El año cuando el mundo se incendió. Régimen de incendios y estructura agraria en Costa Rica

September 16, 2017 | Autor: Wilson Picado | Categoría: Central America and Mexico, Agrarian Change, Costa Rica, Forest fire
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Descripción

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“The Year the World Caught Fire”. Fire Regime and Agrarian Structure in Costa Rica “El año cuando el mundo se incendió”. Régimen de incendios y estructura agraria en Costa Rica Wilson Picado Umaña Carlos Cruz Cháves

Simposio “Historia y Sustentabilidad. Lecturas desde la Historia Agraria y Ambiental”, Escuela de Historia y Maestría en Historia Aplicada, Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica. Agosto de 2013.



Doctor en Historia, Universidad de Santiago de Compostela, España. Profesor e investigador de la Escuela de Historia y la Maestría en Historia Aplicada de la Universidad Nacional, Costa Rica.  Egresado de la Maestría en Historia Aplicada de la Universidad Nacional. Investigador de la Sede Regional Chorotega, de la Universidad Nacional, Costa Rica.

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Palabras clave: Fuego / Incendios forestales / Estructura Agraria / Historia Ambiental / Costa Rica Resumen Este artículo realiza un balance de la evolución de los incendios forestales en Costa Rica durante las últimas décadas. Su objetivo es relacionar el desarrollo de los incendios forestales con los cambios ocurridos en la estructura agraria del país en los últimos años. Para ello aprovecha el marco teórico de la Ecología del Fuego para identificar los procesos sociales e históricos que afectan la conformación del régimen de incendios. El estudio se fundamenta en la revisión de fuentes primarias y secundarias, así como de mapas y estadísticas públicas.

Key Words: Fire / Forest Fire / Agrarian Structure / Environmental History / Costa Rica Abstract This article analyzes the evolution of forest fires in Costa Rica over the past decades. Its aim is to relate the development of forest fires with the changes in the agrarian structure of the country in recent years. This approaches the theoretical framework of the Fire Ecology to identify the social and historical processes that affect the formation of the fire regime. The study is based on a review of primary and secondary sources, as well as maps and public statistics.

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Introducción 1998 fue un año dramático para Costa Rica en lo que se refiere a los incendios forestales. Se estima que durante ese año ocurrieron más de mil quinientos incendios en diferentes partes del país, afectando más de 60 mil hectáreas, según datos del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (2006). Poco menos de 10 mil hectáreas del total de las tierras afectadas eran zonas de bosque, mientras que el restante se situaba en zonas de agropaisaje. No deja de ser importante señalar que este ha sido uno de los años con la mayor cantidad de hectáreas afectadas por los incendios en Costa Rica en los últimos 15 años. Como era de esperarse, la prensa le brindó una cobertura amplia al problema. La República del 28 de marzo daba cuenta de la situación con un título explícito: “¡Arde Guanacaste¡” (La República, 28 de marzo de 1998: 5A) (Ver Figura 1). A inicios de abril el periódico La Prensa Libre resaltaba la alarma que existía por la proliferación de incendios en el país; una alarma que se sustentaba en un número de incendios que había alcanzado niveles record. El “depredador ardiente”, como literariamente lo llamó un periodista, estuvo en las salas de redacción de los principales periódicos del país desde prácticamente el mes de enero de ese año, cuando empezó a contabilizarse en las provincias de Guanacaste y Puntarenas, mayoritariamente (La Nación, 13 de julio de 1998: 2). Además de los incendios, los periódicos informaron sobre la incidencia de una intensa sequía en prácticamente todo el país, que llegó a generar problemas de escasez de agua, pérdidas de cosecha y, claro está, temperaturas promedio inusuales para la época. Una noticia de La Nación de abril de ese año informaba acerca de un estudio del Instituto Meteorológico Nacional, en el que se estimaba el faltante de agua en las distintas regiones del país. El informe indicaba que, a excepción de la Región Atlántica, el resto de regiones presentaba déficit como consecuencia de la disminución de las lluvias, siendo el caso de la Región Chorotega el más notorio, donde el faltante de agua rondaba el 50 por ciento respecto a un año normal (La Nación, 1998). Otras noticias citaban el efecto negativo de la sequía sobre la economía del país. “El culpable de todo esto”, indicaba una nota de La Nación de marzo de ese año, “es el fenómeno de El Niño, cuyas manos traviesas ya se han extendido por todo el país y están afectando, de una u otra forma, al sector agropecuario” (La Nación, 2 de marzo de 1998). Lo cierto es que desde febrero de 1998 las noticias se dedicaron a resaltar las temperaturas inusualmente elevadas para la época. “Calor rompe récord”, titulaba La Nación una nota del 19 de febrero, en la que se afirmaba que el calor se había vuelto “inclemente” y que aumentaba “a paso olímpico al punto de romper algunos récords de temperaturas máximas de febrero, registrados durante los últimos 25 años” (La Nación, 19 de febrero de 1998: 4A).

