EL CASTILLO DE JUMILLA: HISTORIA DE UN CENTINELA

June 28, 2017 | Autor: J. Simón García | Categoría: Arqueología De La Arquitectura, Edad Media, Edad Moderna, Castillos Medievales
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Descripción

El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

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Emiliano Hernández Carrión—José Luis Simón García

ISBN: 978‐84‐608‐1875‐5 DEP. LEGAL: MU‐988 –2015 Imprime: Imprenta Lencina Avd. de Yecla 50, 30520 JUMILLA

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El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

          INDICE 

Página 

Introducción

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El marco geográfico

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Historiogra a

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Descripción y análisis de las estructuras

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Antecedentes

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La fase Islámica

69



De la conquista al siglo XIV

83

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Alcaides del cas llo

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El siglo XV y el Marqués de Villena

99



Del siglo XVI al XX: De Belluga a la Guerra Civil

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

Historia de la restauración

141



Bibliogra a

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Emiliano Hernández Carrión—José Luis Simón García

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El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

Mediante el presente, saludo una nueva publicación referida al Cas llo de Jumilla, según sus autores la primera monogra a que se escribe sobre el mismo. Como bien dice su tulo, el Cas llo es verdadero cen nela de la ciudad, pues su enclave privilegiado le ha hecho ser vigía de cuantos pueblos han pasado por este territorio y tes go de muchos avatares a lo largo de la historia. Sus autores, el arqueólogo municipal, Emiliano Hernández, y el profesor de la Universidad de Alicante, José Luis Simón, pretenden y consiguen en el contenido de esta obra hacer un repaso general de las fases históricas vividas en él, su marco geográfico, desarrollo arquitectónico y singulares restauraciones de este edificio. Aún así, como los autores mismos me dicen, han quedado muchas cosas en el ntero, pero los límites de la extensión del libro no han permi do añadir más información. No obstante, sale a la luz con esta publicación una obra que hará disfrutar a los amantes de la historia y de Jumilla, ya que profundiza en detalles y datos desconocidos hasta ahora de uno de los edificios más emblemá cos de esta ciudad. Un cordial saludo.

Dña Juana Guardiola Verdú   Alcaldesa Presidenta del   Excmo. Ayuntamiento de Jumilla 

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El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

Supone un orgullo para mí, como Concejala de Cultura, formar una pequeña parte de la primera monogra a de nuestro monumento insignia como es el Cas llo de Jumilla. Un cen nela, como el sub tulo de este libro bien indica, siempre presidiendo la imagen de nuestra ciudad.

A pesar de ser uno de los monumentos más representa vos de nuestro municipio, y a pesar de que numerosos autores en sus publicaciones le han dedicado páginas y diversos ar culos, no se disponía hasta el momento de una monogra a específica del Cas llo de Jumilla, que gracias a uno de los Proyectos europeos Leader ha podido ver la luz. Desde estas líneas aprovecho para animar a todos los jumillanos y jumillanas a que se sumerjan en esta publicación y a que conozcan y amen, más si cabe, nuestro patrimonio y nuestra rica historia y cultura, de la que esta monogra a muestra solo una mínima parte.

Mª Pilar Mar nez Monreal Concejala de Cultura y Turismo  del Excmo. Ayuntamiento de Jumilla 

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El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

INTRODUCCIÓN En el Registro de la Propiedad de Yecla figura la finca nº 1.176, que se corresponde a la siguiente descripción catastral “Ochenta y siete fanegas y siete  celemines (565.741’20 m2) de  erra monte pedriza … en el Cerro denominado del  Cas llo de la Villa de Jumilla”. Dicha finca está inscrita en el folio 101 del tomo 37 del Archivo, libro 13 de Jumilla. A favor del “Procomunal de vecinos de la Villa de  Jumilla”. Más adelante, en la misma nota del Registro de la Propiedad, se dice que el Ayuntamiento es dueño del Cerro del Cas llo desde 1395, año en el que le fue donado por el rey Pedro I de Cas lla. Y también recoge que tras ser desamor zado el cerro (cas llo incluido) y subastado en dos ocasiones: el 1 de mayo de 1855 y el 11 de julio de 1856, sin que exis ese puja, pasados los momentos convulsos de las desamor zaciones, se inscribió en el Registro de la Propiedad el 31 de agosto de 1865, por el Alcalde del momento, José Giménez Guardiola. El Cerro del Cas llo está compuesto por unas dolomías del Cretácico Superior (Cenomaniense – Turoniense) y en la actualidad carece de cubierta vegetal, si exceptuamos el pequeño glacis de acumulación de la umbría. Es de forma alargada de Este a Oeste, desde la cima se domina toda la vega de regadío de Jumilla, la mayoría de los manan ales y fuentes que afloran a lo largo del cauce de la “Rambla de la Alquería” y del “Praico Somero”, de las que con toda seguridad se abastecía de agua, lo que jus fica el trazado del denominado Camino del Subidor. También se controlan las principales vías de comunicación que acceden a Jumilla, así como un gran tramo de la Cañada Real de Cuenca a Cartagena. Los primeros restos materiales que encontramos en la ciudadela del Cas llo 9

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y su entorno, son de la Edad del Bronce Pleno, que aparecen dentro de la erra que conforman los cajones del encofrado de los muros de tapial de la muralla exterior, por lo que queda la duda de si esta erra se recogió en el mismo cerro o se trajo de otro lugar, aunque esto úl mo es poco probable. Sí tenemos constancia de materiales de la primera Edad del Hierro, además de un lugar, fuera de la ciudadela, con abundantes restos cerámicos, en concreto en el punto conocido como “Pozo de los Gitanos”, y en el barranco con guo, en la ladera norte, donde también han aparecido restos cerámicos, entre ellos un fragmento de urna funeraria de orejetas, por lo que es posible que la necrópolis se halle en esta parte de la umbría. También de época ibérica son los restos de grandes bloques de adobes que se encontraron en el interior de la muralla que cierra la ciudadela, en concreto en las proximidades del ángulo nororiental (T.2), donde uno de los agujeros abiertos por la erosión, vació el contenido del cajón de encofrado, dejando ver los grandes adobes, de igual tamaño a los encontrados en el poblado de Coimbra del Barranco Ancho. Sobre estos adobes se construyó la nueva muralla en época musulmana. Con las reservas propias que requieren estos temas, los dos aljibes o depósitos excavados en la roca, en la parte oriental de la Torre del Homenaje, se pueden adscribir cronológicamente a época ibérica, pues su hechura nos recuerda mucho a uno de los depósitos del ópidum del Castellar de Meca (Ayora – Valencia), sobre los que volveremos más adelante. En todo caso el posible asentamiento ibérico del Cerro del Cas llo, sería un satélite del gran conjunto de Coimbra del Barranco Ancho, del que seguro que tenía una dependencia total, y no hablamos de sumisión pues consideramos que serían los mismos pobladores en uno y otro si o. De la dominación romana, además de escasos restos materiales, se conservan también sendos aljibes: el meridional del Pa o de Armas y el que sirvió de sótano a la Ermita de Ntra. Sra. de Gracia. Sobre estos momentos, hemos de aclarar que la ocupación romana de la zona de Jumilla se hace por el sistema de centuria o, es decir, una vez que está pacificada la zona, se reparten erras y esclavos entre los veteranos licenciados de las legiones, por lo que los romanos no tuvieron necesidad de hacer una ocupación total del Cerro del Cas llo, más bien tendrían un punto o torre vigía, con funciones más de información del tránsito de ganados y caravanas, que de aviso de ataques o saqueos, de aquí la escasez de restos materiales. Si escasos son los restos materiales de los períodos culturales encontrados en el Cas llo, salvo ibéricos, no lo son menos los de época visigoda, que se limita 10

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Fig. 1.‐ Vista del Cas llo de Jumilla desde el sur, aproximadamente 1920.

al hallazgo aislado de una hebilla de cinturón de bronce de forma rectangular, El problema es que todos los materiales encontrados en las pocas campañas de excavaciones arqueológicas que se han efectuado, están pendiente de estudio, por lo que no descartamos que puedan aparecer más restos visigodos. Casi con toda seguridad que los godos mantuvieron las estructuras de vigilancia que construyeran los romanos. De época musulmana hay materiales fechables a par r de la segunda mitad del siglo XI, como son las cerámicas decoradas con la técnica de cuerda seca, y vidriadas en verde. Como veremos más adelante la población de los siglos anteriores estaban en el llano, en concreto en el paraje de la Rinconada de Olivares, de la que conocemos la necrópolis, pero no el asentamiento. Será a par r del siglo XI, con la instauración de los primeros reinos de taifas en la Península Ibérica, cuando el Cas llo adquiera una importancia fundamental para toda la Comarca, que llegará hasta el siglo XVI, para ir perdiendo esa preponderancia hasta los primeros años del siglo XIX, que será abandonado a su suerte. Finalmente queremos señalar que esta obra no hubiese sido posible sin la ines mable colaboración de una serie de personas e ins tuciones que han 11

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antepuesto su voluntad y medios, por encima de otros intereses, y cuyo trato y comunicación, con todos ellos, siempre ha sido afable y cordial, a pesar, en algunas ocasiones de la premura de empo. Deseamos agradecer su colaboración a: El Excmo. Ayuntamiento de Jumilla, a través de su Concejala de Cultura y Turismo, Mª Pilar Mar nez Monreal; a Rafael Azuar Ruiz (Jefe de colecciones del Museo Arqueológico Provincial de Alicante, MARQ); al inves gador Pedro Abarca López; a la excelente topogra a de Ignacio Segura Mar (El Tossal Topogra a); a los responsables del Programa Leader en el Ayuntamiento de Jumilla; a la Imprenta Lencina y a la empresa Patrimonio Inteligente.

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El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

EL MARCO GEOGRÁFICO La Comarca de Jumilla se localiza en la parte nororiental de la Región de Murcia, con una extensión de 972’64 km2. Está situada en una posición geoestratégica de unión entre la submeseta sur y el Levante y de la parte nororiental de Andalucía, con las costas alican nas. El techo del término municipal es la cima de la Sierra del Carche, con una al tud de 1.372 m.s.n.m., y la cota más baja es el vér ce sur del término con 320 m.s.n.m., justo en el punto en el que la Rambla de la Raja deja Jumilla y se adentre entre los términos de Cieza y Abarán a los que sirve de divisoria. La atraviesan varias alineaciones montañosas, que forman parte de la zona externa de las Cordilleras Bé cas. Estas unidades estructurales enen dirección SW – NE y entre ellas se abren valles corredores que configuran vías naturales de comunicación. El paisaje refleja la relación existente entre el relieve, el clima y el suelo. Así, los glacis se conforman en la base de escarpes ver cales y sirven de transición topográfica con las laderas y los llanos; es un paisaje con una fácil lectura geomorfológica. Se diferencian con claridad dos grandes dominios; por una parte el de los materiales cuaternarios y pliocuaternarios en disposición subhorizontal, que cons tuyen los pasillos (arenas, arcillas y conglomerados asociados a mantos de arroyada, conos de deyección, etc.) y que actúan como soporte a los cul vos, y el de los materiales plegados y tectonizados cretácicos que cons tuyen los relieves serranos, con al tudes en torno los 1.000 metros. La cubierta vegetal de las sierras ofrece un marcado contraste entre las formaciones de matorral, especialmente espar zales en las solanas y la importancia del pino carrasco en las umbrías (Diez Calpena et alii, 2009). La hidrología de la Comarca está estrechamente vinculada a la climatología. No hay ninguna corriente con nua de agua, todos los cauces de 13

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Fig. 2.‐ Mapa geológico y corte trasversal desde el Cerro del Cas llo hasta la Sierra Larga.

ramblas que existen se han formado en el proceso de facilitar la evacuación de las aguas pluviales. No obstante abundan las cubetas endorreicas, donde se acumula el agua de lluvia, formando pequeñas lagunas. El abastecimiento de agua a la población de Jumilla procede de los acuíferos, cuyos niveles piezométricos han estado siempre muy altos, lo que ha favorecido la presencia de numerosas fuentes, manan ales y algunos humedales que mantenían agua durante todo el año, así como la inundación ocasional de las citadas cubetas endorreicas. La mayoría de los autores coinciden en encuadrar el clima de Jumilla como “mediterráneo  con nentalizado,  de  carácter  semiárido,  situado  entre  los  límites de las regiones climá cas con nental y mediterránea” (Mar nez Abellán et al., 2000; 69). La temperatura media anual varía de los 13º/14ª de las llanuras septentrionales de la Comarca, a los 17º/18º de las zonas meridionales, con una amplitud térmica anual en torno a los 50º. Las heladas son frecuentes, y se producen entre los meses de noviembre a marzo. Los vientos dominantes son los 14

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Fig. 3.– Mapa topográfico del relieve y los principales caminos que pasan al pie del Cerro del Cas llo.

que soplan dentro del cuadrante norte – oeste, que soplan fundamentalmente en otoño y en invierno. Uno de los vientos más fríos que sopla en dirección N – S, se le llama “Pelacabras” o viento del norte, por ser muy gélido; Por el contrario, el viento que sopla desde el sur, fundamentalmente en los meses centrales de verano, se le llama “Solano”, es muy tórrido y provoca olas de calor. El piso vegetal más extendido es el Mesomediterráneo. En total los botánicos han iden ficado unos 1.000 taxones de especies vegetales, de los cuales el más extendido es el esparto (S pa  tenacissima). Su explotación ha tenido una gran importancia a lo largo, tanto de la Prehistoria como de la Historia de la Comarca. Mientras que de la fauna de vertebrados hay censados, en la actualidad, 251 especímenes silvestres, entre las que destacan las aves con 187 especies. En el censo de vertebrados de Jumilla están representadas el 69’3 % de las especies censadas en la Región de Murcia y suponen el 39’5 de España (Mar nez Abellán et al., 2000; 130). 15

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Fig. 4.‐ Vista cenital del Cerro del Cas llo y su entorno inmediato.

Son estas condiciones donde a lo largo de milenios se han desarrollado las comunidades humanas que habitaron Jumilla y sus erras, por lo que resulta imprescindible tenerlas presente de forma constante para poder efectuar una aproximación a los modos de vida que les iden fican, en especial cuando se trata de sociedades agropecuarias donde su sustento depende de los factores señalados, como la calidad del suelo, la climatología y los recursos hídricos, además del aprovechamiento que pudieron efectuar de recursos que la naturaleza ofrecía, como los manan ales salinos, un recurso que hasta hace muy poco era conocido como el “oro blanco”, pues su función principal era la de conservar alimentos, además de condimentar las comidas, curar enfermedades cutáneas y mejorar la explotación del ganado dedicado al ordeño. En muy pocas ocasiones el mapa geológico del Ins tuto Geológico Minero 16

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muestra a través de la coloración de las formaciones las posibilidades de explotación agropecuaria, con los fondos cuaternarios, donde la Cañada del Judío junto con las zonas de sedimentación de arcillas y margas, delimitan las áreas de cul vo, por donde discurren y se abren paso los arroyos que avenan la comarca hacia el curso del Segura y que permiten por su pendiente desarrollar sistemas de riego con redes de azudes, albercas y acequias. Los pasillos presentan un paisaje visual de suelos ocres, terrosos, de dominante agrícola, en los que predomina el cul vo de cereales, viñedos y olivos. Por úl mo la orogra a de este sector de las Cordilleras Bé cas, donde las alineaciones montañosas se caracterizan por una serie de sierras lineales de escasa elevación separadas entre sí por estrechos pasillos o corredores, formando un conjunto paisajís co cuyo carácter reside precisamente en la sucesión de elevaciones y depresiones longitudinales dispuestas sobre los amplios llanos del Al plano murciano, permi ó el desarrollo de caminos naturales que ponen en contacto tanto de norte a sur como de oeste a este erras próximas pero de caracterís cas muy diferentes, como la Sierra del Segura, Los Llanos manchegos, el Vinalopó y la cuenca del Segura a par r de Cieza. Las sierras lineales de Jumilla, donde el Cerro del Cas llo se emplaza como punto central, cons tuyen un paisaje de elevada visibilidad por su disposición alargada y con nua, y por actuar como elevadas divisorias entre erras llanas. Cons tuyen el telón de fondo y el cierre visual de la mayor parte de las vías de comunicación que recorren el Al plano y une el Cerro del Cas llo con el resto de la Región y las provincias limítrofes.

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HISTORIOGRAFÍA La primera publicación que hace referencia al Cas llo de Jumilla, la encontramos en las “Relaciones Topográficas” de Felipe II, a las que Jumilla respondió al cues onario de 1579, aunque lo hizo al año siguiente. En la respuesta 29 dicen los miembros del Concejo, que “El cas llo y fortaleza de esta  villa … está en los alto de la sierra … es el material de cal y canto y fuerte en la  misma torre homenaje.” En la respuesta anterior se menciona que las casas están parte en llano y parte en las laderas de la Sierra del Cas llo, pero que la población no está amurallada ni cercada, lo que nos indica que en estas fechas ya no queda ninguna casa habitada dentro de la ciudadela (Cebrián y Cano, 1992; 183). En las Respuestas al “Catastro del Marqués de la Ensenada” elaboradas en 1755, en la cues ón nº 22, la única que hace mención al cas llo, dice: “Y  que  extramuros de dicha Villa se halla un fortaleza o cas llo con una hermita que se  in tula  de  Nuestra  Señora  de  Gracia”. Que se incluye dentro de la relación de edificios que son propiedad del Concejo, como la casa del consistorio y las cárceles, y aclaran que por ellos “no pagan cosa alguna” (Morales Gil, 1990; 62). En el “Diccionario Geográfico‐Estadís co‐Histórico de España y sus posesiones de Ultramar”, de Pascual Madoz fechado en 1850, que en el tomo dedicado al Reino de Murcia, cuando describe la villa de Jumilla dice que esta está situada “al pie de una colina que llaman Sierra del Cas llo, en cuya cúspide  hay  ves gios  de  uno  que  estuvo  ar llado  no  ha  muchos  años”. Más adelante menciona la Ermita de Santa María, que fecha en el siglo X y comenta que en su interior predicó S. Vicente Ferrer (Madoz, 1850; 103 – 104). El Canónigo Juan Lozano Santa en su “Bas tania y Contestania del Reino de Murcia” (1794) solamente lo cita para decir que los Reyes Católicos nombraron como Alcaide de la “frontera con Villena” y de la fortaleza a Andrés 19

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Fig. 5.– Grabado de la ciudad de Jumilla por Lariz. Juan Lozano Santa en su “Historia de Jumilla (1800).

Mateo Guardiola y Aragón (Lozano Santa, 1980, 61). Seis años más tarde, en su obra “Historia An gua y Moderna de Jumilla” (1800) habla más extensamente de él, pero sin dedicarle un capítulo, va haciendo referencias sueltas a la fortaleza y sus construcciones aledañas (iglesia, aljibes, ciudadela, etc.) por ejemplo cuando habla de la Villae romana de “La Ñorica”, intercala una somera descripción del mismo, así como de la anexa Ermita de Ntra. Sra. de Gracia, donde hace afirmaciones como que “el cas llo es  tan  romano  en  sus  fundamentos,  como  árabe  en  sus  piezas  interiores”, aunque reconoce la autoría del Marqués de Villena, e incluso dice que es una arquitectura del siglo XV (Lozano, 1800; 37). En otro momento habla de los buscadores de tesoros, que están arruinando el Cas llo. Es precisamente al hablar de la genealogía de Juan Fernández Pacheco, cuando hace la descripción más extensa de la fortaleza, apuntando incluso la fecha de conclusión, 1460, asignando al primer Marqués la hechura de casi toda la obra. Aprecia que la Torre del Homenaje se ha construido en dos cuerpos abovedados, y que a posteriori se par eron ambos para obtener otros dos pisos 20

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más. Una lectura detenida de la obra del Dr. en medicina Ramón Romero Velázquez, que ejerció su profesión durante la Guerra de la Independencia en Jumilla, y fue una parte muy ac va en el tratamiento y prevención de la epidemia de fiebre amarilla que sufrió la población en 1811 y 1812, comenta que el Cas llo se u lizó como Lazareto de cuarentena, es decir, allí se aislaban a los sospechosos de estar contagiados de fiebre (Romero Velázquez, 1819; 32 y 33). También comenta el citado doctor, en la introducción de su obra, que entre los cargos del Concejo está el de “Gobernador Militar de la Fortaleza”, sin que tengamos más información, de este cargo, en los inicios del siglo XIX (Romero Velázquez; 1919; 15). Conocemos un informe del Capitán de Ingenieros José Bossart sobre el Cas llo, de 1834, en el que tras hacer una descripción del mismo con aportaciones de medidas en varas castellanas, concluye que “no pueda u lizarse  …  en  las  maniobras  de  un  Ejército.  Bien  opere  a  la  ofensiva,  bien  sea  a  la  defensiva,  que  consiguiente  le  considero  inú l  y  aun  perjudicial  en  las  presentes  circunstancias.” De lo que inferimos que en estos momentos el cas llo está abandonado a su suerte. Manuel González Simancas, en su “Catálogo Monumental de España”, de 1905, en los tomos dedicados a la Murcia, en el segundo habla del Cas llo de Jumilla, sigue la obra del canónigo Lozano, y lo desdice en cuanto al basamento romano de la Torre del Homenaje, pero la descripción de la misma la toma del canónigo historiador, como lo llama Simancas. Afirma que toda la hechura del mismo es obra medieval y la atribuye enteramente al Marqués de Villena. Dice que de los tres escudos que había uno todavía perdura, el situado en la Torre del

Fig. 6.– Vista del cas llo y sus murallas exteriores desde el sureste. Hacia 1920. 21

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Fig. 7.– Vista de la torre del homenaje publicada por Gonzalez Simancas en 1913, en la revista “Ilustración Española y Americana”, del 22 de agosto.

Homenaje, y los otros dos, ya desaparecidos, estaban en “los  cubos  del  recinto” (González Simancas, 1905; Vol. II; 521) sin que sepamos a qué cubos se refiere. El autor del “Catálogo Monumental de España”, cataloga el Cas llo de Jumilla a caballo entre el Cas llo de Moratalla, que él considera enteramente medieval, y el Cas llo‐Palacio de Mula y que ene formas abaluartadas an guas (González Simancas, 1905; Vol. II; 524). En 1913, en la revista “Ilustración Española y Americana”, del 22 de agosto, González Simancas publica nuevamente un breve pero magnifico ar culo 22

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Fig. 8.– Vista de la barbacana, publicada por González Simancas en 1913, en la revista “Ilustración Española y Americana”, del 22 de agosto.

dentro de una serie sobre “Estudios sobre la Arquitectura Militar de la Edad Media” que tula “El cas llo de Jumilla”, donde junto a cuatro fotogra a del estado del edificio en esos años y un detallado plano de planta de la fortaleza cris ana, la analiza con cierta maestría y hace una descripción muy detallada del edificio, enmarcándolo en los acontecimientos históricos que por el momento se consideraban como los más destacables. Toma como fuente principal la obra de canónigo Juan Lozano, pero intenta efectuar una serie de comparaciones para comprender el origen y funcionalidad del edificio. En la “Geogra a histórica de la Provincia de Murcia “que elaboró Abelardo Merino Álvarez en 1915, solamente menciona el Cas llo de Jumilla, en una relación que hace de los cas llos más sólidos del interior de la provincia (Marino Álvarez, 1915; 248). Hemos de esperar hasta 1975, año en el que el médico, literato e historiador Lorenzo Guardiola Tomás publica su “Historia de Jumilla”, para poder ver un capítulo dedicado al Cas llo, (Guardiola Tomás, 1975; 83). Aunque a lo largo de la obra aparecen apuntes sobre los Alcaides y sobre los Mayordomos de Rentas del Marqués de Villena, cuyo cargo llevaba implícito el de Alcaide del 23

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Fig.9.– Vista del la torre del homenaje y de la Ermita de Ntra. Sra. de Gracia, hacia 1915.

Cas llo (Guardiola Tomás, 1975; 195 y 196). Tras la restauración llevada a cabo en 1977, bajo la dirección del Arquitecto Pedro San Mar n Moro, en la que rehicieron las almenas de la Torre del Homenaje, el historiador E. Cooper publicó un ar culo en la Revista Murgetana de la Academia Alfonso X El Sabio, cri cando dicha restauración. Tras entrar en una contradicción sobre el tamaño y distribución de las almenas de la Torre, lo único que se puede aceptar de dichas crí cas es que el aparejo u lizado no fue del tamaño del que ya exis a, sino que era algo menor, pero las dimensiones de las almenas si se corresponden con las originales (Cooper, 1980). Precisamente en 1980 E. Cooper publicará su obra “Cas llos  Señoriales  en la Corona de Cas lla”, donde se estudian y analizan los cas llos de la Baja Edad Media de Cas lla, donde no podía faltar el cas llo jumillano, del cual hace referencia a su heráldica, torre del homenaje y elementos más singulares. En 1991, Alfonso Antolí Fernández, en su obra “Historia de  Jumilla  en la  baja Edad Media: Siglos XIII – XV)” inserta un pequeño apéndice sobre el Cas llo, con un croquis incluido, donde hace una pormenorizada descripción del mismo y un somero análisis de su pología y la importancia del mismo como símbolo señorial. 24

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Fig. 10.– Vista del cas llo con la torre de la barbacana que conserva los buzones. Hacia 1915.

