Discursos (amorosos) sobre el texto: los fragmentos de Milagros Ezquerro

June 14, 2017 | Autor: X. Figueroa Flores | Categoría: Postmodernism, Semiotica, Teorías de la recepción, Teoría del fragmento
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Discursos (amorosos) sobre el texto: los fragmentos de Milagros Ezquerro1

Mónica Zapata Université Francois-Rabelais, Tours, CIREMIA Trad. del francés por Ninoska Vera2 y Ximena Figueroa3

En el coloquio "Los Grandes relatos, los espejos quebrados", de junio de 2007, M. Ezquerro postulaba que el fragmento, como modo de pensamiento y como sistema de escritura, estaba en el corazón de la estética posmoderna. No porque no hubiera obras fragmentarias y fragmentadas antes de finales del siglo XX, sino porque existe una nueva conciencia del fragmento que nos lo hace visible desde que los grandes relatos que tendían a hacernos el mundo aceptable, por ordenado y homogéneo, mostraron su ineficacia.

En efecto, definido negativamente por los diccionarios de la lengua francesa como alguna parte de un todo que ha sido quebrantado y que es, por consiguiente, “huérfano de su completitud” (Ezquerro, 2007), el término “fragmento” es connotado de otro modo desde hace por lo menos una treintena de años. Es que la idea de formar parte de un todo infinitamente más vasto no contiene necesariamente la idea de ruptura, sino que, al contrario, suscita más bien el de lazo. La metáfora del “Pueblo planetario” o global, lanzada por Marshall McLuhan en 1962 en su obra La Galaxia Gutenberg, para calificar a la gente a la hora de las comunicaciones y los medias (McLuhan, 1962) se abrió su camino, acoplada a las nociones de globalización y de mundialización. De un 1

El presente escrito corresponde a la traducción de “Discours (amoureux) sur le texte: les fragments de Milagros Ezquerro”, ponencia presentada por Mónica Zapata en la Journée d’études du SAL/CRIMIC, Universidad París IV, el 20 de octubre de 2007. 2 Profesora de Francés (UMCE) y estudiante de Pedagogía en Educación Básica (UPLA). Correo electrónico: [email protected]. 3 Estudiante Doctorado en Literatura (PUCV). Becaria CONICYT. Correo electrónico: [email protected]

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momento a otro, el fragmento no es más el producto de una ruptura sino más bien del hipertexto. Puedo escribir un trozo de enciclopedia, sabiendo que en alguna parte en el planeta alguien más va a completar las referencias, a añadir precisiones, a corregir. Puedo intervenir en la crónica mundial enviando mis películas sobre la tela y permitir así que alguien más pueda visualizar casi simultáneamente un aspecto del acontecimiento que acabo de ver y al que alguien más todavía, seguramente, dará inclusive otra percepción… El fragmento es, pues, desde aquí, siempre el detonador de un todo que no existirá jamás. La noción de proceso, por otra parte, se encuentra en los diccionarios vinculada al adjetivo "fragmentario", que toma un sentido positivo, de “prudente”, “minucioso”, cuando se dice sobre alguien, por ejemplo, que procede por un “método fragmentario”.

El hecho es que Milagros Ezquerro fue ella misma autora de fragmentos críticos, es por eso que quise confrontar sus hipótesis y su práctica con las de otros investigadores y críticos quienes, en el mismo período —1990-2000—, se interrogaron sobre el discurso y las producciones culturales, en general, según una perspectiva post-estructuralista y/o posmoderna. Soy partidaria de la idea de que, heredera de la semiología estructural e inspirada, al principio, por los teóricos de la recepción de la Escuela de Constanza, Iser en particular, Milagros Ezquerro había llegado a desviar los procedimientos teóricos en vigor en los años 70 introduciendo ciertas nociones tomadas del dominio de la biología y de la física, y también, para qué negarlo, de una buena dosis de pragmatismo. Trataré, pues, de mostrar aquí en qué medida sus fragmentos constituyen una inflexión —¿o una deconstrucción?— de los postulados de la semiótica estructural y de las teorías de la recepción literaria, y de qué manera ellos se inscriben en una práctica posmoderna de la escritura crítica4.

4

En su texto de introducción al volumen Le texte et ses liens I, Milagros Ezquerro había ya ella misma comentado sus fragmentos críticos precisando sus intenciones en tanto que autora, pero sin entrar en consideraciones teóricas sobre el alcance de su gesto de crítico (Ezquerro 27-32).

