El amigo de la verdad y la segunda María: Constantino, Helena y la construcción de la memoria imperial en la Antigüedad Tardía

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Descripción

El amigo de la verdad y la segunda María: Constantino, Helena y la construcción de la memoria imperial en la Antigüedad Tardía Juan Carlos Montero Vallejo Prof. Historia del Arte Pontificia Universidad Javeriana [email protected]

Los siglos II y III d.c. hicieron parte, sin duda alguna, de uno de los períodos más dramáticos de la Antigüedad Tardía. La expansión que conoció el Imperio Romano bajo el liderazgo de Trajano, si bien enriqueció las arcas de Roma y se convirtió en uno de los más importantes cimientos de la pax romana, habría de provocar, tiempo después, desafíos administrativos que sumados a la revolución sasánida y las incursiones de los pueblos germánicos en el escenario romano desembocarían en un crisis no sólo institucional, sino también cultural 1, que solo vendría a verse conjurada por las reformas administrativas impulsadas por Diocleciano, desarrolladas entre finales del siglo III y comienzos del IV. La empresa política desarrollada por el general ilirio, que introdujo cambios sustantivos en la estructura étnica y jerárquica del mundo romano que, en muchos casos, habrían de resultar molestos para la aristocracia tradicional 2, habría de conducir finalmente a una experiencia cultural de restauración, de

raeparatio seculi3. Sin embargo, esta atmósfera de recuperación, si bien fue compartida por la mayoría de los habitantes del mundo romano, no fue experimentada de manera plena por las comunidades cristianas que, aunque habían sido acosadas esporádicamente por los emperadores Nerón, Decio y Valeriano, sólo bajo la administración de Diocleciano vinieron a convertirse en objeto de una persecución sistemática 4. Teniendo esto la vista, podría afirmarse entonces que la raeparatio seculi, por lo menos hasta 312, excluyó y marginó a la población cristiana que, ya desde el siglo II, venía engrosando su número. Backman, Clifford R. The Worlds of Medieval Europe. Oxford University Press. New York, 2003. Pág. 17-19. Brown, Peter. The World of Late Antiquity. Thames and Hudson. Londres, 1995. Pág. 22-26. 3 Ibíd; pag. 34. 4 Rees, Roger. Diocletian and the Tetrachy. Edinburgh University Press. Edimburgo, 2004. Pág. 59-66. 1 2

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Estas razones explican por qué Constantino fue el primer emperador en ser recordado de manera grata por el mundo Cristiano y por qué, a la postre, terminaría por convertirse en el cimiento fundamental de una suerte de memoria legendaria que habría de legitimar la aspiración cristiana a hacerse con la regencia del Imperio Romano: la hereditas fidei 5. La positiva consideración en que era tenido Constantino por la comunidad cristiana –o por lo menos por sus élites institucionales- se sostenía sobre las políticas que este, muy tempranamente, aún antes del Edicto de Milán, habría diseñado a favor de las comunidades que habían resultado lesionadas por las persecuciones religiosas. En una carta que dirige al obispo Ceciliano de Cartago en 312, por ejemplo, Constantino exige que la jerarquía cristiana de dicho obispado sea eximida de impuestos y que sea beneficiada con subsidios de diversa naturaleza. En otra epístola, dirigida esta vez al procónsul Anulino de África en 313, refiere su decisión de devolver edificios, muebles y réditos confiscados a la Iglesia durante las persecuciones, mencionando también que la restauración de la fe cristiana será causa y acicate de la prosperidad del imperio 6. Estas y otras decisiones, identificables con una suerte de patronazgo estatal de las comunidades cristianas, harán que Constantino, muy tempranamente, empiece a ser recordado no solo como un cristiano devoto, sino también como un campeón de la fe; tal será la imagen que del emperador presentaran las obras de Lactancio y de Eusebio de Cesarea 7. Sin embargo, uno de los ejes fundamentales de la popularidad de Constantino entre la población cristiana, y de las muy particulares formas de recordación a las que dio lugar, está estrechamente relacionado con el papel que este habría desempeñado en la recuperación -¿o cabría hablar mejor de descubrimiento?- de los monumentos memorísticos fundamentales para la cultura cristiana: el Santo Sepulcro e, indirectamente, por mediación de su madre, la madera de la cruz. Ambos, tanto el lugar físico en que habría sido enterrado Cristo como el objeto en el que habría sido crucificado –aún cuando hubiesen sido más o menos ignorados

