El Asno de oro, los dos Lazarillos y cuatro parámetros de análisis

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EL ASNO DE ORO, LOS DOS LAZARILLOS Y LOS CUATRO PARÁMETROS

¿Se puede decir algo nuevo sobre el Lazarillo después de la ingente acumulación de artículos eruditos, estudios de alta enjundia, sorprendentes ediciones críticas y propuestas interpretativas que en los últimos cincuenta años, y muy especialmente en el último decnio, han ocupado las actividades de la Academia?
En efecto, se puede decir algo nuevo, volver sobre las bases de lo antiguo, sin duda sólidas, pero a veces parciales en los dos sentidos del término, y contradictorias en no pocas ocasiones. Contradictorias incluso en cuestiones centrales.
Lo más sólido, propuesto ya con especial énfasis por Fernando Lázaro Carreter es la revisión del Lazarillo según los códigos de composición de la misma época en la que está escrito, es decir: según los códigos de composición de la gran novela de la primera mitad del siglo XVI: el Asno de oro, de Lucio Apuleyo. ¿Qué decía exactamente Lázaro Carreter? Decía esto:
"Literariamente la construcción de estos 'tratados' confirma su dependencia del Asno de oro."

Los 'tratados' son, como se recordará, los siete tratados en que está dividida la primera parte del Lazarillo. Un conocido discípulo de Lázaro Carreter, el académico don Francisco Rico, ha sugerido o aventurado que los titulillos de esos tratados no son obra del autor sino del impresor de la princeps. Pero ¿quién es ese autor y quién es ese impresor, ambos desconocidos? Según Rico, el autor es mismamente Lázaro González Pérez, el mismo Lazarillo, que no es Carreter ni Fernando. En cuanto al impresor, durante muchos años el profesor Rico sostuvo, cayese quien cayera o callara, que la princeps era una edición de Juan de Junta en Burgos. Hasta que apareció en 1994 la edición de Medina del Campo, de la que Burgos estaba copiada de forma clara. A partir de entonces la postura crítica del ilustre académico es asumir que la obra debe ser anónima y que no importa quién pueda ser el impresor original.

Sin embargo algunos estudiosos seguimos considerando que es esencial saber quién es el autor y que un planteamiento metodológico riguroso, basado en datos objetivos y contrastables, y atento a la formulación de hipótesis críticas verificables y refutables debería ayudar a resolver este problema y avanzar algún otro nombre menos ingenioso que el de Lázaro González Pérez, pero tal vez susceptibvle de análisis, cotejo y refutación. Los últimos cinco nombres que se han manejado son Juan Luis Vives (Francisco Calero), Alfonso de Valdés (Rosa Navarro Durán), Diego Hurtado de Mendoza (Mercedes Agulló y Cobo), Juan de Arce de Otálora (José Luis Madrigal y Alfredo Rodríguez López-Vázquez) y fray Juan de Pineda (Alfredo Rodríguez López-Vázquez) . Cinco propuestas que tiene un denominador casi común: se trata, salvo en el caso de Hurtado de Mendoza, de esclarecidos erasmistas. En cualquier caso Rosa Navarro, que ha editado a nombre de Alfonso de Valdés la primera parte del Lazarillo, ha sostenido también que la segunda parte es obra de Diego Hurtado de Mendoza. Con lo cual encontramos que hay un autor al que se propone indistintamente y con igual fervor como autor tanto de la primera parte del Lazarillo como de su continuación. Bien cierto es que Rosa Navarro atribuye la continuación del Lazarillo a Hurtado de Mendoza en función de que lo considera un escritor de segundo orden. El mismo escritor al que Mercedes Agulló debe de considerar de muy primer orden cuando le atribuya la primera parte.

Y esto nos lleva a un problema crítico peliagudo. ¿Tal vez una de las dos, o ambas, está analizando el problema de las atribuciones de ambas partes a partir de convicciones personales, es decir, de opiniones y creencias, en vez de tratar de abordar la cuestión acudiendo a una metodología menos pasional? La cuestión no termina ahí, porque Francisco Calero, que ha defendido la atribución del primer Lazarillo al ilustre valenciano Juan Luis Vives, amigo personal de Erasmo de Rotterdam, ha admitido la argumentación de Madrigal y López-Vázquez sobre la autoría de Arce de Otálora, pero añadiendo que en realidad la obra de Arce de Otálora la habría escrito Juan Luis Vives. Interesante punto de vista, porque Vives muere en 1641 y el manuscrito de los Coloquios de Arce es de 1550.

