Economía ambiental y economía ecológica: Técnica y política en la gestión ambiental

May 24, 2017 | Autor: J. Valdivielso Na... | Categoría: Political Ecology, Ecological Economics, Economia Ecológica, Ecologia Política
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ECONOMÍA AMBIENTAL Y ECONOMÍA ECOLÓGICA: TÉCNICA Y POLÍTICA EN LA GESTIÓN AMBIENTAL Joaquín Valdivielso Navarro

En las últimas décadas la forma en que se perciben los problemas ecológicos ha variado sustancialmente y la idea de que hay un límite ha cuajado tanto en la opinión pública como en los círculos más especializados. Este reconocimiento general de la llamada crisis ecológica global suele correr paralelo al cuestionamiento del actual sistema de producción y consumo. Este cuestionamiento afecta de forma especial al pensamiento económico. No obstante, se está procediendo a una revisión profunda de los postulados teóricos que conforman la noción dominante de lo económico. El resultado de tal revisión, referida a problemas del entorno, suele entenderse como polarizado en torno a dos escuelas: una reformista, de corte neoclásico, denominada Economía Ambiental (EA); y otra crítica, la Economía Ecológica (EE), en tanto pone en cuestión los fundamentos de la disciplina.

I Uno de los objetivos centrales de la corriente neoclásica, dentro la cual se sitúa la EA, es el análisis de las condiciones necesarias para que, funcionando un sistema de mercado(s) libre(s), la economía alcance resultados eficientes en la asignación de recursos escasos. Hasta finales de la década de los sesenta esta teoría no reconocía la posibilidad de que problemas ambientales pudiesen suponer fallas substanciales y/o persistentes en economías de mercado, a pesar de que el propio concepto de externalidad es de 1932. El carácter excepcional de los costos no compensados o de los beneficios no pagados en economías de mercado surgía de la idea de economía como un sistema aislado funcionando como si i) existiesen fuentes inagotables de insumos materiales y de energía ii) tanto en el proceso de producción como de consumo no apareciesen residuos no deseados y iii) las instituciones sociales asegurasen a alguien la pertenencia de todos los atributos ambientales, siendo libremente transaccionados en mercados competitivos. La teoría económica se concentra, en tales condiciones, en el estudio del flujo circular de los valores de cambio en el interior del carrusel formado por la oferta y la demanda entre empresas y familias. En los sesenta se hizo necesario reconocer la realidad inevitable de las externalidades en los procesos económicos, aunque los esfuerzos realizados para adaptar la

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teoría a la nueva circunstancia no supusieron cambios fundamentales. A pesar de que la incorporación al análisis del principio de balance de materiales permitía el tratamiento simultáneo de los problemas de degradación energética irreversible, agotamiento de recursos, contaminación y superación de la capacidad de carga, surgieron dos ramas independientes dentro de la economía ambiental de corte neoclásico: a) La teoría de la contaminación. Diferentes técnicas y metodologías se aplican para poder atribuir valores monetarios a servicios ambientales (en este caso la capacidad del ecosistema para asimilar desechos) o para corregir precios existentes distorsionados. Una vez introducidos tales precios, a través de instrumentos de internalización, los mecanismos de mercado llevan a la eficiencia: los agentes económicos, actuando «racionalmente», propician una solución competitiva en que la contaminación no excede su nivel óptimo. b) La teoría de los recursos naturales. i) Para el caso de los recursos renovables la situación es similar a la vista en el caso de la contaminación: naturalizar los precios hasta el punto de que mercados competitivos lleven a la extracción máxima sustentable, una vez que se han establecido títulos de propiedad para todos los bienes que explotar. ii) Para los recursos naturales no renovables se necesita saber cuáles son las reservas totales y esperar que, al aumentar los costes de extracción el precio del producto subirá de tal modo que no se producirá su agotamiento al menos hasta que haya un sustituto para el mismo, si bien podríamos aplicar una tasa de descuento en caso de querer dejar una parte del recurso para mercados futuros. La problemática ambiental se reduce entonces a arbitrar una serie de instrumentos capaces de corregir los procedimientos mercantiles usuales de forma que no se sobrepase cierto límite. Conocido el límite y asignados derechos de propiedad para los bienes libres, todo parece reducirse a internalizar los efectos no deseados: «economizar la ecología» es básicamente un problema de cálculo.

