El camino zapatista hacia ese muy otro poder

August 26, 2017 | Autor: Carlos Rivera-Lugo | Categoría: Latin American Studies, Michel Foucault, Mexico, México, John Holloway, Zapatismo
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Descripción

El camino zapatista hacia ese muy otro poder Carlos Rivera Lugo / Especial para Claridad “¿La toma del poder? No, algo apenas más difícil: un mundo nuevo...” Subcomandante Insurgente Marcos

En medio de su concentración política más numerosa hasta la fecha, con la presencia de miles de indígenas y los más de dos mil participantes, procedentes de 47 países, del Encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo, el pasado 1 de enero el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) celebró el decimotercer aniversario de su rebelión armada y política. Precisamente, hace 13 años, cuando la izquierda latinoamericana, con excepción de Cuba, se hallaba postrada en medio de los aires apocalípticos que aseguraban el triunfo definitivo del capitalismo y cuando apenas se daba inicio al más reciente de los artificios neoliberales, el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (suscrito entre Estados Unidos, Canadá y México), como adelanto de lo que sería el destino neocolonial de toda la América nuestra, los zapatistas irrumpieron sorpresivamente fusil en mano. Tomaron militarmente varias ciudades del sureño estado de Chiapas, entre éstas San Cristóbal de las Casas, la segunda en importancia. Fue un despertar abrupto a esa noche neoliberal que nos arropaba de Norte a Sur, y que penetraba casi imperceptiblemente en todos los ámbitos de nuestras vidas. Y quien se levantaba aparentemente de sus cenizas era un movimiento revolucionario motorizado en esta ocasión no por el mítico sujeto proletario de la teoría marxista clásica, sino por el indígena, ese sujeto olvidado en su humanidad sufriente por capitalistas y no capitalistas por igual. Era un grito de guerra que venía esta vez no de las fábricas, sino de lo más profundo, por no decir, negado de la realidad latinoamericana: el indígena, que en el caso de México constituye aproximadamente el 15 por ciento de la población. Es un nuevo sujeto político que hace su entrada en escena. Como señala la intelectual mexicana Ana Esther Ceceña: “El sujeto revolucionario, el portador de la resistencia cotidiana y callada que se visibiliza en 1994, es muy distinto al de las expectativas trazadas por las teorías políticas dominantes. Su lugar no es la fábrica sino las profundidades sociales. Su nombre no es proletario sino ser humano; su carácter no es el de explotado, sino el de excluido. Su lenguaje es metafórico, su condición indígena, su convicción democrática, su ser, colectivo.” Además, los históricamente olvidados vestían pasamontañas negras sobre sus cabezas. Metafóricamente, quisieron cubrirse los rostros para, por fin, poder ser vistos. Y aparte de ser una clara rebelión contra los nefastos efectos que ya el neoliberalismo tenía sobre la paupérrima existencia de los indígenas, el levantamiento constituyó a su vez un aldabonazo a la conciencia de quienes, aún desde la izquierda, se iban acomodando a las nuevas y fatales realidades de un mundo en que no había lugar ya para la utopía comunista. Sin embargo, para romperle más los esquemas, luego de casi dos semanas de combates, el EZLN detiene su avance ante la petición a esos efectos le hace

