Donde el paludismo jugaba garrote. Tras la huella de Virgilio Tosta

May 24, 2017 | Autor: S. Foghin-Pillin | Categoría: Venezuela, Guadarrama, Historia Local, Paludismo, Virgilio Tosta Izquiel, El Baúl
Share Embed


Descripción

Boletín del Centro de Investigaciones Históricas "Mario Briceño Iragorry". IPC. (2010). Donde el paludismo jugaba garrote: tras la huella de Virgilio Tosta. No. 52: 77-96.

Donde el paludismo jugaba garrote. Tras la huella de Virgilio Tosta

Sergio Foghin-Pillin UPEL-Instituto Pedagógico de Caracas [email protected]

Resumen En este trabajo se comenta el libro El paludismo jugaba garrote en El Baúl, escrito y publicado en 2004 por el profesor Virgilio Tosta Izquiel, nacido en Guadarrama, estado Barinas, el 27 de noviembre de 1922 y fallecido en Caracas el cinco de septiembre de 2009. Virgilio Tosta, doctor en Ciencias Políticas, fue investigador en los campos de la Sociología y de la Historia; autor de numerosos libros y columnista de los principales diarios venezolanos. En 1963, fue elegido Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia. Durante más de cinco décadas ejerció la docencia en el Departamento de Geografía e Historia del Instituto Pedagógico de Caracas. A lo largo de las 231 páginas de la obra comentada, Tosta describe el ambiente, usos y costumbres, de los primeros 16 años de su vida, transcurridos en los pueblos de Guadarrama (estado Barinas) y El Baúl (estado Portuguesa). En su obra, salpicada de anécdotas y pasajes humorísticos, Tosta aporta valiosos datos históricos, sociales y económicos de la vida en los Llanos de Barinas y Portuguesa durante la segunda y tercera décadas del siglo XX. Palabras clave: El Baúl; Guadarrama; Historia Local; Venezuela; Virgilio Tosta.

A COUNTRY UNDER PALUDISM THREAT. FOLLOWING VIRGILIO TOSTA STEPS

Abstract This paper discusses the book El paludismo jugaba garrote en El Baúl, written and published in 2004 by Professor Virgilio Tosta Izquiel, born November 27, 1922 in Guadarrama, Barinas State and died in Caracas on 5 September 2009. Virgilio Tosta, doctor of Political Science, was a researcher in the fields of Sociology and History; author of numerous books and Venezuelan newspapers columnist. In 1963, he was elected Member of the National Academy of History. For more than five decades he was teaching in the Department of Geography and History of the Instituto Pedagógico de Caracas. Along the 231 pages of his book, Tosta describes the environment and customs of the first 16 years of his life, in the towns of Guadarrama (Barinas State) and El Baúl (Portuguesa State). In his work, kind of autobiography, full of anecdotes and humor, Tosta brings valuable historical, social and economic data about life in the Llanos of Barinas and Portuguesa states, during the second and third decades of the 20th century. Key words: El Baúl; Guadarrama; Local History; Venezuela; Virgilio Tosta. Recibido: 03/10/2010

Aprobado 16/11/2010

Fe de erratas: en los resúmenes en español y en inglés, donde dice: "El Baúl (estado Portuguesa)", debe decir: "El Baúl (estado Cojedes)"

2

“Yo experimenté muchas veces aquellas fiebres extenuantes, y aquel frío para el cual era inútil la más gruesa cobija” VIRGILIO TOSTA

Introducción A los pocos días de salir de la imprenta el volumen titulado 60 Aniversario. Departamento de Geografía e Historia. Instituto Pedagógico de Caracas, publicado en 2007 por el Vicerrectorado de Investigación y Postgrado de la UPEL, recibimos una llamada del profesor Virgilio Tosta: “Te llamo para darte las gracias por lo que escribiste de mí en el libro del Departamento; más bien escribiste demasiado, bastaba con menos, tú ves…”. Para esa fecha, Don Virgilio aún atendía un curso de Seminario de Historia Regional en el Departamento de Geografía e Historia, donde había comenzado a dictar la materia Sociología en 19521, durante el sexto año de la Jefatura de Don Pablo Vila. En dicha asignatura sería también nuestro profesor, 20 años más tarde, en el mismo Departamento. El texto básico para aquel curso era la sexta edición del Manual de Sociología (Tosta, 1967), publicado inicialmente con el título de Apuntes de Sociología (Tosta, 1952), el mismo año en que el profesor Tosta comenzara a dictar la materia en el entonces denominado Instituto Pedagógico Nacional. Partiendo de aquellos años –comienzos de la década de 1970- fue acrecentándose nuestra admiración por la vasta obra y por la personalidad –sencilla y señorial a la vez, recia al tiempo que risueña- del doctor Virgilio Tosta Izquiel, “el más abnegado y leal historiador” y “el más asiduo y devoto cronista” de su natal Barinas, en palabras de Santos Rodulfo Cortés (1975, p. 12). El libro Familias, cabildos y vecinos de la antigua Barinas (Tosta, 1980) fue la primera publicación que Don Virgilio nos dedicara, con fecha “octubre 4 de 1980”. Corría entonces el quinto año de nuestro ejercicio docente en el mismo Departamento en el cual nos formáramos. El último libro que nos obsequió el profesor Tosta (2004), que editara personalmente, ocupa nuestra atención en las páginas que siguen, las cuales no pretenden más que dedicar un agradecido y afectuoso recuerdo a la memoria de su autor, nuestro inolvidable profesor, compañero y amigo. 1

En la página 85 del escrito titulado Departamento de Geografía e Historia IPC: balance de ganancias y pérdidas 1971-2006 (Foghin, 2007), se indica erróneamente el año 1951 como el de inicio de la actividad docente del profesor Virgilio Tosta en el Departamento de Geografía e Historia del Instituto Pedagógico Nacional.

