El adiós de Oates: así muere un dragón inglés (www.queaprendemoshoy.com [17 de marzo de 2016])

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Descripción

El adiós de Oates: así muere un dragón inglés

La otra noche el amanecer nos pilló en la calle. Como ni a Pili, ni a Mili, ni a mí nos apetecía volver a casa, ateridos en un banco resolvimos proseguir dilapidando nuestras exiguas pagas semanales mientras esperábamos la apertura de un after. Pocas veces la vida me ha brindado una situación más apropiada para ponerme tan estupendo, aunque soy consciente de que no fui comprendido. Valga este artículo como explicación y excusa… El capitán Lawrence Edward Grace ‘Titus’ Oates, espejo en el que me miro cada vez que siento mucho frío, nació en Londres, tal día como hoy, un 17 de marzo de 1880.

Niño bien de una familia victoriana con posibles, recibió su educación en el prestigioso Eton College antes de ingresar en los ejércitos de Su Majestad y ser llamado a combatir por Ella, la Patria y el Imperio en la Segunda Guerra Anglo-Bóer. En 1901, sirviendo como oficial del 6º de Dragones de Inniskilling, durante una patrulla se vio rodeado por un nutrido grupo de fuerzas hostiles. Tras un largo y encarnizado enfrentamiento, causante de muchas bajas entre las filas que comandaba, fue conminado a entregarse; mas nuestro hombre -como Alatriste en Rocroi o McAuliffe en Bastogne– espetó a su oponente una de aquellas frases que pasan a la historia y pesan en la conciencia de quien se plantea claudicar ante algo: “Hemos venido aquí para luchar, no para rendirnos”. Por esta bravata fue recomendado para la Cruz Victoria, la máxima distinción al valor “in the face of the enemy”, aunque no se la concedieron; en su lugar, lo que sí ganó en Sudáfrica es un balazo que le destrozó la pierna izquierda y tras cuya rehabilitación cojeó el resto de su vida, aunque eso no fuese un problema si no tal vez, incluso, un distinguido honor- para un capitán de la caballería de élite británica. Posteriormente su regimiento fue movilizado a Irlanda, Egipto y la India, pero a Oates no terminaba de agradarle la engolada vida militar y decidió cambiar de aires en cuanto leyó que un tal Robert Falcon, capitán de la Royal Navy que respondía al apellido Scott, buscaba intrépidos aventureros para conquistar -y reclamar para Inglaterra- el último hito geográfico del globo: el Polo Sur. Tras contribuir a la causa con una cuantiosa aportación de 1000 £, ‘Titus‘ se enroló en la aventura antártica en 1909 en calidad de ‘cuidador’ de los ponis siberianos que tirarían de algunos de los trineos con los que el jefe de la expedición pretendía atacar la Terra Australis Incognita. Paradójicamente, Scott nunca consultó a su experto jinete a la hora comprar a los equinos y en cuanto éste vio su baja calidad comenzaron los problemas entre ambos. El viaje hacia el Sur a bordo del Terra Nova -un apropiadísimo nombre para realizar descubrimientos- no hizo sino agravar el mal rollo existente entre ambos compatriotas. Oates llegó a escribir, entre otras críticas, que el oficial al mando, claramente incapacitado para asumir el liderazgo de la misión, sólo se ocupaba de sí mismo…y de no haber estado bajo el pabellón británico gustosamente le hubiese arrojado por la borda. Pero este tipo de cogitaciones se las reservaba para su intimidad, pues de cara al resto de la tripulación siempre realizó su trabajo muy diligentemente y sin queja alguna. De hecho, varios de sus compañeros dejaron constancia de su abnegación en el cariñoso cuidado de los ponis, a los que trataba con la misma consideración que si fuesen personas, de hecho, puede que con más.

Nuestro protagonista era un hombre tranquilo -que disfrutaba con la lectura de las guerras napoleónicas en España- pero quizá excesivamente reservado y taciturno con el resto de la expedición, “un viejo pesimista alegre”, de tan sólo 31 años.

Lo que prosigue de la historia ya lo conocen puesto que ha devenido en leyenda gracias a la envidiable habilidad inglesa de encumbrar sus fracasos a la épica nacional. El grupo formado por Scott, Oates, Edward Wilson, ‘Birdie’ Bowers y Edgar Evans, partió hacia el asalto final. Nunca más se los volvió a ver con vida. El extraño combinado de trineos motorizados, perros y ponis pronto se reveló como un error fatal, y una vez muertas todas las bestias de carga aquellos cinco hombres acabaron tirando ellos mismos –with two eggs– de los pesados suministros. Para cuando alcanzaron el Polo Sur, el 17 de enero de 1912, Roald Amundsen les había ganado la partida. El también mítico explorador noruego, que sí escuchó los sabios consejos de Fridtjof Nansen y los inuits con respecto al exclusivo uso de perros -y no tenía reparos en hacer tataki con ellos conforme avanzaba-, había alcanzado los 90º de latitud Sur el 14 de diciembre del año anterior, izando en el lugar la bandera de su patria.

Los miembros de la malhadada expedición de Scott al Polo Sur. De izquierda a derecha: Oates, Bowers -sentado-, Scott -con su peor cara, de pie-, Wilson -también sedente- y Evans.

