División sexual del trabajo e identidades de género, algunas aproximaciones desde la economía. Retomando un debate inconcluso

June 28, 2017 | Autor: N. Flores Garrido | Categoría: Feminist Economics
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Descripción

Equilibrio Económico. Revista de Economía, Política y Sociedad, Año XII, Vol. 7 No. 2, pp. 187-223 Segundo Semestre de 2011

División sexual del trabajo e identidades de género, algunas aproximaciones desde la economía. Retomando un debate inconcluso Natalia Flores Garrido* Resumen En el presente artículo se retoma el debate existente al interior de la ciencia económica sobre el trabajo de reproducción y cuidados, históricamente asignado a las mujeres, y su relación con las condiciones sociohistóricas de acumulación prevalecientes a nivel estructural. El énfasis, sin embargo, es analizar la participación diferenciada de las *Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México [email protected] u.mx

mujeres en los ámbitos productivo y reproductivo de acuerdo con distintos ejes identitarios que, aunque relacionados con el orden económico, no siempre tienen sus orígenes en éste. Reconocer las diferencias intragenéricas se revela así como un ejercicio útil en el análisis científico y político en la búsqueda por la equidad de género. Abstract This work revisits the debate lying in the economic science concerning the reproductive and care work, historically assigned to women, and its relation to the socio-historical conditions of accumulation prevailing on a structural level. The emphasis, however, is on analyzing the differentiated participation of women within the productive and reproductive spheres according to different identity axes that, despite being related to the economic order, do not always have their roots on it. To recognize the intra-generic differences is revealed, in this way, as a useful exercise inside the political and scientific analysis in order to achieve gender equity.

Palabras clave: trabajo de reproducción y de cuidados, doble presencia femenina, uso del tiempo Clasificación JEL: B54, J16, J17 Recibido el 4 de julio de 2011, Aceptado el 25 de octubre de 2011.

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Introducción El título de este artículo hace referencia al debate sobre el papel del trabajo doméstico realizado en el ámbito privado y familiar de las mujeres, y su interrelación con el sistema económico. Como veremos posteriormente, las discusiones sobre este tópico han sido prolíficas dentro de la economía feminista o con perspectiva de género. He querido retomar este tema en el actual contexto de crisis económica y bajo crecimiento en nuestro país, con el fin de analizar de qué forma estas características estructurales inciden en las actividades de las mujeres. Para ello, se analizan estadísticas sobre la asignación del tiempo de las mujeres entre el trabajo reproductivo y de cuidados, y el trabajo orientado al mercado laboral en los años 2007 y 2009. Sin embargo, mi interés no es únicamente interpretar estas tendencias estadísticas, sino plantear una propuesta teórica basada en el concepto de posicionalidad social de las mujeres, y su incidencia tanto en las identidades femeninas, como en la forma en que éstas configuran las formas de trabajo de las mujeres, y son al mismo tiempo configuradas por éstas en una relación dialéctica y de constitución mutua. Para ello, inicio con una breve descripción de los principales marcos que han teorizado sobre la división sexual del trabajo dentro de la ciencia económica. Posteriormente, se analiza y cuestiona la forma en que estas teorías han conceptualizado a la mujer, tomándola como una categoría establecida y aproblemática. Una vez planteados estos cuestionamientos, se presenta una propuesta de reconocimiento teórico y analítico de las diferencias intragenéricas en un marco de posicionalidad. Para ilustrar esto, se hace el análisis de la doble

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presencia de las mujeres en los ámbitos público y privado, centrándome principalmente en las mujeres ocupadas, y analizando sus diferencias de acuerdo con la posición en la ocupación, posición en la familia y nivel de ingresos. Finalmente, se presentan las conclusiones preliminares de este análisis, que constituye una primera aproximación de investigación como parte de un proyecto más amplio en el que se continúa trabajando. I.

La división sexual del trabajo desde la economía: los enemigos de las mujeres

Cuando se habla de división sexual del trabajo, aludimos a una forma de organización social que diseña distintos tipos de trabajos para distintos tipos de personas; en el caso específico de la diferencia entre hombres y mujeres, se realiza esta diferenciación en las actividades con base en los atributos sexuales y reproductivos de los cuerpos, pero también y sobre todo con un sustento ideológico patriarcal. La división sexual del trabajo se presenta en nuestras civilizaciones androcéntricas como un hecho neutral, se recurre a la biología y la naturaleza para explicarla, y a la idea de complementariedad para su justificación social. Sin embargo, uno de los principales planteamientos del feminismo ha sido justamente cuestionar todas estas formas de organización social que aparecen como ―naturales‖, pero que son constructos socioculturales que distribuyen el poder en una forma desigual, en perjuicio de las mujeres. En el caso específico de la división sexual del trabajo, a pesar de que el trabajo de hombres y de mujeres se presenta como complementario dentro de un contexto de familia nuclear heterosexual, en realidad la relación entre

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ambas actividades es jerárquica: el trabajo de las mujeres, realizado mayormente en el ámbito privado y sin remuneración a cambio 7, no sólo implica una diferencia en las formas de trabajar, sino también en la posición social y en la autonomía, al definirse a las mujeres amas de casa de tiempo completo como dependientes del salario familiar recibido por el varón. Por ello, resulta fácil entender por qué para la teorización y actuación feminista, cuestionar y deconstruir esta división ha sido uno de los objetivos principales. Es así como desde diversas disciplinas se ha teorizado sobre el trabajo de las mujeres, con el fin de construir marcos analíticos que permitan incorporar la categoría de ―trabajo reproductivo‖ con sus especificidades sociohistóricas y económicas concretas, y no solamente en oposición al concepto de ―trabajo‖ distribuido mediante el mecanismo del mercado. Aunque esta discusión ha sido interdisciplinaria (especialmente en las décadas más recientes), quisiéramos ahora enfocarnos en lo que sobre este tópico se ha discutido en la ciencia económica. I.1.

¿Quién es el enemigo principal? El debate en la década de los 60’s y 70’s

Dentro de la economía, la reflexión sobre el trabajo doméstico y la división sexual del trabajo ha guardado una estrecha relación con los paradigmas dominantes. Si bien el marxismo nunca se posicionó como un paradigma claramente hegemónico al interior de la ciencia económica, durante buena parte del siglo anterior fue un referente clave para el desarrollo de análisis, investigaciones y propuestas desde una perspectiva crítica.

