Dracmas ampuritanas y dracmas de imitación: monedas al servicio de Cartago y sus aliados (217-209 a.C.)

June 22, 2017 | Autor: F. López Sánchez | Categoría: Iberian Studies, Ancient Roman Numismatics, Phoenician Punic Archaeology, Ancient Iberian Numismatics
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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS Los Púnicos de Iberia: proyectos, revisiones, síntesis

PREACTAS

30 Septiembre - 1 y 2 Octubre 2009

Eduardo Ferrer Albelda Editor

PREACTAs VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS Los Púnicos de Iberia: proyectos, revisiones, síntesis. 30 Septiembre - 1 y 2 Octubre 2009 Aula Magna de la Facultad de Geografía e Historia Universidad de Sevilla

Eduardo Ferrer Albelda (Editor)

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La retaguardia hispana de Aníbal M. Bendala Galán (Universidad Autónoma de Madrid)

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a investigación de los últimos años, principalmente por los importantes progresos de índole arqueológica, permite observar la Hispania púnica con nuevas posibilidades y enfoques. La época de los Barca, su significado para la historia y la cultura de la Hispania antigua, adquieren en ese marco una nueva dimensión, mucho más allá de su consideración, desde el punto de vista de la historia ‘evenemencial’, como episodio determinante de la grave inflexión bélica y política que supuso, como consecuencia de la guerra, el final del dominio de Cartago y el triunfo imperial de Roma. Desde un punto de vista más estructural, más atento a las realidades de base que subyacen y determinan todo lo demás, insertas en un tempo lento que desborda los acontecimientos puntuales que suelen protagonizar las crónicas y la historia ‘oficial’ (antigua y moderna), la época de los Barca y la propia acción de Aníbal adquieren una poderosa dimensión observada como coronación de la presencia y la dominación púnicas en Iberia, como su integración en las nuevas formas de estado helenísticas, con gran trascendencia en la organización urbana y territorial de la misma (tanto en sus efectos directos como en la dinámica cultural, política y económica que ello comportaba con indudables efectos de futuro) y, a resultas de todo ello, como reestructuración de Hispania (o de buena parte de ella) en función del proyecto de Aníbal de convertirla en base de partida de su ambiciosa campaña contra Roma. Lo que fue concebido como estructuración para servir de base a la acción contra Roma, puso paradójicamente en marcha una organización que fue el cimiento básico de la propia implantación de Roma en Hispania. Como en otras ocasiones he subrayado, Roma tuvo la oportunidad,

gracias a las actividades y previsiones de su gran enemigo, de disponer por apropiación de una estructura suficiente para convertirla en fundamento eficaz de su acción imperial en el extremo de la ecumene que aspiraba controlar. Los progresos arqueológicos permiten apreciar una dimensión importante de esa realidad en la proyección por la franja costera mediterránea de Hispania del proyecto bárquida y propiamente anibálico. Una nueva estructuración de esa parte vital de Hispania para un Imperio, el romano, que tendría su eje geográfico principal en el Mediterráneo, se advierte gracias a nuevos datos que permiten percibir la proyección territorial de los dirigentes cartagineses mucho más al norte del ámbito contestano, encabezado por Cart Hadasht, hasta llegar a la región catalana. La problemática en torno al llamado tratado del Ebro, el trasfondo del estallido de la guerra y el propio proyecto de los Barca presentan nuevas y sugestivas facetas a la luz del panorama hoy visible o barruntable con datos arqueológicos y una relectura de los textos antiguos. Es un nuevo semblante el que adquiere esta amplia zona, con grandes consecuencias para entender la guerra y los episodios históricos, y más trascendentes si cabe para la organización territorial y urbana de entonces y de los tiempos futuros, mirada, como propone el título de esta charla, como la retaguardia de Aníbal. Mi exposición tratará de presentar la sólida estructura política y militar puesta a punto por los Barca hasta los tiempos de Aníbal con los ejemplos básicos que proporcionan la ciudad de Carteia, en el extremo meridional, la capital Cart Hadasht y el asentamiento de Tossal de Manises,

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en el ámbito sudoriental contestano, y la posible existencia de un castrum púnico en Tarraco, una importante expresión de la cuidadosa organización territorial, militar y política alentada por los Barca como preparativo de su lucha contra Roma, bastante lógica teniendo en cuenta el camino continental elegido para acosar militarmente a Roma en sus territorios básicos de Italia. Otros datos en asentamientos o ciudades de otros segmentos de la costa o de territorios del interior de gran importancia económica y estratégica, como Carmo en el bajo Guadalquivir, completarán el panorama del ambicioso programa organizativo bárquida en Hispania.

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Se cerrará la exposición con una reflexión acerca de la importancia del aprovechamiento por Roma de la estructura política y militar bárquida para su primera implantación en Hispania. Que aparte del papel de cabecera territorial y centro económico y militar principal que siempre desempeñó Cart Hadasht/Carthago Nova, tiene uno de sus ejemplos principales en la utilización de Carteia como base de la primera y precoz colonia latina oficialmente creada por Roma, en el 171 a.C., en territorio no itálico.

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Gadir: un modelo de estado. Evolución histórica en el período postcolonial y en el discurso historiográfico Juan Carlos Domínguez Pérez (Doctor en Historia. Miembro del Grupo de Investigación P.A.I. HUM-440)

1.Evolución histórica en el período postcolonial: colonia, polis y estado Desde la fundación de Gadir el estatus colonial tributario (XI - F. VI a.n.e.) de la ciudad respecto de la metrópolis tiria será un factor esencial, junto a la necesaria relación con el estado tartesio, lo que implicaría la elaboración de una dialéctica básica basada en el establecimiento de una complicidad político-económica fundamentada en el respeto mutuo y de los recursos explotados. No obstante, la ruptura de esta dependencia tributaria de la realeza tiria marcaría no sólo el inicio de una nueva consideración de Gadir como ciudad estado (F. VI IV a.n.e.), sino, mucho más allá, la superación de un modelo político apoyado sobre los sectores aristocráticos y la sustitución de éstos por un gobierno de oligarcas vinculados con las actividades productivas y distributivas. Este nuevo mundo es, por otra parte, el que se venía imponiendo en todo el Mediterráneo y definirá un giro en la orientaciones económica de la nueva ciudad-estado. Este nuevo modelo político vendrá caracterizado por una explícita organización de los espacios cívicos físicos (el hábitat, la acrópolis, el viario urbanístico y la muralla cívica) y sagrados, pero de manera más significativa por la vertebración jurídico-ideológica a través tanto de las instituciones de gobierno como del tempo-santuario de aspectos esenciales para la comunidad como la soberanía legal, el derecho, la propiedad, así como las estrategias de territorialización del espacio productivo y distributivo. En lo económico la ciudad-estado es una comunidad básicamente de propietarios y de producto-

res y consumidores con un sistema político inicialmente censitario. Pero la polis supone también un territorio inmediato básico por su capacidad productiva para la supervivencia material del cuerpo de ciudadanos, así como la existencia de un territorio distributivo esencial puesto que la producción diferencial alcanza un sentido económico-político fundamental para la organización social del cuerpo de ciudadanos. A partir del siglo IV a.n.e. y hasta la irrupción de los intereses romanos en nuestra Península Gadir asume un estatuto de estado atlántico-mediterráneo en consonancia con su potencial económico internacional como demuestra su abierta participación en los grandes circuitos comerciales. Para ello incorpora a la organización de su territorio productivo estrategias políticas de federación que en la práctica no son más que un proceso de optimización de las condiciones de explotación de estos recursos que ya venían siendo utilizadas en otras partes del mundo fenicio y asociado. Después de un corto período bajo un posible estatuto dependiente de Cartago (238 - 206 a.n.e.), como resultado de la evolución de la Segunda Guerra Púnica, Gadir se ve obligada a aceptar la soberanía romana y, con ello, a someter sus intereses a los de los nuevos dueños de esta parte del Mediterráneo. Este cambio sustancial en el equilibrio político global supondrá, por un lado, la desaparición del mundo de las ciudades-estado y de la época de los tratados; por otro, el dominio romano acabará con la evolución política individual de Gadir y de otras ciudades-estado. A cambio y como ciudad aliada, recibe un estatuto privilegiado. Curiosamente en este momento se produce

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un reforzamiento de la identidad fenicia occidental visible en la recuperación de símbolos reconocidos en todo el Mediterráneo. 2. Evolución en el discurso historiográfico Debido al propio peso historiográfico anclado en el predominio disciplinar de los Estudios Clásicos, para nuestros estudios sobre Gadir partimos de un prejuicio que postula que Roma y Grecia lo explican todo y en todo el Mediterráneo. Sin embargo, habitualmente para un investigador del mundo fenicio occidental, no es Roma lo que lo explica todo, sino Cartago. Con todo, es el difusionismo el modelo explicativo más “clásico” en la historiografía reciente al abanderar teorías “ex Oriente lux” que trasladan al contexto específico feno-púnico los errores de criterio, de forma y de medida que habían caracterizado al complejo historiográfico greco-romano. Según estas teorías ahora es el referente oriental el que lo explica todo, de manera unilateral, en un recurso que se basa en la búsqueda de paralelos histórico-culturales con los que dotar a Occidente de explicaciones que no podemos o no sabemos encontrar en nuestro propio pasado. Como respuesta a este dislate que pretende que cualquier desarrollo singular de nuestra historia local se debe a la “donación” foránea por parte de unos navegantes expertos que parecen “venir del

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futuro”, desde la crisis de los paradigmas historicista y positivista y coincidiendo en nuestro país con la transición española a la democracia, la apertura de nuevas cátedras universitarias de la especialidad y el poderoso impacto de una nueva generación de arqueólogos formados específicamente en técnicas de campo, nace como alternativa teórico-metodológica la critica indigenista que propone un desarrollo local paralelo a los grandes centros civilizadores del Próximo Oriente. Aunque ciertamente este modelo explicativo alternativo siempre entendió como fundamental la dialéctica entre las poblaciones indígenas y los pueblos “colonizadores”, la bunquerización de ambas posturas (difusionista e indigenista), no exenta de personalismos y desvaríos pseudo-escolásticos, ha acabado por convertirse en un arma de ataque y desprestigio del contrario. Otras lecturas alternativas, sin embargo, proponen el papel protagonista de Gadir, bien a través de su Liga Púnica en una dialéctica histórica tartesio-turdetana o de una federación de polis fenicias occidentales en una dialéctica productiva con base territorial en las poblaciones locales que encabeza como potencia en el Extremo Occidente atlántico los intereses fenicios occidentales conformando un modelo de estado capaz de competir con sus producciones propias en los mercados mediterráneos.

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La producción alfarera y la economía salazonera de Gadir: Balance y Novedades Antonio M. Sáez Romero (Universidad de Cádiz)

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ace más de un cuarto de siglo se iniciaba con gran vigor la investigación arqueológica de una de las vías interpretativas de la historia económica de la ciudad fenicia de Gadir que hasta ese momento prácticamente sólo había sido tratada a través de los textos antiguos, la explotación y comercialización de los recursos pesquero-salazoneros. La economía salazonera gadirita había sido ya destacada por los autores clásicos como una de las principales fuentes de riqueza y seña de identidad de la ciudad fenicio-púnica y romana, ligando íntimamente su prosperidad al comercio internacional de las salazones piscícolas. A partir de inicios de los años ochenta esta línea de investigación que se encontraba adormilada tomaba un nuevo y definitivo impulso con la paulatina contrastación arqueológica de dicha relevancia reflejada en los textos. Las excavaciones en los saladeros de Las Redes o Plaza de Asdrúbal a inicios de la década o la realización poco después de los primeros estudios sobre las cerámicas, con especial atención a las ánforas como principales vehículos del comercio, caracterizan esta fase inicial de la investigación. En este contexto se formulaban las primeras hipótesis con base arqueológica acerca de las infraestructuras sobre las que se había cimentado el modelo productivo e industrial gadirita, pudiéndose caracterizar por vez primera las células donde se manufacturaban los productos mencionados por los textos e identificándose tipológica y cronológicamente los envases que les sirvieron de medio de transporte (Las Redes). En este sentido y en relación especialmente con esta última parcela cabe destacar que el descubrimiento del alfar de Torre Alta en 1987

venía a completar este rico e incipiente panorama, ayudando de forma contundente a definir el cuadro de las producciones locales (para la etapa tardopúnica) y presentando nuevos y sugestivos problemas a debate como la interpretación de los sellos estampados sobre ánforas locales. La primera mitad de la década de los noventa supuso un momento de consolidación de esta línea de investigación, especialmente en el plano de la difusión de los primeros resultados de las excavaciones de los alfares y saladeros y en la irrupción de las primeras hipótesis y debates acerca de la estructura económico-política que sustentaba dicha infraestructura productiva. Destaca de nuevo en la primera de estas cuestiones la difusión más amplia de la intervención en Torre Alta, con mayor atención hacia temas hasta el momento inéditos como los procesos de construcción y amortización de los hornos, su origen tecnológico, las técnicas edilicias, la presencia de otras producciones como imitaciones de barniz negro, etc… De la segunda, cabe destacar la aportación de diversos autores, como los propios Muñoz/De Frutos o López Castro, quienes plantean ya en estos primeros momentos un debate capital aún abierto centrado en la discusión del régimen de explotación y propiedad de los medios de producción (alfares, saladeros, salinas, etc…), de las características físicas de estos centros (células alfarero-salazoneras autosuficientes o centros especializados) y de los mecanismos de comercialización de los productos piscícolas. Desde mediados de los noventa advertimos una nueva aceleración del proceso de generación de datos a través de la práctica arqueológica, ten-

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dencia plenamente en vigor aún hoy, con una multiplicación de las actuaciones en yacimientos conocidos y la localización de un nutrido grupo de alfares y saladeros. En efecto, nuevas actuaciones en alfares como Torre Alta, Pery Junquera o Camposoto y en saladeros como Plaza de Asdrúbal o Puerto-19 venían a engrosar el ya importante caudal arqueológico disponible, aportando nuevas secuencias materiales y ayudando a matizar cronologías y características de estos centros industriales. No menos importante en este momento es el incremento de publicaciones paralelo al crecimiento de las intervenciones de campo, no sólo fundamentado en la difusión de los resultados de dichas excavaciones, sino aportando en algunos casos un paso más en la discusión planteada en el lustro anterior; entre ellos, sobresalen las nuevas propuestas e hipótesis relacionadas con la transición de la industria en época tardopúnica a las estructuras productivo-económicas romanas, destacando el estudio de las evidencias alfareras de época tardorrepublicanas diseminadas por la bahía como bisagra entre ambos mundos (Lagóstena/García Vargas). Al margen de estas nuevas propuestas relacionadas con la evolución de las estructuras de producción, se suceden también nuevos avances referentes al estudio de la cultura material, en especial de la caracterización de las ánforas locales (sobre todo la imitación local de envases itálicos) y de otras categorías hasta entonces inéditas como la coroplastia (Ferrer). La última década que ahora acaba ha sido plenamente continuadora de esta fase final del s. XX, con un progresivo crecimiento de la atención sobre la industria conservero-alfarera gadirita y su inserción en el discurso histórico arqueológico de la bahía protohistórica. En este sentido, debemos destacar la cada vez más importante presencia y papel de este factor industrial en el análisis del asentamiento fenicio-púnico gadirita, tal y como resulta patente en destacadas síntesis de autores como Ruiz Mata o Arteaga. Se trata de una etapa de enorme vitalidad de las investigaciones, tanto a nivel de actuaciones (que se han ido sucediendo

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con gran regularidad sobre yacimientos conocidos e inéditos, con especial incidencia en los alfares) como de publicaciones, surgiendo las primeras monografías de algunos de estos yacimientos y las primeras síntesis profundas sobre algunos aspectos de la cultura material producida en la bahía gadirita (Niveau). Asimismo, se ha retomado y renovado el debate acerca de los mecanismos relacionados con el régimen de producción-comercialización y la propiedad de los centros industriales, en este caso enlazando ya dicha problemática con los nuevos planteamientos cada vez más en boga acerca de la necesidad de estudios territoriales y paleogeográficos en la zona. No creemos que podamos hablar aún de un momento de plena madurez de los estudios sobre la economía salazonera gadirita, a pesar de su relativa larga trayectoria, si bien sí parece tratarse de una de las líneas más sobresalientes y con mejores perspectivas de desarrollo a corto-medio plazo. Las perspectivas por tanto, como sugiere la trayectoria más reciente, son muy positivas, si bien quedan diversos aspectos en los que será necesario incidir en mayor profundidad y extensión en los próximos años: por un lado, la sistematización del material cerámico, con un carácter más estratigráfico-contextual y una mayor precisión étnica; por otro, la plena integración del estudio de los alfares y saladeros en el análisis territorial diacrónico del asentamiento gadirita; asimismo, el análisis exhaustivo de la circulación anfórica y no anfórica, no sólo en estos centros industriales sino en el resto de áreas funcionales gadiritas, a fin de poder definir las áreas contactadas por sus redes comerciales y acercarnos a la balanza comercial local; no menos importante resulta la culminación del estudio de yacimientos ya conocidos pero apenas publicados, así como la continuidad en la localización e investigación de nuevos enclaves; finalmente, será necesario profundizar en otras líneas íntimamente conectadas, como la fabricación de tintes purpúreos a partir de la explotación sistemática del múrice, que evidencian una mayor complejidad económica e histórica de la vislumbrada hasta el momento.

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“Deconstruyendo” paradigmas. Una (re)visión historográfica crítica al modelo interpretativo tradicional del Cádiz fenicio-púnico a la luz de los nuevos datos1 Ana María Niveau de Villedary y Mariñas2 (Universidad de Cádiz)

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a publicación recientemente de dos monografías (Rodríguez Muñoz 2008 y Sáez Romero 2008), muy desiguales en cuanto a contenido, datos y utilización de éstos e incluso divergentes en cuanto a los periodos históricos tratados, nos sirve, no obstante, como punto de partida para reflexionar sobre el estado actual de la investigación arqueológica en la bahía de Cádiz y las consiguientes explicaciones a nivel histórico que de ella se derivan. Cada una de estas obras es representativa, a nuestro entender, de los dos enfoques teórico-metodológicos actualmente vigentes en la investigación sobre la antigua ciudad fenicia fundada en el Extremo Occidente. Por una parte la perpetuación de los viejos esquemas tradicionales, la mayor parte de las veces ya obsoletos, en los que se encajan o intentan encajar los nuevos datos materiales, a veces de forma un tanto forzada. Y, por otra, del intento de buscar marcos interpretativos alternativos una vez que el modelo clásico se muestra insuficiente para explicar la realidad. Esta vía, la que por lógica parece ser la que prime, se enfrenta en Cádiz (salvo honrosas excepciones, por suerte cada vez menos extrañas) a la “vieja escuela”, deudora en exceso del peso de décadas de explicaciones tradicionales y responsable última de la imagen obsoleta y, en ocasiones, distorsionada, que fuera de la ciudad, aún en círculos académicos, se tiene de su pasado. Cualquiera que conozca el contexto arqueológico gaditano de primera mano es consciente de dos evidencias: por una parte de la indudable riqueza del subsuelo gaditano en cuanto a restos arqueológicos se refiere y, por otra, a que prácticamente

todo el trabajo queda por hacer. Y cuando nos referimos a todo el trabajo queremos decir no sólo a un trabajo físico (estudio de materiales, ordenación del mismo, elaboración de mapas de dispersión de los restos, etc., etc.) sino a gran parte de la labor interpretativa. Falta, en cierto sentido, “imaginación” y “valentía” para trascender las viejas interpretaciones y buscar soluciones actuales tanto a nuevas como a antiguas cuestiones. Mientras esto continúe, no se avanzará en el conocimiento y seguiremos dándole vueltas y más vueltas a los mismos problemas sin solución aparente. De esta situación debemos sentirnos responsables todos los que hacemos arqueología desde la propia ciudad, tanto la Administración, como la Universidad, como cada uno de los profesionales que de un modo u otro estamos implicados. Nuestra intervención es, pues, una invitación a la reflexión. Nuestro objetivo es que este trabajo, lejos de llegar a conclusiones definitivas, sirva de revulsivo, hacer una llamada de atención, entonar un mea culpa, si se quiere. En ocasiones es necesario hacer un alto en el camino, (re)pensar en lo que se está haciendo mal, volver incluso el camino andado si es necesario, coger fuerzas e impulso para ir hacia delante, dejando en la mochila lo que nos sirve pero sin olvidarnos de soltar el lastre que nos dificulta avanzar. Horno de pan fenicio hallado en las excavaciones del solar del Cine Cómico (2008) http://www.diariodecadiz.es/article/ocio/264571 /solar/comico/sigue/destapando/pasado/fenicio/la/ciudad/cadiz.html

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Este trabajo se inscribe en el marco de actuación del Grupo de Investigación «Phoenix Mediterranea» (HUM-509) del P.A.I. de la Junta de Andalucía, cuyo responsable es el Dr. D. Ruiz Mata y de los Proyectos de I + D financiados por el Ministerio de Ciencia e Innovación Finnit en Ibiza. La Cueva de Es Culleram (HUM2007-63574) y Los fenicios occidentales: sociedad, instituciones y relaciones políticas (siglos VI-III a.c.) (HAR2008-03806/HIST) dirigidos por la Dra. M.C. Marín Ceballos y el Dr. J.L López Castro respectivamente. 1

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Investigadora «Ramón y Cajal». Departamento de Historia, Geografía y Filosofía. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Cádiz. Avda. Gómez Ulla s/n. 11003 – Cádiz (España). E-mail: [email protected] 2

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“Caracterización del taller de orfebrería de Gadir mediante técnicas de análisis nucleares” Mª.L. de la Bandera, Inés Ortega Feliú, Blanca Gómez Tubio, Mª Ángeles Ontalba, Miguel Ángel Respaldiza (Universidad de Sevilla y Universidad de Extremadura)

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ntre las novedades tecnológicas introducidas en la Península Ibérica con la llegada de los fenicios destacan las que competen a la producción de orfebrería. Pero no será hasta los años sesenta cuando se manifieste en la historiografía de la investigación del desarrollo de la orfebrería peninsular el interés por identificar una joyería “orientalizante” diferenciada de la oriental fenicia. En el campo científico se inició en los años siguientes un debate para caracterizar dicha producción, su lugar de fabricación, talleres y artesanos, proponiéndose Cádiz como centro de origen. Esta hipótesis se sustentaba más en la importancia y protagonismo de la colonia en la tradición literaria grecolatina que por los datos arqueológicos. El estudio arqueológico partía del análisis morfo-estilístico de las piezas conocidas, pero había una falta de paralelos directos en general en la orfebrería de las colonias del Mediterráneo con los que contrastarlos. Además el conocimiento y número de piezas de orfebrería halladas en Cádiz era escaso y poco representativo para el periodo fenicio arcaico de los siglos VII-VI a.C. La caracterización de la orfebrería procedente de Cádiz se comienza a definir en sus aspectos morfo-estilísticos y técnicos de la orientalizante tartésica a partir de las investigaciones de la década de los 80, en particular diferenciando las formas y algunos de los procesos tecnológicos de elaboración en las joyas del periodo púnico. Posteriormente se abre una nueva etapa en la investigación de la orfebrería gaditana, contribuyendo a su conocimiento dos factores importantes: uno debido a las más recientes intervenciones arqueológicas realizadas en la ciudad de Cádiz, y

otro a la metodología interdisciplinar aplicada a su estudio. Las intervenciones arqueológicas de los años 1988, 1995 a 1998 y las de 2003 han proporcionado un buen número de joyas procedentes de tumbas bien fechadas por sus materiales cerámicos y pertenecientes por sus contextos, a los periodos arcaico (siglo VII-VI a. C.) y púnico (siglo V-IV a. C.). Estos datos han equiparado esta producción a las de otras colonias fenicias del Mediterráneo, como Cartago, Tharros, Sulcis, y ha integrado esta orfebrería en el grupo homogéneo de producción colonial fenicia, aunque en ellas también se observan diferencias debidas al taller o a modificaciones de algunos elementos y estilos. Por otra parte los métodos nucleares de análisis no destructivos han venido experimentando en los últimos años un fuerte impulso en el ámbito de sus aplicaciones en la investigación arqueológica, gracias a sus excelentes prestaciones cuando se trata de objetos de gran valor. Sus posibilidades son impensables por otros métodos más convencionales que requieren la destrucción, aunque mínima, de la joya. Con las técnicas nucleares de análisis es posible obtener información multielemental de gran precisión en límites de detección cercana a la “parte por millón (ppm)”, o lo que es lo mismo, la capacidad de determinar elementos trazas. Estos análisis se han mostrado de gran valor a la hora de llevar a cabo estudios de procedencia del metal en los cuales, y bajo determinadas condiciones, es posible detectar relaciones con las regiones mineras de donde presumiblemente se obtuvo la materia prima base de la elaboración de la pieza.

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En los últimos años la aplicación de la técnica PIXE a dos lotes de piezas de oro de ajuares funerarios de la necrópolis de Cádiz, pertenecientes a cada una de las fases, arcaica y púnica, ha significado un paso determinante para la caracterización del ámbito tecnológico de este taller colonial. En general se determina un marco tecnológico colonial con dos momentos claramente diferenciados entre sí, tanto por las tecnologías y estilos de producción como por las composiciones de la materia prima. Estas diferencias también se detectan en relación con la producción tartésica- orientalizante y turdetana. Desde el punto de vista analítico se observa que en los valores medios relativos calculados de la composición de cada joya muestra del periodo fenicio arcaico, se dan algunas aleaciones con alto valor en oro (Au: 97’50%: Ag: 2’7%; Cu: 0’5%), pero en una mayoría de las joyas las aleaciones de oro son muy ricas en plata. En ellas los valores de oro no sobrepasan el 82% (valor medio: Au 45,70%; Ag 50.7%; Cu 3.60%), cuando en la producción tartésica- orientalizante el valor medio relativo calculado de oro en las aleaciones está por encima del 95% . Este alto contenido en plata plantea la hipótesis de si la aleación usada en la manufactura de las joyas procede de depósitos minerales, conocido como electrum, o bien es el resultado de un proceso intencionado debido al conocimiento técnico del orfebre. Por criterios geológicos, la existencia del compuesto natural con proporciones de plata entre 15% y 30% puede sugerir que se ha utilizado electrum para algunas piezas, lo cual implica una im-

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portación del material bruto o piezas elaboradas en otros talleres coloniales. La discusión científica se mantiene. Por otra parte el estudio del conjunto de piezas seleccionadas de la fase púnica ha permitido la identificación de aleaciones también diferenciadas de la producción fenicia anterior y la contemporánea turdetana; pero quizás lo más significativo sea la presencia en la composición de dos joyas de un elemento traza, palladium, en un inusual alto contenido que llega a alcanzar un 0,70%. Desde una aproximación geológica y metalográfica al origen de este oro con palladium podría localizarse en depósitos auríferos aluviales del NW de Iberia, en las costas del Oeste de África o en Anatolia; lo cual sugiere también una importación del material, de la pieza elaborada, o reciclaje de otras joyas. La procedencia peninsular se pone en duda, porque no se ha detectado en ninguna de las muchas piezas analizadas de orfebrería prerromana. En cuanto a su procedencia del Oeste de África podría interpretarse como fruto del comercio a través de Cartago, que según transmite Herodoto obtenía oro aluvial en torno al Niger y Senegal, o bien de manera directa; circunstancias que también podrían considerarse para el Mediterráneo oriental. Actualmente se sigue en esta investigación con propuestas de análisis con técnicas nucleares de la orfebrería de los talleres de Cartago y Tharros. Esta línea de estudios puede ayudar a determinar el comercio de metales en el periodo fenicio- púnico.

