el imaginario conservador como representativo de los supuestos excesos de la democracia de masas: el sindicalismo combativo, la guerrilla y los proyectos revolucionarios de la izquierda tanto marxista como peronista. En una referencia histórica a la república oligárquica nacida con la “Organización Nacional” del siglo diecinueve tardío, el “Proceso de Reorganización Nacional” buscaba establecer los parámetros de un nuevo sistema político para consolidar sus reformas sociales, económicas y políticas, de modo de impedir la futura resurgencia del peronismo (condenado como “populista” y “demagogo”) y asegurando la exclusión permanente de la izquierda. La reacción contra la radicalización del peronismo y la izquierda revolucionaria permitió una alianza entre los sectores liberales y nacionalistas, alianza que sería fuente de tensiones irresolubles dentro del régimen.12 El Nacionalismo se había desarrollado medio siglo antes, en estrecha relación con el fascismo italiano y como respuesta a la inmigración, al liberalismo y al comunismo. Revisión de la historiografía liberal mediante, los nacionalistas habían defendido el legado hispánico y la espiritualidad cristiana en oposición a toda doctrina materialista. La dictadura de 1976 adoptó algunos elementos fundamentales del nacionalismo, enfatizando la necesidad de eliminar un enemigo interno para redimir la nación.13 Este ideario sería predominante en el ámbito educativo.

11 Arno J. Mayer, Dynamics of Counterrevolution in Europe, 1870-1956: An Analytic Framework (Nueva York: Harper & Row, 1971), 45. La categoría de contrarrevolución –entendida como la articulación de un proyecto político basado en valores conservadores tradicionales en reacción a una amenaza revolucionaria, real o percibida– permite una interpretación más rigurosa de la radicalización ideológica del prn. Esto no implica, sin embargo, que todos los elementos heurísticos derivados por Mayer de su análisis de los fascismos sean aplicables a la dictadura argentina. Parecería que los ideólogos del prn identificados en las siguientes secciones provenían en su mayoría de la clase media (de acuerdo con Mayer), aunque esta caracterización es debatible en algunos casos particulares. Si bien sus proyectos no eran atractivos para las clases populares (a diferencia de lo que arguye Mayer), existió, durante el prn, el intento, más o menos discursivo pero significativamente reiterado, de formar algún consenso alrededor de sus objetivos, bajo la especie de un “movimiento de opinión nacional”. Los inevitables desfases entre categoría general y caso particular no desembocan necesariamente en la imposibilidad de la aplicación de aquélla a éste; en efecto, pueden señalar la necesidad de refinar la categoría de análisis –emprendimiento que excede los límites de este trabajo–. Para la aplicación de la categoría de contrarrevolución de Mayer a América Latina, ver Greg Grandin, “Living in Revolutionary Time: Coming to Terms with the Violence of Latin America’s Long Cold War”, en Grandin y Gilbert Joseph (Editores) A Century of Revolution: Insurgent and Counterinsurgent Violence During Latin America’s Long Cold War (Durham: Duke University Press, 2010), 11-18. Para la dinámica de revolución y contrarrevolución en otros casos sudamericanos, ver Peter Winn, “The Furies of the Andes: Violence and Terror in the Chilean Revolution and Counterrevolution”, 239-275 y Weavers of Revolution: The Yarur Workers and Chile’s Road to Socialism (Nueva York: Oxford University Press, 1986); Forrest Hylton y Sinclair Thomson, Revolutionary Horizons: Past and Present in Bolivian Politics (Londres y Nueva York: Verso, 2007).

12 Paula Canelo, El proceso en su laberinto: La interna militar de Videla a Bignone (Buenos Aires: Prometeo, 2008); Novaro y Palermo, La dictadura militar, 33-43.

13 David Rock, Authoritarian Argentina: The Nationalist Movement, Its History and Its Impact (Berkeley y Los Angeles: University of California Press, 1993), xiii, 227-231; Sandra McGee Deutsch, Las derechas: The Extreme Right in Argentina, Brazil, and Chile, 1890-1939 (Stanford: Stanford University Press, 1999), 334335; Federico Finchelstein, Transnational Fascism: Ideology, Violence, and the Sacred in Argentina and Italy, 1919-1945 (Durham: Duke University Press, 2010), 177.

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Una nueva fundación A pesar de haber efectivamente incapacitado a los grupos armados antes de tomar el poder, luego del golpe las Fuerzas Armadas insistieron en la necesidad de erradicar la subversión permanentemente, enfatizando el carácter ideológico de la lucha. Una semana después del golpe, Videla prometía: “combatiremos, sin tregua, a la delincuencia subversiva en cualquiera de sus manifestaciones, hasta su total aniquilamiento”.14 Y un día antes de firmar el decreto que ordenaba la reforma de educación cívica concebida como un “proceso de organización de la personalidad,” el dictador explicaba que “la lucha se dará en todos los campos, además del estrictamente militar. No se permitirá la acción disolvente y antinacional en la cultura, en los medios de comunicación, en la economía, en la política o en el gremialismo”.15 Acdel Vilas, comandante de la campaña represiva del Ejército en Tucumán, declaró a su vez que el combate armado era sólo “la punta del iceberg” y procedió a explicar qué había bajo el agua: “debemos eliminar las fuentes que alimentan, forman y adoctrinan al delincuente subversivo, que están en las universidades y en las escuelas secundarias”.16 También en Tucumán el ministro Bruera ya había declarado que “para el actual gobierno la educación es la gran empresa que tiene por misión atacar las causas de la subversión, mientras se termina con sus consecuencias, como la lucha armada”.17 Guillermo Suárez Mason, Jefe del primer cuerpo del Ejército con sede en la provincia de Buenos Aires y luego Jefe del Estado Mayor del Ejército, explicaría en julio de 1978, mientras el Ejército declaraba su triunfo sobre las agrupaciones armadas, que “sería absurdo suponer que hemos logrado la guerra [sic: la victoria] contra la subversión porque hemos eliminado su peligro armado”.18 Un año después convocaría a una “formación moral” basada en la educación religiosa.19 La dictadura dio lugar a un verdadero género de composición que podríamos llamar de “proyecto fundacional”, desarrollado principalmente entre 1976 y 1978. Los ejemplos de análisis político de esta índole son numerosos y algo variados, pero jefes militares y civiles partidarios del régimen coincidían en la necesidad de erradicar la subversión y construir un nuevo sistema político que asegurara la exclusión permanente del socialismo y el populismo mediante la tutela de las Fuerzas Armadas, futuros garantes constitucionales del nuevo marco de legitimidad a través del poder de veto sobre partidos y candidatos. Para lograr estos objetivos virtualmente todos los proyectos proponían una larga dictadura que permitiera una reforma educativa idónea.

El “Proyecto Nacional” del general Ramón Genaro Díaz Bessone, de agosto de 1977, preveía el retorno al gobierno civil recién en 1991; el primer ministro de Planeamiento de la dictadura insistía en que la subversión, que estaba basada en un “caos conceptual”, debía ser combatida a través de la educación para todas las edades y sectores, “inculcándose a la niñez y a los jóvenes sentimientos y valores, así como también espíritu de servicio y patriotismo”.20 La dictadura se 14 “Afirmó Videla que tendrán vigencia los movimientos de opinión”, La Opinión (31/3/1976).

15 “Afirmó el Presidente que la lucha contra la subversión se dará en todos los campos”, La Opinión (8/7/1976). 16 Cabildo (16/7/1976), citado en Rock, Authoritarian Argentina, 229. 17 La Opinión (4/8/1976).

18 Citado en Judith Gociol y Hernán Invernizzi, Un golpe a los libros: Represión a la cultura en la última dictadura militar (Buenos Aires: eudeba, 2002), 29-30. 19 Clarín (7/7/1979), en Jaime Malamud Goti, Terror y justicia en la Argentina. Responsabilidad y democracia después de los juicios al terrorismo de estado (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 2000), 69.

20 “Estructuras y traspaso del poder que prevé el Proyecto Nacional”, La Prensa (31/8/1977). Para un análisis detallado del “Proyecto Nacional”, ver Hugo Quiroga, El tiempo del “proceso”. Conflictos y coincidencias entre

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haría cargo de la formación de “personas responsables” y de la adopción de “las medidas necesarias para prevenir la desviación intelectual y moral de la juventud”.21 El proyecto fundacional de Ricardo Zinn, un economista que en 1975 había diseñado las medidas de ajuste y devaluación implementadas por el ministro de Economía Celestino Rodrigo, convocaba a un plan educativo que fuera compatible con la “filosofía nacional” y que estuviera basado en la “ética cristiana”, la pertenencia de Argentina al hemisferio occidental y los valores de solidaridad y libertad entendidos como base de la iniciativa individual y la propiedad privada.22 Miguel Ángel Iribarne, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad Católica Argentina, exigía el establecimiento de “una concepción integral, cristiana y occidental, que anime el conjunto de la educación a través de sus instrumentos formales e informales”.23 Juan José Catalán, ministro de Educación entre junio de 1977 y agosto de 1978, declaraba que “el sistema de vida democrático, igualitario, abierto, libre, surgido en los siglos xviii y xix, ha sido socavado por la aparición de las masas”, y argumentaba: “creo que falta un elemento sustancial […], una lúcida clase dirigente que señale a la Argentina sus objetivos, que fije las medidas para lograrlos y que transmita a toda la población […] los influjos políticos necesarios para dirigir a la Nación”.24 En tanto, el “Plan Nueva República” de mayo de 1977 exigía al menos doce años de dictadura para cubrir “tres ciclos de educación” y garantizar “la formación de nuevos dirigentes y un movimiento de opinión fortalecido”.25

“Conformación de un sistema educativo acorde con las necesidades del país, que sirva efectivamente a los objetivos de la Nación y consolide los valores y aspiraciones culturales del ser argentino”: éste era el octavo de los “Objetivos Básicos” del prn, que se hicieron circular el día del golpe y gozarían de estatus constitucional.26 Las políticas educativas de la dictadura reflejaron contradicciones más abarcadoras entre los sectores liberales y nacionalistas que integraron el régimen.27 A grandes rasgos, las reformas de la dictadura tendieron a disminuir la garantía de integración y movilidad social característica del sistema educativo argentino. Algunas políticas de índole liberal, tales como la transferencia de las escuelas primarias a las provincias en 1978 y el sistema dual que combinaba la educación técnica con pasantías laborales y la separaba de la educación humanista, tendían hacia la fragmentación del sistema educativo en circuitos diferenciados por sectores sociales, la sujeción de oportunidades educativas a las demandas del mercado laboral

políticos y militares, 1976-1983 (Rosario: Homo Sapiens, 2004), 98-106 y Canelo, El proceso en su laberinto, 68-78.

21 Citado en Adriana Puiggrós, Democracia y autoritarismo en la pedagogía argentina y latinoamericana (Buenos Aires: Galerna, 1986), 200-201. 22 Ricardo Zinn, La segunda fundación de la República (Buenos Aires: Pleamar, 1976), 218-221. 23 Miguel Ángel Iribarne, El rescate de la República (Buenos Aires: Emecé, 1978), 23.

24 La Opinión (20/10/1977 y 3/11/1977), citado en Cecilia Braslavsky, “Estado, burocracia y políticas educativas”, en Juan Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi, El proyecto educativo autoritario: Argentina 1976-1982 (Buenos Aires: flacso, 1983), 94.

25 Del general Jorge Olivera Rovere, secretario general del Estado Mayor del Ejército desde diciembre de 1976; ver Novaro y Palermo, La dictadura militar, 200; Canelo, 75. En marzo de 1978, las Bases Políticas del Ejército para el Proceso de Reorganización Nacional incluían una “Etapa Fundacional” caracterizada por la estructuración de un movimiento de opinión nacional, la normalización de los partidos políticos y finalmente la transición a un gobierno cívico militar. El proceso en su laberinto, 94-96. 26 “Acta fijando el propósito y los objetivos básicos para el Proceso de Reorganización Nacional”, 2.8. 27 Para un análisis detallado de las tensiones internas al prn, ver Canelo, El proceso en su laberinto.

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y la promoción de un modelo regresivo de distribución de la riqueza.28 Sin embargo, fue el catolicismo conservador y no el neoliberalismo el que inspiró las reformas curriculares y disciplinarias y constituyó la ideología dominante que el sector educativo debía reproducir. En reacción directa a los cambios introducidos por el camporismo, el objetivo del currículum era eliminar la subversión e inculcar valores conservadores para la nueva república.29 El siguiente análisis se centrará sobre estos aspectos fundacionales y contrarrevolucionarios que la educación durante la dictadura argentina compartió con otros regímenes contemporáneos del Cono Sur.30

Subversión en el ámbito educativo Marta Royo, profesora de Latín en el Colegio Nacional de Buenos Aires, se sorprendió cuando las autoridades exigieron controlar la tarea para sus alumnos antes de que fuera a la imprenta. Ante la objeción de la profesora, el Jefe de disciplina del colegio le explicó a los gritos que “también en latín se puede ser subversivo”.31 En 1977 un folleto del Ministerio de Educación, titulado Subversión en el ámbito educativo (conozcamos a nuestro enemigo), proveyó una definición abarcadora de la subversión: La subversión es toda acción clandestina o abierta, insidiosa o violenta que busca la alteración o la destrucción de los criterios morales y la forma de vida de un pueblo, con la finalidad de tomar el poder o imponer desde él una nueva forma basada en una escala de valores diferentes. Es una forma de reacción de esencia político-ideológica dirigida a vulnerar el orden político-administrativo existente que se apoya en la explotación de insatisfacciones e injusticias, reales o figuradas, de orden político, social o económico.

El accionar por lo tanto, está dirigido a la conciencia y la moral del hombre a fin de afectar los principios que lo rigen, para reemplazarlos por otros acordes a su filosofía. El esfuerzo de la subversión se concentra en los dirigentes de la estructura social (política, intelectual, económica, religiosa, militar, etc.) teniendo en cuenta la acción multiplicadora que éstos pueden producir.

28 Pablo Pineau, “Impactos de un asueto educacional: las políticas educativas de la dictadura (1976-1983)”, en Pineau et al, El principio del fin. Políticas y memorias de la educación en la última dictadura militar (1976-1983) (Buenos Aires: Colihue, 2006). Para la tendencia antidemocrática de la separación de la educación técnica y la humanística, ver Antonio Gramsci, “On Education”, en Selections from the Prison Notebooks, editado y traducido por Quintin Hoare y Geoffrey Nowell Smith (Londres: Lawrence and Wishart, 1971), 33. 29 Ver Laura Graciela Rodríguez, Católicos, nacionalistas y políticas educativas en la última dictadura (19761983) (Rosario: Prohistoria, 2011); Adriana Puiggrós, “Espiritualismo, normalismo y educación” y Myriam Southwell, “Algunas características de la formación docente en la historia educativa reciente. El legado del espiritualismo y el tecnocratismo (1955-1976)”, ambos en Puiggrós (Editora) Dictaduras y utopías en la historia reciente de la educación argentina (1955-1983) (Buenos Aires: Galerna, 1997).

30 Ver Silvia Campodónico, Ema Julia Massera y Niurka Sala, Ideología y educación durante la dictadura. Antecedentes, proyecto, consecuencias (Montevideo: ebo, 1991); Kathleen B. Fischer, Political Ideology and Educational Reform in Chile, 1964-1976 (Los Ángeles: ucla, 1979).

31 Entrevista a Marta Royo, 4/4/2012. Una versión de esta anécdota aparece en Santiago Garaño y Werner Pertot, La otra juvenilia: militancia y represión en el Colegio Nacional de Buenos Aires: 1971-1986 (Buenos Aires: Biblos, 2002), 110.

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Por ello la acción subversiva afecta todos los campos del quehacer nacional, no siendo su neutralización o eliminación una responsabilidad exclusiva de las Fuerzas Armadas, sino del país y la sociedad toda, a través de sus instituciones. El objetivo final de la subversión es la toma del poder mediante la sustitución del gobierno establecido.32

Este panfleto del Ministerio y otro del Estado Mayor del Ejército describían así la supuesta tarea de la subversión en la escuela primaria: “en estos niveles el accionar subversivo se desarrolla a través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los pequeños alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes, aptas para la acción que se desarrollará en niveles superiores”.33 Sin embargo, especificaban: “en este nivel no existen, hasta el presente, organizaciones estudiantiles que realicen tareas de captación o agitación”. Si el Ejército y el Ministerio de Educación consideraban oportuno aclarar que los niños de entre seis y trece años de edad no estaban siendo captados por agrupaciones estudiantiles subversivas como paso para su ulterior reclutamiento en organizaciones guerrilleras, era porque a su juicio otros tipos de subversión ya operaban en las aulas.

El adoctrinamiento subversivo en el jardín de infantes y la escuela primaria consistía en la estimulación de la libertad y la rebeldía. Continuaba en la escuela secundaria con un proselitismo explícito por profesores y organizaciones estudiantiles marxistas, que se aprovechaban de la apatía o indiferencia de docentes no marxistas y así atraían a los alumnos hacia el combate armado. Los estudiantes eran finalmente reclutados en grupos armados en sus últimos años de secundaria o en la universidad.34 De acuerdo a estos documentos, la subversión en la escuela primaria se aprendía “a través de charlas informales y mediante la lectura y comentario de cuentos tendenciosos editados para tal fin”. “En ese sentido”, ilustraban, “se ha advertido en los últimos tiempos una notoria ofensiva marxista en el área de la literatura infantil”. Estos temibles libros de “editoriales marxistas” les enseñaban a los niños a “no tenerle miedo a la libertad” y a “afirmar su ser”: “a defender su yo contra el yo que muchas veces le quieren imponer padres o instituciones, consciente o inconscientemente, víctimas a su vez de un sistema que los plasmó o trató de hacer a su imagen y semejanza”.35 Estos conceptos fueron reproducidos en una resolución ministerial de octubre de 1977 que buscaba instruir a docentes y autoridades educativas sobre cómo reconocer y combatir la subversión en su ámbito. La “Directiva sobre infiltración subversiva en la enseñanza” explicaba: La agresión marxista internacional considera a los ámbitos de la cultura y de la educación los más adecuados para ir preparando el terreno fértil que le permitirá orientar subjetivamente la conciencia de los futuros dirigentes del país hacia el sistema político que sustenta.

32 mce, Subversión en el ámbito educativo (conozcamos a nuestro enemigo) (Buenos Aires: mce, 1977), 16. Cursivas de autor; en cenide, Foll 37.014.7. Ver también el análisis de Rodríguez en Católicos, nacionalistas, 52-57, 67.

33 mce, Subversión en el ámbito educativo, 48-49; Estado Mayor General del Ejército (emge), Marxismo y subversión: Ámbito educacional (sin lugar, sin fecha [1977]), 19-20; en cenide, Foll 37.014.7. 34 emge, Marxismo y subversión, 21. Las principales organizaciones identificadas por el Estado Mayor eran la Juventud Guevarista (afiliada al Partido Revolucionario de los Trabajadores y al Ejército Revolucionario del Pueblo), la Unión de Estudiantes Secundarios y la Juventud Universitaria Peronista (ambas ligadas a Montoneros).

35 emge, Marxismo y subversión, 19-20; mce, Subversión en el ámbito educativo, 49.

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Para ello desarrolla una acción de infiltración que, perfectamente planificada y ejecutada, le permita acceder a las aulas, para luego desde ellas inculcar conceptos o interpretaciones de nuestra religión, historia o tradiciones, y de la realidad actual, que ponen en tela de juicio los valores fundamentales que sustentan la civilización occidental y cristiana. […] Esta acción se cumple en todos los niveles educativos a través del personal docente marxista infiltrado, con la colaboración directa o indirecta y muchas veces involuntaria del resto del personal.36

En el contexto de la Guerra Fría, el concepto de subversión se refería a un enemigo abarcador que no respetaba fronteras nacionales. La Doctrina de la Seguridad Nacional, con fuentes tanto en Estados Unidos como en la contrainsurgencia francesa en Argelia, tendía hacia la inclusión de fenómenos como huelgas obreras, organizaciones políticas de izquierda, movimientos estudiantiles y guerrillas en la categoría general de “subversión interna”, concebida como una manifestación del comunismo internacional dentro de los parámetros de la confrontación entre dos hemisferios con preceptos económicos y sistemas políticos opuestos. Esta concepción influyó sobre la cosmovisión de las Fuerzas Armadas argentinas durante los sesenta y setenta.37 Sin embargo, el concepto de subversión iba todavía más lejos. “Porque subversión no es ni más ni menos que eso: subversión de los valores esenciales del ser nacional”, señalaría Videla en mayo de 1976.38 Si no se trata de una definición circular, el enunciado del dictador al menos significaba la total naturalización de los valores nacionales: incluso sin definirlos, toda oposición a ellos era por definición subversiva. Aunque los valores nacionales tenían un contenido concreto para los militares (propiedad privada, catolicismo conservador, santidad de la familia, inviolabilidad de las fronteras), eran fundamentalmente concebidos en oposición a un enemigo externo a la nación y antitético a ella. La identificación y aniquilación de ese enemigo se constituyeron así en necesidades para la paz social y la realización nacional. La resultante universalidad de la subversión correspondía a la extensión casi ilimitada de los métodos represivos y de sus víctimas.

De hecho, la subversión no era el enemigo monolítico de la nación, sino un proceso de identificación que amenazaba la homogeneidad imaginaria de la “argentinidad” tan reiterada en el discurso militar. Si entendemos a la subversión desde una perspectiva lingüística, como “la presencia de lo contingente en lo necesario”, donde la necesidad es el “esfuerzo de literalización que fija las diferencias de un sistema relacional”, entonces la subversión tiende a socavar y remover los elementos de la cadena de significación.39 El “esfuerzo de literalización” dictatorial pretendía fijar las identidades bajo la noción abarcadora de argentinidad y suponía, por ello, la exclusión 36 “Directiva sobre infiltración subversiva en la enseñanza”, anexo de la Resolución Nº44 de la Secretaría de Estado de Educación (see) (11/10/1977), transcrita en la Circular Nº187 de la Dirección Nacional de Educación Media y Superior (dinems) (27/10/1977); en Archivo Normal 1, La Plata. Una formulación casi idéntica se encuentra ya en Subversión en el ámbito educativo, 45.

37 Peter Smith, Talons of the Eagle, 201-202; Rock, Authoritarian Argentina, 196 y 228; Marie-Monique Robin, Escadrons de la mort, l’école française (Paris: Découverte, 2004). El periódico bimensual Estrategia, fundado por Juan Guglialmelli en 1969 sobre el modelo del francés Stratégie, servía para diseminar la Doctrina de la Seguridad Nacional en el Ejército argentino. 38 La Opinión (25/5/1976).

39 Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democratic Politics (Londres: Verso, 1985), 113-114; Michel de Certeau, The Capture of Speech and Other Political Writings. Traducido por Tom Conley y editado por Luce Giard (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1997), 3-60.

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de esfuerzos alternativos y contingentes –también en latín–. La represión de identificaciones alternativas era una forma de compatibilizar la realidad con la ideología mediante la violencia.40 La subversión consistía en alterar o desafiar las relaciones, las identificaciones y los valores sociopolíticos existentes y, a la vez, proponer o ejercitar otros alternativos; en tanto significaba acción individual o colectiva contra el orden dominante, o independiente de él, la subversión era más o menos sinónimo de libertad.41

Los subversivos promovían la “liberación”, que la dictadura denunciaba como opuesta a la libertad por basarse en el análisis de las determinaciones históricas. Así es que, como señala Bruera en el epígrafe del presente trabajo, quienes decían promover la libertad “a lo mejor asumían el papel de represores”. De esta manera sugiere la preeminencia del “desfasaje entre los ideales abstractos y los actos concretos” que Rodolfo Walsh identificó en la derecha argentina.42 El ex ministro aún enfatiza su intención de “crear inteligencia”, además de “depurar” el sistema educativo, durante su gestión ministerial. Interpelado sobre la posibilidad de que la creación de inteligencia requiriera la permanencia de “subversivos” en el ámbito educativo, con la consecuente pluralidad de ideas, Bruera no duda: “no, porque eran irreductibles […]. Los ideólogos son irreductibles, no dialogan”. El adjetivo esgrimido es sorprendentemente similar al utilizado por la dictadura para referirse a los subversivos que supuestamente merecían la desaparición permanente: “irrecuperables”. La respuesta sobre la incapacidad de los ideólogos para el diálogo podría ser autorreferencial, pero Bruera no considera esta posibilidad.43

La formación de personas La formación de personas consistía en dos momentos fundamentales: la erradicación de la subversión y la inculcación de valores conservadores. El siguiente análisis se centrará sobre el segundo aspecto, menos estudiado en la bibliografía existente.

La socialización de las personas para la nueva república comenzaba en el aula. En el nivel primario de educación formar personas implicaba promover la virtud espiritual, la perfectibilidad y el esfuerzo individual, dentro de una concepción de la libertad basada en el orden y la autoridad. Bruera aclaró, en un discurso televisado el 13 de abril de 1977, que en la relación pedagógica había operado un proceso “seudo-revolucionario” promovido por “falsas oposiciones entre autoridad y libertad”, que resultó en un “desorden total” y la ruptura de valores esenciales.44 Dos meses después habló de una ruptura del “orden jerárquico”.45 El objetivo del régimen era restablecer 40 Hannah Arendt atribuía esta lógica a los regímenes “totalitarios”, en Origins of Totalitarianism (Nueva York: Harcourt Brace, 1951), 341.

41 Ver la definición de “acción” en Hannah Arendt, The Human Condition (Chicago: University of Chicago Press, 1958), 177. 42 Rodolfo Walsh, Operación masacre (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1972), 197.

43 Entrevista a Bruera, 25/4/2012. No parece que Bruera pretendiera justificar la desaparición de personas por motivos puramente ideológicos, ni colaborar con ella directamente. (Este tema, relativo al Operativo Claridad, merece un estudio aparte, a base de documentos secretos inéditos en posesión del autor). Sin embargo, las ideas que motivaron la activa campaña del ministro para excluir permanentemente a individuos considerados subversivos del ámbito educativo son las mismas que, según la cúpula militar, justificaban las políticas represivas más extremas. 44 La Opinión (14/4/1976); “Mensaje del Ministro de Cultura y Educación al país”; cenide, Foll 042.4. Una copia de este discurso fue también suministrada por Bruera al autor en junio de 2012.

45 La Opinión (4/6/1976).

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las jerarquías mientras hacía que la libertad no sólo fuera compatible con la autoridad, sino que dependiera de ella; para eso, Bruera aplicó la doctrina de “educación personalizada”.

El educador español Víctor García Hoz, vinculado al Opus Dei, había desarrollado el concepto y el método de la educación personalizada bajo la dictadura de Francisco Franco. Sus libros eran, desde los años sesenta, lectura obligatoria en los profesorados de algunas universidades nacionales, entre ellas la de Rosario, de donde Bruera es oriundo.46 La educación personalizada se basa en una estrecha relación entre maestro y alumno, poniendo especial énfasis en los valores del esfuerzo, el ascetismo y la espiritualidad. Busca la formación de la personalidad del alumno a través de la obediencia y la independencia totales, cuya oposición sería sólo aparente. García Hoz resolvía la paradoja de esta “pedagogía ascética” de manera algo pueril, mediante el reconocimiento de “un dogma y un principio moral superior a toda voluntad y a toda inteligencia humana, propias y ajenas”, que implicarían “toda independencia de lo que a la ley se oponga y toda obediencia a lo que ella prescribe”.47 Concebida como aborrecimiento de lo prohibido, la independencia obviamente no se oponía a la sumisión. Esta era la libertad que los voceros de la dictadura promovían, denunciando como Bruera la “falsa oposición” entre autoridad y libertad. En efecto, según Bruera “la obligación es principio de la libertad […]; soy libre cuando yo por mi propia decisión y opción asumo el camino que tengo que realizar, pero no cuando hago todo lo que quiero”.48 La finalidad de la escuela dictatorial era el desarrollo de la moral y de la conciencia nacional: “nuestra tarea”, explicó Bruera en aquel discurso inaugural de 1977, es “cooperar en el desarrollo moral de nuestros alumnos, ayudarlos a descubrir los valores de nuestra comunidad nacional”.49 Se buscaba la perfección moral a través de “la propia educación”, ilustrada con el imaginario cristiano de santos y ermitaños: “esta concepción ascética de la propia vida figurada en el rigor que exige siempre el subir una montaña”.50 El ascetismo se oponía al materialismo que, de acuerdo con el pensamiento nacionalista, caracterizaba tanto al liberalismo como al comunismo.51 Según Bruera, “la virtud es el principio por el cual se adquiere el cumplimiento espontáneo y legítimo de la obligación” y se obtenía mediante el esfuerzo personal y no a través de la memorización o la 46 Ver Carolina Kaufmann, “La Siberia rosarina: irice-conicet-unr, Argentina (1977-1983)”, en Kaufmann (Editora) Dictadura y educación. Vol. 1: Universidad y grupos académicos argentinos (1976-1983) (Buenos Aires: Miño y Dávila, 2001); Rodríguez, Católicos, nacionalistas, 98-101.

47 Nelly M. Filippa, Educación personalizada y dictadura militar en Argentina, 1976-1983 (San Juan: Universidad Nacional de San Juan, 1997). La cita es de Víctor García Hoz, Pedagogía de la lucha ascética (Madrid: csic, 1947), 403-405, citada en Filippa, Educación personalizada, 40-41. El análisis de libertad y autoridad (o independencia y obediencia) de García Hoz se basaba en una distorsión del de Hegel, que según el español era su inspiración. Según García Hoz la resolución de la oposición entre libertad (conciencia) y orden social se resolvería a través de la sumisión al orden social “entendido como libertad”. Esto no es una resolución dialéctica sino la prevalencia de uno de los momentos, aunque éste sea llamado por el nombre de su antítesis. Ver G. W. F. Hegel, “Espíritu objetivo: El orden ético”, en La fenomenología del espíritu, secciones 464-476. 48 Entrevista a Bruera, 20/6/2008.

49 Bruera, “Iniciación del curso lectivo 1977”, 8. 50 Bruera, “Iniciación”, 10.

51 El ascetismo también contradecía el consumismo fomentado por el plan económico del régimen; Tedesco, “Elementos”, 26. Bruera imponía así una “pedagogía asocial”, es decir, una pedagogía alienada de la realidad social; “Iniciación”, 30. Lo que los alumnos realmente aprendían era la realidad social en tanto ésta permeaba las instituciones educativas, constituyendo así el “currículum oculto”. Esta dinámica habría complicado o impedido la reproducción ideológica que las reformas educativas pretendían; Ibíd., 20-21.

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sumisión a demandas externas, por lo que enfatizaba la autoeducación y la “cooperación”.52 Los docentes “cooperaban” porque, por un lado, lo principal era la “autoeducación” y, por otro, según el principio de subsidiariedad del Estado en el plano educativo, la escuela apenas complementaba a la familia, que Bruera describía con adicción al neologismo cuando hablaba de “la autoridad paterna” y del “poder adulto para arquitecturar orgánicamente el juego generacional”.53

Paradójicamente, este proceso estrictamente disciplinado debía conducir al “desarrollo libre y autónomo de la personalidad”, concebido como un proceso de permanente realización y perfeccionamiento. En efecto, se pretendía así “valorar la libertad del otro, nuestro alumno”. Citando a Agustín, Bruera argüía que esto era posible porque la conducción del maestro debía basarse en el afecto.54 Pero el argumento era aun más compatible con otra noción de Agustín, que el ministro no citaba, según la cual el individuo sólo es libre cuando escapa de la esclavitud a sus instintos a través del libre sometimiento a la Verdad: la racionalidad y la fe, Dios, el orden social, la Ley.55

La “propia educación” no estaría completa sin otro elemento: “no es posible, de ninguna manera, alcanzar las metas de la propia educación y de la incorporación adulta a la sociedad sin violencia sobre la propia pasividad, sin renunciamientos sobre la comodidad complaciente”56Con la cooperación del maestro, el alumno debe (activamente) violentar su propia pasividad para entrar al orden social. De la misma manera que la dictadura demandaba y conseguía la autocensura de la sociedad, su atribución del origen de la violencia (que caracterizaba al aparato educativo como a todos los otros ámbitos) al individuo, en este caso al niño, constituía, en efecto, una demanda de que los niños internalizaran esa violencia para desarrollar su consciencia. Esta postulación era significativamente similar a la descripción nietzscheana del desarrollo de la conciencia: Todos los instintos que no se descargan afuera se tornan hacia adentro –esto es lo que llamo interiorización del hombre: así surge por primera vez lo que más tarde se llama su “alma”. […] El instinto de libertad forzado a la latencia –es evidente–, este instinto de libertad reprimido, contenido, aprisionado en el interior y finalmente descargado sólo sobre sí mismo: eso, y solamente eso es en sus comienzos la mala consciencia.57

En palabras de Bruera: “reingresar al rigor escolástico de la formación como misión significativa y única asumible por las instituciones educativas, representa para mí toda una plataforma política”.58 Si el origen de la filosofía moderna, que Descartes describió como copernicano, fue 52 Entrevista a Bruera, 20/6/2008. 53 “Iniciación”, 4. 54 “Iniciación”, 9.

55 Agustín, De libero arbitrio, Libro Segundo. Para la relación entre razón y fe (crede, ut intelligas), ver el Sermón 43.7. Para la conexión entre los órdenes religioso y social, ver Civitas Dei. 56 “Iniciación”, 10.

57 Friedrich Nietzsche, Zur Genealogie der Moral, Ensayo 2, secciones 16 y 17 (traducción del autor en colaboración con Juan Melone). Nietzsche describe este proceso por el cual el individuo y su (siempre mala) consciencia surgen mediante la internalización de la norma y el castigo a su violación; Zur Genealogie der Moral, 1.13 y 2.13-17. En tanto, Michel Foucault presenta el castigo como la forma que toma el poder para engendrar un sujeto sometido: “el hombre del que nos hablan y que nos invitan a liberar ya es el efecto de una sujeción más profunda que él mismo. Lo habita y lo hace existir un «alma» que ya es parte del dominio ejercido por el poder sobre el cuerpo. El alma es efecto e instrumento de una anatomía política; el alma es prisión del cuerpo”; Surveiller et punir: Naissance de la prison (Paris: Gallimard, 1975), 34. Traducción del autor. 58 Bruera, “Educación y política” (1979), citado en Kaufmann, “La Siberia rosarina”, 164.

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el remplazo del silogismo escolástico por el pensamiento del individuo como primera premisa irrefutable, la operación ptolemaica del ministro implicaba una reafirmación de las verdades autoritativas sobre el razonamiento del individuo, así como la demanda de que su yo fuera modelado por esas verdades. Este proceso personal facilitaría la formación política de “la moral y la conciencia nacional”.

El “proceso de organización de la personalidad” La reforma en educación cívica fue el más nítido reflejo educativo del proyecto político de la dictadura. El tema era tan urgente que Bruera procedió a modificar el currículum inmediatamente después de asumir el ministerio. Con buenos motivos, Bruera evalúa en la actualidad que “ersa era toda la lucha de clases llevada a la formación de los chicos”.59 Su tercera resolución, dictada en su segundo día a cargo de la cartera, explicitaba la necesidad de reformar los contenidos de Estudio de la Realidad Social Argentina (ersa), la educación cívica del camporismo todavía vigente. Según la directiva arriba citada, los contenidos de la educación subversiva incluían:

a. Tendencia a modificar la escala de valores tradicionales (familia, religión, nacionalidad, tradición, orden, jerarquía). b. Destrucción del concepto tradicional de familia y de la autoridad paterna. c. Desnaturalización del principio de la propiedad privada.

d. Interpretación tendenciosa de los hechos históricos, asignándoles un sentido clasista o reivindicatorio de los anhelos populares contra los excesos del capitalismo.

e. Utilización interesada de la doctrina social de la Iglesia para alentar la lucha de clases.60

Estos contenidos podrían haber sido un resumen sintético de ersa. Guiada por la teoría de la dependencia y por un cristianismo conciliar, ersa había incorporado el revisionismo de la historiografía liberal para denunciar la explotación de Argentina, y del resto de América Latina, por potencias extranjeras y las desigualdades entre clases sociales y regiones que resultaron del sistema agroexportador. Al mismo tiempo, el currículum estimulaba a los alumnos a estudiar la realidad social en su entorno inmediato y a luchar por una sociedad igualitaria bajo la consigna de “liberación o dependencia”.61

Según la resolución de Bruera, la educación cívica debía centrarse en valores morales, ideales nacionales e instituciones históricas, no en asuntos socioeconómicos. El objetivo era “iniciar al alumno en el conocimiento de los ideales de vida y de las instituciones de las distintas épocas históricas a fin de posibilitar el desarrollo de su capacidad de comprensión del presente y de los valores de la moral cristiana de la tradición nacional y de la dignidad del ser argentino”.62 Tres décadas y media después, Bruera reconoce con respecto a la cuestión del “ser nacional” que “ahí había algo fundacional frente a las tergiversaciones que venían desde ersa”.63 El 8 de julio de 59 Entrevista a Bruera, 20/6/2008.

60 “Directiva sobre infiltración subversiva en la enseñanza”, 3.

61 “Estudio de la Realidad Social Argentina”, Nueva Serie Divulgación 9 (cenide [n], mce, 1974), 2; en cenide, Foll 372.83 1. Ver también la Resolución del mce Nº368 (10/7/1973) y el resumen del Decreto Nº384/73, en bc 16-2 (junio de 1973), 6. 62 Resolución del mce Nº3 (31/3/1976), Anexo I, bc 18-1 (abril de 1976), 16-17; cenide.

63 Entrevista a Bruera, 25/4/2012.

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1976, Videla y Bruera decidieron el remplazo permanente de ersa por Formación Cívica a través de un decreto presidencial que era a la vez resolución del Ministerio de Educación. Entre los considerandos se estipulaba: “Que es preciso afianzar el proceso de organización de la personalidad del joven y lograr su proyección hacia la madurez adulta de manera tal que llegue a ser un ciudadano consciente y participativo, con capacidad de asumir la situación social”.64 ¿Qué significaba organizar la personalidad de los alumnos de secundaria? Una guía difundida en julio de 1976 comenzaba con una transcripción del decreto citado, seguida inmediatamente de un enunciado del objetivo del nuevo currículum: “la Formación Cívica proporciona la oportunidad para que el alumno pueda internalizar juicios de valor ético-social contribuyendo, de esta manera, a afianzar el proceso de organización de su personalidad y la asunción de conductas que le permitan llegar a ser un ciudadano consciente y participativo”.65 Bruera proporcionó una respuesta más detallada en un extenso discurso pronunciado ante un público de directores de Institutos del Profesorado dos meses después del decreto. Allí argumentó que la Formación Cívica buscaba socializar a los alumnos a través de la internalización de normas, inculcándoles ciertos valores considerados tradicionalmente argentinos que servirían como base de futuros proyectos sociopolíticos e impartiendo una noción de libertad basada en la obediencia a la autoridad y en la conformidad al orden social.66

“Yo no creo en los procesos revolucionarios”, explica hoy Bruera, “creo, complementariamente, que no hay transformación del futuro sin respeto de la tradición. Todo país crece porque respeta su tradición, su historia, y la proyecta hacia un futuro no estanco, sino mejor”.67 El entonces ministro describía Formación Cívica en términos similares, como un proyecto contrarrevolucionario: la imposición deliberada de una ideología que recuperaba valores supuestamente tradicionales en oposición a ideologías y programas revolucionarios. Las tradiciones empleadas conscientemente en la formación de personas idóneas constituirían la base de una sociedad futura. La sociedad de ayer, esa sociedad de la que tomamos las tradiciones que conservamos y reproducimos, esa sociedad que de alguna manera nutre el contenido formativo de toda acción educativa, de ninguna manera puede pensarse como desligada de un futuro dinámico. Es decir, esa tradición de contenidos culturales tiene medida en tanto tiene sentido, en tanto engarza con un proyecto futuro […]. Porque, en definitiva, al crear cada hombre –educar es un poco ir creando, ir desarrollando sus virtualidades, sus potencialidades–, tenemos que tener muy preciso y muy claro que en él estamos también recreando la sociedad.68

Para “conformar nuestra unidad como país y como nación”, según Bruera, se hacía necesario “intensificar la acción de la escuela en esa explicación de los valores reales, existentes, pero tal vez

64 Decreto Nº1.259 y Resolución del mce Nº610 (8/7/1976), en bc 18-5, Anexo (julio de 1976), 2. La Resolución del mce Nº728 del 9 de agosto de 1976 eximió a los alumnos que adeudaran ersa de rendir examen; bc 18-9 (septiembre de 1976), 1. 65 “Formación Cívica. Guías para la Enseñanza del Ciclo Básico”, bc 18-5, Anexo (julio de 1976), 6.

66 “Exposición del señor Ministro de Cultura y Educación” (9/9/1976). Ver también Carolina Kaufmann y Delfina Doval, Paternalismos pedagógicos (Rosario: Laborde, 1999), 128. 67 Entrevista telefónica a Bruera, 20/6/2012. 68 “Exposición”, 24.

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ocultos en nuestra sociedad” e “introducir en la educación una moral deliberada, es decir, una enseñanza moral deliberada y no oculta”.69

Siguiendo la lógica de la educación personalizada, Bruera argüía que la libertad no era solamente compatible con la autoridad sino que la presuponía. De este modo, la libertad no sería más que obediencia a la norma (correcta), mientras que la aceptación de un orden social dado (y externo), o la definición kantiana de la heteronomía, sería la base o incluso sinónimo de la autonomía individual. Bruera, en efecto, afirmaba que las etapas del desarrollo de la moral a través de la Formación Cívica “le permiten al alumno avanzar desde una heteronomía hasta una autonomía” y explicaba que “nosotros tendemos básicamente con ello a formar ciudadanos racionales, responsables, altruistas, pero básicamente autónomos, es decir, dueños de su propio yo”.70 Continuando con la inversión, Bruera declaraba que la “libre” individualidad del alumno era un efecto de su sumisión al orden social o del proceso de socialización: “se trata del problema de la obediencia en relación con el cumplimiento de la norma. La obediencia es una condición del hombre. La obediencia es una potencia humana que también se desarrolla […]. Esto implica un desafío, la necesidad de conducir a nuestros alumnos dentro del proceso de socialización, o sea, de asumir la sociedad, que es paralelo, que es simultáneo, que es lo mismo que asumir su propio yo”.71 El proceso de socialización, entendido como el proceso a través del cual un individuo aprende las formas de una sociedad para funcionar en ella, demandaba que el alumno internalizara un conjunto de normas y valores, transformándolos en elementos constitutivos de su disposición natural: ¿Qué es internalización?

Definimos a [sic] internalización como una conformidad con ideas valorativas dadas que se convierten en una disposición de necesidades en la personalidad del que actúa. ¿Qué significa convertirse en una disposición de necesidades? Es algo que pasa a ser propio de la persona, que se integra jerárquica y valorativamente en ella y que, por su unicidad tiene precisamente el doble carácter de ser integrativo y jerarquizador de valores. Es decir, la persona internaliza en la medida en que desarrolla su yo: socializa en la medida en que se incorpora a los modos de una sociedad. Los modos de la sociedad también integran y desarrollan el yo cuando se convierten en una disposición de necesidades, es decir, es algo que se asume, en primer lugar, libremente, y de responsabilidad porque la estructura de la personalidad implica la idea de libertad de elección por la propia existencia.72

Dicho de otra manera, la internalización sería la incorporación de ciertos valores entendidos como “los” modos de una sociedad, de tal forma que esos valores se transformen en disposiciones 69 “Exposición”, 27.

70 “Exposición”, 27-28. Para una discusión de la autonomía y la heteronomía, ver Immanuel Kant, Groundwork of the Metaphysics of Morals, traducción de H. J. Paton (Nueva York: Harper, [1948] 1964), 88-95. La autonomía es “la propiedad que tiene la voluntad de ser una ley para sí misma (independientemente de toda otra propiedad perteneciente a los objetos del deseo)” o “la Idea de la voluntad de todo ser racional como una voluntad que hace la ley universal”; Groundwork of the Metaphysics of Morals, 87 y 70. Cursivas en el original. Obedecer normas externas llevaría a la variación del acto moral de acuerdo a circunstancias cambiantes, lo cual contradiría el requisito de máximas universales; Groundwork of the Metaphysics of Morals, 13. 71 “Exposición”, 34.

72 “Exposición”, 25-26.

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necesarias o naturales. Un ejemplo aclara la cuestión: “una cosa es que los chicos formen fila en la escuela porque si no viene la sanción”, ilustraba el ministro, “y otra que realmente la idea de orden haya sido internalizada como tal y sea una disposición de necesidad en su personalidad”.73

Para contrarrestar la heteronomía basada en el miedo o la obediencia a normas externas, como el orden, por temor a consecuencias adversas, Bruera no proponía una autonomía digna del nombre; por ejemplo, que los niños concluyeran racionalmente, a la manera del imperativo categórico, que la voluntad de universalizar una máxima contraria al orden sería lógicamente contradictoria. Lo que el ministro postulaba era una forma de heteronomía internalizada e incluso instintiva, similar a la del relato nietzscheano. Es decir, la obediencia a la norma no derivaría de la internalización del proceso racional y general que determina la validez de normas particulares, sino de la incorporación de normas particulares como partes intrínsecas de la personalidad. El individuo no tendría la opción de obedecer o desobedecer la norma, porque ésta se habría transformado en una “disposición de necesidad”. Sin embargo, la internalización de estas normas, base del proceso de socialización, era concebida como la libertad misma. El propio desarrollo del yo, a través de la incorporación de los modos sociales como necesidades, se daba “libremente”. En una notoria inversión filosófica, la dictadura –y la Formación Cívica de Bruera– habían redefinido la libertad como su histórico contrario, la necesidad. Al consistir en obediencia irreflexiva (“internalizada libremente”) y por ende en incapacidad de opción, la libertad no era sino determinación natural.74

Formación Moral y Cívica Enfatizando “los ideales de vida y las instituciones de las distintas épocas históricas” y buscando la internalización de “juicios de valor ético-sociales”, Formación Cívica representó un significativo alejamiento de la concepción materialista de ersa; pero la reacción en educación cívica se radicalizó más aún con la implementación de Formación Moral y Cívica (fmc), que remplazó a Formación Cívica a principios del año lectivo 1979. fmc ponía el énfasis sobre los valores cristianos, imponiendo la educación religiosa en forma para nada encubierta; al mismo tiempo promovía una identidad nacional homogénea, deshumanizaba la subversión y disociaba el estudio de las instituciones republicanas de la realidad política.75 En lugar de valores “socio-éti73 “Exposición”, 31.

74 Para la oposición entre el dominio de la necesidad (la naturaleza) y el dominio de la libertad (la voluntad), ver la tercera antinomia en Immanuel Kant, Critique of Pure Reason (1781), 444-451 o (1787), 472-479, traducido y editado por Paul Guyer y Allen W. Wood (Cambridge: Cambridge University Press, 1998) y Groundwork, 105-110. Para el progreso infinito cuyo final (imposible) sería la unidad entre libertad y naturaleza y la coincidencia entre virtud moral y felicidad natural, ver Kant, Critique of Practical Reason, en Practical Philosophy, editado y traducido por Mary J. Gregor (Cambridge: Cambridge University Press), 122 y 125. En una de las formulaciones de Kant, mientras que la heteronomía consiste en estar gobernado por leyes externas, la autonomía es la capacidad que tiene el individuo racional de dotar a la naturaleza con las “leyes de la libertad”; Kant, Critique of Judgment, traducido por James Creed Meredith (Oxford: Oxford University Press, 1952), 176.

75 Ver Carolina Kaufmann y Delfina Doval, “La enseñanza encubierta de la religión: la «Formación Moral y Cívica»”, en Kaufmann (Editora) Dictadura y educación. Vol. 3: Los textos escolares en la historia argentina reciente (Buenos Aires: Miño y Dávila, 2006); Luis Alberto Romero, Luciano de Privitellio, Silvina Quintero e Hilda Sábato, La Argentina en la escuela: la idea de nación en los textos escolares (Buenos Aires: Siglo xxi, 2004), 126-139; Rodríguez, Católicos, nacionalistas, 90-94. Para un análisis de Educación Moral y Cívica en Uruguay durante la dictadura, ver Campodónico et al, Ideología y educación. Por su parte, la dictadura brasileña impuso la materia Educação Moral e Cívica, de rasgos similares a los aquí descritos, en 1969.

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cos”, los objetivos de fmc incluían el “desarrollo de actitudes ético-religiosas”. Así lo aclaraban los Contenidos Básicos, aprobados en diciembre de 1978 por la Séptima Asamblea Extraordinaria del Consejo Federal de Educación (cfe) e implementados por una resolución que se publicó en la peculiar fecha del 29 de febrero de 1979.76

Los contenidos básicos de fmc incluían una introducción con el marco general y los principales objetivos del nuevo currículum, que comenzaba con una descripción de la sociedad como realización extrahistórica de la naturaleza humana y medio necesario para la perfección moral del individuo. A partir de esta concepción era indispensable inculcar valores “rectos” en los jóvenes y, confrontando la amenaza de los principios subversivos, aseverar el “derecho” de los jóvenes a la educación moral. La persona-única, indivisible, incomunicable en su ser e irrepetible busca continuamente su perfección. Esta perfección sólo puede obtenerla en el medio social, hacia el cual el hombre está orientado y donde actualiza todas sus potencialidades. La sociedad no es la resultante de procesos históricos sino una respuesta concreta, real y efectiva a la naturaleza misma del hombre: al ser humano le es esencial la vida en sociedad. […] Es por ello que se hace necesario preparar a la juventud para que organice y lleve adelante su vida personal y social sobre la base de rectos principios morales que la eleven a su perfección en todos los órdenes.

Transmitir principios sólidos de ética individual y comunitaria constituye, además, una respuesta al permanente cuestionamiento que el hombre se realiza respecto del sentido y fin último de su vida. La persona se encuentra hoy amenazada por principios materialistas y disociadores que la desorientan y desubican tanto en sus actividades sociales como en su vida interior. Ante esto, resurge, con clara nitidez, el derecho de los jóvenes a la educación moral y la ineludible responsabilidad de los educadores.77

Luego de milenios de incertidumbre existencial, las autoridades educativas de la dictadura argentina habían definido el sentido de la vida. Los contenidos mínimos de fmc tomaban del tomismo una descripción del bien común como el conjunto de condiciones que posibilitan la realización individual: Debe revitalizarse los valores éticos para su reordenamiento y consolidación de la recta vida social y política.

Los jóvenes deben comprender que una comunidad política debe tener como objetivo superior la búsqueda de la plena realización y que ésta sólo se encuentra en la consolidación del bien común, entendido como el conjunto de condiciones de la vida social que posibilita la perfección a cada uno de sus miembros y destacando que su logro no es obligación particular de ningún sector, sino responsabilidad personal indelegable.78

Juan Rafael Llerena Amadeo, que como ministro de Educación (1978-1981) presidió la asamblea del cfe donde se aprobó el documento, debe haber impulsado esta visión tomista de la 76 Resolución del mce Nº254 (16/2/1979), en bc 18-63 (“29 de febrero de 1979”), 2-10. 1980 fue año bisiesto.

77 “Contenidos Mínimos del Ciclo Básico para el nivel medio”, anexo de la Resolución del mce Nº48 (9/1/1979), en bc 18-61 (diciembre de 1978): 1-14; cita de página 2. Cursivas del autor. 78 “Contenidos Mínimos”, 3.

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sociedad. Llerena había sido Subsecretario de Educación (1967-1968) durante la dictadura de Juan Carlos Onganía y dice haber querido sentar las bases para una ley orgánica en educación durante el prn: “esas bases”, explica Llerena en orden significativo, “tenían que ser conforme al orden natural, conforme a la moral, conforme a nuestra constitución, conforme a todos los principios de derecho que yo como abogado había estudiado en la uba”. Reflexionando sobre el octavo “Objetivo Básico” arriba citado, Llerena explica el proyecto educativo de la dictadura –en tono contrarrevolucionario y fundacional– como la recreación de valores conservadores pasados para una sociedad futura: “había que trabajar mucho para llegar a que ese sistema educativo fuera acorde no sólo a las consecuencias, a la situación de ese momento del país, sino mirando hacia el futuro, a los objetivos de la nación, y mirando, poniendo el pie en el pasado, consolidando los valores que habían formado el hombre argentino y llevarlos hacia delante. Y esto es una tarea y un desafío arduos”.79

Llerena Amadeo no se distinguía por su consistencia ideológica, sino por la adopción más o menos pragmática de diferentes elementos doctrinales para justificar posturas y proyectos políticos.80 Orgulloso descendiente de Juan Llerena, constituyente por San Luis en la Asamblea de 1853, el ex ministro afirma: “yo siempre fui partidario de respetar la Constitución Nacional”. Sin embargo, admite que se desempeñó en cargos públicos sólo durante “gobiernos de facto” y admira el “fraude patriótico” de la década del treinta. “Porque los conservadores gobernaban con influencia europea, y entonces trataban de que el país fuera un país brillante”, explica Llerena con elocuencia: “había que hacer fraude para que ganaran; si no, ganaba el radicalismo. Como el radicalismo había que evitar que ganara, entonces era patriotismo evitar que ganara el radicalismo”.81 Profesor fundador de la Universidad Católica Argentina, Llerena identifica a Tomás de Aquino como su principal influencia intelectual.82 Sin embargo, era una versión selectiva y, por ende, algo distorsionada del tomismo la que prevalecía entre conservadores y educadores, que ignoraban u omitían algunos elementos fundamentales de la doctrina, tales como el derecho de todo pueblo a rebelarse contra la autoridad arbitraria o la ilegitimidad de un gobierno constituido sobre la base de una autoridad profesionalizada exclusiva.83 En sus análisis del orden moral y social, los manuales de fmc reproducían la perspectiva cristiana (tanto agustiniana como tomista) promovida por las autoridades educativas. Algunos de sus conceptos, como la definición de la democracia que analizaremos más abajo, ya habían aparecido en los manuales de Educación Democrática usados entre 1956 y 1972; pero vale aclarar que la radicalización contrarrevolucionaria que caracterizó al proyecto del prn también determinó el tono de los manuales de fmc, a su vez radicalizados con respecto a sus precursores del período de proscripción peronista. Por un lado, los manuales de fmc postulaban la inspiración divina como

79 Entrevista a Juan Rafael Llerena Amadeo, 17/6/ 2008.

80 Según Mayer, todo proyecto contrarrevolucionario se caracteriza por el pragmatismo ideológico; Dynamics of Counterrevolution, 52, 62. Obviamente, esto no significa que todo pragmatismo ideológico implique contrarrevolución.

81 Entrevista a Llerena, 24/6/2008.

82 Entrevista a Llerena, 17/6/2008. El parentesco podría ser considerado como un elemento psicológico y político significativo para explicar la autovalidación del ministro en su rol de novel fundador.

83 Ver, por ejemplo, Alasdair McIntyre, “Moral Law As Subversive: The Case of Aquinas”, en Ethics and Politics: Selected Essays (Nueva York: Cambridge University Press, 2006), 47-51.

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fundamento del orden moral y el perfeccionamiento moral como la principal tarea del hombre.84 Un manual de primer año declaraba que “debe existir un orden moral superior al cual el hombre se someta voluntariamente y por propia conciencia”.85 Según un autor de fmc vinculado con el Opus Dei, “el orden moral no es creación del hombre ni producto de su imaginación, sino una realidad fundada en la voluntad de Dios, que se manifiesta a través de la Creación”.86 Tras la postulación de este orden moral natural, los manuales de fmc fomentaban la virtud moral del individuo. El hombre debía perfeccionarse constantemente, bajo el supuesto de que sólo podía acercarse a la perfección –una “condición divina”–, pero no alcanzarla.87

Así, los libros de texto proponían una nueva praxis: el conocimiento debería conducir al hombre a la “conquista de la virtud”, a la “felicidad terrena y a su destino eterno”. Como hemos visto, éste era el “sentido y fin último” de la vida humana tal como lo habían definido las autoridades educacionales. Roberto Kechichián, un renombrado autor de manuales de educación cívica en diferentes períodos, declaraba que el hombre debía esforzarse para “conquistar arduamente las cuestas escarpadas de la virtud” y así “practicar el bien y evitar el mal”.88 Por otro lado, los manuales de fmc replicaban las nociones autoritarias del orden político, del derecho y de la democracia, a la vez que fomentaban la obediencia incuestionable a la autoridad constituida. Según otro autor, “la palabra ley debe interpretarse como regla y norma constante de las cosas. La ley sirve para regular la libertad moral del hombre”. Este mismo autor declaraba que “la obediencia es la virtud por la cual aceptamos el orden jerárquico establecido y cumplimos las órdenes que nos imparten los que tienen autoridad para hacerlo”.89 Kechichián definía “el derecho” etimológicamente (del latín directus) como “lo que está alineado, recto, enderezado”, y argüía también que “las leyes del Estado no dependen de las propias ideas sobre moral que tenga una persona: están impuestas por la autoridad y se deben cumplir en forma ineludible”.90

84 Los siguientes manuales han sido consultados: Blas Barisani, Formación Moral y Cívica 1 (Buenos Aires: Estrada, 1979); César Reinaldo García y Apolinar Edgardo García, Formación Moral y Cívica. Primer curso (Buenos Aires: Sainte Claire, 1980); García y García, Formación cívica. Segundo curso (Buenos Aires: Sainte Claire, 1979); Roberto N. Kechichián, Formación moral y cívica. Primer año del ciclo básico, de escuelas de comercio y escuelas de educación técnica, cuarta edición (Buenos Aires: Stella, 1980); Ángela E. Luchenio, Formación Moral y Cívica 1 (Buenos Aires: Kapelusz, 1980); Luchenio, Formación Moral y Cívica 2 (Buenos Aires: Kapelusz, 1980); Alfredo de la Peña, Formación cívica y moral I [Formación moral y cívica. “Para llegar a ser”] (Buenos Aires: Mariano Moreno, 1981); y Eduardo Martín Quintana y Horacio Roberto Granero, Formación moral y cívica: El hombre y sus acciones. La familia (Madrid: Plus Ultra, 1981). 85 Kechichián, fmc 1, 15.

86 Blas Barisani, Formación Moral y Cívica 2 (Buenos Aires: Estrada, 1981), 5-6; citado en Kaufmann y Doval, Paternalismos pedagógicos, 136-137. Negritas en el original. En efecto, el mismo autor en su manual para primer año defendía el creacionismo, que lacónicamente definía como una teoría que “se basa en lo afirmado en las Sagradas Escrituras”, y describía al evolucionismo como “una hipótesis que no ha sido demostrada como verdadera”; Barisani, fmc 1, 4. La segunda imagen de este manual (luego de una reproducción de “La creación del hombre” de Miguel Ángel que introducía el primer capítulo, titulado “El hombre”) era una fotografía de la escultura “Moisés” de Miguel Ángel con una peculiar leyenda que describía “al Profeta sosteniendo las tablas con los Doce [sic] Mandamientos de la Ley de Dios”; Barisani, fmc 1, 10-11. Para la vinculación de Barisani con el Opus Dei, ver Rodríguez, Católicos, nacionalistas, 93. 87 Luchenio, fmc 1, 15; Barisani, FMC 1, 8.

88 Kechichián, fmc 1, 12-13.

89 Barisani, fmc 1, 11 y 19. Negritas en el original.

90 Kechichián, fmc 1, 33 y 38. Negritas en el original.

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Mientras que los manuales de ersa habían definido la democracia poniendo énfasis sobre los derechos sociales y la participación popular activa en el gobierno, la definición contenida en los libros de fmc era considerablemente más abstracta: “empleamos más bien la palabra democracia como adjetivo, como indicadora de una cualidad. Así decimos: país democrático, gobierno democrático, intendente democrático, club democrático, colegio democrático. La utilizamos para referirnos a la manera de ser, a la manera de comportarse, a un estilo de vida”.91 La democracia definida como estilo de vida era obviamente un concepto mucho más indeterminado que la democracia como organización política efectiva. En efecto, la democracia podía existir incluso en los regímenes monárquicos: “de acuerdo a esto puede darse el caso de países con forma de gobierno monárquico donde, sin embargo, existe un sistema democrático, porque se dan las características mencionadas y porque su estilo de vida es democrático. Tal es el caso de algunas monarquías europeas”.92 Por otro lado, según estos mismos manuales, la demagogia, el populismo y el intervencionismo estatal constituían desviaciones del ideal democrático del mismo orden que la anarquía.93 Si un país podía ser monárquico y democrático, algún otro bien podría ser democrático y dictatorial. Así se insinuaba que incluso con una dictadura formal, Argentina era “democrática” debido a su “estilo de vida”. Esto era consistente con las declaraciones reiteradas de los generales, según las cuales los derechos humanos estaban siendo respetados, las opiniones de los ciudadanos “responsables” serían consideradas y la finalidad última de la dictadura era salvar la democracia.

Conclusiones Los educadores de la dictadura argentina redefinieron la democracia como estilo de vida, postularon un orden moral a la vez natural y divino –al cual el individuo debía someterse en busca de la virtud–, reinterpretaron la libertad como sometimiento a aquel orden y a sus representantes terrenos e impusieron la obediencia a la norma autoritaria como fundamento para el desarrollo de la conciencia. Al mismo tiempo, se esforzaron por erradicar la subversión del ámbito educativo, entendiendo la subversión como la tendencia a estudiar conflictos socioeconómicos, impulsar la transformación social y, más generalmente, fomentar la creatividad, la rebeldía y la libertad “excesiva” –todo esto interpretado como prolegómeno a la lucha armada–. Estas peculiaridades pedagógicas conformaron un “proceso de organización de la personalidad” a través del cual las autoridades educacionales del régimen intentaron dar sustento a sus ambiciones fundacionales. Guiadas por un catolicismo conservador de selectos atributos tomistas y agustinianos, las reformas educativas de la dictadura eran la manifestación a nivel escolar de un proyecto contrarrevolucionario abarcador, ideado por la convergencia cívico-militar efectiva de la dictadura para excluir permanentemente el Estado de bienestar, el socialismo y la democracia de masas, formando ciudadanos idóneos para una nueva república de participación popular limitada y bajo el tutelaje perpetuo de las fuerzas armadas. 91 Kechichián, fmc 1, 294. Debe aclararse, sin embargo, que esta definición de democracia ya había sido usada por el mismo autor en sus libros de Educación Democrática, como se llamó la educación cívica entre 1956 y 1972. Un párrafo idéntico aparece en Kechichián, Educación Democrática 1 (Buenos Aires: Stella, 1969), 139.

92 Kechichián, fmc 1, 294; Kechichián, Educación Democrática 1, 139. La única diferencia entre las dos versiones era que Educación Democrática decía “Inglaterra” en lugar de “algunas monarquías europeas”. 93 Por ejemplo, Luchenio, fmc 2, 134 y 137-140.

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Puede afirmarse, a grandes rasgos y con cierta obviedad, que el proyecto autoritario fracasó: los jóvenes ciudadanos nunca desarrollaron su consciencia libremente sumisa y la nueva república que los ideólogos soñaron quedó en el terreno de los escritos futuristas pasados. Algunas causas de este fracaso pueden encontrarse en los conflictos internos del régimen, la resistencia dispersa a sus reformas y el retorno a la democracia precipitado por la aventura de Malvinas, así como en las contradicciones entre una educación espiritualista y un plan económico que supo fomentar el consumismo. Sin embargo, vale la pena hacer una consideración histórica y otra normativa que lamentablemente amortiguan este fracaso. Por un lado, la dictadura contribuyó al desmantelamiento de la movilización popular (incluido gran parte del sindicalismo combativo), lo que facilitó la transición casi completa al neoliberalismo de los años noventa; de modo que un aspecto del individualismo, aunque claramente no espiritual, se arraigó durante los años del régimen. Por otro lado, el proyecto ideológico aquí estudiado caracteriza un pensamiento conservador y, en ciertas coyunturas, contrarrevolucionario, sostenido por sectores sociales y políticos que, aunque no favorecidos por las relaciones de fuerza actuales, no han desaparecido de Argentina ni de la región.

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Recibido 14/04/12 – Aceptado 28/07/12

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contemporanea Historia y problemas del siglo XX | Año 3, Volumen 3, 2012, ISSN: 1688-7638

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Entre la institucionalidad y la acción revolucionaria Una historia del Movimiento Revolucionario Oriental (Uruguay, 1961-1973) Eudald Cortina Orero1, 2

Resumen

Abstract

El triunfo de la revolución cubana fue configurando una nueva izquierda que durante la década de 1960 puso el acento en los procesos insurgentes como vía de acceso al poder. La solidez o debilidad de las instituciones, el marco de oportunidades políticas de cada país y la progresiva deriva autoritaria en América Latina, definió el camino que recorrería esta “izquierda revolucionaria”, bien tratando de insertar su actividad en el sistema político imperante o impulsando, por el contrario, proyectos de lucha armada. El objetivo de este artículo es analizar el surgimiento y desarrollo del Movimiento Revolucionario Oriental (mro) en el marco de esta doble realidad, la influencia teórica y metodológica de la revolución cubana y la evolución del discurso autoritario en la política uruguaya.

The triumph of the Cuban revolution set up a new left which placed the emphasis on insurgent processes as the path to power, during the 1960s. The strength or weakness of institutions, political opportunities within each country and the gradual drift towards authoritarianism in Latin America, defined the road which would run the “revolutionary left”, both trying to insert his political activity in the prevailing political system or driving projects of armed struggle. The aim of this paper is to analyze the emergence and development of Movimiento Revolucionario Oriental (MRO) in the context of this double reality, the theoretical and methodological influence of the Cuban revolution and the evolution of authoritarian discourse in Uruguayan politics.

Palabras clave: mro-faro, izquierda revolucionaria, autoritarismo, guerrilla 1

2

Key words: mro-faro, revolutionary left, authoritarianism, guerrilla

El presente artículo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación incite09-210-098pr, financiado por la Dirección Xeral de Investigación e Innovación de la Xunta de Galicia, con el apoyo de la Asociación Universitaria Iberoamericana de Postgrado (auip) mediante el Programa de Becas de Movilidad Académica 2010-2011. Universidad de Santiago de Compostela

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El triunfo de la revolución cubana redefinió conceptos políticos, reconfiguró las relaciones del imperialismo con América Latina y se mostró como el ejemplo a seguir por miles de revolucionarios que, tomando esta experiencia, se lanzaron en la década siguiente a la lucha armada. Cuba fue fuente de doctrina, estrategia y tácticas revolucionarias y se convirtió en base de entrenamiento y de apoyo logístico para buena parte de los movimientos guerrilleros que insurgieron en este periodo. Sin embargo, su principal influencia en el proceso de radicalización continental fue el ejemplo que proporcionó tras su éxito.3 Para los revolucionarios uruguayos que dos años después del triunfo de las fuerzas rebeldes conformarían el Movimiento Revolucionario Oriental (mro), Cuba señalaba que la vía de la liberación para América Latina pasaba por una revolución antiimperialista y antioligárquica, de carácter socialista y cuya forma principal habría de ser la lucha armada.4

Bajo estas mismas premisas se fue conformando en América Latina una “nueva izquierda”, ideológicamente impregnada de un nacionalismo revolucionario, crítica con la línea de los Partidos Comunistas latinoamericanos y emocionalmente vinculada al proceso cubano. Asumimos en este trabajo el concepto de “nueva izquierda” e “izquierda revolucionaria” conforme lo define Eduardo Rey Tristán (2005). Es decir, como una corriente política caracterizada por su búsqueda de una transformación radical de la sociedad y su oposición a la izquierda tradicional, que en América Latina adquirió una originalidad y características propias debido a la fuerte influencia de la Revolución cubana. Afirma Rey Tristán que el grueso de los grupos de la nueva izquierda latinoamericana compartieron estrategias, discursos políticos y formas de acción y que es, precisamente, la opción por la lucha armada revolucionaria su principal elemento definitorio, motivo por el que es común su denominación como “izquierda revolucionaria”.5

En este contexto de radicalización continental, desde las juventudes de los partidos socialdemócratas y de la Democracia Cristiana, así como de algunos partidos nacionalistas, se alzaron voces críticas en defensa del proceso cubano. De Acción Democrática en Venezuela surgiría el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (mir); sectores del apra conformarían en Perú el apra Rebelde, germen del mir peruano; y en Chile la Democracia Cristiana experimentaría diferentes rupturas por la izquierda, muestra del impacto de la Revolución cubana en todo el continente. En Uruguay, uno de estos jóvenes defensores del proceso cubano fue Ariel Collazo, diputado del gobernante Partido Nacional desde 1959 y figura política sobre la que se edificaría el mro. Con una formación antiimperialista y latinoamericanista,6 Collazo viajó por primera vez a Cuba a finales de 1960, formando parte de una delegación de políticos, intelectuales y dirigentes sindicales y estudiantiles uruguayos. De Cuba Collazo recuerda en sus memorias un país movilizado y en constante estado de emergencia ante la posibilidad de una eventual invasión norteamericana, que se concretaría en Playa Girón.7 El 10 de enero de 1961 el Gobierno uruguayo, del que todavía formaba parte Collazo, expulsaría al Embajador cubano, Juan García Incháustegui, ante las presiones norteamericanas para que Uruguay rompiera relaciones con la isla caribeña. Los 3 4 5

6 7

Eduardo Rey Tristán, La izquierda revolucionaria uruguaya, 1955-1973 (Sevilla: Diputación de Sevilla, Universidad de Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2005), 54-59. Fuerzas Armadas Revolucionarias “Orientales” (en adelante, faro), Documento 1. Ideología/Historia/Programa (1970), Centro de Documentación de los Movimientos Armados (en adelante, cedema). E. Rey Tristán, La izquierda revolucionaria, 21.

Entrevista a Ariel Collazo. Montevideo, 28/7/2010.

Ariel Collazo, Historia de una pasión política (Montevideo: Productora Editorial, 2004), 45-47.