4 Figura 1. Rocío Estrada, “Arde Guanacaste”, La Nación, 28 de marzo de 1998: 5A.

Figura 2. “Brasil impotente ante el fuego”, La Nación, 22 de marzo de 1998: 19A.

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Otro foco de interés de las noticias fueron los incendios que entonces afectaban Brasil, México y Centroamérica. El 20 de marzo La Nación informaba sobre un incendio que “devoraba” el estado amazónico de Roraima, en el límite con Guyana y Venezuela (Ver Figura 2). Dos días después en el mismo periódico se retomaba el caso, esta vez precisando que la cobertura del incendio era de unos 40 mil kilómetros cuadrados, con unos 2 mil focos de propagación. En mayo la atención se volcó sobre México, con más de 10 mil incendios y donde el humo generado por las quemas estaba afectando a las poblaciones, mientras que simultáneamente el agua escaseaba. Era, según el redactor de la nota, “el peor drama ecológico de México en los últimos 70 años”, particularmente para la población de Ciudad de México (La Nación, 21 de mayo de 1998: 21A). Pero la preocupación regional por los incendios fue especialmente evidente ante lo que estaba sucediendo en el resto de países centroamericanos. Una nota del 20 de mayo señalaba que Centroamérica se encontraba sofocada por el humo y la bruma, liberadas por los incendios forestales. En Guatemala se contabilizaban más de 65 mil hectárea afectadas por el fuego, mientras que el número de incendios en El Salvador superaba el millar, motivando una declaratoria de alerta roja por parte de las autoridades. En Nicaragua el gobierno se declaró “indefenso” para controlar el fuego en el Caribe, el centro y el Pacífico del país. Como consecuencia, la concentración de humo en el ambiente generó problemas respiratorios en la población y alteró, además, el tráfico aéreo en los principales aeropuertos de la región, como el Aurora de Guatemala, el Toncontín de Honduras y el Sandino de Managua (La Nación, 20 de mayo de 1998: 18A). Aunque las notas de los periódicos no siempre lo advirtieron, 1998 fue un año dramático no solamente para Costa Rica y la región centroamericana, sino también para el planeta entero. Empezando desde 1997, dicho año formó parte de una coyuntura mundialmente crítica en lo que respecta a los incendios forestales; una coyuntura cuando “el mundo se incendió”, como lo indicaban los encargados de un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza y la IUCN (Rowell y Moore, 1999). En efecto, algunos cálculos estimaron que durante ese período se quemaron poco más de 20 millones de hectáreas en todo el mundo, siendo el Sudeste de Asia la región más afectada. Según los datos del informe, en el sudeste asiático ardieron entre 8 y 10 millones de hectáreas, de las cuales al menos la mitad estaban cubiertas por bosques. Las pérdidas económicas se contaron en unos 10 billones de dólares, mientras que la población afectada por el humo fue de unos 70 millones. En el Amazonas se quemaron unos tres millones de hectáreas, dos millones en Rusia, cerca de 5 millones en Norteamérica y un cuarto de millón de hectáreas en el sur de Europa. El fuego predominó en casi todas las biotas del mundo en un año que, vale recordar, fue uno de los más cálidos en el planeta desde que se tienen registros confiables de temperaturas.

Propuesta de análisis Las temporadas de 1997 y 1998, tanto en el mundo como en Costa Rica, marcaron un punto de referencia en la forma como se comprendía y se gestionaba el fuego, en este caso, los incendios forestales. En el contexto de una cobertura cada vez más mediática de los eventos, los expertos de diferentes países llegaron al acuerdo de que estaban ocurriendo una serie de cambios en los regímenes de incendios en diferentes regiones del planeta, que