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En México cerca del 60 por ciento de las mujeres en edad laboral no pertenecen a la población económicamente activa; de ellas, más del 90 por ciento son amas de casa (Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 2009)

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Para las académicas feministas que, recién en la década de 1970, empezaban a ganar reconocimiento científico en los campos de ―estudios sobre mujeres‖, teorizar la división sexual del trabajo desde un marco marxista parecía una alternativa necesaria no sólo dentro de las principales discusiones de las comunidades epistémicas, sino también con un claro propósito político: esclarecer y argumentar por qué las mujeres deberían unirse a la lucha socialista en su búsqueda de la eliminación de todo tipo de desigualdades sociales. El debate entonces se orientó al entendimiento de la relación entre el trabajo doméstico de las mujeres y el sistema capitalista. Así, retomando a Engels, se propuso que el capitalismo había de hecho creado la división sexual del trabajo al privatizar las actividades referentes al cuidado y la reproducción, en un marco de familia nuclear heterosexual que era a la vez una de las piezas fundantes del modo de producción capitalista. Esta interpretación más ortodoxa fue posteriormente cuestionada por teóricas como Heidi Hartman (1979) y Antoine Artous (1996) entre otras, quienes argumentaron que la reclusión de las mujeres en el ámbito privado y familiar, no obedecía únicamente a la lógica de acumulación capitalista, sino también a una lógica particular que regulaba las relaciones entre los géneros: el patriarcado. Esta teoría de los sistemas duales sugiere que, pese a que ambos se rigen por distintos propósitos, coinciden en la creación de formaciones sociales en las que las mujeres se encuentran en posiciones de desigualdad. Otra de las críticas a la postura marxista más ortodoxa fue la realizada por autoras como Christine Delphy (1982) y John Harrison (1975) quienes intentaron extender las categorías analíticas del marxismo al trabajo doméstico. Delphy concluye que el ―enemigo principal‖ de las mujeres no era el capitalismo, sino los hombres, puesto que ―los maridos explotan el

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trabajo de las mujeres y esto les convierte en sus opresores de clase‖ (Maxine Molyneux, 1994: 177). En este mismo tenor, para Harrison el trabajo doméstico es un modo de producción subsidiario, es decir, que ―(es un) modo creado o cooptado por el modo dominante para cumplir ciertas funciones dentro del sistema económico y social‖ (Molyneux, 1994: 120). Este

tipo

de

argumentos

implicaban

una

serie

de

complicaciones

conceptuales, señaladas ampliamente por autoras como Maxine Molyneux (1994) y Cristina Carrasco (2006), entre otras. Así, poco a poco el debate sobre el trabajo doméstico con referencias marxistas fue aproximándose a argumentos cada vez más economicistas, en un lenguaje críptico que dificultaba su comprensión y su articulación con otras ciencias sociales, y que a menudo planteaba la relación entre trabajo doméstico y capitalismo en reducidos términos funcionalistas. En palabras de Cristina Carrasco, ―este debate se presenta en términos generales como bastante estéril y muchas de las cuestiones ahí discutidas se abandonaron sin llegar a posiciones comunes‖ (2006, 12). Pese a ello, los referentes marxistas para analizar la división sexual del trabajo y la relación de ésta con el capitalismo, iniciaron una serie de rupturas epistemológicas con la ciencia económica, que previamente se había negado al reconocimiento del trabajo doméstico como ―trabajo‖, argumentando que, al no pasar por el mercado, no era productivo ni tenía por qué ser analizado por la economía. Como sabemos, el conocimiento en las ciencias sociales se construye por medio de un ejercicio constante de cuestionamiento y argumentación. Es por eso que aunque este debate marxista no haya conducido a demasiadas conclusiones y punto finales sobre el tema, tuvo importantes aportaciones,

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especialmente en lo referido al reconocimiento de las diferencias de poder entre hombres y mujeres enraizadas en un sistema concreto de producción, distribución y consumo, así como en la visibilización del trabajo doméstico como una categoría claramente económica y que, por tanto, debería estar entre los temas de interés de la ciencia. I.2.

La escuela neoclásica y el trabajo doméstico…. ¿existe algún enemigo?

Ante algunos de los cuestionamientos feministas sobre la categoría de ―trabajo‖, el paradigma neoclásico centrado en la acción racional de los agentes económicos, respondió con la teoría de la nueva economía doméstica, desarrollada por Gary Becker en los inicios de la década de 1980. Para este autor, las familias son unidades de producción y consumo integradas por distintos agentes económicos, que funcionan en el ámbito público como un agente integrado y armónico que distribuye sus recursos de forma racional. Teniendo en mente una idea de hogar como sinónimo de familia nuclear heterosexual, Becker argumenta que cada miembro tiene una dotación de recursos distinta, neutral y un tanto azarosa, ya que la naturaleza es quien en última instancia ha decidido de antemano las capacidades y recursos de los miembros del hogar de acuerdo con su condición etaria y de género. Estos recursos deben asignarse de forma diferenciada al trabajo productivo y al de reproducción. De igual forma, la remuneración recibida en el mercado laboral debe distribuirse entre los distintos deseos y necesidades de los miembros del hogar. Puesto que es imposible agregar las funciones de utilidad individuales de los integrantes de la familia (imposibilidad derivada del teorema de Arrow), la familia como un todo actúa de forma racional integrando las funciones de

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utilidad en la función individual del padre jefe de familia, quien contempla en su bienestar personal el bienestar de cada uno de sus familiares. Es así como es racional, en términos económicos, que las mujeres - por las ventajas comparativas que su cuerpo les otorga – dediquen una mayor parte de su tiempo a los trabajo reproductivos; se argumenta que son más diestras y productivas en este tipo de actividades, y también que su dedicación al trabajo productivo remunerado, al tener un ingreso menor al de los varones, es una asignación ineficiente del tiempo. Esta propuesta teórica realiza una incorporación de ciertos tópicos feministas al paradigma dominante en la economía. Por una parte, otorga a las actividades domésticas el reconocimiento como trabajo, a pesar de que no se distribuye mediante el mercado. Con esto, se reconoce que en efecto hay interacciones entre la esfera privada y familiar, y la esfera productiva laboral. De igual forma, el tiempo se valora como un recurso económico cuya distribución incide en el bienestar de las personas; es por ello que la teorización en cuanto a su asignación se convierte en un tema de interés para la economía, en lugar de darlo por sentado como hacen las teorías más ortodoxas. Ello, sin embargo, no exime a la nueva economía doméstica de ciertas debilidades conceptuales y, sobre todo, de la crítica feminista hacia su legitimación del status quo, y su nulo cuestionamiento de la división sexual del trabajo. En este marco analítico se invisibilizan los conflictos al interior del hogar, y se elimina el tema de la desigual distribución del poder entre hombres y

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mujeres. Es por esto que los análisis que parten desde esta perspectiva no pueden ser reconocidos como feministas. Por el contrario, representan un retroceso en los avances del movimiento de las mujeres dentro de los marcos epistémicos dominantes. Mientras en el acápite anterior vimos que gran parte del debate marxista sobre la división sexual del trabajo se centró en identificar al ―enemigo principal‖ de las mujeres, en la nueva economía doméstica el tema se da por concluido: las mujeres no tienen ningún enemigo más allá de las restricciones impuestas por los recursos escasos. I.3.