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caminos del Partido Nacional y del joven diputado comenzaban a transitar direcciones opuestas. Al regresar a Uruguay, las diferencias se profundizaron. Collazo inició una defensa acérrima de la Revolución que le llevó a recorrer el país. La visita a Cuba había transformado profundamente a Collazo, al punto que el dirigente blanco Daniel Fernández Crespo afirmaría que éste parecía “iluminado”.8

Su separación del Partido Nacional no tardaría en llegar y, así, el 10 de marzo de 1961 Collazo publicaría una carta en la que anunciaba su alejamiento de la “Lista 51” y del Partido Blanco.9 La desvinculación definitiva llegaría en julio de 1962,10 en pleno proceso de negociaciones para constituir un frente electoral de izquierdas. Para entonces Collazo ya estaba al frente de un embrionario movimiento que poca relación guardaba ya con las estructuras del Partido Nacional.

Desde las páginas de Marcha, el grupo conformado en torno a Collazo lanzaría un llamamiento a la formación de un movimiento en defensa de la Revolución cubana, poniéndose como objetivo en el plano nacional la apertura de un camino para la revolución uruguaya. Al movimiento se fueron acercando personalidades de diferentes orígenes políticos: desde el batllismo se incorporaron el abogado Anatolio Palamarchuk y Víctor Sanín, blancos como Carlos Furtado y Rogelio Gonella, los comunistas Odorico Pérez y Ramón Iturate Peña, independientes como el matrimonio formado por María Mercedes Luna y Fernando Pereira, el abogado de origen colombiano Armando Cuervo y jóvenes como Juan Antonio Trímboli, Bolívar Castro y Jorge Abellá.11

Dos elementos fueron fundamentales para reunir a militantes de tan diversa procedencia: la defensa del proceso cubano y el liderazgo adquirido por Ariel Collazo dentro del Partido Nacional.12 Al primer aspecto se unía una concepción americanista, tercerista y antidogmática que caracterizaría a la nueva agrupación y que posibilitó la adherencia de diferentes sectores.13 Aunque la primera opción para denominar a la organización fue la de Movimiento Revolucionario Nacional, la disparidad de orígenes políticos y la identificación que generaba con el Partido Nacional hizo que esta denominación se descartase en favor de Movimiento Revolucionario Oriental. Así, el 21 de abril de 1961, coincidiendo con una multitudinaria manifestación en apoyo a Cuba tras el intento de invasión de Playa Girón, se realizó la asamblea constitutiva del mro. En esta primera etapa, el mro se enmarcó políticamente dentro de un nacionalismo revolucionario, de corte popular y latinoamericanista, fijándose como objetivo la transformación radical de Uruguay mediante el perfeccionamiento de su régimen democrático y el desarrollo de una reforma constitucional.14 Los esfuerzos de la nueva organización se centraron en afirmarse como fuerza política independiente, cohesionándose hacia el interior y proyectándose hacia la sociedad, a través de difusiones radiales y el desarrollo de actos políticos. Respecto a la consolidación interna, el mro se dotó de un Comité Ejecutivo presidido por Armando Cuervo, Anatolio Palamarchuk como Secretario General, e integrado por Ariel Collazo –que actuaría desde este 8 9

A. Collazo, Historia de una pasión, 49.

Ariel Collazo, “La expulsión del diputado Ariel Collazo”, Marcha (10/3/1961).

10 Movimiento Revolucionario Oriental (en adelante, mro), “Desvinculación de Ariel Collazo del Partido Nacional”, Época (8/7/1962).

11 Oscar Onetto, Historia del Movimiento Revolucionario Oriental. Inédito. 12 Entrevista a Hebert Mejías Collazo. Montevideo, 3/8/2010.

13 Entrevista a María Mercedes Luna. Montevideo, 29/7/2010. 14 mro, Acta de fundación (21/4/1961), cedema.

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momento como representante nacional–, Rogelio Gonella, Héctor Uboldi, Oscar Onetto, Víctor Sanín, Juan Antonio Trímboli y María Mercedes Luna.15

En cuanto a la proyección exterior, el mro conservó una audición radial en cx 30 Radio Nacional, emisora vinculada al Partido Comunista, con el que el mro establecería prontamente una alianza electoral. Paralelamente, en el ámbito comunicativo, la organización comenzaría a editar el periódico Revolución, con escasa periodicidad.16 Más tarde, contrataría un espacio bisemanal en el diario Época, que aparecería con el mismo nombre.

El mro buscará incrementar su militancia, cuya extracción social era la de sectores medios y profesionales, especialmente en su dirección. Este aspecto se modificará con la incorporación de núcleos de trabajadores y estudiantes, que se irán sumando a la organización con la creación de bases barriales en los sectores populares de Montevideo.17 Así se estructuraron la base “Libertad o Muerte” en La Teja, conformada por Anatolio Palamarchuk, Víctor Sanín, Jaime Gentini y Héctor Uboldi. En el barrio Unión se creó la base “América Latina”, que funcionaba en casa de Victoriano Caballero y que conformaban su hermano Guillermo, Óscar Onetto y Venus Regueiro. La base “Lavalleja” estaba ubicada en la carpintería de Facundo Ezquerra y de ella formaban parte, además de los hijos de Ezquerra, Rubén Borrazás, Francisco Espínola y Elbio Domecq.18

Los jóvenes Jorge Abellá y Eleuterio Fernández Huidobro habían conformado la base “Grito de Asencio” en el barrio Buena Vista, mientras que la base “Venceremos” de La Teja se reunía en una peluquería propiedad de Carlos Rivera Yic. La otra figura política de esta base era Eduardo Pinela, motivo por el que tras su muerte –e integrados en lo que después sería el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros– sus compañeros rebautizaron la estructura como “base Pinela”.19

La novedosa propuesta política del mro atrajo a un nutrido grupo de jóvenes que, al poco tiempo, conformarían la Juventud del mro. Jorge Abellá, Juan Antonio Trímboli, Carlos Rivera Yic, Eduardo Pinela y Eleuterio Fernández Huidobro introdujeron en el mro nuevos bríos y nuevas formas de acción política, acompañando las protestas de los cañeros y vinculándose a los sectores más desfavorecidos de la sociedad uruguaya. Años después algunos de sus nombres aparecerían en las portadas de los principales periódicos del país, vinculados a la “expropiación” de armas del Tiro Suizo y como dirigentes y militantes del mln.20

Reforma constitucional y fidel La estabilidad económica y política de Uruguay comenzó a flaquear a finales de los ‘50. La prosperidad derivada de los altos precios de las exportaciones durante la Segunda Guerra Mundial comenzaba a revertirse. La sustitución de importaciones no pudo proseguir ante el 15 O. Onetto, Historia del Movimiento.

16 Entrevista a Hebert Mejías. Montevideo, 3/8/2010. Mejías Collazo fue integrante del mro hasta mediados de 1963, momento en que abandona la organización para unirse a uno de los grupos que conformarían el mln. 17 María Mercedes Luna, 29/7/2010. 18 Historia del Movimiento.

19 Hebert Mejías, 3/8/2010. 20 Hebert Mejías.

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estancamiento pecuario y la bajada de sus precios. La recuperación del poder decisorio de los centros económicos mundiales favoreció el descenso de los precios de exportación y el aumento de los precios de importación, lo que impulsó el endeudamiento. Uruguay sufrió el reacomodo de la economía internacional. La producción se detuvo, la inflación se disparó y el desempleo alcanzó niveles nunca antes registrados en el país.21

En el plano político, tras casi un siglo de gobiernos colorados, el Partido Nacional había logrado en 1958 la victoria electoral, dando un giro en las políticas económicas con el auspicio del fmi. El Gobierno estrechó las relaciones con los Estados Unidos, rubricando diferentes acuerdos que garantizaban la hegemonía norteamericana en la región. Si en 1960 se firmó en Montevideo la constitución de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, al año siguiente Uruguay acogería la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social que impulsaría la Alianza para el Progreso. Cinco meses después, la Reunión de Cancilleres celebrada en Punta del Este acordaba la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (oea).22

La crisis económica provocó un incremento de la conflictividad social y un debate en torno a las instituciones políticas uruguayas por parte de las agrupaciones escindidas de los dos grandes partidos, pero, más allá del debate político, para esos primeros años de la década, la institucionalidad uruguaya se mostraba ampliamente legitimada por la ciudadanía. Lejos de tratar de subvertir ese orden y pese a la admiración que generaba entre su dirigencia y militancia el ejemplo cubano, para el naciente mro los cambios sociales y políticos necesarios pasaban todavía por la vía institucional y por medios de acción pacíficos. En este ámbito se insertó la primera propuesta política del mro: la necesidad de una reforma constitucional.23 La base de esa reforma había sido avanzada por Collazo en un acto en defensa de la Revolución cubana al regreso de la isla caribeña. En ella abogaba por una reforma agraria que incluyera la expropiación de los campos por encima de las 3.000 hectáreas, una reforma urbana que garantizara el acceso de los inquilinos a la propiedad de la vivienda y, en términos políticos, la abolición de la Ley de Lemas y la eliminación de los privilegios económicos de los legisladores.24 El mro había surgido bajo la influencia ideológica de la Revolución cubana pero, lejos de imitar su modelo, enmarcaría su actividad dentro de las formas de acción política tradicionales. A esta situación contribuía un sistema democrático que se mostraba todavía sólido. En este sentido, buscará llevar a cabo transformaciones revolucionarias pero utilizando, al menos en estos primeros años, mecanismos democráticos y perseguirá obtener presencia en los órganos representativos, alcanzando acuerdos electorales con la principal fuerza de izquierda, el Partido Comunista Uruguayo (pcu).

Precisamente, una de las características del mro desde su fundación será la búsqueda de la unidad de la izquierda, proclamando la “unidad sin exclusiones” en referencia a la tradicional posición anticomunista de las agrupaciones de izquierda hacia el pcu. Así, desde 1961 Collazo inició los acercamientos con otras formaciones políticas, como el Partido Socialista, la “Lista 14” de Enrique Erro y la Agrupación Nuevas Bases, aunque esta iniciativa unitaria fracasaría ante la 21 Federico Fasano Martens, Después de la derrota. Un eslabón débil llamado Uruguay (México: Nueva Imagen, 1980), 86-87. 22 E. Rey Tristán, La izquierda revolucionaria, 30-31.

23 Ariel Collazo, Regreso de Cuba/La crisis en el Uruguay/Reforma Constitucional Revolucionaria. Bases (Montevideo: Movimiento Revolucionario Oriental, 1961), 29-47. 24 Historia de una pasión, 47-48 y 280-292.

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negativa del Partido Socialista y de Erro de formar coalición con el pcu de cara a las elecciones de 1962. Las fuerzas contrarias al acuerdo con el pcu conformaron en febrero de 1962 la Unión Popular.

Ante esta situación, en las filas del mro se plantearon tres opciones: crear una segunda coalición junto al pcu, concurrir en solitario a las elecciones, sin socialistas ni comunistas, o la propuesta de la Juventud: no participar electoralmente. La Asamblea del mro aprobó, finalmente, su integración a una lista común con el pcu, que se presentaría a las elecciones bajo el sugerente nombre de Frente Izquierda de Liberación (fidel). A él se sumaron, además, el Movimiento Popular Unitario, la Agrupación Batllista Avanzar y el Movimiento Batllista 26 de Octubre, entre otras organizaciones de menor entidad.25

La decisión del mro era consecuente con su propuesta de “unidad sin exclusiones”, recogía la experiencia de unidad con los comunistas que había transitado ya el proceso cubano y enfrentaba la prédica anticomunista instalada en la izquierda uruguaya.26 Para el mro la alianza con el pcu garantizaba visibilidad, crecimiento orgánico y posibilitaba su inserción institucional. Los resultados electorales fueron positivos para las organizaciones integrantes del fidel: de los 27.000 votos obtenidos por los comunistas en 1958, la coalición pasaba a recibir 41.000 votos. En el mro, Collazo conseguía un puesto en la Cámara de Diputados y la joven organización lograba obtener representación parlamentaria.

Crisis en la Juventud El proceso de negociaciones con el pcu y el vuelco hacia el trabajo electoral de cara a las elecciones estuvo atravesado por una fuerte crisis interna que tuvo como protagonista a la Juventud del mro y que tenía como transfondo la polarización entre lucha electoral y acción revolucionaria. El debate tuvo como eje central las ocupaciones de tierras que en el norte del país preparaban los cañeros de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (utaa), para las que el mro había comprometido medios y militantes.

Todo había surgido tras una reunión entre Raúl Sendic y Ariel Collazo en Bella Unión, en la que Sendic, entonces dirigente del Partido Socialista Uruguayo, había comunicado su intención de ocupar algunos terrenos. Collazo sugirió realizar la ocupación meses antes de las elecciones, para que la previsible respuesta represiva fuera más comedida.27 Finalmente, se acordó la toma conjunta, entre los cañeros de Artigas y un grupo de jóvenes militantes del mro, de una estancia abandonada en el departamento de Salto, propiedad de Silva y Rosas. Óscar Onetto, miembro de la dirección del mro, reconoce el compromiso adoptado por esta organización en las ocupaciones y afirma que la principal dificultad para alcanzar un acuerdo con el Partido Comunista y otras fuerzas era precisamente el rechazo de esos grupos a la toma de tierras proyectada.28 Hasta Bella Unión se desplazó un grupo de militantes de la Juventud, entre los que figuraban Eduardo Pinela, Eleuterio Fernández Huidobro y Carlos Rivera Yic. Para Collazo, estos jóvenes

25 Frente Izquierda de Liberación, “El Frente Izquierda proclama sus candidatos”, Época (1º/9/1962). 26 E. Payseé González, “Ariel Collazo: Cuba es el tema más importante”, Marcha (14/9/1962). 27 Historia de una pasión, 53 y 58. 28 Historia del Movimiento.

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estaban “embalados”, “querían pasar a la acción y dejaban las elecciones en un segundo plano”.29 En efecto, la Juventud del mro privilegiaba el trabajo entre los cañeros frente a las disputas interpartidarias de cara a las elecciones y criticaba a su dirección por el incumplimiento de los acuerdos alcanzados sobre las ocupaciones. Fernández Huidobro, por entonces uno de esos jóvenes, afirma que el mro fue distrayendo militantes y recursos de las tareas vinculadas al plan de ocupación de tierras en la medida que avanzaba el proceso electoral: El límite de lo soportable llegó el día en que utaa mandó preguntar por la existencia concreta de cosas concretas a los efectos de tomar su decisión final y fijar fecha. Se nos ordenó contestar que estaba todo pronto y nosotros, que sabíamos que no estaba, quedamos hundidos en un dilema de responsabilidad personal: si contestábamos lo que se nos ordenaba, le dábamos vía libre a utaa con destino a un fracaso. Si decíamos la verdad, caíamos en la deslealtad para con nuestra dirección.30

Hebert Mejías, quien más tarde se integraría al grupo que se escindiría del mro, señala que aunque la relación formal del movimiento con Sendic estaba establecida vía Collazo, el vínculo real se daba a través de la Juventud, que se encargaba no sólo de acompañar la labor del dirigente socialista entre los cañeros sino de trasladar la correspondencia de Collazo para Sendic. Los compañeros que hacían el enlace empezaron a sospechar algo, a partir de las conversaciones que tenían cuando viajaban y conversaban con Sendic […] Sendic manejaba informaciones que no eran muy exactas con la realidad, las posibilidades y el desarrollo nuestro. Sendic empezó a hablar de acciones, de la ocupación de tierras, y los compañeros empezaron a sospechar, por la conversación que tenían, que estaba un poco desubicado sobre la situación nuestra, sobre las posibilidades reales que teníamos, sobre planes que no tenían mucho fundamento […] Sobrepasaban las posibilidades que teníamos para llevarlos adelante. Entonces se dio repetidamente eso y en uno de los viajes le abren la carta que manda Collazo a Sendic […] Y entonces encuentran que le está dando manija para la ocupación de tierras y la marcha cañera y prometiendo que podía contar con un apoyo, que no tenía nada que ver con la realidad y las posibilidades nuestras.31 La crisis se zanjó en forma drástica, en un plenario en el que volaron sillas y en el que los libros de la biblioteca del local del mro terminaron esparcidos en la calle tras ser arrojados por las ventanas.32 No había vuelta atrás. Como resultado, el grueso de la Juventud del mro abandonó la organización.

En el fondo de todas estas discusiones estaba planteada una visión enfrentada de las tácticas y los medios de lucha. Para el sector de la Juventud, que al poco tiempo crearía el Movimiento de Apoyo al Campesinado, una de las vertientes de la que surgiría el mln, la revolución uruguaya no pasaba por las instituciones y era preciso avanzar nuevas formas de lucha, incluida la armada. Para la dirección del mro, en cambio, la vía electoral no sólo permanecía abierta sino que estaba fuertemente legitimada por la población y, aunque no renunciaba a la lucha armada, dudaba que esta fuera viable en Uruguay, mientras no estuviera inserta en una estrategia regional.33 Así, el 31 de julio de 1963, mientras aquel grupo de jóvenes que se habían escindido del mro participaba en 29 Ariel Collazo, 30/7/2010.

30 Eleuterio Fernández Huidobro, Historia de los Tupamaros (Montevideo: ebo, 2005), 26-28. 31 Hebert Mejías. 32 Hebert Mejías.

33 Historia de una pasión, 68.

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la “expropiación” de armas del Tiro Suizo, un grupo de militantes del mro se encontraba en Cuba recibiendo instrucción guerrillera.

Formación en Cuba y “coordinación regional” Antes de que se produjera la escisión de la Juventud, comenzó a circular entre la militancia que la organización había recibido una invitación de las autoridades cubanas para obtener formación guerrillera en la isla. Para los jóvenes que abandonaron el mro, esa información no era más que una artimaña de Collazo con la que pretendía calmar los ímpetus de la Juventud y evitar su marcha.34 Sin embargo, la información resultó ser cierta y en mayo de 1963 un grupo encabezado por el mismo Collazo viajaría a Cuba. El destacamento estaba conformado por Ariel Collazo, Juan Antonio Trímboli, Héctor Uboldi, Fernando Pereira, María Mercedes Luna, Julio César Serrato, Carlos Espínola y Hebert Mejías Collazo. Todos ellos miembros del mro. A este grupo se habían incorporado Arbelio Ramírez, hijo del profesor asesinado durante la visita de Ernesto Guevara a Uruguay, y dos jóvenes militantes vinculados al Partido Comunista, “Macedo” y “Gravina”.35 El entrenamiento fue básico: aprender a manejar diferentes tipos de armamento y algunas clases teóricas impartidas por Manuel Piñeiro “Barbarroja”. Lo más útil de los cursos, según Collazo, fueron las clases sobre seguridad dictadas por el capitán José María Martínez Tamayo. A partir de las notas de estos cursos, Collazo redactaría dos textos: “La organización política revolucionaria” y “La organización militar revolucionaria”, cuyo contenido forma parte de los Documentos 436 y 537 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias “Orientales” (faro). Los militantes del mro recibieron también formación sobre explosivos, aunque cuando el mro impulse años después su estructura armada, la escasa formación de que disponga en este campo provendrá de otras organizaciones. Este hecho tiene su explicación en que el encargado de recibir esta formación especializada, Hebert Mejías, abandonaría el mro a poco de regresar a Uruguay para unirse al grupo de jóvenes escindidos en 1962. La estancia en Cuba permitiría, además, establecer los primeros contactos con organizaciones fuera de Uruguay. Entre éstas figuraba el grupo conformado en torno al dirigente peronista revolucionario John William Cooke y el grupo escindido de la organización trotskista argentina Palabra Obrera, que conformaría las Fuerzas Armadas de la Revolución Nacional (farn) con el “Vasco” Bengochea a la cabeza. Desde el regreso de Cuba, el mro comenzaría a aplicar en los hechos el manido recurso de “todas las formas de lucha” y, mientras se vinculaba a la izquierda legal y obtenía representación parlamentaria con el fidel, insertándose en las instituciones, la organización impulsaría la formación militar entre su militancia y brindaría apoyo a aquellas organizaciones fuera de Uruguay que desarrollarían movimientos guerrilleros entre 1963 y 1968. Si bien el mro había descartado para el Uruguay la acción armada, consideraba que ésta sí era el camino para otros países y asumía que la internacionalización de estos focos haría viable 34 Hebert Mejías, 3/8/2010.

35 Entrevistas a “Anónimo 1” y Hebert Mejías Collazo. Montevideo, agosto de 2010. 36 faro, Documento 4. La táctica revolucionaria (1970), cedema.

37 faro, Documento 5. Táctica revolucionaria –en lo social o de masas– (1970), cedema.

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la lucha armada en Uruguay. Este planteamiento encontraría un marco de acción adecuado en el llamado “Plan del Che”: la instalación de focos guerrilleros en Argentina, Brasil, Perú y Bolivia, que otorgaba a Uruguay un carácter de base de apoyo y sanitaria, por las especiales características de este país, geográficamente imposibilitado para la acción guerrillera rural y políticamente estable. Integrado como agente coordinador, la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (olas) le otorgará al mro un marco adecuado para mantener una actividad legal aún cuando la organización comienza a prepararse para la lucha armada, vía que empezará a ser principal tras su ilegalización en diciembre de 1967. La labor del mro en el desarrollo de la lucha guerrillera en el Cono Sur será fundamentalmente de apoyo y coordinación, aunque no se descartaba la incorporación a alguna de esas experiencias en marcha. Dentro de esa posibilidad el mro envió dos grupos a entrenarse a Cuba pero, aunque la opción de integrarse a estos focos en marcha existiera, como reconoce Collazo, a los cubanos les era más útil por su cargo como diputado que por sus habilidades como guerrillero.38 En efecto, Collazo asumirá una tarea de mediación entre Cuba y los revolucionarios que pretendían formarse en la isla, tramitando documentación y estableciendo contactos para concretar el desplazamiento. Así se posibilitó el viaje de un grupo de brasileños vinculados al exgobernador de Río Grande do Sul, Leonel Brizola, quien para entonces se encontraba exiliado y confinado en la localidad balnearia de Atlántida.39 Otro destacado líder guerrillero brasileño que contó con la colaboración del mro para desplazarse a Cuba fue Carlos Marighella,40 a quien se le facilitaría la documentación para viajar a la isla junto a un grupo de revolucionarios brasileños.

La relación con organizaciones político-militares de Brasil se mantendría durante todo el periodo. Así, el mro se encargaría del traslado a este país de las publicaciones que el Partido Operario Comunista (poc) imprimía en la editorial Nativa Libros.41 Por su parte, miembros de Vanguarda Popular Revolucionária (vpr) participaron formando en Montevideo a militantes de las faro entre 1968 y 1969,42 trasladando experiencias operativas en el ámbito urbano. Para el mismo periodo “Benavides”, un militante del Frente de Liberación de Porto Alegre, instruyó a miembros de las faro en fabricación de explosivos y participó en una acción frustrada contra el Jefe de Policía de Montevideo, Alberto Aguirre Gestido, en octubre de 1968.43 Desde el plano teórico, la identificación con el proceso cubano y con el desarrollo de la lucha guerrillera en el Cono Sur quedaría reflejada en la Declaración Programática del mro44 aprobada en su segundo Congreso y en la resolución de su Junta Central el 9 de julio de 1965. En estos documentos el mro se alejaba definitivamente de la posición institucionalizada que había caracterizado su primera etapa. Lejos de la “revolución pacífica y dentro de las instituciones” que había asumido en su formación, el mro definía ya la vía de la revolución uruguaya mediante la lucha

38 Historia de una pasión, 71.

39 Entrevistas a Ariel Collazo. Montevideo, 28 y 30/7/2010. 40 Ariel Collazo, 28 y 30/7/2010.

41 Entrevista a José Maneiro. Montevideo, 12/8/2010. José Maneiro fue integrante de la jmro y de las faro.

42 Cuestionario enviado a José Delbono, noviembre de 2009. José Delbono fue integrante del mro y de las faro. 43 José Maneiro, 12/8/2010.

44 mro, Declaración programática (2/7/1965). Archivo David Cámpora, Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos (en adelante, adc-ceiu).

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armada y adoptaba como forma principal la lucha guerrillera rural y, como formas auxiliares, la insurrección urbana y el trabajo dentro de las fuerzas armadas.45

Ni tupas ni bolches Ubicado a medio camino entre la legalidad y la acción armada clandestina, el mro se convertirá en los hechos en una organización puente entre la izquierda legal y la izquierda revolucionaria. Así, pese a mantener entre 1962 y 1971 una coalición electoral con el pcu –partido que rechazaba la posibilidad de impulsar la lucha armada–, será uno de los firmantes del llamado “Acuerdo de Época”, alcanzado por el grueso de las organizaciones de la izquierda revolucionaria uruguaya, con la excepción del mln, que para entonces ya se encontraba en pleno desarrollo operativo. El mro parecía ser fiel a su consigna de “unidad sin exclusiones”, sin rechazar la alianza con unos y otros y haciendo de punto de conexión entre ambas izquierdas. En efecto, la identificación del mro con la Revolución cubana y su vinculación al plan continental guevarista actuó en este periodo con un efecto reclutador, en especial entre jóvenes procedentes de la Unión de Jóvenes Comunistas (ujc). Para Mario Rossi Garretano, futuro dirigente militar de las faro, la incorporación del mro a ese proyecto internacionalista y la posición del Partido Comunista respecto a la lucha armada fue determinante a la hora de romper con el pcu: “mi hermano Óscar se había integrado al mro y recibía de primera mano la información del compromiso estratégico del mro en el plan del Che. Al tomar conocimiento de ese plan, del comportamiento de varios pc en América Latina con respecto a la lucha armada […] decido renunciar al pcu e integrarme al mro”.46

La Revolución cubana, el auge de las luchas guerrilleras en América Latina y, finalmente, la olas habían profundizado las contradicciones políticas en el seno de los partidos comunistas latinoamericanos. Parte de sus juventudes presionaban hacia la izquierda mientras las direcciones se negaban a abrir el debate, en especial en torno a las nuevas formas de lucha. Con base a estas motivaciones, un nutrido grupo de jóvenes procedentes de la ujc acabaron rompiendo con el pcu y acercándose al mro, donde reconstituirían en 1966 la Juventud del mro.

Para ese entonces, el pcu todavía mantenía la alianza electoral con el mro a través del fidel y ambas organizaciones compartían programa y sus militantes espacios de trabajo a nivel sindical y político, de manera que el paso de militantes de una organización a otra –en ambos sentidos– era habitual. Así, a mediados de 1966, Juan Antonio Trímboli, miembro de la dirección del mro, estableció contacto con un grupo de estudiantes del Nocturno Nº 1 de Montevideo, que funcionaba en el Liceo Zorrilla,47 y del Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (iava). En el grupo figuraban Álvaro Gascue, Héctor “el negro” Cardozo, Nemesio Falco, Alejandro Lerena, Arbelio Ramírez (h) y José Surra;48 poco después se incorporarían Alberto Pérez Iriarte, Rafael

45 Ariel Collazo, “El Uruguay no es una excepción”, América Latina 2 (agosto de 1967).

46 Testimonial de Mario Rossi Garretano enviado a Rodrigo Véscovi (2003), autor de Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968-1973. Facilitado por Mario Rossi Garretano.

47 Gonzalo Varela Petito, El movimiento estudiantil de 1968. El Trilce, 2005), 135.

iava,

una recapitulación personal (Montevideo:

48 Entrevista a Nemesio Falco. Montevideo, 14/8/2010. Integrante de la jmro y de las faro.

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Mántaras, Susana González y Raúl Castro. En este proceso se integraría un grupo de jóvenes procedente del barrio Cerro, entre los que se encontraban Ariel y Walter Burghi, José Maneiro y José Delbono,50 reconstituyéndose la Juventud del mro. 49

Consolidado este grupo de jóvenes, en enero de 1967 se formalizó la constitución del Frente Estudiantil Revolucionario (fer), concebido como ala gremial de la Juventud del mro. Aunque tenía la pretensión de integrar a independientes, el fer sólo trascendió el marco de la jmro en el iava, donde se integraron algunos independientes y un pequeño grupo de la Federación Anarquista Uruguaya (fau). En el plano político, el fer entró en franca oposición con el sector estudiantil del pcu, lo que tensó las relaciones entre el mro y su socio de coalición y generó enfrentamientos entre las juventudes de ambas organizaciones.51

La creación del fer, la posición encontrada respecto a la acción armada, escenificada durante la conferencia de la olas, y el “Acuerdo de Época” acabarían rompiendo, como veremos, la coalición de izquierdas entre comunistas y mro, que se haría pública tras el inicio de las operaciones por parte de las faro a finales de 1968. Para entonces, el fer había roto los lazos orgánicos con el mro. Una ruptura en la que pesó la creciente atracción que el mln ejercía sobre el estudiantado radicalizado.52

La olas: las dos izquierdas La identificación con Cuba, el debate entre lucha electoral y acción revolucionaria y la posición respecto a la lucha armada fueron configurando, en el conjunto de América Latina, dos proyectos diferenciados: una nueva izquierda, dispersa orgánicamente y emocionalmente vinculada al proceso cubano, que consideraba que la vía al socialismo pasaba necesariamente por el desarrollo de la violencia, y una izquierda tradicional, en la que se enmarcaba el grueso de los partidos comunistas latinoamericanos y que defendía, en cambio, la necesidad de profundizar la democracia, centrando su actuación en el terreno electoral. En el caso uruguayo ambas izquierdas mantenían posiciones encontradas pero, a diferencia de otros países latinoamericanos, no habían alcanzado posiciones antagónicas. El mro, identificado plenamente con la experiencia cubana y defensor de la lucha armada, mantenía un acuerdo electoral con el pcu en el fidel. Esta coalición se mantuvo sin especiales tensiones hasta 1968, momento en que el aparato armado del mro comienza a actuar. Sin embargo, el antagonismo se iría profundizando a lo largo de la década y alcanzaría entre julio y agosto de 1967, con la Conferencia de la olas, el momento de mayor polarización. El Comité Nacional Uruguayo de la olas fue hegemonizado desde un inicio por el fidel. La fuerza mayoritaria de la coalición, el pcu, se negó a ampliar el Comité a aquellos grupos que no estuvieran integrados al frente. De esta manera, quedó fuera del Comité el grueso de la izquierda 49 Alberto Pérez Iriarte, “Una historia de la creación de la Juventud del mro”. Inédito. Pérez Iriarte participó de la reestructuración de la jmro y de la creación del Frente Estudiantil Revolucionario (fer). Fue combatiente de las faro, organización que abandonó para incorporarse al mln y, con posterioridad, a la Fuerza Revolucionaria de los Trabajadores (frt). Al salir al exilio se asentó en Suiza, donde continuó participando en política y alcanzó la presidencia del Consejo Municipal de la Comuna de Lancy (Suiza). 50 José Maneiro, 12/8/2010.

51 José Maneiro

52 Álvaro Gascue, “Apuntes para una historia del Frente Estudiantil Revolucionario (fer)”, Cuadernos de la historia reciente 6 (2010).

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revolucionaria, caso de fau, mir, musp y mln, única organización que en ese momento desarrollaba una actividad armada reconocida. Tan sólo por intervención directa de Salvador Allende se consiguió la incorporación final del Partido Socialista Uruguayo (psu).53 Pese a los intentos del pcu por monopolizar el Comité, en él se plantearon con claridad dos tendencias: un sector mayoritario, que respaldaba las tesis del pcu, y un sector minoritario, compuesto por el mro, el Movimiento Batllista 26 de Octubre y el psu, que respaldaban las tesis que acabarían saliendo vencedoras en la olas.

La Conferencia refrendó las tesis guevaristas del desarrollo continental de la revolución, proclamando la lucha armada como línea fundamental de acción en América Latina, el marxismo-leninismo como base ideológica y Cuba como vanguardia del movimiento antiimperialista latinoamericano.54 Sin embargo, los partidos comunistas –con presencia mayoritaria en las delegaciones de Uruguay y Chile–, consiguieron que la olas admitiera dos excepciones a las disposiciones generales. Rodney Arismendi, por el Comité uruguayo, y Luis Corvalán, por el chileno, defendían que por el pasado democrático de ambos países y por el carácter democrático de sus Fuerzas Armadas no era previsible un golpe de Estado en Uruguay y Chile, por lo que la vía pacífica al socialismo era viable en ambos países.

Para la izquierda revolucionaria latinoamericana la olas supuso una victoria en lo ideológico, marcó los campos con el resto de la izquierda y fijó una línea de actuación clara: la preparación y el desarrollo de la vía armada. No en vano, a pesar de reconocer las excepcionalidades de Uruguay y Chile, la Conferencia establecía que en los países donde la lucha armada no estaba planteada de manera inmediata, ésta debía considerarse como una “perspectiva inevitable”. Así lo entendía ya el mro, organización para la cual la línea revolucionaria debía alejarse de los “antiguos reformismos” –es decir, de sus compañeros de coalición en el fidel–, negando cualquier posibilidad de éxito a los métodos legales y la lucha parlamentaria.55

El “Acuerdo de Época” La Conferencia de la olas habría de servir para unificar a la izquierda revolucionaria uruguaya que se encontraba dispersa en una multiplicidad de pequeñas organizaciones.56 Esta unión se concretó pocos meses después de la conclusión de la Conferencia, con la reaparición del diario Época el 7 de diciembre de 1967 y la firma del “Acuerdo de Época”, tres días antes, entre el mro, la fau, el mir, el psu, el mapu y el Grupo de Independientes de Época.57 Los firmantes del acuerdo se comprometían a desarrollar las resoluciones políticas de la olas en el plano nacional, fijando como principal objetivo la maduración de las condiciones para la revolución uruguaya.58 53 Eduardo Rey Tristán, “La Organización Latinoamericana de Solidaridad (olas) y la polémica sobre las formas de la revolución latinoamericana. El caso uruguayo”, en Antonio Gutiérrez Escudero y María Luisa Laviana Cuetos (Coordinadores) Estudios sobre América: siglos xvi-xx (Sevilla: Asociación Española de Americanistas, 2005), 1698-1703.

54 olas, Primera Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Montevideo: Nativa Libros, 1967), 129-144. 55 Armando Cuervo, “La Conferencia de la olas, una definición”, América Latina 2 (agosto de 1967).

56 Armando Cuervo, “En la línea que define los dos campos”, América Latina 2. Suplemento Especial I (agosto de 1967). 57 “Acuerdo de Época” (4/12/1967), Época (7/12/1967). 58 La izquierda revolucionaria, 124-125.

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El acuerdo se daba en el plano político, en el plano sindical y desde el punto de vista estratégico, desde el punto de vista revolucionario, porque ya casi todas las organizaciones veníamos desarrollando aparatos político-militares, en condiciones preparatorias. El mln venía más avanzado como estructura clandestina. En cambio, el resto éramos todas organizaciones legales que estábamos generando las condiciones de organismo político-militar. Cada uno con su tendencia ideológica determinada. […] Eran todas variantes que apoyaban un mismo objetivo.59

El “Acuerdo de Época” había tenido un antecedente inmediato en la constitución, en enero de 1967, del Coordinador Juvenil Universitario Antiimperialista que agrupaba a las Juventudes del mro, al espacio juvenil de la fau y del mir y a la Juventud Socialista.60 La firma del acuerdo reflejaba, en el caso del mro, un progresivo alejamiento del pcu. La creación del fer, las discusiones en la Conferencia de la olas y, finalmente, la firma del “Acuerdo de Época” fueron tensando las relaciones con los comunistas, que sólo necesitarían de una chispa para que ese vínculo se quebrara en forma definitiva.

En los hechos, Época reapareció un 7 de diciembre y sólo cinco días después era clausurado por un decreto del Poder Ejecutivo, que cerraba también el semanario socialista El Sol y ordenaba la detención del Consejo Editorial de Época. Junto al cierre de ambas publicaciones, el Poder Ejecutivo ilegalizaba a las organizaciones firmantes del acuerdo. Para el mro comenzaba el periodo de clandestinidad. La clausura de Época y la ilegalización de las organizaciones que lo impulsaron no hacían más que confirmar, para el mro, los análisis previos que advertían sobre el giro autoritario en la política uruguaya y ratificaban la necesidad del uso de la violencia como respuesta a la represión institucional.61 Este giro había quedado expuesto en un artículo de Collazo, titulado “El Uruguay no es una excepción”,62 publicado en la revista del Comité Ejecutivo del mro, América Latina. En él, Collazo ponía en duda la supuesta excepcionalidad uruguaya en el contexto latinoamericano. En este trabajo Collazo rechazaba que Uruguay fuera a quedar al margen de la oleada de golpes de Estado que se venía produciendo en América Latina. El artículo refutaba también la segunda excepcionalidad uruguaya, que venía a afirmar la imposibilidad del desarrollo de la lucha armada en el país dadas sus condiciones geográficas, posición que era sostenida por teóricos como Regis Debray. El mro, si bien coincidía en que la lucha armada aislada en el caso uruguayo no era viable, defendía que ésta era posible integrada en un conflicto de ámbito regional. Basándose en su propia experiencia de coordinación revolucionaria dentro del “Plan del Che” y en la coordinación represiva que comenzaba a darse entre los países del Cono Sur, para el mro la lucha no se iba a dar país por país sino regionalmente: “la lucha continental abre para nuestro país inmensas posibilidades, porque en ella se superan las peculiaridades y los obstáculos que en un Uruguay aislado hacían pensar a Debray que éramos una excepción. Integrados en el proceso del continente, los uruguayos dejamos de ser una excepción”.63

59 Mario Rossi, en E. Cortina, “Aproximación a la historia”.

60 jmro, fau, mir, js, “Manifiesto del Coordinador Juvenil Universitario Antiimperialista”, Marcha (20/1/1967). 61 Ariel Collazo, “La oligarquía uruguaya se quita la máscara”, Marcha (16/2/1968). 62 Ariel Collazo, “El Uruguay no es una excepción”. 63 A. Collazo, “El Uruguay no es una excepción”.

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Las far “Orientales” La ilegalización de los partidos firmantes de Época y el cierre de los medios vinculados a éstos ejemplificaba para estas organizaciones que la vía pacífica y la lucha electoral habían quedado cerradas, aún cuando el mro mantenía para entonces la figura de Ariel Collazo como diputado. A partir de este momento, el mro daría prioridad, al menos hasta el proceso electoral de 1971, a la acción armada. En palabras de Ariel Collazo, “desde la ilegalización de Época y del mro, entendimos que no sólo era un derecho sino también un deber pasar a otras formas de lucha contra la dictadura «legal» de Pacheco”.64 Sin embargo, el paso hacia la lucha armada por parte del mro no sería tan sencillo. Es evidente que la ilegalización del mro actuó como desencadenante, pero el salto hacia la acción armada no se hubiera dado de no concurrir, al menos, otros tres factores: en primer lugar, la acción del mln había demostrado, en contra de lo que defendía el mro, que la guerrilla urbana en Uruguay no sólo era posible sino que, además, operaba con un relativo éxito; en segundo lugar, la muerte del Che dejaba al mro huérfano de referente y terminaba con la perspectiva de integración regional revolucionaria; y, finalmente, la presión que ejercía la Juventud para que la dirección del mro se definiese claramente por la opción armada, frente a la posición reticente o abiertamente contraria de algunos dirigentes históricos. Se hablaba de que en el momento en que eso se agotara (la legalidad) pasábamos a la lucha armada. Bueno, era el momento. Ese era el planteo de la Juventud. La gente más madura del movimiento decía que no, que había todavía resquicios legales que se podían aprovechar […] Eso generaba un descontento en una serie de gente de la Juventud, de los cuales muchos de ellos se terminan yendo para el mln, producto de esa vacilación que se tiene durante todo un periodo.65

Los jóvenes que deciden permanecer en el mro inician una serie de pequeñas acciones, entre finales de 1967 y principios de 1968, en las que resulta detenido uno de los participantes. El hecho obligaría a este sector de la Juventud a informar a la dirección sobre las acciones que habían venido desarrollando y, tras diversas reuniones en las que la Juventud presiona a la dirigencia del mro para que se defina, el grupo comunica que se lanza, con o sin el apoyo de la dirección, a la lucha armada.66

Finalmente, en los primeros meses de 1968, la Junta Central del mro se reúne en la clandestinidad en una casa del barrio Pocitos. En esa reunión, la mayoría de los miembros de la dirección del mro decide desarrollar un aparato armado, que no solamente sirviera como base regional sino para operar también, ahora sí, en Uruguay.67 Nacen así las Fuerzas Armadas Revolucionarias “Orientales” (faro) y se nombra una dirección colectiva formada por Ariel Collazo, su hermano Aníbal, Luciano da Silva, Juan Antonio Trímboli, Ariel Burghi, José Maneiro y los hermanos Óscar y Mario Rossi.68 Si bien el surgimiento de las faro tiene su origen inmediato en la respuesta del mro a la nueva situación generada tras su ilegalización, éste no se explica sin la evolución que durante toda la

64 Historia de una pasión, 76. 65 José Maneiro, 12/8/2010. 66 José Maneiro

67 Mario Rossi Garretano, 2/8/2010. 68 Mario Rossi, diciembre de 2009.

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década había venido recorriendo la organización. Desde 1965, a raíz del segundo Congreso partidario, el mro había definido ya una línea favorable a la lucha armada. Algunos de sus militantes habían recibido formación político-militar en Cuba y la organización había colaborado con el proyecto guevarista. Durante la Conferencia de la olas, el mro se había posicionado del lado de las tesis cubanas, enfrentándose ideológicamente con el pcu, organización con la que mantenía coalición electoral. Acorde con esta línea, el mro disponía, al menos desde 1966, de una cierta infraestructura militar que incluía un taller de documentación falsa, depósitos de armas y un taller elemental de explosivos para acciones directas de masas y aparatos de comunicación. Sin embargo, pese a disponer de esta estructura clandestina incipiente y de plantear en forma teórica la lucha armada, el mro confiaba aún en que el desarrollo de los acontecimientos transcurriesen por la vía institucional. Objetivamente se especulaba que íbamos a vivir un sistema de libertades recortadas, pero que caminaba todavía por el proceso electoral […] No es que desde el punto de vista orgánico nos agarró mal. Ese viraje táctico no fue previsto, porque si se hubiera previsto, automáticamente vos hubieras desarrollado una estructura clandestina que existía en forma incipiente en el mro, pero que no se preparaba para la guerrilla urbana, sino que era más bien de apoyo a lo estratégico […] Una cosa es ser base de apoyo y otra cosa asumir en el lugar que corresponda el tipo de lucha.69

La ilegalización de las organizaciones firmantes de Época respaldaba ideológicamente a aquellas organizaciones que, como el mro, advertían del giro autoritario en la política uruguaya y les llenaba de razones para impulsar la lucha armada. Este paso fue asumido como un salto natural entre el grueso de la militancia de la Juventud, sin embargo, este giro táctico provocaría el distanciamiento de algunos dirigentes y militantes entre 1968 y 1970. Alejamiento que, con el tiempo, acabó por convertirse en un desprendimiento hacia el Partido Comunista de aquellos que no consideraban la acción armada como una tarea inmediata. De este proceso formaron parte dirigentes de la primera etapa como Armando Cuervo, vinculados a la tarea parlamentaria y electoral, pero también dirigentes sindicales como Antonio Marotta, del sector bancario. Militantes y dirigentes que una vez creado el Frente Amplio en 1971 adherirán como independientes a la “Lista 1001”, del fidel.

La primera acción reconocida por las faro tuvo lugar el 10 se setiembre de 1968 y consistió en la “recuperación” de un vehículo, utilizado para asaltar al día siguiente una sucursal de la Unión de Bancos del Uruguay, entidad de la que se sustrajeron 7.200 dólares. Un mes después, el 3 de octubre, las faro volvieron a asaltar una nueva entidad bancaria, la sucursal Arroyo Seco del Banco Comercial. En esta ocasión el botín superó los 12.800 dólares. Ambas acciones fueron coordinadas por los argentinos Ramón Torres Molina y Óscar Doglio, integrantes de una estructura conocida como Guerrilla del Ejército Libertador (gel) y que tiempo después se incorporarían a las Fuerzas Argentinas de Liberación (fal).70 Además del apoyo argentino, en estos primeros pasos las faro recibieron la asistencia de militantes brasileños. Uno de ellos, “Benavides”, instruiría a un grupo del mro en la fabricación de explosivos,71 mientras que dos cuadros militares de vpr aportarían los conocimientos adquiridos por esta organización en la planificación y ejecución 69 Mario Rossi, 2/8/2010.

70 Esteban Campos y Gabriel Rot, La Guerrilla del Ejército Libertador. Vicisitudes políticas de una guerrilla urbana (Buenos Aires: El topo blindado, 2010), 31-32. 71 José Maneiro, 12/8/2010.

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de operaciones guerrilleras en el ámbito urbano.72 La necesidad de asistencia en esta instancia preparatoria da cuenta de que la formación militar en el seno de la faro era escasa y relativiza la importancia de la formación político-militar que algunos de los miembros del mro habían recibido en Cuba.

Las primeras caídas Tan sólo dos meses después de dar inicio a las acciones, el 12 de noviembre de 1968, las faro eran golpeadas con la detención de José Maneiro, Walter Burghi, Óscar Rossi, Mario Rossi y Elena Lecquio, a los que se implicaba en las “expropiaciones” realizadas en setiembre. De estos hechos también se hizo responsable a Ariel Collazo, que debido a su inmunidad como parlamentario no sería procesado. De los cinco detenidos, fueron liberados Walter Burghi, Mario Rossi y Elena Lecquio, mientras que Ariel Burghi pasaría a la clandestinidad y se refugiaría en Argentina, donde fue acogido por las fal.

Las faro habían comenzado a operar en un contexto ciertamente adverso. El desarrollo de la lucha urbana por parte del mln había generado, también, un salto de calidad en la represión, con unas fuerzas de seguridad ya experimentadas en la lucha antisubversiva como consecuencia de años de enfrentamiento con los Tupamaros. Y aunque era precisamente esta organización el objetivo principal de las fuerzas de seguridad, la represión alcanzaba al conjunto de la izquierda revolucionaria. En este sentido, era previsible –“inevitable”, según Collazo73– que una organización que daba sus primeros pasos pudiera ser golpeada.

El revuelo en torno a la participación de Collazo y de militantes del mro en los asaltos de setiembre acabó por finiquitar las tensas relaciones que todavía mantenían pcu y mro, enfrentados ideológicamente desde la Conferencia de la olas. En el plano político, las detenciones significaron el fin del fidel como frente, a pesar de que los comunistas siguieron compartiendo bancada parlamentaria con Ariel Collazo. Primero el mro74 y después el fidel75 deslindaron posiciones y a partir de entonces cada organización siguió su camino. Estas declaraciones no hacían más que formalizar el alejamiento que se venía produciendo entre ambas formaciones. En el sector estudiantil la jmro, conformada con militantes desprendidos de la ujc, había impulsado a principios de 1967 la creación del Frente Estudiantil Revolucionario (fer) en oposición a la línea comunista. En el plano político, el mro había priorizado la alianza con sectores a la izquierda del pcu con el “Acuerdo de Época”. Y en el plano sindical, la ruptura se escenificaría en 1968 con el desarrollo de la Tendencia Combativa y la creación en el sindicato bancario aebu de la “Lista 19”, conformada con militantes del ps, la fau y el mro, y el alejamiento de la “Lista 3”, dominada por los comunistas.76

El aparato de las faro comenzó a reestructurarse a principios de 1969. La dirección del mro había ordenado un repliegue táctico para evaluar la dimensión del golpe recibido y recomponer sus fuerzas. Para ello, las faro acudieron al mln en busca de apoyo para consolidar su estructura. 72 Cuestionarios enviados a José Delbono y Mario Rossi, noviembre-diciembre de 2009. 73 Historia de una pasión, 77.

74 Ariel Collazo, “Del Doctor Ariel Collazo: Desvinculación del mro del fidel”, Marcha (29/11/1968).

75 fidel, “Del Frente Izquierda de Liberación: Aceptación de la desvinculación del mro y de Ariel Collazo”, Marcha (6/12/1968). 76 Mario Rossi, 2/8/2010.

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En esta reunión, en la que participaron por el mln Raúl Sendic, Candán Grajales y Eleuterio Fernández Huidobro, se resolvió mantener un contacto permanente entre ambas organizaciones, que quedaría establecido entre Mario Rossi y Candán Grajales, primero, y Efraín Martínez Platero, después. En cuanto al apoyo material, el ingeniero y dirigente tupamaro Juan Almiratti enseñaría, en un taller ubicado en la calle Viladerbó, a fabricar amonal a un combatiente de las faro conocido como “Jorge”.77 En ese mismo periodo, el también tupamaro Lauro Salles formaría en la fabricación de armas caseras a otro grupo de militantes de las faro.78

Las detenciones por los asaltos bancarios generaron la deserción de algunos militantes, por temor o descontentos con el resultado de las acciones. De modo que las faro tuvieron que hacer frente a una nueva campaña de reclutamiento en estos primeros meses de 1969. Las faro utilizaron tres vías principales de reclutamiento: el aparato político, la actividad sindical y la Juventud del mro. El criterio organizativo tendía a que las células del aparato armado tuvieran crecimiento fuera del aparato político, en especial desde el ámbito sindical, ya que los sectores de masas eran clandestinos y no estaban ligados al aparato político del mro. Esta tendencia se explicaba en la necesidad de preservar la compartimentación de la célula: “venir de una estructura electoral, con gente que había estado en los diarios o en procesos electorales, por más que vos sostuvieras cierta compartimentación, automáticamente esos compañeros quedaban descompartimentados dentro de la estructura”.79

Encuadrados en la actividad sindical y avalados directamente por la estructura militar, se incorporan en 1969 a las faro militantes como Guillermo Ralo y Rodolfo Lares, sin militancia previa en el mro. Éste último, dirigente del gremio de la Cooperativa de Consumo de Usinas y Teléfonos del Estado (ute), explica que la mayoría de sus compañeros en este organismo militar fueron reclutados sin tener participación activa en el mro, producto de la ilegalización del mismo.80 En el mismo sentido se pronuncian Sergio Nápoli y Diana Lubetkin, quienes se incorporan a las faro desde la militancia estudiantil: “Ariel (Collazo) nos cita a lo que era la imprenta que publicaba en aquel momento el diario Liberación […] A partir de ahí tenemos una charla y nos da un contacto, que se realiza en la calle Soriano, en una confitería, con uno de los compañeros que era el comando de las faro, Carlos Liscano, que después fue comando del mln”.81

En otros casos, la integración a las faro se dio después de hacer de correo o de guardar materiales o armas. Es el caso de “Samuel”, un joven militante procedente de Durazno y simpatizante del mln, que se incorpora en 1970 a las faro: “me pidieron guardar un arma, una granada […] Cuando guardo ese arma, los compañeros me invitaron «para los fierros», guardando armas, llevando portafolios. Por necesidad orgánica tras las caídas, había necesidad de publicitarse, de hacer presencia, me vi obligado a participar en acciones armadas”.82 Junto al aparato político y la inserción social y sindical, la tercera vía de reclutamiento era la Juventud del mro, que desde su formación se había mostrado favorable a la lucha armada. Ya durante 1967 algunos de los componentes de la Juventud habían participado en diferentes acciones

77 Mario Rossi, diciembre de 2009.

78 Entrevista a Rodolfo Lares. Montevideo, 10/8/2010. Integrante de las faro. 79 Mario Rossi en E. Cortina, “Aproximación a la historia”.

80 Cuestionario enviado a Rodolfo Lares, noviembre de 2009.

81 Entrevista a Sergio Nápoli y Diana Lubetkin. Montevideo, 5/8/2010. Integrantes de las faro.

82 Entrevista a “Samuel”. Montevideo, 12/8/2010. Integrante de las faro.

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armadas, como la colocación de dos artefactos explosivos con volantes en el Nocturno Nº 1 del Liceo Zorrilla o el robo de un fusil Mauser y dos pistolas a un coleccionista privado. A finales de ese año viajó a Cuba un grupo de estos jóvenes, entre los que figuraban Alejandro Lerena, Alberto Pérez Iriarte, Arbelio Ramírez, Jorge Zabalza, el “flaco” Líbano83 y Ruben Sassano.84 Con la muerte de Guevara en Bolivia los jóvenes uruguayos desplazados hasta Cuba irán regresando escalonadamente a Montevideo. A su vuelta, el mro estaba ilegalizado y había comenzado a desarrollar su aparato armado. Algunos de ellos –Alberto Pérez Iriarte, Arbelio Ramírez, “el negro” Cardozo o Ruben Sassano– participarían de las primeras acciones de las faro, otros, como Alejandro Lerena, Rafael Mántaras, Hernán Pucurull, su compañera “Mirta” o el propio Zabalza, seguirán también el camino de la lucha armada pero en el seno del mln.

Redefinición de la lucha armada El segundo Congreso del mro y la resolución de su Junta Central en julio de 1965 había establecido la lucha armada como vía fundamental, con características específicas: la lucha guerrillera rural como forma principal y la insurrección urbana y el trabajo en las fuerzas armadas como formas auxiliares. Esta concepción evolucionaría a raíz de la muerte del Che y la crisis del modelo foquista teorizado por Debray y abiertamente criticado por teóricos cubanos.85 Si bien hasta 1968 el mro había descartado el desarrollo de la guerrilla urbana, como consecuencia de las nuevas condiciones políticas (Medidas Prontas de Seguridad, ilegalización de partidos, cierre de medios, etc.), de los reveses que a nivel continental estaban experimentando las guerrillas rurales y del exitoso accionar del mln, la organización redefinirá su caracterización de la lucha armada. Esta pasaba ahora a tener su origen, en el caso uruguayo, indefectiblemente en el ámbito urbano. Sin embargo, el mro preveía la inevitabilidad de una intervención extranjera en el caso de un proceso revolucionario exitoso. En esta etapa y reconociendo las limitaciones geográficas del país para sostener una guerrilla rural, sería preciso regionalizar la lucha. El mro señalaba también las limitaciones de la guerrilla rural en el Cono Sur, reconociendo que eran las grandes ciudades las que proporcionaban los recursos materiales y los recursos humanos a la guerrilla rural, de manera que tampoco podría desarrollarse una guerrilla rural en la región mientras no se crearan esos aparatos urbanos en las grandes ciudades. En consecuencia, para el mro la lucha armada en Uruguay debía “comenzar siendo urbana, para transformarse en urbana y rural a nivel regional”.86 Superadas las discusiones sobre la conveniencia de la lucha armada rural o urbana, las faro optarán por una síntesis. Así, en una entrevista publicada en enero de 1970, el todavía diputado Ariel Collazo afirmaría que la línea a seguir era la de la “guerra revolucionaria”,87 caracterizada como “larga y sostenida” y necesariamente enmarcada en un “proceso regional a nivel del Cono Sur o de la Cuenca del Plata”.88 Entre 1969 y 1970, año en que las faro alcanzaron su mayor desarrollo operativo, la organización logrará estructurar dos columnas –de unos 30 combatientes–, que recibirían el nombre 83 A. Pérez Iriarte, “Una historia de la creación de la Juventud”. 84 José Maneiro, 12/8/2010.

85 Simón Torres y Julio Aronde, “Debray y la experiencia cubana”, Monthly Review 55 (octubre de 1968). 86 mro, “Y el Uruguay no era una excepción…”, América Latina 2 (octubre de 1968). 87 “Los Tupamaros abren una ruta revolucionaria”, Punto Final 95 (enero de 1970). 88 faro, Documento 2 (1970), cedema.

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de Columnas 22 y 26 y que actuarían en Montevideo bajo la dirección de Mario Rossi y Ariel Burghi. A consecuencia de las sucesivas caídas las direcciones se modificaron con asiduidad, ejerciendo como responsables de las columnas durante el periodo militantes como “Cachín” –ex oficial del Ejército–, “Diana”, Walter Burghi, Rodolfo Lares, Juan Trímboli, Víctor Hugo, “Nené” –quien se incorporará posteriormente al mln– y Ariel Collazo.89 Una vez recompuesta la estructura de su aparato armado tras los golpes represivos de noviembre de 1968, las faro volverán a operar a mediados de 1969 en ocasión de la visita a Uruguay de Nelson Rockefeller, reivindicando la colocación de artefactos explosivos en diferentes sedes de empresas norteamericanas en Montevideo (junio) y volviendo a realizar acciones de “recaudación” como la “expropiación” a la agencia de viajes “Concorde”, el asalto a la National Cash Register Company (setiembre), la “expropiación” a una casa de cambios clandestina un mes después, el asalto a la sucursal Aguada del Banco de Montevideo (noviembre) y el intento frustrado de “recuperación económica” (el 29 de diciembre) de una sucursal del Banco Comercial,90 en la que resultó muerto el vigilante privado Juan Techera Bobadilla. En junio de 1969 se inició en Uruguay una huelga bancaria en la que la organización sindical del mro tuvo una participación destacada, debido al numeroso grupo de bancarios que integraban la organización. El mro contaba en ese periodo con dirigentes de primera línea en el sindicato bancario aebu, tanto en el sector de banca privada –Aníbal Collazo y Antonio Marotta– como en el de banca oficial –Rubén Orsi y el “indio” Modernell–. A estos dirigentes se sumaba un conjunto de militantes de base y la presencia de Armando Cuervo como abogado del sindicato. Entre julio y agosto de 1969 las faro colocaron un total de 16 artefactos explosivos en diferentes sucursales bancarias en apoyo a los huelguistas. A estos atentados se sumaron el lanzamiento de bombas de alquitrán y molotov en domicilios de “carneros” y el incendio de vehículos de gerentes y directores de las entidades bancarias.

En los cinco años en que las faro se mantuvieron activas (1968-1972), el grueso de las acciones realizadas se enfocó a la propaganda armada y al apoyo a conflictos laborales. A estas operaciones se sumaron las acciones de pertrechamiento y los asaltos a bancos, cuyo objetivo era dotar de armamento a las columnas y suministrar fondos económicos. Estos “operativos económicos” tenían en algunos casos un carácter regional, puesto que con ellos se pretendía dar apoyo financiero a otras organizaciones revolucionarias latinoamericanas. Es el caso del asalto el 11 de junio de 1970 a una sucursal del Banco del Uruguay, en el que las faro se hicieron con un botín de 10.000 dólares, éste fue derivado a “compromisos internacionalistas”.

Las operaciones en apoyo a conflictos laborales revertían para las faro un carácter fundamental en la “lucha contra el oportunismo en el ámbito sindical”.91 Para esta organización, la lucha en este ámbito debía ser abordada tanto por los gremios como por las organizaciones revolucionarias, a las que cabía tanto la realización de operaciones armadas en apoyo a los conflictos como la preparación y el adiestramiento de los trabajadores para el desarrollo de acciones de masas. Bajo esta concepción, las faro llevaron a cabo durante 1970 la toma del Frigorífico Castro en apoyo al conflicto que avanzaban sus trabajadores, la ocupación de la fábrica de productos porcinos “Ernesto Ottonello” y la toma de la firma Electro Confort, en solidaridad con los trabajadores de 89 Mario Rossi, diciembre de 2009.

90 El Guerrillero Oriental 1, Órgano de prensa oficial de las far “Orientales” (julio de 1970), adc-ceiu. 91 faro, Documento 3. La táctica reformista (1970), cedema.

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la fábrica de artefactos eléctricos tem sa92. En el mismo sentido se realizaron diferentes acciones en apoyo a la huelga que seguían los trabajadores de la cadena de almacenes Manzanares, como la toma de establecimientos, el ataque a las casas de los directivos, así como el secuestro de camiones de alimentos y su reparto en cantegriles.93 También en el contexto de un conflicto laboral, una de las estructuras que para 1971 se mantenía operativa preparó el secuestro de un directivo de la papelera cicsa, acción que no llegó a concretarse ante la falta de infraestructura.94

La acción de mayor envergadura realizada por las faro tuvo lugar en mayo de 1970 y fue bautizada como “Operación Z”. Este operativo fue concebido por la organización como un salto cualitativo en el camino hacia enfrentamientos militares de mayor complejidad que, finalmente, no llegarían. La acción, diseñada en varias etapas, consistió en la toma del Cine Plaza en pleno centro de Montevideo. En ella participaron una treintena de combatientes que tomaron las diferentes plantas del edificio en una acción de propaganda armada. Aunque las faro pretendían proyectar una película, el desarrollo de la operación no fue del todo exitoso y debieron recurrir a una arenga y el lanzamiento de octavillas. Previamente, las faro habían copado el sindicato “amarillo” afute –acción enmarcada en el apoyo a la tendencia combativa que se mantenía en conflicto en ute–, cuya sede se utilizó como acuertelamiento para efectuar la acción central.95

Frente Amplio y Frente de Liberación Nacional Entre agosto y octubre de 1970 las faro habían sufrido una nueva oleada de detenciones de la que la organización no se repondría. El 5 de agosto fue detenido el responsable militar de la organización, Mario Rossi. En octubre serían arrestados Ariel Burghi, “Diana”, Rodolfo Lares y Juan Antonio Trímboli durante una reunión en la que esta estructura de las faro discutía sobre la integración a lo que meses después sería el Frente Amplio.96 Al poco tiempo caerían Walter Burghi y su compañera “Carolina”. La acción represiva se completaría en febrero de 1971 con la detención de un comando completo de las faro, al intentar requisar la recaudación de la Administración de Ferrocarriles del Estado –acción en la que fueron arrestados Horacio Pérez, José Delbono, Augusto José Pedro Maffei, “Samuel” y Alejandro Quiroga.97 Las sucesivas caídas, la vuelta a la legalidad de las organizaciones firmantes del “Acuerdo de Época”,98 en enero de 1971, y los esfuerzos encaminados hacia la creación del Frente Amplio (fa) hicieron virar los esfuerzos del mro hacia la actividad legal, dejando en un segundo plano la actividad armada que, aunque más residual que en 1970, se mantuvo presente, en especial tras la fuga de Punta Carretas en setiembre de 1971.

En diciembre de 1970 la Junta Central del mro hacía pública su incorporación al FA en formación, aunque en forma paralela mostraba su intención de “continuar la tarea ya iniciada por la unidad de los revolucionarios en un Frente de Liberación Nacional”,99 una labor que se había 92 El Guerrillero Oriental 2, Órgano de prensa oficial de las far “Orientales” (agosto de 1970), adc-ceiu. 93 Entrevista a Sergio Nápoli. Montevideo, 5/8/2010.

94 Sergio Nápoli, 5/8/2010

95 faro. Comunicado Interno Nº 24 (1/6/1970), cedema. 96 Rodolfo Lares, 10/8/2010.

97 “Los 5 de faro, remitidos”, El Día (3/3/1971).

98 “Resolución del Poder Ejecutivo, de 14 de diciembre de 1970”, Marcha (18/12/1970).

99 mro, “Declaración de apoyo a la integración en el Frente Amplio”, Marcha (4/12/1970).

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iniciado en el contacto que los presos de las diferentes organizaciones armadas habían mantenido en prisión. Esta concepción, que diferenciaba entre un frente antioligárquico electoral (fa) y un frente revolucionario (fln), definiría la postura del mro respecto al fa. Como en etapas anteriores, para el mro no existiría contradicción entre lucha armada y lucha electoral, desarrollándolas en mayor o menor medida según la coyuntura. La organización asumía que en Uruguay coexistían ambas formas de lucha, pacíficas y no pacíficas, “pero si en 1970 predominaron estas últimas, en 1971 es fácil advertir que predominarán aquellas”. En cuanto al fa, el mro vislumbraba en su seno dos sectores diferenciados: una vertiente “reformista” y otra “revolucionaria”. Lo que diferenciaba a ambas tendencias, para el mro, era fundamentalmente la táctica: mientras los primeros sólo aceptaban la lucha pacífica, otorgando un papel fundamental a los comicios, la tendencia revolucionaria defendía la combinación de todas las formas de lucha.100 Desde la óptica del mro, a partir de 1967 se había ido configurando un movimiento de masas revolucionario que ya no sólo utilizaba formas de lucha pacíficas y al que el mro caracterizaba como embrión del fln. De esta manera, el “polo revolucionario” dentro del fa se convertía, para el mro, en una expresión pública del fln.

A diferencia del fa, donde la tendencia “reformista” era la predominante, el fln debía ser el resultado de la unión de las diferentes organizaciones revolucionarias, tanto las presentes en el fa como aquellas no incorporadas a éste. Así, ante la ausencia de una única vanguardia, la dirección del fln debía recaer en las tres organizaciones que en ese momento desarrollaban actividad armada en el país: mln, opr-33 y el propio mro-faro.101 La actuación del mro dentro del Frente Amplio respondió a esta doble filiación, como miembro del “polo revolucionario” en el fa y como impulsor de un fln, abortado por las diferencias entre los grupos que debían conformarlo, la problemática interna de cada organización y la propia dinámica de los acontecimientos.

Reconociendo, por tanto, la hegemonía de los sectores progresistas sobre el fa y a la vez la necesidad de participar en éste como medio para mantenerse ligado a las masas, el mro se marcaría como línea de acción al interior del fa el desarrollo de la tendencia revolucionaria.102 Pese a los esfuerzos en esta dirección, en la práctica el “polo revolucionario” no logró consolidarse como tendencia, en un contexto en el que el proceso electoral era el principal hecho movilizador de la izquierda y al que habría de incorporarse, también, el mro. Si bien en un principio el mro trató de construir un sub-lema de cara a los comicios junto al ps y la Unión Popular, la negativa de los socialistas a integrar esta candidatura acabó por definir el sub-lema “Patria Grande” con la participación exclusiva de la up de Enrique Erro y con Ariel Collazo como candidato por el mro.

Los resultados para esta organización fueron contradictorios y acabaron por definir su desaparición de la escena pública. En términos generales, “Patria Grande” recabó 71.000 votos –el 23,7% de los recibidos por el Frente Amplio–. El grueso de los votos, casi 60.000, correspondió a la lista de Erro y el resto –en torno a los 11.200 votos– a Ariel Collazo.103 Era la primera ocasión en que el mro se presentaba con lista propia y aunque el número de votos recibidos era significativo, no alcanzaron para que Collazo renovara su cargo como diputado. Tan sólo un día después de perder su inmunidad como parlamentario, el 17 de febrero de 1972, Collazo fue de100 mro, “Frentes y partido”, Liberación 3 (marzo de 1971).

101 mro, “Nuestras tareas de futuro (ii)”, Liberación 2 (enero de 1971). 102 mro, “La tendencia al frente”, Liberación 5 (mayo de 1971). 103 La izquierda revolucionaria, 286-287.

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tenido.104 Tras dos años sin ser procesado, el dirigente del mro salió al exilio en 1974 y se asentó en España. Para entonces, el mro y las faro tenían al grueso de su militancia preso, algunos no serían excarcelados hasta 1985, otros habían iniciado el camino del exilio en Suecia, Francia o Italia. A los pocos militantes que permanecieron en libertad y a aquellos que fueron abandonando la prisión les fue imposible sostener la organización en un contexto represivo como el de la dictadura militar.

Fuentes América Latina 1 y 2, 1967. Revista teórica del Comité Ejecutivo del Movimiento Revolucionario Oriental. Centro de Documentación de los Movimientos Armados (cedema).

América Latina 1 y 2, 1968. Revista teórico-política del Movimiento Revolucionario Oriental. cedema.

El Guerrillero Oriental 1 y 2, julio-agosto de 1970. Órgano de prensa oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias “Orientales”. Archivo David Cámpora (en adelante adc)-ceiu.

Liberación 1, 29/12/1970 y 9, 24/08/1971. Director: Ariel Collazo. cedema.

Documentos far “Orientales”, Documento 1. Ideología/Historia/Programa, 1970. cedema. _____. Documento 2. Uruguay, 1970. cedema.

_____. Documento 3. La táctica reformista, 1970. cedema.

_____. Documento 4. La táctica revolucionaria, 1970. cedema.

_____. Documento 5. Táctica revolucionaria –en lo social o de masas–, 1970. cedema _____. Comunicado Interno Nº 24, 1º/6/1970. cedema.

_____. La Organización Revolucionaria. Guía de lecturas, circa 1970. cedema. mro, Acta de fundación, 21/4/1961. cedema.

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Recibido 09/04/12 – Aceptado 22/07/12

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Cinco décadas de estudios sobre la crisis, la democracia y el autoritarismo en Uruguay

Aldo Marchesi1 Vania Markarian2

Resumen

Abstract

Este artículo repasa la producción sobre el Uruguay de la crisis y la dictadura, es decir, entre los años cincuenta y ochenta del siglo pasado. El análisis apunta diferentes énfasis teóricos, perspectivas disciplinarias y problemas históricos. Comienza con los enfoques estructurales y caracterizaciones socioeconómicas que acompañaron la primera percepción de la crisis a fines de los cincuenta y tuvieron su auge hacia los años setenta. Un segundo momento, signado por el desarrollo de la ciencia política, empezó luego de los golpes de Estado en la región y se consolidó en Uruguay durante el retorno democrático. Hacia fines de los noventa comenzó una tercera etapa que puso acento en los fenómenos subjetivos y la relación entre cultura y política desde los novedosos enfoques de la psicología, la antropología y los estudios culturales. A partir del cambio de siglo, por último, creció la producción historiográfica al tiempo que se consolidaron las agendas y se intensificó el diálogo entre los diferentes espacios de investigación.

This article examines the existing literature on four decades of Uruguayan history, covering from the crisis initiated in the 1950s to the dictatorship of the 1970s and 1980s. The analysis takes into account different theoretical emphases, disciplinary approaches, and historical problems. It begins with the structural perspectives and socioeconomic characterizations which emerged with the first perceptions of the crisis and had their pinnacle in the 1970s. A second phase, dominated by the development of political science, began after the coups d´Etat in the region and flourished in Uruguay during the transition back to democracy. Starting in the late 1990s, a third moment was characterized by paying attention to subjectivity and the relations between politics and culture from the innovative perspectives of psychology, anthropology, and cultural studies. Finally, with the turn of the century grew historiographical production while research agendas were established and dialogues among different research spaces intensified.

Palabras clave: Uruguay, crisis, dictadura, producción académica 1 2

Key words: Uruguay, crisis, dictatorship, academic literature.

Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacion e Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República. Archivo General de la Universidad, Universidad de la República.

