Dufva Nielsen Veronica - La mutilación de la feminidad 14 x 20.p65

September 9, 2017 | Autor: V. Dufva Nielsen | Categoría: Género
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Descripción

LA MUTILACIÓN DE LA FEMINIDAD

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Dufva Nielsen, Verónica La mutilación de la feminidad / Verónica Dufva Nielsen; ilustrado por MUS Estudio. - 1a ed. - Corrientes : el autor, 2012. 94 p. ; 20x14 cm. ISBN 978-987-33-2503-8 1. Estudios de Género. 2. Mujeres. I. MUS Estudio, ilus. II. Título CDD 305.42 Fecha de catalogación: 25/07/2012

Diseño de Tapa: MUS ESTUDIO www.lamutilaciondelafeminidad.com Foto de tapa: Registro DNDA N° 5026161

Hecho el depósito de Ley 11.723 Derechos reservados Prohibida su reproducción parcial o total

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Agradecimientos: A mi compañero de vida, Carlos A. Díaz, a mi Hermana del alma, Mariana Villaverde, y a Myriam Martín por haberme enseñado a enfrentar mis miedos, a volverme mis miedos. Gracias Virginia, gracias Simone, por preñarme con el Deseo.

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ÍNDICE

Prólogo .. ......................................................................... 9 CAPÍTULO I El Diremptor .................................................... 13 CAPÍTULO II El Proceso de Sometimiento ....................... 17 CAPÍTULO III La Cultura Fálica .......................................... 25 CAPÍTULO IV Por qué no la Diremptor ............................... 29 C APÍTULO V El Progreso y la Evolución. La Perfección. La introspección como medio y remedio ........................................................... 33 CAPÍTULO VI El Estatus Res ................................................ 41 CAPÍTULO VII La venganza .................................................. 49 CAPÍTULO VIII Feminismo: el En-cargo ............................... 59 CAPÍTULO IX La omnipotencia posmoderna .................... 65 CAPÍTULO X El Consumismo ............................................ 73 CAPÍTULO XI La Conciencia del Género ........................... 83

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PRÓLOGO

Recuerdo un pasaje de mi vida: tenía ocho años, más o menos; iba caminando de la mano de mi madre cuando en silencio me pregunté por qué las mujeres nunca se vengaron. No sé qué me disparó este interrogante; quizás alguna imagen, alguna historia que vi en la calle. En mis años adolescentes me pregunté cuándo había comenzado, en qué momento histórico. Cuándo el mundo decidió degradar la existencia de las mujeres. Y ahora, siendo mujer, me pregunto por qué. Sí, por qué esa voluntad, esa necesidad sistemática, continuada y absolutamente coherente de anularlas. Son estos interrogantes los que me llevaron a desarrollar una teoría: la Mutilación de la Feminidad. En la historia de la humanidad las mujeres han tenido que callar para subsistir. Pero un día resolvieron salir de los rincones, abrirse puertas y llevar a la calle las historias de obediencia y censura; decidieron escribir y protagonizar sus vidas o morir intentándolo. Desde entonces hasta nuestros días, generación tras generación ha luchado sin tregua por su dignidad como ser humano, por el reconocimiento y la vigencia de cada uno de sus derechos. La amputación de atributos y derechos de las mujeres se originó en forma estratégica, sistemática y continuada; su ideó-9-

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logo la diseñó y ejecutó con el fin de asignarle como único espacio la subnormalidad. Esta voluntad se expandió no solo alrededor del mundo en forma de reinos e imperios, sino también a lo largo del tiempo con la misma necesidad intacta: someter y dominar. Si bien en la posmodernidad las mujeres se muestran seguras y capaces de llevar a cabo sus metas en un mundo en que «todo» lo pueden, habrá que hacer visible y tomar conciencia de que siguen siendo herederas del bagaje de experiencias traumáticas que reza su género; un género condicionado a obedecer los mandatos patriarcales. Pero entonces, ¿cuáles de esas metas constituyen la vocación de una mujer y cuáles son mandatos sociales? Y ese «todo»: ¿implica la más variada diversidad de aspiraciones, o se refiere al compendio de expectativas sociales? ¿Son las mujeres realmente libres de elegir o creen que eligen, cuando en realidad no hacen otra cosa más que copiar un modelo impuesto por el Consumismo? Y en la soledad de las noches, cuando todo duerme, un peso de insuficiencia cae y oprime el pecho… Nada alcanza para satisfacer las expectativas puestas en ellas. Hace dos mil años y hoy las mujeres sin el paternalismo de un hombre son huérfanas, son parias, putas; blanco propicio para la crítica de hombres y mujeres que, convenientemente, obedecen y hacen cumplir el Mandato. Por qué alguien se atrevería a no hacerlo. Naciones e imperios llevaron sus «diferencias» a los campos de batallas. Lanzas, hachas y dagas se hundieron en la carne, destriparon la existencia mientras la tierra era atiborrada de sangre; religiones se han enfrentado a punta de espadas, empalando y degollándose entre sí durante siglos con tal de imponer un profeta, con tal de ganar territorio. Pero en algo han estado de acuerdo, algo que no generó bandos ni fue tema - 10 -

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de discusión en batallas: por el contrario, sin importar la nacionalidad o la religión —el mundo en su mayoría estaba llano de dudas o diferencias al respecto—, en la Edad Antigua, Media, Moderna y Contemporánea coincidieron en DISIPLINAR: censurar, controlar y anular a las mujeres, cuando no en asesinarlas. Hay una angustia, un dolor que late como si hubiesen perdido algo, algo que no han podido recuperar, algo que les arrebataron y aún sangra: La Mutilación de la Feminidad.

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CAPÍTULO I El Diremptor

La palabra diremptio proviene del latín y significa: separar, dividir, desunir, romper, destruir. En formación con el sufijo or- Diremptor, me refiero al hombre que divide, discrimina, rompe, destruye. Originariamente se trató de un hombre, aunque su doctrina fue aplicada por hombres y mujeres sin distinción de género, raza o cultura. El Diremptor percibe al Otro con recelo, examina y evalúa sus cualidades para comparar con las propias; al advertir que no son iguales, que el Otro posee atributos de los que él carece, se siente expuesto, a merced de lo que experimenta como un peligro inminente, una amenaza que debe controlar con urgencia. A través de la Evaluación Discriminatoria mide, compara y analiza al Otro en forma inmediata e instintiva movido por su Miedo Tríptico. Mediante la observación y la experimentación cataloga las cualidades del distinto que pudieran representarle mayor amenaza. El Miedo Tríptico se trata de un miedo específico que obedece a la repulsión que genera tres representaciones: dos laterales y una central. En su primera representación lateral revela la aversión al distinto, el rechazo a las características que él no posee. Imaginemos un Diremptor blanco evaluando a un hom- 13 -

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bre negro: advertirá que su piel, sus músculos y dentadura no solo son distintos, sino más resistentes. En su segunda representación lateral manifiesta su temor a ser impotente frente a la acción que el distinto pudiese desplegar en su contra. Siguiendo con el ejemplo arriba citado, el hombre negro posee un cuerpo más vigoroso, bien podría vencerlo físicamente o sobrevivirlo en todo proceso de adaptación. La representación central se compone de la idea que generará la mayor cantidad de impulsos y acciones tendientes a repelerla: el pavor de ser sometido o avasallado por el distinto. Este miedo trasciende el miedo al dolor y a la muerte, natural de todo ser humano; se trata del temor a la humillación, a la ignominia. Precisamente para que esto no suceda, quebrantará la integridad tanto física como moral del Otro mediante la fuerza de la violencia. Piensa el Diremptor que, si el Otro fuese más resistente que él, debería controlarlo siempre; y qué mejor, que a través de la dominación. Mientras que el instinto de supervivencia requiere un peligro actual, real, concreto e inminente para ser activado, el Diremptor no precisa de este tipo de peligro para sentirse amenazado; el peligro que él experimenta es un peligro supuesto, la sospecha de que el Otro distinto, tarde o temprano, atentará contra él. El Peligro Sospecha funciona como un mecanismo de defensa que le habilita obrar de manera preventiva a fin de elaborar estrategias que le permitan someter y controlar al distinto antes de que este intente ejercer poder sobre a él. El Diremptor teme en forma desmesurada ser humillado, reducido; esta clase de miedo se origina en el recóndito Vicio de Inferioridad que padece, sentimiento que manifiesta en cada una de las tres partes que componen el Miedo Tríptico: - 14 -

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Su primera lectura de la Evaluación Discriminatoria será: «el distinto posee aquello de lo que yo carezco». El Diremptor se siente limitado, amenazado. Temor a ser impotente frente a la acción que el distinto pudiese desplegar en su contra. Las cualidades particulares del otro implicaría que tiene el poder para hacer lo que él no puede porque carece de cualidades semejantes; por lo tanto, se vería impedido de contrarrestar la acción del Otro. Por ello, debe «adelantarse» a fin de prevenir esa acción supuesta. El Diremptor se ve impotente. El pavor a ser sometido o avasallado es el miedo central. Si bien el Diremptor conoce muy bien sus atributos y cómo magnificarlos, también supone que son acotados, y sufre esta limitación (más aún al enfrentarse a Otro con cualidades distintas). El Diremptor se conoce inferior. Sin embargo, desplegará todas sus habilidades para que este sentimiento no quede expuesto, sino que por el contrario sea reconocido como un hombre potente. El hombre normal percibe al otro como semejante, y no lo registrará como amenaza hasta tanto no despliegue una acción real y concreta contra su integridad. El Diremptor en cambio, impulsado por su Miedo Tríptico, realizará la Evaluación Discriminatoria a fin de clasificar las cualidades del Otro. Si estuviese en presencia de un distinto por sexo, raza, procedencia, cultura… pondrá en marcha su Mecanismo de Defensa. Para él, el distinto es considerado un enemigo-amenaza hasta convertirlo en subordinado. Primeramente, el Mecanismo de Defensa le sirvió como arma preventiva para someter a todo aquel que fuese distinto por su morfología, pensamiento, ideología, cultura, etcétera, con la finalidad de no ser avasallado: somete para no ser sometido. Al advertir que mediante el sometimiento lograba un lu- 15 -

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gar de poder, aquel fin primero de doblegar para no ser doblegado se transformó ya no en un medio para prevenir o evitar su humillación, sino en la forma de adquirir poder. Es este poder sobre el otro, los otros, el que compensa su perpetuo padecimiento, su carencia, el Vicio de Inferioridad. Erich Fromm afirma1 : «Si no podemos afrontar la vida creando, o no podemos transcender la vida creando, tratamos de transcenderla destruyendo y, en el acto de destruir, obtenemos superioridad sobre la vida».

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Erich Fromm. Espíritu y Sociedad. Paidós. 1992. - 16 -

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CAPÍTULO II El Proceso de Sometimiento

Es importante identificar quiénes se manifestaron como primera alteridad para el Diremptor: los animales, por sus características ajenas a la morfología de aquel, y la mujer. Es ella, con un sexo diferente y atributos que a él no le fueron dados — gestar, amamantar—, quien impone la alteridad al Diremptor; y digo «impone» porque su existencia y singularidad son manifiestas y absolutamente necesarias tanto al Diremptor como a la Naturaleza. Es ella, como él, el Todo de la especie. Si bien la mujer es la manifestación originaria de la alteridad, aquellos que provienen de otra cultura, de otra religión, de otra ideología, de una sexualidad cuyo goce no obedece el marco regulatorio cultural también son alteridad. Para enfrentarse a estas diferencias ideó un procedimiento que primeramente funcionó a modo preventivo, aunque más tarde se convirtió en un mecanismo para adquirir y acumular poder; así el Mecanismo de Defensa dio origen al Proceso de Sometimiento: la caza indiscriminada y la explotación de animales, guerras, conquistas, genocidios, esclavitud, exterminio y abuso. Mediante la destrucción el Diremptor alcanzaba la «superioridad» sobre los otros; la humillación y el vasallaje fue quebrantando la integridad de sus «enemigos» hasta determinarlos inferiores. - 17 -

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El Proceso de Sometimiento es la conducta planificada y reiterada a lo largo de la historia, cuyo objetivo ha sido quebrantar y quebrar la integridad del Otro distinto, menoscabando sus atributos y privándolo de sus derechos a través medios físicos (la fuerza, armas, etcétera) y psicológicos. Es importante destacar que la doctrina del Diremptor, si bien fue originaria de ciertos hombres, ha sido aplicada por hombres e inclusive mujeres sin distinción de raza o cultura, tanto por el caucásico como por el negro, el indígena como el mongol. La aversión al distinto no ha conocido límites de tiempo ni geográficos; por ello, al solo efecto de ejemplificar cómo los argumentos constituyeron armas psicológicas, citaré la postura de Lewis Henry Morgan1 contra mujeres y hombres negros: «… Es una raza de inteligencia demasiado corta para ser apta para propagarse, y me satisface por entero la reflexión de que en todo el norte los sentimientos que despierta esta raza son de hostilidad. No sentimos respeto por ellos». Oportunamente el indígena fue definido como un ser inferior porque provenía de una «subcultura»; las mujeres, según argumentos de todo tipo (desde la filosofía, la medicina, la religión, la política, etcétera), poseían una capacidad intelectual «acotada» y sin la tutela de un hombre podrían ser severamente perjudicadas. Dijo Shopenhauer: «Que la mujer está destinada por naturaleza a obedecer se evidencia en el hecho de que toda mujer situada en la posición antinatural de completa independencia se une inmediatamente a un hombre a quien permite que la oriente y la dirija. Esto se debe a que necesita un señor y un amo…» (Las Mujeres, 1851). En cuanto a los homo-

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Marvin Harris. El desarrollo de la teoría antropológica. Siglo Veintiuno Editores. 1968. - 18 -

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sexuales y a los transexuales, en el mejor de los casos fueron tratados como enfermos o seres patológicos, hasta llegar a considerarlos una abominación. Si bien este proceso se inaugura con el empleo de la fuerza, en los siglos posteriores las armas fueron reemplazadas por dogmas, doctrinas y decretos, que a fin de cuentas resultaron más lesivos aun que la violencia física. La argumentación de inferioridad colmó todos los espacios, las calles, las casas; no había lugar adonde huir ni refugiarse. Mientras que la violencia física era ejecutada por un verdugo, conquistador, amo, la argumentación fue aplicada por padres, religiosos, docentes; la sociedad toda comulgaba con sus principios. El entorno familiar y social se convirtió en el educador de esta doctrina, en el factor más importante para condicionar la mente del ser humano desde sus primeros años de vida. El ejercicio constante de la Evaluación Discriminatoria le permitió al Diremptor separar en «categorías» o «clases» a las personas. Según esta clasificación, neutralizaba y controlaba las cualidades que le significaran mayor amenaza mediante un Sistema de Sometimiento específico para cada grupo: conquista y colonización para los indígenas, -como lo señala Silivia Federici: «la raza fue instaurada como un factor clave en la transmisión de propiedad y se puso en funcionamiento una jerarquía racial para separar a indígenas, mestizos y mulatos y la propia población blanca (Nash, 1980)»- ; a las mujeres se les aplicó la tutela masculina; para las mujeres y hombres negros la esclavitud; tutela psiquiátrica para homosexuales y transexuales (quienes podían «elegir» entre los tratamientos siniestros para «curar su patología» o la marginación). El Vicio de Inferioridad es propio del Diremptor, quien no escatimó recursos para quebrar la integridad del otro y reducirlo a su dominio. Pero ¿cómo quebrantaría la integridad de la - 19 -