Economía feminista: el enemigo camaleónico

El mundo se ha transformado en más de un sentido desde el inicio de la teorización feminista en las ciencias sociales. El sistema económico actual sigue, por supuesto, siendo capitalista (y no sólo eso, sino que el juego de poder discursivo se ha desplazado de tal forma que el capitalismo parece un escenario omniabarcador e incuestionable tras la caída de la URSS en 1991). Sin embargo, este modo de producción ha cambiado algunas de sus formas y prácticas en un contexto de globalización y hegemonía del discurso democrático liberal. El

mercado

laboral

es

uno

de

los

escenarios

en

los

que

estas

transformaciones se hacen más evidentes. Así, la participación de las mujeres en el trabajo productivo remunerado ha sido creciente en todo los países de América Latina, tendencia especialmente pronunciada desde las décadas de 1980 y 1990, cuando inicia en esta región el cambio de modelo de crecimiento económico, desde un Estado de bienestar a una economía centrada en las libres fuerzas del mercado. Esta incorporación de las mujeres obedece a múltiples razones, entre las que se pueden mencionar la terciarización en la economía latinoamericana, que

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favorece la inserción de la mano de obra femenina en sectores específicos; los incrementos en los niveles educativos de las mujeres, que propician trayectorias laborales más estables y menos ligadas a la maternidad, y la precarización de los salarios, que imposibilita la subsistencia familiar únicamente con el salario masculino. Estos cambios en el sistema económico han sido moldeados por el sistema de género y, al mismo tiempo, han transformado las relaciones entre hombres y mujeres y las condiciones de vida materiales y subjetivas de ambos. Es por ello que el análisis de la participación de las mujeres en el mercado laboral y de su participación económica mediante el trabajo doméstico familiar (reproductivo y de cuidados) se vuelve un tópico sobre el que considero necesario reflexionar, reabrir un debate que ha quedado persistentemente inconcluso. Pues bien, no se busca ni se pretende encontrar el argumento que le ponga punto final, pero sí reincluir el trabajo de las mujeres como uno de los temas principales de la ciencia económica. La economía feminista toma nuevos bríos ante estos cambios globales. Por una parte, se regresa a los cuestionamientos epistemológicos ya planteados desde los debates de las décadas de 1960 y 70, para criticar una forma androcéntrica de construir conocimiento y que, como tal, deja fuera de sus principales temas de investigación y análisis aquello referido a las mujeres. Por otra parte, se retoma la dimensión política en la que evidentemente se encuentra cualquier tipo de argumentación referida a la división sexual del trabajo, y se empiezan a cuestionar los discursos democráticos liberales que intentan instituir el derecho a la participación laboral de las mujeres, sin que ello vaya acompañado de una reorganización del sistema productivo y

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una confrontación con un mercado laboral cada vez más precario y opresivo para el total de la población trabajadora y, especialmente, para las mujeres. A esto hay que añadir que el cambio en el modelo de desarrollo económico desde la idea de un Estado de bienestar a la idea de un Estado mínimo cuya principal responsabilidad es corregir las fallas del mercado, ha provocado cambios en las formas de organización y distribución del trabajo reproductivo y de cuidados. Las políticas públicas de seguridad social han disminuido drásticamente, y con ello se ha dado paso a una privatización creciente de este tipo de actividades. Esto, por supuesto, tiene importantes consecuencias en la vida de las mujeres. Por una parte, crea un nicho de mercado para trabajadoras de cuidados y, por otra, acentúa las cargas de trabajo no pagado para quienes no cuentan con los recursos necesarios para transferir este tipo de actividades al mercado. Las ―fallas‖ del mercado se resuelven recurriendo al parche favorito del sistema económico: el tiempo de las mujeres. Ante estos fenómenos relativamente nuevos que crean nuevas formas de desigualdad y acentúan las ya existentes, la economía feminista se presenta como una corriente de pensamiento crítico que intenta elaborar marcos de interpretación complejos que superen el binarismo masculino – femenino, productivo – reproductivo. Uno de estos ejemplos lo encontramos en la propuesta de Carrasco (1991) quien partiendo del enfoque de las capacidades desarrollado por Amartya Sen, sugiere que la economía debe replantear algunos de sus objetivos tradicionales, para incorporar una perspectiva centrada en la reproducción de la vida, el bienestar y la salud de las personas. Carrasco, al igual que otras autoras (Benería 1981, Picchio 1992,), critican fuertemente el paradigma neoclásico desde una perspectiva ética, política y feminista. En este sentido, deberían abandonarse las metas más ortodoxas

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del sistema económico, relacionadas con el crecimiento y la competitividad, para ser reemplazadas por metas como el desarrollo con perspectiva de género. Los salarios también deben reincorporarse a la discusión no en tanto un factor más de producción cuya principal característica sea la competitividad; por el contrario, el trabajo debe evaluarse y conceptualizarse como una práctica social (no como un factor de producción) que incide en el bienestar y la subjetividad de las personas y que, por tanto, debe ser retribuido en términos justos que permitan la existencia de una sociedad libre que subsista en condiciones dignas y aceptables desde una perspectiva ética. Con esto no pretendo decir que la economía feminista sea una corriente homogénea y única. Por el contrario, las académicas que se adscriben a esta línea de pensamiento teorizan desde posturas muy diferentes tanto científicas como políticas. Sin embargo, todas ellas coinciden en cuestionar los marcos de interpretación existentes por su androcentrismo y exclusión. Más allá de las divergencias que se presentan entre las autoras, sus argumentos convergen al tratar de transformar la ciencia económica (y con ello también

el sistema

económico)

para hacerla

más incluyente,

democrática, y someterla a cuestionamientos epistemológicos, políticos y éticos. En este contexto, los ―enemigos‖ de las mujeres aparecen mucho más difusos y menos identificables. Sin embargo, el avance en el pensamiento complejo dentro de la economía feminista, hace que ya no se busquen interpretaciones monocausales y omnicomprensivas. Por el contrario, se reconoce que en la actual fase histórica del desarrollo capitalista, los fenómenos sociales se presentan para las mujeres en la forma de ―enemigos camaleónicos‖ que todo el tiempo están cambiando de forma, de color, de

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discurso. Enemigos que en ocasiones se aparecen como nuestros amigos, enemigos que también pueden aliarse en luchas y objetivos específicos compartidos. Por supuesto, son más difíciles de identificar y de teorizar. Pero su visibilización es, también, mas interesante y urgente. En este ejercicio de construcción de nuevas teorías, la interdisciplinariedad juega un papel fundamental. Los estudios de género en las ciencias sociales se han desarrollado de manera creciente desde la década de 1970 en prácticamente todas las áreas de conocimiento. Esto nos ha llevado a la comprensión de que el género es una organización transversal que, por lo tanto, para su teorización implica la reflexión desde diversas disciplinas. Qué tendría que ver esto con el tema que aquí nos ocupa es lo que desarrollaremos en el siguiente apartado. II.