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Pasar revista a la numerosa producción bibliográfica en torno a la crisis, la dictadura y la transición a la democracia es también un ejercicio de memoria. Los autores de estas páginas empezamos a trabajar sobre estos temas en los años noventa, una década que comenzó con el silenciamiento de las discusiones públicas y terminó con un lento renacer del interés social por un pasado que todavía resultaba doloroso y controversial. Escribimos ahora en una situación muy diferente, signada por la fuerte presencia de la historia reciente en los medios de comunicación y el reconocimiento estatal de los crímenes de la dictadura. La incipiente constitución de un campo de estudios, del que nos sentimos integrantes, es otra muestra de la legitimidad social que ha adquirido la preocupación por el pasado más cercano. Como analistas y participantes de esos procesos, tenemos ahora que reconocer que se ha disipado en buena medida la “sensación de malestar frente a los silencios e insuficiencias” que hace casi una década, en un libro que publicamos con otros colegas a treinta años del golpe de Estado de 1973, nos parecía la nota predominante en el tratamiento de ese tramo de la historia.3

Empezamos con esta breve referencia a nuestras experiencias personales para enfatizar la estrecha relación que existe entre la bibliografía que nos disponemos a analizar y las vicisitudes más generales de la memoria colectiva a las que también haremos referencia. Esta interacción fue clave al organizar esa abundante literatura en un recorrido cronológico por las corrientes que fueron dominantes en cada momento, deteniéndonos en sus énfasis teóricos, perspectivas disciplinarias, asientos institucionales, condicionantes políticas y problemas históricos más importantes. El resultado es una división en etapas de esa producción intelectual, aunque somos conscientes de que muchos textos tienen un carácter “fronterizo” y podrían, argumentadamente, ubicarse en un lugar diferente al de nuestra clasificación. Con esas salvedades y necesarios matices, nos referimos en primer lugar a los enfoques estructurales de énfasis socio-económico que surgieron para entender la instalación de regímenes autoritarios de nuevo tipo en la región. Examinamos a continuación las perspectivas institucionales con acento en lo político dirigidas fundamentalmente a la explicación de los procesos de crisis y transición a la democracia.4 Nos detenemos luego brevemente en un interregno de más de un lustro de casi total silencio social sobre el pasado reciente, cuando algunas apuestas aisladas a la clave subjetiva y abordajes de dimensiones culturales empezaron a instalarse en la agenda académica. Viene finalmente la sección más extensa del artículo, dedicada a describir en detalle la consolidación de un campo de estudios donde predominan las ideas de “terrorismo de Estado” y “violaciones a los derechos humanos” como marcas de todo el período. Este proceso abarca hasta el presente e incluye los cambios que mencionábamos al comienzo de esta introducción. Desde la conciencia todavía fresca de esas transformaciones es que, a más de seis años de haber intentado por primera vez con otros colegas un balance de la producción bibliográfica sobre el pasado reciente en Uruguay, volvemos a emprender la tarea.

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Aldo Marchesi, Vania Markarian, Álvaro Rico y Jaime Yaffé, “Pensar el pasado reciente: Antecedentes y perspectivas”, en A. Marchesi et al (Editores) El presente de la dictadura: Estudios y reflexiones a 30 años del golpe de estado en Uruguay (Montevideo: Trilce, 2004), 5.

Estas dos primeras etapas recogen con pocas modificaciones el ya mencionado artículo del 2004 realizado en coautoría con Yaffé y Rico, el resto es sustancialmente nuevo.

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Enfoques estructurales y primeras caracterizaciones socio-económicas Hacia la segunda mitad de los años sesenta, comenzaron a aparecer los primeros esfuerzos por entender el avance de un nuevo tipo de régimen autoritario en el Cono Sur. Esta discusión se procesó muchas veces a nivel regional, haciendo justicia a la extendida idea de que se trataba de un mismo intento de imprimir un cierto rumbo a la economía y la política de estos países, con claro origen en los centros de poder mundial, particularmente en las políticas imperialistas de Estados Unidos. Estos enfoques marcadamente estructurales tenían relación con las doctrinas de la izquierda militante de matriz marxista y también raíces en la labor de la Comisión Económica para América Latina (cepal) y las entonces populares “teorías de la dependencia”. En Uruguay, los extensos estudios de la estructura económica y social del país realizados por el Instituto de Economía de la Universidad de la República y los análisis sobre la influencia de los organismos financieros internacionales fueron insumos claves de esta primera etapa de reflexión dedicada a entender las transformaciones del capitalismo dependiente y sus cambios coyunturales, especialmente luego del viraje de la política económica entre fines de 1967 y mediados de 1968.5 Los nombres de Alberto Couriel, Samuel Lichtensztejn, Luis Macadar, Raúl Trajtenberg y Raúl Vigorito son buenos ejemplos de esta generación de economistas uruguayos que se formaron bajo el influjo estructuralista “cepalino” y abrazaron el “dependentismo”.6

Con el tiempo, el par explicativo dependencia/desarrollo dio lugar a la más radical asociación entre dependencia y subdesarrollo y ésta a la abierta dicotomía entre subdesarrollo y revolución, presente explícita o implícitamente en muchos de los trabajos de esta época junto con una denuncia del rol de las elites nacionales. En estas explicaciones, los condicionamientos impuestos por el sistema capitalista mundial aparecían generalmente como causas suficientes de la crisis del Estado y del avance autoritario en la región y el país. A medida que se avanzaba en la implementación de una serie de medidas sociales y económicas de carácter claramente regresivo, la situación política y social se radicalizaba y aumentaba el enfrentamiento entre los sectores populares organizados y las fuerzas represivas. No siempre fue fácil separar los proyectos de investigación más o menos académicos de las posturas político-ideológicas. Fue entonces que se comenzó a hablar de “fascismo” para asimilar el impacto de los nuevos autoritarismos y justificar diversas formas de resistencia a veces al margen de la legalidad democrática hasta entonces existente.7 Con independencia de sus asociaciones con diferentes proyectos de cambio, estos enfoques compartían la intención de dar respuestas concretas e inmediatas a lo que ya se percibía como la crisis más aguda en la historia del país. Tenían, además, un tono de época expresado en la

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Antes de esta etapa, a comienzos de los sesenta, el equipo de trabajo de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (cide) había llevado adelante la primera experiencia de estudio y planificación económica de corte “cepalino” en Uruguay. Ver Adolfo Garcé, Ideas y competencia política, 1960-1973: Revisando el fracaso de la cide (Montevideo: Trilce, 2002).

Entre los trabajos más influyentes y con mayor divulgación del período podemos mencionar: Alberto Couriel y Samuel Lichtensztejn, El fmi y la crisis económica nacional (Montevideo: fcu, 1967); Instituto de Economía, Universidad de la República, El proceso económico del Uruguay: Contribución al estudio de su evolución y perspectivas (Montevideo: udelar, 1969). Por más información sobre la evolución de los estudios económicos en esta etapa, ver “Economía”, en Ciencia y Tecnología en el Uruguay (Montevideo: cinve-mec, 1986). Para una descripción de este recorrido intelectual a nivel latinoamericano ver el prefacio de Guillermo O’Donnell, Contrapuntos (Buenos Aires, Barcelona, México: 2003).

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necesidad de articular explicaciones globales. Entre los primeros estudios que buscaron entender el camino al autoritarismo integrando los aspectos económicos, sociales y políticos sin subordinaciones fáciles, se destaca el trabajo de 1971 de Carlos Real de Azúa “Política, poder y partidos en el Uruguay de hoy”.8 Junto a otros trabajos contemporáneos, este texto detectaba la incapacidad del sistema político de resolver la crisis nacional sin dejar de señalar el papel de los partidos en la conformación social y estatal del país.9 Si bien su atención hacia el sistema partidario podía entroncarse con la vieja historia política, en desuso en aquellos años, su interés por la relación entre sistema político y estructura social y su consideración de las nuevas expresiones de descontento, especialmente la violencia de izquierda, eran líneas novedosas que no tendrían demasiados continuadores hasta los últimos años de la dictadura.10 También la dimensión regional del análisis y su discusión de la categoría “colonial-fascista” de Helio Jaguaribe para caracterizar a los “nuevos regímenes de represión política y social” en Argentina y Brasil y empezar a reflexionar sobre Uruguay mostraban la agudeza del autor, a pesar de su insistencia en los “rasgos amortiguadores” de la sociedad uruguaya.11 Este tipo de discusión sobre las dimensiones regionales de los procesos contemporáneos dio origen a un enfoque que se reivindicaba académico sin renegar del compromiso social. Estos estudios se proponían entender las particularidades del avance autoritario en países relativamente desarrollados donde la mayor parte de la población era urbana y altamente politizada, lo cual marcaba a su entender una diferencia sustancial con otros procesos regionales más o menos recientes. El nombre clave en estos esfuerzos es el argentino Guillermo O’Donnell, quien en su estudio pionero sobre el gobierno del General Juan Carlos Onganía acuñó la expresión “Estado burocrático autoritario” para caracterizar estos fenómenos.12 En palabras de O’Donnell, el centro

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Carlos Real de Azúa, “Política, poder y partidos en el Uruguay de hoy”, en Luis C. Benvenuto y otros, Uruguay hoy (Buenos Aires: Siglo xxi, 1971).

Ver también C. Real de Azúa, El impulso y su freno: Tres décadas de batllismo y las raíces de la crisis uruguaya (Montevideo: ebo, 1964). Desde la sociología, Aldo Solari, Uruguay, partidos políticos y sistema electoral (Montevideo: El libro libre, 1998) y Alfredo Errandonea, “El mutacionismo electoral como indicador de estabilidad política”, Revista Uruguaya de Ciencias Sociales, 1-2 (1972), buscaron entender estos procesos, mientras una generación más joven publicaba sus contribuciones en los Cuadernos de Ciencias Sociales y la Revista Uruguaya de Ciencias Sociales. Por la evolución de los estudios politológicos y sociológicos en esta etapa, ver Gerardo Caetano, Pablo Mieres, José Rilla y Romeo Pérez, “Los partidos políticos en las ciencias sociales uruguayas, 1960-1990”, en G. Caetano et al, Partidos y electores: Centralidad y cambios (Montevideo: claeh-ebo, 1992). Es importante destacar el aporte realizado desde los estudios legales por Alberto Pérez Pérez, Constitución de la rou de 1967, anotada y concordada (Montevideo: Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1970) y algunos interesantes planteos de coyuntura y propuestas de cambio de autores como Vivian Trías, Alberto Methol Ferré, Rodney Arismendi y Roberto Ares Pons.

10 Por esta época aparecieron las primeras exploraciones sobre la guerrilla urbana, expresiones de la curiosidad que el asunto despertaba dentro y fuera del país. Estos enfoques no solían ofrecer una explicación de la relación entre violencia revolucionaria y avance autoritario, optando por una visión testimonial, descriptiva y casi siempre favorable a la izquierda armada, ver Carlos Núñez, Tupamaros, la única vanguardia (Montevideo: Provincias Unidas, 1969), Antonio Mercader y Jorge De Vera, Tupamaros: estrategia y acción (Montevideo: Alfa, 1969), Antonio Pérez García, Política y sociedad (Montevideo: Nuestra Tierra, 1970), Maria Esther Gilio, La guerrilla tupamara (Montevideo: Biblioteca de Marcha, 1971), Alain Labrousse, Los tupamaros: Guerrilla urbana en Uruguay (Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo, 1971) y Arturo Porzecanski, Uruguay’s Tupamaros: The urban guerrilla (Nueva York: Praegers Publishers, 1973). 11 Por el debate sobre los rasgos “amortiguadores” de la sociedad uruguaya, ver C. Real de Azúa, Uruguay, ¿una sociedad amortiguadora? (Montevideo: ebo, 1984).

12 G. O’Donnell, Modernización y autoritarismo (Buenos Aires: Paidós, 1972) y El Estado burocrático autoritario, 1966-1973: Triunfos, derrotas y crisis (Buenos Aires: Editora de Belgrano, 1982).

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del análisis era la “afinidad electiva entre el autoritarismo burocrático y la alta modernización”.13 De acuerdo a esta perspectiva, la percepción de una amenaza a la dominación capitalista habría llevado a la alta burguesía, en alianza con el capital internacional, a buscar apoyo y protección en la corporación militar. En la década del setenta, los estrechos vínculos de O’Donnell con universidades estadounidenses y su pasaje por Brasil dieron dimensión transnacional a la discusión de estos temas.

Luego de los golpes de Estado del Cono Sur, otros muchos académicos importantes de la región se radicaron en diferentes países europeos y americanos y ampliaron aun más los límites geográficos del debate. Los trabajos de latinoamericanos y latinoamericanistas como Fernando Enrique Cardozo, Liliana de Riz, Philippe Schmitter, David Collier y Alfred Stepan expresaron un esfuerzo por repensar las continuidades y discontinuidades históricas del “nuevo autoritarismo” en base a categorías como “corporativismo” y “fascismo”, además de “autoritarismo burocrático”.14 Las polémicas en torno a la caracterización de los nuevos regímenes como “fascistas” fueron especialmente importantes para quienes reconocían una matriz marxista en sus agendas de investigación y discusión sobre el pasado reciente en el área latinoamericana. Junto con el planteo de Jaguaribe, la definición de “fascismo dependiente” de Theotonio dos Santos y la caracterización de regímenes “fascistas” sin adjetivos en el trabajo de Agustín Cueva fueron muy influyentes en algunos círculos académicos y debates políticos del exilio, especialmente en países como México y Cuba.15

En el caso uruguayo es notoria en estos años la escasez tanto de producción académica como de análisis político, aunque la mayoría de los estudios más conocidos lo mencionaban como parte de las tendencias regionales y existieron algunos aportes específicos de uruguayos y “uruguayólogos”. La mayoría de los investigadores uruguayos se dedicó en esta época a estudiar aspectos puntuales de la problemática contemporánea nacional, sin participar de lleno en las discusiones más globales sobre la caracterización de los nuevos regímenes autoritarios.16 Hubo algunos autores extranjeros que contribuyeron a integrar el caso uruguayo a los debates regionales. Publicados en la segunda mitad de los setenta, los libros del estadounidense Martin Weinstein y el argentino-israelí Edy Kaufman fueron pioneros intentos de entender el presente dictatorial de un país que, al menos en el contexto latinoamericano, había asombrado por su pasado democrático y socialmente progresista.17 Mientras Weinstein prácticamente reducía los orígenes del autoritarismo a la derrota del proyecto liberal y urbano implementado por el presidente José Batlle y Ordóñez, principal líder 13 G. O’Donnell, “Tensions in the Bureaucratic-Authoritarian State and the Question of Democracy”, en David Collier (Editor) The New Authoritarianism in Latin America (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1979). 14 En D. Collier (Editor) The New Authoritarianism in Latin America.

15 Ver Theotonio Dos Santos y Liliana de Riz, “¿Fascismo en América Latina?”, Revista Mexicana de Sociología 39-1 (1977) y Agustín Cueva, El desarrollo del capitalismo en América Latina (México: Siglo xxi, 1997).

16 Entre estos trabajos monográficos cabe citar la tesis de doctorado de Jorge Lanzaro, Sindicatos y sistema político: Relaciones corporativas en el Uruguay, 1940-1985 (Montevideo: fcu, 1986) sobre relaciones corporativas; la tesis de maestría de Jorge Landinelli, La movilización estudiantil universitaria en la crisis social de 1968 (Montevideo: fcu, 1988); y el trabajo de A. Couriel, El Uruguay empobrecido, deuda externa y neoliberalismo (Montevideo: ebo, 1988) sobre endeudamiento externo. Entre los intentos de ubicar el caso uruguayo en el contexto latinoamericano, ver Gerónimo De Sierra, “Consolidación y crisis del «capitalismo democrático» en Uruguay”, en Pablo González Casanova (Editor) América Latina: Historia de medio siglo 1 (México: Siglo xxi-unam, 1977). 17 Edy Kaufman, Uruguay in Transition: From Civilian to Military Rule (New Brunswick, NJ: Transaction Books, 1979) y Martin Weinstein, Uruguay: The Politics of Failure (Wesport: Greenwood Press, 1975).

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del Partido Colorado, a comienzos del siglo xx, Kaufman responsabilizaba a la corporación militar por el golpe de Estado y enfatizaba el papel de los grupos económicos, la guerrilla tupamara y el parlamento en la caída de la democracia. Un artículo publicado por el estadounidense Howard Handelman en 1981 encuadraba el caso uruguayo en el esquema de O’Donnell y examinaba en detalle las percepciones de los empresarios industriales sobre la “amenaza” que habrían significado la movilización sindical y las acciones guerrilleras.18 El historiador estadounidense Henry Finch propuso ese mismo año un enfoque económico de larga duración para entender el avance autoritario como resultado de la inhabilidad del sistema político para resolver las contradicciones originadas en los años sesenta en el proceso de modernización capitalista.19 En líneas generales, puede decirse que estas primeras reflexiones examinaron la importancia de condicionantes económicos y conflictos de clase en el avance autoritario y señalaron el nuevo papel institucional de las Fuerzas Armadas, con énfasis en la preocupación por desmovilizar a un sector popular previamente activado. Más allá de amplias zonas de discrepancia, uno de los logros más importantes de la mayoría de estos estudios tempranos fue cuestionar la hipótesis que relacionaba el desarrollo económico con el fortalecimiento de la democracia política. Aunque publicado recién en 1987, el trabajo de Germán Rama también participó de esta forma de pensar los vínculos entre economía y política al proponer la idea de un desborde de la capacidad de respuesta del Estado frente a las demandas encontradas de los diferentes sectores sociales.20

La política como explicación Al pensar esta problemática a nivel continental, otros autores establecidos en Estados Unidos como el español Juan Linz y el estadounidense Alfred Stepan compartieron el cuestionamiento a la relación entre condicionantes estructurales y cambio político, pero su trabajo se enfocó principalmente en el papel de los líderes militares y civiles en el advenimiento del autoritarismo en la región, más en el “cómo” que en el “porqué” se habían producido los quiebres democráticos. Estos autores dieron una explicación “institucionalista” de la caída de la democracia, basada en la conjunción de un régimen de gobierno presidencialista, una elevada fragmentación política y un contexto de crisis económica, radicalización social y polarización ideológica.21 Al analizar las transiciones hacia la democracia, Linz y Stepan siguieron una línea similar de análisis en clave política sosteniendo que las aperturas democráticas estaban menos determinadas por condicionantes económicos que por los planes y alianzas de las elites militares y civiles. En sus trabajos sobre los procesos de recuperación democrática, O’Donnell y Schmitter adoptaron un enfoque parecido afirmando que incluso los grupos en el poder en la época autoritaria sentían la necesidad de desmantelar esos regímenes porque estaban “preocupados por su reputación futura”.22 Además de expresar la influencia de corrientes politológicas dominantes desde los años setenta en la academia norteamericana, este énfasis en la autonomía de la política frente a los

18 Howard Handelman, “Labor Industrial Conflict and the Collapse of Uruguayan Democracy”, Journal of Interamerican Studies and World Affairs 23-4 (1981). 19 Henry Finch, A Political Economy of Uruguay since 1870 (Nueva York: St. Martin Press, 1981).

20 Germán Rama, La democracia en Uruguay (Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1987).

21 Juan Linz y Alfred Stepan, The Breakdown of Democratic Regimes (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1978).

22 G. O’Donnell y Philippe Schmitter, Tentative Conclusions about Uncertain Democracies: Transitions from Authoritarian Rule (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1986).

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condicionantes socio-económicos puede relacionarse con la urgencia por encontrar caminos de salida a la opresiva situación autoritaria. En ambos sentidos, vale notar que muchos de estos aportes caracterizaban al “nuevo autoritarismo” como régimen político, abandonando al Estado como objeto de estudio que había centrado las reflexiones de O’Donnell y otros en años anteriores. De esta manera, los análisis de las transiciones hacia regímenes democráticos tendieron a relativizar la importancia de la economía global y las articulaciones entre grupos económicos y actores políticos para privilegiar la escena política doméstica, lo cual resultó en una corriente de estudios monográficos comparativos en términos de política partidaria, esquemas institucionales, estrategias discursivas, sistemas electorales, procesos de toma de decisiones a nivel de las elites y otros dimensiones de coyuntura. Este énfasis se volvió predominante también en el análisis retrospectivo de las crisis democráticas.

En el caso de Uruguay, la mayoría de estos estudios señalaba la importancia del sistema de partidos y detallaba los pormenores de una salida negociada. Los dos análisis fundamentales del proceso uruguayo de acuerdo a los lineamientos de los círculos académicos norteamericanos fueron realizados en los años ochenta por el uruguayo Luis Eduardo González y el estadounidense Charles Gillespie como tesis doctorales en la Universidad de Yale bajo la dirección de Linz y Stepan.23 Gillespie marcaba distancia con la explicación primera de O’Donnell debido a su poca atención a la dimensión estrictamente política del “nuevo autoritarismo”, especialmente en relación a Uruguay, y centraba su explicación de la transición en las relaciones entre las élites políticas y los líderes militares. González, por su parte, rechazaba los análisis del golpe que buscaban sus raíces en “la posición del país en el sistema internacional, su estructura de clases y su distribución del ingreso”, enfocándose en cambio en “la contribución de los procesos políticos a la caída de la democracia” y su posterior restauración. Esta explicación ponía el énfasis en asuntos como el régimen de gobierno, el sistema de partidos, la clase política y los procesos electorales que habían caracterizado al país antes y después de 1973. Otra importante contribución de González fue la perdurable periodización de la dictadura en tres etapas: “comisarial”, entre 1973 y 1976, cuando aún no se había decidido el destino del proceso más allá de reprimir la movilización social; “ensayo fundacional”, entre 1976 y 1980, cuando se trató de construir una nueva institucionalidad autoritaria; y “transicional”, luego de la derrota del proyecto de constitución autoritaria de 1980, cuando las fuerzas de la oposición comenzaron a recuperar terreno. Junto a los trabajos de Gillespie y González, los volúmenes colectivos Uruguay y la democracia, resultado parcial del ambicioso programa de investigación sobre transiciones del Woodrow Wilson International Center for Scholars, pusieron de manifiesto la repercusión de explicaciones de énfasis político en los estudioso del pasado reciente uruguayo.24 Aunque los libros eran un muestrario de la variedad de enfoques que existía sobre estos temas, indicando en particular la persistente importancia de agendas académicas que privilegiaban los factores socio-económicos, la gran novedad era la difusión del nuevo enfoque politológico entre quienes intentaban comprender el avance autoritario y la recién iniciada transición a la democracia en Uruguay. Otros varios trabajos producidos por autores radicados en el exterior como Luis Costa Bonino, Silvia Dutrénit y Jorge Lanzaro exhibieron este cambio de énfasis característico de los años

23 Charles Gillespie, Negociando la democracia (Montevideo: icp-fcu, 1995) y Luis E. González, Estructuras políticas y democracia en Uruguay (Montevideo: fcu, 1993). 24 C. Gillespie, Louis Goodman, Juan Rial y Peter Winn, Uruguay y la democracia, 3 vols. (Montevideo: Wilson Center Latin American Program-Montevideo Series-ebo, 1984-85).

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ochenta.25 Entre estos trabajos de énfasis político, cabe destacar la original tesis de doctorado de Francisco Panizza en la Universidad de Essex, Inglaterra, sobre la crisis del Estado batllista, que analizaba las estrategias discursivas y representaciones de actores como los Tupamaros, el presidente Jorge Pacheco y los militares. Si bien compartía el interés por la política que caracterizó a muchos de sus contemporáneos, la reflexión de Panizza estaba más ligada a la renovación de las ideas de la izquierda académica que a la agenda de la politología norteamericana. Se notaba la impronta metodológica de Ernesto Laclau, su director de tesis, y la influencia del pensamiento de Antonio Gramsci en el uso de conceptos como “hegemonía” y “transformismo”.26

Al subrayar la importancia de la política en todos estos trabajos es interesante notar, junto a novedades académicas y renovaciones ideológicas, el peso de una caracterización de la historia política uruguaya que enfatizaba la influencia perdurable de los partidos y, más en general, la autonomía de lo político frente a lo social y lo económico.27 El estudio de los partidos, que había sido marginal o subordinado en los sesenta y los setenta, renació a la salida de la dictadura, acompañando el destacado papel de la dirigencia y la militancia en esos años. A grandes trazos, los nuevos análisis resaltaban la centralidad partidaria al describir los partidos tradicionales como mediadores eficientes de los reclamos y tensiones sociales en una escena pública dominada por el Estado. La crisis social y política de los sesenta y setenta encontraba explicación en la erosión de la habilidad de los partidos para representar a la ciudadanía y conducir el gobierno. La dictadura aparecía como un quiebre en esta duradera conformación política: las Fuerzas Armadas habían desplazado a los partidos, reprimido la actividad política y asumido la misión de “salvar a la nación”. Estos estudios hacían hincapié en que las Fuerzas Armadas, a pesar de llevar adelante un serio intento de reformular las relaciones entre Estado, gobierno, partidos y sociedad civil, terminaron por someterse a la conformación política tradicional y reconocieron a los partidos como interlocutores legítimos en una transición negociada que llevó a la virtual restauración del sistema político anterior al golpe, con la posible salvedad del nuevo peso de la izquierda política expresada en el Frente Amplio. Además de los autores ya nombrados, los primeros trabajos producidos por politólogos, sociólogos e historiadores que habían permanecido en el país suscribieron a esta forma de entender la historia política uruguaya a lo largo del siglo xx. Los escritos conjuntos de Carlos Zubillaga y Romeo Pérez y la popular Breve historia de la dictadura de Gerardo Caetano y José Rilla son buenos ejemplos de esta tendencia.28 También Juan Rial y Carina Perelli produjeron en esta época varios

25 Ver Luis Costa Bonino, La crisis de los partidos tradicionales y el movimiento revolucionario (Montevideo: ebo, 1985) y La crisis del sistema político uruguayo (Montevideo: fcu, 1995); J. Lanzaro, Sindicatos y sistema político: Relaciones corporativas en el Uruguay, 1940-1985 (Montevideo: fcu, 1986); Silvia Dutrénit, El maremoto militar y el archipiélago partidario: Testimonios para la historia reciente de los partidos político uruguayos (Montevideo: ecs-Instituto Mora, 1994); y Gonzalo Varela, De la república liberal al Estado militar (Montevideo: Nuevo Mundo, 1988).

26 Por la renovada influencia de Gramsci entre los intelectuales latinoamericanos, ver Julio Labastida (Editor) Hegemonía y alternativas políticas en América Latina (México: Siglo xxi, 1985); Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista: Hacia una radicalización de la democracia (Madrid: Siglo xxi, 1987). Para la aplicación de este enfoque al caso uruguayo ver Francisco Panizza, Uruguay, Batllismo y después: Pacheco, militares y Tupamaros en la crisis del Uruguay batllista (Montevideo: ebo, 1990). 27 Por una postulación ya clásica de esta perspectiva como programa de investigación, ver G. Caetano, J. Rilla y R. Pérez, “La partidocracia uruguaya”, Cuadernos del claeh 44 (1987), 37-62.

28 Carlos Zubillaga y R. Pérez, El Uruguay de nuestro tiempo, 1958-1983: Los partidos políticos.1958-1983 (Montevideo: claeh, 1983) y La democracia atacada (Montevideo: ebo, 1988); G. Caetano y J. Rilla, Breve historia de la dictadura (Montevideo: ebo, 1987).

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estudios seminales por la cantidad de temas e ideas nuevas, así como por la originalidad de sus enfoques. Algunos de sus trabajos expresaban líneas de interés comunes a la ciencia política estadounidense en el análisis de instituciones y actores políticos, mientras otros daban cuenta de una curiosidad intelectual más difícil de encasillar, indagando en asuntos como memoria, imaginario, derechos humanos y juventud que no tendrían casi continuadores en los próximos diez años.29

En esta primera producción fue central el aporte de los centros privados de investigación que funcionaron en el país en los años de dictadura, cuando la Universidad de la República estaba intervenida por el gobierno y su producción era escasa por no decir nula. Aunque su labor tenía un énfasis económico, estos centros dieron origen a estudios sobre una variedad de temas relativos al pasado reciente. Entre ellos se destacaron el Centro de Informaciones y Estudios del Uruguay (ciesu, fundado en 1975), el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (ciedur, 1977), el Centro de Investigaciones Económicas (cinve, 1975) y el Centro Latinoamericano de Economía Humana (claeh, 1958), con apoyo logístico de diversos organismos y fundaciones extranjeras. Fue en esos lugares donde primero se pensó sistemáticamente sobre la crisis de la democracia y el ascenso autoritario, años antes de que la Universidad retomara sus funciones tradicionales y estableciera espacios para investigar estos temas.30

Fue también allí donde se empezó a reflexionar sobre otros varios aspectos de la transición. Al igual que con el estudio del sistema político y los partidos, la temática de los movimientos sociales fue sugerida por su actuación en los últimos años de la dictadura, lo que generó algunos debates de inspiración gramsciana sobre una redescubierta “sociedad civil” y su eventual articulación con la vida política.31 La mayoría de los estudiosos de la transición sostuvo que estos movimientos habían sido independientes de las estructuras partidarias mientras la clase política había estado proscripta, pero debieron finalmente articular sus demandas a través del sistema partidario. Interpretaciones de este tipo solían describir un breve período de creatividad de la sociedad civil rápidamente interrumpido por la restauración del lugar central de los partidos.32 Un tono similar tuvieron los varios análisis contemporáneos sobre los intrincados procesos de “concertación” entre los partidos y las organizaciones sociales.33 Entre estos tempranos estudios de la transición 29 Juan Rial, Partidos políticos, democracia y autoritarismo, 2 vols. (Montevideo: ciesu-ebo, 1984), Relaciones interpartidarias y con actores políticos no partidarios de la oposición frente a regímenes autoritarios (Montevideo: ciesu, 1984), La izquierda partidaria frente a la redemocratización: ¿Hacia una integración negativa? (Montevideo: ciesu, 1985), Concertación y gobernabilidad: Proyecto, acuerdo político y pacto social, la reciente experiencia uruguaya (Montevideo: ciesu, 1985) y Las Fuerzas Armadas: ¿Soldados-políticos garantes de la democracia? (Montevideo: ciesu, 1986). Sobre memoria e imaginarios, ver Carina Perelli y J. Rial, De mitos y memorias políticas (Montevideo: ebo, 1985). 30 Los primeros espacios universitarios que se dedicaron al estudio del pasado reciente de forma sistemática fueron el Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos y el Centro de Estudios Interdisciplinarios del Uruguay, fundados en 1985 en la Facultad de Humanidades y Ciencias bajo la dirección de Lucía Sala y José Pedro Barrán, respectivamente.

31 La mayor parte del debate giró en torno a los nuevos movimientos sociales Carlos Filgueira (Editor) Movimientos sociales en el Uruguay de hoy (Montevideo: flacso-ciesu-evo, 1985); María Bonino, Ariel Celiberti y Jorge Ferrando, Participación y organizaciones sociales: Tres casos en el Uruguay (Montevideo: eppal, 1990). Fueron escasos los trabajos sobre movimiento obrero bajo la dictadura. Ver Jorge Chagas y Jorge Tonarelli, El sindicalismo bajo la dictadura, 1973-1984 (Montevideo: Nuevo Mundo, 1989).

32 F. Panizza y Adolfo Pérez Piera, Estado y sociedad (Montevideo: ciesu, 1988); J. Rial, Relaciones interpartidarias. 33 J. Rial, Concertación y gobernabilidad; Horacio Martorelli, Carlos Pareja y Romeo Pérez, Las incertidumbres de la concertación (Montevideo: ciedur, 1984).

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es importante mencionar las primeras exploraciones del factor militar que se aventuraron en un asunto complejo y casi sin antecedentes en el país.34

Más allá de orientaciones y elecciones temáticas, podemos decir que la gran mayoría de lo producido en este período estaba en armonía con el enfoque de la literatura académica sobre transiciones que sugería que una predisposición negociadora por parte de todos los actores era la única garantía de un tránsito pacífico a la democracia, lo cual parecía dejar de lado la posibilidad de reclamar cambios estructurales, al menos en esta etapa. En gran medida, esta perspectiva respondía a cambios producidos en el ambiente intelectual y político del Cono Sur, tanto desde el exilio como en la región. Como señala Cecilia Lesgart, esta transformación en las formas de pensar el cambio político y social hizo de las ideas de “democracia política” y “transición a la democracia” una estrategia de acción política con anterioridad a las elecciones fundacionales de los primeros gobiernos constitucionales.35 En Uruguay, este cambio de perspectiva no se limitó al pasado reciente sino que tiñó, como se dijo anteriormente, el análisis de toda la historia nacional. Se trataba, en definitiva, de una crítica a las modalidades de hacer y pensar la política asumidas por muchos intelectuales en décadas anteriores, especialmente una visión que ahora parecía reduccionista por su apego a los determinantes estructurales. Es claro, entonces, que esta revisión fue fruto del cruzamiento entre debates académicos y discusiones políticas, marcando tanto el surgimiento de un campo de estudio como el tránsito teórico de parte de la izquierda intelectual.36 También es cierto que muchos discutieron este cambio de rumbo y defendieron otras formas de pensar la crisis de las democracias, el nuevo avance autoritario y las transiciones del Cono Sur. En Uruguay, hubo algunos enfoques disidentes que insistieron en pensar estos temas desde una interpretación marxista que rechazaba la nueva ortodoxia politológica.37 Existió también un sostenido esfuerzo académico desde la economía con el objetivo de explicar el significado de la dictadura no sólo en la tradición política sino también en la estructura social y económica del país. Desde comienzos de los ochenta, esta línea de investigación buscó mostrar las continuidades entre el “reajuste económico” realizado bajo el autoritarismo y las políticas de los gobiernos inmediatamente anteriores. En años posteriores, algunos de estos analistas marcaron también continuidades con las decisiones de los gobiernos post-autoritarios.38 Hubo en esta época otras aproximaciones al pasado reciente que buscaban ordenar y sistematizar el conocimiento hasta entonces disponible y empezar a marcar una agenda de posibles temas de futuras indagaciones. Algunas de estas cronologías, enfoques panorámicos y trabajos periodísticos apuntaron (y muchas veces alcanzaron) a públicos más amplios que la producción estrictamente académica antes reseñada. Especial mención merece la Breve historia de Caetano y Rilla por retomar la periodización planteada por L. E. González y ampliar sus posibilidades para

34 Selva López Chírico, El Estado y las Fuerzas Armadas en el Uruguay del siglo xx (Montevideo: ebo, 1985); J. Rial, Las Fuerzas Armadas; C. Perelli, Convencer o someter: el discurso militar (Montevideo: ebo, 1987); Gabriel Ramírez, El factor militar: Génesis, desarrollo y participación política (Montevideo: Arca, 1988).

35 Ver Cecilia Lesgart, Usos de la transición a la democracia: Ensayo, ciencia y política en la década del 80 (Rosario: Homo Sapiens, 2003). 36 Ver V. Markarian, Idos y recién llegados: La izquierda uruguaya en el exilio y las redes transnacionales de derechos humanos, 1967-1984 (México: Correo del Maestro-La Vasija, 2006). 37 G. De Sierra, Sociedad y política en el Uruguay de la crisis (Montevideo: Librosur, 1985).

38 Danilo Astori, La política económica de la dictadura (Montevideo: ebo, 1990); Luis Macadar, ¿Uruguay, 19741980: Un nuevo ensayo de reajuste económico? (Montevideo: cinve-ebo, 1982) y Jorge Notaro, La política económica en el Uruguay, 1968-84 (Montevideo: ebo, 1984).

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entender todo el período de la dictadura, al tiempo que planteaba una serie de enfoques y temas que luego probaron su rendimiento para la investigación. Los libros de Óscar Bruschera, Martha Machado-Carlos Fagúndez y Cristina Torres-Francois Lerin, la serie El Uruguay de la dictadura de ebo y el tomo 8 de la colección de historia uruguaya de la misma editorial son otros buenos ejemplos de una incipiente intención de ordenamiento y síntesis en relación con esa etapa.39 Esta intención estuvo asimismo entre las preocupaciones fundacionales del ceiu en 1986 y se plasmó finalmente en dos volúmenes de cronología publicados en 1996 y 2003.40 Por su parte, los libros de Nelson Caula-Alberto Silva y Diego Achard aportaron también información y documentación para profundizar en el conocimiento de la dictadura y la transición.41

Mención aparte merecen los abundantes aportes testimoniales de este período tan marcado por la necesidad de compartir en público las difíciles experiencias de los años anteriores. Las obras dedicadas a narrar el sufrimiento de la tortura y el encarcelamiento se transformaron en éxitos editoriales y referencias centrales de los debates públicos. Alfredo Alzugarat menciona dos textos fundantes de esta literatura: Las manos en el fuego, una reconstrucción histórica de Ernesto González Bermejo a partir de cartas y conversaciones con el ex preso Tupamaro David Cámpora, y Las memorias del calabozo, donde Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof narran sus padecimientos, vivencias y resistencias como “rehenes” de la dictadura.42 Junto a otros que circularon en los medios de comunicación de la izquierda y los movimientos sociales, estos textos ayudaron a construir una representación que asimilaba la dictadura a las experiencias represivas. Este enfoque adquirió una repercusión pública aun mayor a partir de 1986, luego de la aprobación de la “Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado” que marcó la cancelación del trámite judicial para las violaciones a los derechos humanos cometidas por militares y policías en territorio nacional desde el golpe de 1973 hasta el fin de la dictadura en marzo de 1985.

Sin embargo, esta reflexión no llegó al mundo académico, generándose una suerte de divorcio de otros actores sociales que enfatizaban los aspectos represivos del pasado reciente. Entre las pocas excepciones a este tratamiento marginal de las dimensiones represivas debe destacarse el trabajo de 1986 de Juan Rial “Los limites del terror controlado: los hacedores del miedo en el Uruguay” que describía los efectos sociales del “sistema de miedo” (o “bóveda de terror”) sostenido por los dos establecimientos de reclusión militar que habían albergado prisioneros políticos.43 A fines de la década apareció Uruguay Nunca Más, otro libro que, desde la frontera entre el

39 G. Caetano y J. Rilla, Breve historia; Óscar Bruschera, Las décadas infames: Análisis político, 1967-1985 (Montevideo: Linardi y Risso, 1987); Martha Machado y Carlos Fagúndez, Los años duros: Cronología documentada, 1964-1973 y Los años oscuros: Cronología documentada, 1973-1979 (Montevideo: Montesexto, 1987 y 1991); François Lerin y Cristina Torres, Historia política de la dictadura uruguaya, 1973-1980 (Montevideo: Nuevo Mundo, 1987); Autores varios, El Uruguay de la dictadura, 1973-1985 (Montevideo: ebo, 2004); Benjamín Nahum, Ana Frega, Mónica Maronna e Ivette Trochon, El fin del Uruguay liberal, 1959-1973 (Montevideo: ebo, 1990). 40 Carlos Demasi (Coordinador) Cronología comparada de la historia reciente del Uruguay, i: La caída de la democracia, 1967-1973 y Cronología comparada de la historia reciente del Uruguay, ii: El gobierno cívico-militar, 1973-1980 (Montevideo: fcu, 1996 y 2003).

41 Nelson Caula y Alberto Silva, Alto el fuego (Montevideo: Montesexto, 1986) y Diego Achard, La transición en Uruguay (Montevideo: ebo, 1996).

42 Ernesto González Bermejo, Las manos en el fuego (Montevideo: ebo, 1985); Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, Memorias del Calabozo, 2 vols. (Montevideo: Tupac Amaru Ediciones, 1987).

43 C. Perelli y J. Rial, De mitos y memorias políticas.

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activismo y la academia, se propuso indagar en estos asuntos desde una perspectiva más sistemática.44 Sobre la base de documentos testimoniales recopilados por el Servicio Paz y Justicia (serpaj) y una encuesta a presos políticos de la empresa Equipos Consultores Asociados, el libro puso énfasis en la prisión e intentó dar una visión comprehensiva del fenómeno represivo integrando el proceso histórico, las prácticas concretas del “terrorismo de Estado” (tortura, justicia militar, prisión, asesinato, desapariciones, coordinación represiva, etc.) y otras dimensiones del autoritarismo (desarticulación de la sociedad civil, exilio, secuelas, etc.). Además, el informe integraba lo sucedido desde 1972 en el marco del “estado de guerra interno”, aprobado por el parlamento para permitir la suspensión de garantías y derechos constitucionales en el marco del “combate a la sedición”, todavía en democracia. Publicado un mes antes del plebiscito de 1989 que buscaba derogar la “Ley de Caducidad” (y que no logró su objetivo), el Nunca Más quedó identificado con esa causa y perdió protagonismo luego de su derrota.

La apuesta a la subjetividad como respuesta al silencio En términos más generales, el triunfo de la opción que cancelaba la posibilidad de llevar a juicio a los militares implicados en violaciones a los derechos humanos marcó un quiebre en la relación de la sociedad uruguaya con el pasado reciente luego del plebiscito de 1989. Este resultado afectó especialmente a los sectores que habían adherido a las demandas de justicia. La izquierda, los movimientos sociales y también la comunidad académica sintieron el golpe. Esto se tradujo en la casi total desaparición de los debates e investigaciones acerca de la dictadura y la transición. Se generó entonces una suerte de consenso en algunos sectores académicos que reconocían en esa votación popular el fin de la transición y llamaban a poner en la agenda nuevas temáticas vinculadas al futuro democrático.45 A pesar de los esfuerzos de quienes seguían sosteniendo que la dictadura y sus legados eran temas que requerían aun más debate y reflexión, estos asuntos fueron quedando al margen de las discusiones públicas.

Al mismo tiempo, fue creciendo en la región una sensación de malestar en relación al rumbo de las transiciones y las formas de explicarlas que se tradujo en enfoques que buscaban ampliar los límites planteados por la “transitología” y las definiciones de la “política” predominantes en los ochenta.46 Una de estas líneas ampliatorias tuvo que ver con la reflexión acerca del miedo y el terror, guiada por la inquietud de trascender la lógica estrictamente política y aventurarse en aspectos más subjetivos que habían marcado los procesos recientes en toda América Latina. 47 44 serpaj, Uruguay: Nunca Más (Montevideo: serpaj, 1989).

45 En el 2000, fcu editó una compilación de J. Lanzaro, La “segunda” transición en el Uruguay: gobierno y partidos en un tiempo de reformas (Montevideo: fcu, 2000) que resulta sintomática de ese contexto. Incluía cinco trabajos elaborados en los noventa en el Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República que indagaban en el período previo a 1973 y el posterior a 1985 pero no consideraban la dictadura ni por sí misma ni como un aspecto relevante para pensar el período post-dictatorial. En gran medida, la dictadura aparecía como una excepción en relación a la vida política del Uruguay.

46 En 1996, Elizabeth Jelin y Eric Hershberg afirmaban que la preocupación de los “transitólogos” por los temas de “institution-building” habían afectado negativamente la consideración de los actores colectivos, especialmente los sectores populares en los procesos de democratización del Cono Sur. Ver Eric Hershberg y Elizabeth Jelin (Editores) Construir la democracia: derechos humanos, ciudadanía y sociedad en América Latina (Buenos Aires: Ediciones Nueva Sociedad, 1996). 47 Esta preocupación tuvo una expresión pionera en el proyecto de G. O’Donnell y Cecilia Galli, con fondos del Social Science Research Council (ssrc) de Estados Unidos, sobre lo que llamaban la “cultura del miedo”. El

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Otro enfoque que ofreció importantes herramientas para ampliar el análisis de los procesos de democratización fue el estudio de cómo se recuerdan las experiencias de la violencia política y del terrorismo. En Uruguay, este tipo de enfoques se expresó en el temprano e influyente Fracturas de la memoria, de 1993, donde los psicoanalistas Marcelo Viñar y Maren Ulriksen de Viñar se proponían indagar los efectos de la represión política en las víctimas para luego avanzar hacia reflexiones sobre memoria colectiva.48 También algunos trabajos desarrollados en el marco de los estudios culturales reflexionaron en torno a la representación de la dictadura en los relatos nacionales y proveyeron nuevos insumos para pensar las relaciones entre autoritarismo, nación y memoria. Nelly Richard en Chile, Hugo Achugar en Uruguay y Beatriz Sarlo en Argentina, por mencionar sólo tres nombres importantes, trajeron esta discusión a la región.

Todos estos estudios se relacionaron con el desembarco en nuestras costas de un nuevo clima intelectual que puede denominarse de forma general como “posmodernidad”.49 Aunque de una manera difusa, el nuevo clima condensó una serie de inquietudes intelectuales que ya se venían procesando durante la democratización: la reflexión acerca de las fronteras entre literatura e historia, la inquietud en torno al papel de las minorías étnicas y de género, la revalorización de los estudios en torno a la cultura y su relación con la política y las críticas a los enfoques más estructurales. Todos estos aspectos se expresaron en transformaciones internas de cada disciplina, afectando de diversas formas los estudios sobre el pasado reciente. A partir de todos estos elementos se fue configurando un escenario intelectual más fragmentado que en la década anterior, pero indudablemente más rico en propuestas. Hacia la segunda mitad de los noventa, comenzó a hacerse visible en Uruguay el trabajo de una red de intelectuales que había mantenido abierto el debate sobre la dictadura y sus repercusiones en el presente. Esta red, que no estuvo inscripta en un ámbito institucional único, fue la impulsora de un fecundo diálogo interdisciplinario del cual dan cuenta algunos libros de la colección “Desafíos” de la editorial Trilce.50 En su mayoría, estos libros fueron compilaciones de artículos de uno o varios autores y en ellos primó el género ensayístico. En general, no se trataba de investigaciones sino de reflexiones abiertas que apuntaban a revelar carencias en la reflexión académica y social, incorporando nuevas temáticas en la agenda de las ciencias sociales y llevando al debate nacional las ideas que estos mismos intelectuales estaban discutiendo a nivel regional.

Dentro de esta colección, el libro que mejor expresó este impulso innovador en relación a la dictadura fue Uruguay, cuentas pendientes: Dictadura, memorias y desmemorias.51 Allí, Carlos Demasi y Hugo Achugar reflexionaron sobre el lugar de la dictadura en el relato de la nación y trabajo culminó en el libro de Juan Corradi, Patricia Weiss Fagen y Manuel Garreton, Fear at the edge: State Terror and Resistance in Latin America (California-Oxford: University of California Press, 1992).

48 Marcelo Viñar y Maren Ulriksen de Viñar, Fracturas de memoria: Crónicas para una memoria por venir (Montevideo: Trilce, 1993). 49 Entre los autores más influyentes en nuestro medio podemos mencionar a Cornelius Castoriadis, Michel Foucault y Hayden White.

50 Entre algunos de los intelectuales integrantes de dicha red estaban Hugo Achugar, Gerardo Caetano, Daniel Gil, Marcelo Viñar y Maren Ulriksen de Viñar. Entre los encuentros promovidos por esta red podemos mencionar “Identidad nacional: memoria, actualidad y proyecciones” (1992), “Violencia política y traumatismos históricos” (1994), “Memoria social: la literatura y las ciencias sociales” (1996), “Memoria social: comunidades y fragmentaciones” (1998). En la realización de algunos de ellos participaron, además de la Universidad de la República, organizaciones privadas como la Alianza Francesa y el Instituto Goethe. 51 Á. Rico (Editor) Uruguay: Cuentas pendientes (Montevideo: Trilce, 1995).

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las dificultades que la imagen autocomplaciente de la historia consolidada durante la restauración democrática tenía para integrar la experiencia del autoritarismo. Demasi decía, además, que la distancia temporal y el resultado del plebiscito de 1989 habían generado un “enfriamiento” que podía contribuir a un análisis más distante que sustituyera “el ánimo culpabilizador (o exculpatorio)”. Esto suponía “ensanchar el coro de voces” y analizar críticamente la obra de la dictadura y sus posibles apoyos. Álvaro Rico, por su parte, aportaba un particular texto fuertemente marcado por el clima posmoderno y proponía un largo inventario para “vincular la historia y la política” y dar cuenta de “la construcción de memorias y discursos, la cultura del miedo y sus símbolos actuales”. En 1996, la “marcha del silencio” convocada por los familiares de desaparecidos que exigían la verdad acerca de su destino marcó simbólicamente el progresivo retorno de los temas vinculados a la dictadura en la agenda pública. Esto se reflejó en un aumento de la producción de corte testimonial, periodístico y académico, así como en la realización de diversos eventos con altos niveles de participación y en una mayor discusión pública, fundamentalmente en ocasión de fechas como el 20 de mayo (asesinato de cuatro uruguayos en Argentina) y el 27 de junio (golpe de Estado). Las redes antes mencionadas comenzaron gradualmente a cumplir un papel de articuladoras entre la academia y otros actores sociales interesados por estos temas y posibilitaron la consolidación de espacios más amplios para la discusión de las múltiples dimensiones de la dictadura y sus derivaciones.

La constitución de un campo de estudios históricos sobre el pasado reciente Esta última década, la primera del nuevo siglo, puede tomarse como un período de convergencia de varias de las tendencias que se venían afirmando en las etapas anteriores. Por un lado, los esfuerzos por promover ciertas temáticas e inquietudes en relación al pasado reciente se comenzaron a expresar en proyectos de investigación que permitieron una acumulación de conocimiento sobre esos temas. Por otro lado, la presión del movimiento de derechos humanos redundó finalmente en cambios significativos respecto a la voluntad política de investigar los crímenes de la dictadura y dar curso a su trámite judicial. En conjunto, estas dos tendencias, una más académica y otra más política, permiten definir una nueva etapa marcada por la configuración de un campo de estudios con cierta legitimidad social y el predominio de lo que podríamos llamar un nuevo “sentido común” sobre el pasado reciente uruguayo que suele circunscribirse al reconocimiento de los aspectos más brutales de la represión estatal. Para empezar a entender este nuevo clima de época se hace necesario repasar algunos antecedentes que signaron la instalación de esos temas en la escena pública. Al asumir la presidencia en marzo de 2000, Jorge Batlle reconoció la necesidad de dar respuesta oficial a los reclamos sobre las consecuencias de la represión, especialmente en relación con la situación de los desaparecidos que había cobrado centralidad entre las otras prácticas de la dictadura. El camino propuesto fue la creación de una “Comisión para la Paz” cuyo informe final confirmó veintiséis denuncias sobre desapariciones de ciudadanos uruguayos en territorio nacional. Se puede decir que fue la primera respuesta del Estado a los reclamos de “verdad” sobre los crímenes de la dictadura. Los familiares de las víctimas reconocieron que se trataba de un paso importante, al tiempo que exigieron

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continuar en el camino de la “verdad y la justicia” y publicaron los resultados de sus propias investigaciones en el libro A todos ellos.52

Al tiempo que se sucedían instancias de gran impacto público vinculadas con acciones represivas de los años setenta, la incansable prédica del movimiento de derechos humanos, redoblada desde mediados de los noventa, iba logrando instalar el tema en la discusión pública y reforzando la presencia del pasado reciente en la agenda de los diferentes partidos políticos. En la campaña electoral de 2004, las fuerzas de centro-izquierda nucleadas en el Encuentro Progresista manifestaron su preocupación por estos asuntos tan importantes en las experiencias de los grupos y partidos que integraban la coalición. La administración de Tabaré Vázquez fue un verdadero momento de inflexión en la actitud oficial al respecto. Además de habilitar la actuación de la Justicia dentro de los marcos legales vigentes, el gobierno se preocupó por avanzar en lo que consideraba una “asignatura pendiente” mediante algunas medidas que pueden ubicarse en el terreno de las “políticas de la memoria” y otras acciones dirigidas al conocimiento más profundo de lo sucedido en los años de dictadura.53 Entre estas últimas, las excavaciones arqueológicas y la ubicación de restos en algunos predios militares fueron las primeras muestras evidentes de las atrocidades cometidas durante la dictadura (y negadas en la post-dictadura) ante un público amplio que muchas veces había estado ajeno a la militante literatura de denuncia de los años anteriores.

Por otra parte, la idea del pasado dictatorial como una “rémora” que era preciso despejar, según la formulación de Vázquez en su discurso de asunción, permite entender que se encomendara a un prestigioso (y prestigiante) triunvirato de historiadores de la Universidad de la República ( José Pedro Barrán, Gerardo Caetano y Álvaro Rico) la tarea de dar cumplimiento a la ley que había prescrito la “pretensión punitiva del Estado” pero que de todos modos habilitaba la investigación sobre los casos de desaparición forzada ocurridos entre 1973 y 1984.54 Este encargo puso a un grupo de docentes y estudiantes universitarios (convocados por esos tres académicos) ante el inusual desafío de utilizar sus saberes específicos para dar satisfacción a un mandato legal y político. Por un lado, la decisión sugería que el gobierno pretendía abordar ese pasado desde criterios y métodos “científicos” colocados por encima de banderías e intereses supuestamente ajenos a la academia. Aunque la opinión no fue compartida por los políticos de la oposición que remarcaron la ya antigua adhesión de los universitarios a la izquierda, se trataba de un gesto interesante, sobre todo en relación con otras experiencias similares de la región donde la idoneidad de las comisiones encargadas de este tipo de investigaciones no había estado relacionada con ponderaciones técnicas sino con fundamentos de tipo moral y ético (e incluso con meros cálculos de proporcionalidad política). Por otro lado, sin embargo, el gesto ponía a la dictadura y sus crímenes más visibles como materia de una disciplina, la historia, que, más allá de las discusiones teóricas y las renovaciones heurísticas de sus cultores, suele disociarse del presente y remitirse a un tiempo saldado, es decir, relativamente ajeno a las discusiones vivas de una colectividad. En los hechos, este gesto del gobierno contribuyó efectivamente al fortalecimiento de un campo de estudios hasta entonces nebuloso sin eliminar al tema como un asunto vivo en las discusiones públicas. Los términos de la discusión, a su vez, se vieron fuertemente afectados por

52 Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, A todos ellos (Montevideo: mfudd, 2004).

53 Entre otras acciones se puede mencionar la creación de un día del Nunca Mas, la derogación del 14 de abril como fecha de conmemoración estatal, los proyectos legislativos de reparación a presos políticos y familiares de desaparecidos y las apuestas educativas en estas temáticas. 54 A. Rico y G. Caetano comparten su trabajo de historiadores con la Ciencia Política.

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ese movimiento que puso al pasado reciente en la égida de los historiadores. Todos esos cambios pueden resumirse en el predominio de las ideas de “terrorismo de Estado” y “violaciones a los derechos humanos” que articulan los cinco gruesos volúmenes publicados por el equipo universitario en 2007.55 Por su condición intermedia entre productos académicos y monumentos públicos, estos tomos permiten empezar a desbrozar el significado de esas ideas en la comprensión social del pasado reciente.

En primer lugar, la propia idea de que una “investigación histórica” se centrara en el rastreo puntual de los casos de los detenidos desaparecidos, establecida por la presidencia al encomendar el trabajo, volvía a afirmar la centralidad de esa modalidad represiva como marca de los once años de historia nacional que abarca la dictadura aun en su periodización más restrictiva. En consonancia, un gran porcentaje de las páginas de estos libros está destinado a presentar de forma descarnada (bajo el formato de “fichas” con entradas estandarizadas) toda la información que se pudo recabar sobre cada caso, con particular atención a los datos provenientes de archivos y repositorios oficiales. Aparece aquí otro rasgo de esta forma de relacionarse con el pasado reciente que vincula estrechamente la producción de pruebas documentales “duras” con la consecución de la “verdad” en una paradójica recuperación del tradicional positivismo. Sin espacio para considerar las distancias entre “el juez y el historiador”, en la formulación de Carlo Ginzburg, estos volúmenes equiparaban de hecho los métodos más clásicos de la investigación histórica con la producción de evidencia para los juicios que se estaban reabriendo.56

En contrapartida, la información que no entraba en las mencionadas fichas se incluía como “contexto represivo” en un esfuerzo por presentar las prácticas concretas del secuestro, la prisión clandestina y la desaparición forzada en su dimensión política de ataque a las fuerzas de izquierda y los movimientos populares. De este modo, el equipo universitario lograba sacar provecho, en términos de comprensión de esos fenómenos históricos, de un encargo de límites tan estrechos como era dar cumplimiento a un artículo específico de la ley que había obturado hasta ese momento los esfuerzos de investigación sobre los crímenes de la dictadura. La publicación, dos años después, de otros tres gruesos tomos con información que, por las características del pedido de presidencia, había quedado afuera de la primera serie, mostraba a su vez la voluntad de rebasar el estudio de los casos de desapariciones hacia otras modalidades y aparatos de control social y castigo de la disidencia.57 De este modo, se ponía a disposición del público general un impresionante caudal de información sistematizada sobre el pasado reciente que remitía en su casi totalidad a las prácticas que el derecho internacional define como “violaciones a los derechos humanos”. A partir de ese momento, la negación o minimización de los crímenes de la dictadura uruguaya, que tan habitual se había vuelto en los lustros anteriores, sobre todo en el ámbito político, se hizo prácticamente imposible. Pero esa forma de presentar lo acontecido entre 1973 y 1984 parecía prescindir de un marco general que explicara sus orígenes, sus causas y sus posibles vinculaciones con otros

55 Presidencia de la República Oriental del Uruguay, Investigación histórica sobre detenidos desaparecidos en cumplimiento del artículo 4 de la ley 15.848, 5 vols. (Montevideo: impo, 2007).

56 Ver Carlo Ginzburg, Il giudice e lo storico: considerazioni in margine al proceso Sofri (Torino: Einaudi, 1991). Por las diferentes soluciones que se han dado al problema de la prueba en otros casos del Cono Sur, ver A. Marchesi, “Esta es la Verdad! Construcción, sentidos y usos de la «verdad» en los informes Nunca Más del Cono Sur”, Temáticas, 17-33/34 (2009). 57 Universidad de la República, Investigación histórica sobre la dictadura y el terrorismo de Estado en el Uruguay, 1973-1985, 3 vols. (Montevideo: udelar, 2009).

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procesos sociales y políticos de esa misma etapa. Esto podía ser interpretado, a su vez, como la asimilación de la dictadura al “terrorismo de Estado” que, sin entrar ahora a analizar las raíces múltiples y los usos variados de los conceptos políticos, podía resultar en la reducción de un complejo proceso histórico al quebrantamiento de las garantías que deben ofrecer los Estados de Derecho a sus ciudadanos en un esquema liberal.

Aunque desde una gran diversidad de temas y enfoques, también la literatura académica estuvo dominada en esta etapa por la reflexión sobre la violación de ciertos derechos y marcos legales básicos. Los análisis sobre la instalación del autoritarismo, es decir sobre el lustro o la década previa al golpe, dependiendo de los intereses de los autores, son un ejemplo particularmente claro de esta tendencia. Sus preguntas se han formulado frecuentemente en términos de ¿“quién tiró la primera piedra” contra el sólido edificio democrático?” o ¿“qué fue primero: el huevo o la gallina” en la gestación de las dinámicas de violencia política?58 Estas interrogantes han merecido respuestas diversas y hasta antagónicas, reforzando en los autores la percepción de pertenecer a compartimientos estancos. Sin embargo, mirado con cierta distancia analítica, todos parecen compartir un marco de interpretación liberal que pone en diálogo sus interpretaciones y configura un campo de estudios. Además, la sola existencia de estas reflexiones indica la nueva disposición de los historiadores a discutir las causas del golpe. Como veremos a continuación, es indudable que esta producción ha avanzado bastante sobre la literatura de énfasis estrictamente político de los ochenta que se ceñía a un universo reducido de temas como el régimen de gobierno, el sistema de partidos, las negociaciones de las élites y los procesos electorales.

Entre los trabajos más originales e influyentes de esta etapa, cabe destacar la línea de reflexión de Álvaro Rico sobre el “liberalismo conservador” anterior al golpe que alcanzó su formulación como libro de tesis sobre lo que este autor llama “camino democrático” a la dictadura. Esta expresión, que se volvió frecuente en las discusiones sobre estos temas, refiere al fortalecimiento desde fines de los años sesenta de una serie de “dinámicas disruptivas y autoritarias de las propias instituciones en crisis, en particular el proceso de «degeneración» interna de la democracia y la «autotransformación» del Estado de Derecho en Estado policial”.59 A partir de estas premisas, Rico interviene en los debates antes mencionados sobre la génesis del autoritarismo con el interés de explicar también la perdurabilidad de ciertas dinámicas en la postdictadura. Sin detenerse demasiado en la historia concreta de actores e instituciones, usa la filosofía política como herramienta para analizar las mutaciones de los mecanismos de dominación que aparecen como claves explicativas del deterioro de la convivencia social y las mediaciones políticas a lo largo del período. La novedad de su respuesta no radica en el señalamiento del Estado y los sectores dominantes como negligentes o transgresores en sus funciones de producción del consenso ni en la consecuente afirmación de que la consolidación del autoritarismo precede al golpe de Estado, dos tesis que comparte con una tendencia de larga duración en los estudios del pasado reciente. Su impronta procede, en cambio, de una posición teórica que ve la continuidad entre esas rupturas y las funciones habituales del poder en su faceta de productor de orden y obediencia. A esto se suma una formulación precisa y efectiva que ha permitido la apertura de áreas de investigación 58 Ver A. Marchesi, “Tupamaros et dictature, radicalisation et autoritarisme: débats sur le coup d’Etat de 1973 en Uruguay”, Vingtième Siècle 105 (París: Presses de Sciences Politiques, enero-marzo de 2010) y A. Marchesi y Jaime Yaffé, “La violencia bajo la lupa: Una revisión de la literatura sobre violencia política en los sesenta”, Revista Uruguaya de Ciencia Política, 19-01 (enero-diciembre de 2010). 59 Para una visión global de su planteo ver: A. Rico, Cómo nos domina la clase gobernante: orden político y obediencia social en la democracia posdictadura Uruguay, 1985-2005 (Montevideo: Trilce, 2005).

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con preocupación empírica por la historia de asuntos como la instalación de procedimientos de excepción en el aparato estatal y los usos variables de los mecanismos de control social.60

Otra línea de indagación original sobre el camino al golpe ha tenido que ver con el papel de los “intelectuales” en los procesos de radicalización política que habrían provocado una respuesta represiva en los años sesenta. Varios de estos trabajos se han centrado en la izquierda para lanzarse a la búsqueda de responsables del clima de época que ambientó ese ascenso autoritario. Quizás el trabajo paradigmático en este sentido sea el libro de Hebert Gatto dedicado a examinar el entorno político-cultural en que surgió y se desarrolló el mln-t.61 Éste y otros textos centrados en las relaciones entre cultura y política o, más precisamente, entre circulación de ideas y luchas por el poder, pueden inscribirse en un área de investigación de gran riqueza en relación a los años sesenta, cuando se produjo un replanteo general de la figura del intelectual como agente de cambio social. Parecería que esta producción, que podría inscribirse en el campo de la “historia intelectual”, empieza a plantear un enfoque distinto a los estudios todavía dominantes de la dictadura y sus prolegómenos que suelen centrarse en la institucionalidad estatal. A su vez, trabajos adscribibles a esta tendencia como el de Adolfo Garcé sobe la cide y el de José Rilla sobre las relaciones entre historia y política entre 1942 y 1972 ponen en discusión procesos, asuntos y marcos cronológicos diferentes a los más usuales en la literatura sobre este período.62

Otro rasgo de esta etapa es el aumento exponencial del caudal de libros testimoniales, periodísticos y académicos centrados en actores del pasado reciente. Aunque no siempre los ha guiado la intención de ofrecer explicaciones globales del período, estos trabajos suelen ampliar el rango de información disponible y aportar nuevas pistas para su comprensión. La producción sobre el mln-t, que puede rastrearse casi hasta la aparición pública del grupo, registró un gran impulso editorial hacia fines de los noventa. La variedad de enfoques de esta etapa incluye tanto relatos de trayectorias políticas de militantes y líderes, que a veces deriva en una suerte de “historia oficial” expuesta por los voceros de la organización, como relatos menos oficiosos de episodios puntuales generalmente relacionados con su derrota y búsquedas de una perspectiva más académica sobre sus orígenes y altibajos hasta el presente.63 Gran parte de esta producción interviene en el debate ya mencionado sobre el papel de los grupos sociales y los actores políticos en los procesos de radicalización de los sesenta y los setenta.

60 Mariana Iglesias, “En procura del orden interno: sentidos y estrategias en torno a la sanción de medidas de excepción en el Uruguay de mediados del siglo xx”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Cuestiones del tiempo presente (2009). Disponible en: http://nuevomundo.revues.org/56848; Magdalena Broquetas, “¿De qué manera practicas, discursos e instituciones desde los tempranos sesenta configuraron relaciones autoritarias de poder que influyeron en el desenlace del golpe?”, Jornadas de reflexión académica a propósito del 35º aniversario del golpe de Estado en Uruguay (9/7/2008).

61 Hebert Gatto, El cielo por asalto (Montevideo: Taurus, 2004).

62 A. Garcé, Ideas y competencia política y J. Rilla, La actualidad del pasado. Usos de la historia en la política de partidos del Uruguay, 1942-1972 (Montevideo: Debate, 2009).

63 Samuel Blixen, Sendic (Montevideo: Trilce, 2000); Miguel Ángel Campodónico, Mujica (Montevideo: Fin de Siglo, 1999); E. Fernández Huidobro, Historia de los Tupamaros, 3 vols. (Montevideo: tae, 1986); Jorge Torres, Tupamaros: La derrota en la mira (Montevideo: Fin de Siglo, 2002); Alfonso Lessa, La revolución imposible: Los Tupamaros y el fracaso de la vía armada en el Uruguay del siglo xx (Montevideo: Fin de Siglo, 2002); Clara Aldrighi, La izquierda armada (Montevideo: Trilce, 2001); H. Gatto, El cielo por asalto; A. Garcé, Donde hubo fuego: El proceso de adaptación del mln-Tupamaros a la legalidad ya la competencia electoral, 1985-2004 (Montevideo: Fin de Siglo, 2004); Eduardo Rey Tristán, A la vuelta de la esquina: La izquierda revolucionaria uruguaya, 1955-1973 (Montevideo: Fin de Siglo, 2006).

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En los textos de más fuerte inflexión testimonial se articula la militancia revolucionaria con la etapa represiva y se tiende a reducir o eludir los aspectos más problemáticos de la lucha armada, construyendo una versión relativamente edulcorada que intenta conciliar la experiencia de los sesenta con un momento histórico radicalmente diferente. Por su parte, los autores con más fuerte intención analítica pueden dividirse en dos grandes grupos: por un lado, los que, como Aldrighi o Rey Tristán, ven al mln-t y a otras organizaciones de izquierda radical como una respuesta política original frente a la ruptura de los consensos sociales en una situación en que el gobierno y las clases dominantes buscaron trasladar los costos de la crisis a los sectores populares; y por otro, los que, como Gatto y Lessa, apuntan a esta organización como expresión máxima de la voluntad rupturista de la mayoría de la izquierda con una tradición y un sistema político que todavía admitían conciliaciones. Más allá de estas diferencias, la abundancia y popularidad de esta literatura muestra, junto al perdurable atractivo épico del mln-t, la voluntad de explicar su controvertido ascenso en la escena política contemporánea, hecho carne en la trayectoria de José Mujica que fuera líder del movimiento en los sesenta, rehén de la dictadura en los setenta y ochenta y actual Presidente de la República.

Más recientemente han aparecido numerosos textos que se centran en otros grupos de izquierda. Aunque tampoco suelen apuntar a un replanteo global del período, estos estudios tienen la virtud de empezar a enriquecer la comprensión de procesos que tanto la academia como las discusiones públicas habían reducido al enfrentamiento entre la guerrilla y las fuerzas represivas. Una mención especial en ese sentido merecen los trabajos sobre los comunistas que, a pesar de haber tenido importante protagonismo político y sindical antes y durante la dictadura, habían quedado notoriamente relegados entre los intereses de los estudiosos de esas etapas. Luego de los aportes más testimoniales que analíticos de los ex dirigentes Tito Martínez y Jaime Pérez, los estudios de Marisa Silva, Gerardo Leibner, Adolfo Garcé, Jaime Yaffé, Álvaro Rico y Vania Markarian han comenzado a revertir esa omisión, aunque todavía no es posible vislumbrar con claridad sus discusiones y puntos de encuentro.64 Otros grupos siguen subrepresentados en la producción sobre el período con sólo algunos trabajos y enfoques parciales vinculados a las tendencias anarquistas, socialistas y otras.65 Entre esta producción todavía escasa destaca el extenso e informado estudio de Eduardo Rey Tristán sobre la familia de grupos de protesta que denomina “izquierda revolucionaria”. El libro resulta persuasivo, tanto en la reconstrucción empírica de las diferentes trayectorias como en el rastreo de los debates y puntos de acumulación de una miríada de partidos y aglomerados que mucho contribuyeron al impacto político de la izquierda uruguaya en los años sesenta y setenta del siglo pasado.66 64 José Jorge Martínez, Crónicas de una derrota (Montevideo: Trilce, 2004); Jaime Peréz, El ocaso y la esperanza (Montevideo: Fin de Siglo, 1996); Marisa Silva, Aquellos comunistas, 1955-1973 (Montevideo: Taurus, 2009); Gerardo Leibner, “Las ideologías sociales de los revolucionarios uruguayos de los 60”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos (2007). Disponible en: http://nuevomundo.revues.org//index11682.html; A. Garcé, Ana Laura de Giorgi y Federico Lanza, “Ideología y adaptación partidaria: El Partido Comunista de Uruguay y el colapso del campo socialista, 1985-2009”, V Congreso Latinoamericano de Ciencia Política (Buenos Aires, julio de 2010); V. Markarian, “«Ese héroe es el joven comunista»: Violencia, heroísmo y cultura juvenil entre los comunistas uruguayos de los sesenta”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y El Caribe 21-2 (2010).

65 Ivonne Trias, Hugo Cores (Montevideo: Trilce, 2008); Hugo Cores, Memorias de la resistencia (Montevideo: ebo, 2002); Juan Carlos Mechoso, Acción directa: Una historia de la fau, 3 vols. (Montevideo: Ediciones Recortes, 2002-2009); J. Yaffé, “Arismendi y Trías: Marxismo y política en el Uruguay de los 60”, v Jornadas de Historia de las izquierdas. ¿Las ideas fuera de lugar? (Buenos Aires, 2009). cedinci.

