El agente como actor - Introducción al libro \"Cómo nos entendemos\" de David Velleman

July 25, 2017 | Autor: Mercedes Rivero | Categoría: Action Research
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Descripción

¿CÓMO NOS ENTENDEMOS?

El agente como actor1 ANTONIO GAITÁN Y MERCEDES RIVERO Departamento de Humanidades Universidad Carlos III de Madrid

El libro que el lector tiene entre sus manos es el precipitado de años de trabajo por parte de J. David Velleman, uno de los filósofos de la acción más destacados y originales del panorama filosófico actual. El propósito de Velleman en ¿Cómo nos entendemos? es ofrecer un marco para pensar sobre nuestra autonomía como agentes. De acuerdo con la intuición central de Velleman, lo que hace que ciertos movimientos corporales de un sujeto puedan ser descritos como acciones plenamente autónomas tiene que ver con que esos movimientos estén guiados por el objetivo de hacerse inteligible de cara a otros sujetos, con los que aquel interactúa en contextos sociales (contextos regulados por reglas, convenciones y normas). Al actuar de forma autónoma lo que buscamos es presentarnos ante los demás de tal modo que ellos puedan interpretarnos y entendernos, facilitando así nuestras interacciones y contribuyendo a los numerosos beneficios derivados de la mutua cooperación. Por tanto, ni la satisfacción de nues1 Los autores agradecen la ayuda económica del Ministerio de Economía y Competitividad, a través de los proyectos de investigación Agencia, normatividad e identidad. La presencia del sujeto en la acción, FF2011–25131 (Antonio Gaitán y Mercedes Rivero) y Conceptos de segundo orden. Un enfoque expresivista, FFI2010-15704 (Antonio Gaitán).

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tros deseos, como Hume mantenía,ni el respeto de ciertos valores o ideales, en una línea más kantiana, es lo que define a la acción plenamente intencional. Hacernos entender por los otros es, según Velleman, la línea crítica que separa aquellas acciones autónomas de otras acciones en las que el sujeto está menos implicado –acciones meramente intencionales, acciones acráticas, acciones nointencionales, etc. 1. Las tres dimensiones del Yo Aunque la apelación a la inteligibilidad ante los otros resulta fundamental para entender lo propio de las acciones plenamente intencionales, conviene tener presente que Velleman ha articulado, a partir de la noción de inteligibilidad, otros dos aspectos centrales de nuestro yo, aspectos accesibles cuando adoptamos una perspectiva reflexiva sobre nosotros mismos. El primer aspecto tiene que ver con la auto-imagen que cada cual se va forjando de sí mismo – auto-imagen que incluye desde aspectos tan prosaicos como nuestro nombre o dirección hasta elementos más complejos como nuestras creencias, rasgos de carácter, valores, etc. Esta auto-imagen, defiende Velleman, se articula a través de un proceso narrativo, proceso que se regula a partir del ideal de inteligibilidad al que aludíamos arriba. La misma motivación que guía nuestras interacciones con los demás cuando actuamos de modo autónomo también serviría para entender, según Velleman, el modo en que nos entendemos a nosotros mismos2. Entender nuestra auto-imagen a partir del ideal de inteligibilidad explicaría, según Velleman, emociones como la auto2

Para un tratamiento detallado consultar Velleman 2005 y 2006a.

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estima y ciertas cesuras o crisis de identidad que amenazan nuestra estabilidad como sujetos. Estos últimos estados son descritos por Velleman como situaciones en las que el agente percibe que ciertos aspectos de su autoimagen no se engarzan de modo coherente o inteligible con el resto de rasgos mediante los que el sujeto se describe a sí mismo (Velleman, 2007. p. 4). El segundo aspecto de ese modo de acceso reflexivo a nosotros mismos que Velleman articula a partir de la noción de inteligibilidad tiene que ver con nuestra continuidad como agentes, con la percepción de que ciertos yo anteriores y futuros son el mismo yo que actúa y forja imágenes de sí mismo en el momento presente3 . Velleman defiende una postura sugerente sobre el modo en que el agente percibe esta continuidad temporal. Según Velleman, para que un yo pasado o presente guarde una relación de continuidad con el agente los rasgos o descripciones que asociamos a ese yo pasado o futuro deben poder ser accesibles al agente. Las descripciones de un yo pasado o futuro son accesibles al agente, precisa Velleman, cuando esos atributos pueden integrarse de modo inteligible con los atributos que el sujeto se atribuye a si mismo. Por tanto, el yo no es identificable con ninguna parte de la psicología del sujeto. Nuestro yo, según Velleman, es un modo de acceso reflexivo a ciertos aspectos de nosotros mismos: nuestra auto-imagen, nuestra continuidad temporal y la percepción de que ciertos movimientos nos pertenecen en un sentido pleno. El tratamiento de estos tres modos de acceso ha sido una constante a lo largo de la obra de Velleman. En lo que sigue introduciremos al 3

Este tema se trata de manera destacada en Velleman 1996.

