Efectos de la baja confianza interpersonal sobre el desarrollo y la vida social

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CAPITAL SOCIAL EN ARGENTINA

Los efectos de la baja confianza sobre el desarrollo y la vida social Por José Eduardo Jorge Publicado Originalmente en la revista electrónica Cambio Cultural, Buenos Aires, Agosto de 2004. Accesible en http://web.archive.org/web/20050124040014/http://www.cambiocultural.com. ar/investigacion/capitalsocialenargentina.htm Un examen detallado de la evolución y fuentes de la confianza y otros componentes del capital social en el país, en el contexto de un examen general de la cultura política argentina, se encuentra en Jorge, José Eduardo (2010): Cultura Política y Democracia en Argentina, Edulp, Universidad Nacional de La Plata. La confianza en "la gente en general" tiene un importante efecto sobre el desarrollo político, económico y social de un país. En Argentina y América Latina, menos de la cuarta parte de la población afirma confiar en "la mayoría de las personas". En los países escandinavos lo hace alrededor del 60%. Son causas de la baja confianza la percepción de que no hay valores compartidos, la desigualdad social, la falta de compromiso cívico, una cultura no igualitaria y el pesimismo sobre el futuro. Sus consecuencias: la incapacidad de los sectores políticos y económicos para cooperar y llegar a un consenso sobre un rumbo para el país, falta de respeto a la ley, altas tasas de delito, corrupción, mala calidad de las instituciones y escasa disposición a ejercer responsabilidades cívicas. Las posibles vías para aumentar la confianza. *** El escaso respeto a la ley, la expansión del delito, la mala calidad de las instituciones y la falta de cooperación entre los sectores políticos y económicos, son problemas de la Argentina que, dentro de un conjunto complejo de causas, tienen una importante base común: el bajo nivel de confianza interpersonal que caracteriza a nuestra sociedad. La confianza entre las personas, según la reciente investigación social, tiene una influencia significativa en el funcionamiento de la política, en el desarrollo económico y en muchas áreas de la vida social. Si bien no es la solución para todo, ayuda a resolver los problemas colectivos al determinar en gran medida la capacidad de cooperación y asociación de los individuos y grupos de la comunidad.

Se ha observado una fuerte relación entre la confianza y el desempeño de los gobiernos, la productividad del poder legislativo, la tasa de delitos, la corrupción, el voluntariado y la caridad, la tolerancia hacia las minorías y la disposición de los ciudadanos a ejercer responsabilidades cívicas (como participar en un juicio por jurados en los países donde existe esta institución) (1). También hay indicios de que la confianza social contribuye a la prosperidad. Su escasez aumenta los costos de las transacciones económicas y parece limitar el crecimiento de las empresas más allá de las fronteras de la familia (2).

Las variedades de confianza Qué es exactamente esta "confianza", de dónde surge y cómo puede promoverse, son cuestiones objeto de controversia. Algo, empero, está claro: los mayores beneficios para la sociedad dimanan de un grado elevado de confianza en "la gente en general" (que suele llamarse confianza "liviana"), más que en las personas con las que mantenemos vínculos estrechos, como los familiares y los amigos. De las relaciones con las personas más próximas a nosotros nace una confianza "densa", que brinda al individuo apoyo social y psicológico en su vida diaria. Pero este "superadhesivo social", como lo llama Robert Putnam, puede tener un lado negativo. Cuando es demasiado intenso, los grupos se vuelven cerrados. Sus miembros se fían unos de otros, pero desconfían del resto. El mundo queda dividido entre "nosotros" y "ellos". En casos extremos, no sólo falta la cooperación, sino que surge la hostilidad. Putnam distingue entre capital social "lazo" (bonding), encarnado en estos grupos homogéneos, y "puente" (bridging), creado por las conexiones entre individuos y grupos heterogéneos de la sociedad. Estas últimas relaciones, más débiles que las establecidas en nuestro círculo cercano, cumplen sin embargo el rol clave de franquear las divisiones sociales, ensanchar el sentido de comunidad y dar a los individuos oportunidades más amplias de progreso. En la esfera económica, por ejemplo, se ha encontrado, al comparar 54regiones europeas, que las que poseen niveles elevados de capital social "puente" (medido por la densidad de ciertos tipos de asociaciones civiles) muestran tasas más altas de crecimiento que aquellas donde la gente asigna más importancia a las relaciones con los parientes, amigos y conocidos (3). El predominio de organizaciones y grupos cerrados favorece comportamientos que dañan el desarrollo de la economía y el bienestar del conjunto: la búsqueda de beneficios en detrimento de otros agentes económicos, que lleva a un juego de suma cero; la corrupción generalizada, que suele apoyarse en fuertes conexiones personales, y hasta

la formación de mafias. Estos fenómenos, advertirá el lector, no son desconocidos para los argentinos. La diferencia entre las relaciones de "lazo" y "puente" es análoga a la que existe entre dos clases de confianza. Siguiendo a Eric Uslaner, tenemos confianza "particularizada" cuando depositamos nuestra fe en personas que conocemos o son similares a nosotros, y "generalizada" si creemos que podemos confiar en "la mayoría de la gente" (4). Es esta última forma de confianza en personas que no conocemos la que parece estar asociada a un mejor funcionamiento del gobierno, la economía y la sociedad.

La medición de la confianza interpersonal Hay una buena medida para comparar el nivel de confianza generalizada en diversos países, así como su evolución en un mismo país. Se trata de una pregunta estándar que se hace a los encuestados en todo el mundo: "¿Diría usted que se puede confiar en la mayoría de las personas o que uno nunca es lo suficientemente cuidadoso en el trato con los demás?". En el norte de Europa están las naciones con la proporción más altade población que dice confiar "en la mayoría de las personas". El indicador es llamado habitualmente "confianza interpersonal". De acuerdo con la onda 1999-2000 del Estudio Europeo de Valores (EVS), este porcentaje es algo superior a 66% en Dinamarca y Suecia, casi 60% en los Países Bajos y 58% en Finlandia (5). En muchas ciudades escandinavas aún se acostumbra dejar las bicicletas en la calle sin candado ni vigilancia (6). Se trata asimismo de países con muy elevada calidad de vida y gran estabilidad política. Europa del Este, con excepciones, exhibe los porcentajes de confianza más bajos. En una posición intermedia se ubican España (38,5%),Alemania (34,8%) e Italia (32,6%). En Estados Unidos la confianza interpersonal era de 58% a comienzos de los años sesenta, pero fue descendiendo hasta llegar a 36% al promediar los noventa (7). Putnam asocia esta caída, simultánea a la experimentada por la confianza en las instituciones, al menor compromiso cívico de las nuevas generaciones de norteamericanos. Argentina, igual que toda América Latina, se destaca por el bajo nivel de confianza interpersonal. De acuerdo con la encuesta Latinobarómetro, el porcentaje global para América del Sur y Centralpasó de 20% en 1996 a 16% en 2004 (8). En nuestro país la cifra fue 23% en la onda 1990/91 de la Encuesta Mundial de Valores y 15% en Latinobarómetro 2004. En las series de este último estudio, que comienzan en 1996, Uruguay es casi siempre el país con el mayor nivel de confianza (24% en 2004, después de un pico de 36% en 2002); Brasil, con el menor (4%).