66 E. Rey Tristán, A la vuelta de la esquina.

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Una novedad interesante en los abordajes de actores es la acumulación de reflexiones sobre las fracciones más progresistas del Partido Nacional que, sin renegar de su adhesión partidaria, suelen aportar datos e interpretaciones basados en la consulta a fuentes primarias y el estudio serio del período.67 Los grupos de derecha y los sectores más conservadores de los partidos tradicionales no cuentan aún con un cuerpo sistemático de literatura específica, a pesar de algunos aportes desde la academia,68 el periodismo y el género testimonial.69 De todos modos, junto al puñado de publicaciones sobre temas militares, tanto investigaciones como alegatos testimoniales,70 todos estos trabajos empiezan a abrir puertas para comprender la interna de los partidos tradicionales y el papel de las Fuerzas Armadas en el camino al golpe de Estado.

Además de aportar nuevas perspectivas y datos para la comprensión del período, algunos de estos trabajos de tono testimonial, fundamentalmente los de líderes políticos de diferentes tendencias, han buscado desarrollar una estrategia argumental que trascienda la experiencia personal para construir un relato de pretensión global. Tal vez el primer ejemplo de este tipo de estrategia se remonta a los ochenta con la popular Historia de los Tupamaros de Eleuterio Fernández Huidobro. En la década siguiente aparecieron otras historias, desde ese lugar de enunciación fronterizo entre lo testimonial y lo político, como las ya mencionadas de Hugo Cores y Juan Carlos Mechoso para el anarquismo, Carlos Julio Pereyra, Ferreira, Morelli y Abal para el Partido Nacional y J. M. Sanguinetti para el Partido Colorado.

Con el mismo ánimo de registrar enfoques que amplían el universo de actores pueden mencionarse algunos trabajos que comienzan a pensar en sus dimensiones inter y transnacionales, es decir, en las relaciones entre países y en los movimientos que, con independencia de los Estados, conectaron gente e ideas a través de las fronteras. Esto incluye trabajos sobre la influencia de Estados Unidos en la gestación del autoritarismo,71 la coordinación represiva regional,72 los vínculos entre los grupos armados de la región,73 la participación de la izquierda en movimientos 67 Ver D. Sempol, “La historiografía blanca sobre el pasado reciente entre el testimonio y la historia”, en Carlos Fico, Marieta De Moraes Ferreira, Maria Paula Araujo y Samantha Viz Quadrat, Ditadura e Democracia na América Latina (Brasil: fgv, 2008).

68 Gabriel Bucheli, “Rastreando los orígenes de la violencia política en el Uruguay de los 60”, Cuadernos de la historia reciente: Uruguay 1968-1985 4 (Montevideo: ebo, 2008); Mauricio Bruno, “Algunas operaciones de las bandas fascistas y de su conexión política”, Cuadernos de la historia reciente: Uruguay 1968-1985 5 (Montevideo: ebo, 2008); M. Broquetas, “A propósito de las repercusiones del caso Eichmann: Antisemitismo y anticomunismo en Uruguay, 1960-1962”, Encuentros Uruguayos, (2010). Disponible en: http://www.fhuce. edu.uy/images/archivos/revista%20encuentros%202010%20set1%20entrega.pdf; Daniel Corbo, Cómo hacer presidente a un candidato sin votos: Las elecciones protestadas de 1971 (Montevideo: Planeta, 2009).

69 M. A. Campodónico, Antes del silencio: Bordaberry, memoria de un presidente (Montevideo: Linardi y Risso, 2003); J. Chagas y Gustavo Trullen, Pacheco: La trama oculta del poder (Montevideo: Rumbo Editorial, 2005); A. Lessa, Estado de guerra (Montevideo: Fin de Siglo, 1997). 70 J. Tróccoli, La ira del Leviatán (Montevideo: Fin de Siglo, 1996); Centro Militar, Nuestra verdad, 1960-1980: La lucha contra el terrorismo (Montevideo: Artemisa, 2007).

71 C. Aldrighi, La intervención de Estados Unidos en Uruguay, 1965-197: El caso Mitrione (Montevideo: Trilce, 2007); como antecedente de esta temática ver Wilson Fernández, El gran culpable: La responsabilidad de los eeuu. en el proceso militar uruguayo (Montevideo: Atenea, 1986). 72 V. Markarian, “Una mirada desde Uruguay a la coordinación represiva regional, 1973-1984”, en Ernesto Bohoslavsky, Marina Franco, Mariana Iglesias y Daniel Lvovich (Editores) Problemas de historia reciente del Cono Sur (Buenos Aires: Prometeo-ungs, 2010).

73 A. Marchesi, “Geografías de la protesta armada, guerra fría, nueva izquierda y activismo transnacional en el cono sur: El ejemplo de la Junta de Coordinación Revolucionaria, 1972-1977”, Sociohistórica. Cuadernos del cish 25 (2009).

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de denuncia en clave de derechos humanos y las experiencias del exilio.74 En su conjunto, estos trabajos empiezan a enriquecer una visión hasta ahora demasiado estrechamente ligada a los límites nacionales.

Otro tema pendiente que ahora parece haber entrado en la agenda es la caracterización del régimen autoritario uruguayo a través de su análisis histórico concreto y el trabajo de fuentes primarias. El libro colectivo de Demasi, Marchesi, Markarian, Rico y Yaffé muestra los primeros resultados en esa dirección.75 Entre los varios trabajos monográficos sobre cultura, economía, política y relaciones internacionales, destaca el artículo de Rico por su esfuerzo de aplicar cierta teoría política al examen del caso uruguayo. A su vez, el texto de Marchesi trae a nuestro medio un tema clásico de los estudios sobre procesos autoritarios en el mundo como es la generación de consenso bajo gobiernos dictatoriales. En relación a la tradición vernácula, este trabajo se inscribe en un área de investigación que de modo incipiente había abordado Rico en ¿Qué hacía usted el 27 de junio? y que tiene como marco general de referencia más de tres lustros de acumulación académica sobre las relaciones entre cultura y política a partir del examen de los discursos generados por el Estado y sus articulaciones con la sociedad.76

Otra línea de análisis que muestra la acumulación producida desde los noventa es la de la memoria colectiva. Así como en la región, también en Uruguay esa temática fue una de las más transitadas en la última década y media luego de un largo período de desinterés. En 1985 Rial y Perelli habían publicado De mitos y memorias políticas: La represión, el miedo y después donde señalaban las alteraciones producidas por la crisis de los sesenta, la dictadura y los intentos restauradores de la democratización en el imaginario construido en la primera mitad de siglo. Planteaban también un análisis acerca del uso de los derechos humanos en relación a los conflictos por el pasado que se comenzaban a procesar en ese momento. Diez años más tarde aparecieron otros trabajos centrados en la relación entre memoria y nación,77 además de los ya citados sobre políticas culturales del régimen.78 Luego empezaron a surgir reflexiones sobre la memoria colectiva en relación a las experiencias de la violencia política y el terrorismo de Estado. Al ya referido concepto de “fracturas de memoria” de Marcelo Viñar y Maren Ulriksen de Viñar se agregaron nuevos enfoques que desde perspectivas más vinculadas a lo social y cultural comenzaron a estudiar las maneras en que los actores sociales y políticos se apropiaban de los discursos sobre el pasado reciente e intentaban significar las experiencias de la violencia y la represión para construir sus identidades.79 Estos abordajes propusieron una aproximación interdisciplinaria centrada en el

74 V. Markarian, Idos y recién llegados, Marisa Ruiz, La piedra en el zapato: La acción de Amnistía Internacional en los sucesos de mayo de 1976 en Buenos Aires (Montevideo: udelar, 2006); Silvia Dutrenit (Editora) El Uruguay del exilio: Gente, circunstancias, escenarios (Montevideo: Trilce, 2006).

75 C. Demasi, A. Marchesi, V. Markarian, A. Rico y J. Yaffé, La dictadura uruguaya, 1973-1985 (Montevideo: ebo, 2009).

76 A. Rico, ¿Qué hacía Ud. durante el golpe de Estado? (Montevideo: Fin de Siglo, 1994); Isabella Cosse y V. Markarian, 1975, Año de la Orientalidad: Identidad, memoria e historia en una dictadura (Montevideo: Trilce, 1996); A. Marchesi, El Uruguay inventado: Las políticas audiovisuales de la dictadura, reflexiones sobre su imaginario (Montevideo: Trilce, 2001).

77 Ejemplos pioneros de este enfoque fueron los libros de I. Cosse y V. Markarian, Memorias de la historia: Una aproximación al estudio de la conciencia histórica nacional (Montevideo: Trilce, 1994); Hugo Achurar y G. Caetano (Editores) Identidad uruguaya: ¿Mito, crisis o afirmación? (Montevideo: Trilce, 1992). 78 I. Cosse y V. Markarian, 1975, Año de la Orientalidad y A. Marchesi, El Uruguay inventado.

79 A. Marchesi, “¿Guerra o terrorismo de Estado? Recuerdos enfrentados sobre el pasado reciente uruguayo”, en E. Jelin (Editora) Las conmemoraciones: Las disputas en las fechas “in-felices” (Buenos Aires, México: Siglo

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análisis de actores colectivos y en las luchas por el pasado desarrolladas en la esfera pública durante las dictaduras y las democracias. En esta línea ha sido muy influyente en la región la labor de Jelin, tanto por sus trabajos como por el programa de investigación impulsado a partir de 1998 con el auspicio del ssrc.80

Renació también en esta última etapa el género testimonial, especialmente en el campo de los derechos humanos.81 Al igual que en el informe Uruguay Nunca Más, la denuncia del horror de la represión se presentaba como una manera de evitar la repetición de la experiencia autoritaria. Sin embargo, es posible detectar algunas renovaciones. El ya mencionado texto A todos ellos puede ser leído en esta clave. Compuesto a partir de múltiples fuentes (documentos oficiales, testimonios, denuncias internacionales, etc.), este libro buscaba trascender la figura de la víctima y proponía desde el prólogo rescatar a los desaparecidos de la “deshumanización” a través de la reconstrucción de sus vidas políticas, sociales y cotidianas. Otra novedad de la producción testimonial fue la primacía de la perspectiva de género femenino para pensar las experiencias represivas, según expresaron Memorias para armar y De la desmemoria al desolvido, producidos por colectivos de ex presas políticas. Estos trabajos habilitaron el pasaje de un relato épico a un tono más cotidiano e íntimo que ponía énfasis en las pequeñas formas de resistencia.82 Algo similar han propuesto los primeros intentos de construir un enfoque generacional a partir de la visibilidad que han adquirido en el último lustro problemáticas como la de los niños nacidos en cautiverio.83 En términos más generales, esta expansión de enfoques, temas y perspectivas se dio en un contexto de mayor desarrollo institucional de propuestas vinculadas al período. En la última década se puede percibir un aumento de la inversión en actividades, programas de investigación, propuestas educativas, museísticas y archivísticas en relación a la historia reciente. Los eventos académicos y culturales convocados por la Universidad de la República para conmemorar los treinta años del golpe de Estado reunieron unas tres mil personas y parecieron marcar un antes y un después en relación a las apuestas institucionales vinculadas a esta temática. A partir de ese momento se han sucedido numerosos simposios, seminarios y charlas donde investigadores, periodistas y activistas de diferentes generaciones han planteado sus enfoques de la historia reciente. A su vez, los proyectos y programas de investigación sobre estos asuntos lograron un apoyo xxi, 2001); J. Yaffé, “Izquierda, historia y tradición”, Cuadernos del claeh 86 y 87; D. Sempol, “De Líber Arce a liberarse: El movimiento estudiantil uruguayo y las conmemoraciones del 14 de agosto, 1968-2001”, en E. Jelin y D. Sempol, El pasado en el futuro: Los movimientos juveniles (Buenos Aires: Siglo xxi, 2006); G. Gatti, El detenido-desaparecido (Montevideo: Trilce, 2008); Eugenia Allier, Batallas por la memoria: Los usos políticos del pasado reciente en Uruguay (Montevideo: Trilce, 2010).

80 El programa “Memorias de la represión política en el Cono Sur” dirigido por Jelin y luego co-dirigido por Carlos Iván De Gregori permitió que becarios de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Uruguay y Estados Unidos investigaran estos temas. La editorial Siglo xxi editó la colección “Memorias de la represión” que condensa lo producido en ese programa.

81 En términos generales se ha entendido por género testimonial a la narrativa no ficcional que cuenta en primera persona experiencias relacionadas con la represión y la militancia política. Muchas veces esta producción se concibió como alternativa a las narrativas oficiales sobre el período. Las fronteras entre este género y otros vinculados a la ficción literaria y la producción historiográfica suelen resultar opacas y han sido objeto de múltiples debates. Ver Alfredo Alzugarat, Trincheras de papel: Dictadura y literatura carcelaria en Uruguay (Montevideo: Trilce, 2007) y Rossana Nofal, La escritura testimonial en América Latina (Tucumán: Universidad Nacional de Tucumán, 2002).

82 Taller de género y memoria de ex presas políticas, Memoria para armar, 3 vols. (Montevideo: Senda, 2003); Taller vivencias de ex presas políticas, De la desmemoria al desolvido (Montevideo: Vivencias, 2002). 83 Graciela Jorge (Editora) Maternidad en prisión política: Uruguay, 1970-1980 (Montevideo: Trilce, 2010).

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más sistemático de diferentes agencias estatales. El Fondo Clemente Estable del Ministerio de Educación y Cultura y la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República financiaron proyectos que estudiaban el pasado reciente desde diferentes perspectivas disciplinarias. También el campo editorial tuvo un desarrollo importante con el aumento de trabajos periodísticos, testimoniales y académicos de gran repercusión pública y comercial. La editorial Ediciones de la Banda Oriental, por ejemplo, llegó a desarrollar una revista especializada en la temática que si bien no tiene pretensiones académicas ofrece un espacio de divulgación para proyectos en curso. Las medidas impulsadas por el gobierno del Encuentro Progresista tuvieron repercusiones concretas en el trabajo de los académicos dedicados al pasado reciente. La elaboración del informe histórico sobre la desaparición forzada y las excavaciones arqueológicas en centros militares implicaron la contratación de más de veinte docentes y estudiantes universitarios en un proyecto común que fomentó el dialogo y el intercambio entre investigadores que hasta ese entonces habían trabajado generalmente de manera individual. La apertura de documentación relacionada al período en el Archivo de Ministerio de Relaciones Exteriores y en el Archivo General de la Nación, así como la intermitente y sinuosa situación del archivo de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia del Ministerio del Interior, permitió profundizar líneas de investigación sobre temas como la política exterior y el terrorismo de Estado. Por su parte, los debates acerca de los nuevos marcos legales para el acceso de la información y las dificultades para definir una política sistemática al respecto han generado una nueva conciencia en los espacios académicos y políticos acerca de la problemática de los archivos vinculados a la historia reciente. Para terminar con lo sucedido a nivel del Estado, la decisión del Consejo Directivo Central de la Administración Nacional de Enseñanza Pública (anep) de impulsar la formación de profesores y maestros a través de un curso dictado en la televisión pública por especialistas en estas temáticas generó una visibilidad inusitada para universitarios que hasta el momento habían trabajado en ámbitos más discretos.

Por otra parte, varios actores que hasta el momento no se habían preocupado demasiado por la investigación y la difusión del conocimiento sobre el pasado reciente, más allá de circunstancias políticas coyunturales, comenzaron en la última década a intervenir en los debates. Empezaron así a disputar el lugar preponderante de los actores de izquierda, que no sólo estaban estrechamente asociados a los movimientos de derechos humanos que desde los ochenta reclamaban verdad y justicia sino que también producían la mayor parte de los testimonios, trabajos académicos y notas de prensa sobre esta temática. La Universidad de la República, por ejemplo, había tenido posturas explícitas de apoyo a la causa de los derechos humanos. Esto se agudizó luego del triunfo del gobierno de izquierda, que favoreció la consolidación de un campo de estudios y dio gran visibilidad a las opiniones de quienes venían defendiendo esta causa desde hacía varios lustros.

Fue entonces que nuevas instituciones académicas y periodísticas vinculadas a los partidos tradicionales o a sectores conservadores no partidarios comenzaron a tener un papel más activo en relación al pasado reciente. El diario El País, por ejemplo, lanzó en abril de 2007 una colección de veinticinco fascículos llamada “Historia Reciente: Desde Hiroshima a las Torres Gemelas”.84 El proyecto fue dirigido por el filósofo Pablo Da Silveira y apoyado por la recientemente creada Fundación Jean Francois Revel que contaba entre sus miembros a los ex presidentes Luis Alberto Lacalle, Julio Maria Sanguinetti, los doctores Ramón Díaz y Enrique Beltrán vinculados

84 Pablo Da Silveira, Historia Reciente: Desde Hiroshima a las Torres Gemelas, 25 vols. (Montevideo: El País, 2007).

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a Búsqueda y El País, respectivamente, y el politólogo Romeo Pérez, entre otros. Un año después, el ex presidente Sanguinetti publicó su ya mencionada versión de la historia anterior al golpe. En el prólogo, se presentaba como portavoz de la mayoría “moderada”: “La voz de los tres millones de uruguayos que fuimos contrarios a la violencia política guerrillera tanto como al golpe de Estado posterior se ha escuchado poco. Y su posible relato de los hechos, el más sereno, menos todavía.”.85 Sanguinetti consideraba que su experiencia como gobernante lo ponía en la mejor condición para escribir una historia desapasionada. El libro fue un éxito editorial que ya lleva nueve ediciones. Por otra parte, la Universidad de Montevideo, vinculada al Opus Dei, ha comenzado un seminario permanente de “Historia del pasado reciente” coordinado por el licenciado Daniel Corbo que ya va en su quinta edición con la participación de políticos, académicos y periodistas. En resumen, esta proliferación de voces que disputan con las ideas de la izquierda y del movimiento de derechos humanos es el indicio más firme del desarrollo de un campo que ya no es posible obviar o desacreditar asociándolo a una sensibilidad política particular.

A modo de cierre A lo largo del artículo hemos repasado los diferentes momentos e itinerarios de la constitución de un campo de estudios sobre el pasado reciente. En cada caso, hemos referido a las situaciones políticas y académicas que definen épocas particulares. El llamado “momento socio-estructural” estuvo vinculado a una coyuntura de fuerte polarización ideológica y a enfoques académicos que integraban economía política y régimen político para tratar de explicar la emergencia de autoritarismos de nuevo tipo. El segundo momento estuvo marcado por un cierto consenso entre las elites políticas y académicas acerca de la relativa estabilidad alcanzada por estos regímenes y la urgencia de buscar salidas, lo cual permite entender la valorización de la democracia liberal como mecanismo de administración del conflicto y una condena hacia formas anteriores de la política vinculada con el uso de la fuerza. Posteriormente, como consecuencia del trámite que se dio a las demandas de “verdad y justicia” sobre las violaciones a los derechos humanos (especialmente el resultado del plebiscito de 1989), se extendió la percepción de que la transición había terminado y asistimos a un interregno de un lustro en que el tema pareció desaparecer de la agenda pública y académica. Sin embargo, grupos más o menos aislados cuestionaron esta visión y propusieron miradas alternativas que definieron las claves de un nuevo período iniciado a mediados de los noventa junto a los renovados reclamos de derechos humanos. Este nuevo momento estuvo marcado por la gradual constitución de un campo de estudios caracterizado más por la diversidad de enfoques y la abundancia de estudios monográficos sobre diferentes aspectos que por una perspectiva determinada de la dictadura y sus derivaciones. En el 2004, cuando ese campo empezaba a consolidarse, señalábamos con otros colegas algunas carencias que nos resultaban flagrantes en la reflexión sobre el período: la violencia en su dimensión política y estatal, la definición del régimen autoritario y las dimensiones regionales e internacionales de dicho proceso. Como hemos mostrado en las páginas anteriores, los últimos años han sido prolíficos en dar respuesta a esas insuficiencias evidentes. En cierta medida, este hecho da cuenta de la capacidad de renovación y actualización que han tenido en la última década los estudios del pasado reciente, la voluntad de diálogo interdisciplinario, la creatividad heurística 85 Julio María Sanguinetti, La agonía de una democracia: Proceso de la caída de las instituciones en el Uruguay, 19631973 (Montevideo: Taurus, 2008), 13.

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y el permanente esfuerzo de reflexionar sobre sí mismo. Pero esto no debe oscurecer debilidades que hoy nos parecen acuciantes, especialmente un exceso de auto referencialidad y una escasa apertura a otras épocas.

En este sentido, queremos ahora plantear los caminos que aspiramos que transite éste, nuestro campo de estudio en el futuro próximo. La voluntad de ampliación que nos resulta más urgente es en términos cronológicos y quizás lleve a reconsiderar las periodizaciones tradicionales de la historia uruguaya. Todo indica que nuevos estudios comenzarán a prestar una mayor atención a los procesos que han quedado en las fronteras de lo que comúnmente se ha aceptado por historia reciente: el Uruguay de la crisis de los tardíos cincuenta y tempranos sesenta y la transición democrática de los ochenta. Hasta el momento, esto se ha manifestado en una atención hacia el período previo como consecuencia de la propia dinámica que han generado las investigaciones sobre el período. La frase acuñada por Rico sobre “el camino democrático al autoritarismo” ha mostrado un potencial que trascendió el lapso sugerido por el autor. Algunos investigadores están empezando a estudiar los componentes autoritarios del Estado y otros actores políticos en los primeros sesenta.86 De todos modos, la gran cuenta pendiente sigue siendo trascender la polarización del lustro anterior al golpe (1968-1973) y el régimen autoritario en sentido estricto (1973-1984) para evaluar el impacto de esos procesos en relación al conjunto de la segunda mitad del siglo, es decir, no sólo lo que aquí llamamos el Uruguay de la crisis sino también el neobatllismo, es decir la etapa de recuperación de algunos rasgos del proyecto batllista a mediados del siglo xx por parte de esa facción del Partido Colorado. En cierta medida estudiar la mitad de siglo requiere poner en dialogo dos comunidades historiográficas centrales que no han tenido mucha oportunidad de dialogo después de aquellos intentos pioneros de Real de Azúa y Rama: los batllismos y el nuevo autoritarismo. ¿Cómo se concilian nociones como las del Uruguay “amortiguado”, “hiperintegrado” y “partidocrático” con procesos donde todos estos elementos parecen ser lo menos visible? Varios autores han señalado las limitaciones de estas categorías para el análisis de la larga duración87 y otros han propuesto su eficacia analítica,88 pero aún carecemos de un cuerpo sistemático de investigaciones históricas que interpelen estas categorías en los diferentes momentos de la segunda mitad del siglo. En síntesis, nos parece que más allá de los múltiples debates públicos que se seguirán suscitando acerca de la historia reciente, en los próximos años el trabajo académico debería estar orientado a un mayor diálogo con otras áreas de la producción historiográfica sobre el Uruguay y la región. No es que pretendamos a través de esta operación “normalizar” la historia reciente; por el contrario, la idea es subvertir las versiones más aceptadas de la “historia nacional” a partir de lo que la historia de estas últimas décadas tiene para decir sobre el pasado y el presente del Uruguay contemporáneo.

86 G. Bucheli, “Rastreando los orígenes”; M. Bruno, “Algunas operaciones de las bandas fascistas”; M. Broquetas, “A propósito de las repercusiones del caso Eichmann”; M. Iglesias, “En procura del orden interno” y María Eugenia Jung, “Universidad y derecha radical, 1968-1973”, Jornadas de Historia Política, icp-fcs, Montevideo, agosto de 2011. 87 Rico, Cómo nos domina las clases gobernante; F. Panizza, Uruguay, batllismo y después.

88 Ver G. Caetano, J. Rilla y R. Perez, “La partidocracia”.

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El cine y el avance autoritario en Uruguay el “combativismo” de la Cinemateca del Tercer Mundo (1969-1973)

Mariana Villaça1

Resumen

Abstract

La Cinemateca del Tercer Mundo (1969-1973) fue un centro catalizador de producciones latinoamericanas consideradas “cine de combate” y tuvo participación activa en los debates sobre el Nuevo Cine Latinoamericano. Dicha institución realizó algunos documentales, una animación y publicó la revista Cine del Tercer Mundo, que reunió, en sus dos únicos números, importantes ensayos sobre el cine político en América Latina. En este artículo intentamos comprender las motivaciones que condujeron a la fundación de esa singular Cinemateca, en consonancia con los debates vigentes en el medio cinematográfico latinoamericano de aquel momento. Exploramos también algunos aspectos estéticos e ideológicos del documental Líber Arce, Liberarse (Mario Handler y Mario Jacob, 1969, 10’), considerando el impacto de los sucesos políticos en Uruguay y de algunas obras referenciales como el filme argentino La hora de los hornos (1968).

The Cinemateca del Tercer Mundo (Cinematheque of the Third World) (19691973) was a catalystic center of production of Latin American films that came to be referred to as the so-called “cinema of combat” and it played an active part in discussions on the Nuevo Cine Latinoamericano (New Latin American Cinema). This institution produced some documentaries, an animated film and published a magazine, Cine del Tercer Mundo (Cinema of the Third World) which in its only two issues presented important theoretical essays about discussions on political cinema in Latin America. In this article we attempt to understand the motivations that guided the foundation of this unique Cinematheque, in line with the debates about Latin American film of that time. We also explore some aesthetic and ideological aspects of Líber Arce, Liberarse (Mario Handler y Mario Jacob, 1969, 10’), taking into account the impact of political events in Uruguay and of some essential films to the Cinematheque, such as the Argentinean documentary La hora de los hornos (1968).

Palabras clave: cine uruguayo, cine de combate, Cinemateca del Tercer Mundo

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Key words: Uruguayan film, cinema of combat, Cinematheque of the Third World

Universidade Federal de São Paulo (Unifesp).

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Al desarrollar, hace un par de años, una investigación acerca de los Circuitos y Diálogos del Nuevo Cine Latinoamericano (1967-1986),2 nos enfrentamos al poco conocimiento que existe (principalmente en Brasil) sobre la historia de la Cinemateca del Tercer Mundo (c3m). Entrar en contacto con esa experiencia, singular en la historia de las cinematecas de América Latina, además de permitirnos conocer los contornos y sentidos particulares que el debate sobre el llamado Nuevo Cine Latinoamericano adquirió en Uruguay, nos posibilitó adentrarnos en los caminos de la lucha y de la resistencia políticas que siguió un significativo grupo de cineastas, intelectuales y artistas frente al avance autoritario en ese país.

En este artículo, fruto de una investigación en fase inicial, buscamos comprender las motivaciones vigentes en la fundación de esta singular cinemateca y caracterizar su producción documental.3 Al abordar los orígenes de este proyecto, con el objetivo de conocer su sentido político e ideológico, especificaremos algunos puntos comunes con otros proyectos colectivos de cine en América Latina, como las aspiraciones de creación de una “sede” o polo de difusión del cine político en la región o cómo se inspiraron en las experiencias del grupo argentino Cine Liberación, encabezado por Fernando Solanas y Octavio Getino.

Trataremos también algunos aspectos estéticos e ideológicos de la producción de la c3m, centrándonos especialmente en Líber Arce, Liberarse (Mario Handler y Mario Jacob, 1969, 10’). Este documental revela algunas de las opciones estéticas y políticas esgrimidas por los miembros de la c3m y asumidas en su publicación oficial, la revista Cine del Tercer Mundo, así como el impacto de los acontecimientos de la época en el campo de la política uruguaya. Además, nos brinda elementos para reflexionar sobre los vínculos políticos de los cineastas con la militancia de izquierda, especialmente su apoyo a los Tupamaros y, luego, al Frente Amplio. La pluralidad de referencias que encontramos en ese cortometraje –que incluye a los jóvenes comunistas, al Che Guevara, los Tupamaros y a Vietnam, entre otros– expone la mezcla de influencias que caracterizó la cultura política de izquierda vigente en Uruguay en los años sesenta, así como la circulación de modelos y proposiciones de “cine político” estimuladas por la producción documental latinoamericana de la época. La Cinemateca del Tercer Mundo, creada en 1969 en Montevideo, tenía entre sus objetivos recopilar, archivar, divulgar y producir películas consideradas “políticas”, término que remitía al ideario de la izquierda, a la concepción de que la película debía utilizarse como un arma para intervenir en la sociedad y en el destino de la nación. En conformidad con esta idea, el logotipo de la institución diseñado por Paco Laurenzo, representaba justamente a un cineasta blandiendo una cámara como si se tratara de una ametralladora. Dicha composición se hizo eco de un período turbulento en Uruguay, en el que las fuerzas de izquierda se radicalizaban frente a la grave crisis

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Investigación desarrollada entre 2007 y 2009 en el Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de San Pablo, en carácter de post-doctorado. En este trabajo analizamos las confluencias y los embates, así como los intercambios producidos por circuitos formales e informales, que constituyeron el heterogéneo Nuevo Cine Latinoamericano (ncl) entre 1967 y 1986.

No hemos tenido acceso, hasta el término de la redacción de este trabajo, al documental Cinemateca del Tercer Mundo (2011) de Lucía Jacob que, seguramente, es referencia obligatoria para el estudio del tema y una fuente valiosa de información. De esa autora utilizamos en este artículo su ensayo “c3m: una experiencia singular” (1997), disponible en la biblioteca de la Cinemateca Uruguaya. Otro trabajo referencial para la comprensión del periodo, publicado en el momento del cierre de este artículo, es el libro de Vania Markarian, El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil entre molotovs y música beat (Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2012).

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económica y partidista y frente a la creciente influencia militar en el gobierno, que culminaría en el peculiar régimen cívico-militar que comenzó en 1973, año del cierre de esta Cinemateca.4 En este contexto, se entendía por “cine político” a aquel que abrazaba temáticas y formas narrativas que sirvieran de instrumento para concientizar al espectador sobre la importancia de la movilización colectiva y de la acción revolucionaria, además de denunciar la dinámica del capitalismo, el subdesarrollo y las estrategias de dominación imperialista, entre otros males del tercer mundo. Ese discurso estaba fundamentado, esencialmente, por textos acerca de la función social del arte y la educación política de las masas que difundían los partidos comunistas y otras organizaciones políticas, los cuales se valían de una amplia gama de teóricos, entre los que predominaban Fanon, Marx, Lenin, Guevara, Mao y Gramsci. Plural, como la diversidad de referencias teóricas que movilizaba, el cine “político” admitía otros múltiples adjetivos: “urgente”, “de combate”, “independiente”, “revolucionario”, siempre desde la perspectiva de que el séptimo arte debía contribuir a la concientización del público y promover la acción política.5 Aunque se llamara Cinemateca, la c3m –sigla que identificó al organismo en su corta existencia, entre 1969 y 1973– se rodeó de objetivos y pretensiones que trascendieron el formato de una Cinemateca stricto sensu. El grupo de jóvenes realizadores, productores y críticos de cine uruguayos que la fundó, de cuyo núcleo participaron Mario Handler, Mario Jacob, Walter Achugar, Hugo Alfaro, José Wainer, Eduardo Terra y Walter Tournier, aspiró a ser un faro en el campo de la realización cinematográfica. Además, pretendió seleccionar y distribuir la esencia de la “producción tercermundista”. El proyecto de esta institución abarcó incluso una publicación, la ya mencionada revista Cine del Tercer Mundo, que a pesar de haber tenido sólo dos números (uno en 1969 y otro en 1970, ambos con cerca de 100 páginas) publicó textos referenciales y obtuvo el apoyo de directores y editores, con lo que consiguió considerable visibilidad en el medio cinematográfico de América Latina, incluyendo el circuito de festivales.

El “cine político” gana espacio en los festivales El origen de la c3m está directamente asociado a la creciente incorporación por parte de los realizadores, el público y algunos sectores de la crítica cinematográfica al llamado cine político, a partir de fines de 1950. Sin embargo, la idea de que el cine debía ser, sobre todo, un arma de concientización política, tuvo una repercusión rodeada de polémicas y dividió opiniones en el amplio circuito de los cinéfilos motevideanos.6 Dichos cinéfilos tenían como uno de sus principales 4

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Sobre las particularidades del régimen cívico-militar uruguayo, por algunos considerado una “dictadura constitucional” (discusión no exenta de polémicas), ver: Gerardo Caetano y José P. Rilla, Breve historia de la dictadura (1973-1985) (Montevideo: claeh-ebo, 1987); Jean-Marc Coicaud, L’Introuvable démocratie autoritaire (Paris: L’Harmattan, 1996), 32-38; José Luis Castagnola y Pablo Mieres, La ideología política de la dictadura. El Uruguay de la dictadura (1973-1985) (Montevideo: ebo, 2004), 113-144.

Algunos autores reflexionaron sobre este concepto en el ámbito latinoamericano, señalando las diferencias en relación a la concepción de cine político en Europa y destacando la mezcla de referencias estéticas. Octavio Getino y Susana Vellegia, El cine de “las historias de la revolución” (Buenos Aires: Altamira-Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, 2002); Fabián Rodrigo Magioli Núñez, O que é Nuevo Cine Latinoamericano? O cinema moderno na América Latina segundo as revistas cinematográficas especializadas latino-americanas (Niterói: Universidad Federal Fluminense, 2009), 30. Tesis de Doctorado. El medio cinematográfico uruguayo históricamente se centró en Montevideo, capital que en la década de 1950 tenía numerosos cineclubes y alrededor de cien salas de cine. Algunos críticos tenían reputación internacional como Homero Alsina Thevenet, Jaime Francisco Botet, Manuel Martínez Carril y Guillermo Zapiola, y trabajaban en publicaciones como Film, Marcha, Nuevo Film o el Segundo Cuaderno de El País.

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espacios de socialización la Cinemateca Uruguaya, fundada en 1952 tras un complejo proceso de fusión de cineclubes. La gran cantidad de socios que esta entidad reunió refleja la dimensión de esa institución que, tras ser creada, tuvo inmediata inserción en la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (fiaf ).7

En los años sesenta, la Cinemateca Uruguaya promovía con énfasis la difusión del cine arte o cine de autor, pero sin dejar de contemplar las producciones del neorrealismo italiano y del Cinema Novo brasileño, que manifestaban un creciente apego por temáticas sociales y se interesaban por la búsqueda de un cine auténtico, comprometido con las problemáticas locales. Esa programación eclética y favorecida, en el medio cinematográfico, por una política de censura históricamente más indulgente que en los países vecinos,8 contribuyó a la divulgación de un tipo de cine que ganó rápidamente muchos adeptos, sobre todo en el público joven universitario. Además de las frecuentes muestras organizadas por la Cinemateca Uruguaya, algunos festivales de cine realizados en el país y promovidos por el periódico Marcha y por el sodre (Servicio Oficial de Difusión, Radiotelevisión y Espectáculos), tuvieron un papel importante en la difusión de películas latinoamericanas de protesta social y política.

La edición de 1958 del Festival de Cine Internacional Documental y Experimental del sodre puede considerarse un momento clave en las discusiones sobre el cine “político” en el Cono Sur y sobre la viabilidad de proyectos colectivos, temas que serían la tónica, en la década de 1960, de las perspectivas del grupo identificado por el término Nuevo Cine Latinoamericano (ncl).9

Aunque el Festival de Viña del Mar (Chile), realizado en 1967, es considerado el “marco fundador” del ncl,10 testimonios de realizadores como Nelson Pereira dos Santos y Fernando Birri aseguran que en el Primer Congreso de Cineastas Latinoamericanos Independientes, realizado en ocasión del llamado festival “del sodre” en 1958, ya se discutían los nuevos rumbos que iba

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Marcus Mello, “Cinefilia(s)”, en http://www.revistacinetica.com.br/cinefilias.htm. Ver también: El cine uruguayo. Documento elaborado por la Cinemateca Uruguaya en 1996. Disponible en: www.rau.edu.uy/uruguay/ cultura/Uy.cine.htm

En los años 1980, por ejemplo, la Cinemateca Uruguaya tenía dieciocho mil asociados y once salas de cine. Pasados sus años áureos, aún posee un gigantesco acervo y una notable actividad de difusión. Oswaldo Saratsola, Función completa, por favor. Un siglo de cine en Montevideo (Montevideo: Trilce, 2005), 218-220. Por esa razón, algunas muestras atraían a brasileños y argentinos, como la de cortos cubanos realizada en 1968 por el Comité de Apoyo a la Revolución o la exhibición de La hora de los hornos, en marzo de 1969, filme prohibido en Argentina.

Es importante aclarar que la producción volcada a las preocupaciones políticas no era la única existente: en ese período también se destaca la presencia de la estética vanguardista del Nuevo Cine argentino, por ejemplo, analizada en Simón Feldman, La generación del 60 (Buenos Aires: Instituto Nacional de CinematografíaEdiciones Culturales Argentinas-Legasa, 1990). Sin embargo, considerando los límites de este trabajo y nuestro interés en hacer resaltar las principales referencias que marcaron la producción de la Cinemateca del Tercer Mundo, nos centraremos en el ncl. Esta denominación designa, de forma poco precisa, cierta producción cinematográfica, documental y ficcional realizada en América Latina a partir de los años sesenta, de fuerte connotación política y social. El término surgió simultáneamente en el discurso de algunos realizadores y en la prensa especializada en América Latina, a finales de los años sesenta, y pasó a identificar un presunto movimiento cinematográfico, plural, que albergaba la producción fílmica y teórica de cineastas como Fernando Birri, Fernando Solanas, Jorge Sanjinés, Glauber Rocha, Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa, entre otros. Mariana Villaça, “Circuitos e Diálogos do Nuevo Cine Latinoamericano (1967-1986)”, Relatório de Pós-doutorado (San Pablo: fflch-usp, 2010); F. Núñez, O que é Nuevo Cine Latinoamericano, 2009.

10 Isaac León Frías, Los años de la conmoción: 1967-1973; entrevistas con realizadores sudamericanos (México: unam, 1979); Aldo Francia, Nuevo Cine Latinoamericano en Viña del Mar. (Santiago: cesoc-Ediciones Chile América, 1990).

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asumiendo la producción latinoamericana y quedaba manifiesta la preocupación de que el cine debería abordar la cultura popular, desnudar la miseria y exponer el cuadro socioeconómico predominante en la región.11

Otro hecho que merece ser destacado de este evento uruguayo fue la creación de alaci (Asociación Latinoamericana de Cineastas Independientes), en un intento de promover el intercambio comercial de películas y agilizar la obtención de financiamiento. La alaci, que no llegó a salir del papel, quizá pueda ser considerada la primera de muchas iniciativas institucionales que llenarán la historia del ncl en las décadas siguientes.12 Vemos así que Montevideo también albergaba, desde finales de los años cincuenta, intercambios y discusiones acerca de la identidad y las formas de supervivencia del cine latinoamericano, entendido como eminentemente político. Diez años más tarde una de las aspiraciones de la Cinemateca del Tercer Mundo será, todavía, la de intensificar ese intercambio, recaudar recursos y asegurar un circuito mínimo para la supervivencia de los cineastas independientes. Además de ser heredera, en gran medida, de los debates que circulaban en el medio cinematográfico hacía más de una década, la creación de la c3m también debe ser comprendida en el ámbito de la lucha política y de la disputa por un espacio dentro del propio medio cinematográfico uruguayo. Los mencionados festivales “del sodre”, por ejemplo, habían sido creados en contraposición al estilo del Festival Internacional de Cine de Punta del Este, evento que existió entre 1951 y 1960. El festival “de Punta” era considerado por simpatizantes de izquierda un evento “burgués”, “extranjerizado”, volcado al desfile de celebridades y sin ninguna preocupación por los problemas y por la cinematografía verdaderamente latinoamericanos. En contraste, los festivales “del sodre” exhibían al público uruguayo filmes políticos que exponían la “realidad” y eran representativos de las tendencias recientes de la cinematografía latinoamericana, tales como “Tiré Dié” (Fernando Birri, 1960), “Río Zona Norte” (Nelson Pereira Santos, 1957) o “Un vintén p’al Judas” (Ugo Ulive, 1959). Además, los organizadores promovían debates sobre el documentalismo e invitaban a nombres reconocidos en esta área, como los veteranos John Grierson y Joris Ivens, para discutir los rumbos del cine en América Latina. Como en otros países de América Latina, en ese momento la cultura política de izquierda se fortalecía y ganaba terreno dentro de la propia industria cultural uruguaya. El creciente éxito de los festivales “del sodre” estimuló al semanario Marcha a volcar su festival de cine, ya en la décima edición en 1967, a las películas “políticas”. Este nuevo espacio abierto para el cine “de combate”, apoyado por un periódico de gran circulación que promovía festivales desde 1946 y contaba con un activo departamento de crítica cinematográfica, fue recibido con entusiasmo por los sectores de izquierda. La cálida acogida que dieron al festival, el público y la crítica, impulsó

11 Nelson Pereira dos Santos, por ejemplo, considera dicho Congreso un marco indiscutible en su propia trayectoria, pues las discusiones de las cuales participó lo condujeron luego a realizar Vidas Secas. Testimonio presentado por el cineasta en la mesa organizada sobre la historia del Nuevo Cine Latinoamericano (11/7/2006), durante el Festival de Cine Latinoamericano realizado por el Memorial da América Latina (San Pablo).

12 Octavio Getino ubica los primeros eventos para sellar formas de cooperación ya en los años 40. Más tarde se concibe la Federación Latinoamericana de Cine, liderada por los cineastas Helvio Soto (chileno), León Hirszman (brasileño) y el productor argentino Rodolfo Kuhn, en diciembre de 1965, en Viña del Mar. En 1967, también en Viña del Mar (en el Primer Encuentro de Cineastas Latinoamericanos), despunta el proyecto de un Centro Latinoamericano del Nuevo Cine. Octavio Getino. Cine latinoamericano. Economía y nuevas tecnologías audiovisuales (México: Trillas-Federación Latinoamericana de Asociaciones de Facultades de Comunicación Social, 1990), 130.

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a la dirección de Marcha a fundar un Departamento de Cine (setiembre de 1968) y, luego, el Cineclub de Marcha en mayo de 1969, organizado por el cineasta Hugo Alfaro y el distribuidor Walter Achugar, futuros miembros de la c3m. Este cineclub congregó rápidamente a mil doscientos socios y produjo dos cortometrajes. De las conversaciones sostenidas en los festivales y de las primeras actividades de este cineclub emergió, poco después, el proyecto de la Cinemateca del Tercer Mundo, concretizado en el mismo año de 1969.

Los contornos de la c3m Fundada por diecisiete personas vinculadas al Cineclub de Marcha y a otros cineclubes de la ciudad (como Cine Arte del sodre), la Cinemateca del Tercer Mundo tenía el objetivo de recopilar y difundir el cine latinoamericano de “carácter crítico y militante”, además de estimular la producción nacional. Su identidad política de izquierda era clara, pero la mayoría de sus integrantes no estaba formalmente afiliada a partidos políticos. Predominaban simpatizantes del marxismo y, sobre todo, del guevarismo. Si quisiéramos trazar un perfil común de los cineastas vinculados a esa entidad, podríamos afirmar su afinidad con los intelectuales y periodistas que orbitaban en torno a Marcha, periódico que apoyó, desde el inicio, la difusión del proyecto de la c3m y sus campañas por el reclutamiento de socios; la creciente simpatía de sus miembros por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros13 y, posteriormente, el declarado respaldo al Frente Amplio.14

Asistieron a su fundación, el 8 de noviembre de 1969, prestigiosos invitados extranjeros como Joris Ivens, considerado el “padrino” de la Cinemateca, Fernando Solanas, Geraldo Sarno, Daniel Viglietti, entre otros cineastas, artistas e intelectuales favorables al proyecto.15 Esas presencias legitimaron y contribuyeron a definir los contornos de la c3m como una institución de izquierda. En ese momento Uruguay vivía bajo el gobierno autoritario de Jorge Pacheco Areco (196772). Este Presidente, en diciembre de 1967, había decretado la ilegalidad de algunos partidos (como el Partido Socialista, que así permanece hasta 1970) y cerrado diversos periódicos. Ese cuadro se agravaría con las Medidas Prontas de Seguridad, decretadas en junio de 1968, que interfieren directamente en la autonomía de la Universidad, fortalecen las acciones contra el movimiento estudiantil, acusan a los huelguistas de “desertores”, entre otras acciones represivas.16

13 Algunos miembros llegaron a militar en comités de apoyo a esa organización uruguaya de guerrilla urbana, cuyo discurso estaba pautado por el nacionalismo, el marxismo y el guevarismo. Mario Handler filmó algunos testimonios de detenidos políticos en la Cárcel del Pueblo, la prisión que aglutinaba los capturados por los Tupamaros. Ana Laura de Giorgi. Las tribus de la izquierda. Bolches, latas y tupas en los 60 (Montevideo: Fin de Siglo, 2011), 130. Ver también: Juan José Arteaga, Breve Historia Contemporánea del Uruguay (México: fce, 2002), 261-316.

14 Coalición formada en 1970 y reglamentada en marzo de 1971, constituida por numerosas organizaciones de izquierda como el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Cristiano, la Unión Popular, el Frente Izquierda de Liberación (fidel), el Movimiento 26 de Marzo. El Frente participó de las elecciones de 1971 y su candidato, el Gral. Líber Seregni, obtuvo cerca del 18% de los votos. La c3m filmó, en marzo de 1971, el acto de la proclamación de la candidatura de Líber Seregni, que resultó en el documental La bandera que levantamos. Ana Laura de Giorgi, Las tribus de la izquierda, 131. Sobre la historia del Frente Amplio, ver: André Lopes Ferreira, A unidade política das esquerdas no Uruguai: das primeiras experiências à Frente Ampla (1958-1973) (San Pablo: unesp-Assis, 2011), 256-352. Tesis de Doctorado en Historia. 15 L. Jacob. “c3m: una experiencia singular”, Cinemateca Uruguaya (1997), 15, 21. Digital.

16 Enrique Serra Padrós. Como el Uruguay no hay... Terror de Estado e Segurança Nacional. Uruguai (1968-1985): do Pachecato à ditadura civil-militar (Porto Alegre: ufrgs, 2005), 189. Tesis de Doctorado en Historia.

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En ese período, conocido como “pachecato”, las izquierdas y la propia juventud universitaria uruguaya comienzan a radicalizarse políticamente.

Este proceso se percibe en la peculiaridad de esa “cinemateca”, sobre la cual uno de sus principales fundadores, el documentalista Mario Handler, afirma en esa época: “La c3m es una evolución. Nos parecía que en América Latina las cinematecas eran pasivas, y a esta altura, negativas [...]. La c3m se propone archivar el material de combate, estabilizarlo y difundirlo. El nombre es demasiado grave, pero la propuesta es crear una cultura total del hombre militante en este momento histórico”.17

Con el apoyo de algunos cineclubes y donaciones internacionales, la c3m reunió, en poco tiempo, varios filmes latinoamericanos de difícil adquisición, promovió exhibiciones y logró producir cuatro documentales (tres cortos y un mediometraje) además de una animación. Como se puede observar, no se trataba de una cinemateca convencional, sino de una especie de “gran cineclub” con la ambición innegable de constituir un acervo y convertirse en un centro de producción. Como afirma Tzvi Tal, fue fundamentalmente un “foco de acción” y las aspiraciones de reflexión teórica sobre el cine fueron temporalmente suplidas por la publicación de la revista Cine del Tercer Mundo, sobre la cual comentaremos más adelante.18

Hay que subrayar que un cierto movimiento de reevaluación del papel de las cinematecas en América Latina ya había empezado a ocurrir en los últimos congresos de la ucal (Unión de Cinematecas América Latina).19 Esta entidad, en las palabras de Fabián Núñez, devino en los años setenta en “otro polo aglutinador y movilizador del Nuevo Cine Latinoamericano” y en sus congresos las cinematecas latinoamericanas fueron convocadas a “participar en el proceso de descolonización”, lo que significaba dedicarse a la difusión de las obras de América Latina y, cuando fuera posible, a hacer películas.20 Vemos así que los moldes innovadores de la c3m deben ser ubicados en el ámbito de estas aspiraciones de un nuevo formato de cinemateca para la América Latina.

Los integrantes más activos de la c3m eran Hugo Alfaro y José Wainer (ambos críticos y redactores de Marcha), el cineasta Mario Handler, el periodista Mario Jacob (vinculado a El Diario) y el empresario y distribuidor Walter Achugar. Según el testimonio de Mario Jacob, la c3m no poseía exactamente una dirección, sus integrantes se reunían periódicamente y dividían las tareas conforme sus inclinaciones personales: Walter Achugar, José Wainer y Hugo Alfaro trabajaban directamente en las exhibiciones y con las finanzas, mientras que Mario Handler y el mismo Mario Jacob se dedicaban más a la producción.21

Las exhibiciones promovidas por la c3m ocurrían en lugares muy diversos: cineclubes, sindicatos, salas y teatros variados de Montevideo (Cine Central, Teatro Odeón, Universal, El Galpón).

17 Isaac León Frías y Antonio González Norris, “El cine de 4 minutos. Entrevista con Mario Handler”, Hablemos de Cine 52 (marzo-abril 1970), 48. 18 Tzvi Tal, “Cine y revolución en la Suiza de América. La Cinemateca del Tercer Mundo en Montevideo”, Cinemais 36 (octubre-diciembre 2003), 168. 19 La ucal, creada en 1965 en Buenos Aires, realizó su iii Congreso paralelamente al i Encuentro de Cineastas Latinoamericanos en 1967, en el marco del Festival de Viña del Mar. El v Congreso fue realizado en 1971 en Montevideo y el vi Congreso, en 1972, en Ciudad de México. F. Núñez, O que é Nuevo Cine Latinoamericano?, 465. 20 O que é Nuevo Cine Latinoamericano?, 462-463, 466.

21 Entrevista a Mario Jacob, 6/10/2008.

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Dichos espacios formaban un circuito de difusión y práctica de la cultura política de izquierda, muy fuerte en el medio cultural montevideano de esa época y marcado por tres principales tribus, según Ana Laura de Giorgi: los entonces llamados “bolches” (comunistas), “latas” (socialistas) y “tupas” (tupamaros), que elegían sus locales privilegiados de socialización. Podemos problematizar el concepto de “tribus”, quizás demasiado restrictivo, ya que los integrantes o simpatizantes de esas distintas filiaciones frecuentaban indiscriminadamente ese circuito. Sin embargo, nos parece interesante la constatación de Aldrigui de que, en el medio cinematográfico, los “bolches” solían prestigiar específicamente la programación de la Cinemateca Uruguaya, mientras que los “tupas” eran especialmente asiduos de las muestras de la c3m.22 Es cierto que había intenso intercambio y pluralidad de públicos pero, en alguna medida, dichos eventos y sus respectivos espacios se convertían en puntos de encuentro de simpatizantes de determinadas tendencias. En ese sentido, las preferencias de un grupo por esta o aquella programación traducían, además de las afinidades políticas en la escena local, las opiniones diversas sobre el papel del cine, como luego veremos.

El formato de las sesiones realizadas por la c3m también era variable y, en los inicios de los años 70, fue frecuente el formato cine-acto o “cine-espectáculo¨, donde se combinaba la exhibición de una película con un recital de poesía y la presentación de canciones, en general motivados por un tema específico, que podía ser la guerra de Vietnam, la Revolución cubana, la solidaridad con el gobierno de Allende o el apoyo a la campaña de Frente Amplio.23 Vemos que la acción de la c3m tuvo lugar principalmente en Montevideo, aunque sus integrantes llegaron a circular, algunas veces, por el interior del país los fines de semana. Durante esas sesiones en el interior, generalmente, la exhibición de la película era precedida por una presentación oral explicativa y, al final, los cineastas intentaban, no siempre con mucho éxito, debatir los temas sociales y políticos con el público.24 Walter Achugar tuvo un papel importante en la concretización de la Cinemateca, pues ya tenía una significativa trayectoria en el negocio de distribución de películas latinoamericanas en Argentina y Uruguay, con su distribuidora “Nuevo Cine”, además de que había sido programador de los festivales de Marcha y del cineclub homónimo. Su experiencia, sus contactos y la influencia que ejerció en el grupo fueron fundamentales para que uno de los focos de la Cinemateca fuera la difusión y el intercambio de películas latinoamericanas. Uno de estos contactos claves, por ejemplo, fue el argentino Edgardo Pallero, miembro del grupo Cine Liberación, que ayudó a alimentar los “puentes clandestinos” –para utilizar una expresión de José Carlos Avellar– entre los cines de Argentina, Brasil y Uruguay durante este período.25

22 Según los testimonios de militantes compilados por A. L. de Giorgi, Las tribus de la izquierda, 72.

23 Todas esas sesiones de la c3m eran noticiadas en el periódico Marcha. Destacamos, como ejemplo de cineacto, el espectáculo “América Latina en Lucha” en el Teatro El Galpón, el día 14 de agosto de 1970. Ese espectáculo fue integrado por la exhibición de dos películas de la c3m (Me gustan los estudiantes y Líber Arce, Liberarse) intercaladas por poemas y canciones. Marcha (14/8/1970), 17. 24 Hugo Alfaro, Navegar es necesario. Quijano y el semanario Marcha (Montevideo: ebo, 1984), 61.

25 Pallero trajo para Argentina filmes brasileños de temáticas sociales y políticas, como Deus e o Diabo na Terra do Sol y Os Fuzis. Además, se destacó como productor. Vivió dos años en Brasil y fue productor ejecutivo de cuatro documentales realizados por la Caravana Farkas (1964-1969). Clara Leones Ramos, As múltiplas vozes da Caravana Farkas e a crise do modelo sociológico. Dissertação de Mestrado (San Pablo: eca-usp, 2007), 23-36.

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La revista Cine del Tercer Mundo En el año 1969 se publicó Cine del Tercer Mundo, cuyo editorial redactado por Hugo Alfaro se intituló “Presentación”. En ese texto, Alfaro declara que aquella publicación y la propia Cinemateca eran necesarias, dada la incuestionable importancia que estaba adquiriendo el nuevo cine y la búsqueda de formas alternativas de difusión a través de los cineclubes. Afirmaba que los mejores festivales extranjeros, como Pesaro y Leipzig, ya habían aplaudido ese cine, aunque gran parte del creciente interés por esta producción era, en realidad, fruto de la curiosidad por lo que parecía exótico o lamentable, como la “turbulenta” América Latina o el “deteriorado” Uruguay.

Celebrar el éxito en el extranjero (aunque con pizcas de ironía) era una estrategia de discurso que pretendía legitimar el proyecto, blanco de críticas en el propio medio cinematográfico nacional, principalmente por parte de algunos especialistas que consideraban el cine “de combate” demasiado panfletario. Manuel Martínez Carril, por ejemplo, condenaba explícitamente el cine defendido por la c3m. En un artículo de balance sobre la producción de 1969, Martínez Carril afirmaría, a comienzos de 1970, que aquel cine, bien intencionadamente “útil para la revolución”, generaba una nueva forma de alienación: “la que calma la conciencia […], la que induce a suponer que se está haciendo la revolución participando del espectáculo y que, por consiguiente, ser espectador es un acto revolucionario”.26 Por detrás de las críticas al “combativismo”, presente en el discurso de la c3m estaban también las distintas concepciones de revolución y del papel del cine en el proceso de politización de las masas, además de, naturalmente, las afinidades con esta o aquella organización. Los “bolches” (bastante numerosos, incluso entre los artistas e intelectuales) criticaban la manera con que los “tupas” promovían una “guerra civil” en el país (guerra que sería admitida por ellos en su “Proclama de Paysandú”, de enero de 1972), argumentando que esta retrasaba la “verdadera revolución”.27 En sentido opuesto a esa posición y a las críticas en la prensa especializada, el editorial de Cine del Tercer Mundo enfatizaba la importancia y la urgencia del cine de combate en América Latina, todavía “poco conocido por razones políticas”. A continuación, destacaba la lealtad de la revista al cine “crítico, pobre y comprometido”, y afirmaba que esa publicación, un verdadero emblema del cine del tercer mundo, debería utilizarse como “arma de combate”.28

En el segundo número de la revista de 1970, la “Presentación”, ahora firmada por el “colectivo” de la Cinemateca, mantuvo la tónica del número precedente: el texto reafirmaba el papel de la publicación como un instrumento al servicio del nuevo cine latinoamericano, al proporcionar el conocimiento mutuo, la confrontación de experiencias y diálogos.29 De acuerdo con los autores, la revista aspiraba “a ilustrar, como órgano coherente de expresión, una institución, un programa 26 Manuel Martínez Carril, “1969, El cine y la izquierda. Los mismos errores”, El Oriental (2/1/1970), 11; Las tribus de la izquierda, 128.

27 Vania Markarian, “Ese héroe es el joven comunista: violencia, heroísmo y cultura juvenil entre los comunistas uruguayos de los sesenta”, Revista Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe 21-2 (2011). Disponible en: http://www1.tau.ac.il/eial. Ver también los comentarios sobre la crítica comunista al “aventurerismo” de los Tupamaros en C. Aldrighi, La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el mlnTupamaros (Montevideo: Trilce, 2001), 94-95.

28 Hugo Alfaro, “Presentación”, Cine del Tercer Mundo 1 (octubre 1969), 3-10.

29 “Presentación”, Cine del Tercer Mundo 2 (noviembre 1970), 7-10. Los dos editoriales y la selección de los textos apuntan al interés por el cine cubano, el grupo Cine Liberación y el Cinema Novo, considerados el “tronco central” del Nuevo Cine Latinoamericano.

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y una acción concreta, en fin, una doctrina cultural, pero también una experiencia”. Como vemos, la revista no representaba sólo a la c3m y sí, en términos más generales, un “programa”, una “doctrina”, siguiendo la inexactitud habitual y alguna megalomanía que existía en el discurso de los cineastas latinoamericanos defensores del cine político. El hecho es que la revista y la propia institución c3m se plantearon, en primer lugar, como portavoces del Nuevo Cine Latinoamericano, afirmar ese nuevo cine haciendo hincapié en el reconocimiento europeo ya conquistado. Esto es visible no sólo en los editoriales sino en algunos textos del primer número, como una interesante entrevista “mutua” de Jean-Luc Godard a Fernando Solanas, en la cual se hace énfasis en la viabilidad del diálogo entre dos estilos de cine que, a pesar de las diferencias, podían admirarse, comprenderse, pues, como lo demuestran esos realizadores, nutrían numerosos puntos en común, entre los cuales estaba, principalmente, el rechazo al cine “comercial”, hollywoodense. La presencia de Godard nos revela la preocupación de los editores en dejar claro que la c3m no rechazaba el lenguaje experimental y el arte de los cineastas extranjeros que se mostraban solidarios a la difusión del cine latinoamericano en Europa.

En segundo lugar, otra disposición presente en el primer número de la revista es defender ese Nuevo Cine Latinoamericano como parte orgánica del “cine del tercer mundo”, según refrenda el título de la publicación y el nombre de la institución. En el artículo “Cine revolucionario en el Tercer Mundo”, su autor, Alberto Filippi, menciona las “cinematografías del llamado Tercer Mundo (o el Tercer Cine como le gusta decir a Solanas)”.30 Pero aquí se debe hacer una diferenciación, pues las dos expresiones (“cine del Tercer Mundo” y “Tercer Cine”) no eran exactamente equivalentes: la última traducía un modelo específico de cine político, defendido por Fernando Solanas y Octavio Getino en el artículo-manifiesto “Hacia un tercer cine: apuntes y experiencias para el desarrollo de un cine de liberación en el Tercer Mundo”,31 de 1968, que acompañó la difusión de la película La hora de los hornos y que defendía el uso prioritario de los circuitos clandestinos de difusión. Cabe señalar que, a pesar de la importancia de las ideas del grupo Cine Liberación en la constitución de la c3m, sus integrantes no necesariamente defendían, como en la propuesta argentina, que el circuito clandestino fuera ideal para el cine “de combate”. Y esa postura no es difícil de comprender, ya que en Uruguay imperaba la casi ausencia de cinematografía nacional por lo que no tenía sentido rechazar cualquier oportunidad de inserción mercadológica. En ese aspecto, cabe señalar que la presencia –y el protagonismo– de un distribuidor en el grupo ya indicaba esa especificidad uruguaya, es decir, la necesidad de integrarse a un mercado “posible” latinoamericano y, preferentemente, europeo. Aunque el mercado del cine “político” tuviera su propia geografía, vinculada al circuito de festivales (de este y del otro lado del Atlántico) y a mecanismos informales de cooperación e intercambio, esta inserción permitiría a los uruguayos alimentar su deseada producción nacional. De todas formas, en esa época la expresión “tercer cine” circulaba con distintos significados en América Latina. Recuérdese que aludía directamente a “tercer mundo”, término que estaba a la moda, malograda su imprecisión, poseía un fuerte carácter movilizador y se hacía más atractivo por 30 Alberto Filippi, “Cine Revolucionario en el Tercer Mundo”, Cine del Tercer Mundo 1 (octubre 1969), 17.

31 En este texto los autores proclaman la existencia, en líneas generales, de tres tipos de cine: el 1º, comercial, “hollywoodense”, alienante; el 2º, el cine de autor, burgués, que conseguía ser, en la mejor de las hipótesis, reformista; y el 3º, el cine revolucionario, libertador, que dispensaba el mercado ya que su prioridad era abordar la realidad y sensibilizar al público, motivar la acción utilizando, para ello, todos los instrumentos posibles (tales como la exhibición clandestina y la estrategia de crear obras inacabadas, dejando a los espectadores imaginar el resultado del impasse expuesto, a ejemplo de la propuesta construida en La hora de los hornos).

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su “carga emocional” que por su consistencia y operatividad.32 Así, tercer cine figuraba también, por ejemplo, como nombre de una sección de la revista venezolana Cine al Día desde el número 6, en diciembre de 1968. Esa revista era muy respetada en el circuito del cine latinoamericano, al lado de Hablemos de Cine (peruana) y de Cine Cubano. Cuando fue publicada por primera vez su sección “Tercer Cine”, los editores venezolanos aclararon que había una coincidencia (y no equivalencia) entre su nombre y el término acuñado en el manifiesto Hacia un tercer cine. Esta casualidad, según esos editores, comprobaba el compromiso general del cine latinoamericano, en aquel momento histórico, con la búsqueda de una “tercera realidad”.33 A continuación veremos cómo el llamado “cine del tercer mundo” se presentó en términos de realización cinematográfica, en uno de los documentales de la c3m.

La producción de la c3m En general, se atribuyen cinco producciones a la Cinemateca: Elecciones (Mario Handler y Ugo Ulive, 1967, 36’), Me gustan los estudiantes (M. Handler, 1968, 6’), Líber Arce, Liberarse (M. Handler y Mario Jacob, 1969, 10’), La bandera que levantamos (M. Jacob y Eduardo Terra, 1971, 14’), además de la animación En la selva hay mucho por hacer (Walter Tournier, Alfredo Echaniz y Gabriel Peluffo, 1973-74, 17’),34 terminada casi artesanalmente, después de que la Cinemateca fuera cerrada por la represión militar que incautó los materiales y los equipos en 1973. Sin embargo, dos de estas producciones se hicieron, en realidad, antes del inicio oficial de la Cinemateca, en 1969. En la película Elecciones hay créditos para el icur (Instituto de Cinematografía de la Universidad de la República). Esa institución patrocinó la producción de dicha obra documental, que no tenía el grado de radicalismo que las siguientes asumirían. La posterior desvinculación de los cineastas (Handler y Ulive) de ese Instituto, debe entenderse teniendo en cuenta los límites de una institución ubicada en una Universidad estatal, que le impedían suscribir proyectos de cine “de combate”.35 Así, la imposibilidad sentida por los cineastas, tras 1968, de contar con espacios institucionales como el icur para realizar sus obras contestatarias, fue otro factor que motivó la creación de la c3m. 32 Las tribus de la izquierda, 45-52. Los sentidos que poseen las expresiones “tercer cine” y “cine del tercer mundo” ya fueron explorados en algunos trabajos: Guy Henebelle (Coordinador) Le Tiers Monde en films. Cinemaction/Tricontinental (Paris: François Maspero, 1982); Gabriel Teshome H. Third Cinema in the Third World (Ann Arbor: umi Research Press, 1982); Roy Armes, Third World Film Making and the West (Berkeley, Los Angeles, London: University of California Press, 1984); John Downing (Editor) Film and Politics in the Third World (New York: Autonomedia, 1997), Jim Pines y Paul Willemen, Questions of Third Cinema (London: British Film Institute, 1989). Apud P. Paranaguá, Le cinéma en Amérique Latine: le miroir éclaté. Historiographie et comparatisme (Paris: L’Harmattan, 2000), 140. 33 Sección “El Tercer Cine”, dedicada a la Muestra de Cine Documental de Mérida (Venezuela), del 21 al 29 de setiembre de 1968, donde se difundió el filme La hora de los hornos y el mencionado manifiesto. Cine al Día 6 (diciembre 1968), 4. 34 La autoría de la obra también es atribuida al llamado “Grupo Experimental de Cine”. Ver: http://www. cinelatinoamericano.org/ficha.aspx?cod=1808.

35 La Universidad de la República, según la Ley Orgánica de 1958, si bien se regía por los principios de autonomía y cogobierno (de los docentes, estudiantes y graduados), dependía del presupuesto quinquenal que le autorizara el Parlamento en el marco de la Ley del Presupuesto Nacional que se aprobaba al inicio de cada período de gobierno, el que debía serle suministrado año a año por el Poder Ejecutivo. La relación de la Universidad con el gobierno se volvió cada vez más conflictiva entre 1958 y 1973, en particular a partir de 1968. Ver “Historia de la Universidad de la República” en el Portal de la udelar. Disponible en: http://www. universidad.edu.uy/renderPage/index/pageId/98#heading_761.

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Verificamos que a menudo, en la bibliografía, las cinco producciones se vinculan a la c3m, pues fueron realizadas por sus miembros –casi siempre trabajando en duplas– y difundidas, a la larga, justamente por ese organismo. No debemos ignorar tampoco el hecho de que dicha asignación es fruto de un discurso posterior, que suele celebrar la memoria de la cultura de izquierda y valorar los logros de esa iniciativa en el campo cinematográfico.

El primer documental, Elecciones, realizado por Mario Handler y Ugo Ulive, registra las campañas electorales de dos candidatos a diputados en 1966: Amanda Huerta de Font, por el Partido Colorado, y Salviniano Pérez, de apodo “Nano”, por el Partido Nacional (o Blanco). El mediometraje de 36 minutos, realizado con el aval de los candidatos, expone a través del recurso del paralelismo el discurso populista y demagógico de ambos y parece inspirado por el documental estadunidense Primary (1960), de Robert Drew, sobre las campañas políticas de los senadores Hubert H. Humphrey y John F. Kennedy para presidente, realizado para la televisión en el formato de cine directo. Una de las intenciones claras de Elecciones es mostrar cómo los partidos tradicionalmente rivales en Uruguay poseían muchas semejanzas en términos de discurso y práctica política. El documental registra la amplia victoria del Partido Colorado y su respectivo candidato a la Presidencia, el general Óscar Gestido.36

En este documental, en el que percibimos claros elementos del cine directo, existe también la arista de la “crónica”, del “reportaje” a modo de ensayo, con una fuerte carga de contemplación y subjetividad (sensación resultante, entre otros factores, de los lentos y panorámicos movimientos de la cámara o de los instantes de silencio). Aunque las preocupaciones sociológicas y políticas sean evidentes, se adentra al espectador en la individualidad y en las idiosincrasias de los dos candidatos. A veces se retrata al pueblo como víctima (cuando lo que está en foco es la fragilidad y la miseria de los niños, por ejemplo), otras, como cómplice (cuando la cámara muestra la participación festiva en la parrillada promovida por el candidato-caudillo “Nano”, fuertemente aplaudido), pero nunca sin alguna piedad cristiana. A pesar del contenido crítico, no hay, en esa producción, un “llamado a las armas” dirigido al espectador: ese dato nos muestra que Handler y Ulive, en ese momento (1967), aunque visiblemente influenciados por el marxismo, no se habían sumado al apoyo a la lucha armada, postura que marcaría la producción de la c3m dos años después, como veremos a continuación. El documental Líber Arce, Liberarse, realizado en 1969 también por Mario Handler (cineasta que tenía mayor experiencia acumulada en el momento de la formación de la c3m), ahora en colaboración con Mario Jacob, es un cortometraje silente, dedicado a un joven estudiante de odontología, feriante y militante de la Juventud Comunista, que murió después de haber sido herido por un oficial militar en una manifestación estudiantil, en agosto de 1968. El corto, donde al principio vemos claramente identificado el logotipo de la c3m, fue ganador del Premio Joris Ivens en el Festival de Leipzig, ese mismo año. Llama la atención la ausencia total de sonido, dado que aporta más de un significado simbólico: el duelo por el mártir homenajeado, el gradual silenciamiento de intelectuales y artistas en el contexto del pachecato. En contraste con las punzantes

36 Gestido asumió la presidencia en marzo de 1967, momento en que entraba en vigor una nueva Constitución, que fortalecía el Ejecutivo y ampliaba el mandato presidencial a cinco años. El contexto era de gran crisis económica, la que Gestido no logró aplacar en su breve gobierno pues fallecería en diciembre de ese mismo año. Su Vicepresidente, Jorge Pacheco Areco, emprendió, hasta marzo de 1971, un gobierno autoritario, disolviendo los partidos de izquierda, numerosos periódicos y combatiendo los grupos de oposición, en especial los que defendían la lucha armada, como los Tupamaros. J. J. Arteaga, Breve Historia Contemporánea del Uruguay, 268-275.

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bandas sonoras de la mayoría de los documentales (como es el caso de Me gustan los estudiantes, realizado por la c3m en el año anterior, que utilizó canciones de protesta de Violeta Parra y Daniel Viglietti), o con la fuerza de los tambores en la apertura de La hora de los hornos, Líber Arce impone un silencio incómodo, también en consonancia, desde un punto de vista pragmático, con la visible precariedad de la producción.