II Una hipótesis central y común a los modelos de equilibrio general de los que parte la EA es que los agentes económicos poseen, referida a los mercados, plena información. La idea de mercado implícita en la teoría económica desde Adam Smith hasta los neoclásicos supone que el mercado es capaz por sí solo de alcanzar la eficiencia. Son los agentes económicos compitiendo entre sí para satisfacer al máximo sus deseos y necesidades los que, involuntariamente, generan un sistema de señales, los precios, capaz de coordinar sus movimientos individuales en beneficio del bienestar general. Nadie dice qué hay que producir, para quién, ni en qué cantidad. Los individuos en el mercado son racionales, es decir, maximizan su utilidad a partir de preferencias conformadas previamente al proceso de intercambio y tras haber calculado aisladamente los costos o los beneficios que implica su actuación.

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Internalizar las deseconomías externas significa incluir, vía precios, aquella información que los valores de cambio no suelen recoger, como la demanda futura de un recurso no renovable, los límites en la extracción de uno renovable o la capacidad de carga de un ecosistema (se supone que otros tipos de información como el grado de escasez o el de utilidad ya vienen incluidos). La posibilidad de recoger tal información pasa por atribuir a los agentes económicos y al marco físico en que estos interactúan unas características determinadas. Puede ilustrarse un problema típico de contaminación gracias a la figura de una sala de espectáculos. El ecosistema (o la biosfera) es considerado como un recinto cerrado, un teatro por ejemplo, en que no está prohibido fumar, y en el cual, tras haber deliberado sobre ello, o los espectadores fumadores compensan a los no fumadores por el malestar provocado por el humo, o los no fumadores pagan a los fumadores para que reduzcan la cantidad de cigarrillos consumidos. Todos son racionales y ecuánimes, y cada uno de ellos maximiza su satisfacción. El grado de malestar que quieran soportar los no fumadores y el grado de bienestar de los fumadores quedará reflejado en los precios, e indirectamente así se establecerá el grado óptimo de contaminación (que será más o menos elevado en función de los precios). Tanto si es así como si el grado de contaminación es determinado a priori y los precios ajustados a él (internalización) la noción subyacente de recinto es la misma: es un espacio neutro, que se puede polucionar en mayor o menor grado, que reacciona de forma previsible, reversible y monotónica de acuerdo al nivel de polución.

III Otro problema típico de información es el que se refiere a agentes económicos sin voz en el mercado en un momento dado. Si un individuo se ve afectado por las consecuencias de las transacciones mercantiles, su existencia debe quedar reflejada en el mercado, es decir, los costes que soporte o los beneficios de que disfrute deben ser internos al mercado. En caso contrario éste no podrá alcanzar la eficiencia. Esto es especialmente importante en lo referente al agotamiento de recursos no renovables. La tasa de descuento intenta reflejar e incluir en el mercado la utilidad que para futuros agentes puede representar un recurso cuyo stock disminuye al tiempo que satisface la utilidad de agentes presentes. Esta tasa representa el porcentaje del stock de un recurso que la generación de agentes presentes en el mercado «descuenta» a aquellos que no están presentes. El porqué de tal descuento se basa en dos hipótesis: i) la hipótesis de la impaciencia, que supone que los individuos aprecian más el consumo presente que el futuro (y tanto más el propio que el ajeno); y ii) la hipótesis de que todos los agentes permanecerán vivos durante el periodo de inversión. Sin tasa de descuento, ésta es la escala máxima que puede contemplar la EA, una generación. La práctica del descuento significa que las preferencias de las generaciones más distantes en el tiempo tienen menos peso que las de las generaciones más próximas, con peso máximo para la actual, y que las demandas futuras tienden rápidamente a

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cero. La idea implícita es que la gente será más rica en el futuro y que, por tanto, valiendo más el dinero ahora, es más racional maximizar el beneficio actual excepto si se es compensado por ello. Las condiciones que deben cumplirse para aceptar la tasa de descuento como un instrumento válido son numerosas: debe haber progreso tecnológico capaz de promover la sustituibilidad entre un recurso y otros factores de producción, los agentes deben tener información cierta sobre la evolución futura de tal tecnología y sobre la verdadera disponibilidad del recurso (coste de extracción, escasez relativa, etc.). La variable sustituibilidad viene a superar la imposibilidad del individualismo metodológico para tener en cuenta sujetos que el mercado no reconoce, por la simple razón de que aún no han nacido (podría decirse lo mismo de otras especies animales y vegetales). La sustituibilidad nos permite no tener que poner freno al deseo de maximizar el beneficio actual y hace de la equidad intergeneracional un problema marginal.