La confianza que predomina en nuestra sociedad es la que hemos llamado "particularizada". Nos fiamos casi exclusivamente de los más cercanos a nosotros. Esto genera frecuentemente los problemas asociados al "capital social negativo": los distintos grupos no ven intereses comunes, desconfían entre sí, son incapaces de cooperar o trabajan unos contra otros. El caso extremo de este fenómeno es la villa italiana de Montegrano estudiada por Edward Banfield en los años cincuenta, cuyos pobladores sólo veían potenciales enemigos fuera de su propia familia (9).

La importancia de la confianza ¿Es realmente importante la confianza para el desenvolvimiento de una sociedad? Francis Fukuyama sostiene que "las leyes, los contratos y la racionalidad económica brindan una base necesaria, pero no suficiente, para la prosperidad y la estabilidad en las sociedades postindustriales. Es necesario que éstas también estén imbuidas de reciprocidad, obligación moral, deber hacia la comunidad y confianza". Señala que la caída de la confianza y la sociabilidad en Estados Unidos se ha visto acompañada por el auge del delito violento, la decadencia de las asociaciones civiles, la desintegración de la familia y "el sentimiento generalizado de que ya no se comparten valores ni principios comunitarios" (10). Los economistas Paul Zak y Stephen Knack desarrollaron y testearon empíricamente un modelo en el cual las sociedades con alto grado de confianza interpersonal exhiben un mejor desempeño económico que aquellas donde es bajo. La razón es que la confianza reduce los costos de transacción para las inversiones. Aún más: si la confianza es demasiado baja, el ahorro es insuficiente para sostener el crecimiento, de modo que se crea una "trampa de la pobreza". El estudio indica que un aumento de 15% en el porcentaje de confianza generalizada de un país incrementa su ingreso per cápita a un ritmo de 1% anual (11). Para Putnam la confianza es uno de los tres componentes centrales del "capital social" (junto con las normas de reciprocidad y las redes de compromiso cívico), necesario para "hacer funcionar la democracia". En su ya clásica investigación en Italia, mostró que el desempeño de los gobiernos regionales dependía en buena medida de la presencia o no de una "cultura cívica" -uno de cuyos rasgos es la confianza- en la comunidad inmediata (12). Ronald Inglehart, cuya Encuesta Mundial de Valores reúne una enorme masa de datos recopilados entre 1981 y 2001 en más de medio centenar de países, encuentra una fuerte correlación entre el porcentaje de confianza interpersonal en una sociedad y los años en que sus instituciones democráticas han funcionado en forma continua. En la

mayoría de las democracias más estables, al menos 35% de la población afirma que "se puede confiar en la mayoría de las personas" (13). Existe otro "elemento crucial en el ascenso de la democracia", recuerda Inglehart, que es "la emergencia de la norma de la 'oposición leal': en lugar de ser vistos como traidores que conspiran para derrocar al gobierno, hay confianza en que los opositores actuarán según las reglas del juego democrático" (14). Los niveles de enfrentamiento político y la inestabilidad de los gobiernos democráticos en la Argentina sugieren queentre nosotros esta norma no ha llegado a regir en plenitud.

La confianza en las instituciones Una idea extendida es que el grado de confianza interpersonal está relacionado (como causa, efecto o ambos) con el que existe en las instituciones. Según Latinobarómetro 2004, sólo un 18% de los latinoamericanos confía en los partidos políticos. Algo superior es la credibilidad del Congreso (24%) y el Poder Judicial (32%). La única institución en que se confía es la Iglesia (71%). En segundo lugar, aunque lejos, está la televisión (38%). En Argentina, la confianza en los partidos es incluso inferior al promedio de América Latina. Y la confianza en el gobierno dio un brusco salto con la elección presidencial: creció de 6% en 2002 a 45% en 2003, mientras la media latinoamericana descendía un punto, de 25% a 24%. ¿Es la baja confianza en las instituciones un reflejo de lo que ocurre en el orden interpersonal? ¿O a la inversa? ¿O no hay relación entre estas distintas confianzas? Analizando una amplia muestra de países, Uslaner concluye que la correlación entre confianza en el gobierno e interpersonal es muy tenue (15). La segunda, si bien no es inmutable, exhibe una gran estabilidad, mientras la primera cambia con nuestra percepción del desempeño de los gobernantes o las expectativas originadas por una elección. En nuestro país, aunque la confianza en el gobierno se multiplicó por siete entre 2002 y 2003, la proporción de la población que afirmó confiar en la mayoría de las personas cayó de 22% a 18%. La confianza interpersonal tiende a descender (partiendo de un nivel ya deprimido) desde el inicio de la década de los 90, cuando era de 23% según la Encuesta Mundial de Valores. Uslaner observa que la desconfianza en el gobierno y otras instituciones puede ser una respuesta racional a un sistema político venal, la herramienta que tienen los ciudadanos para promover la honestidad en los políticos. La confianza en las personas parece traducirse, en realidad, en mejores gobiernos, pues induce un mayor compromiso con la cosa

pública y el apoyo a políticas que mejoran la situación de los sectores menos favorecidos de la sociedad. Algunos autores destacan la importancia de un sistema legal sólido. Según este argumento, si confiamos en la capacidad del Estado para hacer cumplir la ley, también aumentaría nuestra confianza en las personas, pues el riesgo de ser defraudados disminuye. Otros sostienen que la relación causal es al revés: las sociedades con altos niveles de confianza tienen buenos sistemas legales capaces de sancionar a los pocos que no cumplen las normas. Confiamos en la ley porque creemos que, en la mayor parte de los casos, no será necesaria la intervención del poder público. Aun en los negocios, la coerción no es un buen sustituto de la confianza entre las partes; podría hacernos respetar las normas, pero no confiar en los demás (16).

