EL ALTIPLANO NARIÑENSE EN LA ARQUEOLOGÍA DEL SUR DE COLOMBIA (2016)

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Autor: Diógenes Patiño C. Artículo publicado en www.academia.edu Septiembre de 2016

EL ALTIPLANO NARIÑENSE EN LA ARQUEOLOGÍA DEL SUR DE COLOMBIA Diógenes Patiño C. [email protected] Universidad del Cauca Sep-2016 1. Introducción El presente documento trata sobre las culturas arqueológicas de la región del Altiplano Nariñense en el sur de Colombia, su desarrollo se enfocará en aspectos de la complejidad de las sociedades existentes y detectadas en la arqueología y la etnohistoria de la región. Sus restos materiales están diseminados por toda la geografía del altiplano dejando evidencias alfareras, petroglifos y huellas de viviendas nucleadas y múltiples tumbas entre el 1900 y 500 A.P. El espacio ecológico ocupado es de planicies y montañas alto-andinas frías, con relativa facilidad de conexión hacia zonas templadas como la costa Pacífica al occidente y las selvas amazónicas al oriente. Las culturas del Altiplano se destacan por haber adquirido estructuras políticas y sociales cacicales cuyo control no solo se ejercía en las regiones Nariño (Pasto, La Cocha, Túquerres e Ipiales), sino también en la zona del Carchi (El Ángel, San Gabriel, La Florida) en el Ecuador. En la actualidad las comunidades étnicas guardan una estrecha relación con su pasado arqueológico ancestral, reafirmando su identidad a través de la historia, memoria y tradición. 2. El Espacio Geográfico y Ambiente La región andina nariñense es un extenso espacio geográfico originado por una compleja formación volcánica cuaternaria, que con el tiempo fueron conformando varios altiplanos fértiles delimitados por los caudales de importantes ríos que descienden al Pacífico por la vertiente occidental de los Andes o por la región oriental al Amazonas. En la región sur cerca de la frontera con el Ecuador sobresalen por encima de los 4.000 m.s.n.m. los volcanes de Chiles, Cumbal y Azufral, los altiplanos vecinos fértiles y fríos que se forman corresponden a las regiones de Carchi (Ecuador), Ipiales, Guachucal y Túquerres en Colombia, donde se asientan múltiples comunidades campesinas y étnicas pasto con sus respectivos resguardos. Las partes más bajas se encuentran en los caños de ríos como el Guaitara con temperaturas entre 16-24oC y se asciende a las zonas medias y altas montañosas (volcánicas) con temperaturas cercanas a los 0oC; las precipitaciones oscilan entre los 1000 y 1200 mm/año (Foto 1). Al norte de altiplano las condiciones geográficas son similares y se destacan los volcanes Galeras, Doña Juana y Patascoy, sus cenizas fertilizaron los valles y montañas de la región. Al oriente del volcán Galeras (4.276 m.s.n.m.) se levantan los flancos de la cordillera andina que alberga la mítica laguna de La Cocha cerca de la región del valle de Sibundoy (Putumayo), en vecindades con la zona montañosa donde nacen los ríos Juanambú y Mayo en la Bota Caucana (IGAC, 1982; 1985).

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Foto 1. Altiplano Nariñense. Valle de Atriz, Pasto (Foto M. Ordoñez)

Una de las características relevantes de este territorio nariñense es su diversidad climática y biodiversidad, pasando desde los valles estrechos y calientes (1.500 m.s.n.m.) hasta las regiones de altiplanos a más de 3.000 m.s.n.m. y zonas montañosas con páramos y volcanes por encima de los 4.000 m.s.n.m. Los suelos contienen cenizas de distintos períodos eruptivos que por siglos han dado fertilidad a los terrenos ocupados desde épocas prehispánicas a partir del siglo VIII hasta la llegada de la colonización europea y desarrollo moderno de la región (Foto 2).

Foto 2. Altiplano Nariñense. Área de Pejendino y Buesaquillo (Foto M. Ordoñez)

3. Teorías y Problemas de Investigación Las sociedades prehispánicas en el área andina fronteriza entre Colombia y Ecuador, ocuparon los altiplanos de Nariño y Carchi respectivamente, hace unos 2000 años atrás. Los vestigios arqueológicos han interesado a múltiples investigadores , que en sus comienzos se dedicaron a estudiar cementerios y pautas de entierro debido a los hallazgos de ricas y profundas tumbas en las zonas de Ipiales y Pupiales en los años 70s y 80s. Poco a poco se fue conociendo un amplio repertorio arqueológico sobre los 2