Pero volvamos ahora sobre El asno de oro, que Fernando Lázaro Carreter identifica como la obra de la que literariamente depende el Lazarillo. Enunciado así, por las bravas y sin mayores explicaciones, el aserto parece rotundo. ¿Confiamos en lo que Lázaro nos dice y le damos fe y crédito sin ir a verificar en qué consiste ese Asno de oro de Lucio Apuleyo o procedemos al 'libre examen' de la obra, es decir, a leer la estupenda novelita en donde un pícaro tramposo del siglo II sirve a varios amos, luego, por un error técnico de una hechicera se ve transformado en asno, continúa su vida como asno y finalmente acaba volviendo a su ser de hombre, tras cuya 'resurrección humana' se dedica a contar su 'caso', su peripecia?

La pregunta procedente del libre examen es muy sencilla: el hecho de pasar por varios amos y sufrir distintas vicisitudes contadas en un estilo realista corresponde la primera parte del Lazarillo, sin duda. Y no es difícil establecer la homología entre los bulderos o echacuervos (se utiliza hasta la misma palabra, echacuervo) y los sacerdotes de la diosa siria es muy llamativa. Pero es todavía más fácil establecer la evidente homología entre la transformación de Lucio Apuleyo en un asno y sus aventuras como asno y la transformación de Lázaro o lazarillo en un atún en la continuación del Lazarillo de 1555. Hay que preguntarse entonces por qué los académicos y eruditos dan como buena y aplauden la influencia del Asno de oro en la primera parte de la historia de Lázaro y en cambio critican, vituperan y llenan de exabruptos a la segunda parte, precisamente por cumplir con el mismo principio de composición que es patente en El asno de oro.

Y esto nos lleva a otro elemento crítico sorprendente. ¿Existe realmente alguna prueba objetiva de que la continuación del Lazarillo sea obra de un autor diferente del que ha escrito la primera parte? La cuestión ni siquiera se ha planteado como cuestión crítica. Simplemente se ha obviado u omitido basándose en un dictamen sorprendente: dado que la primera parte es una novela picaresca y la segunda una novela de transformaciones, no puede tratarse del mismo autor. ¿Por qué no? ¿No es acaso Lucio Apuleyo el autor de las dos partes del Asno de oro? Y, volviendo al tema inicial: el concepto de novela picaresca nace con el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, en 1599, es decir, casi medio siglo más tarde de que se escriban y editen las dos partes del Lazarillo. Nadie piensa en 1554 en 'la picaresca', porque ese es un concepto crítico muy posterior; el concepto crítico que explica el que Juan de Luna, en 1620, más de 70 años después de la aparición de ambos Lazarillos, reescribe una continuación conforme a los códigos de la picaresca, y no conforme a los códigos típicos de mediados del siglo XVI.

En lo que atañe al problema de la autoría de las dos partes del Lazarillo, y dado que desconocemos su identidad, bueno será asumir que hay dos hipótesis igualmente válidas como punto de partida: que se trate de dos autores distintos o que se trate del mismo autor. Pero la crítica académica y erudita tan sólo ha manejado la primera hipótesis, pero tratándola como un hecho ya probado y sin necesidad de verificación alguna, ni objetiva ni subjetiva. La ausencia de argumentación, evidencias, pruebas o cotejos se ha paliado a base de acumular las notas a pie de página en artículos que se contradicen entre sí, defendiendo indistintamente a autores como Alfonso de Valdés, Sebastián de Horozco, fray Juan de Ortega (para el que no disponemos de ningún escrito de cotejo) o Diego Hurtado de Mendoza, autores de biografías muy diferentes y de ideologías harto distintas. Y junto a estos cuatro autores, no menos de medio centenar de autores alternativos, a partir de indicios o conjeturas incompatibles entre sí. Pero todas ellas aptas para ser expuestas académicamente gracias al aparato bibliográfico final y a la abundancia de notas a pie de página. ¿Es que no hay forma de tratar el problema de una manera objetiva en cuanto al manejo de datos y metodológicamente verificable en función de la posibilidad de refutar propuestas inconsistentes? Porque, o bien, todas las propuestas (más de cincuenta) son erróneas, o bien lo son todas menos una, pero sin que, en caso de una de ellas sea correcta, no se ha podido dar con una buena demostración de por qué sería correcta.

