ECOS DE LA VIOLENCIA POLÍTICA EN GUATEMALA: “EL MATERIAL HUMANO”, de Rodrigo Rey Rosa; Revista de Literatura Hispanoamericana,Universidad de Zulia, Venezuela

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ECOS DE LA VIOLENCIA POLÍTICA EN GUATEMALA: "EL MATERIAL HUMANO", de
Rodrigo Rey Rosa




© María José Furió Sancho
[email protected]




Palabras clave: Rodrigo Rey Rosa, Francisco Goldman, Horacio
Castellanos Moya, Paul Bowles, Juan Gerardi, violencia política
estructural, transición política en Guatemala, memoria histórica y
reconciliación, derechos humanos, autoficción, Archivo histórico,
Guerrilla, masacre de indígenas.
Keywords: Rodrigo Rey Rosa, Francisco Goldman, Horacio Castellanos
Moya, Paul Bowles, Juan Gerardi, structural political violence,
political transition in Guatemala, historical memory and
reconciliation, human rights, autofiction, historical archive,
guerrilla, indian massacres.





ABSTRACT: El narrador de la novela autoficcional El material humano se
propone investigar la persecución y el colaboracionismo de
intelectuales durante el siglo XX en Guatemala, pero dificultades de
orden legal en el Archivo que alberga esa documentación le fuerzan a
alterar su proyecto. La transición política en Guatemala hacia la
democracia implica una reelaboración de la memoria histórica y no puede
ser una página en blanco que soslaye la herencia de violencia
protagonizada por los paramilitares y por la guerrilla. La autoficción
de Rey Rosa complementa la obra de otros autores, Goldman y Castellanos
Moya, que desde la crónica y la novela han explorado el mismo periodo
histórico con esperanza e inquietud.

ABSTRACT: The narrator of autoficcional novel El material humano
intends to investigate the persecution and collaborationism of
intellectuals in the XX century in Guatemala, but legal difficulties in
the Archive that preserve the documents forced him to change his
project. Guatemala's political transition to democracy involves a
reworking of historical memory and can not be a blank page to forget
the legacy of violence by the paramilitaries and the guerrillas. Rey
Rosa's autofiction complements the work of other authors, like Goldman
and Castellanos Moya, who from the chronic and the novel have explored
the same historical period with hope and concern.
_____________


Casi al final de su crónica, El arte del asesinato político,
dedicada a las investigaciones sobre el asesinato del obispo Juan
Gerardi, el novelista y reportero estadounidense de origen guatemalteco
Francisco Goldman (1957), escribe:


«En otoño de 2005, un enorme archivo policíaco secreto de
datos que se remontan a más de un siglo atrás, especialmente rico
en información sobre las desapariciones y asesinatos policíacos
llevados a cabo durante los treinta y seis años de conflicto
armado interno en Guatemala, fue hallado en una vieja estación de
municiones, infestada de murciélagos y moho, en la ciudad de
Guatemala. Un Ombdusman del Gobierno, el procurador de derechos
humanos, tomó el control del mohoso archivo, que prometía
proporcionar innumerables pistas de las atrocidades guatemaltecas.
Leopoldo Zeissig [uno de los fiscales especiales que se ocupó de
la investigación del asesinato del obispo] formaba parte del
equipo al cargo del archivo secreto, que según se decía contenía
tantos expedientes que si se ponían en fila extendidos podían
ocupar una longitud de 130 campos de fútbol».


Justamente este archivo es el escenario donde se desarrolla El
material humano, la lograda novela de Rodrigo Rey Rosa (Ciudad de
Guatemala, 1958) que la editorial Anagrama publicó en 2009.
La historia arranca en 2005 con el descubrimiento en la capital de
«un edificio, que tal vez funcionó como hospital, pero que según los
investigadores de la Procuradoría fue usado como centro de torturas
–con las ventanas de casi todas las habitaciones condenadas con
ladrillos o bloques de cemento--», donde «el delegado de la
Procuradoría descubrió un cuarto lleno de papeles, carpetas, cajas y
sacos de documentos policíacos. Y así lo estaban casi todos los cuartos
y salas del primer y segundo piso del edificio y otras construcciones
adyacentes». (Rey Rosa: 12)