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lector en el libro que tiene entre manos a través de uno de estos modos de acceso, el que se ocupa de nuestro sentido de agencia. La elección de esta vía responde a dos motivos. Por un lado, la vía en torno a la agencia es la más articulada en Velleman a la hora de hablar sobre el yo como modo de acceso reflexivo4. Por otro lado, los argumentos que el lector encontrará en ¿Cómo nos entendemos? se comprenden mejor si se tiene en mente el reciente debate en torno a la autonomía personal5. Una vez asumida esta advertencia general, en las páginas que siguen introduciremos al lector en el debate filosófico centrado en los contornos de nuestra autonomía personal –un debate que se ha desarrollado dentro de los estrechos márgenes de la Filosofía de la Acción de ascendencia anglosajona, lo que justifica aún más que dediquemos algún tiempo a introducir al lector en las distinciones y problemas propios de esta polémica. Después de presentar ese marco general, especificaremos la aportación central de Velleman, centrada en lacaracterización, a partir de la metáfora del agente como actor, de los contornos, la arquitectura psicológica y el contenido de nuestra autonomía personal. 2. El debate sobre la autonomía personal La distinción entre aquellas cosas que hacemos y aquellos episodios que meramente nos acontecen constituye una de las formas más económicas de describir el objeto de la Filosofía de la Acción. Una de las propuestas más 4 Velleman 1992 y 1992a. 5 Para una defensa de la centralidad de la temática en torno a la agencia en Velleman consultar Mackenzie 2007.

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extendidas que teoriza sobre la acción, afirma que únicamente aquellos movimientos causados por la intervención directa y conjunta de ciertos estados psicológicos (creencias y deseos) pueden describirse en clave intencional. En la formulación estándar de esta teoría, A actuaría intencionalmente si y sólo si cierto movimiento corporal de A estuviese causado por la conjunción de un deseo a favor de que cierto estado de cosas fuese el caso y una creencia cuyo contenido es cierta relación instrumental (causal o de otro tipo) conectando el movimiento corporal y el estado de cosas. Cuando el movimiento corporal del agente es el resultado de un mecanismo que implica la intervención conjunta y no desviada de esos dos estados psicológicos, ese movimiento corporal constituye necesariamente una acción intencional [Davidson 1980. Enc 2003]. Los problemas ligados a este modelo explicativo son numerosos. Para los propósitos de esta introducción nos interesa resaltar únicamente una objeción relativamente reciente centrada en el estatuto del agente según el modelo estándar. Una variante especialmente influyente de esta objeción ha sido formulada por Harry Frankfurt [Frankfurt 1988]. En el típico escenario frankfurtiano, un agente desea que un determinado curso de acción sea el caso, experimentando a la vez ese deseo de modo externo. El adicto imaginado por Frankfurt, por ejemplo, desea de modo irrefrenable una determinada droga, pero al mismo tiempo experimenta ese deseo de modo pasivo, como algo ajeno a su voluntad. Aunque llegada la hora de actuar es capaz de realizar de manera efectiva todas aquellas rutinas que garantizan su dosis. Así el adicto se percibe a sí mismo alienado en relación con su deseo [Frankfurt 1988. p. 18-19]. Según Frankfurt, se pueden extraer dos afirmaciones obvias a partir de estas situaciones: (1) los deseos y creen-