División sexual del trabajo: el lugar de la mujer

La división sexual del trabajo más tradicional, que sitúa a las mujeres en el espacio privado y reproductivo se configuró, más allá de las diferencias sexuales, con base en argumentos androcéntricos y patriarcales. La Mujer, incapaz de pensar — según los fundadores de la civilización occidental — estaría dominada por sus instintos reproductivos, por su útero, siendo así excluida de las características que conforman al sujeto principal de nuestra civilización: la capacidad de razón y autonomía (Serret, 2002). La división sexual del trabajo no es entonces sólo una diferenciación de actividades, es una subestructura del orden de género (Connell, 1987) que posiciona socialmente las diferencias construidas y reforzadas a través de las prácticas. Más allá de que esta diferenciación evidentemente tiene una relación específica con los modos de producción (en el contexto actual con el capitalismo global), tiene también raíces que se remontan hasta los sucesos que han configurado nuestras sociedad actuales: la supremacía de la razón y su identificación con los hombres, la idea de que la naturaleza es

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algo salvaje, incomprensible y que debe ser dominado; en definitiva, la expulsión de las mujeres de los reclamos ilustrados y su consiguiente relación conflictiva con la democracia liberal. Todos estos argumentos de exclusión han sido construidos teniendo en mente una idea de mujer como sujeto homogéneo que pertenece a un genérico indiscernible. Según lo explica Celia Amorós: “para las mujeres el espacio de las idénticas se identifica con el espacio de lo privado porque, en razón de las tareas mismas a las que históricamente se las ha condicionado, al estar en un espacio de no relevancia están condenadas a la indescernibilidad, no tienen por qué tener un sello propio, no tienen por qué marcar un ubi diferencial, susceptibe de ser valorado de acuerdo con grados: es, por lo tanto, un espacio de indiferenciación. Es lo indefinido per se, el genérico por excelencia” (Amorós, 1994:28)

Todos estos argumentos ideológicos que representan la base de la división sexual del trabajo han sido, por supuesto, ampliamente cuestionados… pero no por la economía. En la muy breve introducción presentada en el acápite anterior se puede observar que hay una aparente invisibilidad de esta discusión. Pareciera que la economía deja el trabajo de definir y discutir a La Mujer, para centrarse en la interacción de ésta con el sistema de producción. Los debates al interior de la ciencia económica sobre la división sexual del trabajo se ubican entre un materialismo radical (que define a la mujer de acuerdo exclusivamente con su papel en la reproducción económica), y un biologismo un tanto anacrónico, como en el caso de la Nueva Economía Doméstica, que alude en última instancia a las diferencias corporales para

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explicar la diferenciación en tareas (aunque, por supuesto, no discute la diferenciación jerárquica que existe entre las actividades de hombres y mujeres). Así, la discusión dentro de la economía se ha centrado más bien en identificar y analizar la relación del trabajo doméstico con el capitalismo, así como los efectos del capitalismo sobre la vida de las mujeres, concretados en fenómenos como la doble (o triple) jornada laboral, la desigualdad en los salarios y la segregación ocupacional, entre otros. Es claro que la identificación y teorización de estos fenómenos resulta de gran importancia para explicar cuál es y cómo funciona la base material de la desigualdad de género, sin embargo, me parece que este aparente desfase en los temas de la economía con el resto de las ciencias sociales restringe el alcance de las investigaciones que, aunque presentan datos empíricos muy valiosos cuya importancia es insoslayable, limitan su aporte en la discusión teórica sobre la identidad femenina. Es así como en las posturas antes presentadas se mantiene una noción de La Mujer y se busca su relación con la división del trabajo. En el caso del debate proveniente de los marcos de análisis marxistas, las mujeres somos una categoría homogénea, unida e identificable por la posición en que nos ha situado (a todas) el capitalismo. Al compartir esta posición de subordinación enraizada bien en el surgimiento de la propiedad privada, o bien en la cooperación de ésta con al patriarcado, podemos unirnos todas en una lucha y frente común. En el caso de las propuestas de Delphy (1982) y Harrison (1975), las mujeres integramos una clase social que, como tal, tiene intereses comunes y un enemigo al que combatir, ya sea a los hombres que se apropian de nuestra

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fuerza de trabajo gratuita, o al capitalismo que nos coloca en un lugar de profunda explotación de acuerdo con su interés de acumulación (las mujeres, entonces, somos conceptualizadas como ―ejército industrial de reserva‖, ―mano de obra de segunda categoría‖, subsidiarias en el proceso de producción, etcétera). Pese a que parte de un paradigma completamente distinto, la nueva economía doméstica comparte con la teorización marxista la noción de una identidad estable de Mujer. Sólo de ésta manera podría explicarse por qué, a pesar de las diferencias entre mujeres, la racionalidad de sus acciones se orienta en la misma dirección: una distribución desigual de su tiempo, favoreciendo a las tareas reproductivas y de cuidados. Esta racionalidad compartida por el genérico femenino se sostiene, en última instancia, en las semejanzas corporales que como mujeres compartimos: todas tenemos un útero, una vagina y unos pechos que producen leche. La naturaleza nos ha hermanado al dotarnos de los mismos recursos, por lo que no debería sorprendernos la similitud de nuestras elecciones racionales. Al contrastar las nociones sobre la identidad femenina presentes en los debates de la economía con lo que sobre el mismo tópico se discute en la sociología y la filosofía, encontramos diferencias notables y significativas. Tal parece que los economistas aún no nos enteramos de que La Mujer ha dejado de existir. Este proceso de transformación y cuestionamiento a la identidad de La Mujer, inicia ya desde principios de la década de 1980 con la emergencia de nuevos grupos que reclamaban su constitución como sujetos políticos. Dentro del feminismo, la voz de las feministas negras se alza contundente para cuestionar la construcción de la categoría de ―mujer‖ desde una posición blanca, occidental e ilustrada que teorizaba las desigualdades desde un

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punto de vista situado y por tanto particular, tratando de imponerlo al resto de las mujeres. Desde entonces las voces que se alzan reclamando su especificidad dentro del grupo ―mujeres‖ han sido crecientes: mujeres pobres, indígenas, lesbianas, transexuales, madres sin pareja, jefas de hogar, etcétera. La multiplicidad de condiciones dentro de la ―condición femenina‖ obliga a repensar los conceptos de los que se ha valido la teoría feminista, introducir estas diferencias no sólo como una variable más, sino avanzar en la construcción de un pensamiento complejo que sea capaz de incorporar estos ejes identitarios en nuevas categorías. Al tratar de unir ambos debates (sobre la identidad femenina y sobre la división sexual del trabajo) lo primero que aparece claramente es que ambas discusiones contienen una innegable dimensión política. Nuevamente remitiéndonos a los ejemplos mencionados en el primer apartado, podemos entender que tanto la perspectiva marxista como la neoclásica construyen una categoría de Mujer en la búsqueda de propósitos políticos; en el primer caso incorporar a las mujeres a la lucha socialista, mientras que en el segundo legitimar el capitalismo y presentar al mercado como un escenario neutral en el que los y las actoras sociales eligen libremente entre las opciones que tienen disponibles. Por esto, creemos que retomar el debate sobre la división sexual del trabajo es una tarea necesaria en el contexto actual, pero que en esta tarea debemos avanzar y explicitar la concepción de Mujer o mujeres que subyace al análisis económico. Considerar los argumentos provenientes de la sociología y la filosofía sobre las identidades femeninas puede enriquecer considerablemente las propuestas y análisis desde la economía en general, y sobre la división sexual del trabajo en particular. Se busca entonces construir análisis más concretos, dejar de hablar de ―el trabajo de las