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pueblos prehispánicos del área. Las preguntas de investigación entonces se dirigieron hacia la conformación de una secuencia cronológica basada en conjuntos de objetos tanto de alfarería, orfebrería y otros de cultura material; también se preguntó por el tipo de estructuración política, social y económica de estas sociedades. Los materiales de mayor abundancia fueron cerámicas o alfarerías de estos pueblos, con los cuales los arqueólogos(as) han dado sus primeros resultados sobre los contextos y cronologías de estas sociedades. Sin embargo, aún existe confusión sobre su significado y ocurrencia espacial en la catalogación de tres complejos cerámicos denominados Capuli, Piartal y Tuza. Para algunos autores estas diferencias en la cerámica indican momentos culturales disímiles (Francisco, 1969); para otros, los materiales culturales más bien indican una diferenciación social política al interior de estos pueblos, especialmente en aquellos donde se han encontrado materiales Piartal/Tuza, pertenecerían a dos fases de una misma entidad cultural asociada con los indígenas Pastos al momento de la conquista europea (Uribe, 1977). Una posición similar tiene C. Plazas y Falchetti (1983) al considerar los conjuntos orfebres Capulí y Piartal-Tuza como pertenecientes a dos sociedades distintas. Para F. Cárdenas (1989, 1991) estos tres complejos cerámicos corresponderían mejor a un modelo de variabilidad interna de la misma sociedad. Similar posición sostiene Echeverría (2004), para quien el estilo Capulí correspondería a los “cha manes”, el estilo Piartal a la élite cacical, mientras el estilo Tuza pertenecería a la comunidad de la sociedad Pasto. Por otro lado, la propuesta de R. Lleras y otros (2007), basada en el análisis iconográfico y funcional de los objetos metálicos, sugiere que los estilos orfebres Capulí y Piartal, los cuales forman parte del denominado Conjunto Orfebre Sur-Occidente de Nariño y Carchi, ubicado entre 750 y 1470 d.C., pertenecerían realmente a una misma sociedad y podrían corresponder a dos grupos de la élite cacical. Dichos autores se apoyan en el principio de binariedad tan común en la cosmovisión de los pueblos antiguos de la región andina. Con los trabajos de Langebaeck y Piazzini (2003) y estudios recientes de salvamento arqueológico, pareciera que las últimas propuestas toman fuerza, ya que las variables basadas en la cronología y en la ocupación del espacio se superponen para los asentamientos humanos y sus desarrollos culturales en el altiplano nariñense. De otro lado, aún es precario el conocimiento y alcance de la expansión incaica en el altiplano nariñense, solo se conocen argumentos históricos y algunos sitios relacionados con el Qhapaq Ñan o camino Inca como ruinas arqueológicas. Con respecto a la estructura política conformada por estas sociedades se ha pensado que estuvieron organizadas a partir de cacicazgos o curacazgos jerarquizados pero intercomunicados, los cuales ocuparon extensas zonas fértiles del altiplano incluyendo tierras frías y cálidas en valles y terrazas aluviales, especialmente a lo largo del Guaitara. Se cree que los Capulí conformaron propios pueblos diferentes a los Piartal/Tuza, aunque en su conjunto podrían haber vivido simultáneamente, si se tiene en cuenta que sus materiales culturales se hallan en los mismos sitios arqueológicos. Varios autores coinciden en que el territorio de los cacicazgos Pasto, al momento de la conquista europea, ocupaban ampliamente el altiplano desde las regiones del Chota y Carchi (Ecuador) en el sur, hasta las zonas del Juanambú y Mayo al norte. En los 3

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estudios, igualmente para esta época, se destaca la presencia de grupos Quillacinga como los ocupantes del área norte en las vecindades del Galeras, Pasto, Buesaco y La Cruz. Su filiación a los complejos alfareros, aunque presenta similitudes, aún está por definirse desde la arqueología. 4. Arqueología y Cronología de la Ocupación Prehispánica del Altiplano El panorama cronológico y secuencial de las culturas arqueológicas del altiplano aún es confuso por falta de excavaciones sistemáticas y porque la mayoría de la evidencia de la secuencia establecida proviene de enterramientos (Las Cruces, Miraflores - Pupiales) y sitios que han sido objeto de guaquería. Tampoco se conocen detalles de los materiales domésticos de aquellos complejos Capuli y Piartal/Tuza; para estos últimos asociados a los grupos Pasto históricos abundan materiales arqueológicos y documentos escritos que marcan el período tardío y colonización de las culturas del altiplano. De otro lado, la mayoría de los datos correspondientes a las comunidades prehispánicas del altiplano han sido visualizados a partir de los registros de cronistas y documentos etnohistóricos o históricos, que se refieren a las épocas de conquista y colonización por españoles en el territorio a partir del siglo XVI. Esta información se ha equiparado especialmente con el conocimiento de los grupos pasto, quienes ocuparon todo el altiplano dominando el territorio en sus diferentes ecologías y pisos climáticos, con lo cual operaron una compleja red de intercambio regional y a larga distancia hacia la costa Pacífica y selva amazónica. De otro lado, las crónicas y la etnohistoria describen extensas poblaciones a la llegada de los europeos a la región del altiplano; a los cronistas les llamó la atención el número elevado de poblados cuyas gentes eran dominadas por jefes caciques principales y segundones (Cieza de León, Uribe, 1976, 1986; Calero, 1991; Caillavet y Pachón, 1996; Cárdenas, 1995; Groot y Hooykaas, 1991; Romoli, 1977-78). Los primeros trabajos de campo en arqueología de la región del Carchi y sur de Nariño, se establecen con C. E. Grijalva, quien estudió los “bohíos pastenses” y costumbres fúnebres en 1919. Posteriormente, M. Uhle en 1928 y 1933 publica sus estudios relacionados con las ruinas de Cuasmal o Huaca en la provincia del Carchi; registrando bohíos circulares y dentro de ellos tumbas prehispánicas con ajuar. Según él se trataba de un antiguo poblado relacionado con el pueblo de Chitangue con casas grandes y pequeñas cercadas por un gran muro. Las exploraciones de estos arqueólogos se realizan, especialmente en las áreas de El Ángel, San Gabriel, Cuasmal (Huaca) e Ipiales, donde aparecen vestigios como las fortalezas de Rumichaca y El Churo indicadores de la incursión incaica al territorio (Grijalva, 1937:50; Martínez, 1977). Los estudios arqueológicos en el altiplano de Nariño se desarrollaron a partir de los años 1970s con los trabajos de M. V. Uribe en la región de Miraflores (Pupiales); sin embargo, la primera secuencia cronológica fue dada por Alice de Francisco (1969) cuando propuso, aún sin dataciones, la presencia de tres estilos alfareros para la región del Carchi (Ecuador). Estos estilos se corresponden con aquellos registros prehispánicos del altiplano nariñense. Los estilos más tempranos parecen girar alrededor de los complejos alfareros Capuli y Piartal, siendo este último el que da origen al denominado Tuza, a veces llamado Piartal-Tuza 4

