El arte rupestre en el Geoparque Villuercas Ibores Jara (Cáceres) (dossier)

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Descripción

El arte rupestre en el Geoparque Villuercas Ibores Jara (Cáceres) (Dossier elaborado para el Curso Guía Ranger del Geoparque Villuercas Ibores Jara, mayo 2015) José Julio García Arranz Universidad de Extremadura

Durante los últimos treinta años el arte rupestre de la comunidad autónoma de Extremadura ha pasado de ser una de las parcelas menos conocidas y estudiadas de nuestro patrimonio histórico-artístico, a perfilarse como uno de los recursos culturales destacados en la perspectiva del desarrollo económico de determinadas áreas rurales de la región. Los sucesivos proyectos de investigación y labores de prospección que se han venido desarrollando en diversas comarcas durante estas casi tres décadas han puesto de manifiesto la notable difusión, abundancia y calidad de los yacimientos de pinturas rupestres esquemáticas que se conservan en su marco territorial. Una de las áreas extremeñas en las que el arte rupestre se está erigiendo como un recurso abundante y de notable personalidad es el área cacereña de Las Villuercas-Los Ibores-La Jara. Sus aproximadamente 110 estaciones decoradas con pinturas y grabados rupestres conocidas hasta la fecha (70 yacimientos de pintura rupestre, y otros 40 con grabados o petroglifos al aire libre), localizadas en algunos de los más imponentes afloramientos rocosos de la zona, salpican los términos municipales de Cañamero, Berzocana, Solana de Cabañas, Navezuelas, Roturas, Robledollano, Alía, Castañar de Ibor, Fresnedoso de Ibor, Mesas de Ibor, Bohonal de Ibor, Berrocalejo, Casas de Belvís, Campillo de Deleitosa, El Gordo y Peraleda de San Román. Esta ya prolongada serie de hallazgos e investigaciones nos permite configurar el área de Las Villuercas-Los Ibores-La Jara como uno de los complejos de arte rupestre postpaleolítico más nutridos y representativos de la geografía extremeña. Sin embargo, a pesar de estos nada desdeñables avances, la mayor parte de estos lugares –si exceptuamos áreas en la actualidad bien prospectadas y documentadas, como el curso alto del río Ruecas, o los berrocales del Alto Tajo– , ha sido dada a conocer a partir de hallazgos ocasionales y aislados, encontrándose aún amplios sectores de la comarca a la espera de una prospección más sistemática que nos permita conocer el verdadero alcance del fenómeno esquemático en este privilegiado marco geográfico. Dentro de esta notable riqueza cuantitativa, el arte rupestre conservado en el espacio del Geoparque Villuercas Ibores Jara cuenta, además, con singulares ejemplos representativos de las principales etapas o ciclos del arte rupestre pre- y protohistórico de la Península Ibérica. De este modo, podemos mencionar aquí uno de los pocos lugares de la Comunidad que conserva manifestaciones de arte rupestre Paleolítico. A finales de 1995 se produjo el hallazgo de diversas grafías rupestres en el interior de una modesta cueva de poco más de 30 m. de desarrollo longitudinal conocida como Mina de Ibor, en el término municipal de Castañar de Ibor. En la pared derecha de la cavidad, a unos 15 m. de la entrada, se han localizado varias figuras grabadas realizadas mediante trazo inciso fino (Fig. 1), entre las que cabe destacar, aparte de varias representaciones zoomorfas incompletas – que parecen responder a équidos y cérvidos–, los protomos de un ciervo y de otro cuadrúpedo identificado como un oso (Fig. 2). Los caracteres estilísticos de las figuras descubiertas permiten fecharlas en momentos finales del Paleolítico Superior, posiblemente en el Solutrense Final o Magdaleniense inicial.

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Figuras 1 y 2: Mina de Ibor (Castañar de Ibor). Calco de diversas figuras paleolíticas grabadas, y detalle de cabeza de úrsido. Procedencia: Hipólito Collado Giraldo.

De igual modo, se han documentado en los abrigos decorados de esta área diversos motivos encuadrables dentro de lo que se viene denominando arte rupestre “pre-esquemático”. El investigador Hipólito Collado, a partir del estudio del nutrido conjunto de grabados al aire libre del yacimiento de Molino Manzánez, en la ribera del río Guadiana (términos de Cheles y Alconchel, Badajoz), ha establecido la existencia de una serie de motivos antropomorfos y animalísticos que, a la luz de sus rasgos estilísticos y morfológicos, pueden situarse en una etapa de transición entre la economía depredadora del Paleolítico Superior y las prácticas productoras del Neolítico, periodo conocido de forma genérica como Epipaleolítico, y en el que se encuadran otras representaciones rupestres conocidas como “levantinas”, que se distribuyen básicamente por el área suroriental de la Península Ibérica. Collado considera que, por extensión, a este mismo periodo pueden corresponder igualmente otras representaciones animales pintadas localizadas en el Geoparque, que se caracterizan por un tamaño superior al de los zoomorfos esquemáticos de fecha más tardía, empleo de tinta plana en la realización del cuerpo, y cierto detallismo anatómico que puede permitir su identificación. Los ejemplos más representativos hasta la fecha de esta tipología son algunos zoomorfos del abrigo del Paso de Pablo, en Cabañas del Castillo. Allí encontramos una figura naturalista pintada en negro que ocupa la zona central del panel –rodeada por otros animales de

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representación más sumaria y tamaño más reducido, pintados también en negro–, y que puede identificarse sin problemas como un ciervo orientado a la derecha con las extremidades inferiores bastante mal conservadas, especialmente las traseras (Fig. 3). También a una fase pre-esquemática corresponderían otras dos escenas de esta estación: una en la que un conjunto de cánidos, interpretados por algunos autores como lobos, persiguen a una cabra o corzo, y otra en la que un individuo mantiene sujeto mediante un cabo el hocico de un gran bóvido. Este enorme animal presenta unas características morfológicas en el diseño del cuerpo muy similares a la de otro cuadrúpedo de más compleja identificación, situado en un saliente rocoso a bastante altura dispuesto en el abrigo del Cancho de la Burra, en el término de Cañamero. Por último, dentro de esta serie pre-esquemática, mencionemos una sorprendente escena de caza “levantina” –un arquero que dispara sobre un jabalí a la carrera–, realizada con pigmento negro en un abrigo rocoso del término de Castañar de Ibor –abrigo del Cazador– (Figs. 4 y 5), y que actualmente se encuentra en proceso de estudio.

Figura 3: Paso de Pablo (Cabañas del Castillo). Representación de cérvido naturalista negro infrapuesto a figuras esquemáticas rojas. Procedencia: Antonio González Cordero y Manuel de Alvarado Gonzalo.

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Figura 4: Cueva del Cazador (Castañar de Ibor). Arquero disparando a un jabalí, representados en tinta negra.

Figura 5: Cueva del Cazador (Castañar de Ibor). Calco de la escena anterior. Procedencia: Hipólito Collado Giraldo.

