El cielo por asalto: Un aproximación teórica a las revoluciones

June 24, 2017 | Autor: David Cruz | Categoría: Literature Review, Economia Política, Revolución Mexicana, Revolución Rusa, Nuevas Guerras
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Descripción

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Reseña Crítica El cielo por asalto: Una aproximación teórica a las revoluciones

Karl Holsti (1991), Peace and War: Armed Conflicts and International Order, 1648-1989, Cambridge University Press. Cynthia McClintock (1998). Revolutionary Movements in Latin America: El Salvador’s FMLN and Peru’s Shining Path. Washington: Unites States Institute of Peace Press. Jack A. Goldstone (2001). Toward a Fourth Generation of Revolutionary Theory (January 1, 2001). Annual Review of Political Science, Vol. 4, 139-18

En su Historia de la Revolución Rusa, Leon Trotsky asegura que al igual que la guerra, la gente no hace por gusto la revolución. Aunque aclara que la diferencia radica en que, en una guerra, la coacción juega un papel decisivo al momento de la conscripción, esa que el autor de Guerras Justas e Injustas, Michael Walzer, describe como una servidumbre que puede llegar a la tiranía, dado que los soldados conforman “ejércitos de víctimas” forzados a luchar por la soberanía de su país. Sin embargo, de acuerdo con Trotsky “en una revolución no hay otra coacción que la de las circunstancias. La revolución se produce cuando no queda ya otro camino”1. La experiencia de Trotsky como artífice en la creación del Ejercito Rojo se inscribe en lo que los teóricos denominan “las grandes revoluciones”, a saber: la Inglesa (1640), la Francesa (1789), la Mexicana (1910), la Rusa (1917) y la China (1949). Que eran explicadas dentro de un gran marco general y que en palabras de Skocpol –parafraseando a Huntington y a Lenin– se trataba de una: “rápida y básica transformación de una sociedad estatal y las estructuras de clase... acompañado y en

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Trotsky, Leon. Historia de la Revolución Rusa. Traducción: Andreu Nin: Epub Libre, 2014. Pag.1487

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parte sostenido por una lucha de clases surgida desde la base”2. Dichas revoluciones se dieron en la época de las guerras entre naciones. Entre las primeras primaba la idea de la lucha de clases y en ambos casos el estructuralismo intentaba explicarlas con una visión donde el sistema pesaba sobre la agencia. Sin embargo desde que terminó la Segunda Guerra Mundial el mundo cambió. En su libro Peace an War, Kal Holsti enumera 58 guerras e intervenciones militares, de 1945 a 1983. De ellas 22 eran guerras interestatales, donde se enfrentaba un ejercito regular contra otro; las 36 restantes eran guerras de liberación nacional protagonizadas por fuerzas irregulares. Se estaba gestando lo que Mary Kaldor llama las nuevas guerras, cuyos objetivos políticos están relacionados con “la reivindicación del poder sobre la base de identidades aparentemente tradicionales: nación, tribu, religión”3p.93 Así, lo que los teóricos concebían como un monolito donde la ecuación: sistema político, desigualdad, campesinado y oligarquía conformaban las piezas que explicaban –con mayor peso hacia uno u otro– las revoluciones, comenzó a dividirse en: Estados fallidos en África, transiciones democráticas en Europa del Este, fundamentalismo islámico en medio oriente y guerra de guerrillas en América Latina, echando por tierra la suposición de que tras la Guerra Fría, los conflictos étnicos, religiosos e interraciales se reducirían en beneficio de comunidades más amplias4. Frente a esto los académicos intentaron explicar el fenómeno desde los más diversos enfoques, que incluía los modelos del actor racional, los sociológicos, los antropológicos y los movimientos sociales. Así, a través de la presente reseña intentaremos mostrar un breve estado del arte sobre las revoluciones y sus posibles causas.

