El africanismo en los estudios prehistóricos y protohistóricos. La aportación de Miguel Tarradell

July 8, 2017 | Autor: José Ramos Muñoz | Categoría: Prehistoric Archaeology, Historiography, History of Archaeology
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Descripción

Actas del II Seminario Hispano-Marroquí de especialización en Arqueología

2

En la orilla africana del Círculo del Estrecho.Historiografía y proyectos actuales

2

2 Colección de Monografías del Museo Arqueológico de Tetuán (II)

En la orilla africana del Círculo del Estrecho. Historiografía y proyectos actuales Actas del II Seminario Hispano-Marroquí de especialización en Arqueología Darío Bernal, Baraka Raissouni, José Ramos, Mehdi Zouak y Manuel Parodi (Editores)

Organizan:

Colaboran: Servicio de Publicaciones

mmaT

COLECCIÓN

ÍNDICE

11

Presentación María José Valencia García

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Crónica del II Seminario Hispano-Marroquí de Especialización en Arqueología José Ramos, Darío Bernal, Manuel Parodi, Mehdi Zouak y Baraka Raissouni

Bloque I. Historiografía 33

Los primeros pasos de la Arqueología en el norte de Marruecos Enrique Gozalbes

63

Notas sobre Historiografía Arqueológica Hispano-Marroquí. 1939-1946, Pelayo Quintero Manuel J. Parodi

93

Las prospecciones de Miguel Tarradell en estaciones de superficie del noroeste de Marruecos Enrique Gozalbes

105

El africanismo en los estudios pre- y protohistóricos. La aportación de Miguel Tarradell José Ramos, Manuela Pérez Rodríguez, Juan Carlos Domínguez Pérez y Eduardo Vijande

143

L’établissement préromain d’Emsa (Tétouan, Maroc) Mohamed Kbiri Alaoui

155

Los Congresos Internacionales sobre el Estrecho de Gibraltar Fernando Villada

185

En la otra orilla. La Arqueología española frontera a la del norte de Marruecos: algunas notas José Beltrán

Bloque II. Proyectos arqueológicos actuales 209

Reflexiones sobre la investigación y su proyección socio-económica: España-Marruecos/Marruecos-España Diego Ruiz Mata

221

El Arqueológico de Tetuán, una plataforma científica para el conocimiento de las civilizaciones humanas del Estrecho de Gibraltar Mehdi Zouak

231

La Carta Arqueológica del Norte de Marruecos (2008-2012). Un ilusionante proyecto hispano-marroquí de valorización patrimonial Darío Bernal, Abdelaziz El Khayari, Baraka Raissouni, José Ramos y Mehdi Zouak

265

Carta Arqueológica del Norte de Marruecos (campaña 2008). Primeros resultados de las ocupaciones de sociedades prehistóricas José Ramos, Mehdi Zouak, Eduardo Vijande, Juan Jesús Cantillo, Manuela Pérez Rodríguez, Salvador Domínguez-Bella y Ali Maate

313

El valle del río Martil en época preislámica e islámica. Primeros resultados de la Carta Arqueológica (campaña 2008) Darío Bernal, Baraka Raissouni, Abdelaziz El Khayari, Layla Es Sadra, José Juan Díaz Rodríguez, Antonio M. Sáez, Macarena Bustamante, Fernando Villada, José Lagóstena, Juan Carlos Domínguez Pérez y Manuel J. Parodi

351

Actuación arqueológica preventiva en el asentamiento púnico, mauritano y medieval de Quitzán (Tetuán). Resultados preliminares Darío Bernal, Abdelaziz El Khayari, Baraka Raissouni, Layla Es Sadra, Antonio M. Sáez, José Juan Díaz Rodríguez, Macarena Bustamante, Macarena Lara, José Vargas y Cristina Carrera

381

Geología y arqueometría en la región Tánger-Tetuán. Recientes proyectos de investigación Salvador Domínguez-Bella y Ali Maate

397

Caractérisation du Néolithique ancien de Kahf Boussaria Abdelaziz El Idrissi

425

Lixus: el sector oeste del conjunto monumental Carmen Aranegui y Ricardo Mar

441

Etude du territoire de Loukos : nouvelles dates pour les centuriations Mohamed El Hasroufi

459

Histoire des fouilles à Tamuda Mustapha Ghottes

473

La torre noroeste del castellum de Tamuda (Tetuán, Marruecos): últimos avances sobre su proceso de construcción y evolución histórica Juan Campos, Victoriano Cortijo, Salvador Delgado, Jessica O’Kelly, Javier Verdugo, Nuria de la O Vidal, Mustapha Ghottes y Baraka Raissouni

537

Reconsiderando la datación del castellum de Tamuda. Actuación Arqueológica de apoyo a la restauración en la puerta occidental (2008) Darío Bernal, Macarena Bustamante, Antonio M. Sáez, José Juan Díaz Rodríguez, José Lagóstena, Baraka Raissouni, Mustapha Ghottes y Javier Verdugo

609

La materia de Tamuda. Su conservación Juan Antonio Fernández Naranjo

627

Anexo. El Plan Estratégico de la Zona Patrimonial de Tamuda (PET)

El africanismo en los estudios pre- y protohistóricos. La aportación de Miguel Tarradell J. Ramos, M. Pérez Rodríguez, J.C. Domínguez Pérez y E. Vijande

Resumen Se presenta un balance de la idea de África en la Prehistoria española y en los estudios protohistóricos. Nos situamos en una línea sociológica de relación de los arqueólogos en su contexto histórico, económico y social. Valoramos las diversas épocas de estudio y los modelos histórico-culturales desarrollados en el transcurso del siglo XX. Nos centramos en la figura de Miguel Tarradell analizando su biografía y obra, especialmente en su estancia en Tetuán. Se valoran también las repercusiones del I Congreso Arqueológico del Marruecos Español, en los trabajos de época protohistórica presentados. Se reflexiona finalmente sobre las nuevas tendencias en estos estudios en la línea de valorar relaciones y contactos de movilidad para sociedades cazadoras-recolectoras, de distribución de productos para sociedades tribales y de explotación común del territorio para sociedades de época protohistórica. Palabras clave: Historiografía, africanismo, norte de Marruecos, Tarradell, relaciones y contactos.

← Portada del libro Manual de Prehistoria Africana (detalle).

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EN LA ORILLA AFRICANA DEL CÍRCULO DEL ESTRECHO. HISTORIOGRAFÍA Y PROYECTOS ACTUALES

Introducción. Un enfoque “no inocente” en el estudio de la Historiografía Este trabajo es un resumen de la ponencia presentada en el II Seminario HispanoMarroquí de Especialización en Arqueología, pronunciada en Cádiz el 5 de septiembre de 2008, en el marco de la sección I, Historiografía. Continuamos así en el estudio historiográfico, como actividad paralela a nuestro interés arqueológico por la investigación de las formaciones sociales cazadoras-recolectoras, tribales-comunitarias y clasistas iniciales, del norte de África. Nuestra preocupación por el estudio historiográfico (Ramos, 2008), parte desde una definida posición teórica, en el marco de la Arqueología Social, y se apoya en una experiencia de campo, en prospecciones, excavaciones y estudio de productos arqueológicos en museos, en ambas orillas. Ello nos ha permitido conocer la problemática histórica a analizar. Desde ahí nos interesa profundizar en cómo han ido cambiando las percepciones e ideas de los contactos y relaciones entre África y Europa en las llamadas sociedades prehistóricas y protohistóricas. Consideramos que la Historia de la Arqueología debe enmarcarse en la Historia política, económica y social (Triguer, 1982 y 1992). Las circunstancias de la época que a todos nos ha tocado vivir han influido de forma importante en la producción arqueológica y también en la ideología, concepción de la vida y en el propio trabajo arqueológico. Nos ubicamos así en una concepción de la Historia de la Arqueología, como análisis histórico (Fernández, 1997 y 2001; Estévez y Vila, 1999; Díaz Andreu, 2002). La Historia de la investigación tiene así para nosotros una clara relación con las circunstancias históricas, económicas y políticas de cada época (Díaz Andreu, 1997, 2002; Cortadella, 2003b; Moro y González Morales, 2004). Consideramos necesario profundizar en algunas líneas de trabajo como la procedencia social de los arqueólogos, las formas en que las ideologías políticas y sociales han incidido y afectado al quehacer del arqueólogo, la influencia que tienen las estrategias de “reproducción” dentro del colectivo profesional, en la continuidad de los investigadores; la forma de reproducción del sistema y la consideración de la realidad de la mujer en la propia investigación. Es decir, en todos aquellos aspectos relacionados con la producción de la información arqueológica (Bate, 1998) que son indispensables a la hora de elaborar claros estados de la cuestión que sirvan de puntos de partida a las nuevas investigaciones.

La región histórica del norte de Marruecos y del sur de la Península Ibérica Nuestra preocupación historiográfica la estamos aplicando al estudio arqueológico de las formaciones sociales que han ocupado el norte de Marruecos y el sur de la Península Ibérica. Desde hace unos años trabajamos con la idea que la región natural del Estrecho de Gibraltar (Vanney y Menanteau, 2005) debe ser considerada como región histórica (Sanoja y Vargas, 1999, 5). Por ésta entendemos la noción dialéctica de relación de grupos sociales en la Historia, respecto a recursos definidos y a modos de explotación. Una complementación de

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EL AFRICANISMO EN LOS ESTUDIOS PRE- Y PROTOHISTÓRICOS. LA APORTACIÓN DE MIGUEL TARRADELL

la noción región histórica del Estrecho de Gibraltar, queda desarrollada en la idea de área atlántica-mediterránea (Arteaga, 2002 y 2006). Se trata de una zona templada del planeta, localizada en latitudes medias. Presenta una destacada variedad geológica y geográfica. En ella se han asentado diversas sociedades en el Pleistoceno y Holoceno que han explotado, de forma diferente en su sucesión histórica y según las peculiaridades socioeconómicas, los recursos naturales que el medio les ofrecía.