En contraste con los ejemplos anteriores, con muestras muy reducidas, uno de los elementos patrimoniales de carácter histórico-artístico más difundidos en el espacio geográfico del Geoparque es el denominado arte esquemático. Se trata de un amplio entramado de pinturas y grabados rupestres, del que ya se tienen noticias desde la segunda década del pasado siglo; su conocimiento, sin embargo, se incrementó exponencialmente a partir de los años setenta, en primer lugar gracias a la entusiasta labor de campo de una serie de estudiosos locales aficionados a los temas arqueológicos, y, desde mediados de los ochenta, a raíz de trabajos de prospección más sistemáticos alentados desde el ámbito universitario, o insertos en proyectos de

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investigación financiados por la Consejería de Cultura y Patrimonio de la Junta de Extremadura. Los nuevos descubrimientos y estudios se han ido dando a conocer a través de una creciente difusión bibliográfica, progresivamente más rigurosa y científica. Conocemos numerosas muestras, tanto en su vertiente de pinturas conservadas en covachas o abrigos rocosos –la más abundante–, como en la de grabados o petroglifos realizados en superficies pétreas adecuadas para ello. En cuanto a las pinturas esquemáticas, sabemos ya de su existencia, como hemos indicado, desde comienzos de pasado siglo: Henri Breuil visitó la cueva Chiquita o de Álvarez, próxima a Cañamero, en 1916, convirtiéndose en el primer conjunto pictórico de estas características estudiado en la Alta Extremadura. Sin embargo, los descubrimientos más abundantes se producirán a partir de 1969 –fecha de publicación de los trabajos realizados por Fernández Oxea en el término de Berzocana–, de forma más ocasional al principio, de manera más sistemática con las prospecciones efectuadas durante las décadas de los ochenta y noventa. En la actualidad se conoce un total aproximado de 70 lugares con pinturas, cuyas figuras fueron representadas sobre dos tipos de materiales-soporte: la cuarcita y el granito, cuya diferente naturaleza va a determinar las distintas morfologías, emplazamientos y patrones de distribución geográfica de las estaciones decoradas. Al primer grupo (pinturas sobre cuarcitas) pertenecen unas dos terceras partes del total de estaciones pictóricas del área. Los lugares elegidos para la representación de estos pictogramas son las superficies interiores de los abrigos y covachas abiertos en la base de los abundantes crestones y afloramientos cuarcíticos que recorren la comarca conforme a la típica dirección hercínica de SE a NW, trazando un recorrido aproximado de 60 km en línea recta entre los términos de Cañamero, al sur, y de Campillo de Deleitosa, en su extremo norte. Este tipo de yacimientos pictóricos se suele ubicar al pie de los afloramientos rocosos –crestones, cornisas aterrazadas, apuntamientos–, en ocasiones muy potentes, que coronan amplios tramos de estas serranías; es por esta razón que son localizados normalmente a media ladera, a una altitud que oscila, para el área que nos ocupa, entre los 500 y 1.000 msmn. Muy raras veces aparecen en zonas culminantes (Cueva de los Doblones, Alía, a unos 1450 m. de altitud, o las paredes del Cancho del Reloj, Cabañas del Castillo, situadas a unos 1.100 m.), o en depresiones próximas a cursos de agua (abrigos de la Garganta de Enmedio, Cañamero). Los contenedores de las pictografías son, en consecuencia, pequeñas cavidades, abrigos o paredes rocosos que se abren en las zonas de contacto entre el bloque pétreo y la ladera descendente; el acceso a estos yacimientos suele resultar por tanto relativamente sencillo una vez superadas las dificultades que ofrece la propia pendiente y la vegetación más o menos densa. Tan sólo en determinados casos es necesaria una breve escalada entre las rocas (Aguazal I, en Castañar de Ibor; Risco del Citolar, en Cañamero), que puede llegar a ser peligrosa sin los medios adecuados (abrigo superior del conjunto de Peñas María, en Cabañas del Castillo; Cueva de Las Ferrerías, en Campillo de Deleitosa; o Cueva de Los Doblones, en Alía) (Figs. 6 y 7).

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Figura 6: Ejemplo de cavidad con pintura rupestre esquemática: Cancho de la Burra (Cañamero).

Figura 7: Ejemplo de cavidad con pintura rupestre esquemático: Cueva de la Era del Gato (Cabañas del Castillo).

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Por lo general se trata de lugares que disfrutan de una amplia visibilidad de su entorno, en ocasiones a lo largo de las cuencas fluviales –recordemos los situados a ambos lados del curso alto río Ruecas–, o concentrados en torno a portillos o lugares de paso naturales abiertos en el seno de estas serranías. A su vez, estos enclaves, dada su ubicación, suelen ser visibles desde cierta distancia. Los motivos pintados se conservan en las superficies rocosas más lisas y visibles del fondo y laterales de los abrigos y oquedades rocosas; a veces, cuando la covacha no tiene mucha altura, las figuras aparecen también en el techo o cubierta. Parece que se trata, en la mayor parte de los casos, de representaciones destinadas a ser fácilmente visualizadas por los visitantes. Por su parte, las pinturas rupestres sobre soporte de granito muestran unos criterios de ubicación y distribución algo diferentes, ya sea por las distintas características materiales y geomorfológicas de los batolitos berroqueños con respecto a los afloramientos de cuarcitas, ya sea porque responden a un concepto o funcionalidad distintos. Las pinturas rupestres sobre este tipo de material se concentran, en el caso de la comarca que nos ocupa, en la zona del Alto Tajo, limitando con la provincia de Toledo, y a caballo entre las áreas de Los Ibores, La Jara y el Campo Arañuelo. En contraste con lo que sucede con las estaciones en cuarcitas, donde se documenta en una casi total exclusividad la presencia de motivos pintados, en estos berrocales se constata la presencia tanto de pinturas como de grabados rupestres; sin embargo, salvo algunas excepciones en las que coexisten en una misma estación ambos tipos de técnicas de representación, aunque siempre en paneles diferentes y autónomos entre sí, los abrigos decorados presentan, o bien pictografías, o bien petroglifos, pudiéndose hablar específicamente de abrigos “pintados” o abrigos “grabados”.

Figura 8: Abrigo de la Hoya del Fresno 3 (Bohonal de Ibor). Vista de la estación. Procedencia: Hipólito Collado Giraldo.

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Figura 9: Abrigo de la Hoya del Fresno 3 (Bohonal de Ibor). Figura circular partida diametralmente. Procedencia: Hipólito Collado Giraldo.

Las figuras pintadas suelen ubicarse en las concavidades que se abren en la base de bolos o bloques graníticos, a veces aprovechando sus característicos alvéolos, que parecen actuar a modo de visera o protección relativa de los agentes ambientales; algunas pinturas se realizaron también en las paredes verticales, ligeramente inclinadas, que conforman los frentes de algunos de estos bloques (Figs. 8 y 9). Da la impresión de que, en ciertas ocasiones, estos bloques graníticos decorados parecen haber sido seleccionados por su gran tamaño, o por su singular morfología –recordemos el imponente caso de Peña Castillo (Peraleda de San Román)–, que permiten singularizarlos en su entorno, o por las llamativas oquedades o tramas que la erosión diferencial ha abierto en sus bases. En cuanto a la técnica de realización de las pictografías, tanto en cuarcitas como en granito, predominan los tonos rojos y ocres, con una amplia gama de variantes (marrón-óxido, terroso, pardo, anaranjado, rosáceo, violáceo, rojo pálido, rojo vino, rojo intenso...), matices que dependen del tipo de mineral empleado como colorante –hematita, limonita, ocre... –, el estado de conservación de la figura, el proceso de absorción de la rocasoporte, o el grado de humedad del yacimiento (Fig. 10). Mucho más escasas, muy probablemente por sus mayores dificultades de conservación, resultan las figuras elaboradas con pigmentos blancos, que en algunos casos han adquirido una tonalidad amarillenta. Se pueden encontrar en la Cueva Chiquita –Cañamero– (zoomorfo, trazos concéntricos), Cancho de la Burra –Cañamero– (pequeñas puntuaciones, antropomorfos), Risquillo de Paulino –Berzocana– (posible antropomorfo ramiforme, entre otros signos), Paso de Pablo –Roturas– (figuras de difícil interpretación), y, sobre todo, en el abrigo de Los Doblones –Alía–, donde se ha recurrido a este tipo de colorante para completar las extremidades de un motivo antropomorfo (Fig. 11), o para aplicar el relleno interno a figuras globulares, entre otros trazos (Fig. 12). Casi excepcionales resultan las figuras negras, que también pueden variar del negro intenso a los grises, de las que, en la comarca, tan sólo hemos documentado ejemplos en la Cueva de la Era del Gato –Navezuelas– (posible antropomorfo) (Fig. 13), y el Paso de Pablo (con varios zoomorfos y otras figuras). Disueltos los minerales utilizados para la elaboración de estos pigmentos en