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La obra crítica en cuestión se titula, como es sabido, Fragmentos sobre el texto (Ezquerro, 2002) y está compuesta por una serie de veintiún artículos cuya extensión varía entre dos y siete páginas, organizados según un criterio análogo al de Barthes en sus célebres Fragmentos de un discurso amoroso: como tantas figuras que surgen y que están sometidas, para la necesidad del libro, a "dos arbitrariedades conjugadas: la de la nominación y la del alfabeto" (Barthes, 1977). Homenaje formidable al maestro del pensamiento fragmentario — en el sentido más positivo y más posmoderno del término— que fue Barthes. Una pequeña diferencia tanteamos, sin embargo, para el título: Milagros Ezquerro no nos hablará de “discurso” sino de “texto”, y justificadamente, ya que su trabajo comporta una apuesta audaz: la de conciliar el fragmento y la estructura, es decir, producir —a la vez “crear” y “suscitar”— en una obra que se lee a trocitos, donde los blancos son tan importantes como las páginas plenas, una reflexión sobre el texto, considerado como una “estructura amplificada” (móvil y todavía incompleta), sobre todo gracias a la consideración que hace de la interacción entre el productor y el observador y los procesos de circulación de sentido así creados.

Esta reflexión Ezquerro la había expuesto antes, en un artículo aparecido en Poétique, en el cual transponía las observaciones del biofísico Henri Atlan respecto a la auto-organización del ser viviente a la ciencia literaria del texto (Fragments 131-142). Por otra parte, es en este trabajo en donde ella también introdujo las nociones de “semiotopo" y de “idiotopo”, forjadas a partir de “biotopo”, término de uso en la bio-geografía desde principios del siglo XX y que desembocó en “ecosistema” (Ramade; Tansley)5. Es, entonces, extrapolando los supuestos de las ciencias biológicas y de la física que esta autora viene a considerar el texto como una organización viva, “pululante”, como una cultura. Allí dónde Barthes decía: “El Texto […] es una práctica significante” (Barthes

5

Fundador de la revista New Phytologist, la que dirigió durante varios años, en Cambridge, Tansley (1871-1955) también fue el editor del Journal of Ecology, órgano de la Sociedad británica de Ecología, que fundó en 1913. Su obra mayor, British Islands and their Vegetation, apareció en 1939.

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13), nuestra autora añade: “[es] una máquina de producir significado”, o incluso, “el texto es un sistema de significados programado” (Fragments 132-133).

En los Fragmentos ella alía, entonces, la forma y el fondo por la vía de una exposición fragmentaria que se quiere congruente “a la teoría del texto que es desarrollada” (11). Pervierte de golpe el modelo estructuralista que definía el texto por "su autonomía y por su clausura" (Ducrot y Todorov 375), introduciendo, además, la inestabilidad que supone el juego de presencia/ausencia del lector concreto:

Lo que es postulado aquí supone que hubiera un juego. Juego entre cada fragmento concebido no como pieza de un rompecabezas que habría que reconstituir conforme a un modelo preestablecido, sino como carta de un juego abierto que cada lector tendrá que inventar; carta que tomará, dejará a un lado, colocará y combinará según las reglas que se dará a sí mismo, si entra en juego (Fragments 11).

La idea de “juego” se opone así a la de la “maqueta para armar”, del kit comprado en gran superficie y entregado con un manual de uso; evoca más el universo combinatorio (y fragmentario) de un Italo Calvino en Le château des destins croisés (Calvino, 1969).

La trampa del pensamiento fragmentario y/o la astucia de la crítica consiste aquí en aquel que llega a la letra “s” del alfabeto, lector que se espera por fin poder pasar a la letra “t” para encontrar un verdadero fragmento refiriéndose al texto, y luego ¡cae en la trampa! El alfabeto se detiene allí antes de haber llegado al omega. Las vistas sobre el texto son desgranadas, sin embargo, desde la introducción de ese trabajo, y menguadas sobre modos diversos, de fragmento en fragmento:

A semejanza de todos los sistemas complejos, el texto no se reduce a la suma de sus elementos constitutivos, por muy numerosos y variados que

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puedan ser. Las innumerables relaciones que unen y jerarquizan sus elementos son tan importantes como los componentes mismos para comprender el funcionamiento del texto, es decir, su significado. Por otra parte, no sabríamos olvidar que el texto es el producto de dos series de operaciones —la producción y la observación—, que requieren de dos sujetos que nosotros llamamos sujeto productor o sujeto A (alfa), y sujeto observador o sujeto Ω (omega) (Fragments 7-8).