El fantasma del imperialismo: el Protectorado Español en Marruecos como fenómeno colonial El análisis de los intereses y posesiones de España en el norte de África debe realizarse en relación a la sucesión de los procesos históricos y en la valoración de su propia presencia, así como de los propios acontecimientos internos. Pensamos que hay que evitar tópicos y analizar un proceso que fue de “Colonialismo” –Protectorado Español en Marruecos– y que debe verse en su sentido histórico y crítico, considerando la ocupación, organización de la administración y explotación de recursos materiales (Morales Lezcano, 1986; Ramiro de la Mata, 2001; Martín Corrales, 2002). A finales del siglo XIX comenzó un interés científico español por las colonias, como consecuencia imperialista de la lógica acaecida de la mencionada historia política. Queda claramente demostrado que el “africanismo español” está implicado en el proceso colonial y en el contexto internacional de una pretendida misión civilizadora en África por las potencias europeas, como marco ideológico para controlar los recursos naturales (Morales Lezcano, 1986, 64 y ss.). Participaron en dicho fenómeno religiosos, militares, científicos, viajeros y diplomáticos (Ramos, 2008). En este marco se sitúan los trabajos de Ángel Cabrera (1924) o las expediciones y estudios de Francisco Hernández-Pacheco y Manuel Alia Medina respecto a la explotación de fosfatos de Bukráa (Martínez, 1992; Fernández, 1997, 706). El Protectorado Español comprendía la parte norte de Marruecos, entre Larache en la costa atlántica y Melilla en la zona más oriental de la costa mediterránea, junto a los dos pequeños enclaves costeros en Ifni y Tarfaya. Estuvo muy marcado por la Guerra del Rif y por la Guerra Civil española. Habría tres marcos diacrónicos básicos en su desarrollo: la implantación (1912-1926), el interregno (1927-1936) y la posguerra (Morales Lezcano, 1986, 22). Hubo claras circunstancias internacionales que forzaron al desarrollo de actitudes colonialistas e imperialistas en España, enmarcadas en el contexto sociológico de la Restauración y Monarquía liberal-conservadora de finales del XIX y primeras décadas del XX. En este sentido, la historia política y los intereses de la burguesía de negocios madrileña y el capitalismo vasco y catalán (Espadas, 1995, 173; Serrano, 1995a y b) deben valorarse en la fijación de una mentalidad colonial en España desde la Conferencia de Algeciras de 1906 (Serrano, 1995a; Ramiro de la Mata, 2001; Martín Corrales, 2002). A esto se unieron claros intereses económicos y de prestigio. Todo ello unido al propio desarrollo en la Historia contemporánea de España, con el papel predominante alcanzado por la cúpula militar, de los militares africanistas. La

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Guerra Civil se fragua en el Protectorado y tuvo en este territorio una plataforma de apoyo y aprovisionamiento básicos en el éxito del ejército sublevado contra la República (Morales Lezcano, 1986, 126). Esta situación a la larga llegaría a frustrar el intento de modernización y de generación de un nuevo país, que intentaba conformar la II República y dio un aire decadente y aislado a la posguerra civil española, en el marco del sacrificio y sufrimiento general de la mayoría de la población. El mantenimiento y final del Protectorado en los años 50 marca una etapa caracterizada por las desavenencias de España con Francia, la actitud de la nueva generación de nacionalistas en Marruecos y las propias actuaciones de los Altos Comisarios (Serrano, 1995b; Ramiro de la Mata, 2001; Salafranca, 2004). Ya en el Franquismo, se crean nuevas instituciones, durante una etapa enmarcada en el aislamiento en que quedó España tras la II Guerra Mundial, orientando así una política exterior proárabe (Morales Lezcano, 1986, 84). En dicho contexto histórico y social, la Dictadura creó un Instituto de Estudios Africanos en el marco del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (organismo que vino a sustituir a la Junta para la Ampliación de Estudios). Desde este organismo se editó la revista Archivos del Instituto de Estudios Africanos. Por otra parte, el Instituto de Estudios Políticos tuvo una Sección de Estudios Coloniales y editó los Cuadernos de Estudios Africanos y Orientales. La Dictadura abrió centros e instituciones de investigación en el Protectorado, como el Instituto Muley el Mehdi y el Instituto General Franco (Morales Lezcano, 1986, 86). Tuvieron también gran interés la publicación de las revistas Tamuda y África –que había sido denominada anteriormente Revista de Tropas coloniales– (Morales Lezcano, 1986, 87). Más avanzado el tiempo, hay que mencionar el trabajo de antropólogos como Julio Caro Baroja en el Sáhara en el marco de una estancia en Oxford con el antropólogo J. Pitt-Rivers, con trabajo de campo en 1952 (Caro Baroja, 1955). Derrotada la República por los insurrectos, la Dictadura pretenderá, siguiendo el modelo del Protectorado francés, generar una estructura cultural en el marco de un verdadero aislacionismo internacional que se pretendía superar con unas ínfulas de supuesta “potencia colonial”. En dicho contexto, la Alta Comisaría en la Zona del Protectorado Español de Marruecos intentó ordenar los restos arqueológicos de la zona, se crearon comisiones de investigadores, se trajeron hombres de reconocido renombre para dar conferencias y, como veremos más adelante, se construyó un Museo en un sitio céntrico y emblemático de Tetuán, entre el Ensanche y la Medina. Paralelamente se preparó un plan de trabajos, con excavaciones en Lixus, Tamuda, Ad Mercuri, Tabernae y Cazaza. Las dos figuras destacadas de arqueólogos asociados a la dirección del Museo Arqueológico de Tetuán serán Pelayo Quintero y Miguel Tarradell.

La perspectiva africanista en la Historia de la investigación de la Prehistoria en España Hay que recordar que el contexto histórico, de la España del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX está marcado por el modelo político de la Restauración, que representaba una estructura social y económica definida en el marco del ca-

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ciquismo, así como en la estructura de la propiedad de la tierra en manos de unos pocos terratenientes poderosos e influyentes. Frente a ello existían verdaderas masas hambrientas de campesinos. Se producirá también el nacimiento de un proletariado industrial en algunas ciudades (Barcelona, Bilbao). Hay que destacar en este cuadro el escaso peso de la pequeña burguesía, de ideas liberales y progresistas, partidaria del cambio y la transformación social y política, que será el germen de las ideas republicanas (Brenan, 1977; Tuñón de Lara, 1974, 1976 y 1977). A todo ello se unía una gran influencia de la Iglesia Católica, en muchos ámbitos de la vida del país. En lo relativo a la implantación y desarrollo de los estudios prehistóricos su actitud fue de rechazo radical de los planteamientos evolucionistas (Estévez y Vila, 1999). Ante estas circunstancias en general había una verdadera desidia de las autoridades locales hacia la investigación prehistórica. Todo ello conllevó que los investigadores pioneros fueran foráneos, destacando sobre todo las figuras de Henri Breuil y Hugo Obermaier. Hay que recordar también que los descubrimientos que se producen en el sur de la Península de arte rupestre, en las cuevas de Pileta (Breuil, Obermaier y Verner, 1915) y Ardales (Breuil, 1921) se enmarcan en un momento de fijación del modelo histórico cultural, que había tenido en las excavaciones de ambos arqueólogos en Cueva del Castillo –Santander– (Moure, ed., 1996; González Sáinz, 1999; Cabrera y Morales, 2000; Madariaga, 2003; Estévez y Vila, 2006b) un verdadero punto de arranque (Breuil, 1937). El marco teórico estaba constituido sobre parámetros de origen y difusión de la “cultura”. La región núcleo del debate africanista se centró en la Península Ibérica, con gran interés en Andalucía y en el territorio del antiguo Protectorado Español. Este debate tuvo una primera orientación africanista (Obermaier, 1916), siendo destacados los estudios de Hugo Obermaier sobre el Paleolítico del norte de Marruecos (Obermaier, 1928). Pero tras el descubrimiento de “arte de estilo europeo” se generó un claro cambio de orientación en los propios autores pioneros. La influencia de Henri Breuil sobre Hugo Obermaier es un tema de interés, a profundizar en este sentido (Obermaier, 1925). De todos modos su matización de diferentes círculos culturales y la integración de ideas de aculturaciones e influencias marcaban una clara diferenciación al modelo más centralizado de Breuil (Estévez y Vila, 2006b). Desde visiones eurocentristas-etnocéntricas no podían aceptar que algo tan bien conformado y de elevado logro técnico como “el arte paleolítico” tuviera su origen en África. Funcionaba un modelo presentista y de rechazo de sociedades que sutilmente eran consideradas más atrasadas (Moro y González Morales, 2004). Se fue generando así un modelo basado en una estructuración evolutiva de las culturas, la aceptación étnica de las mismas y la mezcla de criterios evolutivos con otros de difusión (Ramos, 1999; Estévez y Vila, 1999, 2006a, 2006b). El inicio de investigaciones locales comienza con la figura de Miguel Such, con sus trabajos en la Cueva Hoyo de la Mina (Málaga). Este autor plantea una defensa de conexiones africanas y representa el primer investigador local que produce una obra de alcance (Such, 1920). Por su parte, los jóvenes pero ya consolidados Henri Breuil y Hugo Obermaier se van a ir distanciando de las propuestas africanistas.

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Sobre la Historia de la investigación prehistórica en el norte de África realizada por españoles aún falta mucho trabajo por hacer. Las excavaciones y prospecciones arqueológicas fueron significativas tras la pacificación de la Guerra en Marruecos (Morales Lezcano, 1986, 107 y ss.) en 1926 y tras la Guerra Civil (Fernández, 1997, 705). En los últimos años estamos asistiendo a cierto impulso del estudio de los descubrimientos, sobre arqueólogos e hitos institucionales, pero faltan análisis detallados en contexto sociológico y hay muchos temas por investigar. La ordenación cronológica de la actividad de arqueólogos españoles en Marruecos, antes de la independencia de aquél país, ha sido realizada con acierto por Enrique Gozalbes (2003-2005, 110), haciendo coincidir los hitos arqueológicos con el marco político de fechas emblemáticas: } Primera etapa: finales del siglo XIX hasta los años veinte del siglo XX. } Segunda etapa: 1921-1939. } Tercera etapa: 1939-1956.