3 En la parte conclusiva de nuestras remembranzas dedicadas al LX aniversario del Departamento de Geografía e Historia, habíamos anotado: “el doctor Tosta, Don Virgilio para sus muchos amigos, discípulos casi todos, (…) recientemente nos ha obsequiado esa genial obra autobiográfica, filigrana histórica y humorística sin par, que se titula El paludismo jugaba garrote en El Baúl”. (Foghin, 2007, p. 89). Entonces ya estábamos jubilados. Don Virgilio, en cambio, tras más de medio siglo de labor docente e investigativa, continuaba “jugando garrote”, en el Departamento de Geografía e Historia del Instituto Pedagógico de Caracas.

Jugar garrote El juego de garrote venezolano, también llamado juego de palo, proviene del mundo rural del occidente del país, donde surgió, en tiempos imprecisos, como técnica de defensa personal para luego integrarse al folklore larense, en particular de la población de El Tocuyo y alrededores, incorporado a la fiesta del Tamunangue como “una danza inicial de palos denominada La Batalla” (Lizcano, 1950, p. 151). Aunque el juego en sí, actualmente es practicado sólo en reducidos círculos de cultores y folkloristas, podría suponerse que en alguna época debió ser muy popular, a juzgar por el sentido con que se ha difundido en gran parte de Venezuela la expresión “juega garrote”, para describir un fenómeno muy activo, extendido, que campea a sus anchas. Sin embargo, el sentido original de la expresión podría más bien encontrarse en la reputación de hombres bravos o peligrosos, y por tanto temidos, que tenían los llamados “defensos”2, como eran conocidos los secretos practicantes de esta suerte de arte marcial vernáculo. El juego de garrote es muy rápido, con tajos fulminantes. La transmisión insectil del paludismo era igualmente rápida. Y sus efectos, muchas veces, también fulminantes.

2

De la efectividad defensiva del garrote, en manos expertas, da fe el pasaje que Rómulo Gallegos ubica en Corozo Pando (estado Guárico): “Un viejito que acaba de llegar, dando lástima de puro parecer que no podía con su alma y como los muchachos quisieron divertirse con él tirándole una punta de garrote, de la barajustada que se dio tramoliando el suyo abrió un claro en el corredor.” “-Sálganme uno a uno para que aprendan a jugar garrote”. (Gallegos, 1972, p. 11).

4 Tras la huella de Virgilio Tosta

La lectura, repetida, de El Paludismo jugaba garrote en El Baúl, nos despertó una viva motivación por conocer los parajes en los que transcurrieron los primeros dieciséis años de la vida de su autor, de suerte que realizamos un primer viaje a El Baúl hacia finales de noviembre de 2007, en compañía del apreciado colega profesor Orlando González Clemente. Durante nuestra primera visita al pueblo, el libro en el que Tosta vuelca sus “añoranzas y recuerdos” (Tosta, 2004, p. 20), sirvió de precisa guía turística; tan poco ha variado, desde los tiempos que evoca en su obra Don Virgilio, el trazado general del centro urbano, localizado en la confluencia de los ríos Tinaco y Cojedes (figura 01). No puede decirse lo mismo, lamentablemente, de la “Casa de Alto”, como se le conoce aún en El Baúl, la que Don Alonzo Tosta adquiriera en 1930 en estado ruinoso y que empezara a restaurar ya instalado con su mujer, Doña Ricarda Izquiel, y sus cinco hijos: Era una vivienda de dos plantas. En la primera, cuatro corredores cercaban un amplio patio, del cual se sacaron muchas carretillas de excremento de murciélagos (…) El fondo de la casa daba hacia la orilla del río. (…) Don Alonzo se dio a la tarea de repararla, hasta convertirla en una mansión cómoda y hermosa, como lo había sido en 1863, año en que se terminó su construcción, para convertirse en la ‘casa de la aduana’. (Tosta, op. cit. pp. 19-20). La desidia, más que el tiempo, ha conducido a la “Casa de Alto” a un estado de completa ruina, ahora sí irrecuperable. La desidia, decíamos, y el desdén de quienes deberían ocuparse en preservar los testimonios materiales de la existencia de ciertos hombres, cuyos ejemplarizantes comportamientos y desempeños, tanto públicos como privados, los convierten en personajes ilustres. De la espaciosa mansión en la que Don Alonzo Tosta, además de instalar a su familia, pudo establecer su botica “sin afectar para nada los locales destinados a la tienda y la pulpería” (ib., p. 27), sólo se mantienen erguidas algunas gruesas paredes y la fachada que da hacia lo que fuera la calle Real o calle Bolívar (figura 02): “Era ésta la arteria principal. En ella estaban los mejores establecimientos comerciales y la mayoría de las casas de familias.” (ib., p. 22). Sobre un derruido portón lateral, aún logra distinguirse la fecha de construcción: 1863. Por esos años, en una hacienda próxima a Caracas se extinguían los ecos de “aquella larga guerra que, durante cinco años, ensangrentó el suelo venezolano” (Tosta, 1963, p. 2).

