El aumento de la violencia en las fronteras: militarización de las fronteras y los muros fronterizos en la época post-9/11

June 7, 2017 | Autor: Elisabeth Vallet | Categoría: Border Studies, Fronteras, Borders and Borderlands, Seguridad y Defensa. Fronteras
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Descripción

El aumento de la violencia en las fronteras: militarización de las fronteras y los muros fronterizos en la época post-9/11

ElisabethVallet University of Quebec at Montreal Charles-Philippe David University of Quebec at Montreal Denis Rey University of Tampa James Lopez University of Tampa

Los muros que muchos creyeron derrumbados para siempre después de la Guerra Fría se han erigido nuevamente y con redoblada velocidad. Los muros se han vuelto la reacción casi instintiva del Estado ante cualquier inseguridad percibida: hoy por hoy, traviesan las fronteras del mundo entero, transformando las otrora fronteras blandas, porosas, e inclusivas en fronteras duras, selladas, y exclusivas. Los muros constituyen símbolos de reafirmación de la identidad nacional, marcadores de la soberanía del Estado, pero también son instrumentos de la disociación, la expresión física del Otro y de su otredad. Se trata de una paradoja: mientras la globalización borra fronteras, los muros las acentúan. Los muros consuelan al público, que los ve como una forma de controlar el flujo de personas, bienes y servicios, llevándolo a la falsa creencia de que aumentan la seguridad. En un mundo que busca evitar el riesgo a toda costa, los muros, con todas sus múltiples funciones (protección, pacificación, separación y hasta segregación), y con todos los mecanismos de seguridad que conllevan, parecieran brindarle al Estado la capacidad de eliminar los riesgos sin asistencia. Los muros son la respuesta unilateral y asimétrica del Estado ante la percepción de una amenaza no proporcional en una época de interdependencia. El muro entonces refleja la necesidad del Estado de sellar su territorio (ejemplos dramáticos se encuentran en la India, Arabia Saudita y China, países que literalmente se están amurallando), o de redefinir su soberanía. La frontera se convierte en una demarcación que se debe fortalecer: se arma, se encementa, se monitorea, se filma. En este nuevo ambiente, los muros, obstáculos, barreras, embudos, sensores, agentes, y los llamados drone (vehículos aéreos no tripulados), se han vuelto los accesorios de rigor de las fronteras duras en este mundo abierto. Nuestra tesis es que el ambiente post-9/11 ha producido un cambio en el discurso sobre las fronteras que fomenta la militarización de las mismas, proceso que ha llevado a un aumento de violencia en las fronteras y territorios aledaños. Esto a su vez ha acelerado la fortificación de las fronteras y ha servido los intereses del llamado complejo militarindustrial, el cual se ha visto transformado desde finales de los años 80. Mientras tanto, los muros, y en particular los muros contra la migración humana, no han cumplido con su misión: han creado nuevos problemas relacionados con las estrategias cada vez más peligrosas de los migrantes, generando cada vez más violencia en las fronteras (tanto gubernamentales como no gubernamentales), sin detener el flujo migratorio.

Introducción Hace 25 años, se decía que la caída del muro de Berlín y la reconfiguración de las relaciones internacionales (Badie, 1999; 2000) inaugurarían una época de globalización en la que los Estados se volverían obsoletos, dando cabida a un mundo sin fronteras (Omae, 1990; Galli, 2001; Zolo, 2004; Schroer, 2006). Sin embargo, después de los acontecimientos del 9-11 hace 14 años, las fronteras no sólo se han reforzado sino que se han creado nuevas fronteras (Weber, 2008: 48), y junto a ellas, los muros y barricadas fronterizas, símbolos que se creían desaparecidos con el colapso del sistema internacional bipolar (Lévy, 2005:40). Más aún, las vallas fronterizas se han vuelto la respuesta estándar de los Estados ante la inseguridad percibida, una nueva norma en las relaciones internacionales; hoy en día endurecen las demarcaciones territoriales en todo el mundo, transformando fronteras que antes eran porosas, inclusivas y vagas en fronteras selladas, exclusivas y duras (DeBardeleben, 2005: 11 y 23; Zielonka, 2002: 11-12). Se trata de una paradoja: mientras la globalización disuelve fronteras (Andreas, 2003: 82), los muras las acentúan. En un mundo que busca disminuir todo riesgo (Beck, 2003), el muro, con todas sus funciones varias (protección, separación y hasta segregación) y sus mecanismos contiguos de seguridad (Jones 2012), al parecer permite al Estado eliminar el riesgo. Los muros se construyen cuando el Estado cree que puede resolver un asunto de seguridad por cuenta propia: el muro es una respuesta unilateral ante la percepción de un peligro hipotético y asimétrico, una ilustración de relaciones sociales “en que las relaciones de dominación delinean el trato social del espacio” (Guillot, 2009: 358, traducción nuestra). El muro, entonces, refleja la necesidad de un Estado de sellar enteramente su territorio (ejemplos dramáticos incluyen la India, Arabia Saudita y China, países que literalmente se están amurallando), o de redefinir su soberanía (Brown, 2009). La frontera se vuelve una demarcación que hay que fortificar: se arma, se encementa, se monitorea, se filma. En este nuevo ambiente, los muros, vallas, obstáculos, sensores, captores, barreras y drone (vehículos aéreos no tripulados) se han vuelto los accesorios de rigor en las fronteras duras de este mundo abierto (ver Amilhat-Szary 2015). Las barreras fronterizas exigen una tecnología cada vez más elaborada y compleja, lo que ha generado nuevas industrias y nuevos mercados internacionales en donde el sector privado ocupa un papel prominente. Nuestra tesis es que el ambiente post-9/11 ha dado lugar a que los discursos fronterizos se basen en temas de seguridad que favorecen la militarización de la frontera y un aumento de la violencia en la misma. Este proceso acelera la fortificación de la frontera (Vallet & David, 2012) y sirve los intereses del complejo militar-industrial, el cual ha cambiado de forma desde finales de los años 80 (Bellais y Boulanin 2014). En el contexto de este énfasis en la seguridad dentro del discurso fronterizo, la evolución implacable del complejo militar-industrial ha continuado; se está transformando en lo que llamaremos el “complejo