Las primeras luchas La literatura respecto a las revoluciones se mueve en dos sentidos: uno es el político –el Estado y el tipo de régimen– y el otro es el económico –desigualdas y medios de producción –. Skocpol es de las más resistentes detractoras de la variable económica. Según ella, la variable clave en el desarrollo de movimientos revolucionarios es el Estado. Pero descarta la suposición, de que el triunfo o surgimiento 2 Skocpol, Theda. France, Russia, China: A Structural Analysis of Social Revolutions. Comparative Studies in Society and History, Vol. 18, No. 2. (Apr., 1976). P.175 3 Kaldor, Mary. Las Nuevas Guerras. La violencia organizada en la era Global. TusQuets. Barcelona, 2001. P.93 4 Ellingsen, Tanja. Colorful Community or Ethnic Witches' Brew? Multiethnicity and Domestic Conflict during and after the Cold War. The Journal of Conflict Resolution, Vol. 44, No. 2. (Apr., 2000), pp. 228-249

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de una revolución dependa, exclusivamente, de la falta de apoyo popular a algún régimen, pues sostiene que la mayoría de los regímenes no son ampliamente aceptados. También descarta la idea de que la deficiencia en el poder coercitivo del Estado sea determinante. En colaboración con Jeff Goodwin, Skocpol llega a la conclusión de que los regímenes autoritarios cerrados son más vulnerables al crecimiento de movimientos revolucionarios. Las principales razones, según explican son que –bajo esos regímenes– el resentimiento por la desigualdad económica de los sectores excluidos es fácilmente politizable; existe un enemigo identificable y común a todos los grupos a pesar de tener reclamos y objetivos diversos; finalmente los oponentes del régimen tienden a radicalizarse, dado que no les es permitido participar de elecciones limpias. En 1984 Robert Dix en su trabajo Why Revolutions Succeed and Fail, compara 10 revoluciones de las cuales sólo dos triunfaron (Cuba 1959 y Nicaragua 1979). Tras un análisis socioeconómico (PIB per capita, porcentajes de población con estudios y en zonas urbanas, rangos de crecimiento, distribución del ingreso, etc) determinó que las condiciones de los ocho que fracasaron, no eran muy diferente de las triunfantes, por lo que concluye que los motivos fueron exclusivamente políticos. Con ellos sustenta la tesis de Goodwin y Skocpol, en que el principal catalizador es un sistema dictatorial que aglutina una coalición opositora en su contra. En 1992 Wickham-Crowley sometió la teoría de Skocpol a revisión, lo aplicó a 24 casos de movimientos revolucionarios surgidos en América Latina entre 1956 y 1980. Este autor encontró suficiente evidencia para reforzar la teoría de Skocpol y concluyó que: en los países donde la guerrilla triunfó (Cuba y Nicaragua), la movilización estuvo sustentada en el campesinado que derrocó un gobierno patrimonialista. Mientras que en los casos en que hubo guerrilla campesina sin Estado autoritario el movimiento fracaso o se mantuvo como un movimiento nacional que le disputaba el poder al gobierno. La diferencia con Wickham-Crowley es que él sí consideraba la desigualdad económica como un factor, sólo que no lo enfocaba al descontento social ni a la calidad de vida, sino al derecho a la propiedad de la tierra por parte de los campesinos. Booth y Walker por su parte se enfocaron en Centroamerica, de cinco casos estudiados, la revuelta nacional ocurrió en los tres países donde el gobierno era represor (Guatemala, Nicaragua, Salvador). Mientras que en países donde los gobiernos se abrieron a la discusión sobre la desigualdad y ofrecieron alguna modesta concesión (Costa Rica y Honduras), la revuelta no tuvo lugar. Ya en 1968 Huntington había destacado que las democracias no eran vulnerables a la revolución y enfatizaba que el régimen político es el principal determinante de las mismas. Él señala que las grandes 3

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revoluciones de las historia se desarrollaron bajo un régimen monárquico altamente centralizado (Francia, Rusia, China); en una estrecha dictadura militar (México, Bolivia, Guatemala, Cuba) o en regímenes coloniales (Vietnam, Algeria). En todos los casos, la participación política era reducida para los nuevos grupos políticos. Pareciera, que desde esta óptica, las dos condiciones indispensables para el desarrollo y éxito de las revoluciones sin importar en que orden se den o que los motive es la pérdida de parte del régimen del apoyo popular y la defección de las élites.