5 El cerro del Calvario, de unos 300 metros de altitud, que se eleva al sur del pueblo de El Baúl, aparece en la cartografía actual con el topónimo de Los Morrocoyes. De las excursiones por aquellas pendientes, en sus años de infancia, Tosta diría que: “contribuyeron a vitalizar y robustecer mis piernas, y a darles el vigor y la resistencia que todavía conservan” (Tosta, 2004, p. 53). Don Virgilio, ciertamente, era un gran caminante y no usaba vehículo particular para desplazarse. Muchas veces, siendo sus alumnos, coincidíamos con él en alguno de los colectivos cuya ruta pasaba por la avenida Páez de El Paraíso. Nosotros también subimos a aquel alcor, desde donde se divisa el centro poblado, así como los relieves del célebre arco de El Baúl, con su geología paleozoica (figura 03). Pero lo hicimos en un vehículo de doble tracción, del Instituto Pedagógico de Caracas. Volvimos a El Baúl a mediados de diciembre del mismo año. En esta oportunidad nos acompañó también el profesor Reynaldo Gil, un distinguido ex alumno. Íbamos, esta vez, dispuestos a llegar a Guadarrama, “un abandonado y medio pintoresco pueblecito del Estado Barinas, situado en la orilla derecha del río La Portuguesa” (ib. p. 7), donde el 27 de noviembre de 1922, tras “un parto muy difícil para Doña Ricarda…”, viniera al mundo “…de pie y asfixiado…” (ib. p. 8), Virgilio Antonio Tosta Izquiel. Determinante para lograr nuestro propósito fue el apoyo que nos prestaran los funcionarios del Puesto de Protección Civil de El Baúl, al poner a nuestra disposición lancha, motor y operadores, con el fin de poder llegar a Guadarrama por vía fluvial, descendiendo por el curso del río Cojedes hasta su confluencia con el Portuguesa (figura 04) y luego por éste hasta Guadarrama, ya en el estado Barinas. Para la fecha, los caudales de ambos ríos ya habían mermado bastante y sólo la admirable pericia de Omar Sosa, el avezado motorista, logró evitar las peligrosas caramas sumergidas, con las que habría podido chocar la hélice y ocasionar un susto; o algo peor. Durante una hora, aproximadamente, que duró el trayecto, el hombre permaneció con la vista clavada en la terrosa superficie acuática, sin soltar el timón ni un instante. Mientras tanto, Emil Sulvarán, el ayudante, para hacerse oír sobre el ruido del motor gritaba, señalando hacia las cercanas orillas: “-¡aquellas son chenchenas!”; “¡-una garza morena!”; “-allá, galápagos… ¡y un babo!”; “-¡una garcita azul!”; “-allá va un pájaro vaco y… aquél es un alcaraván”. Como se ha dicho, por aquellos días de diciembre de 2007 las aguas del río Portuguesa habían bajado considerablemente, de modo que al desembarcar tuvimos que ascender por la alta

6 barranca que separaba el nivel del río de la primera calle del pueblo de Guadarrama (Figura 05), paralela al curso de agua, donde estuvo situada la casa natal de Virgilio Tosta. De la vida familiar a la orilla del gran afluente del Apure, Tosta apuntaba: Durante la estación lluviosa, el caudal del río La Portuguesa se hinchaba, subía por los barrancos y casi lamía los bordes de la calle donde estaba situada la casa de la familia, donde mi padre tenía, además, un establecimiento comercial, con locales para la venta de mercancías secas, víveres y medicinas, y piezas para almacenar sacos de café, de sal y de arroz; latas de manteca de cerdo y agajes de panela (ib., p. 8). No bien llegados a la primera calle del pueblo, tras superar la barranca, un niño se nos acercó, con natural curiosidad, al percatarse del arribo de tres forasteros. Dijo llamarse Tomás (figura 06). No es casual el nombre de pila del infante. “El patrono de Guadarrama es el apóstol Tomás, famoso por su incredulidad y por sus procedimientos para evitar el engaño. Para el llanero, la desconfianza del discípulo de Jesús, es una mezcla de astucia y bellaquería”. (ib., p. 206). Tomás nos acompaño un corto trecho, caminando por el pueblo y, luego de comprobar que nuestra conversación no le interesaba, se despidió. Iría a jugar, imaginamos. Entre sus juguetes, sin embargo, sin duda faltarían algunos de los que sí disfrutó el niño Virgilio Tosta: Una de las pocas diversiones que disfruté durante mi niñez en Guadarrama, consistía en jugar con caimancitos muy pequeños (…) los cuales, en ciertas noches, abandonaban el río, atravesaban la calle y penetraban en las habitaciones (ib., p. 8). El primero de junio de 1930, la familia Tosta Izquiel emprendió en bongo, por el río Portuguesa, el viaje de tres días que los llevaría a El Baúl. “Fue como una aventura que jamás he olvidado”, anotó Virgilio Tosta (ib., p. 20). no se ha borrado de mi memoria la cantidad numerosa de caimanes que vi asoleándose, con sus bocas abiertas, en las playas de los ríos. Sorprendidos por el ruido de las embarcaciones corrían a ocultarse en el agua. Aunque ya había comenzado la cacería y matanza de caimanes en gran escala, todavía en 1930 los ríos del Llano estaban poblados de estos saurios. Fueron tantos los que contemplé entonces, que me parece mentira que esta especie haya prácticamente desaparecido de los ríos venezolanos. (ib., p. 20). Y no es de extrañar la virtual extinción de éstos y muchos otros animales, otrora abundantes en las grandes llanuras y selvas venezolanas. Entre múltiples factores, cabe destacar

7 que en ciertos libros de texto de los años de nuestra Primaria, todavía podían encontrarse “lecciones” del siguiente tenor: “son animales dañinos: las fieras de la selva y del mar, las serpientes, los caimanes y muchos otros más que deben destruirse por cualquier medio.” (Schnell, 1958, p. 78). Al tocar el tema educativo, no podemos dejar de observar que Tomás, el niño que nos acompañó en Guadarrama, ya en la Venezuela del siglo XXI no dispone en su pueblo de una escuela como la Nicolás de Castro, sobre la cual apuntó Tosta: Poco después de la muerte del tirano Juan Vicente Gómez, fue establecida en El Baúl la Escuela Federal Graduada ‘Nicolás de Castro’, de la cual fue su primer director un pedagogo de apellido Delgado Zamora. La creación de ese plantel agradó mucho a mi padre, y no sólo por el bien que le haría al pueblo y a sus hijos. También se contentó porque vio en aquella escuela la solución para apartarme de la vida ociosa que yo llevaba. (ib., 68). Tarde o temprano, también Tomás tendrá que dejar su terruño, para labrarse un futuro como quiere el lugar común- en la ciudad, la cual probablemente no será ni siquiera la capital de su estado, ya que debería viajar primero hasta San Carlos, en el estado Cojedes, de allí a Acarigua y Guanare, en el estado Portuguesa, para finalmente llegar a Barinas. Resulta más viable entonces, sobre todo durante la temporada de lluvias, bajar por vía fluvial hasta La Unión o Camaguán, para luego tomar la carretera que conduce a Calabozo, ciudad que ofrece mejores servicios que San Fernando de Apure, más cercana. Tal es la ruta habitual, por ejemplo, para trasladar personas enfermas desde Guadarrama y caseríos circunvecinos. Se trata de la particular Geografía que articulan nuestras vías de comunicación, la cual todavía constituye un factor de aislamiento y desarraigo para la población rural. Como es sabido, el comercio fluvial por los principales afluentes llaneros del Orinoco fue muy importante en ciertas épocas, llegando a tener gran peso en la economía regional y hasta nacional. A diferencia del tiempo presente, nuestras aguas, particularmente las de los ríos, se presentaron como verdaderos caminos para comunicar pueblos, como fuente de provisiones para la dieta del campesino y del indio, como factor de desarrollo comercial y como eje orientador en el establecimiento de vecinos y comunidades. (Briceño, 1993, p. 5). Sobre El Baúl, en particular, precisa Tosta: fue un centro comercial de innegable importancia en la segunda mitad del siglo XIX. Fue un puerto adonde llegaban barcos, desde Ciudad Bolívar y San Fernando de Apure, cargados de mercancías secas y víveres. Y numerosas