seguridad-industrial”, el cual reproduce los mecanismos de su precursor, en una especie de loop, es decir, un proceso de retroalimentación que lleva a la militarización y violencia en las fronteras. La fortificación de la frontera En un mundo globalizado en que la interdependencia se entiende como una necesidad y la norma (ver Keohane & Nye, 2001), los muros fronterizos pudieran considerarse una cosa del pasado, manifestaciones obsoletas de la institución del Estado (Badie & Smouts, 1992). No obstante, los muros se han ido levantado con una frecuencia constante desde el final de la Guerra Fría (Vallet 2014a). Y el boom en la construcción de muros y vallas después de los ataques al World Trade Center de Nueva York tiene sus orígenes en el período anterior a 9/11, puesto que la percepción de la necesidad de construir muros proviene no de un miedo específico ante el terrorismo sino de un sentimiento de inseguridad generalizada fruto de la globalización misma (Vallet & David 2014). Paradójicamente (Castells, 1998; Jouve & Roche, 2006; Jones, 2012; Di Cinto, 2012; Audoin-Rouzeau, 2008), en un mundo consciente de asuntos de seguridad, la globalización no ha devenido la eliminación de las fronteras sino la recomposición de territorios y la edificación de nuevas “atalayas” (Lévy 2005; Weber, 2008: 48; Andreas & Snyder, 2000). Las fronteras nunca desaparecieron del todo, y el muro es ahora la primera respuesta del Estado para con la seguridad (Newman, 2010); se trata una solución sublimada por un discurso cada vez más centrado en la seguridad después de los eventos del 9/11. En busca de la seguridad Cuando se construye una valla fronteriza, ésta se vuelve un contrapunto a la frontera, que es por sí una línea de demarcación establecida por acuerdo internacional. Encarna el fin del diálogo (Novosseloff & Neisse, 2007: 16) y hace evidente una relación profundamente disfuncional entre dos Estados. El muro es sintomático de la incapacidad de lograr soluciones negociadas para los asuntos de seguridad, reales o percibidos, del Estado correspondiente (VassortRousset, 2006; Vallet & David, 2014). Es a la vez la última alternativa previa al conflicto abierto entre dos Estados y una respuesta a las marcadas diferencias de percepción acerca de la seguridad común e individual. En este sentido, el muro simboliza el perímetro de la soberanía del Estado y es la piedra angular de la estrategia de disuasión del Estado. Desde un punto de vista realista entonces, se trata de un compromiso encomiable que sirve para evitar el conflicto abierto entre dos Estados. Por ejemplo, se podría decir que la India, en vez de correr el riesgo de una confrontación nuclear, tomó la decisión de fortalecer su seguridad, reducir las incursiones a su territorio, y congelar la frontera mediante la edificación de una barrera en el límite con Pakistán en la región de Punjab, Rajastán, Gujarat y finalmente en Cachemira. Todavía ocurren enfrentamientos, y no siempre son menores, pero según el discurso oficial se tratan apenas de escaramuzas, y el riesgo de una escalada nuclear entre estos dos Estados ha disminuido. En lugares donde el costo de la guerra se sabe exorbitante de antemano, bien puede ser enteramente racional para el Estado considerar el muro fronterizo como una manera de mitigar las amenazas; a su vez, el muro puede que le conviene al Estado colindante, que lo pudiera ver como una forma de