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mujeres‖, para hablar dentro de una política de ubicación que todo el tiempo sea consciente de cuándo, dónde y bajo qué condiciones se presenta la subordinación y explotación económica de las mujeres. Marx y Engels afirmaron que la opresión de las mujeres terminaría cuando se proletizaran y se unieran a la lucha de clases. Muchos años después, Antoine Artous (1996) criticaría esta afirmación diciendo que ambos autores pasaron por alto el hecho de que las mujeres se proletarizan como mujeres y que por tanto su unión al movimiento obrero no estaba exenta de tensiones y demandas propias. Quisiera afirmar ahora, además, que las mujeres no sólo se proletarizan como mujeres, sino también como mujeres blancas, o negras, o indígenas, o jefas de familia, o esposas, o hijas, o profesionistas, o trabajadoras por cuenta propia, etcétera, y que todas estas categorías identitarias delimitan la forma que tomará la doble presencia de las mujeres en los ámbitos privado y público. Si partimos de la idea de que el universo social es un conjunto de posiciones desde las que los sujetos interactúan con las estructuras sociales y con el resto de las personas, entonces habrá que señalar y analizar que ser mujer no es un atributo esencial metafísico, o anclado en la biología, sino que es una posición en el universo social que se cruza con otras características y que desde ahí impone ciertas prácticas, posibilita otras, y restringe algunas más. Vemos así que en las teorías económicas no se trata sólo de ―agregar mujeres y mezclar‖, pero tampoco de ―agregar características y mezclar‖ en las teorías que parten desde una perspectiva de género, como si se ajustaran dimensiones menores que pudieran ser analizadas por separado. La identidad no es una sumatoria de atributos (mujer + negra + profesionista + joven + …+

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n), sino más bien una compleja maraña de adjetivos que se conjugan en un ser simultáneo. El trabajo doméstico y extradoméstico, su relación con las vidas de las mujeres y sus formas de realización concretas son prácticas sociales situadas. Ésta es la importancia de analizar las diferencias intragenéricas, que es lo que, de manera inicial e introductoria, me he propuesto realizar en este artículo. III.

La doble presencia de las mujeres, caleidoscopio de desigualdades

Mi intención al profundizar en el debate sobre las diferencias entre mujeres es, por una parte, cuestionar la idea de que las mujeres somos una categoría estable que nos relacionamos de igual forma con el modo de producción. Por otra parte, estas diferencias intragenéricas dan lugar a manifestaciones diversas y variadas de la desigualdad de género. Es cierto que las mujeres como totalidad vivimos en condiciones de inequidad con nuestros pares varones, pero también es cierto que estas formas de opresión están siempre contextualizadas. Como una primera aproximación a esta propuesta de posicionalidad en el análisis de la división sexual del trabajo, he decidido analizar la distribución del tiempo entre horas dedicadas al trabajo extradoméstico y horas dedicadas al trabajo reproductivo y de cuidados entre mujeres ocupadas. En cuanto a la metodología empleada, se trata de un análisis totalmente descriptivo para los años 2007 y 2009. Al comparar las estadísticas seleccionadas en estos dos cortes temporales, un primer hallazgo es que éstas no varían sustancialmente entre ambos. Esto nos estaría hablando de que en México la relación entre trabajo productivo y reproductivo no se modifica sustancialmente por una situación económica coyuntural, que si

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bien puede afectar a las mujeres en términos de ocupación y nivel de empleo, no afecta radicalmente elementos estructurales de género, como las identidades en el trabajo. Aunado a esto, hay que señalar que la crisis económica de 2009 es una agudización de una tendencia que en nuestro país se había presentado desde años anteriores en los que el crecimiento económico era apenas perceptible. De esta forma la crisis, aunque no menos nociva, sí resulta menos palpable en las condiciones de vida de los ciudadanos. Para calcular el tiempo que las mujeres ocupadas dedican a realizar trabajo doméstico y trabajo extradoméstico se usaron datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. Dentro de ésta, hay un rubro específico en el que se pregunta a las entrevistadas cuántas horas semanales dedican a trabajar en el mercado laboral; para calcular las horas dedicadas al trabajo reproductivo y de cuidados se creó una variable que suma las horas semanales destinadas a ―cuidar sin pago a niños, ancianos, discapacitados u otras personas‖ y ―realizar sin pago los quehaceres del hogar‖. Es necesario señalar que la comparación entre estos datos puede no ser muy realista al hablarnos de las rutinas diarias de las mujeres ocupadas, ya que ambas preguntas se responden calculando las horas semanales, en total, sin desagregarse por día. Para este artículo se ha creado una variable diaria y después se ha agrupado la información en rangos, sin embargo, estos datos se distribuyen estadísticamente de forma homogénea a lo largo de los siete días de la semana, lo que imposibilita analizar las diferencias en la distribución del tiempo tomando en cuenta los días de descanso de las mujeres, en los que es probable que dediquen más tiempo a las tareas reproductivas y de cuidados. Sin embargo, dada la estructura de la encuesta, no es posible analizar estas tendencias.

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Los rubros en los que se observan estas diferencias en la distribución del tiempo son: posición en la ocupación, nivel de ingresos y posición en la familia, con la finalidad de hacer una primera exploración de la heterogeneidad de las mujeres y así analizar sus posiciones de género como determinadas por ejes derivados de la organización social y cultural, que al mismo tiempo se ven concretados en determinadas formas de participar en los distintos espacios del trabajo (doméstico y extradoméstico). III.1.

Doble presencia, característica que sí compartimos

Con el término de ―doble presencia‖, nos referimos a la participación de las mujeres en los ámbitos públicos y privado, característica que muchas de nosotras compartimos al participar en el mercado laboral, sin que ello signifique un deslinde de las actividades reproductivas y de cuidados realizadas al interior del hogar (Borderías y Carrasco, 1994). Esta condición de doble participación a menudo exige una reconfiguración no sólo en los tiempos de las mujeres, sino también en sus prácticas e identidades, ya que las lógicas y dinámicas de ambos espacios son diferentes y exigen un cambio constante en estas formas de hacer que se presentan como dicotómicas. Este tránsito constante entre dos espacios está plagado de tensiones que se traducen en las vidas de las mujeres en lo que Marcela Lagarde ha denominado ―identidades escindidas‖ (2006) y Mabel Burin ha conceptualizado como ―malestares de las mujeres‖ (1991). III.2.