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(Francisco, 1969; Uribe, 1992). En las dos regiones, el Carchi y Nariño, la evidencia arqueológica de la secuencia de los complejos Capuli, Piartal y Tuza han indicado una continuidad cultural en la región a partir aproximadamente del 1900 A.P. En los contextos arqueológicos no se perciben mayores sobresaltos en estas sociedades, que parecen haber alcanzado una óptima organizado en sus estructuras jerárquicas bajo el dominio de poderosos caciques-chamanes. Sin embargo, esa relativa hegemonía existente fue rota a final de la secuencia con la llegada del Inca (Huayna Qhapaq) y luego con la colonización española en la región, aspecto éste que quedó marcado en el último período prehispánico denominado Tuza y que se popularizó como los Pastos históricos (Calero, 1992; Bray, 1992; Francisco, 1969; Uribe, 1992; Salomon, 1986). En el altiplano nariñense, los estudios hasta hoy conocidos parecen indicar que la secuencia en sus inicios se relaciona con grupos alfareros tempranos donde se perciben algunas características compartidas en cementerios y alfarerías del complejo Capuli y Piartal. La falta de investigaciones sistemáticas en el área no deja en claro si los miembros de estas alfarerías ocuparon simultáneamente el mismo territorio o si por el contrario la presencia de suntuosos ajuares Capuli hallados en tumbas especiales pertenecen a un grupo social jerarquizado dentro de un desarrollo más amplio de las sociedades Piartal. En otras palabras, pareciera que el material Capuli (con fechas desde 1900 A.P.) corresponde a un grupo social con alto estatus dentro del desarrollo Piartal (con fechas desde 1.440 A.P.). Las cerámicas Capuli, donde se destacan figuras humanas de mambeadores sedentes se encuentran en profundas tumbas que contienen importantes ajuares de objetos exóticos y orfebrería de buena ley, materiales que han indicado relaciones a larga distancia con otras regiones por fuera del altiplano. Igualmente, se cree, por algunas dataciones, que las gentes con alfarería Capuli son las más antiguas en la región del Carchi-Nariño con fechas cercanas al 1900 A.P. En el sitio La Victoria (Ipiales) se obtuvo una fecha para materiales Capuli de esta época, mientras que en La Florida al sur del Carchi, cerámicas similares y uso de la técnica del negativo es ubicada entre el 1820 y 1530 (Doyon, 1995; Uribe, y Lleras, 1982-83; Lleras et al., 2007). De otro lado, se estima que las sociedades con alfarerías Piartal cada vez más se extendieron por el altiplano, el poderío de los cacicazgos siguió dominando la economía local y regional con importantes redes de intercambio desde el 1.500 hasta el 750 A.P. Para este período se conocen más sitios arqueológicos distribuidos en diferentes pisos climáticos a lo largo del altiplano desde el Carchi hasta el norte de Pasto. Los resultados poco a poco dan mayor consistencia a su cronología y materiales culturales hallados en tumbas, ruinas de bohíos y basureros estratificados que ratifican una secuencia continua hacia el final de la ocupación prehispánica. En la ocupación tardía de la región se perciben cambios notables entre Piartal y Tuza probablemente relacionados con la pérdida paulatina del control político del territorio y su economía por parte de los antiguos cacicazgos, dando así paso a nuevas estructuras políticas y sociales, con aumento de la población y muchos restos arqueológicos que hoy conocemos como del período Tuza o a veces Piartal-Tuza entre el 750 al 450 A.P. Las alfarerías Tuza, abundantes en toda la región, serían producto de los asentamientos de las comunidades étnicas pasto, aquellas que fueron intervenidas por el Inca hacia el 550 A.P. y luego por los europeos un siglo después (Uribe, 1978, 1988; Uribe y Lleras, 1983). Hay que 5