la sociedad civil que observaba atónita lo acontecido, pero con bastante simpatía y por ello estaba temerosa de que el Estado mexicano produjese un lamentable baño de sangre. El fuego fue acallado por la palabra, declararán posteriormente los zapatistas. Se abrió así la puerta para la comunicación abierta de sus reivindicaciones políticas, entre las cuales sopresivamente no se encuentra la toma del poder dentro del orden existente sino que la destrucción del mismo para abrirle paso a una transición democrática hacia algo nuevo que serían progresivamente diseñado y construido desde abajo, desde la base de la sociedad y no sus cúpulas políticas tradicionales, fuesen de derecha, centro o izquierda. La crisis de lo político De golpe y porrazo, fuimos introducidos a un saber alternativo desconocido hasta entonces para la mayor parte de los que nos identificamos como de izquierda. El zapatismo opina que la crisis política actual no se superaría a partir del mero cambio y recambio de mandos gobernantes, mientras fuese dentro del orden existente. Hay que abordar la crisis como crisis de lo político en sí, es decir, como crisis de una forma particular históricamente determinada de lo político, ya desfasada de nuestro modo concreto de vida, al nivel de los espacios locales de nuestras comunidades y el tiempo más próximo de lo cotidiano. Decía el filósofo marxista Walter Benjamín que la impresión de que la crisis en que vivimos se nos haya convertido en prácticamente permanente e insoluble, no dice tanto acerca de sí efectivamente existe o no la misma, sino que tal vez nos habla más acerca del agotamiento de las bases de nuestra comprensión de dicha crisis y las formas para superarla. De ahí que los zapatistas inauguren una nueva forma de hacer política que no aspira a la toma del poder constituido, es decir, ese entramado complejo de lógicas, instituciones y prácticas cuyo fin primordial es la perenne reproducción del orden civilizatorio capitalista. En cambio, apuesta a la construcción de un “muy otro” poder, desde abajo. El filósofo francés Michel Foucault nos diría que con el zapatismo se destrabó un saber hasta hoy sometido y deslegitimado por un pensamiento predominante demasiado centrado en las lógicas jurídico-políticas del Estado-nación burgués. El saber liberado es el saber de la gente, resultado de una historia oculta de luchas y resistencias, en su mayoría locales e inmediatas. Es allí, insistiría, donde radica la raíz de toda estructura de poder, pues es al nivel de lo local donde el sistema capitalista implanta y pretende reproducir, a la fuerza o mediante un pretendido consenso, los hilos visibles e invisibles de sus relaciones de dominación. Y siendo desde el ámbito de lo local donde se constituye el súbdito alienado del capitalismo, es también desde allí que hay que romper sus cadenas. Es desde allí que hay que reconstituir y emancipar al sujeto político para que se apodere de su saber y de su acción para la transformación revolucionaria de sus circunstancias, en la conciencia de que él es la instancia determinante, en última instancia, de todo poder, tanto el ajeno como el propio. La comprensión de todo lo relativo al poder debe ser, pues, estratégica y no jurídica. Y es que la política no es sino la guerra por otros medios.

Contra el estadocentrismo Por otro lado, de especial pertinencia son los trabajos teóricos del sociólogo John Holloway quien, inspirado precisamente en la experiencia zapatista, insiste en reinventar nuestras concepciones acerca de cómo cambiar revolucionariamente el mundo. La mejor forma para ello, apunta, no es desde el Estado liberal constituido, esa forma concreta de organización de las relaciones sociales en función de la continua reproducción del mismo. Dice al respecto Holloway: “La existencia de la política capitalista es una invitación para hacer nuestra lucha simétrica a la lucha del capital. Esto es realista, nos dicen: el poder capitalista se organiza de esta forma y para vencerlo tenemos que adoptar sus métodos. Pero una vez que aceptamos la invitación, hemos perdido la lucha antes de empezar. Las formas capitalistas no son neutrales. Son formas fetichizadas y fetichizantes: formas que niegan nuestro hacer, formas que tratan a las relaciones sociales como cosas, formas que imponen estructuras jerárquicas, formas que hacen imposible expresar nuestro simple rechazo, nuestro NO al capitalismo”. El sociólogo irlandés insiste en que si participamos en lo político sin cuestionar lo político como forma de actividad social, entonces no importa qué tan progresistas sean nuestros fines políticos, irremediablemente nos veremos enredados y cooptados por un proceso político cuya lógica conduce hacia la reproducción del mismo capital contra el cual estamos luchando. Desde esta perspectiva, no hace mucha diferencia quien “controla” el Estado capitalista; mientras éste exista, el capital y sus fines serán sus verdaderos directivos, sencillamente por el hecho de que dicho Estado es “una forma burguesa de relaciones sociales”. Por tal razón, Holloway critica esta concepción estadocéntrica y puntualiza que si de cambiar el mundo se trata, pues hay que empezar desde las rebeldías e insubordinaciones que por todos lados se escenifican, todas impulsadas hacia la autodeterminación. Aquí es que radican las verdaderas fisuras del sistema desde las cuales profundizar la crisis. Es desde los intersticios del capitalismo que brota el nuevo orden que le superará. El verdadero poder viene de abajo Ya lo sentenciaron Carlos Marx y Federico Engels en su obra La ideología alemana cuando afirmaron que el comunismo surgiría desde abajo, como reflejo del modo de vida construido desde la comunidad, es decir, desde la instancia local de producción y reproducción de toda realidad material, incluyendo las relaciones sociales y de poder: “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya que sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual”. En ese sentido, concluyen, es la sociedad civil el verdadero “hogar y escenario de toda la historia” y “cuán absurda resulta la concepción histórica anterior que, haciendo caso omiso de las relaciones reales, sólo mira, con su limitación, a las acciones resonantes de los jefes y del Estado”. En fin, es desde su base y no desde sus cimas que, en última instancia, la sociedad se reproduce o se transforma.