Drijvers, Jan Willem. Helena Augusta. The Mother of Constantine the Great and the Legend of Her Finding of the True Cross. Brill. Leiden, 1992. Pág. 109-111. 6 Jones, A.H.M. Constantine and the Conversion of Europe. Medieval Academy of America. Canadá, 2004. Pág. 73-76. 7 Ibíd; pág. 80-81. 5

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entre el siglo I y los albores del IV8- representaban para la comunidad cristiana de comienzos de la cuarta centuria (por entonces en un meteórico ascenso en términos sociales), la materialización, y por lo tanto el lugar de memoria por excelencia, del evento cósmico en el que se sostenía su fe9. El Santo Sepulcro y la madera de la cruz actualizaban los eventos de la muerte y resurrección de Cristo, convirtiéndose en la prueba material que no sólo legitimaba el favorecimiento del que habría sido objeto la población cristiana por parte del imperio, sino también la aspiración a refundar el estado con base en sus premisas cosmológicas. Ahora bien, en vista de su gran valor político, histórico y religioso, resulta comprensible que el autor –o los autores- de su descubrimiento se vieran pronto convertidos, particularmente en el campo de las letras, en figuras ultra seculares, en personajes que además de su papel de gobernantes temporales fungían como vehículos excepcionales de la voluntad de Dios, convergiendo en sus personas la dimensión política del mundo y la suprahistórica de la voluntad divina, lo que resultaba en extremo favorable para una comunidad que, habiendo sido perseguida años atrás, veía ahora como el imperio transitaba, progresivamente, de una política pro-pagana a una procristiana. Esta consideración polivalente se deja ver, de manera particular, en la forma en que Eusebio, Obispo de Cesárea, presenta al emperador Constantino en la narrativa que compuso para conmemorar su vida y obra. De acuerdo con lo que refiere Eusebio, tras vencer a Licinio, Constantino habría dado instrucciones para desarrollar trabajos edilicios en el costado este de la ciudad de Jerusalén, lugar en el que entonces aún podría encontrarse algunos templos paganos que resultaban contrarios al proceso de restauración de la Iglesia que venía desarrollándose en la ciudad. El celo profiláctico de Constantino, finalmente, habría de conducirlo a un descubrimiento que terminaría por elevarlo al sitial de emisario de la salvación: “[…]el emperador caro a Dios promovió en la provincia de Palestina otra empresa de la máxima relevancia, digna

de ser rememorada. [….] Se le ocurrió pensar que era su deber hacer que el benditísimo lugar de la resurrección del salvador en Jerusalén llegara a ser eximio y venerable. Al punto, pues, ordenó construir un edificio dedicado Morris, Colin. The Sepulchre of Christ and theMedieval West. From the Beginning to 1600. Oxford University Press. New york, 2005. Pág. 7-13. 9 Bagnoli, Martina (ed.). Treasures of Heaven. Saints, relics and devotion in Early Medieval Europe. Yale University Press. New Haven, 2010. Pág. 56. 8

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a la oración, concibiendo el proyecto no sin el concurso divino, antes bien, inducido por el mismo espíritu del salvador. Otrora, hombres impíos […] sobre aquel terreno edifican un sepulcro verdaderamente espeluznante […]y construyen un obscuro compartimento al disoluto espíritu de Afrodita. […] largo tiempo duraron las

artimañas de los impíos […] y no se encontró a nadie […] entre los mismos reyes de entonces la capacidad de dar al traste con tanto atrevimiento, a excepción de uno solo, el amigo del Dios universal. […] invocando a Dios como su valedor, dicta la orden de limpiar aquella área […] cuando, un estrato tras otro, apareció en el fondo el primitivo solar del terreno, ofrecióse a la vista el santo y venerable santuario de la resurrección del Salvador”.