Interpretación y posibles usos de la moneda en la necrópolis de Gadir Alicia Arévalo González (Universidad de Cádiz)

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a arqueología urbana ha aportado en los últimos años un volumen ingente de información sobre la necrópolis de Cádiz; sin embargo, su utilidad es tan limitada que por el momento sólo es posible una somera aproximación, ya que por inexplicable que pueda parecer, a pesar de algunos intentos más o menos afortunados, carece de un proyecto de investigación sistemática. Pese a todo, cabe observar algunas particularidades de interés dada la amplitud cronológica de la misma al abarcar desde el siglo VI a.C. hasta el IV d.C., así está permitiendo conocer los cambios producidos a lo largo del tiempo en su topografía, los tipos de tumbas empleados, el ritual, los ajuares o las ceremonias conmemorativas, así como percibir la pervivencia de algunas costumbres funerarias que continúan a lo largo del tiempo, y por otro lado los cambios derivados de la introducción de nuevas ideas religiosas llegadas con la presencia romana que afectan al tratamiento del cadáver, a la forma y estructura del monumento funerario, etc. Aunque lo que se percibe continuamente, es el fuerte arraigo de las tradiciones locales en los ritos y tradiciones funerarias. Tras esta llamada de atención sobre la compleja problemática que ofrecen los usos y el espacio funerario de conjuntos urbanos tan emblemáticos como el de Gadir/Gades, y la necesidad de su estudio. El presente trabajo tratará de destacar la importancia de la moneda como depósito privilegiado de información histórica y cultural que tiene por si misma, importancia que se acrecienta cuando conocemos el contexto en el que aparece. En la búsqueda de rasgos que definan y caractericen el mundo funerario púnico gaditano, la mo-

neda se presenta como un referente privilegiado al aportar datos significativos sobre sus creencias religiosas, sobre su función en el ámbito funerario, y sobre sus diferentes usos en el ritual y en la liturgia desarrollada en torno al difunto. La presencia constante del dios Melkart en sus monedas es uno de los testimonios más explícitos, junto con su abundante y casi exclusiva presencia en la necrópolis, de la gran importancia que va a tener su culto en la ciudad y del gran valor religioso que dan a sus monedas. Para ilustrar esa capacidad informativa de carácter histórico-arqueológico que tiene la moneda en este mundo funerario abordaremos algunos ejemplos dentro de un marco cronológico concreto, los siglos III y II a.C., marco determinado tanto por el inicio de la amonedación gaditana, como por la incorporación de la moneda en la necrópolis, bien en el interior de las propias tumbas o en conexión con el conjunto de estructuras – pozos, piletas, fosas rellenas de materiales, pequeños espacios de culto- que espacial y funcionalmente se encuentran relacionadas con la necrópolis y con la liturgia desarrolla en torno al mundo funerario. No abordaremos aquí cómo la moneda gaditana es uno de las evidencias más claras del fuerte arraigo de las tradiciones locales funerarias en época romana, ya que no es este el período de análisis de este Congreso, pero es interesante señalar como las acuñaciones más abundantes en la necrópolis gaditana son las de la serie VI datada con gran amplitud e imprecisión entre los siglos II-I a.C., y que aparece en numerosas ocasiones en tumbas fechadas en época alto imperial, a veces

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sola y frecuentemente junto a moneda romana, presentando en estos casos un alto grado de desgaste, que impide en muchos casos ver con claridad los tipos y las leyendas, pero que sigue siendo seleccionada para llevarla a la tumba. Se trata de aportaciones arqueológicas recientes y de la revisión de antiguos hallazgos que forman parte de un corpus que estamos elaborando en perspectiva diacrónica desde época tardo-púnica hasta la Antigüedad Tardía. Un corpus donde se re-

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coge la localización y el contexto del hallazgo, el rito documentado, la composición de los ajuares, la disposición de las monedas en la tumba, la datación cronológica del conjunto, etc. Y que permitirá enriquecer el panorama del mundo funerario y ritual de la necrópolis gaditana, al tiempo que contribuirá a acercarnos a la función y usos de la moneda en este ámbito, normalmente minusvalorada en las líneas de investigación vinculadas al mundo funerario.

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Los sarcófagos antropomorfos fenicios de Gadir, Arwad y Sidón M. Almagro - Gorbea (Universidad Complutense de Madrid) A. Mederos (Universidad Autónoma de Madrid) M. Torres (Universidad Complutense de Madrid)

Los sarcófagos antropomorfos fenicios de momento no los encontramos ni en la necrópolis de Tiro ni en la de Cartago, esta última intensamente excavada a lo largo de más de un siglo. Este hecho sugiere que su distribución en el Mediterráneo hasta Cádiz, donde conocemos dos ejemplares, uno masculino y otro femenino, puede ayudar a profundizar en las rutas comerciales de otras dos de las principales ciudades fenicias, Sidón y Arwad, pues existen indicios en ambas de la presencia de talleres dedicados a su fabricación. Estas piezas excepcionales son indicadoras de la presencia de

miembros de la élite de las principales ciudades fenicias, algunos de los cuales podrían pertenecer a las dinastías reales. Estos sarcófagos, aparte de la decoración exterior en altorrelieve de cabeza, y a veces brazos y pies, estaban pintados al exterior y el cuerpo dentro del sarcófago estaba envuelto en un vendaje muy apretado, sobre el cual se superponía una máscara de madera probablemente policromada. Siguiendo también una tradición religiosa egipcia, asumida por los fenicios, había un escarabeo junto al cuerpo, debajo del vendaje.

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Nuevos datos sobre las fases pre-augusteas de Baelo. Las actuaciones arqueológicas de 2007 y 2008 en La Silla del Papa (Tarifa, Cádiz) Pierre Moret (UMR 5608 TRACES, Université de Toulouse) Iván García Jiménez (Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia) Ángel Muñoz Vicente (Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia) Fernando Prados Martínez (Universidad de Alicante)

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uatro kilómetros al norte del municipio romano de Baelo Claudia, en la cima de la Sierra de la Plata, existe un yacimiento prerromano y romano-republicano conocido desde finales del siglo XIX por el nombre de “Silla del Papa”, que según todas las probabilidades corresponde a la ciudad bástulo-púnica que emitió una serie de amonedaciones con leyenda bilingüe latina y neopúnica Bailo/BLN. Este yacimiento es el objeto de un proyecto de investigación que nació en 2007 y en el que han colaborado hasta la fecha la Casa de Velázquez, la Junta de Andalucía (a través del Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia) y la Universidad de Toulouse (UMR TRACES 5608). Presentaremos aquí brevemente los resultados de los trabajos de prospección y limpieza de estructuras visibles que se han realizado en 2007 y 2008, así como las perspectivas abiertas para el futuro con la colaboración de otras instituciones, en particular la Universidad de Sevilla.

La Silla del Papa ocupa el lugar más elevado (457 metros) de la Sierra de la Plata. Desde esta altura se puede controlar la ensenada de Bolonia al sureste con la bahía de Tánger al fondo, la plataforma litoral de Zahara de los Atunes al suroeste y el valle del río Almodóvar al norte. La visibilidad se extiende por el oeste hasta el cabo de Trafalgar y por el este hasta Tarifa, siendo visible más allá el Djebel Moussa en la costa africana. Por el contrario, la visibilidad directa hacia la costa es muy limitada, debido a la disposición de las crestas de la Sierra de la Plata. La superficie habitable, entre los dos puntos extremos en los que se han observado estructuras, supera las dos hectáreas. El poblado se extiende

entre dos grandes afloramientos rocosos que discurren paralelamente de norte a sur, formando a una especie de corredor natural. Estas rocas presentan hacia el interior una superficie vertical o casi vertical, con una altura que oscila entre los 5 y los 20 metros, siendo aprovechada, casi de forma sistemática, para apoyar las viviendas que, por los restos visibles de mechinales y otros entalles, pudieron presentar varias alturas. Toda la superficie del corredor está cubierta por una gran cantidad de bloques y sillares de diferentes módulos que provienen de la destrucción de los muros. Las limpiezas realizadas en el centro del asentamiento (zona A-1) han permitido observar un entramado urbano bastante regular, con una calle axial de entre cinco y seis metros de anchura y muros de sillares de disposición más o menos ortogonal. Se limpió asimismo los niveles superficiales de una torre situada en el ángulo suroeste del oppidum. Se trata de un edificio de planta rectangular (8,70 x 5,60 metros) construido con sillares provistos de un almohadillado rústico, colocados a hueso sin mortero. Tanto esta torre como la fase visible en superficie del urbanismo de la zona A-1 corresponden al último periodo de la vida del asentamiento, que fechamos provisionalmente entre 175/150 y 50/25 a.C. Esta datación, basada en el material de los niveles de destrucción superficiales, deberá ser confirmada a la luz de sondeos estratigráficos más completos. Cabe recalcar, en cualquier caso, la ausencia de terra sigillata en todo el yacimiento, salvo un ejemplar aislado de T.S. itálica. Esta última fase de la ocupación de la Silla del Papa es contemporánea del periodo de funcionamiento de las primeras factorías de salazones de Bolonia.

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Así pues, el yacimiento de la Silla del Papa ofrece la oportunidad única de estudiar un oppidum bástulo-púnico de mediados del siglo I a.C., es decir, en un momento aún muy mal conocido de la historia urbana del sur de la península Ibérica. Su urbanismo, adaptado a un medio natural singular, muestra rasgos inequívocos de su pertenencia a un contexto geográfico y cultural en el que se mezclan elementos púnicos e indígenas. Con respecto a las fases anteriores de la vida del asentamiento, sólo contamos con una documentación marginal, extraída del material cerámico hallado en superficie. Sin embargo, no cabe duda de que durante la época prerromana se sucedieron varias fases de ocupación, por lo menos en la parte central y meridional del yacimiento. Los únicos datos precisos de los que se dispone proceden de la parte más alta del yacimiento, donde se pudo limpiar un corte natural generado por la erosión de un paquete de sedimentos antrópicos conservados en una anfractuosidad del substrato rocoso. En este corte se documentó una secuencia estratigráfica relacionable con la destrucción de un hábitat, cuyo nivel inferior proporcionó una

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gran cantidad de carbones y fragmentos de cerámica. Esta cerámica, exclusivamente a mano, incluye formas bruñidas características de un horizonte cultural que en el sistema de datación convencional se podría situar entre el siglo IX y el VIII a.C. Un análisis radiocarbónico realizado sobre un carbón de la misma UE proporcionó la fecha de 2780 +/- 40 BP (BETA-251591), Cal BC 1010-830 (calibración a dos sigmas). En contacto con este nivel, pero en superficie, se halló un borde de pithos a torno de tipología fenicia. A pesar de la brevedad de las campañas realizadas hasta la fecha, los datos obtenidos permiten enmarcar la historia del asentamiento de la Silla del Papa entre el siglo X / IX a.C. (según la datación absoluta calibrada) y el inicio del reinado de Augusto, con un primer momento marcado por contactos tempranos con el mundo fenicio (atestiguados, aparte del mencionado borde de pithos, por fragmentos de ánfora), y al final con un desarrollo urbanístico importante en época republicana, en un contexto cultural mixto. Esperamos que la continuación del proyecto arroje luz sobre el largo periodo que separa estos dos momentos.

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El mundo funerario fenicio-púnico en el Campo de Gibraltar. Los casos de la necrópolis de los Algarbes y la Isla de las Palomas (Tarifa, Cádiz) Fernando Prados Martínez (Área de Arqueología, Universidad de Alicante) Iván García Jiménez (Consejería de Cultura, Junta de Andalucía) Vicente Castañeda Fernández (Área de Prehistoria, Universidad Cádiz)

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ste trabajo se inscribe en el marco de uno de los proyectos incluidos en las líneas estratégicas de investigación del I Plan Director de Baelo Claudia que se denomina “Estudio arquitectónico y análisis espacial de las necrópolis de Baelo Claudia” desarrollado por la Universidad de Alicante y el Conjunto Arqueológico. Junto al estudio de la necrópolis romana se contempla un análisis diacrónico del paisaje funerario campogibraltareño con la intención de señalar los precedentes y, por ello, se cuenta con la colaboración del área de Prehistoria de la Universidad de Cádiz. Baelo Claudia supone la culminación de un complejo proceso urbanístico en la Ensenada de Bolonia iniciado en el siglo VIII a.C. según demuestran recientes investigaciones. Con un núcleo originario en el oppidum de “la Silla del Papa”, probablemente la Bailo prerromana de las célebres amonedaciones, Baelo fue el resultado de la evolución del sustrato autóctono y de su interrelación con la llegada sucesiva de elementos poblacionales alóctonos, tanto púnico-africanos inicialmente como itálicos después. El estudio de las necrópolis de la ciudad hispanorromana de Baelo Claudia es fundamental para entender los fenómenos de hibridismo entre la población local y extranjera y, por ello, debemos acudir a los precedentes para tratar de abordar el discutido problema de las perduraciones púnicas. Es por ello que se planteó, por los aquí firmantes, incluir en este estudio el análisis de yacimientos claves de la zona tales como la necrópolis prehistórica de los Algarbes, reutilizada en época púnica

y la necrópolis fenicia de la isla de las Palomas de Tarifa. Se trata, pues, de un recorrido que nos remontaría hasta la Edad del Bronce y al inicio de los contactos con los colonos orientales. Durante época fenicia y púnica (ss. VII-II a.C.) el área campogibraltareña reflejó un proceso cultural similar al que se desarrolló en el área norteafricana aneja, donde, en torno al Cabo Espartel, aparecieron unos modelos de enterramiento caracterizados por la construcción de hipogeos y cuevas artificiales. Los ejemplos de necrópolis hipogeicas del Campo de Gibraltar son comparables también con otras del ámbito cultural fenicio-púnico tales como las sardas, las ibicencas o las tunecinas, tanto en los llamados haouanet líbicos como en los hipogeos púnicos. Uno de los mejores paralelos lo tenemos en la necrópolis de la isla del faro de Rachgoun, en Argelia, ubicada frente a la costa al igual que la isla de las Palomas de Tarifa, justo enfrente de la ciudad de Siga, uno de los centros urbanos púnico-númidas más influyentes y destacados de la costa norteafricana. En el área objeto de estudio contamos con hipogeos funerarios fenicio-púnicos realizados ex novo y con otros modelos de reutilizaciones de los sepulcros en cuevas artificiales de la Edad del Bronce, caso de la necrópolis de los Algarbes. Ambos casos son paradigmáticos y muy característicos y por ello hemos considerado presentarlos ante este foro. Por otro lado, no podemos olvidar que la provincia de Cádiz es una de las más ricas en lo concerniente a hipogeos funerarios ya que, a los bien

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conocidos de la necrópolis de Gadir hay que sumar otros repartidos por toda la región. A este respecto, podemos mencionar los ubicados en la Sierra del Retín (Zahara de los Atunes-Barbate) o los de la necrópolis de Carissa Aurelia (Bornos) que, a pesar de su cronología algo tardía en relación con los que se estudian en este trabajo, presentan una tipología muy similar, tal y como corresponde a una perduración de la religiosidad y la ideología de la muerte púnica en tiempos romanos, como la que ha sido señalada en otras necrópolis andaluzas caso de las de Cástulo, Málaga o Carmona. En el caso de la Necrópolis de los Algarbes la reocupación en época púnica de las cámaras ha sido atestiguada gracias a los hallazgos de algunos fragmentos cerámicos durante las labores de limpieza y puesta en valor de las estructuras llevadas a cabo en los últimos años. También la revisión de los materiales de las campañas de excavación de C. Posac Mon ha ofrecido datos al respecto. Además, hay que tener en cuenta que los hallazgos se han sucedido tanto en el interior como en el exterior de las cámaras, por lo que no cabe duda de que los materiales están relacionados con una utilización del ámbito funerario y no con un uso secundario o residual del área de la necrópolis. Por otro lado, todos los fragmentos encontrados se pueden relacionar con tipos cerámicos propios de los contextos funerarios, siendo fundamentalmente formas abiertas (platos de barniz rojo tardío o de tipo Kouass y cuencos-lucerna o páteras). En todos los casos, los tipos se pueden poner en relación con los elementos de ajuar del difunto y de iluminación ritual del interior de la cámara. Los materiales descritos son paralelizables con los documentados en los enterramientos del Cabo Espartel por M. Ponsich y que presentan un abanico cronológico que abarca desde el siglo VI al III a.C. El ejemplo de los hipogeos de la Isla de las Palomas de Tarifa es mucho más paradigmático. En este caso contamos con los clásicos enterramien-

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tos hipogeicos tanto con acceso en pozo como a través de un pequeño dromos o pasillo de acceso escalonado. La necrópolis se ubica frente a tierra firme, en el área septentrional del islote. Buena parte de los hipogeos se han perdido por las actuaciones desarrolladas en esa zona por distintos contingentes militares que han ocupado la isla y que han aprovechado los afloramientos rocosos como cantera. A pesar de las destrucciones son visibles aún hoy un par de hipogeos y los accesos a otros dos de los que se han perdido las cámaras sepulcrales. También existe otro al que se accede, únicamente, a través del mar, por encontrarse en una zona inaccesible desde tierra firme. La propia densidad de los enterramientos ha provocado en esta necrópolis, como en otras tantas del Mediterráneo, la caída y hundimiento de los sepulcros debido al retoque de las paredes de las cámaras y a la sucesión constructiva de tumbas, muchas veces unas sobre otras. Existen numerosos ejemplos de reocupaciones de los espacios funerarios púnicos, entendidos como áreas sagradas, donde todos los vivos querían colocar los restos de sus difuntos para intentar asegurar, en la medida de lo posible, la salvación de sus almas. Los espacios funerarios, como tantas veces ha sido señalado, conformarían “camposantos” ubicados al margen de los poblados, separados en muchas ocasiones por cursos de agua o, como en el caso de Tarifa, ocupando un islote próximo a la zona habitada. A este respecto contamos con innumerables ejemplos en suelo hispano, basta con recordar, por ejemplo, los de la costa malagueña y granadina (Trayamar, Puente de Noy, Laurita…) El principal problema que nos encontramos es que en los dos casos estudiados el material no proviene directamente de excavaciones recientes, siendo mucho más complejo en el caso de la Isla de las Palomas, ya que la práctica totalidad del material procede de expolios realizados a lo largo de los siglos que se conservan en colecciones privadas, habiendo sido depositados de forma mino-

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ritaria en el pequeño museo local de la ciudad de Tarifa. Entre los materiales depositados se observan cerámicas de los tipos clásicos fenopúnicos que se pueden relacionar con contextos funerarios caso de los platos en barniz rojo o con decoración bícroma en rojo y negro, ampollas y vasos de cuello estrangulado también con decoración a bandas. El elenco cerámico se completa con la presencia de ánforas fenicias –manufacturas de la bahía de Cádiz- en tipos clásicos fechados a partir de finales del siglo VII a.C. Junto con los materiales cerámicos cabe destacar el hallazgo de una

máscara negroide en piedra, muy alterada hoy día, pero que gracias a los dibujos realizados de la misma a través de diversas publicaciones antiguas podemos poner en relación con las máscaras grotescas de terracota tan habituales en contextos funerarios y empleadas para ahuyentar los malos espíritus y proteger el descanso de los difuntos. Quizás podríamos relacionar también la pieza tarifeña con los posteriores “muñecos” de rasgos negroides de la necrópolis de Baelo Claudia, con los que comparte cierta similitud.

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Acerca do Gaditanizaçao do Algarve: As relaçoes do Algarve e da Turdetania entre os séculos V e II A.N.E. Ana Margarida Arruda y Elisa de Sousa

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s trabalhos arqueológicos levados a efeito em sítios do litoral algarvio, concretamente em Castro Marim, Faro e Monte Molião (Lagos), evidenciaram, para a 2ª metade do 1º milénio a.n.e., e sobretudo a partir de finais do século IV, uma forte relação com a área de Cádis. Os dados destes três sítios, recolhidos em contextos primários de deposição datados dos séculos IV e III a.n.e., foram estudados de forma aprofundada, e são aqui apresentados detalhadamente. Os elementos de outros sítios algarvios são ainda chamados à colação na discussão de âmbito mais vasto que aqui pretendemos concretizar, nomeadamente os do Cerro da Rocha Branca (Silves) e os de Tavira. Os referidos dados dizem respeito às cerâmicas importadas e de fabrico local, as quais foram divididas por grupos de fabrico que pudemos, na maioria dos casos, adscrever a áreas concretas de produção. Naturalmente, que a separação tipológica não foi esquecida. Esta divisão, que não apresentou grandes dificuldades quando tratámos os recipientes de transporte e do serviço de mesa, foi mais problemática no que se refere às cerâmicas ditas comuns. Em relação aos primeiros, verifica-se que as ânforas são em Castro Marim e em Monte Molião provenientes da área de Cádis, ainda que exista aqui uma clara distinção entre as produções da Baía e da Campiña. As primeiras integram, em exclusividade, os tipos Carmona, D de Pellicer e Mañá Pascual A4, e nas segundas cabe o tipo Tiñosa. Um grupo minoritário, constituído por ânforas B/C e

D de Pellicer, pertence ao que Joan Ramon chamou de «Extremo Ocidente Indeterminado». Ainda no que diz respeito às ânforas, o caso de Faro distingue-se dos restantes, uma vez que, aí, foi possível identificar uma produção local, que, contudo, é exclusiva da forma B/C. As produções da Baía e da Campiña são, no entanto, ainda maioritárias. Neste período e nos três sítios, o serviço de mesa é constituído pelos vasos de tipo Kuass, tendo sido possível verificar que aos que podemos atribuir um fabrico gaditano dominam de forma expressiva, ainda que outros possam ter sido produzidos no norte de África. Os fabricos da cerâmica comum são ainda menos diversificados quanto à origem. As análises macroscópicas das pastas revelam que, também neste caso, as produções gaditanas, agora apenas da baía, são maioritárias no conteúdo dos inventários, Os vasos de fabrico local representam cerca de 1/3 do conjunto e está documentado sobretudo em potes/panelas e em taças/tigelas. Infelizmente, não dispomos de números para Tavira ou para o Cerro da Rocha Branca que possibilite comprovar se a mesma situação se verifica para outros sítios do litoral algarvio com ocupação coeva, como é por exemplo o caso de Tavira ou do Cerro da Rocha Branca. Contudo o que está publicado permite considerar que essa possibilidade. De qualquer modo, e mesmo tendo por base apenas os dados dos sítios que estudámos, a dependência que o Algarve evidencia no abastecimento de vasos cerâmicos em relação a Cádis parece tra-

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duzir uma situação que ultrapassa a simples troca comercial, ou mesmo um comércio organizado. Com efeito, a existência, nos sítios algarvios, de quantidades muito apreciáveis de cerâmica comum fabricada em centros oleiros localizados na baía gaditana, para além, naturalmente, dos vasos destinados mais frequentemente à exportação, como as ânforas e a cerâmica de mesa, configuram um cenário de «gaditanização», que pode

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corresponder a uma presença efectiva de gaditanos no sul de Portugal. Mais do que uma dependência económica de uma região em relação à outra, parece tratar-se de uma verdadeira integração num universo político e económico único que seria gerido pela metrópole andaluza.

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Mértola entre os séculos VI e III a.C. Pedro Barros1

Mértola localiza-se no Sudoeste Peninsular, numa região onde se destaca uma peneplanicie homogénea, de superfícies aplanadas com relevos residuais, vales encaixados com declives acentuados, por onde as principais linhas de água têm o seu percurso e onde se desenvolve a faixa piritosa ibérica onde existem amplos recursos geológicos como o cobre e metais nobres (ouro e prata).

como um porto de acostagem (resolvendo problemas de passagem, navegação, embarque e desembarque), face ao ligeiro alargamento do vale, à suavização das vertentes, a um percurso rectilíneo e espraiado, a uma zona de assoreamento suave e onde o regime violento e irregular do rio Guadiana é esbatido pelas águas da Ribeira de Oeiras.

Insere-se num troço do Rio Guadiana caracterizado por um vale com vertentes abruptas, percurso sinuoso e onde os ciclos das marés terminam um pouco mais a montante – no elemento hidro-geológico do Pulo do Lobo –, no final deste comprido, espraiado e profundo estuário e consequentemente onde termina, para qualquer embarcação, a navegação Norte/ Sul de forma ininterrupta desde a foz. A navegabilidade do Rio já era referida por Estrabão (III.2.4., 143) que, comparando-o com o Guadalquivir refere que o Guadiana era navegável num percurso mais curto e por embarcações de menor calado.

A visibilidade centra o seu controle numa zona até 2Km, dirigida sobretudo para o Rio e sua envolvente imediata num claro controlo de vias naturais de comunicação entre o litoral/ interior e a travessia do rio. A restante área de visibilidade é limitada às cumeadas envolventes entre o 6Km e os 12Km, ou seja, serão outros os factores que sustentam uma lógica de controlo, coordenação e exploração de um território e respectivos recursos (geológicos, agrícolas, pecuários, florestais e fluviais) associados a Mértola, como último porto numa navegabilidade fluvial em percursos de média e longa distância no Guadiana.

Implantada na margem direita, no topo de um esporão, na confluência do Rio Guadiana com a ribeira de Oeiras, a poente, Mértola possui excelentes condições naturais de defesa fluvial e terrestre. De facto, em oposição à boa defensibilidade, parece prescindir da visibilidade envolvente, assumindo uma proeminência sobretudo para quem se aproxima a partir do rio.

Parece ser incontestável a correspondência de Mértola nas fontes clássicas com a designação de Mirtilis, tendo em mente as ocorrências da forma do nome, das fontes literárias, epigráficas e numismáticas, remetendo sobretudo para as passagens de Pomponius Mela (III, 7), onde a cidade é associada ao cabo Cuneus, juntamente com as cidades de Balsa e Ossonoba, num triângulo repetido por Plínio (oppidum ueteris Latii: IV, 116 e 117), mas apresentada na lista de Ptolomeu (como Ioulía Myrtilis II, 5, 5) como uma cidade turdetana, situada na via de Baesuris – Pace Iulia per compendium (Itinerário Antonino 431,6) e no ager

O seu espaço portuário, localizado na extremidade Sul, ter-se-á mantido inalterável do ponto de vista geomorfológico e de regime ao longo dos tempos. Ainda hoje o local é tradicionalmente utilizado

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Cuneus (Mela 3,7). No que se refere ao seu nome, são feitas diversas análises: umas de origem oriental, outras de origem grega, sendo na sua maioria associada à língua ibérica, comprovada na fronteira gerada entre a confrontação de topónimos célticos em -briga e os ibéricos em -ilti. Os dados arqueológicos revelam uma ocupação do local de forma contínua desde o final do Bronze Final (com cerâmicas finas carenadas, com ornatos brunidos, “tipo Carambolo”, foice em bronze de “tipo Rocanes”), contudo, a longa diacronia destes materiais indiciam que podem aqui co-existir em momentos com as cerâmicas a torno de características orientalizantes a partir da segunda metade do século VII a.C. (contentores anfóricos tipo 10.1.2.1, cerâmicas de engobe vermelho maioritariamente representadas por tigelas e pratos, cerâmicas “tipo Cruz del Negro”, entre outras). A delimitação de Mértola durante a primeira metade do primeiro milénio a.C. passa pela definição de uma estrutura defensiva que circunscreve um espaço de exploração directa com mais de 65 hectares, que segundo alguns autores poderá remontar ao século VI – V a.C., mas que ainda carece de prova, já que são escassos os materiais datantes recolhidos, referindo-se a uma segunda fase de construção, que remete para uma cronologia dos finais do III a.C. e inícios do II a.C.. No estado actual dos conhecimentos, a área que revela uma cultura material associada ao terceiro quartel do primeiro milénio a.C. parece restringir-se a cerca de 6/7 hectares. Até ao momento, no espaço que poderemos considerar, grosso modo, como habitacional, o espólio arqueológico engloba contentores ânforicos do tipo 10.1.2.1.; cerâmica pintada em bandas; cerâmicas de engobe vermelho, maioritariamente representadas por tigelas e pratos; cerâmica cinzenta; cerâmica manual com formas e decorações de influência mediterrânea, cerâmicas áticas, com uma presença maioritária de taças Cástulo e um aumento do panorama formal das cerâmicas áticas numa fase posterior, a presença das ânfo-

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ras tipo Tiñosa, Mañá Pascual A4 evolucionadas, B/C de Pellicer, cerâmica tipo Koauss. Existem ainda outros elementos passíveis de integrarem este período cronológico, alguns de proveniência ou inspiração mediterrânica, no entanto, por ausência de contexto e pela sua longa perduração não serão aqui abordados. Este espólio mostra uma clara associação a um mundo litoral, de forte predominância orientalizante, sobretudo com paralelos nos sítios do Estreito de Gibraltar, na área do Baixo Guadalquivir, Andaluzia Ocidental e do Algarve, no entanto, não deixam de se verificar alguns elementos de âmbito indígena. Exemplo deste aspecto é a inscrição com caracteres do Sudoeste encontrada a nordeste do povoado, junto à necrópole paleocristã do Rossio do Carmo, reutilizada como tampa de uma sepultura desta época, para a qual se propôs uma cronologia entre o século VII e o V a.C.. Esta inscrição poderá ter integrado uma das áreas de necrópole identificadas, assumindo-se o mesmo pressuposto para os dois contentores do tipo “Cruz del Negro”, um deles atribuível à primeira do VI a.C., . De Mértola ainda há o registo de um larnax.em grés atribuído entre o século VI e V a.C.. Ambos os elementos terão sido registados entre o referido Rossio do Carmo e a Ladeira da Nossa Senhora das Neves, local de extensa intervenção por Estácio da Veiga, e teriam uma utilização/ funcionalidade de urnas onde se colocariam os ossos conservados após a incineração. As sucintas descrições existentes destes contextos parecem inclusive remeter para uma necrópole de incineração, com estruturas funerárias constituídas por fossas de cremação simples ou em cova. A eventual existência de uma, ou possivelmente duas áreas de necrópole com fortes influências orientalizantes, em convergência cultural com o mundo indígena, tem os seus paralelos no mundo do Guadalquivir (entre as regiões de Huelva, Carmona, Sevilha e Mesas de Asta), mas também em locais do ocidente peninsular e na bacia do Guadiana (Medellín, região de Badajoz). Apresenta uma estratégia distinta da utilizada nas necrópo-

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les de Ourique e Castro Verde, ou mesmo das restantes do baixo Guadiana, com excepção da de Tavira no Algarve.

bastante escassa para interpretações de presença ou ausência destas ligações sociais e económicas durante este período.