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mujer? Así, como lo cuenta la historia: quitándole facultades, derechos, limitándola a determinadas tareas, prohibiéndole otras y, como factor decisivo, el generocidio2 : feticidio e infanticidio de niñas, caza de brujas. Primeramente, utilizó la fuerza para lisiarla. John McLennan3 , en su esquema, señaló: «Como se precisaban y se valoraban los cazadores valientes, todas las hordas tuvieron que estar interesadas en criar cuantos niños varones sanos les fuera posible. En cambio tendrían menos interés en criar niñas, por ser estas menos capaces de valerse por sí mismas4 y de contribuir además al bien común. En esto está la única explicación aceptable del origen de esos sistemas de infanticidio de las hembras que todavía existen y cuyo descubrimiento, que se repite de vez en cuando, repugna de tal manera a nuestra humanidad.» Adviértase la explicación de McLennan: si bien rechaza el infanticidio de niñas, lo argumenta en absoluta consonancia con el Mandato: por ser estas menos capaces, sin explicar por qué eran «menos capaces». Entonces las mujeres eran cazadas, capturadas como animales (algo que siguió repitiéndose en la Europa Medieval contra las mujeres proletarias solteras, violadas por grupos de dos a quince hombres5). El sometimiento es manifestación de poder, mutilación del deseo. ¿Podría una persona bajo estas condiciones potenciar y ejercer sus capacida-

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Mary Anne Warren. Gendercide: The Implications of Sex Selection (Generocidio: las implicaciones de la selección por sexo). 1985 3 Marvin Harris. El desarrollo de la teoría antropológica. Siglo Veintiuno Editores. 1968 4 La negrita me pertenece. 5 Véase Jaques Rossiaud. La Prostitución en el Medioevo. Barcelona. Editorial Ariel. 1986 - 20 -

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des, o precisamente era eso lo que se quería proscribir? Si bien luego sigue diciendo: «Si, pues, somos capaces de imaginar que […] el nombre de “esposa” llegara a ser sinónimo de una mujer esclavizada y sujeta al poder de su raptor o de sus raptores y el nombre de matrimonio se aplicara a la relación de un hombre con una mujer así, en tanto que dueño de ella…» , la primera calificación menos capaces queda establecida cual decreto al omitir, en esa afirmación, el análisis del contexto y de los antecedentes que lisiaban a la mujer. Es este un ejemplo de cómo el Mandato se encuentra ínsito en todo proceso de análisis, argumentación, lenguaje. Aquella masacre de niñas citada en los argumentos de Mac Lennan siguió aplicándose hasta nuestros días, como él bien lo señalaba. Los ejemplos más claros son China e India, y con una marcada tendencia: Afganistán, Pakistán y Bangladesh. Amartya Sen6 escribió en el año 1990 un artículo donde advertía la falta de más de 100 millones de mujeres en el continente asiático. Beatriz Campos Mansilla define el infanticidio femenino como la muerte dada a una niña recién nacida o en el transcurso de sus primeros años. A su vez distingue entre el infanticidio activo y pasivo. El primero implica matar a las niñas con métodos de ahogamiento, la asfixia, el abandono o el daño fatal a los órganos internos (ingesta obligada de soluciones mortales), mientras que en el infanticidio pasivo no existe una preocupación de alimentar ni cuidar la salud de la niña, dejándola morir. El feticidio femenino, de acuerdo con la autora citada, es la interrupción del desarrollo de un feto cuando se determina que sus órganos sexuales son femeninos, práctica que ha ido en

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Beatriz Campos Mansilla. El Feticidio e Infanticidio Femeninos. Universidad Complutense de Madrid. Web: http://www.ucm.es/info/ nomadas/27/beatrizcampos.pdf - 21 -

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aumento mediante la llegada de aparatos que permiten conocer el sexo antes del nacimiento. Si a ello le sumamos los malos tratos físicos y psicológicos contra las mujeres hasta inducirlas al suicidio por no haber cumplido con el proverbio indio «Una mujer casada no es completa hasta que no dé a luz un hijo varón»7 , podemos observar el generocidio como consecuencia de las sociedades patriarcales donde es el varón quien produce, quien se ocupa de sus padres en la vejez (países con una seguridad social pobre), mientras que las mujeres implican para su familia una dote que deben pagar (y que no siempre pueden). Su trabajo es netamente doméstico, no-productivo (sirvientas); son consideradas meramente consumidoras, un permanente gasto para la familia de origen y la del marido. La deshumanización y la cosificación de las mujeres abrió la puerta a toda clase de abuso. Al no ser reconocida como semejante del hombre, único prototipo humano, quedaba excluida de toda consideración: una animal más que cazar, otro bien de uso para sumar al patrimonio; y cabe resaltar que este «razonamiento» no se aplicó durante algunas décadas, sino miles de años. La fuerza engendró miedo, y el miedo impuso el acatamiento del Mandato elaborado por el Diremptor: «Eres un ser inferior». Es decir que el Diremptor in-plantó en ella, a través de un Sistema de Sometimiento, el vicio que le era propio. De esa manera calmaba su ansiedad frente a lo distinto, compensaba su carencia asegurándose el predominio. El Sistema de Sometimiento estaba compuesto por normas sociales, políticas, religiosas, etcétera. Dentro de las normas sociales la virginidad era considerada la prueba de su honra, su intimidad estaba abierta, expuesta a todo juicio. Debía

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demostrar, a través de la integridad de su himen, que no había tenido sexo con alguien que su tutor no hubiese admitido. A temprana edad debía contraer matrimonio con un candidato elegido por su padre, decisión que no podía desobedecer, y si se atreviera a hacerlo sería la culpable de la deshonra familiar. Una vez casada debía obedecer a su marido y si se atreviera a enamorar de otro hombre (probablemente por primera vez), la alejaban de sus hijos, por ejemplo recluyéndola en un convento de por vida, cuando no en un psiquiátrico. Respecto de las normas políticas, no tenían derecho a la educación. El objetivo era coartar toda posibilidad de desarrollo y creación intelectual; tampoco tenían derecho a administrar ni disponer sobre sus bienes (lo hacía el padre o el esposo, según el caso; quien ejerciera el rol de tutor). De este modo les extirpaban el ánimo de emprender un oficio o industria, ya que no tendrían derecho sobre los frutos producidos. Claramente, les estaba prohibido votar e intervenir en las cuestiones que decidían sobre sus vidas y las de sus hijos. Son estos algunos ejemplos; enumerar todas las mutilaciones sería interminable e inútilmente doloroso, ya que no podemos cambiar el pasado. Castigar y sufrir es irrelevante, cargar con su peso es tortuoso, mas aprender y comprender sus enseñanzas es fundamental. A través de las normas arriba mencionadas se advierte claramente que el sistema no estaba definido por las tareas que les estaban permitido realizar sino por inhabilitaciones. Cuidar de sus hijos, cocinar, ocuparse de las tareas domésticas, confeccionar manualidades, jardinería, etcétera eran ocupaciones que no representaban peligro contra los fines del Mandato; por lo tanto, quedaron exentas de prohibición. Al supeditar su creatividad y productividad a estas labores, la mujer quedó atrapada en ellas asumiéndolas cual barrotes de una cárcel. Así, se vol- 23 -

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vieron esclavizantes y quedaron estigmatizadas hasta nuestros días, y es importante revisar a conciencia que el trauma no está en las tareas que les permitieron hacer (cocinar, jardinería, etcétera) el trauma yace en las facultades mutiladas. De modo que el Mandato se ejerció y aplicó en forma constante y sistemática durante siglos. Esta modalidad sería indispensable para lograr su in-plantación. A través de la amputación de atributos y facultades se buscaba quebrar la entereza de la Feminidad para así injertarle una condición impropia: la inferioridad. El devenir de aquellas prácticas y sus terribles consecuencias quedaron registradas en la Memoria Genérica, genérica en su acepción gramatical, es decir, relativa al género. La Memoria Genérica es la sedimentación de las impresiones traumáticas percibidas por el género. Significa que las mutilaciones sufridas y los resentimientos causados son heredados en el inconciente femenino. Por lo tanto, la Memoria Genérica lleva en sí la coacción del Mandato: «Si te atreves a desobedecer, sufrirás el castigo». Esta represalia se aplica contra el género —por ser distinto—, y en ocasión del género a todas sus portadoras.

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CAPÍTULO III La Cultura Fálica

A través de la experiencia discriminatoria, el Diremptor advirtió las diferencias entre el sexo femenino y el propio. Si bien las coincidencias en la fisonomía de una y otro eran evidentes y mayoritarias, el impacto definitivo fue marcado por las diferencias. Percibió que los órganos sexuales de la mujer estaban en una condición de resguardo mientras que sus órganos (pene, testículos) estaban expuestos, vulnerables; observó que ella sangraba pero jamás se desangraba; sin embargo, si él perdía sangre se debilitaba, podía infectarse y morir. Ella poseía un órgano inédito, un órgano capaz de crear y llevar consigo un ser en formación, un ser distinto de ella al que una vez nacido podía alimentar desde su propio cuerpo. El Diremptor no lograba explicarse por qué ella poseía esas cualidades y él no, a tal punto que fue más fácil categorizarla como no-humano —un misterio, un error de la naturaleza, una réplica viciada— que reconocer la diversidad que ambos componen. La calificación no-humano también fue utilizada por los pueblos prehispánicos1 para agredir a los extranjeros: «amotlaca, tlahueliloque»: «no humanos, malvados». 1

Jaime Echeverría García. Miedo al recién llegado. Miedo al otro entre los Nahuas Prehispánicos. Una historia de los usos del miedo. Universidad Iberoamericana. 2009 - 25 -

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Es insostenible argumentar que el Diremptor no pudo comprender la humanidad de la mujer debido a sus diferencias; precisamente una de sus diferencias, la sexual/reproductiva, la hace tan protagonista como a él para la continuidad y la evolución de la especie, o acaso ¿puede una no-humana parir humanos?, ¿puede una ballena parir delfines, o una leona parir tigres? Sin embargo, este poder y derecho —sexualidad-reproducción—, sujeto a su exclusiva voluntad, ha sido manipulado por el Diremptor mediante toda clase de censura desde entonces hasta nuestros días. Según el lenguaje falogocéntrico, manifestación de la cultura, la mujer es meramente el medio para reproducir, una incubadora útil para no aletargar ni estorbar los asuntos del hombre. No interesan su voluntad, sus contradicciones, sus miedos ni sus sentimientos, por eso es medio (cosa) y no fin (sujeto). Su cuerpo no le pertenece, fue escindido de su integridad, es público pero no propio. Dice Silvia Federici: «…al negarles a las mujeres el control sobre sus cuerpos, el Estado las privó de la condición fundamental de su integridad física y psicológica, degradando la maternidad a la condición de trabajo forzado, además de confinar a las mujeres al trabajo reproductivo…». Aun en nuestros días las mujeres deben rogar la autoridad jurídica y social para alcanzar el permiso o la condena respecto de qué hacer con lo que sucede en sus cuerpos, en su integridad. «Nadie puede describir en realidad la angustia y desesperación sufrida por una mujer al ver su cuerpo convertido en su enemigo, tal y como debe ocurrir en el caso de un embarazo no deseado (Silvia Federici, 2010)». Ante la Evaluación Discriminatoria, temió que su sexo fuera inferior o incompleto frente al femenino; de allí la imperiosa necesidad de reivindicarlo, y para ello nada mejor que crear el mito de su órgano sexual, el Mito del Falo. Esta ficción consistía en aseverar que el órgano potente y responsable de su talento para someter y gobernar, para detentar poder sobre los otros, - 26 -

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residía en su pene. Construyó así un dogma teórico y estético. La estructura fálica hizo su manifestación desde los jeroglíficos hasta la arquitectura contemporánea. A través de líneas y formas los monumentos imperiales recreaban el Falo Omnipotente para simbolizar la potencia sexual, el poder, constituía el ícono representativo de la humanidad. Así, quedó instaurada una cultura dedicada a rendir pleitesía a su sexo y comulgar con su dogma. Los frutos del sometimiento y la aflicción por reivindicar su sexo instaron al Diremptor a definir la organización del Poder, su gran compensador. Basándose en la estructura de su órgano sexual estableció que la relación entre quien somete y el sometido es vertical: uno arriba (superior) y otro abajo (inferior). Todo aquel que ambicionaba un espacio más próximo a la cima que a la parte más baja de la sociedad vertical debía encomendar sus ideas, valores y acciones al culto fálico. La superación del ser humano no acontecía desde su interior —complejo de emociones y traumas—, sino en la relación vertical con los otros. Siente que se ha superado como sujeto cuando accede a roles sociales más altos que el resto de su entorno. Aquí se evidencia el legado de la Evaluación Discriminatoria del Diremptor: «Yo versus el Otro». Íntimamente no confía en su habilidad esencial para ser merecedor de un rol responsable dentro de la sociedad, más bien se siente acreedor de una posición jerárquica por haber obedecido y aplicado los dogmas y doctrinas establecidos socialmente. A esta sociedad denominada «patriarcal», sacralizada con el gran Padre Todoprotector, cuyo verdadero propósito radica en el poder para disponer sobre las facultades humanas: «proteger a los seres mínimos de sí mismos», considero menos condescendiente denominarla Sociedad Fálica, construida sobre una falacia, sobre un mito, y cuya cultura se ha desarrollado en torno a su tótem, el falo, emblema de fuerza, sometimiento y poder. Desde entonces, - 27 -

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los complejos y emociones humanas versan sobre el «don» de detentar un falo y no perderlo, o la «subnormalidad»: haber nacido sin él. Es claro pensar que quien llegaba a este mundo dotado de falo había nacido con la potestad de desarrollarse intelectualmente, decidir su propio destino, el de los otros (esposa, hijos, población, etcétera), obrar de acuerdo con sus convicciones, sujeto a deberes jurídicos y sociales establecidos también por aquellos que poseían falo. Así, el falo queda establecido como el símbolo del sexo que todo lo puede. El miedo ancestral del Diremptor a la mujer ha fundado toda negación para reconocerla humana. La mujer para el Diremptor es imposible de definir porque no la admite humana; es duda, incertidumbre, enigma, un ser que podría ser más capaz que él y por lo tanto es amenaza, peligro. Podría ser cualquiera de sus interminables representaciones, pero no podía, ni puede, ser humana.