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si no eran bien entendidos podían afectar la capacidad de gestión del fuego. Ante todo, parecía claro entonces que las políticas de supresión de incendios eran ineficaces y que su aplicación podía tener incluso consecuencias no deseadas sobre la salud de los ecosistemas. Asimismo, que la dinámica de los eventos ya no era solo de tipo local o regional, sino que se insertaba en una escala global, asociada a procesos como el calentamiento global y la influencia de fenómenos como ENOS. El impacto de la coyuntura impulsó, además, a una organización regional y global de la atención sobre los incendios forestales. En Centroamérica, apenas un par de meses después de la trágica temporada de 1998, los gobiernos nacionales acordaron convenios de cooperación y coordinación sobre el tema en una reunión celebrada en San Pedro de Sula, en junio de ese año. En Costa Rica, si bien los primeros programas datan de finales de los años setentas y mediados de los ochenta, es a partir de 1997 cuando se institucionaliza la gestión mediante la creación de la Comisión Nacional de Incendios, con la participación de integrantes provenientes de instancias gubernamentales relacionadas con el tema, tales como las Áreas de Conservación, el Cuerpo de Bomberos, el Ministerio de Agricultura y Ganadería, entre otros. A pesar de lo anterior, el avance en la organización institucional, así como en la consolidación de programas de prevención y control de incendios (incluyendo los programas de voluntariado), no necesariamente han marchado paralelos a la comprensión por parte de la población de la problemática de los incendios forestales bajo una dinámica sistémica. El incendio, visto en las portadas de los periódicos y en los titulares de las noticias, continúa siendo el enemigo por combatir y eliminar. En el marco de una percepción social generalizada de los parques nacionales y de las áreas protegidas como “islas de conservación”, los incendios son contemplados como “intrusos” y “accidentes” en el interior de un ecosistema. En términos generales, la cobertura de la prensa, ahora y visto varias décadas hacia atrás (especialmente a partir de 1970), se desarrolla alrededor de cuatro grandes líneas. Primero, la idea de que los incendios brotan nuevamente cada año, es decir, cierta noción de que hay una dinámica espontánea detrás de su aparición. Este enfoque anula la posibilidad de pensar en tendencias o en hallar constantes geográficas, climáticas o sociales en el comportamiento de los incendios. Por tanto, no contempla la posibilidad de que persistan dinámicas cíclicas o al menos que denoten una razón de regularidad. Segundo, la noción de cierta criminalización anónima y sin sanción penal de los causantes de los incendios. Las noticias por lo general lanzan la culpabilidad sobre la acción de los seres humanos pero es poco frecuente que se logre determinar las circunstancias en las cuales se inició y propagó el incendio, más allá de la determinación de las “prácticas descuidadas” de uso de la quema, del papel de los cazadores o de la acción de algún piromaniaco. Tercero, en el contexto de esta culpabilización general (y generalizante), impera la idea de que los incendios deben evitarse y suprimirse por completo. Es decir, aún ante la poca claridad respecto a las causas y las circunstancias que expliquen el fenómeno, se plantea una política de gestión radical del fuego. Cuarto, no deja de llamar la atención que un fenómeno con tales características reciba una atención destacada si se compara con su fenómeno hermano, claramente entendido, explicado y problematizado: la quema de los cañales para la zafra. Un problema que, como sabemos con certeza, tiene una ciclicidad definida, unos responsables debidamente identificados y un repertorio de alternativas técnicas que, en efecto, podrían hacer evitable la quema de las plantaciones.

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Más allá de contradicciones, conviene preguntarse si el conocimiento histórico puede decir algo importante que ayude a comprender los incendios forestales desde un punto de vista que trascienda el análisis coyuntural. Este artículo es un ensayo de historia inmediata (de un presente “ampliado” hacia atrás), realizado con el objetivo de repensar el pasado lejano y la larga duración de un fenómeno que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios. En otras palabras, mediante el análisis de la dinámica de los incendios forestales en Costa Rica a partir de 1998 pretendemos sugerir e invitar a la reflexión acerca del papel del fuego en el desarrollo de los ecosistemas y de las sociedades en escalas de tiempo de mayor amplitud. En concreto, nos interesa hablar sobre dos cuestiones. Primero, acerca de las vías metodológicas que nos permiten abordar al fuego como un elemento más en el esquema de cambio ecológico y social, como un actor que forma parte de un sistema o régimen. Segundo, acerca de la pertinencia y utilidad de estas vías para evidenciar la importancia de la Historia para entender la evolución de este fenómeno en el caso en particular de Costa Rica.