El factor externo Huntington creía que además de estos elementos era necesaria una alianza entre el campesinado y una clase media intelectual “con raíces en lo tradicional pero valores modernos”. También destacaba el impacto que puede tener el intervencionismo por parte de una potencia extranjera 5, que intente rescatar a los regímenes amenazados, pues el nacionalismo derivado servirá como cemento para consolidar la alianza entre intelectuales y campesinos. Un año antes que él, Blasier, tras estudiar las revoluciones triunfantes en México, Bolivia y Cuba, distinguió entre las condicionantes de la revolución y las precipitantes. Dentro de las primeras se encontraba la concentración de la tierra en México y Bolivia previo a las revoluciones y la ineficiencia e insuficiencia del empleo en las plantaciones en Cuba. Sin embargo la desigualdad social era igual en otras regiones del planeta. Por lo que el factor clave para él fue el régimen: En todos los casos había dictaduras despóticas. A estos académicos se les critica que sobrestimaron el contexto internacional y el intervencionismo de los Estados Unidos. En ese sentido Skocpol y Goodwin así como Wickham-Crowley reconocen que la falta de apoyo de parte de los EU precipitó la caída de los dictadores Fulgencio Batista y Anastasio Somosa. A esta teoría se suman aquellos que señalan que durante las dos Guerras Mundiales, las grandes potencias dejaron algunos vacíos que permitieron, durante la Primer Guerra la Revolución Mexicana y durante la Segunda la independencia de varias colonias en Asia. Si bien el movimiento en Cuba era débil, Batista huyó cuando se dio cuenta que EU no lo apoyaba, mientras que en el Salvador el movimiento era comparativamente más fuerte6 pero el régimen contó con el apoyo de EU. 5 De la misma manera los procesos revolucionarios tienen repercusiones sobre el sistema internacional, modifican el balance de poderes y tanto las naciones vecinas, como los Estados revolucionarios tienden a sobreestimar la potencial amenaza que representa el otro para su sobrevivencia, desembocando las más de las veces en conflictos interestatales como sostiene Stephen Walt en su libro de 1992, Revolution and War. 6 El criterio académico para determinar la fuerza de una revolución es la cantidad de campesinos u otros ciudadanos dispuestos a aportar recursos a las guerrillas.

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Uno de los principales ideólogos de la política exterior estadounidense, George Kennan, escribió en 1950 un memorándum secreto7, en él advertía de los riesgos de que en América Latina, pero principalmente en Centro América cundieran las ideas comunistas impulsados por la URSS. A decir de Kennan, imperaba una mezcla explosiva de frustraciones que desembocaban, según el diplomático estadounidense, en machismo y violencia. Además, que a diferencia de los comunistas europeos, los latinos resultaban manipulables a los deseos de la URSS. Por ello los EU debían ayudarlos a combatirla, aunque dadas la debilidad de los latinoamericanos: en ocasiones –no siempre ni en todo los casos, aclara– la represión gubernamental es la mejor salida. Como explica Stephen Walt en su libro Guerra y Revolución, existe además la muy difundida premisa de que los Estados revolucionarios tienden a exportar la revolución entre otras cosas por afinidad ideológica, cuya finalidad es desarrollar mercados afines y construir alianzas. Por ejemplo durante la revolución francesa los ingleses aseguraban estar enfrentando a una doctrina armada; los países de América expulsaron a Cuba de la OEA por sus nexos con el comunismo internacional y en medio oriente los analistas advertían del expansionismo ideológico del Ayatollah Khomenei, tras la toma del poder en Irán.