El hallazgo suscita el interés del narrador, escritor trasunto del
novelista Rey Rosa, por «conocer los casos de intelectuales y artistas
que fueron objeto de investigación policíaca o que colaboraron con la
policía o como informantes o delatores, durante el siglo XX», interés
que comunica al jefe del Proyecto de Recuperación del Archivo. El
material, aún en desorden, resulta inaccesible, por lo que le ofrecen
la alternativa de indagar en el Gabinete de Identificación, cuyos
documentos estaban ya «prácticamente catalogados», con la condición de
limitarse a los expedientes y documentos anteriores a 1970: los casos
abiertos después de esta fecha pueden seguir activos.
El material humano se transforma desde ese momento en el
seguimiento de un personaje clave durante un largo período –ejerció
entre 1922 y 1970--, Benedicto Tun, fundador del Gabinete de
Identificación. A través de lo que cuenta su hijo, Benedicto Tun, de
familia de comerciantes y origen mestizo, primero nos recuerda al
«espía bueno» de la película alemana La vida de los otros (dirigida por
Florian Henckel, 2006); pronto, sin embargo, se convierte en un símbolo
de esas personas persuadidas de que las instituciones están al servicio
del Bien y que terminan por no tener casi otra recompensa que el
recuerdo de su integridad. El narrador asiste a un seminario sobre
«Violencia, poder y política», donde sus preguntas sobre el estado de
vulnerabilidad en que quedó la población indígena son consideradas
"antipáticas". Por entonces empieza a anotar en una serie de libretas
--los capítulos de la novela lleva como epígrafe el tipo de libreta
utilizada, con sus correspondientes cuadernos--, el contenido de las
fichas más sorprendentes que identifican a detenidos o fichados y sus
actividades. Este capítulo, dividido en tres partes: Delitos políticos
/ Delitos comunes / Fichas postmórtem, compone con sus a veces jocosos
y jugosos microrrelatos un escalofriante fresco de la mecánica de
represión y de exclusión organizada por el sistema policial, donde
conviven los fichados por sedición, rebelión, terrorismo, y asesinato o
tenencia de armas, con los más estrafalarios (o no) delitos comunes:
jugar a la pelota en la calle, pederastia, vagancia, bailar el tango,
robo de gallinas, «habitar con una marrana», adulterio, «ejercer el
amor libre clandestino», tráfico de marihuana, «esquinero reincidente»,
brujería o prostitución. Para el narrador, las fichas exhuman la fase
previa en la creación de un sistema de violencia organizada que duraría
más de ochenta años y afectaría principalmente a los indígenas. El
contenido de estas fichas le da pie a relacionarlo con su lectura de
Voltaire, quien a propósito de Cesare Beccaria expone una conclusión
moral relativa a la necesidad de reparar los daños causados, pues no
basta con sacar a la luz las más graves faltas sociales.


Algunos ejemplos del contenido de las fichas:


«Ávila Aroche Jesús. Nace en 1931. Moreno (1.86 mts.)
Marimbista. Soltero. Vive con su mamá. Fichado por limpiar botas
sin tener licencia. En marzo de 1962 por hurto. En diciembre de
1962 por robo. En mayo de 1963 por secuestro.» (Rey Rosa: 22).
«Díaz Paredes Fausto. Nace en 1945. Tractorista. Fichado en 1970
por atentados contra instituciones democráticas y tenencia de
pertrechos de guerra. En 1972 por robo, plagio y asesinato.»
(Rey Rosa: 23).
«Ochoa Santizo Jorge. Nace en 1943. Carrocero. Fichado en 1960
por sospechoso. Vive con su señora madre puta.» (Rey Rosa: 24).
«Sarceño O. Juan. Nace en 1925. Jardinero. Vive con su hermana.
Fichado en 1945 (Gobierno de la Revolución) por bailar tango en
la cervecería "El Gaucho", donde es prohibido.» (Rey Rosa: 25).



El Archivo policial conjuga lo kafkiano, cuando se le impide
acceder a él tras una supuesta denuncia de los trabajadores; lo
fantástico: «En el Archivo yo veía un lugar donde las historias de los
muertos estaban en el aire como filamentos de un plasma extraño, un
lugar donde podían entreverse "espectaculares máquinas de terror", como
tramoyas que habían estado ocultas.» (Rey Rosa: 84); y la simbología
del laberinto que, como todo laberinto, encierra a un minotauro
destinado a ser derrotado por el héroe. Es el laberinto borgeano y su
Minotauro: el Archivo que guarda información sobre los raptores de la
madre del escritor, que fue secuestrada y tras su liberación nunca
reclamó la identificación y el castigo de los responsables del delito.