El proyecto de Rehabilitación del Cas llo, elaborado en 1998 incluyó una extensa memoria histórica sobre el Cas llo, como introductoria a dicho proyecto, el cual fue redactado por los arquitectos F. J. López Mar nez, J. A. Mar nez López y J. F. Noguera Giménez, siendo financiado por la Consejería de Educación y Cultura de Murcia. Aunque el proyecto no se llegó a publicar, pero se puede consultar en la citada Consejería. Finalmente en 2009 la Comunidad de Murcia publica la obra “Por  erras  de  cas llos.  Guía  de  las  for ficaciones  de  la  región  de  Murcia  y  rutas  por  sus  an guos caminos”, de Mar nez y Munuera, un intento de aunar los datos básicos del patrimonio for ficado de la región y el incipiente turismo cultural, donde el cas llo de Jumilla es un hito ineludible.

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Fig. 11.– Plano ortofotográfico del Cas llo de Jumilla. El Tossal Topogra a. 27

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DESCRIPCIÓN DEL  EDIFICIO  La descripción de los restos que son actualmente visibles del Cas llo de Jumilla, un edificio que posee al menos mil años de existencia, nos permite por un lado conocer con detalle los elementos que los cons tuyen, tanto desde el punto de vista construc vo como formal y funcional, de modo que podernos hacernos una idea de sus aspecto y fisonomía en cada uno de los periodos históricos, desde su origen hasta nuestros días, puesto que en el mismo se han efectuado tareas de construcción, modificación, demolición, reparación, abandono, expolio, ruina y restauración, por lo que mejor que hablar del “Cas llo de Jumilla” deberíamos hablar de los “cas llos” en Jumilla. En la actualidad gran parte del espacio interior del recinto exterior se encuentra sin excavar y por lo tanto de documentar y estudiar, tarea que queda pendiente para futuros trabajos. El denominado cas llo, o recinto interior, ha sido objeto de restauraciones que le han devuelto en gran parte el aspecto que tuvo en la segunda mitad del siglo XV, quedando pendiente con nuar con los análisis y estudios de los restos documentados en su día en la “plaza de armas”, o recinto interior, y en la parte baja de la Torre del Homenaje. Con el fin de poder hacer posteriormente una propuesta de que elementos formaban parte del cas llo en las diferentes etapas y cuáles eran sus funciones, realizaremos una descripción de cada uno de los elementos que son visibles en la actualidad, empezando por el recinto exterior, par endo de las estructuras que se encuentran al norte y de ahí siguiendo un recorrido en el sen do de las agujas del reloj. Posteriormente haremos lo mismo con el edificio interior, comenzando por la torre del homenaje y siguiendo en el mismo sen do. Otros elementos anexos serán tratados en una descripción final. Para poder seguir el proceso hemos sectorizado el edificio en tramos de lienzo de muralla (L.0), torres (T.0), aljibes (AL.0), accesos (A.0) y elementos singulares (Iglesia, etc). 29

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Fig. 12.– Plano topográfico y secctorización del Cas llo de Jumilla. 31

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EL RECINTO EXTERIOR  A.1.‐ El recinto exterior no posee actualmente conexión alguna con el edificio conocido como “cas llo”, eso puede deberse a varios mo vos, la desaparición de los elementos que los unían, que se tratase de elementos temporales, la baja calidad del material empleado o el expolio de los elementos que lo componían. Lo cierto es que en el punto más septentrional del recinto exterior se interrumpe a 5,33 m de la torre del homenaje, justo donde aflora la roca en la que se aprecia un cajeado rebajado en la roca de 2,50 m de largo y 0’40 cm de profundidad, que da con nuidad a un camino que en algún momento recorría por el exterior las murallas y torres del recinto exterior por la creta de la roca del cerro. Todo parece apuntar a que exis ó un por llo o poterna, de la cual solo queda la huella en la roca, sin que se pueda precisar durante cuánto empo puedo estar en funcionamiento. Desde luego recorrer las murallas entre la caída casi ver cal del flanco septentrional del cerro y las murallas que discurren por la cresta solo era posible con el consen miento de las tropas y moradores del interior, siendo exclusivamente apto para personas y reatas de caballerías, los carros tendrían otro acceso más cómodo y seguro. L.1.‐ Trata de un lienzo de muralla del cual solo parecíamos su cara

Fig. 13.– Vista del recinto exterior y el alcázar desde el este. 32

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Fig. 14.– Vista aérea del recinto exterior y el alcázar desde el noreste.

exterior, realizada mediante un zócalo de mampostería de pequeño tamaño trabada con mortero de cal muy pobre, de unos 2 m de altura y 24’10 m de largo, interrumpido por haber cedido la estructura sobre el que se levantaba, un muro de tapial de erra calicostrada, cuyos cajones poseen una longitud de 1’45 m, sin que se pueda determinar por el momento la anchura y la altura. Ha perdido casi todo el enlucido exterior y no se aparecían llagueados ni rejuntados, por lo que su aspecto es de debilidad, si bien dada la imposibilidad de acceder desde la ladera norte, de fuerte pendiente y abruptos escarpes, puede jus ficar su naturaleza y escasa envergadura. T.1.‐ Se trata de una torre de similares caracterís cas al lienzo anterior y se configura a par r de generar un saliente rectangular. Se levanta directamente sobre la roca y como en el caso anterior se aprecia especialmente su cara exterior, generando una planta de 2,50 m en el lado occidental, 10’15 m de frente y 2’10 m en el lado oriental. Posee una base de 2 m de alzada de mampostería, de mayor tamaño que en el lienzo anterior, conformada a modo de caja sin trabar entre el frente y los laterales, por lo que parece que podemos estar ante un tapial 33

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muy rico en mampostería, que ha perdido el mortero exterior dejando a la vista el relleno pétreo, que ha sido dispuesto de forma regular, tal y como parece deducirse del lado oriental de la torre, afectado en menor medida por los agentes climá cos y que conserva parte del reves miento exterior, que apenas dejaría ver las piedras del interior. Sobre esta base se conserva una caja de tapial de erra calicostrada, en donde no se han conservado las agujas ni otro po de elemento construc vo. En la cara este se aprecian los huecos rectangulares reves dos de yeso moreno o gris, relacionados con el anclaje de maderos de una estructura hoy en día desaparecida. L.2.‐ Lienzo de muralla configurado por al menos por dos tramos, el primero de 25,30 m de largo y el segundo de 13’95 m, con un quiebro de 0’80 m en un ángulo de 80º que pudiera indicar dos fases o una adaptación para su posterior entronque con la T.2. Su aspecto exterior, el único visible, sigue siendo el mismo que en las construcciones anteriores, una base de unos 2 m de altura de mampostería y una caja de tapial de erra calicostrada que la corona. Las dimensiones de las cajas de tapial son de 1’45 m de largo, 0’85 m de alto y 0’65 m de ancho, con agujas circulares. Se asientan los dos tramos sobre la roca, por lo que no se jus fica su adaptación al terreno, algo que sería necesario estudiar al

Fig. 15.– Destalle del lienzo de muralla septentrional. 34

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interior, hoy colmatado por los rellenos de derrumbe de las edificaciones anexas, para poder conocer las causas de su extraña traza, que probablemente oculte varios elementos o fases construc vas. L.3.‐ Se trata de un lienzo de muralla avanzada 3,37 m sobre la línea anterior, quedando casi en línea con la fachada septentrional de la T.2. Sin embargo, la diferente factura del muro apunta la existencia varias fases, pudiendo quedar oculta una torre similar a T.1, de la que se apreciaría la cara oeste y norte. La configuración resulta totalmente extraña, hasta el punto de quedar avanzada a la torre del ángulo noreste del recinto exterior. Sus caracterís cas construc vas son similares a las anteriores, base de tapial de mampostería o paño de mampostería enlucida, sobre la que se levantan cajas de tapial de erra calicostrada. T.2.‐ Torre nororiental del recinto exterior, de planta rectangular, con unas dimensiones de 5,10 m en el lado norte, 6,90 en el flanco este y 4,25 m en la fachada sur, lo que le da una planta de 36 m2. Se apoya sobre la roca, a la que se adapta y su alzado actual es de 6’80 m de altura, cons tuido por ocho por cajas de tapial de hormigón, de 0’75 m de altura media y 1’45 m de ancho, con 0’60 m de espesor en las de la parte alta. Han perdido las cajas de tapial del

Fig. 16.– Vista del sector nororiental del recinto exterior. 35

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Fig. 17.– Vista de la torre avanzada a modo de revellín (T.3)

reves miento exterior, lo que deja a la vista su composición interior de hormigón. Las dos cajas de la base sobresalen 0,25 m lo que le proporciona una mayor estabilidad, mientras que las superiores están muy erosionadas. Al estar colmatada en casi su totalidad posee desde interior un aspecto de bestorre, es decir, una torre sin cara interior, algo que futuras excavaciones deberán corroborar. Presenta múl ples reparaciones, con sillares en el ángulo suroriental y mampostería irregular en varios lugares, y en el museo local se conserva documentación que indica que se apreció durante una reparación un núcleo interior de adobes, por lo que cabe la posibilidad de que la fábrica actual forre o revista por el exterior construcciones anteriores. T.3.‐ Frente a la torre T.2, en una posición avanzada unos metros en el exterior y con un cierto grado de inclinación respecto al eje del recinto exterior, se aprecia la base de una torre de planta pentagonal de 16,20 m de largo, 7,75 m de ancho, 0’65 m de altura y muros de 2 m de espesor. La proa o parte apuntada se orienta hacia el este. Se realizó con mampostería de tamaño mediano trabada con mortero rico en cal, lo que le da un aspecto muy sólido. En la cara norte se aprecia una tronera abocinada de 2 m al interior y 0’60 m al exterior. Se encuentra muy arrasada, bien porque no se llegó a finalizar o fue objeto de un derribo intencionado. Su función, como cubete ar llero a modo de revellín en las 36

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Fig. 18.‐ Frente oriental de la torre noreste del recinto exterior o fortaleza (T.2).

for ficaciones a par r del siglo XVI, era el de proteger contra la ar llería la torre T.2, de un diseño anterior al uso de las armas de pólvora. Igualmente vigilaba y protegía el camino de acceso a la fortaleza que por la cuerda o cresta del cerro, que conduce desde la base oriental hasta la cumbre. L.4.‐ Entre la T.3 y L.5, se aprecia un resto de muralla que bien pudo conectar el ángulo suroccidental de T.3 con las defensas de T.5 y L.5. Tan solo queda un tramo de 2 m de longitud, por 0’75 m de anchura y apenas 045 m de altura, realizado en mampostería trabada con mortero rico en cal, muy similar al de T.3, por lo que pudieran ser coetáneas. Su papel pudo ser el de un antemural de L.5 o parte del sistema defensivo del conjunto nororiental del recinto exterior. La extracción de roca de la zona parece que fue la cacusa de su parcial destrucción. L.5.‐ Lienzo de muralla que une T.2 y T.4, de 11,40 m de largo, 5’50 m de alto y 0’85 m de espesor. En la actualidad presenta una base apoyada en la roca de mampostería rejuntada sobre la que se levantan cajas de tapial de hormigón, entre cuatro y seis, de 0’75 m de altura. El muro ha sido objeto de tareas de consolidación y restauración, por lo que no es posible precisar si el aspecto actual corresponde con las fábricas originales. Todo parece indicar que sería similar a las torres T.2 y T.4 y que el chapado exterior sería fruto de los esfuerzos por reparar 37

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las

Fig. 19.– Vista exterior e interior de T.4, donde se aprecian las aspilleras y la fábrica.

cajas interiores que la humedad y las filtraciones , que habrían provocado la pérdida de parte de su masa. T.4.‐ Se trata de la torre de mayor alzada del recinto exterior, de 6 m de lado por 6’60 m de fachada, lo que le proporciona una planta de 38 m2. No conserva la fachada interior, lo que le da un aspecto de bestorre. Esta realizada mediante cajas de tapial de hormigón, conservándose 15, de una altura variable entre 0’60 y 0’85 m. La base, que se apoya en la roca, presenta un escalonamiento en las dos primeras cajas, con un retraimiento de 0’20 m, lo que le proporciona una mayor estabilidad. En la parte alta se aprecian tres saeteras de diseño rectangular, abocinadas pero sin derrame hacia la base exterior del cerro, lo que les provoca un ángulo ciego hacia el pié de la torre, solo subsanable mediante el hos gamiento desde la torre T.2. En el interior se aprecia la disminución del ancho de las cajas de tapial conforme gana altura, pudiendo indicar las plantas del edificio. De este modo tendría una planta inferior, un primer piso de tres cajas de altura y uno superior, donde podría levantarse una terraza almenada. En la planta superior, la de las saeteras, se registran los mechinales de los rollizos del forjado del suelo, lo que haría necesario un punto de apoyo en el lado opuesto que hoy no se conserva. En las caras laterales se conserva completa, en la norte, y de forma parcial, en la sur, las puertas que 38

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Fig. 20.– Vista del interior del tramo de murallas y torres del recinto exterior (T.5‐T.6).

darían salida al camino de ronda de las murallas. A.2.‐ Adosado a la cara sur de la torre T.4 se conserva un tramo de muro, hoy macizado y de planta triangular que posiblemente estaría relacionado con el acceso principal de la fortaleza, completamente desaparecido en la actualidad. No se conserva documentación gráfica de cómo pudo ser en sus úl mas etapas, pero coincide con el desarrollo del camino que por la cresta del cerro llega a la fortaleza, u lizado hasta la actualidad y reformado en múl ples ocasiones. Se trata del único acceso para carros, por su anchura y pendiente, y su importancia queda corroborada en la concentración en este punto de torres y elementos defensivos. En algún momento, quizás tras la finalización de los conflictos del siglo XIX, sus elementos, seguramente sillares, fueron expoliados para construcciones de otros edificios en la villa. Es cierto que en los grabados del siglo XVIII y XIX no aparece representada, pero quizás se deba a convencionalismos o que el acceso había sido reformado o tapiado para primar el acceso por el camino desde la villa por el camino de “El Subidor”. L.6.‐ Tras el camino aparece un tramo de lienzo de muralla que debía ir desde el elemento que estuviera sobre el camino hasta la torre T.5, con un desarrollo actual de 11,5 m de longitud, 0’85 m de espesor y 4’90 m de altura en su parte más elevada, junto a T.5. Esta realizada en mampostería de irregular 39

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Fig. 21.– Vista exterior de las torres T.5 (izquierda) y T.6 (derecha).

tamaño, dispuesta en hiladas y trabada con mortero de cal. Carece de coronación y ha sido objeto de restauraciones y consolidaciones. T.5.‐ Torre de planta rectangular, de 2’80 m en su lado norte, 5,75 m en su fachada este y 1’80 m en la cara sur. Posee una planta de bestorre, careciendo de cara oeste, al menos en su estado actual. Su alzado, de 9,20 m, se configura a par r de 13 líneas de cajas de tapial de hormigón, de irregular alzado, entre los 0’55 y los 0’75 m de altura, con agujas rectangulares. Al exterior se configura de forma escalonada, con una base de dos cajas de tapial, a la que le siguen otras tres y sobre las que se retrae el resto hasta su coronación actual. Al interior el escalonamiento marca los diferentes pisos que tuvo la torre, pero se encuentran parcialmente colmatados, apreciándose tan solo el arranque de construcciones adosadas, de las cuales es imposible por el momento conocer su relación y funcionalidad. Se observan en el tapial el hueco dejado por rollizos de madera paralelos al sen do de las cajas de tapial, que en otras for ficaciones enen la función de trabar en los ángulos las tensiones del edificio. L.7.‐ Se trata de un tramo de cor na de muralla que une a T.5 con T.6, de 17,60 m de longitud, con un trazado rec líneo en el sen do de la pendiente y escalonado en su coronación, por lo que el número de cajas de hormigón varia conforme desciende. Su ancho permite suponer que tuvo antepecho y paso de 40

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Fig. 22.– Vista interior con las cámaras de fuego ar llero de T.6.

ronda, pero todo ha quedado camuflado por las reparaciones y restauraciones que en el mismo se han llevado a cabo. T.6.‐ Se trata de la torre del ángulo suroriental del recinto exterior. Posee una planta rectangular de 2’80 m en su lado norte, 7,80 en su frente y 4,95 en su lado sur, si bien se aprecia que la torre ha sido profundamente alterada en diferentes momentos históricos y se ha consolidado para evitar su desplome ,camuflando fábricas y elementos que pudieran dar pistas de su forma original, por lo que habrá que esperar a excavaciones en esta zona para determinar su forma y evolución. Por las dimensiones señaladas tendría unos 40 m2 de planta, pero como hemos indicado carece de cara interior y cierre de los dos lados, en los que se aprecian restos de apertura de vanos que corresponderían a construcciones auxiliares o anexas. Se aprecia claramente su construcción mediante cajas de tapial de hormigón, similares a las de la T.4 y T5, que actualmente se visualizan en su parte interior. En algún momento posterior se forra la cara externa mediante un paño realizado con mampostería irregular de variable tamaño, dispuesta en hiladas y se trabada con mortero de cal, con las esquinas reforzadas mediante sillares rectangulares dispuestos de forma encadenada. 41

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Sobre al paño resultante se levanta una caja de tapial de hormigón de cierta calidad, con funciones de antepecho, sobre el que se levantan merlones de forma paralepípeda en mampostería encofrada. En una etapa posterior se amor zan los huecos de las almenas cenegándolos con una obra de mampostería y su posterior enlucido con yeso moreno, sobre el muro ahora ciego se levantan nuevas almenas, de las cuales solo quedan la huella de las bases. En la cara exterior de la torre, en la parte alta y mirando al este, quedan los restos de un escudo de arma con la parte inferior apuntada, que se enmarca en un vano de sillar biselado. En la parte baja se abren tres troneras o espindarqueras. La del lado norte ene forma cuadrangular, con los extremos realizados en sillería, un cierto abocinamiento y un eje desviado para ampliar el ro que bate el espacio entre la torre y la T.5 a lo largo de todo el paño de muralla (L.7). Las otras dos troneras son de similares caracterís cas, de planta rectangular, abocinadas con una cámara de ro cubierta mediante una bóveda rebajada y realizadas en sillería, con una salida de forma rectangular alargada, habiendo sido expoliado en ambas troneras los sillares de la bóveda. El nivel actual de la torre está completamente alterado, quedando las troneras en alto y apreciándose en el suelo actual de circulación restos de

Fig. 23.– Cara exterior del lienzo (L.9) o muralla en el barranco de la ladera meridional. 42

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construcciones efectuadas en yeso moreno, que solo una excavación arqueológica podría determinar su función. L.8.‐ Actualmente de forma alineada con la cara sur de la torre T.6 discurre un muro de 42,30 m de longitud con un desarrollo algo sinuoso que se adapta al terreno y que fue objeto de consolidación para contener y sujetar el empuje de los rellenos interiores del recinto superior, puesto que a par r de aquí la pendiente de la ladera que da a la villa agudiza su inclinación. Actualmente es de mampostería irregular trabada con mortero de cal y rejuntada durante la consolidación, con varios huecos para la salida de aguas filtradas en el relleno. Los datos que obran en el museo indican que se trata de un muro original de alguna de las fases del cas llo sobre el que se levantaba un muro de tapial de erra calicostrado, de similares caracterís cas a las de la fachada septentrional del recinto exterior. L.9.‐ Como con nuación del anterior, pero emplazado en la barranquera formada por la erosión de la roca natural, se desarrolla un muro en el estado original de su fábrica, en el que se aprecia una base de mampostería regular de tamaño mediano, dispuesta en hilada y trabada con mortero de cal, que haría las veces de cimentación. Sobre ella se levantan unas cajas de hormigón rico en

Fig. 24.– Vista exterior de la cor na de muralla (L.10) en el extremo suroccidental 43

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mampostería de pequeño tamaño, que han perdido el reves miento exterior y aparenta ser un muro de mampostería, algo que queda descartado por el pequeño diámetro de las piedras, Sobre esta se levanta un muro de mampostería irregular dispuesta de forma muy aleatoria y descuidada, apenas trabada, sobre la que se levanta un muro realizado mediante cajas de tapial calicostrado, del cual apenas quedan unos pocos cen metros de altura. Todas estas facturas nos muestran sus diferentes fases, reparaciones y reu lizaciones, dado que el empuje de los rellenos del interior, la escorren a de las aguas y su erosión han hecho necesario su con nuo mantenimiento para cerrar el recinto en su punto más vulnerable, al empo que posibilita la conexión entre los dos sectores del recinto interior resultantes de la existencia de la propia barranquera. En la actualidad posee una longitud de 11’80 m y una alzada máxima en el punto central de 3’90 m de altura. L.10.‐ Con esta denominación se agrupan los restos de mayor o menor envergadura del muro que con nua con los dos anteriores (L.8 y L.9) y que cierran el recinto por todo su flanco sur, hasta las peñas y escarpes de su ángulo suroccidental. Se conserva de forma muy deficiente y solo en un punto se man ene la base de mampostería de 0’60 m de anchura, realizado con

Fig. 25.– Tramos de muralla (L.11) de la ladera occidental. 44

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mampostería de muy variable tamaño y forma, dispuesta de forma aleatoria y trabada con un mortero de baja calidad, que ha sido erosionado por la escorren a del agua y el viento. Tal y como se aprecia en un punto estaba enlucido con mortero, que rápidamente se ha perdido por su escasa calidad. Sobre el mismo se levanta un muro de tapial de erra calicotrada, que ha desaparecido en la mayor parte de su recorrido, de unos 101,5 m de desarrollo, que solo en un sector alcanza los 3 m de altura, mediante un zócalo de mampostería de 1’20 m de altura y 1’80 m de tapial. Las cajas de tapial se disponen a soga y zón y apenas si enen unos mechinales circulares de escaso diámetro que quedan ocultos bajo el enlucido de las juntas. L.11.‐ Se trata de una cor na de muralla que discurre desde la peña suroccidental del recinto exterior, donde no se aprecia huella de torre alguna hasta el camino de El Subidor. Sus caracterís cas son similares a las ya descritas para L.10, es decir, una base de aparejo de 0’60 m de anchura, realizado con mampostería de muy variable tamaño y forma, dispuesta de forma aleatoria y trabada con un mortero de baja calidad, que ha sido erosionado por la escorren a del agua y el viento, sobre el muro de tapial de erra calicotrada de cajas de tapial que se disponen a soga y zón o de modo alternante y apenas si

Fig. 26.– Detalle construc vo de la muralla (L.11) junto al acceso (A.3) El Subidor. 45

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Fig. 27.– Detalle del complejo defensivo del extremo noroccidental de la fortaleza (T.7).

enen unos mechinales circulares de escaso diámetro que quedan ocultos bajo el enlucido de las juntas. En un tramo las cajas de tapial siguen la inclinación del terreno, algo completamente inusual en las fábricas medievales. Recorre de forma zigzagueante el terreno, sobre la cumbre del espolón rocoso, con un desarrollo total de 65’75 m. Finalmente se ve cortado e interrumpido por el camino de acceso por la ladera oriental, debiendo finalizar en el sistema defensivo de la puerta A.3. A.3.‐ Al igual que en el acceso oriental (A.2) y en el posible por llo (A.1), nada queda de la estructura de la puerta original y su sistema defensivo, tan solo el recorte tallado en la roca. En los grabados del siglo XVIII se representa tal y como hoy aparece restaurada, un simple vano adintelado. Por la pendiente y radio de giro de las curvas, el camino debió de ser un acceso para personas y caballerías, siendo muy dificultoso para carros, que en todo caso debían ser de estrecho ancho de su eje. L.12.‐ Se trata de la con nuación, al otro lado de la puerta (A.3) del muro que cierra el recinto exterior por el lado oeste (L.11), con similares caracterís cas, una base de mampostería y un alzado de cajas de tapial de erra calicostrado, del que apenas quedada su base, pero que en fotogra as de inicios del siglo XX se 46

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Fig. 28.– Vista del lienzo de muralla (L.14), y las técnicas construc vas empleadas.

puede ver su primera caja y su composición. Se conserva 12,35 m de longitud y actualmente sujeta el terreno sobre el que se levanta el camino actual. L.13.‐ En paralelo al anterior, a una cota más baja, se documenta un muro de 10’30 m de longitud y 0’90 m de altura realizado en tapial de hormigón, de muy buena factura, pese a lo cual la cara exterior se encuentra muy erosionada. Debe ser más an guo que los descritos con anterioridad y pudo haber formado parte del sistema de defensa primigenio de la puerta o por llo existente. Finaliza en una estructura de planta cuadrangular de similar factura, parcialmente oculta por derrumbes y escombros y que solo una intervención arqueológica podrá determinar su naturaleza y función. T.7.‐ Torre de planta rectangular, de 5’25 m por 4’25 m de lado, con un cierto giro romboidal debido a su adosamiento al espolón rocoso. Se realizó mediante cajas de tapial de hormigón muy ricas en mampostería, que una vez erosionadas le dan un aspecto de fábrica de mampostería, algo que queda descartado al apreciarse las agujas y las líneas de las cajas. En su interior se aprecian muros que deben de corresponder con su base maciza y el hueco de su planta interior. Está parcialmente oculta por los derrumbes y rellenos del camino de acceso. 47

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Fig. 29.– Vista y detalle de la fusilera del lienzo septentrional (L.15).