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cias del agente causaron el movimiento –y esto, de nuevo, sucedió de manera no desviada. (2) Podemos asumir (en virtud de los informes facilitados por el mismo agente) que los deseos y creencias que causaron el movimiento actuaron en contra de su voluntad. La conjunción de (1) y (2), no obstante, resulta problemática para la teoría estándar de la acción. Y esto es así porque, aunque las creencias y deseos de A causan el movimiento de forma nodesviada, no podemos describir ese movimiento como una acción plenamente intencional o autónoma (al menos si atendemos a cómo A percibe la ejecución de su propio movimiento). Por tanto, parece que aunque la teoría estándar es capaz de delimitar con éxito aquellas condiciones que resultan necesarias para identificar un subconjunto especialmente significativo de acciones (acciones intencionales guiadas por capacidades psicológicas de orden superior), esta no ofrece suficientes recursos conceptuales para identificar aquello que caracteriza a ciertos movimientos intencionales realizados de forma autónoma por el agente. La estrategia de Frankfurt para caracterizar de forma más precisa los contornos de nuestra autonomía agencial es bien conocida. Según él, si quisiéramos aislar de modo preciso la categoría de acciones plenamente intencionales o autónomas bastaría con que nos preguntásemos qué está ausente en aquellos casos en los que el agente experimenta C de modo externo. Y el resultado de esta particular aritmética debe resultarnos familiar. Según Frankfurt, es en virtud de la ausencia de cierta jerarquía desiderativa en aquella cadena causal que originó el movimiento corporal que no podemos describir a ese movimiento como una acción enteramente intencional. El adicto no actuó de modo plenamente intencional, por tanto, debido a que su

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deseo de primer nivel a favor de tomar una determinada droga no cayó bajo el alcance de un deseo de segundo nivel a favor de que ese deseo a favor de la droga determinase efectivamente su conducta. Si el movimiento del adicto hubiera sido el resultado de una cadena causal que incluía entre sus componentes esa volición de segundo nivel, C podría haberse descrito no sólo como un movimiento intencional; C habría podido describirse también como un movimiento autónomo [Frankfurt 1988. p. 163-164 y 175176]. El modelo frankfurtiano ha sido tremendamente influyente a la hora de describir los contornos de nuestra autonomía. Pero a pesar de su influencia, este modelo no se ha librado de algunas objeciones importantes. En primer lugar se ha criticado la presunta autoridad de aquellas estructuras psicológicas privilegiadas por Frankfurt a la hora de acomodar nuestra perspectiva agencial. Si al fin y al cabo nuestros deseos de segundo nivel no constituyen más que inclinaciones centradas en otras inclinaciones, ¿qué impide que también podamos sentirnos alienados en relación con esos deseos? ¿Qué otorga autoridad a los deseos de segundo orden para que hablen por el agente más allá de la posición que ocupan en una determinada jerarquía? [Watson 1975]. La literatura reciente ha venido incidiendo además en la errónea imagen de nuestra deliberación que se deriva de este modelo. Recordemos que, según Frankfurt, el agente considera primariamente sus deseos al decidir qué hacer en un determinado contexto decisional. Para muchos autores [Raz 1999. Wallace 2000], esto resulta tremendamente contra-intuitivo cuando atendemos a nuestra deliberación. Cuando deliberamos, señalan, no nos concentramos primariamente en nuestros deseos (entendidos qua

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estados mentales); consideramos, más bien, qué cursos de acción de entre aquellos que constituyen el objeto de esos deseos ejemplificarían de modo más completo un conjunto determinado de valores. Una vez delimitadas nuestras opciones de esta forma, señalan, formamos una intención y actuamos de un modo u otro. Sólo entonces, afirman, nos comportamos de manera autónoma [Watson 1977 y 1987]. Este modelo alternativo, sin embargo, también se enfrenta a algunos problemas. Además de ciertas cuestiones de índole meta-ética (¿cómo podemos explicar el potencial motivacional ligado a nuestras creencias evaluativas cuando las construimos como deseos?), dos objeciones obvias amenazan su atractivo inicial. La primera objeción es directa. Así como podemos estar alienados en relación con cualquier elemento desiderativo (con independencia de su jerarquía dentro de una determinada escala volitiva), parece que también podemos percibir como externos algunos de los valores que contribuyen a fijar nuestra autonomía. Pero si esto resulta concebible, el marco evaluativo esbozado arriba resultaría insuficiente para aislar de manera sistemática aquello que separa nuestros movimientos autónomos de aquellos en los que actuamos en un sentido deficitario. Por tanto, así como podemos cuestionar la autoridad de ciertas estructuras jerárquicas de deseos, también resulta posible en principio cuestionar la autoridad de ciertos valores a la hora de determinar nuestra conducta. Estas son las líneas generales del debate en torno a la autonomía personal. Es en mitad de este debate donde aparece Velleman, proponiendo, a mediados de los noventa6 , una teoría de la autonomía personal que explotará 6