Un tercer prisma, el más significativo históricamente porque
trasciende la peripecia del narrador, es el del Archivo como depósito
de la patología del poder, concepto que plasma fielmente las ideas de
Michel Foucault. No por casualidad, las notas con los delitos cometidos
por un variopinto plantel de sujetos tienen su referente en la obra que
el filósofo francés tituló Vida de hombres infames y que el italiano
Giorgio Agamben comenta en «El archivo y el testimonio», capítulo
incluido en Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo
sacer III.[i]



El interés del narrador, que en principio podía definirse como de
carácter "gremial" -- «conocer los casos de intelectuales y artistas
que fueron objeto de investigación policíaca –o que colaboraron con la
policía como informantes o delatores- durante el siglo XX.»--, se
traslada a la mecánica de forja y reelaboración de la memoria. Con el
cambio político, las personas que administran el Archivo son «ex
rebeldes o humanistas», en buena parte interesados en conocer qué
información acumuló y propagó el poder militar sobre ellos y sus
actividades. Agamben señala que «el Archivo designa el sistema de las
relaciones entre lo no dicho y lo dicho», y en el caso del que trata la
novela de RRR, de lo dicho por el poder totalitario. Al acceder a esta
información se desnuda su sentido, como en la obra analizada por Michel
Foucault --obra «concebida como prefacio a una antología de documentos
de archivo, registros de internamiento o lettres de cachet»,-- «el
encuentro con el poder en el momento mismo en que lo marca con el signo
de la infamia –la ficha policial en el caso de El material humano--,
arranca a la noche y al silencio existencias humanas que de otro modo
no hubieran dejado ninguna huella.» Como en el texto de Foucault, en
las fichas recogidas por RRR


«lo que por un momento brilla en estos lacónicos enunciados no
son (…) los acontecimientos biográficos de una historia personal,
sino la estela luminosa de otra historia, no la memoria de una
existencia oprimida» –aunque también-, «sino el mudo ardor de un
ethos inmemorial; no el rostro de un sujeto sino la desconexión
entre el viviente y el hablante que señala su puesto vacío. Puesto
que aquí hay una vida que subsiste solo en la infamia en que se ha
desenvuelto y un nombre que vive únicamente en el oprobio que le
ha cubierto, algo de este oprobio da testimonio de ellos más allá
de cualquier biografía.»[ii]

Dicho lo anterior, Material humano no es una crónica ni un ensayo sino
una novela que combina varios géneros: el thriller, el diario personal
con su habitual anotación reflexiva, y la novela metafísica (bajo el
influjo de Kafka).
Cuando se publicó, hubo quien señaló un excesivo parecido con la
trama de Insensatez, novela de Horacio Castellanos Moya, por la manera
de entreverar la investigación de los crímenes con los avatares y
reflexiones íntimos del narrador, en primera persona. Lo cierto es, sin
embargo, que Rey Rosa compone una obra muy personal y eficaz al hacer
hincapié en la atmósfera de violencia que impregna y determina los
actos del conjunto de los guatemaltecos, un miedo interiorizado que
deja en suspenso su futuro. A diferencia del personaje de Insensatez,
aquí el narrador tiene el aplomo de un cronista y la curiosidad de un
investigador. Recordemos que el periodista de Insensatez se encarga de
revisar el informe auspiciado por el arzobispo Juan Gerardi que recoge
los testimonios de los supervivientes de las masacres de indígenas, y
que víctima del pánico cerval, contagiado por el relato de
acontecimientos sobrecogedores que sus protagonistas describen con un
lenguaje precioso y violentamente plástico, que le recuerda al del
poeta César Vallejo, sufre un delirio persecutorio que terminará
salvándole de ser víctima de los paramilitares, como sí lo fue poco
después Juan Gerardi. Francisco Goldman reconstruye de modo exhaustivo
en su crónica, ya citada, la investigación en torno a dicho asesinato.