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algún aglutinante líquido o semilíquido de carácter probablemente graso a aceitoso, eran aplicados a la pared con los dedos o con algún instrumento de mayor precisión como pequeños pinceles o plumas. Estas figuras son habitualmente monocromas, realizadas con un pigmento o bien de una tonalidad, o bien de otra, siendo realmente muy poco frecuentes en el panorama del arte esquemático la realizadas mediante combinación de dos colores. De ahí la excepcionalidad de los pictogramas bícromos rojo-blanco localizados por Jaime Cerezo en el abrigo de Los Doblones, en Alía (Figs. 11 y 12).

Figura 10: Cancho del Reloj, pared B (Cabañas del Castillo). Figuras esquemáticas de color rojo.

Figura 11: Abrigo de Los Doblones (Alía). Antropomorfo con el tronco y “antenas” blancos, y extremidades de color rojo.

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Figura 12: Abrigo de Los Doblones (Alía). Forma globular partida diametralmente con trazo rojo, y relleno interior blanco.

Figura 13: Cueva de la Era del Gato (Cabañas del Castillo). Figura (¿antropomorfo?) de color negro.

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La vertiente temática se caracteriza por la práctica inexistencia de escenas o composiciones complejas, con la excepción de la posible escena de caza de la Madrastra I. Las figuras responden a una tipología relativamente limitada, en la que encontramos grafemas inspirados en referencias reales –fundamentalmente figuras humanas y animales–, y otros que consisten en signos de carácter más abstracto o conceptual. Predominan tipológicamente los motivos antropomorfos, que responden a diversas categorías tipificadas como el cruciforme, el ancoriforme –forma de ancla invertida– o la figura en phi griega o de "brazos en jarras", todas ellas reducidas a su mínima expresión anatómica, y con escasísimas referencias de indumentaria o de objetos complementarios. En algún caso, como el Paso de Pablo, encontramos antropomorfos con multiplicación de sus extremidades, en lo que se interpreta como posibles ídolos, interesantes por introducirnos en la órbita de los conceptos mentales y creencias trascendentes de sus creadores.

Figuras 14 y 15: Cueva de Rosa (Cañamero) y Abrigo de Los Doblones (Alía). Figuras antropomorfas de extremidades curvadas.

En cuanto a las representaciones de animales, se encuentran normalmente conformadas por medio de sencillos esquemas pectiniformes –o con forma de “peines”– cuya especie concreta resulta difícil o imposible de identificar (Fig. 16), aunque ocasionalmente se les incorporan ciertos detalles anatómicos, como la cornamenta de un ciervo de La Madrastra I (Cañamero) (Fig. 17); y, finalmente, motivos abstractos de tendencia geometrizante, desde los más simples –puntuaciones o digitaciones (Figs. 18 a 20), trazos o barras verticales u horizontales (Fig. 20), o trazos acodados o “ángulos” (Fig. 21), en ocasiones formando series, alineaciones o agrupaciones–, hasta otros más complejos basados en el círculo (Fig., 22), el cuadrado o el rectángulo, a veces con trazos, reticulados o rellenos interiores (Fig. 19); especialmente abundantes son los soliformes –figuras circulares de cuyo borde exterior arrancan diversos trazos radiales (Fig. 23)–, o los ramiformes –trazos verticales de los que surgen, hacia ambos lados, varios horizontales, perpendiculares o ligeramente inclinados, produciendo signos muy similares a árboles esquematizados (Fig. 18)–.

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Figuras 16 y 17: Cancho de la Burra (Cañamero) y La Madrastra I (Cañamero). Escena con antropomorfos ancoriformes y un animal esquemático (¿perro?) a la izquierda, y cérvido a la derecha.

Figuras 18 y 19: Garganta de Enmedio I (Cañamero) y Cueva Chiquita (Cañamero). Agrupación de puntuaciones o digitaciones asociadas a un ramiforme (izquierda), y motivo en “parrilla” asociado a puntuaciones (derecha).

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Figura 20: La Madrastra I (Cañamero). Puntuaciones y trazos/barras, junto a un posible cuadrúpedo y dos ancoriformes.

Figura 21: Risco del Citolar (Cañamero). Trazos acodados o “ángulos” superpuestos.

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Figura 22: Cueva de la Era del Gato (Cabañas del Castillo). Figura circular con puntuación central, asociada a otros trazos.

Figura 23: Cueva de Los Doblones (Alía). Soliforme “conectado” a un grupo de antropomorfos.

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Hemos de reseñar que, en las estaciones pintadas sobre granito, tan sólo se constata hasta el momento el uso de pigmento rojo. Sus figuras, que por lo general presentan un estado de conservación bastante deficiente a causa del proceso de erosión por desgrane superficial que experimenta este tipo de roca, suelen ser muy sencillas formal y técnicamente, realizadas exclusivamente en trazo grueso. El repertorio figurativo es muy limitado, con un predominio de los motivos antropomorfos, fundamentalmente en formatos ancoriformes y cruciformes, que contrasta con la escasa presencia de motivos zoomorfos, que responden al tipo pectiniforme en todos los casos. Las restantes figuras se encuadran en las morfologías habituales en la pintura rupestre esquemática: soliformes, ondulados, barras, puntos, digitaciones, círculos compartimentados (Fig. 9)… Se considera que la sencillez y limitación temática de estos pictogramas responde a las dificultades para pintar sobre un soporte rugoso como suele ser, habitualmente, la superficie del granito, que impide la precisión en el detalle. También el Geoparque de Villuercas Ibores Jara conserva diversos conjuntos de grabados rupestres al aire libre, menos conocidos en la actualidad que los pictóricos, pero cuyo número se ha incrementado considerablemente gracias en especial a los hallazgos producidos hace algunos años en batolitos graníticos de las áreas de Los Ibores y La Jara por el equipo de investigadores dirigido por Amparo Aldecoa y Arturo Domínguez, lo que ha permitido, además, la propuesta de criterios más ampliamente fundamentados en torno a la distribución geográfica de este tipo de grafías. De acuerdo con la catalogación sistemática de Antonio González Cordero, podríamos establecer para el área que nos ocupa una primera discriminación en función, no tanto de su temática, técnica y posible cronología, como de su ubicación y tipo de soporte pétreo. De este modo, algunos de estos ejemplos, trazados por lo general sobre losas horizontales o verticales de esquistos, se encuentran claramente asociados al curso de arroyos o ríos por su proximidad a los cauces: podemos aquí mencionar los petroglifos de Zamarrera Baja (Berzocana), en la confluencia entre los ríos Berzocana y Almonte, varias piedras grabadas en Cañamero, situadas en las proximidades de arroyos –Valbellido o Vaciancha– que desembocan en el río Ruecas, los conjuntos de Las Ferrerías (Navalvillar de Ibor), en la desembocadura del Solóbriga en el río Ibor, o de Mesas de Ibor (Canchos Blancos y Canchos de Las Cabras), también próximos al cauce de respectivos ríos. Por otra parte, en el área de Los Ibores y La Jara contamos, gracias a los recientes trabajos ya reseñados, un nutrido conjunto de grabados rupestres sobre granito en el área ya mencionada del Alto Tajo. Se ubican por lo general en superficies rocosas horizontales que se extienden al pie de los grandes bloques o bolos graníticos, que les ofrecen un relativo resguardo. Las técnicas de realización son muy variadas, dependiendo en muchos casos del tipo de material lítico seleccionado; en los ejemplos conocidos en la zona predomina la incisión, con surco de diverso grosor y profundidad conseguido mediante la erosión continuada sobre la piedra con un instrumento agudo – dependiendo de la naturaleza de este último se obtiene una sección del grabado en "U" o en "V"–, aunque no faltan realizaciones piqueteadas, de contorno más irregular, ejecutadas con ayuda de un cincel. Encontramos también aquí varias tipologías de motivos, sobre todo ideomorfos o figuras abstractas: en este sentido predominan las agrupaciones de cazoletas o perforaciones semiesféricas de distinto diámetro, a veces unidas mediante canalillos incisos; también aparecen diversos motivos cruciformes, algunos con un sentido claramente religioso –cruces con base triangular o "gólgota"–, y otros aparentemente antropomorfos, así como representaciones de formas angulares, semicirculares o "herraduras" en Peña o Cancho Castillo (Figs. 24 y 25) y el Castillo de Gualija, en Peraleda de San Román; por último, algunas de estas figuraciones adoptan la morfología de confusos trazos incisos que se entrecruzan, formando líneas quebradas, reticulados, escaleriformes y otras composiciones geométricas más o menos complejas: es el caso del interesante conjunto de grabados de la Peña