T.8.‐ En el espolón rocoso más noroccidental del recinto se aprecia la base de una torre de planta de tendencia semicircular, de apenas 2’5 m de diámetro, por lo que no parece que tuviera una gran alzada, pudiendo funcionar de modo similar a las garitas esquineras de las for ficaciones de los siglos XVI al XVIII. Tan solo queda la base, realiza de mampostería de pequeño tamaño trabada con mortero de cal. Al interior parece que se conserva un piso de yeso. L.14.‐ Se trata de los tramos de muralla que discurren desde T.8 hasta el cas llo, por la cresta rocosa, es decir, cerrando el flanco septentrional del recinto. Se conserva a tramos, 48 m lineales, mientras que en otros se ha perdido en su totalidad y solo se puede seguir por el cajeado efectuado en la roca para su asiento. Tan solo se conserva la caja de mampostería irregular trabada con mortero y enlucida, de 1 m de altura, y apenas unas cajas de tapial de erra calicostrada, de 70 cm de altura, 0’60 de anchura y 2’10 m de largo. No se aprecian ni huellas de almenado o de fusileras y su función debió ser de cierre del recinto, dado lo escarpado y la ver calidad final de la ladera. L.15.‐ Relacionado con el tramo anterior y hoy en día aislado respecto al resto queda un tramo de muro similar al descrito con anterioridad, con un ángulo hacia el exterior de 55º, donde se conserva una aspillera de forma rectangular, abierta en la primera caja de tapial calicostrado, ligeramente abocinada. Las 48

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Fig. 30.‐ Vista del aljibe excavado en la roca (AL.1) y de l arranque de la cubierta.

agujas son de sección redonda y las líneas de las cajas se distribuyen de forma aleatoria. No presenta conexión con el cas llo, ni con nuidad hasta el por llo A.1, por lo que debió de cerrar de algún modo que no ha dejado huella, si bien la úl ma caja es tangencial al resto y apunta hacia un cierre simple., tal y como queda reflejado en el plano de 1913 de González Simancas. En el interior del recinto se puede documentar los siguientes elementos. AL.1.‐ Excavado en la roca natural en la parte alta de la cresta rocosa del cerro se documenta un aljibe de planta rectangular de 3’10 m en su eje mayor orientado de oeste a este, por 2 m de lado y 2,70 m de profundidad, que posee una roza en la parte alta de tendencia semicircular donde quedan restos del arranque de una bóveda de doble ladrillo macizo y plano que posteriormente poseía una capa de mortero de cal. La amplia u lización de estos elementos a los largo del empo impide determinar su origen, pero es evidente que para su carga se debió relacionar con unas estructuras anexas al situarse en la parte alta del cerro, donde comienza la escorren a de las aguas de lluvia. No presenta canales de carga, poceta de limpieza o salida alguna. AL.2.‐ Al este del anterior, en una posición algo más baja pero cerca de la 49

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Fig. 31.– Detalle del aljibe (AL. 4) junto a la ermita.

cumbre del cerro, se registra otro aljibe de similares caracterís cas. Excavado en la roca posee una planta igualmente rectangular, de 3,14 m de lado mayor, con un leve giro al sureste, 2,30 m de lado y 2’45 m de profundidad. Conserva en su interior un reves miento de opus  signinum, que en los ángulos del vaso es redondeado a modo de cuarto de caña, No presenta canales de carga, poceta de limpieza o salida alguna. AL.3.‐ Futo de la limpieza de una de las estructuras existentes en el centro del recinto exterior, que se organiza en dos plataformas por el desnivel del terreno fruto del afloramiento de la roca, se documentó lo que parece un aljibe o alberca de planta cuadrada, de 2,10 m por 1,80 m de lado, con una salida en su ángulo sureste. Parece que se adscribe a una estructura habitacional de mayor tamaño, pero solo una excavación de mayor extensión podría aportar datos sobre su funcionalidad y relación. AL.4.‐ Junto a la fachada meridional de la iglesia de Santa María, posteriormente ermita de Nuestra Señora de Gracia, existe un gran aljibe de planta rectangular de 19,50 m de largo por 2’50 m de ancho y 2’15 m de altura. Esta realizado con muros de hormigón hidráulico muy ricos en cal, de 0’90 m de anchura y una cubierta mediante una bóveda de arco rebajado de mampostería y mortero de cal, con sus ángulos interiores reves dos de cuarto de caña. Posee 50

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tres aperturas circulares en la bóveda para la instalación de brocales y por el momento, a falta de excavación, no se aprecian los puntos de carga. Su posterior u lización como caballerizas y espacio habitacional supuso la apertura de un vano en uno de los lados, lo que puso fin a su u lización primigenia. Se le adosaron estructuras habitacionales en su cara sur, la base del campanario de sillería de la iglesia en la cara este y elementos sin definir en la oeste. Iglesia de Santa María/Ermita de Nuestra Señora de Gracia.‐ Es el único edificio excavado en su totalidad y consta de una sola nave de planta rectangular de 27.75 m de largo por 11 m de lado. En su lado suroriental se emplaza el campanario de planta cuadrada de 4,60 m de lado. RECINTO INTERIOR / CASTILLO  T.1.‐ La torre del homenaje es un edificio de planta rectangular con ángulos redondeados, de 21,50 m en su eje mayor orientado de sur a norte y 10 m de ancho, a lo que se le debe de sumar un refuerzo de planta semicircular en la cara este de 4,30 m de ancho en su punto máximo. Esta realizada en mampostería irregular de gran porte, dispuesta en hiladas, trabada con mortero de cal, con un espesor medio de 2,75 m y un tratamiento exterior con un cierto rejuntado. La

Fig. 32 Plano de sectorización del recinto interior o “cas llo”. 51

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Fig. 33.– Vista desde el este de la torre del homenaje, detalle del refuerzo exterior .

sillería cuenta con marcas de cantero, de época Bajo Medieval en los vanos y elementos significa vos. Su solidez y envergadura le han permi do resis r el paso del empo, los avatares de la historia y los intentos de expolio construc vo, por lo que no debe diferir mucho de su aspecto primigenio. Se levantó sobre los restos de una edificación anterior, como los prueban los restos de muros existentes en la planta baja, si bien se cimienta sobre la roca, para lo cual se cortan los muros existentes. Se edifica en una sola fase, lo que le proporciona una gran solidez, un es lo homogéneo y un calculado uso del espacio, defensa y funcionalidad, tanto de forma individual como dentro del conjunto del recinto defensivo interior y exterior. Posee cuatro plantas y una terraza almenada. El acceso se efectúa desde el adarve del muro septentrional del recinto adosado (L.5) a la tercera planta, desde la cual parten una escalera embu da en el muro occidental, de trazo recto y lineal hacia las plantas inferiores y superiores. La planta inferior muestra los restos de las construcciones que precedieron a la actual torre del homenaje. Se documenta parte de un aljibe, que posee con nuidad al exterior, por lo que se vio seccionado por el ángulo suroccidental de la torre, permi endo aprovechar la parte que quedó dentro al reformarlo. Se alimenta desde la terraza mediante una conducción de tubos de 52

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Fig. 34.– Vista de la cara interior de la torre del homenaje.

cerámica embu dos en el espesor del muro. En el resto de la estancia se conservan muros de tapial de hormigón pertenecientes a la torre del homenaje de la alcazaba que precedió a la construcción actual, cajeados en la roca , muros de compar mentación del uso del espacio y huecos excavados en la roca para alojar grandes najas. Al tratarse de un espacio de servicio del uso de las plantas superiores y sus moradores, carece de enlucidos o acabados significa vos, tan solo cuenta con una ventana en forma de aspillera, abocinada y con derrame hacia abajo para darle una cierta iluminación. El refuerzo semicircular exterior queda reflejado en el interior en un hueco de planta rectangular, con los ángulos interiores realizados en ladrillo macizo. La planta primera es un espacio diáfano, con cubierta de cañón de ladrillo plano y un piso sustentado en un forjado mediante vigas alojadas en mechinales. El hueco del refuerzo exterior se proyecta desde la planta inferior y se cierra mediante un arco de medio punto de descarga, realizado en ladrillo. Posee dos ventanas de desarrollo rectangular al exterior, alojados los huecos abocinados con un arco semicircular, realizado con ladrillo macizo. La planta segunda es la que permite el acceso a la torre del homenaje a través de una puerta, restaurada, de arco de medio punto en sillería, que muestra 53

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Fig. 35.– Vista aérea desde el ángulo noroccidental del recinto de el cas llo.

al exterior los huecos de los anclajes de la plataforma que debió disponer para subir y bajar el portón de madera que se unía con el adarve. Su cierre es mediante una puerta de doble hoja alojadas en quicialeras y un alamud en los laterales. Desde un espacio de distribución parte la escalera para las plantas superiores e inferiores y al interior de la estancia, la cual posee un desarrollo rectangular, nuevamente ampliado por el hueco interior del refuerzo, una chimenea y dos ventanales en los lados cortos, con abocinamiento, bancos laterales de piedra y un ventanal rectangular al exterior de sillería. Actualmente sobre la cara exterior de la puerta se ha colocado un escudo con las armas de don Juan Pacheco, Marques de Villena, interpretando el hueco que en su día dejo un sillar de forma cuadrada, que pudo cumplir similares funciones al que se documentan en otros cas llos del marqués. La planta tercera repite el esquema de la primera, en tanto que posee una cubierta abovedada de ladrillo, un forjado plano que sirve de suelo y techo a la inferior, un remate del hueco del refuerzo exterior en arco de ladrillo, al igual que los ángulos interiores y los huecos del forjado que sirvió para levantar la bóveda. 54

El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

Fig. 36.‐ Vista aérea desde el lado meridional del recinto de el cas llo.

Junto al ventanal que da al pa o interior se conserva parte de los huecos donde pudo alojarse el mecanismo para levantar un puente levadizo de la puerta de la planta inferior. Parece que todo quedó inu lizado cuando se construyó un pequeño horno, con una cámara abovedada y un ro al exterior, igual que el de la chimenea, alojados en el espesor del muro. La cubierta o terraza de desarrolla en dos planos: el inferior, que corresponde a la planta de la torre, donde aparecen las salidas de la chimenea y el horno, la carga del aljibe y un hueco que conecta con la planta inferior y función indefinida. En un plano superior queda la cubierta del refuerzo exterior. Esta diferencia de cota parece que se debe al diferente remate y funcionalidad del antepecho que recorre todo el perímetro, en la parte baja mediante merlones, de los cuales se conservaron dos de ellos, de forma palalepípeda, y la parte superior a “barbeta” para el empleo de una pieza de ar llería. En la cara exterior, mirando al este, hacia el acceso principal de la for ficación, en el refuerzo semicircular, se encuentra alojado un escudo original con las armas de don Juan Pacheco, Marqués de Villena. 55

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Fig. 37.– Vista de la barbacana del cas llo, la puerta de acceso y el muro de tapial (L.2).

L.1.‐ Se trata de un muro de una for ficación anterior, que une a T1 con T.2, de 7,60 m de largo realizado en tapial de hormigón, con una base de dos cajas ampliada para darle sustentación, las cuales en la restauración han sido repuestas y ampliadas con mampostería trabada y rejuntada, quizás por hacer interpretado como tal el relleno del tapial de hormigón rico en mampostería, que había perdido el reves miento exterior y parte de la masa como consecuencia de la humedad y filtraciones aportadas por los aljibes que se adosan al interior. Hoy en día carece de almenado, su alzado es de su base de 1’90 m de altura sobre la que se levantan 10 cajas de tapial de 0’60 m de alto, mechinales circulares y alineados fruto de la restauración. En la fotogra a an gua no parece que el alzado de la base de los muros salientes sea tan elevado, o quizás se limitó a la primera caja. T.2.‐ Se trata de una torre de similares caracterís cas a las de la muralla L.1, de planta rectangular, de 2’15 m de lado por 4’15 m de ancho y 7’20 m de alto, con un espesor de 1 m. La restauración, basada en la fotogra a an gua, confirma lo señalado anteriormente. L.2.‐ Lienzo de muralla de con nuación de L.1 y T.2 que se une con T.3, con unas caracterís cas, medidas y proceso de restauración similares a las anteriores, configurando el único tramo de la for ficación anterior que se aprovechó al 56

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Fig. 38.– Detalle exterior de la tronera de la torre (T.3) y del acabado exterior mediante el encintado de la mampostería.

reformar el edificio, quizás por estar adosado a los aljibes interiores. Posee una longitud de 10’40 m. T.3.‐ Torre de planta circular de 4’50 m de diámetro, abierta por la parte posterior, a modo de bestorre, con una base reforzada y ampliada en la restauración para darle estabilidad. Está realizada en mampostería irregular, dispuesta en hiladas, trabada con mortero de cal, empleo de sillares en la tronera y buzones superiores. En la cara exterior se conserva un encintado de la mampostería, de líneas rec líneas, que se extendía hacia L.3. Se encuentra macizada hasta la altura del adarve, a par r del cual está hueca, a modo de cámara de ro. Bajo los merlones se abren buzones con derrame al exterior, para cuyo uso sería necesario un adarve o piso sobe la cámara de fuego inferior, con dos troneras de palo y orbe. El arranque del muro, a modo de esperas, parece indicar la intención de forrar por el exterior el paño de muralla de L.1, T.2 y L.3, quedando la obra inconclusa. L.3.‐ Se trata del muro que junto con T.3 y T.4 conforma una barbacana de defensa de la puerta del acceso de la fortaleza, la cual fue objeto casi de desaparición al proceder al expolio de los sillares de la puerta principal del 57

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recinto. Por los restos conservados tenía las mismas caracterís cas que la torres de ambos lados, es decir, un muro de mampostería irregular trabada con mortero de cal y una decoración de encintado en la cara exterior. Posee adarve y almenado fruto de la restauración. Al interior se aprecia el muro de tapial de hormigón que pertenece a la for ficación anterior. A.1.‐ El expolio, que se constata en la documentación gráfica de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, de los sillares de la puerta, no permite conocer su fisonomía y caracterís cas, por lo que se optó por una restauración mediante los modelos más clásicos y habituales, una puerta de arco de medio punto, sobre la que se emplaza un escudo heráldico de don Juan Pacheco. Para facilitar el acceso desde la cota exterior al nivel de acceso actual se reconstruye una rampa y tres escalones, pero todo parece apuntar a que el nivel original estaba mucho más bajo. T.4.‐ Torre de planta circular opuesta a T.3, que conforman junto a ella y a L.3 la barbacana de acceso, de 2,90 m de diámetro. Se apoya en la roca natural y aumenta su base mediante una base ampliada y un refuerzo semicircular. Esta realizada con mampostería irregular trabada con mortero de cal, decorada al exterior con un encintado de mortero. Carece de troneras, buzones o cualquier

Fig. 39.‐ Detalle del acabado exterior de L..4, mediante un rejuntado o encintado. 58

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otro elemento defensivo, si bien se vio muy afectada por el expolio y destrucción de la puerta, tal y como se parecía en la fotogra a histórica. L.4.‐ Se trata del paño de muralla, de 11,30 m, que une T.4 con T.5. Se apoya en la roca, que posee una configuración irregular. Está realizada en mampostería irregular, dispuesta de forma alineada y trabada con mortero de cal, pero se aprecian el empleo de varias líneas configuradas por sillares y sillarejos, procedentes de elementos sobrantes de la cantería de la torre del homenaje o de la reu lización de construcciones anteriores. Conserva en gran parte de la cara exterior un encintado amplio, con tendencia a las ovas, que solo se ha perdido en el centro del paño, fruto de la humedad del nivel de suelo interior. Su coronación es fruto de la restauración. T.5.‐ Torre del ángulo noroeste del recinto superior, de planta circular, similar a T.4 y T.3, de 3,60 m de diámetro, macizada hasta el adarve, realizada en mampostería irregular, dispuesta de forma alineada y trabada con mortero de cal, que conserva en la cara exterior un encintado de ovas. La coronación de almenas es fruto de la restauración y en la actualidad presenta una profunda grieta estructural, pese a cimentarse sobre la roca. L.5.‐ Cor na de muralla que cierra el recinto superior por el lado norte,

Fig. 40.– Vista del pa o interior del cas llo, desde la torre del homenaje. 59

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Fig. 41.– Molino de sangre del pa o interior.

dejando apenas espacio con la coronación de la roca del cerro, sobre la que se levanta. Realizada en mampostería irregular trabada con mortero de cal, posee un desarrollo en dos tramos unidos con cierta inclinación de 26,60 m de longitud, 1,10 m de ancho y 8,50 m de alto. La cara exterior muestra un cierto enlucido, diferente al encintado de las torres de la barbacana y en su base interior apunta a que u liza, forrando y apoyándose en una parte de un muro anterior, realizado en tapial de hormigón, en el cual se aprecia la apertura de huecos que posteriormente se tapiaron. El adarve y el almenado son fruto de la restauración. ALG 1 y ALG 2.‐Se trata de dos aljibes, hoy en día unidos entre sí, realizados en tapial de hormigón, de 17,50 m de largo y 5,60 m de ancho. Posee el clásico esquema, de vaso realizado con cal hidráulica, enlucidos interiores de almagra, cuarto de cañas en los ángulos y bóveda de cañón semicircular donde se abren sendas bocas para su uso. Con el paso del empo se abrió una puerta al exterior y una entre ambos, convir éndolos en unas estancias. Se adosan al muro de tapial de L.1, T.2 y L.2, por lo que podrían ser coetáneos. ALG.3.‐ Todo parece indicar que formaba parte de un conjunto de aljibes junto a los anteriores, pero que este caso la construcción de la torre del homenaje lo afecto, par éndolo en dos, una parte quedo al interior y se reformo para con nuar con su función, si bien con menor capacidad, y la otra quedo al exterior 60

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Fig. 42.– Escudo original de la torre del homenaje, en su cara oriental, con las armas de don Juan Pacheco, Marqués de Villena .

y perdió su bóveda, quedando inu lizada. Posee las mismas caracterís cas construc vas que las señaladas para los aljibes anteriores. Estructuras interiores: Durante las excavaciones de lo que actualmente se denomina el “pa o de armas” de documentaron los restos de toda una serie de estructuras, parcialmente arrasadas, menores y que debían tener una función prác ca para la vida y las ac vidades de los moradores del edificio. Entre ellas destaca un molino de sangre, del cual se conservan las dos muelas y el murete que los separa del espacio de giro de la bes a que lo acciona. Otros muros, muy parcialmente conservados muestran la pobre fábrica empleada, el uso de yeso moreno y su precaria factura.

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ANTECEDENTES Dentro del término municipal de Jumilla nos encontramos con restos arqueológicos de todos los momentos culturales que se han iden ficado en el Levante Español. Desde el Paleolí co Inferior, son importantes asentamientos al aire libre, y cercanos a manan ales de agua, como “El Cerco” y “Las Gateras”. Las gentes neolí cas vivieron en un primer momento en grandes cuevas, para ocupar, durante el Neolí co Medio y Final, los álveos de las cubetas endorreicas, donde había agua durante todo el año. Estos mismos lugares se siguieron u lizando durante el Calcolí co, por lo que en la Comarca no encontramos grandes poblados for ficados, como el proto po “Millares”, sino que se documentan pequeños asentamientos de chozas circulares, hechas con materiales perecederos, en ocasiones levantados sobre zócalos de piedra, donde yacimientos como El Prado fueron aldeas de recepción y distribución de bienes y técnicas al menos durante casi medio milenio, en donde irrumpieron nuevas tecnologías como la metalurgia, algo que no supuso ruptura alguna con las dinámicas culturales locales, sino que se fue ampliando la red de intercambio, gracias a los caminos naturales que conectaban la zona con otras áreas, para ir evolucionando en las formas sociales, religiosas y económicas. Durante la Edad del Bronce es cuando se hace una ocupación global de todo el territorio, es el momento en el que se controlan las vías de comunicación, los afloramientos de aguas, y todos los recursos naturales y agrícolas, incluso tenemos datos del inicio de las explotaciones salineras de la Comarca. De aquí la gran abundancia de este po de yacimientos. Es en este momento cuando nos encontramos con las primeras evidencias de la ocupación del Cerro del Cas llo, circunstancia que no significa que con anterioridad no pudo exis r algún po de asentamiento, temporal o estable, con una función más o menos concreta. Por desgracia las numerosas transformaciones y adaptaciones de la parte alta del cerro, que han llegado hasta nuestros días, no han permi do determinar la 63

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naturaleza del asentamiento del II milenio, pero todo apunta a que se trata de un poblado estable y lo suficientemente consolidado como para que en el mismo se desarrollen comunidades humanas a lo largo de varios siglos, que dejan una cultura material muy significa va, de vasos a mano, con carenas pronunciadas que junto con otras cerámicas mucho más funcionales apuntan hacia la segunda mitad del II milenio a.C. El conjunto se verá acompañado de hachas y azuelas de rocas metamórficas, molinos de mano de caliza y algunos dientes de hoz. Es en este momento cuando podemos fijar con seguridad la primera ocupación estable del cerro, la cual con nuará hasta la Edad Media. Será durante la Edad del Hierro cuando la Comarca de Jumilla adquirirá relevancia a nivel supracomarcal. El ópidum de Coimbra del Barranco Ancho es uno de los más extensos del Levante Español, con un poblamiento denso, donde las casas llegan a desbordar el recinto amurallado. Se compone del citado ópidum, tres necrópolis y un santuario dedicado a la diosa Tanit. Está vinculado a un paso natural, como es la Cañada del Judío y su influencia llegaba desde el asentamiento de Bolbax, sobre el río Segura, hasta el santuario del Cerro de los Santos en Montealegre del Cas llo. El Cerro del Cas llo muestra en época ibérica una ocupación intensa, más allá de un mero puesto de vigilancia militar o de una pequeña granja o aldea, constatándose, por desgracia sin contexto arqueológico por las ac vidades construc vas posteriores, un conjunto ergológico que fecha una ocupación estable al menos a par r del siglo V a.C.. Un estudio más detallado permi rá desvelar si existen pruebas de una ocupación anterior, pero son todo seguridad el asentamiento se mantendrá hasta momentos de la conquista romana. La ocupación romana se hace por el sistema de “centuria o”, cuyas divisiones se aprecian todavía en el parcelario de rús ca del término municipal, obviamente en las erras más fér les de la Comarca (Morales Gil, 1974). Por lo que los restos de esta época que se documentan son grandes villas rús cas, algunas de ellas lujosamente decoradas, con edificios de dos plantas, mosaicos y estatuas de bronce, como es el caso de la Villa de la Avda. de la Libertad. Algunas de estas villas rús cas enen un largo período de vida, llegando hasta bien entrado el siglo VII. Pero no encontramos un Vicus que hiciera las funciones de centro administra vo. Sin embargo, ha llegado hasta nuestros días uno de los pocos panteones funerarios de época tardorromana, El Casón, un mausoleo familiar relacionado con un cercano conjunto termal perteneciente a la villa del Pedregal, villa que al menos pervive hasta la primera mitad del siglo IV. Son pocos los datos sobre la ocupación romana del Cerro del Cas llo, la cual podemos seguir a través de un reducido pero significa vo grupo de 64

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Fig. 43.‐ Conjunto cerámico del Cas llo de Jumilla. 1‐3. Vasos de la Edad del Bronce, 4‐6 . U llaje lí co pulido, hachas y azuelas, 7‐8. Cerámica ibérica, 9. Terra Sigillata Sudgálica. 10. Cerámica á ca de barniz negro. 65

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Fig. 44.– Pilar estela de Jumilla por sus cuatro caras (fotos de J. Gómez Carrasco) (García Cano y Gómez del Pozo, 2011, 166). 66

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cerámicas de origen galo fechadas entre los siglos II y III d.C., lo que podría apuntar hacia un uso no tanto habitacional sino militar de la cresta del cerro, desde donde es posible el control de rutas y movimientos de grupos de personas en un periodo de cierta inestabilidad polí ca. La población tardorromana se mantuvo a par r de la conquista visigoda de la zona, con un proceso de integración seguramente tan conflic vo como en otras zonas peninsulares, por lo que la cues ón radica en la presencia o no de población visigodas en la Comarca, sobre la que se ha especulado mucho, precisamente por la escasez de restos materiales, pero en lugares como la Villa romana de Los Cipreses, que tuvo una pervivencia dilatada, y donde se han encontrado restos cerámicos paleoandalusíes, o en otra de las grandes villas rús cas de la zona como es la de la Estación, donde además de material cerámico visigodo se encontró una pesa de bronce bizan na (una uncía). Pero un dato que consideramos defini vo es la toponímia, pues se conservan topónimos como “Román”; “Romanía” o “La Romana”, que se aplicaba a las zonas agrícolas ocupadas por los hispanorromanos, y también se conservan topónimos como “Las Suertes”; “Término (de Arriba)” o “Campo (de Arriba)” (éste úl mo en Yecla) que se aplicaba a las zonas agrícolas ocupadas por los visigodos. El poblamiento musulmán de la zona en los siglos VIII al XI, lo conocemos por la necrópolis de La Rinconada de Olivares, donde se han documentado los dos rituales, el cris ano y el musulmán, y con más de quinientas sepulturas, localizada a un kilómetro al N de la actual población de Jumilla. El poblamiento de los siglos siguientes, X al XII, también lo conocemos por otra necrópolis, en esta ocasión por la Necrópolis del Huerto Terreno y el cercano yacimiento de la Iglesia de Santa María del Rabal, situados ambos en parte occidental del casco urbano, en este caso todos los enterramientos de rito musulmán, y con casi trescientos enterramientos, que posiblemente, será la necrópolis más extensa de la zona (Hernández Carrión, 2009; 31 y 35). La duda que surge es cómo una población importante como la Jumilla musulmana, con tan grandes necrópolis, que nos están indicando un intenso poblamiento, no aparece en las fuentes históricas, ni musulmanas ni en las cris nas, pues la primera referencia escrita que tenemos al hisn de Jumilla se remonta al año 1081, recogido en un poema árabe del siglo XII que narra la traición entre el visir Ben Ammar, responsable del ejército del rey taifa de Sevilla, Al Mutamid, al taifa de Valencia, Ben Abdelaziz, ante la pretensión de aquel de conquistar el reino de Murcia, dice el poema que la traición se comete en el hisn de Gumalla (Cas llo de Jumilla). El poema no deja claro quién traicionó a quién, ni que hacía el taifa valenciano en el Cas llo de Jumilla ¿lo había conquistado? 67

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(Vallvé, 1990; s/n). El profesor Carmona, comentando este mismo hecho, aporta que la traducción del poema dice textualmente que “Gumalla es cabeza de uno de  los  distritos  de  Murcia” (Carmona, 1991; 17 y 18). Por lo que se infiere que en algún momento determinado el asentamiento primi vo musulmán cambió el nombre por el de Gumalla, posiblemente coincidiendo con el cambio de asentamiento del llano y su nueva localización en la cima del Cerro del Cas llo. A par r de estos momentos la evolución histórica de la comarca está vinculada al Cas llo.