IV Se ha planteado la idea de que la economía ambiental neoclásica enfoca los problemas de gestión del medio como problemas de información, en tanto se carece de aquellos datos que el mercado precisa para ser eficiente en la asignación de recursos. Esto es posible, primero, en la medida en que parte de una concepción de la naturaleza como un elemento pasivo, corregible y predecible. Segundo, porque supone un comportamiento formal de los agentes económicos tal que la eficiencia sólo queda asegurada si hay información completa. Dado que la racionalidad atribuida a los agentes no es cuestionada, el problema de la equidad intergeneracional es eludido en tanto el progreso tecnológico asegura la sustituibilidad. El principio que guía al agente frente a la naturaleza es asimilación, frente a sus intereses, maximización. Frente a esto, la EE parte fundamentalmente de nociones biofísicas: a) La idea de ecosistema. Sistema complejo, continuo funcionalmente, formado tanto por el material vivo como por los factores abióticos asociados en que se define el nicho, la función, de cada elemento del conjunto. Cualquiera de sus partes es irreproducible en el mismo grado en que existe en el mundo natural y la desaparición o sustitución de algún elemento afecta siempre, en mayor o menor medida, al equilibrio del todo. El sistema estructurado de ecosistemas forma la biosfera, marco natural en que se desenvuelve la vida. La asunción de la complejidad ecosistémica y del equilibrio dinámico que rige las interrelaciones biológicas, se combina, no obstante, con un alto grado de desconocimiento del mismo. Se ignoran en gran medida los efectos que las modificaciones antropogénicas pueden tener para la biosfera y no hay ninguna certeza de que ésta responda de forma no traumática para el hombre. Esto resulta obvio para los problemas macroecológicos, pero no lo es menos para los

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microecológicos, ya que suelen ser la acumulación y combinación de efectos producidos a nivel local el origen de problemas planetarios. b) Las leyes de la termodinámica. Si bien según la ley de conservación de la energía, ésta ni se crea ni se destruye, según la segunda ley de la termodinámica, hay una tendencia continua e irrevocable de la energía hacia un estado de no-disponibilidad. Este principio de disipación afecta también de forma indirecta a los materiales. A saber, no puede haber tecnología capaz de sustituir la enorme cantidad de energía acumulada en los combustibles fósiles, y sin ésta, no es posible el reciclaje de los materiales. c) La noción de sustentabilidad condiciona los procesos de producción, distribución y consumo a la reproductibilidad a escala universal e indefinida. Es función de dos factores: la capacidad de carga del ecosistema y la relación población/consumo. En el caso de sociedades humanas, el segundo factor muestra una gran variabilidad, y el primero, en casos de externalización, puede abarcar varios ecosistemas, o incluso la biosfera como un todo.

V Estas aportaciones, entre otras, de las ciencias naturales, en especial de la ecología, configuran un nuevo marco biofísico. El funcionamiento ecosistémico define funciones ambientales con características específicas (insustituibilidad, irreversibilidad e incertidumbre) que no son susceptibles de ser constreñidas a las limitaciones propias de un espacio lineal pasivo. La dimensión física es, en la EE, el sistema mayor en que ha de ubicarse el subsistema económico. Se recupera de esta forma la noción aristotélica de economía, como administración del oikos, y se desplaza con ello el centro del quehacer del economista del ámbito mercantil al reproductivo. El conocimiento profundo de la estructura y funcionamiento de los sistemas naturales debe aportarlo la ciencia del oikos, que dibuja de ese modo un límite, fuertemente restrictivo y desconocido en muchos casos, a la gestión ambiental. Éste es un aspecto distintivo del enfoque holístico y multidisciplinar de la EE y es en esa dirección en la que apuntan sus mayores aportaciones (creación de una contabilidad nacional ecológica, producción limpia, legislaciones verdes, etc.). De un lado, no parece que haya consenso entre los economistas ecológicos sobre qué tipo de gestión sea la mejor dentro de ese nuevo límite ecológicamente definido, aunque, de otro, hay un rechazo explícito a la gestión (económica) puramente técnica, supuesta en la teoría del mercado ambiental. Para que la internalización positiva, avalorativa, fuese posible, debería darse que: i) Los precios pudiesen recoger de forma objetiva todos los costes y beneficios, es decir, todas las variables implicadas reducidas a la unidimensionalidad de los valores de cambio. Las funciones ambientales, sin embargo, no parecen cumplir, al menos en parte, las características de los bienes y servicios producidos, ni