Doble presencia según condición de actividad

Los datos revelan que el promedio de horas diarias dedicadas al trabajo reproductivo y de cuidados en las mujeres que pertenecen a la población económicamente activa es de 3.9 horas diarias, mientras que para las mujeres que no pertenecen a esta categoría es de 5.2 horas diarias. A esto hay que añadir que el promedio de horas diarias que las mujeres de la PEA

208 División sexual del trabajo e identidades de género…

dedican al trabajo extradoméstico es de 4.7, que evidentemente deben compatibilizar con las 3.9 dedicadas al trabajo doméstico. A medida que aumentan las horas dedicadas al trabajo fuera de casa, disminuyen las horas que se dedican al trabajo reproductivo; esto puede ser ejemplificado en la gráfica 1, que muestra la distribución de las mujeres de acuerdo con las horas diarias que dedican al trabajo doméstico, según su pertenencia o no a la PEA. Vemos así que un mayor porcentaje de las mujeres pertenecientes a la PEA se ubican en el rango de más de 2 y hasta 3 horas diarias, mientras que las mujeres de la PNEA tienen una tendencia más uniforme, en todo caso, su mayor presencia es en el rango de más de 5 y hasta 6 horas diarias. Las diferencias entre ambos grupos de mujeres es más pronunciada en los últimos rangos, en los que las mujeres de la PNEA mantienen una mayor participación. En este caso no pude hablarse de una doble presencia en el sentido estricto del

término,

ya

que

las

mujeres

que

son

clasificadas

como

no

económicamente activas únicamente participan en el ámbito privado (que, como argumentamos en las secciones previas, también tiene un componente económico). Sin embargo, consideramos importante presentar las diferencias entre ambos grupos puesto que así vemos de qué forma las mujeres de la PEA, mantienen su presencia en el ámbito privado y son, de esta forma, quienes con mayor agudeza deben enfrentar las contradicciones entre ambos espacios.

209 Flores Garrido

Grafica 1 Horas diarias dedicadas al trabajo reproductivo y de cuidados, según condición de actividad. Mujeres 2009.

25.0%

20.0%

15.0%

10.0%

Población económicam ente activa

5.0%

más de 10 horas diarias

más de 9 y hasta 10 horas diarias

más de 8 y hasta 9 horas diarias

más de 7 y hasta 8 horas diarias

más de 6 y hasta 7 horas diarias

más de 5 y hasta 6 horas diarias

más de 4 y hasta 5 horas diarias

más de 3 y hasta 4 horas diarias

más de 2 y hasta 3 horas diarias

más de 1 y hasta 2 horas diarias

hasta una hora diaria

.0%

Población no económicam ente activa

Fuente: Elaboración propia con datos del INEGI

Las primeras feministas que abrieron el debate sobre el trabajo doméstico, afirmaban que las mujeres deberían ser liberadas de éste por medio de su incorporación al trabajo productivo remunerado. No nos queda claro, sin embargo, hasta dónde la esclavitud de la línea de producción es mejor que la esclavitud del fregadero, y muchos menos hasta dónde es preferible que se compartan ambas esclavitudes.

210 División sexual del trabajo e identidades de género…

III.3.

Doble presencia según posición en la ocupación

Del total de las mujeres ocupadas, 64.5 por ciento son trabajadoras subordindas y remuneradas, 2.2 por ciento

se desempeñan como

empleadoras, 23.5 por ciento como trabajadoras por cuenta propia, y 9.3 por ciento como trabajadoras sin pago. Estas diversas formas de integrarse al mercado laboral inciden en la forma en que las mujeres organizan y distribuyen su tiempo entre la familia y el mercado, como lo presenta el cuadro 1. Cuadro 1. Doble presencia según posición en la ocupación, mujeres 2009 Promedio horas Promedio de diarias dedicadas horas diarias al trabajo dedicadas al reproductivo y de trabajo cuidados extradoméstico Trabajadores subordinados y remunerados

3.6

5.1

3.6

6.1

4.5

4.6

4.1

4.5

Empleadores Trabajadores por cuenta propia Trabajadores sin pago

Fuente: Elaboración propia con datos del INEGI

El cuadro 1 nos permite observar que tanto las trabajadoras subordinadas y remuneradas como las empleadoras, son en quienes hay una distribución del tiempo orientada mayormente al trabajo extradoméstico, tendencia que es más pronunciada en el caso de las últimas. En contrapartida, dedican en promedio una hora menos que las trabajadoras por cuenta propia y las trabajadoras sin pago a los trabajos reproductivos y de cuidados.

211 Flores Garrido

Por su parte, pareciera que quienes se emplean por cuenta propia y quienes trabajan sin pago, distribuyen el tiempo de forma similar, dedicando las mismas horas al trabajo dentro y fuera de casa. Estos datos refuerzan la discusión teórica previa, pues vemos que las mujeres participan en el trabajo extradoméstico de acuerdo con su identidad femenina, lo que hace que busquen formas de inserción laboral que les permitan cumplir al mismo tiempo con las responsabilidades socialmente asignadas de reproducción y cuidados. Una de estas alternativas es trabajar por cuenta propia, asociada normalmente al trabajo informal. Esto presentaría la ―ventaja‖ de que ellas puedan tener horarios más flexibles, e incluso trabajar desde sus casas o cerca de ellas. A pesar de estas diferencias, también es necesario mencionar que las mujeres ocupadas, independientemente de su posición en la ocupación, concentran un mayor porcentaje entre quienes dedican más de dos y hasta tres horas diarias, según se muestra en la gráfica 2. Se muestra que, incluso en el caso de las mujeres empleadoras (que son quienes más horas diarias en promedio trabajan fuera del hogar) la mayor concentración está en este rango. La gráfica 2 nos permite observar también que las trabajadoras por cuenta propia son quienes concentran un mayor porcentaje de mujeres en los rangos más altos de horas dedicadas al trabajo reproductivo y de cuidados, especialmente en los rangos de más de

tres y hasta siete horas diarias,

tendencia que es congruente con el argumento de posicionalidad. Quiero enfatizar que ambas características (posición en el empleo y horas dedicadas al trabajo reproductivo y de cuidados) no están siendo analizadas

212 División sexual del trabajo e identidades de género…

en esta investigación en términos de causalidad. Es decir, no se afirma que el dedicar más horas al trabajo de reproducción y de cuidados sea la causa de que las mujeres participen en el mercado laboral como trabajadoras por cuenta propia, ni viceversa. Lo que me interesa es, por el contrario, analizar las interrelaciones entre ambas características dentro de un marco de posicionalidad social. III.4.