reforzar el control sobre su propio territorio (Wldman, 2004). La creación de una zona de amortiguación en Chipre refleja el deseo de la comunidad internacional de evitar una guerra abierta entre Grecia y Turquía. La línea verde se ha fortificado con el propósito de congelar el conflicto en su estado actual, sin otra solución que la de preservar el estatus quo y tal vez establecer en el futuro una frontera legal mediante la fijación de una línea de demarcación (Fontaine, 2007). Una situación análoga existe en la península coreana, en donde las fortificaciones extensas crean una barrera física impenetrable que confirma la división de la península. Corea del Sur está considerando un muro adicional en su lado de la zona desmilitarizada (Eckholm, 1999). Se pudiera argüir que la creación de una barrera entre la India y China también proviene de un deseo por fijar una situación de facto y disminuir el riesgo de un conflicto abierto en la zona disputada de su frontera (Thaindian News, 2010). Este argumento también se pudiera aplicar al muro que se está construyendo actualmente en Ucrania. Visto así, el muro es un recurso atractivo para el Estado que necesita enfrentarse a nuevos desafíos de seguridad (Jervis, 1978) y defender sus intereses. Un muro también puede representar una resolución ante una diferencia de opinión sobre un asunto de seguridad cuando un Estado vecino se muestra indiferente ante una situación que se ha vuelta crítica para el Estado que decide construir el muro. No obstante, de los muros fronterizos todavía existentes hoy en día, solamente seis se construyeron con el fin de fijar una frontera y establecer una paz frágil. Todos los demás se han construido para detener el flujo de migrantes, contrabando o terrorismo, como se ve en los proyectos de nuevos muros en las fronteras entre Argelia y Marruecos, Kenia y Somalia, Túnez y Libia, Turquía y Siria. Estas barreras fronterizas son por tanto la respuesta del Estado ante la inestabilidad generada por el sistema internacional, el temor de otros agentes del mismo tipo (Waltz, 2000: 30; Buzan & Herring, 1998: 83; Krasner, 1999; Cohen, 2003) o amenazas asimétricas (Courmont & Ribnikar, 2002). La búsqueda de la seguridad ha producido un giro en los discursos fronterizos hacia una retórica de la seguridad, un cambio que se aceleró a partir del 9/11, pero que no fue causado por dichos acontecimientos (Jones, 2012). Un giro discursivo El enfoque que se le da a los asuntos de seguridad fronteriza depende de qué lado de la frontera uno se encuentra. Países de Tránsito y Países de Destino perciben los asuntos fronterizos de distinta manera, puesto que los primeros deben enfrentarse a los migrantes dos veces: primero, al entrar éstos a su territorio en el intento por cruzar hasta el país de destino, y nuevamente al ser expulsados del mismo. Para el País de Destino, el flujo migratorio a través del País de Tránsito representa una amenaza, e intentará detenerlo. De ahí las diferencias de opinión entre Marruecos y España, Turquía y Grecia, Turquía y Bulgaria, Serbia y Hungría, México y los Estados Unidos. En cada uno de estos casos, los Países de Destino son incapaces de controlar los puntos de entrada a su territorio y tampoco pueden contratar a segundos para la administración de sus fronteras, y por tanto tienen una percepción diferente de sus países vecinos acerca del flujo no deseado de migrantes. De modo que es el muro mismo lo que cristaliza la división entre seguridad y riesgo. Desde