Entre la Ecología del Fuego y la Historia Es una norma decir que el fuego ha acompañado el desarrollo de la Humanidad e incluso del planeta (Pyne, 2001). Se sabe que la aparición de las plantas, unos 450 millones de años atrás, marcó un punto de ruptura en la disponibilidad de biomasa, es decir, combustible, que favoreció la expansión del fuego. Incluso se plantea que el fuego tuvo un papel trascendental en el auge de las plantas con flores, que lograron colarse e instalarse sobre los suelos mientras las coníferas ardían debido a las elevadas concentraciones de oxígeno durante el Cretácico (145 y 65 millones de años atrás). Más cercana a la escala humana, un hecho tan puntual como la desaparición de la megafauna (herbívora) propició un incremento sustancial de la biomasa que favoreció la extensión y la frecuencia de los incendios. Se sabe, además, que el uso del fuego por parte de los primeros homínidos tuvo un impacto fundamental en su evolución, gracias a la mayor disponibilidad de carbohidratos y proteínas, debido al consumo de la carne. Hasta la esperanza de vida aumentó al facilitar la cocción de los alimentos y ablandarlos (Pausas, 2012). La roza y quema, una práctica de artificialización del entorno casi universal, ha sido estudiada de forma abundante por antropólogos, geógrafos e historiadores (Pyne, 1995). No obstante lo anterior, aún en los estudios de tipo académico, no es extraño encontrar enfoques que se acercan a las perspectivas dominantes en la prensa y la sociedad en general: la noción del fuego como un agente extraño y accidental en el sentido de la causalidad de su presencia. No ha sido sino recientemente cuando la Ecología del Fuego ha reivindicado y ha demandado el análisis sistémico del fuego, restándole de primera entrada el carácter negativo y destructivo que usualmente ha cargado consigo. La Ecología del Fuego es un campo de estudio que intenta comprender al fuego como un elemento más un contexto ecológico determinado. En términos generales, esta disciplina se caracteriza por plantear tres cuestiones. Primero, plantea una crítica a los enfoques tradicionales que sugieren que, en la actualidad, los incendios son provocados por los seres humanos y que, en consecuencia, en “condiciones naturales” no deberían ocurrir. Asimismo, que detrás de

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su acción el resultado es la devastación y la destrucción de un ecosistema, sin tomar en cuenta las dinámicas de largo plazo desde el punto de vista de la recuperación de las plantas y especies en general, así como de los efectos reales que ello puede tener sobre la biodiversidad de un ecosistema. Segundo, este campo, además de contextualizar el fuego en un marco ecológico (que no social, advertimos desde ahora), plantea que éste ha sido un elemento de presión en el proceso evolutivo de las especies y de las plantas en particular. Tercero, propone el uso del concepto “régimen de incendios” para precisamente contextualizar el fuego en un marco mayor de duración. El régimen de incendios es definido por Pausas (2012) como: “el conjunto de características de los incendios en un área o ecosistema determinados y a lo largo de un período de tiempo, especialmente en referencia a la frecuencia, intensidad, estacionalidad y tipo de incendio” Probablemente este último elemento de la Ecología del Fuego sea el que resulte más pertinente y útil para justificar este artículo. Especialmente si lo entendemos en la lógica de un sistema de causas y factores determinantes, tal y como se observa en el esquema siguiente (Esquema 1). Este esquema es importante para el objetivo de este artículo por varias razones. Primero, porque introduce la variable de cambio en la comprensión del fenómeno, algo vital para los historiadores y científicos sociales en general. Segundo, porque identifica los principales cuatro componentes de un régimen de incendios, a saber: la población, la temperatura, la deforestación y fragmentación, y las plantas invasoras y el abandono rural. La población determina las igniciones, es decir, las posibilidades de que un ser humano provoque un incendio. En casos como los de Costa Rica, si bien abundan los rayos, debido a las condiciones climáticas no se considera que las igniciones sean de origen natural, como sí podría serlo para las sabanas africanas. La temperatura determina la inflamabilidad, la facilidad de generar la llama e iniciar un fuego. La deforestación y la fragmentación favorecen la existencia de combustible (biomasa), indispensable para que ocurra un incendio. La relación entre estos elementos y el fuego es, sin embargo, dual: la deforestación puede favorecer los incendios al abrir portillos para el avance de las llamas. Pero, a su vez, una tala radical del bosque disminuye el combustible posible por quemar. Finalmente, las plantas invasoras y el abandono rural (o despoblamiento rural) favorecen la acumulación de combustible. Este tipo de esquemas permiten reconocer que, por un lado, cada ecosistema tiene su propio régimen de incendios. Y por otro lado, y haciendo una lectura intencional desde la Historia, si cada ecosistema tiene su propio régimen de incendios, cada régimen de incendios tiene su propio contexto histórico, es decir, social. De hecho, si observamos nuevamente la figura nos daremos cuenta de que algunos de los componentes que los ecólogos del fuego han identificado como fundamentales en un régimen de incendios pueden ser traducidos al lenguaje del historiador en otros términos. La variable “Población” seguramente es entendida por los ecólogos desde un punto de vista cuantitativo, asignado a la presión poblacional por unidad de superficie. Sin embargo, como historiadores, aunque mantenemos el interés sobre este dato, podemos leerlo desde un punto de vista más amplio, es decir, referido a la relación “tierra-ser humano”, que a su vez puede ser traducido a un vocablo aún más general como, por ejemplo, “régimen de tenencia de la tierra”. Veremos más adelante la razón por la cual, para los efectos de este estudio, resulta particularmente útil esta relación.