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destacar que los complejos alfareros Piartal y Tuza se sobreponen en espacio y tiempo, lo que indica que estaríamos ante culturas arqueológicas que comparten varios rasgos estilísticos y que no corresponden necesariamente a grupos étnicos históricos reconocidos en la Colonia (Calero, 1991; Cárdenas, 1995). En estudios recientes en la región de Yacuanquer, al sur de Pasto, los materiales arqueológicos registrados en los sitios Mejía Alta, La Aguada, Cujacal y Mochiza corresponden a asentamientos tardíos Pastos con fechas entre el 650 al 400 A.P. Sus materiales alfareros son similares a aquellos de Piartal y Tuza. En este trabajo no se utilizan complejos tradicionales descritos para el altiplano, pero sí se establece una distinción cronológica de la alfarería en dos períodos: Yacuanquer 1 y 2 y se reporta material fechado entre el siglo XII d.C. y el período moderno. De acuerdo con los autores, la evidencia para la ocupación más temprana sugiere que la población se asentó en las tierras bajas más productivas y luego cambió a la ocupación de suelos menos productivos, pero con acceso a productos ubicados a diferentes niveles altitudinales. Concluyen, que la ni verticalidad ni la presión poblacional fueron de gran importancia para el desarrollo de sociedades complejas (Bernal, 2011; Langebaek y Piazzini, 2003). En los estudios de A. Bernal en los alrededores del volcán Galeras y valle de Atriz, se de observan problemas acerca de la cronología, complejos alfareros y la caracterización de contextos domésticos en asentamientos prehispánicos e históricos. Para el autor, uno de los principales problemas de la arqueología nariñense es la cronología cerámica y su distribución geográfica a partir de los tres complejos alfareros (Capulí, Piartal y Tuza). Por otro lado, es cierto que la actividad agrícola y la introducción del arado mecanizado, han provocado la casi total destrucción de contextos domésticos en el altiplano y las laderas de los valles interandinos de la región (Bernal, 2011). Excavaciones en contextos domésticos y de tumbas se han hallado en la región de Consacá, con fechas alrededor de 825 A.P. con cerámicas Tuza. Igualmente, sucede en los sitios de Aguapamba y El Retiro, al oriente de Pasto, en el último sitio se observó conjuntos de plataformas de tipo semicircular con talud; donde se excavó material cerámico pintado y doméstico para uso en la cocina. Igualmente, tumbas Tuza y un basurero con materiales Piartal y Tuza estratificado, una muestra fue fechada en 1.450 A.P. lo que amplía el panorama de la ocupación Piartal en zonas altas andinas por encima de los 3.000 m.s.n.m. (Patiño, 1995). Otro caso temprano de ocupación Piartal- Tuza se observa en el sitio Jongobito al sur de Pasto, con una datación similar de 1.480 A.P. (Groot y Hooykaas, 1991). En este sentido estos dos complejos alfareros se interpretan como expresiones materiales que se relacionan íntimamente al final de la ocupación Piartal/Tuza con asentamientos y demografía en aumento, se expande la agricultura con importantes mercados locales y redes de intercambio. La descripción de estas sociedades étnicas fue documentada en varias crónicas y escritos del siglo XVI, especialmente aquellas conocidas a través de P. Cieza de León (1553/1941), quien describe los pueblos de indios del altiplano y sus vecindades. Algunas fechas tardías obtenidas en sitios del valle de Atriz (Gauchucal, Maridíaz y La Cruz, entre 335 y 230 A.P.) corresponden a una época de colonización española avanzada en Nariño (Cárdenas, 1996; 6

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Fernández, 1994; Lleras et al., 2007). La secuencia arqueológica del altiplano nariñense-carchense, se sintetiza a partir de los estudios de arqueología de los años 70s, 80s y 90s y, aquellos estudios más recientes. Así mismo, el esquema cronológico y espacial está basado en los análisis alfareros y diseños decorativos hallados en contextos de cementerios y algunas áreas domésticas. En varios casos los complejos son asociados a entidades étnicas específicas con características sociales, culturales y económicas (Cuadro 1).

Cuadro 1. Secuencias Cronológica para el Altiplano Nariño – Carchi. (Adaptado: Bernal, 2011; Langebaek y Piazzini, 2003; Lleras y otros, 2007; Patiño, 1995; Groot y Hooykaas, 1991; Uribe, 1977-78). 5. Territorio, Cacicazgos y Complejidad Social Las primeras referencias sobre las sociedades en el altiplano de Nariño fueron dadas por P. Cieza de León, en su recorrido por las tierras de los Pasto y Quillacinga (pueblos de frontera de difícil caracterización étnica) percibieron amplios asentamientos que denominaron “pueblos” por su organización social y densidad de la población. En estos percibieron la presencia de caciques principales y menores, personajes que componían las elites de estos pueblos y su poder dominaba tantos a gentes como territorios agrícolas, altamente productivos. En su relato Cieza hace la relación de pueblos y caciques en todo el altiplano nombrando localidades de nación pasto como: Mallama, Tucurres, Zapuys, Iles, Gualmatal, Males, Piales, Pupiales, Turca y Cumba; mientras que para los del nor-oriente, Quillacingas, nombra a Mocondino, Bejendino, Buyzaco, Guanquanquer y Mocoxonduque, entre otros.