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el naturalismo del modelo estándar, la estructura jerárquica del modelo de Frankfurt y la intuición de que al deliberar el agente se centra en aspectos del mundo que se le aparecen como razones y no en sus motivos o deseos7. Velleman integrará estos tres componentes al defender que la acción autónoma es una acción causada por un peculiar motivo de segundo nivel, uno que posibilita, a través de múltiples mecanismos sub-personales, el autoconocimiento en el agente. El auto-conocimiento, por tanto,regula de modo constitutivo nuestras acciones, de un modo similar a cómo la verdad regula nuestras creencias, esto es, identificando aquellas razones que nos permiten creer de modo responsable8. Por tanto, actuamos de modo pleno cuando lo hacemos según razones que favorecen nuestro auto-conocimiento–que no es más que lo que en el presente libro se denomina inteligibilidad. 3. El agente como autor Un aspecto a veces ignorado en el debate sobre la autonomía personal tiene que ver con su excesivo sesgo hacia escenarios en los que el agente actúa en solitario. Este sesgo individualista es parcialmente corregido por Velleman en ¿Cómo nos entendemos?. En este libro el agente se sitúa en un plano más social, en contra de la ortodoxia aún vigente dentro de la Filosofía de la Acción de corte 7 Velleman 1999a 8 Para la primera incursión de Velleman en los dominios de la meta-ética y la meta-normatividad consultar Velleman 1996a. En Gaitán 2012 puede encontrarse un comentario más amplio de esta temática, al hilo de el libro que presentamos. Para la crítica más influyente de la propuesta constitutivista de Velleman consultar Enoch 2008. El paralelismo con la creencia se encuentra en Velleman 1999b.

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analítico. En la presente sección esbozamos este tratamiento social de la acción autónoma, ubicando a Velleman dentro de una venerable línea de teóricos interesados en entender nuestras acciones a partir de un análisis de nuestra conducta en contextos sociales. Velleman toma de George H. Mead y Erving Goffman, entre otros, la idea de que el sujeto se representa ante los demás, y también ante sí mismo, como lo hace un actor de teatro [Mead 1967; Goffman 1959]. Desde esta perspectiva, entendemos que la interacción se basa en un intercambio comunicativo que se produce entre dos o más agentes, en el que existe un plano simbólico dentro del lenguaje y de la expresión gestual. El sujeto se contempla a sí mismo como un todo social. Al hacerlo así, es capaz de objetivarse y observarse desde una perspectiva externa. De esta manera, sus acciones y reacciones forman parte de un contexto en el que interactúa con los demás sujetos –se insertan en un sistema simbólico que cada uno de los agentes participantes es capaz de interpretar (Mead 1967, pp. 1 - 41). Un agente actúa, por tanto, no solo de acuerdo con sus deseos, sus creencias e intenciones, sino también al tener en cuenta las reacciones de su interlocutor, el contexto en el que se halla e, incluso, la imagen que obtiene de sí mismo al observarse (desde una perspectiva de tercera persona) como sujeto actante en dicho escenario. Según esta perspectiva, la persona se inserta en la sociedad al aceptar una serie de patrones culturales de actuación que le ayudan –a modo de guía– a intuir cómo debe comportarse en cada situación (Mead 1967). El sujeto puede entender al otro a través de la interacción simbólica porque gracias a ella es capaz de reconstruir, en gran parte, su subjetividad y así llegar al entendimiento.