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Figura 3. Esquema modificado de régimen de incendios, incluyendo variables sociohistóricas

Fuente: Pausas (2012)

Sobre la variable “temperatura” tenemos poco diferente que decir respecto a lo que dirá un ecólogo o un geógrafo. En cambio, las variables de “deforestación”, “fragmentación del paisaje”, “plantas invasoras” y “abandono rural”, aunque en esta nomenclatura nos resulten conceptos técnicos, no hacen sino referencia a procesos que la Historia Agraria y Ambiental estudian desde hace varias décadas atrás, tales como “régimen de uso del suelo” (tal y como se detallaba en los censos agrarios de la época desarrollista) o bien, más recientemente, “dinámicas territoriales”, siguiendo los modernos enfoques sobre el territorio. Pero quizás lo más llamativo es que el cambio en el régimen de incendios que preocupará al ecólogo en el fondo no es sino también un cambio en lo que los historiadores suelen denominar como “estructura agraria”, esto es, en el sistema de relaciones sociales y agroecológicas, constituidas en torno al uso, propiedad y tenencia de la tierra.

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Régimen de incendios y estructura agraria en Costa Rica Sobre este último punto concentraremos la atención en adelante. Intentaremos revisar la evolución reciente de algunos de estos componentes del régimen de incendios en Costa Rica a partir de 1998, con el objetivo de considerar si, en efecto, disponemos de datos para pensar en la existencia de diferentes regímenes de incendios en el país según sea la zona en estudio, y para plantear hipótesis sobre los factores que han propiciado eventuales cambios en la conformación histórica de estos regímenes. Hemos seleccionado 1998 como punto de partida por varias razones. Primero porque es el año a partir del cual se dispone de estadísticas regulares sobre incendios en el país. Esto explica nuestra premisa de que este artículo es un ensayo de Historia en un período reciente realizado con el objetivo de repensar un pasado lejano. Es un hecho, sin embargo, que para el pasado no se dispone de estadísticas ni de fuentes detalladas sobre este tipo de fenómenos, pero ello no implica que la reconstrucción no se pueda desarrollar de un modo cualititativo. En segundo lugar, porque 1998 representó el año, como se decía al inicio de este documento, en el cual se consolidó la idea de que los incendios forestales conllevaban una dinámica global, asociada a procesos como el calentamiento global, las variaciones climáticas bruscas, la deforestación y los cambios en general en los patrones de uso del suelo en el mundo rural.

Revisión de datos Empecemos describiendo el fenómeno en sus rasgos generales. En primer lugar, es necesario contemplar que la problemática de los incendios forestales en Costa Rica se contextualiza en una dinámica global, como antes se ha dicho, así como en una dinámica regional, integrada al resto de Centroamérica. El Mapa 1 permite visualizar la dinámica en la región. Como se evidencia, el fuego ataca tanto el Pacífico como el Caribe centroamericano, seguramente bajo regímenes de incendios ecológica y socialmente diferenciados. Ciertamente, el siguiente mapa deja en claro que la mayor concentración de puntos de calor en la región, al menos entre 2001 y 2010 está en Guatemala, país que abarca poco menos de la mitad de los puntos de calor registrados a lo largo de dicho período. La porción de Costa Rica es marginal. Es importante detallar que la disponibilidad de este tipo de mapas, realizados a partir de imágenes satelitales, obedece sin duda en parte al problema de la contaminación del aire que ha afectado en diferentes momentos a los estados del sur de Estados Unidos, especialmente cuando la temporada de incendios en Centroamérica ha sido marcadamente intensa. El Mapa 2 representa la distribución de los puntos de calor en el país entre el año 2001 y 2012, a partir de datos satelitales. Con claridad es la provincia de Guanacaste la que concentra la mayor cantidad de incendios, mientras que la zona cercana a la Cordillera de Talamanca, al sur del país, reúne otro foco importante. Es necesario advertir que los “puntos de calor” refieren también (especialmente en Guanacaste) con “quemas” realizadas con fines agrícolas, sobre todo, en este caso, con el cultivo de la caña.

