El calor de la razón; notas sobre Kierkegaard

October 4, 2017 | Autor: Miguel Ballarín | Categoría: Kierkegaard, Soren Kierkegaard, Søren Kierkegaard
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El Calor de la razónMiguel Ballarín El Calor de la razónMiguel Ballarín Prof. Carlos DíazFilosofía de la ReligiónProf. Carlos DíazFilosofía de la Religión
El Calor de la razón
Miguel Ballarín

El Calor de la razón
Miguel Ballarín

Prof. Carlos Díaz
Filosofía de la Religión
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Índice

¿Con qué derecho te llamas lirio? 3

Diálogo: lo blanco y lo negro 5

Laberinto de máscaras 8

Cuantos menos porqués, tanto más amor 10

Bibliografía 13



¿Con qué derecho te llamas lirio?

Solitario genial, amable si no amado, sufriente, gozoso, poeta, profeta en su propia tierra y romántico, romántico empedernido, de los que aman sin no saber por qué.
Kierkegaard alcanzó las aguas profundas de lo que puede pretender uno alcanzar adentrándose en sí mismo, pues poca esperanza albergaba de hallar la salvación en manos de otro. Y he aquí una marca de vida, a saber, la melancolía; aquella del que se sabe muy superior a los demás, y por ende muy lejos de ellos. Qué arrogante ironía, del sabio que maldice su genio, de la soledad que castiga al héroe, aquel que por luchar en la vanguardia es quien más lejos se siente del hogar. Un abominable vértigo, si cabe cincelar tanta emoción en tan pocas palabras, una crítica mordaz sobre las propias faltas que rebaja hasta lo doliente aquellas de los demás. No le faltó nunca refugio en su capacidad de engaño, de confección teatral de la propia imagen por mor de la opinión que fuera preciso sugerir en los otros; nada más que otro muro, otra barrera, un barrote más en la celda de sus propios dones.
El único suelo firme que halló y que no se derrumbó nunca, siquiera ante el abrumador pesimismo que conlleva una visión clara, fue y siempre habrá sido la fe, fuente y matriz de la luz que nunca perdió de vista dentro del laberinto de su propio ser. Quizás esto marque el segundo acento en la vida de Søren: la reflexión; ésta lo integró hasta hacerla indiscernible de su persona, "Empecé a ser inseparable de la reflexión; no es que durante los últimos años haya reunido un poco de reflexión, sino que soy reflexión de principio a fin." Fue este y sólo este el modo por el cual la Razón consiguió alumbrar el frío de su singularidad, hacer menos hostil, casi acogedor, el teatro del mundo para él.
No es extraño que se lanzase a una vida desordenada, difuminada por el ansia de experiencias eclécticas y consuelos incompletos, pero sí lo es que lo hiciese con semejante ardor y temeridad, sin reparos ni reservas. Una depresión activa que dio lugar a una vida –o un modo de vivir la vida- extraordinario y ambicioso. Un carácter difícil, sí, como el de cualquier persona con cierta lucidez e inteligencia, a no confundir con la amargura ni la resignación; nunca le abandonó esa fuerza, esa sangre, esa energía reflexiva y positiva que permeó todas y cada una de sus ideas desde que eligió no rendirse, esto es, desde que abrió los ojos para no llegar a cerrarlos del todo jamás.
La manera, tan coherente como paradójica, de afrontar ese océano de soledad, fue a menudo para él precisamente alejarse de ella, es decir, adentrarse en el bosque, buscando aislarse de aquello que le hacía sentirse solo. ¿Hasta qué punto filantropía y misantropía se hacen uno en la reclusión, y para no sentirse tan lejos es preciso alejarse a fin de encontrar en la paz el camino hacia los otros?