Entiendo que hay cuatro parámetros diferentes que pueden ser analizados a partir de criterios objetivos: el parámetro lingüístico, el parámetro biográfico, el parámetro cultural y el parámetro ideológico.

El parámetro lingüístico, por principio, no se puede aplicar a alguien que carece de obra escrita, como fray Juan de Ortega, con lo que optar por defender esa atribución, basada en un párrafo escrito medio siglo después por el historiador de la misma orden jerónima que fray Juan, resulta cómodo desde el punto de vista de no asumir riesgos: no se puede probar, pero tampoco se puede refutar, porque no se dispone de elementos para hacerlo. Es decir, estamos fuera de la regla de Karl Popper para discriminar lo que es científico de lo que no lo es. De lo que es un acto de fe, disfrazado de creencia en el principio de autoridad. A cambio, tanto Hurtado de Mendoza como Alfonso de Valdés disponen de obra escrita suficientemente amplia como para poder cotejar el parámetro lingüístico. Y ambos pertenecen a distinta generación que Arce de Otálora o fray Juan de Pineda, con lo que el parámetro lingüístico debería aportar diferencias de usos en el repertorio léxico: por generación y por geografía, siendo Otálora de Valladolid y Pineda de Madrigal de las Altas Torres Y también en el parámetro de oficio, siendo Hurtado y Valdés diplomáticos. Y geográfico, siendo Otálora y Pineda habituales de la geografía que va de Valladolid a Salamanca y el Reino de Toledo y Juan Luis Vives residente en Flandes y oriundo de Valencia.

A partir de aquí podemos establecer qué consistencia ofrecen algunas hipótesis, que formularé así::

1) Alfonso de Valdés, Hurtado de Mendoza y Juan Luis Vives NO son los autores de ninguna de las dos partes del Lazarillo.

2) El autor del primer capítulo de la segunda parte del Lazarillo es el mismo que ha escrito la Primera parte y esto se puede probar acudiendo al parámetro lingüístico.

La hipótesis negativa sobre las autorías de Valdés, Hurtado y Vives se puede validar acudiendo al repertorio ideológicamente más incisivo de toda la primera parte: el tractado del buldero. Para ello vamos a utilizar de forma diferenciada la versión inicial, común a Burgos, Medina y Amberes y la versión extendida o ampliada, transmitida por Alcalá. Necesitamos disponer de un corpus de unidades léxicas suficientemente amplio, de un refrendo de ese corpus y de un filtro matemático que permita tratar la información analizada con criterios objetivos. Ese filtro es el uso de logaritmos neperianos, basados en el número e= 2,718, que nos permite agrupar las distintas frecuencias de uso a partir de las características de los logaritmos, prescindiendo de las mantisas.

El tratado del buldero y el filtro lingüístico

Según nos informa el texto del Lazarillo, "En el quinto por mi ventura di, que fue un buldero, el más desenvuelto y desvergonzado". Parece que un escritor que usa esos dos adjetivos como descriptores de su personaje más importante, debería repetir ese uso en otras obras suyas. Dado que no podemos preguntarle a fray Juan de Ortega, cuya prosa desconocemos, sí podemos indagar en los otros cinco autores implicados en la atribución. El resultado es éste:

1) desenvuelto. El adjetivo lo usa 7 veces Arce de Otálora, 3 veces fray Juan de Pineda y una vez el traductor de Juan Luis Vives, Juan Justiniano. No está de más recordar que Vives no escribía en español, sino en latín.

2) desvergonzado. De nuevo el adjetivo lo usan Otálora (3 veces), fray Juan de Pineda (9 veces) y Juan Justiniano. No aparece, como tampoco el anterior, en la obra de Alfonso de Valdés ni en la de Hurtado de Mendoza.

Parece que lo esencial del buldero es predicar las bulas y, conforme al autor de la obra, "do habían de presentar la bula, primero presentaba a los clérigos o curas algunas cosillas, no tampoco de mucho valor ni sustancia." Tenemos aquí tres índices léxico, todos ellos formados por una pareja de vocablos.