11 Mapa 1. Puntos de calor en Centroamérica entre 2001 y 2010

Fuente: Elaboración a partir de SERVIR (2011)

Mapa 2. Puntos de calor en Costa Rica entre 2001 y 2012

Fuente: Elaboración a partir de FIRMS (2013) y Pausas (2013)

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El Gráfico 1 muestra la evolución de las hectáreas afectadas por incendios en Costa Rica entre 1998 y 2011. Los años 1998 y 2001 fueron excepcionales en cuanto al área quemada, como producto de la existencia de condiciones climáticas asociadas con una fase cálida del Fenómeno del Niño. En general, ha ocurrido un descenso de la afectación del fuego en el país. El segundo dato importante del gráfico es que la mayor parte de las tierras quemadas pertenecen a sectores fuera de las áreas protegidas. El Gráfico 2 (y el Mapa 3) muestra los principales tipos del uso del suelo afectados. Como se evidencia, la mayor parte de las tierras quemadas corresponden con zonas de pastos y charrales. Este dato nos permite pensar que el problema del fuego es un problema fronterizo, en el sentido de su proximidad con sectores de bosques y áreas protegidas. El Gráfico 3 indica las principales causas por las cuales han ocurrido los incendios a lo largo del período entre 2007 y 2011. Es importante anotar que esta clasificación la elaboran los funcionarios del SINAC. Lo que llama la atención de este gráfico es lo siguiente. Primero, hay una práctica objetivable que constituye una de las principales fuentes de incendios: la práctica agropecuaria y la quema de pastos. Pero curiosamente la otra fuente importante es una práctica difícilmente objetivable porque remite a una intencionalidad, así clasificada por los funcionarios: “Venganza y vandalismo”. Es necesario advertir que estas son etiquetas creadas por los funcionarios para designar una motivación. Se podría interpretar que, en un sentido amplio, estas etiquetas son simbólicamente expresiones de una relación tensa y conflictiva entre el Estado y los “vengativos” y “vándalos”. Ahora bien, no deja de ser contradictorio que, si la mayor parte de las tierras quemadas se ubican fuera de áreas protegidas exista un número importante de actos vandálicos y de venganza.

Gráfico 1. Total de hectáreas afectadas por incendios forestales en Costa Rica entre 1998 y 2011 140000 120000 100000 80000 60000 40000 20000 0 1998

1999

2000

2001

Total

2002

2003

2004

2005

2006

Fuera de ASP

Fuente: SINAC-MINAE-Programa Nacional de Manejo del Fuego

2007

2008 En ASP

2009

2010

2011

13 Gráfico 2. Usos del suelo afectados por incendios entre 1998 y 2011 (En hectáreas) 180000 160000 140000 120000 100000 80000 60000 40000 20000 0 Bosque

Tacotal

Charral

Pastos

Pastos y charral

Typha

Otros

Otros no sign

Pasto arbolado

Fuente: SINAC-MINAE-Programa Nacional de Manejo del Fuego

Gráfico 3. Causas de incendios forestales en Costa Rica entre 2007 y 2011 (Cantidad de casos) 140 120