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Sin embargo, este no sería el único descubrimiento reservado por la divinidad a la familia del emperador. De hecho, aún habría de hacerse otro que estaría llamado a identificar de manera plena al cristianismo con la institución imperial y su supervivencia ulterior: el de la madera de la cruz. Lo interesante aquí, sin embargo, es que en ninguna parte de su obra biográfica sobre el emperador –escrita entre 337 y 339, inmediatamente después de la muerte de este- Eusebio menciona el descubrimiento11. Es más, una alusión abierta y clara al descubrimiento de la madera de la cruz sólo tendrá lugar hasta el año 390, cuando Juan Crisóstomo, en la Homilia 85 según el evangelio de San Juan, ofrezca la primera narrativa de la inventio crucis pero sin mencionar a los autores del descubrimiento12. Entre tanto, y de manera paradójica, sí encontraremos fuentes que hablan de la presencia de la cruz en tierra santa. Cirilo, obispo de Jerusalén, por ejemplo, afirma en un apartado de sus Lecturas catequéticas compuestas en 350 que la cruz se exhibe en la Iglesia de la Resurrección, y que muchos fieles han tomado fragmentos de esta para llevarlos a otras latitudes13; Egeria, por otro lado, en su itinerario de 385, describe atentamente como la madera de la cruz se convierte en el eje central de una liturgia de viernes santo en Jerusalén14. ¿En qué momento, pues, se hizo el descubrimiento? Y, por otro lado ¿Quién lo hizo? Teniendo a la vista estas preguntas resulta notable que la primera atribución personal del descubrimiento se presente solo hasta el año 395, cuando el obispo Ambrosio de Milán, en su Eusebio de Cesarea. Vida de Constantino. Editorial Gredos. Madrid, 1994. Libro III, 25-29. Drijvers, Jan Willem. “Helena Augusta, the Cross and the Myth: Some New Reflections”. En: Millennium 8. Yearbook on the Culture and History of the First Millennium. Walter de Gruyten. Berlin, 2011. Pág. 17-18. 12 Baert, Barbara. A Heritage of Holy Wood. The Legend of the True Cross in Text and Image. Brill. Leiden, 2004. Pág. 2. 13 Cirilo de Jerusalén. The Catechetical Lectures of St. Cyril. John Henry Parker et. al. (ed.). Oxford, 1839. IV, 10; X, 19. 14 Egeria. Itinerario. Prólogo, traducción y notas de Juan Monteverde. Editorial Maxtor. Valladolid, 2010. Pág. 91-92 10 11

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oración funeraria en honor del emperador Teodosio, identifique a Helena, la madre de Constantino, como la descubridora de la cruz 15. Aquí, sin embargo, el rol que Ambrosio le atribuye a Helena en la narrativa del descubrimiento y en la política romana de entonces nos ofrece algunas luces sobre los motivos que pudieron haber animado al obispo de Milán para hacer la que, hasta entonces, era una atribución sin precedentes definidos y una novedosa construcción memorística de las vidas del emperador y su madre –al menos en lo que atañe al campo literario. Vale la pena notar, inicialmente, que Ambrosio sitúa la narrativa de la inventio crucis en un contexto argumental claramente definido: con el descubrimiento de Helena la profecía de Zacarías (14:20) se habría cumplido, haciendo posible que Constantino inaugurara para la posteridad la herencia de la fe, el legado material que fungiría como elemento probatorio no solo de los actos redentores de Cristo, sino también de la imperativa necesidad de que las riendas del imperio descansaran en manos cristianas. Así pues, Helena aparece desde un primer momento como la mediadora de la gloria de Constantino y de la legitimidad cósmica del imperio que, antes del descubrimiento, parecía estar amenazada: “Aunque Constantino fue liberado en sus últimas horas de todos sus pecados por la gracia del bautismo, en virtud de ser el primero de los emperadores en creer y dejar una herencia de fe a los príncipes ha encontrado un lugar de gran mérito. En su tiempo la siguiente profecía ha hallado cumplimiento: “En aquel día todo lo que está sobre el freno del caballo será consagrado al Señor omnipotente”. Esto fue revelado por la gran Helena de santa 16

memoria, quien fue inspirada por el espíritu de Dios […] Noble mujer, quien dio al emperador mucho más que aquello que podría recibir ella de un emperador. La madre, ansiosa por su hijo, cuya soberanía del orbe romano había cesado, se apresuró a Jerusalén y escrutó el lugar de la pasión del Señor 17 […]

Baert, 2004. Pág. 24. Sancti Ambrosii Opera. Pars Septima. Otto Faller S.J. (ed). Hoeler, Pichler, Temsky. Vindobonae, 1955. Vol. LXXII. Pág. 392; 40: 8-11. Cui licet baptismatis gratia in ultimis constituto omnia peccata dimiserit, tamen quod primus imperatorum credidit et post se ю heredidatem fidei principibus dereliquit, magni meriti locum repperit. Cuius temporibus conpletum est propheticum illud : In illo die erit, quod super frenum equi, sanctum domino omnipotenti. Quod illa sanctae memoriae Helena, mater eius, infuso sibi dei spiritu revelavit. Traducción del autor de este ensayo. 17 Ibíd; pág. 393; 41: 3-7. Magna femina, quae multo amplius invenit, quod imperatori conferret quam quod ab imperatore acciperet. Anxia mater pro filio, cui regnum orbis Romani cesserat, festinavit Hierosolymam et scrutata est locum dominicae passionis. 15 16