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del Toro (Castañar de Ibor), donde, junto a diversas figuras reticuladas, zig-zags, motivos geométricos e inscripciones, todos ellos incisos en trazo fino sobre pizarra, encontramos lo que parecen ser perfiles de aves, también incisos (Figs. 26 y 27), y figuras humanas realizadas mediante abrasión. Otro motivo frecuente son los antropomorfos, algunos de tipología muy próxima a las de la pintura esquemática, como los ancoriformes –en Navaluenga–, o de brazos en phi –grabado en una roca de la Fuente del Moro, en Logrosán, hoy desaparecida, en la cual se encontraba el único motivo zoomorfo conocido en la zona–; otras figuras humanas aparecen más detalladas, como los curiosos personajes representados con casco y espada al cinto, que saludan militarmente o danzan, realizadas con incisión fina sobre una pizarra en el lugar de Las Ferrerías, en Navalvillar de Ibor. Otra categoría de figuración grabada documentada en la zona son diversos tableros de juego, en especial alquerques y dameros.

Figura 24: Cancho Castillo (Peraleda de San Román). Vista general. Procedencia: Jerónimo Fernández Moreno (https://www.flickr.com/photos/dejeronimo/sets/72157628079100945/)

La cronología de estas representaciones grabadas resulta problemática a causa de su habitual descontextualización arqueológica, si bien parecen ocupar un amplio margen temporal que se extiende desde el Calcolítico o la Edad del Bronce –la proximidad de los grabados de Navaluenga a un poblado de esta época puede apuntar a esta cronología–, hasta la Edad del Hierro –fase en la que podría encuadrarse la mayor parte de estos petroglifos–, o tiempos claramente históricos –cruces o ciertos antropomorfos bien caracterizados–.

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Figura 25: Cancho Castillo (Peraleda de San Román). Grabados con motivos en ángulo y herraduras. Procedencia: Miguel Urbina (http://rutasporextremadura.net/2012/02/12/20120212-ruta-al-cancho-castillo-en-peraleda-de-san-roman-geositiodel-geoparque-villuercas-ibores-jara-extremadura/).

Figura 26: Peña del Toro (Castañar de Ibor). Vista general. Procedencia: Miguel Urbina (http://lh5.ggpht.com/_AFe_WhBQ_As/S7mR7iFtn2I/AAAAAAAABvc/5iVSBLLqxhk/s800/IMG_1826.JPG).

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Figura 27: Peña del Toro (Castañar de Ibor). Grabados incisos de aves infrapuestos a un reticulado. Foto y trazos de resalte: Miguel Urbina ( http://rutasporextremadura.net/2010/05/03/grabados-de-la-pena-del-toro-castanar-de-ibor/).

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ANEXO I: Las pinturas rupestres en el término de Berzocana En el municipio de la localidad de Berzocana tenemos noticia, hasta la fecha, de la presencia de cuatro estaciones con pinturas esquemáticas, tres de ellas conocidas desde 1969, cuando son publicadas por Fernández Oxea. Estas últimas se sitúan muy próximas entre sí, al pie de la impresionante cresta cuarcítica de la Barrera de Las Sábanas (Fig. 28), al este de Berzocana, formación rocosa perfectamente visible desde la población. Se trata de la Cueva de Los Morales, la Cueva de los Cabritos y la Cueva del Cancho de la Sábana. En todos estos casos encontramos diversas figuras realizadas en color rojo, muy esquemáticas, lo que unido al mal estado de conservación de varios de estos pictogramas, dificulta las posibilidades de identificación de e interpretación de estos conjuntos pintados.

Figura 28: Barrera de las Sábanas (Berzocana), con indicación de la posición de sus tres estaciones rupestres. De izquierda a derecha: Cueva de Los Morales, Cueva de Los Cabritos y Cueva del Cancho de la Sábana.

En la Cueva de Los Morales (Fig. 29), cavidad de forma cilíndrica que desciende hacia un espacio interior más amplio, se conservan restos de pinturas rupestres, muy desvaídos y en la actualidad difíciles de percibir a simple vista, localizados en la pared derecha de la caverna, a escasos cm. de la entrada, en varios paneles o superficies rocosas lisas unidas entre sí (obsérvese que en las tres cavidades decoradas de este conjunto la mayor parte de las pinturas se encuentra cerca de la entrada, en la zona iluminada por la claridad solar). En ellos, aparte de restos informes de pintura situados más a la izquierda, pueden intuirse, junto a algún trazo y puntuaciones – tres de ellas alineadas en vertical–, lo que ya desde su descubrimiento se interpretó como algún tipo de arma –tal vez un puñal–, y, justo por debajo, una posible figura humana, aparentemente de tipo ancoriforme, de la que apenas se percibe hoy el arco superior de la figura conformando los brazos del personaje.

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Figura 29: Cueva de Los Morales (Berzocana). Entrada.