A pertinência de um assentamento neste local justifica-se pela sua localização estratégica, ou seja, no domínio de um eixo de comunicação norte/sul, ponto final do estuário, e pela riqueza dos recursos mineiros e agrícolas terrestres (nomeadamente a zona de Beja/Serpa) e fluviais que o envolvem.

De facto, as transformações ocorridas no substrato indígena deste local, com a aquisição de produtos exógenos assimilando talvez gradualmente hábitos sociais e alimentares estranhos à região, remetem-nos agora para uma organização (social, económica e politicas) intrinsecamente ligada com a entidade étnica turdetana, mas que ainda assim seria por certo independente face ao seu poder de aquisição e relação próxima com as rotas comerciais mediterrânicas.

A ocorrência de uma cultura material com características mediterrânicas é prova das transformações efectivas no substrato indígena, demonstrando uma estrutura comercial local baseada na produção de excedentes, havendo por certo um controlo hierárquico de uma determinada região. Esta estruturação passaria por relações com alguns sítios com características rurais (localizados nos concelhos de Castro Verde, Mértola e Alcoutim), mas também com sítios litorais (Castro Marim, Tavira, Faro, entre outros), bem como num contexto mais vasto nos limites da área controlada pelas regiões do barlavento algarvio, de Huelva, do Baixo Gadalquivir e da área de Cádiz. As relações existentes entre Mértola e o interior do Baixo Alentejo, rico em minérios e terras produtivas, parecem igualmente transparecer por alguns testemunhos. No entanto, até ao momento, a representatividade da amostra destes sítios é

A presença deste espólio, aliada à localização estratégica de Mértola, faz com que se torne num importante entreposto mercantil, numa relação estreita com Castro Marim, moldando a sua ocupação e a sua importância ao longo do tempo, em permanente contacto com um vasto território interno, mas sobretudo com o litoral da Andaluzia ocidental, o Algarve oriental, o círculo do estreito de Gibraltar e o não menos vasto Mar Mediterrâneo. É neste amplo contexto natural que Mértola vai explorar o seu potencial de plataforma comercial entre um conjunto polifacetado de realidades, resumidas entre o mundo litoral e o interior. 1 Instituto de Gestão do Património Arquitectónico e Arqueológico (IGESPAR, I.P. - Extensão do Algarve). Rua General Leman, 18 – 1º, 1600 Lisboa (Portugal) [email protected]

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Buscando a los púnicos en el Noroeste. Nuevas aproximaciones a la presencia mediterránea en Galicia y el norte de Portugal durante la Edad del Hierro Alfredo González Ruibal (UCM), Xurxo Ayán Vila (CSIC) y Rafael Rodríguez Martínez (Deputación de Pontevedra).

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a zona al norte del río Móndego, en la fachada atlántica peninsular, ha quedado al margen de los estudios fenicio-púnicos hasta hace poco tiempo. El caso es que importaciones mediterráneas se venían detectando en castros del Noroeste peninsular desde los años 20 del siglo pasado (Losada 1943). Su número se incrementó significativamente desde finales de los años 70 (Silva 1986; Naveiro 1991), pero los hallazgos pasaron desapercibidos por diversas razones: en primer lugar se encuentra la propia tradición investigadora regional, que llevó a la publicación de muchos materiales relevantes en medios locales de escasa difusión—por ejemplo, el primer fragmento de cerámica griega de la provincia de Pontevedra, publicado en la revista del Museo de Pontevedra (Hidalgo y Costas 1978). En segundo lugar, y en relación con el primer punto, debemos tener en cuenta la vacilación de los propios descubridores, quienes por su falta de familiaridad con los materiales mediterráneos propusieron frecuentemente cronologías erróneas o describieron los objetos con vaguedad para evitar arriesgarse con dataciones que en aquellos momentos se habrían considerado heréticas. Finalmente, por no echar la culpa exclusivamente a los investigadores del Noroeste, es necesario reconocer que entre los estudiosos del ámbito mediterráneo no se valoraron en su justa medida los hallazgos púnicos de Galicia y el norte de Portugal publicados en medios de mayor impacto (p.ej. Fariña 1990), con lo que la zona que aquí abordamos permaneció al margen de la gran narrativa de la colonización fenicio-púnica de Iberia. La revisión de los hallazgos púnicos en Galicia (González Ruibal 2006-2007), el descubrimiento

de nuevos yacimientos (p.ej. Suárez Otero 2004; Aboal y Castro 2007) y la continuación de las excavaciones en yacimientos clásicos (Ayán 2005, 2008) ha permitido una reinterpretación del comercio mediterráneo y el impacto del mundo púnico en la antigua Callaecia (cf. González Ruibal 2006). En síntesis, los datos permiten actualmente evaluar tres aspectos de la presencia mediterránea en el Noroeste durante la Segunda Edad del Hierro que serán en los que basaremos está presentación: 1) la densidad y distribución de los hallazgos; 2) los ciclos de comercio; 3) el carácter del intercambio. La densidad y distribución de los hallazgos. En la actualidad, se puede decir que no existe un castro del Noroeste situado en la zona litoral y con ocupación entre el 500 y el 50 a.C. que no haya suministrado algún elemento de origen mediterráneo (púnico, griego o ibérico). Sin embargo, está afirmación requiere de matices para que cobre todo sus significado histórico. La zona que concentra más hallazgos es la situada entre la desembocadura del Duero, donde se sitúa el importante emporio de Cale (Oporto) y el norte de las Rías Baixas. Pasado Finisterre, la presencia púnica se desvanece rápidamente, a excepción de dos polos comerciales de relevancia: la Bahía de A Coruña – Castro de Elviña y, en menor medida, la Campa Torres (Gijón). Es cierto que el norte gallego y el Cantábrico son peor conocidos arqueológicamente que las Rías Baixas, pero también es cierto que castros excavados en extensión, como Borneiro (Cabana, A Coruña) no han ofrecido más materiales púnicos que escasas cuentas de pasta vítrea.

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Esta caída brusca del comercio que se advierte entre la fachada occidental y la septentrional tiene su correlato en la que se produce entre la costa y el interior. La presencia de cerámica púnica se desploma a los pocos kilómetros del litoral. Creemos que además de las obvias dificultades orográficas es necesario tener en cuenta cuestiones de tipo sociopolítico que limitarían la circulación de importaciones mediterráneas. Esto plantea dudas sobre el papel de los emporios comerciales situados en la costa, puesto que no parece que tengan propiamente un papel redistribuidor de importaciones. Más bien, asentamientos como A Lanzada (Pontevedra) parecen acaparar objetos foráneos.

En la presentación describiremos de forma detallada los tipos de materiales que aparecen asociados a cada uno de los ciclos comerciales.

2005, 2008) nos están permitiendo acercarnos de manera más precisa a la forma que tomaron las relaciones entre púnicos y galaicos. Las excavaciones en Neixón han sacado a la luz un emporio en el que se mezclan inextricablemente las funciones comerciales y rituales: se trata de un recinto lleno de hoyos y rodeado por un profundo foso en el cual tuvieron lugar los intercambios entre indígenas y navegantes mediterráneos. Dentro de las fosas y en la zanja perimetral han aparecido numerosos materiales púnicos datables en su mayoría en los siglos IV y III a.C. Las cerámicas aparecen asociadas a objetos singulares castreños, como fíbulas, artefactos decorados de hueso e imitaciones de ungüentarios, así como diversos animales, extraños en el registro faunístico galaico (perro, cochinillos y aves), pero que encajan bien en el ámbito fenicio-púnico. Todo ello revela el carácter estructurado (votivo) de los depósitos y la naturaleza ritualizada de los intercambios. Esta misma naturaleza resulta aparente en Punta do Muiño (Vigo), donde se ha localizado una estructura cuadrangular con betilos llena de cerámicas púnicas (sobre todo ánforas Mañá-Pascual A4) (Suárez Otero 2004; González Ruibal 2006). Un betilo ha aparecido también en el vecino castro de Toralla, fuera de contexto pero en niveles con cerámica púnica. Frente al carácter ritualizado de la primera fase de comercio púnico, el intercambio tardío adquiere una forma más empresarial. En relación con esta nueva fase se pueden señalar diversos puntos de desembarque que han ido apareciendo en excavaciones de urgencia urbanas en las ciudades de A Coruña (Mañá C2b asociadas a cerámicas castreñas), Vigo (ídem) y Pontevedra (cerámicas de la Edad del Hierro en la zona del puerto romano). Consideramos que en ambos períodos debió haber agentes comerciales del mediodía peninsular viviendo en los castros o cerca de ellos, sino durante todo el año, al menos de forma estacional.

El carácter del intercambio.

Nuevas vías de investigación.

La excavación en extensión de yacimientos como el Castro Grande de Neixón (A Coruña) (Ayán

Uno de los interrogantes que plantea el Noroeste es la ausencia de trazas evidentes de comercio fe-

Los ciclos de comercio. Los abundantes lotes de cerámicas de importación descubiertos en castros galaicos nos permiten hablar de ciclos de comercio, los cuales pueden ponerse en relación con tendencias panmediterráneas. Es necesario realizar más excavaciones en yacimientos con buenas estratigrafías, pero en el momento actual podemos distinguir al menos dos fases claras de intercambio (González Ruibal et al. 2007): la púnica propiamente dicha (ca. 450 – 150 a.C.) y la tardopúnica (150 a.C. – 50 a.C.). Mientras que la primera muestra unas características muy idiosincrásicas—que revelan la importancia de las decisiones locales en la configuración del comercio—, durante la segunda etapa, si bien no se pierde la peculiaridad galaica, es obvio que el Noroeste se integra mucho más en la koiné de consumo del mediterráneo occidental (caracterizada entre otras cosas por la gran circulación de ánforas Dressel 1, Mañá C2b y kalathoi).

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nicio, pese a la existencia de un importante asentamiento fenicio o tartésico en la desembocadura del Mondego: Santa Olaia (Torres 2005: 201-203). Existen elementos indirectos que nos hablan del impacto de la colonización fenicia peninsular, pero los artefactos claramente vinculables a navegantes foráneos durante la Primera Edad del Hierro son muy escasos y, con frecuencia, dudosos: se pueden señalar un par de fragmentos de plato de engobe rojo y un posible fragmento de urna Cruz del Negro procedentes de A Lanzada (Pontevedra) y un pie de trípode fuera de contexto de Neixón.

cuestión. Otro punto que debe ser analizado de forma más profunda es el impacto del mundo mediterráneo en la cultura galaica. Los datos de que disponemos nos permiten hablar de aportaciones importantes en la esfera religiosa y en las tecnologías vinculadas al poder (orfebrería y escultura). Sin embargo, la automática atribución al mundo romano de todo aquello que tenía un aire mediterráneo en la Edad del Hierro del Noroeste ha impedido valorar, hasta ahora, la influencia púnica en Callaecia.

Es posible que nuevas excavaciones en castros antiguos del norte de Portugal y la zona del Bajo Miño permitan arrojar luz sobre esta intrigante

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Algunas reflexiones sobre la identidad púnica Carlos Gómez Bellard (Universidad de Valencia)

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os últimos años han visto aumentar considerablemente los trabajos que se refieren a la identidad de los pueblos antiguos. Siguiendo la senda de los investigadores anglo-sajones (inspirados a su vez en sus colegas antropólogos), algunos arqueólogos españoles han intentado aplicar modelos y reflexiones a la población peninsular del Bronce Final-Hierro, que es la que aquí nos interesa. Después de los dos volúmenes sobre Paleoetnología editados por M.Almagro y G. Ruiz Zapatero (1992), podemos destacar entre otras las notables contribuciones de E.Ferrer Albelda (1998; 2007), quién subrayó con justa indignación que precisamente los púnicos habían sido injustamente olvidados en dichos volúmenes, y la de J.L. López Castro (2004). En esta ocasión queremos aportar algunas ideas sobre esta cuestión de la identidad a partir de una visión general del mundo funerario púnico, no sólo en Iberia. Nuestra visión se ha enriquecido, creemos, con el debate organizado por la British School in Rome con el sugerente título de “Identifying the Punic Mediterranean”, celebrado en Roma en noviembre pasado y en el que tuvimos la ocasión de participar, La búsqueda de lo que es una identidad púnica resulta tan complicada como la de otras identidades desaparecidas. Tanto más si seguimos las ideas más recientes sobre la teoría de la identidad, que sostienen con razón que una cultura arqueológica no es una identidad étnica. Y más difícil aún resulta avanzar cuando se rechaza sin más la lengua y la religión como elementos válidos para percibir una identidad, o se les considera

simplemente como meros indicios. Y si la identidad étnica es finalmente y sobre todo una autoadscripción individual a un determinado grupo (Jiménez, 2008, 63), la tarea se vuelve realmente compleja. Intentaremos abordar la cuestión desde otro ángulo. Una manera de diferenciar los grupos humanos es observar la repetición de los gestos, de las costumbres, de las actitudes o de las tendencias. Es esta una manera de trabajar habitual entre los antropólogos, pero que a los arqueólogos nos plantea un problema: los grupos que nos interesa estudiar ya no existen, no podemos observarlos. Es así de sencillo. Debemos acercarnos pues a los restos materiales y sobre todo a la interpretación para poder reconstruir esa diversidad de conductas individuales y aceptar o no la existencia de grupos (identidades) diferentes (1). En esta perspectiva, mi intención es acercarme a estas cuestiones a través de los restos funerarios, tan abundantes en el mundo púnico. De hecho la Arqueología púnica fue durante largo tiempo una arqueología eminentemente funeraria: desde Cádiz a Cartago, desde Ibiza hasta Cagliari, los grandes centros eran sobre todo conocidos por sus grandes necrópolis. Tenemos así una enorme masa documental sobre la muerte, las tumbas y las costumbres funerarias, que nos pueden ayudar a encontrar esa identidad púnica de la que hablamos. Notas Sobre la individualidad en Arqueología, véase ahora la interesante contribución de Knapp y van Dommelen (2008).

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Tartesios: ¿un etnónimo de la Iberia púnica? Manuel Álvarez Martí-Aguilar (Universidad de Málaga)

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a caracterización etnológica de la Andalucía Occidental en el contexto prerromano ha estado dominado por el paradigma de la secuencia Tartesos-Turdetania. Respecto del primer elemento, se ha venido considerando que las fuentes literarias documentaban claramente la existencia de una cultura, cuando no de toda una civilización, Tartesos, y de un pueblo indígena, los tartesios, que asistían la llegada de los colonos fenicios y de los comerciantes griegos, y cuyo proceso histórico se extendían desde finales del II milenio a. C. hasta el s. VI. También se ha venido considerando tradicionalmente que, a partir del s. VI a. C., Tartesos desaparece, más o menos gradualmente, y con él la denominación étnica de tartesios, dando paso a un horizonte cultural nuevo y diferenciado, el turdetano. La Turdetania y los turdetanos constituirían, en la imagen más extendida, el horizonte étnico y cultural protagonista del proceso histórico en la Andalucía occidental entre el s. VI a. C. y la llegada de los Bárcidas en 237 a. C. y posteriormente, tras el desarrollo de la Segunda Guerra Púnica en la Península Ibérica, bajo el dominio romano hasta su integración en las estructuras del Imperio. En los últimos años se ha dedicado una mayor y mejor atención a las características del pensamiento historiográfico y geográfico antiguo, a los marcos ideológicos desde los que escriben los autores griegos y romanos, y a los condicionamientos propios de sus géneros literarios. Por otra parte, los estudios de etnicidad e identidad en el Mundo Antiguo han contribuido a una revisión de los criterios de identificación cultural y arqueológica de las “etnias” supuestamente descritas por las fuentes literarias antiguas. Todo ello legitima y

justifica una revisión de los conceptos de Tartesos y de Turdetania desde el prisma de la identidad. Las novedades aportadas por los últimos análisis de la tradición literaria son, llanamente, demoledoras (Ferrer y García 2002; García 2002; 2003; Cruz 2007; Moret e.p.). Un examen atento de los testimonios antiguos revelan que las menciones a Tartesos no desaparecen tras el s. VI a. C., y que las menciones a la Turdetania y a los turdetanos no aparecen en ese momento, sino mucho después, en época romana. Frente a lo tradicionalmente admitido, Tartesos, como concepto geo-etnográfico y como referente histórico, no desaparece en el s. VI a. C., y no es substituido entonces por el concepto de Turdetania, que no aparece hasta mucho después. Es más, los últimos estudios sobre la obra de Estrabón, la fuente más importante para este tema, evidencian que en su Geografía, la Turdetania es un concepto aglutinante, cargado de connotaciones ideológicas y, posiblemente destinado a cohesionar de manera inteligible el paisaje étnico-político del occidente de la Bética (Cruz 2007). En otras palabras, parece cobrar fuerza la hipótesis de que ni la Turdetania ni los turdetanos existieron como un concepto étnico realmente utilizado por las poblaciones de la zona para autodefinirse, o al menos no con la relevancia y el papel que la obra de Estrabón pudiera hacer pensar (Moret e.p.). Lo contrario sucede en el caso del etnónimo tartesio. En trabajos previos (Álvarez 2007; 2008) hemos sostenido que el concepto de Tartesos tiene, en las menciones más antiguas, las vinculadas al horizonte histórico de los ss. VIII-VI a. C., un contenido fundamentalmente geográfico y no es-

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pecíficamente étnico, con lo que no se referiría exclusivamente al elemento poblacional indígena diferenciado del colonial, del fenicio. En cambio, hemos creído poder apreciar que cuando las menciones a los tartesios tienen un contenido más claramente étnico, como expresión de una conciencia de identidad étnica, es a partir del s. V a. C. y, sobre todo, en época Bárcida y romana. En esta época, aunque pueda parecer sorprendente, las referencias a “los tartesios” están vinculadas a poblaciones de tradición cultural fenicio-púnica, sobresaliendo en este sentido la Gades romana y su territorio. En este contexto se explica la tradición sobre la identificación de Tartesos y Gadir en la literatura romana (Alvar 1989; Álvarez 2007). Nuestra aportación se basa en la convicción del carácter histórico de la construcción de las identidades étnicas. El concepto de Tar-

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tesos es múltiple y cambiante, y a lo largo de su prolongada pervivencia en la tradición literarias antigua refleja realidades diversas. En nuestra intervención trataremos de documentar y explicar un fenómeno cada vez más evidente, el uso del etnónimo “tartesio” como forma de autodenominación de poblaciones del suroeste peninsular en época bárcida y romana, y de manera muy concreta, de algunas de las que denominamos como púnicas, entre ellas la propia Gadir. Nuestro estudio se inserta en el nuevo marco de análisis de la construcción étnica entre las comunidades “púnicas” del Extremo Occidente, caracterizado por la complejidad y la diversidad, que tiene en los trabajos de E. Ferrer su mejor exponente (Ferrer 1998; 2004). El étnico tartesio puede cobrar entonces nuevos significados, como uno más de los nombres utilizados por y para este conjunto de comunidades.

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Las leyendas monetales “libio-fenicias”: Revisión epigráfica e implicaciones históricas José Ángel Zamora (Consejo Superior de Investigaciones Científicas)

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as monedas llamadas “libiofenicias” constituyen un conjunto de hallazgos numismáticos característico. Se trata de restos de antiguas acuñaciones peninsulares que presentan leyendas en una escritura, diferenciada del resto de las usadas en su zona y época, de difícil lectura e interpretación. Se trata de un sistema gráfico de trazos simples y angulosos, claramente diversos de los que conforman los grafemas de las escrituras paleohispánicas, púnicas o latinas, aunque con características que acercan en ocasiones esta escritura monetal, sin ser directamente interpretable gracias a él, al llamado alfabeto “neopúnico” (esto es, a la manifestación epigráfica de formas cursivas del alfabeto fenicio en su versión púnica tardía). Se trata, además, de acuñaciones en bronce (ases, semis, cuadrantes, dependiendo de cada ceca) que no suelen presentar una especial calidad de grabado y acuñación y cuyo estado de preservación es con frecuencia malo. Los tipos recuerdan a las monedas de Gadir, aunque incorporan también motivos diversos (siendo el más típico un toro).

Como también la escritura, los tipos se han considerado vulgares, impermeables al influjo romano (aunque presentan también imitaciones de denarios republicanos). Se conservan, por añadidura, pocos ejemplares (con algunas excepciones, en cualquier caso siempre relativas). Los sucesivos estudios numismáticos no parecen en cambio haber dejado dudas sobre la zona general y el momento concreto de su emisión: proceden del sur peninsular (sobre todo de zonas de la Bética próximas al estrecho) y fueron acuñadas tras la conquista romana (entre mediados del s. II a. n. e. y mediados

o finales del siglo sucesivo). Esta localización de algunas de las cecas en áreas cercanas a antiguas zonas de segura presencia fenicia, que parece explicar la similitud tipológica que las series presentan con las monedas gaditanas y, en algún caso, norteafricanas, ha servido también para explicar las similitudes ocasionalmente advertidas entre el alfabeto monetal y los alfabetos púnicos y neopúnicos propios de este momento tardío de su uso. Sin embargo, desde el punto de vista epigráfico, la interpretación de las leyendas propias de estas monedas está lejos de resultar clara, lo que no deja de resultar sorprendente a tenor de la favorable comprensión de su contexto histórico general, de la segura identificación de muchas de las cecas y del buen conocimiento actual de los sistemas gráficos en uso en la zona. De hecho, el nombre por el que son conocidas estas acuñaciones y su alfabeto –que ha sido llamado, además de “libiofenicio” (o “libio-fenice/fénice”), también “bástulo-fenicio” o incluso simplemente “tartesio” o “turdetano”– revela tanto los condicionantes historiográficos que han subyacido a su estudio como la dificultad de éste. Como es sabido, la denominación “libiofenicia” descansa en la hipotética coincidencia de los lugares de origen de estas monedas con los de asentamiento en su momento de los no bien conocidos “libiofenicios” citados en las fuentes clásicas. La identificación y consiguiente denominación, aunque con más de siglo y medio de uso, siendo hoy predominante y no estando exenta de indicios para su aceptación, no es tampoco unánime o indiscutida: la falta de prueba documental directa y de base histórica concluyente que ligue estas acuñaciones a los “li-

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biofenicios” de las fuentes escritas hace que con frecuencia se tome su nombre como una mera convención. En cualquier caso, queda patente la interesante y problemática componente histórica a considerar de forma inevitable en cualquier aproximación al mero problema documental. El estudio que aquí presentamos es parte de una investigación a largo plazo que pretende, desde una perspectiva estrictamente epigráfica, repasar y si es posible comprender la situación documental y la naturaleza del alfabeto monetal –su origen, su uso, sus restos– con el objetivo último de iluminar en la medida de lo posible la componente histórica antes citada. Se trata por tanto de un trabajo en curso del que pueden anticiparse algunos resultados. A día de hoy, es posible por ejemplo hacer un pequeño y, a nuestro juicio, revelador balance historiográfico. Los primitivos estudios de Velázquez a mediados del s. XVIII (en los que distinguió estas monedas del resto designándolas como “bástulofenicias”), las primeras catalogaciones modernas de Delgado un siglo después y, sobre todo, los inmediatos estudios de Zobel de Zangroniz (quien por primera vez usó el término “libio-fénices”, proponiendo en trabajos fundacionales la relación del alfabeto de estas monedas con el fenicio y el líbico, aun señalando su diversidad) sirvieron ante todo para definir el marco documental y fijar, de forma aproximada, su procedencia y cronología, proponiendo en consecuencia algunas primeras interpretaciones. Con posterioridad, diferentes investigadores fueron fijando, y en algunos casos agotando, las diferentes líneas interpretativas consideradas posibles. Al principio, se dieron pocos avances concretos: todavía a finales del s. XIX, Heiss (que mantuvo la denominación “bástulo-fenicia”) incidió simplemente en la relación norteafricana de las acuñaciones, mientras Rodríguez de Berlanga (que prefería calificar estas monedas como “tartesias”) subrayó la que creyó segura relación con el mundo fenicio-púnico (aunque por supuesto sin resulta-

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dos epigráficos relevantes). Los trabajos de Schulten (que prefería hablar también, aunque con otras intenciones, de monedas “tartesias”) sirvieron para mostrar, en sus intentos de interpretación epigráfica, las dificultades y debilidades de una aproximación directa (y prejuiciada) a las leyendas conservadas. De forma no menos significativa, los sucesivos estudios de Meinhof, Schoeller o Zyhlarz a principios de los años 30 del s. XX, o los de ten Wolde veinte años después, exploraron infructuosamente la vía líbico-bereber: aunque algunos de ellos eran sólidos especialistas en lenguas norteafricanas que llegaron a defender la cercanía lingüística de la realidad subyacente a las monedas libiofenicias con las lenguas norteafricanas, no pudieron pasar, en el análisis gráfico, de señalar algunas similitudes casuales; de hecho, apenas si pudieron defender que existiera una derivación peninsular de la escritura líbica, optando algunos de ellos de forma reveladora por aceptar mejor para el alfabeto monetal libiofenicio una relación o derivación de la escritura púnica cursiva. Un buen reflejo del estado de la cuestión a mediados del s XX lo proporciona un trabajo muy crítico (y muy criticado) de Beltrán, que, sin embargo, en su balance señalaba (si se quiere con cierta exageración) lo que los anteriores estudios habían en el fondo establecido: que la escritura monetal libiofenicia estaba lejos de ser descifrada, constituyendo un sistema bien definido y distinto, pero oscuro, dentro del panorama peninsular antiguo; que sus signos eran sólo aisladamente parecidos a los que presentaba el líbico; y que no se correspondían con los del alfabeto púnico ni eran interpretables directamente por él, teniendo eso sí semejanza (una semejanza que Beltrán consideraba “escasa”) con los grafemas neopúnicos. Con todo y con ello, ni las propias propuestas de Beltrán ni las poco posteriores de Gil Farrés consiguieron grandes avances, que apenas se dieron durante las tres décadas posteriores (en las que cabe mencionar alguna interesante reflexión que, mediante la comparación de la situación epigráfica hispana con la de otros ámbitos, introducía

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nuevos conceptos, como la consideración de “alfabeto epicórico” para el signario libiofenicio propuesta por Siles a mediados de los años setenta). A principios de los ochenta apareció sin embargo un trabajo que, recogiendo cuanto parecía haberse establecido en años anteriores, parecía por fin utilizarlo con provecho: Solà-Solé interpretó las leyendas monetales en clave fenicio-púnica, considerando su escritura como un sistema de tipo neopúnico (muy diverso del resto, muy evolucionado) que permitía lecturas de topónimos adscribibles a la lengua fenicia. Desde entonces, las lecturas de Solà-Solé, como se advierte en los fundamentales trabajos posteriores de García-Bellido (y, secundariamente, también en los de Alfaro – contribuciones a las que puede sumarse ahora la aún reciente de Pérez Orozco) han constituido algo así como una base general sobre la que, sin embargo, ha sido necesario o bien señalar obvias debilidades y ambigüedades, o bien corregir lecturas e interpretaciones (que en el fondo introducían nuevas ambigüedades e inconsistencias en el conjunto de la interpretación de Solà-Solé). Como resultado, parece en efecto que la vía interpretativa más probable y productiva sea la neopúnica (esto es, la relación de la escritura libiofenicia tal y como se presenta en los diferentes ejemplares de monedas conservados con las escrituras púnicas cursivas más tardías); pero no puede en realidad hablarse de una verdadera interpretación de conjunto, coherente y consistente, y por lo tanto de un desciframiento del signarlo libiofenicio en esta clave. Como anticipábamos, este hecho resulta tanto más sorprendente cuanto que la existencia de un sistema gráfico de referencia y de acuñaciones “bilingües” (o al menos de cecas toponímicamente identificables) debería facilitar unas lecturas sobre las que, por el contrario, rara vez existe consenso.

posibles razones de esta situación. Anticipando algunas de las líneas generales del análisis epigráfico, hay que destacar, por un lado, las particularidades que presenta el alfabeto monetal estudiado cuando es tratado, tal cual se presenta, como un efectivo sistema en uso: se trata de un conjunto de grafemas de gran variedad en relación a la base documental conservada (con gran variedad gráfica dentro de una misma acuñación y con gran diversidad gráfica entre acuñaciones); de hecho, si no se procede a una tentativa asignación de valores en el estudio de cada leyenda, las distinciones y agrupaciones (semejanzas) entre trazos y signos se hacen ya difíciles; si se asignan en cambio valores al conjunto, las ambigüedades son frecuentes, mientras que si se asignan valores por grupos, las inconsistencias son constantes. A ello hay que añadir que tal variedad no es explicable en simples términos de uso: no se aprecian tendencias gráficas, ni normalizaciones claras; coexisten disgregaciones, inversiones, cambios de inclinación, añadidos y pérdidas, que no tienen una causa clara en una simple evolución por uso (difícil en cualquier caso de explicar en los márgenes espaciales y temporales en los que la documentación se enmarca). Cabe por tanto preguntarse si los signos presentes en las monedas conservadas forman realmente, tal cual se nos presentan, un sistema gráfico orgánico y regular o si nos encontramos, en realidad, ante el reflejo mediatizado del verdadero sistema gráfico en uso. Esta última posibilidad abre de hecho algunas consideraciones que, en último término, entroncan con la evolución de los usos gráficos (y lingüísticos) en determinadas comunidades de la Bética durante las primeras fases de la dominación romana, e implican por tanto ulteriores reflexiones históricas sobre la base cultural de la zona y sus cambios durante el periodo.

