EL ALMA ES UN PIANO CON MUCHAS CUERDAS

Y EL ALMA ES UN PIANO CON MUCHAS Eva Mesas Escobar.

Desde finales del siglo XIX, el expresionismo dominó gran parte de la cultura pictórica moderna, abriendo caminos hacía la libertad de la factura, la forma o el color, poniendo sobre el lienzo la subjetividad del artista en detrimento de la reproducción mimética de las formas que le rodean. Esta nueva relación del artista con su entorno es capaz de llevarnos a un estado de sensaciones plurales, en la que las pinceladas y manchas de color son las llaves que abren las cerraduras de nuestra alma. De esta capacidad del color para acceder al alma nos habla el artista y profesor Wassily Kandinsky en su obra: De lo espiritual en el arte, de 1911: En general el color es un medio para ejercer una influencia directa sobre el alma, el color es la tecla; el ojo, el macillo, y el alma es el piano con muchas cuerdas. El artista es la mano que, por esta o aquella tecla, hace vibrar adecuadamente el alma humana. Estas teclas resuenan armónicamente en la obra de Juan Mariano Balibrea. Bajo el hechizo del ritmo, el color se incorpora en un espacio relacionado íntimamente con la música, en el que pinceladas rápidas y gestuales construyen líneas ilusorias entre las formas imaginadas. La pintura, en su pureza, tiene la capacidad de sacudir el alma y evocar emociones. Un cuadro puede analizarse de muchas formas, pero lo más interesante es la posibilidad de acceder a la obra por caminos no señalados, paseando por lugares propios del artista, que también son comunes, intuyendo en sus paisajes interiores los lugares más profundos de nuestra alma. Sus obras son como recuerdos de la infancia, imágenes latentes cargadas de emociones, pero congeladas en formas despintadas que esperan celadas bajo las capas superiores de pintura para manifestarse en bruto, en una impermanencia revelada. Además de pintar, Juan Mariano juega, disfruta de la pintura y otorga a la materia posibilidad de vida. Experimenta sus gestos y sus manifestaciones, y le proporciona la máxima expresión a través del azar. La pintura se apropia de todo. La mancha crece desde su interior, desarrollándose capa a capa. Los trazos entran y salen misteriosos entre los chorreos de pintura, las texturas diversas o las técnicas cercanas al grattage y al dripping. Sutiles huellas de la naturaleza, paisajes latentes que emergen de entre las montañas, pegotes de pintura que invitan a querer arrancar cada una de sus cáscaras de óleo, aún húmedo, para llegar a esa luz - su obsesión por la luz- que parece aflorar del interior de sus cuadros y que evoca el lugar de esa atmósfera evanescente, oculta, pero sobretodo bella. “Porque bello es - y cito de nuevo a Kandinsky - lo que procede de una necesidad interna”.