¿Cómo aumentar la confianza? Si la confianza es importante, ¿es posible hacer algo para incrementarla? Como no hay unanimidad sobre sus fuentes y mecanismos de formación, tampoco disponemos de una guía simple para considerar las vías de intervención (suponiendo que existan). Podemos, sin embargo, explorar las alternativas. Según Putnam, la confianza "entraña una predicción sobre la conducta de un actor independiente". En pequeñas comunidades, este pronóstico se basa en el conocimiento estrecho entre los individuos, pero en una sociedad compleja se requiere una forma de confianza "más impersonal e indirecta" (17). ¿Cómo se llega de la "confianza personal" a la "confianza social"?En la teoría de Putnam, el mecanismo involucra la interacción de las personas en redes sociales y la existencia de "normas de reciprocidad". Si hacemos algo por alguien sin esperar una devolución inmediata, sino sólo con la expectativa (incierta en mayor o menor grado) de que el otro hará algo por nosotros en el futuro, esta "reciprocidad generalizada" -distinta del intercambio simultáneo de actos o cosas del mismo valor- se apoya en la confianza mutua. Estas normas de reciprocidad se crean y refuerzan en las redes sociales formales e informales de compromiso cívico, desde los grupos de voluntarios hasta las relaciones entre vecinos o miembros de un club deportivo. Las redes aumentan los costos de las conductas oportunistas, facilitan la comunicación y el flujo de información sobre la confiabilidad de los individuos, y encarnan los éxitos de las experiencias pasadas de cooperación, que sirven como marco cultural para la colaboración futura.

No están del todo claras las relaciones causales entre confianza, redes y normas, pero Putnam sugiere por momentos que las tres se refuerzan en un círculo virtuoso. Dice, por ejemplo, que "cuanto más grande es el nivel confianza en una comunidad, mayor es la probabilidad de cooperación. Y la cooperación misma alimenta la confianza"(18). Una vía para aumentar la confianza sería, entonces, impulsar la creación de redes de compromiso cívico; en especial, las que tienden puentes entre los distintos sectores sociales. El sitio web Better Together, una iniciativa del seminario de Putnam en la Universidad de Harvard, enumera casi 150 actividades que la gente común puede realizar para construir capital social (19). La lista es heterogénea. Asistir a las reuniones municipales, votar, trabajar como voluntario en una organización, ayudar a alguien de otra raza, participar en las campañas políticas, convertirse en bombero voluntario, auxiliar a un conductor a cambiar una rueda, dar a los empleados horas de trabajo para participar en proyectos civiles, parecen tener la misma importancia que acciones como cantar en un coro, jugar a las cartas con amigos o vecinos, mirar menos televisión, participar en una liga deportiva, asistir a fiestas hogareñas, almorzar con los compañeros de trabajo y otras similares.

Confianza "estratégica" y "moral" Uslaner no cree que todas estas actividades sean capaces de producir confianza "generalizada" (es decir, en personas que no conocemos). El núcleo de su argumento -que apoya además con una batería de pruebas estadísticas sobre un gran número de datos de encuestas- es que hay una diferencia entre confianza "estratégica" y "moral". La confianza estratégica, a la que aluden la mayor parte de las teorías, es de naturaleza instrumental. Implica confiar, con fines específicos, en determinadas personas cuya conducta predecimos basándonos en información previa. Es lo que hacemos cuando llamamos a alguien para una refacción en nuestra casa o celebramos un contrato comercial. La confianza estratégica se refiere pues, exclusivamente, a la reducción de los costos de transacción mediante la obtención de información adicional. La confianza en la gente "en general", subraya Uslaner, debe tener otra fuente. No podemos confiar en extraños basándonos en información anterior. Tenemos que suponer que son de fiar. Esta creencia se apoyaría en otra más profunda: la de que esos extraños comparten con nosotros ciertos valores fundamentales. La confianza "generalizada", el cimiento de la sociedad civil, no sería estratégica. No se basaría en el conocimiento, en la experiencia, sino que tendría una base moral. La gramática de la confianza estratégica es"A

confía en B para hacer X"; la de la confianza moral, en su forma pura, "A confía". Confiamos en "la mayoría de las personas" porque creemos que, aunque difieran de nosotros en muchos aspectos (sociales, políticos, religiosos, etc.), tenemos valores básicos en común. Las consideramos parte de nuestra comunidad moral y percibimos que compartimos con ellas un mismo destino. Por lo tanto, no sólo nos vemos inclinados a cooperar con los demás (al ver en el trato con extraños más oportunidades que riesgos). Sentimos, también, el deber moral de hacer algo cuando atraviesan dificultades por las que no son responsables, como sucede con los grupos menos afortunados de la sociedad. Los datos de encuestas presentados por Uslaner parecen abonar esta hipótesis: las personas que manifiestan confianza generalizada participan en mayor proporción que el resto en actividades de voluntariado y de caridad. En otras palabras, están más dispuestas a donar tiempo y dinero para mejorar la situación de otros sectores de la comunidad. La escasa confianza social que exhibe la Argentina sería así coherente con sus niveles históricamente muy bajos (cuando se comparan con los de otros países) de trabajo voluntario y donaciones filantrópicas. La teoría de Eric Uslaner sobre la base moral de la confianza tiene una consecuencia de gran alcance. Como adquirimos nuestros valores centrales en las etapas tempranas de la vida, principalmente a través de la educación que recibimos de nuestros padres, la confianza en los demás sería en buena medida una actitud muy estable. Aunque no completamente inmune a nuestras experiencias personales, éstas no serían su determinante fundamental. Lainteracción social, en especial en grupos conformados por personas similares a nosotros, no es, por lo habitual, suficiente (en intensidad y duración) para modificar nuestros valores fundamentales.