una perspectiva constructivista, un muro fronterizo se puede entender en términos de seguridad. Desde este punto de vista, el muro es la respuesta a un problema clásico (presiones migratorias) que se ha llegado a percibir como un asunto de seguridad (la amenaza migratoria). La amenaza local (la violencia en la frontera) asume un carácter nacional, puesto que se asocia con la importancia de la frontera para la seguridad de la nación. Después del 9/11 (Jones, 2009 y 2012), la doble amenaza de flujos migratorios y movimientos terroristas se combinaron en los discursos a favor de la construcción de muros inclusive en los gobiernos democráticos, lo que constituye una relativa novedad (Foucher, 2007 et 2009; Ritaine & Vallet, 2011; Clochard, 2003; Le Boedec, 2007; Sanguin, 2007; Jones, 2012). Un ejemplo notable se ve en la forma en que Israel administra la frontera de 240 kilómetros que comparte con Egipto, asimismo su frontera con Jordania, Líbano, Siria (Sadeh, 2011; Sherwood, 2012; Hartman, 2012; Khraiche 2012) y Cisjordania. La India, al completar el muro que la separó de Pakistán, está ahora terminando otro alrededor de Bangladesh para impedir el contrabando, la inmigración y potencialmente el terrorismo, y ha iniciado la construcción de un tercer muro a lo largo de su frontera con China. España también se incluye en la lista de democracias fortificadas: Marruecos ha estado levantando paulatinamente desde 1984 una valla de arena (arcén) en Sahara Occidental para aislar el llamado Frente Polisario. A su vez, ese país se debe enfrentar a las dos vallas que rodean los enclaves españoles de Melilla y Ceuta, construidas en 1998 para detener el flujo de inmigrantes, y después expandidas en 2005 hasta constituir una triple valla (Ferrer-Callardo, 2008). Mientras tanto, los Estados Unidos persiste en la construcción de un muro que lo separaría de México, y que ya cuenta con 930 kilómetros de largo, a pesar de que la administración del presidente Obama haya decidido en marzo del 2010 a suspender la obra a causa del costo excesivo de este proyecto, conocido por el nombre de “valla virtual”. Finalmente, Grecia ha estado construyendo una valla de seguridad a lo largo de su frontera con Turquía desde enero del 2012 para detener el flujo de inmigrantes ilegales (Jerusalem Post, 2011; Hürriyet, 2011). Bulgaria viene haciendo lo mismo desde 2014. Hungría anunció en la primavera del 2015 la construcción de una valla a lo largo de su frontera con Serbia, al igual que Túnez respecto de la frontera con Libia, mientras que Ucrania estará terminando un muro fronterizo en las provincias orientales hacia finales del 2015, igual que Kenia en la frontera con Somalia. De modo que si bien es verdad que 9/11 ratificó (en vez de generar) el retorno del muro como objeto físico e instrumento político (Jones, 2010; Vallet & David, 2012a), también es verdad que ha provocado no sólo un aumento cuantitativo en la construcción de muros (Vallet & David, 2012a y b) que se aceleró a partir de la Primavera Árabe (ver gráfico en Vallet 2014a) sino también un cambio cualitativo en el discurso en torno a los muros. La inmigración ilegal se cita hoy en día para justificar los muros fronterizos (como se ve en los casos de las vallas fronterizas que rodean a Ceuta y Melilla, y las que se extienden a lo largo de la frontera entre México y Estado Unidos, entre Turkmenistán y Uzbekistán, entre Uzbekistán y Afganistán, entre China y Corea del Norte, entre los Emiratos Árabes Unidos y Omán, entre Brunei y Malasia, entre la India y Bangladesh, entre Turquía y Grecia y Bulgaria, y entre Hungría y Serbia). Es el mismo caso con el contrabando y el terrorismo al considerar el caso de Israel, y también las vallas fronterizas que separan a Brunei de Malasia, Tailandia de Malasia, Arabia