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Ahora bien, establecida la importancia del rol desempeñado por la madre del emperador, Ambrosio hace que esta, animada por las ordenes de su hijo y por la guía de la divinidad, se de a la tarea de buscar el objeto que, además de lo que mencionamos líneas arriba, probaría la efectividad de la salvación operada a través de la muerte de Cristo, tanto en un nivel cósmico como en un nivel personal 18. Así, venciendo los obstáculos que el demonio pone en su camino –la ocultación del arma con la que Cristo lo habría conquistado- Helena, a través de la pluma de Ambrosio, viene a identificarse a sí misma con la Virgen María, pues ambas habrían desempeñado el rol de mediadoras fundamentales en las derrotas que Cristo habría infligido sobre el maligno:

“Veo lo que has hecho, diablo, que has ocultado la espada por la que has sido destruido […] ¿Para qué escondiste la cruz, diablo, sino para ser conquistado de nuevo? Te venció María, quien concibió al conquistador. Sin perjuicio de su virginidad alumbró a aquel que te conquistaría por su crucifixión y te vencería por su muerte. Hoy te vence una mujer que te ha sorprendido en tus artimañas. Ella cuasi santa concibió al Señor, yo he buscado su cruz; ella nos instruyó sobre tu generación, yo sobre tu resurrección; ella hizo que Dios fuera visible entre los hombres, yo levanté de entre las ruinas el estandarte [vexillum] que reparará nuestros pecados”

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Tras presentar a Helena como una segunda María, Ambrosio hace que, con ayuda de la inspiración divina, encuentre la madera de la cruz –diferenciándola de la de los ladrones20-, y los clavos que habrían atravesado el cuerpo de cristo, con los que forjará para los emperadores importantes símbolos de poder en los que la autoridad divina se fusionará para siempre con Ibíd; pág. 393-394; 43-44. Venit ergo Helena, coepit revisere loca sancta, infudit ei spiritus, ut lignum crucis requireret. Accessit ad Golgotham et ait: 'Ecce locus pugnae, ubi est victoria? Quaero vexillum salutis et non invenio. Ego, inquit, in regnis, et crux domini in pulvere? Ego in aureis, et in ruinis Christi triumphus? […] Quomodo me redemptam arbitror, si redemptio ipsa non cemitur? 19 Ibíd; pág. 394; 44. Video quid egeris, diabole, ut gladius, quo peremptus es, obstrueretur […]Quid egisti, diabole, ut absconderes lignum, nisi ut iterum vincereris? Vicit te Maria, quae genuit triumphatorem, quae sine inminutione virginitatis edidit eum, qui crucifixus vinceret te et mortuus subiugaret. Vinceris et hodie, ut mulier tuas insidias depraehendat. Illa quasi sancta dominum gestavit, ego orucem eius investigabo. Illa generatum docuit, ego resuscitatum. Illa fecit, ut deus inter homines videretur, ego ad nostrorum remedium peccatorum divinum de ruinis elevabo vexillum.' 20 Ibíd; pág. 394-395; 45: 1-10. Aperit itaque humum, decutit pulverem, tria patibula confusa repperit, quae ruina contexerat, inimicus absconderat […] Incerto haeret, haeret ut mulier, sed certam indaginem s spiritus sanctus inspirat, eo quod duo latrones cum domino crucifixi fuerint. Quaerit ergo medium lignum. Sed poterat fieri, ut patibula inter se ruina confunderet, casus inverteret. Redit ad evangelii lectionem, invenit, quia in medio patibulo titulus erat: Iems Nazarenus, rex Iudaeorum. Hinc collecta est series veritatis, titulo crux patuit salutaris. 18