Es ese tipo de contradicciones concluyentes las que otorgan calor a la Razón, las que hacen de ella algo vivo y reconfortante, lejos de la fría cuchilla con la que corta el mundo la racionalidad analítica -esta última falta de algo; por lo tanto, quizás no sean tan equiparables en contrarios como subsumibles la una a la otra, la incompleta por la completa-, quizás de ahí que lo racional muchas veces no resulte muy razonable, y que sólo al integrar ambas nociones podemos sentirnos hablando con una cierta fuerza, con un particular verdad: la de que tenemos razón, esa razón vigorizante y abierta, la que da calor y cura.
Y he aquí la columna vertebral de este escrito, ahora mi reflexión, acerca de la Razón y su calor, pues defiendo que, a su vez, fue la columna vertebral de la de nuestro estimado Kierkegaard, y tanto más sentido tiene comenzar por hacer entender el frío que sentía, para poder dar razón del origen de dicha llama.
Encontró resguardo a esa ventisca interior, como decía, en el ocultamiento. En lo secreto, en lo escondido, en los mortecinos pero apacibles cruces de caminos en el bosque "[…] pues aquí siempre hay silencio, paz y belleza" dado que "Si es verdad lo que dijo el poeta bene vixit qui bene latuit (vivió bien quien supo ocultarse bien), entonces yo he vivido muy bien, ya que he elegido un rincón estupendo."
Uno imagina la temperatura y el vasto abandono de un bosque danés y no apostaría por encontrar allí el calor y la seguridad reconfortante de estar en comunión con sus congéneres: esa es la clase de paradoja coherente que otorga sentido, allí donde el severo criterio de lo lógico no alcanza siquiera a intuirlo.
Pensemos en ese lirio del campo, en aquel lirio fastuoso, soberbio, más hermoso de lo que los matojos, las ortigas, la cizaña, las hierbas y las florecillas vecinas pudieran soñar con ser. Pensemos, pues, en aquella magnífica soledad, en su aristocrático aislamiento, en su regio dolor.
¿Cómo podía ser sino un incurable melancólico, tras una ruptura desesperada con el mundo y con todo lo que éste es, criado bajo una verdad que debe sufrir y ser mofada y burlada, penitente convencido y efusivo en sus plegarias? Encontraba cierta satisfacción en este engaño inverso: era un personaje muy reputado en tanto que predicador de ese evangelio de lo mundano, el público lo amaba, como prodigiosamente interesante y sagaz.
Encontrar en ello satisfacción bien podía tomarse por tentación: si algo pudiera haberle hecho zozobrar, hubiera sido la extraordinaria obsesión casi extática de cómo el engaño estaba teniendo éxito; se abría a los ojos de quien ha aprendido que la falsedad, la mezquindad y la injusticia gobiernan el mundo. Tal sentido de resentimiento encontraba alivio en la ambigua distancia: aquella que daba sentido a cada mentira que le acercaba a la verdad.


