El amor entre el hombre y la mujer: misterio y posibilidad

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Descripción

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El Amor entre el hombre y la mujer: misterio y posibilidad. Se ha escrito mucho sobre el amor y sin embargo sigue siendo para muchos algo confuso. ¿Cuántas personas en algún momento de su vida llegan a preguntarse si realmente aman a su pareja? ¿No será porque carecen de fundamentos para resolver su duda? Junto a otros misterios tales como Dios, la belleza, la persona y unos cuantos más, el amor no podrá ser comprendido total y acabadamente. Sin embargo los esfuerzos por acercarnos a su esencia nos permitirán contemplarlo con algo más de claridad. Vale la pena intentarlo. Señalemos algunas cosas que no son precisamente amor y me gustaría que comencemos por lo que conocemos con el nombre de apetito. Todos experimentamos apetitos. Yo siento una tendencia que me atrae hacia algo o alguien y cuando logro satisfacer el impulso el mismo se extingue, siendo la otra cosa o persona un medio para ese fin. El apetito nace en mi persona, es una necesidad que se dirige al objeto que la puede saciar. Una definición de apetito es: “impulso vehemente que nos inclina a satisfacer una necesidad” Por ejemplo tener sed. Necesito beber agua. Esa necesidad se traduce en la sensación de sed, que es un sentimiento físico y se calma bebiendo. La necesidad nace de la persona y esa sed se calma con agua, con lo cual se extingue por un tiempo. El “tema” es la satisfacción de una necesidad a través de la obtención de un objeto (necesidad=sed, objeto=agua). Porque tenemos sed queremos agua. Pero no porque haya agua yo debería experimentar sed. La sed no es una respuesta al agua. Este ejemplo pertenece al plano físico de nuestra persona. En la misma existen 3 planos o estratos: el físico, el psíquico y el espiritual y la afectividad (nuestras tendencias y rechazos) atraviesa en forma transversal a todos esos planos, manifestándose en ellos en forma particular para cada caso.

Afectividad

ESTRATO ESPIRITUAL

ESTRATO PSÍQUICO

ESTRATO FÍSICO

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En el plano psíquico, un ejemplo es el aburrimiento: sábado a la tarde y el tedio me invade. Necesito entretenerme, quiero olvidarme de mi trabajo, mis preocupaciones… Entonces voy al cine y allí paso la tarde (necesidad=de entretenimiento; objeto=ver una película). Otro ejemplo puede ocurrir con la tendencia a jugar mucho con la computadora o la tablet: necesidad=entretenerme, entonces me conecto y juego. Y también hay impulsos (apetitos) a raíz de necesidades en el plano espiritual. Veamos: si hay aptitud y afinidad para las matemáticas, o el arte, o la filosofía, etc. la persona tiende naturalmente a estudiar y desarrollar esa actividad intelectual donde intervienen la inteligencia y a voluntad. En los casos anteriores pertenecientes a los tres planos de la persona, vemos en todos que surge una necesidad y la misma se orienta a obtener un determinado objeto que causará su satisfacción: tomo agua porque tengo sed; voy al cine porque estoy aburrido; estudio porque me atrae el arte.

Las respuestas a los valores

Establecido lo que son los apetitos, podemos avanzar siguiendo el camino de la experiencia humana. Veamos algunas vivencias de la realidad: Recibo un insulto de una persona conocida. Leo una poesía que me toca, que me “llega” profundamente. Me entero que hay gente que está hablando mal de mí (sin razón). Me sorprendo y me conmuevo por la muerte de un amigo. Escucho una música sublime. Me atrapa la belleza de un paisaje. Mi hermana perdió su trabajo. Lo primero que me ocurre cuando me pasan este tipo de cosas es que soy afectado, me siento afectado. Cuando nuestra alma se ve afectada, es como si “padeciéramos” algo. La razón por la que nos vemos afectados es porque estamos en presencia de valores (bondad, humildad, justicia, etc.) o de sus opuestos: antivalores (maldad, soberbia, crueldad, etc.). Los valores nos mueven de diversa manera e intensidad y reclaman de nosotros respuestas afectivas, cuya magnitud dependerá del grado de profundidad con el que somos penetrados por el valor. Me conmuevo por ese chico pobre que devolvió la billetera. Me indigno por el funcionario que fue sobornado y por el empresario que le pagó… Existen diferencias relacionadas a lo que significa “sentir” un valor. No estamos hablando del conocimiento “racional” del valor: a través de un libro puedo hallar una virtud que antes no conocía bien (por ejemplo la magnanimidad) y está a mi alcance estudiar sus características y su correspondiente valor. Esta es la vía intelectual. Pero los valores nos llegan más frecuentemente por la vía de la experiencia y son captados en forma intuitiva.