Este mismo autor ha sabido analizar la labor de los pioneros y el proceso de institucionalización de la Arqueología de España en Marruecos (2003-2005) situando de forma muy acertada el contexto y los trabajos de los pioneros hasta 1921 y la labor de César Luis de Montalbán (Gozalbes, 2005). Por su parte Manuel Parodi está estudiando de forma muy inteligente la figura de Pelayo Quintero (Parodi, 2005). Nosotros más que de personas, instituciones y datos arqueológicos queremos resumir en este trabajo lo que se ha planteado (Ramos, 2008), respecto al panorama de las ideas, desde la contrastación de personajes que consideramos emblemáticos, por un lado Pedro Bosch Gimpera y por otro Martín Almagro y Julio Martínez-Santaolalla. El africanismo español aplicado a la Arqueología va a estar en parte condicionado por prejuicios etnocéntricos y tendrá dos posiciones un tanto simples (sur-norte y norte-sur). Pedro Bosch Gimpera es figura clave para entender la fijación y pervivencia del “africanismo” (Bosch, 1925, 1932, 1944). Aparte de cualquier consideración ideológica hay que reconocer en justicia que entre los arqueólogos de su generación fue quien tuvo mayor proyección internacional, verdadero pionero y maestro de maestros (Alcina, 1999, 98; Cortadella, 2003a; Ruiz, Sánchez y Bellón, 2006). Bosch se convertirá así en gran defensor y partidario del origen de culturas en África, mostrando una especial preocupación por la problemática del Capsiense (Cortadella, 2003a; Pérez, 2003; Gracia y Cortadella, 2007). Como otros en su época, Bosch consiguió una beca de la JAE para ampliar sus estudios de filología –era licenciado en Derecho y Letras y se doctoró en Filología Clásica– (Cortadella, 2003a, XLVII). Así, en Alemania le recomendaron que para esta disciplina debía ampliar estudios en arqueología. De esta forma, allí contacta con Hubert Schmidt y con Schumacher. Estudia con Schmidt Neolítico y Edad del Bronce, así como llega a ser colaborador de Kossinna en el Seminario Germánico. Evidentemente su formación arqueológica se integró en la escuela del historicismo-cultural de los Kulturkreisse. Esta reconversión a la nueva dis-

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ciplina le lleva a incorporarse a su vuelta en 1915 al Servei d’Investigaciones Arqueològiques del Institut d’Estudis Catalans y en 1916 obtiene la Cátedra de Historia Universal Antigua y Media, desde la que forma la Escuela Catalana de Arqueología. Desde estos puestos comenzó su obra. Para Bosch las culturas eran sinónimo de pueblos, diferenciando grupos étnicos a partir de la diferencia del registro arqueológico material. Jordi Cortadella expone así que en el esquema de Bosch, las grandes unidades de cultura seguían perviviendo gracias a cierta personalidad y características espirituales propias, fruto de las disposiciones de la raza y de un mismo ambiente cultural. En definitiva, con sus planteamientos sobre los grupos étnicos paleolíticos, Bosch llegaba a la conclusión de que a pesar de darse mezclas antropológicas no hubo uniformidad racial (no existiendo por tanto una ‘raza española’ ancestral) y que el centro peninsular era distinto de las periferias (Cortadella, 2003a, CV y CVI). En 1925 publica un trabajo en Revista de Occidente (Bosch, 1925), en el que esboza lo que escribirá posteriormente en su Etnologia de la Península Ibèrica (Bosch, 1932). En cuanto a la metodología que emplea, se preocupó por fijar grupos culturales en función de un débil determinismo geográfico que se conjugaba con aspectos étnicos e históricos del establecimiento de las relaciones de los mismos con grupos vecinos, conformando entre todos estos factores la personalidad étnica de los mismos (Bosch, 1925, 154). En cierta forma, sentía una preocupación evolucionista por ver de donde procedían los distintos grupos culturales y su desarrollo en el tiempo, dando lugar, quizás, a nuevos grupos con personalidades distintas. Para él, el método a seguir consistía en distinguir dentro de cada período los grupos culturales existentes y filiarlos en relación con los anteriores y posteriores, de manera que puede verse, cuando hay una interrupción brusca de cultura, que acuse la presencia de un pueblo nuevo, y cuando pueda postularse la continuación de los pueblos anteriores dentro de su mismo territorio (Bosch, 1925, 165). Estableció cuatro círculos culturales para el Neolítico: la cultura de Almería, la Pirenaica, la occidental o portuguesa (que además de Portugal comprendía parte de Salamanca, Extremadura, Huelva) y la central –Andalucía, las dos Mesetas, mayor parte de Aragón y de Cataluña, continuando por la parte oriental de los Pirineos hacia el sureste de Francia hasta el Ródano, los Cevennes y los Alpes– (Bosch, 1925, 174). Esta última se verá afectada a comienzos del Eneolítico por una expansión de la cultura pirenaica hacia Cataluña y el sureste de Francia, transformándose además en el Eneolítico pleno en varios grupos regionales, surgiendo en Andalucía la cultura del vaso campaniforme. Bosch consideraba que las culturas occidental y central tenían su origen en una migración del “pueblo capsiense” desde el norte de África, diferenciándose ambas durante el Neolítico (Bosch, 1925, 174-175). De igual forma la cultura de Almería tendría su origen en una migración de los camitas que penetrarían a finales del Neolítico, reduciéndose a las costas de Almería en esta época pero extendiéndose ampliamente en el Eneolítico. Observaría un gran parecido entre esta cultura y la Sahariense del norte de África (Bosch, 1925, 181).

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La cultura pirenaica derivaría del Paleolítico Superior franco-cantábrico, que observa que es una cultura claramente europea en contraposición al Capsiense africano (Bosch, 1925, 184). De este modo reduce los orígenes de las culturas indígenas españolas a dos: europea, representada en el Neolítico por la cultura pirenaica, y africana con el Capsiense, que da lugar al Neolítico occidental y central o de las cuevas. Sólo más tardíamente, durante finales del Neolítico, comienzos del Eneolítico, llega un nuevo aporte poblacional a la península procedente de África y representada por los camitas que constituye la Cultura de Almería. Y este esquema, lo mantendrá en su Etnologia de la Península Ibèrica (Bosch, 1932). En esta obra considera que es en el Paleolítico donde se forman los dos grandes grupos étnicos que perdurarán en la Prehistoria Reciente: por un lado, el pirenaico para el norte peninsular, de origen europeo; y por otro, el Capsiense, de origen africano, que alcanza una gran extensión en el Epipaleolítico, hipótesis apoyada en la presencia de microlitos geométricos y en la morfología de los cráneos de Muge –Portugal– (Bosch, 1932, 54). Hacia el Neolítico, el Capsiense influye en la formación de la Cultura de las Cuevas y en la Cultura Occidental o Portuguesa, que por el norte también será influida por el grupo pirenaico. Ya en el Neolítico Final hay una nueva difusión desde el Sáhara pasando por el norte de África que da lugar a la Cultura de Almería. Pero las circunstancias históricas y políticas de la Guerra Civil y el conocido exilio y transtierro de Pedro Bosch Gimpera incidirán en la imposición de un criterio de autoridad y en el paso claro de “La España de los pueblos” a “la España como unidad de destino en lo universal” (Cortadella, 2003a; Ruiz, Sánchez y Bellón, 2006). El contexto sociológico es muy importante para comprender que la “ciencia oficial” de aquella época no podía aceptar que los avances tecnológicos y artísticos procedieran de África, en momentos de un desarrollo imperialista (Morales Lezcano, 1986, 71-89), en que las diversas burguesías nacionales intentaban extraer de dicho continente recursos y consideraban como “salvajes” a sus habitantes. De todas formas es muy interesante la trayectoria de Pedro Bosch (Cortadella, 2003a), que continuará siendo partidario de este enfoque africanista, analizado a distancia, pero preocupado en la orientación y relaciones con los desarrollos culturales de la Península Ibérica (Bosch, 1944, 1953, 1965 y 1969). Su análisis de La formación de los pueblos de España (Bosch, 1944) y El problema de las Españas (Bosch, 1996) vuelve a incidir en lo que denomina “superestructura”, no en el sentido materialista del término, sino como auténtico sustrato prerromano de los pueblos de España, volviendo sobre los temas analizados en La Etnología de la Península Ibérica (Bosch, 1932). Desde su exilio en México, Bosch publicó La formación de los pueblos de España (Bosch, 1944), cuyo título es un claro exponente de la concepción de estado federal que tiene su autor. Comienza la obra incidiendo en la necesidad de una profundización histórica de la diversidad de pueblos en la Península Ibérica

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que arranque desde la Prehistoria, ya que eso ayudaría a comprender etapas históricas más recientes. Considera a la geografía peninsular como determinante de su diversidad poblacional y de la evolución de la misma desde las primeras etapas de su historia (Bosch, 1944, 21 y ss.). Así, esta diversidad geográfica lleva a abrir caminos de invasión desde Europa por los Pirineos y del norte de África por el Estrecho de Gibraltar y el sureste peninsular. En su alegato contra la uniformidad española, considerará que la geografía es un factor que ha hecho “de la Península Ibérica una diversidad abigarrada” de difícil unidad (Bosch, 1944, 24). Respecto a la concepción de la Prehistoria en este libro, es la misma que en la Etnologia de la Península Ibèrica, continuando con los mismos círculos culturales. Una de sus ideas más criticadas fue la discusión de la antigüedad de la cerámica cardial, que se convirtió en una evidencia de un origen no europeo del Neolítico a raíz de las excavaciones de Bernabó Brea en Arene Candide (Brea, 1953). En el trabajo que Bosch publicará en el Congreso Arqueológico del Marruecos Español, considerará una prueba de las relaciones entre la Península y el norte de África el hecho de que, tanto a un lado como a otro del Estrecho, el arte rupestre evolucionado se extendiera por el territorio ocupado por el pueblo de la Cultura de las Cuevas (Bosch, 1953). El Capsiense influiría en la “población epigravetiense con fuertes elementos africanos que pudieron crear un clima favorable para el desarrollo, luego de una cultura unificada con la de África” (Bosch, 1953, 144). Para él la cerámica cardial no era identificable con un Neolítico antiguo, aunque se basaba exclusivamente en la tipología, y en un esquema evolucionista, que consideraba que una mayor riqueza decorativa se correspondía con momentos cronológicos más recientes, considerando que esta cerámica era contemporánea de la cerámica incisa, y que había un Neolítico más antiguo con cerámica lisa. A pesar de exponer abiertamente sus hipótesis era consciente de la necesidad de nuevas estratigrafías que corrigiesen sus hipótesis (Bosch, 1953, 149) De todos modos, el modelo explicativo de estudio de ambas tendencias (africanistas y europeístas) se ha basado en la tradición histórico-cultural, desde la ordenación de la técnica, considerada como Historia global. En dicho marco la práctica arqueológica ha tenido una orientación de modelos muy claros y definidos en parámetros del Evolucionismo y del Difusionismo (Ramos, 1999; Estévez y Vila, 1999). En general las ideas han sido un tanto simples, de movimientos e invasiones de pueblos (asociados con culturas-registros arqueológicos). Si bien el marco teórico de las dos propuestas tenía unas claras raíces en los círculos culturales –Kulturkreisse–, los enfoques racistas y peyorativos hacia África de los arqueólogos posicionados con los vencedores de la Guerra Civil hace muy diferentes las posiciones de Pedro Bosch y de los arqueólogos vinculados al poder tras la Posguerra. Ambas corrientes proyectarán sobre su visión contemporánea de España la idea del pasado, sea como República Federal –el caso de Pedro Bosch–, o como estado nacionalista centralizado –el caso de Julio Martínez Santaolalla y de Martín Almagro– (Estévez y Vila, 1999, 64; Pérez Rodríguez, 2003, 122; Pérez Rodríguez, 1998).