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CAPÍTULO IV Por qué no «la» Diremptor

Podría cuestionarse por qué originariamente las mujeres no desarrollaron la doctrina Diremptor, por qué no buscaron la dominación del otro sexo; pues considero que para ello es fundamental revisar la relación de la mujer y del hombre con su medio, la Naturaleza. El vínculo entre la Naturaleza y la mujer no tiene sofisma ni medias tintas: los cambios violentos y constantes de la primera se manifiestan sin prolegómenos en la segunda. De allí que la mujer esté emparentada de manera ontológica con la transformación; lo conocido cambia y se transforma en algo nuevo, distinto, para vivenciarlo e integrarlo a su experiencia. La diversidad, atributo de la Naturaleza, manifiesta en su jaspeada composición la vida en diferentes formas, matices y energías (femenina/masculina), expresa que todo es distinto. Según esta conformación, la diversidad es la Integridad de la Naturaleza. Es así como lo femenino no teme ni busca negar la diversidad; ella misma la integra junto al masculino, los animales y las plantas. El poder de gestar —generar y llevar consigo— una nueva vida, un ser distinto de ella a quien no necesita someter puesto que ese nuevo individuo dependerá de ella al menos durante algunos años, significa que las mujeres experimentan la capaci- 29 -

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dad de crear e influir sobre otros seres distintos de ellas —sus hijos— con anterioridad al resto del mundo. Por lo tanto, el Miedo Tríptico no es connatural de la mujer, lo que no excluye la posibilidad de que, según sus experiencias de vida, entorno familiar, social, pudiese adquirirlo. En consecuencia, para qué invadirían otros pueblos con el fin de incrementar la población del suyo, si ella y sus congéneres podían parir hijos, todos los hijos de una nación. De acuerdo con la «teoría del hombre cazador», Washburn y Lancaster1 en 1968 y Tiger en 1971 han afirmado que la caza cooperativa de grandes animales fue la que provocó el desarrollo de habilidades intelectuales que distinguen al hombre de otros animales. Sin embargo, la antropóloga Sally Linton2 en su artículo «La mujer recolectora: sesgos machistas en Antropología» argumenta que el incremento del tamaño del cerebro y la aparición del lenguaje tuvieron que ser anteriores al desarrollo de la caza mayor, puesto que al marcharse en expediciones ya debía existir un lenguaje que les permitiese conocer situaciones geográficas, climáticas y tener capacidad organizativa, todos ellos conocimientos desarrollados, aplicados y transmitidos por las mujeres para la recolección y la crianza, actividades previas a la caza. María Eugenia Carranza Aguilar3 hace referencia al artículo de Ortner (PULEO en AMOROS, 2000) para exponer el estatus inferior de las mujeres y de la naturaleza: «… demostrando que lo que hacen los varones se considera auto-

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María Eugenia Carranza Aguilar. Antropología y Género. Mujer y Educación. Editorial GRAÓ. 2002. 2 Ibídem. 3 Ibídem. - 30 -

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máticamente cultural y lo que hacen las mujeres es percibido como instintivo, natural, como algo que no trasciende la animalidad. Por ejemplo, dar la muerte es propio de las actividades de caza y de guerra masculinas y ha sido considerado superior a la capacidad femenina de dar la vida y cuidarla. Matar y parir, ambos son hechos culturales (…), pero se ha valorado cada actividad de forma desigual...». Así mismo, el ecofeminismo 4 parte de la idea de que la Naturaleza como categoría sociológica ha sido feminizada y, por tanto, devaluada y oprimida, y las mujeres han sido naturalizadas y, por tanto, devaluadas y oprimidas. Mediante su analogía con la Naturaleza la mujer se siente propia, originaria, no ambiciona imponerse sobre los otros porque se siente parte integral de la fuerza más poderosa que da y quita vida en el planeta, fuerza también compuesta del masculino, solo que este género se relacionó con la Naturaleza de forma no tan inmediata y quizás por ello más traumática, en algunos, a tal punto de sentirse extraños, ajenos a su entorno. Este sentimiento alimentó el miedo a lo desconocido, el miedo a ser devorado. De allí la necesidad del Diremptor de imponerse en un medio que no siente propio, sino desconocido, y por lo tanto amenazante de acuerdo con su experiencia desde la expulsión del vientre materno (seguro), pasando por las distintas edades en las que se vio impelido a adaptarse y sobrevivir. La mujer también atravesó este proceso; sin embargo la manifestación de la Naturaleza en sus cambios cíclicos hizo que ella tuviera una relación inmediata y constante con su entorno. No necesita doblegarlo porque el medio es semejante a ella, por lo tanto el medio es parte de ella y ella es parte del medio.

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Sin embargo, la relación del masculino con la Naturaleza es externa y no íntima, como en la mujer; mientras que el sexo de esta es circular, y como circular omnímodo, el sexo del varón es lineal. Basta con que observe a su alrededor para darse cuenta que su en-torno realidad es circular y no lineal como su sexo; de allí el rol impostergable de la maternidad como función mediadora, ejercida por todo humano, mujer u hombre, para introducir al nuevo ser a su medio. Mediante el alimento y el apego fundará en él el sentimiento de seguridad y pertenencia, como parte del Todo. De lo contrario, buscará doblegar a su entorno para someterlo y así asemejarlo a sí mismo, por la fuerza y siempre bajo su dominio; sin este poder se siente impropio. Lo circular sin lo lineal no tiene horizonte; y lo lineal sin lo circular es vacío.

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CAPÍTULO V El Progreso y la Evolución La Perfección La introspección, medio y remedio El Progreso y la Evolución. El Diremptor logró consagrar su falo como símbolo del progreso; adviértase que digo progreso y no evolución. El progreso como capacidad de superación sobre los otros, la adquisición de mayor poder: económico, de información, armamentista, con el unívoco fin de posicionarse sobre los demás. La evolución sin embargo, es la conciencia de la integridad tanto propia, individual, como la del Otro, de los otros en toda composición de crecimiento. Mientras el progreso es vertical, avanza en forma lineal, la evolución es horizontal, se extiende, se expande, sin norte ni sur; es por lo tanto, universal. El progreso reproduce la relación del Diremptor con su entorno: desde afuera y para afuera; lo que se tiene, lo que se logra es para demostrar quién puede más, quién está más arriba. En cambio la evolución parte desde adentro hacia fuera, el conocimiento íntimo para magnificar potencias y resignificar las carencias como medio y remedio en el crecimiento tanto personal como profesional, económico, etcétera. - 33 -

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Si Progreso (científico, económico, tecnológico, etcétera) y Evolución (individual, introspectiva, humanitaria) hubiesen ido de la mano, el avance no imperaría hacia arriba y a costa de los de abajo como lo demanda el primero (basta observar los índices de consumo por ejemplo de EEUU [arriba] y África [abajo]), sino en todas las direcciones en forma equitativa. Un nuevo orden, ni opuesto ni invertido, sino nuevo; de eso se trata, de contener y fortalecer a los oprimidos: los de recursos escasos o nulos, los llevados al margen, por ejemplo los transexuales. Es dramático observar cómo, cuando la sociedad no puede clasificar, categorizar (hombre o mujer), excluye, margina, y el miedo se vuelve un arma desgarradora; la agresión desde los primeros años (sos puto, marica…) hiere. La aversión y el rechazo a toda hora, desgarran. La violencia paraliza… La invisibilidad, la cosificación matan. Las grandes civilizaciones humanas nos han dejado legados invaluables. Sin embargo, la historia nos ha demostrado que, con métodos variables, todas aplicaron el Proceso de Sometimiento. Progresaron hasta sobresalir, pero inevitablemente llegaron a su decadencia. ¿Podríamos atribuirle esta fatal decadencia al orden fálico impuesto por el Diremptor? Analizar y discriminar para someter y controlar al mayor número personas con la finalidad de preservar y aumentar la magnitud del poder; un poder externo para calmar un no-poder íntimo, una carencia. Esta regla vertical, que tiene un origen y un inapelable fin, es la responsable de influir y acotar la mente humana a través del Miedo Tríptico infundido, procedente del Vicio de Inferioridad: sensación de carencia y vacío, debida al desconocimiento íntimo del complejo potencial humano. Las civilizaciones, los regímenes e imperios resultaron sectoriales; abarcaron un sector determinado del mundo y se desmoronaron. No lograron ser universales. Su visión nunca fue - 34 -

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universal, la visión del Diremptor fue: discriminar para separar y categorizar, infundir el Vicio de Inferioridad para neutralizar y controlar, el miedo para someter, y la competencia hacia la verticalidad (recelo, rivalidad) para dividir y reinar. Silvia Federici1 señala que la concentración de trabajadores explotables y capital fue «una acumulación de diferencias y divisiones dentro de la clase trabajadora, en la cual las jerarquías construidas a partir del género, así como las de “raza” y edad, se hicieron constitutivas de la dominación de clase y de la formación del proletariado moderno.» Siempre han existido almas contaminadas con el Miedo Tríptico y la consecuente avidez de poder; seres dispuestos a destituir el régimen vigente para imponer el propio. Cada uno de esos regímenes estuvo destinado a compensar las carencias del Diremptor de turno, la propia ansia, el insaciable vacío. El Diremptor se ha destinado históricamente a someter por miedo. Su energía ha estado dedicada a controlar al distinto, porque él como entidad no se ha podido integrar. Él es semejante a nada, porque jamás pudo conocer los trazos de su integridad; en oposición al hombre y la mujer universal, capaces de indagar en sus virtudes y miserias para equilibrarlas y no ser embestidos por emociones y sentimientos corrosivos de su integridad ni la de los otros. Estas mujeres y hombres distintos del Diremptor observan, experimentan e incorporan en lugar de separar/discriminar. El respeto y la tolerancia son su orden; su meta individual es crear y fomentar las condiciones

1 Federici, Silvia. Calibán Y La Bruja. Mujeres, Cuerpo Y Acumulación Originaria. Madrid: Historia9 Traficantes De Sueños, 2010. Web: www.traficantes.net/index.php/editorial/catalogo/historia/Caliban-y-labruja.-Mujeres-cuerpo-y-acumulacion-originaria-2a-Edicion/

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para potenciar los dones humanos en absoluta diversidad. Su fin último y primero es la evolución constante con miras a desarraigar la sensación de inferioridad a través del autoconocimiento, la resignificación y la armonía de las cualidades propias. La Perfección. Otro de los dogmas instaurados por el Diremptor fue el modelo de perfección humana. Lo había definido de tal manera que rara vez un ser humano pudiera sentirse perfecto, acabado en sí mismo; por el contrario, el estereotipo de perfección aplicado era ajeno a las condiciones naturales del ser humano. Al fracasar en sus intentos por alcanzar una naturaleza impropia, el individuo se sentía frustrado e incompleto. Así también lograba in-plantar su Vicio de Inferioridad. La perfección no se concibe desde la negación del error. La perfección en el individuo es la integridad, la capacidad de integrar los opuestos: de crear y destruir; de experimentar el error con libertad para alcanzar el acierto con plenitud. El humano es un ser complejo, se compone de elementos diversos —distintos, opuestos—; por lo tanto, la perfección —cuando al ser humano se refiere— no puede sino ser compleja. Precisamente, su bondad reside en amalgamar lo destructivo a lo creativo y generar un estado de equilibrio entre las fuerzas opuestas. Ello implica que la perfección no puede prescindir del error ni de lo pernicioso, está compuesta tanto de ellos como del acierto y de lo sublime. De acuerdo con la Real Academia Española, perfeccionar significa: «Acabar enteramente una obra, dándole el mayor grado posible de bondad o excelencia»; e integridad significa: «Que no carece de ninguna de sus partes.» Como «obra», entiéndase al individuo mismo, quien se acaba enteramente al conocer, ejercer y transformar con libertad todas sus partes —atributos y ca- 36 -

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rencias, virtudes y miserias—, logrando así un estado de mayor bondad o excelencia íntima. Es así como la Integridad es equivalente a la perfección, y la perfección implica integridad. La Introspección como medio y remedio. Todos los seres humanos poseen las mismas facultades, pero en cada uno se manifiestan en forma inédita; por ejemplo, el poder de crear se expresa a través de obras artísticas, vida, inventos, resolución de conflictos, etcétera. La creación supone la revolución de todos los elementos emocionales y conceptuales que constituyen al creador, dispuestos a contraponerse, mezclarse y amalgamarse en un ritmo vigoroso y tenaz; bullen en las entrañas hasta el momento de la separación. Es este el estado de gravidez en la embarazada, un estado de conmoción emocional hecha carne, sangre y placenta; es el momento en el que el artista trabaja sobre su obra, la angustia y el caos que lo mueven, y combina y consume sus energías anárquicas y antagónicas. Es la experiencia vivida por el mentor de una idea, proyecto o desarrollo; un estado de «padecimiento» propio para la generación de algo nuevo. La hora de la separación obra-creador (el niño de su madre, pintura de su artista, idea de su mentor, etcétera) implica que la obra ya no es parte integrante del creador, se ha desprendido de él. La obra se manifiesta como unidad o individuo distinto de su creador. Es fundamental comprender que toda creación implica destrucción: debe destruirse un estado anterior para crearse uno nuevo. En la pintura, por ejemplo, habrá que destruir la blancura del lienzo para crear la obra en óleo; al igual que la verdad cuando destruye el estado de mentira. Otro atributo humano es la transformación de las emociones. En su faz creadora todo individuo puede transformar la - 37 -

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carencia en plenitud, la angustia en motivación, y en su faz destructiva del modo inverso. Es por ello indispensable el conocimiento íntimo: que cada ser se desnude para sí con la ambición primera de conocer la naturaleza de sus debilidades y fortalezas. Es este conocimiento el que le permitirá revelar su talento, comprender su potencial. El ejercicio de la introspección debe acompañar a todo ser humano desde su educación inicial. Las ciencias de la psiquiatría, psicología, sociología y afines proporcionarán la información necesaria para diseñar y planificar los programas oportunos a cada etapa, eficaces para el contexto del ser en formación. Lo cierto es que, desde los primeros años, nos enseñan a comer, hablar, caminar, a adquirir un lenguaje que no siempre coincide o guarda coherencia con lo que nos pasa. No nos enseñan a leer y decir lo que nos pasa; este conocimiento es vital para resignificar las experiencias dolorosas que impactan en nuestra fisiología. La educación introspectiva opera de dos maneras: una colectiva —Estado— y otra individual. A través de ella el Estado conoce las fibras de su población: qué circunstancias la afectan, en qué medida, sus consecuencias… Esta información le permitirá rever políticas de Estado con el fin de crear las condiciones necesarias para la evolución de una Nación. Así, por ejemplo, cada vez que un agente terapéutico escolar advierta síntomas indicativos de un padecimiento psicológico en niños y niñas, podrá analizar mediante equipos interdisciplinarios el contexto que lo afecta, ya sea el hogar, el barrio, la misma escuela, para identificar, prevenir y denunciar, oportunamente, tanto los casos de abuso, maltrato, etcétera, como sus detonantes. Para la persona representa un derecho operativo, toda vez que el Estado le facilite los medios para acceder a ella (alimento, vivienda, vestimenta). Cuando la persona conoce cuáles son sus - 38 -

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beneficios y qué compromisos debe asumir en el ejercicio de la introspección, tiene la libertad de elegir aplicarla o no en su cotidianeidad. Pero sin conocimiento no hay elección, sin elección no hay libertad, y sin libertad no hay derecho. La introspección es la introductora del sujeto en su medio (familia, cultura, sociedad, Nación, planeta); es el primer lenguaje, el único lenguaje real. Mediante su ejercicio el individuo puede integrar sus opuestos, comprender su complejidad y analizar su contexto; puede asimilarse como un Todo y como parte de Todo. Para el individuo el encuentro con sus vicios y virtudes le da conciencia de su ser; un Ser Potente, entero, acabado en sí mismo. Este es el complejo denominado Integridad. Un ser completo, nada tiene que quitar. Quien logra conocerse y respetarse como ser íntegro se identifica como entidad potente, no carente (inferior). El poder radica no en gobernar a los otros sino en dominar las emociones destructivas, comunes a toda mujer y hombre, para la evolución individual y como especie.