Diálogo: lo blanco y lo negro

Demos cuenta de cómo se articula esta otra razón, esta razón aparentemente irracional (aunque perfectamente razonable), y de cómo no por menos paradigmática es menos originaria, ni mucho menos original. Pues ¿quién podría no ver esta otra razón en juego en los grandes sistemas de los pensadores del pasado? aquí, por supuesto, hablo de todo lo platónico y hegeliano que pueda decirse a este respecto. Hablamos de dialéctica, nada menos. Hablamos de que lo uno, a fuerza de afirmarse lo suficiente en sí mismo, devenga en lo otro. Antinomias no lineales, un trabajo de la razón divergente, móvil y vivo. Caliente.
La subjetividad es la verdad y la verdad es la subjetividad, la salvación depende de la decisión de la libertad, en virtud de la cual el momento patético tiene la primacía –en contra de la tesis de Hegel-sobre el momento dialéctico.
Con qué rapidez un amo, a fuerza de consagrar más y más funciones a su esclavo, se convierte en un perfecto inútil dependiente de él. ¿Quién es entonces el esclavo de quién? ¿Quién es el amo? Todo ha devenido. ¿O acaso no es esta la matriz del pensamiento de Kierkegaard, concretizada en su Ironía, en negar lo negado para reafirmar lo afirmado? Esa es la diferencia y el nexo entre persona y personaje; aquél que, para romper el ocultamiento y la abstracción recurre a las máscaras, abunda en el criterio, se esconde pero sólo para poder mostrarse con sinceridad. He ahí el golpe de efecto, lo irracional, lo razonable.
Un clavo saca otro clavo, y al engaño ha de oponerse con engaño: "Yo tenía que hacer exactamente lo contrario. Yo tenía que existir en un absoluto aislamiento y debía proteger mi soledad; pero al mismo tiempo tenía que esforzarme en ser visto a cada hora del día, en vivir como si estuviera en la calle en compañía de gente y en las situaciones más impensadas, y hacerlo no de cuando en cuando sino cada día…"
Uno imagina el desdoblamiento y el esfuerzo psicológico que esta actitud podía suponer. Pero igual de cierto es que era la única llave que podría abrir un puerta en ese muro, en ese abismo –Horismós platónico-; un mentira que permitiera decir la verdad allí donde la verdad como tal jamás sería creída. Un antihéroe que necesita actuar al margen de la ley para poder hacerla cumplir cuando por sus propios medios se vuelve ineficaz.
Era una melancolía profunda, pero hasta cierto punto disfrutada y, desde luego, aceptada y deseada. Paradigma del buen cristiano, aquel que no se rasga el vestido y demacra la tez para hacer ver a los demás que ora y ayuna -estamos hablando de una lógica ya bíblica- sino que se arregla y lava la cara, y trata a los demás con un sonrisa, pues su ayuno y su plegaria tienen lugar en lo secreto, allí donde sólo Dios (la Verdad), "que ve en lo escondido", lo verá. Es la verdadera humildad frente a la falsa modestia, y la prueba de que el justo difícilmente puede serlo de cara a sus conciudadanos, si no quiere hacer de su oración teatro.



Esta doble identidad, rescatada en toda la mitología del súper-héroe moderno, siempre bajo una máscara y un pseudónimo, perseguido por los agentes de la ley por haber hecho justicia al margen de la propia ley. El dandy de la alta sociedad que de madrugada ajusticia criminales con sus propias manos en los más bajos fondos, pero qué mejor que las propias palabras de Søren para ilustrarlo:
"Raramente ningún autor ha empleado tanta astucia, intriga y sagacidad para lograr honores y reputación en el mundo con vistas a engañarlo como yo he desarrollado para engañarlo inversamente en beneficio de la verdad.
Hasta qué punto hacía esto intentaré demostrarlo con un solo ejemplo. Estaba tan atareado cuando leía la corrección de pruebas de mi Alternativa que me resultaba imposible transcurrir el tiempo acostumbrado deambulando por la calle; no terminaba mi trabajo hasta bastante tarde, por la noche, y entonces me apresuraba a ir al teatro, donde me quedaba literalmente sólo de cinco a diez minutos. ¿Y por qué hacía eso? Porque yo temía que aquel gran libro me creara una reputación demasiado grande. ¿Y por qué hacía esto a su vez? Porque yo conocía la naturaleza humana, especialmente en Copenhague.
Dejarme ver cada noche durante cinco minutos por algunos centenares de personas bastaba para mantener su opinión: No tiene nada que hacer, es un holgazán. Este era mi modo público de existencia. Casi nunca visitaba a nadie, y en casa se observaba estrictamente la regla de no recibir a nadie, excepto al pobre que viniera en busca de ayuda. Porque yo no tenía tiempo para recibir visitas en casa, y cualquiera que hubiese entrado en ella como visitante hubiera podido fácilmente barruntar una situación de la que no debía tener ningún barrunto. De este modo existía. Me atrevo a decir que si en Copenhague ha habido alguna vez una opinión unánime sobre alguien, esta ha sido la opinión sobre mí: que yo era un perezoso, un holgazán, un frívolo; inteligente, tal vez brillante, astuto, etcétera; pero que me faltaba totalmente seriedad.
Yo representaba una alegría mundana, la más útil cualidad del buscador de placeres, sin trazas de seriedad ni de positividad; por otra parte, era prodigiosamente astuto e interesante. Cuando pienso en aquel tiempo me siento casi tentado a pedir excusas a la gente de importancia y reputación en la comunidad, porque en verdad yo sabía perfectamente bien lo que estaba haciendo y, sin embargo, desde su punto de vista, tenían razón al pensar mal de mí, porque al hacer lo que hacía, dañando mi propio prestigio, contribuía a fomentar el movimiento que a su vez estaba dañando al poder y al renombre general, a pesar de que siempre he sido conservador a este respecto y me ha gustado dar a los eminentes y distinguidos la deferencia, consideración y admiración que se les debe.