En este y en trabajos sucesivos intentaremos, mediante una aproximación como decíamos estrictamente epigráfica, mostrar los detalles y las

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Comercio y consumo de productos púnicos en tres ciudades turdetanas: Caura, Ilipa y Spal. J. L. Escacena Carrasco, E. Ferrer Albelda y F. J. García Fernández

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l objetivo principal de esta ponencia es el análisis de la circulación de productos, de los mecanismos de intercambio y de las pautas de consumo en el entorno de la paleodesembocadura del río Guadalquivir entre los siglos V y II a.C. Para ello, primeramente, hemos seleccionado tres ciudades en las que se han documentado recientemente contextos datables en este período: Caura (Coria del Río), Ilipa (Alcalá de Río) y *Spal (Sevilla). En segundo lugar, hemos revisado excavaciones antiguas (Sevilla) y hemos establecido comparaciones con otras secuencias estratigráficas y excavaciones del entorno (Itálica, Cerro de la Cabeza, Cerro Macareno, Carmona). Los productos objeto de este estudio son fundamentalmente cerámicos: envases anfóricos de diversas tipologías y procedencias, y las vajillas de lujo y semilujo importadas, concretamente cerámica ática y “tipo Kuass”. No obstante, la pretensión de establecer las pautas de producción, importación y consumo nace en parte lastrada por un problema hasta ahora insoluble que radica en la imposibilidad de definir en algunos casos qué productos se comercian y dónde se envasan, ya que desconocemos los alfares y los contenidos de determinados tipos anfóricos (Pellicer B-C y D). Un problema añadido es la definición étnica de estas ciudades y de estas producciones de las que se desconoce su origen, a las que sintomáticamente se les han denominado “iberopúnicas” o “turdetanas”. Centrándonos en el flujo de envases destinados al transporte y a la vajilla de mesa, desde el punto de visto diacrónico hay un punto de inflexión en el

siglo IV a.C. Hasta entonces las importaciones mediterráneas, aunque presentes, eran escasas, y la circulación de productos alimenticios se hacía en envases anfóricos (Pellicer B-C), a los que se le supone una producción local, o en ánforas salazoneras del área del Estrecho en sentido amplio, incluyendo también la costa malacitana. A partir del siglo IV a.C. la proporción de productos provenientes de los talleres gadiritas y de la campiña circundante aumenta exponencialmente, con un período de apogeo centrado en el siglo III a.C. En líneas generales podemos afirmar que una parte mayoritaria de las ánforas importadas registradas fueron fabricadas en los talleres de Gadir, ciudad que se constituye en el primer, y casi único, interlocutor comercial de *Spal. Tan sólo durante la segunda Guerra Púnica y tras la conquista romana llegan productos de procedencias más lejanas, como los contenidos en los envases púnicos centromediterráneos T-5.2.3.1 y T-7.2.1.1, o las ánforas grecoitálicas de vino campano; pero aún éstas arriban al emporio fluvial teniendo a Gadir como escala intermedia. Por los productos transportados en los tipos mejor documentados, sabemos que las producciones piscícolas fueron las más demandadas, en una secuencia ininterrumpida desde fines del siglo VI o principios de V a.C. hasta la Antigüedad Tardía. Así parece demostrarlo la presencia, siquiera residual, de los tipos T-11.2.1.3, T-11.2.1.4 y T-12.1.1.1, los típicos envases salazoneros fabricados en las costas del Estrecho desde fines del siglo VI hasta el III a.C. La continuidad de estas exportaciones está definida por las ánforas T-8.2.1.1, T-9.1.1.1, T-7.4.3.1 y T7.4.3.3, que certifican el flujo constante de ánforas salsarias púnicogaditanas desde el siglo IV al I a.C.

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La función de *Spal como centro de consumo, pero sobre todo redistribuidor de estos productos, queda patente si analizamos los contextos de otros centros poblacionales de su entorno. No obstante, en el análisis de dicha función es preciso hacer una distinción cronológica, definida sintomáticamente por la conquista romana. A partir de los datos dispersión actuales, las ánforas T.8.2.1.1, características de los siglos IV y III a.C., tienen una distribución en el área turdetana que no supera un radio de 50 km desde Spal, pues los lugares más alejados donde se han registrado son Carmona y Vico. Sin embargo, los envases T.9.1.1.1, propios del siglo II a.C., penetran por el valle del Guadalquivir, documentándose en Corduba, e incluso en un poblado ibérico tan lejano como el Cerro de la Cruz (Almedinilla, Córdoba). Después de las salazones y salsas saladas de pescado, otro producto que afluye a las instalaciones empóricas y se redistribuye a otros centros cercanos, como Ilipa, es el aceite de oliva contenido en las ánforas T-8.1.1.2, habituales en los contextos del siglo III a.C. Sus alfares, de los que se desconoce su exacta localización, se ubicaban en la campiña de Cádiz, y el contenido debió de producirse en las factorías que, como Cerro Naranja, explotaban el territorio de ciudades Asta, Eboura o Asido. Resulta evidente, pues, el carácter empórico de *Spal, hipotético para tiempos anteriores al siglo IV a.C. por la ausencia de datos contextuales y materiales determinantes, aunque no deja de ser presumible dada su situación geográfica y su evolución posterior. El predominio de envases anfóricos sobre otras producciones cerámicas en todos los contextos revisados de los siglos IV al II a.C, ya es un dato significativo que parece evidenciar la proliferación de edificios y basureros relacionados, respectivamente, con el almacenamiento y la amortización de recipientes comercializados. Por otro lado, el origen de una parte importante de los contenedores y de algunas vajillas, como la cerámica ática de barniz negro o la cerámica “tipo Kuass”, hace patente la vinculación de *Spal con Gadir, y su carácter de centro redistribuidor de productos propios y ajenos.

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La composición de los repertorios cerámicos, y especialmente de los anfóricos, contextualizados en Spal, Ilipa y Caura no constituye una excepción si establecemos comparaciones con asentamientos de su entorno inmediato. Las concomitancias con los elencos de otras áreas integradas en el “Círculo del Estrecho”, como los de las comarcas ribereñas del lacus Ligustinus (Cerro Macareno, Pajar de Artillo, Lebrija, etc.), la campiña y la bahía gaditanas (Doña Blanca, Las Cumbres, Cerro Naranja, Asta, etc.), y también de la costa onubense (Onuba, Ilipla, La Tiñosa), el Algarve (Baesuris, Cerro da Rocha Branca, Faro, Tavira, Monte Molião) y el norte del Marruecos atlántico (Kuass), ponen de manifiesto una comunidad de intereses por integración en una estructura comercial, en la que Gadir debió jugar el papel de puerto receptor de importaciones mediterráneas y difusor de sus propios productos, mientras que otros centros de rango menor como Onuba, Castro Marim, o la propia *Spal, ejercerían el papel de redistribuidores de sus respectivas áreas de influencia, y como consumidores de los productos de procedencia gadirita (aceite, vino, salazones, etc.). Estas analogías observadas en la procedencia y distribución de los envases de transporte son extensibles, aunque en menor medida, a la vajilla de lujo o semilujo, representada en la vajilla “tipo Kuass”, y a algunos recipientes de cocina y mesa, como los morteros, platos de pescado, cazuelas de borde ranurado y jarras monoansadas fabricadas en los alfares de Gadir. La recuperación del tránsito comercial de *Spal durante los siglos IV y III a.C. no debe interpretarse, por tanto, con un fenómeno aislado, sino como una manifestación más de la reactivación económica y comercial del área atlántica que algunos autores atribuyen a la creciente presencia cartaginesa, a la subsiguiente implantación de colonos norteafricanos y a la reestructuración de la propiedad de la tierra. Empero, la mayoría de los estudios que han analizado este fenómeno contemplan este proceso como los síntomas de un período de apogeo y de expansión económica y comercial de Gadir.

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La organización y la explotación del territorio del litoral occidental de Málaga entre los siglos VI-V a.C.: De las evidencias literarias a los nuevos datos arqueológicos. Fernando López Pardo y José Suárez Padilla

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i hacemos un balance del conocimiento que hemos adquirido a partir de las fuentes literarias del desarrollo de los asentamientos de la costa mediterránea andaluza entre los siglos VI y III a.C. podemos llegar a la conclusión de que éste es enormemente exiguo y poco consistente, no en vano se trata de noticias aparentemente muy contradictorias por lo que se refiere a su filiación étnica y en consecuencia muy poco es lo que se puede deducir respecto a su articulación política, si no es a partir de indicios muy indirectos 1.

Tampoco se ha podido avanzar decisivamente sobre el origen de los topónimos de unos asentamientos que las fuentes insisten en señalar a veces como de origen fenicio-púnico. Si bien algunos autores han buscado y siguen buscando paralelos y etimologías de esta filiación, otros insisten en negarla y sugerir generalmente un origen indígena o como adstratos líbicos o de otras partes del Mediterráneo. Así ha llegado a rechazarse la filiación fenicio-púnica de los nombres de Abdera (Adra), Sexi (Almuñécar), Malaka (Málaga), Cartima (Cártama) o Suel (Sanmartín 1994: 231238; Villar, 2000: 293, 296). Lo cual plantea no pocos problemas de confrontación con lo que las evidencias arqueológicas recogidas estos últimos años, ya absolutamente abrumadoras, nos vienen mostrando: que se trata prácticamente en todos los casos de fundaciones ex novo sin asentamientos indígenas previos y que su devenir cultural hasta época romana siguió siendo fenicio-púnico, sin revelar ningún indicio en su cultura material de haber pasado bajo dominio de alguno de los estados ibéricos que se conformaron en el interior.

Existen, pues, pocas razones que puedan justificar la atribución de un nombre no fenicio para la mayoría de estos enclaves. A este respecto, nos sigue pareciendo que el nombre de Abdera puede tener una relación convincente con Abaddir, del fenicio ‘bn’dr, que podría significar “gran piedra” o bien “piedra fuerte” (López Castro, 2007: 163); El nombre griego Molibdine, la localidad mastiena citada por Hecateo, cuyo significado es “la del plomo”, parece tener que ver con un lugar donde se obtiene plata (Gangutia, en THA II a: 151). Quizás una denominación griega de Baria (Villaricos, Almería) por su riqueza en plomo argentífero procedente de Sierra Almagrera y alrededores. Un asentamiento que al igual que Abdera son fundaciones fenicias antiguas y presentan continuidad con respecto a la fase anterior y crecimiento de carácter urbano a partir del s. VI a.C., y especialmente desde el V a.C. (López Castro, 2007: 174-175). Sexi (Almuñécar) es mencionada con numerosas variantes en los textos mientras en las monedas de leyenda neopúnica aparece como SKS y su nombre recuerda al de Šuks(u), actual Tell Sūkūs en la llanura costera siria, que E. Lipinski (1984: 119) considera nombres idénticos2. Malaka, cuya denominación Sola Solé (1960: 496) consideró entre otras posibilidades como de origen fenicio, se podría relacionar con Malah, “marino”, más un segundo elemento -‘k con el significado de “Pieu d’amarrage” y por extensión “puerto”3. Estos componentes onomásticos podrían ser refrendados por las noticias que señalan a Malaka como importante fondeadero de la costa oriental andaluza en época púnica y romana. His-

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tóricamente no tendría sentido considerarlo un nombre líbico por mucho que se quiera relacionar con el nombre del río Molokhath (actual Muluya) y la localidad homónima, so pena que los restos de ocupación fenicia y romana de la desembocadura del río norteafricano (Kbiri Alaoui et al., 2004: 602-603) no permitan considerar incluso a éste último también de origen semita. Es probable, incluso, que Cartima (Cártama), que parece incorporar el elemento Qart (ciudad), fuera en origen tomado del topónimo fenicio oriental *qrtm (localidad sidonia transcrita en textos neoasirios de Assarhadón como uniQar-ti-im-me) por más que la interpretación como “Ville-sur-Mer” (Lipinski 1984: 119) no pueda ser tomada en consideración por no estar al borde del mar. El Cerro del Castillo de Fuengirola (Málaga) ha aportado suficientes evidencias para identificarlo con Suel, de la cual Esteban de Bizancio recoge de fuentes antiguas que era una ciudad mastiena. El yacimiento, del que han sido estudiados especialmente sus materiales griegos que arrancan de la primera mitad del s. VI a.C., formaba una antigua península y presenta las cerámicas locales características de los asentamientos fenicios de la zona. Conocido por varias referencias antiguas que ponen de manifiesto su importancia en época romana4, alcanzó el estatuto municipal (Municipium Suletanum)5 y conservó reminiscencias de su nombre en la denominación del castillo de época islámica, Sohail (Hiraldo Aguilera et al. 1992: 313). El topónimo ha sido considerado de origen semita y se ha relacionado con el hebreo Š ‘ l (chacal) o bien con Š ‘al (la palma de la mano) (Sola Solé, 1960: 498). Semejante es el topónimo bíblico Šū‘ūl, territorio perteneciente a la tribu de Benjamín (Sam. 13:17) de ubicación desconocida y la ciudad de Hazar- Šū‘ūl (Jos. 15:28; Neh. 11:27) al sur de Judá. Su nombre también muestra cierta semejanza con el del asentamiento púnico en Túnez conocido en época romana como Usula (Act. Inchilla, Túnez, entre el golfo de Hammamet y el de Gabes)6.

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La filiación fenicia parece más discutible para los nombres de Salduba y Mainobora, pudiendo tratarse incluso de asentamientos indígenas más o menos próximos a la costa. Salduba, se viene identificando con el yacimiento de “El Torreón” (Estepona, Málaga), en la desembocadura del río Guadalmansa, aunque no la podemos considerar segura. El sitio ofrece materiales hallados en superficie en una considerable extensión y en sondeos que no apuraron toda la estratigrafía que se fechan cuando menos en el s. VI a.C. Salduba fue situada por Plinio (Nat. 3, 8) entre los oppida de Barbesula (sobre el río Guadiaro) y Suel (Castillo de Fuengirola). Mela (2, 24) fija su emplazamiento a continuación de Barbesula y el enclave de Lacipo hoy localizable en Alechipe (cerca de Casares, hacia el interior), situando Salduba entre éste y Malaka, lo que en primer lugar apunta poca seguridad para considerarla claramente una localidad costera y añade la posibilidad de que se encuentre más cerca de Málaga si pasamos por alto la noticia de Plinio y tenemos en cuenta la información que nos reporta Ptolomeo (4, 7) que la localiza claramente entre Suel y Malaka7. También desafortunadamente el nombre se nos ha conservado sólo en fuentes de época romana, lo cual impide asegurar que se trate de una ciudad de origen realmente arcaico. El nombre puede ser tanto de origen indígena8 como fenicio-púnico. Es posible que *Sald- pueda pertenecer a una tradición fenicia o púnica presente también en el norte de África, donde tenemos un topónimo con el mismo componente: Saldae (Ptol. 4, 2, 9) (Bejaïa, Argelia), localidad que cuenta con hallazgos púnicos de al menos el siglo III a.C. (Salama, 1979: 111). Por otro lado *ŠcLDY’ aparece como nombre propio en varias inscripciones neopúnicas de Tripolitania (Fuentes Estañol 1980:241). Por su parte el sufijo –uba, interpretado habitualmente como un típico elemento de la toponimia tartésica o turdetana cuenta con numerosos paralelos en Túnez y Arge-

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lia oriental y puede ser un añadido posterior coincidiendo con la sufijación de una cantidad importante de topónimos ibéricos del sur peninsular, pues sólo aparece en fuentes tardías. Salduba seguramente volvió más tarde a recuperar su nombre original, Saldo, mencionado por el Anónimo de Rávena (344.3). De Mainobora poco sabemos aparte de que Hecateo la considere una ciudad mastiena (Stb. Byz. s.u. ūūūūūūūūū; THA II b: 964). Desgraciadamente, con esta denominación es la única noticia que se tiene, pero A. Tovar (1974: 78-79) ya reparó que seguramente se trate de la Maenoba o Maenuba citada por fuentes de época romana. Tanto Mela (2, 96) como Plinio (Nat. 3, 8) en su secuencia de localidades de la franja litoral, insertan Mainoba o Mainuba entre Malaka (Málaga) y Sexi (Almuñecar), lo cual permitiría localizar el asentamiento en la parte media o baja del río Vélez. H. Niemeyer la identifica directamente con el asentamiento fenicio de la desembocadura (1979-1980: 279-302)9. En los últimos años el registro arqueológico va despejando de forma bastante clara la diferencia cultural entre los asentamientos de la franja costera malagueña, de filiación fenicio-púnica y los asentamientos del interior que se agrupan en torno a formaciones estatales indígenas de tipo ibérico (Suárez Padilla et al. 2006: 296). Algo que sucede igualmente en la costa granadina y almeriense10. Por ello parece difícil de compaginar que Hecateo de Mileto, en torno al 500 a.C. se refiera a los mastianos como ethnos11 en una secuencia de pueblos indígenas y Herodoro de Heraclea a fines del s. V a.C. señale a los mastinos como phula12 (tribu), para pasar el primero a enumerar ciudades “mastienas” en la costa mediterránea andaluza que según todas las evidencias son de origen fenicio-púnico, pues son algunas de las antes mencionadas: Suel, Mainobora, Sixo y Molibdine. Por ello nos parece convincente que se haya puesto en cuestión la fiabilidad de las jerarquizaciones etnográficas expuestas por el geógrafo y el mitógrafo griegos (Moret 2006: 43;

Ferrer Albelda 2008: 56), aunque no se pueda soslayar ni la autenticidad de los etnónimos ni la calificación como mastienas de algunas de las ciudades costeras antes mencionadas. La mayoría de las localidades que hemos venido mencionando, incluso las que fueron calificadas de mastienas, deben ser tenidas en cuenta, pues, en la discusión sobre la articulación política del mundo fenicio occidental a partir del s. VI a.C. A este respecto, la hipótesis con mayor solera postulaba una dependencia férrea de este ámbito del Imperio Cartaginés13. Sin embargo, a la luz del registro arqueológico se han hecho nuevas propuestas que matizan o descartan claramente la anterior. Así, se ha considerado en primer lugar que las ciudades fenicias occidentales contaban con una notable autonomía pero sobre las que pesaba algún tipo de control indirecto de Cartago (González Wagner, 1985: 437-460), que podría haberse materializado en una cierta hegemonía cartaginesa mediante alianzas desiguales (López Castro, 1991: 73-86)14. Al hilo de estas últimas propuestas y quizás siguiendo el ejemplo griego de la Liga Ático-Délica se ha sugerido la existencia de una “Liga Púnico-Gaditana” (Arteaga, 1994: 2558). También se ha postulado la existencia de un imperio gaditano que abarcaría todo el ámbito occidental sobre la base de un particular análisis de ciertos items arqueológicos comunes y la importancia que dan los textos antiguos a la ciudad15. También, las referencias a Mastia, a los mastienos en el ámbito del Estrecho de Gibraltar y la calificación como mastienas de algunas de las ciudades de filiación fenicia del litoral mediterráneo andaluz han posibilitado la consideración de que al menos desde la época de Hecateo se configuraron dos entidades políticas fenicias occidentales diferenciadas y separadas por el Estrecho: una nucleada por Gadir cuyo radio de acción sería el litoral atlántico marroquí e hispano hasta el Guadiana, y otra por la ciudad de Mastia, al este de las Columnas de Heracles, que abarcaba a las llamadas poleis mastienas16.

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Sin duda, ha favorecido esta propuesta la idea de que Mastia, tradicionalmente ubicada en donde luego se fundará Carthago Nova, a partir de una ambigua referencia de Avieno17, se considere recientemente que se trata de una localidad próxima al Estrecho de Gibraltar (García Moreno, 1993: 211; Ferrer, De la Bandera, 1997: 65-72). Pero el caso es que siguiendo las fuentes de origen más antiguo no conocemos una referencia explícita a Mastia como ciudad, y por otro lado se puede considerar cuando menos extraño que desde mediados del s. IV a.C. no se conserve un rastro literario de una supuesta urbe de primer orden, inexplicable incluso en el caso de que hubiera sido destruida o abandonada. En realidad, si seguimos a Esteban de Bizancio, Hecateo de Mileto no llegó a citar Mastia como ciudad. El geógrafo, ciertamente, habla sólo de poleis mastienas y califica como tales Mainobora y Molibdine. También sería mastiena Sialis (St.Byz. s.u. ūūūūūū (THA II b: 974). Aunque Esteban de Bizancio no especifica de quien recoge en este caso tal adscripción para Suel, viene siendo admitido que procede de Hecateo1, pues es del único autor del que toma este apelativo en las otras ocasiones. Por su parte el autor bizantino al referirse a Sixo, dice que es una ciudad de los mastienos y extrae de Hecateo la frase literal: “Más allá está la ciudad de Sixo” (THA II b: 975). Incluso, en la obra de Esteban de Bizancio no existe una voz relativa a Mastia, de lo que se podría colegir que no había encontrado en Hecateo una referencia a ésta como ciudad. En realidad sólo encuentra en el autor griego, aparte de las ciudades mastienas, una referencia a los mastianos (St.Byz. s.u. ūūūūūūūūū) y otra a los mastienos, a continuación de los elbestios (St.Byz. s.u. ’ūūūūūūūūū), como pueblo cercano a las Columnas de Heracles. Es sólo en el contexto de la voz referente a los mastianos, cuando el propio autor bizantino señala que son llamados así por la ciudad de Mastia, información que no parece haber obtenido del geógrafo de Mileto. Probablemente procede de su lectura (inexacta) de Polibio, pues

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más adelante introduce la voz Tarseio (St.Byz. s.u. ūūūūūūūū) como nombre de una ciudad junto a las Columnas de Heracles que cree citada por Polibio en su libro tercero (THA II b: 976)19. Precisamente Mastia y Tarseio son los dos nombres recogidos juntos en el Segundo Tratado romano-cartaginés (ca. 348 a.C.) (3, 24), traducido por Polibio no sin cierta dificultad. Pero Polibio, que menciona dos veces Mastia Tarseion o Mastia y Tarseion20, primero en su comentario y después cuando traduce el tratado, no comenta en ningún caso que se trate de urbe alguna, mientras que del topónimo que antecede a ambos especifica que es un promontorio (Kalos Akroterion)21. Ello podría ser un indicio de que lo que leyó Polibio como “Tarseion” en el ya viejo documento del tratado fuera un término ininteligible para él y que en realidad explicitara a que se refería toponímicamente Mastia, o bien un segundo topónimo que definiera el límite de comercio en el punto que separaba ambos lugares o territorios22. Por contra, Esteban de Bizancio ofrece una entrada sobre Massia (s.u. ūūūūūū), que habría que identificar con Mastia2, que atribuye a Teopompo, autor del s. IV a.C., el cual especifica que se trata de una ūūūū (región, territorio) situada junto a los tartesios (THA II b: 961). La consideración de Mastia como corónimo en vez de como ciudad nos permite suponer a los asentamientos calificados como mastienos por Hecateo simplemente como enclaves instalados en un territorio, independientemente de su filiación étnica y cultural, y que se puedan considerar como mastienos tanto a los indígenas de la región como a las ciudades fenicias de la costa, en tanto que ocupantes ambos de un territorio compartido, Mastia24. Esta interpretación no afecta propiamente a la delimitación que parece señalar el Segundo Tratado, pues puede seguir manteniéndose la tesis de un límite en el ámbito del Estrecho, donde parece encontrarse el confín de la región mastiena. Tiene trascendencia, sin embargo, en cuanto al análisis de la articulación política de las ciudades costeras, que no serían en realidad dependientes organiza-

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tivamente de un estado ibérico, algo totalmente descartado, o de una supuesta importante ciudad fenicia conocida como Mastia, de la que lógicamente no sabemos nada. Las distintas poleis fenicias de la costa mediterránea con sus territorios y asentamientos menores podrían ser seguramente autónomas, conservando sus tradicionales vínculos con Gadir una vez casi extinguidos los que mantenían con Tiro, adquiriendo otros nuevos con Cartago, de cuyo alcance y organización desconocemos prácticamente todo25. El panorama arqueológico que se deriva del estudio del territorio existente entre la ciudad de Malaka y el río Crisos (Guadiaro), en el que se localizan asentamientos referidos anteriormente, como Suel y Salduba, podría aportar alguna información que podría añadir alguna clave que permita ahondar en la organización económica y política de estas comunidades instaladas en el perímetro litoral situado al Este del Estrecho de Gibraltar. El punto de partida necesario exige aproximarse al estado de la investigación sobre la ciudad de Malaka y su territorio inmediato, a partir del segundo tercio del siglo VI a.C. y previo a la integración de estas tierras en la esfera de Cartago. Las excavaciones arqueológicas más recientes no dejan de resaltar la importancia de la ciudad fenicia en este momento, concretamente entre la segunda mitad del siglo VI a.C y el siglo V a.C., en consonancia, como ya dijimos, con lo que se viene documentando en otras urbes de la costa oriental andaluza. Destaca la circunstancia de que se constata un nuevo plan urbanístico que amortiza las construcciones precedentes al menos en algunos sectores de la ciudad, aunque aparentemente se mantienen los límites murados del periodo precedente en algunos tramos (al que parece se le añaden elementos que tienden a hacerlo más complejo (Suárez et al., 2007: 225). También por estas fechas se documentan enterramientos que evidencian la importancia que han adquirido las oligarquías, consistentes en hipogeos de cuidada

factura con inhumaciones de individuos ataviados de ricos adornos personales (Martín y Pérez, 2002). En este sentido, la producción alfarera de núcleos como el Cerro del Villar (Aubet et al., 1999: 130), interpretado en estos momentos como un área industrial vinculada a la ciudad, evidencia la elaboración de una serie de productos que van a resultar de gran interés para caracterizar el ámbito económico de esta región (en el que la producción de contenedores cerámicos para el envasado de productos piscícolas sigue siendo dominante), así como un excelente referente cronológico sobre todo para momentos anteriores al siglo IV a.C. Junto a ello, en el perímetro inmediato de la ciudad de Malaka surgen asentamientos de origen indígena desde el siglo VI a.C., que están manifestando las nuevas relaciones de poder establecidas con el mundo indígena. Es el caso del interesante asentamiento del Cerro de la Tortuga (Gambero, 2009), que pudo jugar un papel en la Bahía parecido al que juegan sitios como el asentamiento ibérico de Mas de Pontos, en la vecindad de Emporion y Rhode. La consolidación territorial que se deriva del afianzamiento de los oppida ibéricos en el transpais de las colonias fenicias (Recio, 2002) debe ser una de las claves a la hora de entender los ámbitos políticos correspondientes a ambas comunidades. Lo que también parece evidente, es la importante dependencia económica existente entre púnicos e ibéricos, como se puede inferir de al menos la similitud tipológica observada en los ajuares cerámicos de los siglos VI-V a.C. documentados en oppida como Aratispi (Perdiguero, 2005), localizado en una zona estratégica de comunicación con zonas de alto interés agropecuario de primer orden como la Vega de Antequera. Además de las relaciones establecidas en sentido Norte-Sur entre el mundo púnico y el transpaís ibérico, la arqueología indica que a partir de momentos posteriores al primer tercio del siglo VI a.C. se van a fundar nuevos asentamientos coste-

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ros situados en la desembocadura de los ríos secundarios más importantes del territorio, caso de los ya comentados Torreón (Salduba?) (desembocadura del Guadalmansa) y Cerro del Castillo-Suel (río de Fuengirola). Aunque no alcanzan las 2 Has. de extensión, se trata de núcleos que ejercerán de cabecera del territorio, que ordenaran sus respectivos ámbitos productivos hasta época romana. En un primer momento (siglos VI-V a.C.), los ajuares documentados en algunos de estos poblados son muy similares a los existentes en la propia Malaka, lo que hace pensar que pueden corresponder a asentamientos púnicos derivados de antiguas localidades fenicias establecidas en el mismo lugar o en sitios cercanos, como Río Real, en una dinámica que podría recordar a la génesis del poblado de Cerro del Mar en la desembocadura del Vélez. En conjunto, todas estas reestructuraciones podrían responder a una estrategia política de ordenación del territorio costero desde la metrópolis malacitana. No obstante, resulta aún difícil interpretar el papel jugado por las comunidades indígenas en la configuración política y poblacional de estos nuevos asentamientos de primera línea de costa. No podemos olvidar que este territorio tiene ocupación local desde antiguo, constatada gracias a asentamientos como Castillejos de Alcorrín (Manilva) o Cerro de la Era (Benalmádena), y que las estrechas relaciones establecidas entre ambas comunidades son conocidas desde que se investigó Casa de Montilla, en la desembocadura del Guadiaro (Schubart, 1989). Junto a estos asentamientos se documenta la presencia de otros de menor tamaño, caso de la Cala de Mijas, el último horizonte documentado en el Cerro de la Era, así como otros establecimientos que debían ser núcleos reducidos o cortijadas, algunas de la cuales también se han definido en la Costa oriental malagueña en fechas recientes.

laka, puede ser consecuencia directa de las transformaciones acontecidas en el seno de las comunidades indígenas, que en el siglo VI a.C. podrían tener sus asentamientos de cabecera en lugares como Villa Vieja, en Casares (Suárez et al., 2006), posible oppidum indígena que se correspondería con la primera línea del interior autóctono. Al otro lado del río Guadiaro, los asentamientos ibéricos de Castellar y Jimena de la Frontera (futura Oba) reforzarían la hipótesis de la existencia de esta posible “frontera” entre los territorios púnicos e indígenas del interior. Entre los siglos IV-III se documenta la continuidad de los asentamientos más importantes del territorio, como el Torreón y previsiblemente Barbesula, aunque desaparecen otros (Villa Vieja, Torre de la Sal, Mijas, la Era) y se observan importantes reestructuraciones en algunos poblados (Cerro Colorado). Esta coyuntura supone un cambio evidente en la ordenación política del territorio, quizás consecuencia del establecimiento de nuevas relaciones entre los oppida iberos y la ciudad de Malaka. No obstante, como ya comentamos, parece también manifiesta una influencia progresiva de Cartago en estos territorios a partir de estas fechas. Así lo pone de manifiesto la sucesión de propuestas y contrapropuestas realizadas por los estudiosos. 1

Sin embargo F. Villar (2000: 293), por su parte, considera que Sexi se corresponde con el numeral indoeuropeo “seis”. 2

Lipinski, 1992: 121-133.Este último término, al parecer, está bien atestiguado en la toponimia de los semitas occidentales. Por ejemplo en Pseudo Escílax 111 (94): “La isla de Akion, con una ciudad y un puerto”. Entre Iol y Siga. Antepasado quizás de Portus Magnus (Argelia occ.). 3

Mel. 2, 94, Plin. Nat. 3, 8; Ptol. 2, 4, 7; I. Ant. 405, 8; St.Byz. s.u. ūūūūūū; Ravenate 305, 7 y 344, 8. 4

Esta potencial implantación de asentamientos púnicos, posible refuerzo de la política púnica de Ma-

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CIL II, 1944; Rodríguez Oliva, 1981: 49-66.