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A partir de esta idea de representación ante los demás Velleman construye la metáfora central de este libro, que presenta al agente como un actor «de método» (en relación con la conocida técnica actoral estadounidense llamada Actor’s Studio); un actor que trata de lograr que el personaje que tiene que representar sea inteligible para él (p. 24). Aunque la metáfora del agente como actor es sugerente, resulta arriesgado asumir la analogía sin alguna cualificación. Velleman señala, de hecho, una importante diferencia entre el actor que actúa sobre un escenario y el agente que actúa en contextos cotidianos. Mientras que el actor dramático suele seguir un guión y las indicaciones que le marca el director de escena –condicionando de ese modo su actuación–, el agente parece actuar sin esas limitaciones. Para solucionar esta objeción obvia, Velleman precisa el tipo de actor dramático relevante para la comparación. Se trataría no de un simple actor, por tanto, sino de uno que improvisa, de un actor que representa un rol (partiendo de sí mismo) sin seguir ninguna pauta de actuación, ni indicación previa. Y así se consigue reforzar la analogía: el agente, al igual que el intérprete, se representa a sí mismo llevando a cabo un rol,que desarrolla en unas circunstancias concretas. La intención que posee el agente al realizar todo este proceso es tratar de darse sentido a sí mismo,actuando ante un público en una situación especifica. Cuando alguien actúa en una improvisación (en la que se representa a sí mismo) está confeccionando un proceso que constituye un razonamiento práctico, un proceso en el que elige una acción basándose en las razones que tiene para actuar.Y el objeto de este razonamiento práctico es la autocomprensión. Es la búsqueda del agente por auto-comprenderse y darse sentido lo que le lleva a ac-

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tuar de una manera apropiada y correcta en la situación en la que se encuentra, y no al revés. Velleman asevera incluso que el criterio último sobre lo que es apropiado para una respuesta evaluativa es la inteligibilidad, concediéndole a esta un peso decisivo en su teoría (p. 80)9. Pero como apuntamos al principio, la originalidad de Velleman no reside simplemente en proponer que somos como los actores que improvisan. Además, Velleman se pregunta qué sucede cuando dos de esos actores interactúan. Cuando añadimos esta perspectiva conjunta, cuando asumimos que el agente racional reconoce al otro como a un igual–como a un agente racional que también se representa a sí mismo en pos de la inteligibilidad– la forma de actuar de ese otro no nos será inteligible a menos que comprendamos cómo éste se entiende a sí mismo. Se trata de comprehender (o de entender de forma conjunta) las particularidad de la acción, que desarrollamos bajo la guía de unos patrones culturales dados por ciertas situaciones, mientras interactuamos con los demás agentes. Pero se trata también de entender cómo se percibe a si mismo cada agente, bajo el prisma reflexivo que apuntamos en la sección anterior. Este proceso de interpretación mutuo, sin embargo, no se da en el vacío. Los actores también intentan pactar supuestos que les guíen a través de los diversos tipos de interacción que se pueden originar al actuar con otros agentes. Se trata de encontrar ciertas pautas que especifiquen cómo se llevan a cabo dichas interacciones. Este aspecto de la improvisación conjunta alude directamente a la no9 Se podría decir que Velleman utiliza la noción de inteligibilidad para evitar caer en explicaciones causales,más próximas a Davidson, que podrían resultar insatisfactorias cuando se trata de explicar una acción.

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ción de trama. Es decir, los actores que participan en una improvisación deben ejecutar movimientos que sean inteligibles dentro de una única trama compartida. Si aceptamos la propuesta de Velleman, si somos actores que nos representamos junto a otros actores que también se representan a sí mismos, es inevitable la necesidad de una trama que nos sirva de guía y que contenga un conocimiento común sobre lo que estamos haciendo y con quién lo hacemos. De ahí que nos sea imposible ignorar el compromiso que adquirimos de actuar de una forma que sea admisible en dicha trama10. Parece pues que la auto-interpretación y la interpretación de las acciones de los otros en pos de una mayor inteligibilidad explica muchos de los rasgos de nuestras interacciones. Cabría preguntarse si no hay nada negativo sobre esa auto-interpretación. Y a este nivel parece que el mismo proceso que conduce al agente racional a representar las actitudes y las características con las que se concibe a sí mismo podría sumirle en una peligrosa autocomplacencia con respecto a ese autoconocimiento. O peor aún: hacerle pensar que en el momento en el que él formule una creencia sobre sí mismo esto parecerá ser cierto. 10 Velleman coincide con Donald Davidson cuando este afirma que hablar de «un orden o patrón de acción» es algo vacío si no se especifica cuál podría ser esa pauta y por qué podría ser explicativa de la acción. Todo esto nos conduce a pensar que, como actores, nos enfrentamos entre nosotros en contextos determinados, representando unas identidades más o menos establecidas, que han sido negociadas y formadas con anterioridad a la actuación (al igual que el repertorio que podría haber adquirido un actor dramático a lo largo de su experiencia en el teatro). Por lo que dependemos de las prácticas sociales que desarrollamos a lo largo de nuestra vida para hacer efectiva nuestra autonomía racional; al menos cuando interactuamos con los demás. Así, se podría decir que el objetivo que tiene el sujeto de llegar a comprenderse a sí mismo es constitutivo de la agencia racional.