Empero, mi disposición conservadora no entrañaba un deseo de tener este tipo de distinción para mí mismo. Y justamente porque los eminentes y distinguidos miembros de la comunidad me habían demostrado no sólo simpatía, sino parcialidad, habiendo intentado de muchas formas llevarme al otro lado (honesto y bienintencionado), justamente por esta razón me veo obligado a pedirles excusas, aunque, naturalmente, no puedo lamentar lo que he hecho, ya que estaba sirviendo a mi idea.
La gente distinguida siempre ha sido más consecuente en su trato conmigo que las clases más bajas, las cuales, incluso desde su punto de vista, no se han comportado rectamente, ya que también ellas me atacaron por no ser yo lo bastante superior como para mantenerme alejado, lo cual es muy curioso y ridículo por parte de las clases más bajas."
Por no dejar de ser hegelianos, o anti-hegelianos (si es que acaso no es lo mismo) sabremos que el entendimiento es la facultad que introduce la muerte, que al categorizar el mundo, al esquematizarlo, estructurarlo artificialmente, desgranarlo terminológicamente, al definirlo en cada una de sus partes para articularlo en un juicio científico nos estamos alejando de él. ¿La razón permite conocer el mundo? ¿Pero cómo conocer algo puede equivaler a levantar distancias entre ello y yo?, ¿no es eso lo más parecido a ignorar?, estamos leyendo nuestras ideas en lugar del libro que tenemos delante, estamos señalando al cielo y estamos mirando el dedo en lugar de las estrellas.
¿Es más sabio el erudito encerrado en su torre de marfil que el niño que chapotea con las ranas en su estanque? Estamos inmersos en un juego dialéctico muy real, vemos cómo la vida no viene dada en nuestros términos, sino en los suyos propios. Toma Kierkegaard un cariz protofenomenólogo, elimina el "desde" en el conocer, pretende atenerse al mundo tal y como es. Se siente asqueado por las clases que toma con Schelling.
Se están redisponiendo los límites del idealismo. Desde luego, la idealización del mundo en formas estáticas y muertas que sirvan de mapeado para reconocerlo cuando éste ya haya cambiado no será la piedra de toque entre idealismo y romanticismo. Es, por el contrario, más hilemórfico, y entiende las cosas como un venir a ser –de sí mismas- que otorgue sentido a lo que por ellas conocemos, es decir, lo que ellas son. En última instancia.
No es, pues, un autor contradictorio, ni un hipócrita venido a escritor, es más humano y más religioso que eso, comienza a encontrar sentido y realidad en este posicionamiento de perspectivas, de personajes en escena interpretados por él mismo. Busca esa disposición correcta, o esa química entre los actores –el actor- y el modo en que esa gran representación sea presentación, la ficción, realidad, y la mentira, moraleja.