En la Cueva de Los Cabritos (Fig. 30), situada a unos 100 m. al sur de la anterior, que presenta unos 10 m. de profundidad, las pictografías se localizan en la cubierta inclinada de la cavidad, aproximadamente a 1 m. de la entrada de la misma. Aparte de manchas informes de pintura, y una pequeñísima figura de trazo fino semejante a una “punta de flecha”, presenta un panel razonablemente bien conservado, donde se agrupa un cúmulo un tanto confuso de figuras (Fig. 31). La parte mejor preservada es la superior de la composición, donde observamos dos figuras en forma de “Y”, aunque con sus dos trazos superiores curvados hacia abajo, unidas ambas en sus extremos inferiores mediante un trazo “serpentiforme” de meandros muy cerrados que las conecta. De su extremo inferior surge otro trazo sinuoso, que se desarrolla hacia la derecha, y que acaba aparentemente en un remate en forma de “T”. Por debajo de esta agrupación se observan otras figuras en peor estado: restos de un trazo también aparentemente serpentifiorme, cuyo extremo superior se “deshace” en micro-puntuaciones bien definidas, un trazo o barra vertical gruesa, y otra figura formada por varios trazos que convergen, y que podría ser desde una figura animal, hasta una figura “ramiforme” (formada por un eje central del que surgen en perpendicular o radialmente varios trazos, conformando una figura vegetal o antropomorfa). Las figuras superiores, de acuerdo con las teorías interpretativas tradicionales (podemos establecer paralelos con la Cueva de Los Letreros, en Vélez Blanco, Almería), se han interpretado como posibles figuras humanas “conectadas” entre sí por algún tipo de vínculo –representado mediante el trazo sinuoso–, que podría ser de carácter sexual si nos encontramos ante la imagen de una posible pareja, de carácter familiar, o bien expresando algún tipo de orden social o pertenencia a determinada comunidad.

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Figura 30: Cueva de Los Cabritos (Berzocana). Entrada.

Figura 31: Cueva de Los Cabritos (Berzocana). Composición principal en la cubierta.

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En la Cueva del Cancho de la Sábana (Fig. 32), el covacho rocoso de mayor amplitud de los que aquí estamos describiendo, se conservan varios paneles decorados de pequeñas dimensiones, que se distribuyen por la pared derecha del abrigo en un tramo de unos 5 m. de profundidad a partir de la entrada de la cavidad. Dentro de esta área, a diferentes alturas, se disponen las representaciones, que presentan cierto grado de dispersión a causa de la intensa fragmentación de la superficie cuarcítica en esta zona del abrigo. Aparte de restos de trazos verticales u horizontales, o sombras de pigmento pertenecientes a figuras aparentemente más complejas, quedan vestigios de, al menos, tres posibles animales cuadrúpedos –hipótesis que se expone con todas las reservas, a la vista de la extrema sumariedad de las figuras–; la existencia sobre dos de ellas (Figs. 33 y 34) –bastante clara en uno de los casos– de un añadido en forma de “T” podría estar hablando, si seguimos las teorías interpretativas tradicionales, de posibles representaciones muy esquematizadas de jinetes, y estar, por tanto, ante posibles escenas de equitación.

Figura 32: Cueva del Cancho de la sábana (Berzocana). Entrada.

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Figura 33: Cueva del Cancho de la sábana (Berzocana). ¿Figura de un cuadrúpedo montado por un jinete?

Figura 34: Cueva del Cancho de la sábana (Berzocana). ¿Figura de un cuadrúpedo montado por un jinete?

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Muy diferente de las pequeñas figuras anteriores, con un tamaño y trazo de mayores dimensiones, es una pictografía que se sitúa claramente más al fondo de la cavidad, sobre la misma pared-techumbre de la derecha, formando una clara figura humana con sus brazos y piernas totalmente extendidos, algo arqueadas hacia abajo, dibujando un cruciforme doble; en él se indica claramente la cabeza mediante la prolongación superior del eje vertical –o “corporal”– la figura, y el sexo masculino con la prolongación inferior de la misma (Fig. 35).

Figura 35: Cueva del Cancho de la sábana (Berzocana). Gran antropomorfo cruciforme conservado en el interior de la cavidad.

Como hemos indicado, además de este conjunto de tres estaciones, en el término de Berzocana se conserva una estación más, de gran interés, conocida como Risquillo de Paulino (Fig. 36). Localizado en el extremo meridional de la Sierra de Berzocana, en un afloramiento singular de cuarcita –el “Risquillo”--, a unos 4 km de esta localidad en dirección a Cañamero, no adquiere en este caso la morfología de un cavidad de cierta profundidad –como en los ejemplos vistos de la Barrera de las Sábanas–, sino de típico abrigo rocoso abierto al aire libre en la base de un risco. En contraste con los escasos motivos y composiciones conservados en las anteriores estaciones del municipio, el Risquillo contiene uno de los conjuntos de figuras esquemáticas más nutrido y diversificado, tanto temática como técnicamente, de todo el Geoparque de Villuercas Ibores Jara. El estado de sus pictografías es razonablemente bueno, aunque muchas de ellas se encuentran mutiladas –y

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probablemente varias hayan desaparecido–, por el intenso proceso de descamación que ha experimentado la roca-soporte, de la que se han desprendido en diversos lugares “escamas” o laminillas superficiales de cuarcita, probablemente por acción del fuego de incendios, afectando a numerosos pictogramas.

Figura 36: Risquillo de Paulino (Berzocana). Vista general del abrigo.

En sus amplios paneles, que se distribuyen por las zonas más aptas para pintar del interior del abrigo (Figs. 37 y 38), encontramos diversos antropomorfos con las extremidades curvadas –o de tipología ancoriforme–, respondiendo a diferentes tamaños y tipos: con el eje corporal más o menos largo, con o sin la indicación de la cabeza, con o sin indicación de las extremidades inferiores…–; algunos de ellos presentan una multiplicación de las extremidades, tal vez configurando un ídolo o entidad de carácter sobrenatural. También encontramos algunos zoomorfos, en algún caso con indicación de “cuernos” u “orejas”, aunque otros reducidos a su más elemental aspecto de pectiniformes o “peines” –uno de estos animales aparece, curiosamente, en disposición vertical–. También se localizan aquí otras categorías de signos muy habituales en el ciclo esquemático: las barras y las puntuaciones –estas últimas llamadas “digitaciones” cuando son realizadas aparentemente con la yema del dedo mojada en pigmento–, que pueden aquí encontrarse aisladas, en alineaciones o series, o bien en grupos: una composición interesante es la formada por tres trazos horizontales, flanqueados por otro largo vertical a la izquierda, que encierran entre ellos sendas series horizontales de cuatro digitaciones. Las barras o trazos presentan longitudes muy variables, que alcanzan en algunos casos unos 10 cm. Entre los ideomorfos o figuras simbólicas se conserva también un pequeño círculo con tres puntuaciones en su interior así como algunos trazos semicirculares, y un reticulado de trazo fino.

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Figuras llamativas son las diversas “manos” que aparecen en sus paneles, algunas muy visibles, y cuya interpretación resulta problemática: podría verse en ellas, en efecto, representaciones en positivo de manos humanas, aunque con cuatro dedos en todos los casos, o bien entender que se trata de representaciones de “soles” –los soliformes son también frecuentes en el imaginario esquemático–, si bien representados de forma parcial, solo con algunos trazos radiales proyectados hacia arriba. Es una cuestión que sigue sin resolverse. También desde el punto de vista técnico, este abrigo decorado resulta sumamente interesante, ya que, por una parte, se han documentado en él figuras realizadas tanto en distintos tipos de pigmentos rojizos –la inmensa mayoría– como en color blanco; por otro lado, las pictografías presentan muy diferente grosor en su trazado: muchas de ellas, realizadas probablemente con la yema del dedo, alcanzan una anchura considerable, en contraste con otras de trazo más delgado, o incluso numerosas líneas paralelas muy finas, de carácter filiforme, ejecutadas probablemente mediante la técnica del grafitado, o fricción de una porción de colorante sólido directamente sobre la superficie rocosa. En cuanto a las figuras blancas, constituyen la agrupación más compleja realizada con esta coloración en todo el Geoparque: se puede contemplar en la esquina superior derecha del área decorada, y está formada por una figura ramiforme de cierta longitud, con varios trazos perpendiculares a cada lado que surgen del eje vertical axial, que se bifurca en doble trazo en el extremo superior, adquiriendo un posible carácter de ídolo antropomórfico. Sobre él se ubica, en el mismo color, una figura triangular con su interior hueco, y, a la derecha, cuatro puntuaciones alineadas en horizontal.