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CAPÍTULO VI El Estatus Res

El encuentro del Diremptor con la mujer resultó una experiencia confusa y cargada de ansiedad. Las diferencias físicas que manifestaba la mujer lo habían desconcertado y cautivado a la vez. Las líneas de un cuerpo distinto al propio, de olor inédito y embriagador a sus hormonas; entre lo conocido, lo nuevo, y un ansia desbordante, experimentó el Deseo Original. Esa necesidad primera de aferrarse a la piel, a los aromas femeninos, para penetrarla y quedarse cobijado a revivir el recuerdoimpronta de su gestación: el sentimiento de seguridad. La conmoción física-emocional y el intercambio de fluidos evocaron el aura líquido de protección y refugio que vivenció en sus primeros meses de vida. Esta percepción es la que desconcertó al Diremptor; sintió que todo su ser se había concentrado en un solo miembro, su falo, idóneo para llevarse al interior femenino y así, revivir la impresión de resguardo y plenitud una y otra vez; allí donde no ha de sufrir destemplanza. El deseo expuesto y erguido, el apetito urgente del sabor redondo, pletórico de pechos inflamados, que arrogantes prometen saciar… el ansia de sentirse lleno y protegido. Al advertir que las mujeres tenían el poder de «aliviarlo», temió ser peligrosamente vulnerable ante la potencia sexual femenina, potencia que no le demandaba ningún esfuerzo: tan solo su - 41 -

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presencia revolucionaba todos los sentidos. Para prevenirse de esta amenaza se ocupó de regular, censurar y amancillar la sexualidad de la mujer. La expresión de estas cualidades quedaría bajo la entera disposición del Diremptor mediante la regulación establecida por el Sistema de Sometimiento: la tutela que ha ejercido la Sociedad Fálica sobre la mujer. Su primer accionar fue desmembrarla, escindir, separar lo que le sería útil de lo innecesario; así decretó que el cuerpo era el medio exclusivamente físico, útil, mientras que los sentimientos, «emociones que difícilmente guardaban coherencia», serían prescindibles. Una vez categorizado el cuerpo de la mujer como objeto, dominarla y someterla por la fuerza fue su compensador inicial: al someterla adquiría poder —su primer compensador—, y al penetrarla revivía el sentimiento de seguridad. La segunda etapa de sometimiento se refiere al sometimiento psicológico, la trama de argumentos y ficciones destinadas a quebrantar la integridad femenina. El Diremptor determinó al cuerpo femenino como objeto de amenaza; además de perturbarlo y extasiarlo, advirtió que goza de prerrogativas de las que él carece. Estas consideraciones, producto de la Evaluación Discriminatoria, son las que le permitieron saber con certeza qué atributos controlar y cuáles anular para afianzar poder sobre ella. Silvia Federici señala que desde el siglo IV el clero1 reconoció el poder que el deseo sexual confería a las mujeres sobre los hombres; sus intentos por exorcizarlo, por usurpar la mágica capacidad de dar vida de las mujeres al adoptar un atuendo femenino y estigmatizar la

1 Véase Mary Condren. The Serpent and the Goddess (La Serpiente y la Diosa). 1989

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sexualidad como una vergüenza; «…tales fueron los medios a través de los cuales una casta patriarcal intentó quebrar el poder de las mujeres y de su atracción erótica.» Uno de los primeros argumentos fue asegurar que el cuerpo femenino era una imitación defectuosa del cuerpo masculino debido a las diferencias que manifestaba; decretó que es impuro porque difiere del original —el masculino—. Con la calificación de «impuro» aparecieron los sinónimos: corrompido, viciado, sucio, contaminado, etcétera, y con ello, la definición de la existencia femenina como un ser corrompido, capaz de corromper, de perturbar. La menstruación, ese sangrado inexplicable, sería utilizado para simbolizar la «suciedad» del cuerpo femenino; el modo a través del cual la mujer debía purgar su transgresión a la anatomía original. Así lograría hacerla sentir culpable, indigna, por el solo hecho de haber nacido con un cuerpo diferente. De acuerdo con los beneficios que podía obtener de la mujer, estableció dos categorías: a) las que servían a los fines de satisfacer la sexualidad (prostitutas); y b) las que darían hijos sanos a la sociedad (procreadoras). Ambas adquirían un estatus social, pero no gracias a su incuestionable humanidad sino por la función que sus cuerpos cumplían dentro de la comunidad. A la comunidad no le interesaba el complejo emocional de una prostituta; había un paradigma establecido para definir a las mujeres desmembradas de su intimidad. La sociedad asumía que todas se comportaban y sentían de la misma manera, como si fueran reproducciones en serie. Tampoco se les consultaba a las «procreadoras» sobre sus ambiciones, puesto que no podrían ser otras más que tener un marido y cuidar hijos. Así es como el Diremptor, a través del Sistema de Sometimiento, le asigna a la mujer un Estatus Res, el estado de cosa. La cosa puede obedecer como un animal dominado, o sencillamente - 43 -

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pertenecer, como cualquier objeto exánime. Los sentimientos, emociones, aspiraciones, el deseo y el placer quedan extirpados toda vez que son irrelevantes a los intereses de la Sociedad Fálica. Si bien ambas «clases» de mujeres quedaban asignadas al Estatus Res, a las del segundo grupo se les imponía la maternidad no solo a los fines reproductivos sino también como una forma de expiar la potencia de su sexualidad. La maternidaddeber quedó impresa en la Memoria Genérica y así también la fantasía del rol materno como redentor o encubridor de perversiones y carencias; el nuevo ser como medio para «llenar» vacíos y remendar heridas. La culpa por haber nacido con un cuerpo corrompido, el cinturón de castidad: la virginidad, las relaciones sexuales como medio para satisfacer al masculino o para engendrar —en ambos casos para cumplir una función social—; todo ello operó cual bisturí destinado a «mutilar el clítoris», denominado por algunas teorías dirémpticas «falo atrofiado». En consecuencia, la sexualidad femenina se vive de manera contradictoria: por un lado, existe una conexión directa y espontánea con el placer toda vez que experimenta una potencia desbordante al sentirlo y generarlo en la completitud de su ser, y por otra parte, la impronta de censura y castración —Memoria Genérica—, como si el placer de experimentar la sexualidad fuera impropio al género. No quiero abandonar estas líneas sin antes invocarlo a Freud: «El efecto de la envidia del pene contribuye además a la vanidad física de las mujeres, puesto que inevitablemente valorarán mucho más sus encantos como una tardía compensación por su inferioridad sexual original» (“Feminidad”, 1933). A tal punto llegaron las teorías dirémpticas que al momento de estudiar la histeria —en griego hyaterá, matriz— la escuela hipocrática argumentó que era el útero el causante de los desórdenes físicos y emocionales. Lo describían como un órga- 44 -

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no móvil, voraz e inquieto que atormentaba a la mujer. Todo tipo de ficciones se alegó con el fin de no admitir que la histeria era la consecuencia lógica de la mutilación de la potencia sexual. Resultó más lógico y coherente culpar al órgano inédito de la mujer que atreverse a reconocer los traumas a los que las estaban sometiendo. El Sistema de Sometimiento que le asignaba un rol social a la mujer mediante la «funcionalidad» de su cuerpo, estaba destinado a escindir la integridad femenina, separando lo físico de lo emocional, no solo porque de su cuerpo obtenía beneficios sino porque y fundamentalmente, de ese modo quebraba su unidad, su integridad como persona haciéndola pasible/pasiva de sometimiento. Según el Diremptor, un cuerpo adulterado estaba dotado de una mente adulterada, por lo tanto la mujer no estaría en condiciones de decidir su propio destino; en virtud de ello, debería estar siempre bajo la tutela, la «protección» del masculino. Dijo Aristóteles: «Una vez más, el varón es por naturaleza superior y la hembra2 inferior. Uno dirige y la otra es dirigida. Los de clase baja son por naturaleza esclavos, y es mejor para ellos, como para todos los inferiores, estar bajo el mando de un amo» (Política, S. IV a. C.). Dejada al arbitrio de su «levedad intelectual» podría cometer equivocaciones que la sociedad castigaba severamente, debía protegerla de sí misma. Así se in-plantó un nuevo axioma: «La libertad es peligrosa para la mujer, el condicionamiento es seguridad». Cualquier mujer que fuera libre de arbitrar su modo de vida quedaba expuesta a ocasionarse y ocasionar a su familia, a la sociedad, daños irreparables.

2 La negrita me pertenece. Véase la diferencia: “varón” (humano), “hembra” (animal).

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La aplicación de este tipo de axioma, normas sociales y jurídicas a lo largo de la historia, indudablemente impresionaron en el inconsciente colectivo femenino, la Memoria Genérica. Así la mujer percibe su cuerpo como conflicto, entonces y ahora. Siente que no importa cuánto se esfuerce, siempre hay un defecto que padecer. Es la mentalidad del Diremptor la que a través de teorías, doctrinas, dogmas y sistemas sociales in-plantó la idea de que el cuerpo femenino es defectuoso, impuro. Para desterrar estas teorías, es indispensable reconocer las prerrogativas femeninas como tales y no cual defectos. Los órganos sexuales femeninos difieren de los masculinos porque sus funciones son distintas, no porque sean una abominación. Su cuerpo se distingue del masculino porque está preparado para cambios rotundos; por ello su piel es más delgada y sus músculos más elásticos, no porque sea endeble. La menstruación no es la purificación de un ser sucio o indigno sino el encuentro íntimo e impostergable entre el interior y el exterior femenino, la consistencia de la vida, la alterabilidad física como metamorfosis, el síntoma de la constante transformación universal. Penosamente, estas diferencias no fueron honradas sino manipuladas para definirla como un ser inferior, impuro y débil. Aun después de varios siglos, el Estatus Res sigue consumiendo el alma femenina. Cuerpos intervenidos, obedientes al arquetipo consumista: se desea, se consume y se desecha; la reinvención del Estatus Res es la mujer como objeto de consumo. En esta carrera impuesta por la Sociedad Fálica hacia la verticalidad, la mujer res debe escindirse para interpretar el producto codiciado: cuerpo por un lado, alma por el otro. El cuerpo debe lucir espléndido de acuerdo con los cánones de belleza establecidos, sonriente, bien predispuesto, mientras - 46 -

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que el alma se guarda en algún rincón que solo ella conoce. Es oportuno preguntarse cuántas veces por día, cuántas veces por año cabe la escisión; ¿podrá algún día reintegrarse lo escindido? Es evidente que estos modelos se multiplican porque están funcionando como referentes sociales, modelos a imitar. De la mano del Consumismo, la Sociedad Fálica se reinventa para mantener el estatus quo: mujeres para entretener, mujeres para procrear.

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CAPÍTULO VII La venganza

El mandato rigió con imperio a través de las normas que regulaban la existencia femenina. Si alguna se atrevía a desobedecer la voz del padre, esposo o tutor, el adefesio gigante despertaba furioso al percibir el intento de fuga del sistema. Con apetito voraz se levantaba y emprendía la caza con pisadas sísmicas que convocaban la atención de toda la comunidad. Exasperada, en novel vuelo intentaba alcanzar la libertad hasta que, de un manotazo, frente a todas sus hermanas, la tomaba por cada ala, y de un solo tirón, las arrancaba rojas, rojas de pensamiento, de vocación, ideología y revolución. La lección fue: Alas de mariposa, frágiles y de breve vuelo podrás tener, pero si tan solo ambicionaras alas de halcón, no tendrás otro destino más que arrastrarte como gusano. El miedo se volvió aire, el odio alimento, la impotencia rencor, y la venganza… un instinto hambriento. Finalmente, estos sentimientos resultaron convenientes al Mandato. ¿Qué alma sería capaz de emprender vuelo con semejante peso sobre sus espaldas? Cabe preguntarse entonces contra quién cometerían venganza. La Memoria Genérica de inmediato conmovía con el temor impreso por el Mandato: atentar contra los «superio- 49 -

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res» no era una opción, demasiadas lecciones habían presenciado; así que la vendetta solo podría ser llevada a cabo contra sí misma, su cuerpo, los frutos de su cuerpo (hijos) y toda semejante que le reflejara el género culpable de su desgracia, el propio, el femenino. La venganza y sus posibles destinatarios quedaron también registrados en la Memoria Genérica, lo que no significa concluir que toda mujer la haya aplicado, aunque la rivalidad femenina aún vigente demuestra que la gran mayoría no ha logrado librarse de los demonios in-plantados. No era lo mismo parir un varón que una niña para una mujer cuyo destino había sido dirigido primero por el padre y luego por el marido; en el deber de parir hijos sanos y fuertes había una esperanza, una segunda oportunidad: parir un varón. Haber traído a este mundo un varón significaba convertirse en la autora y proveedora de un ser completo, con falo, es decir, con poder para decidir y progresar en los distintos órdenes sociales. La ambición autorizada era proyectarse en un ser con la potestad de gobernar su propio destino; llevar a cabo todo aquello que a ella no le fue permitido. Sin embargo, ser madre de una niña, una persona que no tenía otro futuro más que resignarse al Mandato y obedecer, implicaba angustia y frustraciones cotidianas. Aplicar el Mandato sobre su hija como una vez lo hicieron con ella la llenaba de contradicción. Íntimamente, sabía que cometería el mismo crimen que habían cometido con ella, pero el miedo a las consecuencias de la transgresión estaba arraigado en sus células; no se atrevería a contradecir el orden impuesto. Finalmente, ver en su hija repetir la propia historia de subordinación, la amputación de sus potencialidades, era revivir una y otra vez la condena de su género. Por miedo, las madres obedecieron el Mandato y participaron en forma activa como cómplices en la mutilación de sus hijas. - 50 -

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Para la hija, la experiencia con su madre dejaría huellas difíciles de resignificar; su primer ser necesario, quien debiera ser su primer vínculo de afecto y protección, había conspirado en su contra. Ella, su semejante mujer, quien habría de comprenderla y amparado, la había traicionado. Los sentimientos de la madre: la frustración de parir una niña, la contradicción al verse obligada a obedecer y aplicar el Mandato sobre ella; los sentimientos de la hija: la desilusión al ver que los hermanos varones eran puros y dignos del afecto y la consideración de su madre, mientras que ella se sentía más bien una carga, y a veces, una vergüenza. Todas estas vivencias lesivas se repitieron generación tras generación sin poder advertir las verdaderas causas que las originaron. Vacías de diálogo, se fueron sedimentando capa por capa con los sabores de la decepción y el dolor. Así quedó arraigado el sentimiento más crudo en la Memoria Genérica: la traición. Aquellos sentimientos perniciosos de la relación madre-hija —la relación primera entre semejantes— se vivenciaron como la mayor traición, la más dolorosa, y por ello, difícil de resignificar. Es decir que la Feminidad se siente traicionada por su igual; así, el Mandato logró la mayor escisión del género: femenino versus femenino; semejante contra su semejante, contra sí misma. La venganza contra el mismo género no ha cesado; a tal punto han llegado el dolor y el miedo a la traición, que el prejuicio entre congéneres femeninas se ha vuelto un «seguro preventivo» contra la posible decepción. Así la mujer mira a su semejante mujer primero como una amenaza, una posible competencia capaz de quitarle «algo»; tendrá que evaluarla, «ponerla a prueba» para ver si realmente no representa un peligro. De este modo, la mujer sigue aplicando a través del prejuicio —clasificando como amenaza a su semejante— los preceptos - 51 -

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del Mandato. La rivalidad, la competencia y la envidia rigen para dejar de lado la sororidad1 y la conciencia femenina. Es fundamental identificar y reconocer estos impulsos cual síntomas privativos de la mediocridad, cualidad que se manifiesta desde el sometimiento, propiamente desde el Vicio de Inferioridad impuesto por el Mandato. Los registros de la Memoria Genérica impulsarán a que, en el primer contacto visual, reconozca en la otra cualidades o características que cree no poseer o haber perdido. Al hallarlas, se sentirá amenazada ante la idea de que su «inferioridad» quedase expuesta; compite para demostrar que no es inferior a la otra/o, aunque esta primera reacción podrá ser controlada según el ejercicio que cada una realice del proceso de reflexión. Si asumen el compromiso de observar sus propias actitudes para ejercer gobierno sobre sus impulsos, podrán construir relaciones de hermandad. Este proceso las liberará de prejuicios y limitaciones, aunque lo más significativo será la sensación plena de haber preservado a la semejante —espejo—, sintiéndose preservada ella misma, acercándose a su propio género sin recelo; en ese proceso hallará el camino para desactivar el Mandato Ancestral. Hasta tanto la mujer no vea en la otra a una humana, individua con derecho a la autonomía de su ser: cuerpo, sentimiento, palabra, pensamiento; legítima autora de su voluntad, seguirá percibiéndola como objeto parcial, inconcluso, pasible de mandatos. La liberación ya no depende de los otros, de la sociedad; depende de cada mujer en su relación con la otra. La historia

1 El concepto de sororidad proviene del latín “soror”, “hermana”, que se distingue del “frater ”, que se refiere al pacto entre hermanos, iguales. ABC del Género – Glosario. Unidad de Género. Corte Suprema de Justicia -República del Salvador.