Laberinto de máscaras

Podría considerarse ciertamente esencial el encontrar una pauta de orientación en el océano multicolor de personalidades singulares que firman la obra de Kierkegaard, a fin de dirimir el valor, la perspectiva el sentido de cada obra pseudónima, tratando, así, de indagar la perspectiva de cada autor y la proximidad o lejanía con el Kierkegaard real.
De hecho, hay una ruptura de niveles. Los pseudónimos de un mismo nivel se conocen entre sí, mientras que los situados en niveles diferentes se desconocen. Aprovecha el diálogo o –cómo mínimo- el contraste entre los diferentes discursos para articular el suyo propio de manera más flexible: abre un espacio de apoyo mucho más amplio no sólo para la consolidación de sus propias tesis, sino por la agilidad que significa de cara al enfrentamiento desde distintas perspectivas con la contra-argumentación que se tercie.
Tomando esta multiplicidad de posiciones intelectuales –unitarias- cabe dibujar el mapeado reflexivo que está teniendo lugar con ello. "Existen tres esferas de existencia: la esfera estética, ética y religiosa. La esfera estética es la de la inmediatez, la esfera ética, de transición, es la de la exigencia, exigencia tan infinita que el individuo va totalmente a la quiebra y al arrepentimiento; la esfera religiosa es la de la realización del arrepentimiento infinito, de ahí esta contradicción: estar sobre 70.000 brazas de agua y aun así ser feliz al mismo tiempo"
Está presentándose en formato de alter-ego, en el sentido literal y epistemológico del término, por la aproximación más fiable o precisa que pueda reportar el hacerlo, y así es si se toma en consideración la disposición (compartimentada) del mundo como todo en partes. Son esas partes las que moldean el yo y lo convierten en un "otro" en la justa medida en que pueda llamarse como tal sin perder la autoría del sujeto original y originario, esto es, mediante un pseudónimo. En el baile de Kierkegaard, con una máscara:
"El movimiento descrito por mi actividad de escritor es éste: primero desde el poeta (desde lo estético), después desde la filosofía (desde la especulación ética), hacia el cristianismo vivido. Este movimiento se cumplió en mí con una sola respiración, de forma que mi profesión de autor, vista íntegramente, es religiosa desde la primera hasta la última línea, cosa que todo el mundo puede comprobar."
Abundaremos en ese hypokeimenon religioso un poco más adelante, para terminar de ceñirnos primero al momento introvertido de este desdoblamiento más pragmático que psicológico.


La primera postura pertinente es la de Climacus, o cómo el mundo no se deja conocer.
Es la adaptación del Fausto de Goethe, en tanto que paladín cartesiano de la duda, pero en una vertiente volcada al impacto adyacente para con las rígidas creencias y consideraciones de sus allegados, pretende ser un detonante crítico social, de reivindicación hacia aquellos que consideran situarse más allá de la duda y el fracaso que lo allende ella representa.
Un escepticismo radical que sólo puede permitirse de cara al Anticlimacus, como parientes pero no gemelos, una suerte de hermanos enemigos en profunda relación mutua, una relación fundamental, que a pesar de los esfuerzos recíprocos nunca permitirá a ninguno ir más lejos del vínculo que los une, de esa yuxtaposición que los mantiene en contacto.
Anticlimacus representa la perspectiva de la fe cristiana. Frente al pensador faústico este vislumbra y lleva a cabo la superación de la duda a través de la fe. Se enfrenta al problema que el metafísico no puede superar ni resolver con otros medios –ahora más concluyentes-, que a su vez constituyen una meditación intrapersonal acerca de qué significa ser un buen cristiano, o, por demás, lo que ello conlleva.
El juego de máscaras y posicionamientos enfáticos conduce, como vemos, consecuentemente a la propia reflexión religiosa y a la relación intrínseca que ocupa dicha "esfera" o planteamiento en la disposición de la problemática kierkegaardiana, que trasciende inevitablemente la metafísica.
La cuenta de fachadas y personas que adoptó a lo largo de todo ese trabajo es, evidentemente, mucho más numerosa que el binomio orientativo del que me he servido aquí, pero baste con saber que son estos en efecto los que articulan el sentido de la reflexión epistemológica –o de relación con la realidad- de este nuevo sentido de Razón que es el objeto epicentral de este texto.
De ahí que me consienta la carencia de no profundizar y explicar la arquitectónica de máscaras kierkegaardiana, ya que ella sola ha dado ya para una enormidad de libros y escritos, y me permita el lujo de aproximarme a ella por lo de valioso que tiene –sin duda- para con la faceta del autor aquí tratada.