100 80 60 40 20 0 Q agropecuaria Pastos y rondas

Venganza

Vandalismo

Fuente: SINAC-MINAE-Programa Nacional de Manejo del Fuego

Caza

Otros

Q de basura

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Observemos en adelante varios de los elementos incluidos en el esquema de “régimen de incendios”. Para ello traslaparemos el Mapa 2 (sobre puntos de calor en Costa Rica) con mapas temáticos sobre diferentes variables incluidas en el esquema de régimen de incendios. Y además, contrastaremos datos sobre cambios en el uso del suelo con la información contenida en este mapa. Empecemos por la variable “Temperatura” para continuar con “Población”, seguir luego con “Deforestación”, y culminar con “Plantas invasoras y abandono rural”. El Mapa 3 indica el promedio del déficit de precipitación anual durante sequías entre 1960 y el presente, calculado por el Instituto Meteorológico Nacional. El mapa representa los datos según regiones. Desde el punto de la correlación, es relativamente claro que la concentración de puntos de incendios en Guanacaste corresponde con la región que, en años de sequías, reporta históricamente el mayor porcentaje de déficit de lluvia. Respecto a la población el Mapa 4 correlaciona los puntos de calor con la distribución de la población en el territorio nacional, según la proyección realizada por Luis Rosero y Róger Bonilla para el año 2000. El mapa muestra que no hay una correlación directa entre la presión demográfica y los incendios. Las dos regiones con una mayor concentración de puntos tienen una presión demográfica baja, al menos desde el punto de vista global. Resulta más interesante si se piensa el dato demográfico desde un punto de vista cualitativo, en este caso, comparando la concentración de los incendios con determinados tipos de estructura de tenencia de la tierra. Para el caso de la zona sur, la concentración se desarrolla alrededor de territorios indígenas, mientras que en el caso de la zona norte, en el Área de Conservación Guanacaste, y en otros sectores del país, los puntos están situados en las fronteras de asentamientos campesinos (Mapa 5). El problema de la deforestación y los incendios en Costa Rica durante la época contemporánea puede entenderse según dos momentos. Un primer momento de expansión de la frontera agrícola, de su agotamiento y de la tala del bosque entre la década de 1940 y 1980. A lo largo de este período el fuego sin duda funcionó como una forma eficiente para los agricultores y ganaderos de avanzar sobre el bosque, especialmente en las zonas ganaderas como Guanacaste. Sin embargo, a partir de dicha década y sobre todo en los últimos 20 años no parece existir relación entre incendios y deforestación (Ver Mapa 6). La excepción es Talamanca, donde los puntos de incendios y los focos de deforestación coinciden en un mismo territorio. En el caso de Guanacaste y en particular del Área de Conservación Guanacaste, antes que deforestación, lo que ha ocurrido es una recuperación de cobertura boscosa, sobre todo a partir de la ampliación de las áreas protegidas allí existentes.

15 Mapa 3. Puntos de calor y déficit de precipitaciones (1960-2005) en Costa Rica

Fuente: Elaboración a partir de FIRMS (2013) y IMN (2008)

16 Mapa 4. Puntos de calor y presión demográfica (2000) en Costa Rica

Fuente: Elaboración a partir de FIRMS (2013); y Bonilla y Rosero (2004)

17 Mapa 5. Puntos de calor, áreas protegidas, territorios indígenas y asentamientos del INDER

Fuente: Elaboración a partir de Pausas (2012), FIRMS (2013) e INDER (2013)

18 Mapa 6. Puntos de calor y focos de deforestación (1997-2005) en Costa Rica

Fuente: Elaboración a partir de FIRMS (2013); y Calvo y Malavassi (2012)

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En lo que se refiere a las plantas invasoras, el caso de Guanacaste es emblemático respecto a la expansión de una muy conocida: los pastos africanos y en específico, el pasto “Jaragua” (Hyparrhenia rufa). Este pasto juega un papel decisivo en la estructuración del paisaje de la zona norte de dicha provincia, formando parte tanto de fincas privadas como de sectores de áreas protegidas. Históricamente, la quema de estos pastizales entre los meses de marzo y mayo ha sido una práctica regular entre los finqueros de la región, con el objetivo de favorecer su rebrote para la alimentación de los hatos (Picado y Cruz, 2014). Es decir, se trata en este caso de una planta que juega un papel esencial en la formación de un ciclo del fuego, el cual, debido a la continuidad de la práctica de la quema, se mantiene abierto y potencialmente presente en la región cada año (D’Antonio y Vitousek, 1992). Finalmente, sobre el denominado “abandono rural”, la región del Área de Conservación Guanacaste es un buen ejemplo de una modificación en la dinámica del territorio. En el contexto de la caída del sector ganadero (que se muestra por lo menos desde el punto de vista del tamaño del hato y de la producción de carne), los pastizales han sido abandonados, convirtiéndose en algunos casos en charrales y acumulando de esta forma biomasa (combustible). Pero el proceso más interesante que refleja esta región, y que puede generalizarse para todo el país, es el hecho de que a partir de 1970 ocurre una transformación paulatina de los territorios rurales (especialmente en una región como el noroeste de Guanacaste), debido al incremento de las tierras concentradas en asentamientos campesinos del Itco-Ida (Ahora Inder) y de áreas protegidas. Para tener una idea de la dimensión de este gran cambio territorial a nivel nacional, en 1986 la extensión total de las tierras cubiertas bajo algún tipo de protección estatal era de 995358,56 hectáreas, una cantidad apenas superior al acumulado de tierras que experimentaron procesos de invasión entre 1963 y 1985 (850 428 hectáreas) (Rodríguez y Vargas, 1988); (Mora, 1990). Hasta 1986 entre ambos usos se concentraban casi un 25 por ciento del área agrícola nacional, según el Censo Agropecuario de 1984. En otras palabras, casi una cuarta parte del área agrícola nacional cambió su orientación hacia la conservación y los asentamientos campesinos, en poco más de década y media.