6

Usalitanorum (CIL I, 200, 1.79; Peyras, 325).

A partir de Mela no es posible decantarse entre el tramo sugerido por Plinio (Barbesula-Suel) o el de Ptolomeo (Suel-Malaka), pues Mela se equivoca al situar Suel (Castillo de Fuengirola) entre Sexi (Almuñecar) y Abdera (Adra).

En contra Ferrer Albelda (1998: 42): “parece equivocado considerar todo el territorio fenicio occidental como una sola unidad política bajo la hegemonía de Cartago o la de Gadir”.

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7

Respecto al nombre indígena de Zaragoza, que se llegó a considerar otra Salduba, se puede decir que no tiene conexión con los topónimos acabados en –uba, pues en las monedas aparece como Saltuie, en epigrafía turma sallutiana (CIL I, 709) y en el texto de Plinio aparece en los códices con distintas variantes: Salduva, Solduba, Salduvia. Según F. Villar (2000: 102 y 124) Mayhoff corrigió las lecturas de los manuscritos para igualar este nombre con la Salduba meridional. 8

Sobre su improbable relación con Mainake, véase por último, Domínguez Monedero: 2006: 66-67.

La situación habría cambiado ya en el 348 a.C. cuando las poleis mediterráneas ya no estarían bajo la dominación o hegemonía de Mastia (Ferrer Albelda 1998: 42 y 43, fig. 2). 16

Avieno menciona un oppidum Massienum (O.M. 450) al que se refiere a continuación como urbs Massiena (O.M. 452), que parece localizar en Cartagena o su entorno. Sin embargo, unas líneas antes señala que el río Criso (Guadiaro, próximo al Estrecho de Gibraltar) divide a cuatro pueblos, entre los que están los Massieni (O.M. 419-422). 17

“Sialis, ciudad de los mastienos. ” ūNenci 1954: fr. 52; Gangutia, THA II a: 151 n 303). 18

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Abdera y Baria, las últimas localidades que se venían relacionando más con Cartago, son fundaciones fenicias más antiguas y presentan continuidad con respecto a la fase anterior y crecimiento de carácter urbano a partir del s. VI, y especialmente desde el V a.C. (López Castro 2007: 174-175).

Esteban de Bizancio considera Mastia y Tarseion dos nombres diferentes (Moret 2002: 265). 19

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St. Byz. s.u. ūūūūūūūūū.

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FgrHist 31 F 2 a.

Un reciente repaso a las distintas propuestas se puede ver en Martín Ruiz 2007: 13-44.

En el texto del tratado no se puede discernir gramaticalmente si Tarseiou es un complemento del nombre Mastia, ambos en genitivo, o si es un tercer nombre yuxtapuesto a Kalon Akroterion y a Mastia (Moret 2002: 265). Tampoco la introducción de Polibio aclara el asunto, ambos están en nominativo, uno en femenino y el segundo en neutro. Moret (2002: 265) considera que la única lectura posible es la que distingue dos topónimos, Mastia y Tarseion. Como nombre compuesto no encuentra en griego composiciones semejantes. 20

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También hay que tener en cuenta, como señala E. Ferrer Albelda (1998: 40) que la organización del territorio en unidades políticas no tuvo por que ser estable en el transcurso de los siglos VI-III a.C. y la presencia y hegemonía cartaginesa fue claramente en aumento. 14

Según este acuerdo el comercio, la colonización y la piratería, quedarían prohibidos a los romanos más allá del Cabo Bello, Mastia y Tarseion (o Mastia Tarseion), además de Libia y Cerdeña, permitiéndose el comercio en Cartago y en la parte de Sicilia controlada por los cartagineses. 21

Moret (2002: 269-270) llega a la conclusión a través del análisis del texto de Polibio de que Mas22

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tia pudo ser una localidad norteafricana situada al oeste de Cartago y Tarseion se encontraría en Cerdeña, pero sin haber podido localizar refrendo toponímico en ninguna de las dos zonas. No obstante, no son pocas las aportaciones que realiza en su estudio. Por su parte, últimamente E. Ferrer (2008: 59 n 7) se sigue reafirmando en que hay suficientes evidencias para considerar a Mastia y a Tarseion como territorios de Iberia con el estrecho de Gibraltar como límite entre ambos. Una propuesta que nos parece muy convincente. Dada la frecuente alternancia de -ss- y -st- en griego (Gangutia en THA II a: 150 y n. 300).

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Para el gramático Esteban de Bizancio Malaka es simplemente una ciudad de Iberia y toma como único autor de referencia a Marciano (THA II b: 961). Pero nadie discute a partir del registro arqueológico que se ha venido descubriendo en los 24

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últimos años que desde su origen es una ciudad fenicia (Suárez et al. 1999-2000: 260; Cisneros et al. 2000: 192-193); Su pocas evidencias epigráficas, que se registran al menos desde el s. VI a.C., también son fenicias (Mederos Martín, Ruiz Cabrero, 2006: 155). Ello sería más acorde con propuestas como las de J.L. López Castro (2004: 150), para quien en origen “los fenicios occidentales no constituirían un “estado étnico” sino un conjunto de colonias dependientes de una ciudad-estado que compartirían rasgos étnicos y que posteriormente se articularían como nuevas ciudades-estado legitimadas por sus orígenes.” Lo que no es obstáculo para aceptar, como parecen mostrar insistentemente las fuentes literarias, el desarrollo de una política progresivamente muy activa de Cartago en el área del Estrecho (Ferrer Albelda, E. 2008). 25

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La bahía de Málaga en los períodos Púnico y Romanorrepublicano: Viejos problemas y nuevos datos Bartolomé Mora Serrano y Ana Arancibia Román (Universidad de Málaga y Junta de Andalucía)

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a llamada crisis del siglo VI a.C. (Martín Ruiz, 2007), coincide entre otras muchas cuestiones con el nacimiento y consolidación de las poleis púnicas de Iberia (Ferrer Albelda y García Fernández, 2007) y supone no sólo la transformación del paisaje urbano de las nuevas ciudades, sino también de los mecanismos políticos y económicos que igualmente se proyectan sobre los territorios y poblaciones de su entorno (López Castro y Mora Serrano, 2002). La delimitación y características del espacio urbano de la Malaca púnica y tardopúnica, así como de sus áreas de influencia son alguno de los aspectos que abordaremos en este estado de la cuestión de cuyos puntos más destacados ofrecemos aquí un breve anticipo. A pesar de los notables avances propiciados por recientes investigaciones arqueológicas son todavía hoy muchos los problemas que plantea la arqueología púnica de Málaga y su entorno, por lo que consideramos necesaria una reflexión al respecto. Uno de estos problemas, inherentes a la investigación de las ciudades modernas superpuestas a las antiguas, es la necesidad de valorar las características y limitaciones de los vestigios arqueológicos documentados por lo que hemos creído oportuno hacer un repaso a todas las intervenciones realizadas en el casco urbano antiguo de Málaga que han deparado restos del período que nos interesa teniendo en cuenta, por ejemplo, el agotamiento o no de la secuencia arqueológica derivado de diversos planteamientos metodológicos que responden a las necesidades urbanísticas de cada momento. En otro orden de cosas, planteamos también la posibilidad de crear – dentro de un proyecto de investigación de mayor calado

vinculado a la arqueología urbana de la ciudad – una base de datos, abierta a los arqueólogos responsables de las intervenciones, en la que se recopile toda la información, ya sea publicada o inédita, que facilite el acceso e interpretación de una información en muchos casos dispersa. A pesar de los avances realizados a partir de las últimas investigaciones, son todavía muchos los problemas que plantea el modelo urbano de la ciudad en la época que nos ocupa. Es cierto que el área nuclear de la ciudad se debe situar en la colina de la Alcazaba y su entorno inmediato, pero es evidente que se extiende por sus alrededores como confirman los hipogeos de Gibralfaro, a escasos 200 m del teatro romano, que deben ponerse en relación con la cercana necrópolis de los Campos Elíseos y Túnel de la Alcazaba. Si los hipogeos, de gran interés también para el estudio sociopolítico de la ciudad púnica, parecen definir su límite norte el recinto murario documentado en el Museo Picasso – Císter (Arancibia y Escalante, 2006) podría suponer el límite norte y oeste de Malaca que, topográficamente, se adapta bien al promontorio amesetado que termina en el solar hoy ocupado por la Catedral malagueña. Sin embargo, hay algunos indicios que permiten matizar esta visión clásica, nuclear, del urbanismo feniciopúnico de Malaca. Esta nuevo enfoque depende, fundamentalmente, de la documentación de nuevos enterramientos púnicos que, probablemente, nos indican la existencia de varias necrópolis datables entre los siglos VI y IV a.C. Al norte y noreste contamos con los hallazgos de El Egido y de Calle Beatas – este último de época tardopúnica -, pero los que más

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nos interesan son los localizados en la margen derecha del río Guadalmedina, cuya vinculación a la ciudad en fechas tempranas ya insinuaban diferentes vestigios arqueológicos de época tardorrepublicana e imperial (Corrales, 2005). Se trata de la tumba de incineración en fosa de Calle Tiro, en las inmediaciones del poblado del Bronce Final de San Pablo, y del hipogeo ubicado en la cercana Calle Mármoles. Tales testimonios plantean, al menos en esta zona de indudable valor estratégico para la ciudad por el aprovechamiento como fondeadero de la desembocadura del río y la obtención de agua dulce, la existencia de un poblamiento disperso - ¿plurinuclear? – para la Málaga púnica. En este mismo sentido proponemos como línea de investigación el análisis de las características del control y explotación de la Bahía malacitana cuyo

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principal referente es, sin duda, el río Guadalhorce. La explotación alfarera de la zona que ponen de manifiesto los hornos púnicos del antiguo enclave del Cerro del Villar, de su fértil vega, así como su condición de principal vía de comunicación con el interior malagueño y las campiñas cordobesa y sevillana. Interesa en este punto el análisis de las relaciones de Malaca con el poblamiento indígena de esta comarca, cuyo principal testimonio –límite territorial para nuestro estudio – es la ciudad de Cartima y el santuario extraurbano del Cerro de la Tortuga, en las afueras de Málaga, cuyos interesantes materiales “ibero-púnicos” son la más clara prueba de la influencia de la Malaca púnica en su inmediato entorno.

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Abdera y su territorio: Descubrimientos recientes J. L. López Castro, B. Alemán Ochotorena, L. Moya Cobos (Universidad de Almería)

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resentamos los resultados más relevantes de la excavación sistemática efectuada en el Cerro de Montecristi, la antigua Abdera fenicia y romana, entre finales de 2006 y principios de 2007 como parte del proyecto general de investigación Las ciudades fenicias en el litoral almeriense. El Cerro de Montecristo de Adra desarrollado desde la Universidad de Almería. Asimismo presentamos el reciente descubrimiento de un yacimiento fortificado excepcional, Altos de Reveque, que muy posiblemente formaría parte del territorio abderitano. La excavación en el Cerro de Montecristo ha puesto de manifiesto la existencia en el área del corte 3 de de 7 fases constructivas fenicias y confirman la existencia de una importante secuencia estratigráfica desde mediados del siglo VII a.C. hasta el siglo IV a.C., que confirma la continuidad del asentamiento colonial de época arcaica con la ciudad posterior, sin hiatos ni rupturas. En este sentido resulta un dato relevante la continuidad observada en el trazado y la alineación de muros y habitaciones de distintas fases, mostrando así una continuidad urbana que estaría motivada por la existencia de un mismo espacio urbano limitado por los mismos hitos urbanísticos, tales como espacios públicos, calles, plazas y edificios relevantes y por la muralla de la ciudad. La excavación del corte 15 permitió localizar un paño de unos diez metros de las defensas que protegían Abdera por la ladera Sur. Se trata de una muralla de doble paramento y cajones de arcilla que presenta varias fases y que fue construida hacia finales del VII o comienzos del siglo VI a.C., debiendo amortizarse en un momento avanzado del siglo I a. C.

La identificación durante la excavación de áreas destinadas a la producción metalúrgica en las viviendas y sus inmediaciones, con restos de toberas, escorias de fundición y restos de mineral permitirán profundizar en el conocimiento de las actividades artesanales de la antigua Abdera fenicia. Precisamente en relación con la explotación de los recursos mineros de la Sierra de Gádor debió erigirse el formidable asentamiento fortificado de Altos de Reveque. Situado en las estribaciones meridionales de la Sierra de Gádor, en el término municipal de Dalías, tiene una extensión de más de 5 has. de recinto amurallado, aunque no estuvo ocupado sino muy parcialmente con áreas de edificios dispersos. La fortificación, cuya erección podemos situar en la segunda mitad del siglo VI a.C., consistió en un sistema oriental de muralla de doble paramento con compartimentos interiores, también conocido como muralla de casamatas. Dotada con torres y bastiones angulares, la muralla protegía un asentamiento destinado al control estratégico que dominaba el acceso a recursos naturales como los mineros, agrícolas y madereros del actual Poniente almeriense. El asentamiento estuvo ocupado, a juzgar por el material cerámico superficial hasta comienzos o la primera mitad del siglo IV a.C. y constituye por el momento un caso excepcional en los patrones de asentamiento fenicios occidentales que vendría a plantearnos nuevas preguntas sobre la territorialidad de la presencia fenicia en el Extremo Occidente.

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La ciudad y el territorio de Baria. Nuevas aportaciones J. L. López Castro, V. Martínez Hahnmüller, C. Pardo Barrionuevo (Universidad de Almería)

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a labor arqueológica que en los últimos años ha desarrollado el equipo de la Universidad de Almería en el asentamiento fenicio de Baria (actual Villaricos, Almería) sigue aportando información relevante que nos permite estudiar el desarrollo socio-económico de los habitantes de esta antigua ciudad fenicia del sureste de la Península Ibérica. Las distintas campañas desarrolladas en Baria nos han permitido comprender la evolución de la ciudad desde su fundación hacia finales del siglo VII a.C. hasta la conquista romana en 209 a.C., pasando por la consolidación de la misma como una ciudad autónoma tal como acontece con los centros coloniales más destacado de la Península Ibérica en torno al siglo VI a.C. En esta ocasión, además de proporcionar un avance de los resultados obtenidos en la excavación de urgencia de 2003, nos centraremos en diversos aspectos que no habían sido tratados en profundidad hasta el momento, como son el territorio de Baria y la conquista de la ciudad por Escipión. En un solar de la calle La Central de Villaricos, excavado en dos fases en 1997 y 2003, se documentaron un total de 73 unidades estratigráficas, que a excepción de algunas escasas unidades constructivas, son casi todas ellas sedimentos, pavimentos, derrumbes, fosas y hoyos de poste que se superponen hasta llegar a la roca base, formando parte de 10 fases diferenciadas con una secuencia estratigráfica de finales del siglo VII a.C. al II a.C. La revisión de las prospecciones realizadas en los asentamientos del Bajo Almanzora y el estudio de

materiales inéditos de las mismas nos han permitido redefinir la evolución territorial de Baria y situar sus límites en el tiempo y en el espacio. Así, desde el siglo VIII a.C. constatamos contactos entre fenicios y autóctonos en las desembocaduras de los ríos Almanzora y Antas, lo que podría hacernos suponer que la fundación de la colonia fenicia sería anterior a lo que nos permite constatar el registro arqueológico del propio asentamiento hasta el momento, que conllevarían un cambio en el patrón territorial de la zona y en la orientación económica hacia la minería por parte de los asentamientos autóctonos. A finales del siglo VII a.C., se establecerían una serie de asentamientos en la zona caracterizados por su diversificación económica y por ampliar la zona con respecto a la fase anterior. A partir del siglo VI a.C. Baria experimentaría un crecimiento considerable tanto del núcleo urbano como del territorio rural dependiente a éste. Los siglos siguientes hasta la conquista romana se caracterizarían por un afianzamiento del dominio territorial como demuestra la fundación entre finales del siglo IV y principios del III a.C. de un santuario extraurbano y por el aumento de los asentamientos de pequeño tamaño con el consecuente incremento de la producción agrícola. Tal situación territorial cambiaría de manera drástica con el abandono de un gran número de los asentamientos rurales preexistentes fruto de la conquista romana de la ciudad fenicia occidental. Tal episodio de la Historia Antigua de Iberia fue reflejado por Valerio Máximo, Plutarco de Queronea y Aulo Gelio y ha sido constatado arqueológicamente en la U.E. 40 presente en las campañas de

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1987, 1997, 2003 y 2006. Se trata de un conjunto arqueológico cerrado, sellado por un nivel escoria fruto de la actividad minera del siglo XIX, en el que se han documentado una gran cantidad de materiales cerámicos que encajan con los repertorios cerámicos de los contextos de finales del siglo III a.C., especialmente con aquellos asociados al con-

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flicto romano-cartaginés. Además, la posible constatación de un foso que rodeaba la ciudad en sus partes más vulnerables, la propia información de las fuentes clásicas que ha sido constatada y matizada mediante la arqueología y la importancia de los recursos mineros de la zona nos permiten reforzar esta asociación.

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La ciudad púnica de Ibiza: estado de la cuestión desde una perspectiva histórico-arqueológica actual Joan Ramon torres (Consejería de Cultura, Ibiza)

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ace casi treinta y cinco años atrás, M. Tarradell y M. Font afirmaban “de la ciudad (de Ibiza) no sabemos otra cosa que lo que es posible deducir a través de las tumbas donde fueron enterrados sus habitantes. Hoy por hoy la ciudad, desde el punto de vista del conocimiento histórico, es poca cosa más que el Puig des Molins”. Y la realidad es que, desde su inicio oficial en el año 1903, hasta entrados los años 80 del pasado siglo, la arqueología insular dejó completamente de lado la investigación de ámbito urbano, centrándose de modo casi exclusivo en la excavación de yacimientos susceptibles de aportar elementos museizables, como, de modo muy particular, los cementerios y algunos santuarios.

perímetro. Al margen de esto se sitúan algunos elementos puntuales, no exentos de problemas, como un gran muro del siglo IV aC, identificado en la parte superior de la acrópolis, donde en época medieval se construyó la almudaina. En contrapartida, los treinta últimos años de actuaciones arqueológicas en la ciudad, que de modo muy mayoritario han tenido carácter de urgencia, han proporcionado un cuadro de relativa nitidez sobre algunos aspectos de la ciudad púnica. En primer lugar, se ha obtenido una idea aproximada de la evolución urbana y de la extensión de la ciudad a lo largo de diversas fases:

La segunda (Livio, XXII, 20, 7), sin referirse directamente a las fortificaciones, pone de relieve la imposibilidad de su conquista a raíz del asedio de Cneo Escipión en el año 217 aC, durante la Segunda Guerra Púnica, cosa que, si bien de modo indirecto, apuntaría en sentido parecido.

Época arcaica inicios siglo VI hasta mediados del siglo V aC, con pocos datos, pero que apuntan a una instalación habitada en la parte baja de las vertientes N y NW del puig de Vila, sobre la misma línea de mar. Posible ocupación de carácter indeterminado (¿cultual y/o defensivo?) de la parte alta del monte y una zona intermedia de necrópolis arcaica de inhumaciones. Instalación de un importante cementerio de incinerantes en la parte baja de la vertiente meridional del promontorio central del Puig des Molins, que a partir de finales del siglo VI empieza a introducir inhumaciones de tipo púnico. Posibles santuarios periurbanos en la illa Plana y el Puig d’en Valls.

Sin embargo, la identificación y descripción de dichas murallas ha resultado hasta la fecha un esfuerzo prácticamente vano. No se ha podido por ahora documentar ninguno de sus tramos, ni en consecuencia definir características, cronología y

Mediados del siglo V y siglo IV aC. etapa de gran crecimiento de la ciudad, en concordancia con los datos de la necrópolis del puig des Molins y del altísimo poder comercial exterior de Ibiza. Presencia de elementos arqueológicos en la partes alta y

Dos fuentes clásicas ponen de manifiesto que la ciudad púnica de Ibiza estaba fuertemente defendida. La más antigua, transmitida por Diodoro (V, 16), procede de Timeo de Taormina y alude directamente a la existencia de importantes murallas.

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baja de la acrópolis, que hacen presumir una urbanización total de toda la ladera septentrional del Puig de Vila. Inicio de la urbanización de terrenos casi llanos al NW del puig de Vila a finales de esta etapa.

Esta, igual que desde su inicio, continua articulada en función del gran puerto natural (la bahía de Ibiza), cuyo sector más profundo y resguardado ocupaba la zona ya sedimentada del actual paseo de Vara de Rey.

Siglos III y II aC, época de máxima expansión urbana, con prolongación de la ciudad en dirección N-NW. Se pueden calcular aproximadamente unas treinta hectáreas de extensión, cifra evidentemente muy importante en su época y contexto geográfico. En esta etapa se comprueba, además, como los sectores industriales son desplazados aún más a poniente con el avance de la ciudad.

Por otro lado también se ha podido constatar que la ciudad púnica de Ibiza desde el siglo V en adelante muestra una amplia asimilación a los tipos arquitectónicos púnicos del mediterráneo central y, sobre todo de Cartago, con presencia de numerosísimas cisternas de tipo biabsidial, mosaicos de opus tesellatum irregular, así como otros elementos característicos.

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La época púnica en Ibiza desde una perspectiva biológica: La reconstrucción de las condiciones de vida a través del estudio de los restos humanos Nicolás Márquez Grant (Oxford)

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a información obtenida a partir del estudio de los restos humanos arqueológicos contribuye a la reconstrucción del estilo de vida de una población. Por un lado, la observación de procesos tafonómicos que hayan afectado a los restos cadavéricos va a aportar información acerca del ritual o contexto funerario. Los datos paleodemográficos que incluyen el número mínimo de individuos y su distribución por edad y sexo, también aportan una mayor comprensión del ritual funerario y la organización de las necrópolis, además de proporcionar tasas de mortalidad. Por otro lado, los datos métricos que incluyen las medidas craneales y los cálculos de la estatura, nos proporcionan información acerca de las características físicas de la población; mientras que algunas variantes anatómicas nos pueden indicar relaciones genéticas entre individuos y la práctica de ciertas actividades como la explotación marina o la adopción regular de una posición en cuclillas. Finalmente, las lesiones patológicas de los huesos y dientes nos pueden aportar información acerca de la dieta, del nivel de violencia en la sociedad, del estado de salud, la higiene y el tipo de cuidados médicos entre otros. Estos datos, a su vez, deberían ser reflejo de las circunstancias económicas, sociales, políticas y culturales de la época. El presente trabajo pretende reconstruir las condiciones de vida de la población púnica de la isla de Ibiza a través del estudio antropológico. Ya se conoce como la influencia de Cartago sobre Ibiza resultó en transformaciones sociales, políticas, económicas, ideológicas y religiosas que incluyen

un aparente crecimiento demográfico, la colonización del ámbito rural y la explotación agrícola, cambios en el ritual funerario, una intensificación del comercio, y una prosperidad económica en términos generales. El objetivo de este estudio, es pues, tratar de responder cómo estas transformaciones y, si se permite, cómo esta prosperidad económica y cultural de Ibiza en época púnica, afectaron al estado de salud de los habitantes. ¿Qué nos dice la perspectiva biológica? Con el fin de abordar este objetivo, se calcula el número mínimo de individuos y su edad y sexo siempre que sea posible, y se obtiene información sobre características físicas como la estatura. También se explora la presencia (o ausencia) de lesiones patológicas y, en lo posible, se hacen comparaciones con datos publicados de otras poblaciones contemporáneas. La ponencia empieza con una revisión de la bibliografía antropológica púnica de Ibiza. A ello le sigue una introducción sobre el estudio de los restos humanos, el material y los métodos empleados. A continuación, se presentan los resultados y una discusión de los datos y finalmente se proponen avenidas para futuras investigaciones. Mediante datos publicados e inéditos de estudios antropológicos de las necrópolis de Cas Jurat (Portmany), Ca n’Eloi (Santa Eulària), Can Sorà (Sant Josep) y de varios sectores de la necrópolis de Puig des Molins entre otros, se suma un total de casi 200 individuos. Debido a que la salud del individuo está afectada por factores genéticos, el entorno familiar, el estatus socio-económico, la cultura y el medio físico, los datos antropológicos

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obtenidos de los restos óseos se interpretan en conjunción con datos de otras disciplinas como la paleoclimatología, la arqueobotánica, la zooarqueología y se obtiene información sobre la densidad de población, posibles patrones migratorios, industrias presentes en la época, etc. Así pues, se interpretan los resultados antropológicos adoptando una aproximación biocultural. Aunque el material y los métodos empleados tienen sus limitaciones, los resultados indican una serie de datos interesantes. En resumen, la población púnica enterrada en las necrópolis está representada por individuos de ambos sexos y varios grupos de edad. El perfil demográfico muestra la supervivencia de un número de personas de una edad superior a los 50 años, aunque se muestra un pico de mortalidad entre los 30 y 50 años. En las necrópolis rurales, es notable la ausencia o baja representación de individuos menores a 5 años de edad. Entre los atributos físicos, cabe decir que la estatura es mediana en los individuos aunque más alta que en otras épocas. Algunos rasgos físicos del cráneo, aunque debatibles, posiblemente nos indique una morfología y por tanto una ascendencia sub-sahariana para algunos individuos. En relación a la dieta, se cuenta con una variedad de fuentes que incluyen la patología oral y los análisis químicos que indican una dieta homogénea entre la población rural, basada principalmente en recursos terrestres (principalmente hidratos de carbono) y una consumición mínima de recursos marinos.

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Entre las lesiones patológicas, cabe mencionar algunas lesiones como la hipoplasia del esmalte (defectos del esmalte dentario) y la presencia de periostitis (resultado de infecciones) que reflejarían unas condiciones de vida desfavorables, y quizás relativamente pobres. La población rural también muestra una mayor frecuencia de artrosis en las articulaciones del codo, la cadera y la rodilla. Sin embargo, el bajo nivel de traumatismos no refleja un alto nivel de conflicto o violencia en la población. En general, no hubo diferencias significativas entre sexos tanto en enfermedades infecciosas, osteoarticulares o traumáticas. El presente estudio presenta estos datos, tratando el objetivo principal dentro del marco púnico de Ibiza. Sin embargo, también se desea invitar la opinión de investigadores de otras especialidades del mundo púnico para poder completar la reconstrucción de las condiciones y estilo de vida de los habitantes púnicos tanto de Ibiza como de otros lugares geográficos. Asimismo, la opinión de otros especialistas en los distintos campos servirá para confirmar o descartar las interpretaciones sobre la época púnica que derivan de estos datos antropológicos. Los resultados de dicho estudio contribuyen a un mayor conocimiento de nuestros antepasados ibicencos y de cómo vivieron y cómo murieron. También contribuyen al registro osteológico y paleopatológico de Ibiza y del mundo púnico, sirve como material comparativo para otros estudios tanto baleáricos, peninsulares y de otras zonas del Mediterráneo occidental y central. Por último, se proponen líneas para futuras investigaciones.