8 embarcaciones, denominadas bongos, mantuvieron por muchos años un intenso ritmo comercial entre El Baúl y las poblaciones de Guadarrama, La Unión, Camaguán y San Fernando, a lo largo de los ríos Cojedes, La Portuguesa y el Apure. (ib., p. 125). Fernando Calzadilla Valdez (1860-1954), médico y ganadero apureño, además de escritor costumbrista, expresó la importancia de la red fluvial en la Geografía Humana llanera en los siguientes términos: en mi tierra de Apure las gentes no conciben una población distanciada de las riberas del río, todos aspiran situarse lo más cercano a él. Muy natural si se considera ser el río la vía más expedita y barata de comunicación, y la fuente de los mayores recursos; y como todos son navegables, es circunstancia propicia a su valimiento. (Calzadilla, Ed. 2006, p. 304). Para Virgilio Tosta (op. cit., p. 9), el comercio fluvial por el río Portuguesa se cuenta entre los recuerdos más entrañables de sus días de infancia en Guadarrama: Una diversión, quizá la más agradable durante mi niñez en Guadarrama, me la producían las frecuentes llegadas de bongos, provenientes de Ciudad Bolívar, San Fernando de Apure y El Baúl, cargados de objetos que me parecían maravillosos. Bongos cargados de objetos maravillosos. Como aquel que, no muchos años antes, remontaba “el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha.” (Gallegos, Ed. 2005, p. 11). Bongos que remontaban también el Apure, el Portuguesa, el Guanare, el Caipe y tantos otros, impulsados con el tremendo esfuerzo de los bogas, o canoeros, “mediante una lenta y penosa maniobra de galeotes” (Gallegos, op. cit., p. 11). Así consideró también Tosta la ingrata labor de aquellos hombres: que se ocupaban en la dura tarea de impulsar los bongos, colocando las horquetas de las palancas3 en las ramas y troncos de los árboles que bordeaban los ríos; hundiéndose el otro extremo de las palancas en el pecho y caminando con fuerza hacia la popa, sobre el entablado, para que las embarcaciones remontaran la corriente… (ib. p. 126). 3

En cursivas en el texto original. Tales palancas solían ser de madera de la especie denominada “araguato”, en los Llanos altos occidentales, y “betún” en el Zulia; árbol de la familia de las Rubiáceas (Calycophyllum candidissimum). Pittier dice que es madera “fuerte y duradera” (Manual de las plantas usuales de Venezuela. Ed. 1978. Caracas: Fundación Eugenio Mendoza, p.155). Alberto Arvelo Torrealba la menciona en su célebre poema El Canoero del Caipe: “La palanca de araguato/afíncasela en el pecho/…” (Obra Poética, Caracas: 1997. Monte Ávila Editores Latinoamericana, p. 119). .

9

En otro párrafo, Tosta da cuenta de cómo la evolución de los medios de transporte cambió la dinámica espacial en los llanos venezolanos: La década de los años treinta presenció la liquidación total del comercio por las arterias fluviales de la zona. Los bongos desaparecieron, para ser sustituidos por los camiones. El comercio fluvial con San Fernando de Apure y (…) con Ciudad Bolívar, fue reemplazado por la negociaciones con el centro del país, principalmente con Valencia. (ib., p. 127). Algunos lustros más tarde, numerosas represas también harían lo suyo, cercenando “el curso pausado de los grandes ríos solitarios que se deslizan hacia el Orinoco” (Gallegos, 1972, p. 7). Ciertamente, Virgilio Tosta fue un testigo de excepción de aquellos tiempos, todavía no demasiados lejanos, cuando aquellos ríos, como el Caipe turbulento al que cantara Arvelo Torrealba, podían aún discurrir “de monte a monte”. En aquel medio, Tosta fue un atento observador de la naturaleza, como lo demuestran numerosas notas sobre aspectos ambientales, asentadas a lo largo de las páginas de su obra El paludismo jugaba garrote en El Baúl. En una de tales apuntaciones, la cual atrajo particularmente nuestra atención, Tosta describe una situación de origen atmosférico: Era fácil para la gente evitar que la lluvia la sorprendiera fuera de sus casas; porque los aguaceros llegaban a El Baúl por la vía de San Miguel, lo mismo que los camiones provenientes de El Tinaco, y porque avisaban a los vecinos su proximidad; de modo que se podía llegar a las viviendas, con apurarse un poco, antes de que los chaparrones cayeran en el pueblo. Lentamente, los cerros de San Miguel comenzaban a desdibujarse, como si los cubriera una inmensa sábana blanca, lo que era señal de que un aguacero venía en camino hacia El Baúl. Cuando la colina desaparecía y todo se tornaba en blanco, la lluvia ya estaba en el pueblo. Entonces podía verse el agua sacudiendo el polvo de las calles, o cayendo sobre los cuerpos de quienes no supieron o no pudieron aprovechar el tiempo para guarecerse en sus casas. Estas líneas, que encierran uno de los más hermosos pasajes del libro4, exponen una observación que resulta por completo consistente con la dinámica habitual de las precipitaciones a través del territorio venezolano, particularmente durante la temporada pluviosa5, o “invierno”, 4