El Archivo ofrece en esta novela otra vertiente, sumada a la
función de depósito de memoria y de narración oficial: la idea de
legado. Atañe a la biografía estrictamente personal de Rey Rosa, es
decir, a lo que discurre al margen de la familia y de sus implicaciones
políticas, como es el secuestro de la madre; se trata, entonces, de la
herencia del escritor norteamericano Paul Bowles. Uno de los ejes
temáticos es la gestión y ordenación de las distintas capas biográficas
en este preciso momento histórico, de transición política en Guatemala.
Lo significativo no sería la juventud del escritor por sí sola, sino la
escapada del país y de su clase que propició un itinerario distinto al
de cualquier otro escritor; la historia de su amistad con Bowles,
repetidamente narrada, se ha convertido en un cliché público. Nos
interesa como lectores descubrir que el narrador intenta sustraerla a
la manipulación o al control ajeno (como se verá más adelante).


El rasgo distintivo del estilo literario de Rey Rosa es el
sustrato cultural que desde sus inicios adoptó en su narrativa para sus
fatalistas y antiheroicos narradores, y que conecta con el
existencialismo a través de Paul Bowles. En sus relatos y novelas
autoficcionales, Rey Rosa se presenta por su condición de autor
reconocido como un foco que atrae historias y confidencias --«uno de
los archivistas […] se me acercó para entregarme subrepticiamente […]
una lista elaborada por la Policía Militar […] de individuos
desaparecidos (o por desaparecer) por motivos políticos» (Rey Rosa:
42); pero que provoca también suspicacias: es el cronista ideal, un
detective guiado por su intuición, obligado a discriminar entre la
información que se le revela el grado de manipulación con que su
confidente pretende convertirlo en portavoz de su versión. La
ambigüedad es, por este motivo, un ingrediente fundamental de sus
argumentos.


Y, como buen antihéroe existencialista, él es en El material
humano «un turista, un advenedizo». El que fuera nómada en Tánger
durante su juventud en este regreso a su país tiene siempre en mente la
idea de escapar, del exilio. Un cambio de régimen --de la bella vida
nómada de la juventud al pathos del exiliado en ciernes en la madurez--
que provoca el recelo incluso entre autores amigos, como Rey Rosa
subraya al referir el episodio de las cartas que redacta en favor del
escritor Homero Jaramillo, amenazado de muerte y aspirante a una beca-
refugio en Canadá.


La ambigüedad se funda en el enigma y en la indeterminación. En
términos políticos, que son los que aquí interesan –y en gran parte de
la obra de RRR--, supone que todas las posiciones son relativas, según
busca demostrar en esta novela. Una indeterminación que refuta –y ésa
es su finalidad— la crítica o la animadversión que provoca la figura de
RRR, no sólo como miembro de la clase privilegiada de su país sino por
su condición de escritor famoso. En este punto es, sin embargo, donde
RRR acierta a dar forma al enigma, pues nos invita a leerlo como
personaje abstracto –un escritor, padre de una niña pequeña, que se
contagia del miedo reinante en el país, instigado por la impunidad con
que actúan elementos parapoliciales cuya actuación llena los periódicos-
-, definido por sus rasgos más superficiales, los mismos con que lo
caracterizarían sus adversarios o sus críticos. En comparación con
Jaramillo, su vida no peligra de modo inminente, pero no puede
descartar que su fama lo convierta en el blanco de ataques en busca de
gran repercusión. En un sentido más indiscriminado, RRR señala que,
dado el nivel de violencia en Guatemala, cualquiera es una posible
víctima. Y salpica la trama de episodios que confirman esta convicción:
apuntes de historias de represión y desaparición de adversarios del
poder militar, el impacto sobre las familias de los desaparecidos, etc.
Esas pinceladas trazan el panorama de terrorismo de Estado, además de
la trama confusa de vínculos entre los distintos bandos: ningún sector
del país está al margen o libre de la violencia.


La violencia organizada, de tipo político o mafioso, es un
contrapoder que --según aparece descrito en numerosas novelas de las
dos últimas décadas en el área latinoamericana— desafía el orden
democrático; su carácter en gran medida arbitrario, y la impunidad en
que subsiste, inoculan el miedo entre los ciudadanos. La población
–como la maestra de la escuela a la que acude Pía, hija pequeña del
autor— se vive como probable víctima y, en todo caso, como testigo:
«presencié un homicidio delante de mi casa».
Rey Rosa al presentar con insistencia la hipótesis de su
desaparición, menos que coquetear con la imagen de escritor amenazado
lo que hace es escenificar la alienación de los ciudadanos sometidos al
terrorismo político. Él es como cualquiera… como cualquiera no
integrado en grupos de actividad violenta o que la auspicie y la
organice, es decir, como cualquiera que no sea cómplice de la
violencia.