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de dolor y traición solo se puede resignificar desde la solidaridad irrestricta con el género, y para ello es necesario el destierro del impulso de venganza a través de la solidaridad cotidiana con la otra. Otra situación propicia para la venganza de género se presenta cuando el hombre decide terminar una pareja para iniciar otra; entiéndase bien que no me refiero meramente a una infidelidad casual, sino a la culminación de un vínculo para proseguir con otro. Es significativo el número de mujeres que creen y responsabilizan a su congénere por «haberle quitado el marido». De acuerdo con ese precepto, la mujer que así lo afirma está admitiendo tres falacias lesivas: primero, niega toda capacidad de discernimiento al hombre, como si fuese un animal que bajo sus impulsos sexuales quedara desprovisto de razón para reflexionar y decidir libremente; segundo, le confiere a la «tercera en discordia» habilidades cuasi sobrenaturales, como si tuviese el poder de hechizar y privar a su víctima del libre albedrío. Ello le implicará asumir en forma consciente o inconsciente, que la otra tiene cualidades/atributos de los que ella carece. Construye de este modo una representación acorde al Mandato in-plantado (ser inferior); y tercero, manifiesta un sentimiento de propiedad sobre el hombre, como si el vínculo implicara un derecho de pertenencia, derecho aplicable a las cosas. Para reflexionar respecto de esta circunstancia será indispensable determinar los elementos que componen el concepto de pareja: a) conjunto de dos personas; y b) semejantes entre sí. a) Al determinar que se trata de dos personas, el proceso de reflexión se dará por iniciado al momento que se excluya, deje de lado o se le quite trascendencia a la aparición de la tercera persona como motivo fundacional del fin de la pareja. b) Es en el segundo elemento donde encontraremos las causales que fueron concatenándose hasta desvanecer el vín- 53 -

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culo. Semejantes entre sí, no significa que los integrantes de la pareja sean semejantes uno a otro física (edad, fisonomía, etcétera) o emocionalmente (que reaccionen a los mismos estímulos); podrán serlo o no eventualmente. La semejanza entre sí significa que los anhelos y deseos de uno son equivalentes a las necesidades emocionales del otro, y viceversa. Según cada personalidad, tanto hombre como mujer buscarán una persona cuyos atributos sean semejantes a lo que consciente e inconscientemente anhelan, creen carecer o merecer. Se sentirán atraídos por las virtudes, obsesiones, apasionamiento, perversiones, etcétera que él o ella manifiesten. Hacia algunas de estas cualidades podrá desarrollar y expresar plena admiración —porque supone no poseerlas—; con respecto a otras, podrá recitar su desaprobación; sin embargo, no afectará el vínculo, ya que en el otro/a se atreverá a identificar lo que no se atreve a reconocer en sí misma/o. Aquí el espejo no refleja el género, sino lo que consciente e inconscientemente creemos merecer. Por lo tanto, más allá de que un tercero (hombre/mujer) lleve a cabo una serie de artilugios para seducir al integrante de una pareja, esto carecerá de relevancia hasta tanto los protagonistas dejen de sentirse semejantes entre sí. El movimiento constante de la vida, las nuevas circunstancias, los cambios, lo que se pierde y se gana, inevitablemente dejará huellas en los protagonistas, alterando las aspiraciones emocionales. A consecuencia, los deseos y carencias sufrirán cambios, las ambiciones personales-emocionales irán variando según no solo la etapa de la vida sino, fundamentalmente, las experiencias propias de cada individuo. Si estos cambios no pudiesen ser compartidos con el otro, convidados mutuamente, dejarán de ser semejantes entre sí, se generará un vacío que hará crisis en ambos individuos poniéndose de manifiesto los sentimientos de soledad, decepción y hasta rechazo al no po- 54 -

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der verse reflejado en el otro. El vínculo que los unía se debilita; es entonces cuando eventualmente podrá aparecer otra persona cuyas cualidades se emparienten con las nuevas apetencias. He allí que la aparición de esta no se manifiesta en la causa o como causa que disuelve la pareja, sino en la consecuencia y a consecuencia de los cambios que pudieron haberse producido en uno o en ambos, pero de manera distinta, quebrándose así el cristal que los reflejaba. Y hay que preguntarse por qué muchas mujeres sufren el desenlace como algo imposible de concebir, dispuestas a renunciar hasta a la propia dignidad con tal de no «perder al hombre». Debemos revelar conciencia en la educación que reciben las mujeres desde sus primeros años. La sociedad recrea en forma constante la presencia indispensable de un hombre en sus vidas. Dijo Rosseau: «La educación de la mujer siempre debe ser relativa a los hombres. Agradarnos, sernos de utilidad, hacernos amarlas y estimarlas, educarnos cuando somos jóvenes y cuidarnos de adultos, aconsejarnos, consolarnos, hacer nuestras vidas fáciles y agradables; estas son las obligaciones de las mujeres durante todo el tiempo y lo que debe enseñárseles en su infancia» (Emilio, 1759). Así que las mujeres crecen sometidas a la idea de que sus vidas deben siempre girar entorno a la presencia masculina. Emprenden la búsqueda del príncipe azul que pueda rescatarlas, salvarlas de su inferioridad, de su insuficiencia; alguien que pueda darles un nombre, que las haga mujeres, que al menos por proximidad las realce con algo de humanidad para lograr ser vistas, consideradas como esposas o madres, apenas respetadas. ¡Y los hombres no son príncipes azules, ni mesías! Son tan humanos, con virtudes y miserias, igual que nosotras. Las expectativas que cargamos en ellos son tiránicas; nadie puede rescatarnos de la inferioridad in-plantada más que nosotras mismas a través de la conciencia del género; nadie puede hacernos mujeres porque ese momento llega en - 55 -

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la vida después de un brutal caos y un exasperante dolor, cuando nos parimos a nosotras mismas para cortar con todas las ataduras del pasado, tanto individual como colectivo. Todo ello es nuestro trabajo, nuestra responsabilidad y nuestro compromiso con la propia existencia. Cuando la separación se vive como un fracaso, de acuerdo con el lenguaje de la Sociedad Fálica incapacidad para demostrar que no soy inferior, y no como el comienzo de un nuevo ciclo de cambios y evolución personal, de aprendizaje, existe una gran necesidad de castigar, de hallar culpables. Es la furia del fracaso y el pavor a la soledad. Es importante reconocer dos clases de actos perjudiciales: los tipificados por la ley y los que la legislación no contempla porque los considera propios de la esfera privada de las personas. Si bien ambos pueden generar sentimientos de dolor e impotencia, es fundamental comprender que deben ser procesados de manera diferente. En tanto los primeros son llevados a la justicia para determinar y sancionar al responsable, los últimos requieren de un análisis reflexivo en el que no se buscan culpables, sino las causas. Culpables no hay. El pasado no tiene culpables ni enemigos, sino maestros. Dependerá de cada mujer emprender con valentía un viaje interior para reconocer lo que anheló, ofrendó, mezquinó y olvidó en aquella pareja, pero no con el fin de culparse o culpar sino para identificar los cambios que en sí misma se habían generado, sus causas. Si consiguiera librarse del resentimiento para abordar esta observación de manera clara y reflexiva, experimentará su integridad con una plenitud inédita. En caso de que el dolor y la decepción jugaran un papel predominante, será oportuno acudir a un especialista a fin de que acompañe y guíe en el proceso de reflexión. Si la introspección no se llevara a cabo, sea en forma íntima o con la orientación de un profesional, al igual que la historia - 56 -

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de madre e hija, el instinto de venganza seguirá cobrando víctimas: los hijos —si los hubiese—, el hombre con quien ha formado nueva pareja —si lo hizo— y ella misma como generadora y receptora de su rencor. En consecuencia, aseverar: «La otra me quitó mi marido» será un resolución que terminará afirmando que la otra es mejor, lo que peligrosamente se traduce en una sentencia: «Soy inferior a ella»; y con este decreto, que funcionará como orden en el inconsciente animando los traumas del Mandato, dará rienda suelta a un proceso destructivo para consigo misma como destinataria de su propia venganza. La mitología griega aleccionó a la posteridad con un claro ejemplo de la venganza contra el mismo género. Cuando Poseidón violó a la doncella, Palas Atenea no lo castigó; la destinataria del castigo más aberrante fue su congénere: sus largos cabellos se hicieron serpientes y la mirada más traslúcida se vitrificó para convertir en piedra a todo ser que se atreviera a mirarla. Mientras dure la eternidad, fue la condena para Medusa; la traición y la venganza como una cuestión de género. La venganza también se ejerce contra el propio cuerpo. Desde siempre han existido métodos, instrumentos y patologías destinados a someterlo. Siglos atrás el corsé cumplía su cometido al estrangularles las entrañas, dejándolas exhaustas, sin aire, asfixiando toda capacidad de disfrute. Hoy día, serán las agujas y bisturís los que atravesaran la carne para dejar hematomas que sacien la aversión a las líneas de nuestros cuerpos, los pliegues. Habrá que vengarse de las caderas porque son propias de nuestro género; ser en extremo delgadas para que las curvas que nos distinguen del hombre desaparezcan. Se anhela el cuerpo de otro/a y se repudia el propio. Las cirugías fueron extirpando la unicidad que las facciones delineaban en cada rostro; la meta se resumía en: ser otra distinta. - 57 -

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La bulimia y la anorexia distorsionaron la propia imagen. Dieron un supuesto poder sobre el cuerpo repudiado, ya sea anulando el apetito para inhibir su contextura y así modificarlo, o saturándose de comida, como si cada bocado fuese un puñetazo repleto de ira: Habría que repugnar lo repugnante. La aversión contra el propio cuerpo se ha manifestado sin tregua; ningún procedimiento o conducta abusiva resulta suficiente para satisfacer, colmar la integridad inconclusa… la Feminidad mutilada.

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CAPÍTULO VIII Feminismo: el En-cargo

Hacia fines del siglo XIX el Sistema de Sometimiento gozaba de plena vigencia, aunque la reacción contra sus excesos crecía en forma exacerbada. La literatura feminista germinaba en las historias mudas; el aislamiento y la opresión imprimieron páginas, libros... La vida femenina dentro de las casas comenzaba a salir al mundo para retratar las emociones doloridas, famélicas de libertad… Una revolución se estaba gestando. Las palabras escritas eran el medio permitido que emplearon para instar el fin de la esclavitud de género, el reconocimiento de derechos. Así, las mujeres comenzaron a luchar por su libertad con la palabra como arma; digamos mejor, como herramienta. Las historias, con forma de prosa algunas, de poesía otras, tenían por fin último transmitir la angustia en su sentido catalizador; el llamado urgente a la reflexión sobre la realidad femenina. Si bien la literatura fue uno de los primeros portavoces del Feminismo, sabemos que no ha sido el único. A lo largo de décadas y por más de un siglo, el movimiento feminista desató una revolución que produjo cambios sustanciales a nivel mundial, aunque lamentablemente no alcanzó a ciertos países donde las mujeres aún siguen siendo esclavas. Las primeras victorias transformaron los vocablos de la ley, y con prontitud advirtieron que ello no era suficiente, que de- 59 -

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bían llevarlos de la letra de la legislación a la vida cotidiana. Decididas, asumieron el compromiso de ejercerlos y hacerlos valer en cada puesto de trabajo, universidades y comités. El traje de la libertad se hilvanaba a cada minuto del día. Una revolución tiene como objetivo cambiar el orden imperante para llevar a cabo un plan, un fin; en el caso del Feminismo, reivindicar los derechos de las mujeres. Para ello, debieron refutar el orden establecido por el Mandato. El cambio radical y determinante dentro de este régimen se vio cuando el Feminismo conquistó el derecho a voto; un antes y un después se había marcado en la historia de la humanidad. Antes, las convicciones entrañándose, las marchas y protestas, los castigos a la desobediencia, y después, un interminable camino para convencer a todos de que eran capaces y dignas de los derechos que habían recuperado. Ahora bien, la revolución feminista consiguió que se reconocieran derechos a las mujeres; logró que formaran parte de la cotidianidad: acceso a la educación, libertad para elegir la pareja, el trabajo, arte u oficio, etcétera, pero ¿podemos decir que el Feminismo alcanzó a restituir la integridad de la Feminidad? Originariamente, para lograr aquel cambio el movimiento se vio en la necesidad de negar y contradecir lo establecido por el Mandato: «La mujer es un ser inferior»; de allí que su declaración fundante se haya pronunciado en forma negativa al aseverar: «La mujer no es…» —negación— «…un ser inferior», calificativo que existió durante siglos, pero que no se había expuesto como lo que realmente era, una falacia, una cualidad inplantada, ajena a la Feminidad. Negarlo fue absurdo; era definitivamente superfluo rebatir lo inexistente. Todos los humanos gozan de iguales derechos; el hombre y la mujer son humanos; por lo tanto, el hombre y la mujer gozan de iguales derechos . De acuerdo con este silogismo, la mujer no - 60 -

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precisaba demostrar que no era inferior, ni que era igual al hombre para ejercer sus derechos; su condición humana es la verdad que no admite réplica. Pero la mutilación había sido tan feroz que la feminidad no podía pensarse sino desde el Mandato, no existía otra realidad, así que el contra-mandato instalado por el Feminismo de la Igualdad1 aseveraba tres proposiciones: a) la mujer no es inferior al hombre; b) la mujer es igual al hombre; c) por lo tanto, le corresponden iguales derechos que al hombre. En relación al punto a), toda negación implica la puesta a prueba para demostrar lo que se niega. Es por ello que el contra-mandato necesita en forma permanente demostrar la aptitud de equiparación con el masculino para justificar la legitimidad de los derechos femeninos. A esta carga, como consecuencia no buscada aunque inevitable, he denominado En-cargo; este es el precio que deben pagar las mujeres para recuperar sus derechos. b) «La mujer es igual al hombre»: La mujer es DISTINTA del hombre, tiene procesos distintos, su fisonomía es distinta, su relación con el entorno es distinta; y estas diferencias deben equipararse a nada, deben ser respetadas y honradas como lo que son, prerrogativas de su género. c) «Le corresponden iguales derechos que al hombre»: La mujer POSEE iguales derechos que el hombre. No porque haya demostrado su capacidad ni porque se haya equiparado al hombre, sino por su incuestionable humanidad.