Cuantos menos porqués, tanto más amor

La vida no es un problema a resolver ni un acertijo que comprender y descifrar, es un regalo que ha de disfrutarse, una experiencia que ha de vivirse. Desde luego que afrontarla con esa herramienta muerta, fría, cristalizante que es la racionalidad humana, puede ser útil en más de muchos momentos, pero en ningún caso puede dar razón de la completitud de un hombre.
Atenta contra el nervio más profundo de lo real, aquel capaz de ser percibido cuando no entendido, y nos impide reconciliarnos con la esencia propia de la vida, que no está en el entendimiento taxidermista de leyes, sino en la experimentación sensible de hechos.
En Dios no se busca consuelo, no se le utiliza para sustituir algo que falta y no es él, sino que se le vive por sí mismo en un sumatorio de lo que todo nuestro entendimiento podría ser capaz de darnos sin satisfacernos.
En palabras de Kierkegaard:

Se dice que el poeta invoca a la musa para que le suministre pensamientos, pero ese no ha sido nunca mi caso, antes al contrario he necesitado a Dios cada día para que me amparara de mi excesiva riqueza de pensamientos. Yo puedo sentarme y escribir durante un día y una noche seguidas, y luego durante otro día y otra noche, porque tengo riqueza suficiente para ello, pero sólo puedo hacerlo cuando obedezco, cuando hago el trabajo como si fuera una tarea prescrita austeramente, y agarro la pluma como debo y escribo cada letra con dolores.
De este modo muchas y muchas veces he experimentado más placer en la relación de obediencia con Dios que en los pensamientos que he producido. Así pues, en el curso de toda mi actividad de escritor, he necesitado constantemente la ayuda de Dios para ser capaz de hacer el trabajo simplemente como una tarea prescrita a la que se dedican cada día unas horas definidas, fuera de las cuales no está permitido trabajar.
Sustancialmente he vivido como un escribiente en su comptoir. Desde el principio he sentido como si estuviera arrestado, como si en cada instante no fuera yo quien interpretara el papel de amo, sino que otro era el Amo. He percibido este hecho con miedo y temblor cuando Él me ha hecho sentir su omnipotencia y mi nulidad; lo he percibido con indescriptible dicha cuando me he vuelto hacia él y he cumplido mi trabajo con obediencia incondicional a Él.



Si yo no hubiera obedecido, él hubiera podido llevarme a la muerte. Sin Dios soy demasiado para mí mismo, el más fácil de deshacer en la forma más desesperada. Desde que me convertí en escritor nunca, ni un solo día, he experimentado aquello de que muchos otros se quejan, a saber, de una falta de pensamientos o de incapacidad para presentarlos. Si esto me hubiera ocurrido, habría sido más bien un motivo de alegría para mí, porque habría llegado un día en el que finalmente fuera libre.
En cambio, muchas veces he experimentado el estar colmado con excesos de riquezas, y a cada instante he pensado con horror en la espantosa tortura de morirme de hambre en medio de la abundancia si no obedecía enseguida y si no dejaba que Dios me ayudara. Más aún; también he necesitado la ayuda de Dios día tras día, año tras año, durante todo el curso de mi actividad como escritor porque Él ha sido mi único confidente y sólo confiando en su conocimiento me he atrevido a arriesgarme cuanto me he arriesgado y a resistir todo cuanto he resistido.
Oculto bajo mi engaño habría estado tan solo como si las tinieblas de la noche en tensiones dialécticas que sin Dios conducirían a cualquier hombre con imaginación a la locura, solitario en la angustia ante la muerte y sólo frente al sin sentido de la existencia, incapaz –aunque lo hubiera deseado- de hacerme a mí mismo inteligible a una sola alma, e incluso a veces ni siquiera a mí mismo.
Pero cuando encuentro reposo en la seguridad del conocimiento de Dios, la felicidad regresa de nuevo a mí."