Doble presencia según nivel de ingresos

El nivel de ingresos de las mujeres ocupadas es una variable importante para analizar su doble presencia, ya que una hipótesis inicial sería que conforme aumenta el ingreso se destinen menos horas a realizar el trabajo reproductivo y de cuidados, puesto que los recursos económicos permitirían a las mujeres ceder este tipo de tareas al mercado mediante, por ejemplo, la contratación de empleadas domésticas o de servicios de guardería, entre otras alternativas. Nuevamente en términos metodológicos debemos aclarar que el rango más elevado del nivel de ingresos que se presenta en la ENOE es ―más de 5 salarios mínimos‖, lo que no nos permite conocer la distribución del tiempo en una forma más desagregada. Tener estos datos nos permitiría probar con mayor contundencia nuestra hipótesis (la cesión de tareas reproductivas al mercado será más pronunciada en los niveles de ingreso más elevados). Sin embargo, a pesar de ello, no debemos pasar por alto el hecho de que únicamente el ocho por ciento de las mujeres ocupadas gana más de cinco salarios mínimos mensuales.

Fuente: Elaboración propia con datos del INEGI

más de 10 horas diarias

más de 9 y hasta 10 horas diarias

más de 8 y hasta 9 horas diarias

más de 7 y hasta 8 horas diarias

más de 6 y hasta 7 horas diarias

más de 5 y hasta 6 horas diarias

más de 4 y hasta 5 horas diarias

más de 3 y hasta 4 horas diarias

más de 2 y hasta 3 horas diarias

más de 1 y hasta 2 horas diarias

hasta una hora diaria

213

Flores Garrido

Horas dedicadas al trabajo reproductivo y de cuidados según posición en la ocupación. Mujeres, Gráfico 2

2009.

30.0%

25.0%

20.0%

15.0%

10.0%

5.0%

.0% Trabajadore s subordinad os y remunerad os Empleadore s

Trabajadore s por cuenta propia

214 División sexual del trabajo e identidades de género…

Es decir, en un contexto como el mexicano actual, en el que 92 por ciento de las mujeres que participan en el trabajo extradoméstico ganan menos de cinco salarios mínimos al mes8, es relativamente fácil imaginarse la limitación que esto supone para la contratación de servicios privados que se hagan cargo de las tareas de cuidados, por lo que las mujeres ocupadas deben resolver estas tensiones bien mediante estrategias en la organización de su tiempo, o a través de otras estrategias de apoyo como el parentesco y ciertas prácticas comunitarias. La diferencia que podría suponer el nivel de ingresos en la distribución del trabajo de las mujeres se ve así minimizada, puesto que la mayoría de ellas recibe un ingreso precario o insuficiente (53.6 por ciento de las mujeres ocupadas ganan hasta dos salarios mínimos mensuales 9). Esto es corroborado por la gráfica 3, en la que vemos que nuevamente el mayor porcentaje de mujeres se concentra en el rango de ―más de 2 y hasta 3 horas diarias dedicadas al TRC‖. También en esta gráfica observamos que las mujeres que ganan hasta un salario mínimo y las que no reciben ingresos son quienes con mayor frecuencia se ubican en los rangos de mayor número de horas dedicadas al trabajo de reproducción y cuidados, mientras que las mujeres con mayores ingresos disminuyen su presencia a partir de ―más de 2 y hasta 3 horas diarias‖. Vemos entonces que el nivel de ingresos incide de una forma negativa con las horas dedicadas al TRC, es decir, que a medida que aumenta se invierte la proporción en la doble presencia de las mujeres. 8

El salario mínimo mensual es en promedio a 58.21 pesos diarios; haciendo los cálculos correspondientes obtenemos que un ingreso de 5 salarios mínimos asciende a 8.731.5 pesos mensuales. 9 Es decir, hasta 3.492. 6 pesos al mes

215 Flores Garrido

Aunque estamos hablando de nivel de ingresos y no de clase social (término que tiene otras implicaciones conceptuales), este análisis nos ayuda a pensar que la jerarquía existente entre el TRC y las actividades en otros rubros no sólo se reparte entre hombres y mujeres, sino también entre mujeres que tienen ciertos recursos y posiciones (profesionistas, blancas, etc.) y las mujeres que se encuentran más abajo en la jerarquía social: inmigrantes rurales, indígenas, mujeres con baja escolaridad, etc. Así, cuando las mujeres somos confrontadas entre nosotras mismas con base en características que nos posicionan en un lugar distinto y privilegiado del universo social, se hace evidente que nuestras diferencias pueden incluso llegar a ser más significativas que las diferencias de género. Esta es una línea sobre la que habrá de avanzarse en la investigación, para identificar hasta dónde es posible entonces que nos unamos en frentes comunes capaces de discutir si existe el ―bien de todas‖, y cómo podríamos obtenerlo. III.5.

Doble presencia según posición en la familia

Finalmente, analicemos ahora de qué forma difiere la doble participación de las mujeres de acuerdo con la composición de sus hogares y la posición que ocupan dentro de éstos. Para lo anterior, se crearon tres categorías de parentesco: jefas de familia, compañeras

(independientemente

del

status

legal)

e

hijas

10

(independientemente del status legal) . La gráfica 4 nos presenta el promedio de horas dedicadas a ambos tipos de trabajo en las mujeres ocupadas, según estas categorías de posición en la familia. Observamos que las mujeres que son pareja del jefe de hogar tienen una igual distribución entre las horas (en promedio) que dedican a su 10

En la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, el estatus legal se presenta desagregado en la codificación de las respuestas sobre parentesco (¿qué relación tiene usted con el/la jefe/a de este hogar?’), pudiendo ser esposas, cónyuges, consorte, amasia, etc. Lo mismo sucede con las hijas, quienes pueden ser hijas legales, adoptadas, entenadas, reconocidas, entre otras. Dado que el estatus legal no es muy relevante para los fines de nuestra investigación, decidimos agrupar estas categorías de parentescos en unas más generales.

216 División sexual del trabajo e identidades de género…

participación en ambos espacios. Las jefas de hogar y las hijas, por el contrario, están más orientadas al trabajo extradoméstico.

Gráfico 3 Horas diarias dedicadas al trabajo reproductivo y de cuidados según nivel de ingreso. Mujeres ocupadas, 2009.

25.0%

10.0%

Fuente: Elaboración propia con datos del INEGI

más de 10 horas diarias

más de 9 y hasta 10 horas diarias

más de 8 y hasta 9 horas diarias

más de 7 y hasta 8 horas diarias

más de 6 y hasta 7 horas diarias

más de 5 y hasta 6 horas diarias

más de 4 y hasta 5 horas diarias

.0%

más de 3 y hasta 4 horas diarias

5.0%

más de 2 y hasta 3 horas diarias

No recibe ingreso

15.0%

más de 1 y hasta 2 horas diarias

Más de 1 y hasta 2 salarios mínimos Más de 2 y hasta 3 salarios mínimos Más de 3 y hasta 5 salarios mínimos Más de 5 salarios mínimos

20.0%

hasta una hora diaria

Hasta 1 salario mínimo

217 Flores Garrido

Gráfico 4 Doble presencia de las mujeres según su posición en la familia, 2009

6.00% 5.00%

4.9%

5.2% 4.7% 4.7%

Promedio de horas diarias dedicadas al TRC

3.8%

4.00%

2.8%

3.00%

Promedio de horas diarias dedicadas al trabajo extradoméstico

2.00% 1.00% 0.00% Jefa de hogar

Pareja del jefe de hogar (independiente del status legal)

Hija del jefe(a) de hogar, independiente del status legal

Fuente: Elaboración propia con datos del INEGI En este grupo de mujeres es en el que las diferencias son más evidentes. En el caso de las jefas de hogar y las hijas, las diferencias entre horas dedicadas al trabajo extradoméstico son relativamente pequeñas, pero la diferencia entre horas dedicadas al trabajo de reproducción y de cuidados es de exactamente una hora diaria (en promedio). Con todo, quienes más tiempo dedican a cubrir las necesidades de otros al interior del hogar son las compañeras del jefe de familia, según se observa en el gráfico 5. Vemos que a medida que aumentan los rangos de tiempo dedicado al trabajo de reproducción y cuidados, disminuye el porcentaje de mujeres que son jefas de hogar o hijas del(a) jefe(a), mientras que las compañeras del jefe mantienen niveles de participación más elevados.