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Velleman resuelve este punto apoyándose en la propuesta de Erving Goffman: El actor necesita observarse a sí mismo y al público desde bastidores para tomar una perspectiva que se distancie de su actuación o de la interpretación que se infiere de ella (Goffman 1959, pp. 66-89). En la improvisación, el actor comparte con el público el criterio sobre lo que tiene sentido que haga el personaje que representa, ya que es así como debe pensar cuando trata de actuar como tal. Velleman contempla este distanciamiento como una especie de conciencia que preserva la honestidad del agente racional. Esta, se encarga de recordar al agente los compromisos adquiridos y la dependencia que tiene con sus compañeros de improvisación. El sujeto no puede ignorar lo vulnerable que es ante la exclusión social porque la conciencia le recuerda lo que está socialmente aceptado. Por lo tanto, la acción, como ya se mencionó, se considera un comportamiento que se dirige hacia la inteligibilidad. Esta ambición dirigida hacia la autocomprensión puede llevarse a cabo de mejor manera cuando este interactúa con los demás agentes, con los que comparte la misma aspiración. El actor que improvisa se halla bajo cierta presión racional que le conduce a perseguir una identidad que pueda atribuirse a sí mismo, mostrar a los demás y que le permita también asumir lo que los otros piensan de ésta. Por lo que es posible que la concepción que comparten sobre él –tanto los otros como él mismo– se refleje en el comportamiento de todos los demás. El camino más óptimo para que el actor encuentre formas inteligibles de actuación conjunta es participar en supuestos socialmente compartidos. La clave de la interacción entre todos los agentes racionales (de una forma racional) se encuentra en la actuación que se basa en el mutuo en-

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tendimiento, que es o podría ser de conocimiento común para todos los participantes (pp. 198 - 199). Llegados a este punto, Velleman se cuestiona si un agente racional se asemeja a un actor dramático al tratar de crear con sus acciones una buena historia, que pueda ser comprendida por todos en forma de narración. Entiende que una historia se compone de acciones, y que una acción debe ser inteligible si está causada por las actitudes y los atributos que caracterizan al personaje. De lo contrario, se podría considerar más que como un mero comportamiento que no daría lugar a una historia. Así, un agente trata de tener un sentido narrativo, que es inseparable del razonamiento práctico. Este sentido narrativo es el que prevé un curso de la acción, que se entenderá como el siguiente capítulo de su historia. De este modo el actor puede representar lo que ha previsto y comprender lo que está haciendo como una continuación de su historia. Por lo tanto, el propósito del agente es otorgarse sentido a sí mismo, no solo a través de una explicación causal, sino también en forma de narración (pp. 245–273). Dicha narración le ayudará a esclarecer cómo se siente o el sentido que tienen las cosas para él. Este punto nos lleva a pensar en la posibilidad de que exista una autocomprensión narrativa y, por lo tanto, un razonamiento práctico narrativo. La mejor manera de concedernos una explicación narrativa a nosotros mismos –de narrar nuestras vidas– es la combinación de estos distintos modos de autocomprensión que nos guían hacia un entendimiento conjunto. Es decir, responden a la pregunta: ¿Cómo nos entendemos?