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Varios autores coinciden en que el territorio de los cacicazgos pasto al momento de la conquista ocupaban el altiplano desde las regiones del Juanambú-Mayo al norte hasta la región del Chota (Ecuador) en el sur; cubriendo una diversidad de ecosistemas andinos de clima medio a muy frío con suelos fértiles de cenizas volcánicas. También los registros históricos y arqueológicos aportan datos sobre sus vecinos inmediatos y sus fronteras, por ejemplo, al oeste y norte se relacionó a los Abades, Másteles (relacionados con los Sindagua) y Patías de las tierras cálidas del valle del mismo nombre. Al oriente los Kamsá e Ingas del valle de Sibundoy. Las diferencias en términos generales entre estas naciones y pueblos fronterizos también están apoyadas por estudios lingüísticos a partir de toponímicos y antroponímicos de esta región andina (Groot y Hooykaas, 1991). En las relaciones tardías de los Pasto vale la pena mencionar que el territorio del altiplano se constituyó en la frontera norte de la invasión Inca en el Ecuador (Huayna Qhapaq, ca. 500 A.P.), por lo tanto, el quechua nativo (lingua franca) se extendió hasta el río Chota como límite septentrional, pero su influencia lingüística llega más al norte en el altiplano nariñense, especialmente al territorio conocido como Quillacinga (nombre dado por los españoles en la conquista). Por los datos etnohistóricos se cree que los Incas sometieron a los pastos a la tributación e incluso movilizaron gentes pasto a otras zonas dentro de la colonización expansionista Inca antes de la llegada de los europeos a los Andes. La mayor influencia del estado Inca se ejerció en el Ecuador dejando sitios claves en las localidades de Ingapirca, Chillos, Pimampiro, Imbabura y Carchi por donde transcurre el camino norteño de los Incas; también se recuerda el puente Rumichaca en la zona de frontera donde el Inca sufrió varias derrotas a manos de cacicazgos pasto (Foto 3) (Martínez, Patterson y Gailey, 1987; Romoli, 1977-78).

Foto 3. Camino Qhapaq Ñan en el sitio Pedregal, Nariño (Foto D. Patiño, 2016)

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Volviendo sobre las etnias pasto conocidas por la etnohistoria, la lingüística y la arqueología, se establece que sus pueblos demográficamente numerosos eran dominados por caciques principales como cabezas visibles de una estructura social y política compleja. Estos cacicazgos basaron su economía en la agricultura aprovechando la rica fertilidad del suelo y la diversidad de productos cultivados en diferentes pisos climáticos (Lagebaeck y Piazzini, 2003; Oberem, 1981). Los cacicazgos tardíos también tuvieron gran éxito en la puesta en marcha de una importante red de intercambio que se heredaba desde tiempos atrás y, que involucró pueblos y productos de diversas regiones, incluyendo la costa Pacífica y el Amazonas. Sin embargo, los objetos suntuosos de buena calidad de épocas tempranas ya no circulan entre las elites pasto, y más bien el poder y el control social gira en torno a la producción agrícola y su distribución, según fuentes etnohistóricas (Salomon, 1986; Romoli, 1977-78; Calero, 1992; Caivallet y Pachón, 1996). 6. Economía y Subsistencia en el Altiplano Los pueblos del altiplano tuvieron una economía de subsistencia basada en la agricultura primordialmente, aunque también existió la pesca y cacería de animales silvestres. Esta economía se desarrolló desde épocas de inicios de estos asentamientos originados en la región serrana del Carchi hacia el siglo VIII difundiéndose durante el período Capulí y Piartal (1.150 a 750 A.P.) continuando en las zonas del altiplano nariñense, una región conformada por suelos volcánicos aptos para la agricultura. Antes de esta fecha no se han encontrado restos de asentamientos agro-alfareros en la región, ni tampoco ocupaciones pre-cerámicas, es probable que sí existan estas evidencias, como en otras latitudes del más al sur y norte del altiplano, solo que pueden estar sepultadas por una fuerte actividad volcánica justo en el territorio Carchi-Nariño (Patiño y Monsalve, 2015). El desarrollo estilístico de la cerámica y la metalurgia del largo período Capuli y Piartal es muy similar en ambas regiones del Ecuador y Colombia (Uribe, 1978; Lleras et al., 2007). Igualmente desde estas épocas se ha destacado una economía agrícola de subsistencia basada en la explotación vertical de los pisos ecológicos andinos; lo que habría dado origen a una red de intercambio a corta y larga distancia, según objetos y materias primas diversas. Esto parece deducirse de las excavaciones de sitios funerarios de estilo Capuli y Piartal donde se ha hallado materiales exóticos y objetos suntuarios que fueron usados como bienes de prestigio por parte de importantes miembros de la sociedad; poderosos caciques debieron tener el control político, económico y social de pueblos unidos a través de la red de intercambio regional (Uribe, 1992; Uribe y Lleras, 1983; Langebaeck y Piazzini, 2003). Los productos agrícolas cultivados en los períodos más tempranos del altiplano no han sido fácilmente registrados, se presume que el maíz (Zea mays), frijol, variedad de papas, quínoa y auyama, entre otros, fueron alimentos de intercambio tanto en las regiones del Carchi como en Nariño. Por los materiales cerámicos de Capuli y Piartal se deduce que la coca, el algodón, la madera de chonta (para lanzas y bancos rituales), cestería y otros productos estuvieron circulando en las redes de comercio en amplias regiones frías y cálidas de los Andes (Uribe, 1978-79).