Veamos el análisis que hace el propio subcomandante Marcos a dos años del levantamiento: “Con la caída del muro de Berlín, con el derrumbe del campo socialista, lo que se produce no es el fracaso de un sistema social, y el triunfo de otro, el fracaso del socialismo y el triunfo del capitalismo; en realidad, se trata del fracaso de una forma de hacer política. Pensamos que lo que está fallando es una forma de hacer política, que hay que encontrar una nueva, que no tenemos una puta idea de cómo sea esa forma nueva, pero sí de cómo no debe ser, y que para dar con esa forma nueva necesitamos otras voces y otros pasos”. Sigue Marcos: “Nosotros apostamos a una premisa fundamental: no a la toma del poder, no a los cargos gubernamentales, no a los puestos de elección popular, y vamos a ver qué tipo de políticos produce una organización de esa naturaleza...Pero nos dicen que si no nos planteamos la toma del poder, nunca se nos sumará el pueblo. Nosotros respondemos: y a ti que sí te planteas la toma del poder, ¿cuándo se te ha sumado el pueblo?” Y abunda el dirigente zapatista: “Para nosotros el futuro del EZLN no se define en términos militares sino en términos políticos. No nos preocupa el enemigo, nos preocupa cómo vamos a definir una nueva relación entre compañeros...Y no tiene que ver con las armas ni con la guerra. Se trata de una nueva respuesta social...es la idea de que sí, es posible algo nuevo y que es bueno intentarlo. No tenemos nada que perder.” Precisamente, es ese intento del zapatismo por lograr superar viejos y desgastados esquemas de lo político, lo que nos explica el hecho de que constituya hoy un referente imprescindible de la lucha antisistémica tanto dentro de México como a nivel internacional. Su evolución política, desde su fundación en Chiapas el 17 de noviembre de 1983, da testimonio elocuente de ello. Mandar-obedeciendo En su etapa fundacional parten de una comprensión esencialmente inscrita en la tradición marxista-leninista, sólo para verse interpelados por las comunidades indígenas donde trabajaban. “Tu palabra es dura”, les decían a los zapatistas. Éstos responden asumiendo la humildad como principal valor político. Así lo describe Marcos cuando dice que “el principal acto fundacional del EZLN fue el aprender a escuchar y hablar”. A partir de allí, se fundieron con las comunidades indígenas. La estructura organizacional también se hizo humilde y se impuso una estructura político-militar más democratica, es decir, colectiva y horizontal. Redefine así la típica relación mando-obediencia para “mandarobedeciendo”. Deja de ser un movimiento de vanguardia para convertirse en un movimiento político y social de las comunidades indígenas chiapanecas. Y se dedica a forjar la autonomía de éstas, de forma tal de que, desde abajo, desde las comunidades mismas, se vaya reconstruyendo la esfera de lo público para que “mande el pueblo y el gobierno obedezca”. En ese sentido, cuatro han sido las etapas estratégicas del caminar zapatista hacia ese muy otro poder: la primera, desde principios de 1994 hasta finales de 1996, volcada a desechar la autoritaria estructura político-partidista prevaleciente en el país y a promover