Si en Elecciones había una clara evocación al cine directo (evidente en los momentos de entrevistas a los candidatos) y al neorrealismo italiano (en la frecuente búsqueda de las miradas y en el registro de los comportamientos de la gente sencilla), en Líber Arce vemos la influencia indiscutible de La hora de los hornos, con su estilo investigativo y sociológico. Al principio un pequeño texto de apertura, bastante patriótico, presenta las bellezas naturales de la República Oriental del Uruguay, repleta de colinas onduladas, arroyos bordeados por montañas, pastos naturales que alimentan el ganado, carreteras que unen el país, playas que en verano se visten de fiesta y risas de niños, etc. A continuación, contrastando con el tono de alabanza de este retrato de la “ex Suiza de América”, un panorama socioeconómico nada positivo: estadísticas de desempleo, el subdesarrollo y la cantidad de bancos dominados por el imperialismo, manifestaciones populares, la ostentosa presencia de los militares, entre otros aspectos, revelan los problemas existentes en el país y en América Latina.37 Esta estrategia de deconstrucción del discurso patriótico, oficial, de modo que la “verdad” fuese gradualmente revelada al espectador, con abundante uso de fotografías de periódicos, estadísticas y datos económicos, también figuraba en La hora de los hornos. En esta construcción nos damos cuenta de la lógica discursiva, muy común a las izquierdas, cuyas denuncias eran, en general, respaldadas por datos “confiables”: números e imágenes que conferían veracidad a las declaraciones. Esta misma lógica era inherente a la concepción acerca del papel del documental político en la época: los cineastas se sentían en el deber –y plenamente autorizados– de hacer cuestionamientos sobre la veracidad o la falsedad de un cierto discurso, ya que estaban equipados con “pruebas documentales” concretizadas por las denuncias textuales y las imágenes. Se esperaba que el espectador, a su vez, impulsado por los mismos parámetros de la izquierda, creyera en las informaciones y, para eso, atribuyera la debida “autoridad” a la institución promotora de ese discurso desmitificador: la Cinemateca del Tercer Mundo. Por lo tanto, en este “cine de combate”, panfletario, quien decía era igual o más importante que el contenido propiamente dicho.38 Además, la narración fluye de lo más general a lo específico, en la indefectible perspectiva sociológica que caracterizaba diversos documentales latinoamericanos de los sesenta.39 De esta forma, el personaje principal, Líber, solo se presenta después de la contextualización necesaria

37 En los subtítulos leemos el siguiente discurso, de forma intercalada con las imágenes que ilustran y a veces se contraponen irónicamente: “Mentira”; “Uruguay, ex Suiza de América”; “Un país para 500 familias”; “80.000 desocupados”; “De 29 bancos, 20 están dominados por el capital imperialista”; “País en crisis”, “subdesarrollado”; “explotado”; “dominado por el imperialismo norteamericano”; “como el resto de América”. 38 Sobre esa cuestión de los elementos definidores del “documental”, como la expectativa de la creencia, hay un amplio debate teórico. Ver: Roger Odin, “Film documentaire, lecture documentarisante”, en R. Odin y J.C. Lyant (Editores) Cinémas et réalités. (Saint-Etienne: Université de Saint-Etienne, 1984), 263-278; Silvio Da-Rin, Espelho Partido: tradição e transformação do documentário (Río de Janeiro: Azougue, 2004), 15-22, 221-224; Bill Nichols, Introdução ao Documentário (Campinas: Papirus, 2005) y Representing Reality: issues and concepts in documentary (Bloomington: Indiana University, Press, 1991).

39 Jean-Claude Bernadet clasificó esa perspectiva de “modelo sociológico” y realizó un análisis de sus características a partir de ejemplos de “documentales de modelo sociológico” en el marco del Cinema Novo brasileño. La hora de los hornos representó la referencia principal de este tipo de discurso para los cineastas de

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para la comprensión de su papel histórico y la nobleza de su “causa”. Dicha contextualización se realiza a través de imágenes y textos cortos que conducen al espectador, como ocurre en La hora de los hornos y en los documentales de Santiago Álvarez. En el documental uruguayo, la ausencia de banda sonora hace incluso más enfática la conducción a través de este recurso narrativo.

Líber es descrito como un mártir que, a los 29 años, fue víctima del oficial Enrique Tegiache, quien le disparara en una manifestación estudiantil, el 12 de agosto de 1968, lo cual provocó su muerte dos días después.40 Esa manifestación se ubica en un contexto de crisis económica y autoritarismo vividos por Uruguay y de forma más amplia, por la América Latina, tal como nos informan los letreros.41

El año 1968 había sido bastante turbulento en el país: además de los efectos de una espiral inflacionaria, había ocurrido una ola de paros, bajo fuerte tensión política y social.42 Los cambios introducidos por la reforma constitucional de 1967 habían reforzado al Ejecutivo pero no evitarían sucesivas crisis ministeriales, lo que reflejaba cierta desestructuración del aparato del Estado y la crisis interna que afectaba los partidos Blanco y Colorado. El gobierno de Pacheco Areco enfrentaba con intolerancia esas huelgas populares y no admitía la negociación con las organizaciones de izquierda. Los guerrilleros, por su parte, protagonizaban cada vez más secuestros y asaltos.43 En el medio estudiantil, el aumento en el precio del transporte público había traído como consecuencia movilizaciones y ocupaciones de escuelas y facultades, realidad esta que revela el documental al demostrar la radicalización de la acción tupamara, a la vez que cuenta la historia del “sacrificio heroico” de un militante de la Unión de Juventudes Comunistas (ujc).

En gran parte de este corto seguimos el cortejo fúnebre que movilizó a miles de personas a través de las calles de Montevideo. La muerte del joven militante conmovió a la población por tratarse de un estudiante de clase media, “como muchos otros”, y fue un llamado de atención hacia la amenaza que constituía la represión militar sobre la población civil. Los homenajes durante el cortejo, tales como el de algunas mujeres que lanzaban pétalos de flores sobre el ataúd, además de algunas placas pintadas con las palabras “Líber Arce ha muerto” o “Silencio”, ofrecen la dimensión del significado político de aquel funeral que, incluso, contribuyó de forma significativa al aumento

la c3m. Jean-Claude Bernadet, Cineastas e imagens do povo (San Pablo: Companhia das Letras, 2003). Ver también: Clara Leones Ramos, As múltiplas vozes da Caravana Farkas e a crise do modelo sociológico.

40 Leemos: “En ese año [1968] la ex Suiza de América tiene su primer mártir por la libertad”; “Líber Arce, militante de la juventud comunista, estudiante de odontología, feriante, de 29 años, fue herido por el oficial Enrique Tegiache el 13 de agosto de 1968”; “Dos días después, a las 10 y 35, Líber Arce moría”. 41 “Como el resto de América”; “Sólo se gobierna con medidas de seguridad; con represión”; “Para enfrentar esta situación los estudiantes salen a la calle en 1968”. 42 Acerca de los episodios que marcan ese año, ver: V. Markarian. El 68 uruguayo.

43 En ese período el movimiento, organizado en columnas, aumenta el número de secuestros y asaltos a bancos, además de los “actos de violencia simbólica” (como graffitis) y el rescate de militantes presos. El documental enseña la primera página de un periódico que notifica la acción tupamara en la ciudad de Pando. Esa acción marca el inicio de la llamada “segunda etapa” de la historia del movimiento, entre 1969 y 1973, caracterizada por acciones como los robos de armas y los secuestros de autoridades extranjeras, tales como los estadunidenses Dan Mitrione (al que mataron) y Claude Fly, el cónsul brasileño Aloísio Díaz Gomide y el embajador británico Geoffrey Jackson. Ver: La izquierda armada y José Pedro Cabrera Cabral, “Trajetória do mln-Tupamaros 1962-1973: algumas questões de identidade e poder”, Estudos Ibero-Americanos xxxiii-2 (diciembre 2007), 156-171.

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de las afiliaciones a la ujc. El montaje, que intercala de forma ágil imágenes directamente relacionadas con el tema (fotos del estudiante, escenas del cortejo, helicópteros sobrevolando la multitud) con otras ajenas a este hecho específico (escenas de enfrentamiento entre la policía y civiles negros en Estados Unidos, entrenamientos militares, escenas de barrios miserables, soldados que fuman con arrogancia en la guerra de Vietnam, carteles “Go Home Rockefeller”, etc.), recuerda directamente el formato de La hora de los hornos, muy elogiado por la crítica en ese momento, en el cual la sucesión, así como la superposición y el contraste de fragmentos, componen poco a poco el sentido pretendido. 44

Escenas ya habituales en documentales que se centraron en los enfrentamientos estudiantiles en los años sesenta, como Me gustan los estudiantes (1968), se repiten en Líber Arce: policías a caballo que persiguen a manifestantes en fuga, bombas de gas lacrimógeno, militares que buscan e interrogan a los ciudadanos, carteles y graffitis antiimperialistas, entre otras imágenes, dan fe de un repertorio reiterado que, en la década de 1970, provocaría la sensación de déjà vu en los festivales de cine latinoamericano. Al mismo tiempo, los usos y las diversas apropiaciones de estas imágenes, a menudo descontextualizadas, revelan cómo estos documentales fueron el resultado, según Silvio Da-Rin, de procesos de manipulación que implicaban a cada paso una gama de alternativas metodológicas y técnicas que, al fin, fueron opciones estéticas.45 De todas formas, el documental reverbera durante las discusiones que se producen en la i Muestra de Cine Documental Latinoamericano de Mérida, en 1968, donde los uruguayos tuvieron una significativa presencia. Según Mario Handler, la importancia de Mérida fue que allí los cineastas acordaron que debían pasar del “cine de testigo” al “cine de agresión” y que, para el cine político, no era fundamental la originalidad sino la eficacia.46

En los momentos finales, el documental presenta noticias y letreros que testimonian el fortalecimiento de la acción de los Tupamaros.47 Como podemos percibir, aunque el ejemplo de conducta que muestra el corto sea el de un joven mártir comunista, el mensaje final celebra a los Tupamaros y al guevarismo, revelando, por un lado, la convivencia, el entrecruzamiento de referencias comunes a una misma cultura política de izquierda, y por otro, la disputa interna entre las organizaciones vigentes en ese campo, ya que el desenlace final invita al espectador a elegir las armas, como los “tupas”.

Intercalado con los encuadres donde aparece repetidas veces la cara de Líber, a veces vivo, a veces muerto, el espectador lee poco a poco el siguiente texto, que hace referencia a la muerte 44 En 1968 la ujc ganó seis mil nuevos afiliados y en 1969, ocho mil. Además de Líber Arce, en ese periodo murieron víctimas de la represión los jóvenes comunistas Susana Pintos y Hugo de los Santos. Ver, El 68 uruguayo. 45 S. Da-Rin, Espelho Partido, 157.

46 I. León Frías y A. González Norris, “El cine de 4 minutos”, 46. Entre los jurados de esa Muestra figuró el uruguayo José Wainer, además de Guido Aristarco, Marcel Martin, Rodolfo Eizaguirre, Agustín Mahieu y Joris Ivens. En los resultados finales hubo “empate” entre tres cineastas: Santiago Álvarez, Jorge Sanjinés (ambos por el conjunto de la obra) y Fernando Solanas, por La hora de los hornos. Ver el dossier de la revista Cine al Día, publicado en ese año, sobre “Mérida 68”. 47 Dichas noticias informan sobre las por entonces recientes acciones en Pando, donde cuarenta y nueve tupamaros ocuparon la comisaría, un cuartel de bomberos y tres bancos, el 8 de octubre de 1969 (aniversario de la muerte del Che Guevara). A pesar de un malogrado desenlace –terminó con la captura de diecinueve tupamaros– la acción fue celebrada como un marco heroico por el movimiento. Las noticias se intercalan con las frases “En cualquier lugar”; “que nos sorprenda la muerte”; “Los Tupamaros”.

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heroica: “Bienvenido sea”, “siempre que ese”, “nuestro grito de guerra”, “haya llegado hasta un oído receptivo”, “y otra mano se tienda”, “para empuñar nuestras armas”, “y otros hombres se apresten a entonar los mismos cantos”, “con tableteos de ametralladora”, “y nuevos gritos de guerra y de victoria”. Después de estas frases, la firma del Che. Poco después, en primer plano, vemos el cuerpo de Líber Arce en el suelo. Ese registro del cuerpo inerte del héroe recuerda la foto del Che Guevara muerto, tan impactante en el final de La hora de los hornos. De esa forma se fusionan, superpuestos, los dos mártires: el “sacrificio” del comunista uruguayo se reviste del aura del revolucionario argentino-cubano que había muerto recientemente y ambos legitiman, en ese momento, la radicalización de la acción de los Tupamaros. La muerte de los dos se glorifica en la forma de un llamado revolucionario, una convocatoria a que surjan nuevos héroes.

Es importante señalar que, a finales de los años sesenta, tras la muerte del Che, las más distintas tendencias políticas de izquierda se apropiaron de la figura –y la imagen– del revolucionario: de esa forma, mientras en La hora de los hornos el Che muerto (es decir, la famosa foto del “CheCristo”) servía para reiterar la ideología peronista,48 en Líber Arce, Liberarse su sentido político remitía al apoyo a la guerrilla urbana asumida por los Tupamaros.

En la última escena vemos, en zoom aproximado, y a continuación un poco más alejado, la frase compuesta de letras de tamaños desiguales y sin alineación, como si se hubiera escrito con la punta de un cuchillo sobre una superficie oscura: “Arce, tu sangre no correrá en vano”. La presentación estética de esta frase, que podría ser una protesta anónima, una intervención hecha apresuradamente en alguna pared pública, similar al graffiti, también remite a la intervención directa, con estilete, en la película hecha por Mario Handler, ya experimentada en Me gustan los estudiantes. Los cineastas y, por lo tanto, la c3m asumen la promesa de “vengar la muerte” de Líber –y la del Che–.

Las referencias a La hora de los hornos en Líber Arce encontraban eco, como ya mencionamos, en los textos publicados por la revista Cine del Tercer Mundo, particularmente en su primer número, que trajo varios artículos dedicados a esta película y al Grupo Cine Liberación. En el editorial, Hugo Alfaro celebraba el hecho de que La hora de los hornos se había convertido en un “título legendario” del cine combativo del tercer mundo. Además de esa referencia, podemos percibir algo de la propuesta del realizador cubano Julio García Espinosa, que sería publicada en su ensayo “Por un cine imperfecto” y que ya circulaba en los foros de debate del nuevo cine latinoamericano. Cabe aclarar que, mientras el primer número de la revista difundió especialmente las ideas de Solanas, Getino y Glauber Rocha, el segundo, en 1970, se centró en las tesis de Julio García Espinosa, acompañada de un artículo de Solanas y de Getino que celebraba la propuesta presumida en el título del texto cubano. El ensayo-manifiesto “Por un cine imperfecto”, escrito en 1969, fue inmediatamente publicado por esa revista uruguaya y por la peruana Hablemos de Cine.49

48 Mariano Mestman, en su artículo sobre La hora de los hornos, analiza los usos políticos que de la imagen del Che hace el peronismo y su fuerte presencia en el movimiento cultural argentino. Enseña los vínculos existentes entre el uso de la imagen del Che por el Grupo Cine Liberación y los enlaces entre ese, la gráfica política de Ricardo Carpani y un determinado grupo de artistas plásticos de vanguardia, de Rosario y Buenos Aires. Mariano Mestman, “La hora de los hornos, el peronismo y la imagen de Che”, Secuencias, Revista de Historia del Cine 10 (julio 1999), 53-65. Disponible en: http://www.filmraymundo.com.ar/home.htm.

49 Hablemos de Cine 55 y 56 (setiembre-diciembre 1970), 37-42 y Cine del Tercer Mundo 2 (noviembre 1970), 103-122. El artículo da nombre al libro Por un cine imperfecto (Caracas: Rocinante, 1970), 11-32 y fue, más tarde, publicado en J. García Espinosa, La doble moral del cine (Madrid: eictv-Ollero&Ramos, 1996), 13-28. Núñez, O que é Nuevo Cine Latinoamericano?, 425

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Generó gran polémica porque García Espinosa sostuvo que la calidad técnica no era primordial si el cineasta lograba el principal objetivo, que era comunicar algo importante para el público. Su modelo de cine era el cine político que dialogase con la cultura popular. El autor, en ese texto y en otro, que aparecería como una especie de complemento a sus ideas, “En busca del cine perdido” (1971), se acercó a la perspectiva del Grupo Cine Liberación en contra del cine comercial y el cine de autor y defendió la concepción, muy valorada en el contexto cubano, de que cualquiera podría ser un director de cine.50 Como puede verse, el ensayo defendía el cine “precario”, “urgente”, realizado en el calor del momento y con los recursos posibles, asunto que plantearía ardientes polémicas durante la década de setenta.51 Así, parecía que Líber Arce ilustraba anticipadamente la propuesta del llamado cine imperfecto (o sus primeras reverberaciones en el medio cinematográfico). Además, el lenguaje urgente, rústico y panfletario (que hacen recordar los documentales de Santiago Álvarez) hacía evidente la importancia que Cuba y el combativismo guevarista habían adquirido como referencia fundamental para los cineastas de la c3m.

El fin de una casi cinemateca En las producciones que siguieron a Líber Arce, el posicionamiento político de los realizadores en la escena uruguaya fue aún más evidente. La bandera que levantamos (Eduardo Terra y Mario Jacob, 1971, 14’), un documental que participó en los festivales de Berlín y Leipzig, registra el primer mitin del Frente Amplio, el 26 de marzo de 1971, delante de la Intendencia Municipal de Montevideo, con la participación de varios dirigentes de izquierda, incluidos los socialistas y los comunistas. El documental pondera el discurso hecho en esa ocasión por el líder de la coalición y candidato a la presidencia, Gral. Líber Seregni. Sin embargo, la historia posterior a esta producción revela las disputas internas en el concurrido espacio de la cinematografía y en el propio universo de la izquierda, ya que esta producción de la c3m no fue aceptada por la dirección del Frente Amplio como película oficial: ocupó ese lugar la película Orientales al frente, de Ferrucio Musitelli, asociado al Partido Comunista uruguayo (pcu), que también registró, simultáneamente, el mismo evento.52 Esta opción del Frente Amplio en favor de una producción vinculada al pcu debe comprenderse considerando las contingencias políticas existentes en el proceso de afirmación de la coalición, donde el sector comunista jugaba un fuerte protagonismo, entre varias razones, por ser el “más importante de la izquierda local en términos cuantitativos, tanto en lo electoral como en la participación política y sindical”.53 Además, el pcu se consideraba el gran artífice de aquella coalición, al haber defendido la formación de un frente desde años anteriores, y también se valía de esa “carta” para afirmarse políticamente delante de las otras organizaciones,

50 Sobre la trayectoria política de García Espinosa y su defensa del cine “popular”, subyacente a la idea del cine “imperfecto”, ver el sexto capítulo de Mariana Villaça, Cinema Cubano. Revolução e Política Cultural (San Pablo: Alameda, 2010). 51 Como la polémica entre García Espinosa y el crítico argentino Amílcar Romero, en las páginas de la revista chilena Primer Plano, en 1972 y 1973. O que é Nuevo Cine Latinoamericano?, 80. 52 Las tribus de la izquierda, 131.

53 V. Markarian. “Ese héroe es el joven comunista”.

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en un difícil proceso de búsqueda de equilibrio y consenso mínimo en torno a una agenda común, donde no fueran pocas las negociaciones para la viabilidad del proyecto.54

Sin embargo, a pesar de las divergencias entre las tendencias de izquierda, hubo, especialmente en Montevideo,55 una amplia y apasionada incorporación de la mayoría de los cineastas, artistas e intelectuales al Frente Amplio. André Ferreira destaca la “estrategia bifronte” del Frente Amplio que, a su ver, favoreció esa amplia filiación también en la sociedad civil y en el medio político: al mismo tiempo en que el Frente representaba la lucha contra el autoritarismo, contra el despotismo de Pacheco Areco, ofrecía una alternativa política, dentro de una perspectiva democrático-electoral, a la violencia armada (vista por algunos como “anárquica”) de los Tupamaros.56 El movimiento de los Tupamaros, que ya contaba con significativo apoyo en el medio cultural montevideano, no participó de la fundación del Frente Amplio, pero se integró por medio de la creación de un “brazo legal”, una “expresión pública” para participar de la coalición: el Movimiento 26 de Marzo. Esta organización, dirigida por Mauricio Rosencof, congregó diversos intelectuales en su “Agrupación de los Trabajadores de la Cultura”, la cual contó con la participación de varios integrantes de la c3m.57 Aunque amplia, la adhesión no fue suficiente y, tras la derrota del Frente, en la última producción de la c3m el “mensaje político” fue también evidente pero revestido ahora por la tentativa de sobrevivir a la represión (que ya había destrozado a la guerrilla y a la Cinemateca) mediante la expresión de esperanza en días mejores. El corto En la selva hay mucho por hacer (1973) muestra las dificultades de la represión bajo el formato de una fábula que fusiona la guerrilla con preceptos comunistas y anarquistas. El guión se basó en el libro homónimo de Mauricio Gatti, publicado por la Comunidad del Sur en 1971, estructurado a partir de las cartas escritas a su hija cuando él estaba detenido. Por medio de esas cartas, Gatti trataba de explicarle a la niña su situación –y su ideario– de forma metafórica.

La animación utilizó el texto original pero puso de relieve, por medio de representaciones gráficas, la banda sonora y el movimiento, la crueldad vigente en la prisión (un zoológico, en el relato) y la importancia de la unión y la solidaridad para enfrentar al enemigo (presentado como un cazador arrogante, militarizado, que atrapa a los animales de la selva). Al final prevalece una perspectiva redentora: los animales, con la ayuda de otros compañeros libres y de una intrépida niña, pueden escapar del Zoo y volver a la selva, donde empiezan a desarrollar estrategias para evitar las probables nuevas investidas del cazador. Esta animación, realizada al comienzo de la dictadura, participó en festivales y ganó algunos premios en los años setenta, premios en los que pesó, sin duda, amén de la calidad indiscutible del trabajo, el cierre trágico de la institución.58 54 Ferreira destaca que el pcu defendía la formación de un frente desde 1955. Sin embargo, el Frente Amplio fue oficialmente convocado por el pdc, ya que se pretendía reforzar la propuesta democrática y no le interesaba a su dirección que el electorado pensara que predominaba una línea comunista. André Lopes Ferreira, A unidade política das esquerdas no Uruguai, 215; 227, 252.

55 Juan José Arteaga menciona la “montevideanización de la izquierda” e informa que dos tercios de los votos que el Frente Amplio recibió en 1971 fueron en Montevideo. Breve Historia Contemporánea del Uruguay, 295. 56 A unidade política das esquerdas no Uruguai, 195.

57 Como Mario Handler, Walter Tournier y José Wainer, Clara Aldrighi presenta una lista de los principales intelectuales que participaron de esa Agrupación, de la que Mario Benedetti fue una especie de “portavoz”. La izquierda armada, 108. 58 Primer premio (categoría animación) en el xix Festival Internacional de Cines Documentales y Cortometrajes, Bilbao, España, 1977. Participó en el Festival de Moscú, en 1978, y ganó el premio “La edad de Oro” de la

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La Cinemateca comenzó a desmembrarse después de sufrir dos invasiones en setiembre y octubre de 1971. En este año de elecciones, se agravaron las tensiones políticas. En el mismo mes de setiembre, las Fuerzas Armadas asumieron oficialmente, por disposición del gobierno, la conducción de la “lucha antisubversiva”. En diciembre se creó la Junta de Comandantes en Jefe, que reunía la autoridad suprema del Ejército, la Marina y la Aviación. Estas dos medidas durante el mandato de Juan María Bordaberry señalan, según Arteaga, “la formalización de un inestable equilibrio cívico-militar con predominio castrense”.59 En abril de 1972, la Asamblea General aprobó la propuesta del Ejecutivo de declarar “Estado de guerra interno” junto a la “suspensión de las garantías individuales”, el otorgamiento de poderes extraordinarios al Ejecutivo, la censura a los medios de comunicación, restricciones al derecho de reunión y asociación, además de otras acciones represivas. En julio, el “Estado de guerra interno” fue sustituido por la Ley de Seguridad del Estado. Este nuevo dispositivo legal sometía los delitos civiles a la Justicia Militar, lo cual intensificaba su poder.60 Una ola de represión encabezada por las Fuerzas Armadas derivó en la captura de cerca de mil quinientas personas, entre julio y noviembre de 1972.61 Para algunos investigadores del régimen cívico-militar uruguayo, estas acciones evidencian que el terror de Estado empezó en el país antes del golpe.62 Este ocurre en 1973, año en que se disuelve el Parlamento y se crea un Consejo de Estado, por medio del cual los militares dirigen prácticamente el país, aunque los presidentes sigan siendo civiles hasta 1981.

En 1972, entre los miles de arrestos ocurridos, se efectuó la detención de Eduardo Terra y Walter Achugar. Los otros miembros de la c3m, así como la mayoría de los intelectuales y artistas uruguayos, se fueron al exilio. Estas detenciones fueron combatidas con protestas y hubo, incluso, apelación formal de algunas entidades internacionales como la ucal y la fiaf. Merece relieve la petición organizada por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, con cerca de doscientas firmas contra la detención de Terra y Achugar, en 1972.63 Además, hubo cartas y manifiestos dirigidos por varias revistas de cine al gobierno uruguayo y a sus embajadas en muchos países, con las firmas de cineastas latinoamericanos y europeos entre los que se hallaban Glauber Rocha, Miguel Littín, Michelangelo Antonioni, Roberto Rosselini, Costa-Gavras, Chris Marker, Pier Paolo Pasolini, Luchino Visconti y Godard.

Con la institucionalización de la dictadura cívico-militar hubo una verdadera diáspora: Walter Achugar, después de haber sido detenido y torturado junto a Eduardo Terra (mayo de 1972), emigró a Venezuela y luego se estableció en España; Mario Jacob y Walter Tournier se asentaron en Perú y Mario Handler en Venezuela. En 1974 se cerró el semanario Marcha (en circulación desde 1939) junto al diario Ahora. Durante este período, los Tupamaros, firmemente combatidos, Unión Nacional de Pioneros José Martí en el i Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, 1979. Sobre esta animación publicaremos en breve el trabajo “Representações políticas na animação En la selva hay mucho por hacer (1974, 17’), uma fábula sobre a repressão no Uruguai”, Anales del xxvi Simpósio Nacional de História (julio 2011).

59 A unidade política das esquerdas no Uruguai, 362-363. 60 A unidade política das esquerdas no Uruguai, 366-377. 61 Enrique S. Padrós, Como el Uruguay no hay, 72-73. 62 Como el Uruguay no hay, 30-35.

63 L. Jacob, “c3m: una experiencia singular”, 15; 21. Ver también, “Repulsa Internacional por la detención de Achugar y Terra”, Hablemos de Cine 64 (abril-junio 1972).

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fueron completamente desarticulados, como ocurrió con el Partido Comunista que tuvo más de quinientos miembros encarcelados en 1975. Con uno de los más altos índices de presos políticos, los militares uruguayos se ganaron la fama de ser los responsables de la transformación del país en una gigantesca prisión, tal como parecía presagiar En la selva hay mucho por hacer. En un balance final, podemos decir que la historia de la Cinemateca llama la atención del investigador del cine latinoamericano en numerosos aspectos. En primer lugar, está el papel desempeñado por su publicación Cine del Tercer Mundo que, al realizar una importante recopilación de ensayos teóricos, testimonios y análisis fundamentales del cine latinoamericano de la época, produjo una “primera síntesis” del ideario del ncl. En esta síntesis salta a la vista la presencia de la producción teórica y fílmica del Grupo Cine Liberación. Debido a su frecuente presencia en la revista y en las producciones de la c3m, las ideas y la influencia de la producción de los cineastas argentinos pueden considerarse un “norte” fundamental de esa experiencia. Sin embargo, como intentamos demostrar, los uruguayos hicieron su propia lectura, un poco más flexible, del “tercer cine” propagado por sus vecinos, principalmente si consideramos la miscelánea de discursos presente en la revista. En cuanto a los proyectos de esa institución, aunque estos no se hayan concretizado plenamente, fructificaron en algunos logros que vale la pena sintetizar. A pesar de que la institución no haya podido ser efectivamente una Cinemateca, promovió la exhibición y la circulación de varias películas latinoamericanas prohibidas en otros países y contribuyó al debate sobre el papel de las cinematecas, proponiendo nuevos moldes para este tipo de institución.

De hecho, la c3m dejó su marca en la producción nacional, pues logró realizar, de forma completa o parcial, obras que tuvieron la cobertura de la crítica especializada y que participaron en el circuito de festivales, además de atraer al público estudiantil y de alimentar la cultura política de izquierda. La disposición en ese período, principalmente del público joven, de participar y prestigiar la producción nacional se desvaneció poco después. A lo largo de los años setenta se instauró una grave crisis en el medio cinematográfico uruguayo, latente en la franca reducción de público y de salas.64

Además, desde el punto de vista histórico, sus películas nos ofrecen material para reflexionar sobre los debates y la dimensión de las diferencias entre las tribus en la producción cinematográfica, tema este que exige más profundización (pues, aunque estas diferencias existieron y, por cierto, importaron en la configuración de la identidad de la Cinemateca, en las obras cinematográficas, en virtud de la propia polisemia del lenguaje, lo mismo adquieren un enorme peso que, en ciertos momentos, parecen sucumbir a la sed de movilización general). En términos políticos, y si consideramos el proyecto original de la institución, los filmes “de combate”, como era la intención de los cineastas, cumplieron esa función, pues ejercieron un papel relevante dentro del país en la campaña de apoyo al Frente Amplio y participaron de muchos actos en pro de movimientos o luchas que trascendieron las fronteras nacionales (Vietnam, Revolución cubana, gobierno de Allende, etc.), además de difundir la situación social y la política uruguaya por medio de su circulación en festivales internacionales. Si bien es cierto que no se materializó el propósito de constituir un amplio acervo de cine político (de forma similar al proyectado “Centro del Cine Latinoamericano” en el Festival de Viña del Mar, en 1967), con 64 Aldo Marchesi, El Uruguay inventado. La política audiovisual de la dictadura, reflexiones sobre su imaginario (Montevideo: Trilce, 2001), 128.

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seguridad esta aspiración, interrumpida por la dictadura militar, sirvió como una referencia histórica para la creación del Comité de Cineastas Latinoamericanos en 1974, en Caracas; Comité que se convertiría, mucho más tarde, en 1985, en la Fundación del ncl, activa hasta hoy y con sede en La Habana, que logró reunir por fin el anhelado y significativo acervo.

La historia de esta Cinemateca albergó motivaciones políticas y la apasionada determinación de defender un colectivo de realizadores identificados con el cine político, unidos en una “comunidad imaginada”65 que, a pesar de evocar el tercer mundo, aludía fundamentalmente a la América Latina. Así, la experiencia de la c3m alimentó y pretendió legitimar cierta identidad del cine latinoamericano y las aspiraciones del cine uruguayo. Permitió también que hoy pudiéramos acompañar la compleja traducción en imágenes del romanticismo revolucionario, aunque fuese interrumpida, desgraciadamente, por la violencia que pronto incidió sobre estos realizadores.

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Recibido 04/04/12 – Aceptado 05/06/12

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“A 25 años de la partidocracia uruguaya” Fallo del concurso

Agosto 4 de 2012

Reunido el Tribunal designado para fallar en el  concurso  “A 25 años de  La partidocracia uruguaya”, organizado por la revista Contemporánea. Historia y problemas del siglo XX,  por unanimidad resolvió otorgar el primer premio al artículo  titulado “La partidocracia uruguaya: aportes para la discusión de una hipótesis”. El Tribunal entendió que no obstante la debilidad en el tratamiento de la condición actual de la partidocracia, el trabajo mencionado posee el mérito de abordar el tema  con perspectiva histórica sin evitar el análisis político. Aunque no comparte la totalidad de los conceptos expuestos, valoró muy especialmente el esfuerzo por hacer una revisión crítica del texto, subrayando sus aciertos y sus limitaciones. 

Gerónimo de Sierra

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Raúl Jacob

Francisco Panizza

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La partidocracia uruguaya: aportes para la discusión de una hipótesis

Carlos Demasi1, 2

Resumen

Abstract

Este artículo pretende una relectura de la hipótesis partidocrática tal como aparece expuesta en “La partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad de los partidos políticos” (Caetano-Rilla-Pérez, 1987), sin tomar en cuenta la genealogía de trabajos que utilizaron sus conceptos o sus propuestas metodológicas. El análisis presenta una revisión crítica de algunos de los criterios que en él se exponen, como la modalidad de relación de la historia con la ciencia política o la pertinencia metodológica de la “larga duración”. Luego formula una lectura desde la perspectiva de la práctica social para poner a la vista algunos de los recuerdos/olvidos del artículo original que hoy resultan particularmente notorios. Como conclusión propone algunas restricciones que incrementarían la utilidad de la hipótesis en el análisis de la historia política.

This article seeks a reinterpretation of the partidocratic hypothesis exposed as it appears in “The partidocracy in Uruguay. History and theory of the centrality of political parties” (Caetano-Rilla-Perez, 1987), regardless of the genealogy of studies using concepts or methodological approaches. The analysis presents a critical review of some of the criteria set forth therein, such as the relation of history to political science or methodological relevance of the “long duration”. Then makes a reading from the perspective of social practice to put the view some of the memories/forgetfulness of the original article are particularly noticeable today. In conclusion proposes some restrictions that would increase the usefulness of the assumptions in the analysis of political history.

Palabras chave: Uruguay, historia política, ciencia política, partidocracia 1 2

Key words: Uruguay, political history, political science, partidocracy

Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República Ensayo ganador del concurso “A 25 años de ‘La partidocracia uruguaya’”.

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En el Nº44 de Cuadernos del claeh (1987) se publicó “La partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad de los partidos políticos”. Dos de sus autores, Gerardo Caetano y José Rilla, provenían de la historia mientras el tercero, Romeo Pérez, traía el aporte de la ciencia política. En este artículo realizaron un conjunto de aportes novedosos, de los cuales no es el menor la palabra con la que denominan a la que consideran principal característica del sistema político uruguayo. El artículo introducía una ráfaga de aire fresco en una temática, la historia política, que lo necesitaba con urgencia ya que parecía de las ramas de la investigación que se encontraban más esclerosadas. Muchos años después de la publicación de los trabajos de Pivel, especialmente su Historia de los partidos políticos en el Uruguay, todavía la visión de la historia política del país se resumía en el repaso de su peripecia partidaria considerada como un universo autónomo, en el que no tenían espacio los enfoques económicos y sociales que tuvieron gran desarrollo a partir de los sesenta. También era un momento en el que permanecían vigentes las expectativas políticas del final de la dictadura y la sociedad esperaba de los políticos una gestión eficiente de la pesada herencia del autoritarismo, por lo que la propuesta de una renovación de la narrativa política no podía sino que ser bienvenida. A eso hay que agregarle el momento, también particular, en el que la ciencia política transitaba el proceso de su institucionalización.

El artículo proponía un enfoque interdisciplinario a partir del encuentro de una disciplina “joven” con mucho para decir y otra ya firmemente instalada en una larga tradición académica. Los autores eran conscientes de lo novedoso de su experimento y de la necesidad de una renovación de los enfoques (se alude en el texto a “la crisis del modelo piveliano” y a la necesidad de reescribir “toda la historia del siglo xix”), por lo que proponen tres vías de acceso a una historia política renovada: “mejores preguntas, larga duración, cuantificación”. En un momento de balance, veinticinco años despues, es del caso preguntarse hasta qué punto esa promesa se ha visto cumplida. La ciencia política ha tenido un enorme desarrollo en el país y ocupa –legítimamente– un espacio relevante en la academia y en la comunicación social; sus aportes han enriquecido el conocimiento del sistema político y su funcionamiento y las técnicas de medición social son ampliamente reconocidas por su fiabilidad. Sin embargo, puede decirse que en la mirada sobre la historia, la ciencia política no ha hecho un aporte de la misma significación. Y tal vez algunas de las explicaciones de esa limitación se encuentren ya en este artículo fundacional de 1987.

“Partidocracia”: ¿De qué hablamos? Una de las objeciones más fuertes que puede hacerse a la presentación de 1987 es que en ella lo que parece el objeto central de su especulación no se presenta como proposición a demostrar sino como un postulado a admitir. La primera mención a la “centralidad de los partidos” en el cuerpo del artículo aparece en términos un tanto imperiosos: “Tómese por válida la centralidad que lo partidario presenta en la política uruguaya…”3 y, a partir de ese momento, el discurso se extiende en las potencialidades del enfoque propuesto sin retornar sobre las definiciones pendientes. Curiosamente, los autores prefieren designar al fenómeno como “centralidad de los partidos” más que con el término “partidocracia” que aparece destacado en el título; pero en cualquier caso eluden definir con precisión las notas características del objeto: qué cosa son los “partidos” que ocupan ese lugar privilegiado y cuándo y cómo instalaron su “centralidad” en el sistema. Respecto 3

Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez. “La partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad de los partidos políticos”, Cuadernos del claeh 44 (1987), 40.

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del concepto “partidos” no hay en el texto ninguna referencia, se lo alude como si se tratara de un fenómeno natural cuya definición resulta innecesaria por obvia. También el “cuándo” recibe referencias muy vagas: a veces es desde “las primeras décadas de este siglo”,4 en otras “desde la etapa fundacional del Estado y la sociedad uruguaya”, ratificada por la referencia a “federales y unitarios” cuando propone analizar los partidos en relación con el exterior,5 el período 1910-1934 o aún en “el rico siglo xix uruguayo” cuando cuestiona “la tesis extendida de la democracia uruguaya como «invención moderna» del 900” asumiendo su origen como un efecto de la “dimensión popular y masiva” de las viejas divisas.6 Otras referencias igualmente confusas podrían señalarse en el texto, en las que parece haberse perdido aquella convicción inicial que reclamaba la necesaria reescritura de la historia política del siglo xix; como veremos después, estas confusiones inciden directamente sobre la pretensión innovadora del artículo.

Si bien no hay una definición explícita de las características de los partidos, sí se encuentra un “repertorio de temas” a estudiar de los que puede extraerse la visión que tienen los autores de esas entidades y también aquello que ven como sus aspectos más interesantes. Es así que en una enumeración de siete temáticas globales, la mayoría (seis) se refieren a relaciones entre aspectos estáticos del sistema: conducción y aparatos, diferenciación etaria, partido y ciudadanía, socialización política, coparticipación, relaciones con el “afuera” partidario o nacional. Solamente en un caso aparecen referencias a los aspectos evolutivos, cuando habla de “la construcción de tradiciones políticas y para políticas” junto a la “tarea de reconstrucción ideológica del pasado nacional”. Si nos guiamos por este repertorio aparece clara la preferencia por los aspectos funcionales y estáticos, en desmedro de los propiamente históricos y dinámicos. Por otra parte muchas de las características que se pretende estudiar son exclusivas de los llamados “partidos tradicionales”, tales como la coparticipación, el clientelismo, la mezcla ideológica que confunde el relato de su propio pasado con la historia nacional… Sólo en dos casos (construcción de tradiciones y partidos “internacionalistas”) se abre el espacio para la inclusión (que sugestivamente es explícita) de “los llamados partidos de ideas”.7 En resumen: el centro del análisis son las colectividades tradicionales, a las que el texto tiende a identificar como “los partidos” por antonomasia; ocasionalmente –y para aspectos parciales– se introduce expresamente la salvedad de que se incluye a “todos, no solo los tradicionales”.8 Si el campo partidario coincide tan exactamente con el de los partidos tradicionales, también la percepción de la centralidad aparecerá rígidamente acotada.

En un momento fuertemente formalizado del análisis, el contenido del concepto “centralidad” aparece vinculado a tres “enfoques” identificados como “estático”, “funcional” e “histórico”. Allí la centralidad aparece definida respectivamente como “condicionamiento”, “motor” de decisiones y “componentes” que permitieron o impidieron los logros del sistema en el pasado. Como resumen, se establece: Si algún contenido semántico posee, en los enfoques señalados, el término “centralidad”, parece correcto inferir que ciertas modificaciones en los elementos centrales de un dispositivo provocarán cambios asimilables a ineficiencia y aún

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G. Caetano, J. Rilla y R. Pérez. “La partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad de los partidos políticos” (1987), 42. “La partidocracia uruguaya”, 41. “La partidocracia uruguaya”, 43. “La partidocracia uruguaya”, 40. “La partidocracia uruguaya”, 44.

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a paralización de éste. Podemos llamar “crisis del sistema” a estos cambios en su operación. Ciertas alteraciones en lo central de un dispositivo lo llevan a una crisis. Y no parece aventurado ir un paso más allá en estas inferencias: sólo cambios en los elementos centrales redundarán en crisis generales del sistema, no los cambios en sus componentes periféricos.9

Aunque el esfuerzo por formalizar las proposiciones las vuelve un tanto enigmáticas, igualmente pueden señalarse en ellas dos características: por un lado, el enfoque estructural-funcionalista que aporta la ciencia política tiende a promover análisis descriptivos y abstractos con enunciados que terminan en lugares muy cercanos a la tautología. Para decirlo en otros términos: ¿cómo identificar a priori aquellos “elementos centrales” del sistema, de forma de poder actuar para prevenir la ocurrencia de cambios “asimilables a ineficiencia y aún a paralización”? Desde una perspectiva ex post resulta muy simple el diagnóstico: si el sistema entró en crisis, entonces los elementos que sufrieron modificaciones son de aquellos que pueden definirse como “centrales”. Pero para entonces esa verificación ya parece poco relevante. La otra característica a señalar es el malestar analítico que manifiesta cuando debe enfrentarse a la variabilidad de la contingencia histórica, lo que no deja de resultar curioso en un artículo que ya desde el título propone a la historia como uno de sus objetos principales. Así vemos que ante la mirada histórica la centralidad se vuelve “precaria”, por dos razones: la dependencia de la centralidad con la fortuna política de aquellos que la han detentado y su potencial inestabilidad en el tiempo donde puede verse afectada tanto por la variabilidad de la contingencia como por la revisión historiográfica (es decir el cambio del relato del pasado a partir de una inversión de sentidos que transforme lo “principal” en “dependiente” y donde factores que eran determinantes en el antiguo relato de la centralidad, pasen a transformarse en marginales). La influencia estructuralista parece trasmitir un aire platónico en ese deseo de inmutabilidad en el tiempo, como si “cambio” se asimilara a “imperfección”. Pero, como reconocen los autores con cierto desánimo, “precaria y todo, la centralidad de índole histórica parece por lo común prevalecer, en los debates políticos concretos, sobre las de naturaleza estática o funcional”.10 Me parece que están enumeradas algunas de las debilidades centrales del enfoque propuesto en la primera parte del artículo, que pueden expresarse en cierta incompatibilidad existente entre una forma de abordaje interdisciplinario que jerarquiza principalmente los aspectos más formalizables del sistema –para lo que hay que suponerlo muy estable– combinada con el señalamiento de cambios a lo largo del tiempo, algo que por definición postula la mirada histórica.

La larga duración. Pero ¿cómo pueden combinarse con eficacia dos enfoques que son tan contradictorios en sus posturas metodológicas? Los autores encuentran la solución planteando una opción muy fuerte por la herramienta braudeliana de los análisis de larga duración. Como enuncian en el texto, en un párrafo cargado de contenido: Pero si la historia política es, entre otras cosas, una indagación del poder, de su composición, su funcionamiento y su distribución, y todo ello en la dimensión temporal, se nos imponen entonces otros compromisos teóricos y temáticos. No es

9

“La partidocracia uruguaya”, 48-49.

10 “La partidocracia uruguaya”, 48.

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desdeñable, por ejemplo, el imperativo de historiar a la política en el marco de la larga duración. Las inflexiones más o menos drásticas del pasado nacional generan “ilusiones ópticas”: las revoluciones, las rupturas institucionales, las embestidas reformistas –para mencionar tres casos– nos ocultan las permanencias y transforman todo en “novedad”. Parece, en efecto, que la periodificación fuera más un rasgo del objeto que un aporte del sujeto.11

Creo que puede aceptarse sin dificultad –con la reserva del derecho a proponer otra(s)–, la flexible definición de historia política que se establece en la primera parte del párrafo; en cambio el imperativo enfoque de “larga duración” que propone a continuación reclama más compromiso del lector y merece una discusión más atenta, aunque más no sea en atención a que ningún uruguayo del siglo xix aceptaría que las revoluciones pudieran calificarse de “ilusión óptica”. Presentada en este contexto la invocación a la larga duración, tan común en la vulgata braudeliana, reclama ser debatida por lo menos desde tres ángulos diferentes: su importancia específica, su aplicabilidad al caso de la historia política en general y su relevancia en el caso de la historia política uruguaya en particular.

La referencia a la larga duración en Braudel aparece en el ya famoso artículo de 1958 donde ocupaba el lugar central, ejemplificada con su monumental obra sobre el Mediterráneo (que sin embargo es varios años anterior y donde la “larga duración” no aparecía mencionada). “Larga duración” era lo opuesto a “acontecimiento”, por lo que en aquel rótulo se incluía el conjunto de aspectos más estructurales referido a las condiciones materiales de vida, la base geográfica, la construcción del sistema económico, etc. La “corta duración”, en cambio, aparecía como un catálogo de fenómenos de poco interés “cuya redacción –confiesa en «El Mediterráneo…»– me ha aburrido un poco” y que pueden ser satisfactoriamente cumplimentados con “una relación de algunas precisiones útiles y utilizables contenidas en mi fichero”;12 entre ambas, la “duración media” (o “la coyuntura”) establecía un flexible lazo de unión sin perder su autonomía específica. De esta forma y al amparo del prestigio del autor, estos tres “niveles” se transformaron en herramientas multiexplicativas que permitían “descubrir” rasgos del objeto que hasta entonces habían permanecido ocultos a la vista. Esto a la vez incluye un juicio de valor: la contingencia equivale a la banalidad, pero alcanza con la invocación a los “factores de larga duración” o con evocar la metáfora de valor equivalente de “las prisiones de larga duración”, para colocar al debate histórico en otro nivel supuestamente más profundo. Sin pretender incursionar en una discusión filosófica, no es posible trivializar la complejidad que presenta el manejo del tiempo en la tarea del historiador. Si bien la experiencia del tiempo es universal, las formas de organizarlo son siempre particulares para cada cultura y aún para cada narrativa. El resultado es siempre tan intuitivo que sólo acepta ser considerado como un componente ideológico que combina dimensiones objetivas y subjetivas de la temporalidad, de maneras muy variables. El tiempo asume dimensiones heterogéneas y esto ocurre por demandas de la comprensión tanto como por exigencias de la narración; el aporte de Braudel consiste en hacer explícitas esas opciones, que pueden resultar muy compartibles como herramientas descriptivas con la condición de no perder de vista que no se trata de características del objeto sino aportes del historiador; no provienen de los datos del pasado sino que son exigencias de la narración y

11 “La partidocracia uruguaya”, 40.

12 Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe ii, Vol. 2, (México: fce, 1953): 549.

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como tales directamente dependientes de la contingencia del observador. De allí que se vean fuertemente afectados por el lugar del investigador, como ocurre en el caso de la temporalidad braudeliana.

Como funcionario de una universidad occidental del siglo xx, que trabaja en oficinas acondicionadas, aprovisiona su despensa en el supermercado y sigue el día a día político en los mass media, Braudel ve a la política como un factor de corta duración y en cambio el clima se le presenta como casi un invariante histórico. Pero desde el lugar del campesino que es objeto de su estudio las temporalidades debían verse de manera muy diferente. Por ejemplo, no podría ver al clima como fenómeno de especie alguna porque el concepto “clima” no estaba en su utillaje mental (para emplear una expresión cara a Braudel): recordemos que en los círculos científicos la elaboración que diferenció los conceptos de meteorología y de clima recién fue completada en el tránsito del siglo xviii al xix. Además, como la supervivencia del campesino estaba muy ligada al siempre variable “estado del tiempo” este se le presentaría como factor en rápido cambio, del cual difícilmente pudiera compartir lo que –instalado en su apacible escritorio– podía definir Braudel como “casi inmóvil”: el momento de la siembra y de la cosecha, el estado de los caminos, la practicabilidad de los pasos y de los puentes, el acceso a los mercados, todo lo que definía la diferencia entre la abundancia y el hambre dependía del caprichoso e incontrolable “tiempo” atmosférico. A la inversa, para una comunidad campesina encerrada en su aldea, la “política” definiría una dimensión estática: el rey actual se confunde con el anterior, siempre está en guerra con alguien en algún lado y los únicos eventos relevantes de su existencia son la coronación, la boda y la muerte. Además, la compleja logística de las comunicaciones podía presentarle estos eventos en una secuencia muy ajena al tiempo-calendario: muy separados en el tiempo o simultáneos. El resultado sería entonces una temporalidad radicalmente distinta y por momentos exactamente inversa a la que manejaba Braudel: también para ellos lo importante sería el “clima” y no la política, pero estarían muy atentos a aquel tiempo corto que Braudel desdeñaba por “événementiel”. Por lo tanto, si los sujetos históricos que son el objeto del análisis hubieran tenido la posibilidad de enunciar sus propios niveles de temporalidad difícilmente coincidirían con la que propone el historiador; y esta comprobación no es irrelevante si definimos como objeto de la historia la comprensión de épocas pasadas. La síntesis histórica siempre construye una visión del pasado que es diferente de la que podían tener los contemporáneos, pero eso no equivale a validar una descripción que les fuera manifiestamente irreconocible. Ciertamente, esto no inhabilita el uso de la larga duración por el historiador, aunque sin duda le impone restricciones bastante severas: con la conciencia de que no son notas del objeto estudiado sino opciones descriptivas ideológicamente condicionadas por el lugar, corresponde que las elecciones del historiador se hagan explícitas y que se fundamenten. Estas dificultades no son menores y la bibliografía de Braudel nos muestra claramente los esfuerzos que debió realizar para mantener, a veces a cualquier costo, su esquema de exposición en tres niveles. Si la larga duración es un concepto problemático, su aplicación a la historia política agrega nuevas dificultades porque expresamente Braudel excluía a ésta del pedestal de la “durée”. La política sólo le despertaba recelos, muy similares a los que conmueven a los autores del artículo comentado: “Desconfiemos de esta historia todavía en ascuas…”,13 ese “mundo peligroso” y tan engañoso en el que “los acontecimientos resonantes no son, con frecuencia, más que instantes 13 F. Braudel, “El Mediterráneo…”, i, xviii.

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fugaces”. En 1946 y frente a las exigencias de un campo académico en el que quería ser aceptado, Braudel incluía a la política en su extensa descripción del “mundo mediterráneo”. Pese a todas las salvedades y al “aburrimiento” que le provoca, la incluye porque “La historia es la imagen de la vida bajo todas y cada una de sus formas. No es nunca una elección”.15 Más tarde el académico Braudel ya transformado en jefe de escuela abandonará definitivamente ese prurito integracionista y arrojará prácticamente al olvido el análisis de los fenómenos políticos. Con eso se plegaba plenamente al espíritu de los Annales, donde nunca se aceptó que la política pudiera ser otra cosa que “histoire événementielle”. 14

Años después fue Jacques Julliard16 quien planteó la posibilidad de incluir a la política de pleno derecho dentro de la “longue durée” braudeliana, para lo cual proponía un ineludible cambio de perspectiva y una radical renovación del repertorio conceptual. Para incluirla en la larga duración, el historiador debe prestar atención a aspectos de la política que van más allá de la trayectoria de un líder o la peripecia de un equipo gubernamental. Por lo tanto, una historia que pretenda analizar a la política en la perspectiva de la larga duración deberá repensar primero cómo debe definir la política y también evaluar la importancia del cambio histórico como factor explicativo. Porque en último término, la larga duración interpela a la identidad: postular que una característica social cambia mientras permanece como “la misma” es una operación compleja y su manejo supone serias dificultades. Los textos clásicos de metodología –aquellos que configuraron a la Historia como disciplina– ya prevenían sobre este problema y señalaron el riesgo del anacronismo como la sombra que amenaza persistentemente el trabajo del historiador. Me interesa invocar uno de esos textos, el de Langlois y Seignobos, porque en él aparece una referencia expresa al tema de la “duración”; con su reconocible estilo prescriptivo señalaban los pasos a seguir para no tropezar con las dificultades de su manejo: “Se buscarán los casos extremos, cuando aparece por primera vez y cuando por última la forma, la doctrina, el uso, la institución, el grupo. Pero no basta anotar los dos casos aislados, el más antiguo y el más reciente, hay que averiguar el período en que el hábito ha estado verdaderamente en práctica”.17

A través del arcaísmo de la formulación es perceptible el sentido común que rezuma el consejo, pero no parece ser tenido en cuenta y no es raro encontrar que se le asigna el carácter de “fenómeno de larga duración” a gestos inscriptos en momentos y contextos diferentes, sin tomar en consideración si se trata del mismo fenómeno ni sus formas de su permanencia entre uno y otro momento. Aparentemente el único recurso de la larga duración para eludir el problema del anacronismo es la postulación de alguna forma de estabilidad en el tiempo, dando preeminencia a la perduración por sobre el cambio. Pero en la extrema diversidad de las contingencias históricas es impensable la ausencia de cambio en el objeto analizado; de allí la elaboración de fórmulas que juegan con los conceptos “cambio” y “continuidad” como dos aspectos de una misma realidad. Aunque confieso que me resulta difícil traspasar la configuración retórica de tales fórmulas, diría que la genealogía del enunciado “continuidad en el cambio” nos aproxima más a la “duración” de Bergson (que posiblemente Braudel conociera) que al “tiempo” de Heidegger. Pero en último término, la aporía sólo parece resolverse por una voluntaria elección que hace el lector cuando decide privilegiar a uno u otro de los términos.

14 “El Mediterráneo…”, i, xix.

15 “El Mediterráneo…”, ii, 127

16 Jacques Julliard. “La política”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la historia, ii (Barcelona: Laia, 1979). 17 C.V. Langlois y C. Seignobos. Introducción a los estudios históricos (Madrid: Daniel Jorro Editor, 1913), 286.

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Por lo antes mencionado, la aplicación del análisis de larga duración resulta algo incómoda en el marco de la historia política en general, pero por varias razones es particularmente ardua en el caso de la historia uruguaya. No es la menor que debemos considerar una larga duración de características muy específicas: recordemos que Braudel la despliega en una escala de siglos y en una extensión de continentes o de océanos, algo que es impensable para cualquier ejercicio de análisis de la historia de esta comarca. Pero aun aceptando un “modelo a escala” de la larga duración y asumiendo también como válida la preeminencia de la duración sobre el cambio, ¿en qué medida eso incidiría positivamente en la tarea de reconstrucción de la historia política uruguaya? La historiografía tradicional ya ha empleado ejes de larga duración para analizar la política, por lo menos desde la Historia de los partidos políticos de Pivel. Braudeliano avant la lettre, Pivel ya instaló a los partidos políticos como agentes de larga duración: surgidos de una matriz preexistente desde la colonia, representan el invariante de un relato donde todo lo demás es efímero y se constituyen como “categorías inmutables que configuran todas las etapas del pasado”.18 En ese sentido Pivel ya habría manejado también el concepto “partidocracia” (ya que no el término) presentando la evidencia de una historia centrada en los partidos políticos; es curioso ver cómo en algunos momentos el artículo de 1987 parece hundirse insensiblemente en el pantano piveliano de la mismidad histórica, por ejemplo cuando hace remontar la partidocracia a “la etapa fundacional del Estado”.19 Ciertamente la mirada de larga duración permite superar el “paso jadeante” de la historia política, pero muchas veces tiende a naturalizar fenómenos que son productos históricos, lo que puede llevarnos a olvidar que existió un efecto inicial de alteridad que marcó su comienzo. Por esa razón resulta inquietante que en el repertorio de preguntas que propone el artículo de 1987 no aparezca el qué ni el cuándo de los partidos, es decir que no se percibe la necesidad de una definición más o menos precisa y de la búsqueda de un modelo esquemático que explique las formas de su permanencia desde el comienzo (cuandoquiera que haya sido) y el presente.

Los partidos políticos uruguayos tienen su comienzo, que les es propio y que no se confunde ni con el surgimiento del Estado, ni con el de la vida independiente, ni con el de la sociedad, como los de estos no se confunden entre sí; pero ese comienzo no se hace visible ni en Pivel ni en el artículo de 1987. Habría que pensar qué gracia especial habrían recibido los partidos para situar su comienzo en esas instancias fundacionales, cuando no existe ninguna otra dimensión social que haga coincidir su inicio con un momento tan privilegiado. Esta mezcla que confunde dimensiones históricas tan diversas es una anomalía analítica que sólo pasa desapercibida cuando se aceptan como válidas las elaboraciones ideológicas del pasado formuladas por los propios partidos. Se hace visible así un problema, que creo central en la construcción de una historia política renovada, pero que desde una perspectiva de larga duración tiene todas las posibilidades de quedar situado exactamente en el punto ciego. De esta manera bloquea por defecto la pretensión renovadora que la propuesta incluía en su origen, asumiendo parámetros metodológicos muy similares a la historiografía piveliana que pretendía superar.

18 Carlos Demasi. “«Los partidos más antiguos del mundo»: el uso político del pasado uruguayo”, Encuentros Uruguayos 1 (2008), 67. 19 “La partidocracia uruguaya”, 41.

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La “centralidad” como signo Este artículo comenzó con un resumen de la hipótesis partidocrática como principal eje interpretativo de la historia política uruguaya, con el objetivo de señalar algunas inconsistencias del planteo y presentó elementos que parecen útiles para discutir la productividad de la “longue durée” braudeliana en el análisis de la historia política uruguaya. Ahora parece llegado el momento de analizar la hipótesis en cuanto síntoma de las prácticas sociales que presidieron su creación; de allí surgen otras ausencias e incongruencias del artículo, pero de orden diferente a las mencionadas en la primera parte, ya que no se trata de opciones voluntarias sino de manifestaciones de un discurso de la identidad que expresa a través de los autores, invisibles para ellos y para quienes éramos sus lectores de 1987 pero notorias en contextos diferentes. En la segunda parte el artículo se coloca en un marco cronológico más preciso y maneja categorías más familiares a los historiadores; aunque, a pesar de los matices y de la nunca aclarada diferencia entre “partidos” y “sistema de partidos”, a veces las afirmaciones de esta parecen un tanto contradictorias con algunas de las realizadas en la primera parte. En la pagina 50 está claramente enunciado un comienzo (“en las primeras décadas de este siglo”) que parece ir a contramano de la afirmación que los suponía actuando “desde la etapa fundacional del Estado y la sociedad uruguaya” que ya vimos. Por otra parte, aquí se recuperan las dudas y los cuestionamientos a la reconstrucción historiográfica del siglo xix; y si bien en algún momento recae en la mención de problemáticos “antecedentes” decimonónicos, todas las hipótesis y afirmaciones que se formulan están explícitamente localizadas en el siglo xx y se refieren a las estructuras partidarias derivadas de las leyes aprobadas entre 1910 y 1934.

En ese tramo la preceptiva histórica recupera su sitio y cuando enumera un conjunto de características “permanentes” del sistema de partidos las sitúa en un marco cronológico preciso: se admite que la “partidocracia” resulta un fenómeno reconocible a partir de las primeras décadas del siglo pasado, que sería cuando se definen los trazos de su centralidad y su especificidad. A partir de allí el artículo enumera los factores que explican su estabilidad en el tiempo, describe las relaciones partidos-Estado-sociedad con una pauta de análisis multidimensional (sincrónico, diacrónico y comparativista) para concluir proponiendo la adscripción del sistema político al perfil de una “república conservadora”. Esta enumeración un tanto apresurada de las características aconseja un cambio de paso en el comentario; corresponde apuntar a una característica más general, que nos permita explicar algunos de los efectos del artículo en su tiempo. Siguiendo una línea que el mismo artículo propone, resulta útil adoptar una perspectiva de más largo plazo, pero en este caso no con el objetivo de analizar las prácticas o las estructuras partidarias sino centrada en las relaciones de la sociedad uruguaya con la temporalidad y no atendiendo a las “permanencias” sino al cambio. Toda sociedad comparte una economía del tiempo, entendida como la forma de organizar la realidad como transición entre el pasado y el futuro, y la mirada actual sobre aquel presente de 1987 deja en evidencia la existencia de formas distintas de instituir el orden del tiempo, es decir las específicas configuraciones del pasado y del futuro apoyadas en una interpretación del presente que son ampliamente compartidas en su época. Lo que queda a la vista es que éste presente de 2012 ya no es el de aquel 1987; en los veinticinco años transcurridos se han sucedido cambios profundos en la realidad internacional y también local que han incidido en la manera de posicionarnos frente a los hechos. Esto no me parece que sea, insisto, una decisión personal de los autores (de los de aquel artículo, ni del de éste) sino más

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bien el tributo pagado a formas de ver ampliamente consensuadas en el momento y el lugar de producción de los textos.

Mirado de esta forma el texto analizado cambia de carácter y puede verse como un signo que nos comunica algo sobre su época: pasa de ser un texto teórico “de” historia a serlo “en” la historia; deja de ser la descripción de una hipótesis y pasa a tener valor de diagnóstico de un momento que se describía como determinado por su pasado, lo que también implicaba una dimensión de pronóstico. Un rápido ejercicio de recuperación de ese orden del tiempo puede contribuir a explicar algunas de las referencias y de las ausencias que configuran la descripción.

En 1987 todavía estaba muy fresco el proceso de la transición uruguaya que devolvió la hegemonía política a los partidos y especialmente a los tradicionales. El régimen de historicidad de la transición instaló esa realidad como una manifestación del “ser esencial” del país, un retorno a la realidad política “como siempre fue”. En ese entonces, con estructuras partidarias fortalecidas, liderazgos firmes y amplias mayorías parlamentarias, los partidos tradicionales instituían una triunfalista visión del campo político del pasado, configurado imaginariamente como estático y donde la evidencia de ese presente proyectaba su vigencia por lo menos a todo el siglo xx, lo que construía una perspectiva que excluía la posibilidad de modificaciones. Pero en una expectativa de futuro que distaba de ser optimista, este paisaje tan estable contribuía a consolidar una democracia que recién recuperada se veía como una conquista aún insegura: la crisis económica era más grave a la salida de la dictadura que antes del golpe y parecía un axioma indiscutible que la insatisfacción social derivaría en inestabilidad política. El tema aparecía permanentemente tanto en los mensajes políticos como en los análisis académicos,20 y ante esa circunstancia asomaba nuevamente la amenaza de la corporación militar (en la época, no podían estar ajenas al espíritu del lector las complejas contingencias que acompañaron la aprobación de la Ley de Caducidad). Se configuraba entonces un campo que mantenía una configuración heredada de la última fase de la dictadura: la coalición político-partidaria (donde los partidos tradicionales eran mayoría) era sinónimo del “frente democrático”, enfrentada al autoritarismo militar y a los sectores de la derecha. Esta forma de organizar la realidad proyecta una perspectiva de futuro que parecía muy tangible en la segunda mitad de los años 80: la democracia era un logro cuya conservación sólo era posible si mediaba la autocontención de las fuerzas sociales. Así introducía un giro voluntarista en el análisis que aumentaba las dudas sobre la permanencia del sistema. Los autores lo expresan así: Nuestra observación de las permanencias del sistema político y de la centralidad de sus partidos puede conducir a una lectura de la historia que muestre que los uruguayos han preferido la conservación social para salvar a esta república tan mediada por sus partidos. Resultará de ello una medianía que, lejos de verse marcada por la “fatalidad”, podría explicarse por la racionalidad. Podría sostenerse,

20 Por ejemplo, en 1983 decía Juan Rial: “Guardando las distancias, estamos más cerca de la situación de la Argentina de principios de los 70 cuya sociedad miraba mayoritariamente con nostalgia el peronismo idealizándolo como un proyecto mesiánico”. Juan Rial, “A la búsqueda de una nueva alternativa para la democracia en el Uruguay (agosto 1983)”, en Partidos políticos, democracia y autoritarismo, Tomo i (Montevideo: ciedur-ebo, 1984), 84; y todavía en 1986 decía A. Solari: “[…] los viejos factores que llevaron a la caída de la democracia en el pasado, no se presentan de la misma manera, pero están lejos de haber desaparecido. La redemocratización, en el sentido profundo, es una tarea que insumió muchos años y cuyo éxito depende de una gran sabiduría política y social”. Aldo Solari, “El proceso de redemocratización en el Uruguay”, en Uruguay. Partidos políticos y sistema electoral (Montevideo: fcu, 1991), 253.

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asimismo, que fueron las osadías sociales y económicas –a veces el solo temor de ellas– las que precipitaron las crisis del sistema político y que entonces, el bajo perfil en ese campo –expresado en los partidos–, resultó la garantía de la permanencia, de nuestro pacto político republicano. Si ese diagnóstico fuera certero, el panorama hacia adelante no nos resulta auspicioso. Por ello conviene interpelar a esa percepción y a esta coyuntura desde una doble perspectiva. ¿Cuál es la alternativa a esta república conservadora trabajosamente construida en el Uruguay? ¿Qué chance le asigna este sistema históricamente legitimado a quien propugne cambios sustanciales pero dentro del esquema democrático? ¿Es que los impulsos transformadores que la sociedad uruguaya también ha demostrado poseer, pueden encontrar su canalización en este pacto republicano de signo tradicional? O desde la perspectiva inversa, ¿nos pone a salvo dicho pacto de los arrebatos dictatoriales de la ultraderecha?21

La cita refleja las incertidumbres de la época, resumidas en la pregunta final. Pero además está planteado un problema que era muy pertinente en aquel momento: ¿la conservación de la democracia implicaba sacrificar las expectativas de transformación de la sociedad? Democracia y cambio social aparecían como términos antagónicos y los experimentos que pretendieran hacerlas compatibles arriesgaban a resultados catastróficos: allí estaban los ejemplos de la Unidad Popular y de la Argentina del tercer peronismo. La experiencia del futuro para los uruguayos de 1987 evaluaba a la democracia como un régimen esencialmente inestable sometido al acoso de enemigos poderosos y jaqueada por la persistente crisis económica. El valor que la sociedad adjudicaba a la democracia reconquistada abría el espacio para una alternativa que incluía también una respuesta: la promoción de la política a una dimensión autónoma, diferente al status subordinado a la economía que tenía en los años sesenta. La estrategia que se encuentra en el artículo parece apuntar en esa dirección, proponiendo que la conservación del sistema de partidos en su forma “actual” es la única opción para la permanencia de la democracia. Entiéndase que esto no es un capricho de los autores ni tampoco una opción consciente, sino el ineludible “efecto de realidad” que el presente del historiador ejerce sobre su esfuerzo de reconstrucción y su imaginación (algo que, me adelanto a decir, también resulta rastreable en este mismo comentario). Pero, sea dicho en beneficio de los autores, algunos indicios refuerzan la impresión de que el tono del artículo estaba muy en sintonía con el estado de espíritu de quienes por entonces éramos sus lectores; eso explicaría que pasaran desapercibidas algunas debilidades o incoherencias de la exposición que ya señalamos y que hoy se vuelven mucho más visibles. A ellas pueden agregarse algunas más, que parecen integrar el repertorio de “rechazos” que configuraban la identidad a fines de los ochenta. Desde este presente puede señalarse una omisión importante en la enumeración de las características que definen la centralidad y permanencia de los partidos que tal vez no hubiera habido forma de hacer visible en aquel entonces: en la lógica de esa centralidad debería existir alguna forma de mecanismo disciplinador de los cuadros partidarios para hacer efectiva la aplicación de las decisiones en la práctica política concreta. La hipótesis de la centralidad de los partidos supone el permanente posicionamiento frente a renovadas demandas políticas, junto a la capacidad de funcionar como un grupo que haga valer el peso del número en la toma de decisiones estatales. Comprensiblemente –si se atiende la evidencia política disponible– no aparece mencionada esa disciplina partidaria tan ajena a la realidad de los 21 “La partidocracia uruguaya”, 60-61.

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partidos tradicionales uruguayos; pero sí aparece enunciada su inversa, “bipartidismo electoral y multipartidismo cotidiano”, algo que parece lo contrario de un funcionamiento político que tiene a la “centralidad” como característica principal. Si bien para quienes conocemos por experiencia el funcionamiento de los partidos tradicionales uruguayos el sentido parece claro, en la lógica del texto aparece como una nota contradictoria. Pero no sería la única. En un contexto tan fuertemente orientado a destacar la autonomía de los partidos, resulta llamativa la confusa relación que se señala entre estos y “las clases altas”. Según la afirmación de los autores, entre los aspectos que explican la perduración de los partidos se encuentra “la división política de las clases altas”, que resultó muy funcional a “la estrategia de los sectores conservadores”. Estos se reunían en grupos de presión para incidir sobre los encargados de tomar las decisiones, pero al momento de las elecciones […] se producía la diferenciación de esos mismos hombres (y de sus caudales electorales) ante la lucha comicial, divididos en la adhesión de las divisas tradicionales. Ese desdoblamiento constituía, por así decirlo, la “pieza maestra” de todo un sistema, orientado a fortalecer y profundizar las identidades últimas en instancias decisivas y a favor de determinados intereses, y a disfrazar esas mismas solidaridades ante las elecciones, donde la telaraña tradicionalista polarizaría emocionalmente a las grandes mayorías de la ciudadanía”22

Esta descripción implica algunas dificultades que ponen en riesgo la validez de la hipótesis que pretende fundamentar. No se entiende una “centralidad de los partidos” que termina siendo instrumentada por un grupo social que tiene instancias de decisión que le son propias y que tiene también la capacidad de actuar coordinadamente desde uno y otro de los partidos: con toda lógica podría afirmarse entonces que la “centralidad” corresponde a las clases altas y no a los partidos que sólo les servirían de instrumentos. Además, al llegar al final del párrafo surge otra pregunta: ¿qué sentido tiene la democracia política cuando “las grandes mayorías de la ciudadanía” quedan atrapadas en “la telaraña tradicionalista” y votan en contra de sus intereses?

Este descentramiento no ocurriría solo en la práctica política “normal” sino que también funcionaría en el caso de las rupturas institucionales: “En los conflictivos procesos que condujeron a los golpes de Estado de 1933 y 1942, a pesar de la crisis previa de los partidos y del protagonismo decisivo de otros actores, el rol protagónico lo siguieron jugando los partidos”.23 Sin entrar a discriminar cómo se compatibiliza el “rol protagónico” de los partidos con el “protagonismo decisivo” de otros actores, efectivamente como dicen los autores la historia de los golpes de Estado en el siglo xx muestra que los partidos fueron decisivos en esas instancias (aunque hacen la discutible salvedad del episodio de 1973). Pero más allá de que los partidos son los mediadores naturales en cualquier intervención que se produzca en el espacio político (y por lo tanto siempre tendrán algún rol que desempeñar en el caso de golpes de Estado), corresponde señalar que ese protagonismo partidario ha tenido una característica singular: siempre coexistieron los sectores de los dos grandes partidos que apoyaron el golpe con los sectores de esos mismos partidos que lo resistieron. Por sí misma, la intervención de los partidos políticos en los golpes de Estado no parece excepcional y es reconocida como característica de las democracias modernas; como señala Linz, avanzado el siglo pasado ya el “asalto al poder” protagonizado por un grupo social según el modelo 22 “La partidocracia uruguaya”, 51-52. 23 “La partidocracia uruguaya”, 56.