Culpa y diletantismo


Cediendo a la confusión entre autoficción y autobiografía, se ha
criticado la posición privilegiada de RRR y el plantel de amistades
célebres que frecuenta, como aquí el pintor Miquel Barceló. Por no
hablar de los escenarios y ambientes donde se mueve (la finca familiar,
el "condominio" estilo Miami donde viven los padres de su amiga B.).
Interesa advertir que así cobra relieve la trivialidad y la
indiferencia dominantes en la Europa democrática, que aún alberga a
exiliados de la primera etapa de la represión política en Guatemala.
El pintor mallorquín Miquel Barceló es más que la figura real: es
la función que representa en la trama, pues a través de él la narración
escapa del monólogo, corrobora impresiones del protagonista o plantea
cuestiones que activan la acción: «no vas a usar [se refiere al
material recopilado en el Archivo por RRR] lo que averigües con fines
jurídicos o judiciales, ¿no?» (Rey Rosa: 23).


Lo mismo sucede con los diálogos que el narrador mantiene en
Europa con distintas personas. Se trata de un thriller político y el
contraste de escenarios contribuye a resaltar el grado de desprotección
de los sectores sociales más humildes de Guatemala. En cierto momento,
Benedicto Tun hijo afirma: «Usted sabe cómo eran las cosas, que han
cambiado, aunque tal vez no hayan cambiado tanto en realidad. La
discriminación racial persiste, ¿no?». (Rey Rosa: 156). El tema de la
defensa de los indios se aborda como parte de la realidad oculta del
país, considerado el inferior, el otro vergonzante –según las notas del
premio Nobel Miguel Ángel Asturias--, el buen salvaje utilizado por
unos y otros. Se trata entonces de devolverle una entidad autónoma, de
esclarecer sus compromisos, su implicación política en la lucha
guerrillera con su lado oscuro, y cómo fue utilizado por las fuerzas en
liza; todo ello forma parte del proceso de emancipación del indio. Las
anotaciones de los "delitos" atribuidos a los mestizos o indios de los
primeros capítulos sirven, en definitiva, de contrapunto a la nueva
posición social alcanzada por algunos de ellos. Igualmente ilustrativa
es la conversación que el narrador mantiene en Italia con unos
ancianos, a los que informa de la mezcla de razas y orígenes que
constituyen su identidad.


La novela entera gira en torno a la gestión de la memoria,
política, biográfica. Todos los capítulos de una biografía se verán
tarde o temprano puestos en solfa: en la página 122 escribe que durante
una conversación en París, «cené con Claude Thomas, traductora al
francés de Paul y Jane Bowles (…).» Sale entonces a colación el tema de
la biblioteca de Paul Bowles, vendida al acaudalado Barceló –ávido
lector, erudito, y pintor de bibliotecas:

«me pregunta si extraño a Paul. Le aseguro que sí. En una versión
simplificada le relato mi sueño recurrente con Paul: vuelvo a
Tánger y lo encuentro vivo, aunque muy viejo y enfermo, en su
antiguo apartamento de Itesa en Tánger. El apartamento está vacío,
sin un solo libro. Le pregunto si no necesita sus libros (que yo
vendí hace unos años a Miquel), y Paul me dice que sí, que le
gustaría tenerlos de vuelta. Le prometo que voy a devolvérselos, y
entonces me despierto, angustiado.
»-Debes de sentirte culpable –me dice Claude.
Le pregunto por qué habría de sentirme culpable. Ella no
contesta y comenzamos a hablar de otra cosa».


Es significativo el desencuentro entre los hablantes: a la culpabilidad
acechada por la traductora de Bowles el narrador replica devolviéndole
la pelota: ella sin duda sabrá decir por qué debería sentirse culpable.
El breve apunte de la conversación deriva sobre dos niveles de relación
o de convicción en cuanto al legado de Bowles. Un estudioso sacraliza
la unidad del tesoro (patrimonio literario: libros publicados,
biblioteca personal, archivo y fichas, cuadros, objetos de arte, etc.)--
, el pasado hecho museo, fotograma único. Del lado contrario está la
vivencia de RRR, quien tal vez pide aligerar el peso de diversos
episodios del pasado: puede ser el del secuestro de la madre o el de la
herencia simbólica de Bowles. Ha habido lucro económico –es la
observación implícita en la pregunta sobre su supuesta culpabilidad--,
y el legado de Bowles ha pasado a manos privadas; la urgencia, las
necesidades económicas o la evolución personal reclaman más espacio
para el presente y para el futuro. Con todo, la deuda con el escritor
de Tánger es, según delata un largo y emotivo sueño, un asunto privado.
Es un período de mudas de piel, de transición, como vive la misma
Guatemala. En este periodo histórico, nadie puede quedar petrificado,
como estatua en un museo grotesco. Tampoco los violentos.