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EL PERIODO ISLÁMICO   

Por el momento tan solo podemos efectuar una aproximación al poblamiento islámico de Jumilla a través de los resultados de la arqueología extensiva y espacial, las colecciones de materiales depositadas en el Museo Municipal Jerónimo Molina, algunos datos procedentes de las excavaciones parciales de obras de restauración en el cas llo y en las alquerías de la zona y sobre todo de las necrópolis o maqâbir (Hernández 2009, 29 y ss), que como consecuencia del crecimiento urbano y la construcción de infraestructuras viarias, como la circunvalación norte, han ido desvelando a lo largo de los úl mos años algunos datos muy significa vos. Sin embargo, creemos necesario intentar efectuar unas propuestas iniciales sobre las dinámicas evolu vas del origen y evolución en época islámica del Cas llo de Jumilla, que con el avance en el estudio de la fortaleza, los registros muebles procedentes de ella y nuevas intervenciones, irán ma zando y concretando el panorama actual. Como señalábamos en capítulos anteriores, el análisis desde un punto de vista geográfico del espacio señalado es completamente necesario para poder comprender muchas de las circunstancias históricas y culturales del periodo islámico, más aún cuando se trata de sociedades preindustriales vinculadas a ac vidades económicas de carácter agropecuario, donde factores como los suelos, el clima, la hidrología, la vegetación y la fauna son determinantes a la hora de desarrollar un determinado modelo social, que precisamente es uno de los cambios más importantes respecto a etapas anteriores y posteriores. El mundo islámico no escapará a dichas circunstancias, más aún en un medio rural como el que se desarrolla en las erras de Jumilla. Se trata de desde el punto de vista climá co de un territorio de transición, donde los rasgos mediterráneos se dejan sen r aquí, sobre todo en el régimen de las lluvias y su total pluviométrico, con temperaturas en las que se aprecian los 69

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rasgos propios de la con nentalidad de la Meseta, por lo que la ac vidad agropecuaria se ve limitada y condicionada, frente a las grandes vegas como la murciana. Estas circunstancias han modelado un paisaje donde la escasez hídrica ha condicionado los lugares de asentamiento y los posibles aprovechamientos del medio, donde la agricultura de secano, con la triada mediterránea como base – cereal, olivo y vid‐ y esencialmente los pastos y los espar zales, han sido el medio secular del sustento de todos los grupos humanos desde la Prehistoria. Sin embargo, su posición geográfica, en el noreste murciano o Al plano le aporta, especialmente en dirección Norte‐Sur, un valor añadido en relación a las vías naturales de comunicación que unen la Meseta Sur con el Levante y el Sistema Ibérico con la Alta Andalucía y Murcia. Este hecho está vigente a lo largo de toda la Edad Media y consideramos que es uno de los factores determinantes del modelo de ocupación del territorio, tanto desde el punto de vista del posicionamiento de los núcleos de población, como de las infraestructuras que son necesarias para su protección ‐cas llos y torres‐, uso comercial ‐posadas, corrales y aljibes– y tránsito de personas ‐ya sean civiles o tropas militares— El uso de dichas vías, y consiguientemente su importancia comercial y militar, quedara a su vez determinado por la situación polí ca y administra va de la región, con periodos de aislamiento, como son la fase emiral y califal, frente a otros de un claro valor estratégico, como parece que fue durante el periodo taifal y almohade. En el periodo de vigencia de la Cora de Tûdmir el al plano de Jumilla queda al parecer en un área marginal respecto de los principales núcleos de población, citados en el pacto del conde Teodomiro con ‘Abd al‐‘Aziz, en el 713, ‐ Lurca (Lorca), Mula (El Cerro de la Almagra en Mula), Auryula (Orihuela), Laqant (Alicante), Ils (La Alcudia de Elche), Buq.sr.h (Cabezo Roenas de Cahegín), Balantala (Valencia) y Iyih (El Tolmo de Minateda) (Abad, Gu érrez y Sanz, 1998)‐. Las erras nororientales de Murcia parecen una erra de nadie, fronteriza y de di cil control por la falta de población, hecho que se verá ra ficado en las campañas militares del califa Abd ar‐Rahman III en el 935 contra los rebeldes de Zaragoza. Según el profesor Carmona (1989; 17) el término Gumalla, adaptación árabe del término la no, aparece en tres textos de Ibn al‐Abbar, autor del siglo XIII, en referencia a personajes y acontecimientos de dos siglos antes. La primera no cia hace referencia a un acontecimiento que tuvo lugar a finales del XI, donde cita la enemistad que exis ó entre el famoso poeta y ministro del rey sevillano al‐ Mu`tamid, Ibn `Ammar ‐quien en nombre del emir de Sevilla se hizo con el control de Murcia‐, y el gobernante valenciano Abu Bakr Ibn `Abda `aziz. Se interpreta la intención de un verso del primero diciendo: "Hay quien opina que únicamente lo 70

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Fig. 45.– Gumalla (Jumilla) emplazada respecto a las ciudades del Pacto de Teodomiro.

dijo con mo vo de la traición que hizo objeto a Ibn `Abdal `aziz en el hisn  de Gumalla (Jumilla), [cabeza de] uno de los distritos de Murcia (min a`mal Mursiya), en el marco de la campaña de de Ibn `Ammar por erras de Murcia en el año 474 (1081‐1082) (Vallvé, 1972,178). Quizás se refiera a la promesa de apoyo militar a Gumalla  por parte del gobernador de Valencia, que posteriormente incumplió, traición en la palabra dada que será aprovechada por el ministro y poeta sevillano para dejarla reflejada en los versos señalados. En el siglo XII, en 1117, el profesor Carmona recoge la biogra a que Ibn al ‐Abbar realizad de "Abu `Abdalláh Muhammad ben `Abdassalam [... ] al‐Muradi, de Gumalla  (Jumilla), [cabeza de] uno de los distritos de Murcia {min  a`mal  Mursiya), por lo que es conocido con la nisba de al‐Gumalli ("El Jumillano"). [...] Aprendió Derecho (fiqh) [...] y Humanidades (adab). [...] Peregrinó a La Meca en el año 527 (1133). [Después de haber aprendido de diversos maestros] regresó a al‐ Andalus y estableció su residencia en Murcia, donde enseñó Hadit  (Tradición 71

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Fig. 46.‐ Plano de emplazamiento de las maqâbir o necrópolis islámicas de Jumilla.

Islámica). Tenía una bella caligra a y una correcta vocalización. Murió en el año 564 (1169). Había nacido en Jumilla en el 511 (1117)." (Carmona, 1987; 18). Como acertadamente señala el citado autor, Jumilla debía de ser en los inicios del siglo XII un importante núcleo, con un hisn lo suficientemente desarrollado como para albergar a una población en la que la mera subsistencia ya estaba resuelta y podía acoger a unas clases acomodadas en las que a par r de una formación básica se podía viajar a medinas, como Murcia, donde desarrollar una carrera intelectual, administra va y polí ca. Su hijo irá aún más lejos: fijará su residencia en la capital del Imperio almohade, como consta en su biogra a, "Abü Bakr Muhammad ben Muhammad ben `Abdassalam [...] al‐Murádi, natural de Murcia, conocido por al‐Gumalli ("El Jumillano") por tener su origen familiar en Gumalla (Jumilla), [cabeza de] uno de los distritos de Murcia. [...] Aprendió Derecho. [...] Se estableció en Marrakus (Marraquech), dónde fue durante un empo magistrado encargado de los asuntos matrimoniales. [...] Murió en el año 608 (1211) o aproximadamente." Todo parece apuntar que será durante las primeras taifas, a par r del siglo XI, tras la caída de Córdoba que condujo a una fragmentación polí ca del 72

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Fig. 47.– Vista 3D de la fortaleza y cas llo de Jumilla . 73

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Fig. 48.– Estructuras de la planta baja de la torre del homenaje.

territorio de al‐Andalus, cuando se dividió el territorio entre los diferentes gobernadores , que a su vez generó nuevos intereses en contraposición de los que habían primado hasta el momento y se revitalizaron viejas rutas y vías comarcales, que hasta la fecha habían languidecido o tenían un carácter secundario. Todo ello supuso una mayor presencia poblacional y una mayor necesidad de control, defensa y organización de este territorio que hasta la fecha se había organizado en pequeñas y dispersas comunidades rurales, como así lo parece indicar la maqbara o necrópolis de la Rinconada de Olivares (Pozo y Hernández 1999; 416), emplazada sobre una pequeña loma, quizás del mismo modo que las alquerías a las que pertenecía, siguiendo un modelo muy extendido en la zona, como el caso de Loma Eugenia, en Hellín (Rico et alli 1992; 1007). La economía agropecuaria de la zona pudo verse favorecida por un aumento en la llegada de grupos humanos del Magreb, a par r del siglo X‐XI, permi endo ampliar los espacios irrigados, aprovechando el nacimiento de manan ales a los que se les aumentaba el caudal mediante qanat. De igual modo se pudo ampliar los cul vos de secano, arbolado y la cabaña ganadera, empleando los pastos de las zonas montañosas adyacentes. 74

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Fig. 49.– Cerámicas islámicas, 1‐2 jarras, 3‐6 ataifores (s. XI‐XIII).

En este marco es donde se plantea la cues ón sobre el origen de la fortaleza jumillana, en un lugar que posiblemente ya había sido u lizado como puesto militar y de control desde época ibérica, romana y tardorromana. El análisis de las fábricas de las construcciones que son hoy en día visibles muestran que los muros más an guos conservados están realizados usando el tapial de hormigón. Por el momento no se han documentado elementos murarios pertenecientes a elementos de vigilancia con aparejos tardorromanos o recintos ejecutados mediante piedra seca, relacionadas con lo que algunos autores definirán como las “fortalezas enigmá cas” (Azuar, 2013, 90) (Bazzana 1992, 348) de momentos emirales, o fabricas con aparejos califales. Igualmente no se han constatado fábricas de momentos taifas, al menos como las documentadas en el Cas llo de Onda (Castellón) (Palazón y Jiménez, 2011, 88), de mampostería dispuesta en espiga, lo cual no significa que no pudieron exis r y que las 75

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transformaciones posteriores lo ocultasen o fueran derribadas. Pese a que algunos autores han señalado la existencia de construcciones de tapial con anterioridad a la conquista de al‐Andalus por las dinas as africanas, su generalización a par r de finales del siglo XI inicios del siglo XII parece de momento aceptada en los foros cien ficos. El diseño de la fortaleza que ha llegado hasta nuestros días es el de un alcázar (al‐qaçr) reducido, con una o varias torres y un recinto anexo limitado y compacto, donde al menos estarían los aljibes y un recinto exterior, actualmente de planta rectangular, que aprovecha el escarpe de la ladera norte como defensa natural y sobre el que se levanta una cor na de muralla alternadas cada cierto trecho por torres salientes, que se prolonga por el flanco este y supuestamente un muro simple por la ladera meridional y occidental, hoy configurada con una muralla o cerca de base de mampostería encofrada y un alzado de tapial calicostrado, que todo apunta hacia etapas posteriores. En el interior, de una extensión de 1,75 Ha, parece que se desarrolla, pese a los escasas intervenciones que se han efectuado, una trama urbana compacta, sin que esto sea óbice para que al pie del cerro y en sus proximidades se emplacen alquerías, rahales y almunias, que dan con nuidad al poblamiento que desde época romana se daba al pie del cerro y su entorno inmediato y que se constatan nuevamente por las maqâbir de la Plaza de Arriba y Santa María del Arrabal en la ladera meridional (González y Ramírez 2007; 322) y el Cementerio Municipal de Santa Catalina en la septentrional (Hernández 2009; 30‐31). Esta población circundante y dispersa podría en un momento dado ponerse a resguardo dentro del recinto defensivo de la parte alta del Cerro del Cas llo. Si volvemos sobre la primera no cia que tenemos de la Jumilla islámica (Gumalla),  esta  nos sitúa en algún momento de finales del siglo XI, donde se la cita como hisn, dentro de un episodio enmarcado dentro de la campaña de conquista por parte de al‐Mu`tamid, Ibn `Ammar, emir de la taifa de Sevilla, de la taifa de Murcia, que hasta ese momento había estado bajo la influencia de la taifa de Valencia, a las órdenes de Abu Bakr Ibn `Abda `aziz. Se indica además que es cabeza de un distrito rural o iqlim de la taifa de Murcia (Carmona, 1989, 17), circunstancia que apunta hacia su preeminencia sobre otros núcleos de su entorno. De este modo cabe suponer que para finales del siglo XI, o en un periodo tardo‐califal, se había desarrollado una aljama lo suficientemente amplia y estable como para haber construido, ex novo o sobre otros elementos anteriores, una pequeña fortaleza y un asentamiento en altura con las caracterís cas definidas por Azuar (1994, 77‐78) para estos momentos y que se había erigido en la cabeza administra va del al plano murciano, con unos límites 76

El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

Fig. 50.– Tinajas. 1 y 4 decoración pintada y grafiada, 2, 3, 5 y 6 estampillada (s.XII‐XIII).

imprecisos que llegarían a los de otros hisn periféricos, como Villena y Novelda en el Vinalopó, Hellín, que había reemplazado al Tolmo de Minateda, en el sector albaceteño y Cieza hacia la capital de la taifa. Este asentamiento en altura pudo verse en la necesidad de reforzar su posición por la inestabilidad polí ca de la primera mitad del siglo XI, que había propiciado una desenfrenada imposición económica por parte de los fatás regionales, circunstancia que llevó a muchos campesinos de las ciudades a buscar refugio en áreas rurales, donde se encaramaron en lugares anteriormente habitados, dando lugar a húsún que evolucionarían con el paso del empo (Azuar 2010, 192). Durante las primeras taifas, la de Murcia no parece que tuviese el suficiente apogeo polí co y militar frente a las taifas de Abd‐al‐Aziz y Awas ibn Sumadih (1038‐1052) de Valencia, de Jayramy Zuhayr (1016‐1038) de Almería y posteriormente del emir de Sevilla Al‐Mu’tamid (1069‐1090), como para desarrollar una polí ca lo suficientemente decidida desde su capital de establecer o impulsar una serie de húsún organizados para la defensa y control del territorio. Prueba de ello sería las sucesivas conquistas y control de la taifa murciana por parte de personajes con sede en otras capitales de Sharq al‐ Andalus y finalmente en Sevilla, que culminarían con las incursiones cris anas y 77

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la conquista de Aledo por el caballero García Jiménez en 1086. Los posteriores si os a esta plaza, dentro del territorio musulmán, por parte de las tropas almorávides y su conquista en 1092, pusieron de manifiesto la necesidad de mejorar y ampliar las defensas existentes, siendo por el momento di cil de precisar si el posterior desarrollo de las for ficaciones se enmarca dentro de un programa estatal almoravide o una inicia va de carácter regional o local. En este segundo caso sería el dinamismo de la población local, cuyas bases económicas eran las que siglos anteriores habían posibilitado y sustentado sociedades agropecuarias singulares en época ibérica, romana y tardorromana, con una riqueza procedente de la agricultura de regadío en torno a la Rambla de la Alquería y la Cañada del Judío, del secano en las zonas colindantes, el posible aprovechamiento de la sal en los dos manan ales salobres locales, la artesanía del esparto y la ganadería en los amplios montes de la zona. El auge económico hizo necesario un control sobre el territorio y las vías que lo cruzaban, impulsando el desarrollo de un hisn, Gumalla, del cual desconocemos por el momento sus caracterís cas iniciales, siendo esta defensa militar la que citan las fuentes señaladas con anterioridad. El empleo generalizado en el alcázar ( al‐qaçr) y en el recinto exterior del tapial de hormigón con una pología de cor nas y torres encadenadas propias de momentos almorávides o post almorávides, nos permi ría proponer estas fechas como el momento del desarrollo de la fortaleza islámica, al menos la parte conservada, tal y como nos ha llegado hasta nuestros días. A este momento se adscribiría los lienzas de la muralla septentrional (de A.1 a T.2) y la oriental (de T.2 a T.6), al menos en su diseño primigenio, defensas que a lo largo de los siglos posteriores se vieron reformadas, reparadas y ampliadas, y los aljibes, al menos los del alcázar ( al‐qaçr), ya que los excavados en la roca podrían pertenecer a las fases de ocupación ibérica o romana del cerro y el resto, especialmente los situados junto a la Ermita de Ntra Sra. de Gracia, requieren de un estudio detallado para poder determinar su origen. Esta eclosión for ficadora se sustentaba en una población capaz de aportar la mano de obra y los recursos económicos necesarios, tal y como nos lo muestran las fechas que los autores de las excavaciones de la algunas de las maqbaras nos proponen, entre el siglo XI e inicios del XII, como la del solar de la calle de Santa María 19 o Huerta de José Terreno (González y Ramírez 2007; 321), con 166 enterramientos, número, que junto con otras necrópolis como la de la Plaza de Arriba, nos dibujan un panorama con un núcleo en el interior del recinto defensivo, similar al de Yakka (Yecla) (Ruiz, 1991, 264) y un conjunto de arrabales o almunias al pie del cerro, donde se han constatado ac vidades artesanales, como los hornos del solar de la calle de Santa María 19 (González y Ramírez 2007; 78

El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

Fig. 51.– Vista de la estructura islámica de la planta baja de la torre del homenaje.

322). A falta del estudio defini vo del conjunto cerámico recuperado en la intervención arqueológica de 1984, cabe señalar la presencia de ataifores con decoraciones y técnicas propias del siglo XI, con vidriado en blanco y mo vos, como el nudo de Salomón, en verde y manganeso y algunos fragmentos de ataifor de cuerda seca, de inicios del siglo XII, acompañados de redomas vidriadas, jarritas de metopas en oxido de manganeso, algún candil de piquera y fragmentos de anafe (Zapata y Muñóz 2006; 100). En su desarrollo posalmorávide, ya dentro de las segundas taifas y el dominio de Muhàmmad ibn Mardanis, pudieron acometerse obras de refuerzo o ampliación, ya que la aljama había crecido lo suficiente como para que personajes como "Abu `Abdalláh Muhammad ben `Abdassalam [... ] al‐Muradi, de Gumalla  (Jumilla) iniciasen su formación intelectual, que ampliaría en la capital de la taifa. Fueron unos años convulsos, en los cuales el Hadit  efectúa la peregrinación a la meca en el año 1133, con anterioridad a la toma del poder de Murcia por Muhàmmad ibn Mardanis, en el 1147, y muere en el 1169, tres años antes que el Rey Lobo, momento de la conquista almohade del reino murciano. 79

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Al igual que en resto de Sharq al‐Andalus, posiblemente el poblamiento de Jumilla alcanzara su máxima expresión durante la época almohade y las terceras taifas, tanto por el desarrollo de la comunidad local como por la llegada de desplazados de áreas que habían sido conquistas por los reinos cris anos. En el ámbito de la fortaleza jumillana podemos intentar efectuar un análisis desde los trabajos sobre for ficaciones almohades y postalmohades que se han venido desarrollando en los úl mos años, con especial referencia al trabajo de Azuar y Ferreira (2014). Los autores indican como caracterís cas de las for ficaciones almohades, el uso de la fábrica de tapial para lienzos y cimientos, con los que se construyen murallas y torres, el empleo de unas cajas de tapial con una determinada medida, el “codo ma'muní”, de 0'45/0'47 m, por lo que su estandarización será de dos codos de alto por tres de largo (0'90 x 1'35) y el tratamiento externo de los tapiales con una decoración de “falso despiece de sillería”. Desde el punto de vista de la poliorcé ca las fortalezas almohades se caracterizan por el empleo de defensas avanzadas, como torres albarranas de planta cuadrada o poligonal, las corachas y los antemurales o barbacanas. Finalmente señalan que muchas de las alquerías se dotan a par r de momentos almohades de torres exentas de defensa, acompañadas en algunas ocasiones con una cerca, especialmente en la huerta de Valencia y los valles del Vinalopó y el Palancia. Las obras estatales las adscriben a los úl mos años del califa Abù Yaqùb Yusüf y los de su hijo Abù Yusùsuf Ya`qùb al‐Mansur (1170‐1200 d.C.) (Azuar y Ferreira 2014; 410 y ss). Estas obras enen por principal caracterís ca las ya señaladas de la técnica del tapial de hormigón, la métrica ma`muni y el tratamiento decora vo del falso despiece. Ninguno de estos tres elementos aparecen en la fortaleza de Jumilla. Tan solo en el interior de la actual torre del homenaje, en su planta baja, se documenta un muro de tapial de hormigón con una métrica muy aproximada a la señalada y con una calidad en su cons tución muy alejada del resto de los tapiales del resto de la fortaleza. Creemos que se trata de parte de la torre principal del alcázar (al‐qaçr) islámico, que pudo levantarse, o reformarse, en estos momentos almohades y que en la reforma llevada a cabo en el siglo XV por el Marqués de Villena, don Juan Pacheco. A diferencia de lo que ocurre en el Cas llo de la Atalaya de Villena, donde se aprovecha la torre islámica para aumentar su tamaño en época bajomedieval, en Jumilla se opta por su completo derribo, dejando solo la base allí donde no afecta a la cimentación de la nueva torre. El resto de la fortaleza no presenta ni torres albarranas, es decir adelantadas a las cor nas de muralla unidas por un paso elevado, corachas que aseguren la aguada o la defensa de algún punto singular de la for ficación, ni barbacana o antemural en ninguno de los tramos de la muralla o torres. 80

El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

Fig. 52.– Can ga 181 de Santa María, de Alfonso X El Sabio. 81

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La restauración comenzada a inicios de los años ochenta en el “cas llo” o recinto superior , aportó un significa vo conjunto de cerámicas de los siglo XII y XIII, con los caracterís cos ataifores y jofainas en vidriado verde, azul y melado, la decoración en acafoll de ataifores y redomas, jarras y jarritas decoradas en oxido de manganeso, cerámica de cocina, fuego, trasporte y almacenamiento, destacando en este úl mo conjunto un significa vo y numeroso ejemplo de najas estampilladas, con y sin decoración pictórica en el cuello, del po estudiado en Lorca (Mar nez y Mar nez 2009,;55) y ampliamente difundido por Murcia (Navarro, 1986). Las reparaciones de la fortaleza serían las obras más usuales durante las terceras taifas, caracterizadas por el gobierno de la dinas a hudí, con la que se inicia el proceso de decadencia final que ene su mayor expresión en la búsqueda de una capitulación favorable por parte de Muhammad Aben Hud al Dawla frente al rey castellano Fernando III, para lo cual envía a Cas lla mensajeros presididos por su hijo Ahmed, siendo citado, junto con los qa'id de las principales plazas bajo el mando de Muhammad Aben Hud al Dawla en Alcaraz, para la firma del tratado que dejaba al reino murciano bajo la soberanía y protectorado del rey castellano a par r del 2 de abril de 1243 (Torres Fontes, 1952; 272). La conquista de la fortaleza de Jumilla, efectuada en algún momento los primeros meses de 1243, tras la toma de Chinchilla por las huestes de la Orden de San ago, bajo el mando del maestre don Pelay Pérez Correa, debió realizarse de forma pacífica, pues no figura entre las fortaleza sublevadas contra Muhammad Aben Hud que hicieron necesaria la fuerza para su some miento. Una pequeña hueste cris ana quedaría acantonada provisionalmente en el alcázar (al‐qala`a) militar, con nuando el resto para unirse al infante Alfonso en su entrada a la ciudad de Murcia el 1 de mayo de 1243. No sabemos si la aljama de Jumilla con nuo residiendo dentro de la fortaleza, o se inició, lo más probable, un lento pero progresivo traslado a los arrabales existentes al pie del cerro, tanto por haber pasado la amenaza de una conquista violenta, como por las capitulaciones del Tratado de Alcaraz, cuyo constante incumplimiento llevaría en 1264 a la revuelta mudéjar del reino, que marcaría defini vamente la polí ca de exclusión de residencia de la población mudéjar en el interior de la fortaleza, tal y como ocurrió en otros lugares (Torres 1994; 53), algo que futuras excavaciones deberán de ir desvelando.