Conclusiones El concepto de “régimen de incendios” es una valiosa herramienta para entender la dinámica de los incendios forestales, especialmente para trascender su consideración anecdótica, puntual o dramática. Sin embargo, la mayor dificultad para adaptar esta herramienta al análisis de largo plazo es la carencia de estadísticas regulares sobre incendios forestales antes de la década de 1990. Esto supone entonces intentan reconstruir dinámicas desde un punto de vista cualitativo. En todo caso, se puede deducir de la información anteriormente presentada los siguientes puntos. Primero, no existe, en términos globales, una correlación directa entre las variables “presión demográfica” e “incendios forestales”. En las dos regiones (Guanacaste y la zona sur del país) donde se presenta una mayor concentración de puntos de calor la población no está notablemente concentrada en comparación con otras regiones del país. Sin embargo, la correlación es importante en un sentido cualitativo. En el caso de la región sur, en los bordes de la Cordillera de Talamanca, la concentración de puntos puede relacionarse con la expansión de las tierras agrícolas en las fronteras (y dentro de) los territorios indígenas, por parte de grupos de ladinos. En

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Guanacaste, especialmente en las tierras del norte, la relación ocurre debido a la presencia de la práctica de la quema en asentamientos campesinos y propiedades privadas que bordean las áreas protegidas. Segundo, en cuanto al contexto climático, es evidente que las sequías recurrentes en la región del Trópico Seco, favorecen el desarrollo de los incendios forestales, tal y como lo demuestra en respectivo mapa. Tercero, a excepción de la zona sur, no pareciera existir una correlación entre deforestación y concentración de puntos de calor. Aunque se continúa utilizando el fuego como una práctica de “limpieza”, en términos globales en regiones como Guanacaste es notorio que el frente de deforestación se ha reducido. La relación es clara, en cambio, en la región sur, donde nuevamente la concentración de puntos de calor (allí sí se relacionan directamente con incendios forestales) está traslapada a la dinámica de deforestación. En un sentido ecológico pero social a la vez, los anteriores datos no permiten lanzar dos grandes hipótesis de trabajo. Primero, los cambios territoriales ocurridos en el país durante las últimas cuatro décadas han propiciado la acumulación paulatina de biomasa en territorios como Guanacaste. La creación de áreas protegidas y la formación de asentamientos campesinos así lo han posibilitado. La no intervención humana en las áreas protegidas y el abandono que han experimentado las actividades agropecuarias en los asentamientos, favorecen procesos de conversión de pastizales a charrales y otras formas de sucesión ecológica. En esta misma línea, la crisis del mercado de la carne y la consecuente reducción de las actividades ganaderas en el noroeste del país, han permitido que ocurra un proceso semejante en antiguos potreros. Una especie que ha resistido a dicha crisis y que se mantiene como un actor residual pero esencial en este tipo de territorios, es el pasto exótico Jaragua. Su presencia, como se señaló antes, muestra puntualmente la existencia de un ciclo abierto de fuego en regiones secas. Un ciclo abierto también en un sentido social: la cantidad significativa de causas de incendios debido a “quemas de pastizales” y ocasionados por “actos de vandalismo” o “piromaníacos” (como lo indican las estadísticas) revelan, más allá de sus motivos específicos, la presencia de una conflictividad territorial pero además social entre “parques”, “asentamientos” y “agricultura”, es decir, entre conservacionistas, campesinos y las comunidades en general. Dicho en un sentido metafórico, hay también la acumulación de una “biomasa” social de conflicto, sobre la cual no se ha intervenido eficazmente hasta este momento. Por ello, el ciclo ecológico y social del fuego sigue abierto.

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