Figura 37: Risquillo de Paulino (Berzocana). Aspecto de uno de los conjuntos, con figuras de antropomorfos, zoomorfos, trazos, puntuaciones, “manos”… Obsérvese la figura antropomorfa blanca en el ángulo superior derecho.

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Figura 38: Risquillo de Paulino (Berzocana). Detalle de diversas figuras antropomorfas de distinto tipo, trazos verticales y, en el borde inferior, pequeño círculo con tres puntuaciones en su interior.

Como se puede apreciar en las fotografías anteriores, todas las estaciones del término del Berzocana presentan cerramientos metálicos de protección y cartelería explicativa dispuesta en los mismos. Todo ello se instaló a raíz de un proyecto de puesta en valor de estos yacimientos, llevado a cabo un equipo formado por Alfonso Barrón, Rocío Casasús, Miryam Galaz y Milagros Fernández en el año 1998, con apoyo y asesoramiento de la Dirección General de Patrimonio de la Consejería de Cultura y Patrimonio de la Junta de Extremadura, creándose infraestructuras básicas de accesibilidad y protección del yacimiento. Tras un estudio previo de impacto, se diseñaron para las cuatro estaciones cerramientos apropiados por medio de verjas que impiden el contacto directo del visitante con el arte rupestre. Todos estos cerramientos poseen la calidad adecuada para resistir permanentemente la acción de los fenómenos ambientales y meteorológicos, y la solidez suficiente ante posibles acciones vandálicas, son reversibles, no provocan agresiones a la roca, no producen manchas –pintura, oxidación del metal–, y no reaccionan químicamente con la piedra o con el propio arte rupestre. Su impacto en el paisaje se ha minimizado mediante una disposición y color que resultan lo más miméticos posible. También se llevaron a cabo en estas estaciones actuaciones de limpieza y consolidación de los pigmentos y sus soportes o paneles a cargo de profesionales acreditados y con experiencia en el tratamiento de arte rupestre. El proceso de puesta en valor se completó con el diseño e instalación de cartelerías de apoyo junto a las estaciones, con reproducción de los motivos pintados acompañada de breves textos explicativos de carácter divulgativo y didáctico.

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ANEXO II: Historia de los descubrimientos de arte rupestre en el Geoparque Villuercas Ibores Jara: el caso del Valle del río Ruecas1 El curso alto del río Ruecas, con casi una veintena de estaciones de pintura esquemática conocidas hasta la fecha, constituye área de indudable interés en el contexto del arte rupestre extremeño. Ello se debe no sólo a la cantidad o a la calidad de las pictografías prehistóricas conservadas, sino al hecho de que este valle altoextremeño ha servido de auténtico “laboratorio” para ensayar algunas de las propuestas más innovadoras de los investigadores y especialistas en esta materia, tanto en el estudio de los motivos en sí, como en el de las pautas de distribución de las rocas decoradas en el paisaje. A continuación vamos a trazar una rápida panorámica de la historia de la investigación en el valle del Ruecas, atendiendo a los sucesivos hallazgos de abrigos y covachas pintadas. El tiempo de los pioneros: 1915-1933 De acuerdo con la información de que hoy disponemos, puede afirmarse que los primeros estudios efectuados sobre la pintura rupestre esquemática de la cuenca alta del río Ruecas –en el tramo inicial de su cauce, perteneciente al término municipal de Cañamero– marcaron el inicio de la investigación en la Alta Extremadura en lo concerniente a este importante testimonio gráfico de la Prehistoria reciente. Juan Cabré Aguiló, en su obra El arte rupestre en España, editada en 1915, ya menciona la Cueva de Álvarez. Por su parte, el abate y arqueólogo francés Henri Breuil, profesor de Ciencias de la Universidad de Friburgo, gracias al apoyo financiero del príncipe Alberto I de Mónaco, y con el auxilio de un amplio equipo de prospectores y colaboradores, emprendió en 1915 el estudio de las pinturas esquemáticas de las serranías de Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura. El 19 de junio de 1916 llega a Logrosán, alcanzando la sierra de Guadalupe entre los días 20 y 21 del mismo mes, momento en el que lleva a cabo el estudio de la Cueva Chiquita o de Álvarez, que publica, incluyendo una fotografía general del enclave y el calco de algunos de sus conjuntos pictóricos más representativos, en su corpus monumental sobre el arte esquemático de la Península Ibérica en 1933 (Fig. 39), constituyendo el primer estudio sistemático y riguroso de la mayor parte de las figuras conservadas en la cavidad.

Figura 39: Calco de algunos conjuntos pintados de la Cueva Chiquita, o “de La Chiquita” (según H. Breuil, 1933). 1.- Este apartado constituye una síntesis del artículo de GARCÍA ARRANZ, J. J.; COLLADO GIRALDO, H.; DOMÍNGUEZ GARCÍA, I. Mª; y RIVERA RUBIO, E., “Arte rupestre en el curso alto del río Ruecas (Cañamero) (II): Historia de la investigación y la documentación”, en SOTO VÁZQUEZ, J.; ROSO DÍAZ, M. (Eds.), Actas II Jornadas Internacionales de Historia y Literatura de la Comarca de Las Villuercas. Investigación y didáctica, Cáceres, Diputación de Cáceres/ Ayuntamiento de Logrosán, 2012, pp. 65-113.

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Con ocasión de la realización de su Catálogo Monumental de la provincia de Cáceres, José Ramón Mélida también estuvo personalmente en la misma cavidad poco antes de la publicación del libro, en el año 1924. Además de alusiones a las actividades de Cabré y Breuil en las sierras salmantinas, Mélida reitera la noticia de la existencia de pinturas rupestres en la sierra de Guadalupe, y añade, en el volumen de láminas de la obra citada, las primeras fotografías conocidas de la Cueva Chiquita, y un croquis muy sumario de algunas de sus representaciones (Fig. 40).

Figura 40: Fotografías y calcos de la Cueva de Álvarez en el Catálogo Monumental de España. Provincia de Cáceres, de J. Ramón Mélida Alinari (1924). Mélida aparece en una de las fotografías.