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      DE LA CONQUISTA AL SIGLO XIV  Tras los tratados de Tudilén (1151) y Cazorla (1179) en los que los respec vos soberanos de Cas lla y de Aragón, se repar an sobre el mapa la taifa de Murcia, y donde curiosamente, en el primer tratado, Jumilla quedaba en zona aragonesa y en el segundo del lado castellano. Con el correr del empo ambos reinos extendieron sus conquistas hasta las fronteras del reino murciano, en 1243 el emir de Murcia, Muhammad Aben Hud al Dawla, veía su reino amenazado por todos los lados, por el norte las huestes de Jaime I, por el sur los ejércitos de rey de Granada, Ibn al Ahmar y por el centro las tropas castellano‐leonesas de Fernando III, por lo que IbnHud optó por firmar un tratado con el rey de Cas lla (Tratado de Alcaraz) por el cual ponía su reino bajo la protección del rey santo. Las ciudades de Cartagena, Orihuela, Mula y Lorca, no aceptaron el tratado y se sublevaron, por lo que tuvieron que ser some das por las armas, con la consiguiente pérdida de los privilegios que les daba el tratado de Alcaraz. El resto sí acataron la protección castellana, entre ellas Jumilla, por lo que mantuvieron su autonomía. El rey Alfonso X el Sabio entendió de otra forma el tratado de Alcaraz, y aumentó la presencia de gentes y elementos cris anos en el reino murciano, con el fin de integrar el territorio en la corona de sus reinos y consolidar así su dominio sobre él. Esta polí ca intervencionista del rey Sabio, provocó que en 1264 se iniciara una revuelta de la población mudéjar de los reinos de Murcia y Sevilla (también bajo protectorado de Cas lla), contra la polí ca del rey castellano, ins gadas ambas por el rey nazarí de Granada Al Ahmar y capitaneados en Murcia por un tal Al Wa q. La revuelta se extendió por todo el territorio del reino de Murcia, incluida Jumilla, y para sofocarla el rey castellano pidió ayuda a su suegro el rey de Aragón Jaime I, quien en 1265, tras sofocar las revueltas en las ciudades fronterizas de su 83

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reino, entró en el de Murcia, rindió las plazas de Villena, Elda y Elche, y es en este momento cuando también rinde la de Jumilla, y cuenta la tradición, que el rey aragonés dejó un destacamento de 80 caballeros, que son el origen de algunos de los apellidos catalanoaragoneses que hay en la comarca, y que con el correr del empo este hecho se argumentaría en los pleitos de hidalguía. Posiblemente la realidad esté distorsionada por intereses creados por los responsables del Concejo. Quizás estos 80 caballeros sean aquellos a los que se les otorgó repar miento de erras tras sofocar la sublevación mudéjar, si bien es cierto que no tenemos constancia documental de que estos repar mientos se efectuaran en Jumilla, sí lo hicieron en varias ciudades del reino murciano. De exis r realmente estos repar mientos, jus ficaría la amplia toponimia con nombres de personas que nos encontramos en los siglos siguientes: Fuente de Marco García, Poçuelo de María Alfonso, Labor de Juan Marco, etc., pero los munícipes prefirieron u lizar los “80 caballeros” para asegurarse los cargos en el Concejo por el estado noble y por ello los usaron para demostrar sus falsos orígenes hidalgos. Precisamente en este sen do, el historiador A. Antolí dice que en un documento de principios del siglo XIV (no dice de qué documento se trata) se recoge una amplia relación de vecinos de Jumilla, donde hay un predominio mayoritario de apellidos castellanos, con algunos valencianos y catalanes (Antolí, 1991; 20). También apunta Antolí Fernández que en el mismo documento habla de la existencia se unos fueros y franquicias de los que gozaban los naturales de Jumilla desde an guo, pero que se desconocen tales fueros y franquicias, aunque el inves gador presupone que le fueron dados por el rey Alfonso X el Sabio (Ibídem, 1991; 19). Los sublevados se apoyaron en las defensas que ofrecía el cas llo islámico y si hubo una guarnición aragonesa acantonada, esta debió establecerse, pese a tener la fuerza de las armas de su lado frente a una población campesina, en el alcázar, iniciando o intensificando el traslado de la aljama mudéjar a los arrabales sitos al pie del cerro, tal y como se constata en otros lugares como Aspe y Pego (Azuar 2010;67) en Alicante y Alpera en Albacete (Simón, 2011; 117).  El 12 de mayo de 1281, por Privilegio Rodado dado en Córdoba, el rey Alfonso X el Sabio dona la Villa de Jumilla con su cas llo, a un hombre de su confianza como era Garci Jufré de Loaysa, que ya era Señor de Petrel. A la muerte de Jufré de Loaysa, que se supone después de 1285, deja a su hijo Juan García Jufré el señorío de Petrel y otras posesiones y Jumilla con su cas llo a sus tres hijas, en condominio: Jacometa, Aldonza e Isabel. (Antolí, 1991; 19). Los turbulentos años finales del reinado de Alfonso X, enfrentado a su hijo 84

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Fig. 53.– Can ga 28 de Santa María, de Alfonso X El Sabio.

y sucesor Sancho IV, y a sus nietos los Infantes de la Cerda (hijos de su primogénito Fernando de la Cerda, muerto en 1275) fueron aprovechados por los reyes de Aragón Fernando III y su sucesor Jaime II, que ayudaban a los Infantes de la Cerda en sus pretensiones al trono castellano, lo que desembocó en una guerra entre Cas la y Aragón, que se saldó, momentáneamente, con el tratado de Monteagudo de las Vicarías (Soria) firmado en 1291 entre Sancho IV y Jaime II. Pero la muerte prematura del monarca castellano en 1295, y la sucesión en el trono de su hijo de nueve años Fernando IV, permi ó a Jaime II tomar el reino de Murcia, que por otro lado le había sido ya ofrecido por los Infantes de la Cerda, en compensación por la ayuda prestada para conseguir el trono de Cas lla (Pérez de 85

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los Cobos, 1981; 280). Jaime II inicia la conquista del reino de Murcia en abril de 1296 con la toma de Alicante, Elche, Orihuela y Guardamar del Segura, en 1298 toma Alhama de Murcia, Murcia y Cartagena y en diciembre de 1300 toma Lorca. Para terminar con la guerra, las delegaciones de ambos reinos se reunieron en las faldas del Moncayo y dictaron la Sentencia Arbitral de Torrellas (1304) y el tratado de Elche (1305) aclaratorio del anterior, que dejaban la frontera entre ambos reinos en la división administra va actual entre las provincias de Murcia y Alicante, con la salvedad de Jumilla, quedó dentro de la corona de Aragón, y es a par r de este momento cuando el Cas llo de Jumilla adquiere una importancia estratégica de primer orden. Desde un primer momento Jaime II pide a Juan García Joffré de Loaysa a sus hermanas que le reconocieran como soberano, lo que hizo el señor Loaysa el 4 de junio 1296 y le fueron confirmadas sus posesiones, mientras que su madre, Dª Mª Fernández de Ayala y sus hermanas fueron reacias a reconocer al nuevo soberano, por lo que al rey aragonés no le tembló la mano y les confiscó sus posesiones, es decir, Jumilla con su alfoz y el cas llo, y se los entregó a su hermano (Antolí, 1991; 21). La plaza de Jumilla era muy importante estratégicamente como para entregarla a un extraño, no obstante, una vez firmada la paz entre los dos reinos, Jaime II obligó a Juan García de Loaysa a prestarle de nuevo homenaje, lo que hizo el 3 de febrero de 1307 y le fueron confirmadas sus posesiones de Petrel y Jumilla (Antolí, 1991; 22). Dos años después de la firma del tratado de Elche, Pero López de Ayala, en nombre de D. Juan Manuel, Adelantado del reino de Murcia se personó en el Cas llo de Jumilla a exigir al Concejo de la Villa el impuesto de moneda forera, lo que obligó al Alcaide de la Calahorra de Elche, de quien dependía Jumilla, a improvisar un con ngente de hombres armados, e iniciar conversaciones con López de Ayala, para que reconociera la soberanía de la corona de Aragón sobre Jumilla (Ibidem; 1991; 22 y 23). Un nuevo incidente, digamos fronterizo, ocurrió en 1314, cuando el alcaide de la fortaleza de Jumilla, Juan Ximenis del Puerto requisó varias prendas a unos vecinos de Murcia, y la ciudad exigió al procurador del reino de Valencia la devolución de las prendas, lo que suponía una aceptación clara de la soberanía aragonesa sobre Jumilla (Ibídem, 1991; 23). A la vista de cómo se iban desarrollando los acontecimientos y las relaciones entre ambos reinos, las hermanas Loaysa y su madre decidieron reconocer la soberanía del monarca aragonés y el 22 de mayo de 1316 rindieron 86

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homenaje a Jaume II, quien le devolvió Jumilla y su término municipal. La intención de las hermanas era vender Jumilla y evitar así más problemas, a ello les autorizó Jaime II en abril de 1320, y al año siguiente la adquirió Gonzálo García de Maza, hombre de plena confianza del monarca y uno de los negociadores del Tratado de Elche (Antolí, 1991; 25). El nuevo Señor de Jumilla se preocupó del desarrollo de la villa, todavía restringida dentro de las murallas de la ciudadela del Cas llo para los repobladores cris anos, ya que la mudéjar posiblemente había sido desplazada a los arrabales de la parte baja. Así en 1325 consiguió del rey la concesión para poder celebrar una feria en la fes vidad de San Miguel (29 de sep embre) y con una duración de 15 días. También consiguió el derecho de cobro de varios impuestos. Y en 1327 se redacta uno de los documentos históricos más importante para Jumilla, como es la carta de amojonamiento (Lozano Pérez y Francisco Cu llas, 1982), en la que se delimita detalladamente el término municipal de Jumilla, cuyos límites se conservan en la actualidad prác camente inalterados. Desconocemos si durante el inicial dominio castellano, por parte de los Loaysa, y el posterior dominio aragonés de García Maza, se iniciaron obras para mejorar el recinto defensivo o se limitaron a tareas de mantenimiento y reparación. Lo cierto es que en la actualidad la definición de las fortalezas mudéjares es todo un problema, por un lado por el empleo constatado de alarifes mudéjares que seguían empleando las técnicas y métricas islámicas, como se puede ver en el encargo que en 1347 hace el comendador de Caravaca don Ruy Chacón a unos alarifes mudéjares, para construir un cas llo en Bullas en el plazo de tres años (Torres Fontes, 1980). El compromiso especifica que el cas llo debía de contar con: “…una  torre  con  un  cor jo  enderredor  della  que  sea  de  quinze  tapiales en alto et que aya en ella tres terminados, et del çimiento Della fasta el  primero terminado que sea la tapia de ocho palmos en ancho, et del primero fasta  el  segundo  terminado  que  sea  la  tapia  de  seys  palmos  en  ancho,et  del  segundo  terminado fasta el terçero terminado que sea dessa anchura la tapia. Et del dicho  çimiento  fasta  el  dicho  primero  terminado  que  sea  la  lavor  de  argamasa  o  de  piedra et de cal, et los otros dos terminados de  erra et de cal. Et el cor jo que sea  de  diez  tapiales  en  alto  con  su  peytril  et  menas,  et  que  sea  la  tapia  de  çinco  palmos  en  ancho,  et  la  lavor  del  cor jo  que  sea  fecha  de  erra  et  de  cal”. (Matellanes, 1999). La limitaciones económicas llevaron a u lizar en menor medida la cal, dando como resultado unos tapiales más ricos en mampostería y peor calidad, lo que provoca la pérdida del reves miento exterior, dejando la mampostería vista. También se produjeron cambios funcionales, adaptados a los gustos cris anos del momento, lo que parece que va configurando las 87

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Fig. 54.– Cerámica mudéjar de verde y morado (s.XIII‐XIV)

caracterís cas de las obras mudéjares (Simón, 2011, 512), que en la fortaleza de Jumilla parecen reducirse a partes puntuales de los paños de las murallas y torres norte y este. De estos momentos son el conjunto de cerámica mudéjar, especialmente escudillas semiesférica con labio plano, cubierta de vidriado en verde y morado (o negro) y con repie de anillo, de los alfares de Paterna y Manises. Entre los mo vos decora vos destacan los elementos heráldicos y palmetas, espigas, flores, cordiformes y roleos de hojas lobuladas, en defini va temas de inspiración islámica. Junto a esta loza aparece la loza en azul, especialmente escudillas y platos con decoraciones basadas principalmente en el esquema radial, aunque son frecuentes también las de ritmo espiral o concéntrico, limitadas éstas a filetes formando aros o anillos terminados en ocasiones en algún medallón circular. También se constata la loza azul y dorada con similares formas y decoraciones. Le acompañan jarras con decoración pintada en oxido de manganeso, candiles de pie alto, cántaros y najas, con y sin decoración o cordones aplicados. Todas ellas serán objeto próximamente de un estudio más detallado. La polí ca expansiva por el Mediterráneo de Pedro IV de Aragón, el 88

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Fig. 55.– Propuesta de reconstrucción de las murallas del cas llo en el siglo XIV.

Ceremonioso, le planteó la necesidad de disponer del puerto de Cartagena, y ello pasaba por conquistar la parte del reino de Murcia que tenían los castellanos. La implicación de ambos reinos en la Guerra de los 100 años y el apoyo del aragonés a las pretensiones al trono de Cas lla de Enrique de Trastámara, a cambio, precisamente del reino de Murcia, fueron las escusas perfectas para declarar la guerra. Las hos lidades comenzaron en 1356, la que es conocida como la Guerra de los dos Pedros. El Ceremonioso, consciente de la importancia estratégica del Cas llo de Jumilla, y encontrándose en Perpiñán al estallar la guerra, mandó al capitán Antón García, que estaba con él allí, que par ese de inmediato hacia el Cas llo de Jumilla con 20 hombres de a caballo, para reforzar la guarnición y vigilar la frontera (Antolí, 1993; 56) y conmino al alcaide del cas llo, Pedro de Maza y Lizana (que residía en su cas llo de Mogente) a hacer acopio de pertrecho y víveres en previsión de un ataque/asedio por parte de las tropas de Pedro I (Antolí, 1991; 30). A pesar de los prepara vos, mayoritariamente logís cos y centrados en puntos concretos de la fortaleza, como las puertas de la fortaleza, Pedro de Maza y Lizana no pudo impedir que el Infante Fernando de Aragón, que estaba del lado de los castellanos, saqueara y destruyera Monovar y Chinosa, lugares muy 89

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Fig. 56.– Cerámicas con decoración en blanco y blanco y azul (s. XIV y XV)

próximos a Jumilla. El alcaide pidió refuerzos urgentes a Pedro IV, quien le mandó 30 jinetes más y le pidió que no acudiera a las Cortes de Aragón, para no abandonar su puesto en la frontera (Antolí, 1993; 57). De sus posesiones de Orihuela, Elda y Novelda, el infante Fernando de Aragón, reunió en 1357, un ejército al que se le unieron 2.000 jinetes cedidos por el rey Muhammad V de Granada. Las órdenes del rey Pedro I eran muy tajantes, había que tomar Jumilla, que era el único bas ón aragonés que quedaba en territorio castellano, pues desde Villena a Chinosa todo el territorio había sido tomado por los castellanos o sus aliados. Parte el Infante Fernando de Orihuela y por el camino de Abanilla llega a Jumilla a la que pone cerco, algo habitual en la época para evitar la pérdida de hombres y bagajes que corrían a su cargo, en espera de una rendición de los si ados honorable y sin incidentes. La tác ca era bloquear las salidas de la fortaleza e impedir la ayuda exterior. Como el si o se alargaba, el Infante u lizó su villa de Orihuela como base de avituallamiento y de descanso de la tropa en retaguardia (Antolí, 1993; 62). 90

El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

En pleno cerco de Jumilla, el 10 de mayo de 1357 se firma una tregua y a pesar de ello el Infante Fernando hace oídos sordos y no levanta el si o, pues no quería que esta acción terminara en otro rotundo fracaso, al igual que el intento de tomar Biar unos meses antes. Ante la persistencia del Infante, el Ceremoniosos dio órdenes al Gobernador de Valencia, García de Loriz, para que llevase a Jumilla todo po de víveres y armas, aun así la ciudadela y el cas llo se rindieron a finales de junio (Antolí, 1993; 63). Aunque Pérez de los Cobos dice que la rendición fue el 18 de mayo de 1357 “por haberles faltado mantenimiento” (Pérez de los Cobos, 1981; 287). Con Jumilla en su poder el Infante Fernando de Aragón nombra alcaide del Cas llo a un hombre de su plena confianza, Sancho Manuel y escribe a su villa de Orihuela para que socorriesen al alcaide Jumilla en todo lo que solicitase, lo que no sentó muy bien al Concejo oriolano. En agosto de ese mismo año el Infante hace las paces son su hermano el rey de Aragón y cambia de bando, devuelve Jumilla a Pedro de Maza y recupera sus posesiones en la corona de Aragón. El rey Pedro I, que escribía al Infante Fernando para que le entregara Jumilla a Garci Fernández de Villore, le fue dando largas hasta que en enero de 1358 el rey se enteró de los acuerdos secretos de los aragoneses, rompió la tregua que tan trabajosamente había conseguido el Legado Pon ficio y mandó de inmediato a su hermanastro el Infante Fadrique de Trastamara, a la sazón Maestre de la Orden de San ago, a tomar el estratégico Cas llo de Jumilla. Según Antolí Fernández las tropas de Fadrique estaban a las puertas de Jumilla a finales de febrero de 1358, a la que pusieron si o con el mismo sistema que el descrito anteriormente (Antolí, 1994; 4). El uso de máquinas de guerra fue algo muy puntual y excepcional en la península ibérica a lo largo de la edad Media. En los primeros momentos, el Concejo jumillano, conocedores de la traición del Infante Fernando, opta por enviar a dos emisarios a Sevilla a entrevistarse con el rey Pedro I y ofrecerles ayuda si tomaba Jumilla “para la corona de sus reinos”, a cambio de ciertos privilegios. Los emisarios fueron Hernando de Nuño y Jaime de Grañana. En esta ocasión Pedro de Maza, desde el mismo momento en que el Infante Fernando de Aragón le entregó el Cas llo, ordenó al alcaide Sancho Manuel su aprovisionamiento, por lo que en las estancias del mismo se acumularon: 10 corazas, 22 lanzas, 150 escudos oblongos, 5 ballestas de torno, 2 ballestas de estribo, 15 bacinetes (una especie de yelmo) 10 cajas de flechas. 126 cahices de trigo, 25 cahices de avena, 55’5 cahices de arroz, 6 cahices de maíz, 12 cahices con dos fanegas de sal, 60 arrobas de harina de mezcla, 1.000 cuarteros 91

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de vino y 2 muelas de molino (Antolí, 1994; 4). Conocedor Pedro IV del si o de Jumilla, la historia se repite, manda gentes de a caballo desde Cataluña a reforzar la guarnición del Cas llo de Jumilla y escribe al responsable de la defensa de la frontera de Valencia, el Infante Fernando de Aragón, ordenándole que haga los prepara vos para levantar el cerco de Jumilla, curiosamente el que hace unos meses ponía si o a Jumilla, ahora era el responsable de su defensa. El acuerdo adoptado entre el rey Pedro I y los delegados concejiles, permi ó que los si adores, a los pocos días de plantar el cerco, pudieran entrar en la ciudadela, rompiendo así el primer cinturón de defensa, es decir, las murallas exteriores que daban paso al interior de la villa cris ana, quedando los si ados en el reducto del alcázar, lo que debió ser un duro golpe moral, y la valió una dura reprimenda del rey al Señor de la Villa, por no tener controlado al Concejo. Entre tanto el Gobernador de Valencia García de Loriz, se niega a enviar tropas para levantar el si o, con el argumento que Jumilla está en territorio castellano, y por las caracterís cas del lugar es muy di cil mantener y avituallar allí un ejército. El Infante Fernando de Aragón parte con un ejército el 1 de abril desde su villa de Tortosa, pero la falta de financiación y los problemas burocrá cos del reino de Aragón impiden la llegada de refuerzos y al final Sancho Manuel entrega la fortaleza al Infante Fadrique. Éste hace repar miento entre sus hombres de erras y casas y deja como alcaide del Cas llo a Pedro Tomás (Antolí, 1994; 10). Consecuencia de la ayuda prestada por los jumillanos a las tropas del Maestre de San ago, el rey castellano dio una Carta de Privilegios, conocida como “Carta Puebla” el 20 de octubre de 1357, firmada en Sevilla, por la que, entre otras concesiones, donaba la propiedad de los montes al procomunal de Jumilla y el poder celebrar una feria franca de 15 días de duración en el mes de noviembre. Pedro IV intentará por medios diplomá cos recuperar la villa y el Cas llo de Jumilla, pero sin éxito, sobre todo tras la llegada al trono de Enrique II de Trastámara, al que había apoyado en sus pretensiones al trono castellano en contra de su hemanastro Pedro I. Del reinado de Enrique II sabemos que nombró alcaide del Cas llo a Alonso Pérez de los Cobos y Teniente de Alcaide a Alfonso Tomás, con un salario anual para ambos de 8.000 maravedíes, y con ellos debían sufragar las obras que se hacían en el Cas llo. Este salario salía de determinadas rentas del Reino de 92

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Murcia, que con el correr del empo Murcia se negó a pagar (Antolí, 1991; 37). Como se ha podido exponer el cas llo y la fortaleza jumillana estuvieron en la primera línea de la polí ca del momento, un periodo convulso de guerras, pestes, hambrunas, retraimiento de la población y donde lo básico era la supervivencia. Los conflictos entre las coronas cris anas no permi eron ni a los reyes ni a sus vasallos, a los cuales habían cedieron su posesión, iniciar o desarrollar obras nuevas o de refuerzo de las defensas existentes. Solo en casos muy puntuales se levantaron puertas en recintos urbanos importantes, por lo que suponemos que salvo las reparaciones necesarias, la fortaleza jumillana llegó al final del siglo XIV en unas condiciones muy precarias, tanto que medio siglo después fue necesario su completa transformación, para un nuevo empo que requería nuevas fórmulas y soluciones.

