El Caso Karadima y el desprestigio eclesial

June 13, 2017 | Autor: E. Silva Arévalo | Categoría: Iglesia, Iglesia Chilena
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IGLESIA

El Caso Karadima y el desprestigio eclesial Eduardo Silva S.J. Decano de Filosofía y Humanidades U. Alberto Hurtado.

Los delitos cometidos por quien fuera párroco de El Bosque no son el único detonante del distanciamiento entre los chilenos y la Jerarquía católica.

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El descrédito actual se puede explicar por diversos factores, como los casos de abuso y la tardía respuesta a ellos, el clima de desconfianza imperante hacia toda autoridad, los énfasis en discursos de moral sexual y la concentración de poder en la Iglesia.

“S

i yo caigo, caerá conmigo toda la Iglesia chilena”, hace decir a Fernando Karadima una reciente serie de televisión, cuando es notificado por el Nuncio de que su caso ya estaba siendo investigado por la Santa Sede. Seis años después los hechos parecen haberle dado alguna razón a quien un libro apodó “el señor de los infiernos”. Sin duda, él cayó y, condenado por Roma, demostrados sus abusos sexuales, de poder y conciencia, se encuentra desprestigiado y recluido, sin siquiera poder ser visitado por amigos ni discípulos. Fue disuelta también la Unión Sacerdotal, que albergaba a los numerosos sacerdotes que salieron de la Parroquia de El Bos-

que y que hoy intentan reconstruir sus vidas, comprender lo que vivieron y tratar de mirar lo que en otros momentos los tuvo ciegos. Ellos y muchos fieles de ese templo también se descubren víctimas de una personalidad abusiva que, como otros dictadores, parecía además ufanarse de que “no se movía una hoja” sin que él lo supiera o controlara. Pero el asunto ha afectado no solo a Karadima y su círculo, sino también a toda la Iglesia chilena, particularmente a su Jerarquía. El anterior arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, ha sido acusado ante la justicia civil de encubrimiento; por la televisión, una de las víctimas acusó al arzobispo Ricardo Ezzati NOVIEMBRE 2015

de “criminal”, sin que a este le sea posible ni defenderse ni acusar de calumnia. El reciente traslado a Osorno del obispo Juan Barros —uno de los cuatro obispos cercanos a El Bosque— ha sido causa de división en la Iglesia. No solo por la pugna entre el grupo de los detractores y los defensores, sino porque varios obispos chilenos pidieron al Papa que no lo designara. El nombramiento contó con la venia de Francisco y posteriormente con una enfática defensa de parte de este, haciendo uso de expresiones que todos lamentamos, como lo muestra un video grabado en la Plaza de San Pedro en mayo y recientemente difundido. La conciencia de creyentes y no creyentes se vuelve a escandalizar, como ya sucedió con el intercambio de e-mails entre los arzobispos. Sin demasiadas consideraciones en cuanto a que se trataba de una correspondencia privada1, el asunto se centró en el contenido y en las palabras usadas en ella. Más allá de los desaciertos en las expresiones —respecto de las cuales el arzobispo pidió perdón—, las reacciones desmesuradas de connotados ciudadanos2, como también de parte importante de la prensa local y, en general, de la opinión pública, muestran lo fácil que es criticar y denostar a las autoridades eclesiales. Es casi un lugar común escandalizarse de ellas.

LOS VÍNCULOS DE ESTE CASO CON LOS ABUSOS Y EL PODER Pero ¿será el Caso Karadima la causa principal que tiene tan desprestigiada a la Jerarquía de la Iglesia chilena? Este episodio ha sido en Chile devastador porque, además de su perversa peculiaridad, tiene un carácter simbólico y catalizador de otros dos fenómenos que también nos afectan. Por un lado, el descrédito eclesial está vinculado a todos los casos de abuso se-

xual por parte del clero en Chile y otros países. La pedofilia y las perversiones sexuales de quienes hacen uso de la confianza y credibilidad en ellos depositadas, es razón suficiente de desprestigio, más aún si quienes estaban llamados a poner remedio pudieron ser negligentes y lentos en dar la respuesta adecuada. Por otro lado, el Caso Karadima se vincula con la conciencia muy extendida en Chile de que los poderosos no pier-

La crítica a las autoridades de la institución eclesial es parte de una desconfianza a toda autoridad y a toda institución. Basta pensar en los partidos políticos, los empresarios o los parlamentarios para concluir que no se trata de un problema que afecta únicamente a la Iglesia. den oportunidad de abusar de los más indefensos. La crítica a las autoridades de la institución eclesial es parte de una desconfianza a toda autoridad y a toda institución. Basta pensar en los partidos políticos, los empresarios o los parlamentarios para concluir que no se trata de un problema que afecta únicamente a la Iglesia. El abuso y el malestar es una sensación que se expresa en la queja de la calle y de los indignados contra el sistema, pero también es una realidad que tiene una larga lista de hechos donde algunos poderosos no trepidan en abusar, coludirse, financiar ilícitamente campañas políticas o hacer negocios truchos. No cabe duda de que una de las causas del desprestigio de la autoridad eclesial y la facilidad con que se la crítica es el Caso Karadima. Pero sabemos que no es la única causa. Sin embargo, por su relación con el abuso —tanto sexual como de otras índoles—, ese episodio ejemplifica bien otros dos problemas de la Iglesia que

se arrastran ya por décadas: el discurso eclesial sobre la moral sexual y la concentración en el modo como ejerce el poder.