¿"Círculo virtuoso" o "flecha virtuosa"? El "círculo virtuoso" de Putnam se troca, para Uslaner, en una "flecha virtuosa": las personas que confían en "los otros en general" participan más que los desconfiados en grupos que las conectan con gente diferente de ellas, pero muchas de las actividades sociales en las que estamos involucrados no serían capaces de crear confianza generalizada. Putnam arguye que una gran variedad de formas de interacción social, incluyendo las aparentemente triviales como participar en una liga de bowling, son ocasión para adquirir y practicar lo que Tocqueville llamaba "hábitos del corazón".

"Se aprenden las virtudes y habilidades personales que son los prerequisitos para una democracia -explica el profesor de Harvard-. Escuchar, por ejemplo. Tomar notas. Llevar registros. Asumir la responsabilidad por las propias opiniones". En tales contextos, la gente "puede hablar sobre sus intereses compartidos" y comprenderse mejor(20). Pero Uslaner observa que la mayor parte de nuestras relaciones sociales están limitadas a personas similares a nosotros. No está claro, pues, cómo habríamos de transferir la confianza adquirida en ese contexto a la gente que es diferente de nosotros. Además, tampoco pasamos mucho tiempo en actividades sociales.

El voluntariado y la caridad Hay dos formas de compromiso cívico que sí crearían confianza generalizada: el voluntariado y la caridad, debido a que nos conectan, por lo general, con personas diferentes. Sin embargo, hemos visto que se necesita confianza previa para involucrarse en estas actividades. Para producir confianza haría falta confianza (lo que sugiere que se trata realmente de una forma de "capital"). Los análisis estadísticos presentados por Uslaner arrojan que el voluntariado y la caridad no están entre las causas más importantes de la confianza generalizada. Las personas que confían, realizando "buenas acciones", confían más. Pero en cuanto a los desconfiados, aparentemente no lograríamos que tuvieran fe en los demás (al menos de modo apreciable) impulsándolos a concurrir a grupos y organizaciones, pues irían a los conformados por gente como ellos. Una posible consecuencia es que un aumento de la actividad voluntaria no tenga un efecto muy grande sobre la confianza social. En el caso de la Argentina, según las encuestas, el voluntariado experimentó un fuerte crecimiento durante los años 90 (21). La confianza interpersonal, sin embargo, muestra una trayectoria descendente. (Nada de esto insinúa que el voluntariado no tiene efectos benéficos para la sociedad. El argumento, suponiendo que fuera exacto, dice simplemente que no es uno de los principales determinantes de la confianza.) Analizando el perfil de las personas que confían, Uslaner encuentra que poseen un profundo sentido de optimismo. Creen que el futuro será, a la larga, mejor que el pasado. También que tienen la capacidad de controlar su propio destino. Ven el mundo como un lugar benigno y piensan que, con sus acciones, pueden hacerlo mejor. Perciben una sociedad con valores comunes. Sus ideales son igualitarios: cada miembro de la sociedad vale tanto como otro. Basan su confianza en esta visión, no en la experiencia cotidiana. Asumen las frustraciones como reveses ocasionales: unos pocos desengaños no los harán perder la confianza en la mayoría de la

gente. Llegan incluso a no esperar reciprocidad por sus acciones y, según Uslaner, es bueno que así sea, pues tienden a ser optimistas en exceso al juzgar las intenciones de los demás. Los determinantes fundamentales de la confianza generalizada, de acuerdo con el análisis sociológico multivariado, serían: 1) el optimismo, medido, por ejemplo, por la creencia o no en que la vida de la próxima generación será mejor que la nuestra; 2) el sentido de control sobre nuestro destino, es decir, la idea de que podemos salir adelante por nuestros propios medios y no sólo por la mera "suerte" o las apropiadas "conexiones"; 3) los valores igualitarios (la personalidad autoritaria conlleva generalmente una visión cínica de la naturaleza humana). Estas actitudes individuales, adquiridas en la niñez, hunden sus raíces en la historia y la cultura de una sociedad. En particular, los dos componentes centrales del optimismo, las ideas de que el futuro será mejor que el pasado y de que podemos controlar nuestro destino, no logran germinar en naciones y comunidades con marcada desigualdad social y una cultura jerárquica. En la esfera social, una cultura igualitaria implica que las personas se ven como pares. Esta percepción facilita la confianza en los desconocidos. En el orden económico, los que creen que la estratificación es justificable no tienen motivos para confiar en los de abajo. Pero si las diferencias sociales no son grandes, se extiende la creencia de que todos son amos de su destino; unos no tienen razones para sentirse explotados ni los otros para temer que se les quite lo que poseen.

El peso de la experiencia: eventos colectivos y distribución de la riqueza Aunque dependa de nuestra temprana formación moral, la confianza generalizada no podría ser por completo independiente de la experiencia. En las regiones azotadas por la guerra, por ejemplo, no tendría sentido confiar en los extraños. Uslaner recuerda que los valores de una cultura no son estáticos, sino que cambian en respuesta a las crisis y los principales sucesos históricos de la sociedad. La confianza podría, entonces, ser alterada por profundas experiencias colectivas. A su entender, en el caso de Estados Unidos, el movimiento por los derechos civiles, aunque confrontativo en algunos aspectos, tendió puentes entre personas de origen diverso y, en el balance, incrementó la confianza. A la inversa, la guerra de Vietnam dividió al país y redujo la fe en los demás. Entre las experiencias de carácter individual, una de las que pueden dañar la confianza, según la evidencia empírica, es el temor a ser víctima de un delito: la percepción de que nuestro barrio o comunidad se han vuelto inseguros, como ocurre en nuestro país (si bien las personas