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ALCAIDES DEL CASTILLO  La toma de posesión de los alcaides de los cas llos, es de esos rituales que se mantuvieron, prác camente inalterados, desde el medievo profundo hasta el primer tercio del siglo XVI, momento en el que la figura del alcaide pierde totalmente sus funciones militares, o bien desaparecen, o bien pasan a ser administradores de las posesiones del señor. Este úl mo es el caso de Jumilla, que en 1515, el Marqués de Villena nombra al jumillano Diego García de Otazo alcaide –administrador, más conocido como mayordomo de rentas, y a par r de este momento la alcaidía pasará a ser un mero tulo honorífico. Lo que no supone un abandono de la fortaleza a su suerte, y de hecho, entre las responsabilidades del alcaide – administrador, está la de mantener el cas llo en las mejores condiciones posibles, como lo demuestran las numerosas reparaciones que se van sucediendo hasta su abandono total tras la Guerra de la Independencia. Una de las preocupaciones más importantes de los munícipes jumillanos, ante la donación de la villa en señorío, era la de obligar al nuevo señor, primero a reconocer los privilegios que le otorgó a la villa el rey Pedro I de Cas lla en 1357, y a con nuación a separar claramente las competencias jurídico administra vas del Alcaide del Cas llo de las del Concejo, por razones obvias, aunque el Concejo forma parte indisoluble del ritual ancestral de la toma de posesión del Alcaide, como veremos a con nuación. Previo al nombramiento, el futuro alcaide juraba Pleito Homenaje de Fidelidad al Marqués, y éste le daba una carta de provisión de nombramiento, que junto a la de Homenaje de Fidelidad, a modo de credenciales, se presentaba ante los miembros del Concejo de la Villa. El escribano leía ambos documentos en presencia de los regidores, quienes a con nuación, las cogían en sus manos, las besaban y se las ponían sobre la cabeza, en señal de obediencia y acato al recién nombrado, poniendo la villa y sus vecinos a disposición del nuevo alcaide, aunque como acabamos de decir los poderes y las responsabilidades de cada uno estaban 95

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perfectamente separadas. A con nuación, todos juntos subían al Cas llo, donde les esperaba, en la puerta el alcaide cesante o su representante, que entregaba las llaves de la fortaleza a los miembros del Concejo, quienes abrían la puerta del Pa o de Armas y la de la Torre del Homenaje y una vez todos dentro se le hacía entrega de las llaves al nuevo alcaide. Después se hacía un inventario pormenorizado de los bienes, de los que nos ha llegado alguno que otro. Sabemos que la mala administración, o descuido en sus funciones era duramente cas gado por el Marqués. En enero de 1565 fue des tuido y encarcelado el alcaide–administrador Juan de Valibrea, aunque no conocemos los detalles de su ges ón (Guardiola, 1975; 196). Con el pasar del empo, el cargo de mayordomo de rentas cayó en manos de unos pocas familias; así en los años que restan del siglo XVI, hay un predominio de los Guardiola y los Otazo, en ocasiones emparentados entre sí. A lo largo del siglo XVII, se alternan los Pérez de los Cobos y los Lozano Tomás, igualmente emparentados entre todos ellos. Familias que también acaparaban los cargos del Concejo en esta centuria, junto a otros linajes que se perpetuaran en dichos cargos. Del siglo XVIII apenas disponemos de datos sobre los alcaides del cas llo y como ya hemos apuntado el cas llo se abandona a su suerte tras la Guerra de la Independencia y sobre todo tras la desaparición defini va del régimen señorial en 1837. Siguiendo la Historia de Jumilla del Canónigo Juan Lozano Santa (1800) en la que no existe un capítulo dedicado al Cas llo, y el autor muestra más preocupación por los linajes de las familias jumillanas que por los acontecimientos históricos, lo que permite, ayudados por otras publicaciones, obtener una listado muy aproximado de los alcaides del cas llo, a falta de su confirmación documental. RELACIÓN DE ALCAIDES DEL CASTILLO DE JUMILLA   REINADO DE ALFONSO X EL SABIO  1271 – Infante Alonso de la Cerda (nieto del rey Alfonso X El Sabio) Adelantado del Reino de Murcia 1281 – 1285? – Garci Jofré de Loaysa (Señor de Jumilla y Petrel) PERÍODO ARAGONÉS  1298 – 316 – Juan Ximenis del Pont 1316 – 1321 – Juan Ruiz (Apoderado de las hermanas Aldonza e Isabel de 96

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Loaysa) 1321 – Gonzalo García de Maza (Señor de Jumilla) Tte‐Alcaide – Mosen Puiet 1356 – Pedro de Maza y Lizana (o Linaza) 1357 – Infante d. Fernando de Aragón y en su nombre Sancho Manuel PEDRO I y CASA DE TRASTAMARA  1358 – Pedro Thomás de Llovet Casanova (Nombrado por el Infante d. Fadrique) Tte. Alcaide – Juan de la Torre (jumillano) 1369 – 1375 – Pedro Cu llas (jumillano) – Nombrado por Enrique II Tte. Alcaide – Francisco Abellán (jumillano) 1375 –1378 – Alfonso Pérez de los Cobos – Nombrado por Enrique II (Según Lozano, es el sexto alcaide del período castellano, contando a los Infante d. Fernando y d. Fadrique)) Tte. Alcaide – Alfonso Tomás (jumillano) 1378 – 1401 – Alfonso Yáñez Fajardo 1400 – Mar n Sánchez (Lozano, 1800; 125) 1401 – 1413 – Juan Sánchez de Ayala 1413 – 1423 – Alonso Pérez de los Cobos. Nombrado por Enrique IV 1423 – 1437 – Alfonso Yáñez Fajardo II (lo nombran siendo un niño) 1429 – 1430 ‐ Pedro Manuel (Fajardo) 1432 ‐ ¿? – Juan Ferrero (Según Guardiola Tomás, 1976; 84) 1430 – 1437 ‐ Alfonso Yáñez Fajardo II 1437 – 1440 – Alonso Pérez de los Cobos (nieto del anterior) 1440 –1442 – Francisco Pérez de los Cobos 1442 – 1445 ‐ Mar n Sánchez 1445 – 1452 – Agus n Tomás Avellán (el padre); Antón Tomás (hijo) y Mar n Tomás Avellán (nieto) (Lozano Santa cita en la pg. 175 a Agus n Tomás como alcaide, sin precisar fechas, y dice que le suceden su hijo Antón Tomás y el hijo de éste Mar n Tomás, ambos como alcaides) 1452 – 1470 – Sancho de Arróniz (Tte. Alcaide del marqués de Villena) 1470 – Alonso Herrero 1470 – 1473 – Mar n Tomás Abellán (hijo de Antón Tomás, también alcaide) Tte. Alcaide – Álvaro de Arróniz 14??‐ 1475 Rodrigo Pacheco (hermano de Diego López Pacheco. II marqués de Villena) 97

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Fig. 57.– Vista del cas llo desde el sur. Hacia 1910.

REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS  1475 – ¿? – Andrés Mateo Guardiola y Aragón (Nombrado por los propios Reyes Católicos) 1º Tte. Alcaide – Ramón de Cárdenas (de Cardona según Guardiola Tomás; 1976; 84) 2º Tte. Alcaide – Benito Herrero (jumillano) (Sin fecha) Pedro Guardiola y Aragón (hermano del anterior) 1479 – ¿? – Gil Rodríguez de Nogal (vecino de Alcaraz) (Sin fecha) Miguel Guardiola y Aragón (hijo de Andrés Mateo) 1491 – ¿? – Gil Ruiz de las Nogueras 1515 – 1522? Diego García de Otazo.‐ Úl mo Alcaide del Cas llo con atribuciones militares. A par r de este momento los Alcides del Cas llo serán administradores de las posesiones del marqués de Villena. A finales del siglo XVI los alcaides pasan a denominarse Mayordomos de Rentas.

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EL SIGLO XV Y EL MARQUÉS DE VILLENA La ar llería había aparecido en la Península Ibérica en las primeras décadas del siglo XIV, en concreto se señala la fecha de 1331 como primer uso en el ataque a las fronteras de Alicante y Orihuela por las tropas de Mohamed IV de Granada (Mora, 2002; 652). Mucho mejor documentada está el uso de la ar llería en el si o de Tarifa de 1340 por los benimerines, que tras ser derrotados en la Batalla del Salado, en ese mismo año, abandonan las piezas de ar llería por la dificultad de movimiento de las mismas, siendo junto con los estandartes que se conservan en la Catedral de Toledo, el bo n de guerra del rey castellano Alfonso XI, al cual acompañaba don Juan Manuel, Señor de Villena. Posteriormente se emplea tanto por defensores como si adores en el segundo si o Algeciras, de 1342 a 1344. Esta primera ar llería, al igual que la empleada a lo largo del siglo XV, está realizada de hierro forjado, siendo las bombardas o lombardas las piezas de las que se ene una mejor constancia. Por su falta de movilidad, tal y como había ocurrido en el río Salado, su uso se centró en los si os de las plazas fuertes, donde con el ro recto o tenso se pretendía hacer sucumbir, al igual que lo habían hecho anteriormente los arietes, las murallas y puertas de los recintos defensivos o los cas llos. Su evolución a lo largo del siglo XIV y XV, y las nuevas necesidades en los si os y la defensa de estos, hizo necesario crear variantes de la bombarda que resolviesen cues ones como la movilidad, el alcance y el obje vo, en este úl mo caso no solo los muros, sino las tropas, sus bagajes y la ar llería contraria. De este modo aparece la cerbatana, el ribaldoquín y el falconete, o la bombardeta de menor calibre que la bombarda, pero de menor peso y mayor movilidad (González 2003, 99). Entre finales del siglo XV e inicios del siglo XVI 99

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Fig. 58.– Bombarda ar llera del siglo XV.

aparecerá el cañón de mano, una evolución de la culebrina, tal y como se aprecia en los tapices de Pastrana, en concreto el Si o de Arzila (Cas llo, 2004; 30‐31). Estas piezas ar lleras fueron usadas tanto como armas de si o como de defensa, si bien las grandes bombardas eran más fáciles de u lizar para el si o, mientras que las cerbatanas, el ribaldoquín y la bombardeta se adaptaban mejor a su uso dentro de los recintos defensivos (González, 2000; 149). De todos modos su fabricación artesanal, por los herreros vizcaínos, catalanes e italianos, hacían de las piezas un hecho singular, sin ninguna homologación entre ellas, por lo que tras los pos generales se esconden una mul tud de variantes, hasta el punto de llegar a ser denominadas con un nombre propio relacionado con su función o inspiración bélica. Su diferente calibre hacia que sus proyec les, bolaños de piedra o bodoques de hierro, pellas y dados emplomados, tuvieran que ser fabricados ex profeso para el arma adecuada, mediante calibres de metal o moldes de hierro. Las bombardas o bombardetas estaban cons tuidas por la caña y la recamara, unidas entre sí por cuerdas sujetas por las argollas y estas a un montaje de madera, lo cual las hacía muy ineficientes y peligrosas en el momento de la expansión de los gases. Los bolaños de piedra podían pesar de 5 a 150 kg, mientras que los de hierro o bodoques llagaron a los 250 kg. El alcance en ro rasante era en el mejor de los casos de 1.300 m, siendo lo habitual un alcance 100

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Fig. 59.– Si o ar llero de Alhama (1482) por los Reyes Católicos. Catedral de Toledo.

efec vo de 100 a 200 m. La frecuencia de disparo en la segunda mitad del siglo XV llego a los cuatro proyec les por hora, estando limitada por la resistencia de las cañas de hierro y su necesario enfriamiento entre cada disparo. Para el servicio de cada pieza ar llera eran necesarios no menos de cuatro hombres que debían de tener una complexión «robusta y gallarda», y al menos uno de ellos tenía que ser experto en la fabricación y uso de la pólvora (González 1997, 373). Para su transporte eran necesarias caravanas o “trenes” rados por caballos o bueyes, que tenían que ir precedidas por grupos de peones con un maestro al frente para ir reparando o reforzando los caminos, puentes o vados. Sin embargo, disponer de ar llería, tanto para los ejércitos reales como señoriales, es extremadamente costoso, pero sumamente in midatorio, no tanto efec vo, tal y como se verá en la Guerra del marquesado (Pretel, 2000; 118), como sobre todo simbólico. Sin embargo, en el siguiente conflicto militar peninsular, la conquista del reino de Granada (1482‐1492) será definido por numerosos autores como la “conquista de la ar llería” (Cas llo, 2004; 42). Cuando en 1445 Juan II otorga el tulo de Marqués de Villena a Juan Pacheco, lo hace sobre una serie de villas que habían pertenecido al an guo 101

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Fig. 60.– El Marquesado de Villena en empos de don Juan Pacheco

Señorío de Villena, otras todavía estaban bajo la jurisdicción real o de otros señoríos, por lo que el primer obje vo del nuevo marqués será la recomposición del marquesado, un territorio que había sido un apanage de la monarquía reservado para los segundones de la familia real desfavorecidos por las leyes de herencia, lo que encumbraba a don Juan Pacheco en el escalafón de la época a los más altos puestos de la corte castellana. El segundo obje vo era afianzar ante sus nuevos súbditos su poder, puesto que entre la concesión real y la posesión real pasarían en ocasiones años de disputas, li gios y resistencias de agraviados, alcaides y concejos. En tercer lugar eran necesarias ante sus enemigos unas defensas capaces de repeler o servir de bases a las ofensivas. Este úl mo aspecto, la importancia de los cas llos y alcázares para cualquier maniobra polí ca (Franco, 2011; 62) había sido la primera lección que había aprendido el marqués al servicio del entonces príncipe de Asturias y quizás fuese, entre otras muchas circunstancia, la principal causa del programa de reformas que emprendió en sus for ficaciones del marquesado casi 102

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Fig. 61.– Vista 3D del Cas llo de Jumilla en empos de don Juan Pacheco 103

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al unisono, hasta el punto que en muchas de ellas la fortaleza surgirá de forma casi ex novo. Entre la posesión de los cas llos del marquesado, que podemos fijar a par r de 1445, y la cesión a su hijo don Diego Pacheco en 1468, se desarrolla una ac vidad frené ca de construcción que durara una veintena de años, que apenas ene con nuidad por su hijo el II Marqués de Villena, finalizando con el inicio de la Guerra del Marquesado (1475‐1480). Será un periodo muy breve de empo para tan importante obje vo, en el que será necesario un importante esfuerzo económico, fruto del cual aumentará la presión fiscal del marqués sobre sus vasallos y la denuncia por sus rivales de la apropiación de las rentas reales (Pretel, 1981). Al empo es necesario un esfuerzo organiza vo, en donde par ciparan maestros de talla y obra para las partes singulares y simbólicas de los edificios, especialmente la sillería de puertas, ventanas, escaleras, arcos, claves, la heráldica y la epigra a o los elementos defensivos como matacanes, ladroneras, troneras y elementos construc vos singulares. Por el momento son pocos los datos que se poseen sobre la par cipación de maestros de obras en la construcción de los cas llos del marquesado y si estos par ciparon en la concepción general de los edificios o solo en su parte ornamental y simbólica. En algún caso se ha relacionado a Hanequin de Bruselas, que trabajo en la colegiata de San Bartolomé de Belmonte, con el proyecto y traza del cas llo palacio de Belmonte, la cual con nuaría Juan Guas, que estaba trabajando para el marqués en el Monasterio del Parral de Segovia. Recientemente se ha propuesto por Mar nez García (2015) la intervención de Pere Comte, maestro cantero de Gerona y afamado por sus obras en la Lonja de Valencia y en las Torres de Quart, con la construcción de la torre del homenaje del cas llo de Almansa, en función de las similitudes formales y es lís cas de los jarjamentos de arranque de los nervios de las bóvedas, las claves acampanadas y la escalera de caracol de “ojo abierto”, propias del gó co mediterráneo aragonés y especialmente de Pere Comte y su maestro Francesc Baldomar. En la ingente obra de Cooper Cas llos Señoriales en la Corona de Cas lla (1991), establecía el autor una relación entre algunos de los diferentes cas llos de Cas lla, entre los que nos ocupa Belmonte y Mombeltrán (1991; 169) o la similitud entre las torres del homenaje de Belmonte y Jumilla (1991; 831), pero no señala relación alguna entre los cas llos del marquesado. En el caso de Jumilla relaciona los ángulos redondeados de la torre del homenaje con Gonzalo de Saavedra, alcaide y fiel servidor del marqués (Cooper, 1991; 832), de lo que se desprendería, si combinamos los datos de Almansa y Jumilla, que la parte 104

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Fig. 62.– Mausoleo de don Juan Pacheco en el Monasterio de El Parral (Segovia)

decora va y simbólica correría a cargo de un maestro de obras como Juan Guas o Pere Comte y la parte militar a los conocimientos en el arte de la guerra de algunos alcaides señalados, como los de Gonzalo de Saavedra o ingenieros ar lleros al servicio del marqués. Sea como fuere, las obras en los cas llos del Marquesado de Villena se ex enden por todo el territorio, desde reformas sustanciales que podríamos considerar casi como edificaciones ex novo, como los casos de Villena, Almansa, Jumilla, Chinchilla, o Alarcón, edificaciones de nueva planta, como Belmonte o Garcimuñóz, hasta refuerzos o acondicionamientos de fortalezas ya existentes, como Sax, Alcaraz, Tobarra, Hellín y quizás Requena y en el ámbito de otras de sus posesiones como Escalona (Cooper, 1991; 714), A ellos se le sumarían los construidos por personajes relacionados con los Pacheco, ya sean como vasallos o aliados, como serían los casos de Carcelén y Alcalá del Júcar y los cas llos que han desaparecido, como Albacete, La Roda y Munera, ente otros (Simón, 2011). Finalmente, podríamos relacionar algunas reformas de los cas llos de la Orden de 105

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Fig. 63.– Flanco este de la torre del homenaje con el refuerzo ar llero.

San ago, de la cual será Juan Pacheco su maestre a par r de 1467 y la de Calatrava (Franco, 2011; 305) que gobernaba en nombre de su sobrino, especialmente en las fortalezas y cas llos que rodean al marquesado en Cuenca, Toledo, Ciudad Real y Murcia. Todos ellos se enmarcan en lo que se conoce como “Escuela de Valladolid”, es lo caracterís co de la segunda mitad del siglo XV, caracterizado por un recinto rela vamente reducido, o torrejones compactos sin recinto anexo, con una torre del homenaje de amplia planta, gran elevación, rematada con escaraguaitas, matacanes corridos y merlones piramidales, emplazada habitualmente en una esquina de la fortaleza. Se complementa con dos o tres recintos, una plaza central y un acceso entre dos torres semicirculares. Sin embargo, el empleo de la ar llería de si o hace necesario la adopción de una serie de elementos de resistencia pasiva, como dotar de alambores de entre 45º y 60º a lienzos de murallas y torres, para favorecer el rebote de los proyec les, potenciar la falsabraga o barrera y dotarla de cubetes y cubos con troneras que en una fase algo más tardía serán sus tuidos por antepechos de remates abocelados, al empo que se reduce la altura de la fortaleza y en especial la de las torres del homenaje, lo que supondrá la necesidad de aumentar la altura desde la 106

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Fig. 64.– Barbacana con tronera y buzones y acceso al recinto interior.

base de las barreras exteriores mediante fosos, que al mismo empo supondrán una dificultad añadida a los intentos de realizar minas desde donde emplear la pólvora para causar el derrumbe de murallas y baluartes (Mora Figueroa, 2002; 652). Cuando Juan Pacheco ordena la reforma, adaptación o construcción de las fortalezas del marquesado se hará siguiendo las pautas del momento y por lo tanto las necesidades surgidas del empleo de la ar llería, los con ngentes militares y las tareas de control, recaudación fiscal y mantenimiento del sistema señorial, con toda la simbología que para ello era necesario. Tal y como han señalado muchos autores, Jumilla fue una de las primeras posesiones que Juan II otorga a Juan Pacheco tras la Batalla de Olmedo en 1445 (Antoli, 1987; 45), pero pese a la confirmación real de 1451, no será hasta el mes de octubre de 1452 cuando el bachiller Miguel Ruiz de Tragacete, alcalde mayor de don Juan Pacheco en el marquesado, tome posesión de la villa y la fortaleza, confirmándose estos privilegios en 1453 y 1456. La fortaleza sobre la que se tomaba posesión era el viejo recinto musulmán que se había ido reparando y adaptando hasta ese momento por los diferentes tenentes y alcaides. El recinto exterior lo configuran una serie de torres de planta cuadrada o rectangular, abiertas por su parte posterior, al modo de una bestorre y unidas por cor nas de 107

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muralla, en las cuales se aprecian diferentes técnicas construc vas, donde predomina el uso del tapial, tanto de época islámica como cris ana, con reparaciones en mampostería y recrecidos en tapial relacionados con los conflictos de los siglos XV, XVIII y XIX. En su interior, y a falta de excavaciones extensivas, se aprecian aljibes, la iglesia de Santa María, luego ermita de Ntra. Sra de Grácia y restos de construcciones de la trama urbana (Mar nez y Munuera, 2009: 204). En 1358 es conquistada la villa y su fortaleza para Cas lla por el Maestre de la Orden de San ago, don Fadrique, hermano del rey, por lo que vuelve a la jurisdicción real. Como señala Antoli (1987; 36) “…con la ruptura de hos lidades entre Manueles y Fajardos", Jumilla tomó parte por los segundos, hasta la etapa de D. Pedro Fajardo, ya en el XV. …”. Es posible que a este periodo, especialmente bajo el dominio del alcaide Alonso Yáñez Fajardo II, de 1423 a 1428, Adelantado Mayor del Reino de Murcia en 1424, la fortaleza se viera reforzada en sus puntos clave, como accesos, flanqueos y puntos más expuestos, recreciendo algunas torres y creando algún tramo de falsabraga que genera una liza entre las an guas murallas y el nuevo elemento defensivo. La guerra civil existente en Murcia entre el adelantado Pedro Fajardo y su primo Alonso Fajardo, alcaide de Lorca, derivó en que Jumilla terminase en manos del marqués don Juan Pacheco, confirmándose la merced real de 1445, el 27 de julio de 1452 (Antoli, 1987; 37). La fortaleza que don Juan Pacheco recibe, es un recinto obsoleto ante los nuevos usos de la guerra, tanto a pequeña escala, luchas y escaramuzas de nobles entre sí, como en conflictos mayores de guerra civil castellana, ya sea a favor o en contra de la corona y en especial ante los dos grandes enemigos del marqués, la Corona de Aragón, a la cual indirectamente le había usurpado el marquesado en la figura de los Infantes de Aragón y los Fajardo, adelantados del reino de Murcia. El marqués hacía empo que había aprendido del valor de las fortalezas y cas llos para el juego polí co, donde la presión militar y los golpes de mano forzaba de forma irremediable la balanza hacia un bando o hacia el opuesto. Lozano apunta, sin jus ficación, la fecha de 1461 (Cooper, 1991;120), como la de la finalización de la construcción del cas llo Pacheco tal y como hoy lo conocemos. Siguiendo las tendencias de la época se concentra la nueva edificación en una fortaleza que ocupa parte del úl mo reducto del anterior recinto defensivo, en la parte más alta, derribando y explanando parte del an guo “alcázar”. A par r de ahí se levanta una nueva torre del homenaje, a la cual se le dota de un pequeño recinto anexo, que incluye y aprovecha los aljibes existentes, con una torre de planta cuadra al exterior, y los edificios de servicio, como caballerizas, molino de sangre, almacenes, etc. Se acondiciona la entrada 108

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Fig. 65.– Baluarte ar llero de planta pentagonal delante del la torre del recinto exterior.

con una barbacana con dos torres circulares a ambos flancos, entre los que se abre la puerta, y una torre, igualmente de planta circular, en el ángulo NW. Para los paños entre las torres se aprovechan los existentes de tapial, si bien se refuerzan al exterior con muros de mampostería. Los elementos singulares, como puertas, ventanas, escaleras, troneras, heráldica, son de sillería, para lo cual se contratan maestros de obra que dejan sus marcas de cantero, mientras que el resto es de mampostería de calidad, encintada con mortero, algo caracterís co del siglo XV y común en los cas llos del marquesado ahora reformados o construidos por orden de don Juan Pacheco (Simón, 2011). Este nuevo recinto se ajusta a las necesidades de la segunda mitad del siglo XV, al ser de menor tamaño y de mayor resistencia, por lo que necesita de una guarnición menor que el viejo y amplio recinto defensivo, el cual sin quedar abandonado parece que recibe la atención en zonas puntuales como los accesos o las defensas esquineras. Desde la concepción del nuevo cas llo se ene presente el arma en boga en ese momento y que cambiará para siempre la forma y el diseño de las for ficaciones, la ar llería. El encargado de su traza, que Cooper relaciona con Gonzalo Saaevedra (Cooper, 1991: 832), es una cues ón que sería muy interesante de resolver documentalmente, pues pudieron ser otros los tracistas, 109

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como Pedro de Baeza, uno de los mejores comandantes militares del marqués y de su hijo, el propio Hanequín de Bruselas, alguno de sus primeros alcaides pachecos, como Sancho de Arroniz o su hijo Álvaro de Arroniz, o maestros ar lleros a las órdenes del marqués. Lo cierto es, tal y como señala Cooper, que se emplea la misma planta y solución ar llera que en el cas llo‐palacio de Belmonte, la casa natalicia y preeminente de don Juan Pacheco, mostrándonos la importancia que se le da el marqués a la fortaleza jumillana, donde no esca ma gastos, al menos en la torre del homenaje. En el resto de la fortaleza de Jumilla se planifican otras obras puntuales en el recinto exterior. Se protege el lado más expuesto a la ar llería y al asedio por tropas, el flanco oriental, para lo cual se levanta una torre pentagonal frente a la torre esquinera del ángulo noreste del viejo recinto. Pese a que de ella tan solo se conserva su base, su papel sería similar al que posteriormente desempeñaran los revellines en las for ficaciones de los siglos XVI al XVIII, a modo de cubete ar llero, pero empleando todavía un modelo an guo pero efec vo de frente en ángulo para desviar los proyec les, como es la proa de las torres pentagonales. No solo permite proteger el ángulo noreste y la torre, sino el control del acceso a la entrada principal de la fortaleza. En el lado opuesto se reforma la torre del ángulo suroriental con el fin de dotarla de tres cámaras ar lleras, por lo que es necesario reforzar la vieja torre de tapial de un forro de mampostería que amplié el espesor del muro para resis r el impacto de los proyec les y crear espacio para la cámara abocinada. Mientras que la norte por su escaso espacio se simplifica a una caja cuadrada, las de los lados este y sur son de formato canónico, planta trapezoidal, cubierta de arco rebajado y salida rectangular, algo un tanto singular, dado que era habitual usar la tronera de palo y orbe o variantes similares. Quizás esto se deba al empleo de armas de pequeño calibre o a cues ones cronológicas. En la fachada exterior de la torre se encuentra perdido e imposible de iden ficar un escudo heráldico acabado en punta, como los del marqués. En la an gua alcazaba se procede al derribo de la torre principal y se levanta una torre de planta rectangular, con ángulos redondeados y especialmente un refuerzo semicircular en la cara que da al exterior del recinto. En el caso de Belmonte será de planta cuadrada y el refuerzo semicircular está macizado en su totalidad, mientras que en Jumilla lo hará de forma parcial, aumentando el espacio al interior de la torre, pero sin perder efec vidad cara al exterior. Los vanos solo se abren en las plantas altas y en los lados cortos para cues ones de vigilancia y ven lación, estando el acceso a la altura de la segunda planta y en la cara interior de la fortaleza, a la cual solo se puede llegar mediante una puerta retrác l que da al adarve septentrional, solución que encontramos en otras fortalezas del marquesado como Almansa, Alarcón y Alcalá del Júcar. Por 110

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Fig. 66.– Interior de los vanos de la planta principal de la torre del homenaje.

tanto el flanco que debe soportar el fuego ar llero en caso de si o queda macizado y sin punto débil, solo las armas del marqués en el escudo heráldico, con su marcado carácter simbólico, miran hacia el exterior. Las semejanzas con núan en el número de plantas, en Jumilla son cuatro más la terraza almenada, mientras que en Belmonte son tres y terraza, pero creemos que Cooper ene razón cuando señala que la torre belmonteña quedó inacabada (Cooper 1991; 170), de modo que sobresale la cubierta de la úl ma planta por encima del actual nivel de circulación, algo que la hace completamente inopera va, tal y como ocurre en el cas llo de Sax, con una planta superior y terraza almenada con la misma problemá ca (Simón, 2010; 70). Las diferencias se encuentran en la función de dichas plantas, mientras que en Belmonte la torre ene un uso exclusivamente militar, con aljibe y dos plantas de servicio, quedando la parte representa va y co diana en las alas del palacio, en Jumilla la torre cumple funciones militares, como el sótano o mazmorra para almacenaje y aljibe, la planta primera para el alojamiento de tropa y armamento, la segunda para la residencia del alcaide y su papel representa vo, cuyo principal elemento es una chimenea, elemento de confort que solo se documenta en los salones de 111

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Fig. 67.– Interior y exterior de la tronera y rejuntando encintado del exterior.