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de Malaparte no aparecía como algo posible. Lo llamativo del caso uruguayo es que los partidos mayoritarios se dividieran en todos los golpes de Estado; y esto ocurre por lo menos desde el golpe “fundacional” de febrero de 1898 hasta el de 1973 inclusive. Que se aluda al “protagonismo decisivo de otros actores” y que siempre aparezca una línea que fractura transversalmente a los dos partidos tradicionales parece indicar que el impulso golpista ha provenido de fuera de los partidos y que éstos no han sido sus agentes, salvo que consideremos a los partidos como entidades capaces de incluir simultáneamente en su seno a tendencias absolutamente contradictorias. 24

Creo que la hipótesis de la centralidad partidaria resulta cuestionable por el manejo de las herramientas analíticas en estas situaciones especiales así como por la forma específica de administrar un orden del tiempo que aparece como ya predeterminado. Pero ocurre que sólo dos años después ese orden temporal que el artículo daba por evidente y natural varió radicalmente. A poco de la aparición de “La partidocracia…” se produjeron dos acontecimientos relevantes: en Europa, la caída del muro de Berlín y la desaparición del bloque socialista, y pocas semanas después en Uruguay, la conquista de la Intendencia montevideana por el Frente Amplio. Los dos hechos ponían en crisis la percepción de la realidad hasta entonces aceptada y modificaban profundamente la construcción del futuro: para el caso de la historia universal, por ejemplo, alteraron los términos de la “evolución previsible” y, como diría F. Furet con ironía, desde entonces “en el futuro del socialismo está el capitalismo”. También en la realidad de la política uruguaya el triunfo electoral del Frente Amplio mostraba la consolidación de un tercer protagonista –hasta entonces excluido– en el campo de la política partidista. Ese es uno de esos “momentos de crisis del tiempo […] cuando pierden su evidencia las articulaciones del pasado, del presente y del futuro”.25

Los acontecimientos de noviembre de 1989 alteraron drásticamente la temporalidad en tanto percepción social y también como herramienta académica en el terreno de la historia. Esto reclamó con urgencia una profunda renegociación de los recuerdos y los olvidos, lo que incluía también al concepto de “partidocracia” y a su presentación analítica tal como se realizó en 1987. Algunos hechos que entonces parecían naturales dejaron de serlo, como la confusión entre “partidos” y “partidos tradicionales” o la característica “naturalmente” conservadora del sistema; en cambio quedaron a la vista otros aspectos que parecerían poco relevantes para la temporalidad de aquel 1987 pero que hoy pueden verse como los heraldos de una transformación profunda: por ejemplo el novedoso talante negociador que desde la dictadura presidía la relación entre los partidos tradicionales, que sustituyó al estilo confrontacional que había sido la característica histórica y que resulta el preámbulo de la política de coalición que llevarían adelante en los noventa; o el sorprendente crecimiento del Frente Amplio en las elecciones de 1984 que aparece como un anticipo de su triunfo electoral en 1989. Tampoco hay ninguna pista en el texto que nos permita advertir lo que será el eclipse temporal de los partidos uruguayos en la década de los 90 y el auge de los movimientos sociales que desarrollaron su capacidad de movilización y de propuesta al margen y por fuera de los partidos. Más aún: también queda fuera de la vista la campaña por la recolección de firmas para la derogación de la Ley de Caducidad, una iniciativa que se desarrollaba mientras era escrito el artículo, que había sido generada por los movimientos sociales y que en su despliegue dividía a los partidos tradicionales. Entendámonos, no se trata de cuestionar el artículo porque desde el presente muestre carencias en su capacidad de previsión, sino que lo cuestionable 24 Juan Linz. La quiebra de las democracias (Madrid: Alianza, 1987), 103-104.

25 François Hartog. Régimes d’historicité. Présentisme et expériences du temps (Francia: Éditions du Seuil, 2003), 27.

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es la utilidad de su apego a la “larga duración”: esta no debería interrumpirse en su paso por el presente, tendría que ser posible la proyección hacia el futuro de lo que han sido las características relevantes en el pasado inmediato, pero estas claramente no son las que efectivamente se manifestaron. Asoma aquí otro problema derivado de la aplicación de la duración braudeliana al análisis de tiempos recientes, no parece el lugar para extenderme en este aspecto, pero recuérdese que tanto Braudel como sus discípulos siempre se mantuvieron apegados al estudio de la época moderna y nunca se ocuparon del tiempo posterior a la Revolución francesa.

La utilidad de la partidocracia Podría concluirse entonces que la combinación de la presión del presente con el uso desprevenido de una herramienta de análisis inadecuada, la “larga duración”, actuó como factor restrictivo para la construcción de una “nueva” historia política y resultó decididamente inhibitorio para percibir las ya visibles rupturas con el pasado. Ahora parece conveniente volver sobre el concepto originario y replantearlo en otros términos: ¿ha existido una partidocracia uruguaya? Los análisis realizados en el pasado pertenecen, claro, al momento en que se elaboran y al que también contribuyen a configurar, pero la forma como operan nos dice algo sobre nuestro presente. Posiblemente la hipótesis de la centralidad de los partidos muestre mayor potencial para funcionar como una herramienta descriptiva, siempre que vuelva a su sentido originario de “hipótesis”, es decir una afirmación que la investigación se encargará de confirmar o negar. La enunciación de esa hipótesis debe explicitarse con suficiente precisión como para que no sea compatible con cualquier cosa, pero también con flexibilidad como para que pueda aplicarse a épocas y circunstancias diferentes. También su demostración debe incluirse en un contexto diferente del que se planteó originalmente; y esto no solamente porque hoy el orden del tiempo no acepta los mismos “rechazos” que en el pasado (aunque ahora incluya otros) sino porque ya entonces los parámetros teóricos resultaban inapropiados para hacerlo viajar por el tiempo y así intervenir como una estructura explicativa útil para la investigación histórica. Para que eso ocurra habría que construir alguna definición del concepto “partidos políticos” que permita poner un umbral más o menos preciso a su operatividad cronológica y establecer mecanismos que alerten la aparición de fracturas y discontinuidades en la vigencia del concepto. Por otra parte, es útil recordar la definición que Julliard –manipulando una frase de Trotsky– proponía para “historia política”: “la historia de la intervención consciente y voluntaria de los hombres en los terrenos en los que se deciden sus destinos”.26

Los enfoques estructuralistas no nos pueden llevar a desdeñar el potencial de transformación social que tiene la actividad política; no olvidemos que es con este sentido de herramienta transformadora que la invocamos cuando hablamos de políticas sociales, económicas o culturales. Debemos entonces reivindicar una historia que adjudique capacidad creadora a los agentes individuales o colectivos y donde sus decisiones incidan de alguna forma en la configuración de su realidad, redimiéndolos de las “prisiones de larga duración”. Para referirnos a un caso concreto: aceptemos que no es imaginable el batllismo si no se toma en cuenta la acción y la voluntad de José Batlle y Ordóñez; y ajustemos los mecanismos de análisis para apreciar en su justa medida aquella capacidad de innovación que por alguna razón –y no por un “espejismo”– sorprendía a sus contemporáneos y alarmaba a los conservadores. Esta lectura historizada parece cuestionar más 26 J. Julliard, “La política”, 241.

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profundamente la pertinencia de la mirada de “larga duración” incluso como recurso narrativo para describir los episodios de la época contemporánea, precisamente en la que se incluye toda la historia política uruguaya.

Una mirada que vuelque la atención a aspectos individualizables y contingentes no necesariamente hace a la historia incompatible con la ciencia política. De esta pueden esperarse aportes valiosos por lo menos en dos dimensiones: por un lado en la creación de herramientas analíticas operables en los análisis del pasado y, por otro, en el rescate de sus propios desarrollos y de las aplicaciones que hicieron los agentes en épocas pasadas. Si bien es cierto que la institucionalización de la ciencia política es relativamente reciente en nuestro país, la circulación de obras de los teóricos políticos ha sido intensa y permanente desde mucho tiempo atrás. Para mencionar un solo caso, es llamativa la variedad y actualidad de la bibliografía que manejaban los legisladores que se encargaron de elaborar las leyes electorales en las primeras décadas del siglo pasado. Los problemas de la realidad política uruguaya no le eran exclusivos sino que estaban en la agenda de los gobiernos y también de los académicos. Esa continua retroalimentación ha configurado las acciones de los agentes políticos proyectándolos en dimensiones que van más allá de la coyuntura inmediata, de la misma manera que ha permitido instalar las elaboraciones académicas en un marco de realidades concretas. Correlativamente, las elaboraciones actuales de la ciencia política pueden aportar elementos para reconfigurar interpretaciones del pasado que enriquezcan la perspectiva; pero sin que eso signifique congelar la imagen buscando una “descripción ideal” inmutable. En resumen, posiblemente la hipótesis partidocrática funcionaría con toda su energía si atiende a las rupturas más que a las “continuidades” y si se define con precisión los factores de larga duración en los que se la enmarca así como las modalidades de transformación que estos factores han tenido. Podríamos descubrir entonces en el pasado aquellos episodios “partidocráticos” en los que los partidos tradicionales desplegaron plenamente su hegemonía y aquellos en los que perdieron capacidad de propuesta y, de esa forma, tratar de comprender cómo se produce el cambio de unos momentos a otros. Sin duda, la historia de los partidos como la de cualquier otra entidad histórica incluye avances y retrocesos, transformaciones, eclipses y auroras; y en la búsqueda de explicaciones todavía quedan preguntas por responder.

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Bibliografía Braudel, Fernand. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe ii México: fce, 1953.

Caetano, Gerardo, José Rilla y Romeo Pérez. “La partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad de los partidos políticos”, Montevideo: Cuadernos del claeh 44, 1987.

Demasi, Carlos. “«Los partidos más antiguos del mundo»: el uso político del pasado uruguayo”, Montevideo: Encuentros Uruguayos 1, 2008. Disponible en: http://www.fhuce.edu.uy/academica/ceil-ceiu/ceiu/ REVISTA%20ENCUENTROS%20URUGUAYOS%202008.pdf Hartog, François. Régimes d’historicité. Présentisme et expériences du temps. Francia: Éditions du Seuil, 2003.

Julliard, Jacques, “La política”, en Le Goff, Jacques y Pierre Nora, Hacer la historia, Vol. 2, Nuevos enfoques. Barcelona: Laia, 1979. Langlois, C.V. y C. Seignobos. Introducción a los estudios históricos, Madrid: Daniel Jorro Editor, 1913. Linz, Juan. La quiebra de las democracias, Madrid: Alianza, 1987.

Rial, Juan. “A la búsqueda de una nueva alternativa para la democracia en el Uruguay (agosto 1983)”, en Partidos políticos, democracia y autoritarismo, Tomo 1. Montevideo: ciedur-ebo, 1984.

Solari, Aldo. “El proceso de redemocratización en el Uruguay”, en Uruguay. Partidos políticos y sistema electoral. Montevideo: fcu, 1991.

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contemporanea Historia y problemas del siglo XX | Año 3, Volumen 3, 2012, ISSN: 1688-7638

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Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez “La centralidad de la política era algo que queríamos en el presente y que buscábamos en el pasado”. A 25 años de La partidocracia uruguaya1 Mauricio Bruno, Nicolás Duffau y Pablo Ferreira2 -¿Cuándo surgen sus preocupaciones en torno a la necesidad de ensayar una suerte de refundación de la historia política uruguaya? ¿Cómo confluyen esas preocupaciones?

José Rilla (jr): Nosotros no teníamos ningún espíritu “fundacional” o “refundacional”, nos aplicábamos a tomar nota de algo que estábamos observando en la política uruguaya de ese momento, que era un momento muy especial. A partir de esa observación teníamos una necesidad de recurrir a un examen tanto politológico e histórico en la trayectoria de larga duración, pero no había en nuestro ánimo una idea de decir “acá estamos fundando o refundando o haciendo una reconsideración radical de la historia política”. Aunque luego, a medida que fue avanzando el tiempo y fuimos recibiendo las interpelaciones y los comentarios, de repente caímos en la cuenta [de] que se trataba efectivamente de una hipótesis, que es lo que es. Es lo que era y es lo que es. En ese sentido sí podía apreciársela como algo que iba ganando su carácter de innovación, pero no porque nos lo propusiéramos. -Ustedes aclaran que no estaba en sus intenciones generar un programa de investigación en torno a esas ideas, pero hay ciertas cuestiones vinculadas a preguntas para las que la historiografía no había dado una respuesta. ¿En qué preguntas les parecía que se estaba fallando? ¿Qué nuevas miradas eran necesarias para plantear nuevas respuestas?

Gerardo Caetano (gc): Primero estaba el contexto, la vivencia de la salida de la dictadura. Tanto la vivencia de la dictadura transicional como de la transición democrática. Con el impacto de ese contexto nosotros trabajábamos en el campo de estudio y ¿con qué nos encontrábamos? Nos encontrábamos con que viejos investigadores que habían, de alguna manera, insinuado la hipótesis no eran plenamente conscientes de sus implicaciones. El caso máximo [ Juan E.] Pivel [Devoto]. En su Historia de los partidos políticos en el Uruguay,3 la hipótesis de la centralidad de los partidos está. Lo que ocurre es que Pivel, fantástico historiador, no tenía preocupaciones teóricas, no desarrollaba las múltiples implicaciones que esa centralidad de los partidos tenía. Lo daba casi como un hecho, era casi como un registro más que una interpretación.

1

Entrevista realizada en Montevideo, Instituto de Ciencia Política-Facultad de Ciencias Sociales, 24/7/2012.

3

Juan E. Pivel Devoto, Historia de los partidos políticos en el Uruguay (Montevideo: Claudio García, 1942).

2

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, udelar.

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Pero también en la segunda gran colección de [ José Pedro] Barrán y [Benjamín] Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio Británico,4 que era una colección en donde Barrán y Nahum desarrollaban una inflexión muy fuerte respecto a sus estudios de su primera colección (la Historia rural del Uruguay moderno5), advertían la centralidad de la política. Es muy curioso cómo ellos a lo largo de los ocho tomos varían tres veces de caracterización de su hipótesis central. En el tomo I hablan de la autonomía del sistema político. En el tomo iii, en el que hacían el análisis del elenco batllista, hablan de la autonomía del Estado. Incluso alguien les había acercado a [Nicos] Poulantzas, al que citan. En los últimos dos tomos, particularmente en el último, que es sobre la derrota del batllismo, hablan de la autonomía relativa de los partidos. Entonces, nosotros estábamos impactados por el contexto, pero también dentro de un campo de estudios donde la historia política era un poco el motor de impulso de la historiografía. Era lógico que así lo fuera. El país estaba recuperando la política. En aquellos momentos esa idea de la recuperación de la política nos llevaba a nosotros a hurgar en las múltiples implicaciones que tenía la afirmación de la centralidad de la política, pero más aún, de la centralidad de los partidos en la historia uruguaya. Nosotros nos habíamos formado junto a politólogos, a filósofos políticos. Entonces en aquella usina de ideas que era el claeh6 de la época teníamos la posibilidad de una interlocución interdisciplinaria, que luego fue enriquecida por la interlocución que tuvimos en el Instituto de Ciencia Política de la Universidad.7 Pero creo que en ningún momento nos planteamos una iniciativa fundacional o refundacional, más bien lo que queríamos era profundizar en torno a las múltiples implicaciones teóricas, metodológicas, interpretativas, pero creíamos realmente que había mucho más.

-¿Cuáles eran los vínculos a nivel regional, los espacios de discusión que se daban en torno a estas ideas? Estamos en un momento de las transiciones en que el “retorno a la política”, en el sentido que ustedes lo planteaban, es característico de varios países de América del Sur y atraviesa a las ciencias sociales de la región. En el caso de Argentina es claro, Juan Carlos Portantiero, José Aricó, que están pensando en un contexto que, con sus características, es muy similar.

Romeo Pérez (rp): Desde luego estábamos al tanto de todo eso, incluso el Programa de investigación en Historia del claeh ya había organizado en los años ochenta dos encuentros de historia rioplatense, creo que en 1982 y 1985, que fueron muy ricos. Allí se intercomunicaron historiadores de Uruguay y Argentina, pero no sólo historiadores. Yo participé del primero como oyente, pero en el segundo Carlos Zubillaga, que era el principal organizador, me pidió que hiciera una ponencia sobre la noción de autonomía. El Programa de Historia del claeh había tematizado la 4 5 6

7

José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio Británico, 8 vols. (Montevideo: ebo, 1979-1987). José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Historia rural del Uruguay moderno, 7 vols. (Montevideo: ebo, 1967-1979).

Centro Latinoamericano de Economía Humana. Institución académica fundada en 1957 en Montevideo por un grupo de profesionales, estudiantes y militantes de la Iglesia Católica uruguaya. Desde sus orígenes el claeh se dedicó al análisis de la realidad social, con una fuerte perspectiva interdisciplinaria que se atenuó durante la dictadura cívico-militar y permitió el trabajo conjunto de historiadores, politólogos, sociólogos y economistas.

El Instituto de Ciencia Política nació en la Facultad de Derecho en 1985, actuando como sala de profesores. En 1991 se convirtió en uno de los cinco departamentos académicos de la nueva Facultad de Ciencias Sociales.

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política y al tematizarla había acumulado una cantidad de investigaciones muy importantes, tanto de Carlos Zubillaga, que había creado el programa, como de los investigadores más jóvenes. Al tematizar la política, fueron distanciándose de los estructuralismos marxistas o no marxistas más rígidos. No lo veo tan claro en Argentina. Eso también ambienta el surgimiento de la hipótesis de la centralidad de los partidos. -¿Y cómo influyeron las lecturas de Carlos Real de Azúa?

gc: Real de Azúa fue una influencia muy importante por la lectura o la relectura muy intensa que nosotros hicimos de sus trabajos. Nosotros hicimos una relectura muy abierta y crítica. Hay aspectos de su obra que no tomábamos. Hay un antiliberalismo presente en su obra o una filiación, en la última etapa de su vida, cercana a la ciencia política norteamericana donde él se deslumbró por el rational choice o los enfoques institucionalistas a nivel internacional, que nosotros no recogimos. Pero sí leímos en profundidad El patriciado uruguayo,8 sus investigaciones sobre el poder, sus trabajos inéditos, sus escritos que aparecían dispersos, El impulso y su freno.9 Si bien Real de Azúa había sido muy leído, lo había en esa clave de dispersión que tuvo que ver con su obra. Tal vez en ese momento, por primera vez, pudo ser leído en conjunto. Y a eso además se agregaban los textos inéditos, que comenzaban a conocerse y nosotros a promover su publicación. Más allá de que en Real de Azúa la complejidad teórica de su acercamiento a la política era muy vasta y, por otra parte, muchos de sus trabajos de los años sesenta eran muy hijos de esa época, hay un tipo de abordaje de la política que también influyó en nosotros. Hay un acercamiento a la política otorgándole a ésta una densidad propia, no buscando su mera explicación como un epifenómeno fruto de otros quehaceres, sino buscando a la política como un espejo más complejo del conjunto de la sociedad. Esa lectura fue muy importante y nos marcó. -¿Cómo podría desmenuzarse el trabajo interdisciplinario que en su enfoque involucra a la Historia y la Ciencia Política? Cuando mencionan la novedosa preocupación por la política, por ejemplo, sostienen que la Historia trata de responder a las preguntas que surgen de las otras ciencias sociales.

jr: Nosotros no hacíamos una distinción, y creo que no la hacemos todavía, entre Historia, Ciencia Política, Filosofía Política, Economía, aunque obviamente hay planos distintos. Está el objeto, está la cuestión, está la política, está el Uruguay que va saliendo de una situación de dictadura y que nos hace preguntar cosas capaz que demasiado básicas o elementales, como ¿por qué tenemos esta propensión a la restauración? ¿Por qué en el año 84 u 85 el esquema políticopartidario uruguayo prácticamente es el mismo que había en 1971 o 1973? Es una política rara, poco comparable con la argentina, con la brasileña, con las políticas de Europa, donde además el término partidocentrismo y sobre todo partidocracia tenía mala prensa. No nos importaba tanto quién ponía y qué ponía cada uno, en términos disciplinarios. Creo que el diálogo de la Ciencia Política con la Historia, mirado desde la Historia, nos permitía formularnos algunas preguntas que de otro modo no nos habríamos formulado. Eso tiene que ver con la Ciencia Política cultivada en esos años, tiene que ver con el claeh y, hablo desde la Historia y de nosotros como historiadores, tiene mucho que ver con el diálogo que establecíamos con Romeo [Pérez].

Y vuelvo al presente de esa época: ¿por qué la restauración de la política uruguaya? El hecho de que nosotros intentáramos responder a esa pregunta de por qué ésta es una política de 8 9

Carlos Real de Azúa, El patriciado uruguayo (Montevideo: Asir, 1961). Carlos Real de Azúa, El impulso y su freno (Montevideo: ebo, 1964).

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permanencias, de continuidades y donde lo partidario es central, no ha sido muy bien interpretado después. Fue interpretado como una especie de normalización o de elogio de una situación de hecho, cuando en realidad lo que tratábamos de hacer era buscar en el pasado, con algunas preguntas que nos venían de la Historia y otras que la Historia no nos respondía. Porque la Historia no venía de un momento político-céntrico, la Historia en el Uruguay venía de un momento socio-céntrico, económico-céntrico. Había que remontar esa cuesta, a mi criterio. No nos daba para entender la manera cómo eran interpretados en los años sesenta, setenta, los fenómenos de agregación política, de socialización política, de lealtad política. Todo eso venía muy impregnado por un enfoque socio-céntrico, económico-céntrico, para decirlo medio rápido. Y las perplejidades de aquel presente no nos permitían encontrar una explicación. Entonces había que recurrir a las preguntas que venían muchas veces de la politología o de las ciencias políticas y de la vieja historia, más que de la nueva historia que tanto nos había ayudado. Yo no me había formado para estudiar la política, nuestra formación no venía por ahí, sin embargo el presente a todos nosotros nos influyó mucho. rp: Hay ahí un rasgo epistemológico del lugar donde estábamos investigando. La tradición a la que pertenece el claeh está muy marcada por el acceso a lo concreto. Es una tradición dentro de disciplinas científicas, pero con un referente que se procura asimilar en su integridad, y de ahí el fuerte impulso hacia lo interdisciplinario. No hubo subordinación de la Historia a la Ciencia Política ni a la inversa. La Ciencia Política no era en ese momento muy subordinante porque estaba en una etapa primaria y cuando se asociaba a la Historia, cuando realizaba preguntas que llegaban a las dos disciplinas también se transformaba en sus categorías de análisis, o por lo menos en variantes de las categorías de análisis. Hubo un cambio para la Historia, sí, pero también para la Ciencia Política.

Como observador veía cómo en el programa de historia del claeh se producían novedades epistemológicas importantes. Por ejemplo, la recuperación de la narrativa histórica y la validación del armado de relatos, de narraciones, de sucesiones. Veía que gente que había recibido influencias importantísimas de Barrán, de Nahum, de Zubillaga, se independizaban de esos grandes historiadores e iban logrando sus temáticas y sus cuadros analíticos. También nos ayudó a todos Real de Azúa, que es considerado fundador de la Ciencia Política pero que también pegó muy fuente en la Historia.

gc: Ahí hay cosas que subrayaría. Primero, el clima académico era muy propicio para transitar entre fronteras de disciplinas mucho más abiertas. Por eso la relectura de Real de Azúa nos resultaba tan apasionante, porque era un fronterizo, era un hombre que estaba en los resquicios de varias disciplinas, no sólo vinculadas a las Ciencias Sociales. No era un hombre que había interpelado a la Historia o la Ciencia Política. Venía de la crítica literaria, transitó por el campo de las relaciones internacionales, trabajó fuertemente en estética. Era un hombre universal. En un contexto en donde las escuelas y disciplinas estaban en entredicho y lo que queríamos estudiar nos devolvía la interpelación de preguntas que no cabían en una única disciplina, o para las que una disciplina debía recurrir a otras, un autor como Real de Azúa era muy importante. En ese sentido no había pretensiones hegemónicas, primero por lo que ha dicho Romeo, pero después porque para nosotros hablar de la Historia y las “ciencias auxiliares” era cómico. En eso ayudó mucho el claeh y algunas interlocuciones. También rescato la interlocución de Barrán, su extraordinaria apertura en múltiples aspectos, entre ellos la interdisciplina. Barrán combinaba de manera muy sabia el cultivo de un oficio

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historiográfico muy tradicional, en el mejor de los sentidos, con una enorme apertura y una gran curiosidad por registrar otros saberes. Esto, por ejemplo, le permitió una apertura al psicoanálisis. Otro elemento que señalaba Rilla es que fuimos absolutamente conscientes en que emplear la palabra partidocracia iba a implicar un problema. La partidocracia como concepto era peyorativa. Sobre todo en Italia y en Francia la partidocracia era la crítica al agobio de los partidos. Recuerdo que Luís Eduardo González más de una vez nos dijo que coincidía con la hipótesis, pero no con el nombre. Otro elemento muy importante es que en ningún momento la idea de la partidocracia, de la centralidad de los partidos, tenía un rol legitimador del statu quo político. Nosotros no creíamos que la política uruguaya era la mejor del mundo, queríamos explicar la política uruguaya. Afirmar la centralidad de los partidos no era decir que la política uruguaya era perfecta. Ni siquiera era decir que los partidos uruguayos eran perfectos. Éramos fuertes críticos de los partidos. Al afirmar la centralidad de los partidos tampoco estábamos compitiendo con la relevancia de otros actores, por el contrario, nosotros estudiamos otros actores. De las primeras investigaciones que hice en Historia trabajé las cámaras empresariales y los tomos de la Agonía del reformismo10 tienen que ver con el peso de las cámaras empresariales en la política uruguaya de las primeras tres décadas del siglo xx. Orestes Santos, un dirigente herrerista en el año 1929, en pleno congreso rural, dijo que nadie que entienda la psicología del Uruguay podrá decir que se puede hacer algo sin los partidos y mucho menos contra los partidos. Y lo decía alguien que era un dirigente herrerista de quinta fila pero era un dirigente ruralista de primera fila. Y junto a eso la idea, que es una idea muy curiosa que ha surgido en este último tiempo y es que quienes reivindican una idea más republicana de la democracia, con más participación, han tendido ha configurar una suerte de contraposición entre democracia y partidocracia. Lo cual entra en el delirio. Esa contraposición entre democracia y partidocracia realmente nunca se nos hubiera ocurrido, mucho menos desde la perspectiva de una democracia participativa, de una democracia con articulación entre los partidos y los actores sociales, de una democracia donde las mallas de la representación no fueran solamente ciudadanas sino que tuvieran vínculos con actores sociales. Nunca se nos hubiera ocurrido que en el debate político se confrontara democracia con partidocracia. Y sin embargo veinticinco o veintiséis años después, un actor político lo ha hecho o algunos actores políticos lo han hecho, lo cual no deja de sorprender pero también no deja de decir que una hipótesis –que de eso se trata– una vez que se establece o se registra, alcanza una vida propia. Y está bien que así sea. Si esa hipótesis aún mal entendida ayuda a responder preguntas con vigor o ayuda a generar debates cumplió su papel. Porque siempre nosotros destacábamos a [Fernand] Braudel que decía que las hipótesis son como barcos que sirven para navegar, y el momento más significativo es el naufragio.

-Algo que nos llamaba la atención es que ustedes hablan de partidos, bandos para el siglo xix, pero en ningún momento definen qué es un partido, de repente entienden que está implícito en el desarrollo del texto o fue una opción la de no hacer una definición.

rp: En una parte de la explicación hay que reconocer eso. No teníamos muy claro todo lo que implicaba esa afirmación de la capacidad gobernante de los partidos, o por lo menos de esos partidos que estaban ahí. Y no nos metimos en la definición. Tampoco recuerdo que hayamos 10 Gerardo Caetano, La agonía del reformismo. La consolidación de los sectores conservadores (1916-1925) (Montevideo: claeh, 1983).

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discutido si había que definirlos o no. Lo que nos interesaba era hipotetizar la capacidad gobernante de los partidos uruguayos. Creo que la hipótesis en algún momento va a naufragar porque surgirán otras mejores, pero ha servido para navegar un poco hasta ahora porque la hicimos suficientemente abstracta. Teníamos claro que no estábamos hablando de Partido Colorado, Partido Nacional o Frente Amplio, sino de la forma partido político y de una democracia de partidos gobernantes, que estaba realizada en la experiencia uruguaya, pero era una experiencia abierta hacia el futuro. Y efectivamente en el futuro la configuración del sistema cambió muchísimo. Cuando escribimos eso el Frente Amplio tenía el veinte por ciento del electorado. Hoy ha tenido mayoría parlamentaria absoluta en las últimas elecciones. Pero en ese aspecto la hipótesis sobrevive. Si se reconoce la naturaleza partidaria al Frente Amplio, no ha cambiado el gobierno de los partidos, han cambiado los partidos en el gobierno.

Ahora, ¿por qué no lo definimos? Porque nos interesaba afirmar otra cosa y el referente aparecía poco discutido, poco cuestionado. Y también hay que decirlo, porque no teníamos demasiada claridad o no teníamos una definición que agregara algo a las existentes o que pensáramos que agregaba algo o por lo menos que decía mejor que otros modos de expresarse lo que se sabía sobre la naturaleza de los partidos. Además, no sé si hoy Pepe [ José Rilla], Gerardo [Caetano] y yo definimos de la misma forma a los partidos políticos. Pero en ese momento nos alcanzó con dejar la definición implícita o simplemente referida a algunos actores poco cuestionados en su naturaleza. Y más bien entonces centrarnos en su capacidad de gobernantes y de ahí lo de partido-centrismo. jr: Ahora que lo pienso, hay una definición implícita al haber aceptado que partidos eran aquellos que a sí mismos se decían y se comportaban como partidos. Al haber ido a esos grandes agregados, no ingresando en la discusión de su naturaleza, que era una discusión muy vieja en el país. Porque se puede discutir, como se discutió en el siglo xix, si estos eran o no partidos, si eran agrupaciones coyunturales, si eran oportunismos que se coagulaban en los momentos electorales pero luego volvían a la dispersión, al multipartidismo cotidiano, como en algún momento nosotros llegamos a pensar, eso de que había en el Uruguay una especie de bipartidismo electoral y un multipartidismo inter-electoral. De algún modo, volver a colocar a los partidos como actores centrales suponía reconocerlos como tales, como ellos se presentaban. Creerles lo que de sí mismos decían. No ciegamente, pero partir de esa base como dato. Era tomar una posición en esa vieja discusión respecto a quiénes son y quiénes no son partidos. Desde aquellos que en el siglo xix discutían que los tradicionales fueran o no partidos, pasando por los socialistas que hablaban despectivamente de la política criolla. Y después todas las variantes de los partidos de izquierda que decían “estos no son partidos”. Y los partidos tradicionales que refiriéndose al nuevo actor Frente Amplio se referían despectivamente como un rejunte o una “colcha de retazos”. Todo ello era una forma de cuestionar históricamente, en el largo plazo, al actor partidario, que de todas formas se comportaba como tal en los momentos cruciales, en las encrucijadas de decisión importante del país, en las instancias electorales, por cierto, pero también en las instancias de gobierno, que era lo que nos interesaba y lo que falta por estudiar. Creo que a esta hipótesis le falta mucho trabajo de hormiga de historiadores y politólogos. Hay que remangarse y para desafiarla hay que meterle. -Sí, incluso ustedes señalan en el texto que la partidocracia se asienta en el funcionamiento cotidiano de los partidos. Ese funcionamiento cotidiano sería uno de los aspectos a estudiar. Es decir, ¿cuáles son las características cotidianas que llevan a que el país tenga este sistema?

gc: Esa es una pregunta que formó parte de nuestra preocupación teórica. Nosotros teníamos una preocupación teórica. Y eso era algo nuevo en la Historia. Porque los historiadores, en

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general, desconfiaban mucho de la teoría como algo propio de otras ciencias y creían que el historiador era otra cosa. Si bien decían que había una teoría, no había que empezar desde ella sino con el hecho y desde el hecho. Nosotros teníamos una vocación teórica fuerte, pero muy abierta. Practicábamos deliberadamente un eclecticismo no vergonzante. Y eso tú lo ves cuando repasas los textos, incluso el texto de la partidocracia, por ejemplo.

Para lo que nosotros queríamos hacer disponíamos de una amplia batería de las definiciones tradicionales de lo que era un partido pero, sin embargo, para lo que queríamos hacer, esa no era una discusión particularmente relevante. Nosotros pensamos que para lo que queríamos hacer, para lo que queríamos reflexionar, en clave de abstracción, no lo era. Que dos historiadores y un politólogo hicieran un texto conjunto de carácter tan abstracto, era casi una desmesura o una transgresión. Y nosotros eso lo hacíamos en forma muy deliberada, muy consciente. En aquellos momentos nosotros participábamos mucho en seminarios y debates con los argentinos y entre ellos había un debate muy fuerte, y allí sí había luchas hegemónicas, como siempre [risas], en donde querían destruir al adversario. Y había un grupo, que era el grupo hegemónico hasta hoy que hablaba del “retorno a la Historia”. ¿Qué era ese retorno? Volver a la Historia, alguno ha dicho al arranque, con los aggiornamientos propios de la época pero dejando de lado todo aquello que invadiera desde las ciencias sociales. Nosotros no participábamos de eso, aún cuando participábamos de la recuperación de la dimensión narrativa de la historia. Nosotros nos afirmábamos como historiadores pero con una perspectiva de teorización muy amplia, un eclecticismo no vergonzante. Es muy interesante ver los textos nuestros de aquella época. Nosotros utilizábamos categorías propias y lo hacíamos de forma consciente. No queríamos pertenecer a una escuela teórica. Queríamos teorizar con libertad para contestar preguntas. Nos interesaban más las preguntas que la construcción de una escuela teórica. Y creo que eso tiene mucho que ver con la partidocracia. Recuerdo que cuando trabajábamos el siglo xix estaba el viejo tema de cuando nacen los partidos. Entonces nosotros habíamos creado la palabra, el concepto de los “protopartidos”. Y trabajábamos mucho desde allí. Había debates muy significativos. Uno de ellos, por ejemplo, enfrentaba a quienes señalaban que la Guerra Grande era el gran conflicto que nutrió por primera vez de densidad política, programática e ideológica a los partidos o quienes sostenían, como planteaba la intuición de Pivel, que los partidos ya venían de la última etapa de la Colonia. Por eso la Historia de los Partidos Políticos la empieza en 1811. Después no lo terminó de resolver, pero ya estaba esa intuición. Nosotros le criticábamos a Pivel eso mismo, que él no había definido qué consideraba partidos. Hablaba de bandos, banderías, agrupaciones. Sin embargo, yo me acuerdo que Pancho Aricó se reía. Nos decía “me gusta todo eso pero hay algo que me rechina, ¿qué es esto de los protopartidos?”. Pero claro, cuando uno no puede terminar de definir el origen, encuentra un atajo. Sin embargo, en ese atajo estaba esta idea de recoger la referencia de los actores, darle dignidad a lo que los actores decían de sí mismos. Eso nos daba mucho rédito. Ninguno de nosotros entonces sabía lo que era la historia conceptual, después comenzamos a llegar a la hermenéutica y ahí discutíamos a [Hans-Georg] Gadamer, entre otros. Pero los historiadores conceptuales parten de eso. Antes de tomar una definición, registran los usos públicos del lenguaje político y cómo los términos se transforman en conceptos a partir de lo que los actores hacen o no hacen. Nosotros lo hacíamos de una manera muy artesanal pero realmente nos sirvió. Romeo, en un artículo de la época, habla de la concreta instauración de la democracia uruguaya identificando cuatro conflictos articuladores, dos de los

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cuales estaban en el siglo xix y el primero de ellos era precisamente la temprana consolidación de formas protopartidarias...

Para aprender la política uruguaya había que estudiar el siglo xix, porque en el siglo xix se fundaban dos elementos constitutivos de la política uruguaya de todos los tiempos, de la cultura política. Uno era la consolidación temprana de formas partidarias, la prevalencia de todo un concepto de asociación política donde los partidos eran actores colectivos fundamentales. Y el otro era la otra idea de la coparticipación de los partidos en el cumplimiento de tareas propiamente de gobierno. Eran dos elementos que no nacían en el siglo xx, que venían de atrás y que se cruzaban mucho con la relectura de Real de Azúa. Que estaban allí y que permitían una reinterpretación de la política uruguaya. Por eso nosotros teorizamos con mayor libertad. Tal vez la categoría política más resistente a una definición conceptual sea la de “partido”. Imaginate que partido se ha llamado al Hezbollah libanés, al Partido del Congreso hindú, al apra peruano, al Partido Colorado uruguayo. Y aún hoy, por ejemplo Isidoro Cherescky, en un libro muy significativo sobre la política argentina, habla de “la política después de los partidos”, como se titula su libro de manera muy gráfica.11 Claro, porque en Argentina, ¿cuál es el partido peronista? Peronistas hubo prácticamente en cuatro o cinco de las agrupaciones que compitieron en las últimas elecciones. ¿Cuál es la Unión Cívica Radical? Hay una configuración, pero hay radicales en todos los partidos. jr: En todo caso yo diría que hay dos planos de aquella indagación. En eso estaba mucho el claeh y estábamos nosotros. Buscar la especificidad de la política y de lo político. Lo político como una arena específica de productividad esencial. Así lo definía Carlos Pareja. La política tiene una productividad esencial, no es reductible a otra dimensión.

Y después, pasando por encima de una definición a priori de qué es un partido, no cabían dudas que había que buscar aquellas instancias donde se agrega un fenómeno de lealtad, de continuidad, de acción propiamente dicha. Y ahí era que estaban estos actores partidarios. Nos parecía que tenía tal contundencia que no hacía falta decir “bueno, partido es dos puntos”. Partido es esto que estábamos viendo acá, estas condensaciones de sentido, de tradiciones, que después se traducen en formas concretas, institucionales.

En una entrevista de esta naturaleza uno se equivoca mucho. Empieza a recordar aquello que había olvidado. A mí ahora me vuelve aquella idea de la política, de lo político, de la centralidad de lo político. Antes que los partidos, estaba la política. De algún modo plantear eso era desde el campo de la Historia, no sé si desde la Ciencia Política que era más joven, era una apuesta fuertemente revisionista, sacándole al término si quieren (si no quieren no, yo no se las saco) las connotaciones concretas de aquella corriente historiográfica. Pero era una manera de revisar aquella historia hasta el momento aceptada. ¿Qué la atrapaba como centro? Creo que eso, la centralidad de la política. Que era algo que queríamos en el presente, que estábamos viviendo en el presente y que buscábamos en el pasado. Se podía decir que estábamos demasiado influidos por el drama del presente que el país estaba viviendo. Era un reproche que andaba por ahí. Para poner a prueba en un nivel intermedio la hipótesis había que, usando la metáfora, largar el barquito al mar a ver qué le pasaba. Someterlo a prueba, ver si es verdad que son el centro de decisión, que son el motor, el cerebro, los portadores de relatos centrales. Y el barquito se iba salvando. Incluso en una segunda etapa la sometimos a la coyuntura más reciente. En aquel texto de esta casa, del Instituto de Ciencia Política, Los partidos políticos de cara al 90, nosotros escribimos 11 Isidoro Cheresky, La política después de los partidos (Buenos Aires: Prometeo, 2006).

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un trabajo que se llamaba “Los más recientes desafíos a la partidocracia” o “La partidocracia desafiada”.12 Es decir, sí, el ruralismo, los tupamaros o los militares habían sido desafíos muy fuertes a este esquema de interpretación. Y en el momento más reciente había que ver cuáles eran los nuevos desafíos. La conapro, por ejemplo, en cuanto cuestionaba determinados ordenamientos y atribuciones, ¿era un desafío? rp: En ese momento se estaba desarrollando otro desafío, que era la reforma jubilatoria del 89, una reforma constitucional que no tuvo origen en los partidos. Los partidos terminaron adhiriendo pero no la originaron.

gc: Y mucho más la microrreforma,13 que era respaldada por todos los candidatos a la presidencia y que no salió.

-De hecho cuando discutíamos el texto una de las cosas que veíamos es que, por lo menos hasta el 95, hay una sociedad que se moviliza por fuera de los partidos de la que parten iniciativas políticas… jr: O al revés. ¿Por qué la campaña del voto verde estuvo trancada hasta que los partidos o sus grupos se volcaron a la militancia? Eso quería decir algo. Por lo menos en la línea de la interpretación. gc: Fijate este elemento: el partido político más fuerte en Uruguay no se llama a sí mismo partido político. Los dirigentes del Frente Amplio hablan de la “fuerza política”, lo cual es un eufemismo muy curioso y muy significativo, no hablar de partido. jr: Pero tiene dos partidos adentro. Dos partidos, partidos.

gc: Pero dos partidos adentro que si hoy saliesen con seguridad tendrían grandes dificultades para seguir siéndolo. Efectivamente hoy, en América Latina y en el mundo, los partidos están desafiados por un huracán. Pensemos dentro del continente: el bipartidismo venezolano. Pensemos en el apra peruano. Después de estar en el gobierno con Alan García no llega a marcar en las encuestas como para presentar un candidato. Pensemos en los partidos italianos, en la Democracia Cristiana, en el Partido Comunista Italiano, en su implosión, incluso pensemos en la construcción de nuevos actores o nuevas identidades que podrían ser llamadas como partidos, pensemos en la coalición de “El Olivo” o “Casa de la Libertad”. Y ni que hablar de lo que ha pasado en la Argentina, el “Frente por la Victoria”, el justicialismo federal.

-O los presidentes que han llegado sin partido. Rafael Correa llegó sin representación parlamentaria…

gc: O el caso de Evo Morales. Hay un discurso donde se señala que el mas [Movimiento Al Socialismo] es un movimiento de movimientos sociales y donde se plantea, en un determinado momento, dejar de ser eso para ser un partido de movimientos sociales, y no lo logra. Y hoy en el discurso está el problema “no hemos logrado ser un partido de los movimientos sociales”; o las transformaciones del chavismo, del “Movimiento Quinta República” y su conversión en Partido Socialista Unificado de Venezuela.

Realmente en estos últimos veinticinco años y especialmente en los tiempos contemporáneos, las transformaciones profundas también llegan a la política y desafían la categoría de partido. Y está siempre ese debate: los partidos no existen pero ¿quién los sustituye? ¿Cómo sustituirlos para 12 Gerardo Caetano, Romeo Pérez y José Rilla, “Cambios recientes en el sistema político uruguayo concebido como una partidocracia”, en Los partidos de cara al 90 (Montevideo: Instituto de Ciencia Política-fesur-fcu, 1989), 21-40.

13 Plebiscitada sin éxito en 1994.

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que subsista el pluralismo? Yo siempre me acuerdo de la definición de una politóloga mexicana que decía: “los partidos son como los hombres, son todos unos cabrones, pero no hay de otro”. O sea, hay una facilidad para criticar los partidos y registrar su implosión, pero también una dificultad para pensar la política democrática sin partidos. rp: Lo que nosotros decimos es que en democracia los partidos son actores gobernantes por encima de otros. En democracia. Si llegaran a afirmarse otros actores políticos, fuera del régimen democrático, la hipótesis no quedaría invalidada.

Quedaría invalidada si hubiese experiencias democráticas protagonizadas por actores que no tengan naturaleza partidaria. Yo simplemente quisiera subrayar lo que señalaba Pepe [ José Rilla] más temprano y que estaba implícito en nuestras intervenciones. Nosotros expresamos la hipótesis en dos textos. El primero del 87 y el segundo del 89. Y hay que tomar los dos en consideración por varias razones, porque en el segundo hacemos o tomamos objeciones hechas a la hipótesis. En el 89 la profundizamos, definimos algunos conceptos y agregamos evidencia histórica. Si se editara un volumen respecto a la hipótesis, deberíamos incluir el texto del 87, el del 89 y después un texto posterior de Gerardo [Caetano] y Pepe [ José Rilla] que salió en la revista de Ciencia Política14 esbozando una historia de… jr: El gobierno como cogobierno15

rp: … que salió en el año 97 o 98. Eso es un desarrollo. Una parte de lo que habría que seguir haciendo. Aplicar, confrontar la hipótesis con evidencia empírica. Ese artículo dice mucho y sugiere muchísimo. -¿Cómo sería desafiado el modelo por la llegada de la izquierda al gobierno? ¿Qué cosas han cambiado o variado? Pensamos por ejemplo en la apertura de instancias para la participación política a actores sociales, por ejemplo en el tema del gobierno de la educación o en la salud... ¿cómo eso genera tensiones al modelo de la partidocracia?

gc: Yo creo que forma parte de uno de los debates que la izquierda tiene adentro de sí misma. La izquierda tiene grandes dificultades para afirmar su condición de partido. Hoy tiene instalado un debate muy fuerte respecto a su conceptualización de la democracia. Esto se traduce en cosas muy específicas. Por ejemplo, en cuanto al gobierno de la enseñanza, dentro de la izquierda hay quienes sostienen que tiene que ser ejercido por docentes elegidos por los propios docentes y hay quienes sostienen que eso sería un gravísimo error y que hay que retomar la centralidad “política”, es decir, la centralidad de los partidos en el gobierno de la educación. Hay experiencias más complejas, como la de la incorporación de los actores sociales en el bps, que es una experiencia virtuosa. No es algo que esté desafiando la centralidad de la política. Por otra parte, la última Ley de Enseñanza es una ley que tuvo sus debates, pero uno diría que los problemas de la enseñanza básicamente no están allí. En el gobierno anterior los cinco miembros del codicen eran nombrados por el Frente Amplio. En estos últimos días hemos visto una discusión muy sorprendente, que es acerca de la coparticipación. En el texto nosotros manejábamos la idea de que la coparticipación no era sólo una coparticipación en el gobierno 14 “Relaciones interpartidarias y gestión de gobierno en el Uruguay 1942-1973”, Revista Uruguaya de Ciencia Política 8 (1995), 15-33

15 Gerardo Caetano y José Rilla, “El gobierno como cogobierno. Despliegues y repliegues de la partidocracia uruguaya, 1942-1973”, en Jorge Lanzaro (Coordinador) La segunda transición en Uruguay. Gobiernos y partidos en un tiempo de reforma (Montevideo: Instituto de Ciencia Política, 2000).

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sino también en el Estado. Y no sólo como una concesión graciosa de los gobiernos, sino como el reconocimiento de la necesidad de que los representantes partidarios tuvieran un lugar. Eso fue un reclamo histórico de la izquierda durante veinte años. El gobierno que logra eso es el de [ José] Mújica. Su discurso inaugural es de una afirmación de centralidad partidaria enorme. Él dice: “yo concibo al gobierno como la generación de las condiciones para gobernar”. ¿Y cuáles son esas condiciones? El establecimiento de la posibilidad de pactar entre partidos diferentes. Él dice que no hay que estar de acuerdo en todas las cosas, que hay cuatro o cinco cosas solamente en las que los partidos tienen que estar de acuerdo. Y sin embargo ahora, en medio de una exacerbación de la disputa política, tenemos a varios senadores del gobierno, en primer lugar Lucía Topolansky que dice que si la oposición está tan enojada con el gobierno que se vaya. Lo cual es retomar la doctrina que durante veinte años marginó al Frente Amplio de la integración de los entes autónomos, aún cuando era el principal partido. La izquierda tiene instalada allí una gran confusión. Yo diría que no tiene un pensamiento consistente respecto a esto. Es muy claro que hay visiones muy contradictorias. jr: Acá ya entramos en un terreno mucho más opinable, pero tengo la impresión de que de los años que lleva de gobierno el Frente Amplio, ni para sí mismo ni para el país ha significado una contestación demasiado fuerte, ni por asomo, a la idea de la centralidad de los partidos. Aún con todas las incorporaciones conceptuales y concretas que hacen alusión a esa tradición tan societaria que tiene el Frente Amplio. Eso de que “hay que incorporar a los actores sociales” o los “actores involucrados”, eso de lo que siempre habla la izquierda y que es una especie de cliché pero, al final, cuando hay que tomar las decisiones, se vuelve a imponer, a su manera, la lógica partidaria. Aún es verdad en este gobierno, que está apoyado sobre un ensamblaje medio extraño entre los tupamaros y el MPP, que no son un partido, y el Partido Comunista, que sí es uno de los partidos más antiguos que tiene el Frente Amplio. A pesar de esa tensión, que a veces lleva a la parálisis, entre las bases, los comités, los congresos y las asambleas, creo que el actor partidario termina definiendo el juego, e incluso esto lo digo como expectativa. Hay como una expectativa eminentemente partidaria acerca de quién nos puede sacar de este aparente empate o pantano en que puede estar el gobierno: Tabaré Vázquez. Y eso remite otra vez a alguien que es capaz de congregar a la tribu bajo la forma de partido. No creo que haya cambiado demasiado el paradigma de la centralidad de los partidos. Creo que habría que escribir un capítulo, que yo no sabría cómo escribir pero que habría que hacer, acerca de cómo esta hipótesis devino, para muchos, en una especie de elogio de la política tradicional, colorada y blanca. ¿Cómo pasó eso? ¿Cómo se instaló esa idea de que es una hipótesis convalidante de un estado de cosas? Se podría probar demoledoramente de que no es así, pero eso está instalado, asociado de manera muy fuerte a la hipótesis, aunque no esté en su versión original ni mucho menos. Creo que es un objeto interesante desde el punto de vista historiográfico.

Sin embargo, algo que le pegó muy duramente a la idea fue la reforma constitucional de 1996. Habría que explicarla, con mayor abundamiento, como una objeción radical a la política tradicional del Uruguay y un cambio en todos sus parámetros, pero ha pasado prácticamente desapercibida por quienes han observado la vida de la hipótesis. Mi idea es que en los gobiernos del Frente Amplio no se han afectado demasiado los parámetros de funcionamiento de la hipótesis. Sin embargo, la reforma constitucional, institucional, electoral, con implicaciones en el sistema de partidos, eso es muy fuerte y no ha merecido una consideración.

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-Tal vez el hecho de que la hipótesis haya sido vista como una teoría “convalidante” tenga que ver con la afirmación que hacen sobre el final del texto. Pensando en los desafíos del “progresismo uruguayo”, ustedes advierten sobre el peligro que puede significar para ese progresismo, el de 1987, pensar que la república había sido siempre la expresión del conservadorismo. Como que advierten del peligro de que ese bipartidismo tradicional fuera visto como un sistema pura y exclusivamente conservador. El Frente Amplio no era todavía una actor político de tanto peso y no se sabía qué iba a pasar con él, de hecho en esa segunda mitad de la década de los ochenta va a sufrir quiebres que lo harán tambalear.

gc: Yo estoy de acuerdo en que ninguno de los dos gobiernos de la izquierda desafió, en términos de balance, la centralidad partidaria. Habría que ver si los compañeros están de acuerdo, luego de la boutade del último congreso de la una.16 Aquí hay un debate abierto dentro de la izquierda. Insisto en esto por varias razones: primero, la izquierda sigue teniendo una enorme dificultad para legitimar la negociación interpartidaria. Hay quienes la conciben como una concesión, quienes la conciben como un retaceo del programa y quienes lo que dirían es que hay que evitar por todos los medios negociar con los otros partidos, porque hasta la palabra “negociar” es una palabra con una carga peyorativa. jr: Se parece bastante al Uruguay eso. No es sólo del Frente Amplio, la idea de que el pacto es malo.

gc: Se parece al Uruguay de los últimos años. Yo me acuerdo por ejemplo la discusión sobre el pacto del Club Naval, donde Seregni decía “no, pacto no: acuerdo”. Los contenidos no importaban sino la palabra que los calificaba. Incluso en el modelo organizativo interno de la izquierda. Un partido como el Frente Amplio, que ya no es un partido de militantes, es un partido que ha convocado a más de un millón de personas en el ballotage y en la primera vuelta a más de novecientas mil personas, es un partido de ciudadanos. Y que le otorgue al congreso un poder tan desmesurado, a un casco de militantes que con muchísimo viento a favor son un veinte por ciento del caudal electoral, da cuenta de un problema de definición política. Esto yo creo que se ve tanto en lo que tiene que ver con su organización interna como en su visión del sistema político uruguayo. En el programa del Frente Amplio está la convocatoria a una convención nacional constituyente. Cuando Juan Castillo empezó su campaña electoral para la presidencia del Frente Amplio yo pensaba que si alguien le quería poner una bomba atómica al Frente Amplio en ese momento tendría que hablar de la reforma constitucional. Y ahí vuelve un poco eso de los zapallos que se acomodan en el carro. Porque esa propuesta, que estaba en el programa, con la que se arrancó la campaña, desapareció en una semana, porque es una propuesta absolutamente inviable. Algo tan importante que el Frente Amplio todavía no ha logrado, que es ser actor constituyente, formar parte de un pacto constituyente, hoy, con las diferencias internas que tiene respecto a la organización política, la organización de los partidos, sería absolutamente imposible. En una convención nacional constituyente, hoy, el principal desafiado sería el Frente Amplio, no tengo la menor duda. Tendría enormes problemas. Los otros partidos también, pero sobre todo el Frente Amplio. Y en cuanto a qué hitos pusieron en entredicho la hipótesis, eso es muy interesante. Uno podría ser la reforma constitucional del 96, otro podría ser el referéndum del 2009 por la anulación de la Ley de Caducidad, que se inició con toda la oposición en contra pero además contra

16 Se refiere al congreso de Unidad Nacional, realizado el 21/7/2012, en que se calificó al gobierno del Frente Amplio como un “régimen totalitario”.

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la posición manifiesta, explícita, del Presidente de la República y de los sectores mayoritarios del Frente Amplio. Recordemos que Mujica, inicialmente, dijo que no iba a firmar. Es un movimiento que se inicia contra todos los partidos, incluso contra la izquierda. Fue un sector muy menor de la izquierda el que lo respaldó.

Todas las instancias de democracia directa son desafíos a los partidos. El Uruguay tiene muy tempranamente, desde la segunda Constitución, una institucionalidad de democracia directa muy fuerte. En los últimos veinticinco años ha sido un instrumento muy utilizado por la izquierda. Curiosamente, hoy, lo que a mi juicio es el principal desafío de la oposición, tal vez el único, es una iniciativa de reforma constitucional sobre el tema que más preocupa a los uruguayos, que se va a plebiscitar juntamente al acto electoral y en el cual, hasta hoy, las encuestas revelan un porcentaje mayoritario de la ciudadanía a favor, pero además un porcentaje muy alto de los frenteamplistas que también está a favor y desoye las afirmaciones de sus dirigentes.17 Acá siempre hay que recordar que ciudadanía y opinión pública no son lo mismo y que una cosa es lo que se dice en una encuesta y otra es lo que se hace en el cuarto secreto.

Por otra parte, la izquierda, después de todo lo que pasó con la Ley de Caducidad, ¿podrá seguir recurriendo de manera tan permanente al referéndum o al plebiscito entre sus instrumentos de acción política? No va a ser igual.

rp: Yo creo que la experiencia de gobierno del Frente Amplio no ha cuestionado la hipótesis por la vía de la participación de movimientos u organizaciones sociales en el Estado. Además, no es tan novedosa esa participación tampoco. Ya había experiencias previas, en el bps, en el viejo sistema de asignaciones familiares y, sobre todo, en los Consejos de Salarios. También en la enseñanza secundaria, en el Consejo previo a las reformas de 1972, había representantes del Poder Ejecutivo pero también otros elegidos por los docentes.

gc: Ni que hablar en términos de propuestas. En los años veinte el batllismo tenía entre sus propuestas programáticas, en su partido, la elección de todas las autoridades de la enseñanza por los docentes y también la elección directa de los integrantes de la Suprema Corte de Justicia. No son temas que vinieron con el Frente Amplio. Por otra parte, y en términos de desafío, hay que decir que la partidocracia vive en el conflicto. No vive en el consenso. Y este ha sido otro tema de debate. Se ha dicho que la partidocracia no podía alojar la interpretación del conflicto. Muy por el contrario, yo creo que la centralidad partidaria, en muchos de los momentos más conflictivos de la vida del país, más polarizados, es donde se ve más exigida. Esta idea de la partidocracia como política del consenso, negadora del conflicto, es equivocada.

rp: Sí, por ejemplo, las divisiones partidarias ocurren y han ocurrido históricamente, pero no son o eran cosas de todos los días sino más bien algo poco frecuente. Los partidos son más estables en su conflictividad, interna y con los otros partidos, de lo que suele suponerse. Yo creo que ahí, en el Uruguay de las décadas del sesenta y setenta, conflicto interno era casi sinónimo de declinación partidaria, en los enfoques académicos y en la convicción de los políticos. Hoy estamos muy lejos de eso y a veces no nos acordamos. Cuando un partido entraba en conflicto 17 Se refiere a la propuesta impulsada originariamente por el sector mayoritario del Partido Colorado y apoyada por el sector mayoritario del Partido Nacional, que, entre varias medidas, propone rebajar la edad de imputabilidad penal a 16 años. Las más de 360.000 firmas recolectadas por estos sectores políticos , nucleados en la Comisión Nacional por la seguridad-Para vivir en paz, habilitará un plebiscito sobre el particular, que se desarrollará de forma conjunta a las elecciones presidenciales y legislativas del año 2014.

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interno en seguida venía el “pronóstico”: va a votar mal, se va a separar, etcétera. No creo que sólo haya influido la hipótesis partidocéntrica sino también muchos otros estudios, pero hoy sobre todo la academia se volvió mucho más cautelosa, a pesar de que de vez en cuando los partidos sí se dividen.

gc: Tiende a pensarse que lo que amenaza más el comportamiento electoral de un partido es la falta de conflicto. Cuando los dirigentes de un partido se vuelven demasiado parecidos a sí mismos y aparecen hegemonizados por una imagen de consenso, ese partido tiende a bajar su caudal electoral. Es el problema que tienen los colorados y que comienzan a tener los blancos. Hoy tenemos una situación muy atípica. Blancos y colorados, frente a cualquier tema, prácticamente no tienen matices, ni a la interna ni entre ellos. Algo casi inédito. Y eso tiende a quitarles chance.

jr: A mí me parece que la hipótesis funciona también dentro de un sistema cultural. Es decir, de símbolos, señales, representaciones, narrativas. Todavía le sigo viendo a la política de partidos una centralidad muy fuerte en esta cosa de la significación en el trato interpersonal. Me pasó hace unos días, por ejemplo, que una persona con la cual estaba hablando mientras esperaba para hacer una transacción, nos fuimos un poco de tema, nos fuimos a la política, y me lanzó una expresión aparentemente muy ingenua que yo no sé si es bien propia del Uruguay y de esto de lo que estamos hablando. Me decía: “nosotros somos del Frente”. Y ahí estaba diciendo mucha cosa este señor. No estaba diciendo “yo voto al Frente” o “nosotros votamos al Frente”. En lo que decía hay una cosa de pertenencia a una tradición que está incorporada al lenguaje de la vida cotidiana. Me podría pasar lo mismo con un blanco o un colorado. Yo creo que esto se puede hundir no tanto si cambian las posiciones de los actores en el tablero, sino el lugar que la política tiene en la convivencia y en el cultura. Ahí si yo veo más posibilidades que el barco se hunda. Si la centralidad de la política y de lo político se modifica de manera radical. Y es una de las posibilidades, si es que ya no estamos en eso. En aquel texto del 89 nosotros al final creo que decíamos “bueno, ¿y qué pasa con las tecnologías?”, cuando ni siquiera barruntábamos la más mínima señal de lo que estamos viviendo ahora. gc: La política y el Twitter.

jr: Sí, esos otros espacios de sociabilidad, de intercambio que le cambian el lugar al actor y los actores. Hoy, afirmación uno: la política no se hace de la misma manera. Afirmación dos: tal vez no tenga el mismo lugar que tenía en los setenta, en los ochenta, en los noventa o en el siglo xix. Si eso fuera cierto, me parece que por ahí podría empezar a sentirse un hundimiento de la partidocracia en el sentido que nosotros la estábamos entendiendo, ¿hacia dónde? no lo sé. Es decir, la veo más amenazada por los fenómenos de la cultura y de la civilización en la que estamos que por el funcionamiento de los actores y la lucha política. Justamente, en la medida en que siga habiendo lucha política en su sentido más tradicional, creo que la hipótesis sigue en pie.

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La República Batllista. Gerardo Caetano. Montevideo: ebo, 2011, 326 pp. La República Batllista es la última publicación de Gerardo Caetano, la primera de una saga de tres volúmenes que son la expresión pública del trabajo incorporado en su tesis doctoral denominada “Modelos y prácticas de la ciudadanía en Uruguay”, que aparecen aquí presentados como colección con el título de “Ciudadanía, republicanismo y liberalismo en Uruguay (1910-1933)”. Se presenta como un libro que pretende establecer un hito o agregar una nueva mirada a las líneas de reflexión que le anteceden, sobre un período de la historia que es, para la mayoría de los historiadores, determinante en la conformación de la matriz cultural y política de los uruguayos. Resulta insoslayable tener en cuenta la trayectoria académica del autor, ya que explica mucho sobre el contenido de la obra y el impacto que provoca en el debate sobre la historia de las ideas. Los temas de investigación de Gerardo Caetano han sido amplísimos, pero muchos refieren directa o indirectamente a este período de la historia uruguaya, que al igual que a la mayoría de los investigadores sociales terminó por atraparlo por su magnetismo y que, bien o mal, es denominado batllista. De tal forma, La República Batllista no es el resultado de una investigación más, sino que es la tercera parte de una síntesis, ajustada por nuevos aportes de muchos años de investigación y docencia practicadas por su autor, que se pueden observar reflejados en una gran cantidad de fragmentos y citas del libro.

En las tres partes en que se desarrolla el libro se puede encontrar una rica dialéctica con hallazgos o confirmaciones que conforman un vigoroso equilibrio entre las novedades y las inercias de su pensamiento. La primera se llama “Republicanismo, política y nación”, en la que, a lo largo de sus cinco capítulos, cabe destacar una profunda revisión de la mirada historiográfica tradicional que incorpora los aportes que ofrecen las herramientas analíticas de los desarrollos recientes de la Teoría

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Democrática, en particular, la aparición de definiciones mucho más precisas del significado y alcance de las tradiciones políticas liberales y republicanas en el pensamiento y en la acción de las sociedades contemporáneas, con el impacto que generan en la conformación de sistemas de valores y reglas de convivencia en los pueblos.

Colocados como una lupa sobre el tapiz variopinto de la generación del 900, modifican el paisaje que estábamos acostumbrados a mirar. La comparación del pensamiento batllista con los presupuestos de un republicanismo radical permiten observar una asombrosa similitud, encajando dichos supuestos teóricos a la contingencia histórica del período, como si fuera un puzzle prediseñado y en donde las piezas calzan con particular facilidad. Posiblemente la aplicación de una matriz como la reseñada por el autor en los teóricos del republicanismo, habilite a una revisión de la interpretación tradicional de los avatares y la fundamentación de las acciones políticas de los protagonistas, modificando los roles y la valoración de las influencias en el pensamiento de la época. Instituciones como los instrumentos de democracia directa, el mandato imperativo de los partidos políticos y otros, van construyendo el sostén de las hipótesis propuestas por el autor. En los capítulos iv y v se desarrolla la idea de que la primacía de lo público por sobre lo privado en el discurso político no es solamente un debate entre élites dirigentes, sino que constituye una pieza más en la conformación de una cultura cívica, basada en el compromiso y la integración de los ciudadanos al proyecto de país que se ponía en juego, impulsado fundamentalmente por los partidos políticos; del mismo modo, identificados los principios republicanos como fuertemente explicativos del pensamiento del batllismo, también arroja luz sobre la alteridad de la tradición liberal mayormente presente en los diferentes grupos de oposición, proponiendo el autor la presencia de una lógica dialéctica de la actividad política, sin hegemonías ni preeminencias, en donde la síntesis se constituye en algo así como la conformación de una cultura que denomina

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“republicanismo liberal”, visualizada claramente en los años del Centenario.

La lucha de ideas tamizadas por los nuevos aportes de la Teoría Democrática recoge también sustantivos cambios en la interpretación de los debates civiles y, en particular, los que refieren a la demanda de una moralidad social basada en los presupuestos del republicanismo radical y fuertemente resistida por los cultores de una sensibilidad liberal. Esta tensión que se desarrolla a lo largo de la segunda parte, denominada “Los pleitos por la moral”, incorporan un más que interesante insumo para rastrear la conformación de aquella cultura republicana liberal en los ciudadanos de a pie. Los debates sobre la religiosidad, la laicidad de la educación y la promoción de “valores del nuevo civismo” que se presentan en los respectivos capítulos, conformaron los ejes en los que se formateó la identidad social y por donde pasaban los anhelos y los rasgos de la autoestima en los uruguayos del Centenario. Es dable destacar, también, que la lucha por la moral adquiere en este relato una centralidad que se corresponde con las exigencias propias de un republicanismo demandante de un comportamiento virtuoso del conjunto de los ciudadanos. Eso explica, en parte, porqué insumieron para los dirigentes de la época tantos debates y tanta dedicación, que resultan bastante inusuales a partir de los estudios comparados de las experiencias regionales. Finalmente, Gerardo Caetano agrega a modo de “espejo” una tercera parte con testimonios que denomina “Protagonistas y visiones”. El valor de estos testimonios ilustra en los años del Centenario, el clima y las principales tendencias políticas descritas por José Vasconcelos y Rosita Forbes. Cierra el libro un anexo documental en donde el autor incluye un soberbio catálogo ontológico de la Inspección de Secundaria de 1930, donde el “deber ser” se expresa en un conjunto de principios y valores a ser cultivados por los estudiantes y que pautan los fundamentos morales en los que se apoyó el imaginario de la época, pero, especialmente, se expresan allí las esperanzas que aquella generación depositaba en los jóvenes para proyectar al futuro un estilo de vida que se autopercibía como propio de una sociedad modelo. Esta publicación que resulta, desde todas las perspectivas, recomendable, se incorpora a las nuevas corrientes de historia de las ideas que encuentran mayores elementos en común en el debate dialéctico entre el liberalismo y el republicanismo de las matrices fundacionales políticas, reduciendo los análisis parroquiales y habilitando a una mejor comprensión de la contingencia histórica

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de las sociedades humanas. Siempre dentro de la excelencia y en un marco de importantes aportes académicos, se podrían observar algunos detalles menores que no resultan tan significativos para los contenidos del libro, como una exacerbada mención al mayor o menor grado de centralidad que tuvo José Batlle y Ordóñez en la actividad política del período de estudio, en un aparente intento de desmarcarse de cualquier relato funcional de los partidos. En particular, nos hubiera gustado conocer una mayor profundización de la organización y de los debates al interior de los partidos políticos que se instalaron en la centralidad del sistema político, lo que iría en línea a la idea muy consensuada de la “partidocracia” uruguaya, desarrollada por el propio Gerardo Caetano junto a José Rilla y Romeo Pérez en anteriores trabajos. Seguramente encontraremos pistas en las futuras publicaciones prometidas por el autor, en el desarrollo de éstos y otros elementos claves del desenvolvimiento político y social de las primeras décadas del siglo xx. Eduardo Alonso

Instituto de Ciencia Política/Facultad de Ciencias Sociales/Universidad de la República

Mujeres Montoneras. Una historia de la Agrupación Evita, 1973-1974. Karin Grammático. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2011, 130 pp. Este libro instala desde su tapa –que simula una pintada con rojo sangre sobre fondo negro– las claves de época que singularizaron a los tempranos años setenta en la Argentina. Lo hace a partir de la reconstrucción de la Agrupación Evita, la organización de masas dirigida a las mujeres de Montoneros. La decisión resulta una inmejorable apuesta para problematizar y complejizar el período comprendido entre la victoria peronista de marzo de 1973 y setiembre de 1974, cuando Montoneros decidió pasar a la clandestinidad. Este lapso constituye un vertiginoso y crucial momento histórico definido por la radicalización y la polarización política, pero cuya comprensión se enriquece, como han propuesto recientes análisis, al ponerla en relación con las potentísimas mutaciones económicas, sociales y culturales que vivía la sociedad argentina. Justamente, uno de los más ricos aportes de este libro es dar cuenta de ambos niveles: está centrado en lo político y, al mismo tiempo, es capaz de iluminar, a partir de la indagación en la condición femenina, esas transformaciones de más larga duración.

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Mujeres Montoneras articula la historia reciente y los estudios feministas y de género; con ello, se instala en dos campos que en forma simultánea, al calor de las preocupaciones sociales y políticas de la actualidad, se encuentran en rápida y dinámica expansión en la agenda historiográfica argentina. Ambos enfoques desafían ciertos supuestos de la propia disciplina (sus formas de construir el conocimiento legítimo, de definir los tiempos y los sujetos históricos y las preguntas de investigación) lo que resulta aún más pronunciado al conectarse entre sí. En ese sentido, el libro es un valioso fruto de los esfuerzos colectivos –expresados en Jornadas y compilaciones– que alentaron este cruce y que han tenido a la autora de este libro entre sus protagonistas. En su obra, Karin Grammático se pregunta qué papel tuvo la Agrupación Evita para Montoneros y qué significación tuvo para las mujeres. Esta interrogante se inserta en una problemática más amplia: entender las disonancias entre la vanguardia política y el movimiento feminista en la Argentina de los años setenta. La autora coloca su análisis de la Agrupación en el corazón de los enfrentamientos y las estrategias políticas de Montoneros, la derecha peronista y el propio Juan Domingo Perón. Y luego recorre el camino inverso: analiza el carácter político de la experiencia colectiva de las mujeres en términos de las estructuras de poder dentro y fuera de la organización armada. Este recorrido de ida y vuelta le permite moverse por diferentes niveles – el peronismo, Montoneros, la cultura militante, la condición femenina– lo cual constituye una perspectiva especialmente renovadora porque no sólo entrelaza dichas dimensiones sino que aborda algunas que aún han sido escasamente transitadas como son los “frentes de masas” y la experiencia de los sujetos que acompañaron a la organización armada sin estar encuadrados formalmente en ella.