Hacemos nuestras las palabras de Isaac Pardo: “Esta es una impresión del autor sin intención polémica y con el mayor respeto por el gusto ajeno.” (Ed. 2007, p. 149). 5 Pareciera innecesario especificar que estas condiciones se dan durante la temporada lluviosa, es decir, de mayo a noviembre. Ocurre, sin embargo, que durante el período seco, o “verano”, de diciembre a abril, pueden presentarse precipitaciones provenientes del oeste, asociadas a fenómenos meteorológicos como las vaguadas.

10 dado que las lluvias se desplazan generalmente con los vientos del este, los alisios. El antiguo caserío de San Miguel y los cerros del mismo nombre, se localizan al este de El Baúl, por lo que los aguaceros se presentan desde esa dirección. Se trata de un caso similar al que es común en la capital venezolana, donde los caraqueños observadores, para saber si va a llover, miran hacia el este, hacia Petare: “-se está poniendo por Petare”, dicen. Y al rato llega la lluvia. Respecto a la alusión de Tosta a los “camiones provenientes de El Tinaco” hay que precisar que si bien este centro se localiza al norte-noroeste de El Baúl, el último trecho de la carretera que comunica ambos poblados cojedeños sigue un rumbo noreste-suroeste: exactamente igual que los aguaceros. Así lo hizo también, tras visitar El Tinaco, el obispo Mariano Martí, en la mañana del 20 de marzo de 1781: “Al atisbar el cerro lejano que a manera de baúl emergía en la amplia llanura, torcieron su rumbo hacia occidente; tras aquél estaba San Miguel de la Boca del Tinaco.” (Vila, 1981, p. 180). El alto prelado y su comitiva arribaban a “la población que más tarde comenzó a llamarse El Baúl.” (Tosta, 2004, p. 21). Al parecer, Martí no dejó noticia alguna sobre casos de paludismo en El Baúl de aquellos años. De ciertos datos demográficos que anotara el mitrado catalán, podría desprenderse que el flagelo no había hecho aún su aparición por aquellas comarcas de los llanos altos occidentales: “El cociente infantil era de 2,2 por encima del normal.” 6 (Vila, op. cit., p. 181).

El paludismo

Quizá para entonces no había aparecido. Quizá atacaba por épocas, de la misma manera que lo hacían la peste, el cólera, la fiebre amarilla. Grandes epidemias, o aún pandemias. Sin embargo, ya para principios del siglo XVI se había tenido alguna experiencia: La población y la fortaleza7 no prosperaban a pesar de agotadores esfuerzos realizados sin comida, en un clima áspero y en una época en que ya se habían encendido las calenturas. De enfermedad y flechas habían muerto veinte cristianos. (Pardo, Ed. 2007, p. 44). Del Welser Ambrosio Alfinger, a su regreso de una de las tantas correrías por el occidente venezolano a comienzos de la tercera década del siglo XVI, también se señaló algo relacionado 6 7

Vila señala un “alto cociente infantil [como] prueba de un buen estado sanitario” (1980, p. 114). Se refiere a un asentamiento establecido en 1502 por Alonso de Ojeda, en las cercanías del Cabo de la Vela.

11 con fiebres palúdicas: “pasó Alfinger a Santo Domingo, por estar aquejado de cuartanas”8 (ib., p. 199). Humboldt también había señalado la presencia de: esas fiebres del Orinoco (…) semejantes en un todo a las que se padecen todos los años entre Nueva Barcelona, La Guaira y Puerto Cabello (…). Degeneran a menudo en fiebres adinámicas. ‘Desde ha ocho meses no más tengo mi calenturita’, decía el buen misionero de Atures, (…) Hablaba de ella como un mal habitual y fácil de soportar. Los accesos eran violentos, mas de poca duración (Humboldt, Ed.1985, T-IV, pp. 21-22). Lo cierto fue que, en los llanos altos occidentales, como en muchas otras regiones de Venezuela, el paludismo aparecería, o reaparecería, dado que: en todo cuento hay un malvado. El lobo feroz o el ogro devorador de carne humana. Aquí lo fue el paludismo. Veinte años atrás9 imperaba en la región con ‘sus banderas de miedo’. Dolía, entonces, el color de las gentes, el silencio de los pueblos, el aire triste por los terronales. (Urriola, 1985, p. 20). En El Baúl “fue terrible esta enfermedad (…) -dice Tosta- Se manifestaba con fiebres extenuantes y un frío incontenible que hacía castañetear los dientes.” (2004, p. 24). En las páginas de Casas Muertas, la gran novela venezolana sobre el paludismo y otros males aún peores que asolaban la Venezuela de las primeras décadas del siglo XX, el señor Cartaya aconseja a Sebastián Acosta: “métete en el chinchorro y arrópate bien que el frío que se te viene encima no es para gente” (Otero Silva, Ed. 2001, p. 115). Quien contraía la enfermedad se sentía “invadido en pleno trabajo por pastosas oleadas de pereza, de lasitud, de abandono, sacudido por breves latigazos de frío. (Ib., p. 108). En su forma perniciosa, denominada “la económica”, porque “mataba en menos de cuatro días, sin dar tiempo a gastar en quinina” (ib., p. 110), se presentaba con complicaciones frecuentemente fatales: “es la hematuria (…). O se aclara la orina o se tranca la orina. Y si se tranca la orina, te quedaste sin novio” (ib., p. 117), responde Sebastián a Carmen Rosa. El factor ambiental era –y sigue siendo- determinante en las fluctuaciones anuales de la enfermedad: “La salida de aguas arrojó sobre Ortiz y Parapara, sobre todos los caseríos 8