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La agricultura continuó siendo la base de la subsistencia para los desarrollos tardíos de asentamientos Tuza (750 al 450 A.P.), desde los inicios del período se ha observado un fuerte aumento demográfico con ocupación de numerosos sitios con decenas de bohíos localizados en el paisaje del altiplano y asociados a los pastos históricos. Con el aumento de la población se prevé una mayor presión sobre los recursos naturales, incrementándose las actividades agrícolas en diferentes climas dentro de la verticalidad del paisaje andino local. Para este período igualmente se percibe un decaimiento de los cacicazgos anteriores con menos control sobre los bienes exóticos y sobre las redes de intercambio. Así mismo, las producciones alfarera y metalúrgica fueron menos elaboradas con el uso de técnicas y materiales más populares como la tumbaga. Según Uribe y Lleras (1983) existió, para este período, en las sociedades Tuza dos eventos, uno, la crisis en los sistemas de tributación hacia los cacicazgos, donde hubo menos productos de intercambio y mayor dependencia de la producción agrícola; y dos, los efectos del dominio Inca en la zona norte del Ecuador y regiones colindantes incluyendo la costa Pacífica y Amazonas, lo que obligó a procesos migratorios y desplazamientos étnicos por esa conquista (Uribe, 1986; 1995). Los sitios Tuza o pasto parecen ser más abundantes sus locaciones que aquellas del período anterior (Piartal) y se encuentran en toda la región del altiplano. Cieza de León (1953) los describe en sus crónicas como grandes “bohíos” y en el sitio Los Arrayanes (Ipiales) se registraron 80 plataformas de estas viviendas con suelo en tierra pisada, lo que indica un patrón de asentamiento nucleado y extenso para este período (Uribe 1978). Por su parte los trabajos de Groot y Hooykaas (1991) en sitios del norte del altiplano reporta viviendas asociadas a terrazas escalonadas con muros en piedra, aptos para la agricultura. Muchos son los sitios que corresponden al período Tuza, entre estos destacamos aquellos reportados en los alrededores de Pasto como La Esperanza, Maridíaz, Pejendino, Morasurco, La Cocha, Yacuanquer, entre muchos otros más. La agricultura Tuza fue ampliamente reportada en las crónicas y en estudios etnohistóricos, la papa y la quínoa se cultivaba en zonas altas frías por encima de los 2.200 m.s.n.m., mientras que el maíz, frijoles, maní, pimiento, algodón, coca y frutos se producían en zonas más templadas y cálidas bajas. Estos alimentos y otros productos eran intercambiados en los mercados locales por grupos de comerciantes llamados mindaláes, cuyos orígenes y estirpe se remontan a la región del Otavalo prehispánico en el Ecuador. Los mindaláes fueron gentes apreciadas por las élites por su carácter de “indios mercaderes” quienes abastecían de bienes los mercados locales de la región distribuyendo entre otros productos y alimentos provenientes de explotación vertical de pisos ecológicos andinos. Esto implica que las familias pasto tenían chacras o campo de cultivo en diferentes pisos térmicos con la posibilidad de acceder a ellos durante la jornada diaria para luego regresar a la residencia. Los campos son trabajados en eras o “guachos” paralelos realizados con hachas de piedra enmangadas; productos como el maíz eran macerados en metates con manos de moler en piedra (Calero, 1991; Salomon, 1986; Oberem, 1981). En el registro arqueológico y etnográfico los animales domésticos reconocidos desde épocas anteriores siguieron siendo el cuy y la llama; mientras que la cacería de venados y otros animales silvestres menores y aves siguió siendo importante en la dieta diaria de las gentes (Rodríguez, 1991).

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7. Complejos Alfareros y su Interpretación En los altiplanos del Carchi y Nariño se han reconocido tres complejos alfareros en las clasificaciones regionales de Ecuador y Colombia. El problema con estos complejos no ha sido su caracterización sino lo que representaron en la vida de los cacicazgos de la región, además de sus cronologías. Estos complejos han recibido el nombre de Capuli, Piartal y Tuza, según el nombre donde se han registrado arqueológicamente. Los dos primeros complejos fueron reconocidos a partir de materiales cerámicos hallados en tumbas prehispánicas y el último por tumbas y abundantes materiales alfareros domésticos de ubicación tardía, por lo tanto el material Tuza se relaciona con los grupos pastos históricos. Las cerámicas Capuli y Piartal no son muy conocidas en asentamientos o viviendas (basureros) que puedan indicar la dispersión de estos grupos en el altiplano. Materiales Piartal parecieran encontrarse en sitios Capuli o asociado a ocupaciones Tuza, pero nunca los materiales Capuli en Tuza; lo que hace pensar que en su conjunto los tres complejos cerámicos son parte de un mismo desarrollo cultural en el altiplano nariñense y que las cerámicas Piartal posiblemente correspondan a una expresión artística de alfareros trabajando para las elites cacicales de los Tuza o pastos históricos (Langebaeck y Piazzini, 2003). Las cerámicas Capuli. Esta cerámica se encuentra en cementerios con tumbas de pozos redondos con cámaras laterales muy profundas que alcanzan entre 20 y 40 metros en suelos volcánicos. En los cementerios de Las Cruces y La Victoria, cerca de Ipiales, se han excavado tumbas de personajes de la elite que fueron enterrados con ajuares de oro, finas cerámicas, hachas pulidas y grandes caracoles (Strombus galeatus, Fasiolaria princeps y Melongena patula), usados como trompetas fueron traídos de la costa Pacífica. En las cerámicas se refleja una organización de estas sociedades alrededor de caciques-chamanes, donde la vida espiritual giró en torno a la masticación ritual de la hoja de coca. Las figurillas Capuli representan personajes de elite sentados, para esta sociedad el retrato del personaje no era lo más importante, sino el ritual asociado a la coca. Las efigies modeladas en barro sobre bases planas, representan mascadores de coca, que plantean la interesante discusión sobre la obtención del producto, puesto que en las tierras altas no se da la coca, lo cual supone el intercambio con grupos productores o el control de pisos ecológicos en esta región andina. Los valles interandinos y las hoyas de los ríos Chota, Guaitara y Patía, además de la llanura costera del Pacífico, debieron jugar un papel destacado en la economía de los grupos del altiplano (Cardale, 1969; Uribe, 1995). Las figurillas humanas masculinas de mambeadores están sedentes en banquitos, se las conoce como “coqueros”; mientras que las femeninas con falda, están sentadas sobre el suelo (Fotos 4-5). En ellas se presentan decoración pintada con la técnica negativo del Carchi pintura negativa negra sobre fondos rojizos, los patrones decorativos probablemente simulan tatuajes o pinturas corporales con significado ritual. Otras vasijas corresponden a cargueros y patones evocando la importante actividad de comercio e intercambio de la época. Los demás recipientes de uso ritual tienen variedad de formas como: vasijas zoomorfas modeladas, copas de pedestal alto, copas dobles o triples, vasijas globulares con aplicaciones de figuras zoomorfas adosadas al borde del recipiente o sosteniendo la vasija llamadas cargadores (Fotos 6, 7 y 8). 11