De la prospección local a la prospección institucionalizada: desde 1971 hasta la actualidad A partir de la tercera década del pasado siglo se observa en nuestro país, en lo que a la investigación en arte rupestre se refiere, la convivencia de una doble situación de distinto signo. Por un lado, nos encontramos con un prolongado vacío documental que afectó a los estudios en este campo en el ámbito nacional –y, por extensión, también en el extremeño– a raíz de la publicación del corpus de Breuil. Tal situación debe atribuirse principalmente a la Guerra Civil y sus secuelas, en especial la precariedad económica e intelectual que

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experimentaron los años posteriores al conflicto, o a factores más específicos como la marginación o exilio de los escasos especialistas supervivientes vinculados a la universidad o a los museos, y el desmantelamiento de instituciones como la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas o la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, vacíos que apenas pudieron ser subsanados con la creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pese a su sólidos fundamentos. De este modo, no es hasta la década de los setenta que se detecta un incremento sustancial de los hallazgos o de la documentación disponible sobre yacimientos rupestres hispanos. Si retomamos el ámbito concreto de Las Villuercas, las referencias bibliográficas anteriores a 1970 se reducen a la rápida e imprecisa anotación que Eduardo Hernández Pacheco inserta, dentro del catálogo de estaciones de arte rupestre neolítico, en su libro El solar de la historia hispana (1952), o a la breve alusión de Pilar Acosta a las pinturas de la Cueva Chiquita, cuyo conocimiento se limita a los datos y calcos aportados por Breuil, en su obra de síntesis ya clásica (1968). Será José Ramón Fernández Oxea quien abra una nueva etapa de descubrimientos con la publicación, en 1969, de diversos conjuntos pictóricos y grabados de los términos de Berzocana y Logrosán. Su trabajo, aproximación muy personal totalmente ajena a las ideas y nomenclatura entonces vigentes sobre la pintura esquemática, posee sin embargo el indiscutible mérito de estimular el interés de los potenciales investigadores hacia esta parcela de nuestro patrimonio cultural. Un fiel cronista de esta reactivación investigadora fue Valentín Soria Sánchez, quien, fue dando a conocer en sucesivos trabajos durante los primeros años setenta puntual reseña de diversos descubrimientos de arte rupestre en las serranías de Las Villuercas (cuevas de El Escobar y Las Arbellas en Roturas, la estación de Los Concejiles –aún no identificada- en Navezuelas, y otros lugares en las proximidades de Solana de Cabañas) que se estaban produciendo en aquellos momentos. Tales noticias llaman muy pronto la atención de los especialistas. El trabajo que Mª Cleofé Rivero de la Higuera, entonces estudiante de Doctorado del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Salamanca, publica en 1973 supuso una contribución bibliográfica de indudable importancia al constituir la primera recopilación documentada de abrigos rupestres extremeños, ya conocidos o aún inéditos, desde el corpus de Breuil. Esta autora presenta, en el contexto del río Ruecas, un análisis de las grafías más visibles del Cancho de La Burra, y publica las primeras fotos de los abrigos de la sierra de La Madrastra. De acuerdo con la información que nos ha transmitido Juan Gil Montes, el descubrimiento del Cancho de La Burra se produjo a partir de la noticia que el entonces propietario de la finca en la que se encuentra la estación, Isidro Cortijo, proporcionó a Graciano Bau. Éste, tras visitar el lugar y reproducir sumariamente algunas de sus figuras, consultó sobre el particular a Juan Gil, quien corroboró la autenticidad y antigüedad de sus grafías rupestres en la exploración que ambos hicieron el 5 de enero de 1972 (Fig. 41). Animados por tan importante novedad, los dos decidieron rastrear en esa misma jornada las sierras situadas al otro lado del río Ruecas, en su margen izquierda, obteniendo como feliz resultado el hallazgo de dos nuevos abrigos con pinturas esquemáticas. La labor prospectora de Juan Gil y Graciano Bau resultará fundamental para el conocimiento de las pinturas rupestres del valle del Ruecas, pues a estos notables hallazgos iniciales sumarán sucesivos descubrimientos en las dos décadas siguientes. Gil Montes localiza la Cueva de Rosa y el abrigo de Los Vencejos el 25 de agosto de 1974 –ambos objeto de un posterior trabajo científico en colaboración con Antonio Rodríguez de las Heras (Fig. 42)–, y el abrigo del Batán, situado en el extremo meridional de la sierra del Pimpollar, a finales de esa misma década; por su parte, en torno a 1990 Graciano Bau descubrió tres nuevas estaciones en la zona: Chiquita II, pequeña covacha situada sobre la visera pétrea de la Cueva de Álvarez, y dos abrigos junto al cauce del arroyo de Las Alberquillas, conocido en Cañamero como garganta de Enmedio, tributario del río Ruecas a la altura del pantano del Cancho del Fresno.

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Figura 41: Juan Gil Montes en el abrigo de Cancho de la Burra el día de su descubrimiento (4 de enero de 1972). Fotografía del archivo de Juan Gil Montes.

Figura 42: Croquis esquemático del alzado y planta de la Cueva de Rosa (según A. Rodríguez de las Heras y J. Gil Montes, 1974).

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La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura entró en escena prácticamente desde su puesta en funcionamiento con la realización de diversas actividades destinadas al conocimiento y difusión de estas manifestaciones prehistóricas. Buena muestra de ello son los itinerarios y prospecciones que, durante los cursos 1974-75 y 1975-76, se llevaron a cabo con grupos de estudiantes de la titulación de Geografía e Historia por el municipio de Berzocana y el río Ruecas. A partir de la década de los ochenta los estudios sobre la Prehistoria española, y concretamente la investigación en arte rupestre, se van a caracterizar por la implantación plena de instituciones universitarias en el marco de la investigación arqueológica, y por la instauración en nuestro país de las Administraciones autonómicas a partir de 1985. El traspaso de competencias a las nuevas autonomías llevó aparejada la creación de servicios de gestión del Patrimonio Arqueológico en cada comunidad, y un notable incremento de fondos destinados a la investigación arqueológica con vistas a la elaboración o desarrollo de las cartas arqueológicas provinciales, o a programas de actuación para la mejora y salvaguarda de los yacimientos conocidos de antiguo o de aquellos localizados y estudiados a partir de las nuevas campañas de investigación gestionadas desde los propios gobiernos autónomos. Para el caso extremeño, debe subrayarse la especial atención mostrada por la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura en cuanto al conocimiento, catalogación y protección del arte rupestre de la comunidad. En cuanto al papel desempeñado por la universidad extremeña, el masivo incremento de alumnos que la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres experimenta en estos años tendrá su reflejo en la producción especializada propia de las investigaciones procedentes de este ámbito, cuya finalidad se concreta en la realización de trabajos académicos, memorias de licenciatura o tesis doctorales centradas en el arte postpaleolítico regional. Empiezan a surgir, además, proyectos realizados por equipos multidisciplinares, financiados por los programas de actuación de los organismos gestores del patrimonio arqueológico extremeño. El mayor desarrollo de la investigación y del número de investigadores ha supuesto un aumento significativo de hallazgos de nuevas estaciones, y de trabajos que contextualizan e incrementan de forma muy notable la nómina de abrigos conocidos en la región, si bien, como ya vimos, partiendo en todos los casos de los descubrimientos publicados por Breuil y otros estudiosos en las décadas iniciales del siglo pasado, o de las más recientes noticias proporcionadas por prospectores y aficionados locales, que han servido de valioso referente para la planificación de los proyectos. Síntoma de todo de todo ello es la intensificación de la actividad investigadora en Las Villuercas durante la segunda mitad de la década, con una importante labor de prospección y catalogación ya decididamente emprendida desde el ámbito universitario y la Administración extremeña. Desde 1986 se desarrollará un Plan de Estudio del arte rupestre en toda la provincia de Cáceres por parte de un equipo de investigadores extremeños – entre los que se encuentran Antonio González Cordero y Manuel de Alvarado Gonzalo, ambos muy vinculados a futuras investigaciones sobre el arte rupestre del área villuerquina y del río Ruecas–, en colaboración con el Departamento de Prehistoria de la Universidad de Alcalá de Henares. Y, entre 1987 y 1989, José Julio García Arranz desarrolla igualmente investigaciones en el valle del Ruecas con ocasión de su Memoria de Licenciatura sobre la pintura rupestre esquemática de la comarca de Las Villuercas, llevando a cabo una revisión, con nuevos calcos, de las investigaciones y descubrimientos operados con anterioridad en la zona, cuyos resultados fueron publicados en 1990. Dentro de la serie de publicaciones sucesivas que ven la luz entre 1991 y 1995, firmadas por González Cordero y De Alvarado Gonzalo, además de varios abrigos decorados aún inéditos en el área de Las Villuercas, ambos investigadores dieron a conocer, en el último de estos trabajos, las estaciones rupestres del Ruecas descubiertas pocos meses antes por Graciano Bau Gonzalvo. Este listado de descubrimientos se cierra provisionalmente con la noticia que Antonio González Cordero da en 1999 de sendos abrigos del paso de La