Saudita de Yemen, Irak de los países vecinos, Túnez de los países vecinos, Argelia de Marruecos, y a Kenia de Somalia). A veces los argumentos no son tan claros, por ejemplo, la lucha contra el terrorismo y la lucha contra el tráfico ilícito (contrabando, narcotráfico, tráfico humano) se ha utilizado en diferentes momentos para justificar la misma valla, como es el caso de la valla entre México y Estados Unidos (Ganster & Lorey, 2008: 175-187). Los discursos intercambiables y la fusión retórica (Bigo, 1998) sirven para legitimar las vallas fronterizas mediante la aplicación de una definición ampliada y cambiante de la seguridad nacional. La frontera fortificada (Amilhat Szary 2015; Jones 2014) es una respuesta a la percepción de una amenaza articulada unilateralmente (Hare, 2009) por el Estado constructor de la valla, el cual busca garantizar la seguridad mediante una solución tecnológica aparentemente científica y objetiva (Ritaine, 2009b: 158; Hayes & Vermeulen, 2012). El discurso en torno a las vallas fronterizas establece la prioridad de la política doméstica y las apariencias (Foucher, 2009: 3; Brown, 2009) por encima de la política exterior y las necesidades diplomáticas (Andreas in Davis & Chacón, 2006: 206). Refleja la convergencia entre el sector civil y el militar, en la cual el complejo militar-industrial ha devenido una industria de seguridad desde el fin de la Guerra Fría. Un ejemplo puede ser el despliegue llevado a cabo por una unidad del Cuerpo de Ingenieros de la Fuerza Aérea estadounidense desde su base en Alaska hasta Nogales en el estado de Arizona para construir una carretera de vigilancia a cuatro kilómetros de distancia del cruce entre esa municipalidad y la ciudad de Mariposa en la frontera mexicanoestadounidense. La razón que se ofreció para justificar dicha misión fue que se hizo para dar apoyo al Departamento de Homeland Security (o sea, el Departamento de Seguridad Nacional), al entrenar soldados en un terreno parecido a lo que encontrarían en Afganistán (Clark, 2012), asimismo la incorporación de planchas metálicas que se habían utilizado en la Guerra del Golfo en la valla fronteriza entre los Estados Unidos y México, las cuales habían sido proporcionadas sin costo por el ejército norteamericano (Powell, 2008). La intersección de las esferas militar y de seguridad se percibe claramente en la zona fronteriza (Jones 2014), donde se encuentran ligadas por la lógica de la frontera fortificada. La tecnificación de la frontera Los mecanismos de control de la frontera se están volviendo cada vez más sofisticados. En la medida en que los Estados aspiran al control absoluto sobre el territorio nacional, imaginándolo posible a través de la construcción de vallas fronterizas, el muro ha ocupado el lugar central entre los mecanismos de seguridad territorial. Si bien el concepto de una “frontera cerrada” nunca desapareció del panorama geopolítico (Newman, 2010), desde 2001 nuevas estrategias de encerramiento se han desarrollado (Cuttitta, 2007; Amilhat-Szary, 2015). Estas tendencias han introducido la tecnología avanzada al mundo del control fronterizo (Nieto-Gomez, 2014) y promovido el crecimiento de un verdadero “complejo seguridad-industrial” (Staudt, Payan & Kruszewski, 2009; Longley, 2012) que responde a un mercado cada vez más lucrativo (Bellais y Boulanin 2014). La transferencia de tecnología a la seguridad fronteriza El complejo militar-industrial (Mills, 1956; Nincic, 1982) ha sido el mayor beneficiado de la transformación del ambiente de seguridad desde el fin de la Guerra Fría. Empresas proveedoras

de informática y sistemas de vigilancia están aplicando las tecnologías de doble uso a la defensa de las fronteras. El mercado fronterizo abarca la construcción de infraestructuras, armamentos, vigilancia y espionaje, y componentes terrestres, aéreos y navales tales como drones y radar, además de una serie de bienes y servicios que aún corresponden a la esfera militar (Anónimo, 2010). No obstante, utilizamos el término “complejo seguridad-industrial” por los vínculos cercanos entre las compañías que lo conforman. El concepto de un complejo industrial, el cual ha sido adoptado por el Jefe del Comité de Apropiaciones del congreso estadounidense, el representante republicano Hal Rogers (Robbins, 2012), también incluye las compañías privadas que abastecen a los guardias fronterizos de comida, uniformes, etc., así como las que proveen los medios de transporte terrestre y aéreo para expulsar a los inmigrantes, y también empresas locales. Puesto que las zonas fronterizas no son necesariamente las más prósperas, las industrias dedicadas a la seguridad de la frontera pueden representar una oportunidad vital para las economías regionales (Longley, 2012). Aunque el mercado militar para la frontera es muy rentable –en 2014, representó 23,72 miles de millones de dólares en todo el mundo (Visiongain, 2014)– sigue siendo verdad que el fin de la Guerra Fría y la expectativa de un llamado “dividendo de la paz” llevó a una reducción en gastos militares y armamentistas. Algunos pensadores hasta hablaron de un “fin de la historia”. Como consecuencia, las industrias militares tuvieron que pensar nuevamente sus mercados y objetivos (Fontanel, 2004), un proceso facilitado por la privatización de mercados anteriormente controlados por monopolios (Hébert, 2001). Esta tendencia ya estaba en marcha antes del 9/11 pero se aceleró después de los ataques, permitiendo que los Estados constructores de vallas fronterizas legitimaran la tendencia ya discernible hacia la fortificación de las fronteras (Vallet & David, 2012a) y aceleraran la conversión de industrias armamentistas con este propósito. Sin embargo, los muros no detienen de por sí el flujo de personas o de bienes (Vallet & David, 2012b); más bien fomentan una lógica de transgresión que subvierte los objetivos declarados (Sterling, 2009: 328; Courau, 2004; Lecumberri, 2006; Bennafla & Peraldi, 2008; Stier, 2009; McCarthy, 2009; Rekacewicz, 2009: 12; Guillot, 2009: 280; Brown, 2009: 36; Nuñez-Neto & Viña, 2006: 26; Ramsey, 2012). Por tanto se ha vuelto imperativo defender el muro con toda una constelación de sistemas diseñados para prevenir el cruce no autorizado. Dado que los aparatos que se instalaron a lo largo del Muro de Berlín (barreras preventivas, arcenes, puestos de control, torres de vigilancia) resultaron insuficientes, los Estados han buscado soluciones más tecnológicamente avanzadas. El muro se debe entender entonces de un modo más amplio, como un mecanismo político que incluye barreras de todo tipo, aviones, centros de detención tanto públicos como privados, guardias de frontera, sistemas de comunicación y servicios de inteligencia. Costos altos, beneficios bajos No obstante, la tecnología no es una panacea (Ackleson, 2003 y 2005). En los Estados Unidos, la llamada Iniciativa de Frontera Segura ha resultado ser un fracaso rotundo. Mientras que los planes contemplaban una valla virtual de alta tecnología a todo lo largo de la frontera con México, se gastaron casi mil millón de dólares en tan sólo 85 km antes de que el Departamento