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Una incineración en urna de la necrópolies del Puig des Molins J. H. Fernández Ana Mezquida (Museo de Eivissa)

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ntre los años 2000-2003 se llevo a cabo un proyecto de investigación que tenía como primer objetivo, finalizar y completar la excavación del sector denominado A/B, iniciado en 1983, y que por diversas circunstancias, no pudo llegar a ultimarse. Este proyecto que se prorrogó posteriormente hasta 2006, permitió la excavación de parte del área que se encuentra ubicada entre el edificio del Museo Monográfico y la Clínica Nuestra Señora de Rosario, lo que ha supuesto la recuperación de todos los enterramientos de este sector y la ampliación del área de visita del yacimiento. El presente trabajo tiene como objetivo dar a conocer un enterramiento peculiar de cremación que aparecido durante los trabajos realizados en el 2002.

DESCRIPCIÓN DEL ENTERRAMIENTO En el transcurso de las excavaciones realizadas en el Sector C, cuadro 2 de 2002, se puso al descubierto una mancha parduzca, de forma irregular que se extendía en una superficie de 60 x 86 cm., y con un espesor de 3 cm., con carbones, piedras afectadas por el fuego y algún fragmento disperso de hueso quemado. Este tipo de manchas de combustión, que se han llamado “fuegos”, ya habían sido detectadas en anteriores campañas. Su presencia, siempre en las inmediaciones de una incineración, permite relacionarlos con el lugar en que se depositan los restos aún calientes de la cremación una vez retirada del ustrinum, por lo que van a dejar sobre el suelo un claro vestigio de la combustión a la que estuvo sometida el cadáver.

Una vez decidido el lugar de enterramiento –en urna, recipiente perecedero o directamente sobre la superficie del terreno, en un orificio destinado a tal efecto o en una oquedad en la roca- se procedía a recoger cuidadosamente los huesos incinerados que serán o no lavados, antes de su deposición en la sepultura, y a realizar los ritos funerarios que acompañan al enterramiento del cadáver. A unos 10 cm de la mancha de combustión en dirección oeste, en una oquedad natural de la roca madre, apareció una pequeña concentración de restos óseos humanos quemados entre los que se encontraban pequeñas piedras con evidentes trazas de haber estado en contacto con el fuego, prácticamente adosados a una caja de piedra arenisca –marés-, de forma cuadrangular con sus extremos rotos de antiguo, que presentaba en la parte superior un orificio central de forma redondeada y de tendencia cuadrangular. Dadas sus características, en principio se pensó que podría corresponder al soporte de un cipo-betilo, similar a otros ejemplares aparecidos en la necrópolis del Puig des Molins. Todo este conjunto fue relacionado entre sí. Por un lado el “fuego” de combustión, por otro la incineración y por último la base del cipo que señalaba el lugar de enterramiento de la incineración. El pequeño conjunto de huesos incinerados, a priori, y hasta que se realizó su estudio antropológico, se pensó que podría tratarse de una cremación infantil, dada la escasez de restos óseos. Asociados a este enterramiento, que se etiquetó como Incineración nº 21, se localizaron tres cuentas alargadas atoneladas de oro con reborde en

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sus extremos, una cuenta esférica de oro blanco, bastante deformada y con un fino reborde torneado, un pequeño escarabeo de pasta de tonalidad grisácea, muy desgastado por lo que no conserva el dibujo y un objeto de bronce formado por una varilla de sección circular, roto en varios fragmentos, y que uno de sus extremos aparece rematado por una cabeza de serpiente con decoración puntillada y separada del resto de la pieza por pequeñas anillas incisas. El deficiente estado de conservación en el que apareció esta pieza, no permite determinar con seguridad, si puede tratarse de una pulsera u otro objeto de uso personal. La caja de marés que presenta unas medidas de 47 x 48,5 cms y una altura de 27,6 cms., se encontraba colmatada de tierra suelta que llegaba al borde del orificio. Una vez retirada esta capa de tierra suelta, aparecieron varias piedras que sellaban su interior. Ante esta situación y para facilitar la excavación de la incineración adosada a ella, la caja fue retirada y trasladada al taller de restauración para proceder a su vaciado y excavación. Las piedras se encontraban perfectamente encajadas entre ellas y la tierra de su interior estaba muy compactada y dura, por lo que su excavación se tuvo que realizar muy lentamente. Por debajo de estas piedras aparecieron los restos óseos humanos y ya casi en el fondo de la caja, entre los huesos cremados, la ofrenda funeraria formada por un escarabeo de ágata con la representación de Horus como halcón tocado con la corona roja, un colgante de marfil con hilo de oro enrollado, un colgante de alabastro, una cuenta bicónica de piedra caliza blanquecina y otra pequeña de pasta de color verde. La aparición de los huesos incinerados en el interior de esta caja evidenciaba que ésta era en realidad una urna cineraria, si bien no podamos descartar que, en origen, hubiera podido constituir el basamento de un cipo-betilo y que fuera reutilizado posteriormente como urna. Por otro lado, la presencia de dos incineraciones tan próximas una a la otra, aunque una estuviera adosada

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a la cara exterior de la urna y la otra en su interior, nos hizo conjeturar si cabía la posibilidad de que se tratara de la cremación de un único individuo, lo que únicamente podía ser confirmado mediante el examen antropológico de los restos. Esta circunstancia motivó que fueran remitidos de forma diferenciada y según su posición de enterramiento al Dr. F. Gómez Bellard para su estudio. El análisis de los restos determinó que ambas incineraciones correspondían a un único individuo femenino joven, cuyos huesos habían sido triturados intencionadamente, y que partes coincidentes de los mismos habían sido depositados tanto fuera como dentro de la urna. Este hecho, que es la primera vez que es constatado en la necrópolis, no deja de llamarnos la atención ya que estamos en presencia de un mujer incinerada cuyos huesos han sido intencionadamente separados en el momento de su enterramiento y en cada agrupación de ellos se ha realizado una ofrenda funeraria. Como explicación a este anómalo hecho, únicamente podemos establecer como hipótesis que, tras la cremación de la difunta, y ya en el momento de proceder a su enterramiento, quedara patente que el volumen de los restos incinerados era superior a la capacidad contenedora de la urna. Esta circunstancia motivaría que, parte de los huesos se depositaran fuera de ésta junto a su cara Este, acompañados a su vez por una ofrenda funeraria. El estudio de los materiales hallados tanto fuera como dentro de la urna permite datar el enterramiento a principios del siglo VI a. C. Esta cremación constituye un enterramiento singular y único en el yacimiento, ya que utilización de una urna de marés como contenedor y la forma de efectuar la deposición de los restos óseos es la primera vez que se constata en la necrópolis.

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Excavación de los restos óseos del interior de la urna.

Urna de mares en la excavación.

Materiales aparecidos en el interior de la urna y fuera de ella.

Detalle de la excavación del objeto de bronce aparecido junto a los restos óseos fuera de la urna.

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Tinnit en Ibiza: Nuevas investigaciones en la cueva-santuario de Es Culleram Mª Cruz Marín Ceballos María Belén Deamos Ana Mª Jiménez Flores (Universidad de Sevilla)

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ituada al NE de la isla de Ibiza, en la parroquia de Sant Vicent de Sa Cala y en el término municipal de Sant Joan de Labritja, en medio de un paisaje boscoso y con cierta abundancia de agua, la conocida como Cueva de Es Culleram se ubica en la parte superior de la vertiente de una montaña de la finca de Can Quintals, a unos 150 m de altitud sobre el nivel del mar, y a unos 1600 m, aproximadamente, de distancia en línea recta de Cala Maians o Cala San Vicent. Desde allí se domina visualmente la parte baja del valle de Sa Cala, así como un corto tramo marítimo entre el cabo de Campanitx y el islote de Tagomago. Descubierta para la investigación en 1907, fue objeto en este mismo año de una primera e importante, por el volumen de sus hallazgos, excavación, por un equipo en el que se encontraban algunos de los más conocidos pioneros de la arqueología ebusitana, algunos de los cuales realizaron con posterioridad excavaciones a nivel individual. Nuevas excavaciones, bajo el mecenazgo de Epifanio de Fortuny, Barón de Esponellà, se realizaron entre 1965 y 1968 dirigidas por la entonces directora del Museo Mª Josefa Almagro Gorbea. Una última y definitiva campaña fue dirigida en 1981 por Joan Ramón Torres con el fin de retirar las tierras de antiguas excavaciones y levantar una planimetría precisa de todo el conjunto. Además de cumplir con los objetivos perseguidos, esta campaña fue fundamental para precisar algunos datos esenciales para la valoración del yacimiento, como la cronología y la morfología original de la cueva. Se pudo confirmar la existencia de una fase prehistórica situable de una manera amplia en la Edad del Bronce, datándose el floruit de la ocupación púnica entre fines del s. III y fines del II a.C. En cuento a la planta, a

pesar de los problemas para reconstruirla, pudo determinarse su carácter tripartito. Las primeras publicaciones científicas, aparte de los resultados de las campañas de excavación, comenzaron a partir de los años 30 en relación con la plaquita de bronce inscrita que fue hallada casualmente en 1923. Pero el primer estudio serio de conjunto de la cueva fue obra de Mª E. Aubet, publicado en 1969. Con posterioridad, las terracotas han sido catalogadas, junto con el resto de las halladas en la isla, por Mª J. Almagro Gorbea (1980) y Pilar San Nicolás (1987). Así, pese a las deficiencias de unas excavaciones realizadas en su mayoría a comienzos del siglo XX, con los medios técnicos y la formación que la época permitía, las características del material votivo hallado y la existencia del epígrafe que confirma la consagración del santuario a la diosa Tinnit Gad, son elementos suficientes para dar al conjunto una originalidad y una relevancia excepcional en el contexto del mundo púnico1. Nuestro proyecto, financiado por el MICIN con la referencia HUM2007-63574, (“Tinnit en Ibiza. La cueva de Es Culleram”)2, parte de la consciencia de la falta de una catalogación completa del material hallado en la cueva, y de la necesidad de una interpretación de carácter histórico-religioso acorde con los conocimientos actuales sobre el tema. El primer paso ha sido pues la catalogación y documentación gráfica del material disperso, constituido fundamentalmente por terracotas figuradas, en diferentes museos y colecciones privadas3. A sabiendas de que a pesar del esfuerzo realizado seguirá habiendo piezas sueltas en colecciones no detectadas, aparte de aquéllas de las que tenemos noticia y que parecen haberse perdido, creemos haber catalogado la gran mayoría

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del material votivo en terracota procedente de la cueva. Este material no carece de problemas. Uno de los más frecuentes es la duda acerca de la pertenencia a este yacimiento o a la necrópolis del Puig des Molins ya se les plantea a muchos museos cuando realizan su propia catalogación, contando con los datos, no siempre fehacientes, de las colecciones privadas adquiridas. Así pues, a partir de nuestra catalogación, de la observación directa de las piezas y del material gráfico generado, en el que se incluyen dibujos de los mejores ejemplares de cada tipo, se han obtenido, en primer lugar, unos cuadros que resumen, de un lado los datos técnicos registrados en cada ficha, y de otro los rasgos iconográficos. Esto se ha hecho, hasta ahora, con el exvoto más característico de la cueva: la figura acampanada, pero se está haciendo también con las llamadas “figuras planas”, y el resto de las figuras de terracota. Todo ello nos está permitiendo el estudio particularizado de cada uno de los tipos que, al mismo tiempo, se está comparando con otros ejemplares mediterráneos, especialmente de Sicilia y Magna Grecia y, sobre todo de Cartago, con el fin de determinar el posible origen, así como la cronología de cada uno de ellos.

siendo perceptibles en muchos casos las huellas dactilares del alfarero. Nos ha sido posible, además, determinar el proceso de elaboración iconográfica, partiendo de modelos egipcios y cartagineses hasta dar con un prototipo que será, como hemos dicho antes, característico de la cueva, aunque lamentablemente aún no se ha hallado el taller o talleres donde se fabricaban. Por último, y en cuanto a la divinidad a la que estaba consagrado el santuario, nos planteamos una nueva posibilidad en relación con el nombre de Tinnit Gad que aparece como objeto de la ofrenda en la cara b de la plaquita de bronce hallada en 1923. Se trata de relacionar este epíteto, que como es sabido se equipara con el de Tyché-Fortuna como protectora de ciudades en el mundo clásico, con los pebeteros en forma de cabeza femenina recientemente identificados en la ciudad de Ibiza, que se tocan con una corona mural. Aunque ninguna de estas piezas ha aparecido en la cueva, pensamos que es posible relacionar este epíteto con tales figuras, de tal manera que la Tinnit Gad de Es Culleram podría haber sido la diosa en su faceta de protección de la ciudad, que no puede ser otra que la de Iboshim. Tal constatación añade, obviamente, una nueva dimensión al santuario. La cueva ha sido declarada Bien de Interés Cultural (BIC) por la Comunidad Autónoma de les Illes Balears, mediante el decreto 94/1994 de 27 de julio de ese año, y desde 1997 es propiedad del Consell Insular de Ibiza y Formentera. 1

Las terracotas son pues, por ahora, el objetivo principal de nuestro estudio, sin olvidar el resto de los materiales, tanto la cerámica (también la prehistórica) como el resto de los objetos, algunos de ellos perdidos aunque fotografiados; todo forma parte de un conjunto único e indivisible que habrá de ser valorado globalmente. Se han dividido en diferentes grupos, en lo que hemos intentado seguir las pautas marcadas en el trabajo de Mª E. Aubet, ya ampliamente divulgadas, con el fin de no crear confusión4. Entre estos grupos destacan de un modo especial las figuras acampanadas, de las que se han individualizado una treintena de tipos. Se ha podido seguir su proceso de fabricación mediante la utilización de un solo molde para la mitad anterior de las piezas, cerrándose la posterior con una serie de tiras de arcilla que luego se han unido manualmente,

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Hemos de dejar constancia aquí de la importante participación en el proyecto del Dr. Jorge H. Fernández, director del Museo de Ibiza y de la investigadora Ana Mezquida, del mismo museo. 2

El número de piezas catalogadas asciende ya a unas 1430.

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Aprovechamos la ocasión para recordar que, conforme avanzamos en nuestro estudio, más apreciamos el esfuerzo por ella realizado -teniendo en cuenta que se trataba de un primer trabajo de investigación académico-, y valoramos más su clarividencia a la hora de obtener unas conclusiones.

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Preactas

Vista parcial del aspecto exterior actual de la cueva, con el acceso principal a la derecha. Foto de las autoras.

Figura acampanada del Museo del Cau Ferrat de Sitges (31239).Corresponde al tipo 24. Foto de las autoras.

Figura entronizada del Museo Arqueológico de Cataluña (8663). Foto de las autoras.

Pebetero con corona mural procedente de la Avda. de España nº 3, Ibiza. Foto del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera.

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Preactas

Nuevas perspectivas sobre las relaciones púnicas con la costa ibérica del sureste peninsular Feliciana Sala Sellés (Universidad de Alicante)

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l conocimiento de las relaciones entre el mundo púnico y la cultura ibera contestana, el sureste peninsular en términos generales, se ha ido construyendo a medida que se sucedían los modelos historiográficos.

En las primeras décadas del s. XX, Figueras y Lafuente discutían acerca de la ubicación de la fundación bárquida de Akra Leuka. Sus tesis se basaban únicamente en el análisis de las fuentes escritas, de acuerdo con la historiografía española de aquella época. Lafuente defendía el monte Benacantil, junto a la ciudad de Alicante, como el lugar de Akra Leuke, mientras que en las ruinas del Tossal de Manises situaba una supuesta tercera fundación masaliota citada por Artemidoro, Esteban de Bizancio y Estrabón. El nombre de la colonia griega, Leukon-Teijos, no aparecía en ninguna de las fuentes conocidas sino en la Historia de Cartago publicada por el alemán Otto Meltzer a fines del s. XIX. Figueras, por su parte, identificaba las ruinas del Tossal de Manises con Akra Leuke y estaba convencido de que los hallazgos de sus excavaciones constituían la prueba. La publicación de S. Nordström de 1961, Los cartagineses en la costa alicantina, señalaba el fin de esta etapa. La autora utilizaba los datos arqueológicos para corroborar las tesis de Lafuente, a las que se sumaba sin reparos y sin hacer mención alguna a las opiniones contrarias de Figueras. Aún más, establecía una relación directa entre ciertos hallazgos en yacimientos ibéricos de Alicante y el ámbito económico, religioso y funerario cartaginés. La llegada de E. Llobregat al Museo Arqueológico Provincial de Alicante en los años 60 significó la revisión de la Historia antigua alicantina. Rompía

con la investigación anterior, más acorde con la tradición de la arqueología filológica, para identificar la cultura ibérica partiendo de un principio incontestable: el indigenismo del mundo ibérico y de sus manifestaciones, idea que finalmente tomó cuerpo en su Contestania ibérica de 1972. Así, de una visión exógena de la arqueología prerromana alicantina se pasó a una perspectiva indigenista para explicar un mundo ibero que, dicho sea de paso, se pudo empezar a caracterizar en su cultura material gracias a esta perspectiva. Fue un proceso de desmitificación de la Historia antigua de Alicante, parafraseando el título del artículo de 1969 de Llobregat. También supuso una negativa rotunda a aceptar cualquier injerencia cultural directa o indirecta en el mundo ibérico. Las relaciones comerciales con los púnicos se admitían, pues los testimonios eran evidentes, pero desposeídas de toda trascendencia en el proceso histórico. Llobregat opinaba asimismo que el período bárquida, por su carácter militar y breve duración, no podía haber dejado huella alguna en el poblamiento ibérico. De esta forma zanjaba el “abuso” que los investigadores anteriores habían hecho del episodio bárquida de la fundación de Akra Leuke y daba solución al “cartagenismo” atribuido a la población prerromana de la costa alicantina. La postura de Llobregat también fue deudora de su momento. La autoctonía de la cultura ibérica era un hecho innegable, y lo sigue siendo, pero hoy nadie cuestiona que los aportes mediterráneos fueran un factor influyente en el origen y evolución de la cultura ibérica. Queda fuera de toda duda que el vehículo conductor se estableció en el marco de las relaciones comerciales. A este

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punto, el estado actual de la investigación ofrece dos perspectivas complementarias. De un lado, los últimos estudios confirman el papel fundamental del comercio en la economía del área costera de la Contestania ibérica. De otro, las novedades producidas en los últimos años gracias a los trabajos en yacimientos costeros y la revisión de algunas excavaciones antiguas dejan entrever unas relaciones con el mundo púnico más sólidas que las que permitiría el simple ir y venir de los viajes comerciales.

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Algunas de estas novedades arqueológicas apuntan a la presencia de grupos de población no ibera dedicada al comercio e instalada en puntos costeros claves en el tránsito marítimo y en la explotación de ciertos recursos derivados del mar. De ser así, el siguiente objetivo que se plantea es distinguir estas comunidades de las ibéricas a través de la cultura material y arquitectónica. Este punto nos llevaría a cuestiones de hibridación y mestizaje, de reconocimiento de grupos étnicos, que se apuntarán en este trabajo.

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Lectura púnica de dos yacimientos ibéricos: Illeta dels Banyets y el Tossal de Manises Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona Antonio Guilabert Mas, Eva Tendero Porras (Museo Arquelógico de Alicante, Universidad de Alicante)

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as investigaciones realizadas en los últimos años en dos de los más importantes yacimientos de la Contestania ibérica han puesto de relieve una marcada influencia púnica centrada en el siglo IV y primera mitad del s. III en la Illeta dels Banyets y a finales del s. III a. C. en el Tossal de Manises. La Illeta dels Banyets Está situada en una pequeña península en la periferia norte del municipio del Campello, Alicante.

Se han excavado unos 3200 m² en los que se ha documentado una amplia ocupación discontinua que abarca desde el eneolítico hasta época romana, con frecuentaciones que alcanzan hasta el periodo islámico. En lo referente a la etapa ibérica hemos comprobado la existencia de un primer asentamiento fundado en la segunda mitad del s. V a. C. que perdurará hasta mediados del s. IV a. C., fecha en la que sufrirá una importante remodelación urbanística que cambiará totalmente su fisonomía; en este momento se abren dos amplias calles que recorren la isla longitudinalmente, relacionadas entre sí mediante pequeñas calles transversales que forman manzanas. Es en ese momento cuando se erigieron los edificios emblemáticos por los que E. Llobregat propuso para el yacimiento la interpretación como emporion: los templos A y B y el almacén del templo A. En las últimas intervenciones hemos podido documentar que el resto de los edificios excavados corresponden principalmente a centros de producción destinados a la manufactura de materias primas como el esparto, el pescado y la uva, y a departa-

mentos destinados a almacenaje. Tan sólo uno de los edificios se ha podido interpretar como vivienda. Por lo tanto, ahora sabemos que la Illeta durante la última mitad del s. IV a. C y los primeros años del III a. C. era un centro comercial de primer orden y un centro productor que exportaba sus productos envasados en las ánforas que se fabricaban en los hornos situados en la costa. En cuanto a las importaciones, el mayor número de vasos corresponden a la vajilla de mesa ática seguida por los vasos púnico-ebusitanos o púnicos provenientes de otros puntos del mediterráneo; de ellos el número más importante corresponde a las ánforas, destacando las del tipo PE-14 o T8.1.1.1, aunque también se han localizado T11.2.1.6, T-11.2.1.5, T-12.1.1.1 y T-8.2.1.1. El resto de los materiales corresponde a cerámicas púnicas y púnico ebusitanas pintadas y comunes que en conjunto suponen ¾ partes de las importaciones púnicas; entre ellos destacan como grupo de relevancia los morteros que suponen el 20% del total. Hemos de añadir la presencia de grafitos en alfabeto púnico documentados en fondos de vasos de cerámica ática. En el yacimiento se encuentran otros elementos que inducen a sospechar una fuerte influencia foránea; en arquitectura se emplean materiales desconocidos para el mundo ibérico contestano, siendo el más relevante el uso del mortero de cal que se emplea para el revestimiento de piletas, canales y para la pavimentación de suelos como en los dos lagares documentados cuyos paralelos más próximos se encuentran más bien en el ámbito gaditano (Csstillo de Doña Blanca) que en las regiones ibéricas próximas (Edetania). Los tem-

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plos asimismo presentan rasgos que se pueden relacionar con influencias púnicas, siendo el más evidente la presencia de un altar de tipo oriental en el llamado templo B. El Tossal de Manises Este yacimiento, situado sobre una colina junto al mar en la bahía de la Albufereta a 3 km. al noreste del centro histórico de la ciudad de Alicante, presenta materiales del siglo IV y del s. III a. C. pero fuera de contexto. Esta circunstancia del registro arqueológico hace que dudemos de la existencia de una entidad poblacional en aquellos siglos. La situación cambia radicalmente a en el último tercio del s. III a. C. En este momento se funda un establecimiento de 2’5 ha. De extensión dotado de una fortísima y compleja fortificación sin parale-

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los en el mundo ibérico contestano dotada de muralla, antemural y torres en las que sirvieron sobre todo para el emplazamiento de catapultas. En el mismo momento se construyen cisternas “a bagnarola” de clara raigambre púnica, no solo por su forma sino también por los materiales de construcción empleados (revestimientos de mortero de cal). El momento histórico de creación de este establecimiento, situado en el punto más estratégico de la bahía de la Albufereta (nudo de comunicación marítima y terrestre), junto con las tipologías arquitectónicas y los materiales de construcción, hablan sin duda de una fundación o al menos marcada influencia púnica del periodo bárquida. La hipótesis que manejamos plantea un punto fuerte para la defensa y protección del territorio cartaginés de la Iberia sudoriental y de su capital Cartagena.

Preactas

Sobre la presencia de monedas Púnicas en sepulturas de la necrópolis de L’albufereta (Alacant) Enric Verdú Parra (Museo Arqueológico Provincial de Alicante - MARQ)

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l estudio que se presenta parte de la actual revisión que efectuamos sobre la documentación antigua y fondos materiales procedentes de la necrópolis de l’Albufereta (Alicante), y trata en concreto sobre un aspecto del ritual funerario practicado en este lugar: la deposición de monedas en algunas de sus sepulturas de cremación. Excavado durante la primera mitad de los años 30 del siglo XX, l’Albufereta es uno de los yacimientos ibéricos más conocidos y continua referencia en la bibliografía especializada a lo largo de los años hasta la actualidad. La investigación está revelando nuevos e interesantes datos sobre el complejo universo de las creencias y prácticas funerarias de las que, desgraciadamente, sólo conocemos su plasmación material. Pese a las carencias del registro, conocemos diversas referencias al hallazgo de monedas en la necrópolis, si bien éstas son siempre escuetas y confusas, hasta el punto de hacernos dudar de si realmente pertenecieron al yacimiento. Éste es el caso de los ejemplares romanos, evidentemente procedentes de estratos más modernos, y no de los enterramientos, cuya cronología grosso modo se encuadra entre los siglos IV y III a. C. Si desde un principio resultó realmente interesante la cuestión de la presencia de monedas en la necrópolis, no ha sido hasta hace unos meses cuando algunas de éstas han podido ser identificadas, tras más de medio siglo ocultas entre los fondos clásicos del monetario del MARQ. La identidad de estos ejemplares posiblemente quedó borrada durante alguna de las diversas remodela-

ciones que afectaron tanto a la exposición como a los almacenes del antiguo Museo Arqueológico Provincial de Alicante. Pese a que Francisco Figueras Pacheco es quien mejor documenta las campañas arqueológicas en l’Albufereta, inventaría y describe los materiales recuperados, es José Lafuente, en cambio, el primero que excava en el lugar, y quien publica en una temprana y breve memoria de 1932 una fotografía en la que aparecen, algo borrosas, seis “monedas cartaginesas y romanas de la necrópolis”, de las cuales hemos identificado cuatro bronces de la ceca de Ebusus, con una cronología general de los años 214-150 a. C., y un semis augusteo de Carthago Nova. El hallazgo no ha hecho sino dar credibilidad a las referencias con que contábamos de antemano. Los ejemplares púnicos presentan el tema iconográfico dominante en las acuñaciones ebusitanas. En el anverso la imagen más o menos esquemática del dios Bes o cabiro, caracterizado como un enano panzudo con faldellín y tocado de plumas, brazos alzados sosteniendo una serpiente y una maza, y piernas cortas y arqueadas. Divinidad protectora de la isla, a la que da nombre, se complementa en el reverso por la figura de un toro embistiendo a izquierda. Por desgracia no conocemos el contexto exacto de los hallazgos. Figueras informa, en cambio, que una moneda se halló en la sepultura F-86, pero sin duda no se trata de uno de los ejemplares presentados, que procederían de una campaña anterior. Tanto Lafuente como Figueras fueron firmes defensores del “cartagenismo” de muchos de los res-

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tos arqueológicos descubiertos a partir de aquellos momentos a lo largo del litoral alicantino. El yacimiento de l’Albufereta fue muy pronto catalogado como “cartaginés” o “ibero-púnico”. Curiosamente hoy estas tesis vuelven a estar de actualidad. En el caso de la necrópolis, la revisión de los materiales ha venido a caracterizar un conjunto más amplio del que se pensaba en principio, en el que destacan no sólo estas monedas púnicoebusitanas sino varias cerámicas de mesa comunes y decoradas (durante décadas consideradas ibéricas), imitaciones ebusitanas y de otros talleres del mundo semita (Gadir, Carthago), terracotas (entre las que destacan los denominados pebeteros en forma de cabeza femenina), cuentas de collar de pasta vítrea, fragmentos de cáscara de huevo de avestruz y varios amuletos orientales. También los dos excavadores coinciden en que en el caso de aparecer se halló una moneda por sepultura. La valoración de este dato comporta una serie de implicaciones socio-culturales, políticas y económicas en relación al contexto en que se utilizó el cementerio. Esta conducta presenta además multitud de paralelos en el mundo griego, de donde es originaria (más bien de ambientes coloniales), pero también en la cultura púnica, siempre a partir de época helenística, momento en el cual encontramos hallazgos monetarios en contextos funerarios en distintos puntos del Mediterráneo. La implantación de la economía monetaria es un fenómeno muy tardío dentro de la cultura ibérica, y con anterioridad a este momento los hallazgos numismáticos son siempre excepcionales. En este caso no podemos hablar de una adopción de este sistema económico, sino más bien de un nuevo componente del universo simbólico-religioso ibérico, vinculado lejanamente al mito griego del óbolo de Caronte, aunque quizá sólo sería un indicador de riqueza y estatus como tantos otros en el mundo ibérico, o un amuleto o talismán protector a raíz de las imágenes presentes en las monedas.