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Aún dentro de este campo, von Hildebrand nos dice que hay diferencia entre “ver el valor” y “sentir el valor”. Este último modo de poseer al valor se podría comparar con el modo en que se nos presenta un dolor corporal, como cuando me quemo con algo o cuando algo me pincha y penetra en mí. A veces oímos una melodía y captamos su belleza, pero no nos llega al corazón, no nos conmueve. Tenemos presente su belleza pero sin entrar en contacto personalmente con ella. Es un captar intuitivo y no meramente saber que es bella esa melodía. Pero aún así, captando su belleza, no me conmueve, no soy afectado. Esto es muy distinto a cuando algo me toca de tal manera que me conmueve “hasta las lágrimas”. Se “vive” el valor únicamente con el “sentir”. Y ésta modalidad es una relación del valor conmigo completamente nueva. Una vez que hemos experimentado esto con el valor, lo conocemos en una diferente y más profunda medida.

La importancia de reconocer qué o quién nos afecta

Pueden afectarme lo que otras personas hacen, lo que otros me hacen o lo que les sucede a otras personas, como también el acaecimiento de determinados sucesos (una guerra que termina) o algunas cosas impersonales, como la belleza de un paisaje. Pero hay algo que es sumamente importante, que es conocer el objeto que nos causa semejante afectación. Por la vía racional, yo puedo observar un vaso y puedo reconocer de qué material esta hecho, si es grande o chico, si es lindo o feo, su color, etc. Punto. En el conocimiento afectivo de algo que me conmueve, debo saber determinar cuál es la persona o acontecimiento que está causando la afección producida en mí y que me reclama una respuesta. Me siento consolado (y esto me afecta) por alguien que me muestra su compasión. José y Pedro se enteraron que mi padre murió. Pedro vino a abrazarme y me acompañó. José no. Me siento consolado por Pedro que me brinda su calor de amigo. Se presenta una relación de conocimiento entre el objeto portador del valor (Pedro) y mi persona afectada. Una característica de toda respuesta afectiva al valor es la entrega de nosotros mismos, ante la profundidad del movimiento interno que experimentamos ante los valores percibidos.

Cuanto mayor es la capacidad de una persona de percibir valores, más “rico” es su “mundo”.

Así, una persona al percibir un valor en la otra persona –algo que es importante en si- (belleza, bondad, etc.), es afectada y se conmueve. Y esto nos exige una respuesta acorde con la importancia del valor percibido. El grado de la respuesta variará de acuerdo a su importancia. No es igual cuando respondemos ante un valor alto que si lo hacemos ante algo subjetivamente satisfactorio: me conmueve mucho más recordar la

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muerte de aquel valiente bombero que murió salvando personas en un incendio que la deliciosa comida de anoche. Viendo cómo nos mueven los valores, queda clara la diferencia entre el apetito que analizamos al principio y las respuestas al valor. Veíamos primero que en los apetitos o necesidades en los distintos estratos “el tema” es la satisfacción de una necesidad a través de la obtención de un objeto (necesidad=sed, objeto=agua). Porque tenemos sed exigimos agua. No porque haya agua yo experimento sed. La sed no es una respuesta al agua. En la respuesta al valor el objeto en sí mismo es relevante: me enamoro de una mujer y la persona es “el tema” y no la satisfacción de mis ansias de amar. Hay personas que están “enamoradas del amor” (lo cual se asemeja a un apetito) y terminan “enamorándose” de lo primero que aparece al paso debido a su intensa ansiedad de amar. Pero esto es un error ya que no es amor, es un apetito. Así como con la sed (necesidad=sed, objeto=agua) en este caso también es un apetito afectivo: necesidad=ansias de amar, objeto=persona “supuestamente “amada”. En cambio, en el amor verdadero el interés está fundado en la respuesta a la belleza integral (valor) que tiene la persona amada, que es en sí misma es el centro, es “el tema”.