El libro está organizado en cuatro capítulos. El primero reconstruye la formación de la Agrupación Evita en un riquísimo análisis de la coyuntura política y la interna peronista en 1973. La autora explica que su creación se enmarcó en la lucha por la hegemonía de la Rama Femenina que integraba, según la carta orgánica, el Consejo Superior del Peronismo. En términos más amplios, la Agrupación tenía el objetivo de disputarle a la derecha peronista el encuadramiento de las mujeres dentro del peronismo en el contexto del regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina. El segundo y tercer capítulo, los centrales, hacen eje en la organización y las características

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de la Agrupación Evita. El segundo aborda la estructura interna y su relación con la dirección de Montoneros, también analiza las principales líneas de acción, los discursos sobre la condición femenina de la Agrupación en el contexto de los discursos del peronismo y la trayectoria de sus dirigentes. Este análisis revela que la Agrupación capitalizó la militancia previa de las militantes y las mujeres de base y la propia tradición peronista que se remontaba a Eva Perón y al primer peronismo, que había incorporado a las mujeres como sujetos políticos en función de su condición de esposas y madres. También descubre el rechazo que inicialmente ganó a las dirigentes que habían sido destinadas al trabajo con la Agrupación, incluso, algunas lo concibieron como un castigo que las apartaba de lo que consideraban las “verdaderas” tareas de la lucha revolucionaria. El tercer capítulo profundiza el análisis de las acciones y los aprendizajes políticos de las militantes. Colocando el foco sobre las relaciones entre las militantes montoneras de clase media y las mujeres de los sectores populares, la investigación sugiere que la Agrupación asumió discursos que reafirmaban la división sexual del trabajo pero que, paradójicamente, al hacerlo condujo a las mujeres de los barrios fuera del ámbito hogareño al introducirlas en la organización colectiva de sus necesidades. Simultáneamente, esas experiencias les permitieron a las dirigentes descubrir las connotaciones políticas que asumían lo cotidiano y lo doméstico. En definitiva, que lo personal era político.

El último capítulo coloca nuevamente en el centro el escenario político y la interna peronista para explicar la disolución de la Agrupación en el marco del pasaje a la clandestinidad de Montoneros. En ese contexto, según explica la autora, la conducción congeló las actividades del frente de mujeres y derivó sus dirigentes hacia otros espacios y responsabilidades. La reconstrucción explora los efectos que tuvo la medida entre quienes militaban en las organizaciones sociales y se detiene en las incertidumbres y disidencias que provocó entre las dirigentes. Finalmente, reconstruye la significación retrospectiva que tuvo esa breve e intensa experiencia de la Agrupación en la percepción de la condición femenina de aquellas dirigentes que sobrevivieron al terrorismo de Estado. En ese sentido, revela que para muchas de ellas fue un aprendizaje que las llevó, luego, a la militancia política feminista. En su conjunto, el libro nutre la comprensión de los setenta en distintos niveles. Por un lado, es un importante aporte al conocimiento de la izquierda armada y, obviamente, al de Montoneros y lo hace

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en función de una problemática aún poco explorada como son las organizaciones de base y la condición femenina. Por el otro, constituye una interesantísima contribución a pensar el lugar de las mujeres dentro de las organizaciones armadas, la experiencia de las militantes y sus interacciones con las mujeres de los sectores populares a las que se proponían organizar. En los dos planos resulta de especial interés su examen de las estrategias, los discursos y las acciones políticas y su contraste con las percepciones de los sujetos que las pergeñaban y las sostenían.

La investigación –realizada en el marco de su maestría en el Programa de Historia de la Universidad de San Andrés en Argentina– está basada en testimonios orales y fuentes escritas convencionales que, paradójicamente, resultan marginales en muchas investigaciones que se preocupan por la experiencia y la subjetividad durante este período. Con estos materiales, la autora logró una reconstrucción plena en detalles que ha exigido un trabajo de orfebre, sutil, rico y atento. Escrito con una prosa clara y amena, Grammático coloca cada argumento en un entramado complejo que no elude internarse en las contradicciones que signó la experiencia de la Agrupación Evita. El resultado es una narración que atrapa con cuotas parejas de descripción y de interpretación. Es, también, un libro cuidado que nos permite internarnos a nosotros, lectores, en un mundo próximo –que aún imanta nuestro presente– pero que, también, nos permitirá observar con una mirada extrañada. Isabella Cosse conicet-uba

Paulo Freire and the Cold War Politics of Literacy. Andrew J. Kirkendall. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2010, 246 pp. El libro es el resultado de una investigación rigurosa que ofrece una clave de lectura del trabajo de Paulo Freire tan prometida como poco explorada. El autor ubica la obra del pedagogo brasilero en el contexto político más amplio vinculado con el interés de las políticas de alfabetización durante la Guerra Fría. En este contexto se produce a escala planetaria una confrontación entre diferentes modelos de desarrollo y la alfabetización se convierte en subsidiaria de alguna de las fuerzas en conflicto. A partir de estos supuestos comienza a desentrañar el proceso de conversión de Freire en un actor político a escala global.

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Empieza con el análisis del inicio de la actividad pedagógica hacia los ‘60 en Brasil, con el gobierno de Goulart. La contratación de Freire al frente del Ministerio de Educación en Brasil tiene que ver con la centralidad que adquiere el analfabetismo. En 1962, en el marco de la Alianza para el Progreso, hubo un acuerdo especial entre Estados Unidos y Brasil que, como manifiesta Kennedy en una carta al presidente Goulart, “prometía cambiar el rostro del Nordeste”. Parte del atractivo del método de Freire era la promesa de resolver en cuarenta días la cuestión del analfabetismo; esta consideración, según el autor, no tomó en cuenta el potencial subversivo de la propuesta. El autor logra desentrañar la complejidad del escenario en que Freire actuó, recibiendo críticas cruzadas: por un lado, desde la izquierda había quienes desaprobaban su programa por el tener financiación de usa; por otro, la derecha lo acusaba de pretender “cubanizar Brasil”. Creció la oposición al programa de alfabetización de Freire, retirando finalmente usa el apoyo a la campaña.

El libro muestra que la posición de Freire en este contexto de polarización política no es clara: él decía no querer que su campaña sirviera a fines ideológicos, aunque de hecho no se podía negar que “la toma de conciencia” de los campesinos llevaría a la adopción de una cierta posición ideológica. A pesar de las contradicciones del gobierno, en marzo de 1964 Goulart propuso otorgar a los analfabetos el derecho al voto. Esto precipitó de alguna manera el golpe militar.

El exilio para Freire significó mucho dolor, pero también nuevas oportunidades que lo harían una figura de relevancia internacional, según el autor. La experiencia de Freire en Chile se inicia en 1964 y fue el primer paso en este proceso. No obstante, dicha experiencia no se va a desarrollar sin contradicciones. Freire trabajó cuatro años en Chile entrenando en métodos de alfabetización en los asentamientos (tierras expropiadas) en el marco de una reforma agraria. Una discusión político-metodológica atravesó el desarrollo de la campaña de alfabetización llevada adelante por el gobierno de Frei, ligada a una rémora de la cultura agraria: cómo enfrentar el paternalismo en las relaciones cotidianas de los campesinos. Esto derivó en una confrontación entre el jefe de la campaña y Freire, quien creía que los alfabetizadores no debían ser agrónomos o profesionales, sino que debían ser los propios campesinos auto-organizados.

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Una nueva etapa se abrió para Freire entre 1969 y 1980 cuando comenzó a trabajar para el Consejo Mundial de Iglesias: se transformó en un actor político a escala mundial, “un representante del tercer mundo”.

Sus ideas se difundieron en este período, pero, según el autor, se produjo un cambio de dirección política en su aplicación: mientras en los periodos anteriores trabajó en el marco de democracias multipartidarias en este período trabajó fundamentalmente para estados unipartidarios. Durante su estadía en Ginebra Freire creó el Instituto de Acción Cultural (idac) a través del cual difundió y puso a prueba sus ideas. Un análisis tan documentado como interesante es el que ofrece el autor acerca de las experiencias con campañas de alfabetización en las cuales Freire participó durante este período: las campañas en Guinea Bisseau y Sao Tomé. Luego de analizar las particularidades de la implementación de las campañas en estos países recientemente descolonizados del África, el autor pone en evidencia las contradicciones de la aplicación del método freiriano y de los límites al mismo impuestos por las condiciones políticas en que se desarrollaban, en particular por los compromisos que implicaba desarrollar la lucha por la alfabetización como conciencia crítica en “estados de partido único”.

La última y la mayor campaña de alfabetización en que Freire participó mientras estuvo en el Consejo Mundial de Iglesias fue en Nicaragua, después del derrocamiento de Somoza. Según el autor, ningún programa reflejaba mejor el espíritu utopista de la revolución que la “Cruzada por la alfabetización”, la cual pretendía abarcar al 75% de la población analfabeta del campo. La campaña se desarrolló de marzo a octubre de 1980, aunque la presencia de Freire fue tan solo una visita de nueve días en octubre de 1979. La campaña sandinista, en lugar de incluir como palabras generativas las de los campesinos, utilizaba consignas revolucionarias. Para algunos de los actores, la campaña apuntaba a “reprogramar la mentalidad de los nicaragüenses”, como una condición para la modernización de la economía. Esto despertó las críticas de los freirianos, aunque no de Freire, quien se vio profundamente impresionado por la revolución sandinista.

Nuevamente, el autor muestra la complejidad de las políticas de la alfabetización durante la Guerra Fría. La participación de Cuba fue central para el desarrollo de la campaña. Por otro lado,

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paradójicamente ningún país aportó más recursos a la campaña que Estados Unidos. Aunque la administración Carter había intentado impedir que los sandinistas ascendieran al poder, su principal objetivo era evitar que se convirtiera a Nicaragua en una nueva Cuba.

La campaña no logró sostenerse en el tiempo y el autor especula con la posibilidad de que si esto hubiera ocurrido, habría permitido desarrollar una democracia más profunda. Sumado a esta debilidad, la existencia de un partido único que no promovió una nueva generación de líderes democráticos parece explicar algunas de las razones por las cuales el proyecto sandinista no logró consolidarse en el poder. Freire evitó las definiciones partidarias durante toda su vida. Sin embargo, en 1980 después de su retorno a Brasil, participó en la fundación del pt. Este partido reivindicó a la democracia como una conquista universal de la clase trabajadora: “Los trabajadores no serían más llamados a votar, ahora podían ser candidatos”. Para Freire el pt era un educador popular de masas; el partido tenía que formar a sus propios militantes y además ser crítico con los sistemas educativos imperantes. La educación se volvió así un asunto central en las campañas del pt. Erundina, candidata del pt victoriosa en las elecciones en San Pablo, quien había trabajado en las primeras campañas de alfabetización con Freire, lo propuso como Secretario de Educación. Desde este cargo, Freire lanzó una nueva campaña de alfabetización. El autor plantea que en esta oportunidad, paradójicamente, Freire logró una mayor coherencia con su concepción de la alfabetización como lectura problematizadora de la realidad. En ese contexto analiza las causas que habrían permitido a Freire esta oportunidad: el contexto político multipartidario de Brasil y la finalización de la Guerra Fría. Según el autor, a pesar de la fuerte influencia del legado freiriano en la actualidad, la alfabetización hoy no reviste el mismo interés político que durante la Guerra Fría. La influencia de ese contexto político hacía que la preocupación por el control ideológico del enemigo colocara a la alfabetización en el ojo de la tormenta. De ahí la centralidad que adquirieron las políticas de alfabetización durante este período, incluida la figura de Freire. Nos atrevemos a plantear que esta investigación va a marcar un antes y un después en los estudios freirianos. Mercedes Couchet Antonio Romano

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación/Universidad de la República

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Dignifying Argentina. Peronism, Citizenship and Mass Consumption. Eduardo Elena. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2011, 332 pp. En un artículo publicado en la revista Historia Nº48 (2003), Juan Manuel Palacio llamaba la atención sobre la ausencia de estudios sobre el peronismo en la producción historiográfica de la “reacción profesionalista”, surgida a partir de la vuelta de la democracia en Argentina. A partir de entonces la hegemonía del kirchnerismo renovó el interés, tanto en Argentina como en otros países, sobre ese período tan fundamental en la historia argentina. Una vertiente muy sugerente de esos trabajos retomó la senda de Daniel James, quien con Resistencia e Integración (1988) propuso explorar las complejas relaciones entre cultura y política como forma privilegiada para comprender al peronismo. Al poner bajo la lupa la cultura popular, esta perspectiva se distanció de las interpretaciones revisionistas que concebían las relaciones entre Estado y sociedad como dominantes y dominados, al considerar estas esferas como mutuamente constitutivas. Este libro inaugura una nueva matriz de dicha vertiente, la del consumo: Dignifying Argentina es una historia cultural del consumo que explora las relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad para argumentar que durante el peronismo se reformuló la noción de ciudadanía, desplazándola del viejo paradigma liberal para aproximarla a la integración de los sectores populares en la sociedad de consumo masivo. En los primeros dos capítulos, Elena rastrea la base ideológica de las políticas redistributivas del peronismo explorando las representaciones sobre consumo masivo que circularon en el periodo entreguerras. El autor muestra cómo, hacia fines de la década del ‘30, intelectuales de diversas disciplinas y vertientes políticas se hicieron eco de las profundas desigualdades en el poder adquisitivo de la población, poniendo en cuestión los alcances del ideal moderno y democrático y acordando que el consumo doméstico debía ocupar un lugar predominante en la agenda pública. Si bien el imaginario colectivo identificaba el consumo como un asunto privado que requería más un compromiso moral por parte de los sectores propietarios que regulaciones estatales, ciertas nociones esenciales de los estudios sobre el consumo –como “nivel de vida”– se hicieron de uso común hacia principios de los años ‘40. Esto permitió profundizar el debate público sobre las relaciones entre Estado, mercado y ciudadanía, lo que a su vez contribuyó

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a legitimar la intervención pública en una esfera hasta entonces restringida al mundo de lo privado. El discurso de los intelectuales comenzó a filtrarse en los debates sobre la economía nacional y a partir del golpe del ‘43 la elite política –con Perón como principal impulsor– comenzó a ejecutar políticas combinando las ideas locales con los modelos de Estado de Bienestar de otras latitudes con el fin de incorporar plenamente a los sectores populares en la sociedad de consumo moderna. Estas medidas, cuyos ejes fueron la promoción de aumentos en el poder adquisitivo de los sectores populares, la expansión de los servicios sociales brindados por el Estado y la creación de nuevas alternativas de consumo popular que operaran por fuera de las fuerzas del mercado, recibieron un renovado impulso a partir del arribo de Perón a la Presidencia. Según Elena, estas políticas rompieron con la hegemonía de la tradición liberal ampliando la noción de ciudadanía hacia el derecho de los trabajadores a satisfacer sus aspiraciones materiales, lo que legitimó con más fuerza la intervención del Estado en el mercado. En el tercer capítulo, el autor pone en cuestión las auto-representaciones míticas del peronismo al explorar la problemática implementación de las políticas redistributivas y de expansión del consumo. La creciente inflación que afectó los salarios reales hacia fines de la década del ‘40 presentó al gobierno un doble desafío: por un lado, debió minimizar las reacciones de los sectores propietarios ante el control de precios que se llevó a cabo por esos años, por el otro, debió continuar satisfaciendo las expectativas de “vida digna” de los sectores populares que ellos mismos habían creado. El gobierno afrontó este desafío con éxito, logrando fortalecer los lazos con los sectores populares y junto al férreo control de precios, que restringió los derechos civiles de los sectores propietarios, montó un también férreo aparato propagandístico que definía esta medida como una cruzada contra los “enemigos económicos de la nación”, una noción que le permitía englobar a todos los sectores propietarios no alineados con el peronismo. De esta manera, Elena argumenta que estas medidas y la forma en que fueron presentadas contribuyeron a reforzar identidades políticas y lazos de lealtad entre Perón y los consumidores populares. Como se muestra en el cuarto capítulo, las representaciones de “vida digna” producida por los líderes y propagandistas del peronismo se ajustaron a los modelos culturales definidos por las fuerzas del mercado. Estas representaciones reproducían

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las normas de género y las jerarquías del gusto propias de los sectores medios urbanos; para los sectores populares, este ideal generaba expectativas que no siempre podían cumplirse, así lo muestra Elena en el sexto capítulo a través de uno de los más valiosos descubrimientos archivísticos del libro: la cuantiosa correspondencia que arribó a las oficinas del Ministerio de Asuntos Técnicos durante una campaña que lanzó el gobierno en vísperas de las elecciones de 1952 bajo el slogan “Perón quiere saber lo que el pueblo quiere”. Lejos de la imagen armónica y homogénea que difundieron los propagandistas oficiales sobre la política social del peronismo, lo que muestran estas cartas es la diversidad de estrategias que utilizaron los sectores subalternos para expresar simultáneamente sus demandas insatisfechas de “vida digna” y cumplir con las expectativas que las autoridades tenían sobre ellos. Si bien reclamaban su derecho a satisfacer sus necesidades materiales, a la vez expresaban sus deseos de colaborar con sus líderes, identificaban como enemigos a quienes estaban por fuera del peronismo y creían en la capacidad del Estado de satisfacer sus demandas. Es decir que, si bien la campaña “Perón quiere saber lo que el pueblo quiere” tuvo poca repercusión en el diseño de las políticas públicas del segundo gobierno de Perón, ésta sirvió para renovar los lazos de solidaridad y lealtad. Como resultado, argumenta Elena, lejos de ponerlo en cuestión, la participación de los sectores subalternos en esta campaña fue funcional a las intenciones hegemónicas del peronismo, pues canalizó las demandas populares hacia su propio fortalecimiento. Por otro lado, el análisis de Elena sobre esta correspondencia permite matizar los retratos que ponen de relieve los rasgos autoritarios del peronismo: para el autor, las cartas revelan una continuidad en el desarrollo de prácticas ciudadanas autónomas que utilizan los recursos del Estado para sus propios fines. El éxito de la campaña, argumenta Elena, no fue mérito del gobierno sino de la persistencia de una vieja tradición de compromiso ciudadano con la comunidad y con el Estado. Como muestran el quinto y el séptimo capítulo, durante el segundo gobierno de Perón uno de los desafíos centrales del gobierno fue promover un consumo moderado, disciplinado y culto, frente a un electorado que esperaba una expansión de las políticas redistributivas. En el nuevo marco, la austeridad y la productividad fueron presentadas como formas patrióticas de colaborar con el futuro de la nación. Nuevamente, el gobierno logró articular la política económica hacia sus fines sin perder

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el apoyo popular. Las restricciones en el consumo hicieron que los sectores populares se volcaran masivamente hacia alternativas por fuera del mercado que proponía el peronismo –como las proveedurías de la Fundación Eva Perón– para satisfacer sus necesidades materiales. De esta manera, según Elena, no fue la contracción de la economía sino la expansión de la movilización masiva y el avance de la censura los que agravaron los conflictos con una amplia coalición opositora, lo que provocó el golpe de Estado que puso fin al gobierno de Perón. Uno de los aspectos más interesantes de este libro es cómo el autor reconcilia dos interpretaciones enfrentadas del período. Elena apoya la perspectiva –que tuvo amplio consenso durante los años ‘80– que coloca al peronismo en un marco histórico más amplio. Desde esta perspectiva, el apoyo a Perón se originó en formas previas de asociación, participación y autoidentificación de los sectores populares. La intervención estatal en la economía y las políticas redistributivas fueron concebidas y diseñadas localmente y en otras latitudes con anterioridad al surgimiento del peronismo. Otros trabajos más recientes sostuvieron que el peronismo reforzó las convenciones de género y de gusto prevalecientes en la etapa previa. Sobre estos aspectos, Elena también arroja luz, sin embargo, este libro está lejos de subestimar los aspectos rupturistas del peronismo, por el contrario, como vimos, uno de los argumentos centrales del libro destaca las transformaciones que introdujo el peronismo en la política nacional al colocar la noción de ciudadanía por fuera del molde liberal. Aunque en menor medida, otro aspecto que Elena pone de relieve es la importancia que tuvo el movimiento en torno a la definición de identidades colectivas a través de movilizaciones masivas sin precedentes.

Argumentado sobre una sólida base empírica, este libro vuelve desde una nueva perspectiva sobre algunos de los tópicos clásicos en relación al peronismo, a la vez que sugiere nuevas preguntas sobre la aún prácticamente inexplorada historia del consumo en América Latina. Dignifying Argentina es un análisis complejo, interesante y, sin duda, destinado a ocupar un lugar central en la historiografía sobre uno de los períodos más intrigantes y recorridos de la historia argentina y latinoamericana. Mateo García Haymes

Universidad de San Andrés / Universidad Nacional de Quilmes/conicet

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Luchas contra la impunidad. Uruguay 1985-2011. Gabriela Fried y Francesca Lessa (Compiladoras) Montevideo: Trilce, 2011, 223 pp. Este libro es el resultado de las reflexiones iniciadas en junio de 2010 durante las “Jornadas de Políticas Públicas de Derechos Humanos en Uruguay” realizadas en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Las compiladoras, Gabriela Fried y Francesca Lessa, reunieron en la obra dieciocho contribuciones, uruguayas y extranjeras, acerca de los alcances y desafíos de veinticinco años de lucha contra la impunidad. La riqueza del libro se debe a un cruce de miradas entre la academia y la acción. Los aportes de investigadores destacados establecen un diálogo entre las diversas ramas de las ciencias humanas: la ciencia política ( Jo Marie Burt, Constanza Moreira, Elin Skaar), la sociología (Gabriela Fried), la historia del pasado reciente (Carlos Demasi, Óscar Destouet, Marisa Ruiz), la psicología social (Raquel Lubartowski Nogara), el derecho nacional e internacional (Felipe Michelini), las relaciones internacionales (Francesca Lessa) y la arqueología (Octavio Nadal). Algunos de ellos, siendo también actores importantes de las luchas a favor de los derechos humanos, enriquecen sus análisis con su testimonio. Estos “especialistas militantes” logran combinar la experticia técnica con la sensibilidad y la ética desarrollada en la adversidad. Es el caso del periodista Roger Rodríguez, los abogados María del Pilar Elhordoy Arregui, Ariela Peralta, Pablo Chargoñia y Walter de León Orpi, la fiscal Mirtha Guianze, los políticos Constanza Moreira y Felipe Michelini, la vicepresidenta de Amnistía Internacional Uruguay Marisa Ruiz y el sindicalista Raúl Olivera (pit-cnt). El momento de redacción de los artículos coincide con los intentos parlamentarios de derogación de la Ley de Caducidad. Si bien la mayoría de las intervenciones no incluyen este hecho en la discusión, los dos primeros artículos integran sus aportes al debate. En el primero de ellos, “El impulso y su freno”, Moreira presenta de forma original el hilo conductor del libro en el que retoma la problemática desarrollada por Carlos Real de Azúa sobre el batllismo para analizar los altibajos de la lucha contra la impunidad, luego el libro se divide en dos partes: “Las luchas contra la impunidad. Del Voto Verde al Sí rosado” y “Las luchas por el derecho a la Justicia”, en el que analiza específicamente la dimensión jurídica. Se reconocen a lo largo de la obra cuatro líneas principales de investigación que pueden servir

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de guía al debate político y científico. La primera tiene que ver con las múltiples dimensiones de la impunidad. Obviamente, el objeto que focaliza la atención de las luchas es la “Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado” aprobada el 22 de diciembre de 1986. Esta ley encarna la denominada impunidad penal y establece la lucha por la justicia como su antagónico. La historia de los combates jurídicos se encuentra minuciosamente relatada por Guianze, Chargoñia y De León Orpi; con este propósito, retoman los casos más emblemáticos: Bordaberry y Blanco, la decisión de inconstitucionalidad de la Ley Nº15.848 de la Corte Suprema de Justicia en 2009 (Caso Sabalsagaray), el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 2011 (caso Gelman vs Uruguay). Sin embargo, las intervenciones hacen hincapié en la necesidad de trascender el nivel jurídico e incluir la discusión sobre la impunidad moral, es decir, la cultura de la impunidad que intenta naturalizar la denegación de justicia. Los autores recalcan la existencia de un pacto de silencio, de una “omertà” (Alejandro Artucio) e incluso de un “compromiso mafioso” (Michelini). La segunda línea corresponde al análisis de las raíces de la cultura de impunidad que han obstaculizado las luchas, aspecto que constituye el mayor aporte del libro.

Demasi, en su búsqueda de raíces “profundas”, describe la ausencia de cultura de derechos humanos en el país desde la primera Constitución de 1830. Para ejemplificarla muestra la difícil aceptación por parte de los militantes de izquierda de su nuevo estatus de víctimas de violaciones de los derechos humanos, ya que ellos siguen reivindicando su condición de combatientes. Por otra parte, tanto la “partidocracia uruguaya” como la participación del Frente Amplio en las negociaciones del Club Naval, son vistos como elementos claves en la legitimación posterior de la impunidad. Los autores son invitados a comparar y explicar los dos fracasos en el uso de la democracia directa contra la Ley de Caducidad. Rodríguez lo resume así: “Si el «Voto Verde» fue el plebiscito del miedo, el «voto rosado» fue el de la apatía de los dirigentes políticos”. Varios artículos demuestran las contradicciones internas de los argumentos recurrentes a favor de la impunidad: la “teoría de los dos demonios”, el espíritu revanchista de los impulsores de las consultas, el riesgo de desestabilización democrática, la indiferencia de la opinión pública que no es ni víctima ni victimaria. Moreira insiste en demostrar la hipocresía de recurrir al concepto de soberanía del pueblo para rechazar la anulación parlamentaria de

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la Ley. Varios autores enfatizan en las divisiones que atraviesan al Frente Amplio. Este hecho se ve reflejado en el resultado del plebiscito de 2009 donde se observa que la totalidad del voto frenteamplista no respaldó al “Sí rosado”. Finalmente, todos concuerdan en decir que “los derechos humanos no se plebiscitan” y que la estrategia de las consultas populares fue un arma de doble filo. La tercera línea es la comparación con las dinámicas de otros países del Cono Sur, sobre todo Argentina y Chile, y la influencia del factor internacional.

Demasi muestra cómo el pulso de las luchas uruguayas sigue las inflexiones de las luchas argentinas. Skaar se pregunta por qué los jueces uruguayos no fueron más audaces o innovadores en su búsqueda de las fallas en la Ley de Caducidad mientras sus pares chilenos y argentinos se mostraban más creativos “para esquivar las leyes de amnistía”. Guianze retoma este argumento destacando la falta de integración del Derecho Penal Internacional a la jurisprudencia nacional, así como la ausencia de capacitación de los jueces uruguayos y de intercambio de experiencias con sus pares latinoamericanos. La cuarta y última línea se refiere al consenso entre varios de los autores en el intento de periodización de las luchas. Se destacan dos inflexiones mayores: el brutal freno de 1989 por el efecto desmovilizador del fracaso del “Voto Verde” y el impulso que generó en el 2005 el cambio propulsado por Tabaré Vázquez. Además se reconocen otros cuatro momentos importantes, dos impulsos y dos frenos, que introducen inflexiones menores: el impulso de 1996 (“marcha del silencio”) que reactiva las luchas y el de 2000 (Comisión para la Paz); el freno de 2009 (derrota del “Sí rosado”) y el de mayo de 2011 (fracaso de la Ley Interpretativa).

Existe ya bibliografía sobre algunos actores de las luchas: Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos (Bucheli, Curto, Sanguinetti, 2005); Amnistía Internacional (Ruiz, 2006); los exiliados (Markarian, 2006); así como sobre temas específicos: los desaparecidos (Investigación Histórica, 2007); las políticas del perdón (Lefranc, 2002); los procesos de amnistía comparada (Mallinder, 2008). Sin embargo, el texto logra algo verdaderamente novedoso: establecer en la impunidad el denominador común a todos estos temas y analizarla en todas sus facetas para deslegitimarla. Benjamín Gény

Institut des Hautes Études de l’Amérique Latine/Université Sorbonne Nouvelle/ Paris 3

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Un enemigo para la nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976. Marina Franco. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2012, 352 pp. El libro de Marina Franco aborda de forma compleja y rigurosa el período constitucional que tuvo vigencia en Argentina entre 1973 y 1976 haciendo centro en la violencia política como problema de época. El análisis propuesto parte de una sólida base empírica para adentrarse simultáneamente en una reflexión teórica más general, que invita a pensar la relación violencia/política en democracias modernas y los problemas que genera el recurso sistemático a medidas de excepción tanto para la pervivencia institucional de tales regímenes como para la protección de garantías individuales.

La autora analiza ese corto pero efervescente período indagando sobre las condiciones de posibilidad que sustentaron el espiral de violencia –estatal y privada– alcanzada por la sociedad argentina durante la década de 1970 y la paulatina conformación de un “consenso antisubversivo”. Así, mediante un fino y documentado rastreo de “continuidades discontinuas”, Franco sustenta un análisis doble que conjuga el estudio del devenir represivo estatal como estrategia de contención de la conflictividad social imperante y el de la conformación de un discurso político de condena a la violencia por parte de sectores dominantes y de quienes no adhirieron al proceso de radicalización política hacia la izquierda. En tal sentido, el peso que en el análisis cobra el devenir autoritario de la institucionalidad democrática a lo largo del período sitúa el trabajo de la autora en varios campos: uno local, que ha tenido como centro la pregunta por las continuidades entre la violencia estatal del gobierno peronista predictatorial y el terrorismo estatal de la dictadura militar de 1976; y otro más general, sobre el estado de excepción como práctica de gobierno desde una perspectiva que es tributaria de Carl Schmitt y Giorgio Agamben, en la cual también abrevan otros estudios recientes sobre el funcionamiento de poderes ejecutivos latinoamericanos encabezados por liderazgos llamados neodecisionistas durante la década de 1990 y sobre las respuestas dadas por las actuales democracias a la llamada “amenaza terrorista”; y, aunque la autora no se propone dar cuenta de las causas del golpe de Estado, en una línea afín a la desarrollada en Uruguay por Álvaro Rico sobre el camino democrático hacia la dictadura. En la primera parte del trabajo, denominada “El peronismo en el poder: Estado, partido y seguridad

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nacional”, Marina Franco desentraña las lógicas institucionales y políticas que desencadenaron la creciente instauración de un estado de excepción que, amparado en la legislación vigente, posibilitó una estrategia represiva que combinó el recurso a prácticas legales y clandestinas con fines gubernamentales y partidarios. En este punto, el aporte realizado por la autora es múltiple. En primer lugar, repone el devenir de un contexto represivo institucionalizado en el que se desenvolvieron actores como López Rega, la Triple A e Isabelita, atendiendo a las condiciones que hicieron posible su accionar. Lo que muestra las limitaciones explicativas de los trabajos que han centrado el problema de la represión estatal del período en el accionar de los referidos actores sin atender al marco institucional que lo hizo posible. Para ello, la autora da cuenta de los recursos legales al amparo de los que se sustentó una política de seguridad que socavó paulatinamente –con marchas y contramarchas– el Estado de derecho que supuestamente pretendía defender mediante la aprobación de reformas de la legislación penal, de la prolongada vigencia del estado de sitio, de la sanción de la Ley de Seguridad, de sucesivas intervenciones provinciales, de la regulación de asociaciones profesionales, de la habilitación legal para el rápido despido de funcionarios públicos, de medidas orientadas al control y regulación de la vida cultural y universitaria, de diversos tipos de censura a medios de comunicación, de la habilitación del accionar de las Fuerzas Armadas en la represión a la guerrilla, etc. En segundo lugar, sin desconocer la existencia de diversas variables que han de ser tenidas en cuenta al momento de pensar la conflictividad social y política del período, la autora detecta el fuerte impacto que tuvo la pugna interna del propio partido gobernante y, en ese marco, la instrumentalización de los mecanismos represivos institucionales de diversa índole por parte de su principal líder, Juan Domingo Perón, y de los actores sociales y políticos que lo apoyaban, en función de la depuración interna del movimiento. En tercer lugar, y dejando en claro que la responsabilidad del descaecimiento del Estado de derecho radica en quienes estaban a cargo de su conducción, Franco atiende también a las consecuencias que tuvo la estrategia desplegada por diversos grupos de izquierda que creían en la vía armada como medio de acceso al poder y su contribución al in crescendo de un espiral de violencia que acompañó el devenir político de esos años. En cuarto lugar, y como corolario de este marco analítico, la creciente presencia de las Fuerzas Armadas aparecen en el trabajo de Franco como una consecuencia más que como una

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causa, tanto porque su accionar fue amparado por la consolidación de una excepcionalidad institucional legal y extra legal como porque lograron presentarse como una opción válida y viable para superar la imparable conflictividad política, social, gubernamental, así como la violencia de la guerrilla y de bandas parapoliciales que actuaban en connivencia con autoridades estatales.

En la segunda parte del libro, titulada “«Subversión», guerra y nación: la construcción de una realidad”, Franco analiza la conformación de un consenso discursivo que se manifestó contrario a la violencia, que se fue consolidando acorde se asentaba la estrategia represiva impulsada desde el Estado y que sentó las bases de un marco analítico bélico como clave de decodificación de la conflictividad política de esos años, cristalizando en un amplio “consenso antisubversivo”. A través de una sutil elucidación Franco recompone la pluralidad de voces que circularon públicamente a lo largo de esos años, atendiendo a pronunciamientos de actores políticos y sociales cuyo peso les permitía expresarse mediante la prensa, a las posturas adoptadas por los propios medios de comunicación impresa y a manifestaciones de ciudadanos anónimos que buscaron contribuir y ser parte del suceder político argentino mediante el envío de cartas con pedidos y sugerencias al Ministerio del Interior. En ese marco, la autora detecta la conformación de una lectura bipolar del problema de la violencia, corporizada en el rechazo a la “violencia de derecha” –que hacía referencia de manera bastante difusa al accionar de bandas paraestatales– y a la “violencia de izquierda” –señalada, en última instancia, como la causante de las restantes–. Tal interpretación sobre la violencia, acompañada de la referida concepción bélica arraigada en diversos sectores sociales y políticos, conformó, según Franco, un imaginario colectivo que asignó a las ffaa un rol superador y pacificador entendido como legítimo por corporizar la acción legal del Estado que pudo hacer aparecer al golpe de 1976 como una salida “natural”, acorde a la tradición política argentina. El trabajo de Marina Franco arroja importantes resultados en lo que hace a la constatación histórica de los fenómenos antes señalados pero, lejos de conformar un estudio cerrado, la propuesta de la autora invita permanentemente a la reflexión dejando preguntas abiertas y dilemas difíciles de resolver, poniendo sobre la mesa diversos tópicos para discutir. Entre otros, podemos destacar: la apuesta por pensar el impacto que las violencias armadas pueden tener en regímenes políticos

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democráticos y que tuvieron particularmente en el devenir histórico de esos años desde una perspectiva que permita problematizar la acción guerrillera sin que ello sea entendido como una justificación de los procesos dictatoriales; la revisión de las extendidas interpretaciones sobre la llamada “teoría de los dos demonios” desentrañando marco culturales de largo plazo que hicieron posible la conformación de un determinado marco analítico de la conflictividad social sin caer en reducciones esencialistas que simplemente adelanten en el tiempo la fecha de nacimiento de tal marco interpretativo; el cuestionamiento a la idea que esgrime la existencia de un amplio e inalterado consenso favorable al recurso a la violencia armada como medio político durante las décadas de 1960 y 1970 en Argentina; los modos en que reaccionan sociedades históricamente situadas en contextos de creciente violencia, tanto estatal como privada; la conformación de procesos largos de sedimentación de ideas y sentidos comunes al momento de dar cuerpo históricamente a lecturas hegemónicas sobre la realidad social, como lo fue en este caso la estructurada en torno a la noción de seguridad nacional. Pero estas son sólo algunas de las líneas problemáticas que quedan planteadas, que invitan a pensar aspectos fundamentales para la historia reciente de la Argentina y de la región y que, a su vez, arrojan luz sobre temas que actualmente atraviesan nuestras sociedades. Mariana Iglesias

conicet-unsam/anii

Escenas de la vida cotidiana, Uruguay, 1950-1973: Sombras sobre el país modelo. Ivette Trochón. Montevideo: ebo, 2011, 383 pp. Aunque no se menciona de modo explícito, este libro deriva de un proyecto de investigación iniciado hace varios años en el Centro Latinoamericano de Economía Humana con apoyo de Ediciones de la Banda Oriental. En el mismo marco se produjeron anteriormente Escenas de la vida cotidiana, Uruguay 1910-1930: El nacimiento de la sociedad de masas (de Daniela Bouret y Gustavo Remedi; Montevideo: ebo, 2009) y Escenas de la vida cotidiana: La antesala del siglo xx, 1890-1910 (de Silvia Rodríguez Villamil; Montevideo: ebo, 2006). Este sería, entonces, el tercer volumen de una serie que cubre casi un siglo de historia de lo que de modo algo difuso y quizás por demás intuitivo (a pesar de los esfuerzos

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de definición que aparecen en las introducciones) se ha dado en llamar la “vida cotidiana”.

Ya desde el detallado índice de este tomo queda claro que se trata de un repaso panorámico de los asuntos y problemas que, de nuevo sin demasiadas precisiones previas, van construyendo el universo de la “vida cotidiana” de los uruguayos (o los montevideanos, como admite el prólogo) en una etapa tan poco estudiada como crucial de nuestra historia más cercana. Al igual que los anteriores volúmenes, el análisis se apoya en un prolijo y amplio trabajo heurístico. En este caso, el énfasis está puesto en las publicaciones periódicas y otras fuentes éditas, a lo que se suman algunas entrevistas personales.

El recorrido comienza en “los largos cincuenta” y abunda en la descripción de un ambiente todavía signado por la bonanza económica de la posguerra. El minucioso desgranar de las novedades culturales y sociales de esa época abarca desde los cambios en la circulación urbana hasta el impacto de los nuevos medios de comunicación masiva. Se detiene en la enumeración de las marcas de los autos y los colores de las heladeras que aparecieron entonces en el mercado uruguayo, presenta las nuevas ideas sobre el confort y la disposición del espacio doméstico y menciona algunos de los problemas asociados al abastecimiento del hogar y ciertas modificaciones en el mundo del trabajo. El inventario sigue con temas tan variados como el ocio y las formas de entretenimiento, el cuidado de la salud, la importancia de la televisión y otros asuntos más o menos destacados en el texto. Similar ánimo de reseña mantiene la segunda sección para pasar revista a los lugares de conflicto de lo que se denomina el “sexenio crítico” (1967-1973), incluyendo los modelos familiares, los comportamientos sexuales, la irrupción de la juventud, la emigración masiva y algunas expresiones culturales innovadoras. Toda la primera parte (“Los largos cincuenta”) tiene el mérito de avanzar sobre un terreno casi inexplorado por nuestra producción académica, lo cual explica en cierta medida el marcado acento descriptivo del texto. La segunda parte, en cambio, con los cortes temporales definidos por acontecimientos políticos, se solapa con una creciente literatura hasta ahora mayormente abocada a explicar el camino hacia el golpe de Estado de 1973. El subtítulo del libro parece reforzar esta idea de que el análisis apunta a inscribirse en un campo de estudios (el de la “historia reciente”) que ha estado marcado por una concepción algo restringida de la política y que mucho se beneficiaría de la apertura

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hacia nuevos temas y problemas relacionados con la historia social y cultural en sentido amplio.

Efectivamente, al distanciarse de un enfoque estrictamente político y coyuntural, la llamada “vida cotidiana”, sus modos y escenarios, podría transformarse en una ventana privilegiada para empezar a entender, en un corte temporal más amplio, algunos determinantes claves de esa etapa crítica de nuestro pasado. Sólo a modo de ejemplo cabe recordar que gran parte de la sociología de la época, con sus matices ideológicos, señaló hasta qué punto los sectores populares y medios vieron primero aumentadas y luego frustradas sus expectativas, no de cambios sociales profundos (eso vino después), sino de lo que los nuevos medios de comunicación y canales de circulación comercial comenzaban a mostrar como niveles mínimos aceptables de acceso a los bienes materiales e inmateriales de la modernidad. Este fenómeno abarcó, de modos diversos, a las sociedades centrales y a las periféricas. Investigaciones posteriores han señalado las mutaciones de las formas de producción y consumo del capitalismo global y su relación con los cambios contemporáneos en las aspiraciones y comportamientos de las personas en diferentes partes del mundo. En su apasionante libro Irresistible Empire: America´s Advance through 20th Century Europe (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2005), Victoria de Grazia, por ejemplo, se explaya en la descripción del “American way of life”, las formas de distribución comercial y las grandes marcas (con especial atención a los supermercados), los nuevos modos de vida hogareña, el impulso de la publicidad y el papel de la industria del entretenimiento de Hollywood para señalar el triunfo del modelo de la sociedad de consumo estadounidense por sobre las visiones más tradicionales de la civilización burguesa de Europa occidental. El libro de Trochón no se plantea objetivos tan ambiciosos. Opta, en cambio, por un camino que oscila entre construir un panorama de tono costumbrista (a veces nostálgico, a veces asombrado) sobre una época que muchos potenciales lectores conocen de primera mano y apuntar posibles líneas de investigación apoyadas en un esmerado trabajo con fuentes primarias. Así, las páginas se cargan de recuadros con textos transcriptos de revistas, obras literarias y otros materiales del período y se adornan con imágenes también extraídas de publicaciones periódicas y otras seguramente provenientes de archivos fotográficos particulares (la ausencia total de referencias en las reproducciones impide mayor precisión y no deja de sorprender en una obra de historia erudita).

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En resumen, se trata de un libro valioso por abordar temas y tiempos de escaso tratamiento desde la historia y las ciencias sociales en Uruguay y que ojalá despierte la inquietud de quienes puedan avanzar en un camino analítico que empiece a desbrozar un conjunto de problemas centrales para entender una etapa clave de la historia local y global del siglo veinte. Vania Markarian

Universidad de la República

Washington rules. America’s Path to Permanent War. Andrew J. Bacevich. New York: Metropolitan Books, 2011, 288 pp. En los últimos cincuenta años proliferaron las dictaduras en América Latina. Este ascenso autoritario y represivo estuvo muy vinculado a la instrumentación de la Doctrina de la Seguridad Nacional impulsada por la Casa Blanca. El último libro de Andrew Bacevich, entre otras cuestiones, ayuda a desentrañar la lógica del intervencionismo estadounidense desde el inicio de la Guerra Fría. Las reglas de Washington, de la colección “El proyecto del imperio americano”, logró una interesante repercusión en Estados Unidos al punto que integró la influyente lista de bestsellers del New York Times. Fue publicado en un momento crucial, en 2010, cuando se avizoraba que la agresiva política exterior estadounidense, potenciada durante las presidencias de Bush, se prolongaba hacia el inicio de la gestión de Obama pese a las promesas de cambio. Uno de los atractivos fundamentales de este libro, fuertemente crítico de la Doctrina de la Seguridad Nacional que justificó las políticas intervencionistas de Estados Unidos desde la posguerra, es que Bacevich es un ex militar estadounidense; ya en la introducción el autor narra su tardía conciencia sobre los criticables fundamentos de la política exterior impulsada por el consenso de Washington y cómo el infundado ataque de Bush a Irak en 2003 terminó de convencerlo de la necesidad de intervenir en el debate público. Esta obra, entonces, se propone trazar una genealogía de la lógica bipartidista que impuso y prolongó el autoasignado rol de gendarme planetario atribuido por la Casa Blanca, el Pentágono y la cia.

Bacevich fue oficial en el ejército estadounidense y como tal estuvo en servicio por muchos años en Alemania; sin embargo, según narra en la introducción del libro, no fue hasta 1990, ya adulto, cuando conoció realmente la “otra” Alemania, la que se encontraba por detrás del muro, y todas

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sus certezas, heredadas de lo que él llama las “reglas” o el “consenso de Washington” de la Guerra Fría, se disolvieron. Allí comenzó su reeducación: el viaje hacia la ex República Democrática Alemana que realizó con fines autoeducativos junto a otros ex compañeros de armas, fue el inicio del largo camino que lo llevó a escribir éste y otros libros, como Los límites del poder o El nuevo militarismo norteamericano. Narrando esta experiencia, que cambió radicalmente su visión de la política y las relaciones exteriores estadounidenses, este profesor de Historia y Relaciones Internacionales de la Universidad de Boston, retirado del Ejército con el rango de Coronel, nos introduce a la deconstrucción del consenso que Washington logró construir tras la Segunda Guerra Mundial. Diseccionar críticamente estas concepciones, abrazadas por el propio autor durante décadas, es la aventura que nos propone la lectura de Las reglas de Washington.

El primer capítulo, “El advenimiento de la semi-guerra”, analiza, empezando por el gobierno de Obama y luego retrocediendo hasta el de Einsenhower, la configuración de posguerra que determinó el estado de intervención y conflicto permanente impuesto por Washington. El segundo, “Ilusiones de flexibilidad y control”, explica cómo entre 1961 y 1965 se legitimó el creciente poder de la cia y del Pentágono para determinar las necesidades militares estratégicas de Estados Unidos. En el capítulo “El credo restaurado” Bacevich describe cómo se reconstituyó y relegitimó el intervencionismo militarista tras las resistencias que acompañaron el fracaso estadounidense en Vietnam, esa guerra en Asia, que tanto minó las bases del consenso de Washington, requirió de una ardua tarea para encapsular las críticas, evitando que afectaran los fundamentos construidos en las dos décadas anteriores. En el cuarto, “Reconstituyendo la trinidad”, el autor explica la superación del “síndrome de Vietnam” durante la era Reagan, pero también tras la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría, durante las administraciones Clinton y Bush. En el quinto, “La falsa contra-inteligencia”, señala las críticas a la guerra sin fin, puntualizando las contradicciones derivadas de las intervenciones en Afganistán e Irak. El último capítulo, “Cultivando nuestro propio jardín”, permite a Bacevich sintetizar las críticas al consenso de Washington y sus indeseables consecuencias: gastos militares crecientes que no hacen sino disparar la deuda pública a niveles inmanejables, víctimas entre las fuerzas armadas, ex veteranos con problemas físicos y psíquicos, perpetuación de una burocracia que actúa en secreto, distorsión de

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los intereses nacionales en tanto el complejo militar-industrial absorbe recursos que son escasos y desastre medioambiental, entre otros. La solución también aparece esbozada: Estados Unidos debe hacer regresar las tropas o, al menos, la mayor parte de ellas, resignando ese autoasignado rol de gendarme planetario.

Lo más interesante del libro es que deconstruye, desde la mirada de un militar retirado, el consenso estadounidense en torno a una política exterior mesiánica e intervencionista, así como desmenuza y ataca los lugares comunes impuestos por el acuerdo bipartidista de demócratas y republicanos en las últimas seis décadas. El libro pretende mostrar que un cambio desde dentro de la sociedad estadounidense es posible y el autor presenta su propia conversión individual, su toma de conciencia, como un ejemplo de lo que la educación puede lograr. En este sentido se propone, en concreto, discutir la idea de que Estados Unidos tiene el deber de liderar, salvar y transformar el mundo. Este credo es el que fundamenta la disposición del Pentágono a desarrollar una capacidad militar muy superior a la necesaria para garantizar la defensa nacional y se complementa con la “sagrada trinidad”, hegemónica en Washington: la convicción de que la paz internacional exige una “presencia militar global” de Estados Unidos, que debe configurar sus fuerzas para la “proyección de poder global” y que, para anticipar o contrarrestar las amenazas, se requiere de un “intervencionismo global”.

Más allá de los aciertos y la gran utilidad de la obra en este particular momento histórico, la misma presenta algunas falencias. El principal problema del libro es que no analiza la política exterior intervencionista de Estados Unidos en relación al “imperialismo” y los intereses económicos que la determinan. Más allá de las críticas descritas, Bacevich idealiza la inserción internacional estadounidense en la primera mitad del siglo xix soslayando la nefasta influencia de la ideología del destino manifiesto, la “doctrina Monroe”, el aniquilamiento de los pueblos originarios, la guerra contra México y tantas otras atrocidades realizadas en la fase de ascenso de la burguesía estadounidense; además, reivindica diversos políticos o intelectuales (el diplomático George Kennan, el senador J. William Fulbright o el líder afroamericano Martin Luther King) críticos del mainstream en Washington, que no avanzaron en una caracterización adecuada del rol de Estados Unidos luego de la Segunda Guerra. En síntesis, el libro tiene una potencia crítica muy significativa al interior de Estados Unidos,

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donde resquebrajar los lugares comunes que legitiman el intervencionismo impulsado por Washington parece una tarea ardua y compleja, pero estas denuncias, para los países que históricamente sufrieron la avanzada imperialista, como los latinoamericanos, no parecen tan novedosas. Sí, quizás, para alertar contra quienes tienen esperanzas en el carácter menos intervencionista de los demócratas frente a los republicanos. Bacevich, como en su momento plantearon Howard Zinn y algunos otros, se preocupa por explicar que los lineamientos de la política exterior de Washington, más allá de los matices, se mantuvieron durante las administraciones demócratas y republicanas. Obama, por ejemplo, no produjo el cambio esperado luego de la nefasta política exterior de Bush, sin embargo, la crítica al militarismo estadounidense debe ir más allá, en el sentido de entender la lógica profunda de los intereses materiales que lo determinan. ¿Por qué la gran burguesía del país del norte necesita sostener esa política? ¿En qué sentido la lucha por los mercados y recursos estratégicos es central para entender el imperio del capital que conduce Washington? ¿Pueden efectivamente cambiar las reglas de Washington sin un cambio más amplio del sistema? Estas interrogantes, creemos, deben abordarse para profundizar las críticas planteadas por Bacevich. Leandro Morgenfeld

Universidad Nacional de Buenos Aires

Fotografía en Uruguay. Historia y usos sociales 1840-1930. Magdalena Broquetas (Coordinadora), Mauricio Bruno, Clara von Sanden e Isabel Wschebor. Montevideo: Centro de Fotografía (Intendencia de Montevideo), 2011, 261 pp. Este libro es resultado de la investigación llevada adelante por el Equipo Núcleo Interdisciplinario de Investigación y Preservación del Patrimonio Fotográfico Uruguayo que incluyó historiadores, micólogos y fotógrafos, quienes sistematizaron información relativa a aproximadamente veinte mil piezas fotográficas (de un total examinado cercano a las cuarenta y cuatro mil) disponibles en la Biblioteca Nacional, el Museo Histórico Nacional, el Archivo Nacional de la Imagen del sodre y el Centro de Fotografía de la Intendencia de Montevideo. Dicho relevamiento contempló diversos procedimientos fotográficos y soportes: daguerrotipos, ambrotipos, copias en papel albuminado, al colodión y a la

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gelatina de plata, cianotipos, platinotipos, ferrotipos y opalotipos, entre otros.

El modo de abordaje inscribe al libro en la tradición de la historia social de la fotografía, en la línea de trabajos que desarrollaron, entre otros, A. Rouillé y Lemagny, M. Frizot y M.L. Sougez. Si bien algunos capítulos respetan las categorías ligadas a los géneros (retrato, fotografía militar), la mayoría refiere a la relación de la fotografía con diversos aspectos de la historia social, cultural y política, habiendo, a lo largo de todo el libro, una permanente conexión entre la evolución de las técnicas fotográficas, los distintos productos fotográficos, sus formas de circulación y consumo. Por lo antes señalado, Fotografía en Uruguay constituye un punto de inflexión en la historiografía de la fotografía uruguaya y un modelo para la latinoamericana. Luego del prólogo a cargo de Ana Frega y la presentación de la coordinadora, el libro comienza con el trabajo de Clara von Sanden, quien aborda la llegada y los primeros desarrollos del invento –el ciclo del daguerrotipo– entre 1840 y 1851. La autora señala el fuerte impacto que causó el experimento transmitido por el abate Comte entre los primeros practicantes, reducidos en número y provenientes en su mayoría de la élite intelectual, al tiempo que describe la aparición en Montevideo de los fotógrafos inmigrantes, quienes de forma itinerante transitaron por varias ciudades del continente y tomaron vistas, en tiempos que una toma de retrato tenía el costo de diez jornales de un albañil.

Magdalena Broquetas examina el despliegue del género más extendido de la fotografía del siglo xix: el retrato. Siendo un medio de autorrepresentación considerado vehículo de distinción y, al mismo tiempo, empresa comercial, el retrato atravesó diversas etapas. En el cruce del abaratamiento de costos, la facilidad progresiva de las técnicas y la instalación de estudios fotográficos, fue cada vez más amplio el público que pudo acceder a una fotografía de sí mismo y a las múltiples copias que habilitaba el colodión, al tiempo que la venta de tarjetas de personalidades públicas permitió conocer sus rostros a la población. El trabajo también explora aspectos compositivos y estéticos. En su escrito sobre fotografía militar, Mauricio Bruno refiere a la importancia de los álbumes como forma de conocimiento, analizando el reportaje de guerra, las diferencias entre la representación de la muerte propia y la del enemigo, la relación entre pintura y fotografía, cómo los avances técnicos posibilitaron la circulación de fotografías de las guerras civiles en revistas ilustradas para, finalmente, centrar

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la atención en las fotografías propagandísticas (entrenamientos, niños soldados) correspondientes al momento de consolidación de las instituciones estatales.

El mismo autor trata sobre la fotografía de aficionados, en el tránsito que va de las Sociedades de Fotógrafos hacia el Pictorialismo. Refiere a las tensiones entre el “amateurismo” no profesional y los núcleos de profesionales y artistas y al surgimiento de instituciones como la Sociedad Fotográfica de Aficionados (1884-1898) o el Foto Club de Montevideo (1901-1917), que supieron contar con miembros de la intelectualidad entre sus integrantes. Asimismo, estudia la relación entre el desarrollo de la industria y el mercado fotográficos (la llegada de la empresa Kodak en 1910, entre otros hechos) con el proceso de masificación y enseñanza de la fotografía.

Isabel Wschebor, por su parte, analiza los distintos períodos en el empleo de la fotografía dentro del ámbito científico, uso que estuvo teñido por las ideas del positivismo decimonónico: la extensión del método gráfico, el pasaje de la fotografía como auxiliar de la observación a la posibilidad de comunicar y divulgar para “enseñar por la vista”, la creación de sistemas de registro y la sistematización de tomas, para concluir en la posibilidad de diagnosticar clínicamente a través de las imágenes. En tanto eco de prácticas corrientes de las burguesías en diversos países, refiere a la relación entre medicina, poder y fotografía como entramado para la legitimación de discursos morales e ideológicos. En el abordaje del vínculo entre fotografía e información, Magdalena Broquetas indaga sobre la noción de “documento gráfico”, trazando un recorrido que contempla los sucesivos modos de la relación de la fotografía con los medios gráficos, ligados a los continuos avances técnicos de los sistemas de impresión: el lazo con dibujantes y grabadores, la reproducción de piezas artísticas, la incorporación activa de los lectores con sus fotografías, el uso de las fotografías antiguas para conocer el pasado, el fotorreportaje, la primicia y la figura del reportero gráfico para, finalmente, señalar la incorporación de imágenes relativas al ocio, la cultura y el deporte en la prensa masiva. Broquetas y Bruno se ocupan conjuntamente de la cuestión de la fotografía en su relación con la vigilancia y el control social: el registro de las ejecuciones (espectáculo público del cual se vendían luego las tomas), los archivos policiales de delincuentes y prostitutas, los reparos de los sectores garantistas respecto de la divulgación de inculpados

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en proceso, la puja entre los partidarios de los distintos métodos (bertillonage y dactiloscopía) para una mejor identificación y clasificación de la población “anormal” y la extensión final de los sistemas identificatorios a la totalidad de la población para el ejercicio de la ciudadanía.

En el último capítulo, von Sanden estudia cómo se utilizó la fotografía para crear la imagen del Uruguay hacia adentro y afuera del país. Entre otras formas de circulación, analiza las “Vistas”, que comenzaron a circular con registros de paisajes, edificios y la vida urbana desde mediados del siglo xix, y las postales; luego, indaga acerca de la incorporación de fotógrafos y la creación de dependencias en el ámbito estatal –ya iniciado el siglo xx– para la difusión de imágenes del progreso y la modernización, tendientes a su vez a la elaboración de un “relato nacional” sostenido en un Estado fuerte.

El libro constituye una referencia para futuras investigaciones sobre aspectos particulares de la fotografía uruguaya de los siglos xix y xx; contribuyen a ello los anexos volcados en las últimas páginas, que contienen una descripción cuali-cuantitativa de los repositorios relevados, un glosario que refiere a los términos técnicos de procedimientos y productos fotográficos y una línea de tiempo que vincula la evolución de la fotografía en Uruguay con acontecimientos de la fotografía a nivel internacional. Un dato merece ser destacado: la incorporación de doscientas noventa imágenes con una excelente calidad de reproducción e impresión. Silvia Pérez Fernández

Facultad de Ciencias Sociales/Universidad de Buenos Aires

El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil entre molotovs y música beat. Vania Markarian. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2012, 164 pp. Una nueva generación de estudios monográficos parece despuntar en los últimos años de la historiografía uruguaya. Ese carácter, provisorio y germinal por naturaleza, cobra su entidad cuando la investigación se aplica con decisión a un objeto bien acotado pero capaz de contener un haz de problemas relevantes que lo trascienden y que se nos esconden cuando la indagatoria se acomete desde pretensiones más totales. La concisión, la observación múltiple y morosa, el recaudo minucioso de los antecedentes, la dedicación a unos respaldos

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documentales precisos terminan así por dotar al objeto de una saludable apariencia poliédrica, a partir de la cual ningún estudio que se emprenda sobre el asunto en el futuro puede desdeñar. Cabe pensar entonces que es auspiciosa la vuelta del péndulo hacia lo monográfico, después de varias décadas de historiografía de balance y dictamen, de testimonio y virtud, explicable y justificada, tal vez, pero ya insuficiente.

Con el 68 en el centro, Vania Markarian estudia las representaciones discursivas de lo juvenil y de lo político al final de una década en la que una generación de latinoamericanos hacía su debut en la política. Si los acontecimientos llaman a la comparación (genealogías, analogías, acercamientos y desvíos de una pauta, especificidades) el movimiento estudiantil uruguayo pertenece, con lo suyo, a una conmoción general del mundo contemporáneo en los límites de su modernidad. Los contornos de aquel 68 son definidos por Markarian (PhD en Historia, Columbia NY) a través de un registro sistemático de las movilizaciones de protesta y su encuadre en el ciclo de violencia, de una reconstrucción de los debates dentro de la izquierda en los que se ventilaron ideas acerca de la revolución, el poder, “el ser joven” y de la historia cultural de aquellas místicas militantes. El recorrido anima a la autora a algunas conclusiones: la violencia es un resultado que hay que explicar, pero no la causa del deterioro institucional que culmina en el golpe y la dictadura militar de 1973, y la extensión y la combatividad de la movilización deriva mucho más de la incapacidad del sistema político para responder de un modo no represivo a una protesta motivada por la crisis social y económica. En su proceso, además, estallaron formas de pensar y actuar relativamente novedosas y disruptivas en la cultura de la izquierda, sin llegar por eso a definir distancias insalvables entre la “tradicional” y la “nueva” al modo como ellas son observables en otras latitudes bien conocidas por Markarian. Los resultados de la empresa no abandonan el terreno de lo controversial, ni podrían hacerlo todavía. Entre tanto, la autora muestra notable competencia para su oficio, maneja con probidad viejas y nuevas fuentes, algunas novísimas como las que toma de los servicios de inteligencia que van goteando su información, otras heterodoxas para el análisis político como las que derivan de las expresiones de la cultura artística. Con moderación de quien mucho ha leído, y con tiempo, nos acerca a una literatura académica comparada de reciente factura y directa pertinencia, todo lo cual marca un

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salto auspicioso en las formas de hacer y escribir historia.

Leído con perspectiva historiográfica más local, El 68 uruguayo parece anclar en varios malestares e insatisfacciones, tanto personales como generacionales. Opera a veces como requisitoria sostenida en tres soportes: a) la pregunta por la violencia –su explicación, su origen, su función– no ha sido bien respondida por la historiografía ni por la política; b) asociada a esa falencia, el Uruguay estaba ya entonces, en los sesenta, más postrado de lo que se creía (y creería más tarde, desde la transición posterior a 1985); c) la búsqueda de explicaciones en la ideología, o más llanamente en las ideas, muestra su debilidad si se la coteja con las oportunidades heurísticas e interpretativas que ofrece la cultura (las representaciones, los lenguajes, las prácticas, las costumbres). Ha sido tal la dominancia de la perspectiva política –puede concluirse este razonamiento/amonestación–, que las nuevas dimensiones del acontecer puestas aquí de relieve terminan por desordenar el mapa conocido de las cosas y a devolvernos “otro” 68. Con mayor profundidad e implicación, el libro viene a colmar entonces algo de ese vacío historiográfico que media entre las deducciones de toda acción política ideológica y la indeterminación relativa de las subjetividades. El 68 uruguayo es un “retorno del acontecimiento”, para usar una expresión de linaje. Tomamos contacto con una fenomenología precisa: la sucesión de respuestas e iniciativas de una coyuntura, la descripción de espacios de militancia y sociabilidad, el rescate de lenguajes, la puesta en intriga de debates y luchas por el sentido entre quienes querían hacer la revolución, “dar la vida por el pueblo” hasta el punto de practicar “la violencia provechosa”. Todo ello desplegado en un mapa de contingencias recuperadas, a pesar de la carga de teoría que aquellas prácticas revolucionarias portaban tan ostensiblemente; todo ello, también, desde una exploración sugerente de las continuidades y rupturas entre los actores y sus escenarios (entre Secundaria y la Universidad, entre los estudiantes y la sociedad, entre la política, la sociedad y la cultura). Como programa de investigación es vigoroso y alcanza concreciones tan sólidas como orientadoras.

Cuando Markarian se acerca a los debates transcurridos dentro del acontecimiento nos conduce por un relieve a los significados en disputa. Lejos estamos de saldarla, lo que no obsta, a partir de ello, a buscar más problemas y claves de lectura. A) Hay cuestiones de especificidad, de novedad del evento: el 68 uruguayo repite y estrena, a la vez es

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eco y golpe; la masividad, la presencia de la violencia callejera y sus interpretaciones contemporáneas son una nota distintiva y dramática. Uno esperaría, con todo, más contacto explícito de aquellos militantes con la tradición novoizquierdista de la vieja Europa, un malestar con la autoridad cualquiera fuera ella, una critica de la vida cotidiana, un juvenilismo atronador, un llamado a Orfeo –hijo de Marcuse– para sustituir a Prometeo. B) ¿Cuán lejos está la sociedad de la política cuando la coyuntura tiende a estrecharlas? “Los estudiantes”, “los jóvenes” ¿se organizaban y se movían solos o los partidos y agrupaciones, mas atrás o menos ágiles por naturaleza, terminaban encapsulando lo que de otro modo los trascendía? La clase y el partido, agregados fácticos y representaciones ¿no encontraron, finalmente, su capacidad para ordenar militancias y proponer significados capaces de persistir? Si la clase que ocupa el centro es la media debemos reparar en unas expectativas desbordantes, bien plantadas en lo adquirido, en una protesta social de incluidos más que de excluidos, de unos jóvenes que aun con el país en crisis “vivían mejor que los ricos de la época de sus padres y abuelos” (el lamento perplejo es de E. Hobsbawm). C) Aún con todas las dudas sobre la pujanza de la política y de lo partidario en el Uruguay, es difícil negar la centralidad que pudo alcanzar entonces la contienda entre el Partido Comunista y el resto de las fuerzas de izquierda y el modo cómo ese conflicto era cultural y social a la vez que político. La puja se vertía como un torrente sobre tópicos de trámite cotidiano: la idea de revolución y cambio, el uso de la violencia y de sus vertientes armadas, el “carácter” del régimen pachequista, el papel de la clase obrera, el peso de los intelectuales… Si es difícil sustraer a los actores de estas coordenadas, cabe reparar en su porosidad y hasta en su crisis. Y aun así, los jóvenes ganaron primero la calle, irrumpieron con lenguaje propio y después se afiliaron, se adscribieron, se alistaron. Ocurre que es tan relevante lo primero como lo segundo, que se movieran y tuvieran donde recalar. Contra la prevención amenazante de Lenin (“no hay vida privada”) la historiografía del último medio siglo se ha venido devorando esos pliegues de la vida social (que cubren desde lo privado hasta lo íntimo, siendo diferentes), aun de aquellos actores para los que todo debía ser exterioridad, producto y resultado. El acercamiento a las culturas de la militancia que nos propone Markarian (algo similar aunque desde otras coordenadas ha emprendido recientemente Ana Laura De Giorgi en Las tribus de la izquierda) nos coloca frente a una reconstrucción

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diferente de la cultura política y de la afirmación de una historia cultural de la política. Místicas militantes hechas en redes sociales, fraguadas en prácticas hablantes (“toma de la palabra”, decía De Certeau), reflejadas en la circulación de símbolos y significados, en expresiones que entran y salen de lo político. Conocemos poco, todavía, de los repertorios culturales de aquellas militancias (las lecturas, los lectores, las ficciones y músicas, las estéticas y las poéticas) pero la investigación de El 68 uruguayo nos pone ante sus limites, nos impele a pensar y a indagar en aquellas expresiones de la cultura con las que la militancia debía tratar, negociar, transar. Cortázar y Guevara –elijamos al azar– competían entonces con Mancera y Batman. La violencia, empero, suspendía todo trato: la muerte consagraba primacías, fundaba poéticas cuando no las proyectaba vigorosas en un firmamento sombrío y heroico. ¿Fue Íbero Gutiérrez, ejemplo de vitalidad e imaginación, “la voz poética del 68” que describió Luis Bravo? ¿O las siete balas criminales de 1972 devinieron la mediación de una construcción posterior, no tan evidente en la febril y concreta coyuntura? En todo caso, Vania Markarian ofrece una neta discontinuidad entre ideas y culturas que es un contundente prospecto de investigación. Si el militante está en un centro posible de atención monográfica habremos de recuperar con él un mundo tenso e intenso, marcado por una ambigüedad que sólo el tiempo deja ver mejor. En un malamente olvidado libro sobre la Universidad, Carlos Real de Azúa acopiaba rasgos que podrían ser revisados y sometidos a cotejo documental: son las vidas de seres apocalípticos, sectarios, puritanos, hechos de generosidad, pasión y compasión, desdén por el riesgo, fe en algunos valores; son las peripecias de seres atrapados por el dogmatismo, el simplismo, la hostilidad a lo diferente y la estrechez de perspectivas. Una pizca de claridad ha de salir a la superficie tras esta pista que pone en línea ideas, pasiones y costumbres. Finalmente, aunque parezca obvio es este un libro de historia: nacida en 1971, Vania nos acerca a un 68 más histórico, historiográfico, menos memorial y casi nada testimonial. Más abierto, por eso, como viniendo de un mandato profesional, a otras lecturas, literaturas y preguntas. Sigue la ruta del oficio: “la historia comienza –escribe con algo de exageración Pierre Nora– cuando el historiador le plantea al pasado y desde el presente, unos problemas de los que los contemporáneos ni siquiera tenían la más mínima idea”. José Rilla

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Camaradas y compañeros. Una historia política y social de los comunistas del Uruguay. Gerardo Leibner. Montevideo: Trilce, 2011, 632 pp. Camaradas y compañeros constituye la primera investigación cuyo objeto de estudio abarca la historia de los comunistas uruguayos entre 1941 y 1973. El historiador uruguayo Gerardo Leibner divide su libro en dos tomos que, significativamente, decide nombrar como “La era Gómez” y “La era Arismendi”.

¿Cómo explicar los extremos opuestos a los que llegó el Partido Comunista en su historia? ¿Cómo entender el grado de sectarismo de comienzos de la década de los ‘50 como la amplitud pragmática posterior? Esta es la pregunta fundamental de la que parte la investigación; ni las condiciones generales del movimiento comunista internacional ni la sociedad uruguaya pueden, según el autor, explicar este itinerario. La clave, plantea Leibner, “tenía que estar en el mismo Partido, en sus dinámicas y en su inserción social”.

El historiador parte de la premisa de que dicho itinerario no fue sólo el producto de la elaboración de dos direcciones distintas que condujeron a ese partido de modo opuesto y considera que no puede explicarse la historia partidaria como el reflejo mecánico de los avatares de la urss. Se propone “revisar la historia política del Partido Comunista, con sus auges y decadencias, aciertos y fracasos, desde el ángulo de la historia social de los militantes” y, por lo tanto, “desentrañar las condicionantes sociales concretas del proyecto comunista en el Uruguay de aquellos años”.

Su investigación se estructura en base a una categoría conceptual que el historiador define como “ideología social”. Esta se compone de ideas, prejuicios, categorías, percepciones y aspiraciones subjetivas, de ahí la importancia que adquiere en su texto el análisis de las prácticas sociales y del lenguaje de los militantes y que las fuentes a las que recurre no sean sólo los múltiples documentos partidarios, sino también los testimonios orales (historias de vida de militantes) y artículos de la prensa partidaria cuya temática no es, precisamente, lo político. En este ángulo y en el uso de estas fuentes radica, justamente, una de las mayores originalidades de Camaradas y compañeros. “La era Gómez” resulta en muchos sentidos la parte más novedosa de esta investigación. Leibner narra detalladamente las distintas posiciones del pcu frente a cada coyuntura histórica (dictadura de

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Gabriel Terra, Frentes Populares, Segunda Guerra Mundial, comienzos de la Guerra Fría), describe la vida interna de este partido y analiza el proceso por el cual pasa de ser un partido con cierta relevancia electoral a convertirse en una “secta”.