Privados de la gloria, el triste grupo de ingleses comenzó su penosa retirada. Todo pareció combinarse para el desastre. La energía proporcionada por los cada vez más menguados suministros era insuficiente para afrontar las marchas bajo temperaturas inferiores a -40º. No tardaron en llegar las lesiones y los primeros síntomas de escorbuto. Poco después, los miembros congelados y la gangrena. Evans, tras un colapso, fue el primero en morir el 17 de febrero de 1912, justo un mes después de haber llegado al Polo. Redundando en la misma fecha, Oates, sarcásticamente, tomaría su relevo el parejo día de marzo. Su estado cada vez era peor, apenas podía andar y mover las manos. Hay quien piensa que incluso la vieja herida de guerra se le había ‘reabierto’ agudizando aún más los tormentos. Su final, como el resto de la nefasta expedición, lo conocemos por el diario de Scott. Con entereza, ‘Titus’ rogó a sus compañeros que lo abandonasen por saberse un lastre mortal para el grupo, pero estos no quisieron dejarlo atrás. Cuando se cansó de fantasear con lo que haría una vez regresado a Inglaterra -hincharse de arenques navegando en su yate Saunterer– tomó la determinación que le ha convertido en el prototipo del héroe británico (malgré lui).

El mismísimo día de su trigésimo segundo cumpleaños, puso término a sus padecimientos, cual centauro Quirón, brindando a la par una oportunidad al resto del grupo para que se salvara. Después de acordarse de su madre y el querido regimiento de dragones, abrió la puerta de la tienda de campaña y pronunció la frase que le ha hecho inmortal, antes de enfrentarse a la violenta ventisca que le hizo desaparecer para la eternidad: “I’m just going outside and may be some time”

(Oates) A very gallant gentleman. John Charles Dollman, ca. 1913.

Así murió el valiente caballero inglés al que llamaban Soldier. Su cadáver de mártir de la exploración científica -al igual que el de LeighMallory, que también fue soldado (en el Somme) y murió escalando el Everest en 1924-, debe de estar congelado en la inhóspita inmensidad blanca. Su sacrificio no sirvió de nada. El trío restante de la expedición falleció de hipotermia y hambre -pero quizá en la consoladora dulzura de una sobredosis de opio y morfina- poco después del 29 de marzo. Sus cuerpos y escritos, hallados a finales de ese año, nos cuentan la historia del fracaso. Tenía razón el capitán Cook, aquella tierra estaba maldita. He aquí cinco héroes trágicos, merecedores de las palabras del Enrique V de Shakespeare: “ved qué potente valor hay dentro de nuestros ingleses”. Y hay más poesía, en la cruz que remata el túmulo erigido sobre el lugar donde fue hallada la tienda con los helados cadáveres de Scott, Wilson y Bowers, se leen tallados algunos versos del Ulises de Tennyson: “Esforzarse, buscar, hallar y nunca rendirse”. Lo de que casualmente pocos días después de su muerte se hundiera el Titanic y al capitán se le atribuyan como últimas (¿y apócrifas?) palabras un “Be British”, no hace sino redundar en la misma línea emotiva. Ay, yo no puedo dejar de empatizar con el drama de su infortunio, tal vez porque soy del Atleti…

Y ahora volvamos al principio de esta particular historia, Pili, Mili y el que escribe, sentados en un banco, probablemente a bajo cero. Quizá fue eso, la baja temperatura, la que trasladó mi mente al Polo Sur hasta la sublimación de la desdicha inglesa. Tal vez porque llevaba un McMurdo y mis dos compañeras -antes congeladas que desarremangar sus slim fit– se embutían en sendos y modernos Geographical Norway con la heroica bandera de Amundsen sobre el pecho. Sea como fuere, el after abrió y entré sólo para salir, sub specie poeseos. La oportunidad de citar una frase histórica en aquel contexto y momento no podía ser más oportuna. Miré a mis amigas -con mi desvencijado rostro de las 7 de la mañana- y recité el adiós del dragón ‘Titus’ Oates:

“Voy a salir, puede que tarde un rato”

Lamentablemente ahora sé que mis gloriosas palabras se perdieron en el techno, al igual que yo en el horizonte de aquel gélido amanecer, descendiendo por la calle Atocha…

“¡Que Dios salve a la Reina! ¡Gloria eterna a los héroes de la Antártida!”

A María José de Ramón Martínez de la Riva, You’ll Never Walk Alone…

Bibliografía. ANTÓN, J., “El explorador que se inmoló en el frío”, El País, 26 de agosto de 2007; CHERRY-GARRARD, A., El peor viaje del mundo, Barcelona, Ediciones B, 1999 (1922); JONES, M., La última gran aventura, Madrid, Oberón, 2005; SCOTT, R. F., Diario del Polo Sur. El último viaje del Capitán Scott, Madrid, Interfolio, 2011. Existen dos biografías sobre nuestro homenajeado, vid. LIMB, S., CORDINGLEY, P., Captain Oates: Soldier and Explorer, Barnsley, Pen & Sword, 2009;

SMITH, M., I am just going outside: Captain Oates - Antarctic Tragedy, Staplehurst, Spellmounth, 2006. Por otro lado -faltaría más-, su historia ha sido llevada al cine, Scott en la Antártida (Charles Frend, 1948) y hasta cuenta con un museo propio, Gilbert White’s House(The Wakes, High Street. Selborne, Hampshire. England)

Ángel Carlos Pérez Aguayo, 17 de marzo de 2016. http://queaprendemoshoy.com/el-adios-de-oates-asi-muere-un-dragoningles/

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