Lo que NO es amor

Con el fin de aproximarnos a la esencia del amor, algunos ejemplos nos ilustran. No encontramos amor cuando: Cuando una persona sólo me es útil, cuando sólo me proporciona algún provecho, a raíz de su destreza, o porque posee conocimientos que nosotros no tenemos, o por sus relaciones y su influjo social o por su riqueza o por su poder. Cuando una persona me entretiene porque es divertida, o muy cómica o tiene historias y mundo y me agrada como pasatiempo. Cuando una persona del sexo opuesto es atractiva y la visualizo como un medio para lo placentero, es decir, como objeto sexual.

No hay amor cuando una persona es solamente un medio. En los ejemplos la persona no aparece como atractiva en sí misma. Sólo resalta lo útil que puede ser, los beneficios que me puede proporcionar, los buenos ratos que me puede hacer pasar, lo provechosa que puede ser su compañía, pero la persona es sí misma, no aparece como “tema”. Sin embargo puede presentarse la coincidencia de ambas cosas: puede ocurrir que una persona sea entretenida y nos divierta y que también posea valores que causan que “su persona” sea el tema central, brillando con los mismos, mientras que su comicidad o su destreza u otros atributos -si bien nos proporcionan deleite o ventajas- no son el tema

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central, ya que es la persona en sí misma la que se nos aparece como única y atractiva. Esta forma de presentarse la persona como valiosa y bella en sí misma implica una especie de belleza integral, la cual no puede descomponerse en sus distintas partes. No es posible reducir este atractivo de la persona que nos ha atrapado con su encanto a “sus partes”. Posiblemente se puedan distinguir los valores más importantes que esta persona posee, pero en una visión del conjunto de la persona, “esta bondad” que se le aprecia, o “esta honradez” u otros valores que exhibiese, serán indefectiblemente “tan propios” de su persona, que no podremos encontrar –para los mismos valores señalados- una encarnación de los mismos como la que observamos en *esta persona* en particular. Sentirnos arrebatados por la persona amada es una respuesta unívoca a la belleza de su personalidad. Este concepto de brillo o belleza integral de la persona amada es, según Dietrich von Hildebrand, irreductible a sus partes, es decir inclasificable. Simplemente lo percibimos y sólo nos cabe señalarlo. Dicho en otras palabras: la persona amada es única, luego de nacer “se rompió el molde” y no encontraré a otra igual. Podríamos sintetizarlo diciendo que mi amada, entre otros valores que presenta, es buena, pero buena de tal bondad como sólo e irrepetiblemente me lo muestra su persona. Existen muchas personas buenas, en mayor o menor grado, pero de la manera que me muestra su bondad ella, no existe otra igual y soy yo –que la amo- quien lo capta íntimamente de manera especial, soy afectado por su valor y origina en mí una respuesta afectiva acorde a aquello que me ha conmovido en la profundidad de mí ser. Así, puede despertar nuestro amor cuando una persona es portadora de valores y éstos nos “llegan” y hacen que esta persona “brille” de manera especial, originando en nosotros una respuesta afectiva a su totalidad como persona. Se produce así una donación de valor desde la persona que amamos, que “fluye” hacia nosotros, mostrando toda su fuerza de atracción y excelencia. Percibimos que “algo nos modifica”. El enamorado siente que está viviendo algo “nuevo”. Experimenta un deleite especial porque el amor ha abierto una puerta a través de la cual, ve con nuevos ojos todo “lo bello que existe en el fondo del mundo”. Nos despierta a una visión profunda de los valores y a una relación más estrecha con ellos. Efectivamente, el amor es percibido de manera tal que el enamorado experimenta que su mundo “se colorea”. Escuchaba hace poco una canción popular que lo decía muy bien: “Cuando el amor se cae, todo alrededor se cae…” Para el amante, la persona amada no es sólo un bien portador de valores sino que es “su persona” todo el tema: su belleza, su excelencia. Todo fluye de ella de manera muy especial. La felicidad que produce en el amante gozar de esta donación de valor, es un fenómeno que no es la raíz de la importancia que reviste: esa