218 División sexual del trabajo e identidades de género…

Gráfico 5 Horas diarias dedicadas al trabajo reproductivo y de cuidados según posición en la familia. Mujeres ocupadas, 2009

30.0% 25.0% 20.0% 15.0% 10.0% 5.0% .0% más de 10 horas diarias

más de 9 y hasta 10 horas diarias

más de 8 y hasta 9 horas diarias

más de 7 y hasta 8 horas diarias

más de 6 y hasta 7 horas diarias

más de 5 y hasta 6 horas diarias

más de 4 y hasta 5 horas diarias

más de 3 y hasta 4 horas diarias

más de 2 y hasta 3 horas diarias

más de 1 y hasta 2 horas diarias

hasta una hora diaria

Jefa de hogar

Pareja del jefe de hogar (independient e del status legal) Hija del jefe(a) de hogar, independiente del status legal

Fuente: Elaboración propia con datos del INEGI

Estos datos nos hablan de la importancia de la estructura del parentesco en la posicionalidad de las mujeres y, por tanto, en la forma en que ellas se relacionan con el trabajo extradoméstico. Así, en quienes parece haber una mayor carga de trabajo es en las mujeres compañeras del jefe de hogar, ya que su participación en el trabajo extradoméstico no las exime de las responsabilidades asociadas al cuidado y la reproducción de los miembros de la familia.

219 Flores Garrido

Se observa entonces que, hipotéticamente, distintas lógicas y ejes identitarios confluyen en la vida de algunas mujeres, dando lugar a una exacerbación de las contradicciones que conlleva el asumirse como madres trabajadoras. Para Marcela Lagarde (2006), ésta sería la identidad que clasifica como una de ―madresposa‖: “ser madre y ser esposa consiste para las mujeres en vivir de acuerdo con las normas que expresan su ser para y de otros, realizar actividades de reproducción y tener relaciones de servidumbre voluntaria, tanto con el deber encarnado en los otros, como con el poder en sus más variadas manifestaciones” (2006: 363)

Nuevamente debemos recordar que la institución social de la maternidad depende de contextos específicos construidos por una multiplicidad de elementos: el modo de producción, los discursos hegemónicos sobre el deber ser femenino, los símbolos culturales, las instituciones, etcétera. Se visibiliza así otra línea de investigación para avanzar en el conocimiento de las diferencias intragenéricas y su relación con la doble presencia de las mujeres: analizar las interrelaciones entre el sistema de parentesco y las formas en que las mujeres se posicionan en éste y, a partir de ahí, en la geografía laboral. IV. Conclusiones Como ya se mencionó, este artículo pretende ser un análisis introductorio que plantee preguntas y cuestione certezas. Para ello hay que analizar la participación de las mujeres en el mercado laboral no únicamente como una actividad que se realiza en términos medios – fines, o como una actividad funcional y determinada en última instancia por el modo de producción vigente. Al considerar el trabajo como una práctica social, podemos dar un paso más y analizarlo dentro de estrategias más amplias que las mujeres

220 División sexual del trabajo e identidades de género…

deben buscar, ya sea en forma de resistencia o de cumplimiento de ciertos ideales normativos de género. Estas prácticas sociales están siempre situadas: dependen del contexto histórico, social, político y económico. Dependen, también, de la posición que las mujeres ocupen en ese universo atravesado por distintos ejes de desigualdad. Considero entonces que retomar estos marcos analíticos de la sociología y tratar de unirlos con los de economía puede enriquecer la investigación en ciencias sociales, así como el planteamiento de propuestas políticas más acordes con la vida de ―las mujeres realmente existentes‖. En este sentido, este artículo pretende ser un primer paso en el desarrollo de una propuesta teórica que analice la división sexual del trabajo desde una perspectiva de posicionalidad social como la desarrollada por Adrienne Rich (1999), Teresa de Lauretis (1992) y Linda Alcoff (1989) entre otras. Reconocer las diferencias intragenéricas permite por una parte el cuestionamiento de la categoría de mujer como algo estable y homogéneo, mientras que por otra parte permite afinar el análisis de las desigualdades sociales al buscar éstas en múltiples causas. Con esto no se quiere tampoco fragmentar tanto la categoría de mujeres que ésta llegue a ser vaciada de contenido y cuya única posible estrategia política sea justamente la imposibilidad de su definición. Reconocer las diferencias entre mujeres siempre supone este riesgo, pero al mismo tiempo que permite reconocer ciertas especificidades, también permite visibilizar las opresiones que sí compartimos, como un paso necesario en el actuar teórico y político.

221 Flores Garrido

Así, por ejemplo, en los datos presentados hemos visto que la doble presencia femenina en los ámbitos público y privado toma diversas formas de acuerdo con características como la posición en la ocupación, el nivel de ingresos y la posición en la familia. Pese a ello, lo que aparece como una constante es justamente el hecho de la doble presencia en sí, que se convierte en un eje de desigualdad al incrementar el trabajo no reconocido (y no pagado) de las mujeres, y al confrontar a las trabajadoras con distintas lógicas y perjudicar así su salud y bienestar. Muchas líneas de investigación quedan pendientes a partir de esta aproximación inicial. Es necesario seguir analizando las diferencias entre diversas categorías, y la forma en que se relacionan con el contexto capitalista actual. También es necesario complementar esta información estadística con información de corte cualitativo que permita comprender la interpretación que hacen las mujeres trabajadoras de estas prácticas. Se abren múltiples vetas de investigación, susceptibles de ser observadas desde distintas perspectivas teóricas. Lo importante, sin embargo, es volver a hablar, discutir y posicionar el debate sobre la división sexual del trabajo como un tema de interés académico y político. Esta línea de investigación se revela como una de las piezas torales para avanzar en la construcción de caminos que permitan desmontar los mecanismos de opresión, subordinación y desigualdad de las mujeres y, así, en la realización de una sociedad más justa y democrática.

222 División sexual del trabajo e identidades de género…

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224 División sexual del trabajo e identidades de género…

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