LA HISTORIA RECIENTE DE LA IGLESIA CHILENA Para apreciar estos problemas, se hace necesario mirar un poco más lejos en la historia de la Iglesia chilena. El cardenal Ezzati en su homilía del reciente Te Deum nos recordó un par de hitos muy significativos de encuentro entre esa institución y la comunidad nacional. “Hace casi cuarenta años, en este mismo templo Catedral y en la casona contigua, la Vicaría de la Solidaridad”, se acogió a “los cientos y miles que acudieron a ella”, buscando saber dónde estaban sus familiares detenidos y desaparecidos. No es necesario volver a repetir que, gracias a la Iglesia que supo liderar el cardenal Raúl Silva Henríquez, muchos compatriotas se sintieron solidariamente acompañados, protegidos de los horrores de la dictadura y agradecidos de una institución que supo hacer de buen samaritano. El Arzobispo recordó también “a quienes participaron hace treinta años en el Acuerdo Nacional para el Restablecimiento de la Plena Democracia”. Sabemos que la iniciativa se debió al arzobispo Juan Francisco Fresno, que asumió en 1983 en un clima de mucha confrontación, que una carta suya que hizo leer en todas las iglesias nos recuerda: “Mis queridos hijos, no se engañen, yo quiero ser prudente, pero no seré cobarde… Hay estado de sitio en el país. Los obispos de Chile hemos sido duramente criticados y puestos en duda por la autoridad del Gobierno. Uno de mis vicarios está impedido de regresar al país. Las dificultades económicas se dejan sentir, especialmente entre los más pobres. Hay agobio y tensión. Estoy profundamente preocupado por el clima de violencia que se vive en el país, de

La falta a la ética periodística de El Mostrador, publicando e-mails privados, hace inevitable recordar al empresario Ricardo Claro entrando al set de televisión con una grabación telefónica, también privada, para impedir —en 1992— la primera candidatura presidencial de Sebastián Piñera. 2 Las formularon desde diputados y un ex presidente, que consideraron que no debería celebrarse el Te Deum, hasta dirigentes de partidos políticos que no asistieron, escandalizados con un lenguaje que a sus oídos era insoportable, pasando por un rector que no comprendía cómo estos cardenales podían celebrar misas en las que había transustanciación. 1

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La Vicaria de la Solidaridad y el Acuerdo Nacional son dos ejemplos notables de servicio de la Iglesia católica al país. Los cardenales Silva Henríquez y Fresno estuvieron a la altura de los desafíos que tenían delante. la violencia subversiva y de la violencia represiva”3. Fue esa preocupación la que lo llevó a propiciar las reuniones entre políticos y sus asesores, y a proponer finalmente en una reunión plenaria las bases para un acuerdo político que implicaba, en la práctica, una propuesta de reforma constitucional junto a un conjunto de medidas inmediatas tendientes al restablecimiento de las libertades cívicas. La Vicaria de la Solidaridad y el Acuerdo Nacional son dos ejemplos notables de servicio de la Iglesia católica al país. Es cierto que las circunstancias excepcionales permitieron que la Jerarquía, con personas tan distintas como Silva Henríquez y Fresno, estuviera a la altura de los desafíos que tenían delante.

EL DISCURSO ECLESIAL SOBRE LA MORAL SEXUAL Recordar estos momentos de la Iglesia chilena nos sirve para comprender los dos problemas que, según nos parece, contribuyen a explicar su actual descredito. Por de pronto, nos podemos preguntar en qué estaba la Iglesia hace veinte años, superada la dictadura y con un nuevo arzobispo. Para responder adecuadamente, sería necesario otro artículo que nos permitiera indagar en lo que le sucedió en ese entonces a la sociedad chilena y a la Iglesia4. Sin poder ahondar en lo que estimamos es una historia de creciente desencuentro entre las preocupaciones del país y las eclesiales, nos limitaremos a mencionar, a