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felicidad fluye gratuita y superabundantemente originada en el valor propiamente dicho. La referida donación de valor que se produce eleva y ennoblece a la persona como tal y excluye cualquier posibilidad de que yo enfoque al amado como un mero medio para mi felicidad, como veíamos al principio. Puedo decir que la felicidad que experimento fluye sobreabundante hacia mí como efecto de sus valores y debe ser recibida por mí como un “regalo”. “Mi felicidad” no es el resultado de una búsqueda directa de mi parte, donde la persona supuestamente amada es un medio, sino que al amarla por lo que ella es –tal cual es-, recibo sin buscarla expresamente, felicidad. Por ej. yo no buscaba una mujer que cocine tan bien como mi esposa, pero hete aquí que ella cocina muy bien y saborear los ricos platos que prepara es para mí “un regalo”, “un plus” ya que ella es “el tema” y lo sobreabundante de sus dones lo recibo como efecto de sus valores. La felicidad que experimento es un efecto causado por bien-amar (donación). Esto es opuesto a lo que ocurre con un apetito: yo siento un impulso que me atrae hacia algo o alguien y cuando logro saciar o satisfacer el impulso el mismo se extingue, siendo la otra cosa o persona un medio para ese fin. En el amor, el brillo de los valores hace que desde la persona amada fluya la donación de sus valores y yo los reciba como consecuencia del amor que ha despertado en mí, de ese amor que es una respuesta al valor de la persona como tal, a su belleza integral. José ama a Paula no por sus lindos ojos, o porque es muy eficiente trabajando o porque hace ricas tortas. Ni tampoco la ama a pesar de ver lo olvidadiza que es, o porque maneja muy mal. La ama por la belleza integral de Paula, de su persona. La ama porque “es como es”. Entonces los ojos de Paula, su eficiencia y las ricas tortas son un “plus”, un regalo para él. Sería bueno que a Paula le ocurriera algo parecido con la persona, las virtudes y los defectos de José.

Cada persona humana es irrepetible

Esta característica de la persona, origina también, cuando se trata del amor entre el hombre y la mujer, un amor que presenta un mayor grado de irrepetibilidad, puesto que lo encarnan dos personas irrepetibles. Podríamos decir “irrepetibilidad al cuadrado”. Esa irrepetibilidad del amor se vincula por lo dicho por Dietrich von Hildebrand referente a que “hay más cualidades axiológicas que conceptos de valor tenemos, y más especies de valores que nombres tenemos para ellos”. Simplificándolo un poco nos dice que hay más tipos de cosas bellas y buenas que palabras tenemos para describirlos. Por estas razones es que von Hildebrand afirma que cuando nos preguntamos por qué amamos a alguien, no podemos responder de la misma forma que cuando hacemos una tasación de algo. No intervienen las matemáticas y los cálculos. La belleza integral de la persona es inclasificable, ya que rompe todo molde.

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Aptitud para captar los valores