Cuartana: fiebre palúdica intermitente cuyos accesos se repiten cada cuatro días. El artículo original, titulado El regreso del lobo, fue publicado por José Santos Urriola en 1965. Por tanto, la expresión “veinte años atrás” remite a 1945, cuando comenzó a usarse el DDT en las campañas antimaláricas emprendidas por el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, bajo la dirección del Dr. Arnoldo Gabaldón. 9

12 contiguos, una implacable marea de fiebre y muerte que amenazó con borrar para siempre el rastro de aquellos pueblos.” (ib., p. 110). No cabía distinción entre la ficción y la realidad, como puede comprobarse. Tosta (2004, p. 24) observa: La endemia recrudecía en la época en que el nivel de las aguas bajaba y se multiplicaban las charcas donde se desarrollaban los mosquitos transmisores de la enfermedad. Y la gente andaba por las calles y caminos como fantasmas, resignada a lo que viniese. Por alguna razón, en otras comarcas llaneras pareciera que la enfermedad no debió ser tan frecuente ni virulenta como se presentó en Ortiz, El Baúl y otras poblaciones venezolanas, más o menos por la misma época. Al respecto, de algo debió haberse enterado Rómulo Gallegos. Tal puede suponerse de la conversación que sostiene Santos Luzardo, recién llegado a tierras altamireñas, con el viejo Melesio Sandoval: -Tiene usted una familia que da gusto, Melesio (…) Fuerte y sana. Se ve que por aquí no reina el paludismo. (…) -Voy a decirle, niño Santos. Es verdad que por aquí no es tan enfermizo como por esos otros llanos que usted ha atravesado, pero a nosotros también nos jeringa el paludismo. (Gallegos, Ed. 2005, p. 57). Dicha particularidad había llamado también la atención a un joven trujillano, nombrado Médico de Sanidad en el estado Apure, en 1932, quien “se sorprende cuando encuentra que en la ciudad de San Fernando hay poco paludismo, pese a los numerosos criaderos dispersos de mosquitos” (Berti, 1997, p. 27). Aquel galeno se llamaba Arnoldo Gabaldón Carrillo. Por esos “otros llanos”, que atravesara Santos Luzardo durante las primeras jornadas del viaje que, desde Caracas, le llevaría en cruzada civilizadora hasta la mesopotamia apureña, debieron contarse varias leguas a través de los Llanos altos centrales, donde, en la ruta que de San Juan de los Morros, con rumbo franco al sur, pasando por Calabozo llega a San Fernando de Apure, se localiza el pueblo de Ortiz, sobre el que fuera “camino real de Caracas a los llanos” (Vila, 1981, p. 151). A comienzos de marzo de 1780, poco más de un año antes de llegar a El Baúl, en su marcha pastoral Mariano Martí había pasado por Ortiz. Tampoco aquí el Obispo hace mención a enfermedad alguna10. Pero entre los datos demográficos anotó que “el cociente infantil daba 1,7, 10

Sin embargo, iniciando su marcha pastoral, Mariano Martí había experimentado muy de cerca los estragos de las fiebres palúdicas. A su paso por Choroní, a finales de diciembre de 1772, enfermaron “especialmente de calenturas”,

13 un tanto bajo” (Vila, op. cit., p. 149). Hay que considerar que se estaba en estación de sequía y que tal vez por ello el ambiente era temporalmente más sano. O quizá preocuparan más al prelado otras historias, como que “mujeres solteras y viudas con hijos, fruto de relaciones irregulares, se complacían en salir con ellos y (…) pidió al justicia que las pusiera en la cárcel.” (Ib. p. 151). De lo que no cabe duda es del hecho de que en el drama del paludismo confluían múltiples factores. Sobre los aspectos socioeconómicos incidentes en dicho problema sanitario, observa Tosta: El paludismo atacaba a todos los sectores de la sociedad; pero producía mayores bajas en los núcleos pobres que, debido a la escasez de recursos y a la ignorancia, no podían combatir la enfermedad y menos evitarla. (op. cit., p. 24). Es sabido, en efecto, que, Los adultos, si están bien nutridos, permanecen sustancialmente inmunes; la infección producida por una familia de mosquitos puede provocar síntomas definidos, pero los resultados son graves únicamente cuando los adultos están mal alimentados. (Macfarlane y White, 1982, p. 296). Ciertamente, el Anopheles y su huésped, el Plasmodium, no eran los únicos “malvados” en aquella Venezuela donde el paludismo jugaba garrote. Estas dramáticas condiciones sólo comenzarían a cambiar tras la muerte de Juan Vicente Gómez, cuando el doctor Arnoldo Gabaldón Carrillo, quien había obtenido su título de Doctor en Ciencias Médicas en la Universidad Central de Venezuela en 1930, el mismo año en que comenzara la etapa bauleña en la vida de Virgilio Tosta, emprendiese la lucha antimalárica desde la Dirección de Malariología y Saneamiento Ambiental del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, acompañado de ingenieros de la talla de Arturo Luis Berti y de un extenso equipo integrado por profesionales de diferentes especialidades, técnicos y obreros, quienes liberaron a Venezuela de uno de los peores flagelos sufridos a lo largo de toda su historia. Gracias a la inmensa labor de aquellos próceres civiles11, Tomás, allá en Guadarrama, y “Celestino, que bien pudiera ser Diego o José del Carmen” (Otero Silva, op. cit., p. 108), en cualquier pueblo venezolano, nunca tendrán que sentir “aquel frío para el cual era inútil la más

varios de los integrantes de su comitiva, y “fallecieron dos notarios (amanuenses), y otros estuvieron próximos a la muerte”. (Vila, 1980, p. 105). 11 Arnoldo Gabaldón. Un Prócer Civil, es el título de un libro de 131 páginas, publicado en 1998 (ISBN 980-327439-2), cuyos autores y editores son Lacenio Guerrero y Levi Borges, quienes formaron parte del equipo que libró la lucha antimalárica, bajo la coordinación del doctor Gabaldón.