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Foto 4 y 5. Figurillas de coqueros Capuli. Foto 6. Mujer Capuli. Foto 7 y 8. Cargador y Copa (Uribe, 1992)

La orfebrería asociada a esta cerámica ritual Capuli es manufacturada en oro de buena calidad, con seguridad obtenido por intercambio de las ricas fuentes auríferas de las regiones del Telembí y Barbacoas en la costa Pacífica. Los objetos elaborados corresponden a adornos corporales de diademas, narigueras rectangulares con motivos zoomorfos (monos y aves), pectorales, orejeras anulares y semi-circulares, llamadas tinculpas; la tecnología de estos adornos fue la fundición, dorado por oxidación y el martillado, también se recortaron las piezas para formar figuras geométricas y zoomorfas (especialmente de monos y aves) (Fotos 9, 10 y 11).

Foto 9, 10 y 11. Metalurgia Capuli, Colgantes de orejera circular, tinculpas (Uribe, 1977-78).

Las cerámicas Piartal-Tuza. Pareciera que los materiales cerámicos de estos dos grupos alfareros representaran una sola unidad cultural en secuencia y que, probablemente, su diferencia al final del período se deba al debilitamiento de los cacicazgos de la época Piartal. Las cerámicas Piartal son mejor elaboradas pudieron que aquellas de la época Tuza, las cuales se popularizan entre las gentes comunes de los cacicazgos tardíos del altiplano hasta la llegada de la conquista europea. La alfarería Piartal proviene de tumbas de varias zonas del Carchi (Ecuador) y en Colombia de los sitios en Miraflores cerca de Pupiales. Su distribución geográfica abarca desde El Ángel, Carchi, en el sur, hasta el norte, siguiendo la cuenca del Guaitara en la confluencia del Patía y río Mayo. La alfarería de ánforas de base cónica, compoteras, copas y ollas tricolor, fueron registradas por J. Caamaño, como del horizonte Tuncahuán (combinación de pintura positiva y negativa). Según, M. Cardale se hace evidente que los cambios que introduce el estilo Piartal, provienen de la influencia llegada de la región central y norte del altiplano ecuatoriano. A lo largo del desarrollo de los tres complejos alfareros 12

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se destaca la influencia de las tierras bajas y amazónicas, especialmente en la representación iconográfica zoomorfa de selva tropical, modelada en Capulí y pintada en los otros dos estilos (monos de cola larga, serpientes, aves de varias especies y felinos) (Cardale, 1969; Caamaño, 1952). Las tumbas principales forman un patrón concéntrico y las de los comuneros en la periferia, los muertos eran enterrados en el piso de sus propios bohíos circulares. Las tumbas alcanzan los 20 metros de profundidad con cámaras semi-circulares donde se depositaron los restos fúnebres de múltiples personas (se han contado hasta 14 individuos). El ajuar en estas tumbas está constituido por abundantes cerámicas, caracoles de mar, objetos personales en oro y tumbaga (oro y cobre), brazaletes, resortes, diademas que imitan plumas, narigueras con prolongaciones, pectorales, colgantes, discos giratorios polícromos, campanas y cascabeles (Foto 12 y 13). También se observan pinzas y objetos de metal para la ropa, además de collares en concha marina (mullu, Spondylus), textiles en pelo de llama y algodón, asociados a objetos en chonta como bancos, macanas, lanzaderas y telares (Lleras et al., 2007; Uribe, 1992, 1977-78).

Foto 12 y 13. Metalurgia Piartal. Narigueras rectangulares ensambladas (Uribe, 1977-78).

Las cerámicas Piartal son vistosas por su acabado y decoración pintada negativa negro/crema con trazos de pintura roja o naranja positiva; las formas alisadas o bruñidas son cuencos y platos hondos con base anular, ánforas, vasijas globulares, vasos de paredes rectas y ocarinas. Los patrones decorativos son geométricos de rombos, cuadros y líneas oblicuas; en algunos recipientes continúa la presencia de monos estilizados, aves y felinos (Fotos 14 a 17 y Foto 18, 19, 20) (Uribe, 1992; Duncan, 1992).