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El contraste de las ideas. La noción de África en la obra de Bosch, Almagro y Martínez-Santaolalla Una vez terminada la Guerra Civil, Hugo Obermaier no se incorporó a su cátedra en Madrid y estaba en el exilio Pedro Bosch Gimpera. Se produce una clara recomposición de la situación y un ascenso de una nueva generación (Díaz Andreu, 2002, 89 y ss.) que a nivel político estaba directamente vinculada al nuevo régimen surgido de la sublevación militar contra la II República. Las dos figuras clave de la nueva situación serán Julio Martínez Santaolalla y Martín Almagro Basch. En ambos hay un claro rechazo hacia la figura de Pedro Bosch Gimpera. Se ha indicado el carácter continuista del marco teórico de la arqueología española de la Posguerra (Gilman, 1995), pero hay dos claras diferencias en el mismo marco histórico-cultural: } La visión unitaria o periférica de la Prehistoria peninsular entendida como uni-

taria e Hispánica –a toda la Península incluida la Prehistoria de Portugal– de los arqueólogos vinculados a la nueva situación de la Dictadura, frente al mantenimiento de la diversidad de fenómenos que continuó manteniendo Pedro Bosch (Ruiz, Sánchez y Bellón, 2006). En este sentido la obra de Miguel Tarradell va a ser de gran interés al dar un enfoque más diverso y regional a la Edad del Bronce (Tarradell, 1946 y 1949). } La visión europeista o africanista de los fenómenos, que fueron mantenidas

con contundencia por las dos visiones contrapuestas. Bosch seguirá valorando el peso de las culturas africanas. Tendrá el apoyo y continuidad en este tema de su discípulo Luis Pericot (Gracia, Fullola y Vilanova, 2002), por el convencimiento de la influencia africana en la formación del Solutrense a raíz del estudio de la cueva del Parpalló (Pericot, 1942 y 1954; Pericot y Tarradell, 1962). Por otro lado, Julio Martínez Santaolalla había sido antiguo alumno y ayudante de cátedra de Hugo Obermaier. Se benefició de las becas de la Junta de Ampliación de Estudios en Alemania. Su modelo estaba basado en las ideas de Kulturkreise – círculo cultural– y en las nociones difusionistas del Círculo de Viena. Buen conocedor del modelo alemán de la época, de Wilhelm Schmidt y de Gustav Kossina, lo aplicó a la Prehistoria de la Península, entendida en sentido unitario, desde el concepto de Península Hispánica y con los parámetros característicos de los modelos difusionistas histórico-culturales. Desde su perspectiva, las influencias en la Península serán siempre desde el norte, con un modelo eurocéntrico y desde aquí se generarían auténticos movimientos poblacionales hacia el norte de África. En toda su obra hay una crítica abierta y directa a las ideas y a lo que había representado Pedro Bosch Gimpera, intentando generar un modelo crítico frente al “llamado mito africano”, como creador de pueblos y culturas (Martínez Santaolalla, 1941, 141; 1946, 20; 1947). Su enfoque es claramente racista (Martínez Santaolalla, 1946, 111), revalorizando todo lo “europeo” como más activo racial y culturalmente. Así daba una gran importancia a las invasiones celtas. Sobre todo cuestiona la posible influencia del Capsiense.

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Después de la Guerra será el encargado de la organización de la Arqueología del régimen surgido tras la sublevación militar, llegando a ser nombrado Comisario General de Excavaciones en la España de Franco y encargado de forma interina de la Cátedra de Historia Primitiva del Hombre, en el marco de la cual y del Seminario del mismo nombre creó la revista de la que fue director, Cuadernos de Historia Primitiva del Hombre (Martínez Santaolalla, 1947). Fue también director de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria (Martínez Santaolalla, 1947, 19 y 21). Al haber sido claramente un hombre del régimen, de adscripción falangista, el predominio del Opus Dei y de los tecnócratas incidirán en su declive y en el mayor poder de Martín Almagro (Díaz Andreu, 2002, 82). Su obra fundamental es el Esquema Paletnológico de la Península Hispánica, que publica en dos entregas: una recién acabada la Guerra (Martínez-Santaolalla, 1941) y otra mucho más elaborada donde desarrolla con más datos sus ideas (Martínez-Santaolalla, 1946). Como hemos apuntado arriba, Martín Almagro Basch había sido también alumno de Hugo Obermaier. Es el paradigma de la Arqueología de la Posguerra española. Alcanza importantes puestos en la Administración de aquella época. Almagro intenta aplicar los parámetros del nuevo régimen, desmontando el entramado institucional anterior, del Institut d’Estudis Catalans y el recuerdo de la obra de Pedro Bosch. Fue director del Museo Arqueológico de Barcelona, obtiene la cátedra de la Universidad de Barcelona, es artífice de la creación de la Estación de Estudios Pirenaicos del CSIC, llamado a partir de 1943 Instituto de Estudios Pirenaicos. Funda desde el Museo la revista Ampurias y continúa las excavaciones con su dirección en el yacimiento de Ampurias. Bajo su orientación el Servei d’Investigacions Arqueológiques pasará a denominarse Servicio de Investigaciones Arqueológicas. También es obra suya la creación del Instituto de Prehistoria y Arqueología de la Diputación de Barcelona. Se ha indicado la lentitud de su ascenso, en el marco de las propias circunstancias del régimen. La realidad es que gana la cátedra a Martínez Santaolalla en 1953, conformando el Instituto Español de Prehistoria en 1953 y llega a la dirección del Museo Arqueológico Nacional en 1968 (Díaz Andreu, 2002, 46, 82, 97). Su carrera de todos modos es meteórica y su ascenso se enmarca también en numerosas circunstancias sociológicas propias de la época (Cortadella, 2003a, XC y ss.), pero siempre en situaciones de proximidad y cercanía al poder. Fue partidario de una idea unitaria de la Prehistoria peninsular, que desarrolla en Origen y formación del pueblo hispano (Almagro, 1958). Mantiene además una perspectiva europeísta y un odio visceral a Pedro Bosch y a sus planteamientos africanistas; además desarrolla un planteamiento antievolucionista, que aplica claramente a su explicación del Neolítico. Entre sus numerosas publicaciones cabe indicar por su incidencia en la temática que analizamos la Prehistoria del norte de África y del Sáhara español (Almagro, 1946) y Estado actual de la investigación de la Prehistoria del norte de África y del Sáhara (Almagro, 1968). El africanismo de estos autores se vincula claramente a la pretendida justificación histórica de la colonización del norte de África como modelo imperialista de los vencedores de la Guerra Civil (Pérez, 2003, 117; Orihuela, 1999, 74-75). Este esquema de la situación perdurará en el desarrollo de los años 50 y 60. Por un lado, Luis Pericot seguirá fiel a su idea de influencia de África en diversas

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etapas del Paleolítico de la Península (Pericot, 1954). Veía relaciones directas entre Ateriense y Solutrense (amparado en su experiencia de campo y en el estudio de Parpalló y el conocimiento de las colecciones africanas). Admitía dichas infiltraciones africanas durante el Solutrense Superior por vía del Estrecho de Gibraltar y por la región de Orán hacia Almería. Consideraba también al Iberomauritánico y al Capsiense como industrias sincrónicas, teniendo presente los niveles magdalenienses de Parpalló. Su modelo era claramente “difusionista”. Por otro lado Miguel Tarradell, a raíz de las excavaciones en las cuevas de Gar Cahal (Tarradell, 1954b) y Caf Taht el Gar (Tarradell, 1955b) mantendrá una idea de puente a partir del Neolítico (Tarradell, 1958a, 1959a; Pericot y Tarradell, 1962). Contrariamente, Francisco Jordá mantendrá un modelo europeísta en la conformación de su idea del Gravetiense y Solutrense, desde la base de sus estudios y conocimiento directo de las secuencias de Mallaetes, Parpalló y Cocina (Jordá, 1954a, 1954b, 1955). Creemos que en el caso de Jordá sus circunstancias personales en la posguerra civil pueden haberle alejado de los planteamientos africanistas por verdadera necesidad de supervivencia. Su obra fue muy sólida y poco entendida en la época.