modo de ejemplo, las dos largas cartas enviadas por los dos siguientes arzobispos de Santiago: la de monseñor Carlos Oviedo de septiembre de 1991, “Moral, juventud y sociedad permisiva”, y la de monseñor Francisco Javier Errázuriz de junio de 2002, “Lo que Dios ha unido. Carta pastoral sobre la estabilidad e indisolubilidad del matrimonio”. Entre las preocupaciones del país —en particular, las de los gobernantes (recuperación de la democracia, verdad y justicia en los casos de derechos humanos, crecimiento con equidad)— y las preocupaciones eclesiales parece que hubiera un abismo. Estas últimas quedan reflejadas en las palabras de Oviedo en julio de 1991 (a un año de asumir como arzobispo y a un año cuatro meses de que lo hiciera el presidente Patricio Aylwin) que reseñan los “tres grandes desafíos para la vida de nuestra Iglesia: la escasez de vocaciones sacerdotales, un debilitamiento de la fe y un grave deterioro de la moral”5. Este tercer desafío es el objeto de su primera carta pastoral de septiembre de 1991, recién mencionada. En ella el pastor quiere dar una palabra orientadora “acerca de la creciente inmoralidad”: se trata de un proceso de deterioro moral “que tiene ya tiempo entre nosotros”. El factor más importante es “la progresiva debilidad de la familia… cuando la familia se desintegra por la separación de los cónyuges o cuando ni siquiera alcanza a constituirse”. El documento dedica uno de sus acápites a combatir la anticoncepción, el aborto y el divorcio. Se opone a la campaña gubernamental que, para evitar el sida, promueve el uso de preservativos. Además, llama a los legisladores para que no promuevan tales campañas masivas. No será extraño, entonces, que en los años siguientes una de las principales luchas políticas de la Iglesia católica será procurar impedir o mitigar la ley de divorcio que en esos años comenzó a fraguarse.

Será un tema crucial en el que se embarcaron los obispos chilenos. Más de diez años después, en junio del año 2002, monseñor Errázuriz escribirá la carta pastoral que ya mencionamos sobre la indisolubilidad del matrimonio. El Congreso terminará aprobando una ley de divorcio con disolución de vínculo. Algunos sostienen que el actual desprestigio eclesial queda explicado por este cambio de dirección y sentido. A partir de los noventa se habría dado el paso, desde una Iglesia que durante diecisiete años se caracterizó por la defensa de los derechos humanos, a otra preocupada de la sexualidad y la vida familiar de los chilenos. Este supuesto paso supondría que la Iglesia se siente interpelada no solo por la cuestión social, sino también por la cuestión sexual. En primer lugar, esta última consiste en un discurso que denuncia las inadecuaciones de ciertas prácticas de los católicos y de los ciudadanos en general con el ideal moral: los pastores se sienten en el deber de oponerse a la vivencia de la sexualidad fuera del matrimonio, a la anticoncepción, al uso de preservativos, al aborto, a la ley de divorcio, a los intentos por reconocer las uniones entre homosexuales. En segundo lugar, la cuestión sexual obligará penosamente, después, a reconocer las inadecuaciones y aberraciones de algunos miembros del clero en sus prácticas sexuales. Nos referimos no solo a las defecciones respecto de su celibato, sino también a los delitos en materia de pedofilia y otros abusos. El rechazo a la Jerarquía no solo vino de quienes no comparten su discurso moral, sino de quienes, escandalizados, dejaron de reconocerle toda autoridad en estas materias.

LA CONCENTRACIÓN EN EL EJERCICIO DEL PODER ECLESIAL Para apreciar este segundo problema, podríamos asomarnos también a la his-

Carta leída en todas las misas del domingo 18 de noviembre de 1984. Cf., E. Silva, “Aporte del catolicismo (social) a la política”, en A. M. Stuven (ed.), La religión en la esfera pública chilena, UDP, Santiago, 2014, 287-317. 5 Carlos Oviedo, “Encuentro con el clero y las religiosas”, Santiago, 11 de julio de 1991. 3 4