14 gruesa cobija” (Tosta, op. cit., p. 24). Para todos esos niños y niñas de Venezuela, sustantivos como quinina, calentura, hematuria, la perniciosa y “la económica”, no deberían existir más sino en los libros de Historia. En los buenos libros de Historia.

Páginas de Historia y mucho más

¿Cómo pueden catalogarse, en el marco de la teoría histórica, las páginas de El Paludismo jugaba garrote en El Baúl? ¿Historia Regional, Microhistoria, Historia Matria? Destacados autores, como Medina (2002) y Straka (2003), mencionan el nombre de Virgilio Tosta en escritos relacionados con estas particulares “maneras de recobrar el pasado” (González, 2002, p. 9). En las líneas finales del Preámbulo de El Paludismo jugaba garrote en El Baúl, sin omitir el elemento humorístico, del cual está salpicado el libro, el propio autor expresa: Las páginas que siguen pretenden dar una visión del pueblo de El Baúl, en la década de los años treinta del siglo XX, a través de los recuerdos y las vivencias que conservo de mi infancia. Mucho he vacilado antes de llevarlas a la imprenta. Pero ya el paso está dado. O el mal paso. No son páginas de Historia. Ni tienen la categoría de Memorias. (Tosta, 2004, p. 20). Más allá de cualquier posible categorización, que por lo demás escapa a nuestros objetivos y competencias, podemos afirmar que a través de las páginas de El Paludismo jugaba garrote en El Baúl, Virgilio Tosta presenta una parte de su historia de vida, entrelazada con copiosas referencias geográficas, históricas, económicas, sociológicas, ambientales, folclóricas y humorísticas, que hacen de ésta una obra sui generis. Durante su infancia en tierras cojedeñas, Tosta fue testigo de una Venezuela en la que comenzaban grandes transformaciones. En El Baúl, El Arribo del primer aparato de radio sucedió poco antes de la muerte del tirano Juan Vicente Gómez. Lo llevó el telegrafista (…) Gracias al Philco de aquel caballero, se conoció muy pronto en El Baúl la muerte del tirano (…) y se sabían a diario los sucesos que este acontecimiento originó en toda la República. (Ib. p. 37). Ya era la época en que el abastecimiento de la población “dependía exclusivamente de los camiones y los arreos de burros, al desaparecer del todo el comercio fluvial con Ciudad Bolívar y San Fernando de Apure” (Ib. p. 129). Virgilio Tosta sobrevivió a los peligros del Llano:

15 Mi caballo (…) tenía otra maña. No se había usted aún acomodado en la silla cuando el castaño se ponía a andar (…) Jamás pensé que pudiera ponerme en peligro. (…) Cierta vez (…) emprendió la marcha, y no sé cómo pude quitarme de encima una cuerda de alambre que casi me degüella. Grande fue el susto que pasé y no fue menor la angustia de Don Alonzo. (Ib. p. 56). Muy niño, venció al tifus sin “más asistencia médica que la de Don Alonzo” (Ib. p. 12) y luego al paludismo: “Yo experimenté muchas veces aquellas fiebres extenuantes”. (Ib. p. 24). Y también probó “las delicias de la calle del río”: Hasta el sombreado lugar de la nave abandonada me llevó un día Juanita. Y nos sentamos (…) a comer guayabas y moras. La brisa traía sonoridades del río, que se mezclaban con el cascabeleo de las lagartijas en la hojarasca del bongo (…) enredados, caímos en el fondo de la nave, donde nos convertimos en un par de lagartijas retozonas… (Ib. p. 109). En 1945, ya en Caracas, obtendría el título de Bachiller en Filosofía y Letras, y en 1950 el de Doctor en Ciencias Políticas, con mención Summa Cum Laude, conferido por la Universidad Central de Venezuela. Más tarde sería Gobernador de Barinas, su estado natal, y tendría una destacada actuación política como Diputado y Senador de la República. Desde sus tiempos de estudiante de Bachillerato, en los liceos Fermín Toro y Andrés Bello, hasta el final de su vida, Virgilio Tosta desarrolló una notabilísima actividad literaria que le llevó a publicar centenares de artículos en diferentes periódicos y revistas, además de numerosos libros y folletos. Su incansable actividad investigativa le llevó a ser elegido como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia, a la que se incorporó el cinco de junio de 1963, ocupando el Sillón Letra Y, con la presentación del trabajo titulado Gestión de Fernando Miyares González en la Gobernación de Barinas (Tosta, 1963). Sin embargo, a Don Virgilio Tosta se le recordará sobre todo por su larga trayectoria como educador, la cual comenzó recién graduado de Bachiller, como “Profesor de Historia Universal y Castellano, desde 1945, en el Colegio ‘Sucre’, del doctor J. M. Núñez Ponte.” (Academia Nacional de la Historia, 1975, p. 16). La Escuela Militar y la Universidad Central de Venezuela también lo vieron pasar por sus aulas. Pero será el Instituto Pedagógico de Caracas, donde su actividad docente se prolongó por más de cincuenta años, la institución en la cual su magisterio resultará más fecundo. ¿Cuántos centenares de sus ex alumnos, y de ex alumnos de

16 aquéllos, estarán hoy multiplicando las enseñanzas del Maestro Virgilio Tosta a lo largo y ancho de Venezuela? “-Son más de ochenta años sobre estos dos palitos”, nos dijo deteniéndose un instante para descansar, mientras caminábamos por los pasillos de la Biblioteca, una de las últimas veces que hablamos personalmente con él, en el Pedagógico. Trabajador incansable. Caballeroso y cordial. Ameno y agudo conversador. Madrugador y puntualísimo. Luciendo su envidiable cabellera sin canas. Impecablemente trajeado de oscuro. Así recordaremos siempre a Don Virgilio Tosta. En el último párrafo de El Paludismo jugaba garrote en El Baúl, su autor remata: El lector dispone de varias fórmulas, que puede emplear al concluir la lectura de este capítulo (…) Puede decir que (…) me vaya a escribir libros al carrizo. O al carajo, que es lo mismo. Allá nos veremos, lector amigo. (p. 227). En nuestro caso, al concluir la lectura de aquellos capítulos, emprendimos ciertamente dos viajes, con el mismo rumbo. Por tierras de Cojedes y de Barinas. Tras la huella de Virgilio Tosta.