que confían no cambian su visión del mundo porque sufran un robo ocasional). También el aumento o disminución de la desigualdad económica parece tener un efecto apreciable sobre la confianza generalizada. La riqueza absoluta de una sociedad sería menos importante que el modo como está distribuida: el grado en que el bienestar está extendido determina si es racional para las personas confiar o no en los demás. La desigualdad, por otro lado, afecta el optimismo y, a través de éste, la confianza: cuando crece la inequidad, la gente tiende a creer que la vida de sus hijos será peor que la suya y que el esfuerzo, por sí solo, no alcanza para salir adelante. Mientras Putnam piensa que la caída de la confianza interpersonal en Estados Unidos se origina en una declinación del compromiso cívico, que tendría a su vez una base generacional, Uslaner la atribuye principalmente al aumento de la desigualdad económica. El coeficiente de Gini -que varía entre cero (igualdad perfecta del ingreso) y uno (máxima desigualdad)- pasó de 0,348 en los años 60 a 0,426 a mediados de los 90. En el orden internacional, observamos efectivamente que los países escandinavos, que poseen los niveles más altos de confianza interpersonal, son también las naciones con menor desigualdad del ingreso. América Latina es el ejemplo opuesto: posee muy bajos niveles de confianza y es, al mismo tiempo, la región más desigual del mundo. Según un estudio del Banco Mundial, el promedio del coeficiente de Gini para las décadas de los 70, 80 y 90 es de 0,505, frente a 0,406 de Asia y 0,330 de los países de la OCDE. Desde otro punto de vista: el 10% más rico de los latinoamericanos concentra el 48% del ingreso; el 10% más pobre, sólo el 1,6%. En los países desarrollados estas cifras son 29,1% y 2,5%. La evidencia sugiere, además, que nuestro subcontinente ha sido el más inequitativo del orbe desde la Segunda Guerra Mundial (22). La hipótesis de una relación entre confianza y distribución de la riqueza parece, pues, tener un importante apoyo empírico. Hay más aún. Si bien los cálculos del coeficiente de Gini afrontan, en varios países latinoamericanos, el problema de mediciones imperfectas de los ingresos de las familias, hay dos naciones que, en forma consistente, se ubican en los extremos del ranking: Uruguay, el país menos desigual, y Brasil, el más inequitativo. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el coeficiente de Gini en Uruguay fue 0,455 en 2002, después de alcanzar, desde comienzos de los noventa, un mínimo de 0,430 en 1997. El indicador para Brasil fue 0,639 en 2001 (23). Las estimaciones

del Banco Mundial difieren de éstas ligeramente y no alteran las posiciones de ambas naciones en el primer y último lugar de la lista. Ahora bien, las mediciones de la confianza interpersonal realizadas durante los años noventa por Latinobarómetro coinciden, para los extremos del ranking, con los indicadores de desigualdad del ingreso: Uruguay es el país con los niveles más altos de confianza; Brasil, con los más bajos. En 2002, por ejemplo, el 36% de los uruguayos dijo confiar "en la mayoría de las personas", frente a sólo un 3% de los brasileños.

Confianza y desigualdad en Argentina ¿Qué ha ocurrido con la Argentina? El trabajo del Banco Mundial apunta que, mientras la desigualdad creció durante los noventa en la mayoría de las economías de América Latina, nuestro país fue el que experimentó, por lejos, el salto más grande: 7,7 puntos de Gini entre 1992 y 2001. La confianza interpersonal en la Argentina, según la Encuesta Mundial de Valores y Latinobarómetro, ha oscilado entre 23% en 1990 y 15% en 2004. Y esto a pesar de un fuerte crecimiento del voluntariado en el periodo: siguiendo a Gallup, el 32% de los adultos declaró haber realizado algún tipo de actividad voluntaria durante 2001, mientras que en 1997 lo había hecho el 20% (24). Quizás las hipótesis de Uslaner se ajustan mejor al caso argentino que el "círculo virtuoso" de Putnam. Quizás el potencial aumento de la confianza inducido por el voluntariado se ha visto compensado por un impulso contrario originado en el incremento de la desigualdad. Este último, a su vez, alimenta el pesimismo, también asociado a bajos niveles de confianza. Al comenzar el siglo XXI, en Argentina y América Latina la mayoría de las personas cree que la vida de sus padres ha sido mejor que la suya (25). En una encuesta del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano realizada a fines de 2003 en la ciudad de Buenos Aires, el 46,5% de los entrevistados pensaba que los niños de entre 5 y 12 años serán en su adultez "menos felices que nosotros". Las razones más mencionadas eran "la situación económica", "el país que les dejamos" y el hecho de que "tendrán menos oportunidades" (26). Siguiendo una vía de investigación diferente a la sociológica, los economistas Paul Zak y Stephen Knack concluyen asimismo que la distribución del ingreso es uno de los principales factores que afectan la confianza y, al mismo tiempo, una de las pocas áreas en las que el gobierno podría intervenir para fomentarla. En este modelo, un aumento de un punto del coeficiente de Gini reduce la confianza en 0,76. Las tres opciones eficientes de política pública para incrementar la confianza son aumentar las transferencias redistributivas (que traspasan recursos a los pobres)

yexpandir la educación y las libertades civiles. El alto impacto de las transferencias ayuda a explicar, según Zak y Knack, los elevados niveles de confianza en las naciones escandinavas (27). Uslaner coincide en que el gobierno, si desea promover la confianza y el espíritu de cooperación, debe ser cauteloso con las políticas para que el país se haga rico rápidamente y a cualquier costo y buscar en cambio una mejor distribución de la riqueza. Recuerda, sin embargo, que en las naciones con bajos niveles de confianza suele haber poca disposición a redistribuir el ingreso, pues la misma desigualdad alimenta el temor y el resentimiento entre los distintos sectores. Una mala distribución de la riqueza no sólo afectaría el crecimiento económico a través de los menores niveles de confianza (que incrementan los costos de transacción). El Banco Mundial, que ahora reconoce la importancia de los factores políticos e institucionales del desarrollo, destaca varias razones por las que éste puede frenarse debido a la inequidad. La concentración del acceso al crédito, por ejemplo, hace que se pierdan posibilidades de inversión. Muchos individuos talentosos son desaprovechados a raíz de la falta de oportunidades educativas. La delincuencia y la violencia aumentan (28). La desigualdad, agrega el organismo, significa más pobreza: Brasil podría reducir la proporción de pobres a la mitad en 10 años, si creciera a un ritmo anual de 3% y el coeficiente de Gini mejorara 5%. Suprímase el segundo dato del cálculo y harán falta 30 años para alcanzar el mismo objetivo. Una de las recomendaciones del Banco Mundial es mejorar el nivel de la educación, pues las diferencias de calidad han creado nuevas desigualdades. Un desafío es ampliar el ingreso de los pobres a la educación terciaria, cuyo valor en el mercado ha aumentado debido al cambio tecnológico. Otras sugerencias son instaurar sistemas integrales de protección social que no se limiten, como ahora, a los trabajadores formalizados; hacer que los hogares pobres tengan acceso a los mercados, especialmente a los financieros (por su relación con el crédito, la tierra y la vivienda); adoptar políticas fiscales anticíclicas y evitar los shocks macroeconómicos, que son fuertemente regresivos; realizar una reforma impositiva progresiva y mejorar el efecto distributivo del gasto social. El organismo multilateral también defiende las transferencias redistributivas (como la entrega de efectivo a ciertos grupos, a cambio de que inviertan en su capital humano), pues varias de las otras acciones sólo reducirán la desigualdad en el largo plazo. Advierte que para implementar este tipo de políticas "será esencial establecer alianzas entre los grupos más pobres y medios con elementos de las elites más progresistas" (29).