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Para cumplir el primer precepto, las mujeres cargaron con el Deber de demostrar que no eran inferiores a los hombres. A través de la demostración justificaban su capacidad para ser titulares y protagonistas de sus derechos. Esta práctica, ejercitada dentro del hogar, en el trabajo, universidades, a lo largo del día, los días, décadas… inevitablemente impresionó en la Memoria Genérica. La demostración se convirtió en otra impronta. La Feminidad había sido empujada al escenario para convencer al público de que era capaz de interpretar la masculinidad. Sin duda el Feminismo se ha reinventado en la evolución de sus estrategias; ha dejado de ser un solo movimiento para componer varios, por ejemplo2 el Ecofeminismo Radical (Mary Daly, Susan Griffin), Ecofeminismo del Sur (Vandana Shiva, María Mies, Wangari Maathai), Ecofeminismo Socialista (Ynestra King, Mary Mellor, Carolyn Merchant, Evely Fox Keller, Ariel Kay Salleh, Barbara Holland-Cunz, Irene Diamond), Ecofeminismo de la Teología de la Liberación (Ynestra King, Rosemary R. Ruerther), Ecofeminismo Constructivista (Bina Agarwall, Val Plumwood). Cada uno de estos movimientos, algunos más teóricos, otros basados en los testimonios de mujeres con menos recursos (económicos, jurídicos), todos, buscan restituir los diversos aspectos de la libertad de las mujeres y la preservación del medio ambiente.

2 Silvia Albareda Tiana. 2011. Ecofeminismo y sostenibilidad. Raíces filosóficas del ecofeminismo y sus inspiradoras. Universidad Internacional de Cataluña. http://www.temesdavui.org/es/revista/38/temas_de_portada/ ecofeminismo_y_sostenibilidad

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El pensamiento filosófico del género se ha visto urgido a evolucionar contra reloj ante la vigencia omnímoda del Mandato. Su presencia en la universalidad del lenguaje3 ha exigido un profundo y remoto análisis para señalar y denunciar su efecto alienante. Este conocimiento es sin discusión alguna uno de los grandes portales hacia la liberación femenina; sin embargo, sucede que aún no traspasa la elite académica, difícilmente forma parte de la realidad femenina, que sigue revelando la opresión bajo las mutilaciones impresas.

3 Jacques Derrida. 1989. La escritura y la Diferencia. Barcelona: Anthropos.

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CAPÍTULO IX La omnipotencia posmoderna

Tener una profesión, una pareja y el estado jurídico de Madre es el testimonio fiel para demostrar no solo una capacidad equiparable al hombre, sino una capacidad superior. Los cuidados del cuerpo son administrados por la estética; el estado de ánimo y la actitud se definen por la vestimenta y los accesorios; el intelecto queda acreditado mediante títulos y certificados (especialidades, maestrías, doctorados, masters, etcétera). En un primer momento los roles fueron absorbidos casi por completo. La carrera por destacarse en la profesión se acumulaba a los mejores esfuerzos por ser esposa y dedicada madre, sin descuidar el aspecto personal, claro. Pero la crisis femenina no demoraría en manifestar sus nuevas necesidades. Los papeles de madre y de esposa habían sido ejercidos durante siglos; roles que, de acuerdo con la Memoria Genérica, no siempre habían sido el fruto de una aspiración. Sin embargo, el ejercicio profesional, lisiado en nuestras ancestras y necesario para la autodetereminación, es el que cobra mayor importancia para la mujer posmoderna. El espacio intelectual y ejecutivo deja de ser exclusivo del hombre, y lentamente comienza a ser habitado por mujeres. El afán por la demostración la lleva a destacarse sobre - 65 -

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sus exigencias ilimitadas: compite y desplaza. Su capacidad productiva, su eficacia para atender y resolver distintas cuestiones la hacen necesaria y requerida en el mercado laboral, toda vez que deje en segundo plano o prescinda de los roles de madre y de esposa. El avance paulatino pero continuado de la mujer se impone al hombre como realidad-revolución social; algunos lo perciben cual amenaza, otros se sienten desplazados, relegados a las tareas domésticas que, estigmatizadas por el Mandato como lugar de exclusión y represión intelectual, van socavando la integridad masculina. La sociedad sigue siendo fálica, solo que esta vez el hombre ya no es el único que empuña el falo, y algunas veces tiene que cederlo. En casos donde ella posee mejor salario o él carece de empleo, donde el hombre es equiparado o sustituido en su jerarquía de proveedor —«sostén de la familia»—, es allí donde se manifiesta el nuevo paradigma, paradigma que contradice, que no guarda coherencia con el Mandato milenario. Su género, condicionado al reconocimiento, ícono familiar y social, no logra conciliar con las nuevas circunstancias. Es importante destacar que la Cultura Fálica ha supeditado la integridad masculina al Reconocimiento; la negación de este implica la negación del hombre como un ser acabado en sí mismo. El Reconocimiento es la erección del falo omnipotente; sin reconocimiento hay impotencia, hay castración. La mujer, al demostrar que podía ejercer distintos roles — los atribuidos a su género más los roles que hasta entonces eran exclusivamente masculinos—, se hace acreedora de cierto reconocimiento. El masculino, en el mejor de los casos, se ve exigido a compartir el podio, y en el peor escenario, despojado de toda dignidad. Las secuelas de este sentimiento no demoran en manifestar síntomas: alteraciones en la salud sexual a temprana - 66 -

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edad, depresión y otras psicopatologías afectan sin restricción la integridad masculina. De acuerdo con el Mandato el masculino es, en la medida y proporción de su reconocimiento; en tanto no sea reconocido superior en el hogar, la sociedad, noes. Ha sido educado y condicionado para liderar, no para acompañar y mucho menos para secundar. Ni cuerpo ni mente están preparados para el impacto que genera la transición. No se trata de que las mujeres vuelvan al claustro sino del respeto a la integridad del otro, al lugar del otro (compañero, compañera). Que ella o él sean proveedores económicos del hogar no los habilita a desoír la voluntad de su compañero o compañera, a neutralizar o menospreciar su intervención en la educación de los hijos. Ante este nuevo paradigma, la sociedad aclama: «Los maridos están, pero ellas no los ven; los hijos gritan, demasiado, pero ellas no los escuchan». El tiempo se escurre sin aviso y los días son insuficientes, incompletos. Los maridos comienzan a quejarse porque su compañera llega exhausta a la casa y no tiene esmero para compartir la sexualidad, el tiempo... Los hijos tienen problemas en la escuela, trastornos de conducta, y les cuesta comprender el sentido de la palabra respeto; respeto para escuchar al otro, sus sentimientos... En la mujer, el ejercicio de la libertad, la vocación por el oficio, la profesión rompen el molde social, generan crisis y caos. Es allí cuando observamos que, amén de la posmodernidad, la sociedad aún no está preparada para respetar la voluntad femenina. Si tan solo pudieran quedarse quietecitas en el hogar no generarían estos trastornos en sus maridos e hijos... Pues bien, los derechos han sido reivindicados, el orden institucional (escuelas, universidades, espacios políticos, etcétera) se va acomodando para recibirla, pero cada vez que ella se atreve a trascender los deberes impuestos, a transcender la fe- 67 -

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minidad en los términos del Mandato, debe pagar un alto precio: renunciar al proyecto de formar una pareja, una familia y, si no lo hiciera, deberá protagonizar la culpa por los posibles fracasos y afecciones del marido y los hijos. Uno de los factores determinantes de esta imputación es la conceptualización de la maternidad y paternidad: ambos establecen una estructura vertical: superior–inferior, patriarca–súbdita; el orden fálico sigue cargando exclusivamente sobre la mujer (maternidad-súbdita) la absoluta responsabilidad por la administración del hogar, el cuidado de los hijos y el marido. La vida dentro de los hogares, y por ende en la sociedad, no se ha democratizado. Los conceptos de Maternidad y Paternidad fueron fijados a cada sexo con el fin de garantizar la estructura de la Sociedad Fálica: la mujer en el hogar, su existencia supeditada a la reproducción y al cuidado de los hijos; el hombre afuera, supeditada su existencia a la producción, al reconocimiento como ciudadano útil al Estado. Es por ello impostergable redefinirlos. Ambos conceptos no son sino formas de relacionarse los cuidadores con el ser en formación, cuya finalidad es sustentar su desarrollo físico, emocional y psicológico. Mientras la maternidad nutre con alimento, contención, protección, la paternidad disciplina, pero no al efecto de imprimir rigor o autoridad, sino la disciplina cual medio para enseñar y ejemplificar los procesos necesarios para toda evolución, en tanto que toda evolución requiere de etapas, y los elementos constitutivos de todo proceso son: compromiso, dedicación, constancia y tolerancia. Estos conceptos en ejercicio son roles absolutamente dinámicos en oposición a estancos o fijos, toda vez que obedecen como prioridad no un orden impuesto sino las necesidades del ser en formación: si el niño tiene hambre y la madre no está, de acuerdo con el orden fálico la respuesta del padre será: «Espera a tu madre». Él no tendría que hacerlo porque él es padre y esa - 68 -

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es responsabilidad de la madre; del mismo modo, si la niña copió en un examen, la respuesta de la madre sería: «Cuando venga tu padre le voy a contar». El niño necesita alimentarse cuando tiene hambre, no cuando llegue la madre; la niña necesita una respuesta explicativa oportuna para revisar su acción y ejercitar el proceso que la lleve a la aprobación del examen. Tanto en la familia homosexual como heterosexual los roles de la maternidad y la paternidad serán ejercitados en oportunidad y en función de los requerimientos físicos y emocionales de cada niño o niña. Ambos conceptos constituyen el lenguaje que le permitirá a la niña/niño crear fuertes lazos afectivos: vínculo con sus cuidadores y con su entorno. Vendrá entonces la pregunta que busca comprender para algunos e ironizar para otros: ¿a quién le corresponderá la denominación Madre, y a quién Padre? Ambos términos han sido sacralizados por la Sociedad Fálica; de este modo les garantizaba perpetuidad dogmática: la Santa Madre, el Santo Padre. Esta ficción implica que la niña/ el niño descienden de una sacralidad a quien le deben culto. Implícitamente deberán alcanzar sus metas no realizadas, mimetizarse con sus mismas ideas, repetir sus mismos errores y, finalmente, vivir sus mismas vidas. Se los «moldea» para vivir como una extensión de ellos y, para reafirmar este artificio, existe todo tipo de propaganda alienante a la orden del día. Esta sacralización convertía a madres y padres en seres ajenos al error, la duda, los cambios, el miedo, como si no fueran humanos; entonces los hijos juzgan y sentencian: «¡Cómo mi madre cometió semejante error!», «¡Cómo mi padre se atrevió a dejar de amar a mi madre!»; en el mejor de los casos, algunos años de terapia llevarían a correr el velo sagrado para ver a los verdaderos hombres y mujeres con sus dolores, traumas, carencias y decepciones; para comprender que ante toda deno- 69 -

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minación jurídica, social, cultural son personas, y como tales humanos, por ende complejos y con el mismo derecho al acierto y al error, al dolor y a la felicidad que sus hijos. Así que niñas y niños llamarán a sus cuidadores por su nombre: Daniel y Pablo; Ana y Esteban; Gabriela y Silvia. Desde los primeros años ejercitarán la individualidad, tanto propia como la de sus cuidadores, identificándose fuera de ellos, no por debajo cual extensión, proyección o réplica de modelos ancestrales (según el orden de la Sociedad Fálica) sino entre ellos como sujetos integrantes de su primera comunidad. El cuidado, el apego son los vínculos que unen a un ser en formación con sus cuidadores. Claro está que si no hay cuidado, apego, no hay vínculo; podrá existir compatibilidad genética, estado jurídico, pero no vínculo. Definitivamente, la Cultura Fálica no está preparada para respetar la voluntad femenina, y entiéndase respeto como la garantía de la libre autodeterminación. La carencia de respeto es la cuna de toda violencia, tanto física como psicológica; no hay una violencia más leve. Toda conducta tendiente a menospreciar la integridad emocional del otro, ya sea mediante la acción —con el primordial propósito de dañar— u omisión, el simple desinterés por el padecimiento del otro, anidado en la familia como célula de la sociedad, nos revela cual imagen radiográfica la metástasis que enferma y debilita los valores amparados por el Respeto; entre ellos, nada más y nada menos que la Libertad, libertad para pensar, ser y hacer. Que la mujer resulte mala madre o esposa no es lo que la sociedad espera de ella. No le está permitido equivocarse; el error es fracaso, y el fracaso significa que no ha podido demostrar que no es un ser inferior. La mujer no está obligada a ejercer una profesión competitiva para demostrar su capacidad intelectual; tampoco debe for- 70 -

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mar pareja a determinada edad o ser madre antes de los treinta y tantos con tal de no sentirse insuficiente según el juicio social. El «reloj biológico» gravita implacable; según el Mandato, la mujer no justifica su existencia hasta tanto no se convierta en Madre; hasta entonces ha de ser un proyecto inconcluso. Lo cierto es que el único reloj decisivo es el reloj emocional; que la mujer reciba a su hijo de manos del obstetra o de un juez son decisiones que en ambos casos implican sentimientos y emociones llanos de dudas, especulaciones o condicionamientos. ¿Qué es lo que realmente se anhela: el status social de Santa Madre, una réplica para delegar las metas no alcanzadas, o cuidar la integridad física y emocional de un ser en formación?; y cuidar por la sencilla y compleja necesidad de darse al otro y no como medio para lograr un contrato o negocio (matrimonio, juicio de alimentos, extorsión, etcétera). No es casual que cada vez sea mayor el número de mujeres adolescentes y no adolescentes que renieguen de su género. Mientras en el pasado el castigo por ser mujer se reflejaba en todas aquellas aspiraciones recortadas, en la actualidad el castigo por ser mujer está reflejado en la omnipotencia que debe demostrar. En pleno siglo XXI las mujeres deben convivir con dos realidades absolutamente opuestas: el Mandato (de total vigencia) y el En-cargo (el peso de la Demostración). Ambas coexisten y constituyen su cotidianeidad. Paso a paso caminan sobre una soga que se tensa en lo alto del abismo, quebrantadas con un equilibrio imposible; se balancean hacia un lado y hacia el otro soñando llegar, algún día, a tierra firme y exhalar una vida sin CARGAS, PRUEBAS, PREJUICIOS, CULPAS NI SENTENCIAS.