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parecen susceptibles de ser expresadas en términos monetarios más que con un alto grado de arbitrariedad; éstas son, en muchos sentidos, inconmensurables para un enfoque pecuniario uniformizante. ii) No haya límites a la mejora tecnológica ni a la sustituibilidad entre recursos y factores de producción. En este sentido, la ley de la entropía desvela lo infundado de tal supuesto: la ética del descuento desvela actitudes insolidarias con las generaciones futuras, ya que priva a sujetos por nacer, sin voz ni salida en un escenario que les afectará, de la posibilidad de tener una calidad de vida similar a la de sus ascendentes. iii) En caso de que los precios no recogiesen toda la información, los agentes económicos no actuasen de forma que los efectos no deseados de sus acciones fuesen a más. Sin embargo, la antropología subyacente en la EA define la racionalidad en términos de maximización de la utilidad individual, es decir, de las necesidades y por tanto, del consumo. Cada fumador en el teatro procura fumar tanto como desea; el límite a sus deseos lo impone el precio que pagar a los no-fumadores o la mayor utilidad de la compensación recibida de ellos por no encender otro cigarrillo. Para alcanzarse la eficiencia, la relación causa-efecto entre las acciones y sus consecuencias debe ser transparente, lineal y reversible, y todos los agentes implicados deben estar presentes y ser solventes. Siendo, además, egoístas, impacientes y desconsiderados con los no nacidos, en casos de opacidad y ausencias se produce una dinámica perversa en que se incrementa la desutilidad, el «malestar» agregado: esta situación afecta a los agentes no sólo en tanto que consumidor individual o empresa, sino incluso en tanto que Estado o conjunto de ellos (como en la Cumbre de Kioto sobre Cambio Climático). iv) La validez normativa del mercado sea establecida por él mismo en virtud de su eficiencia, a su capacidad para coordinar la maximización de los intereses individuales en pos del bienestar agregado. Resulta contradictorio en tal caso, que la internalización sea exógena al mercado, es decir, que haya instituciones ajenas a él que sean las que impongan las reglas del juego ( títulos de propiedad, precios corregidos, etc.).

VI En la teoría neoclásica, para que una asignación sea considerada óptima no es preciso que sea susceptible de ser reproducida indefinidamente; es decir, el óptimo económico no implica necesariamente la sustentabilidad. Es posible que el acuerdo alcanzado en el teatro entre fumadores y no fumadores asegure el mayor bienestar total en un momento dado pero también lo es que se exceda la capacidad del teatro para asimilar el humo. Que eso no suceda depende de la existencia de instancias externas a él con fuerza suficiente para influir en la negociación mercantil. Esas instancias, para asegurar la sustentabilidad, deben personificar, para el economista ecológico, no ya los principios de asimilación y de maximización, sino los de

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precaución, restricción y autocontención, y son, sin duda, formas sociales y políticas (institucionales o no). Estos valores autolimitativos de la sostenibilidad deben guiar también el reparto inter e intrageneracional: éste se descontaba, en la teoría de los recursos naturales, a las generaciones futuras en virtud de la mejora tecnológica, y a la presente, de forma análoga, ya que esta mejora es tanto resultado de la inequidad como garante del crecimiento de cada porción del pastel. El marco teórico de la economía standard provee a la ideología productivista del arsenal analítico y apologético necesario para legitimarse: el recurso al crecimiento de la renta y a la mejora tecnológica es una forma de eludir cuestiones de justicia distributiva. La certeza de que el crecimiento tiene un límite obliga a reconocer el dilema moral frente al que nos pone todo acto económico. Problematizar y desarrollar la dimensión política en que una economía moral basada en la ética de la sustentabilidad debe discurrir es imprescindible para la gestión económica del medio desde una racionalidad ecológica. Concebir ese ámbito de modo que formas radicales de participación democrática y de asignación equitativa, sincrónica y diacrónica, de costos y beneficios, conduzca a objetivos determinados (por la dimensión física) previamente al proceso político es el desafío al que se enfrenta la EE, ilustrada e igualitarista.

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