de Seguridad Nacional (Homeland Security) decidiera cancelar el proyecto (Robbins, 2012). Una de las causas del fracaso fue que las instalaciones eléctricas en las torres de vigilancia se averiaron con el calor, un problema que ya había sucedido con el Sistema de Inteligencia y Vigilancia Integrada en 1997. Por tanto, la valla virtual ha sido sustituida por el llamado Plan Tecnológico de Vigilancia en la Frontera de Arizona, el cual utiliza drones y radar móvil. El plan tiene un costo estimado de 1,5 mil millones de dólares, el cual fácilmente podrá dispararse dada la falta de controles efectivos (GAO, 2011). La respuesta típica de las industrias ante los Estados que buscan fortalecer su seguridad ha sido más y más tecnología. La construcción de muros puede ser costosa. Según un informe de la Oficina de Contabilidad Gubernamental (GAO), el costo de construcción de una valla fronteriza entre los Estados Unidos y México llegaría a entre un millón y 4,5 millones de dólares por kilómetro en 2008 (Powell, 2008). En la zona alrededor de la Reserva Ecológica de Monte Otay y Smuggler’s Gulch, cerca de San Diego, el precio llegaría a casi 6,4 millones por kilómetro (Marosi, 2010; Davis, 2009). En Israel, el estimado original de un millón de dólares por kilómetro ha subido a casi dos millones, hasta llegar a un estimado total de dos mil millones de dólares (Troudi, 2009). La Unión Europea ha contribuido 250 millones de euros a la construcción de la cerca de alambre de púas que rodea Ceuta, después de haber financiado 75% de la primera barrera que se construyó entre 1995 y 2000 (Saddiki, 2012). Mientras tanto, Marruecos hace poco estaba invirtiendo aproximadamente el 40% de su PIB en la construcción del arcén del Sahara, que consta de un muro de 2.700 kilómetros de largo y cuatro muros interiores de 2 metros de alto equipados con tecnología de vigilancia (Hassner & Wittenberg, 2015). Los gastos de mantenimiento también son altos (Regan, 2011). En los Estados Unidos, la Agencia de Protección Fronteriza y Aduana estima que la valla actual tendrá un costo de operación de 6,5 mil millones de dólares durante los próximos 20 años; en 2010, se gastaron 7,2 millones de dólares solamente en reparaciones (GAO, 2011b), a consecuencia de los más de 4.037 incidentes que tuvieron lugar a lo largo de la valla (Karlin, 2012). De manera similar, la Fuerza de Defensa de Israel (IDF) tiene planes para reparar la valla de 130 kilómetros a lo largo de la frontera con Siria e instalar obstáculos adicionales (alambre de púas, trincheras, prominencias) y sensores. El muro existente, que data de la Guerra de Yom Kippur y ha sufrido los estragos del clima de los Altos del Golán, no cumple con los requisitos actuales de seguridad. El costo estimado de las reparaciones llega a casi 130 millones de dólares (Cohen, 2012). Para las industrias militares, la seguridad fronteriza es un nuevo mercado lucrativo. Para servirlo y aprovechar la privatización de la frontera y los mercados de seguridad, se han reorganizado resucitando el conocimiento adquirido durante la Guerra Fría. A pesar de la crisis económica y los presupuestos de defensa reducidos, el mercado aun sigue fuerte más de diez años después del 9/11. Sin embargo, dichas tendencias han tenido gran impacto en las estrategias fronterizas, puesto que están llevando a la deshumanización de las fronteras. La deshumanización de la frontera Los beneficios para la seguridad que provienen de la construcción de muros tienden a desvanecer con el tiempo (Sterling, 2009: 328), entre otras razones, por la misma reacción del