Es inevitable percibir el aire teleológico o de libertad definida que respira esta reflexión. Dios dota de sentido, y abarca la grandeza de aquello que se desborda a sí mismo y a su propia soledad; el nervio último de lo real, o mejor dicho el primero, como dijera el Apocalipsis –"Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último."- el éter que permea la esencia misma de lo real, más aún, que la constituye.
Es perfectamente patológico y declaratorio cómo define esa proximidad divina o comunión trascendental: seguridad. La seguridad del conocimiento de Dios, principio sine qua non y axioma perceptible a través del conjunto estructural de la realidad. No se tome esta priorización como una vulgar asunción estatalizada de una fe tuerta e ingenua: es esta una fe definida por su crítica.


Søren contemplaba tres clases de sofistas a este respecto:
Los que reducen la estética a una relación inmediata con lo religioso haciendo que la religión se torne poesía o historia; el sofista está entusiasmado con lo religioso poéticamente y, en medio de ese entusiasmo, presto a hacer cualquier sacrificio y acaso hasta arriesgar la vida, pero no por eso se convierte en un hombre religioso; en el máximo de su gloria se confunde a sí mismo y se deja confundir con un profeta y con un apóstol.

Los que desde la ética inmediata entran en relación inmediata con lo religioso. Para ellos la religión toma el aspecto de una obligación positiva, aunque la tarea suprema de la ética es el arrepentimiento, que precisamente es negativo. El sofista se queda sin la experiencia de la reflexión infinita y deviene un modelo de virtud positiva. En esto su entusiasmo sin astucia se complace en exaltar en lo mismo a los demás.

Los que ponen la metafísica en relación inmediata con lo religioso, con lo cual la religión se vuelve historia, que es finita; el sofista ha terminado con la religión y llega a ser a lo sumo inventor del "Sistema". La razón por la cual la muchedumbre admira a los sofistas consiste en que ellos no sienten por sí mismos ningún interés comparable al que sienten por la intuición poética –a la que algunos de ellos se adhiere quizá demasiado-, o al que sienten por las aspiraciones positivas hacia un objeto fuera de sí mismos, ni siquiera al que sienten por los enorme resultados logrados por algo. Pero lo religioso consiste precisamente en interesarse religiosa e infinitamente por sí mismo y no en un objeto positivo y finito, porque lo negativo infinito es la única forma adecuada de lo infinito, dice Kierkegaard.

Pero no olvidemos ahora la dialéctica del asunto, porque al menos hemos aprendido que los estadios estético, ético y religioso, al superarse, quedan subsumidos y sublimados. ¿Y en qué deviene el antedicho proceso? En lo que Kierkegaard viene a llamar el hombre culto, entendiendo la cultura como aquel camino que un individuo ha de recorrer a fin de alcanzar el conocimiento de sí mismo; y, así, muy poco le servirá a quien no quiere emprender ese itinerario el haber nacido en la más ilustrada de las épocas.
Dicho de otro modo incluso más claramente dialéctico: Lo considerado como genuinamente humano es la pasión con la que cada generación comprende plenamente a las otras y se comprende a sí misma.

Es eso lo que hace a Kierkegaard tan humano como tan pocos lo han sido.


Bibliografía

-Søren Kierkegaard / Carlos Díaz -Fundación Emmanuel Mounier
-Kirkegaard en el laberinto de las máscaras / Francesc Torralba Roselló
-Fundación Emmanuel Mounier




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