Apuntes sobre la figura y la obra de Miguel Tarradell Consideramos la figura de Miguel Tarradell como la más representativa de una Arqueología muy sólida (figura 1), con base en trabajos de campo, desarrollada en una época difícil, con falta de medios, pero compensada con una gran ilusión y perspectiva histórica de los hallazgos. En esta línea entendemos que resulta vital el conocimiento de algunos datos de su biografía, así como la consideración de algunas ideas de síntesis de su trabajo sobre la ocupación prehistórica en la región del Estrecho de Gibraltar (Souville, 1993; Ponsich, 1993; Tarradell Font, 1993; Llobregat, 1993; Blázquez, 2006). Miguel Tarradell nació en Barcelona el 24 de noviembre de 1920. Realizó sus estudios de Bachillerato en Francia. Estudió Filosofía y Letras, sección de Historia, en la Universidad de Barcelona, entre 1940 y 1944. Realizó su Tesis Doctoral sobre la Cultura de El Argar, fue colaborador del Museo Arqueológico de Barcelona y participó en excavaciones en Ampurias y en dólmenes del Alto Ampurdán (Padró et alii, 1993, IV). Entre 1946 y 1947 trabaja en Granada en el Servicio de Arqueología Provincial. Durante esta época excava en los yacimientos prehistóricos de Montefrío y Monachil. En 1947, al morir Pelayo Quintero, accede hasta 1956, a la dirección del Servicio de Excavaciones del Protectorado Español de Marruecos (Tarradell, 1953a y b) y del Museo de Tetuán (figura 2). Reorganizó el Museo (Tarradell, 1950) y realizó numerosos trabajos de campo. Desarrolló básicamente excavaciones en sitios prehistóricos de gran interés como las cuevas de Gar Cahal –en la región del Estrecho– (Tarradell, 1954b) y de Caf Taht el Gar –Tetuán– (Tarradell, 1955b). Con el paso de los años estas cuevas siguen siendo una base importante del conocimiento de las secuencias de la Prehistoria Reciente de la región norteafricana, con evidencias bien estratificadas desde los conceptos normativos de Iberomauritánico a la Edad del

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Bronce (Gilman, 1975, 1976; Onrubia, 1995; Souville, 1988; Daugas et alii, 1998; El Idrissi, 2001; Bouzouggar, 2006; Bouzouggar y Barton, 2006; Daugas y El Idrissi, 2008; Ramos et alii, 2008). Realizó estudios geoarqueológicos en las terrazas y litoral mediterráneo del área del Estrecho en los entornos de Ceuta y Tetuán-río Martín (Garriga y Tarradell, 1951; Tarradell y Garriga, 1951). Desarrolló importantes excavaciones en Lixus –niveles fenicios y romanos– (Tarradell, 1957, 1959b), Tamuda –niveles púnicomauritanos y romanos–, sobre las ocupaciones púnicas (Tarradell, 1960), estudiando también factorías de salazón romanas (Ponsich y Tarradell, 1965). Un gran mérito de Tarradell es que daba a conocer los resultados de sus excavaciones de forma inmediata a los estudios, publicando los yacimientos investigados de forma muy correcta para la época. Planteó la idea de “puente” más que de “frontera” para los contactos y relaciones de los grupos postneolíticos del entorno del Estrecho de Gibraltar (Tarradell, 1959a).

Figura 1. Foto de Miguel Tarradell (Padró, J. et alii, 1993).

Durante su estancia en Marruecos pudo disfrutar de una beca de la Universidad de Nueva York. Y en 1951 de una estancia de un semestre en el Museo del Hombre de París. Allí mantuvo contacto con los profesores Raymond Vaufrey y con el maestro Pedro Bosch Gimpera, que entonces contaba con un alto cargo en la UNESCO. Se casó con Matilde Font en 1952, gran colaboradora en los trabajos de campo de Marruecos. En 1953 organizó el Primer Congreso Arqueológico del Marruecos Español, que tuvo gran proyección internacional. En Tetuán fue uno de los fundadores de la interesante revista Tamuda. Participó en excavaciones internacionales con Nino Lamboglia en la ciudad griega de Tíndari, en Sicilia y con Pierre Cintas en la necrópolis de Cartago, también en 1952 (Padró et alii, 1993). Destacar también la conformación junto a Luis Pericot de un Manual de Prehistoria africana (figura 3), muy completo para la época que recogía la documentación disponible para el Paleolítico y el Neolítico (Pericot y Tarradell, 1962). En 1956 ganó por oposición la cátedra de Arqueología, Epigrafía y Numismática de la Universidad de Valencia. Allí desarrolló una gran labor de campo, académica y editorial (Llobregat, 1993), publicando trabajos de impacto, como El país valenciano del neolítico a la iberización, organizando la Primera Reunión de Historia de la Economía Antigua de la Península Ibérica, Marruecos púnico, o con M. Ponsich, Garum et industries antiques de salaison dans la Méditerranée Occidentale. Comenzó también excavaciones en Mallorca, en Pollentia, en codirección con A. Arribas y D. E. Woods, financiadas por la Fundación Bryant. En 1970-1971 ocupó la Cátedra de la Universidad de Barcelona. Su actividad intelectual y arqueológica fue tremenda en Barcelona (numerosas publicaciones, dinamizador cultural, funda en 1978 la revista Fonaments. Prehistoria i Món

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Antic als Països Catalans, dirige tesis doctorales, pertenece a multitud de organismos e instituciones académicas de gran prestigio cultural del ámbito de la Arqueología). Todo ello le generó la gran reputación de magnífico arqueólogo, buen profesor y muy buena persona, reconocida por todos los que lo conocieron y recuerdan.

Figura 2. Portada original del libro Museo Arqueológico de Tetuán.

Razones de espacio nos impiden exponer toda su gran obra norteafricana, sólo indicaremos algunos trabajos y valoraremos algunas de sus destacadas contribuciones (Tarradell, 1953a, 1953b, 1954a, 1955a, 1955b, 1957-1958, 1958a, 1959a). Miguel Tarradell comenzó los trabajos por prospecciones sistemáticas en la región, como la zona de la costa atlántica entre Tánger y Larache (Tarradell, 1955a), documentando numerosos registros vinculados a Ateriense, Epipaleolítico y Neolítico. Realizó también prospecciones de gran interés geoarqueológicas con el geólogo Juan Garriga, muy avanzadas para la época con integración de los registros arqueológicos en la base estratigráfica cuaternaria. De esta forma identifican cuatro terrazas y el testimonio de conjuntos líticos estratificados de enmarque Achelense y Musteriense (Garriga y Tarradell, 1951; Tarradell y Garriga, 1951). Publica el interesante conjunto megalítico de Mezoura (Tarradell, 1952a).

Guía sumaria para el visitante, con un apéndice sobre los principales yacimientos arqueológicos del Protectorado, publicado por Miguel Tarradell en Madrid en 1950.

La gran aportación de Tarradell en esta región se ha valorado sobre todo en las excavaciones de Gar Cahal (Tarradell, 1954b) y Caf Taht el Gar (Tarradell, 1955b) que supusieron un revulsivo importante, acompañado de rápidas y precisas publicaciones. Presentaban una estratificación del Epipaleolítico a la Edad del Bronce con evidentes relaciones en muchos momentos a los registros del Sur de la Península Ibérica que su excavador pudo contextualizar dado el gran conocimiento que tenía de primera mano de los mismos (Ramos et alii, 2008). Tarradell por tanto vinculó destacadas relaciones a partir del Neolítico entre los registros de ambas cuevas con los del sur de la Península Ibérica, precisando sobre todo aspectos como las cerámicas cardiales, cerámicas pintadas, cerámicas campaniformes, en el ámbito de relaciones “comerciales”, más que de movimientos de poblaciones (Tarradell, 1958a, 1959a). Verdaderamente las contribuciones posteriores y la continuidad de la investigación han ido confirmando algunas de sus ideas (Gozalbes, 1973; Camps, 1974 y 1984; Souville, 1993). Por tanto queremos destacar la gran calidad científica y humana que desarrolló Miguel Tarradell, en una trayectoria honesta y de gran rigor histórico. Otra figura, que consideramos debe valorarse y juzgarse con equidad (AA.VV., 1998; Bravo y Bellver, 2004) es la de Carlos Posac Mon (1947a, 1949, 1951, 1956), que hemos analizado en otro trabajo (Ramos, 2008).

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El africanismo en los estudios protohistóricos y el I Congreso Arqueológico del Marruecos Español: contexto histórico-arqueológico

La Protohistoria del norte de África hasta los años 50

Figura 3. Portada del libro de Luis Pericot y Miguel Tarradell (1962), Manual de Prehistoria Africana (Instituto de Estudios Africanos, CSIC, Madrid).

En la tradición crítica de la Institución Libre de Enseñanza, los estudios relativos a los distintos procesos protohistóricos peninsulares deben encuadrarse en el debate sobre el origen nacional de la segunda mitad del siglo XIX, heredero, por otra parte, de las claves de interpretación histórica elaboradas por la nueva clase burguesa empeñada en reinterpretar el pasado con el fin explícito de legitimar su toma del poder y dotar ideológicamente al nuevo estado. Así, mientras surgían durante la Restauración canovista las primeras teorías paniberistas, empeñadas en la recuperación del sentido unitario desde el legitimismo monárquico, el providencialismo y el esencialismo, desde las filas del nacionalismo catalán se procedía a los primeros intentos de afirmación de la burguesía regionalista y modernista (La Reinaxença), fenómeno que trascendería hasta las propuestas posteriores de Prat de la Riba, que llega a identificar a los iberos como punto de partida de la identidad catalana. El proceso de reconstrucción identitaria era tan evidente que ya en 1907, un año después de la publicación de la Nacionalitat Catalana de Prat de la Riba, y coincidiendo con la creación del Institut d’Estudis Catalans, a propuesta de Puig i Cadafalch y con la oposición de Pijoan, se decidiría la compra de Ampurias, yacimiento que habría de convertirse en bandera arqueológica del catalanismo, cuyas fronteras habrían de ser reconsideradas en la línea de una reivindicación no explícita de la lejana identidad nacional histórica. Este hecho supondría que desde los años 20, frente a la complicidad y la aceptación del modelo teórico (paniberista) de Bosch Gimpera en Valencia, se constata desde provincias como Alicante una reacción antinacionalista que, a través de investigaciones resultantes tras las excavaciones de El Molar, El Oral, Campello, El Tossal y La Albufereta, reivindican el carácter púnico de la zona coincidiendo con la identificación de Alicante como Akra Leuké (Ruiz, Sánchez y Bellón, 2006, 47-48). En esta coyuntura es en la que cobra relevancia la obra de Gómez Moreno, autor que, como demuestra su importante participación en los Catálogos Monumentales y Artísticos de España durante la primera década del siglo XX, dentro del proyecto reformador emprendido por las políticas próximas a la I.L.E., sería una pieza importante en la institucionalización de la arqueología española, colaborando directamente en la redacción de la Ley de Excavaciones de 1911 y formando parte de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, hechos que se deben en gran parte a su compromiso ideológico con el reformismo krausista. En cualquier