país encerrado por dicho muro. La información recopilada por agencias gubernamentales y humanitarias demuestra que los muros no son infranqueables (Courau, 2004; Lecumberri, 2006): “El ímpetu por el control no logra producir muros ni fortalezas; sólo crea puntos de control, nódulos de control desvinculados entre sí que deben su efectividad a su poder simbólico (disuadiendo a los migrantes, o persuadiéndolos a quedarse adónde están, etc.)” (Bigo, 2008). La persistencia de la porosidad fronteriza Contradictoriamente, al reforzar las defensas fronterizas, se hace más evidente su “vulnerabilidad clandestina” (Stier, 2009): las estrategias de evasión tales como la creación de redes de túneles (McCarthy, 2009), métodos de contrabando y nuevas rutas de migración (Rekacewicz, 2009: 12) nos revelan un cierto patrón (Guillot, 2009: 280; Brown, 2009: 36). En vez de detener el flujo de personas y bienes, los muros lo desvían. El impacto sobre los migrantes es inmediato, puesto que se encuentran a la merced de contrabandistas y de un terreno menos familiar. Los muros fomentan una economía clandestina y flujos paralelos que son más difíciles de controlar (Nuñez-Neto & Viña, 2006: 26). Por tanto producen el efecto contrario. Por ejemplo, el muro que separa México de los Estados Unidos ha fomentado el asentamiento permanente de obreros ilegales en este país, muchos de los cuales anteriormente practicaban una migración cíclica (Vallet, 2012). Los efectos traumáticos producidos por los muros alrededor de Ceuta y Melilla han generado consecuencias para el país entero de Marruecos (Thalenberg, 2009) e incluso más allá, hasta afectar a las Islas Canarias (Rekacewicz, 2009: 11-12). Al mismo tiempo, los muros rara vez resuelven los problemas sociales fundamentales que llevaron a su construcción, especialmente en el caso de los muros llamados “anti”, es decir, anti-migración, anti-tráfico. El muro simplemente tapa el problema, el cual sigue existiendo y que solamente podrá ser resuelto por los Estados afectados. Por ejemplo, cuando la India decidió construir una valla a lo largo de su frontera con Bangladesh, los problemas eran la migración (proveniente de un país vecino pobre y sobrepoblado), el tráfico (o contrabando) y los conflictos políticos (el muro formaba parte del proyecto anti-Islámico del Partido Bharatiya Janata). Sin embargo, la valla no resolvió los problemas económicos de Bangladesh, ni detuvo el flujo de inmigrantes ilegales (actualmente hay entre 10 y 20 millones de Bangladeshís en la India ilegalmente), ni aminoró la xenofobia generada por los militantes musulmanes al otro lado de la frontera. El riesgo (o amenaza, dependiendo de su punto de vista) sigue presente detrás de los cinco metros de alambre de púas y un metro de concreto. De hecho, ese riesgo está empeorándose detrás del espejismo de seguridad, puesto que Bangladesh está sufriendo los estragos del cambio climático y la subida del nivel del mar. A largo plazo, la falta de cooperación puede llegar a representar una amenaza mayor para la seguridad, incluso para el Estado constructor del muro (Banerjee, 2010). Una posible razón por la cual estos problemas no se resuelven es que los muros responden principalmente a la política doméstica: se aplica un remedio nacional a un asunto que