La respuesta de RRR señala, de nuevo, que nadie ocupa posiciones
fijas en la vida: existe simultáneamente en el período referido en la
novela una tensión, una presión en todas direcciones. Determinados
autores se mueven en la ambivalencia: recurren a él como aval, dedican
estudios a su obra para adherirse algo de su fama, pero hay una latente
animadversión, que el propio narrador cultiva. Las lecturas que le
acompañan en estas fechas sugieren interpretaciones que lo rescatan de
la alienación a la que lo destinaría su posición privilegiada. Es
decir, las miradas ajenas no reflejan su verdadera posición y la
mayoría de sus interlocutores se consideran a sí mismos moralmente
superiores o en una posición moral inatacable. El apunte sobre la
ejecución de guerrilleras por decisión de su compañeros de lucha, tras
pasar las mujeres un tiempo en manos enemigas, sirve para respaldar
esta idea. El argumento describe la búsqueda del protagonista de una
posición creíble –no sólo ventajosa. Lo corrobora cuando arguye: «en un
país como Guatemala todo el mundo vive en constante peligro físico»,
que los más directamente implicados en combatir el régimen han de
considerar una generalización abusiva. Una frivolidad que resume bien
su interlocutora en París: «¡Ah, el peligro, la dignidad del peligro!».
(Rey Rosa: 124).
No por eso exagera su propia posición: al «crítico de arte
octogenario» Castor Siebel --nada menos que en el curso de «una cena en
Maxim's» donde celebran la exitosa inauguración de la exposición de
Barceló--, le responde sobre el sentimiento de amenaza al vivir en
Guatemala: «decir que sí sería una exageración, pero negarlo sería
faltar a la verdad». (Rey Rosa: 132).


A Rey Rosa las estrategias de la autoficción le sirven para
conjugar con libertad los aspectos históricos, la intriga literaria y
la dudosa veracidad de algunos hechos. Un astuto y, repito, eficaz,
recurso porque, intencionadamente o no, el escritor plantea el lugar de
su reubicación en este período histórico en que Guatemala instaura
organismos democráticos para consolidar los Acuerdos de Paz de 1996. La
fórmula de los diarios promete al lector acceso a la intimidad del
narrador, pero él da ficción por todo lo que omite –los nombres
propios, los datos relevantes sobre la específica naturaleza de la
guerrilla guatemalteca, menos poderosa que la salvadoreña, por ejemplo—
y por todo lo que subraya: la kafkiana dilación de sus investigaciones
"por órdenes superiores"; reveladoras citas literarias entresacadas de
sus lecturas; apuntes de sueños, donde la intriga se multiplica con el
enigma de sus premoniciones; la frustrante relación amorosa con B+, una
mujer más joven y de similar posición social: la simetría, sugiere el
narrador, es imposible de un modo u otro; la difícil postura de su
familia respecto al secuestro impune de su madre o la intriga ventilada
por todos los periódicos en torno a unos militares muertos que eran
sospechosos del asesinato de tres diputados salvadoreños.


Parece un confuso amasijo de hechos discontinuos pero es, más que
eso, una reflexión soterrada sobre la doble transición que vive el
protagonista: política, por los cambios dentro del país, con distintas
fuerzas, incluida la vieja guerrilla y los mestizos, que se hacen con
parcelas de poder redibujando el perfil de las clases sociales; y
personal, por la muerte inminente de los padres y la deuda de memoria
para con ellos. Paul Bowles y su biblioteca (adquirida, como ya hemos
visto, por el pintor mallorquín Miquel Barceló, al que Rey Rosa
retrata con sibilina ferocidad, comparando sus lujos con la durísima
frugalidad de sus compatriotas exiliados en París, y convirtiendo uno
de sus hallazgos plásticos en un proyecto de viviendas baratas para
pobres) surgen como recordatorio del germen de la resistencia del autor
a identificarse con la clase alta a la que pertenece.