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CAPÍTULO X El Consumismo

El Consumismo ha instalado un nuevo dogma: el Éxito. Para alcanzarlo o suicidarse en el intento, ofrece la mayor variedad de alternativas aptas para transfigurar todo coste emocional. Rápidamente interpretó las exigencias del Feminismo posmoderno y las definió de acuerdo con sus fines. La publicidad, la moda, el cine, etcétera predicaron los nuevos «valores» consumistas del mundo. Una vez más, la mujer recibía los mandatos de una sociedad adicta al nuevo opio del viejo sistema. Un trabajo bien remunerado demanda «buena presencia», lo que se traduce en: cumplir con el estereotipo de belleza impuesto. Obediente a la exigencia, deberá acudir a centros de estética —cortar, zurcir, aspirar, lo que sea con tal de alcanzar el modelo exigido—, sin olvidar, claro, que adquirir los últimos cosméticos y vestir según las últimas tendencias son obligatorios para lograr una imagen exitosa; una actitud arrolladora que todo lo puede. La entereza queda probada exclusivamente por la apariencia. El estereotipo físico se convierte en sinónimo de integridad, como si una mujer que obedece los mandatos de las revistas de moda fuese una mujer acabada en sí misma. Nuevamente, la integridad del complejo emocional femenino es omitida para imponérsele un disfraz que amordace la personalidad. - 73 -

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Un par de zapatos, una cartera importada son la meta, los objetos de deseo y no solo de deseo: también de afecto. Casi podría decirse que la mujer se relaciona con estos objetos, y se relaciona porque cree sentir que pueden darle «algo» de contenido emocional: aliviar la ansiedad al comprarlos —el hecho de adquirir mitiga lo que se ha perdido, lo que se está perdiendo—; la hace sentir más segura al momento de vestirlos, así las demás personas dirán: «Tiene una cartera de la marca tal». La sensación de tener algo que los otros valoran o desearían tener crea la ilusión de sentirse valorada, complacida por tener algo de lo que los demás carecen. A los vacíos, a la brecha entre lo ganado y lo perdido en la búsqueda del éxito, el Consumismo no los puede saciar, pero sí ofrecerles sustitutos. La utopía de la omnipotencia consume las horas femeninas, así que las posibles soluciones a sus problemas deberán ser siempre express; es decir, demandar la menor cantidad y calidad de tiempo. Si el marido la ignora, los hijos no advierten sus opiniones y el mundo que la circunda sencillamente se olvidó de que esa mujer está allí, esperando que alguien pueda verla, tocarla, emocionarla, bastará entonces una salida al shopping o un día de spa. Comprar esa camisa de seda que con tersura intenta sustituir las caricias de un marido ausente, aquellos zapatos agudos que levanten la autoestima y rejuvenezcan el alma, que impregnen con unas gotas de la libido que se escurrió por la rejilla del baño; y por supuesto, una cartera grande, hecha de la piel de algún animal; a fin de cuentas, alguien habrá muerto por ella, al menos un indefenso animal. Un bolso para llevar lo que no tiene, para cagar lo insoportable, pero sin que se note. Claramente, este mecanismo de huida es más sencillo que enfrentarse a un espejo y ver cuáles son las razones que marcaron distancia en su pareja —las originarias y las consecuen- 74 -

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tes—; de qué se compone la vida de sus hijos, qué hay de real y cuánta virtualidad está sustituyendo lo irremplazable. No hay tiempo para recorrerse la piel con caricias olvidadas, brindarse a sí misma lo que ningún spa le puede brindar: el reconocimiento del cuerpo, registro de emociones calladas, el reencuentro de la carne trémula con los sentimientos concluyentes y así, saber qué torrente fluye por dentro, dónde duele y por qué. Un espacio de silencio donde la voz de los hechos dolorosos, placenteros y exasperantes de la vida grite sin pudor. No hay tiempo para preguntarle al compañero al final del día o de la semana cuál fue el suceso que mayor indignación le causó, cuál el más gratificante, por qué se sintió de una u otra manera, a fin de registrar los procesos de cambio que en él se estén gestando; interesarse por comprender qué le está sucediendo al otro. En la pareja debe haber un momento de «desnudez» emocional libre de hijos y terceros; un momento en el que ambos puedan convidarse el caudal de sentimientos vigentes. Pero es más ligero, más rápido y menos comprometido comprar un reloj, una camisa importada o un par de gemelos; es la forma de decir: «Pensé en vos». Y si las palabras en complicidad con la mirada y un acercamiento aterciopelado dijeran: «Pensé en vos y el deseo de abrazarte me acompañó todo el día»; y si la voz fuese superada por el lenguaje del cuerpo, un abrazo, un simple aunque contundente abrazo, o una mirada que con elocuencia le diga todo aquello que las palabras no pueden decir, ni el cuerpo callar. No hay tiempo para hacer un pequeño bordado en el pijama de los hijos, una foto de ambos decorada, algo hecho por sus propias manos para significarles su presencia incondicional; es más rápido comprarles una playstation, una tablet, ropa de marca o costear un viaje. Niños y jóvenes co- 75 -

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menzarán a dar sus primeros pasos, y cada tanto voltearán para ver si sus padres están allí, justo detrás de ellos para sostenerlos, para protegerlos de todo peligro. Esta vivencia se repetirá a lo largo de la infancia y la adolescencia con distintos matices y circunstancias, hasta que finalmente un día no necesiten hacerlo, porque sienten que no están solos. Así se construye la integridad, la capacidad de sentir y sentirse un individuo único. Pero si, al buscarlos, lo que encuentran es un bonito juguete, quizás este podrá distraerlos unos minutos, pero luego serán abordados por sentimientos de abandono, soledad e indefensión difíciles de superar. Las cosas o bienes funcionan como «prueba» de afecto. Las expresiones intrínsecas para decir cuán importante es el otro o para celebrarse a sí misma son sustituidas por objetos huérfanos —fabricados por una máquina, un extraño—; aquí la comunicación de afecto es interpuesta por una cosa; el canal de expresión se pierde al ser sustituido por algo extraño (no intervenido por los protagonistas de la relación). Consecuentemente, lo que quiera transmitir a sí misma o a otro no puede ser asimilado toda vez que un objeto (cosa, mensaje de texto, etcétera) reemplace el lenguaje de los gestos, las miradas, el tacto, la presencia contundente e irreversible del emisor que transmite, conmueve, y del receptor que asimila y devuelve con el lenguaje de la piel. Los sustitutos son el medio elegido por gran parte de la sociedad, es la nueva forma de «relacionarse»; es por ello que, amén de contar con medios de comunicación globales, lo único real es la incomunicación individual y masiva. Los «vínculos» son más bien un intercambio de intereses; las relaciones —familiares, laborales, sociales— que involucran a hombres, mujeres y niños son «sostenidas» por sustitutos. Se paga por la culpa, también por afecto. - 76 -

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Los hombres decepcionan, los hijos hieren, las amigas están demasiado ocupadas. La gente es cada vez más agresiva y desaprensiva porque no puede exhalar de una vez el caos de sentimientos postergados que se le estruja en el pecho; no puede hablar de lo que íntimamente le pasa, no puede verbalizarlo, y ese revuelto amargo va corroyendo la salud del alma, de la mente… y enferma. Cuando no hay diálogo, hay violencia. No está preparado el cuerpo humano para sepultar sentimientos sino para percibir, procesar y expresarlos. Este ejercicio biológico —manifiesto en cada célula receptiva—, fisiológico —gestor de las funciones de todo órgano— y psicológico — decodificador de cada experiencia— es el que ha perdido cadencia. Posponer e ignorar emociones no hace más que viciar y enfermar la integridad propia y la de sus hijas e hijos. La construcción de valores íntimos hacia la autopreservación del complejo emocional y el respeto a los otros son la raíz fundacional de una sociedad que ampara y evoluciona, pero si niñas y niños crecen privados de esta construcción, del respeto, inevitablemente tendremos como resultado una sociedad que margina y abusa en pos de los sustitutos que calmen la ansiedad producida por la esterilidad sensitiva y el mutismo emocional. La esposa del catálogo consumista debe vivir en barrios privados, ir al shopping en un SUV (vehículo deportivo utilitario) y estar siempre feliz de acompañar a su marido a eventos sociales, aunque ese fuera el único momento que la acompaña del brazo; es importante mostrar que tiene marido; mostrar que cumple con las exigencias del mandato. El vacío amargo que está devorando sus entrañas, su vitalidad, eso que lastima, que la aplasta día tras día, a nadie le importa. Según lo define el marketing, una madre dedicada es quien escoge el colegio más caro para sus niños, los abraza con marcas y reviste sus cuartos con un acervo de juegos y entreteni- 77 -

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mientos de última tecnología, así, cuando sean visitados por familiares y amigos, será evidente «el amor y el cuidado que sus padres les dedican». Cierto es que no todas las mujeres pueden acceder al modelo propuesto por el Consumismo; por el contrario, la mayoría no logra conciliar el sueño ideando la estrategia para afrontar los gastos del mes. Sufren con la angustia de conseguir los medios que aseguren el acceso de sus hijos a una carrera universitaria. Estas mujeres no tienen más opción que dejar los niños al cuidado de otras personas para dedicarse a trabajar sin destajo. Cuando llegan a la casa, exhaustas por la jornada, la calidad del tiempo entre ella y sus niños se diluye; la mayor parte del esmero se lo llevó la profesión1 . El aliento para besar, abrazar y compartir historias queda prometido por ella, ansiado por ellos, con forma de culpa (invento religioso), con temple de desamparo. Los vínculos se forman precarios y débiles. Probablemente, la madre después del esfuerzo de una vida logre el dinero para que su hijo acceda a una carrera universitaria; sin embargo, tanto en este supuesto como en el caso de los mejores posicionados económicamente, los jóvenes deberán atravesar una crisis sin concesiones. Los embates de la adolescencia sedimentados sobre una infancia de vínculos frágiles o inexistentes, inmersos en una sociedad gobernada por el doble discurso moral y la sustitución de valores por bienes de consumo son factores que los dejarán a merced de los excesos más próximos, ya sea para acallar la turbación entre humo y jeringas o para expresarla con gritos y golpes. En medio de esta con-

1 Por profesión me refiero al trabajo, arte, oficio o ciencia que profesa una persona.

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moción, no pueden proyectar ni proyectarse sobre aquello que no les merece respeto. Finalmente, quienes decidan obedecer serán celebrados y explotados por el sistema con la promesa del éxito. Si la presión despiadada los dejase a merced de tóxicos capaces de aliviar la tensión, desvanecer el cansancio y disfrazar la opresión, lo único importante es que no se note. Quienes desobedezcan, tendrán la calificación de «fracasados». Su lugar en la sociedad les hará recordar en forma constante lo que no pueden adquirir como sinónimo de incapacidad o minusvalía; se trata del castigo por haber desobedecido la carrera vertical. «Adquirir» es el verbo que sustituye a los verbos: sentir, registrar y expresar. No importa lo que se haga, cómo, ni contra quién, lo único importante es tener: Tener es Ser. La nueva religión es profesada sin cuestionamientos; las aspiraciones y metas son definidas e instauradas en todas las pantallas, muros, carteles, revistas, eslóganes… Las imágenes son flashes que disparan en forma continua y persistente; las palabras light, belleza, diva, glamour, dólar, euro, gold card, Platinum… resuenan una incontable cantidad de veces en lo que va del día, todos los días. Un sistema de programación para configurar y condicionar las mentes de mujeres, hombres y niños; cada uno recibirá los mandamientos de la «felicidad» diseñada para distraer y anular la vocación humana. Mientras la mayor parte del mundo se mantiene ocupada en una sola ambición —protagonizar la publicidad alienante—, la trata de personas asesina, la venta de armas asesina, el narcotráfico asesina; constituyen la máquina sanguinaria más prolífica de dinero. Obran con absoluto imperio desde la impunidad garantizada por instituciones legales: comisarías, juzgados, organismos internacionales... Sus aportes a las campañas electorales son determinantes a la hora de instituir o - 79 -

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destituir un presidente. Lastimosamente, las personas votan cada vez más a la mejor campaña publicitaria sin valorar a los candidatos por sus actos cotidianos como ser humano, la solidez de sus convicciones, la modestia de sus ideas y el respeto a la pluralidad. Bajo esta hegemonía, sus «negocios» hacen girar el mundo mientras su báculo, el Consumismo, va guiando al rebaño adormecido y obediente. El Consumismo es amoral, su objetivo es alienar o marginar; son los individuos quienes, de acuerdo con su integridad emocional, podrán mitigar, regular y sopesar las consecuencias del sistema. Ha quedado hartamente demostrado que el Consumismo nada tiene que ver con una Sociedad de Bienestar; por el contrario, el estrés, la ansiedad y opresión que genera ha estado infectando a la población mundial con enfermedades como la obesidad y todo tipo de psicopatología. La culpa, la soledad, la decepción, todo se puede pagar con bienes, con drogas; calma, sí que calma, ¿pero por cuánto tiempo? No importa, se vuelve a repetir el ritual y, nuevamente, otros instantes de euforia… de alivio, hasta que la salud mental quede afectada por depresión, manía, trastorno alimenticio, adicción o la misma muerte. El cuerpo encontrará la forma de manifestar lo que no se ha querido escuchar, lo que se ha omitido decir. Cuando el afecto se estrangula se convierte en afección, en enfermedad . Siguiendo el análisis de Artaud2 respecto de la peste bubónica medieval, el daño que esta producía selectivamente en los órganos de la conciencia y la voluntad, el cerebro y los

2 Antonin Artaud. El teatro y su doble. París: Ediciones Incógnita (versión original, 1938).

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pulmones, debo testificar que la peste de nuestro tiempo no es la bubónica sino el cáncer. Los tumores se adentran bajo la piel, donde todo quedó guardado, callado, reprimido, donde ese todo un día comenzó a pudrirse, a infectarse y avanzó, avanzó y sometió cada órgano hasta gobernarlo por completo; entonces una sola orden es suficiente para destruirlo todo. El alma, espíritu o como mejor sientan llamarlo es materia, es célula, órgano, y cuando no se admite el daño para darle un nuevo significado, para regenerarlo, su afección es masiva. La búsqueda para la sanación es infinita, precede y trasciende nuestros latidos. La introspección individual a escala mundial es lo más parecido a una ilusión, un ideal imposible de alcanzar; pero cuando las enfermedades autoinmunes, las adicciones y las patologías psicológicas diezmen naciones; cuando los médicos sirvan tan solo para recetar paliativos hasta el momento del desenlace, entonces, seguramente entonces, la ilusión será necesidad y antídoto. Es tan complejo nuestro sistema vital que el sentimiento de supervivencia se mantiene activado siempre y cuando tenga razón de ser; de lo contrario, ordena su autodestrucción de una vez, no tiene vuelta atrás. De qué sirve conocer la Luna, Marte o Plutón cuando la Humanidad aún desconoce su propio universo de sentimientos, el aprendizaje para gobernar sus impulsos destructivos y promover su potencia creativa. Sin esta vocación, los cuerpos están desiertos, las mentes aturdidas y el torrente emocional amurallado por la sustitución. La existencia se vuelve absurda, sin razón de ser, se debilita y perece.