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caso, desde 1910 los nuevos institucionistas ya no eran sólo krausistas, sino básicamente positivistas y darwinistas. En ellos primaba su perfil profesional como científicos y pertenecían por lo general a una burguesía laica y liberal, con un alto grado de conciencia de élite,… Se trataba de una élite de pensamiento radical no revolucionario que defendía el reformismo dentro de la monarquía o, en todo caso, el republicanismo reformista (Ruiz, Sánchez y Bellón, 2006, 57). Desde los últimos años de la Guerra marroquí y durante los primeros años del Protectorado había comenzado a funcionar el Servicio de Arqueología que, con base en Tetuán, se encargaba del estudio de las antigüedades preislámicas de todo el territorio (Tarradell, 1954a, 5). Fue bajo esta organización, tras descubrirse en 1921 las ruinas de Tamuda, cuando se emprenderían las primeras actuaciones en condiciones tales de inseguridad que aquellos abnegados excavadores… en más de una ocasión tuvieron que abandonar la herramienta para empuñar el fusil (AA.VV., 1954, 18). Poco más tarde, se iniciarían las primeras excavaciones de envergadura en Lixus, mientras se continuaba con las iniciadas en Tamuda y se procedía a nuevas iniciativas en el Túmulo de Mezora, mientras paulatinamente se va dando sentido y sostén físico al Museo de Tetuán con el fin de recoger para su estudio y exposición los numerosos restos materiales que éstas y otras actividades arqueológicas iban proporcionando. No sería hasta poco más tarde, tras el paréntesis originado por la Guerra Civil, cuando se procedió a la refundación sobre nuevas bases y atribuciones del citado Servicio de Arqueología ahora con la dirección de Pelayo Quintero, así como a la creación definitiva del nuevo Museo de Tetuán inaugurado en 1940. En este sentido habría que recordar que ideológicamente el triunfo de Franco supuso la consolidación de un grupo de investigadores que encontraron en la vieja idea del celtismo la posibilidad de establecer un vínculo con el entonces ascendente nacional-socialismo, abandonándose así el paniberismo y convirtiendo a los celtas en un pueblo mediterraneizado, cultivado y civilizado (Ruiz, Sánchez y Bellón, 2006, 49-50). El mismo Servicio de Arqueología iniciaba por estas fechas sus labores de edición de las publicaciones de los estudios de los yacimientos y hallazgos, labores a las que contribuyó de manera crucial y hasta su muerte en 1946 Pelayo Quintero, que había llegado a Tetuán portando un conocimiento singular de la cultura material del Gadir fenicio y, sobre todo, su especial capacitación para la organización de las distintas tareas arqueológicas, obra que se dejó notar desde entonces en el legado del Marruecos español. Poco después de su muerte y tras algunas actuaciones de César Morán, se haría cargo del Servicio Miguel Tarradell y con él llegaría una nueva generación de investigadores, muchos de ellos universitarios, conocedores de la nueva metodología arqueológica. Entre los cambios estratégicos de la gestión por estos años se decidiría concentrar los esfuerzos en un yacimiento único, concretamente en el de Lixus, fiel a las tesis monumentalistas de la época y a los deseos del Régimen de ofrecer al público una imagen grandilocuente de los esfuerzos con pocos medios emprendidos por la arqueología oficial durante estos años, pero también muy especialmente convencido de la importancia del yacimiento para la historia del mundo fenicio occidental. Fue este convencimiento el que impulsaría sus intervenciones en la

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vertiente meridional, conocidas como Cata del Algarrobo y Cata del Campamento (Tarradell, 1954a, 16-17). Mientras se hacía evidente la necesidad de reanudar las labores de manera paralela en los nuevos descubrimientos de Ad Mercuri, Sidi Abdselam del Behar o Emsá, a la vez que se ponía de manifiesto la limitación extrema de los recursos dedicados y la necesidad de incardinar en el conocimiento científico cuantos yacimientos, restos y objetos estas actuaciones iban proporcionando. Resumiendo, pues, mientras en la Península se procedía a la elaboración del esencialismo hispánico unitario, la realidad arqueológica de la zona nos mostraba, de principio, un efectivo interés concentrado en los dos grandes yacimientos de la época: Lixus y Tamuda. A este interés prioritario le seguían, conscientes de la necesidad de intensificar las prospecciones y sondeos en el Protectorado, otras actuaciones “menores” encaminadas a fijar las cronologías y a “cuantificar” la importancia de los restos descubiertos en Sidi Abdselam del Behar (Tarradell, 1952b, 230); en los escasos restos descubiertos en Emsá que apuntaban ya a una cronología del IV-III a.C. (Tarradell, 1953c, 12); y, finalmente, al estudio de la tipología y los materiales encontrados en la necrópolis del Cerro de San Lorenzo en Melilla, la antigua Russadir (Fernández de Castro, 1950, 257-261), cuyas primeras conclusiones precisamente Tarradell presentaría al I Congreso Arqueológico del Marruecos Español, como más abajo veremos. En coherencia con estas estrategias de campo la decisión temprana de fundar y dotar materialmente (con lo justo) el Museo Arqueológico de Tetuán permitiría el almacenaje, la limpieza y reconstrucción, el estudio, catalogación y exposición de los restos materiales descubiertos, así como la difusión elemental de aquellos conocimientos alcanzados. La celebración de este congreso sin duda supondrá un hito en la puesta en valor definitiva de las tesis africanistas, así como un encuentro histórico por cuanto recoge, en la lista de asistentes y sus posiciones, así como en la de ausentes y en las razones de su ausencia, un referente historiográfico de primera magnitud para la comprensión del debate que estudiamos en el contexto histórico, social y sociológico peninsular.

Las aportaciones del I Congreso Arqueológico del Marruecos Español a las tesis del africanismo en la Protohistoria Ya centrándonos en el estudio específico de las contribuciones realizadas por parte de los ponentes en el Congreso, una de las aportaciones más frecuentes es la definición de los ritos y ajuares funerarios, hecho que contribuye de manera notable al inicio de la sistematización de la cultura material púnica a través de la descripción, análisis y estudios comparativos, por un lado, de los modelos de enterramiento y, por el otro, de terracotas, ungüentarios, lucernas, escarabeos, amuletos,… (Tarradell, en AA.VV., 1954, 253-266). Fue también a través del análisis de los materiales depositados como ajuar funerario la forma en que el Profesor J. Colominas, en su comunicación titulada “Sepultura de un alfarerovaciador en la necrópolis del Puig dels Molins (Ibiza)” (AA.VV., 1954, 191-197) pudo reconstruir, junto a los primeros indicios de la pujanza económica del círculo económico de Aiboshim (incluida la existencia de producciones cerá-

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micas de talleres occidentales protocampanienses), su dedicación laboral, así como en gran medida el modo de trabajo de este alfarero púnico que de acuerdo con la costumbre se hizo enterrar con sus sellos para estampillar la cerámica campaniense y tres moldes circulares con dibujos de rosetas, además de otros de representaciones de figuras femeninas de tipo egiptizante (cubierta con calathos) o helénico (con túnica y manto). En otro orden de cosas esta contribución también sirvió para denunciar ante los especialistas otro de los grandes males de la especialidad por aquellos años como era el saqueo sistemático que se había venido produciendo con ayuda de los “guías” en gran parte de los yacimientos y especialmente en sus necrópolis en busca de materiales que pudieran ser fácilmente comercializables e integrables tanto en museos oficiales como en colecciones particulares y por encargo (191). Paralelamente se iniciaría el estudio de la “ciudad de los vivos” avanzando en la caracterización de las técnicas y orientaciones urbanísticas, estableciendo unos no siempre recomendables paralelismos estético-decorativos con otros vestigios presuntamente púnicos (Tusa, en AA.VV., 1954, 203-213), lejos aún de un concepto como el de la koiné cultural mediterránea que hoy nos hace presuponer de partida la existencia de aspectos culturales púnicos o greco-helenísticos muy lejos de su origen geográfico y de su sentido originario. Se apuntan también contribuciones de cuestiones igualmente materiales, claramente parciales y descriptivas, pero que de manera individual van confiriendo paulatinamente las primeras señas de identidad al complejo púnico occidental. Así, por ejemplo, se presentan los primeros indicios de la existencia de una cultura material propia caracterizada por las emisiones monetales locales (Cutroni Tusa, en AA.VV., 1954, 215-218), el barniz rojo de tradición fenicia (Cuadrado, en AA.VV., 1954, 235-249), por las cuentas de vidrio, los amuletos, los peines y demás objetos de marfil y coral, los huevos de avestruz decorados, los pebeteros de Tanit,… (Ramos Folqués, en AA.VV., 1954, 303-308) y se inician la elaboración en precario del primer corpus de inscripciones fenicias (Solá Solé, en AA.VV., 1954, 319-321). Por contra, el análisis de los materiales anfóricos, uno de los grandes temas de nuestro tiempo, no fue abordado más que muy de pasada en el Congreso. Fue M. Almagro (AA.VV., 1954, 289-296) quien emprendió este avance a partir de los hallazgos de Ampurias, solicitando a los especialistas presentes el estudio de …tan vulgares objetos que, sin embargo, ofrecen un alto valor histórico como elemento cultural cronológico e índice de las relaciones comerciales de la Antigüedad clásica (en AA.VV., 1954, 295). Heredero en gran medida de las posiciones de Martínez Santaolalla, formado en la Escuela de Hugo Obermaier y en la tradición histórica de Falange Española (Cortadella, 2003b; Duplá, 2003) y además deslumbrado por su dedicación exhaustiva a los materiales emporitanos, Almagro Basch veía elementos procedentes de la civilización griega en toda la realidad histórica púnica y no dudó en calificar como griegos o greco-púnicos los contenedores típicos fenicios y cartagineses encontrados en la costa catalana (…ha de tenerse en cuenta que mucho de lo allí expuesto [en el Museo de Alicante] y considerado como púnico se rectificará un día valorándolo como griego en su mayoría., en AA.VV., 1954, 292). Era evidente que, bajo estas interpretaciones materiales, a través de estas