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toria de la Iglesia chilena y preguntarnos cómo fue posible que un párroco, como Karadima, fuera adquiriendo la abusiva capacidad de control que logró. Nos podemos preguntar si los controles del poder —tan caros a la democracia— operan en el caso de las autoridades eclesiales o si, en rigor, dependen de la buena voluntad, siempre discrecional, de párrocos y obispos. Mientras los monarcas gozan de prestigio y defienden al pueblo, queda oculto su poder absoluto. Cuando comienzan a desacreditarse los modos autoritarios e inconsultos de gobernar, se hacen insoportables. El problema es el mismo desde tiempos del Cardenal Silva Henríquez, solo que ahora se hace más insostenible. La necesidad de un cambio en la organización estructural de la Iglesia y en el modo de ejercicio de su autoridad es una reforma todavía pendiente y añorada desde el Concilio Vaticano II6. Sin poder ahondar en las estructuras que permiten que párrocos y obispos puedan ejercer el poder sin demasiadas restricciones y controles y, sin referirnos a los casos en los que ese ejercicio ha vuelto a ser motivo de escándalo para muchos, nos limitaremos aquí, a modo de ejemplo, a señalar la situación que afecta al papa Francisco en el ejercicio de su ministerio. Los analistas coinciden en que él fue elegido para cambiar el modo de gobierno y de ejercicio del poder en la Iglesia. Francisco, en su primera aparición pública, se presentó como lo que es —Obispo de Roma— y ha manifestado varias veces su propósito de reformar la curia. La necesaria reforma a esta es un asunto que Paulo VI se reservó para sí, sustrayéndolo al debate de los padres conciliares. Al no ser suficientes los cambios realizados, Juan Pablo II tuvo la valentía de pedir, en la carta encíclica Ut unum sint de 1995, ayuda a toda la Iglesia para ejercer el primado de un modo más adecuado. Notable fue la disponibilidad que manifestó el Arzobispo de Canterbury, primado de la comunión

anglicana, Geroge Carey, para examinar la cuestión del primado del Obispo de Roma. Notable resultó también el debate sobre la colegialidad en que se trenzaron los cardenales Joseph Ratzinger y Walter Kasper. Algunos señalan que Benedicto XVI tuvo no pocas dificultades con la curia romana. Francisco sabe muy bien que no se trata solo de cambios administrativos y burocráticos, sino de una verdadera conversión en el modo como ejercemos el poder en la Iglesia: una imprudencia más, de las muchas que lo caracterizan, fue su homilía llamando a que los miembros de la curia se conviertan de los posibles vicios que amenazan a los funcionarios eclesiales. Pero él sabe, sobre todo, que el asunto fundamental es el de hacer compatible el propio ejercicio del primado con la colegialidad. El reciente episodio del nombramiento del obispo Barros en Osorno es una prueba más de lo irracional que puede ser un sistema de concentración monárquico que lo obliga a nombrar a todos los obispos del mundo, sin estructuras que garanticen la participación efectiva de las conferencias episcopales y de las propias iglesias locales. Conviene que los que se escandalizan con las palabras de Francisco en mayo, escuchen las que ha pronunciado ahora en octubre a los obispos congregados en el Sínodo de la Familia: “En una Iglesia sinodal no es oportuno que el Papa sustituya al episcopado local en el discernimiento de cada problemática. En este sentido, veo la necesidad de proceder a una saludable descentralización”7. Mientras no haya una reforma, la primera víctima de este sistema es el propio Papa, al que se le pide un imposible. Paradojalmente, cuando en todo el planeta sus detractores conservadores lo acusan de estar “haciendo demasiado lío”, en el enrarecido clima nacional, a raíz de sus desafortunadas palabras, algunos lo acaban de añadir a los factores del descrédito y la decepción eclesial.

A partir de los noventa se habría dado el paso, desde una Iglesia que durante diecisiete años se caracterizó por la defensa de los derechos humanos, a otra preocupada de la sexualidad y vida familiar de los chilenos. La Iglesia se siente interpelada no solo por la cuestión social, sino también por la cuestión sexual. Del desprestigio no se sale simplemente escandalizándose y decepcionándose de los infortunios eclesiales, sino poniendo remedio a los problemas de fondo. Francisco ha continuado con la tolerancia cero de Benedicto XVI en relación con los abusos sexuales del clero. Se ha empeñado, además, en realizar por dos años un Sínodo sobre la Familia, intentando que se acerquen la doctrina de la Iglesia y la práctica de la mayoría de los cristianos. Esperamos que el Sínodo sobre la Familia nos regale un nuevo discurso en moral sexual y familiar, ayudando así con el primero de los dos problemas que aquí hemos reseñado. Respecto del segundo, vale la pena leer el reciente discurso a los padres del Sínodo, abogando justamente por un ejercicio sinodal y colegial del poder: “Ni Papa rey ni obispos príncipes ni curas señores. Todos, hermanos bautizados. Todos, seguidores de Jesús. Todos, igual de servidores de los pobres, los preferidos de Cristo”. Esperamos también que estas palabras del Papa se transformen en estructuras nuevas de gobierno eclesial. Serían estos un par de pasos significativos que apuntan en la dirección correcta y que tienen que ser dados por toda autoridad eclesial, si queremos revertir el actual desprestigio de nuestra Jerarquía. MSJ

Hace 40 años, Karl Rahner demandaba un Cambio estructural de la Iglesia (Madrid, 1974). Todo lo relevante sobre este segundo problema en C. Schickendantz, Cambio estructural de la Iglesia como tarea y oportunidad (Córdoba 2005). 7 Discurso del Papa en la conmemoración del cincuenta aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, en el Sínodo de la Familia, 17 de octubre de 2015. 6

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