3) la bula. El término aparece 3 veces en Otálora, otras 3 en fray Juan de Pineda y 2 en Alfonso de Valdés. Es ajeno al vocabulario de Hurtado de Mendoza y de Vives/Justiniano.

4) algunas cosillas. Es un sintagma notable, por su estilo coloquial y sin duda es un acierto del autor ese uso del diminutivo marcado por el cuantificador, como por no darle importancia a una actividad que evidencia la práctica de usos corruptos o sencillos sobornos en la gente del clero. El sintagma aparece 6 veces en fray Juan de Pineda y una en Alfonso de Valdés.

5) ni sustancia. El sustantivo tiene un aire aristotélico, pasado por el cedazo de Santo Tomás de Aquino. Aparece una vez en fray Juan de Pineda y no está en los otros cuatro autores.

La historia del buen Lázaro prosigue y nos enteramos de que "si era por el tiempo, un par de limas o naranjas" y que el buldero "si sabía que los dichos clérigos eran de los reverendos, digo que más con dineros que con letras y con reverendas se ordenan, hacíase entre ellos un Santo Tomás".

6) por el tiempo, es expresión que usa Otálora 5 veces, Hurtado de Mendoza 2 veces y fray Juan de Pineda, 24 veces. Se diría que es una expresión esperable en la prosa de fray Juan de Pineda. No la usan ni Alfonso de Valdés ni Vives/Justiniano.

7) reverendas, vocablo que F. Rico explica como 'informes o cartas (letras) de un obispo que autorizaba la ordenación', apunta muy descaradamente a la corrupción en los nombramientos eclesiásticos, crítica muy erasmista. El término reverendas tan sólo lo usa Arce de Otálora (3 veces) del elenco de nuestros 5 autores.

8) Santo Tomás. Como epítome del hombre de letras ducho en retórica. Lo usa 4 veces fray Juan de Pineda, pese a que Tomás de Aquino era dominico y Pineda franciscano.

Prosigue la historia de Lázaro de Tormes y su buldero: "pusiéronse a jugar la colación él y el alguacil, y sobre el juego vinieron a reñir y haber malas palabras. El llamó al alguacil ladrón y el otro a él falsario...viendo que no podían afrentarse con las armas, decíanse palabras injuriosas".

9) la colación. El término aparece 2 veces en Arce de Otálora y 3 en fray Juan de Pineda.

10) malas palabras. Es un sintagma habitual en muchos autores, pero no está en el repertorio de Alfonso de Valdés ni tampoco en el de Hurtado de Mendoza. Lo usa 2 veces Otálora, 3 veces Vives/Justiniano y no menos de 9 veces fray Juan de Pineda.

11) falsario. Se trata de un término clave, que se repite más adelante en el mismo párrafo: "el alguacil dijo a mi amo que era falsario y las bulas que predicaba eran falsas." El término lo usan, una sola vez, Otálora y Hurtado de Mendoza, y aparece 2 veces en fray Juan de Pineda.

12) palabras injuriosas. Usan esta expresión Arce de Otálora (una vez) y fray Juan de Pineda (2 veces). No está en Valdés, Vives/Justiniano ni en Hurtado de Mendoza.

Al buldero también se le llama echacuervo, vocablo que ya aparece en El asno de oro. En la anécdota lazarillesca el alguacil explica: "yo vine aquí con este echacuervo que os predica, el cual me engañó". En cuanto a la importancia de las bulas, la razón calve está en que el buldero "comienza su sermón y a animar a la gente a que no quedasen sin tanto bien y indulgencia". El gran negocio de las bulas papales, la indulgencia del perdón de los pecados. Una vez que se produce la doble acusación, Lázaro nos informa de que "mi amo les fue a la mano y mandó a todos que, so pena de excomunión, no le estorbasen".

13) echacuervo. Aparece 5 veces en Arce de Otálora.

14) indulgencia. De nuevo 5 veces en Arce de Otálora y otras 14 en fray Juan de Pineda.

15) so pena de excomunión. Lo usa, 2 veces, fray Juan de Pineda.