Hay un punto que ese estudio se esfuerza por resaltar: la inequidad social en América Latina ha subsistido con independencia de las políticas económicas aplicadas, fueran intervencionistas u orientadas al mercado. El origen de la desigualdad y las instituciones excluyentes se remonta a los tiempos coloniales. Desde entonces las asimetrías sociales se han prolongado -con matices según los diversos países de la región- a través de mecanismos como la política de tierras, el acceso a la educación, el clientelismo político, etc. Aún hoy se observa "una influencia desproporcionada de las empresas o individuos prósperos sobre el Estado, mientras que, en general, los grupos más pobres interactúan con el Estado a través de relaciones de influencia verticales, o son excluidos" (30).

Conclusiones: el caso argentino El exiguo nivel de confianza en "la gente en general" -no en los miembros de nuestra familia y grupos de pertenencia- surge como un factor importante para explicar algunos de los problemas políticos, económicos y sociales más persistentes de la Argentina y América Latina. Esta confianza "generalizada" -que suele denominarse "interpersonal" en la literatura y las encuestas- determina en gran medida la capacidad de los individuos y grupos de la sociedad para cooperar en la solución de problemas colectivos. Las dificultades hasta ahora insuperables que muestra la Argentina para alcanzar un consenso, espontáneo o formal, sobre un rumbo para el país que incluya a todos los sectores de la sociedad, arraigan con fuerza en esta falta de confianza. Alfonso Osorio y García, vicepresidente de Adolfo Suárez en España durante la firma de los Pactos de la Moncloa, concluyó, cuando estuvo de visita en Buenos Aires a principios de 2003, que la razón principal que impide a nuestro país alcanzar un acuerdo semejante es "la falta de generosidad", pues aquí "nadie quiere perder a nada". Sus expresiones traducen al lenguaje corriente la lógica de "reciprocidad" a la que alude Putnam: es por desconfianza que no estamos dispuestos a hacer algo por otro sin esperar una devolución inmediata. El mal desempeño de los gobiernos, los conflictos distributivos, la corrupción, la falta de cumplimiento de la ley, la expansión del delito y otros fenómenos negativos para el desarrollo económico, político y social, están asociados también a la baja confianza "generalizada" y a que, en muchas áreas de actividad, dependemos en exceso de la confianza "densa" en los individuos y grupos más próximos a nosotros. En la Argentina se han conjugado la mayoría de los ingredientes necesarios para producir una sociedad sin confianza. Pero la falla fundamental reside, probablemente, en la dimensión sociocultural: los

distintos sectores de la sociedad no perciben que tengan los mismos valores básicos. Esta fractura en la esfera moral se traduce en desconfianza, falta de reciprocidad e incapacidad para cooperar fuera del círculo cercano de relaciones sociales. Nuestro país, como la mayor parte de América Latina, conserva al comienzo del siglo XXI rasgos típicos de una cultura jerárquica. Y, como señala Uslaner, la jerarquía "es hostil a la confianza moral", que sólo puede prosperar en una sociedad igualitaria. Entre nosotros, la desigualdad social -que incluye a la económica, pero no es igual a ésta- sigue siendo tolerada y, en no pocos casos, tiene aún un considerable grado de aceptación. Legisladores con dietas exorbitantes en provincias con altos índices de desnutrición, jubilados de privilegio frente a una mayoría de indigentes, "patrones" y "clientes" políticos, son ejemplos bien conocidos que muestran el peso de la cultura en la reproducción de la inequidad. La dispar distribución del ingreso, fuertemente correlacionada con la falta de confianza generalizada, se agravó durante los años noventa. La tendencia no hizo más que empeorar con la crisis de diciembre de 2001 y principios de 2002. Las continuas calamidades económicas, con sus secuelas de pobreza y desigualdad sin precedentes, han extendido el pesimismo sobre el futuro, otro factor negativo para la fe en los demás. Quizás la tendencia más favorable ha sido el fuerte crecimiento del voluntariado, una actividad que suele relacionarnos con gente diferente de nosotros y que, por lo tanto, puede promover la confianza en personas que no conocemos. Pero el impulso parece no haber sido suficiente. O el "círculo virtuoso" en el que confianza y compromiso cívico se alimentan recíprocamente no ha funcionado como prevé la teoría de Putnam, o el efecto del voluntariado se diluye frente a las otras fuerzas de signo contrario. Las grandes experiencias colectivas pueden inducir el cambio de valores y, a través de él, modificaciones en el nivel de confianza. La última crisis generó inicialmente, en una parte importante de la sociedad argentina, un sentido de destino compartido y de solidaridad con los grupos más afectados. Esta corriente promisoria se ha visto perturbada por el agravamiento del conflicto social y por el temor al delito (una de las experiencias personales que afectan la confianza en los demás). Parte del problema es que el liderazgo político y social falla, una vez más, a la hora de tender puentes entre los distintos sectores y promover el aprendizaje social. Dos décadas de democracia no han tenido un efecto apreciable sobre los niveles de confianza. Su influjo, según los estudios internacionales, sólo

podría sentirse en el largo plazo (31). Así como la democracia no es un instrumento mágico para comer, curarse y educarse, tampoco lo espara aumentar la confianza. La democracia da trabajo, pero en otro sentido, pues, como ha dicho Putnam, hay que "hacerla funcionar". Para eso será necesario implementar políticas públicas que busquen la equidad social, construir ciudadanía y forjar un nuevo tipo de liderazgo político y comunitario.