Economía e ideología La pobreza es común pero no así las revoluciones. En éste axioma se basan varios académicos para rechazar la inconformidad social como un causa de la insurrección. Sin embargo existe un grupo de “teóricos de la miseria”8 cuya aproximación esta fundada en la desigualdad económica. Tal es el caso de James C. Davies quien aseguraba que al terminar un largo periodo de prosperidad y ser seguido por un fuerte declive en los niveles de vida, la frustración podía hacer brotar las revoluciones. Otro de los teóricos de la miseria y quien fuera la némesis de Skocpol: Robert Gurr, sostenía que las posibilidades de una guerra interna (definida como “violencia organizada de gran escala enfocada en derrocar a un régimen o disolver un Estado y acompañarlo por una violencia generalizada”) varían directamente en intensidad y enfoque, en función de la relativas privaciones de la elite y las masas. Así Gurr consideraba el declive económico como el concepto clave para el surgimiento de la violencia. Entre los teóricos más recientes Jack A. Goldstone asegura que la máquina de hacer revoluciones es la demografía, esto es el aumento de la población. De acuerdo con esto, el descontento popular aumenta 7

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Consultado 10/8/2014 http://digicoll.library.wisc.edu/cgi-bin/FRUS/FRUS-idx? type=goto&id=FRUS.FRUS1950v02&isize=M&submit=Go+to+page&page=598

Misery matters, en el original 5

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cuando ni las ganancias producidas ni el abastecimiento de alimentos son capaces de crecer al mismo ritmo de la población, aunando al incremento en la competencia por la tierra, la caída de los salarios y el aumento del desempleo y del precio de los alimentos. Tanto Gurr como Goldstone destacan la inconformidad social y económica en sus análisis y la consideran más importantes que “las condicionantes”, pero no ignoran las condicionantes políticas. Gurr además distingue entre el “potencial de violencia colectiva”, el “potencial de violencia política” y la “magnitud de la violencia política” en otras palabras distingue entre el descontento, la politización y la expresión del descontento. El caso Salvadoreño dice McClintok genera un par de interrogantes ¿las condiciones que provocan un fuerte movimiento revolucionarios son iguales a aquellas que hacen que triunfe? ¿se necesitan diferentes teorías para analizar la revueltas nacionales y los movimientos nacionales que ganan el poder? O ¿solo debemos estudiar aquellas que ganaron? Es importante dado que tanto Skocpol, Dix y Wickham-Crowley se enfocaban en casos de revoluciones triunfantes, lo cual reducía el número de casos (N) a unos cuantos, muy pocos en realidad, pues no superaban los tres. Esto dio espacio para los críticos que (Snyder y Everingham entre otros) cuestionaban, por ejemplo, porqué otros sistemas similares –Filipinas, Paraguay, Haiti, etc.– no vivieron insurrecciones, o porqué, por ejemplo en Nicaragua la revolución no estalló antes. La crítica a estos académicos se centra pues en que no explican cómo o porqué los regímenes autoritarios y la naturaleza de la represión, así como la pobreza de esos regímenes fueron diferentes a otros similares, como para desencadenar una revolución. Para James Scott, quien se enfocó en las revoluciones agrarias de Asia, el estándar moral que va a guiar el alzamiento del campesinado en contra de los terratenientes y el gobierno, es su propia subsistencia, si consideran que ésta se ve seriamente amenazada. En opinión de McClintock esta tesis se ve reforzada por el estudio de caso, que de la Revolución Mexicana realiza Tuttino (1986). Según éste el campesinado mexicano veía amenazada su subsistencia por la industrialización que vivía el país y la concentración de la tierra en un sistema casi feudal. Así que por una parte les negaban autonomía y por el otro los forzaban a la pobreza, la dependencia y la seguridad. Sin embargo Tuttino incurre en un error generalizado sobre la revolución mexicana, cuyo esquema coincide más con la teoría de Goodwin y Skocpol, e incluso con la de Blasier. El principal detonante fue la falta de participación política, cuya génesis se pueden leer en el libro La sucesión presidencial de 1910, escrito en 1908 por el iniciador de la gesta armada Francisco I. Madero: un terrateniente ilustrado 6