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posiciones teóricas se plasmaban dos tradiciones historiográficas claramente enfrentadas: las que hacían referencia al foco civilizador de raíces griegas que había llegado a nuestro país procedente de Europa a través de una “parada técnica” en las colonias griegas catalanas (defendida por los llamados arqueólogos aficionados) y la que venía de los países subdesarrollados del Próximo Oriente y el norte de África, pueblos condenados a la barbarie actual por su zafiedad histórica, verdaderos precursores del capitalismo contemporáneo (asumida en su matiz positivo como bandera por la mayoría de los nuevos arqueólogos universitarios: Bosch, Pericot, Maluquer, Tarradell,…). A la par se presentan comunicaciones que, partiendo de similares análisis descriptivos de elementos constructivos (Martínez Riera, en AA.VV., 1954, 219223), de materiales de la cultura ibérica como la cerámica decorada (Le Glay, 283-288) y la coroplastia local (Fernández de Avilés, en AA.VV., 1954, 297-302), o, incluso de epigrafía indígena (Tovar y Tarradell, en AA.VV., 1954, 437-442) acaban incidiendo en una aún poco definida propuesta de dialéctica histórica y cultural entre los pueblos indígenas y los colonizadores foráneos, cuyo modelo teórico inicial se repite a otros niveles (antiguos y modernos) en el Marruecos español. Por contra, los temas de ordenación urbanística estaban aún prácticamente ausentes de las orientaciones de la investigación, y cuando se emprendía el estudio de las grandes ciudades de la época, como es el caso del análisis de la primera fundación cartaginesa en la Península (AA.VV., 1954, 199-203), el profesor A. Beltrán lo emprende desde el conocimiento de sus emisiones monetales, de los avances en la iconografía y las leyendas de éstas en estricta dependencia de los estudios filológicos tradicionales y muy condicionados aún por la sombra de Schulten y el perfil de sus trabajos. Otro de los temas clásicos tratados en el Congreso fue el estudio de los templos fundacionales fenicios, así como sus posibilidades para la definición del modelo de colonización fenicia en Occidente concretamente a través de los trabajos de los profesores Blázquez Martínez y Serra Rafols. Blázquez en su intento de establecer las características y el funcionamiento del templo gaditano y sus diferencias con el modelo lixita (AA.VV., 1954, 309-318) propuso un análisis de las distintas tipologías de templos semitas a partir de los textos antiguos y de la iconografía monetal, pero haciendo un revelador estudio de los antecedentes existentes en los modelos originales como el de Melqart en Tiro, el de Eshmun en Sidón, los dos templos descubiertos en Byblos, los restos de Caldea y de Jerusalén, así como en los identificados como tales, fruto de los inicios de la colonización mediterránea como el de Chipre o el de Eryx. En su contribución (AA.VV., 1954, 323-328) Serra proponía la identificación como exvotos procedentes del templo gaditano de un grupo de figurillas de bronce del Museo de Arqueología de Barcelona con representación hercúlea. La contribución de un geógrafo integrado en el Instituto de Geografía Juan Sebastián Elcano del C.S.I.C. de Barcelona, Joan Vilá Valentí, (AA.VV., 1954, 225-234) sentaría las bases para el establecimiento de una relación directa entre la localización de las salinas, la producción y el comercio de la sal con regiones tan lejanas del Mediterráneo como el Báltico, el Mar Negro y el litoral guineano

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(contra la opinión de García Bellido: en AA.VV., 1954, 234), y la estructuración económica de las industrias de la salazón y el garum, aspectos en algunos de los cuales ya se venía trabajando, pero poniendo sobre la mesa de soslayo la necesidad de que la arqueología certificara, junto a la conveniencia de establecer participaciones interdisciplinares, argumentos tan lejanos a las investigaciones de la época como era la presunta presencia de intereses económicos de los fenicios occidentales y los cartagineses en el Atlántico norte. Pero, sin duda, las mejores contribuciones parciales a este Congreso vinieron de la mano, de J.J. Jáuregui, un marino de la Armada interesado en la arqueología, que en su destino en la Base Naval de Cartagena había establecido relación con Antonio Beltrán, llegando a asistir a los Congresos Arqueológicos del Sudeste e, incluso, a participar activamente en las primeras tentativas emprendidas en la zona desde la arqueología submarina, en concreto en la isla de Escombreras y San Pedro del Pinatar. Acababa de tomar posesión de su nuevo destino como capitán de navío en Marruecos en 1950 y allí entablaría relaciones con Tarradell que por entonces se hallaba buscando la cadena de factorías costeras y estableciendo con ello la identificación de las principales fundaciones púnicas. Con su apoyo descubrirían Emsá y desembarcaría en los grandes temas del arqueólogo catalán. Jáuregui, quien en su primera comunicación (AA.VV., 1954, 271-276) trata sobre la posible carrera del oro y la púrpura en el conocido Periplo, pero planteando cuestiones de una palpable actualidad como son el conocimiento de las Islas Canarias por parte de fenicios y cartagineses (AA.VV., 1954, 272), tema que ha sido reciente motivo de una controvertida Exposición en las Islas (González Antón y Chaves Tristán, 2004), así como de estudios historiográficos (Farrujia de la Rosa, 2005). Jáuregui proponía como hipótesis que el presunto desconocimiento de la zona se debía únicamente al ocultamiento estratégico del hecho durante muchos siglos con el fin de ejercer un control monopolístico de los recursos naturales de los que se extraía la conocida púrpura o el acceso a las fuentes del oro, tesis conocidas de Carcopino que, por otra parte, han llegado a nuestros días a través de Ph. Schmitt (1968) o E. Gozálbes (1989 y 1993), entre otros. Por el contrario, en su segunda comunicación (AA.VV., 1954, 277-282), Jáuregui retomaría el tema de la sal con excesiva ligereza al tratar de identificar como distintas medidas para la venta de esta riqueza natural los cuencos o boles campanienses, aunque plantearía otra serie de argumentos singulares para la época debido a la postura oficial que mantenía hacia estos temas el Franquismo (Duplá, 2003; Wülff, 2003) como la necesidad de avanzar en el conocimiento de las culturas fenicia y cartaginesa “…para llegar a comprender la Prehistoria Hispánica” (278). Junto a esta declaración de intenciones en esta contribución presentaría las primeras indicaciones para la identificación de los asentamientos “cartagineses” (en AA.VV., 1954, 278) –aunque en este caso más bien debe entenderse “feno-púnicos”– vinculándolos con las salinas, las factorías pesqueras y almadrabas, así como con unos tipos de asentamientos localizados en islotes cercanos a la costa, penínsulas o lugares relacionados con las principales rutas comerciales (explícitamente en contra de las modernas teorías sobre la colonización agrícola: AA.VV., 1954, 279).

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Millás Vallicrosa, representante del Instituto de Estudios Hebraicos del C.S.I.C., presentó ante la audiencia uno de los primeros estudios historiográficos con que contamos para el mundo fenicio occidental. En ella (en AA.VV., 1954, 267269) subrayaba el liderazgo de Francia gracias a las iniciativas emprendidas en sus colonias próximo-orientales y africanas, de la que daba buena muestra la talla mundial de sus especialistas y sus obras (Cintas, 1950; Charles-Picard, 1956) tanto como la trascendencia y prestigio mundial de sus revistas (Cahiers de Byrsa, Carthago, Lybica). Se trataba, no obstante, poco más que de una reseña de los escasos trabajos publicados, la mayoría de ellos, además, de clara orientación epigráfica, lingüística o toponímica, moda en la que también incidía nuestro país con trabajos del mismo Millás, junto a contribuciones más significativas como las de García Bellido, Bosch Gimpera, Miriam Astruc y, sobre todo, Tarradell.

El impulso a los estudios protohistóricos derivados de la celebración del Congreso (1954-1975) Un año después de la celebración del Congreso de Marruecos, Tarradell publicaría una pequeña guía sobre “Las actividades arqueológicas en el Protectorado español de Marruecos” (Separata del IV Congreso Internacional de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas), en la que reseñaba brevemente las distintas actuaciones emprendidas en los yacimientos señeros de Lixus y Tamuda, en los nuevos descubrimientos de Sidi Abdselam del Behar, Emsá y la necrópolis del Cerro de San Lorenzo de Melilla, así como las actuaciones emprendidas en el nuevo Museo de Tetuán. También publicaría por entonces su propia reseña sobre el Congreso (1954c, 300-302). Le bastaba un ciclo corto de actuaciones para proponer inmediatamente sus propias conclusiones parciales sobre temas generales como el poblamiento antiguo del valle del río Martín o la primera época de los fenicios en Marruecos; e, incluso, sobre aspectos muy concretos como la cerámica fenicia de barniz rojo. Ese mismo año de 1954, otro de los grandes especialistas del tema, P. Cintas, publicaría su propia Contribution à l’étude de l’expansion carthaginoise au Maroc. Mientras, otros especialistas como Luquet (1956) se iban sumando a este interés renovado por la Protohistoria en general y por la colonización púnica en particular de esta región. Un año después de que viera la luz su monográfico Lixus. Historia de la ciudad. Guía de las ruinas y de la sección de Lixus del Museo Arqueológico de Tetuán (1959b), el mismo Tarradell publicaría también en Tetuán una de sus aportaciones más explícitas y determinantes para las investigaciones de la Protohistoria del norte de África. Se trataba de su colaboración a la Historia de Marruecos con el volumen Marruecos púnico del que ya entonces se dijo que se trataba de …un libro fundamental e insustituible…, …primer intento de trazar la Historia del Marruecos Púnico…, con unos resultados revolucionarios, …un magnífico ejemplo de trazar una Historia con base arqueológica… (Blázquez, 1961, 245). En él, en su primera parte, trazaba las escalas africanas hacia Occidente (Melilla, Rif, Gomara, Tamuda, costa del Estrecho, Lixus, Mogador) estableciendo unos claros vínculos materiales tras la identificación de la cerámica de barniz rojo, mien-