Belmonte y Alarcón, pudiendo estar previsto o ejecutado en Garcimuñoz. En esta planta noble se abren a ambos lados ventanales con sendos bancos con “festechador de finestra”, al igual que la puerta de acceso a la torre, de cuyo zaguán parten las escaleras embu das en el ancho del muro, tanto para las plantas inferiores como superiores. La tercera planta se le conoce como del bas mento, en donde destaca los huecos para el movimiento del mecanismo de la puerta de la planta inferior. La terraza posee una almenado de merlones prismá cos, de métrica castellana, y un frente a barbeta que permi ó la instalación de un “... Tiro de hierro falconete encabalgado en una cureña y dos servidores de hierro ...” (Hernández, 1998; 6). Finalmente desde la terraza almenada se abastece al aljibe y se da salida de humos al ro de la chimenea. Por el tamaño y superficie de las plantas interiores de la torre, sus funcionalidad ver cal, la comunicación entre plantas mediante escaleras desarrolladas en el grosor del muro, los elementos habitacionales como la chimenea, ventanas y acceso defendido desde el interior, podríamos considerarla como una fortaleza dentro de una fortaleza, una “torrona” como las define Mora Figueroa (1996, 218). Pero no debemos perder de vista el valor simbólico del 112

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Fig. 68.– Marcas de cantero en la sillería de la torre del homenaje.

edificio. Su altura, su posición sobre la parte alta del Cerro del Cas llo y su amplia intervisibilidad en el territorio, lo que hacían de ella el mayor símbolo de posesión del cas llo y las erras de Jumilla ante el concejo y los rivales polí cos del Marqués de Villena, el cual había tardado casi siete años en hacer efec va su posesión. Por ello no es extraño que en ambas caras principales de la torre se emplazasen las armas heráldicas de don Juan y quizás de su hijo Diego, tal y como aparecen en el resto de los cas llos del marquesado reformados, como Villena, Almansa, Chinchilla, Belmonte, si bien en Jumilla pudieron sufrir el mismo des no destructor que otros elementos heráldicos tras la Guerra del Marquesado, como en Alarcón, Garcimuñoz, Sax y quizás Alcalá del Júcar y Jorquera, si bien el haberse mantenido Jumilla hasta el siglo XIX en el régimen señorial pudo permi r su preservación, por lo que habría que relacionar su perdida con el robo de sillares tras la desamor zación, como se puede apreciar en las fotogra as de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX (González, 1913; 110‐111). La otra adaptación de la nueva for ficación a la ar llería fue el diseño de su acceso. En el flanco occidental se genera una barbacana o falsabraga 113

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Fig. 69.– Bolaños de bombarda encontrados durante las excavaciones

compuesta por dos torreones, ambos de planta semicircular, si bien de diferente tamaño, entre los que se emplazaba la puerta. Este diseño lo encontramos en el cas llo de Villena, nuevamente en su lado occidental, con el fin de incluir un pozo con noria y una poterna que daría paso a la villa, dentro del recinto amurallado de la misma. Este diseño se repite con variantes en otras for ficaciones de la segunda mitad del siglo XV por toda Cas lla, como en Belmonte (Cuenca), Medina del Campo (Valladolid), Almenara (Cuenca) o Caracena (Soria), entre otros. La obra debió levantarse en un corto espacio de empo, tal y como parece que ocurrió en el resto de los cas llos del marquesado, aprovechando mano de obra local para los paños de mampostería y maestros canteros para las piezas de sillería, como indican las marcas de cantero, seguramente con parte de las rentas a las que tenía derecho el marqués y otras procedentes del los impuestos reales de las que se apropió (Antolí, 1987;50). Una vez finalizada, perfectamente preparada para un si o ar llero, don Juan Pacheco ordenaría dotarla del armamento adecuado, en especial de piezas de fuego, que permi ría repeler y mantener a distancia tanto a las tropas de infantería como a las de ar llería, si bien y tal como señala Mora Figueroa (2002, 652), en esta primera fase del uso ar llero se pensaba en respuesta pasiva desde 114

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Fig. 70.– Cámara ar llera por su interior de la torre sureste del recinto exterior.

la fortaleza, más que un verdadero contraataque desde la misma. Tomando los datos aportados por Pedro Carrión Tomás, de una Acta del Concejo de 1564, señala que en un inventario de ese año que en la terraza de la torre existe un “falconete con cureña con dos servidores o recamaras” y en el “patrio de armas… tres culebrinas pequeñas, tres bombardas de hierro y tres cañones para la defensa de la puerta del Cas llo…”. Pese a ser un inventario de casi ochenta años posterior a la Guerra del Marquesado, debe reflejar muy bien, especialmente por la sus tución que a lo largo del siglo XVI se hizo de los cañones de hierro por los de bronce, mucho más efec vos y seguros, el armamento con el que debió contar la fortaleza. Se trata de un armamento de mediano y pequeño calibre, donde los bolaños de piedra caliza encontrados en el cas llo pertenecen a las bombardas, con un diámetro de 30 a 20 cm, lo que las situaría en un calibre medio alto, o lo más probable es que sean munición de una trabuquera o un cuartago (Sousa, 1990), más propio del ro curvo desde el interior de la fortaleza, lo que permite no exponerse a los proyec les del enemigo. De igual modo se emplearon armas de fuego en el interior de las torres que flanquean la puerta, por el tamaño de la tronera y el escaso espacio interior, debieron ser armas del po falconete, cerbatana, ribaldoquín o cañón de mano. 115

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Fig. 71.– Escudo nobiliario de don Juan Pacheco I Marqués de Villena (1419‐1474)

En las excavaciones efectuadas en 1982, se recuperaron 42 bolaños de piedra y uno de hierro. De los de piedra 13 enen un diámetro de 29 cm, 7 de 25 cm, 18 de 18 cm y 4 de 16 cm. El de hierro ene 13 cm. Los diámetros de los proyec les de una bombarda estaban entre los 20 y 30 cm de diámetro, el pasavolante entre 14 y 20 cm, el mortero entre 30 y 50 cm, la trabuquera entre 20 y 30 cm y los cuartagos presentan una amplia variedad de calibres (Medina, 2004; 153). Lo cierto es que se trataba de un material bélico muy caro, tanto para su producción como para su mantenimiento y con cierta facilidad en su inu lización 116

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Fig. 72.– Vista aérea del cas llo con las principales obras de don Juan Pacheco.

por una empleo inadecuado, por lo que era necesario personal especializado, con conocimientos en la fabricación de los dis ntos pos de pólvora, el calibre de los proyec les y el empleo de cada po de armas, como la carencia de disparo, trayectoria, carga de pólvora, etc. Por todo ello no es de extrañar que años más tarde parte de la ar llería empleada por los ejércitos del emperador Carlos en Flandes sigan siendo aportados por los grandes nobles del reino, tal y como se señala en el testamento de don Diego Pacheco en 1529 (Ortuño, 2005; 58). Por todo lo anteriormente expuesto resulta paradójico que cuando fue necesario el uso bélico de la fortaleza de Jumilla para los intereses de don Diego Pacheco, en la Guerra del Marquesado (1475‐1480), el cas llo fue tomado de forma totalmente incruenta por el capitán aragonés Andrés Mateo Guardiola, mayordomo del infante Enrique de Aragón, primo de Fernando el Católico, alegando ordenes de actuación preven va, con el apoyo de la población local sublevada contra el marqués y sin apenas oposición de la guarnición, pese a que el alcaide era Rodrigo Pacheco de Avilés, señor de Minaya y pariente de la rama bastarda de don Diego Pacheco, algo que debe responder a unas circunstancias 117

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Fig. 73.– Loza dorada del siglo XV‐XVI del Cas llo de Jumilla

hoy en día poco conocidas. Los Reyes Católicos no permi eron que don Diego Pacheco perdiese la villa, pero si la fortaleza, nombrando alcaide al capitán Mateo Guardiola, en una especie de tercería, tal y como la define Ortuño (2005;35). El nuevo alcaide estaba bajo las órdenes de don Pedro Fajardo, Adelantado del reino de Murcia, desde donde se iniciarán las hos lidades a las fortalezas de Sax, Villena, Almansa y finalmente Chinchilla, junto a las tropas aragonesas de Gaspar Fabra y el Conde de Cocentaina. La fortaleza no sufrió si o alguno, lo cual queda ates guado en la falta de impactos de proyec les, tal y como se aprecian en Sax (Sáez 1982), Villena (2002) y Chinchilla (Ortuño, 2005), o de intentos de asalto mediante minados como en Almansa (Simón, 1999), ni órdenes de derribo posteriores al conflicto, tal y como muchas villas solicitaron a los Reyes Católicos. A esto úl mo debió contribuir el valor estratégico de la fortaleza, en la frontera de Cas lla y Aragón y la cercanía 118

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del reino de Granada, el casamiento de una sobrina del marqués con Mateo Guardiola, lo que le convierte en pariente, y los malos ojos con los que la corona y la nobleza veía las rebeliones contra su autoridad por parte de vasallos y concejos y que se verían culminadas en los conflictos del inicio del reinado del emperador Carlos V. El cas llo de Jumilla fue un claro ejemplo de la evolución de las fortalezas de la Edad Media peninsular en la segunda mitad del siglo XV. Don Juan Pacheco quería una fortaleza opera va desde el punto de vista militar, que fuera clave en el tablero geoestratégico de los límites del Marquesado de Villena con el reino de Aragón, el de Murcia y el reino nazarí de Granada. Igualmente debía jugar un importante papel en los movimientos polí cos del marqués, al empo que refutar ante sus vasallos, nobleza, iglesia y corona, una posesión a la cual no estaba dispuesto a renunciar hasta su muerte, ni siquiera traspasar a su hijo dentro del marquesado. Muchos de los elementos defensivos del siglo XV del Cas llo de Jumilla los podemos encontrar en otras fortalezas del marquesado, reformadas o construidas casi al unísono, pues don Juan Pacheco, desde sus empos de alcaide del alcázar de Segovia, había aprendido el valor que estos cas llos ar llados tenían en los convulsos empos de la Cas lla del tercer cuarto del siglo XV.

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SIGLOS XVI‐XX: DE BELLUGA A LA GUERRA CIVIL  La muerte sin descendencia del rey de España Carlos II “El Hechizado” el 1 de noviembre de 1700, desatará un conflicto internacional por la pugna entre las grandes potencias europeas, por entronizar a sus respec vos candidatos en el reino de España. Por una parte Francia quiere instaurar a Felipe de Anjou, segundo hijo del Del n y por ende nieto del rey Luis XIV (Casa de Borbón) y por otro lado Austria que desea imponer al Archiduque Carlos de Austria, hijo menor del Emperador del Sacro Imperio Leopoldo I (Casa de Habsburgo). Ambos con estrechas relaciones familiares con el difunto rey, quien en su testamento dejaba como heredero a Felipe de Anjou, futuro Felipe V. Lo que llevará al estallido de la denominada Guerra de Sucesión Española (1701 – 1713). Meses antes de ser coronado como rey Felipe V, se formó una gran alianza en contra de la Casa de Borbón y a favor del Archiduque Carlos de Austria. Por el peligro que suponía la unión del imperio Español, con la superpotencia que en esos momentos era Francia, se coaligaron, el Emperador Leopoldo I, Inglaterra, las Provincias Unidas de los Países Bajos, Prusia y los estados alemanes, a quienes en 1703 se les unió Portugal y el Ducado de Saboya. No nos vamos a detener a analizar los intereses que movieron a cada uno de los países implicados en el conflicto a par cipar en él, pues no es el lugar, además de ser muy prolijo. A finales de 1701 se iniciaron las hos lidades en el norte de Italia, pues el Ducado de Milán formaba parte del imperio español, enfrentamientos que se fueron extendiendo por toda Europa y que a España llegan a par r de mayo de 1704, cuando el Archiduque Carlos desembarca en Lisboa, aunque en los años anteriores hubo varios choques e intentos de tomar ciudades portuarias españolas, como Cádiz en 1702, por parte de los austracistas. 121

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Fig. 74.‐ Mapa del Reino de Murcia de Francisco Palomino en el Atlante español de Bernardo Espinalt y García de 1778 y 1795.

El conflicto en España se conver rá en una autén ca guerra civil, que enfrentó a los par darios de uno y otro candidato, y curiosamente se repiten los esquemas que vimos en el siglo XIV durante la Guerra de los dos Pedros (1356‐ 1369) Aragón, Cataluña y Valencia apoyan al Archiduque Carlos y Cas lla, con Murcia incluida, reconoce a Felipe V, por lo que uno de los puntos calientes de la frontera bélica se sitúa entre el reino de Valencia y Murcia, donde de nuevo el Cas llo de Jumilla volverá a tener una gran importancia estratégica. Tal y como se desarrollaba la guerra y visto el interés geoestratégico de Murcia, en 1705 Felipe V nombra obispo de Cartagena a Luis Belluga y Moncada, natural de Motril (Granada) que en esos momentos ostentaba una canonjía en Córdoba, nombrándole también Presidente de la Junta de Defensa de su diócesis (Flores Arroyuelo, 1984; 2). Nada más tomar posesión de la sede episcopal, se puso al frente de la causa felipista, para detener el avance de los austracistas, cada día más numerosos en las ciudades murcianas. Estructuró la milicia, organizó 122

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Fig. 75.– Interior de la muralla de tapial de erra del sector meridional.

la intendencia y mandó reparar y acondicionar varios cas llos, entre ellos el de Jumilla, por su importancia estratégica. Des na a Jumilla al capitán José Ibáñez, quien traía las órdenes de acondicionar la fortaleza para el alojamiento de tropas, e impar r instrucción militar a las 8 compañías de milicianos voluntarios que había organizado el Concejo, en diciembre de 1705 y al frente de cada una de ellas puso a los prohombres de la Villa y cargos del Concejo (Guardiola, 1975; 258 y 259). La octava compañía estaba capitaneada por Bartolomé Lozano Abellán, alcaide del Cas llo. La formación de estas compañías, a inicia va y expensas del propio Concejo, estaba jus ficada por la proximidad del frente de batalla. Cuando el capitán Ibáñez vio la ingente tarea que tenía por delante, declinó la misión de instruir a las compañías de voluntarios, centrándose en las reparaciones y reformas del Cas llo. El 30 de diciembre de 1705 el Concejo designa a los maestros de obras Lucas de la Lastra y a José López para que auxiliaran al capitán Ibáñez en los trabajos del cas llo. Ocho días después el capitán presenta su informe con las necesidades, que consis an en: Reparar las 580 varas de murallas de la fortaleza exterior, elevándolas hasta 12 palmos de altura con parapetos a los pechos; Construcción de almenas de cal y piedra, 123

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rematadas con terraplenes de mortero y erra; Reparación y construcción de almenas y garitas en los cinco for nes de la muralla de levante; “El cubo situado a  mano derecha de la primera puerta de entrada al cas llo, destruido por un rayo,  debía  reconstruirse  dejándolo  en  igual  forma  que  el  de  la  izquierda,  ya  que  tan  necesario era para la guardia de puertas”; Las murallas que circundan la entrada del “Luque” había que recrecerlas lo suficiente, para que la gente de armas pudiera recorrerla sin ser alcanzado; Colocación de un puente levadizo, en la “Puerta del Luque”, que da acceso a su interior, con la construcción de un sólido bas ón; Cambiar las puertas por otras más sólidas y forradas de hierro y la construcción de un aljibe de 30 palmos de longitud por 15 palmos de ancho y 20 palmos de fondo, con cubierta a prueba de bombas, el aljibe debía construirse en el barranco, y así poderlo llenar con las aguas de lluvia. Para la mejor defensa del Cas llo, el capitán Ibáñez hace también una propuesta de equipamiento armamen s co y de la tropa necesaria, solicitando que los cinco for nes del lado este se doten con dos cañones de ba r cada uno, y el resto de las murallas se salpicaran con cañones pedreros, pues el resto de murallas eran fáciles de defender, dado lo escarpado del terreno. Respecto a la tropa calcula una dotación mínima de 200 hombres, que estuviesen bien armados, con munición suficiente y víveres para aguantar un empo prudencial. (Guardiola, 1975; 260 y 261). También hace el Sr. Ibáñez un inventario del armamento que encuentra en el cas llo, todo él caduco, trasnochado y “sin  provecho”, lo que demuestra que no se había renovado en años. “Unos cañones de hierro de forma an gua, el  uno de nueve palmos y medio de largo, y catorce dedos de calibre, otro de siete  palmos  y  diez  dedos  de  calibre,  otro,  así  mismo,  de  otros  siete  palmos  y  ocho  dedos de calibre cortados sin recámara, y tres morteros de a tres palmos y siete  dedos de calibre que, al parecer, son de pedreros an guos, y por su forma, y de  estos los oídos muy gastados, que por alguno se puede entrar la mano”. Concluye el capitán Ibáñez que estos cañones no pueden ser reparados y que de ellos no se puede obtener ningún provecho (Guardiola, 1975; 261). El propio Guadiola Tomás duda que se ejecutaran todas las obras propuestas, pues en los datos recogidos por él del Archivo Municipal se habla de obras en el Cas llo, pero sin especificar cuáles y sin detallar el costo de las mismas. Pone el ejemplo del aljibe citado, del que no quedan restos en el lugar iindicado (ibídem. 261). En este sen do, las con nuas misivas que el obispo Belluga envía al Concejo, en las que además de instar a defender la causa de Felipe V, les ordena enviar hombres al frente de batalla, a comprar armas y municiones y les requiere para que tengan en perfecto estado la for ficación del 124

El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

Fig. 77.– Ar llería de avancarga del siglo XVIII .

Cas llo. En 1711, ante la reclamación de unos impuestos a Jumilla, el Concejo responde exponiendo la dramá ca situación en la que se encuentran las arcas municipales, debido a los cuan osos gastos que ha tenido durante la guerra, ente estos gastos está el de “los reparos y defensas de este cas llo” (Guardiola, 1975; 268). Por lo que algunas obras, o bastantes de ellas, sí se hicieron. ¿Por qué este interés el obispo Belluga por tener el Cas llo de Jumilla apresto para la batalla? El Presidente de la Junta de Defensa u liza el Cas llo de Jumilla como importante punto estratégico en la retaguardia, desde donde aprovisionar las fuerzas que pelean en el frente y para dar descanso y reorganización los ejércitos. El responsable de esta importante misión era el teniente coronel Jerónimo Francisco de Zarandona, nombrado por Belluga “Capitán  –Comandante  de  Jumilla  y  su  fortaleza” (Guardiola, 1975; 265). Mientras el escenario de la Guerra fue el Valle del Vinalopó, la Vega Baja del Segura y el sur de la provincia de Albacete, en el Cas llo se alojaron los ejércitos del duque de Berwick; del conde de Mahoni; del general Le Sir y las milicias de Abarán y Molina de Segura y todos los gastos de mantenimiento y acopio de munición para las tropas estacionadas en el cas llo, corrían con cargo al Concejo (Ibidem; 1975, 267). 125

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Fig. 76.– Plano de la Batalla de Almansa el 25 de abril de 1707 en la Espagne Recüeil de  Cartes Geographiques Dressées Sur les Nouvelles Observa ons, de Nicolás de Fer, 1709.

En febrero de 1706, ante la proximidad del escenario de los combates, el Concejo pide ayuda al conde de San steban para reforzar la guarnición del Cas llo, a lo que el obispo Belluga les ordena que todos los hombres disponibles vayan de inmediato a ayudar a levantar el si o de Caudete y a defender Villena, ambas ciudades estaban siendo atacadas por los ejércitos austracistas. Al día siguiente (27de febrero) par an 118 milicianos, capitaneados por el alcalde Mateo Abellán de Rada. Tras la decisiva Batalla de Almansa (25 abril 1707) el peligro se aleja de los capos de Jumilla y la presión psicológica de ambiente bélico disminuye, aunque Belluga sigue pidiendo al Concejo que estén alerta y con las defensas preparadas, pero a finales de este mismo año, se deshacen las compañías y solamente se forma un con ngente de 50 hombres para ayudar en el asalto defini vo a la ciudad de Alicante, que tuvo lugar en diciembre de 1708. 126

El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

Fig. 77.– Muralla de tapia con fusilera.