corresponde a las relaciones internacionales. Los muros están diseñados en gran medida para consolar (Ritaine, 2009a: 161). Las barreras físicas ofrecen evidencia tangible de que el gobierno está tomando acción, “tienen tanto que ver con las relaciones públicas que con cualquier otra cosa” (The Economist, 2006, traducción nuestra). Después del 9/11, “los muros han adquirido una función cosmética, ostentosa, y decididamente política” (Foucher, 2009: 3, traducción nuestra). Esto no significa que los muros no tengan un impacto duradero como “metafrontera” (Vishnevski, 1996: 33), o como motores de un proceso de redefinición mutua entre el Estado constructor del muro y el Otro. Mientras que la frontera amurallada proyecta una imagen política que responde antes que nada a una política doméstica como respuesta a preocupaciones de seguridad, sean reales o hipotéticas, los efectos que produce, su impacto tangible a nivel local, sobre la economía y los ecosistemas, son mucho más que una representación: el muro es una limitación que afecta las zonas fronterizas específicamente. Y hay consecuencias concretas, puesto que las barreras fronterizas y los muros afectan a las localidades y actúan sobre su economía y su ecología, la que ahora se percibe a través del filtro de la seguridad humana (Crépeau & Nakache, 2006: 6). La desestructuración de las tierras fronterizas Los muros aíslan (Besosa, Ragaven, Allen & O’Halloran, 2010). Crean enclaves (Catudal, 1974) y ciudades-gueto (Sherif, 2011) atrapadas entre el muro y la frontera, en donde las poblaciones se ven atrapadas en una tierra de nadie (Forteau, 2009), de la cual no pueden salir fácilmente para acceder a servicios o para simplemente llegar a su lugar de trabajo. Ejemplos se encuentran hoy en día en Cisjordania (UN OCHA OPT, 2009: 40-41), en Cachemira (Jones, 2010: 15-32), en Bangladesh (Whyte, 2002) y hasta en Tejas (Ewing, 2008). Las barreras fronterizas también aíslan ecosistemas enteros (Carlisle, 2007:58) y alteran indeleblemente el medio ambiente (Pahalwan, 2006; Cordova & de La Parra, 2007). De hecho, numerosas especias se ven amenazadas por la mera existencia del muro (Atwood et al., 2011; Latsky, Jetz & Keitts, 2011), como lo demuestra los resultados de un estudio llevado a cabo en 2003 por un equipo de investigación de la Universidad de Pekín sobre la evolución genética disociada entre la flora a cada lado de la Gran Muralla China (Su, Qu, He, Zhang, Wang, Chen & Gu, 2003: 212-219). El impacto sobre la flora y fauna, el cual es ya innegable, ha sido bien documentado a lo largo de la frontera mexicanoestadounidense (Schlyer, 2012). El muro está alterando las rutas migratorias de depredadores mayores, lo que representa un peligro para las localidades que ahora se encuentran en su camino. De hecho, los estudios sobre la migración de osos negros entre México y Estados Unidos han llegado a la conclusión de que, a largo plazo, la existencia del muro los llevará a la extinción (Atwood et al., 2011). De manera parecida, la valla en Cachemira ha generado nuevas amenazas para la población humana al alterar las rutas migratorias de osos y leopardos, llevándolos hacia áreas más pobladas. Las barreras en Botsuana han afectado la población de antílopes y la migración de gacelas. La alteración de las rutas migratorias de los grandes depredadores también afecta los movimientos de insectos y parásitos, y subsiguientemente, afecta los procesos de polinización (Carlisle en Cordova & Parra, 2007: 158). Irónicamente, los muros también alteran los cauces de ríos de manera que a veces puede resultar autodestructiva (Clark and Coppola 2014; El Universal,

2011; Saad, 2005). En algunos casos, los trastornos causados por los muros en las sociedades agrícolas han sido claramente documentados respecto de asuntos relacionados con puntos de cruce, acceso a servicios públicos, acceso a recursos naturales, impactos de largo plazo sobre el medio ambiente, y reubicación de obreros. Cuando dos economías interdependientes deben enfrentarse al muro y a la vez a la destrucción del orden social en las zonas fronterizas, los resultados muchas veces son calamitosos. El estado actual de Nogales, que alguna vez fue una sola municipalidad que existía en la frontera entre Estados Unidos y México, es particularmente chocante, puesto que ha sido dividido en dos ciudades, Nogales-Sonora y Nogales-Arizona. En el lado mexicano, la economía es moribunda, la violencia es omnipresente, y la llegada masiva de deportados está destruyendo el tejido social. Además, la violencia está llegando al otro lado de la frontera (Guez, 2008), requiriendo de mayor cooperación entre las autoridades a ambos lados de la frontera. (Coronado 2014). * Al entrevistar a la población local y a los migrantes (ver Jones 2014b) se confirma la existencia de una zona fronteriza fuera del control de la ley (ACLU), y hasta de una zona sin ley que se extiende más allá de la frontera y abarca territorio a ambos lados de la valla. Geógrafos como Nicolas Lambert han cartografiado el impacto de las fronteras fortificadas y los muros fronterizos sobre los migrantes en las fronteras de Europa en términos de muertos. En dichas zonas fronterizas, la violencia es explícita, obvia, visible, tal como lo demuestra las trayectorias de los migrantes (Harbage Page, 2013). Las mujeres son especialmente vulnerables en las zonas fronterizas amuralladas, hasta tal punto que muchas toman píldoras anticonceptivas durante el viaje desde América Central hasta la frontera estadounidense por el riesgo de ser asaltadas, lo que se entiende ya como parte del proceso migratorio. Además, la violencia encuentra expresión a ambos lados de la frontera. El hecho de que el 23% de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos esté compuesto por veteranos de guerra implica que haya un impacto sobre las operaciones diarias en la frontera, en donde se perciben a los inmigrantes ilegales como “enemigos” en vez de refugiados o simplemente migrantes. Las zonas fronterizas son ahora el escenario de los llamados “guerras de las fronteras”. Esto lleva a que en la frontera la violencia trivializada se torna normal (Jones 2014b), como consecuencia de la enajenación tecnológica y la militarización de las prácticas fronterizas.

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