Ha afirmado von Hildebrand que el mundo de una persona es más rico cuanta más capacidad tiene la misma para captar valores. Recordamos aquí que el desarrollo en la captación de los valores no se limita solo a la intuición (postura de Max Scheler) sino que también depende de la sistemática apertura de la persona al mundo habitado por los valores. Concretamente esta apertura de materializa en el estudio de las virtudes humanas, que al comprenderse intelectualmente, se pueden tornar con el tiempo en un elemento auxiliar para la captación intuitiva (K. Wojtyla en Persona y Acción completa la afirmación de Scheler). ¿Cómo puedo captar por intuición un valor que no conozco? Tal vez la intuición perciba un valor desconocido en su esencia por nosotros y nos indique que “ahí hay algo valioso” ya que no pasa desapercibido y me conmueve. Pero no puedo explicar ni expresar con palabras lo que no conozco. Si hubiera sabido de la existencia y de las características de ese nuevo valor captado, se produciría en mi persona un perfeccionamiento en la captación de ése valor, ya que la vía intuitiva seguramente se vería favorecida por el conocimiento intelectual previo y a posteriori, la identificación del valor produciría la vivencia de la experiencia, que es precisamente cuando identificamos al valor que nos conmueve o al antivalor que nos perturba. Reconocer el vínculo entre el valor y nuestra respuesta es muy importante en el proceso de conocerse a sí mismo. Contrariamente –siguiendo a K. Wojtyla- lo que se conoce como emocionalización de la conciencia, consiste en experimentar –mas bien “sufrir”- los fenómenos afectivos sin poderlos relacionar o “atar-ligar” con el objeto que le da origen. La experiencia, además de “sufrirla” y resultarnos confusa, se desperdicia y es vana al no encontrar dicho nexo. Una persona que es capaz de reconocer la causa que origina el sentimiento o la emoción que le ocurre puede alcanzar un grado de paz interior tal, que le permite desarrollarse afectivamente en forma equilibrada. Más allá de estos conceptos vertidos que van echando luz sobre el amor humano entre el hombre y la mujer, puede existir simultáneamente en las personas una incapacidad de captar ciertos valores, una especie de ceguera a los valores cuya comprensión reviste una complejidad que no vamos a tratar aquí, pero que debe ser mencionada y que podría explicar en parte algunos comportamientos de las personas que no se entienden a simple vista.

Otras características

Para finalizar nuestro acercamiento a la esencia del amor esponsalicio, vamos a mencionar brevemente algunos aspectos más que lo caracterizan. Ya hemos visto el concepto de Belleza Integral, también llamada belleza metafísica y a riesgo de tornarnos repetitivos diremos que no es una consecuencia del amor. La Belleza Integral se percibe por el brillo de los

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valores en su epifanía irrepetible encarnada en “esta persona concreta” que ha encendido la llama del amor en mi. Caben también unos renglones para hablar de la reciprocidad en el amor entre el hombre y la mujer. El amor lo deben experimentar ambas partes, los dos tienen que estar enamorados, es algo mutuo y no puede ser unilateral. Si alguien comprende que la otra persona no está enamorada, por más que sea una decepción, su sentido de la realidad le hará comprender que no puede darse un verdadero amor porque es entre dos. Y en lo referente al fluir abundante de los dones de la persona amada hacia uno, no quiere decir que ese “plus” recibido como donación de los valores del otro guarde una relación matemática proporcional en ambos casos. Dicho de manera sencilla: si de mi persona fluyen “20” no quiere decir que necesariamente yo reciba “20” del otro. Lógicamente no se puede cuantificar así, pero sirve para comprender que puede haber alguna asimetría en quien recibe más y quien recibe menos de aquello que viene como gratuidad. Pero justamente, si el amor es verdadero, si existe como tal, la idea de cuantificación no pertenece a su esfera. Hay algo que –a pesar de su obviedad- merece ser destacado: las personas que se aman quieren estar juntas, unidas. A esta particularidad se la llama Intención Unitiva y no puede faltar en un verdadero amor. Si bien por muchas razones puede haber periodos, a veces prolongados en que los amantes no están juntos, o en la misma sustancia de lo cotidiano por una cuestión de horarios y obligaciones laborales o familiares puedan pasar gran parte del día distantes físicamente, no deja de ponerse en evidencia que las personas que se aman tienden naturalmente a querer estar juntos. Otra nota del amor esponsalicio fácil de comprender es la llamada Intención Benevolente: la persona que ama a otra quiere su bien. Finalmente, algunas palabras sobre la sexualidad, no buscando agotar el tema pero sí destacando algunos rasgos importantes. Sabemos que la perenne atracción entre el hombre y la mujer presupone el deseo mutuo de su unión física en quienes se aman. En el amor verdadero debe estar presente, muy intensamente durante los años iniciales y perdurando con variadas tendencias según las personas y las circunstancias, con los altibajos y las idas y vueltas propias de nuestra condición humana. Saltearemos expresamente todo lo apropiado que se pueda decir de una sexualidad sana, transparente y vigorosa para centrarnos directamente en algo que va a ir aflorando con el tiempo: me refiero al fenómeno de la vivencia de la alegría. Sabiendo que el placer mutuo en la sexualidad es un componente importante porque indica que ambos cónyuges se entregan y que desean el bien del otro, tal vez cause sorpresa el percibir que otro tipo de emoción profunda haga su aparición gradual en medio de la sexualidad:

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la experiencia de la alegría. Se trata de una alegría consecuencia de la paz que reside en la confianza mutua, de saber que ambos se entregan con exclusividad, que es consecuencia de una fidelidad mutua percibida intuitivamente sin nubes en ese cielo y que de alguna manera va prefigurando la verdadera comunión entre dos personas. Como siempre está presente la atracción mutua, está también el placer, pero novedosamente ambos amantes van percibiendo el nacimiento de una creciente alegría, que es la consecuencia de todas las armonías que se han dado en mayor o menor grado y aún imperfectamente en la vida cotidiana, muy previamente al ámbito de la cama. Así como la paz se alcanza como consecuencia de obrar bien, la alegría en la sexualidad también se alcanza por similares razones: es el fruto de la armonía de la relación en el día-a-día de ambos lo que produce que, al llegar el momento de “ser una sola carne”, aparezca el regalo de la alegría. Y justamente, por alcanzar en la dimensión sexual ese entendimiento profundo, más allá del placer y los instintos ocupando el primer plano, también se perciben algunas señales o síntomas que ocurren en situaciones cotidianas de otra índole. Un solo ejemplo sirve para caracterizar esto: el cine actual y su particular modo de presentar las relaciones sexuales. Dejando de lado cuestiones morales sobre la relación que nos es presentada a la vista, hoy es frecuente que cuando se encienden las chispas, los “amantes” actúen con pasión desenfrenada y ciega en la que no les alcanzan las manos para sacarse la ropa como si hubiera un concurso a ver quien se desviste primero. Casi siempre presenciamos la interpretación de un sexo enérgico y presuroso. Puede que estas escenas exciten a algunos y otros permanezcan más o menos indiferentes ante “más de lo mismo”. Tal vez el rasgo más acabado de la madurez del amor en los espectadores sea el de experimentar cierto cansancio e incomodidad por la sobreactuación. ¿Puritanismo? Nada más lejos. Es que el contraste que se evidencia entre la actuación-simulación y lo que es un amor profundo cercano a la comunión hace que la escena aparezca como algo patético, algo grotesco que va más allá de la belleza de los personajes o del erotismo que se ha pretendido imitar. Esa distancia que nos separa de la escena no proviene de puritanismo alguno o de preconceptos sino que “nace” en forma espontánea porque confronta indefectiblemente con la realidad de una sexualidad profunda y genuina que puede estar viviendo el espectador. Se experimenta en respuesta a lo falso, a lo que es mostrar al sexo en su modalidad “taquillera”. Todo esto podrá será motivo de acuerdos y desacuerdos, pero sin embargo aquellos que llegan a aproximarse a una madurez afectiva en su sexualidad podrán distinguir los matices y comprender lo dicho. Lo esperanzador es que se puede alcanzar, que no es un imposible. Merece una profunda reflexión de nuestra parte.