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BIBLIOGRAFÍA - Davidson, D. 1980. Essays on Actions and Events, Oxford, Oxford University Press - Enc, B. 2003. How We Act, Oxford, Oxford University Press - Enoch, D. 2006. ‘Agency, Shmagency. Why Normativity Won’t Come from What is Constitutive of Action’, Philosophical Review, vol. 115, nº2. - Frankfurt, H. 1988. The Importance of What We Care About, Cambridge, Cambridge University Press - Gaitán, A. 2012. ‘Review of J. D. Velleman’s How We Get Along’, The Journal of Moral Philosophy, Vol 9, 2, pp. 305-307 - Goffman, E. 1959. The Presentation of Self in EverydayLife, New York, Anchor Books. - Mackenzie, C. 2007. ‘Bare Personhood. Velleman on Selfhood’, Philosophical Explorations, vol. 10, nº 3, pp. 263-281 - Mead, G.H. 1967. Mind, Self, & Society. From the standpoint of a social behavior, Chicago/London, University of Chicago Press. - Raz, J. 1999. ‘When We Are Ourselves’, en Engaging Reasons, Oxford, Oxford University Press - Velleman, J. D. 1992. ‘What Happens When Someone Acts?’, Mind, 101, pp. 461-481 – incluido en Velleman, J. D. 2001. pp. 123-144 - 1996. ‘Self to Self ’, The Philosophical Review, 105, pp. 39-76 – incluido en Velleman, J. D. 2006. pp. 170-203 - 1996a. ‘The Possibility of Practical Reason’, Ethics, 106, pp. 694-726 – incluido en Velleman 1999, pp. 170-199 - 1999. The Possibility of Practical Reason, Oxford, Oxford University Press. - 1999a. ‘Introduction’, en Velleman 1999, pp. 1-32 - 1999b. ‘On the Aim of Belief ’, en Velleman 1999, pp. 244-283 - 2005. ‘The Self as Narrator’, en Anderson, J. Christman, J. (eds). Autonomy and the Challenges to Liberalism, Cambridge, Cambridge University Press, pp. 56-76 – incluido en Velleman, J. D. 2006, pp. 203-224 - 2006. Self to Self. Selected Essays, Cambridge, Cambridge University Press - 2006a. ‘The Centered Self ’, en Velleman, J. D. 2006, pp. 253-284 - Wallace, R. J. 2000. ‘Caring, Reflexivity, and the Structure of the Will’, en Betzler, M. (ed). Autonomes Handeln, Berlin, Akademie Verlag. - Watson, G. 1975. ‘Free Agency’, Journal of Philosophy, 72, pp. 205-220 - 1977. ‘Skepticism about Weakness of Will’, Philosophical Review, 85, pp. 316-339 - 1987. ‘Free Action and Free Will’, Mind, 96, pp. 147-162

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Prefacio

Comencé este proyecto mientras preparaba mis presentaciones para las Lecciones Shearman, a las que fui invitado para exponer mi trabajo en la University College de Londres, en mayo de 2007. Estas tres conferencias –revisadas, ampliadas y subdivididas –aparecen aquí como conferencias primera, segunda, tercera y quinta1 . Me gus1 Antes de presentarlas, discutí estas conferencias con los miembros del seminario que dirigió Michael Smith en la Universidad de Princeton en el otoño de 2006, y con los del seminario dirigido por Christine Korsgaard en la Universidad de Harvard en el invierno de 2007. Presenté un artículo que engloba las conferencias primera y segunda en una conferencia de un solo día, organizada por Christian Piller, en la Universidad de Nueva York (en mayo de 2007); y también en la British Society for Ethical Theory (en julio de 2007). Esta versión apareció en Ethics 18 (2008) bajo el título «A Theory of Value». Algunos fragmentos pertenecientes a las conferencias primera y segunda figuran en un artículo titulado «Love and NonExistence», que fue presentado en un coloquio de estudiantes de posgrado en la Universidad de Nueva York (en febrero de 2008); en The Fourth Steven Humphrey Excellence in Philosophy conferences en la Universidad de California, Santa Bárbara (en febrero de 2008), donde el comentarista fue Mark Schroeder; y en un congreso en la Universidad de Northwestern (en marzo de 2008). Además, apareció en Philosophy and Public Affairs como la tercera parte de un artículo titulado «Persons in Prospecter». Originalmente, la primera conferencia de esta serie consistió en lo que ahora son partes de las conferencias primera, segunda y tercera. Bajo el título «Action as Improv», se discutió esta conferencia en el grupo de lectura de filosofía de la