SÍNTESIS Y CONCLUSIONES

¿Por qué es baja en la Argentina la confianza interpersonal? La confianza en "la gente en general", no sólo en las personas más cercanas a nosotros, tiene una influencia significativa en el funcionamiento de la política, la economía y la vida social. La confianza facilita la solución de los problemas de colectivos al determinar en gran medida la capacidad de cooperación de los individuos y grupos de la sociedad. La falta de respeto a la ley, la expansión del delito, la mala calidad de las instituciones, la corrupción, la ausencia de cooperación entre los sectores políticos y económicos, son algunos de los problemas conocidos por los argentinos que están asociados en todo el mundo con bajos niveles de confianza. La confianza en "la gente en general", que suele llamarse "interpersonal", se mide en las encuestas preguntando a los entrevistados si están de acuerdo en que "es posible confiar en la mayoría de las personas". Los países con la mayor proporción de población que declara confiar "en la mayoría de las personas" son los delnorte de Europa: el porcentaje es superior a 66% en Dinamarca y Suecia, casi 60% en los Países Bajos y 58% en Finlandia. América Latina se destaca por el bajo nivel de confianza, que pasó de 20% en 1996 a 16% en 2004. Desde mediados de los años noventa, Uruguay es casi siempre el país con el mayor porcentaje de confianza (36% en 2002) y Brasil con el menor (3% en ese mismo año). En la Argentina, la confianza interpersonal tiende a descender desde niveles ya deprimidos: osciló entre 23% en 1990 y 15% en 2004. Sobre la base de las teorías existentes, pueden señalarse las principales causas de la baja confianza en nuestro país: -Los distintos sectores de la sociedad no perciben que tengan los mismos valores fundamentales.

-Los argentinos han compromiso cívico.

mostrado,

históricamente,

un

bajo

nivel

de

-La desigualdad social -y, en particular, la inequidad en la distribución del ingreso- ha aumentado con fuerza en los últimos años. Según el Banco Mundial, la Argentina es el país latinoamericano donde más empeoró este indicador. -La sociedad argentina se ha caracterizado por una cultura jerárquica, más que por el predominio de valores igualitarios. -La inequidad social y las crisis económicas han fomentado el pesimismo sobre el futuro, que está asociado a índices reducidos de confianza. Un indicador de pesimismo es creer que nuestros hijos, cuando sean adultos, vivirán peor que nosotros. -El aumento del voluntariado que se observa desde los años noventa es una tendencia positiva para la confianza, aunque los efectos, al menos hasta ahora, no se han manifestado en forma apreciable. -La última crisis dio paso inicialmente a un sentido de destino compartido y de solidaridad con los sectores más postergados. Esta corriente positiva se ha visto perturbada por el agravamiento del conflicto social y por la difusión del temor al delito, una de las experiencias personales capaces de afectar la confianza en los demás. La relación entre confianza y equidad social cuenta con apoyo empírico. Los países escandinavos, que exhiben los porcentajes más altos de confianza interpersonal, son también los que poseen menor desigualdad del ingreso. América Latina es, según el Banco Mundial, la región con la peor distribución del ingreso en el mundo y, al mismo tiempo, muestra índices muy bajos de confianza. Una evidencia adicional es que Uruguay, el país latinoamericano con el porcentaje de confianza más alto (24% en 2004, después de un pico de 36% en 2002), es también el menos desigual (con un coeficiente de Gini de 0,455). Brasil, la nación más inequitativa (Gini de 0,639), tiene el menor nivel de confianza (4%). La correlación entre confianza en el gobierno y confianza interpersonal es débil. Esta última exhibe una gran estabilidad, mientras la primera cambia con nuestra percepción del desempeño de los gobernantes. En nuestro país, aunque la confianza en el gobierno se multiplicó por siete entre 2002 y 2003, la proporción de la población que afirmó confiar en la mayoría de las personas cayó de 22% a 18%. Sin embargo, la confianza en las personas sí está asociada a mejores gobiernos, pues induce un mayor compromiso con la cosa pública y el apoyo a políticas que mejoran la situación de los sectores menos favorecidos de la sociedad.

Según Robert Putnam, la confianza se desarrollaría en una sociedad cuando las personas interactúan en una variedad de grupos formales e informales, desde las asociaciones de voluntarios hasta los clubes deportivos y las reuniones entre vecinos. Especialmente importantes son las relaciones "puente" entre personas de diverso origen (socioeconómico, de edad, raza, religión, etc.), que crean la llamada confianza "liviana". Las relaciones "lazo" con las personas más próximas a nosotros (familiares, amigos, etc.) generan una confianza "densa" que sirve de apoyo social y psicológico para el individuo. En ciertas circunstancias, este tipo de confianza dentro de grupos homogéneos puede tener efectos negativos para la sociedad, cuando los grupos desconfían unos de otros. Putnam sugiere que la confianza y el compromiso cívico se refuerzan mutuamente en un "círculo virtuoso". La participación en grupos civiles debería, entonces, hacer crecer la confianza. Eric Uslaner distingue entre confianza "estratégica" y "moral" y afirma que la confianza en "la gente en general" depende de la segunda. La confianza "estratégica" consiste en fiarnos de una persona para un propósito específico, en base a la información previa que tenemos de ella. Un ejemplo claro es cuando contratamos a alguien para hacer una refacción en nuestra casa. Confiar en "la mayoría de las personas", sin embargo, significa fiarnos de gente que no conocemos. Para Uslaner, podemos confiar en "la gente en general" porque creemos que, aunque otros difieran de nosotros en muchos aspectos (sociales, políticos, religiosos, etc.),tenemos valores básicos en común. La confianza "generalizada" tendría entonces una base moral. El "círculo virtuoso" de Putnam se troca, para Uslaner, en una "flecha virtuosa": las personas con confianza generalizada están más dispuestas a participar en grupos que las conectan con gente diferente de ellas. Pero muchas actividades sociales en las que estamos involucrados no serían capaces de hacernos confiar en "la gente en general", porque sólo nos conectan con gente similar a nosotros. Hay dos formas de compromiso cívico que sí crearían confianza generalizada: el voluntariado y la caridad, debido a que nos vinculan, por lo general, con personas diferentes. Pero se necesita confianza previa para involucrarse en estas actividades. En la Argentina, según las encuestas, el 32% de los adultos declaró haber realizado algún tipo de actividad voluntaria durante 2001, mientras que en 1997 lo había hecho sólo el 20%. La confianza interpersonal, sin embargo cayó de 23% en 1990 a 15% en 2004.