Figuras

Figura 01. Sector noreste del pueblo de El Baúl. En la parte superior izquierda de la imagen se aprecia el meandro del río Cojedes sobre el que confluye el río Tinaco. A la derecha, paralela a los ríos, se observa la carretera nacional, bordeada por los cerros de San Miguel. (El norte está hacia la parte superior. Fuente: Google Earth)

17

Figura 02. Ruinas de la llamada Casa de Alto, construida en 1863 para albergar la aduana. La fachada se encuentra sobre la calle Bolívar de El Baúl. En ella vivió varios años Virgilio Tosta, con sus padres y hermanos, desde su llegada de Guadarrama en 1930. El fondo de la casa daba hacia la calle paralela al río Cojedes, la cual se aprecia en la imagen de la figura 01. (Foto: SFP. 2007).

Figura 03. Vista parcial del pueblo de El Baúl y del paisaje circundante, desde el cerro El Calvario. Al fondo (hacia el norte) se observan los relieves del denominado arco de El Baúl, en el cual afloran rocas paleozoicas. (Foto: SFP. 2007).

18

Figura 04. Confluencia de los ríos Cojedes y Portuguesa (izq.). Al igual que a lo largo del Orinoco y del Apure, a través de este sistema fluvial se desarrolló un activo comercio que declinó rápidamente durante la década de 1930. (Vista hacia el norte. Foto: SFP. 2007).

Figura 05. Calle de Guadarrama, a orillas del Portuguesa. A la derecha, entre los árboles, se aprecia un recodo del río. Sobre esta calle se encontraba ubicada la casa natal de Virgilio Tosta. (Vista hacia el norte. Foto: SFP. 2007).

19

Figura 06. En Guadarrama. Tomás junto con los profesores Orlando González (izq.) y Reynaldo Gil. Atrás, el río Portuguesa. (Foto: SFP. 2007).

Referencias Academia Nacional de la Historia. (1975). Virgilio Tosta. Colección Bibliográfica No. 3 Caracas: Autor Berti, A. L. (1997). Arnoldo Gabaldón. Testimonios sobre una vida al servicio de la gente. Caracas: Congreso de la República de Venezuela. Briceño de Bermúdez, T. (1993). Comercio por los ríos Orinoco y Apure en la segunda mitad del siglo XIX. Caracas: Fondo Editorial Tropykos. Calzadilla V., F. (Ed. 2006). Por los llanos de Apure. Caracas: Vásquez & Asociados), Cortés, S. R. (1975). Presentación. En: Virgilio Tosta, pp. 11-13, Colección Bibliográfica. Caracas: Academia Nacional de la Historia. Foghin P., S. (2007). Departamento de Geografía e Historia IPC: balance de ganancias y pérdidas 1971-2006. En: Vicerrectorado de Investigación y Postgrado UPEL (Comp.), 60 Aniversario. Departamento de Geografía e Historia. Instituto Pedagógico de Caracas. (pp. 77-90). Caracas: Autor. Gallegos, R. (Ed. 1972). Cantaclaro. Caracas: Monte Ávila Editores.

20 Gallegos, R. (Ed. 2005). Doña Bárbara. Caracas: Biblioteca Ayacucho. González G., L. (2002). Para una teoría de la Microhistoria. En: A. Medina R. (Comp.) Lecturas de Historia Regional y Local (pp. 9-16). Caracas: Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Humboldt, A. (Ed.1985). Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente. Tomo IV. Caracas: Monte Ávila Editores. Lizcano, J. (1950) Folklore y Cultura. Nuestra Tierra. Caracas: Editorial Ávila Gráfica. Macfarlane B., F. y White, D. (1982). Historia natural de la enfermedad infecciosa. Madrid: Alianza Editorial. Medina R., A. (2002). Historia Regional y Local. En: A. Medina R. (Comp.) Lecturas de Historia Regional y Local (pp. 17-22). Caracas: Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Otero S., M. (Ed. 2001). Casas Muertas. Caracas: El Nacional. Pardo, I. (Ed. 2007). Esta Tierra de Gracia. Caracas: Monte Ávila Editores. Schnell, S. (1958). Mi Libro Tercero. Enciclopedia Escolar para el Segundo y Tercer Grado. Caracas: Santiago Schnell Editor. Straka, T. (2003). Luis González González: microhistoria y mágica realidad. Tierra Firme. 21(84): 435-448. Tosta, V. (1952). Apuntes de Sociología. Caracas: Tipografía Garrido. Tosta, V. (1963). Gestión de Fernando Miyares González en la Gobernación de Barinas. (Discurso de incorporación como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia). [Documento en línea]. Disponible: http://www.anhvenezuela.org /pdf/discursos/dis52.pdf. [Consulta: 2010, Febrero 14]. Tosta, V. (1967). Manual de Sociología. 6ª ed. Caracas: Editorial Sucre. Tosta, V. (1980). Familias, cabildos y vecinos de la antigua Barinas. Colecc. El Libro Menor, Caracas: Academia de la Historia. Tosta, V. (2004). El paludismo jugaba garrote en El Baúl. Caracas: s. n. Urriola, J. S. (1985). Constancia de Guanare. Caracas: Ediciones Centauro. Vila, P. (1980). El Obispo Martí. Tomo I. Caracas: UCV. Vila, P. (1981). El Obispo Martí. Tomo II. Caracas: UCV.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.