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taría agradecer al Departamento de Filosofía de la UCL y en especial a su director, Jo Wolff, el permitirme el honor de participar en la Lecciones Shearman, al igual que los tres días de espléndida discusión y hospitalidad que pasé en Londres. Tras haber escrito esas tres conferencias, me di cuenta de que aún tenía más cosas que decir y decidí redactar el resto como si presentara conferencias adicionales. En realidad, las conferencias cuarta, sexta y séptima nunca se han presentado. De hecho, atribuirme un rol mayor incluso que el de ser conferenciante en Shearman sería bastante presuntuoso. Con la intención de que esto resulte beneficioso para el lector, me he animado a expresarme con mayor brevedad y de manera más informal que de costumbre. Más allá de lo expuesto, estas conferencias han perseguido un propósito privado, que sitúa la intersección de varios temas que he tratado de forma independiente hasUniversidad de Boston (en enero de 2007) y en un encuentro organizado en Yale por Matthew Noah Smith y Adrienne Martin (en abril de 2007). Se presentó en un congreso sobre la agencia, organizado por Christian Miller, en la Universidad de Wake Forest en septiembre de 2006; en la Lecciones Parcells en la Universidad de Connecticut en octubre de 2006; en la Lecciones Lipkind en la Universidad de Chicago en abril de 2007; y en un congreso sobre la individualidad, normatividad y el control organizado por Jan Bransen en Nimega (en mayo de 2007), en el que fue comentarista Maureen Sie. Las conferencias también se presentaron en el Departamento de Filosofía de la Universidad de California del Sur (en enero de 2007), en el de la Universidad de Richmond (en marzo de 2007) y en el Davidson College (en marzo de 2007). La quinta conferencia se debatió en un encuentro realizado por el Departamento de Filosofía de la Universidad de Chicago (en abril de 2007); en una reunión del grupo de lectura sobre ética, Mid-Atlantic (en septiembre de 2007); y en el seminario Mente y lenguaje organizado por el Departamento de Filosofía de la Universidad de Nueva York (en enero de 2008), en el que Paul Boghossian realizó un resumen y una crítica excelentes. También se presentaron algunos fragmentos de esta conferencia en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Cornell (en septiembre de 2008).

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ta el momento, solo con la vaga esperanza de que algún día pudieran relacionarse2. Uno de ellos es el análisis del razonamiento práctico como proceso que trata de dar sentido a uno mismo en términos causales-psicológicos. Otro, se centra en el análisis de la narración como algo que nos transporta hasta un modo de entendimiento –y específicamente, de autocomprensión– que es distinto del entendimiento al que conduce la explicación causal. Un tercer tema versa en torno a una interpretación de la concepción de la ley práctica kantiana en términos de conocimiento común entre los agentes racionales. Y en el último, discuto sobre la naturaleza de emociones morales como el amor, la vergüenza y la culpa. Todos ellos, se trataron en mi libro Self to Self: Selected Essays3, aunque el segundo permaneció en gran parte sin desarrollar hasta un artículo posterior, que aquí se facilita en las secciones centrales de la séptima conferencia4. Al compilar estos temas, recupero argumentos que se encuentran explicados con mayor detalle en mi primer libro, Practical Reflection5, así como en Self to Self y en una colección anterior de artículos, The Possibility of Practical Reason6. La quinta conferencia reemplaza la introducción 2 Las divergencias que se dan entre estos temas fueron señaladas minuciosamente por Carolina Mackenzie en un artículo titulado «Bare Personhood? Velleman on Selfhood», que se presentó en un Congreso sobre mi libro Self to Self, organizado por Jeannette Kennett y Steve Matthews en mayo de 2006 en el Centro de Filosofía Aplicada y Ética Pública de la Universidad Nacional de Australia. El artículo de Mackenzie fue publicado en Philosophical Explorations, 10 (2007): 263–81. 3 Nueva York, Cambridge University Press, 2006. 4 «Narrative Explanation», Philosophical Review 112 (2003): 1–25. 5 Princeton, NJ, Princeton University Press, 1988; reimpreso en 2007 por la CSLI Press. 6 The Possibility of Practical Reason (Oxford, Oxford University Press, 2000). Este libro, ahora descatalogado, se encuentra disponible en mi página web: http:// homepages.nyu.edu/~dv26/.

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J. DAVID VELLEMAN

de The Possibility of Practical Reason, en la que hice afirmaciones que ahora considero erróneas. Quiero expresar mi agradecimiento a los muchos amigos y colegas que han leído y comentado el manuscrito que elaboré sobre estas conferencias, entre ellos: Paul Boghossian, David Copp, Stephen Darwall, Andy Egan, David Enoch, Melis Erdur, Herlinde Pauer-Studer, David Plunkett, Nishi Shah, Matthew Silverstein, Sharon Street y Helena Wright. Se lo agradezco especialmente a Jeff Sebo, por realizar una lectura más detallada y crítica del penúltimo borrador. Gracias también a Beatrice Rehl, mi editora en Cambridge, y al editor de mi manuscrito, Russell Hahn.

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