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La comprensión del amor

Al inicio habíamos dicho que por su carácter de misterio, el amor no podrá ser comprendido total y acabadamente. Sin embargo, acercarnos a la esencia del amor lo afirma y lo fortalece en su vivencia diaria permitiendo su sano desarrollo. Luego, cuando llega la edad madura en la que muchas veces las dudas y las crisis propias de ésa etapa pueden producir estragos en el amor, esta intuición sobre su esencia cobra un papel de mucha importancia. Todo amor entre hombre y mujer no es estático: siempre está en desarrollo. Cuanto mayor sea la conciencia lograda sobre la esencia del amor, sabiendo que el mismo está en permanente evolución hacia su plenitud, más tranquilos estaremos y no serán motivo de preocupación las dudas que aparecen en muchos y que tanto daño hacen a causa del desconocimiento. Recordar en los malos momentos, que una mala foto (la de hoy, ahora) no es la película completa. Que una foto no arruine la película. Como nadie nos ha enseñado que es lo esencial en el amor, SABEMOS QUE DESCONOCEMOS y esta sensación nos inquieta y se constituye en el peor enemigo del desarrollo del amor. Confundimos etapas y momentos con incerteza y fracaso y podemos llegar a echar por tierra todo aquello que pertenece al reino de un amor real, que necesita ser comprendido y mejorado dentro de nuestra condición de personas aquí y ahora. Hay que prevenirse de esta contaminación del amor por ignorar que las dificultades a ser superadas necesariamente se presentan tal cual son y nos llaman a que luchemos para vencerlas. ¿Cómo iríamos a mejorar si no se produjeran ni se hicieran patentes los aspectos perfectibles de nuestra relación? Hay que comprender que en lo fáctico, la única manera de crecer y superarse es actuando sobre las cosas mismas, lo cual se materializa cuando esas cosas se presentan concretamente en nuestro plano temporal (ahora), llamando al cambio operativo, en la acción, lo cual seguramente requiere reflexión, con el auxilio de muchos momentos anteriores en el cultivo de nuestra vida interior. Por este motivo es importante otorgarle un valor central a la comprensión del concepto de AMOR IRREPETIBLE ENTRE HOMBRE IRREPETIBLE Y MUJER IRREPETIBLE. Esta aseveración tiene una significación especial cuando por causa de nuestra historia personal, puede aparecer el fantasma de creer que podemos repetir inexorablemente otras experiencias que nos pertenecen –si fuera el caso- como el fracaso matrimonial de nuestros padres o de otros matrimonios que nos fueron cercanos. Esas experiencias pertenecen al ámbito de los recuerdos, pero no deben participar como condicionantes en nuestro presente. La comprensión gradual del concepto AMOR IRREPETIBLE ENTRE DOS IRREPETIBLES, que nos acerca a la realidad de “nuestro amor” dentro de las limitaciones y posibilidades, hace que se disipe el humo que nubla nuestra mirada. Esto aleja “miedos” infundados y permite generar

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confianza en el proyecto común: ¡claro que sí!, nuestro amor es nuevo, es tan particular que no le caben moldes o preconceptos, en especial si huelen a determinismos o fatalismos. Es tan único e irrepetible, que requiere toda nuestra atención, todo nuestro cuidado y nos hace ver que no hay nada más importante que nuestra mutua atención y la debida consagración a algo tan valioso que nos ha sido regalado. Algo se verifica en la realidad: no todos se enamoran, no todos encuentran al ser amado. Por muchos motivos puede resultar así y uno comprueba que esto ocurre con frecuencia: personas que podrían ser “el uno para el otro” muchas veces no llegan a cruzarse en la vida. Que tengamos la felicidad que nos suceda no significa que es algo a lo que tengamos indefectiblemente derecho: es sólo posibilidad dentro de la dinámica de nuestra libertad humana y –parafraseando a Ortega y Gasset- de nuestras circunstancias. Siendo gratuidad pura, nuestra tarea es cuidarlo con dedicación.

El amor y las Virtudes Humanas

Si me esfuerzo en mejorar, seré menos egoísta y podré entregarme más. Tal vez igual o más importante sea que al mismo tiempo que la virtud me hace mejor, el valor presente en mi y su “fluir” como regalo hacia mi amada avive la hoguera de su amor y que al gozar de ese “plus” que le llega de mis valores también ella pueda darme una respuesta afectiva acorde. Ante todo lo dicho aquí, solo nos queda imaginar qué gran amor pueden vivir dos personas si se dedican a su propia mejora en las virtudes, para poder darse al otro, produciendo mutuas y legítimas respuestas afectivas. Vislumbrar el horizonte posible nos puede motivar e impulsar a poner en obra la idea de hacer el bien (mejorar) por el tremendo gusto que tiene el bien en sí mismo, ya que el Bien con mayúscula es Dios, de quien emana todo lo bueno, porque Él es el Bien Supremo y que haciéndolo participamos en su Bondad. ¿No es algo simple al mismo tiempo que arduo y desafiante? Como lo señala el título de estas reflexiones: es misterio pero también posibilidad. Aproximarse al misterio del amor entre el hombre y la mujer y darnos cuenta que a pesar de conservar su rasgo enigmático, su esencia puede ser intuida para nuestro bien, es para las personas que se aman una noticia realmente esperanzadora. Raúl Guevara Marzo 2015. Chacras de Coria, Mendoza. República Argentina.

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