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Regresando a la necrópolis alicantina, evidencia la llegada de monedas púnicas, entre otros materiales importados, a estas tierras en el contexto de la Segunda Guerra Púnica. Además, junto a la escasez de armas en las sepulturas, nos encontramos pues con un rasgo de gran interés y que hace aún más compleja la investigación sobre las creencias de ultratumba de estas comunidades indígenas, del mismo modo que podríamos pensar en un posible mestizaje de dicha población. A estas alturas resultan más que evidentes los contactos con semitas, en especial con ebusitanos, auténticos intermediarios comerciales en el Mediterráneo occidental. El papel de Ebusus en época helenística, centro distribuidor de vajilla de mesa y objetos exóticos hacia las áreas de dominio cartaginés y el mundo ibérico, explica además la presencia de objetos púnicos en la mayoría de yacimientos ibéricos de toda la fachada mediterránea peninsular entre los siglos IV y I a. C. El análisis de estos hallazgos numismáticos, así como la revisión actual de la necrópolis, se complementa con los recientes resultados ofrecidos por las excavaciones en el vecino yacimiento del Tossal de Manises, donde se constata una destrucción del entre fines del siglo III e inicios del II a. C., y por lo tanto también en pleno conflicto romano-cartaginés. Toda esta información incide decisivamente en un mayor peso de la cultura púnica en estas tierras, tema que está siendo sometido en la actualidad a un intenso debate a partir además de los datos que ofrecen otros yacimientos próximos como la Escuera (San Fulgencio), la Illeta dels Banyets (el Campello), l’Alcúdia (Elx), etc. En definitiva, pretendemos dar a conocer nuevos datos sobre este trabajo aún en marcha, y ofrecer un razonamiento documentado sobre la costumbre funeraria de deposición de monedas de bronce en las sepulturas de cremación de l’Albufereta, que ya llamó la atención en el momento de la excavación y que hoy, al rescatar estas piezas de los almacenes del MARQ se convierten en una nueva e inesperada fuente de conocimientos.

Preactas

Ocupación comercial, ritual y estratégica del litoral valenciano Carmen Aranegui Gascó (Catedrática de Arqueología. Universitat de València)

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ste trabajo contempla la ocupación del litoral comprendido entre el Ebro y el Segura como exponente de los contactos de los grupos ibéricos con los navegantes mediterráneos y más concretamente con los púnicos, entre los siglos IV y II a.C. El marco cronológico podría corresponder al comprendido entre los tratados romano-cartagineses del 348 y del 226 a.C. Se parte de la tesis de la mayor antigüedad del control de las vías fluviales que de las marítimas por parte de los iberos. Sólo excepcionalmente se detecta en esta costa algún asentamiento ibérico fechable en el siglo V. Sin embargo, a lo largo del siglo IV aparecen fenómenos de interés, a veces combinados, como son: - las concentraciones de ofrendas votivas en puntos abiertos al tráfico marítimo, - los espacios de producción y almacenaje junto al mar y - las fortalezas costeras. Una cuestión importante en este enfoque es plantear los términos de la negociación necesaria para que estas ocupaciones tengan lugar entre las partes implicadas. Los iberos había desarrollado estrategias de organización territorial; las potencias mediterráneas comerciaban con ellos desde hacía siglos: ¿qué factores se ponen en juego alrededor del siglo IV para que aparezca un tipo de presencias en la costa antes ausente? La hipótesis que se contempla en este caso es la expansión de las ciudades coloniales peninsulares y de Ibiza en esta etapa.

Los lugares rituales contienen terracotas vinculadas tipológica e iconográficamente al mundo púnico de la cuenca mediterránea occidental, aunque no reúnen piezas idénticas a las de cualquiera de estos contextos, en parte porque muchas están hechas localmente. Los espacios de producción y almacenaje muestran en algún caso infraestructuras iguales a las de centros púnicos coetáneos del Estrecho, muy distintas de las de los oppida. Finalmente, los sitios fortificados bien estudiados –muy escasos- pueden hacerse derivar de modelos externos cuando se trata de murallas complejas, aunque tampoco son exactos a los modelos. Sin embargo las facies cerámicas no se diferencia claramente de las ibéricas. Se asiste así a un grado de contacto colonial particular, del que se deriva un nuevo panorama de interacción cultural. En el tránsito del siglo III al siglo II el litoral considerado muestra nuevos ejemplos de vigilancia mediante torres en conexión visual con asentamientos estratégicos, así como lugares costeros fortificados, preparados para defenderse del ataque con maquinaria de guerra y dotados de aprovisionamiento de agua mediante cisternas. La segunda guerra púnica está en el horizonte de esta defensa de la costa. Las murallas se atribuyen a púnicos o romanos, según su localización. Sin embargo, en coherencia con el planteamiento inicial de este trabajo, hay que considerar también el factor ibérico, bien pactando con unos o con otros, o bien afirmándose sobre sus territorios tras haber experimentado el primer despliegue militar en que se vieron involucrados.

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Evidencias arqueológicas de la incidencia púnica en el mundo ibérico septentrional (siglos VI-III aC.): estado de la cuestión e interpretación David Asensio i Vilaró (Universitat Autònoma de Barcelona/ Universitat de Barcelona/ Món Iber Rocs S.L.)

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n el territorio de las comunidades ibéricas septentrionales se ubica la única zona de colonización griega de la Península Ibérica contrastada arqueológicamente. Emporion y Rhode constituyen, desde el siglo VI aC. en adelante, la punta de lanza de la presencia griega, focea, en extremo occidente. Esta evidencia ha tenido lógicamente un peso específico muy grande en nuestra visión sobre los pueblos indígenas del nordeste peninsular, considerados aquellos con un más alto grado de influencia helénica en todos los ámbitos (génesis, rasgos culturales, estructura económica, etc.). Así, por ejemplo, la importancia e intensidad del fenómeno regional de almacenaje de excedentes cerealísticos en silos o las características constructivas de ciertas manifestaciones arquitectónicas monumentales (torres pentagonales de Tivissa, fortificación de Ullastret) responden o se explican tradicionalmente en función de la fuerte influencia griega en la zona. En cualquier caso, el indicador arqueológico más evidente y comúnmente aceptado como muestra de esta impronta focea, no sólo en el nordeste sino en toda el área mediterránea de la Península Ibérica, ha sido siempre el de la amplísima difusión de cerámicas griegas de vajilla fina (áticas, Taller de Roses, etc.). En los últimos decenios esta percepción tiende a matizarse fundamentalmente gracias a la consideración de un elemento de cultura material poco valorado anteriormente: el de las ánforas importadas. Y no se trata de una categoría con un valor secundario si atendemos a la importancia económica que le otorga su papel de cargamento prin-

cipal en los barcos de distribución de mercancías a nivel mediterráneo. Es por ello que en este trabajo presentamos una actualización de la documentación de este grupo de las ánforas importadas en la zona objeto de estudio, tanto desde el punto de vista cualitativo (tipos y procedencias) como, sobretodo, cuantitativo (proporción relativa en los conjuntos cerámicos de la zona). En este último sentido destacamos como en los asentamientos ibéricos de la costa catalana (aquella más próxima a la zona de colonización griega occidental) desde el siglo V aC. la presencia de ánforas púnicas (ebusitanas, cartaginesas o del área del Circulo del Estrecho) presenta una mayoría, en muchos casos abrumadora (con proporciones superiores al 80 o al 90 %), respecto a los envases de otras filiaciones (griega o etrusca). Aún más significativo, y sorprendente si cabe, es el hecho de que este fenómeno no es ajeno a la realidad ceramológica de la misma Emporion focea, tal y como intentaremos mostrar en base a una revisión reciente (con criterios metodológicos, de cuantificación, actualizados) de conjuntos conocidos de la Neápolis emporitana. Con todo ello no cabe duda de que la incidencia púnica en la esfera comercial y, por extensión, económica entre las poblaciones de esta zona fue también muy relevante, incluso determinante. De hecho, recientemente se han destacado una serie de hallazgos o evidencias que incrementan esta avaluación sobre el grado de influencia púnica en este “territorio emporitano”. Alguna de estas manifestaciones serían:

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- La notable documentación de cerámicas comunes púnicas en contextos indígenas. Muchas de estas piezas, como por ejemplo los morteros, no parecen tener un valor comercial o socio-económico intrínseco (a diferencia de las ánforas –su contenido- o los ejemplares de vajilla fina). - La evidencia de la aparición en contextos indígenas de un número significativo de cazuelas cartaginesas a partir del siglo III aC. y de sus imitaciones locales. Se trata de un fenómeno de emulación de prácticas culinarias exógenas por parte de las élites locales o de la presencia física de efectivos norteafricanos en la zona (a ambas cosas a la vez)?. - El fenómeno, contrastado en el área cosetana, de un proceso de imitación local de ánforas púnicas ebusitanas (siglos IV-III aC), con probable (por necesaria) participación de artesanos ibicencos en la empresa.

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- La localización de objetos cultuales de incuestionable producción y procedencia púnica, como es el caso de diversos ejemplares de terracotas con cabeza de Deméter o Kore, las dos figuritas ebusitanas del dios Bes de Ullastret y, recientemente, la de un ejemplar completo de máscara grotesca, de muy probable fabricación sarda, aparecida en el núcleo ibérico del Mas d’en Gual (Tarragona). Estas evidencias nos permiten concluir una influencia semítica intensa que traspasa los límites de las relaciones comerciales y económicas y que se advierte incluso en ámbitos de naturaleza más cultural e ideológica. Todo ello en un marco interpretativo que prioriza la consideración del conjunto de elementos e influencias externas dentro de las necesidades de las sociedades indígenas las cuales los adoptan o utilizan en función de sus particulares valores y modelos organizativos.

Preactas

Le matériel céramique d’importation á Althiburos (La Kef, Tunisie) á l’époque préromaine N. Kallala, J. Ramón, J. Sanmartí, M.C. Belarte y B. Maraoui (Proyecto Althiburos)

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epuis 2006, l’Institut National du Patrimoine de la République Tunisienne et l’Université de Barcelone ont développé dans la ville numido-romaine d’Althiburos (El Médéina, gouvernorat du Kef) et ses environs un projet de recherche dont le but essentiel est de reconnaître et de documenter les processus de mutation socio-culturelle qui ont amené à la formation des états numides qui nous sont connus par les sources anciennes, y comprise l’analyse des rapports avec Carthage et les régions de culture punique. Cette recherche a comporté la prospection systématique de la ville et de la vallée d’Althiburos, ainsi que la réalisation de fouilles en profondeur au centre de la ville, l’excavation de plusieurs tombes dans une des nécropoles qui l’entourent et l’exploration systématique d’un des nombreux tumulus à chambre centrale qui existent dans la région. Cette communication porte exclusivement sur les rapports avec Carthage tel qu’on peut les documenter à partir des données issues de la fouille dans la zone centrale de la ville d’Althiburos. Les sondages qui ont été pratiqués au sud-est (zone 1) et au nord-ouest (zone 2) du capitole d’Althiburos (dégagé en fin XIXe-début XXe siècle) ont atteint des niveaux préromains importants, qui s’étendent sur toute la superficie fouillée, en général immédiatement en dessous des niveaux de l’Antiquité Tardive (ce qui implique nécessairement l’enlèvement à cette époque des niveaux stratigraphiques datables du Haut Empire). Il faut également noter que la fouille de la zone 2 a atteint des niveaux situés à peu près à 6 m en des-

sous du sol créé par les fouilles de nos prédécesseurs de la fin XIXe-début XXe siècle) et vraisemblablement à 7,5 m en dessous du niveau originel. Les niveaux profonds de la zone 2, dont la chronologie est à situer en plein VIIIe siècle av. J.-C., ou même avant, ont livré quelques fragments de céramique tournée à engobe rouge, sans doute phénicienne (peut-être carthaginoise), qui attestent d’une relation précoce entre les centres sémitiques de la côte tunisienne et ce site intérieur, situé à 180 km de Carthage, 120 km de Thabraca et 160 km de Sousse. Des poteries strictement carthaginoises, un peu plus nombreuses, sont attestées dans les niveaux datables entre la fin du VIIIe et le VIe siècles. Il s’agit surtout de coupes carénées à engobe rouge, mais les amphores sont également présentes, bien qu’en quantité moindre. Bien que ces céramiques ne représentent qu’un pourcentage infime des poteries récupérées dans la fouilles, elles attestent d’une relation ininterrompue, qui est peut-être à mettre en rapport avec le développement rapide de la métallurgie du fer (dès, au moins, le VIIIe siècle av. J.-C.) et la fabrication de céramiques modelées à engobe rouge, toujours présentes entre le VIIIe siècle av. J.-C. et le début du Haut Empire. Depuis le IVe siècle av. J.-C. et durant le III siècle av. J.-C., les rapports commerciaux deviennent plus intenses. Le matériel carthaginois (amphores, céramique commune (peinte ou non), céramique inspirée des productions helleno-italiques à vernis noir, céramique de cuisine) domine largement parmi ces importations, mais l’amphore gréco-italique est attestée dès le III s. av. J.-C.

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C’est toutefois durant la fin du IIe-Ier siècles av. J.C. que le commerce avec les zones de culture punique de la côte tunisienne atteint son acmé. Les céramiques de tradition punique carthaginoise restent toujours largement majoritaires, avec une forte présence des productions que l’on peut situer au Sahel et Tripolitaine, mais les céramiques italiques –amphores Dr. 1, Campanienne A et autres productions à vernis noir, ainsi que quelques lampes– représentent à cette époque un pourcentage important du matériel importé.

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Le long de huit siècles Althiburos a maintenu un rapport commercial non interrompu avec Carthage et les centres puniques de la côte de l’actuelle Tunisie, et cela implique dès une date ancienne une forte empreinte carthaginoise dans l’intérieur, dont les conséquences en ce qui concerne la formation de la civilisation numide restent à évaluer, mais ne peuvent nullement être négligeables.

Preactas

El Periplo de Hanón y la literatura tardohelenística* Francisco J. González Ponce (Universidad de Sevilla)

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l opúsculo anónimo incluido en el Codex Palatinus Heidelbergensis gr. 398 con el título de Periplo de Hanón es, sin duda, una de las más valiosas fuentes literarias a disposición de los especialistas en el mundo fénico-púnico, habida cuenta de su pretendida condición de exclusivo documento conservado al completo (aunque en su versión griega) de entre esa vasta producción escrita, hoy perdida, que debió nutrir los anaqueles de los grandes centros de la cultura objeto del presente Coloquio. Ahora bien, valorado como integrante de la literatura griega —la única de sus facetas digna de atención para el filólogo— constituye además uno de los casos más controvertidos de dicho corpus, cuya interpretación ha suscitado enconados debates desde su mismo descubrimiento. Una primera lectura, incauta y poco exigente, de dicho documento parece confirmar la veracidad del título que reza en el manuscrito, a saber, que se trata de la versión griega del informe que el sufete cartaginés Hanón depositó en el templo de Crono (¿Baal Moloch?) tras su regreso y como resultado de su misión fundacional y exploratoria por el litoral atlántico africano. El propio contenido del texto no desmiente, de entrada, dicha naturaleza: divisible claramente en dos mitades (pars. 1-7 actividad colonizadora, pars. 8-18 exploratoria), el Periplo exhibe con todo lujo de detalles, especialmente en su segunda parte, los pormenores de un viaje por tierras hasta ahora desconocidas, y, al parecer, lo hace de una forma tan real y sincera que incluso el lector actual cree tener la certeza de asistir a un cuadro fiel de la geografía, la zoología y la etnografía propias del África tropical.

Los problemas, sin embargo, empiezan a surgir tras los resultados que arroja cualquier análisis filológico, por poco ambicioso que éste sea. Es prueba irrebatible que su prosa, de apariencia simple y aséptica, acusa —ante todo en esa segunda parte, supuestamente más sincera— multitud de paralelismos, muchos de ellos literales, con los más destacados prosistas griegos, desde Heródoto hasta autores del bajo helenismo. No es éste el momento de exponer el listado completo de tales equivalencias. Baste con señalar las más notorias: par. 7 = HDT., IV 174, 183; CRATES, fr. 14a Mette; par. 8 = PALAEPH., 31; par. 18 = MEGASTH., FGrHist 715 F 27b; AEL., NA XVI 21; XENOPH. LAMPS. (apud PLIN., Nat. VI 200 y SOL., 56, 10-12). La crítica tradicional, que considera el Periplo un relato original compuesto a inicios del s. V a.C., suele interpretar estos paralelismos como prueba de la tradición ejercida por nuestro anónimo autor. Tal criterio, no obstante, implica la ilógica atribución a su opúsculo de una capacidad de influencia que en absoluto guarda proporción con su modesto peso literario. La solución definitiva a estos problemas está aún por llegar. La meritoria labor filológica de las últimas décadas —muchos de cuyos alegatos resultan incontestables a los todavía numerosos defensores de una interpretación de la obra de corte tradicionalista— ha socavado los pilares de una veracidad del Periplo secularmente defendida casi sin oposición. Con todo, la historia de la crítica moderna describe un infructuoso movimiento pendular entre dos posturas exclusivas, irreconciliables y, a mi entender, erróneas ambas si se plantean sólo en clave antagónica. Quizás un análisis de la obra con garantías de resultados sa-

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tisfactorios pase por el reconocimiento de una serie de principios básicos generalmente confundidos hasta ahora. Imprescindibles son, al menos, los siguientes: 1) el grado de veracidad de nuestra versión griega no guarda relación directa con la aceptación o no de la existencia histórica de la expedición cartaginesa; 2) ésta ha debido existir, y sus ecos salpican aún una serie de tradiciones que remontan todas a un mismo dossier púnico, una de las cuales —y sólo una— toma cuerpo en el texto conservado en Heidelberg; 3) dicho texto sería la adaptación griega, tardía, de unos documentos originales ya vertidos al griego, con posible afección literaria, en la propia Cartago; 4) nuestra versión es un documento eminentemente literario, en consonancia con los clisés tardohelenísticos; 5) a pesar de ello, su relato parece ser más fiel al original que el ofrecido por otras tradiciones (Juba, Mela y Plinio, a través de Varrón y Nepote): entre sus líneas se percibe aún el trazado de un viaje realmente longitudinal (N-S) hasta un punto indeterminado del África ecuatorial, con verídica descripción de la zoología y etnología fabulosa de aquellos parajes, aunque la adopción de

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los esquemas geográficos propios de la época obligue al autor a presentárnoslo en forma de teórica cuasi-circunnavegación del continente. Si se admiten tales principios podría proponerse para nuestra versión literaria una fecha de composición baja: una serie de indicios, que se basan fundamentalmente en datos extraídos del comentario del último parágrafo, nos permitirían fecharla en la segunda mitad del s. II a.C., es decir, entre las producciones de Crates de Malo, utilizado por nuestro autor, y de Jenofonte de Lámpsaco, al que yo considero lector sincero de una copia de nuestro texto menos adulterada que la que hoy se conserva, en lugar de falsificador o mal adaptador de los documentos originales. El presente trabajo ha sido elaborado en el marco del Proyecto de Investigación “Literatura fragmentaria histórica y geográfica. *

La época helenística” (HUM2007-62541), financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación.

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El hombre que pudo reinar. La epigrafía cartaginesa en la Península Ibérica FLuis Alberto Ruiz Cabrero Dep. Historia Antigua (Universidad Complutense de Madrid) Centro de Estudios Fenicios y Púnicos Basado en un guión de Rudyard Kipling, en 1975 John Houston dirigió The Man Who Would Be King (el hombre que pudo reinar), en la que dos soldados de fortuna, debido a una serie de casuísticas, entre ellas el parecido de uno de los personajes, Daniel Dravot, con Alejandro Magno, consideran a este un dios y reina sobre Kafiristán. De igual forma, en la investigación histórica, a veces hallamos casuísticas iconográficas que nos ponen en un primer momento en relación con los retratos de los bárquidas, cuando en realidad puede que nos hallemos ante un personaje ajeno a esta familia. Así, se puede deducir, del entalle de cornalina hallado en Baria (Villaricos, Almería), donde grabado en negativo, aparece la imagen de un hombre barbado con una corona de laurel en la cabeza, símil a la iconografía de Amílcar Barca divinizado, es decir, asimilado a Melqart, sobre algunas monedas peninsulares. Sin embargo, el trabajo del grabador depara una serie de elementos epigráficos, que hacen dudar de que el retratado sea un Barca o al menos, uno de los Barca conocidos. Este tipo de trabajo no es desconocido en el mundo fenicio, como se puede deducir de una sortija de procedencia ibicenca, actualmente en la colección del Museo Arqueológico Nacional (nº inv. 35948), donde se representa una cabeza masculina barbada, cuya composición del pelo del individuo se realiza mediante la imagen de dos aves, representándose también al final de su cuello un delfín, animales que evidentemente nos ponen en contacto con los atributos de una deidad. Pero , como en el anterior caso se plantea una duda, ¿es la representación de una divinidad?. La información del poseedor del objeto, nos viene de la mano

de la inscripción que acompaña al conjunto: de ’dlb‘l. La presencia de elementos cartagineses o poblaciones del Norte de Africa en la Península Ibérica anterior a la llegada de los bárquidas, puede ser detectada no sólo a través de las fuentes clásicas como suponen Esteban de Bizancio, Heródoro y Filisto entre otros, sino que la epigrafía vuelve a darnos algunas claves para poder apuntar al hecho de esta presencia dentro del interior del territorio hispano, en un evidente intento de control de las rutas de comercio, y en búsqueda de nuevos territorios de explotación. Sirva como ejemplo la lámina egiptizante con inscripción procedente de Moraleda de Zafayona (Granada), objeto elaborado en los talleres de Cartago, que incide en este aspecto de agentes cartagineses más allá de los territorios controlados por los fenicios en la Península Ibérica. ¿Comisionado por Cartago, o simplemente como en la obra de Kipling un aventurero? La presencia de estos ciudadanos de pleno derecho, cuya situación social debía de ser elevada, tal vez represente en el entalle de Baria la figura de un individuo que está relacionado con las explotaciones metalíferas o pesqueras, o tal vez un cargo militar si atendemos a la corona de laurel cuya profusión y representación en el mundo púnico y númida se observa en las estelas de los diversos tofet junto a una profusión de armamento que anteriormente no tenía lugar. Podemos tener en este entalle nuestro hombre que pudo reinar, debido a una simple analogía en la representación con los bárquidas.

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Otra vez el tratado de Asdrúbal: hipótesis y evidencias Pedro Barceló (Historisches Institut, Universität Potsdam)

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rente al imperante criterio común, hay que adelantar que el río del tratado de Asdrúbal no puede ser el Ebro como casi siempre se afirma. Las menciones conservadas en las obras de Polibio, Livio y Apiano, desautorizan dicha propuesta. Al reflexionar sobre la responsabilidad de la segunda Guerra Púnica, Políbio especifica (3, 30, 3): Si consideramos la destrucción de Sagunto como el motivo de la guerra tenemos que reconocer que los cartagineses fueron los culpables de que ésta estallara por dos razones. Por una parte incumplieron el tratado de Lutacio que daba seguridad a los aliados y prohibía inmiscuirse en la esfera ajena, por otra parte violaron el tratado de Asdrúbal que prohibía cruzar el río Iber al frente de un ejército. De esta aseveración podemos deducir que antes del cerco de Sagunto acontece el paso del Iber, acción interpretada como ruptura del tratado de Asdrúbal; lo cual indica que Sagunto se sitúa al norte del río mencionado en el acuerdo. Existe otra prueba que viene a certificar esta localización. Al narrarnos el episodio de la declaración de guerra protagonizada por una delegación romana desplazada a Cartago y comentarnos la reacción de los cartagineses, Polibio matiza (3, 21, 1): Los cartagineses omitieron el tratado de Asdrúbal como si éste no hubiera sido concertado o, en su caso, como si no tuviese vigencia, ya que ellos no lo habían ratificado. De estas líneas se desprende que los cartagineses reaccionaron ante la acusación de los romanos de que Aníbal, antes de dirigirse a Sagunto había incumplido el tratado de Asdrúbal con el argumento de que éste no había sido ratificado posteriormente en Cartago, con lo que querían subrayar

que dicho acuerdo, durante el mandato de Aníbal, ya no estaba en vigor. Esta afirmación nos permite ver cómo la violación del tratado de Asdrúbal era contemplada como un antecedente de la toma de Sagunto. Con ello se certifican los siguientes hechos: cuando Aníbal parte de Cartagena para dirigirse a Sagunto atraviesa previamente el Iber, de lo que se deduce que el río del tratado de Asdrúbal discurría al sur de la ciudad ibera. También Livio aduce sobre la situación geográfica del Hiberus la siguiente observación (21, 2, 7): Con éste, Asdrúbal, dado que había demostrado una sorprendente habilidad para atraerse a los pueblos e incorporarlos a su dominio, había renovado el pueblo romano el tratado de alianza, según el cual el río Hiberus constituiría la línea de demarcación entre ambos imperios y se respetaría la independencia de los saguntinos, situados en la zona intermedia entre los dominios de ambos pueblos. Tampoco asegura Livio que Sagunto se situase dentro de la zona de dominio cartaginés, hecho indiscutible si verdaderamente hubiera sido el Ebro el río aludido en el tratado. Más bien se refiere Livio a una zona intermedia entre ambos imperios, observación que viene una vez más a corroborar que la línea divisoria se situaba al sur de Sagunto. La tercera fuente, Apiano (6, 7), confirma la versión polibiana: En efecto (Aníbal) después de atravesar el Iber, destruyó la ciudad de los saguntinos con toda su juventud, y por este motivo los tratados que se habían estipulado entre romanos y cartagineses tras la guerra de Sicilia quedaron sin vigor.

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Luego, refiriéndose a la ubicación de la ciudad de Sagunto, Apiano dice: los saguntinos colonos de Zacinto situados entre los Pirineos y el Iber, con lo que Apiano pondera al igual que sus predecesores (Polibio y Livio) una localización del Iber al sur de Sagunto. El Ebro quedaba demasiado alejado de las bases militares de Asdrúbal emplazadas en Cartagena. Además, no poseemos ningún indicio arqueológico de que en el momento de concluir el tratado los cartagineses se orientaran tan hacia el norte. Más sentido tiene un límite que se encuadre geográficamente al alcance de las posibilidades de Asdrúbal. Éste podría ser el Júcar, como ya propuso en su día Carcopino, o lo que parece más probable, el Segura. Además hay que reconocer que en el momento de cerrar el pacto, los cartagineses habían alcanzado una saturación territorial, ya que dominaban las zonas neurálgicas de Andalucía y del sureste hispano. Recordemos que los campamentos cartagineses cuya misión era con-

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trolar los territorios conquistados se ubican al sur de una línea que discurre a lo largo del Guadalquivir y del Segura. También existe un argumento adicional que nunca se relaciona con el tema a pesar de su abrumadora contundencia. La línea divisoria que gira alrededor de las cuencas fluviales del Guadalquivir y del Segura y que acantonaba la zona de dominio púnico, obtendrá una posterior corroboración en el momento de establecerse la división provincial hispana como consecuencia de la conquista romana. El límite entre Hispania Citerior y Ulterior discurría al borde del cauce norte del Guadalquivir y del cauce sur del Segura incluyendo Cartagena en la Citerior hecho que demuestra que cuando los romanos llegaron a la Península y diseñaron alrededor del año 197 a. C. su futura articulación territorial, la adaptaron a los precedentes creados por sus antecesores cartagineses. El límite territorial que aquí nos atañe no se improvisó de hoy a mañana, sino que respondía a una realidad constatada, que se remitía a la época de Asdrúbal.

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Organización política y comandancia militar: Los cartagineses en Iberia Jaime Alvar Ezquerra (Universidad Carlos III, Madrid)

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n este trabajo se analizan los textos literarios concernientes a la organización militar de los iberos durante el período Bárquida.