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tras que ya en la segunda trazaba la evolución histórica desde la colonización fenicia (que sólo hacía retrotraer hasta el siglo VII a.C.) a la presencia de intereses cartagineses y griegos señalando claramente temas esenciales para estos estudios que se han convertido ya en clásicos: el Periplo de Hannón, las actividades económicas relacionadas con la sal y la producción de salsas y salazones, la púrpura, el comercio del oro africano, la importancia del elemento chipriota en los orígenes de la colonización fenicia de Occidente o la identificación de la entidad histórico-cultural púnico-mauritana. Después de que Tarradell publicara con Pericot su Manual de Prehistoria Africana, cuando en el discurso inaugural del año académico 1964-1965 de la Universidad de Barcelona el propio Profesor Pericot hacía un lúcido repaso al último medio siglo de la investigación prehistórica en España, aún se refería claramente a los tiempos oscuros y revueltos de la Edad de los Metales y a una dura realidad como era que, en su opinión, los problemas del Bronce Final ni siquiera habían sido planteados de un modo eficaz (Pericot, 1964; Jordá, 1964, 140-141). Al año siguiente vería la luz otra de las grandes obras de la especialidad. A pesar de centrarse en los descubrimientos de época romana, el Garum et industries antiques de salaisson dans la Mediterranée Occidentale de los Profesores Ponsich y Tarradell (1965). Desde un principio fijaron la estructura conceptual de uno de los temas clásicos de nuestra historiografía más reciente al …estudiar un número de fábrica de salazones, escalonadas por el litoral mediterráneo y atlántico del norte de Marruecos y, sobre todo, tres de ellas que por su conservación y extensiones ofrecían un vasto panorama de investigación en el campo arqueológico: Lixus, muy cerca de Larache, Tahardas, más al norte, y Cotta, al sur del cabo Espartel (Roldán, 1965, 167). Más allá del estudio específico de la actividad industrial más reconocida de los fenicios occidentales, Ponsich y Tarradell proponían claramente un estudio sin lastres historiográficos, sin autolimitaciones de modelo de estudio, que incorporaba de manera honesta el Atlántico y, sobre todo, el norte de África a la Protohistoria peninsular. Mientras que Tarradell continuaba con sus valiosas aportaciones al atlas arqueológico de la región, otros insignes arqueólogos nacionales y extranjeros se sumaban al interés por la Protohistoria del norte de África como es el caso de Enrique Sanmartí (1967), y, sobre todo, Michel Ponsich, cuya magna obra Nécropoles Phéniciennes de la région de Tánger –1967– (figura 4) acabaría convirtiéndose en otro de los grandes clásicos del tema a la que se sumarían otras aportaciones como las de A. Jodin (1966a y b). Fruto en gran parte de esta “ola historiográfica”, a finales de los sesenta vería la luz una de las obras señeras en la historiografía de los estudios que tratamos. Porque desde su publicación en este año el Tartessos y los orígenes de la colonización fenicia en Occidente de J.M. Blázquez (1968) acabaría de poner sobre la mesa muchos de los grandes temas y mitos del problema conceptual de Tartessos y su dialéctica con el mundo fenicio occidental (Tartessos es… el período orientalizante…: Almagro Gorbea, 1970, 348) proponiendo la entonces innovadora idea de las precolonizaciones (en la práctica un puente instrumental para justificar los nuevos registros sobre las viejas concepciones difusionistas) junto a

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Figura 4. Portada original del libro

visiones tan conservadoras como el olvido de todo el Atlántico sur y gran parte del Atlántico norte en su visión mediterraneista del mundo fenicio. El estudio, en sus logros y concepciones, fue tan bien recibido que cuando, siete años más tarde, se reeditó en una nueva versión ampliada y corregida con los últimos descubrimientos, Blázquez no varió ni un ápice el texto ni las conclusiones de la primera edición (Teja, 1976, 522-523), a pesar de que, por ejemplo, en 1969 ya el propio Ponsich había presentado al X Congreso Nacional de Arqueología celebrado en Mahón un significativo estudio sobre “Fours de poitiers puniques en Mauritaine Tingitane” y había publicado otras obras menores que habrían de convertirse en referencia para el estudio de la cultura material específica del mundo fenicio occidental (1969), elementos de estudio sin duda parciales, pero que contribuían a fijar nuevos modos de acercamiento a la realidad material de este mundo de manera inductiva, mientras que por lo general entre los investigadores consumados continuaban imponiéndose las grandes teorías explicativas, nacidas en gran parte de la práctica deductiva y al calor del modelo científico historicista en boga en la universidad española.

Nécropoles Phéniciennes de la règion de Tánger, publicado por Michel Ponsich en Rabat en 1967.

Pero si el año 1968 es un hito en nuestra historiografía específica debe considerarse así más por haber sido el año de celebración en Jerez de la Frontera del monográfico Tartessos - V Symposium Internacional de Prehistoria Peninsular (1969) y, con ello, lugar de encuentro, de recapitulación y de debate de lo que hasta entonces se había hecho y, sobre todo, diseño de líneas de trabajo de cuanto quedaba por hacer. Como verdaderas islas en el panorama hispano-centrista del tema, Tarradell (AA.VV., 1969, “El problema de Tartessos visto desde el lado meridional del Estrecho de Gibraltar”, 221-232) y Ponsich (AA.VV., 1969, “Influences phèniciennes sur les populations rurales de la région du Tanger”, 173-184) aportaron una visión descentralizada del problema y la época de Tartessos, proponiendo contribuciones alternativas a los debates el primero, lejos ya de la estrategia schulteniana de localizar la capital del reino, a través del análisis de los paralelismos estructurales en el norte de África con el fin de …rastrear, inventariar y estudiar todos y cada uno de los elementos que permitan la reconstrucción del ambiente cultural que podemos clasificar como tartésico… (AA.VV., 1969, 173); el segundo, a su vez, analizando la evolución de los rituales funerarios y su transformación con la llegada de los fenicios con el fin de establecer relaciones directas con el proceso sufrido por los pueblos tartesios de la Península, llegando a proponer incluso una mayor dependencia de la región tangerina de Gadir que de Lixus (AA.VV., 1969, 184). Con todo, era habitual en la época, a pesar de la sucesión continuada de descubrimientos que durante las últimas décadas señalaban claramente en otro sentido –Ponsich, 1970– (figura 5), no establecer relación alguna entre los cen-

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tros fenicio-púnicos peninsulares del I milenio con el Atlántico y menos aún con los del Marruecos musulmán, en plena efervescencia histórica contra el legado español.

Figura 5. Portada original del libro de Ponsich Recherches archeologiques à Tanger et dans sa región.

La propia Profesora Bisi, gran conocedora de la cultura material del mundo fenicio, aún en 1970, cuando presentaba en la revista Zephyrus las “Nuove Prospettive Sulla Spagna Fenicio-punica” (Bisi, 1970-1971), no muestra esta realidad histórica al no incorporar al mapa de yacimientos ni siquiera el dibujo del norte de África y recoger sólo Alcácer do Sal en el Atlántico norte, aunque éste sí decididamente peninsular, con lo que la expresión gráfica y teórica global del mundo fenicio occidental entre la mayor parte de los especialistas de principios de los setenta seguía sin incorporar esta realidad arqueológica contrastada a nivel material. No obstante, la incorporación de los jóvenes investigadores locales al debate pronto proporcionaría colaboraciones sustanciales (Bekkari, 1971), muy alejadas ya de posiciones tardo-colonialistas y en línea con el nuevo estatus de soberanía política y reivindicativas de una historia propia para Marruecos. Pero este es el principio ya de otra etapa que abarca desde principios de los setenta a la actualidad, la época de madurez de nuestros estudios y de reconocimiento en plano de igualdad de los estudios africanos.

Nuevas perspectivas de análisis. Replanteamiento contemporáneo de los problemas ¿Qué queda del africanismo? Tras el fin del Protectorado, se produce un abandono y desinterés de estos temas por parte de la Arqueología oficial española. Por un lado se interrumpen las revistas y series arqueológicas, por otro consideramos fundamental la lógica dedicación a otros temas de investigación de la figura emblemática de Miguel Tarradell. Se ha indicado la similitud del marco teórico Histórico-cultural de ambos planteamientos (Gilman, 1995). La cuestión es que aquí también se puede ver, como ha demostrado Arturo Ruiz para los iberos (Ruiz, Sánchez y Bellón, 2006), que el enfoque del africanismo representó una “Arqueología para dos Españas”, con puntos de vista y enfoques diferentes. Desde esta perspectiva las diferencias sí fueron notables. El viejo maestro Pedro Bosch (1965, 1969) seguirá con sus referencias en toda su obra, al igual que el profesor Martín Almagro (1968), aunque autores como Luis Pericot (Pericot y Tarradell, 1962) o Francisco Jordá (1967) seguirán interesados por estos problemas. Pero la realidad biológica y generacional se irá imponiendo de forma inexorable y desde enfoques diferentes, habrá un lento y paulatino abandono de estos problemas arqueológicos (Fernández, 1997, 708).

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Las circunstancias de la descolonización y la conflictiva relación hispano-marroquí generaron también la brusca interrupción de la presencia española, que llegó a un general desinterés por todo lo africano en gran parte de la investigación española; con gran contraste con el predominio cultural ejercido por la francofonía, habiendo perdurado un claro vínculo académico de los arqueólogos contemporáneos de estos países con la antigua metrópolis (en este sentido es muy claro el vínculo del idioma como puede comprobarse sobre la realización de las primeras tesis doctorales de los arqueólogos argelinos o marroquíes). Ha habido un claro olvido de todo aquello, en parte por la identificación de sectores de la población española, de aquellas colonias con la sublevación que dio origen a la Guerra Civil, unido a la total pérdida de interés del régimen de Franco en su fase final por todo lo africano. Las condiciones de la descolonización y las circunstancias de un joven estado emergente como fue Marruecos en los finales de los años 50 y durante los 60 impidieron la continuidad de los temas de investigación, que sí se han dinamizado de forma muy destacada a partir sobre todo de los 90 y últimos años del nuevo siglo, con investigadores formados sobre todo en Francia y con clara visión cronoestratigráfica de las “culturas”. El desarrollo de misiones y proyectos internacionales han dinamizado de forma muy interesante la arqueología de Marruecos, prometiendo todavía mucho futuro a numerosos temas de investigación. Hoy se aprecia una nueva visión participativa y de cooperación de investigadores de ambos países en tono completamente paritario. La situación española ante el tema también ha cambiado recientemente. Los proyectos de la AECI (actual AECID) ayudan a establecer nuevas relaciones de acercamiento y de confianza mutua para el desarrollo de actividades conjuntas. Sigue siendo necesario precisar y definir bien el territorio, en el ámbito AtlánticoMediterráneo y en la noción de región histórica en el área del “Círculo del Estrecho”. En dicha región es necesario contrastar las secuencias arqueológicas del sur de la Península Ibérica, con las del norte de África. La experiencia que vamos teniendo nos permite atisbar cierta sintonía de relación de las secuencias en este ámbito geográfico, entendido como región histórica. El estudio de estas posibles relaciones y contactos lo entendemos claramente al margen de modelos invasionistas o difusionistas trasnochados. Hoy nos interesa una línea de relaciones y contactos, en el marco de movilidades (sociedades cazadoras -recolectoras) y de distribuciones de productos (sociedades tribales), así como los avances centrados en la idea de un modo de explotación del territorio común para ambas orillas desde época protohistórica (Domínguez Pérez, en prensa) en el entorno del Estrecho de Gibraltar.

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