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CAPÍTULO XI La Conciencia del Género

Tras el misterio de la esencia femenina han vagado incontables argumentos; algunos la han negado como inmanencia o fatalidad; otros la proclamaron con el fin de exponer las diferencias entre el hombre y la mujer. ¿Existió alguna vez? ¿O fue meramente el discurso dirémptico intentando definir lo desconocido y amenazante? Si existió en un estado original, solo hay registro de lo que el Diremptor ha permitido saber; lo demás ha sido borrado, invisibilizado de acuerdo con el Sistema de Sometimiento. He de allí que Simone de Beauvoir afirmase: «Carecen de un pasado, de una historia, de una religión que les sean propios…» (El segundo sexo, 1949, pág. 21). Sin embargo me atrevo a afirmar que las mujeres sí tienen un Pasado, una Historia, Común o propios, no aún una religión; o mejor dicho, quizás esa religión aún no es global, pero sí ha existido. El Pasado de la mujer narra siglos de sometimiento: desde los prolegómenos de la humanidad su vida fue moldeada y permitida bajo los términos de un mismo Mandato, con algunas variantes más pulidas según el paso del tiempo, aunque de objetivos siempre vigentes. Su Historia comenzó cuando le permitieron conocer e interpretar las letras, letras que imprimieron el relato de la vida en el claustro, nada más y nada menos que el preludio de una - 83 -

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revolución. Día a día la cotidianeidad fue poblándose de actos políticos; en cada puesto de trabajo, en las universidades, en las calles comenzaron a protagonizar sus derechos. Por primera vez eran autoras, partícipes y destinatarias de sus proyectos, una lucha interminable y sin tregua por alcanzar lo que aún parece inalcanzable: la libertad. Porque se han reivindicado derechos pero la libertad es mucho más que una ley o un ordenamiento jurídico: la libertad reside en la conciencia, es el poder de decidir sobre su persona, su destino, su presente, y al respecto, ¿cuántas mujeres realmente son libres de hacerlo? ¿Cuántas sin pagar una sanción social, penal…? Aquel Pasado, su Historia, el proceso continuo que transita desde la sumisión como tradición (pasiva), la observación y la crítica al Sistema de Sometimiento (activa) hasta la reivindicación activista, todo compone el legado común escrito en sus fibras, la Memoria Genérica, el referente colectivo, que si bien impacta en cada mujer de forma inédita de acuerdo a su memoria genética, a su contexto familiar y social, es inmanencia hasta que la conciencia lo revele y lo resignifique. Hasta tanto el pasado y la historia del género no sean analizados en forma consciente, el miedo a la desaprobación y la condena seguirá oprimiendo entre el Mandato y el En-cargo: «Debo obedecer para no sufrir el castigo; debo demostrar que soy capaz…». Y así muchas lograron la aprobación siendo esposas y madres, escaparon de la condena de puta o bruja solterona, conquistaron el reconocimiento con su capacidad de trabajo quedando a salvo del rótulo frustrada o fracasada; pero en algún momento la vida parece caérseles encima: los hijos están demasiado ocupados corriendo tras sus ambiciones, los maridos están… lejos… Destinada a allanar los caminos del marido y de los hijos, su vocación se hizo un hilo de humo, su existencia imperceptible, su potencia para trascender ador- 84 -

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mecida; pensaba que trascendía a través de sus hijos, pero en ese momento comprendió que los hijos son individuos completos e independientes, trascienden por sí mismos. Entonces, dónde quedó su fuego, dónde quedó plasmado el adobe de su historia, de sus sueños, dudas y miedos, dónde dejó su sangre y como sangre la violencia que resuelve: ¡Soy! Ni por los hijos que parí, ni por los hombres que amé, sino por mis convicciones, ni correctas ni equivocadas, sino MÍAS. Sienten que dieron todo, mas nada les devuelve el aliento, el ardor para saborear la vida. Están solas y desnudas, ni la aprobación las acompaña, ni el reconocimiento las viste; y van tras el arcón de sueños doblados, despacio y en silencio, con sumo cuidado, los despliegan uno a uno mientras las lágrimas de resignación los humedecen y los nublan, con desesperación intentan clarificarlos para que devuelvan algo de vivacidad. No es la juventud lo que se extraña, sino el vigor para animarse a peregrinar por aquello que despierta los latidos, acelera la respiración, aquella porción que viene a colmarles el alma, donde la soledad no es un fantasma que acecha sino la placidez de encontrarse completa en cada paso del sendero. La Conciencia implica advertir que el legado está integrado por opuestos: Pasado- Historia; sumisión-revolución; pasividadacción; demolición-erección; radica en la comprensión de la complejidad que importa el género, un género capaz de sobrevivir a la opresión sistemática, capaz de gestar una revolución y de enfrentar un orden mundial arraigado y omnímodo, presente en el lenguaje: religiones, culturas, ciencia… Y vale decir que esta revolución no fue guerra, ni bombas ni misiles; fue la palabra constante, los actos estratégicos de perseverancia. La Historia revela la entereza de un género que, amén de las mutilaciones, alberga una única esencia: la Mutación. Se rompe y se vuelve a armar. No se rompe para desintegrarse sino para armarse de forma dis- 85 -

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tinta, se re-crea. Cuando se le impuso lo femenino según definición del Mandato, así lo interpretó; cuando se vio con la carga de demostrar potencia equiparable al masculino, así lo demostró. Su inagotable capacidad para mudarse de un estado a otro: (pasivo-activo) le ha permitido sobrevivir, pero no alcanza para justificar su existencia; de allí que aún adolezca una vacuidad debilitante que frena y coarta su completa capacidad, no la impuesta ni la exigida, sino la propia, individual e íntima de cada mujer. Por lo tanto, si la esencia femenina es la Mutación y la mutación es cambio, transformación, la esencia como conjunto de habilidades y limitaciones inmanentes no existe, y la Memoria Genérica es inmanencia hasta tanto no sea explicada por la conciencia. Cuando inicia el análisis del legado descubre que ese Pasado no le pertenece (por qué tolerar actos asociados a la opresión, al sometimiento), ni esa Historia (por qué su ambición tendría que destinarse a demostrar que es tan o más capaz que un hombre). Cada vez que la mujer examine el pasado de su género está emancipándose de aquello para escribir su propia historia, deja de ser plural para ser individua. Toda mujer se pare a sí misma cuando es conciente de la complejidad de su género. A nadie le debe la agitación, la potencia, más que así misma; se abre, se rompe, sangra y vuelve a nacer en su estado más perfecto, y digo perfección en los términos del capítulo V. El análisis del pasado del género no tiene por finalidad recrudecer viejos traumas (quiérase o no seguirán latentes), pero en tanto que algunas mujeres conocen su origen mediante la conciencia y pueden despojarse de ello gracias a la resiliencia, la gran mayoría aún lo ignora. Sienten, se frustran y sobreviven con un yugo asfixiante repitiendo indefinidamente el hábito de la sumisión, la mutilación. Este es el primer objetivo de la Conciencia: que a través del conocimiento y comprensión no se reescriba el pasado como presente. - 86 -

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El segundo objetivo, y ya camino a la resiliencia, es la comprensión de la potencia del género, su supervivencia, reinvención, el descubrimiento y la evolución continua de capacidades como testimonio irrefutable contra la inferioridad inplantada por el Mandato. Con el fin de atrofiar y manipular, ciertas potencias fueron juzgadas y estigmatizadas; por ejemplo, la seducción. El poder de conocer y gozar de la percepción hecha piel y la piel hecha memoria, recuerdo dulce, violenta y exquisita conmoción, el alma galopando en el propio cuerpo, Una en su totalidad, este sentimiento fundido al deseo de sentir al otro, ambos, componen un tejido de potencia infinita en la mujer. Sin embargo, para regir esta capacidad innata se separó el cuerpo, se escindió el todo. La Cultura Fálica desmembró el cuerpo del complejo emocional, cuando el cuerpo es el complejo emocional. Cada vez que alguien nos agrede nuestras células reaccionan, la respiración se altera; cada vez que nos sentimos abrigados por un abrazo, nuestro Todo se expande en una reacción química que acapara todos los espacios de nuestros órganos; no hay mentira ni dobleces en él, no hay olvido ni trivialidad. Censurado para gobernar el caudal de expresión, se ha dicho que es impuro, que transgrede la anatomía original (masculino-humano), y en cuanto a la capacidad innata de seducir, es cosa juzgada que la mujer que se atreve a experimentarla es una puta. Sí, es cierto, la seducción también ha sido disfraz, artilugio, cuando no medio de supervivencia. Aquí es donde debemos ser concientes para diferenciar la seducción como capacidad para expresar emociones, deseo, y la seducción como medio. En este último caso el cuerpo es objeto, y el cuerpo no se escinde, es todo, es materia y energía, es tejido y es alma; su exposición, su cosificación mutilan su valoración como entidad y le asignan un precio; no el precio que paga el otro, sino la hipoteca, la afección emocional que se imprime en la mujer. - 87 -

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Nadie elige ser puta Cuando una mujer ejerce la seducción como medio, hay una historia de vida, carencias afectivas, valores sustituidos que le fueron robando el valor como entidad. Las experiencias de su vida, tanto en el hogar como fuera de él, le han dicho que solo algo de ella es útil; lo demás imperceptible, desechable. Así el todo se escinde, se divide, cree que puede separar, categorizar: cuerpo útil, alma en reserva. Así lo ha dicho la Sociedad Fálica, algo es útil: su sexo, la fertilidad, su ocupación en las tareas domésticas; el resto, lo que impacta en ella, sus sentimientos, esta sección fue escindida en la incisión, esta sección es desechable, imperceptible. ¿No hablan acaso las revistas, la televisión de tener un cuerpo armonioso, saludable, esbelto? Como si el cuerpo —escindido— fuese una herramienta-medio para lograr el éxito en todos los ámbitos de la vida. Queda un largo camino de consciencia para advertir y deconstruir el lenguaje alienante. ¿A qué me refiero con ello? Tomemos como ejemplo la obra de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, “La Creación de Adán”, del siglo XVI. En ella, Dios es masculino, Adán es masculino; ambos son protagonistas de un pacto, pacto que deja de lado a la mujer. Ella aparece mínimamente debajo del brazo izquierdo de Dios porque con el derecho, con todo su cuerpo, se vuelca hacia a Adán, su hijo primero, legítimo. Ella apenas aparece y espera, espera un lugar en la Tierra, con una presencia pequeña, mientras que Adán y Dios son proporcionalmente iguales, son espejo: ¡esto es lenguaje!, la expresión del pensamiento dominante que, dentro de un templo ¡es dogma!, y como dogma es orden sin cuestionamiento, es dado a la posteridad para su obediencia. Todo reside, vive y muere en el cuerpo, es integridad, es fin y no medio. La expresión: «Mi cuerpo es…» implica escisión; - 88 -

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la expresión: «Soy…» revela conciencia, búsqueda y reflexión hacia la integridad. La seducción… sin culpa, ni prejuicios, es una capacidad innata de todo ser humano desde sus primeros instantes de vida para desear y alcanzar el placer, para sentir que la vida explota y atraviesa y en una conmoción cruel, reinventa y alimenta cada célula de la existencia. Otra potencia atrofiada es la sensibilidad. Cuánto se ha dicho respecto de que la mujer es más sensible y por lo tanto más frágil, más vulnerable. Esa conexión con la tierra, contundente entre los dedos, húmeda y fértil al paladar como el sexo, con plantas y flores, tormentas, lluvias, heladas y sol adictivo es conexión del género con su medio como parte de él. La capacidad del género para verse en toda la vida que lo rodea no lo hace más frágil; al contrario, le otorga la capacidad de comunicarse con su medio para prevenir, preveer y protegerse ante las convulsiones de la Naturaleza. La sensibilidad es conexión, comunicación real e inmediata con el en-torno; es la capacidad que nos revela como un Todo potente y receptivo integrado al Todo. Es incontable la cantidad de recursos (potencias) que el orden dirémptico ha recortado al género; sin embargo, a raíz de ello las mujeres se vieron forzadas a desarrollar nuevas capacidades, según su medio cultural se lo permitiese. Durante milenios las mujeres rescataron lo posible de la realidad para sobrevivir su integridad; la única elección era —y sigue siendo en gran parte del mundo— vivir como se pueda o quebrarse bajo el yugo. Pero el análisis de este proceso es eficaz en tanto que las aptitudes, aquellas y las actuales, sean sumadas y no restadas, reemplazadas o estigmatizadas; todas contribuyeron a la evolución constante del género en un medio global hostil y - 89 -

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traumático; todas le permitieron no solo sobrevivir sino descubrir su inagotable capacidad de superación. Si el claustro permitido era la cocina, la mujer no debe mutilarse la capacidad para imaginar y crear sabores por miedo a revivir el pasado, renunciar a la propia voluntad por miedo a la desaprobación: eso es revivir el pasado; porque la seducción haya sido asociada a la mujer como objeto-medio para satisfacer el deseo del hombre, no debe por esto ella atrofiar su capacidad de seducirse y seducir, expresar y convocar el placer; nadie más que ella misma tiene la autoridad para permitirse disfrutar de su potencialidad como ser humano. La autonomía comienza cuando la mujer puede reconocer ese pasado histórico como antecedente, mas no como destino o condicionante; la conciencia es la claridad para comprender que muchos de sus miedos y dudas no le son propios, sino in-plantados, para ejercer el análisis crítico y advertir cuándo es presa de un nuevo mandato y cuándo realmente tiene el poder de elegir. La conciencia no busca venganza sino resiliencia, la redimensión del género. Pues bien, el desarrollo hasta aquí expuesto, el descubrimiento y el reencuentro de cada mujer con su género corresponden a la etapa introspectiva, al proceso individual de análisis y reflexión al que he denominado Primera Conciencia o Conciencia Introspectiva. Cuando la mujer comprende la complejidad y potencia de su género puede ver que hay demasiadas congéneres que aún lo ignoran; en ellas se ve a sí misma, conoce ese estado de certezas a media y silencios afilados, ahora puede verlos y sabe el origen de muchos de ellos. Ese conocimiento es la primera gran bocanada de libertad que solo podrá sostenerse en el tiempo toda vez que sea transmitido a la mayor cantidad de mujeres. La imagen especular revela reciprocidad, el compromiso inde- 90 -

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finido de rechazar y abolir todo trato basado en la discriminación, la violencia y el sometimiento; lo que es contra ellas es o será contra mí tarde o temprano: por cada puta, somos todas putas. Esta reciprocidad se traduce en solidaridad que, practicada en forma cotidiana y continuada, se vuelve religión. Recién cuando la mujer ejercite la sororidad en cada acto cotidiano, entonces profesará la fe en su género, en su integridad. Como dijo Marcela Lagarde: «La sororidad en el mundo de la enemistad histórica entre nosotras, de la escisión del género femenino en mujeres antagonizadas, pasa por deponer las armas contra las pares, para construir en cada una, mujeres que al cambiar su relación con las otras-enemigas, al convertirlas en amigas, se afirman en la unicidad de sí mismas».1 Las Madres y Abuelas de Mayo ejercitaron la sororidad; al ver su dolor en el dolor de otras mujeres se reunieron para luchar contra la invisibilización de sus hijos y nietos. La reciprocidad es la Segunda Conciencia o Conciencia Especular. Finalmente, la Tercera Conciencia es la única que puede materializar las anteriores a fin de no dejarlas vagando en utopías. Es esta conciencia la del Estado, la que debe traducirse en Política de Estado y efectivizarse en Reforma Educativa. Ello implica que todo niño y niña, desde su educación primaria, a la edad que los expertos señalen, reciban completa información sobre el Pasado y la Historia del Género, la Conciencia del Género como asignatura de formación, lo que a su vez reunirá los textos de todas aquellas mujeres y hombres que, dispersados entre las misceláneas de una biblioteca, ocuparán un sector único donde revelen la evolución permanente del pensamien-

1 Lagarde, Marcela. 1989. Enemistad y Sororidad: Hacia una nueva cultura feminista. México. Siglo XXI editores.

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to, la Filosofía del Género. Podrá llamarse Conciencia del Género, Filosofía del Género, mas no Estudios del Género, ya que así pareciera que van a lanzarse a estudiar algo extraño, nuevo o remoto, nunca tan opuesto a la urgente necesidad humana. Toda creación burocrática es necesaria, aunque no será eficaz hasta tanto exista conciencia, y no habrá conciencia sin educación; nuestros adolescentes y jóvenes no serían conscientes de las improntas traumáticas de los gobiernos dictatoriales si la educación no los hubiese explicado en aulas, textos, auditorios, teatros, cine, música... No hay conciencia sin educación, y sin educación no hay libertad; constituye el derecho de todo niño y niña a conocer la genealogía, anatomía y evolución del Género; nada más y nada menos que la construcción de su integridad. Las dictaduras, los genocidios, las masacres… el Generocido son heridas en el cuerpo de la Humanidad; heridas que, ocultas o aplastadas a un estúpido olvido —porque la carne humana jamás olvida— desencadenan un estado de putrefacción. Una enfermedad sistémica que ataca a los valores, a las emociones humanas, avanza y destruye todo tejido sano; pero entonces, ¿cómo limpiamos las heridas, cómo luchamos contra la enfermedad? Las heridas deben purgar, deben derramar el pus acumulado durante años, siglos… Y esa purga no es otra cosa más que la verdad. Hay que hacer visible lo invisibilizado, confesar lo amordazado, y no para tomar revancha, sino por la sencilla razón de que todo ser humano tiene derecho a conocer la verdad, a ser libre. De lo contrario seguirá padeciendo la enfermedad sin saber la causa, y sin saber la causa no hay remedio, ni antídoto; queda solo la repetición indefinida de las mismas heridas.

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Se terminó de imprimir en Editorial Contexto, Yrigoyen 318, en el mes de agosto de 2012.

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