Sin embargo, con la imprevista y novelesca resolución del misterio
–descubrir la identidad de los verdaderos autores del secuestro de la
madre--, Rey Rosa rompe con el pacto de no intervención que durante
décadas mantuvo su familia y culpa a la guerrilla de la indefensión de
los indígenas, y del brutal castigo que éstos sufrieron a manos del
ejército por su apoyo circunstancial a la violencia armada. La misma
acusación expone Francisco Goldman en su crónica.


Ventajas de una literatura menor


Junto a la pereza de explayarse en la narración, o de las virtudes
ya probadas del laconismo, es preciso notar que novelas de corte
similar –por ejemplo, La muerte me da, de la mexicana Cristina Rivera
Garza, mejor construida y más amable con las expectativas de intriga
del lector-- se mueven también en la frontera de géneros: la novela
policíaca o de crímenes de nota roja y la novela experimental, lírica.
Las ideas no sucumben a la pereza del narrador. Rey Rosa define
indirectamente su estilo asumiendo lo que Stefan Zweig observa acerca
de unos inéditos del francés Honoré de Balzac: «Uno pude ver cómo las
líneas que al principio son ordenadas y nítidas, luego se inflan como
las venas de un hombre encolerizado» (Rey Rosa: 124). Permitir que la
narración se cargue de cólera o de otro sentimiento pasional
controlando el estallido, reprimiéndolo –como ya sucedía en El cojo
bueno—, supone la capacidad de no resolver pulsionalmente un conflicto.
Pero no hay pasividad, porque la clave argumental de la novela es la
identificación de el/los secuestrador/es de la madre. Como novela de
transición, todos los nudos de la intriga se mantienen en una tensión
irresuelta.


No corresponde aquí juzgar si es una postura ética. El fatalismo
moral –ligado al existencialismo— es en definitiva testimonio de clase
y un testimonio de primera fila dentro de ella, pues ¿quién sino un
miembro del grupo puede tener noticia de hechos como el de esa mujer
que renuncia a dirigir la empresa familiar porque cierto día se
discutió el plan de asesinar a un líder sindical?

El material humano insiste en las montañas de datos ocultos sobre
la violencia del pasado que emergen de improviso de la tierra. Esos
movimientos de terreno ponen al descubierto parcelas de la realidad que
han de tratarse con rigor ya que encierran nuevas tentaciones de
violencia. El cierre de la novela, donde la pequeña hija del narrador
le brinda un final para su "cuento para adultos", concentra con
perfecto laconismo los temores reales o fantaseados que Rey Rosa baraja
sobre su futuro. Que la argucia con que se desenmascara al secuestrador
de la madre sea exactamente la misma con que se cazó al ideólogo del
terrorismo rojo de los años setenta en Italia, Toni Negri –una
grabación telefónica--, y que resultó ser un montaje, aumenta los ecos
de ficción de El material humano.
¿Pero no lo advertía Rey Rosa ya desde las primeras páginas?:
«Aunque no lo parezca, aunque no quiera parecerlo, ésta es una obra de
ficción».


Bibliografía:

Rodrigo Rey Rosa, 2009. El material humano. Barcelona. Editorial
Anagrama. 192 páginas.

-- 1996. El cojo bueno. Madrid. Editorial Alfaguara. 128 páginas.

Francisco Goldman. 2009. El arte del asesinato político, ¿Quién mató al
obispo?. Barcelona. Crónicas Anagrama. Traducción al español de Claudia
Méndez Arriaza. 536 páginas.


Horacio Castellanos Moya. 2004. Insensatez. Barcelona. Editorial
Tusquets, Colección Andanzas. 155 páginas.


Cristina Rivera Garza. 2008. La muerte me da. Barcelona. Editorial
Tusquets. Colección Andanzas. 356 páginas.

Giorgio Agamben comenta en «El archivo y el testimonio», capítulo
incluido en Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo
sacer III. 2000. Valencia. Editorial Pre-textos.






-----------------------
[i] Del artículo reproducido por la revista digital Vivilibros.com
(2005), que cita a Michel Foucault: La arqueología del saber. 1969.
Gallimard. París, pág. 171

[ii] Idem.
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