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que empujó por diversos medios sus ideas bajo el lema “Sufragio efectivo no reelección”, e incluso invitó al dictador Porfirio Díaz –en una carta que acompañaba el ejemplar del libro que le regaló– a dar paso a la democracia y “elevarse por encima de las banderías políticas declarándose la encarnación de la patria”9. Los reclamos agrarios que surgieran con Emiliano Zapata –no así con Francisco Villa– no serían tomados en cuenta por la “nueva” clase gobernante sino hasta 24 años después de iniciada la Revolución, cuando el presidente Lázaro Cárdenas repartió las tierras y creo los ejidos en 1934. De hecho otros de los iniciadores de la revolución mexicana fueron los hermanos Flores Magón, teóricos reconocidos del movimiento anarquista. Un tema que me parece digno de remarcar sobre el trabajo de McClintock –quien toca el caso de Sendero Luminoso– y sobre el que tanto Huntington como Alvin Gouldner (1979) ya habían dado cuenta: el surgimiento del profesorado como una nueva clase social ilustrada en varias naciones, quienes se veían separados de sus raíces comunitarias, estaban seguros que tenían la razón y estaban enojados por la relativa falta de prestigio e ingresos, lo que los volvía políticamente radicales. Dentro del caso latinoamericano esta afirmación merece más atención de lo que se le ha dado y un estudio más profundo. A priori me atrevería a afirmar que en efecto esta nueva clase social jugó un papel muy importante en las guerrillas de la segunda mitad del siglo XX en América Latina. Sin embargo difiero en algunos puntos con los tres autores presentados. Tras analizar los casos de Sendero Luminoso 10 y de la guerrilla rural de México encabezada por los profesores Lucio Cabañas y Genaro Vázquez11, se puede apreciar que en efecto: el tema del desarraigo de sus comunidades se da en la etapa de estudio de los personajes en cuestión y de varios de sus seguidores. Pero todos ellos regresaron a su lugar de origen o terminaron enseñando en comunidades rurales sumidas o rodeadas por la miseria. En segundo lugar esa “relativa falta de prestigio” es demasiado vaga, de hecho y por el contrario, en sus comunidades el profesorado gozaba de gran prestigio –no así de buen salario– que les permitió convencer a sus pares, alumnos y gente de la comunidad para que los siguieran en las sublevaciones que protagonizaron, siempre en protesta por la opresión gubernamental y la falta de espacios para la participación política. Un tercer elemento que 9

Krauze, Enrique. “Un libro en el incendio, Bicentenario”. Letras Libres. Consultado 25/8/2014 en http://www.letraslibres.com/revista/convivio/un-libro-en-el-incendio?page=0,1 10 Para más referencia se pueden consultar los trabajos de Gustavo Gorriti y Santiago Rocangoglio sobre Sendero Luminoso, así como el manual sobre este grupo y el MRTA de la Policía Nacional del Perú escrito por el coronel Benedicto Jimenez, además del diario de Abimael Guzmán (alias Presidente Gonzalo) titulado De Puño y Letra. 11 Para el caso mexicano la bibliografía es extensa pero nos podemos remitir al reporte de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP) de México y que fue filtrada por el NSA Archive de la Universidad de Washington a través de su sitio web.