Hasta aquí, en el introito al episodio del buldero, disponemos de 15 índices característicos del estilo del autor. De esos 15 índices, fray Juan de Pineda usa un total de 13; Juan de Arce de Otálora usa 11, el traductor de Juan Luis Vives, Juan Justiniano, usa 3 expresiones y Alfonso de Valdés y Diego Hurtado de Mendoza, ambos 2 vocablos. Dicho de otro modo: hay dos autores, Otálora y Pineda que usan más del 70% del repertorio y otros 3 cuyo límite de uso es el 20 por ciento. Parece muy arriesgado, en estas condiciones, tratar de atribuir la obra a alguno de esos tres autores, pero parece también bastante arriesgado sostener que Pineda presenta un uso más característico que Otálora.

Hemos hablado antes de las llamadas 'interpolaciones de Alcalá', que añaden un episodio más a las hazañas del buldero. Vamos a ver si el repertorio léxico de este nuevo episodio presenta índices similares a los del primero. El pasaje añadido o interpolado comienza tras el párrafo sobre el 'industrioso e inventivo de mi amo'. Inmediatamente se calca la fórmula y se habla de "Visto por el astuto de mi amo lo que pasaba" informó a los aldeanos de que, tomando la bula, evitarían "las penas del infierno."

16) el astuto tan sólo aparece una vez en un autor: fray Juan de Pineda.

17) las penas del infierno lo usan fray Juan de Pineda (2 veces) y Juan Justiniano, el traductor de Vives.

Otro sintagma esencial para este episodio es las alforjas, que se repite, ya que primero se habla de que 'iba cargado con unas alforjas' y luego que 'las alforjas púsolas junto a sus pies', de tal forma que 'no quedó bula en las alforjas'. Luego se alude al buen negocio que es tomar la bula. Después, al partir, él fue con gran reverencia, como es razón, a tomar la sancta cruz". Y una vez que Lázaro se da cuenta de la trampa de las cruces, al verlo junto al altar, el buldero, que lo advierte, "púsose el dedo en la boca, haciéndome señal que callase".

18) las alforjas. El único autor que usa el sintagma es Arce de Otálora, 3 veces.

19) buen negocio. Lo usa Arce de Otálora, una vez.

20) tomar la bula. Esta construcción sólo aparece en fray Juan de Pineda, una vez.

21) gran reverencia. Lo usa 3 veces Pineda, 2 veces Arce de Otálora y una vez Juan Justiniano.

22) el dedo en la boca. Sólo lo usa, una vez fray Juan de Pineda.

El resumen de estos 7 nuevos índices concuerda con lo anterior. De los 7 índices fray Juan de Pineda usa 5; Arce de Otálora, 3 y Juan Justiniano, 2. Globalmente, sobre 22 índices, fray Juan de Pineda presenta 18, Arce de Otálora 14, Vives/Justiniano 5 y Valdés y Hurtado, 2. La ponderación de estos datos conforme al filtro logarítmico acentúa la propuesta de fray Juan de Pineda. Expklicaré esto precisando la función del tratamiento logarítmico de las frecuencias.
Como hemos visto, algunos índices aparecen tan sólo una o dos veces en algunos autores, otros entre 3 y 7 veces y otros índices aparecen en algún autor por encima de 8 veces. En este caso siempre se trata de fray Juan de Pineda, que usa 9 veces 'malas palabras' y 'desvergonzado', 14 veces 'indulgencia' y 24 veces 'por el tiempo'. Si en vez de tomar esas frecuencias directamente tomamos el logaritmo neperiano de esa cifra, podemos reagrupar todos los índices conforme a sus características, de modo que 'por el tiempo' (24 es superior a e elevado al cubo) tiene característica 3; 'malas palabras', 'desvergonzado' e 'indulgencia' tienen característica 2 (de 8 a 20 tiene un logaritmo superior a e al cuadrado) y el resto de los índices tienen característica 1 los que presentan frecuencias entre 3 y 7 y característica 0 los que sólo aparecen una o dos veces. Está claro que el tratamiento logarítmico hace que aumente la proporción de uso de fray Juan de Pineda, ya que de los 18 índices, uno de ellos pasa a valer 3, y otros tres pasan a valer 2 cada uno. Falta por determinar ahora si el repertorio que podemos conseguir analizando el primer capítulo de la Segunda parte del Lazarillo de Tormes presenta valores semejantes.

Los capítulos (18) de la segunda parte del Lazarillo son más breves que el tratado del buldero; aún así hemos encontrado 15 índices de estilo que parecen bastante característicos del autor de esta segunda parte, sea o no el mismo que el de la primera. En este caso excluimos a Valdés y a Vives/Justiniano, pero mantenemos en el cotejo a Diego Hurtado de Mendoza que, como se recordará, ha sido propuesto como autor de la primera parte desde tiempo inmemorial y como autor de la Segunda Parte muy recientemente por la ilustre catedrática Rosa Navarro Durán.