Esos datos literarios se ponen en relación con los conocimientos de la realidad arqueológica y con las posibles formas de organización precedentes para establecer hasta qué punto en el momento de la confrontación entre Cartago y Roma, los pueblos indígenas había adoptado formas de organización militar ajenas a su propia tradición y de qué forma se habían integrado en los modos de hacer la guerra propios de las potencias mediterráneas. Todo ello, naturalmente, guarda relación con las propias estructuras políticas, administrativas y socioeconómicas de los iberos, en proceso cambiante como consecuencia de la presencia imperialista en su territorio. Un punto de partida necesario es la aproximación crítica a la idea de la evolución de formas monárquicas hacia formas aristocráticas de gobierno, derivada seguramente de la propia construcción historiográfica helena para su propia historia; de hecho, al margen de la formación social de Tarteso sería muy difícil sostener la existencia de gobiernos unipersonales antes de la consolidación del modelo del oppidum. En este mismo sentido es preciso discutir la imagen proporcionada por cierta historiografía moderna según la cual en los ámbitos de mayor influjo griego se habrían desarrollado formas de organización aristocrática, mientras que en las áreas de impacto púnico se habrían promovido monarquías. El debate sobre la forma de gobierno es del todo pertinente para comprender la organización mili-

tar, pues ésta es resultado del propio ordenamiento político en la misma medida en la que éste es resultado de la organización militar. Todas las instituciones son expresión de las relaciones sociales de la producción. Obviamente, a partir de esta idea, es imprescindible conocer las estructuras de la propiedad y el acceso a la milicia, extremos sobre los que las fuentes resultan muy pobres. Es la Arqueología y en especial el análisis de las necrópolis lo que nos puede ofrecer datos fiables sobre los que formular las propuestas teóricas que respondan a estas cuestiones. En cualquier caso, la denominación de principes o presbytatoi en las fuentes grecolatinas, no se refiere exclusivamente a aquellos que ostentan el poder unipersonal, sino que designa un ordo, y ello al margen de que en ocasiones el término sirva para designar al individuo que en otros casos podría recibir la denominación de regulus, rex, dux, basileus, dynatos o cualquiera otra de las expresiones del poder personal. Las comandancias militares están relacionadas con esta nomenclatura que no es ajena a la realidad, por más que se tergiverse en función de su inteligibilidad para los lectores de los autores grecolatinos. La institución propia de este ordo sería el senatus (senatores omnium ciuitatium, los llama Liu. XXXIV, 17, cuando son convocados por Catón en el año 195), términos que sólo adquieren relevancia por oposición a sus contrarios. Y así, la asamblea sería donde se reunirían aquellos que no son principes; sin embargo, las fuentes no nos transmiten la denominación como grupo de quienes se reúnen en asamblea, por lo que ignoramos su posición jurídica (presumiblemente libres, pues

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conformarían la infantería y gozan del derecho político asambleario). A través de este procedimiento tal vez pudieran encontrar sentido las diferentes combinaciones de armamento detectado en las necrópolis ibéricas, pues afectarían, por una parte, a la oligarquía dominante, en la que cabría una distinción de dignidad por edad y status, que diferenciara a los principes propiamente dichos y los iuvenes, potenciales principes que por edad aún no han alcanzado la dignidad de participar en el senatus. Frente a ellos se encuentra la masa armada, con rangos diferenciados, según se observa en las tumbas, pero que no participa de los privilegios de la clase dirigente. El hecho de que sean portadores de armas, y que se puedan enterrar con ellas, los aleja de un presumible status servil, aunque ciertamente mantienen relaciones de dependencia de otra índole (por ejemplo, mediante su vinculación a un grupo aristocrático clientelar). Y estas expresiones de la dependencia están relacionadas con otro mito historiográfico, el de la deuotio ibérica, institución manipulada tanto por los romanos, como por la historiografía moderna para abundar en la defensa de sus intereses propagandísticos. Cuando la fides se les presenta favorable recibe un tratamiento apologético que culmina con la exaltación de ese “valor” como el

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más significativo de la personalidad colectiva de los iberos. Y desde ese momento es susceptible de ser utilizado como símbolo de validez universal para determinadas formas de creación historiográfica vinculadas al carácter de los pueblos (en este caso concreto, el de los es pañoles). Sin embargo, cuando esa manifestación máxima del sistema de valores ibérico se orienta en beneficio de los púnicos, la literatura de conquista la identifica como exemplum de la barbarie indígena. Y en la medida en que barbarie se opone a civilización, es decir, ibero filopúnico a ibero filorromano, se está justificando la intervención militar para conducir al bárbaro al redil de la civilización, identificable así con el dominio romano. Y puesto que la deuotio es una instrumentalización de las relaciones de dependencia, se convierte en un eficacísimo mecanismo de dominación que utilizan los romanos, tanto desde el punto de vista físico, a través de los comandantes militares que actúan en la península, como ideológico, a través de la lectura que la literatura de conquista hace de la institución, sirviéndose de ella como modelo para el buen funcionamiento de las relaciones de Roma con las poblaciones sometidas.

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Qart-Aliya, el topónimo púnico de Saguntum Juan José Ferrer Maestro (Universidad Jaume I de Castellón)

Leemos en Estrabón, 3, 4, 6, que: “Al otro lado del Júcar, en dirección a la desembocadura del Ebro, se encuentra en primer lugar Saguntum, fundación de Zakynto, cuya destrucción por Aníbal, en contra de los acuerdos firmados por los romanos, provocó la segunda guerra púnica. No lejos de allí se encuentran las ciudades de Querronesos, Oleastron y Cartalias; luego, en el mismo lugar donde se cruza el Ebro, la colonia Dertosa.” Esta Cartalias que Estrabón sitúa cerca de Sagunto no vuelve a aparecer en los itinerarios y descripciones geográficas o administrativas. En ninguna otra fuente documental existe referencia a ella, aunque es cierto que en la obra de Livio se encuentra un topónimo similar, referido en este caso a la considerada capital del pueblo de los Olcades (Livio, 21, 5, 4). La principal fuente de Estrabón en el libro tercero de su Geografía fue Posidonio de Apamea. Sus conclusiones sirvieron a Estrabón para el conocimiento de los elementos básicos de geografía matemática y geografía física que éste utiliza en sus descripciones, incluso la medición de distancias pareció más apropiada que la usada por Polibio y Artemídoro. Otra importante fuente informativa fue Polibio. Directamente o a través de Posidonio, influyó en Estrabón, como expresan claramente diversos pasajes de la Geografía relativos a Hispania. La información de Polibio se vio favorecida, a su vez, por las aportaciones de terceros. La incorporación

de numerosos elementos geográficos hispanos a lo que podríamos denominar “interés general” de las sociedades mediterráneas, se produjo como consecuencia de la segunda guerra púnica y el reflejo literario de los hechos de armas aquí acaecidos. De modo que parece plausible centrar en este periodo las fuentes polibianas. Para los hechos romanos fueron Q. Fabio Pictor y L. Cincio Alimento. El primero es citado explícitamente al analizar las causas de la guerra y el segundo pasó por el trance de haber sido prisionero de Aníbal. Ambos fueron senadores romanos e historiadores que utilizaron el griego en sus escritos. La obra de Fabio Pictor fue poco apreciada por Polibio, su crítica áspera aparece en un pasaje en el que igualmente desacredita a Filino de Agrigento, a quienes utilizó para conocer los hechos y el punto de vista de los bandos en liza durante la primera de las guerras púnicas. Las informaciones del bando cartaginés debió obtenerlas Polibio de los trabajos de Sósilo de Lacedemonia, quien acompañó a Aníbal en sus batallas y las plasmó en siete libros con el título . de También sobre este autor expresó Polibio, una dura crítica. Otro testigo presencial desde el bando de Aníbal fue el siciliano Sileno de Caleacte, que dejó escrita en griego una historia sobre las campañas del general cartaginés, y que sirvió de fuente informativa tanto a Polibio como a Celio Antípater, el cual, a su vez, fue muy consultado por Tito Livio en su tercera década.

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Ahora recordemos la cita de Livio sobre la capital de los Olcades (21, 5, 4): Cartalam, urbem opulentam.... Es la misma ciudad a la que Polibio denomina Althia (3, 13, 6). Ambos narran los primeros hechos de armas de Aníbal, a poco de ser elegido comandante en jefe y antes de iniciar la campaña contra los vacceos y preparar su ataque a Sagunto. El episodio es similar en los dos historiadores, ¿por qué difiere entonces el nombre de la ciudad principal de los olcades? Para el periodo de la segunda guerra púnica Livio se sirvió, tanto de las informaciones que obtuvo de Polibio, como de las de Sileno, transmitidas éstas a través de Celio Antípater. En este pasaje concreto la influencia polibiana es inequívoca, de modo que sólo cabe pensar en una interpolación de Livio justificada en otra fuente. Si Livio está consultando a Antípater y Polibio conjuntamente, es fácil introducir en el relato básico de la campañas de Aníbal, un topónimo que no aparece jamás en Polibio pero que debió utilizar Sileno (tal vez Sósilo) y a través de Antípater pasar a Livio. ¿Y Estrabón? Es posible que Estrabón recibiese información indirecta de autores procartagineses, sobre todo teniendo en cuenta la influencia de Posidonio en su obra y la capacidad intelectual de éste, al que no imaginamos conformándose exclusivamente con Polibio para informarse del pasado. Los otros dos topónimos citados en su información sobre Sagunto y alrededores no han sido localizados con seguridad, ¿qué hemos de pensar entonces acerca del tercero? Si todo es confuso en esa información, e incluso comprobamos una triple procedencia cultural griega, latina, púnica, nada impide aceptar la casuística que hace de la Cartalias estraboniana una duplicación toponímica con respecto a Saguntum, en un momento en el que ya se había perdido el significado de su etimología púnica. Estamos en presencia de un vocablo compuesto de origen semítico: la raiz púnica Qart- (ciudad) y

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el sufijo cAlyã’ (lugar elevado, cima de una montaña) que se conserva en el árabe actual y su toponimia, y especialmente en el hebreo Aliyá (ūūūū : ascenso), aparentemente más relacionado con el púnico por lógicas razones de proximidad etnogeográfica. Qart-Aliya, la “ciudad elevada”, el equivalente púnico de ūūūūūūūūūūūū debió ser utilizado en sentido genérico por los cartagineses. No olvidemos que usaron el nombre de su patria para renombrar un antiguo enclave indígena en Hispania. Si Qart-Hadasht sirvió para Cartago y Cartagena, ya que ambas fueron “ciudades nuevas”, Qart-Aliya debió aplicarse para designar los fortificados enclaves en algunas colinas ibéricas. Quien conozca la topografía de Sagunto no dudará de ese aspecto. Su acrópolis queda desgajada de la Sierra Calderona, elevada sobre el valle del curso bajo del río Palancia y el marjal costero, que le separa unos 6 km. del Grau Vell donde estuvo ubicado el antiguo puerto, activo desde inicios del siglo IV a. C. El término tuvo que aparecer en el ambiente socio-cultural púnico para designar genéricamente al tipo de ciudad enclavada en recintos fortificados sobre colinas o bien para referirse a un lugar concreto. Saguntum no aparece citada expresamente en ninguno de los tratados establecidos entre Roma y Cartago. Su nombre sólo surgió en relación a la política de hechos consumados que llevaron a la segunda guerra púnica y que a la vez le introdujeron apresurada, pero también permanentemente, en la popularidad y en la divulgación histórica. Si Polibio utilizó a Sileno para describir la ciudad y narrar el asedio de Aníbal, tuvo que leer en el relato del historiador siciliano el nombre con el que los cartagineses conocían a Sagunto, este tuvo que ser Qart-Aliya, o ūūūūūūūūūūūuna vez transcrito al griego. Pero, naturalmente, Polibió obvió el topónimo púnico y usó el transmitido por sus fuentes pro-romanas, de otro modo ninguno de sus lectores habría entendido cuál era la ciudad de la que estaba hablando y que tanta importancia posterior alcanzó

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por su protagonismo en los prolegómenos de la guerra contra Aníbal, pero conservó el genérico Althia para la capital de los Olcades, situada tal vez en el cerro de la Virgen de la Cuesta en Alconchel de la Estrella, cuya orografía se adecua al topónimo dado por los cartagineses. En cambio Livio, que escribe en una época mucho más tardía, se limitó a utilizar la terminología púnica procedente de Sileno a través de Antípater, transcribiendo

para el latín el topónimo de los olcades: Cartalam, mientras Estrabón, perdida definitivamente la etimología, se limitará a usar Cartalias para definir un lugar “cercano a Sagunto”, ni tan siquiera sospechando que sus fuentes pudieran referirse indistintamente al mismo lugar elevado sobre el que descansaba la fortificada y admirada ciudad edetana.

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Dracmas ampuritanas y dracmas de imitación: monedas al servicio de Cartago y sus aliados (217-209 a.C.) Fernando López Sánchez (Universidad Jaime I de Castellón)

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l grueso de las dracmas ampuritanas que se acuñaron a finales del siglo III con el tipo de anverso de busto de Perséfone-Arethusa, y con el tipo de reverso de Pegaso, lo hicieron contemporáneamente a la Segunda Guerra Púnica. Se emitieron en el territorio de Ampurias -no siempre necesariamente en la ciudad griegay en territorios ibéricos colindantes a Ampurias en el caso de las imitaciones. Circularon por una buena parte del territorio levantino hispano, encontrándose en muchas ocasiones con moneda hispano-cartaginesa y romana en los mismos depósitos monetarios. La adscripción a la causa romana de todas las dracmas ampuritanas, así como de su secuela de imitaciones ibéricas con leyenda Emporiton o con grafías ibéricas, ha sido siempre automática (Villalonga et alii). Puesto que la ciudad de Ampurias se considera una colonia fiel de Marsella, y puesto que Marsella se considera una ciudad pro-romana a lo largo de toda la contienda, la vinculación entre estas dracmas y Roma no se ha dudado nunca. Las acuñaciones emporitanas del Pegaso parecen haber sido precedidas cronológicamente por otra serie de dracmas en la que los grabadores dibujan a Perséfone en el anverso, y a un caballo parado a derecha siendo coronado con una guirnalda por una Niké en el reverso. Este tipo ha sido reconocido por todos los numísmatas que se han ocupado de estudiar estas emisiones como claramente pro-cartaginés (Marta Campo, García Bellido, P. P. Ripollès etc.). Las numerosas acuñaciones de Rosas sobre ejemplares sardos cartagineses de la primera mitad del siglo III prueban, por lo demás, una fuerte afinidad de esta región con el mundo púnico en esta región. El tipo ampuritano del caballo parado tuvo además una am-

plia difusión en su versión original o de imitación en amplias zonas de la Galia y puede ponerse en relación con bandas galas como la de 3000 hombres reclutados por Cartago y empleados con profusión en Sicilia (Polyb 2.7.6-11; Zon 8.16). Una parte de estos galos (800 según Polyb. 2.5.4) sirvieron en el Épiro de Phoinike vía Tarento después de haber luchado para Roma (Polyb. 2.5.4). Son también 2000 de estos galos los que se revolvieron más tarde en África junto con otros mercenarios bajo el mando de Autaritos (Polyb 77.4). Galos concentrados primero en Emporion y luego enviados al Mediterráneo central (Siracusa y Tarento) desde los tiempos de Pirro, y durante la Segunda Guerra Púnica fueron probablemente los que trajeron de vuelta a la Galia del centro y del norte ciertos tipos mediterráneos (Nash, Sills). El tipo cartaginés de la Niké con el caballo parado parece mostrar en todo caso la ligazón de Ampurias con el mundo cartaginés antes de su perdida de Cerdeña y la Sicilia occidental en el año 241. La conexión cartaginesa, tarentina y siracusana con el centro reclutador de mercenarios de Emporion debe considerarse como muy importante a lo largo del siglo III. Emporiton, y no sólo Marsella, era un centro de concentración de mercenarios galos que eran expedidos al Mediterráneo Central Es precisamente esta relación la que explica la adopción del tipo siracusano de Artehusa/Pegaso en las dracmas emporitanas poco después de la Segunda Guerra Púnica, esta vez sin un intermediario cartaginés oficial. El pegaso, además de en Corinto, es un tema favorito en Sicilia, en las acuñaciones en oro y en plata de los tiranos y las democracias siracusanas de los siglos IV y III.

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Ocasionalmente también se liga a tropas de filiación cartaginesa, como es el caso de la Entella con guarnición campana a mediados del siglo IV. En todo caso, las dracmas ampuritanas con tipos siracusanos a partir de los años 230-220 pueden relacionarse con un Emporiton aún más conectado con el mundo del Mediterráneo Central que con el Lacio y la Campania. Se suele adjudicar el control del Mediterráneo occidental a Roma desde muy poco después del desembarco de Escipión en Ampurias en el año 218. Las derrotas de Hanno y de Asdrúbal e Himilco en Hispania en torno a Kissa (Polyb. 3.76.7) y la desembocadura del Ebro así lo hacen asegurar a distintos historiadores. Sin embargo, no es hasta la caída de Siracusa y Capua (Liv. 26.17.1-3) cuando otro ejército romano desembarca de nuevo en el año 210 en Ampurias (Liv. 26.19.10). Éste desembarco, y la fiera batalla plantada por los indígenas de la región ampuritana contra M. Porcio Catónque desembarca en Rhode- en el año 195- hacen dudar de la supuesta incondicional filiación proromana de Ampurias (Liv. 34.8.5; 9.11; Ap.Iber. 40). Ampurias no parece haber sido una ciudad segura para Roma ni para sus ejércitos tras el año 218. Tarraco será siempre la alternativa elegida como residencia de los generales romanos durante la Segunda Guerra Púnica (Polyb. 21.61.5-11; Liv. 28.17.11) Y esto al mismo tiempo que los ilergetes, ausetanos, lacetani y suessetanos aparecen en las fuentes como inquebrantables aliados de Cartago desde el año 217 (Polyb 10.18.7; 76.7; Liv. 25.34.6; 27.17.1-8; 28.24.4) y hasta la misma captura de Cartago Nova en el año 210 (Livio), o más probablemente en el año 209 (Polyb 26.20.1, 41.1). Los tesoros con moneda ampuritana –no necesariamente acuñada toda ella en la ciudad griega de Ampurias- se concentran especialmente en el Nordeste, y en el Levante con algunas penetraciones en el centro y el sur de la Península (Villalonga). Estos tesoros, que suelen terminar con algunas monedas romanas –nunca en gran cantidad- no demuestran una alianza del área ampuritana a la causa romana desde el año 218, sino

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simplemente que aquellos que conformaron tesoros con dracmas ampuritanas, recibieron moneda romana a partir de cierto momento. Ese momento puede datarse en torno al año 210-209, esto es, cuando se produjo un cambio formal de alianzas por parte de los régulos Indíbil y Mandonio de Aníbal y la causa cartaginesa a Escipión y la causa romana (Liv. 27.19.4). A partir de entonces, los mismos hispanos del nordeste que había luchado por Cartago cambiaron de bando, como tantas otras ciudades, ethnoi y bandas de mercenarios habían hecho antes que ellos en la Segunda Guerra Púnica. Se realiza una comparación a este respecto entre el caso monetario ampuritano y el caso mamertino-hispano siciliano de los años 214-212 a.C. Las emisiones Hispanorum, muy similares a las Emporiton en su concepción y fines, fueron acuñaciones de Mamertini-Hispani de Messina -y no de “españoles” aliados de Roma. Estos Mamertini-Hispani comenzaron sirviendo como mercenarios-auxiliares de una Siracusa pro-cartaginesa primero (series de Atenea, 214213) y de Marcelo después (series de Zeus, 212). Aquellos que recibieron las dracmas ampuritanas con el tipo del Pegaso lucharon primero por Cartago, siendo los equivalente auxiliares en el norte de aquellas tropas cartaginesas que eran pagadas en el sur con moneda hispano-púnica o africanopúnica. El fenómeno monetario ampuritano del Pegaso, con tantas series individualizas. se asemeja así al caso mamertino. La dracma ampuritana comenzó siendo primero la moneda de los hombres de Cartago en el norte de Hispania. Y lo fue durante no poco tiempo (218/7-209). Las numerosas variantes de tipos de Pegaso están relacionadas con emisiones rápidas y continuas. Las más tardías, deben relacionarse con la nueva alianza del nordeste hispano con Roma tras el año 210. Se analizan también las imitaciones con leyenda copia de “Emporiton” o con grafías ibéricas del tipo ILTIRTAR, ILTIRTASALIR, ILTIRTASALIRUSTIN, OROSE, KARKI, KARKA, ETOKISA, KERTEKUNTE, KESE, etc, etc.… y se discute su filiación cartaginesa o romana.

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La presencia cartaginesa en Ibéria anterior a los Barca: Datos para una revisión Ruth Pliego Vázquez-Eduardo Ferrer Albelda (Universidad de Sevilla)

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as relaciones de Cartago con Iberia se han interpretado habitualmente como el resultado de una dominación, desde una óptica invasionista. La tradición historiográfica, hasta los años 80, había interpretado la actuación de Cartago en Iberia como un episodio más de su política imperialista, encaminada a la sustitución del dominio colonial fenicio por la ocupación cartaginesa desde fines del siglo VI a.C., una de cuyas principales manifestaciones sería la repoblación de los territorios y ciudades fenicias (Gadir, Seks, Malaka, Abdera, Baria) con poblaciones de libiofenicios. Las bases sobre las que se sustentaba esta interpretación eran fundamentalmente literarias, cimentadas en el análisis acrítico y descontextualizado de una colección exigua, dispar y polémica de textos griegos y latinos (Justino, Diodoro, Avieno, Pseudo Escimno, Macrobio, Vitrubio).

agresiva y antihelénica, imperialista propiamente dicha, en Iberia hasta época bárquida. Esta interpretación, salvo algunas excepciones, fue la adoptada por los investigadores españoles que asimilaron el concepto de hegemonía en sustitución del de imperialismo, y propusieron el comercio administrado como expresión de la supremacía cartaginesa en vez de la anexión y el control territorial.

La documentación arqueológica era relativamente abundante desde principios del siglo XX gracias a las excavaciones de tres grandes áreas funerarias, Cádiz, Villaricos e Ibiza, y sobre todo al notable incremento de las excavaciones arqueológicas a partir de los años 60, con el “redescubrimiento” de los fenicios en las costas mediterráneas. No obstante, el análisis del registro arqueológico apenas influyó en un discurso historicista que entendía la historia de España como una sucesión de invasiones entre las que la fenicia y la cartaginesa apenas habían tenido incidencia en la conformación de la identidad hispana.

También se ha planteado recientemente que estas ciudades de origen fenicio habrían generado una identidad étnica “fenicia occidental”, opuesta a la cartaginesa, basada en los orígenes tirios de Gadir y del resto de las antiguas colonias, y en el culto a los dioses tutelares de Tiro, Melqart y Astarté, que establecía lazos entre todas estas comunidades, a diferencia de Cartago, cuyas divinidades protectoras de la ciudad-estado eran Tinnit y Baal Hammon.

Sin embargo, a partir del estudio fundamental de C.R. Whittaker Carthaginian imperialism in the fifth and fourth centuries, en 1978, se puso de manifiesto la inexistencia de una política cartaginesa

En las dos últimas décadas, este concepto de hegemonía ha dado paso a los de independencia económica y cultural y de isonomía política entre Cartago y las ciudades púnicas, las cuales, con Gadir a la cabeza, serían autónomas, e incluso formarían una confederación o liga que convocaría a las antiguas colonias fenicias bajo la autoridad sagrada del santuario de Melqart-Heracles en Gadir.

Este modelo interpretativo en el que Gadir no sólo se desprende de la tutoría de Cartago sino que se erige en la gran metrópoli del Extremo Occidente, en pie de igualdad con Cartago, y en potencia hegemónica entre las ciudades púnicas de Iberia y del África atlántica, presenta numerosas contradicciones incompatibles con la literalidad de los

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testimonios grecolatinos y con su exégesis, así como con el registro arqueológico. Recientemente se han publicado dos tesorillos de moneda cartaginesa procedentes de El Gandul (Alcalá de Guadaíra, Sevilla) y noticias de otros hallazgos esporádicos en Fuentes de Andalucía (Sevilla) y en otros puntos de Andalucía, con una cronología de fines del siglo IV o principios del III a.C., que han reavivado la cuestión de la presencia de ejércitos cartagineses en Iberia con anterioridad a la llegada de Amílcar Barca en 237 a.C. Hasta entonces este tipo de material había sido relacionado con el numerario circulante en tiempos de la Segunda Guerra Púnica. Sin embargo los estudios monográficos realizados sobre estos conjuntos monetarios nos han llevado a plantear una cronología anterior para dicho material. El grueso de las monedas pertenece mayoritariamente a la emisión sículo-púnica con Tanit/Caballo y palmera (SNGDan, 109-119), a la que sigue en número la serie sardo-púnica con Tanit/Prótomo de caballo (SNGDan, 148-151). También han sido hallados ejemplares pertenecientes a la amonedación cartaginesa de bronce considerada más antigua (Tanit/Caballo al galope, SNGDan, 98), y piezas de hallazgo poco usual en la Península Ibérica de principios del siglo III a.C. con Palmera/Caballo con la cabeza vuelta (SNGDan, 126-127). Asimismo la revisión de noticias antiguas que habían pasado desapercibidas (Ebora) y el acceso a nuevos datos en otros puntos de Andalucía como Puente Genil, Mengíbar, Écija, Lora del Río, etc., todos ellos importantes enclaves del valle del Guadalquivir, requieren una explicación que supere el comentario iluso de que todos estos hallazgos deben ser integrados en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, como material residual y todavía circulante. En este sentido los conjuntos monetales documentados en el Mediterráneo central (Cinisi, Monte Adranone, IGCH nº 2205, Yale), de composición muy similar al de los tesorillos de El Gandul, en su mayoría registrados en contextos arqueológicos bien definidos, han sido datados en los siglos

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IV y principios III a. C. A esta misma conclusión llegamos al analizar el numerario propio de la Segunda Guerra Púnica, que muestra una composición muy diferente a los descritos (tesorillo de Doña Blanca y el lote de monedas cartaginesas aparecido en el dragado del puerto de Melilla). ¿Cómo podemos explicar la presencia de estas monedas de bronce cartaginesas en un momento en el que supuestamente Cartago no ejercía un control directo sobre el sur de la Península Ibérica? Evidentemente, tal cantidad de monedas en un momento en el que no está instaurada una economía monetal en esta parte de Iberia no puede entenderse si no es en relación con el ejército. El volumen de los tesorillos y su procedencia, en dos grandes oppida cercanos a Carmo, la plaza fuerte más importante del valle del Guadalquivir, nos ha hecho reflexionar sobre la posibilidad de que se trate de guarniciones o campamentos destinados al cerco e intimidación de la ciudad con tropas procedentes de Cerdeña y Sicilia. Para argumentar esta hipótesis, disponemos de datos literarios que testimonian el interés cartaginés por Iberia, y especialmente por las tierras y mares bañados por el océano Atlántico, y que permiten avalar la hipótesis de una hegemonía cartaginesa en el sur de Iberia con anterioridad a la época bárquida. No obstante, no son sólo los textos sino también el contexto, tanto de las comunidades púnicas de Iberia como los del panorama político del Mediterráneo, los que hacen verosímiles los argumentos expuestos. Analizados globalmente, los conocimientos que los griegos tenían sobre el Extremo occidente entre los siglos V y III a.C. no excedían de la imprecisión y del evemerismo, y este conjunto de noticias da una idea bastante aproximada de que, por un lado, algunos de los conocimientos que los griegos poseían de Iberia eran transmitidos a través de Cartago, y, en segundo lugar, que existía en Grecia la idea, real o no, de que Cartago se había adueñado del área del estrecho de Gibraltar. Hay un grupo de testimonios concretos sobre las rela-

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ciones entre Cartago e Iberia anterior a la conquista bárquida, en el que destacamos los de Pseudo-Escilax, el segundo tratado romano-cartaginés polibiano, Eratóstenes, Diodoro y las referencias de Tito Livio y Apiano a la antigua alianza y amistad entre Gadir y Cartago. Sin embargo la referencia literaria más concreta sobre una intervención militar de Cartago en el sur de Iberia es la transmitida en el epítome que Justino hace de la obra de Pompeyo Trogo (XLIV 5, 1-4) sobre la ayuda cartaginesa prestada a Gadir ante las provocaciones de pueblos vecinos y la posterior conquista de parte de la provincia. La labor epitomadora de Justino sobre el texto original de Pompeyo Trogo imposibilita que se pueda establecer una datación aproximada, aunque es segura su anterioridad al desembarco de Amílcar en 237 a.C. Con esta interpretación no pretendemos resucitar el obsoleto esquema invasionista e imperialista, sino reflexionar sobre estos hallazgos arqueológicos en un marco histórico definido por las relaciones entre estados. Éste y otros relatos siempre se han contemplado desde la perspectiva de una supuesta aspiración cartaginesa de ocupación sobre Iberia, pero nunca desde la óptica de las comunidades púnicas peninsulares, probablemente más

interesadas en la protección cartaginesa que Cartago en su dominio. Gadir y otras ciudades púnicas demandarían protección, sobre todo contra los endémicos ataques piráticos y las amenazas de vecinos potencialmente peligrosos, incluso como árbitro en las disputas entre las ciudades púnicas, y Cartago, en contrapartida, veía asegurado el suministro de metales, sobre todo plata, del que dependía casi exclusivamente. No tenemos constancia escrita de que las ciudades púnicas de Iberia dispusieran de flota de guerra ni de ejércitos destacables, pero sí de que cuando una de ellas, Gadir, la más importante quizás, se vio amenazada por “pueblos vecinos”, recibiera la ayuda providencial de Cartago. Posteriormente, al final de la segunda Guerra Púnica, cuando se preveía el fin de dominio cartaginés en Iberia y, a la desesperada, Magón invocaba la antigua alianza y amistad de ambas ciudades para que le abriesen las puertas, Gadir le negó la ayuda a causa de los saqueos sufridos por la población (Tito Livio XXVII, 37, 10; Apiano Iber. 38). Creemos que es en esta tradición diplomática entre Cartago y las ciudades púnicas de Iberia donde podemos hallar la explicación a la presencia de ejércitos cartagineses en Turdetania entre fines del IV y principios del III a.C.

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Organiza: Departamento de Prehistoria y Arqueología Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (CEFYP) Coordina: Eduardo Ferrer Albelda Colabora: Vicerrectorado de Investigación-Universidad de Sevilla Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa-Junta de Andalucía Ministerio de Ciencia e Innovación Facultad de Geografía e Historia-Universidad de Sevilla Servicio de Asistencia a la Comunidad Universitaria-Universidad de Sevilla

ORGANIZAN

DPTO. DE PREHISTORIA Y ARQUEOLOGÍA

COLABORAN

albantacreativos.com

CONSEJERÍA DE INNOVACIÓN, CIENCIA Y EMPRESA

VICERRECTORADO DE INVESTIGACIÓN

FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

SACU

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