Quizás las hipótesis de Uslaner se ajustan mejor al caso argentino que el "círculo virtuoso" de Putnam. Quizás el potencial aumento de la confianza inducido por el voluntariado se ha visto compensado por un impulso contrario originado en el incremento de la desigualdad y del pesimismo sobre el futuro. José Eduardo Jorge Agosto de 2004 ENLACES A OTRA BIBLIOGRAFÍA RELACIONADA DEL AUTOR La Cultura Política: Concepto y Teorías (2010: Capítulo de Libro) El Capital Social: Concepto, Teorías y Evolución en Argentina (2010: Capítulo de Libro) Comunidad Cívica y Capital Social (2013: Artículo Científico) Comunidad Cívica: Orígenes Filosóficos del Concepto (2014: Artículo Científico) El Apoyo a la Democracia en Argentina (2010: Capítulo de Libro) Evolución del Interés por la Política en Argentina desde 1984 (2010: Capítulo de Libro) La Participación Política de los Jóvenes 1983-2011 (2012: Ponencia) La Crisis de Confianza en las Instituciones Políticas (2010: Capítulo de Libro) Matrimonio Igualitario: Un Análisis desde la Cultura Política (2012: Ponencia) Same-Sex Marriage in Argentina (2012: Artículo Científico – en inglés) La Cultura Política en Regiones Argentinas (2010: Capítulo de Libro) La Expansión Global de la Democracia (2010: Capítulo de Libro) Del Golpe de Estado de 1966 a la Democracia de 1983 (2010: Capítulo de Libro) Cultura Política y Voto en Argentina (2012: Artículo Científico) La Confianza Interpersonal en Argentina (2008: Artículo Científico) Los Nuevos Medios de Comunicación en la Cultura Política (2013: Artículo Científico) Medios y Cultura Política en las Democracias Nuevas y Maduras (2010:Artículo Científico) La Investigación del Impacto Político de los Medios (2012: Artículo Científico)

REFERENCIAS (1) Eric Uslaner: The Moral Foundations of Trust, Cambridge: Cambridge University Press, 2002. (2) Francis Fukuyama: Confianza, Buenos Aires: Editorial Atlántida, 1996. (3) Sjoerd Beugelsdijk and Sjak Smulders: Bridging and Bonding Social Capital: which type is good for economic growth?, European Regional Science Association 2003 Congress, University of Jyväskylä, Finland. (4) Uslaner, op. cit. (5) Ton van Schaik: Social Capital in the European Values Study Surveys, Tilburg University, The Netherlands, May 2002. (6) Paul J. Zak and Stephen Knack: Trust and Growth, September 18, 1998. (7) Uslaner, op. cit. (8) Ver www.latinobarometro.org. (9) Edward C. Banfield: The Moral Basis of a Backward Society, New York: The Free Press, 1958. (10) Fukuyama, op. cit., pp. 29-30. (11) Zak and Knack, op. cit. También, de los mismos autores, Building Trust: Public Policy, Interpersonal Trust, and Economic Development, November 30, 2001. El Estudio Europeo de Valores nos advierte sin embargo que la confianza, aunque importante, no lo explica todo. Hay excepciones a la regla: en Francia, por ejemplo, la proporción de personas que confían en los demás es sólo 22,2%. (12) Robert Putnam: Making Democracy Work. Civic Traditions in Modern Italy. Princeton: Princeton University Press, 1993, p. 171. (13) Ronald Inglehart: Modernization and Postmodernization. Cultural, Economic, and Political Change in 43 Societies, Princeton: Princeton University Press, 1997, p. 172-74. Ver www.worldvaluessurvey.org (14) Inglehart, op. cit., p. 163. (15) Uslaner, op. cit. Considerando el poder legislativo, una muestra de 42 países arroja una correlación r=0,154 entre confianza en el gobierno y confianza interpersonal. (16) Uslaner, op. cit. (17) Putnam, op. cit., pp. 171-174. (18) Ibíd. (19) Ver www.bettertogether.org (20) Project MUSE: "Bowling Alone": An interview with Robert Putnam about America's collapsing civic life, Journal of Democracy, 6.1, 1995. (21) Ver los estudios de alcance nacional realizados por Gallup Argentina. (22) David de Ferranti, Guillermo Perry, Francisco H. G. Ferreira and Michael Walton: Inequality in Latin America & the Caribbean: Breaking with History?, World Bank, 2003. (23) Comisión Económica para América Latina y el Caribe: Panorama Social de América Latina 2002-2003, Agosto 2003. (24) Hay una diferencia importante entre realizar actividades voluntarias en forma esporádica y hacerlo de modo permanente. Una definición amplia de "voluntariado", como la adoptada en la encuesta de Gallup, es de gran utilidad, pero reúne en un mismo indicador distintos de grados compromiso

cívico. Aquí es pertinente una observación de Uslaner: en muchos casos, no pasamos suficiente tiempo en actividades sociales para que éstas puedan cambiar nuestros valores. (25) Según Latinobarómetro, este porcentaje ha descendido de 61% en 1998 a 54% en 2004. Para el conjunto de América Latina, la proporción de quienes creen que sus hijos vivirán mejor que ellos aumenta de 46% en 1997 a 50% en 2004. Ver también La Nación: "El Banco Mundial, contra el pesimismo de la región", 20/6/2000. (26) Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano: Sondeo de Opinión ¿Cómo imaginamos que será la Argentina en la que vivirán los chicos de hoy cuando sean adultos?, Fecha de administración: 15 de septiembre al 4 de octubre de 2003. (27) Zak and Knack (2001), op. cit. (28) De Ferranti y otros, op. cit. Ver también el comentario de este informe publicado por The Economist: A stubborn curse, Nov 6th 2003. (29) Ibíd. La cita ha sido extraída del resumen ejecutivo en español, p. 23. (30) Ibíd., p. 8. (31) Inglehart muestra que existe una fuerte correlación entre los años de democracia continua y el nivel de confianza interpersonal. Al mismo tiempo, Uslaner observa que, en una muestra de 22 naciones, la correlación entre el cambio de la confianza y de los scores de la Freedom House es cero.

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