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Escarihuela, en pleno acceso a la cumbre de cerro del Castillo, muy próximo al casco urbano de Cañamero, descubiertos a mediados de los años 90 por Juan Vegas Cordero. La nómina de hallazgos documentados en el entorno del Ruecas alcanza así las 16 estaciones rupestres. En la actualidad, y concretamente a partir del verano de 2008, se han reiniciado los trabajos arqueológicos en las inmediaciones del río Ruecas. Durante los meses de junio y julio de ese año se emprendieron en la Cueva Chiquita labores de limpieza sistemática de los paneles pintados y grabados del abrigo, promovidas por la Consejería de Cultura y Turismo de la junta de Extremadura, con el fin de adecuar su interior para la visita con las oportunas instalaciones que hoy pueden contemplarse (Fig. 43). La revisión completa de sus motivos –con la catalogación de algunos pictogramas inéditos o parcialmente conocidos–, fue ya incorporada a la correspondiente guía editada para la visita al yacimiento. También en esas mismas fechas se puso en marcha el proyecto de investigación denominado “Análisis y valoración del aprovechamiento social y turístico de la pintura rupestre esquemática de la comarca de Villuercas-Ibores-Jara” (2008-2011), integrado en el Plan de Ayudas en Materia de Investigación, Desarrollo Tecnológico e Innovación en el Ámbito de la Comunidad Autónoma de Extremadura de la Dirección General de Universidad y Tecnología de la Junta de Extremadura; su objetivo inicial fue la prospección sistemática de las sierras y afloramientos rocosos de la comarca, con la colaboración de alumnos de la Universidad de Extremadura y voluntariado local, con el fin de someter a revisión todo lo ya conocido, e incorporar los nuevos descubrimientos que tuvieron lugar en el transcurso del proyecto (Fig. 44).

Figura 43: La Cueva Chiquita o de Álvarez tras la instalación de las estructuras para la adecuación de la visita (2008).

Esta ya larga trayectoria investigadora, con la valiosa aportación de todos sus protagonistas, ha posibilitado que el curso alto del Río Ruecas, con su veintena de estaciones conocidas, sea una de las áreas extremeñas con arte rupestre más sistemáticamente prospectada, y una de las mejor estudiadas del patrimonio del arte rupestre postpaleolítico de nuestra comunidad.

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Figura 44: Alumnas de la Universidad de Extremadura desarrollando labores de prospección sistemática en la sierra de El Pimpollar (otoño de 2009). DIVERSAS VISTAS DEL VALLE DEL RÍO RUECAS CON LA UBICACIÓN DE LAS ESTACIONES RUPESTRES

Figura 45: Valle del río Ruecas desde el abrigo de La Madrastra II, con indicación de la posición de la Cueva de la Era del Gato.

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Figura 46: Situación del abrigo de La Madrastra II, y representación de algunas de sus figuras.

Figura 47: Vista del Valle del Ruecas y del embalse del Cancho del Fresno desde La Madrastra I, con indicación de la situación de la Cueva Chiquita (izquierda) y Cancho de la Burra (derecha).

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Figura 48: Abrigo de La Madrastra. Posible representación de una escena de caza.

Figura 49: Vista del Cancho de la Burra desde el abrigo II de la Garganta de Enmedio.

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Figura 50: Vista general de la Cueva Chiquita.

Figura 51: Vista general del Cerro del Castillo de Cañamero con indicación de los abrigos del Paso de la Escarihuela (izquierda) y del abrigo de Asunción (derecha).

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Figura 52: Vista del cauce del río Ruecas desde la Cueva de Rosa.

Figura 53: Vista del cauce del río Ruecas desde el Cerro del Castillo con indicación de la situación de los abrigos de Los Vencejos (izquierda) y la Cueva de Rosa (derecha).

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ANEXO III: Listado de estaciones de pintura rupestre esquemática localizadas en el Geoparque Villuercas Ibores Jara.

Término de Cañamero

Término de Cabañas del Castillo

- Abrigo del Batán o El Cenal.

- Peñas María I, II, III y IV.

- Risco del Citolar. - Los Vencejos I, II y III.

Término de Roturas

- Cueva de Rosa.

- Cueva del Tío Gallinero.

- Abrigo de Asunción.

- Cueva de La Arbella.

- Cerro del Castillo I y II.

- Paso de Pablo.

- Cueva Chiquita I y II.

- Cueva de El Escobar.

- Cancho de la Burra. - Garganta de Enmedio I y II.

Término de Castañar de Ibor

- La Madrastra I y II.

- El Aguazal o cuevas de la Sierra de Viejas I y II.

Término de Berzocana - Risquillo de Paulino.

Término de Robledollano

- Cueva del Cancho de la Sábana.

- El Carabal

- Cueva de Los Cabritos. - Cueva de Los Morales.

Término de Fresnedoso de Ibor - Pico de la Covacha

Término de Solana de Cabañas - Cancho del Reloj I, II y III.

Término de Mesas de Ibor

- Cancho del Valle del Castillejo.

- Puerto de Mesas

- Collado de la Cruz Rota.

- Cerro de Las Veredas I y II - Los Tribunales III y IV

Término de El Gordo - Rivero I

Término de Alía - Cueva de Los Doblones

Término de Serrejón -

- Abrigo de Los Doblones

Cueva Bermeja

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Término de Campillo de Término de Navezuelas

Deleitosa

- Cueva de La Era del Gato

- Cueva de Juan Candila o de

- Los Concejiles.

Las Ferrerías

- Peña Juracá. Término de Bohonal de Ibor Término de Peraleda de San

- Hoya del Fresno I, IV, V, VI, VII, VIII, IX y X

Román

- Valle Quemado XI y XII - Navaluenga I, II y III

- Risco Amarillo III, XIV, XV y XVI - Pozo Airón XVII y XVIII

ANEXO IV: Listado de estaciones con grabados rupestres postpaleolíticos localizadas en el Geoparque Villuercas Ibores Jara.

Término de Peraleda de San

Término de Valdelacasa de Tajo

Román

- El Castillejo - Navaluenga I-VII - Peña o Cancho Castillo I-IV

Término de Cañamero

- Castillo de Gualija

- Balvellido - Vaciancha I-IV

Término de Castañar de Ibor

- Las Alberguerías

- La Peña del Toro Término de Berzocana Término de Navalvillar de Ibor

- Zamarrera Baja

- Las Ferrerías Término de Logrosán Término de Roturas

- La Fuente del Moro

- Las Arbellas Término de El Gordo - Rivero II

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Término de Mesas de Ibor

Término de Bohonal de Ibor

- La Cabeza I y II

- Hoya del Fresno II, III y VIII

- Los Tribunales V y VI

- Risco Amarillo XV

Término de Berrocalejo - Los Canchos I, II y III

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