Alejado defini vamente el peligro de la zona levan na, la frase que mejor resume la situación en la que queda el municipio, es la que recoge el acta del Concejo del 31 de enero de 1709, que dice que se encuentra “el vecindario en lo  úl mo de la miseria” (Guardiola, 1975; 268). Tras la firma del tratado de Utrech, que puso fin a la Guerra de Sucesión Española, el cas llo queda cerrado, suponemos que al cuidado del Mayordomo de Rentas, y poca o nula vigilancia debía tener, pues conocemos por Guardiola Tomás el contenido de una carta que manda el jumillano José Lerma al canónigo Juan Lozano Santa, dándole información sobre an güedades de Jumilla, para la Historia de Jumilla que en estos momentos está escribiendo el canónigo (úl mo cuarto del siglo XVIII) en la que le dice que ha subido al Cas llo para buscar algo que pueda ser de interés para el historiador, y escribe: “Por lo que mira a las armas de esta  fortaleza me dicen ser todas de la casa de Villena; yo no losé, pues si entendiera yo  tanto de las de casa como de estas ya le hubiera dado de mano.” (Guardiola, 1975; 287). Se refiere a los blasones que en estos momentos todavía se pueden ver en la Torre del Homenaje y en las murallas exteriores del lado este. Es una pena que no esté todo el contenido de la carta transcrito, pues hace referencias también a la ermita de Ntra. Sra. de Gracia, dedicada en estos momentos a la advocación del 127

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apóstol San ago, y a otros lugares de interés histórico de Jumilla. Con el nuevo siglo, otra nueva con enda aparece en el panorama hispano, La Guerra de la Independencia (1808 – 1814) donde los escenarios de guerra quedaran lejos de Jumilla, salvo la re rada del ejército francés del sur hacia Valencia y de la que hablaremos más adelante. Desde el primer momento del estallido de la guerra, el Concejo de Jumilla se apresta para hacer los prepara vos de defensa de la Villa. Además la Junta de Defensa de Murcia pide al Concejo que encarguen un Plan de Defensa de la ciudad, que hace al arquitecto de las Reales Academias de Su Majestad Cayetano Morata. Pero como algunos de los miembros de la Junta de Gobierno son afectos a la causa francesa, según acta del 26 de junio de 1808, un grupo de vecinos solicitan renovar la Junta, lo que les concedido por la Junta de Defensa Provincial (Abarca López, s/a; 2 y 3). El día 27 se presenta el Plan de Defensa, basado en la colocación de piezas de ar llería en lugares estratégicos de los accesos a Jumilla, incluso prevé la colocación de tres de ellas en las laderas del Cerro del Cas llo, pero sin entrar en él. De hecho, en el acta de ese día se dice textualmente “Y  respecto  a  que  el  Cas llo de esta Villa de que habla el referido Dictamen, corresponde a la Excma.  Casa  del  Marquesado  de  Villena  de  quien  se  encuentra  en  esta  Villa,  su  Administrador Dº Pedro Juez Sarmiento, considerando que su for ficación es mui  conducente  al  mismo  fin  de  defensa,  siendo  ésta  según  concepto  del  referido  Arquitecto  puede  ser  la  de  colocar  en  él,  en  los  parages  más  a  propósito  otros  cuatro Cañones, cuio costo debe ser de Cuenta y cargo de su Excma. Quien goza  las rentas consignadas ála conservación de dicho Cas llo” (Abarca López, s/a; 7). Son muchas las conclusiones que se pueden sacar del párrafo anterior, pero no nos vamos a detener en ellas, solamente decir que en estos momentos está muy en auge el par do an marqués, y de aquí que se dis nga entre la colocación de las piezas de ar llería en las laderas del Cerro, cuyo coste va por cuenta del Concejo, y las que se pretenden coloquen dentro del Cas llos, van por cuenta de la Casa de Villena. En este sen do es muy clarificador lo recogido en el Acta del Concejo del 18 de agosto, en la que se trata el secuestro de los bienes, rentas y posesiones del Marqués de Villena, donde se dice que Pedro Juez Sarmiento ha “dejado  en  el  empo  de  su  Administración  desarmado  este  Cas llo  y  Fortaleza” (Ibídem, 41) el subrayado es nuestro. Al día siguiente, en Cabildo Abierto, se renueva la Junta de Gobierno del Concejo, presidida por Mateo Abellán Lozano, de la que forman parte los dos curas párrocos y un representante de cada uno de los dos conventos franciscanos, mientras que no forma parte el administrador de las posesiones del marqués de 128

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Fig. 78.– Pintura de Ntra Sra. De Gracia ,en la capilla de la Comunión de la Parroquia Mayor de San ago de Jumilla (Anónimo del siglo XVIII). Representado al píe el Cas llo de Jumilla. 129

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Villena. A principios del mes de julio de 1808 se instala en Jumilla el Cuartel General del Ejército del Reino de Murcia, en el entorno de la ermita de San Agus n, junto al cauce de la rambla de la Alquería, u lizando de polvorín dicha ermita de San Agus n, conocida en estos momentos como ermita de Ntra. Sra. de la Asunción. Como responsable del Cuartel está el general Luis de Villaba. Consecuencia del acantonamiento de las tropas en Jumilla, es que la Junta Provincial de Defensa, niega los cañones solicitados para llevar a cabo el Plan de Defensa. En el acta del Concejo de 3 de agosto, se recoge que hay tropas extranjeras alojadas en el convento de las Llagas de san Francisco (situado en el solar del actual Teatro Vico) de las que dice que están muy mal ves dos (Abarca López, s/a; 36). Tras la derrota del ejército francés en la batalla de Bailén (19 de julio de 1808) y la salida precipitada del rey José I Bonaparte de Madrid hacia Burgos y después a Vitoria, hace que a principios de agosto el general Villaba reciba órdenes de unirse al Gran Ejército del Conde de Cervellón, dejando en el Cuartel General 50 hombres a cargo del Brigadier Luis de Villaba, para cubrir emergencias, y al no poder llevarse toda la munición y pólvora de la ermita de san Agus n, el día 17 escribe al Concejo para que la recoja y ponga a buen recaudo. El mismo día 17 de agosto llega a Jumilla Manuel Díaz Manresa, comisionado por la Junta Suprema Provincial de Murcia, con la misión de secuestras los bienes, rentas y posesiones de Diego Pacheco Téllez‐Girón Fernández de Velasco y Enríquez, XIII Duque de Frías y, entre otros, también XIII Marqués de Villena, pues es uno de los aristócratas afrancesados que acompaña a José I Bonaparte en su deambular desde Madrid hasta Vitoria, además de ser uno de los redactores de la Carta de Bayona. Entre los bienes que le secuestran al Marqués de Villena está la Fortaleza del Cas llo, y como veremos a con nuación, la fortaleza comienza a adquirir protagonismo a par r de estos momentos. Lamentablemente los dos libros de Actas Capitulares del Concejo correspondientes a los años 1809 y 1813 (los números 8 y 9) fueron sustraídas del Archivo Histórico Municipal de Jumilla, y no se han podido recuperar, por lo que la documentación referente al Cas llo de Jumilla de estos años ha habido que reunirla por otros cauces y a pesar de ello, nunca es completa. De la interesan sima obra del Dr. Ramón Romero Velázquez, sobre la epidemia de fiebre amarilla que sufrió Jumilla los años 1811 y 1812, de la que el Dr. Romero fue tes go directo, por estar des nado en Jumilla, obtenemos unos escuetos datos sobre le Cas llo, el primero que en 1811 hay un cargo municipal 130

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Fig. 79.– Horno de la planta del bas mento de la torre del homenaje.

denominado “Gobernador  Militar  de  la  Fortaleza”, del que desconocemos sus funciones y del que no nos ha llegado ningún nombre, al menos hasta la fecha. Y que en ese mismo año, una vez declarada la epidemia (sep embre) en el Cas llo se instala un “Lazareto de enfermería y observación”, inicialmente para poner allí en cuarentena a los sospechosos de estar contagiados, pues los contagiados se recluían en un Lazareto levantado a levante del casco urbano, junto a dos manan ales (en la actualidad se conserva en la zona un paraje con esa denominación). Pero dado el aislamiento de la fortaleza respecto al resto de la población, y la evidente ven lación del mismo, lo hizo uno de los lugares más seguros para los evitarlos contagios, por lo que allí se trasladó la Junta Municipal de Gobierno, lo que hizo efecto llamada para otros vecinos que no tenían la posibilidad de irse a vivir al campo (Romero y Velázquez, 1819). Es en este punto donde nos cues onamos la cronología del horno sito en la cuarta planta de la torre del homenaje, la del “bas mento”, y la ventana que se abre al exterior, diferente en pología a las medievales, realizadas en sillería y que inu liza todo el sistema de apertura del puente levadizo que ponía en contacto la entrada principal con el adarve. Tras la derrota francesa en Arapiles (Salamanca) el 22 de julio de 1812, lo 131

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Fig. 80.– Vanos en la fachada interior de la torre del homenaje.

que obligó al ejército imperial a reorganizarse, y ello pasaba por reunir el grueso de las tropas en Valencia, hacia donde fue José I, habida cuenta que el duque de Wellington se apresuró a tomar Madrid, aunque fuese por unos pocos días. El ejército francés del sur, conocidos por sus propios compatriotas como “los  bandoleros del sur” y dirigidos por el mariscal Soult, tuvo que levantar el si o de Cádiz, que duraba ya dos años, y dar órdenes a todos sus destacamentos para que se fuesen reuniendo con él de camino a Valencia. La ruta elegida por el mariscal fue ir de Sevilla a Granada, y desde aquí a Baza y Huéscar, para penetrar en la provincia de Murcia por el cauce del río Quípar, hasta Caravaca (Salmerón, 2012; 83 y ss). Hasta llegar a erras murcianas, la gigantesca columna del ejército de Soult, compuesta por militares y afrancesados, que se calcula en unos 45.000 personas, fue hos gada por el general Francisco López Ballesteros, jefe del ejército del sur, pero dejó de hacerlo una vez que llegó a Granada, desobedeciendo las órdenes de con nuar con el hos gamiento, lo que le valió, después de la Guerra, un consejo de guerra y su deportación a Ceuta. Una vez libre del acoso los soldados galos pudieron seguir con el pillaje, el saqueo y la destrucción de todo lo que encontraban a su paso sin ninguna prisa. No pudieron 132

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entrar en Caravaca por estar su cas llo reparado y ar llado, pero saquearon Calasparra, Cieza, Abarán y parte de Moratalla. Las primeras ciudades estaban afectadas por la epidemia de fiebre amarilla, lo que contagió a parte del ejército francés. Desde Cieza par eron hacia Jumilla, donde llegaron en los úl mos días de sep embre, previamente mandó el mariscal Soult a dos de sus médicos para conocer de primera mano la situación sanitaria de Jumilla, que se encontraba en el momento álgido del segundo brote de fiebre amarilla. El ejército imperial formó un cinturón de sanitario de seguridad y según el Dr. Romero y Velázquez quien se saltaba este cinturón era fusilado. Por lo que franceses y afrancesados pasaron de largo de Jumilla camino de Yecla y según el propio Dr. Romero tardaron seis días en hacerlo (Romero y Velázquez, 1819; 67). Como podemos ver, en ningún momento el ejército francés ocupó el Cas llo de Jumilla, lo cual le libro de la destrucción mediante voladura, tal y como ocurrió en los cas llos de La Atalaya de Villena y de Chinchilla, donde sus torres del homenaje son voladas, parcialmente la de Villena y en su totalidad la de Chinchilla (Simón, 2011; 138). Pedro Abarca López ha recuperado del Archivo Histórico Nacional (Colección 140, Nº 13 – Guerra de la Independencia) una colección de cartas cruzadas entre el general Xavier Elío, responsable del 2º Ejército del Centro, con campo de operaciones en La Mancha y su brigadier Fernando Miyares, destacado en Jumilla, con la orden de rehabilitar su Cas llo y prepararlo para el alojamiento de abundante tropa. Las cartas se fechan entre enero y el 13 de febrero de 1813, en que el brigadier es trasladado al Cuartel General del 2º Ejército del Centro, donde está el general Elío. Por el conjunto epistolar sabemos que el brigadier Miyares es enviado a Jumilla, con 40 soldados para rehabilitar y equipar el Cas llo de Jumilla, que ya no pertenece a los marqueses de Villena y por lo tanto se puede actuar en él. Las obras han de ejecutarse con rapidez y a bajo coste, “Yo  espero  que  Vs.  heche  cargos  del  estado  de  miseria  de  los  fondos  del  Estado  y  al  mismo  empo  dela  u lidad  de  esa  fortaleza  sabrá  con  la  economía  y  ac vidad  suplir  la  falta  de  medios  y  que  consiga  el  obgeto”, le escribe el 30 de enero el general Elío a su brigadier. La idea inicial es poder albergar en él unos 500 soldados, acantonados durante un mes o dos. Las obras propuestas por Miyares son en primer lugar acondicionar los aljibes existentes, incluso propone hacer pequeñas cubetas, excavadas en la roca para recoger agua de lluvia, para lo que solicita pólvora y dos ar lleros que sepan hacer barrenos. Los aljibes los limpia con la tropa allí acantonada, y queda a la espera del barniz impermeabilizante. Más perentoria es la necesidad de madera para for ficar la bóveda de uno de los aljibes, restaurar la Torre del Homenaje y 133

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Fig. 81.– Interior de la barbacana, la puerta de acceso y los aljibes. Hacia 1930

construir un “caballero” junto al revellín, en el que colocar dos piezas de ar llería. Para ello el brigadier ob ene permiso para sacar la madera de los montes de Abanilla, pero al ser madera verde, llega a un acuerdo con el clero de Jumilla y con algunos vecinos para cambiarla por maderas ya secas, aptas para u lizarlas de inmediato en la construcción; Tanto la Torre del Homenaje, como la ermita de Ntra. Sra. de Gracia se van a u lizar de almacén y polvorín, para ello y mejor eficacia de la ar llería, es preciso desmontar el úl mo tercio de la torre de la ermita, cuyos sillares se van a des narse en reforzar la defensa de la puerta del lado este. A este hecho se opone la población, por lo que el general Elío escribe una carta muy diplomá ca y persuasiva al clero de Jumilla (3 de febrero de 1813) para que apacigüe los ánimos entre la feligresía y se pueda desmontar la torre. Respecto al avituallamiento necesario, en esta ocasión para 250 hombres, el brigadier solicita: 30 najas para almacenar aceite, vino y aguardiente; 2.000 arrobas de arroz; tocino en abundancia; otras 2.000 arrobas de “galletas  de  Caravaca”; 20 arrobas de bacalao; 25.000 cartuchos de fusil; 200 “granadas  de  mano  cargadas” y 42 quintales de pólvora suelta. Todo ello, obras y avituallamiento con un costo total de 4.000 reales de vellón. El 5 de febrero el brigadier dice que ha recibido la munición y parte de las vituallas, pero reclama 134

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Fig. 82.– Vista desde el oeste de la barbacana del cas llo. Hacia 1910.

las “Galletas de Caravaca” y los 4.000 reales de vellón. Pero dada la penuria del erario público real, consideramos que el dinero nunca llegó y por lo tanto las obras nunca se llegaron a realizar o se realizaron en parte. Al marcharse el brigadier Miyares, deja al mando del grupo de soldados al capitán Vicente de Haro, con la orden de ejecutar la obra si llega el dinero. Terminada la Guerra de la Independencia nos encontramos una nota curiosa, pero interesante en el libro de Sanidad Pública de 1819, que dice que el 22 de octubre de ese año “ingresaban en el Lazareto del Cas llo, llamado Fuerte  del Cadete a dos soldados sospechosos de contagio”. Estamos ante la epidemia de fiebre amarilla que en estos años asoló Cataluña, especialmente Barcelona y es posible que en esta zona se dieran algunos casos. ¿Se recupera el cas llo como Lazareto? Con el correr del empo el cas llo pasa de lazareto a u lizarse como cárcel o penal, pues en un Auto Judicial fechado en el 22 de enero de 1829, se da cuenta de la fuga de 17 presos “del Cas llo y fortaleza de esta dicha Villa”, entre ellos el bandolero Antonio Íñiguez y su cuadrilla al completo, lo que le da ntes sospechosos a la fuga, primero por el gran número de fugados y en segundo lugar por hacerlo la cuadrilla entera. En este mismo sen do el Acta Capitular del 22 de octubre de ese mismo año 1829 se recoge que: “…por el referido Sr. Presidente se  dixo:  Que  los  alimentos  de  los  Presos  Pobres  que  para  su  mayor  seguridad  se  hallan en el Cas llo de esa Villa como los Guardas des nados á su custodia, sufren  con nuamente  un  notable  entorpecimiento  en  el  percibo  de  sus  alimentos  que  produce  con nuas  reclamaciones  que  distraen  a  dicho  Sr.  Presidente  de  otras  135

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Fig. 84.– Propuesta de las fases más significa vas del Cas llo de Jumilla. 137

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Fig. 83.– Interior y exterior de la torre de la barbacana. Hacia 1930.

atenciones….” El acuerdo concluye con la creación de un presupuesto en las Cuentas de Propios para mejorar la situación. Hemos referido en el capítulo de historiogra a que conocemos un informe sobre la situación del Cas llo de Jumilla desde el punto de vista militar, elaborado en 1834 por del capitán de ingenieros José Bossart, en el que tras una descripción del mismo con aportación de medidas, concluye que no es una fortaleza opera va para los empos que corren, donde las tác cas y técnicas militares del momento requieren otro po de infraestructuras. A par r de estos momentos el cas llo es abandonado a su suerte, pues durante las dos primeras Guerras Carlistas (1833 ‐1840 y 1846 – 1849) los escenarios de la guerra están alejados de Jumilla, y la preocupación del Concejo es organizar par das de voluntarios que defendieran la Villa, más de par das de bandoleros que de columnas de carlistas. Durante la III Guerra Carlista (1872 – 1876) uno de los principales protagonistas de la misma fue el coronel Miguel Lozano Herrero, natural de Jumilla, quien por problemas de deudas y juego 138

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Fig. 85.– Plano publicado por González Simancas en 1913, en la revista “Ilustración Española y Americana”, del 22 de agosto.

desertó del ejército realista para incorporarse en las filas del aspirante Carlos. Lozano recorrió todo el Levante español al mando de una columna del ejército carlista, procurando hacer todo el daño posible, reclutando voluntarios, requisando caballerías y recaudando fondos para la causa. Lozano, como jumillano, no se acercó en ningún momento a su pueblo natal, por lo que el municipio no se sin ó en peligro y no se dispusieron medidas especiales, salvo las que ya ordenaba el Concejo para comba r las par das de bandoleros que merodeaban por los alrededores. Por lo que el cas llo no tuvo ningún uso durante las Guerras Carlistas. Defini vamente abandonado a su suerte, se produjo el expolio de la sillería, que afectó a las puertas del recinto exterior e interior, por eso nos han llegado hasta nosotros, e inclusive a todos los vanos de la torre del homenaje, las troneras y la ermita de Ntra. Sra. de Gracia, hecho que es anterior al registro fotográfico de finales del siglo XIX e inicios del XX y que debió de contar con la aprobación de las autoridades locales, que lo veían ya solo como una fuente de ingresos, quedando en una ruina casi total, por lo que durante la Guerra Civil Española, ni se planteó darle algún uso.

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HISTORIA DE LA RESTAURACIÓN  Como ya hemos apuntado anteriormente el único autor que da una posible fecha de terminación de la Torre del Homenaje, tal y como la conocemos en la actualidad, es el canónigo Lozano Santa, que apunta al año 1460, aunque no hay pruebas documentales (Lozano Santa, 1800; 210). A par r de estos momentos se sucederán las obras y reparaciones, donde una de las obligaciones de los alcaides era la de mantener la fortaleza en perfecto estado de uso, aun en períodos de paz, pues no deja de ser un bien inmueble que forma parte del patrimonio del señor. En las Cuentas de Propios del Concejo del año 1515, hay un asiento de 20.000 maravedíes, que se entregan al alcaide Diego García Otazo para pagar las reparaciones que se hicieron en los adarves del Cas llo (Guardiola, 1975; 196). Dado que no disponemos de un vaciado de la serie documental de las Cuentas de Propios del Archivo Histórico Municipal de Jumilla, donde a buen seguro encontraríamos asientos de este po, que nos permi rían seguir la evolución de las diferentes obras y reparaciones del Cas llo. Hemos visto a lo largo del texto las numerosas veces que se ha propuesto acometer obras de envergadura o reformas de alto calado, sobre todo durante los periodos bélicos, y en la mayoría de los casos siempre nos ha quedado la duda de si éstas se llevaron a cabo, lo que no podremos saber si no se llevan a cabo excavaciones arqueológicas que documenten las estructuras, sobre todo las que se encuentran soterradas. Tras su abandono defini vo a mediados del siglo XIX el deterioro se produjo de una forma rápida, hasta el extremo de llegar a desaparecer la puerta del lado este, y de la que nadie tenía memoria, ni se conocía en documentos rela vamente recientes. Lo primero que arrancó del conjunto fueron las piedras escuadradas, de las que apenas contamos con aquellas de di cil extracción y un 141

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Fig. 86.– Vista aérea del Cas llo de Jumilla.

par de ellas en la base la torre de la ermita de Ntra. Sra. de Gracia. Incluso, piedras de gran tamaño se u lizaron en el casco urbano para colocarlas en las esquinas, donde el giro de los carros solía tocar con el cubo de la rueda las esquinas de las casas. Durante los úl mos años de la dictadura del general Franco y los primeros del período democrá co actual se tomó conciencia, tanto por parte de las ins tuciones, como de la ciudadanía, de la importancia del patrimonio Ar s co, Arquitectónico y Cultural, y por ende de lo que representaban los cas llos, sobre todo para aquellas poblaciones que conservaban uno en su entorno. A este movimiento no fue ajeno el Cas llo de Jumilla, que ya en 1971 se inicia la primera restauración de época contemporánea, con un presupuesto de 480.000 ptas. Las obras fueron dirigidas por el arquitecto Pedro San Mar n Moro, y se hicieron en dos fases, en una primera se procedió a la limpieza de las dis ntas plantas de la Torre del Homenaje, lo que permi ó ver detalles como el po de suelo de la Sala del Alcaide, o los elementos construc vos que encerraba el sótano. Mientras la Excma. Diputación Provincial dio una ayuda de 375.000 ptas. para arreglar el camino de acceso por la parte este, así facilitar el acceso de los materiales para poder con nuar la restauración. En esta segunda fase se 142

El Cas llo de Jumilla: Historia de un Cen nela

Fig. 87.– Vista aérea del Cas llo de Jumilla.

res tuyó el escudo original de Juan Fernández Pacheco en la cara de levante de la Torre del Homenaje y se arregla el tramo inferior de escalera. En 1977 se vuelve a recibir una nueva ayuda de 2.299.990 ptas. Y de nuevo será el Sr. San Mar n Moro el encargado de dirigir las obras. En esta ocasión, se acometen importantes obras, como el arreglo del tramo superior de las escaleras; así como la construcción de la bóveda de medio punto a todo lo largo del techo de la escalera, realizada en ladrillo macizo; Reconstrucción de la puerta el Pa o de Armas; Limpieza del Pa o de Armas, así como de sus aljibes; Restauración de la Torre sur de la entrada al Pa o de Armas; Acondicionamiento de todos los vanos y ventanas de la Torte del Homenaje y la reconstrucción de las almenas de la Torre del Homenaje (Herrero, 1982; s/p). Con un proyecto de restauración redactado por el equipo de arquitectos: Ignacio Amendaro, Federico Moldenhauer e Ignacio Isasi, se obtuvo del Ministerio de Cultura una subvención de 7 millones de pesetas, aunque la concesión de la misma fue en 1982, las obras concluyeron al año siguiente: Se consolidó el lienzo de muralla sur de la Torre del Homenaje, de factura musulmana. También se restauraron lienzos de muralla de la ciudadela de los lados norte, este y sur, así como tres de los torreones del paramento de levante. Esta intervención estuvo apoyada con un convenio firmado entre el Ayuntamiento y el INEM, para con 143

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personas sacadas del paro limpiar defini vamente el pa o de armas, limpieza dirigida por uno de nosotros (Hernández Carrión). Al conseguir una nueva ayuda en 1990 para seguir con las restauraciones y rehabilitaciones del Cas llo, y tener el Ayuntamiento de Jumilla concedida una Escuela Taller de dis ntas especialidades profesionales, pero enfocadas todas ellas a la restauración y rehabilitación de edificios, se unieron ambas inicia vas y llevaron a cabo diversas obras a la vez que una excavación arqueológica. Respecto a las primeras, bajo la dirección del arquitecto Plácido Cañadas Jiménez se actuó en la terraza de la Torre del Homenaje, impermeabilizándola, se construyó el paso de ronda y se restauraron los dos aljibes del interior de la fortaleza, el del Pa o de Armas y el del sótano de la Torre del Homenaje. La excavación arqueológica la dirigió de nuevo Hernández Carrión, realizada con los alumnos de la Escuela Taller, se excavó la Ermita de Ntra. Sra. de Gracia y el espacio entre ésta y la Torre del Homenaje, donde se documentó una necrópolis de rito cris ano. Dentro del Plan de Acción Comunitaria REFAEL, se concedió una nueva ayuda de 22.277.790 ptas. para con nuar las obras, en esta ocasión dirigidas por el arquitecto José Antonio Mar nez Andreu, obras que se centraron en res tuir la planta del Bas mento, con nuevo forjado; Se hicieron las almenas de las paredes norte y oeste del Pa o de Armas, se res tuyeron piedras de sillería en algunos vanos y se colocaron sendos escudos de armas de la casa de Villena, en la entrada a la fortaleza y en su cara oeste. Con una nueva ayuda de otro Plan Europeo de Desarrollo Local, en este caso el Leader Plus se rehabilitó el denominado Camino del Subidor, con un presupuesto de 46.600 €, resultando uno de los accesos al Cas llo que más u lizan los viandantes. En junio de 2004 se creó un Plan de Dinamización Turís ca, entre el Ministerio de Industria y Energía, La Consejería de Turismo de la Comunidad Autónoma de Murcia y la Mancomunidad de Servicios Turís cos del Noreste murciano (donde estaba incluida Jumilla). Plan que estaba diseñado para desarrollar en cuatro años de 2004 a 2008. Con un presupuesto correspondiente a Jumilla de 381.336’50 €, se acome eron las obras, en una primera etapa bajo la dirección el arquitecto Plácido Cañadas Jiménez y en una segunda etapa por el también arquitecto Juan Guardiola Jiménez, en esta ocasión, se recuperó el forjado de la Sala de la Tropa; se enlosaron la terraza y el Pa o de Armas; Se doto al cas llo de unos aseos y de un pequeño almacén; Se pavimentó la Sala del Alcaide y se hizo el equipamiento de electricidad y carpintería. Estas obras se llevaron a cabo fundamentalmente a lo largo del año 2006 y llevaban implícita una supervisión arqueológica que de nuevo corrió a cargo el Sr. Hernández, por 144

El CasƟllo de Jumilla: Historia de un CenƟnela

Fig. 88.– Vista del CasƟllo de Jumilla.

Resolución del 2 de febrero de 2006, de la Dirección General de Cultura del Gobierno Murciano. Durante el bienio 2007 – 2008 y dentro del mismo Plan de Dinamización TurísƟca se acomeƟeron los úlƟmos detalles de acondicionamiento y seguridad para hacer visitable el casƟllo, así como una pequeña dotación de mobiliario y la instalación de señaléƟca y paneles informaƟvos, todo ello con el fin de converƟr el CasƟllo en un Espacio Cultural, por un montante de 60.000 euros. Dentro del Plan Español para la EsƟmulación de la Economía y el Empleo, conocido popularmente como Plan E, el Ayuntamiento de Jumilla decidió inverƟr en el CasƟllo la canƟdad de 1.231.742,88 €, con los que se acondicionó el camino de acceso por la ladera este, con incorporación de un carril bici, y también se construyó el mirador del lado sur de la Torre del Homenaje. Previo a la construcción del mirador de llevó a cabo una excavación arqueológica, que dirigió el arqueólogo Francisco Ramos Marơnez. Como podemos comprobar a lo largo de lo expuesto up  supra, se han desarrollado una gran canƟdad de obras de restauración, rehabilitaciones, reconstrucciones y acondicionamiento de disƟntas partes del CasƟllo, y todo ello sin la existencia de un plan director, que ha sido reclamado un diversas ocasiones, y que confiamos que se realice más pronto que tarde.

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Esta obra se termino de imprimir en Jumilla, el día 8 de sep embre de 2015, fes vidad de Nuestra Señora la Virgen de Gracia, a la cual estuvo dedicada la iglesia del cas llo.

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