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la autoridad temporal del gobernante de Roma. Tales símbolos habrán de convertirse en el fundamento visible de la política del imperio y en recordatorio de la necesidad de mantener un imperio cristiano: “Buscó los clavos con los que fue crucificado el Señor y los encontró. De uno de los clavos ordenó que se hiciera

una brida, el otro se engastó en una diadema […] María fue visitada para liberar a Eva; Helena, para que los emperadores se redimieran. Así, envió a su hijo Constantino la diadema ornada con joyas que se entretejían con el hierro de la cruz y que encerraban la gema más preciosa de la divina redención. También le envió la brida. Constantino usó ambos objetos y heredó la fe a los reyes posteriores21 […] Sabiamente actuó Helena al poner la cruz sobre la cabeza de los soberanos, para que la cruz de Cristo pudiera ser adorada entre los reyes. Bueno, por lo tanto, es el clavo del Imperio Romano. Este gobierna el mundo entero y adorna la frente de los príncipes, para que se conviertan en predicadores los que antes solían ser perseguidores (…) En la cabeza una corona, en las manos riendas. Una corona hecha de la cruz , para que la fe pueda brillar; riendas a semejanza de la cruz, para que la autoridad pueda gobernar y pueda haber justo gobierno en lugar de inicua legislación 22”.

Teniendo a la vista la orientación argumental y el esquema narrativo que se nos ofrece en De

obitu Theodosii, entendemos entonces que Ambrosio se encuentra profundamente interesado en persuadir a sus oyentes de la necesidad de sostener la continuidad y, fundamentalmente, la legitimidad del gobierno cristiano en Roma que, tras la muerte de Teodosio, acaecida a poco más de un mes del pronunciamiento de su obituario 23, se veía amenazada por una inestabilidad creciente. En primer lugar, la comunidad cristiana aún recordaba amargamente la hostil política que Juliano el Apostata, algunos años atrás, había implementado en su contra 24 y que, tras la muerte del emperador, podía reiniciarse en el caso en que las aristocracias tradicionales recuperaran poder e influencia en la política romana. Por otro lado, para el momento en que Ambrosio escribe su obituario, todavía se sentían en el imperio los ecos de la fallida usurpación 21 Ibíd; pág. 396; 47: 1-9. Quaesivit clavos, quibus crucifixus est dominus, et invenit. De uno clavo frenum fieri praecepit, de altero diadema intexuit […] Visitata est Maria, ut Evam liberaret, visitata est Helena, ut redimerentur imperatores. Misit itaque filio suo Constantino diadema gemmis insignitum, quas pretiosior ferro innexa crucis redemptionis divinae gemma conecteret, misit et frenum. Utroque usus est Constantinus et fidem transmisit ad posteros reges. 22 Ibíd; pág. 396-397; 48: 1-2; 4-6; 7-10. Sapienter Helena, quae crucem in capite regum locavit, ut Christi crux in regibus adoretur […]Bonus itaque Romani clavus imperii, qui totum regit orbem ac vestit principum frontem, ut sint praedicatores, qui persecutores esse consueverant […]In vertice corona, in manibus habena: corona de cruce, ut fides luceat, habena quoque decruce, ut potestas regat sitque iusta moderatio, non iniusta praeceptio. 23 Mellon, Doss B. Theodosius and the Conversion of the Roman Pagan Aristocracy. Gonzaga University. Michigan, 1984. Pág. 21-27. 24 Tougher, Shaun. Julian the Apostate. Edinburgh University Press. Edinburgh, 2007. Pág. 56-60.

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que el general Flavius Arbogastes y el maestro de gramática Flavius Eugenius –quien aunque siendo cristiano se mostraba tolerante con el paganismo 25- intentaron en contra de Teodosio pero que, finalmente, logro ser conjurada 26. Finalmente, para hacer todavía más dramático el escenario político que se dibujaba tras la muerte de Teodosio, el imperio se encontraba ahora dividido entre dos niños que ostentaban la dignidad de augustos –Arcadio y Honorio- quienes, por su condición infantil, podían convertirse en presa fácil de la manipulación de sus tutores27. En este contexto, entonces, resulta claro que De Obitu Theodosii se encuentra motivado por una angustiante preocupación por el futuro político del imperio, razón por la cual Ambrosio decide trazar, o mejor, inaugurar, por vía de una identificación entre Constantino y Teodosio, entre la Virgen María y Helena y la atribución concreta de la inventio crucis, una suerte de

genealogía imaginaria del imperio cristiano que permita vincular de manera estrecha la fe y la legitimidad espiritual y temporal que asiste de manera exclusiva a los legatarios de la hereditas fidei.

William, Stephens (et al.). Theodosius. The Empire at Bay. Routledge. London, 1994. Pág. 130-131. Natal Villazala, David. “Sed non totus recessit. Legitimidad, Incertidumbre, y cambio político en el De Obitu Theodosii”. En: Gerión. Vol. 28. No. 1. 2010. Pág. 310. 27 Ibíd; pág. 312. 25 26

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