Resulta muy fecundo el relato acerca de las prácticas partidarias que caracterizaron a la etapa de autoencerramiento: el deporte, por ejemplo, y su relación con la creación de organismos secretos de seguridad o la versión criolla del culto a la personalidad a través de los homenajes y cumpleaños; también aporta una información enriquecedora la narración de las luchas intestinas y la descripción de los mecanismos a través de los cuales un dirigente político se transformó en el líder de una secta. No se pierden nunca de vista –en esta primera parte– el movimiento comunista internacional, las relaciones entre el partido analizado y la urss, así como las diversas lecturas de los comunistas uruguayos ante cada cambio de lineamiento del pcus y sus repercusiones en el perfil que, en cada coyuntura, fue adquiriendo el pcu.

El profundo análisis del historiador sobre el fin de “la era Gómez”, la crisis del ‘55 y los sucesos posteriores a esta crisis, resultarán –desde ahora– referencia ineludible sobre estos hechos (sucesos que han sido, a veces, interpretados sin tener en cuenta el proceso anterior del pcu y sin suficientes fuentes). Precisamente, Leibner ubica la crisis en un contexto, recurre a fuentes, narra con detalle, se detiene en los antecedentes y fundamenta con solidez su hipótesis: la crisis del ‘55 fue una reacción de los propios dirigentes (todos ellos estalinistas) ante ciertas prácticas éticas cuestionables de sus secretarios General (Eugenio Gómez) y de Organización (Gómez Chiribao) y no constituyó un anticipo de la desestalinización posterior del pcus. Esta reacción permitió, a su vez y sin fracturas importantes, terminar con las prácticas de secta que habían aislado al Partido de la sociedad y prepararlo para los nuevos desafíos que, tanto la realidad internacional como la nacional, requerirían de él.

De la segunda parte de la investigación se destaca, en particular, el capítulo “El Popular y la ideología social popular-montevideana”, donde Leibner lee esta fuente de un modo realmente innovador: el autor encuentra en ella la influencia del entorno social sobre los comunistas y analiza los mecanismos a través de los cuales estos se dejaron permear por la sociedad en la que vivían y militaban. Su investigación da cuenta, así, de las estrategias del diario para intentar adecuarse a la conciencia social de los sectores populares montevideanos; para

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ello el historiador lee, analiza y extrae interesantes conclusiones sobre la página deportiva, los distintos modos en que se abordaba el fútbol, la evolución de las ideas sobre el rock, las crónicas en torno a los premios de la lotería de Navidad y Año Nuevo, la sección femenina y la masculinización de la visión militante.

La riqueza de este análisis trasciende lo que tiene que ver estrictamente con la historia de este partido, en la medida que propone una metodología para la investigación de la relación entre política y medios de comunicación en la década del ‘60 y comienzos de los ‘70. Respecto a este complejo tramo de la historia del país, la investigación aporta una profusa información del accionar de este grupo político, sin embargo, se puede señalar que el autor no se distancia suficientemente de la visión que el propio pcu tuvo de sí mismo. De la coyuntura 1968-1973 no hay en el libro datos particularmente novedosos sobre la dinámica interna del pcu, no se mencionan eventuales debates (por ejemplo, sobre los Comunicados 4 y 7 o sobre la invasión soviética a Checoslovaquia) ni se exploran, tampoco, las relaciones con la Unión Soviética.

La no disponibilidad de fuentes soviéticas y cubanas y la escasez de estudios históricos sobre otros grupos de izquierda (roe, gau, pdc, ps, fer68) operaron, seguramente, como limitantes para contextualizar mejor al pcu y a la ujc en relación con los otros grupos de izquierda y con los otros partidos comunistas del mundo.

Algunas opciones del historiador también pudieron haber operado como obstáculos, por ejemplo, el uso de fuentes orales provenientes exclusivamente de comunistas, la ausencia de una historia comparada del Partido uruguayo con sus pares italiano y francés en la década del ‘60, la escasa relevancia dada –en esta segunda parte– a la estrategia del pcus y sus posibles implicancias en la línea política de los comunistas uruguayos.

Camaradas y compañeros marca un hito, sin duda, en la acumulación historiográfica sobre la izquierda uruguaya, tanto por los aportes informativos sobre uno de los protagonistas más importantes y menos estudiados hasta ahora, como por el sólido y original marco teórico desde el cual se proyecta. Marisa Silva Schultze

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Católicos, nacionalistas y políticas educativas en la última dictadura (19761983). Laura Graciela Rodríguez. Rosario: Prohistoria Ediciones, 2011, 128 pp. En los últimos diez años, las ciencias sociales argentinas han comenzado a reformular varios de los supuestos analíticos con los cuales se había abordado la experiencia de la última dictadura, el “Proceso de Reorganización Nacional” (prn), que gobernó de facto entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983. Una prolongada serie de estudios comenzó a plantear una reducción de las escalas desde el previo marco macro con el cual se estudió al último gobierno autoritario, por lo que órbitas como la localización territorial de la represión, las pujas al interior de las tres Fuerzas Armadas y las trayectorias de los funcionarios, entre otras, fueron emergiendo como tópicos capaces de complejizar las lecturas sobre dicha experiencia. En tal renovación, reformular las relaciones entre el Estado, el gobierno dictatorial y los actores individuales ha permitido, amén de indagar en áreas aún no estudiadas, realizar dos grandes aportes que atraviesan a este tipo de estudios: dejar de lado la idea de “dictadura militar” para dar paso al concepto de “dictadura cívico-militar”, trabajando analíticamente desde las implicancias de tal categoría, y dejar de entender a la dictadura como un bloque homogéneo en sus objetivos, concepciones y prácticas. Dentro de tal estado de la producción científica Católicos, nacionalistas y políticas educativas en la última dictadura (1976-1983), de Laura Rodríguez, abre un nuevo sendero temático al analizar las relaciones entre dos espacios ideológicos convergentes, el catolicismo conservador y el de tendencia nacionalista, los actores que los representaron y su imbricación en el entramado procesista.

Organizado en torno a cinco capítulos precedidos de una introducción que los contextualiza y seguidos de unas reflexiones finales que reposicionan lo presentado en ellos, el libro parte de la hipótesis general de que la política educativa dictatorial no fue una totalidad coherente y homogénea, salvo en el plan represivo hacia los actores educativos, y que hubo al interior de los espacios analizados una multiplicidad de proyectos no exentos de conflictos. La historiadora se adentra tanto en las trayectorias como en los discursos de los actores analizados, buscando relevar qué concepciones y articulaciones políticas sustentaban sus proyectos educativos y cómo estos intentaron ponerlos en práctica en tres ámbitos centrales del Ministerio: el nivel primario, el secundario y el área de Cultura.

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En el primer capítulo, “La llegada de los católicos al Ministerio y el inicio de la represión (1976-1977)”, la autora estudia el articulado institucional de tal cartera, centrándose en la etapa en que el pedagogo Ricardo Bruera ocupó el cargo ministerial tras el breve interinato de cinco días del Contralmirante César Guzzetti. Aquí Rodríguez realiza una atenta lectura de las redes ideológicas, institucionales y personales que unieron al ministro y su equipo con sectores del catolicismo, sus declaraciones sobre la cuestión educativa y las relaciones entre ésta y la represión ilegal. La autora destaca la centralidad del plan represivo, junto a una mirada que ligaba al catolicismo con la ética pública y el sentido nacional. En “Catalán: las bases ideológicas de la política educativa (1977-1978)”, segundo capítulo de la obra, se aborda el final de la gestión de Bruera y el período de Juan Catalán como ministro, tras casi seis meses de acefalia en el Ministerio. Durante la etapa de este abogado al frente de la cartera, se publicará el documento “Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo” que plasmará una lectura católica, occidentalista y represiva. Al mismo tiempo, Rodríguez analiza casos fácticos de la política represiva, como el del militante Alfredo Bravo, y el avance del proceso descentralizador que excedía el ámbito educativo y formaba parte de una concepción dictatorial central. El capítulo se cierra con el estudio de la renuncia de Catalán y del nuevo proceso de vacancia del cargo.

“El más católico de los ministros: Llerena Amadeo”, tercer capítulo del libro, parte de entroncar el proceso que los funcionarios de facto denominaron “racionalización”, es decir, profundización de la descentralización y la articulación con sectores católicos. En palabras del abogado y ministro, desde un principio de subsidiaridad del Estado se buscaba “una mayor eficacia y armonización en las acciones de las tres instituciones: Iglesia, Estado y familia”, como componentes de una visión global de la educación y la pedagogía. Rodríguez analiza luego la reforma curricular, que propone centrada en nacionalismo y elitismo, y el operativo “¡Argentinos marchemos a las fronteras!” que categoriza como programa nacionalista. Las complejidades de la articulación entre el Estado y otras áreas sociales acabarían también con la gestión de Llerena Amadeo, dando lugar a la llegada de Carlos Burundarena al cargo de ministro, una vez acabadas las dos presidencias de facto de Jorge Videla, desnudando las profundas complejidades del área.

El capítulo cuarto, “Los nacionalistas, la pedagogía católica y el anteproyecto de ley”, parte de estudiar el “carácter anticientífico de las asignaturas” destacando tal cariz en un corpus de bibliografía obligatoria y en la materia “Formación Moral y Cívica”, que implicaba un cuasi retorno de la materia Religión a los programas. Posteriormente, se estudia el anteproyecto de Ley de Educación, al que Rodríguez entiende como “el intento de imponer el programa católico”. Las implicancias de esta tentativa son abordadas desde el estudio del escrito ministerial y las encendidas defensas por parte de la prensa católica, lo que permite comprender nuevamente la profundidad de los vínculos entre el ideario y las prácticas procesistas y católicas. El último apartado del capítulo analiza, en la misma línea, la visita al país del pedagogo del Opus Dei, Víctor García Hoz. “El ocaso del Proceso: Burundarena y Licciardo (1981-1983)”, quinto capítulo, se estructura en torno al estudio de las dos últimas gestiones ministeriales, la del ingeniero Burundarena y la del contador Cayetano Licciardo, bajo las presidencias de Roberto Viola y Leopoldo Galtieri. Signadas por el deterioro interno del proyecto dictatorial y la guerra de Malvinas emprendida en 1982, que llevó el régimen a un abrupto y caótico final, con Reynaldo Bignone como Presidente de facto y el propio Licciardo aún al frente del Ministerio. En la inestabilidad del prn, el ámbito educativo promovió proyectos cuya implementación fue más dificultosa que durante el ciclo de Videla y sufrió la lenta degradación de la dictadura, lo que lo expuso a críticas del propio ámbito católico. Este sector, que había sido una base para los proyectos educativos, señaló crudamente que el prn, finalmente, no había logrado colocar la educación en real articulación con los fines confesionales.

En las “Reflexiones finales”, Rodríguez retoma dos ejes: la cuestión de la represión en el ámbito educativo, verdadero pilar de coincidencias entre militares y civiles, y la relación entre ideas y políticas efectivas. Si bien puede señalarse como críticas a la obra su brevedad y la falta de abordaje a ciertos puntos, que la propia autora señala como ejes deseables de ser estudiados, su mérito principal está en lograr intervenir de modo sistemático en una de las vías de análisis sobre el prn que hoy son centrales, como su carácter cívico-militar y su condición de régimen no uniforme, desde un caso particular sumamente relevante como el de la educación. Martín Vicente

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El “viejo” partido socialista y los orígenes de la “nueva” izquierda (1955-1965). María Cristina Tortti. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2009, 405 pp. Son varios los trabajos académicos (tesis de posgrado y publicaciones de diverso tipo) que en la última década se han dedicado al estudio de diversos actores del campo de la “nueva izquierda” que emergió en la Argentina de los años sesentas y setentas. La gran mayoría de estos registran la novedad que sería propia de tal izquierda abordándola en el momento mismo de su irrupción, aproximadamente dentro de los límites cronológicos de la década previa al golpe de Estado de 1976, predominando además notoriamente los trabajos sobre las organizaciones revolucionarias que acabaron tomando el camino de la lucha armada. El libro de Cristina Tortti (basado en una tesis doctoral) se inscribe en una tendencia más reciente de la historiografía argentina, que se propone rastrear los orígenes de esos procesos en el período inmediatamente anterior, entre los años cincuentas y mediados de los sesentas. Lo hace a través del estudio monográfico del itinerario que durante esos años, más precisamente entre 1957 y 1963, experimentó el más tradicional de los partidos de la izquierda argentina, el “viejo” Partido Socialista fundado en 1894. Buscando allí los orígenes de una de las que considera como expresiones tempranas de la “nueva izquierda”, la autora reconstruye detalladamente las circunstancias que derivaron en la crisis y ruptura del ps, que se concretaría en julio 1958, y el proceso de emergencia y fugaz existencia del “socialismo de vanguardia” entre octubre de 1961 y octubre de 1963. La estructura del relato de ese proceso se compone en tres partes. Los dos capítulos contenidos en la primera exponen una apretada historia del ps desde su fundación en 1894 hasta su involucramiento en el derrocamiento de Perón en 1955 y la instauración del régimen encabezado por Frondizi, así como los debates y confrontaciones internas que se desarrollaron durante 1957 y 1958, terminando en la división del partido en dos organizaciones: por una lado, el ps Democrático, representante de la ortodoxia partidaria y, por otro, el ps Argentino (psa), exponente de los sectores renovadores que venían reclamando una autocrítica del papel asumido por el socialismo durante los episodios de 1955 y un cambio de actitud en relación con el régimen imperante desde entonces. Luego, los dos capítulos que integran la segunda parte se focalizan en el derrotero del psa entre

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1958 y 1961, desentendiéndose del curso seguido por la otra rama del socialismo, salvo en lo relativo a algunas polémicas con el primero. Los sucesos de este cuatrienio son analizados como parte de una transición que, partiendo de la crítica que había derivado en la ruptura partidaria, no terminó de consensuar una nueva alternativa y termina sucumbiendo a la irreconciliable confrontación entre los renovadores moderados y los que con fuerte protagonismo juvenil reclamaban el abandono definitivo del liberalismo y del reformismo y la adopción de una orientación definidamente revolucionaria. En esta tensión interna, así como en el fluido diálogo crítico con otras expresiones políticas y culturales de la izquierda de la época, que es exhaustivamente reseñado en lo que indudablemente constituye uno de los méritos del enfoque propuesto, son decisivas las diferentes formas en que cada sector se fue posicionando frente a dos asuntos claves del contexto nacional y regional: la “cuestión peronista” y la Revolución cubana.

A lo largo de los cuatro capítulos de la tercera parte se estudia la crisis y división del psa, para luego focalizarse en el breve itinerario del psa de Vanguardia, que expresó al sector que se había concebido a sí mismo como alternativa revolucionaria dentro del socialismo reformista. Una vez más, la otra corriente que emerge de la división del psa es dejada fuera del foco central del análisis para concentrarse en el “socialismo de vanguardia”. Esto es así porque se trata de la vertiente del socialismo argentino que Tortti considera como la expresión temprana de la “nueva izquierda”, la que definiéndose como nacional y revolucionaria, y estando fuertemente conectada con e influida por la experiencia cubana, se vio tensionada con igual intensidad por la sucesión de fracasos y desilusiones en el persistente propósito de resolver la insoslayable “cuestión peronista”. La autora justifica la pertinencia de este minucioso estudio en la enunciación de una hipótesis general a la que se aludió al comenzar esta reseña: las transformaciones operadas entre fines de los años cincuenta y comienzos de los años sesenta habrían sido el punto de partida de los procesos de renovación de la cultura política y de los elencos dirigentes de la izquierda argentina que se prolongaron hasta mediados de los años setenta. De allí se derivaría la importancia de estudiar monográficamente el origen de esos procesos en el período comprendido aproximadamente entre 1955 y 1965, lo que aquí se verifica para uno de los múltiples vectores en que se fue fragmentando el socialismo

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argentino desde entonces. Probablemente aquí mismo esté uno de los problemas que pueden objetarse al trabajo: el hecho de que siendo una contribución muy importante al conocimiento específico del caso estudiado, el lector no tiene modo de comprobar específicamente, a través del relato que se le brinda, las vinculaciones que esgrime la autora con los desarrollos subsiguientes, puesto que los hilos de continuidad que evidenciarían esa conexión general no son parte del objeto de estudio ni de la contextualización del mismo en el proceso general de la historia argentina reciente.

De todos modos, el libro de Tortti indudablemente representa un aporte muy significativo, no sólo por su contribución al conocimiento del caso específico sino además por lo que significa para el desarrollo de las nuevas tendencias en las formas de abordar el proceso de crisis política que antecedió a la instauración de las dictaduras de nuevo tipo en el cono sur sudamericano entre 1973 y 1976. En este sentido, el trabajo se inscribe en el destacable propósito de superar la discontinuidad temporal que la predominancia de la noción de ruptura histórica introdujo en las reconstrucciones de aquellos procesos, reduciendo inconvenientemente las explicaciones a las coyunturas previas a los golpes de Estado entre fines de los sesenta y comienzos de los setenta. Para ello es que se apunta a reorientar la mirada hacia los hilos de continuidad y las conexiones de sentido, que sólo pueden percibirse inscribiendo las coyunturas críticas predictatoriales en procesos históricos que se remontan a los tempranos sesentas y tardíos cincuentas, y aún más. Este cambio de perspectiva involucra otro que además tiene su peso específico: al extender la mirada hacia un tiempo no tan reciente, necesariamente se amplía el mapa de actores sociales y políticos y

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de agentes culturales involucrados en los procesos bajo estudio. De esta forma, trabajos como el que es objeto de esta reseña contribuyen a superar cierto reduccionismo implícito en los estudios que, centrados en la coyuntura de crisis política que antecede a la instauración de los regímenes autoritarios de nuevo tipo, tienden a privilegiar el análisis de los actores más directamente vinculados al desarrollo de la violencia política (las organizaciones guerrilleras, los aparatos represivos del estado, los grupos paraestatales), limitando la posibilidad de percibir la importancia de la diversidad de actores, instituciones y escenarios en la dinámica político-social y cultural de la época.

Por último, agréguese a ello el mérito, no siempre verificable en este tipo de trabajos monográficos, de inscribir el itinerario del actor protagónico de la historia narrada no sólo en el contexto general de la evolución del sistema político nacional y de las circunstancias internacionales que le afectan, sino además en el contorno específico de la izquierda local, entendiéndola como una comunidad de múltiples actores sociales, políticos y culturales entre los que se configura una red de relaciones y un importante intercambio de ideas, personas y recursos materiales y simbólicos. Como bien surge del análisis que presenta Cristina Tortti, las formas en que cada actor interpreta y define su acción en el macrocontexto nacional e internacional están mediadas por su pertenencia y su ubicación en el microcontexto de la izquierda, un enfoque que probablemente sea válido para otros actores, pero que indudablemente lo es para aquellos que pertenecen al campo de la izquierda, sobre todo en el período de referencia de este trabajo. Jaime Yaffé

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Archivo General de la Nación: avances y actualidad Antecedentes El Archivo General de la Nación (agn) constituye la institución archivística nacional del Uruguay abocada a la conservación, organización y servicio de consulta referente al Patrimonio Documental del país que obra en su acervo. Fue creado por la Ley Nº8.015 del 28 de octubre de 1926, que reestructuró el anterior Archivo y Museo Histórico Nacional. Sus fondos documentales se conformaron sobre la base del antiguo Archivo Administrativo y los documentos de carácter histórico que existían en las oficinas públicas.

El agn tiene su antecedente más antiguo en el Archivo creado por Decreto del Gobierno Provisorio del 5 de marzo de 1827, como respuesta a la necesidad de facilitar la “pronta expedición y acierto en el despacho de los asuntos administrativos”.

Actualmente el agn constituye una Unidad Ejecutora del Ministerio de Educación y Cultura, estando bajo la dirección de la archivóloga Alicia Casas de Barrán desde el año 2005.

Misión1 “La misión del Archivo General de la Nación es la custodia, la protección y el servicio de los documentos públicos, los privados de su propiedad y los privados de interés público que se le confíen, como instrumento de apoyo a la Administración, a la Cultura, al desarrollo Científico y como elementos de testimonio e información del Estado y de sus habitantes”.

Visión2 “El agn sirve al Estado, protegiendo la información pública que esté disponible para su uso. La documentación sirve a la protección de los derechos humanos al asegurar que derechos y obligaciones 1 2

agn, Planes de Gestión (2005-2009 y 2010-2014). agn, Planes de Gestión.

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estén documentados con claridad y precisión, da servicios a la Justicia mediante la administración de los archivos del Poder Judicial que obran en su acervo”.

“El agn es una piedra angular en una sociedad democrática. Es, también, una de las instituciones culturales centrales de la Nación que sirve como centro de investigación y como guardián de la memoria”.

Objetivos Estratégicos De acuerdo a los lineamientos fijados por la Dirección, son objetivos estratégicos del agn:

1. “Custodia, organización y servicio de los fondos que conforman el Patrimonio Documental de la Nación como elementos de construcción y afirmación de la nacionalidad, instrumentos de gobierno y salvaguardia de derechos humanos”.

2. “Preservación de los diferentes soportes documentales tradicionales y nuevos del Poder Judicial en las condiciones requeridas en los estándares internacionales que permitan asegurar su duración y permanencia de la información que testimonie el objeto de su creación”. Entre los encontramos:

objetivos

generales

del

agn

a. Apoyo archivístico a las instituciones públicas mediante el dictado y elaboración de políticas y directrices para la gestión documental integrada. b. Capacitación del personal no profesional en las prácticas archivísticas básicas.

c. Realización del Censo Nacional de Archivos que habilite la elaboración del diagnóstico que permita formular políticas archivísticas a nivel nacional.

Principales logros de gestión:3 En el período 2005-2011 se destaca:

• Revitalización y jerarquización del trabajo técnico documental, asignando mayores recursos humanos, brindando capacitación e 3

agn, Informe Quinquenal (2005-2009) e Informes Anuales (2010-2011).

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incorporando nuevos archivólogos a los equipos de trabajo; con énfasis en la atención a los ciudadanos, distintos tipos de usuarios e investigadores que requieren servicios archivísticos.

• Mejoras edilicias mediante convenios con mtop-dna. Además de importantes reparaciones, se recuperaron 110 metros cuadrados del subsuelo de la sede de Convención 1474, con capacidad para 220 metros lineales de documentos de archivo y zona de trabajo. • Promulgación de la Ley Nacional de Archivos Nº18.220 del 20 de diciembre de 2007, que convierte al agn en órgano rector de la política archivística a nivel nacional y crea el Sistema Nacional de Archivos. • Relacionamiento con distintas instituciones públicas y de la sociedad civil, coordinando y preparando actividades y eventos y brindando asesoramiento archivístico.

• Relacionamiento con el exterior mediante convenios y acuerdos de cooperación científica, accediendo a apoyos para proyectos con financiación extrapresupuestal. • Presentación a las autoridades ministeriales del Proyecto de Decreto Reglamentario de la Ley Nacional de Archivos; cuyo trámite y aprobación se estima para el presente año 2012.

Tratamiento Archivístico y nuevas incorporaciones Los avances en el trabajo técnico documental han permitido la organización y puesta a la consulta de distintos fondos y colecciones, a saber: Ministerio de Gobierno, Aviación Civil, Ministerio de Industrias, Consejo del Niño, Consejo Nacional de Subsistencias, Escribanía de Gobierno y Hacienda, Luis Batlle Berres, Octavio Assunçao, Flavio García, Amílcar Vasconcellos, José Luis Zorrilla de San Martín, Juzgados Letrados Civiles de 9º y 18º Turnos, entre otros. Por su parte, se avanza en el tratamiento del fondo documental del Ministerio de Guerra y Marina (1827 en adelante) y del Ministerio de Relaciones Exteriores. En materia de descripción documental se elaboró y editó la Guía de Fondos del Archivo General de la Nación (Montevideo, 2009) y, luego de un trabajo sostenido de más de cinco años, el Censo–Guía de Archivos de Uruguay. Actualizaciones: Capital e Interior (Montevideo, 2011). En cuanto a nuevas incorporaciones, mediante donación en su mayoría o por compra, el agn ha integrado a su acervo documental las colecciones

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de Juan E. Pivel Devoto (2009) y de José Pedro Cardoso (2009), los archivos de Carlos Quijano (2010) y del Gral. (R) Víctor Licandro (2010), y la carta de Aparicio Saravia a su hermano Basilisio con fecha 28 de febrero de 1904, entregada por la Dra. Raquel Zabalza Walksman (2011).

Asimismo, ingresaron mediante transferencia 10.000 expedientes judiciales (262 cajas) remitidos por el Poder Judicial (2011) y 1.777 Prontuarios de Inhabilitados Especiales de la Corte Electoral (2011). Previamente, ingresaron los documentos del esmaco entregados por Presidencia de la República (2008) y 1.144 rollos de microfilms y sus imágenes digitalizadas (3.000.000 aprox.) por parte del Ministerio de Defensa Nacional (2009). tic’s

aplicadas al agn

Fue desarrollado el sitio web del agn4 con variada información de la institución y su acervo documental y, en especial, dando cumplimiento al Artículo 5º de la Ley Nº18.381 de Acceso a la Información Pública. Además, fue creada una cuenta de correo electrónico5 para brindar respuestas a usuarios del país y del exterior, con la finalidad de acercar el Archivo a la ciudadanía. Un Proyecto de Digitalización ha permitido escanear unas 90.000 imágenes con sus respectivos índices, de los Protocolos Notariales más antiguos del país, correspondientes al periodo 1732-1830, y existe un segundo proyecto que permitirá extender este trabajo hasta el año 1899.

Conjuntamente, el agn y el Ministerio de Trabajo y Obras Públicas (mtop) se encuentran abocados a la realización de pruebas y capacitación para la implementación en la administración pública del software ica-AtoM del Consejo Internacional de Archivos.

Cooperación internacional A través de múltiples acuerdos de cooperación, el agn ha desarrollado, apoyado y supervisado proyectos archivísticos, en especial mediante el Programa adai (Apoyo al Desarrollo de los Archivos Iberoamericanos), los acuerdos con el Ministerio de Cultura de España para el Censo-Guía de Archivos de Uruguay (2005-2011) y los proyectos ica-pcom del Consejo Internacional de Archivos (2010).

Por su parte, en el año 2009 el agn y la aua (Asociación Uruguaya de Archivólogos), 4 www.agn.gub.uy

5 [email protected]

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organizaron el viii Congreso de Archivología del mercosur, con participantes de dieciséis nacionalidades diferentes (América Latina y Europa) dada la envergadura que este evento ha tomado en el contexto archivístico internacional. Asimismo, se ha procurado la participación de representantes del agn en todos aquellos eventos archivísticos internacionales a los que ha sido posible asistir y retomar las afiliaciones al Consejo Internacional de Archivos6 y a la Asociación Latinoamericana de Archivos.7

6

Sede permanente en París (Francia).

7 Sede itinerante, actualmente en Río de Janeiro (Brasil).

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A modo de conclusión La archivóloga brasileña Heloísa Bellotto8 entiende al archivo como una “entidad reflejo” de una institución. Sin lugar a dudas, el Archivo General de la Nación constituye un fiel reflejo del transcurso de la vida nacional. Mauricio Vázquez Bevilacqua

Secretario Técnico de Dirección

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Doctora en Historia y Archivóloga (Universidad de San Pablo, Brasil).

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Recordatorios Juan Antonio Oddone (1926-2012) Ana María Rodríguez Ayçaguer1 El 25 de junio de 2012 falleció el historiador Juan Antonio Oddone, pieza clave en la renovación de la historiografía uruguaya a partir de la década de 1960. Había nacido en Montevideo, en el seno de una familia humilde. Su padre, un artesano escultor en madera, de ascendencia italiana y de firmes convicciones antifascistas y republicanas, experimentaría dificultades laborales en los difíciles años de la depresión, las que se reflejarían en la economía familiar; así lo recuerda Oddone en un libro de memorias que ha visto la luz póstumamente y del que tomamos algunos datos para esta nota.

Su niñez y adolescencia transcurrirían en un ambiente en el que los avatares de la Guerra Civil española y luego, de la Segunda Guerra Mundial, eran vividos con fervor e intensidad. Inició sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho, pero pronto los abandonó por los de Historia en la recientemente creada Facultad de Humanidades y Ciencias, que comenzaba a caminar con grandes dificultades y de la que sería su sexto egresado. Su título, expedido el 12 de marzo de 1957, llevaba las firmas del Rector Dr. Mario Cassinoni y del Decano Dr. Carlos Vaz Ferreira. Todo un comentario sobre el espíritu de aquella Universidad en la que se había formado y a cuya historia dedicaría, junto a su esposa Blanca París, un importante esfuerzo de investigación. Con ella, de quien fuera compañero de estudios, formaría no sólo una familia sino un tándem de trabajo historiográfico, del cual resultarían varias obras en co-autoría de singular importancia, entre ellas Historia de la Universidad de Montevideo. La Universidad Vieja. 1849-1885 y La Universidad uruguaya desde el militarismo a la crisis (1885-1958). Es de justicia señalar que en ese equipo, el talento y la laboriosidad de su esposa jugaron un papel decisivo, no sólo en la elaboración de los textos aludidos, sino en la producción historiográfica y en la trayectoria académica de Oddone en general. También se remonta a sus años de estudiante otro vínculo que resultaría clave en su formación como historiador: el que forjó con el historiador argentino José Luis Romero (1909-1977), uno de los más brillantes académicos que el exilio antiperonista arrimó a nuestras costas y, más concretamente, a las aulas de la Facultad de Humanidades y Ciencias, primero como conferencista y luego como docente. En dicha casa de estudios, Romero impulsaría la creación de la Sección Historia de la Cultura, teniendo a Oddone como asistente y luego como sucesor. En la referida Facultad, Oddone fue docente desde 1957 hasta 2004, año de su retiro, exceptuado el forzoso paréntesis de la Intervención (1974-1985); en 1974 presentó su renuncia, en el marco de un clima de hostigamiento que ya había determinado el cese de Blanca París en el cargo docente que desempeñaba en dicha casa de estudios (el Archivo de la Facultad conserva un ilustrativo expediente en el que las autoridades interventoras lo observan por el no cumplimiento 1

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, udelar.

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del total de su carga horaria en el edificio universitario, mientras Oddone defiende su derecho a concurrir parte del mismo a la Biblioteca Nacional para continuar con su labor de investigación). Con su esposa e hijo marchó entonces a México, donde sería docente durante más de una década, en la recién creada Universidad Autónoma Metropolitana (uam) y, por un período mucho más breve, también en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam).

Al retorno de la democracia reasumió sus funciones docentes en la Facultad de Humanidades y Ciencias en la que, en el curso de su extensa carrera y ocupando diferentes cargos, fue docente de Historia del Uruguay, Historia de la Cultura e Historia Americana. Al momento de su retiro se desempeñaba como Profesor Titular de Historia Americana y Director de dicho Departamento.

No es fácil resumir en una apretada síntesis la significación del aporte de Juan Antonio Oddone a la renovación historiográfica uruguaya. Por lo pronto, debemos comenzar por señalar que, para hacerlo, es preciso considerar no sólo su producción historiográfica sino su labor docente y actividad académica en general. En este sentido, hay tres aspectos en los que, creemos, su contribución fue muy importante y, en muchos casos, pionera: la incorporación de nuevos temas a la investigación histórica del Uruguay y la exploración de nuevos repositorios documentales, muchos de éstos del extranjero; la labor de formación de nuevos investigadores que llevó adelante en el marco de la Facultad de Humanidades y Ciencias y la tarea de difusión de los resultados de las investigaciones, desarrolladas en el marco de los cursos y seminarios dictados en la Sección Historia de la Cultura de la mencionada Facultad. Como complemento –y, en muchos casos, como disparador– de dicha labor, debemos contabilizar los amplios y calificados vínculos que tejió con académicos de la región y del extranjero que contribuyeron a oxigenar la labor de investigación historiográfica local, poniéndola al tanto de temas y problemas que ocupaban a la historiografía latinoamericana y europea.

Los primeros dos aspectos están fuertemente relacionados, ya que la incorporación de nuevos temas se basó en la exploración de nuevos repositorios documentales, fundamentalmente del extranjero. En primer lugar, por su importancia para la historia del Uruguay y por su fundamental aporte al conocimiento del mismo, debemos señalar sus investigaciones sobre el proceso inmigratorio. Según relató Oddone, al finalizar una de sus clases en la Sección Historia de la Cultura, José Luis Romero le planteó la posibilidad de que él y Blanca París se trasladaran a Europa por un período prolongado para realizar tareas de relevamiento documental en archivos de Italia, España y Francia, en relación con un proyecto sobre el proceso de inmigración masiva al Río de la Plata que orientaban Romero y Gino Germani. El prolongado trabajo en dichos repositorios y el contacto con los investigadores que participaban en dicho proyecto –coordinado desde la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires– se traduciría posteriormente en la elaboración de varias obras y artículos sobre el tema, entre los que cabe destacar su estudio sobre el impacto inmigratorio en el Uruguay, La formación del Uruguay moderno. La inmigración y el desarrollo económico social; su análisis sobre los contextos de los países europeos de emigración, fundamentalmente Italia y España, La emigración europea al Río de la Plata: motivaciones y proceso de incorporación; su fino análisis de la visión de los representantes diplomáticos y consulares italianos en el Uruguay, Una perspectiva europea del Uruguay. Los informes diplomáticos y consulares italianos, 18621914; así como su ya clásica síntesis del tema, Los gringos, en el marco de ese encomiable esfuerzo de divulgación que fue la Enciclopedia Uruguaya. Síntesis clásica y disfrutable, debimos decir, porque Oddone escribía muy bien, hay que resaltarlo.

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También por iniciativa de José Luis Romero fue contratado para trabajar en la Cátedra de Historia Social que éste creara en la Universidad de Buenos Aires, período en el que mantuvo estrecho contacto con el italiano Ruggiero Romano –alumno dilecto de Braudel– y el uruguayo Gustavo Beyhaut, piezas claves de aquel nuevo emprendimiento de Romero.

La contribución de Oddone a la renovación temática incluyó, asimismo, su preocupación por otro aspecto clave dentro del proceso de modernización que experimentaría el Uruguay en el siglo xix y primeras décadas del xx: las inversiones extranjeras, británicas y luego norteamericanas, con la inevitable cuota de ingerencia política de las potencias hegemónicas de turno. Ambos temas fueron motivo de varias misiones de investigación en los archivos de Washington y Londres, así como de análisis en sus Seminarios de Historia de la Cultura. Los informes diplomáticos ingleses fueron una fuente fundamental en su trabajo, Uruguay entre la Depresión y la Guerra. 1929-1945, del mismo modo que la correspondencia diplomática estadounidense fue el sustento básico de su análisis de las difíciles relaciones entre Uruguay, Estados Unidos y la Argentina peronista, en Vecinos en discordia. Argentina, Uruguay y la política hemisférica de los Estados Unidos. Selección de documentos. 1945-1955.

Otro importante aspecto de su contribución a la renovación historiográfica fue, como ya señalamos, su labor docente en el marco de los cursos y seminarios que dictó en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Continuando y sistematizando la impronta que José Luis Romero había impreso a la Sección Historia de la Cultura e instaurando el funcionamiento de seminarios, desarrolló allí una importante tarea formativa. Quienes fuimos sus alumnos sabemos en qué medida aquella práctica fue decisiva para que incorporáramos determinadas metodologías y actitudes: el rigor, la responsabilidad con la obligación asumida en el Seminario, el borrador del trabajo corregido con detenimiento… Aprendíamos a investigar. Sus clases estaban minuciosamente preparadas y eran vertidas con elegancia, aunque no era un secreto que sufría de “pánico escénico” y que las clases eran para él, en gran medida, un sufrimiento. Oddone era un hombre culto, con un sentido del humor ácido y a flor de piel, que podía ser un interlocutor encantador, en todo el sentido de la palabra. También tenía sus momentos de malhumor, en los que era aconsejable no cruzarse en su camino… Era así y lo aceptábamos, porque lo estimábamos y le debíamos mucho. De esos seminarios salió una nueva generación de investigadores, entre ellos, Silvia Rodríguez Villamil, Raúl Jacob, Rosanna Di Segni, Alba Mariani, Adela Pellegrino, Óscar Mourat, Esther Ruiz, Graciela Sapriza y Alcides Beretta. En la Sección de Historia de la Cultura Oddone llevó adelante también una esforzada labor editorial: más de medio centenar de folletos –editados en forma extremadamente económica, debido a las limitaciones presupuestales– en los que se difundieron avances de investigaciones y fuentes difícilmente accesibles, casi siempre prologadas brevemente por alguno de los asistentes a los seminarios (una manera de estimular y promover a los incipientes investigadores). Su preocupación en este sentido fue más allá, logrando que Fundación de Cultura Universitaria editara algunos trabajos de sus estudiantes. Oddone también dictó cursos y cursillos en universidades latinoamericanas (en Chile, Argentina, México) y en Europa (Oxford, Inglaterra, Italia). Causa o consecuencia de dichos viajes y estadías de investigación fueron los vínculos que mantuvo con investigadores rioplatenses y europeos, entre ellos –en enumeración no exhaustiva– Tulio Halperín Donghi, Roberto Cortés Conde, Ezequiel Gallo, José Carlos Chiaramonte, Fernando Devoto, Ercole Sori, Carlos Marichal, Ruggiero Romano, John Lynch y Christopher Platt. Su labor historiográfica era

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valorada fuera de fronteras, lo que explica que debamos a su pluma la presencia de la historia del Uruguay en obras colectivas de singular importancia (ver listado).

En reconocimiento al conjunto de su labor, en 2007 la Junta Departamental de Montevideo lo declaró –junto a Blanca París, Benjamín Nahum y José Pedro Barrán– Ciudadano Ilustre de nuestra ciudad. Con dichos historiadores, sumados a Lucía Sala, Julio C. Rodríguez, Nelson de la Torre, Roque Faraone, Julio Millot y Luis C. Benvenuto, Oddone había integrado el grupo “Historia y Presente”, ámbito de discusión de los temas y metodologías que la “nueva historia” venía impulsando. Por último, creemos necesario referirnos a su último libro, publicado en el mes de su fallecimiento: Mirando atrás. Historia y memoria. Se trata, como advierte su autor, “de un texto personal e íntimo”, que dedicó a su hijo Gabriel y que por su expresa voluntad ha visto la luz en una edición de apenas cien ejemplares, destinada a la distribución entre sus familiares y amigos más cercanos. El interés del libro, sin embargo, excede en mucho a este ámbito restringido. En él, Oddone nos lleva a través de una morosa y nostálgica evocación de su infancia y juventud en el seno de una familia humilde, hasta el relato de los inicios de sus estudios y su formación como investigador, repasando luego las instancias claves de su trayectoria académica. Encontramos allí una reconstrucción –siempre disfrutable– de sus vínculos con intelectuales e historiadores nacionales y extranjeros. Todo ello salpicado de comentarios, en los que el Oddone historiador inserta su historia y la de su más cercano entorno, en el más amplio contexto del Uruguay y el mundo de la época. En un país como el nuestro, donde los protagonistas son generalmente muy avaros en escribir sobre sí mismos, Juan Oddone nos ha regalado estas memorias que, aunque él pretende escritas en tono menor y para su círculo íntimo, merecen seguramente un público más amplio, porque su relato nos acerca a un Uruguay diferente y a un capítulo fundamental de la historia de la historiografía uruguaya.

Su obra Libros 1955 1956 1963

Tablas Cronológicas. Poder Ejecutivo-Poder Legislativo, 1830-1951. Montevideo. Instituto de Investigaciones Históricas/fhc.

El Principismo del setenta. Una experiencia liberal en el Uruguay. Montevideo, Instituto de Investigaciones Históricas/fhc.

Historia de la Universidad de Montevideo. La Universidad Vieja. 1849-1885, en coautoría con Blanca París. Montevideo, udelar.

1965 Una perspectiva europea del Uruguay. Los informes diplomáticos y consulares italianos. 1862-1914. Montevideo, fhc.

1966

La emigración europea al Río de la Plata: motivaciones y proceso de incorporación. Montevideo, ebo.

1966

Cronología comparada de la historia del Uruguay. 1830-1945, en coautoría con Roque Faraone y Blanca París. Montevideo, udelar [2ª ed., 1967].

1966 La formación del Uruguay moderno. La inmigración y el desarrollo económico social. Buenos Aires, eudeba.

1967 1967

1971

Economía y sociedad en el Uruguay liberal. Antología de textos. 1852-1904. Montevideo, ebo.

Tablas Cronológicas. Poder Ejecutivo-Poder Legislativo, 1830-1967. Montevideo. fhc [versión corregida y aumentada de la edición de 1955]. La Universidad uruguaya desde el militarismo a la crisis (1885-1958), 4 vols., en coautoría con Blanca París. Montevideo, udelar.

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1990

Uruguay entre la Depresión y la Guerra. 1929-1945. Montevideo, fcu-fhc.

2003

Vecinos en discordia. Argentina, Uruguay y la política hemisférica de los Estados Unidos. Selección de documentos. 1945-1955. Montevideo, Departamento de Historia Americana/fhce.

1997

Cronología comparada de la historia del Uruguay. 1830-1985, en coautoría con Roque Faraone y Blanca París. Montevideo, udelar.

2012/6 Mirar atrás. Memoria e Historia. Montevideo, edición del autor.

Contribuciones en obras colectivas 1972 1974

1976

1980 1982 1986 1986

“Situación de la historia económica en el Uruguay”, en La historia económica en América Latina, México, SepSetentas. “History of Uruguay”, en Encyclopaedia Británica, New York, H. Hemingway Benton [14th edition].

“Le Nuove Nazioni”, en L’America Latina, 1860-1950, vol. xv de la Storia Universale dei Popoli e delle Civiltá. Torino, Unione Tipografica Editrice Torinese [2ª ed. 1986].

“El tema de la inmigración a través de los archivos italianos y españoles”, en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo (Compiladores), La Argentina, del Ochenta al Centenario, Buenos Aires, Sudamericana.

“El comercio rioplatense ante la crisis del orden colonial”, en De historia e historiadores. Homenaje a José Luis Romero. México, Siglo xxi.

“The formation of Modern Uruguay. 1870-1930”, en The Cambridge History of Latin America, Cambridge, Cambridge University Press. “Regionalismo y nacionalismo”, en Leopoldo Zea (Coordinación e introducción), América Latina en sus ideas, México, Siglo xxi.

Artículos/fascículos/cuadernos 1956

“Batlle y la libertad de creencias”, en Batlle, su vida y su obra. Montevideo, Editorial Acción.

1961

“Investigación sobre el impacto de la inmigración masiva”, en Boletín de la Cátedra de Historia Social, Nº 1, Buenos Aires.

1959

1964

1967 1968 1968 1972

1972 1972

1985 1989

1998

“La historiografía uruguaya en el siglo xix”, en Revista Histórica de la Universidad, 2ª época, Nº1, Montevideo, Instituto de Investigaciones Históricas/fhc.

“Ensayística y espíritu científico”, en Número, 2ª época, Nº3, Montevideo.

“Mauá, el banquero del imperio y de la crisis”, en Guerra y Revolución en la cuenca del Plata. Cinco años cruciales: 1863-1868. Cuadernos de Marcha Nº5, Montevideo. Los gringos, en Enciclopedia Uruguaya, Nº26, Montevideo, Editores Reunidos.

“Relaciones entre la Universidad y el poder político”, en Cuadernos Universitarios, Montevideo, fcu. “Batlle, la democracia política”, en Historia de América en el siglo xx, Nº12, Buenos Aires, cedal. “Centenario de la Paz de Abril”, en Cuadernos de Marcha Nº57, Montevideo. “Los principistas”, en Cuadernos de Marcha Nº58, Montevideo.

“El Uruguay frente a la segunda guerra mundial. La política internacional del compromiso”, en Hoy es Historia, Nº12, Montevideo. Uruguay en los años 30. Montevideo, Cuadernos de Interguerras, fcu.

“Serafino Mazzolini: un misionero del fascismo en Uruguay (1933-1937)”, en Ercole Sori (Compilador), Le Marche fuori dalle Marche. Migrazioni interne ed emigrazione all’estero tra xviii e xx secolo. Cuaderni di “Proposte e richerche”, Nº24 : 566-580, Ancona.

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Recordatorios Universindo Rodríguez Díaz (1952-2012). Entre las memorias y las historias de los trabajadores uruguayos2 María Eugenia Jung3 Javier Correa Morales4 El 3 de setiembre de 2012 falleció en Montevideo el activista político e historiador Universindo Rodríguez Díaz, más conocido como ““el Yano”. A sus sesenta años estaba en el momento más prolífico de su producción historiográfica y, a pesar de la enfermedad que lo aquejó en el último año, alcanzó a concluir tres libros de pronta aparición.

Nació el 8 de febrero de 1952 en el departamento de Artigas, en la zona “Los Catalanes”, célebre por su abundancia en yacimientos de piedras semipreciosas (amatistas y ágatas) y donde, según recuerda su hermano Luís, “había nacido el 17 de junio de 1883 Baltasar Brum”. Allí mismo en una casa de adobe y con techo de paja transcurrieron sus primeros años; Yano fue el quinto de siete hermanos. Hizo la escuela y el liceo en Artigas y los preparatorios en el Liceo Osimani y Llerena de la ciudad de Salto. A comienzos de 1970, en compañía de su hermano Luís, vino a Montevideo para iniciar sus estudios en la Facultad de Medicina, quedándose en el Centro de Residentes de Artigas, y rápidamente consiguió trabajo de administrativo en una pequeña mutualista.

Sus estudios universitarios y militancia estudiantil se entrelazaron significativamente en esos fervientes años signados por la gravedad del deterioro económico y social, la crisis política y los desbordes autoritarios del gobierno. Desde entonces asumió un compromiso político y social que marcó su vida para siempre. Como estudiante se integró a la Agrupación Liberación, vinculada a la Resistencia Obrero Estudiantil (roe),5 y participó en actividades en el barrio La Teja así como en la acción solidaria con muchos conflictos obreros. Vivió intensamente los acontecimientos posteriores al golpe de Estado del 27 de junio de 1973 y, a través de la Asociación de Estudiantes de Medicina (aem), intervino en la Huelga General con ocupación de los lugares de trabajo convocada por la central sindical uruguaya y secundada por la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (feuu). 2 3 4

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Agradecemos a Luís Augusto Rodríguez Díaz, Iván Rodríguez, Silvia Visconti, Bibl. Cristina Bello, Mariana Monné y José Pedro Charlo por proporcionarnos información sobre distintos aspectos de la vida, el trabajo y la obra de Universindo. Área de Investigación Histórica del Archivo General de la Universidad. udelar.

Dirección Nacional de Derechos Humanos del Ministerio de Educación y Cultura (mec).

La creación de la roe fue impulsada por la Federación Anarquista del Uruguay tras su ilegalización en 1967. Un año más tarde el anarquismo se reestructuró en tres organizaciones: el “centro político rector”, que era la fau, una organización de masas para actuar en el ámbito sindical (la roe) y una organización armada de apoyo a la lucha de masas y la radicalización de la movilización social (opr 33).

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Tras el levantamiento de la huelga mantuvo una activa militancia de resistencia a la dictadura en la regional Aguada de la roe y en la organización clandestina de la aem hasta 1975, pero con el golpe de Estado los núcleos anarquistas mermaron su actividad y continuaron funcionando en pequeños grupos clandestinos con escasa repercusión. Es así que en 1975 se definió la salida del país de sus militantes, entre ellos Universindo que emigró a Buenos Aires. Acompañó, entonces, los cambios ideológicos del anarquismo que derivaron en la creación, a mediados de los setenta, de una nueva organización: el Partido por la Victoria del Pueblo (pvp). Participó de las reuniones preparatorias de su Congreso fundacional y se incorporó al grupo de estudio y elaboración teórica que, curiosamente, era llamado internamente el “Instituto de Historia”. Un año más tarde retornó clandestino a Montevideo para organizar actividades partidarias de oposición a la dictadura, pero poco tiempo después tuvo que regresar a Argentina. Enseguida, debido a la brutal represión que se desató en ese país luego del golpe militar de marzo de 1976, partió como asilado a Suecia a través del Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (acnur). En Europa intervino en el proceso de autocrítica y reorganización del pvp que, en 1977 en su Congreso de París, se definió como marxista. Finalmente, en 1978 viajó a Brasil para continuar su lucha contra el régimen autoritario instalado en Uruguay. En noviembre de 1978, en el marco de las actividades del Plan Cóndor, fue secuestrado por militares uruguayos en Porto Alegre junto a Lilián Celiberti y los hijos de ella y ambos fueron trasladados clandestinamente a Uruguay (y los niños entregados a sus abuelos). Luego de pasar por el infierno de la cárcel uruguaya, permaneció preso en el Penal de Libertad hasta 1983. El caso fue denunciado por la prensa brasileña y adquirió una gran repercusión en medios internacionales. Al salir de prisión presentaron juntos la denuncia ante la Justicia penal, pero la demanda fue archivada al entrar en vigor la Ley de Caducidad; en febrero del 2011 solicitaron la reapertura de la causa.

Además de militante político y social, Yano fue un tenaz investigador del movimiento obrero uruguayo. Su pasaje por la Facultad de Humanidades y Ciencias (1986-1998)6 le brindó una sólida formación académica a través de la cual canalizó su preocupación por historiar la peripecia de los trabajadores uruguayos. Asumió –y defendió– así su doble condición de historiador profesional y militante en una época en que esa condición parece haber perdido vigencia. Sin embargo, se distanció de las historias militantes de los sesenta realizadas al servicio de una u otra de las tendencias que actuaron al interior del movimiento sindical. Desde su oficio como historiador y con “rigor científico” –como reiteradamente solía decir– se abocó a reconstruir el pasado de las organizaciones de los trabajadores y el aporte plural de las diversas corrientes que las integraban. Desarrolló su actividad profesional por fuera de los ámbitos académicos tradicionales. La mayor parte de su producción la realizó en equipos de trabajo independientes y, desde el 2005, en su calidad de investigador del Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional. En ese ámbito singular institucionalizó una línea de indagación sobre el movimiento sindical y el pasado reciente que a un mismo tiempo le permitió dedicarse de lleno a los estudios y actividades de investigación histórica. Sus investigaciones buscaron restituir las memorias de los trabajadores, rescatar el papel que desempeñaron “en la construcción de valores como la democracia, la solidaridad y la justicia social”7 y, por tanto, su significativa incidencia en el devenir histórico de nuestro país. Sus trabajos 6 7

Desde 1991 Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, escindida de la Facultad de Ciencias.

Universindo Rodríguez Díaz, Silvia Visconti, Jorge Chagas y Gustavo Trullen, El sindicalismo uruguayo: a 40 años del congreso de unificación (Montevideo: Taurus, 2006).

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sobresalen por el amplio abanico de temas y cortes cronológicos que abarcan: las organizaciones obreras de fines de siglo xix y principios del xx; la unificación sindical; la Huelga General de 1973; el relato de diversas trayectorias de militantes que jugaron un rol decisivo en las luchas sociales; la participación de las mujeres y el doble condicionamiento (social y al interior del movimiento sindical) que sufrieron para desarrollar su actividad militante y la presencia e incidencia de los trabajadores del interior del país en estos procesos y acontecimientos.

Aunque no fue el único, se destacó por su renovación en el manejo de las fuentes, particularmente el uso de documentación obrera, que se reflejó en el amplio caudal heurístico que dio sustento a sus investigaciones (la prensa obrera y sindical, testimonios orales y más recientemente los archivos de Inteligencia). Sobre este aspecto realizó una interesante reflexión teórica y metodológica publicada en sus trabajos: Historia social de los trabajadores en Uruguay: perspectivas metodológicas (2002) e Importancia de la prensa sindical como fuente historiográfica (2004, en coautoría con María Eugenia Jung). La preocupación por recuperar la voz de los “de abajo” también estuvo presente en su esfuerzo por la localización y preservación de la documentación histórica producida por los trabajadores, en su mayoría dispersa, que testimonia las ideas y acciones de los sectores subordinados que fueron objeto de sus investigaciones.

A su salida de la cárcel recomenzó su vida. A los pocos años empezó a trabajar en la Biblioteca Nacional y a cursar estudios en la Licenciatura en Ciencias Históricas de la Facultad de Humanidades y Ciencias. De su relación con Ivonne Trías nació su primer y único hijo, Iván. En particular su trabajo en el Depósito de Diarios de la Biblioteca Nacional (al que ingresó el 1º/12/1987) le permitió desarrollar una titánica tarea de detección, recopilación y conservación de la prensa obrera y sindical así como de publicaciones periódicas de diversas tiendas político-ideológicas.8 En sus primeros libros (los únicos que publicó solo) analizó diversos aspectos vinculados a los sectores populares uruguayos en las primeras décadas del siglo xx. Su propósito fue destacar el protagonismo de los trabajadores en el Novecientos, tanto en la construcción de sus organizaciones como en el fortalecimiento de su autonomía frente al Estado y en la conformación del “Uruguay moderno” y su legislación social. Desde el primer volumen, publicado en 1989, dejó en claro uno de los objetivos que lo guiaron a lo largo de su carrera como investigador: hacer foco en lugares y sectores donde la historiografía no lo hacía y trabajar sobre una amplia gama de actores de los movimientos, y no sólo de sus dirigentes.

El objetivo inicial de esa investigación fue analizar las luchas obreras de mayo de 1911: la huelga tranviaria y la primera huelga general, ambas en el segundo gobierno de José Batlle y Ordoñez (1911-1915). Para hacer comprensibles e inteligibles esos acontecimientos analizó en detalle otros factores vinculados a las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados. Con sustento en una abundante documentación, compuesta por prensa y registros estadísticos, abordó la carestía, la escasez de productos y la suba del precio de los alquileres como causas de la protesta social y que, por ende, incidieron en la necesidad de organizarse para exigir cambios. Es

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Contribuyó a la recuperación de ejemplares extraviados por décadas, entre ellos: El Nacional de Montevideo (1883-1884), .La Democracia, Jaque, La Opinión, Mate Amargo, Mayoría, Dignidad, Solidaridad, Aquí, Concertación, Alternativa Socialista, El Federal (1963-1964), El Herrerista: semanario independiente del Partido Nacional (1971). Renacer, órgano oficial de la agrupación departamental de Montevideo “Unión Colorada y Batllista con Gestido” (1965), Antorcha. Unidad y Triunfo (1965-1966), El líder. Intérprete y paladín de la causa del pueblo (1971).

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sumamente gráfica su descripción de la relación de los trabajadores con el gobierno y la represión desatada ante los reclamos.

El segundo tomo, publicado en 1994 y prologado por el dirigente sindical y periodista Héctor Rodríguez, destacó la participación de los trabajadores y sus familias en las múltiples actividades sociales y culturales del país. Demostró cómo el sindicalismo en ese período luchó por sus reivindicaciones pero también impugnó al sistema vigente y a sus valores y buscó alternativas para cambiarlo. Para comprender las grandes manifestaciones de 1911 el libro recrea sus antecedentes y sus repercusiones, que mostraron a la clase trabajadora como fuerza social con gran capacidad de movilización e incidencia en la escena política. Los dos libros de Universindo constituyen aportes fundamentales y novedosos para comprender uno de los períodos más estudiados de la historia del Uruguay. El detallado manejo de la abundante serie documental sobre la que trabajó fue enriquecido con la elaboración de cuadros que grafican las huelgas de 1911 y 1913, por gremios y causas.

Tras estas primeras publicaciones desarrolló una maratónica carrera de investigación que se centró, principalmente, en los procesos ligados al pasado reciente uruguayo. Estuvo vinculado a numerosos proyectos –siempre en colectivo– que se materializaron en una profusa y heterogénea producción historiográfica que se plasmó en diversos medios con distintos niveles de profundidad y alcance: libros, capítulos de libros, decenas de artículos de prensa (Brecha, La República, Trabajo y Utopía) y audiovisuales. Su obra se transformó así en una referencia ineludible en el campo de la historia social de los trabajadores. Se destacan entre sus trabajos tres producciones audiovisuales, realizadas en coautoría con el realizador y productor José Pedro Charlo, en las que participó como investigador y guionista. En ellos se abarcan distintos aspectos de la historia de los trabajadores sobre la base de entrevistas personales a dirigentes y militantes sindicales y de material de archivo (fotográfico y fílmico). Héctor, el tejedor (2002) reconstruye la vida del dirigente sindical textil Héctor Rodríguez y, por qué no, buena parte de la historia del país de los últimos sesenta años.

A las cinco en punto (2004) narra la singular experiencia de la Huelga General, decretada por la Convención Nacional de Trabajadores al otro día del golpe de Estado del 27 de junio y recopila material fílmico y fotográfico disperso registrado durante esos quince días.

Memorias de luchas: de trabajo y de trabajadores (2006) es una serie de documentales breves donde se profundiza en algunos de los asuntos que sobrevuelan toda su obra: la problemática de la mujer trabajadora, la unificación sindical, el Congreso del Pueblo de 1965 y las luchas de resistencia a la dictadura dentro y fuera del país, así como aspectos vinculados al amplio campo del mundo del trabajo.

Dentro de su obra escrita se destaca El sindicalismo uruguayo. A 40 años del congreso de unificación sindical, realizado en coautoría con Silvia Visconti, Jorge Chagas y Gustavo Trullen, donde recorre más de un siglo de luchas obreras en el Uruguay. Se pasa revista a los diversos intentos de organización sindical a lo largo de esas décadas, cuyo punto más alto lo constituyó la creación de la Central sindical uruguaya a mediados de los sesenta y que marcó de ahí en más la peculiaridad del movimiento sindical uruguayo reunido en una única central. Otra parte de sus trabajos refieren a la historia institucional de varios gremios: el de la construcción (Albañiles: esos obreros del andamio, en coautoría con Silvia Visconti), los tabacaleros, los

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papeleros de Juan Lacaze o los funcionarios de la salud (Memorias e Historia de la Federación de Funcionarios de Salud Pública, junto a Silvia Visconti, en etapa de elaboración).

Juan Carlos Mechoso. Anarquista (2006, en coautoría con María Eugenia Jung) se aparta un poco de los temas más transitados. A través del recorrido biográfico del destacado militante anarquista uruguayo de los 50-60, abarca una etapa de la vida del Uruguay y de América Latina, de crisis económica y política y de luchas sociales, en la cual para muchos la revolución era un horizonte posible. Se reconstruyen los cambios ideológicos que procesó la Federación Anarquista Uruguaya (fau), al calor de las lecturas de teóricos marxistas y de los acontecimientos internacionales (en particular la Revolución cubana) que determinaron su derrotero posterior. Evidencia también cómo era ser un militante a fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, el deber que imponían los compromisos asumidos en la búsqueda de una sociedad más justa e igualitaria y la percepción de la vida cotidiana y de los afectos en ese contexto. Más recientemente se había abocado (con Silvia Visconti) a la recuperación de afiches callejeros y graffitis producidos por las organizaciones sociales uruguayas (sindicatos, cooperativas de viviendas, gremios estudiantiles, asociaciones de derechos humanos, instituciones culturales y de enseñanza) durante las décadas del 60, 70 y 80 en Uruguay y el exilio, que son testimonio de la resistencia al autoritarismo. Se plasmó en una exposición (Afiches callejeros. La memoria en los muros, 2011) que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional. Sobre la base de este trabajo se prevé la próxima publicación de La memoria en los muros que, además del material gráfico, compila otros artículos de artistas plásticos y diseñadores gráficos vinculados a la temática.9

Finalmente, su último trabajo sobre los trabajadores uruguayos tendrá pronta aparición. El sindicalismo uruguayo y los servicios de inteligencia (en coautoría con Silvia Visconti) resume varios años de labor en los archivos de la Dirección Nacional de Inteligencia e incorpora documentos desclasificados de eeuu. El libro analiza en la “larga duración” (desde el neobatllismo a 1968) el proceso de unidad del movimiento sindical uruguayo en vinculación con los mecanismos de control –y de represión– que se consolidaron desde los aparatos de vigilancia del Estado. Se investigan los cambios operados en esos años por los servicios de inteligencia del Estado que culminaron en la creación de la dnii, la percepción que desde esos organismos se tenía sobre el “problema” de la unidad de los trabajadores, su visión del comunismo, las prácticas y procedimientos de control y el papel de Estados Unidos, entre otros. En síntesis, su práctica historiográfica estuvo teñida por su compromiso político y social. En un trabajo publicado en Brasil reflexionaba: “desde mi doble condición de ex secuestrado e historiador asumí –como tantos otros hombres y mujeres– el compromiso de rescatar del olvido los hechos de un pasado que está presente”.10 Su principal preocupación fue rescatar la vida colectiva de los sectores oprimidos y dar visibilidad a los trabajadores organizados a través de la recuperación de su 9

Además de sus actividades de investigación, Yano se integró a diversos proyectos de recuperación de la memoria sobre el pasado reciente. En particular se destacó su participación en una iniciativa surgió en 2005 como “Memorias de la Resistencia”; al año siguiente, el Instituto de Diseño de la Facultad de Arquitectura lanzó el proyecto “Marcas de la memoria”, apoyado por distintos grupos sociales y personas. En 2010 se firmó un convenio entre la asociación civil “Proyecto de Memoria de la Resistencia”, la Intendencia de Montevideo y el Ministerio de Trabajo y obras Públicas (mtop); el proyecto pasó a la Junta Departamental de Montevideo que tras largos meses de discusiones lo aprobó. Se marcarán lugares de la ciudad donde se hayan desarrollado actos de resistencia. 

10 Universindo Rodríguez Díaz, “Todo está cargado en la memoria”, en A ditadura de Segurança Nacional no Rio Grande do Sul. 1964-1985 História e Memoria. Volume 3: Conexao Repressiva e Operaçao Condor (Porto Alegre:

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documentación y el registro de sus testimonios. Su obra, además, constituye un valioso testimonio de época ya que fue un activo partícipe de muchos de los acontecimientos que narró. A quienes fuimos sus compañeros de trabajo y a aquellos que lo conocimos hace poco, Yano nos dejó una huella imborrable, mezcla de compromiso, ternura, compañerismo y tenacidad. Si bien no es fácil asumir su pérdida, sus trabajos y recuerdos siguen con nosotros y nos acompañarán siempre.

Assembleia Legislativa do Estado do Rio Grande do Sul-Escola do Legislativo-Universidade Federal do Rio Grande do Sul).

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Convocatoria Contemporánea Volumen 4, Año 4, 2013 Tema del dossier: La prisión como arma política en América Latina, 1950-2000: nuevas miradas a un viejo tema Editores invitados: Carlos Aguirre (Universidad de Oregon) y Hugo Velázquez (Universidad de Guadalajara) El encarcelamiento de disidentes y opositores políticos no ha sido ajeno a los regímenes dictatoriales, autoritarios y democráticos de América Latina; por el contrario, su práctica ha sido constante durante todo el siglo xx. Los estados de la región hicieron uso de todas las formas posibles de represión política, desde el encarcelamiento hasta la tortura, el asesinato, la desaparición forzada, el exilio o, aún peor, la mezcla de dos o más de estas formas, sin importar la flagrante violación de los más elementales derechos humanos que ello conllevaba. La prisión se convirtió en un poderoso instrumento en manos de los estados y gobiernos de la región. El periodo de la guerra fría, en particular, trajo consigo el uso extendido del encarcelamiento, casi siempre ilegal, como mecanismo para combatir a los grupos subversivos, supuestos o reales.

A la prisión como arma política se le opusieron estrategias de resistencia y supervivencia, dentro y fuera de ella, que incluían mecanismos de comunicación clandestina, organización partidaria, despliegue de símbolos y un uso creativo de los escasos espacios legales y políticos que los grupos opositores tenían al alcance. Así, las prisiones se convirtieron en escenarios de conflicto y en una zona medular en la que se reflejaban con claridad las contradicciones de la sociedad. La cárcel, de manera paradójica, se convirtió en un escenario crucial de lo político, pues desde ahí se abrieron espacios de creación y reproducción de formas peculiares de solidaridad y convivencia, y se convirtió en una tribuna para amplificar las luchas de los presos políticos y las demandas de sus organizaciones o de ciertos sectores de la sociedad. Invitamos a investigadores de diversas disciplinas a enviar ensayos para ser incluidos en este dossier especial. Aspiramos a reunir un conjunto de materiales que reflejen tanto la diversidad de las formas que adquirió la prisión política como la variedad de los regímenes que la practicaban; los aspectos políticos, culturales, legales y de género que informan la experiencia de la prisión; y las variadas formas de representación de la prisión política en el arte, la literatura, el testimonio y la historia.

Además del tema principal del número, Contemporánea está abierta a la recepción de artículos sobre otros asuntos dentro del campo de la historia y los problemas de América Latina en el Siglo xx.

Presentación de originales: • Los artículos deberán ser inéditos y tener entre 8.000 y 10.000 palabras, incluyendo notas y bibliografía según reglas adjuntas. Se recibirán archivos en los formatos .doc y .rtf a [email protected] hasta el 12 de abril 2013. • Los autores deben enviar un cv abreviado (dos páginas) y sus datos de contacto. Se debe incluir un resumen de entre 100 y 150 palabras con una selección de cuatro palabras clave. El resumen y las palabras deben ser enviados en el idioma del artículo y en inglés.

• Los textos serán sometidos a arbitraje anónimo por dos especialistas en el tema si el Comité Editorial decide que coinciden con la línea general de la revista. Los árbitros tendrán tres semanas para la evaluación y recomendarán “publicar”, “publicar con modificaciones” o “no publicar”. Se enviarán sus argumentos a los autores, quienes, cuando corresponda, tendrán dos semanas para revisar sus textos.

También se recibirán: • reseñas de libros (entre 1.000 y 1.200 palabras; con énfasis en la descripción sobre la opinión; sin notas al pie) de textos publicados en los últimos cinco años que tengan que ver con la temática general de este número;

• ensayos bibliográficos (entre 3.000 y 4.000 palabras; con énfasis en la opinión sobre la descripción; con notas al pie según reglas adjuntas) que tengan que ver con la temática general de este número;

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• reseñas de eventos (entre 2.000 y 2.500 palabras; con notas al pie según reglas adjuntas) vinculados al tema de este número y realizados en el año inmediatamente anterior a su publicación. El Comité Editorial decidirá sobre la pertinencia de estas colaboraciones.

Formato: • Todos los textos deberán estar a espacio simple y usar el tipo de letra Times New Roman, tamaño 12 en el cuerpo y tamaño 10 en las notas. • No marcar cursivas y negritas en títulos y subtítulos.

• Las referencias textuales de menos de cinco líneas se incluirán entrecomilladas (sin cursivas) en el texto. Si sobrepasan esa extensión, aparecerán en párrafo aparte, con sangrado y sin comillas ni cursivas. • Cuando corresponda, la bibliografía y fuentes se citarán a pie de página según los siguientes ejemplos: Libros:

Sara Evans, Personal Politics: The Roots of Women’s Liberation in the Civil Rights Movement and the New Left (Nueva York: Vintage Books, 1980), 23. Peter Braunstein y Michael William Doyle (editores), Imagine Nation: The American Counterculture of the 1960s and 1970s (Nueva York: Routledge, 2001), 80.

Artículos en libros:

Ana Longoni, “Tucumán Arde: Encuentros y desencuentros entre vanguardia artística y política”, en Enrique Oteiza (coordinador), Cultura y política en los años 60 (Buenos Aires: Facultad de Ciencias Sociales, 1997), 316.

Artículos en revistas:

Francisco Panizza, “El liberalismo y sus ‘otros’: La construcción del imaginario liberal en el Uruguay (1850-1939)”, Cuadernos del CLAEH 50 (1989).

Cuando se mencionen por segunda vez, se repetirán las citas, omitiendo los datos de publicación y acortando los títulos y nombres: Libros:

S. Evans, Personal Politics, 23.

P. Braunstein y M. W. Doyle (eds.), Imagine Nation, 80.

Artículos en libros:

A. Longoni, “Tucumán Arde”, 316.

Artículos en revistas:

F. Panizza, “El liberalismo y sus ‘otros’”.

Al final de los artículos se incluirá una bibliografía completa:

Libros:

Evans, Sara. Personal Politics: The Roots of Women’s Liberation in the Civil Rights Movement and the New Left. Nueva York: Vintage Books, 1980.

Braunstein, Peter y Michael William Doyle (editores). Imagine Nation: The American Counterculture of the 1960s and 1970s. Nueva York: Routledge, 2001.

Artículos en libros:

Longoni, Ana. “Tucumán Arde: Encuentros y desencuentros entre vanguardia artística y política”. En Enrique Oteiza (coordinador). Cultura y política en los años 60. Buenos Aires: Facultad de Ciencias Sociales, 1997.

Artículos en revistas:

Panizza, Francisco. “El liberalismo y sus ‘otros’: La construcción del imaginario liberal en el Uruguay (18501939)”. Cuadernos del CLAEH 50 (1989).

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Dossier: Los caminos al autoritarismo en la segunda mitad del siglo XX en América Latina

Los frentes del anticomunismo Magdalena Broquetas

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Organizaciones “demócratas” y radicalización anticomunista en Uruguay, 1959-1962 Gabriel Bucheli Construcción de la identidad policial y representación de la violencia política en la revista PFA-Mundo Policial durante los años 70 Ariel Eidelman

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Bibliográficas | Archivos | Recordatorios

Rompecabezas para armar: la seguridad interior como política de Estado en la historia argentina reciente (1958-1976) Marina Franco “Estado peligroso” y Medidas Prontas de Seguridad: Violencia estatal bajo democracia (1945-1968) Leandro Kierszenbaum La “salida militar” como única opción frente al comunismo: la experiencia chilena desde la mirada nacionalista católica argentina (1970-1974) Patricia Alejandra Orbe O anticomunismo e os órgãos de informação da ditadura nas universidades brasileiras Rodrigo Patto Sá Motta Pensamiento militar y legislación de defensa en la Argentina: la caracterización de la amenaza a la seguridad interna. ¿Continuidad o ruptura? (1963-1970) Esteban Damián Pontoriero El “proceso de organización de la personalidad”: una pedagogía de la contrarrevolución en Argentina, 1976-1983 Federico Sor

Entrevista a Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez Bibliográficas | Archivos | Recordatorios

Historia y problemas del siglo XX

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Entrevista a Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez

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Dossier: Los caminos al autoritarismo en la segunda mitad del siglo XX en América Latina

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Historia y problemas del siglo XX

Año 3, Volumen 3, 2012

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