una transición democrática; la segunda, desde fines del año 1996 hasta comienzos del 2001, se centra en la lucha por el reconocimiento de los derechos de los pueblos indios; la tercera etapa, desde fines del año 2001 hasta mediados del año 2005, en que se decide construir de facto la autonomía de las comunidades que el Estado de jure se nuega a reconocer, siendo así las mismas comunidades las que deciden darse su propio modo de gobierno local; y, finalmente, la cuarta etapa, que arrancó el 1 de enero de 2006, el de la “otra campaña”, predicado en la necesidad de superar el orden social capitalista, para lo cual hará falta articular un frente político y social portador de “un programa nacional de lucha, pero un programa que sea claramente de izquierda o sea anticapitalista o sea antineoliberal, o sea por la justicia, la democracia y la libertad para el pueblo.” Con la “otra campaña”, el zapatismo busca romper el cerco limitante que se le ha tendido en Chiapas para hacerse humildemente parte de ese “arcoiris” nacional de resistencias y luchas que reconoce existe a través de todo México y el mundo. Y dentro de esa compleja red social y político, cada lucha tiene su lugar y su representatividad. Una apuesta desde abajo y a la izquierda La rica acumulación de experiencias y lecciones de los pasados años le ha hecho aprender, basado en golpes de realidad empírica, que a partir de la pudredumbre del Estado mexicano, así como las asfixiantes desigualdades y dependencias de la estructura económica y social del país, no existen espacios reales en éstos para el reconocimiento efectivo de los derechos del pueblo. De ahí que esta última etapa estratégica parta de la siguiente premisa fundamental: “no hay nada que hacer arriba con los poderosos. Pero sí hay mucho que hacer abajo, y a la izquierda”. Constituye la ruptura con la clase política actual en México y la puesta en marcha de una apuesta, aún al riesgo de jugársela a solas. En una entrevista concedida por el subcomandante Marcos el 2 de enero pasado, éste relata como durante la más reciente etapa de recorrido zapatista “vamos descubriendo la radicalidad del México de abajo y tratamos de alguna u otra forma de resolverla, de hacernos un eco, y de empezar a buscar la salida”. De esa manera se va gestando “esta propuesta de nosotros y decimos que en el sistema capitalista, que es el que nos afecta, el problema no es sólo el gran propietario sino también el moderno capataz en que se ha convertido la clase política, y no sólo los funcionarios de gobierno sino la clase política en su conjunto”. Según visualiza Marcos, tanto la experiencia organizativa de Oaxaca como la vivida a partir del movimiento postelectoral de Andrés Manuel López Obrador, constituyen el caldo de cultivo de la radicalización política. Pero advierte contra el tradicional maniqueísmo de la izquierda, que a partir de las anteriores dos experiencias “se plantea esa falsa disyuntiva: o lucha electoral o lucha armada”. Marcos puntualiza que “la disyuntiva es falsa, no es una cosa u otra”. Concluye el dirigente zapatista: “Nosotros decimos la única posibilidad de salir adelante y dar expectativas a la gente, pero que sea incluyente, es la otra campaña. Porque si hay algo en los dos extremos es que son excluyentes. En la lucha electoral sólo uno llega al

cargo y sus amigos llegan a los puestos, y toda la demás raza se queda esperando a ver si le van a dar algo. En el caso de la lucha armada, igual. Sólo llegan los que pueden, los que aguantan, los que tienen los conocimientos, incluso la condición física o social para hacerlo, porque, por ejemplo, si tienes familia no la vas a dejar botada…En cambio, lo que está planteando la otra campaña es, ni lucha armada ni lucha electoral. Una movilización civil, pacífica, donde cada quien tenga el lugar para participar.” Definitivamente, en los zapatistas tenemos, como acostumbran decir, “un espejo, pues, para mirar y para mirarse.” No con el afán de hallar modelos y recetas, sino tan solo para ajustar nuestra propia mirada y, por fin, echarnos a andar, con pasos firmes y bien afincados en nuestras propias realidades, en pos de ese muy otro poder. Agosto 2011

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