1) no había para mí puerta cerrada. La expresión la utiliza Arce de Otálora 7 veces.

2) hallara a todo el mundo de mi bando. De nuevo la usa Arce de Otálora (1 vez).

3) tuviera en aquellos mis señores todo favor y socorro. La usa Otálora, una vez y fray Juan de Pineda, 3 veces.

4) todo este tiempo maldita la blanca Lçázaro de Tormes gastó. La expresión 'maldita la' seguida de sustantivo, la usan Arce de Otálora, 6 veces y fray Juan de Pineda, una vez.

5) si alguna vez yo de industria echaba mano. La usa Otálora 9 veces y Pineda 4.

6) echaba mano a la bolsa fingiendo querello pagar. La usa Otálora, una vez.

7) tomábanlo por afrenta. La usa Otálora, 3 veces y Pineda 5 veces.

8) mirábanme con alguna ira. Aparece una sola vez en Diego Hurtado de Mendoza.

9) moríame de amores de tal gente. Sólo la usa fray Juan de Pineda, una vez.

10) no solo de esto, mas de perniles de tocino. Lo usa fray Juan de Pineda, 2 veces.

11) y de sobras de cecinas y de pan. Otálora, una vez y fray Juan de Pineda, 2.

12) yo y mi mujer hasta hartar. Aparece una vez en fray Juan de Pineda.

13) como dice el refrán. Lo usa Arce de Otálora, una vez.

14) Acordándome del proverbio que dice. La construcción 'del proverbio' aparece en fray Juan de Pineda, en una cita muy significativa, ya que se refiere a Luciano de Samosata, que es el autor de la primera versión del Asno de oro, luego ampliada por Lucio Apuleyo.

15) en cualquier bodegón, la gorra quitada. La expresión la usa Arce de Otálora, una vez.

Los resultados, sin recurrir al filtro logarítmico son concluyentes. De los 15 índices usados, todos ellos en un único capítulo, Arce de Otálora coincide en 10, fray Juan de Pineda en 9 y Diego Hurtado de Mendoza tan sólo en uno.

Como vemos, resulta muy difícil dirimir entre Arce de Otálora y fray Juan de Pineda; de hecho la primera parte concuerda en mayor medida con fray Juan de Pineda y el primer capítulo de la segunda, algo más, pero no de forma significativa, con Arce de Otálora. La única coincidencia entre un conjunto de 15, que presenta Diego Hurtado de Mendoza parece un magro argumento para atribuirle esta continuación del Lazarillo. En cuanto a la primera parte, la que conocemos (tal vez abusivamente) como 'el Lazarillo') si la construcción de los siete tratados responde al principio estructural de los siete pecados capitales, parece que hay que apuntar a fray Juan de Pineda, que además, como franciscano de la observancia, es decir predicador en una provincia, concuerda también un hecho biográfico importante: a partir de 1543 fue predicador en la provincia franciscana de la Concepción, que engloba los lugares de Escalona, Almorox, Maqueda y Torrijos, por donde deambula el Lazarillo en su itinerario de Salamanca a Toledo. A favor de la posibilidad de que ella utor de la segunda parte fuese Juan de Arce de Otálora está el hecho de haber sido oidor de la Audiencia de Granada en los años 50m, en donde hubo de lidiar, sin duda con numerosos casos de renegados cristianos convertidos al islam y reconvertidos al cristianismo a su vuelta en Andalucía, situación que, si tomamos en consideración la propuesta de Manuel Ferrer-Chivite, es la que vive Lázaro de Tormes en el mundo atunesco, alegoría de las tierras y mares poseídos por los turcos.

Según ello nuestra propuesta, formulada como hipótesis, apunta a la necesidad de tomar en cuenta los cuatro parámetros que hemos enunciado al comienzo, haciendo notar que el parámetro lingüístico debe ser considerado como prioritario o condición sine qua non para tomar en consideración cualquier propuesta de autoría. Un parámetro que ciertamente no cumplen ni Alfonso de Valdés, ni Juan Luis Vives, ni Diego Hurtado de Mendoza.



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