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ninguno de ellos considera es el ideológico –influenciado por el contexto internacional–, los casos nombrados estaban influenciados por alguna línea marxista, Abimael Guzmán era un maoísta 12 convencido, mientras que los mexicanos se decantaban más por la versión Marxista–Leninista, enseñada irónicamente en las propias escuelas normales del Estado como proyecto de gobierno13. Claro que como menciona McClintock, es posible que la mayorías de los académicos omitieran la influencia del marxismo como ideología revolucionaria por miedo a que sus interpretaciones pudieran ser mal entendidas por los servicio de inteligencia de la época de la Guerra Fría.

Nuevos actores La tercera ola de teorías de la revolución se enfocan en las vulnerabilidades estructurales de los regímenes como base para las revoluciones. Los críticos de la teoría estructural argumentan que se debería incorporar el liderazgo, la ideología, las bases étnicas y religiosas, los conflictos intra-élite así como las alianzas multiclasistas, como elementos clave en la producción de la revolución. A decir de Hoslti en una entrevista con Adam Jones, las guerras actuales están lejos de la visión de Clausewitz, se trata de guerras internas donde los actores no siempre buscan ganar, sino en ocasiones prolongarla y así obtener beneficio personal de las prácticas extorsivas y criminales con las que se financian. Por ello no es fácil encontrar una línea divisoria entre la guerra y las criminalidad. Por otro lado si bien no todas las guerras dentro de los Estados son necesariamente étnicas, el colonialismo dejó una serie de estructuras artificiales que, de igual manera, tendieron a transformarse en Estados nación que luego se desmoronaron. Lo anterior sostiene Holsti fue producto de la exclusión, donde un grupo mayoritario excluía el resto de la participación política, los subsidios y de los programas gubernamentales, e incluso han sido víctimas de genocidio o han sido expulsados. Las revoluciones superaron a sus teóricos y como señala Goldstone la ideas basadas en la lucha de clases dejaron de ser efectivas para explicar, movimientos como el del Nicaragua (1979) y Filipinas (1986) que generaron alianzas multiclasistas para derrocar dictaduras; el derrumbe de los países del bloque socialista (1989-1991) que en teoría no deberían tener conflictos de clase, se dio en medio de protestas y manifestaciones sociales; las revoluciones de Iran y Afganistán que eran inminentemente religiosas; o bien las revoluciones anticoloniales del tercer mundo. 12

Tan convencido que creía que lo que venía luego del maoísmo era él y llamó a su istmo teórico marxistaleninista -maoísta -pensamiento Gonzalo. 13 El 29 de octubre de 1934 el entonces presidente electo de México, el General Lázaro Cardenas dio un discurso radiofónico donde exaltaba los beneficios de la educación socialista que impulsaba como parte de su gobierno y que se plasmó por decreto en el artículo tercero de la Constitución.

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Para analizar estas nuevas tendencias Goldstone propone que una cuarta generación de teorías de la revolución debe tratar a las revoluciones como fenómenos emergentes y empezar por enfocarse en los factores que consolidan la estabilidad de los regímenes. La debilidad en esos factores abre como consecuencia el camino para el liderazgo revolucionario, la ideología y la identificación. Esto junto con factores estructurales como la presión internacional y los conflictos de las élites, es lo que crea las revoluciones. Goldstone plantea un definición más contemporánea de revolución como: un esfuerzo por por transformar las instituciones políticas y las justificaciones para una autoridad política en una sociedad, acompañado por una movilización de masas –formal o informal–, y acciones no institucionalizadas que socaven el poder de las autoridades existentes. Este académico también exalta las investigaciones cualitativas como las promovidas por el State Failure Task Force, la cual a través del entrecruzamiento de datos económicos y estadísticos intenta predecir donde surgirá una nueva crisis. El proyecto ha generado una gran base de datos relativa a conflictos internos que analiza diversas variables como PIB, conflictos entre élites, calidad de vida de la población. Con ella y usando modelos de 1955 a 1990 pudo predecir pro encima del 85% de las grandes crisis estatales ocurridas entre 1990 y 1997. Sin embargo no ha sido capaz de predecir la magnitud ni el resultado de dichos eventos.

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