Foto 14 - 17. Copas Piartal-Tuza. Motivos geométricos, antropomorfos y zoomorfos (U. Cauca, 2016)

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Foto 18 - 20. Cerámicas Piartal-Tuza. Ánforas y ocarina (Uribe, 1992)

La alfarería Tuza se encuentran estrechamente relacionadas con aquellas conocidas Piartal con dataciones más tempranas. La población aumentó considerablemente encontrándose poblados de hasta 100 bohíos circulares con una sola entrada distribuidos en las colinas y cerros. Al interior de los asentamientos o afuera se hallan las tumbas poco profundas de hasta 3 metros, en su interior se enterró al muerto con pocas ofrendas materiales (Foto 21 y 22). Los basureros con abundante material cerámico están en pozos cónicos por fuera de las viviendas. Las formas cerámicas usadas en la vida cotidiana y luego en los entierros son platos hondos con base anular, ollas medianas globulares y subglobulares, ánforas cónicas, vasos campaniformes, vasijas fitomorfas (en forma de calabaza); se continúa con el uso de ocarinas. La decoración es positiva en colores negro, rojo y crema formando patrones lineales, romboidales, escalonados, concéntricos, entre otros. Los diseños decorativos corresponden a animales silvestres principalmente de monos, venados y aves); algunos presentan escenas cotidianas de guerreros, danzantes o actividades de pesca y caza con figuras antropomorfas estilizadas. Es común sobre los platos pintados el sol de los pastos, una estrella estilizada de 8 puntas. Los materiales orfebres son similares a aquellos del Piartal, aunque se nota una menor calidad en las materias primas usadas, por lo tanto, los elementos en tumbaga se popularizan. Las cerámicas de este tipo, junto con otros productos de libre circulación, al parecer fueron elementos de intercambio en todo el altiplano a través de una importante red de comercio ejercida por indios mercaderes llamados mindaláes (Bernal, 2000; Salomón, 1986).

Foto 21 y 22. Cerámicas Tuza. Maquetas de bohíos circulares

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En toda la región del altiplano también son frecuentes los petroglifos, algunos de considerables proporciones, los diseños grabados en piedra son similares a aquellos observados en la cerámica, siendo recurrentes los monos, estilizaciones de la figura humana y abundantes elementos geométricos donde sobresalen patrones de líneas concéntricas, escalonadas y paralelas. Se cree que estos petroglifos sirvieron como marcas o mojones en el territorio, pero además con significados míticos y rituales. En la región también se observa la presencia de estatuaria mediana que se asocia a los períodos Piartal-Tuza, las más conocidas provienen del norte del altiplano. En la región de Chimayoy, La Cruz, Tajumbina, las Mesas y la Bota Caucana existe un conjunto destacado, con fechas que oscilan entre 1.400 y 310 A.P. Las estatuas muy esquemáticas están elaboradas en roca volcánica (toba o andesita) en su diseño se destaca la cabeza y las extremidades superiores; algunas fueron objetos de ajuar funerario y otras se encuentran dispersas en los campos (Lleras et al., 2007; Ortiz, 1950; Cadavid y Ordoñez, 1992). 8. El Contacto y Pueblos Tardíos del Siglo XVI Como se estableció arriba, los pueblos tardíos del altiplano Tuza o Pastos fueron colonizados parcialmente por los incas en el siglo XV; así, Wayna Qhapaq incursionó en los territorios Pastos y Quillacingas dejando a su paso enclaves recintos amurallados y caminos bien diseñados a lo largo del altiplano. Estos elementos propios de nuevas políticas en el área funcionaron hasta la incursión española en el siglo XVI y la imposición de un nuevo régimen colonial. A partir de estas incursiones los habitantes del altiplano sufrieron varios procesos de aculturación dejando como resultado elementos culturales y lingüísticos asociados al quechua y al castellano y, por supuesto, al cristianismo como religión dominante. Los pueblos indígenas, como en otras regiones de la Nueva Granada, fueron sometidos a las formas económicas coloniales como la encomienda y la mita para servir como mano de obra en haciendas y minas y al servicio en las ciudades. La historia de los Pastos se encuentra ampliamente documentada en las crónicas, relatos, así como en procesos administrativos y jurídicos (Cabello Balboa, 1951; Martínez 1977, Patterson y Gailey, 1987; Romoli, 1977-78). 9. Etnias y Patrimonio Arqueológico Ancestral Los resguardos indígenas Pastos mantienen vivas sus tradiciones culturales y ancestrales, especialmente a través de sus mitos y prácticas rituales, los sitios arqueológicos son considerados sagrados, especialmente aquellos donde existen cementerios, petroglifos (piedras vivas) y en general la materialidad de las culturas pasadas. Aún continúa el uso ritual de la coca entre sus miembros (gobernadores y taitas o curanderos), además de redes de intercambio a través de los mercados y festividades sobresaliendo, especialmente, la celebración del Inti Raymi un ritual al sol y a la madre tierra (mama pacha) no solo en hermandad con los pueblos del altiplano de Nariño sino con aquellos del norte del Ecuador en el Carchi. Las culturas prehispánicas de la región están vivas a través de las comunidades Pastos de hoy.

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