La teoría no es una casuística y hay, en los procesos cognitivos como en los esfuerzos de conceptualización, una parte inevitable de abstracción, por muy pragmático que se quiera el modelo propuesto. Esta dificultad se agrava, además, tan pronto como se trate de establecer un modelo de la figura del receptor, “personaje” evanescente, si es desde ahí rápidamente confundido de masa anónima con los múltiples —potenciales— rostros. Milagros Ezquerro escoge entonces designar los sujetos por las letras griegas A y Ω e ilustra su modelo de la circulación del sentido por diagramas. Otros investigadores, queriendo teorizar sobre el hipertexto multimedia, se confrontaron con una dificultad análoga y escogieron una aproximación “semio-pragmática”, fundada sobre la teoría del signo de Pierce, reconociendo siempre los riesgos de la cosa:

La determinación última del sentido será siempre ampliamente tributaria del contexto de recepción del documento. Es entonces peligroso estimar in abstracto sobre la manera en la que será recibido. Pero persiste siendo razonable pensar que esta recepción se hace según un principio de lectura negociada (negociated reading) [Veron, “Quand dire cést faire”]. Luego, si el sentido del documento se negocia, es precisamente porque él propone algo a negociar, porque trae previamente sobre la mesa de las negociaciones una configuración (potencialmente) significante en la cual el receptor puede apoyarse. Son los modos de funcionamiento de esta configuración los que deberemos intentar clarificar a plazo, siendo cautos en no volcarse jamás hacia una cesación del sentido. Es pues hacia un modelo abierto que habría que asumir una irreductible incompletitud que nosotros dirigimos, un análisis semiótico que se sitúa siempre en un nivel virtual y que espera

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siempre los declives de su actualización [Fiske, Television culture] (Peeters & Charlier, “Pour une semio-pragmatique”).

Podemos encontrar en Milagros Ezquerro, entonces, un compromiso comparable al de estos investigadores post-estructuralistas que, sin renegar de las experiencias de sus predecesores, flexibilizan el marco de lo que se entiende por texto o, en el caso que acabo de citar, “documento”, introduciendo, en particular, la dimensión de la recepción y del receptor. Subrayemos, sin embargo, que esta autora se ocupa de establecer la diferencia que existe entre la comunicación directa de tipo conversacional y aquella, indirecta, que se establece entre dos sujetos, mediatizada por un sistema complejo que denomina el “semiotopo” y del cual conviene retener ahora los aspectos siguientes:

El semiotopo es el lugar concéntrico de la circulación del sentido, el lugar de encuentro de los dos sujetos del texto […] El semiotopo es fundamentalmente lingüístico, hereda, pues, la complejidad, la polisemia, la indeterminación de la lengua […] Además de su base propiamente lingüística, el semiotopo del texto incluye igualmente campos anexos: las series literarias con las cuales el texto está en relación, el campo histórico-cultural en el cual se inserta […] El semiotopo del texto también incluye todo lo que tuvo relación con el canal de transmisión, desde el acto material de la escritura hasta el producto final […] El semiotopo de un texto no es […] totalmente tributario del sujeto productor. […] podemos decir que el sujeto productor de un texto es siempre un sujeto plural […] Es obvio que cuanto más perdura un texto, más modificaciones sufre su semiotopo […]. El potencial de significado contenido en el semiotopo de un texto es superior a las capacidades interpretativas de todo lector real […] En el caso de un texto que es objeto de múltiples lecturas y sobre todo de comentarios, críticos, estudios, traducciones, adaptaciones, etc., el semio-

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topo de este texto va a ver su campo de virtualidades enriquecido por todas estas interpretaciones […] (Fragments 73-77).

De todas estas características atribuidas por Milagros al semiotopo, hay dos que me parecen importantes de destacar aquí, comparándolas a las concepciones postmodernas de la producción de bienes culturales, a saber: por una parte, la consideración de las condiciones materiales de producción de todos los objetos culturales; por otra, la idea de que nunca hay un solo productor del texto, sino que los sujetos productores, tanto en literatura como en otras disciplinas, siempre son múltiples. Estas ideas, en efecto, introducen aun más el dedo en la llaga en donde se instalan, desde hace casi medio siglo, el Artista Maestro y el Dios-Todo-Poderoso-Creador.

En 1992, el mismo año en que la revista Poetique publicaba la contribución de Milagros sobre los sistemas textuales, aparecía, en Argentina, Culturas híbridas, de Nestor García Canclini, obra que devino clásica en los enfoques de la postmodernidad en América Latina (Canclini, 1992). Ahora bien, lo que García Canclini nos dice sobre el tema de la hibridación cultural y sobre las maneras aprehenderlo, no está muy alejado de lo que Milagros nos dice sobre el texto, sobre el sujeto A, productor del texto, y sobre la obra transdisciplinar, indispensable para su paradigma. Para García Canclini, en efecto, los objetos culturales son el producto de una mezcla que se sabría incomprensible desde una perspectiva jerarquizante que aislara al dicho Arte de élite, al artesano, la cultura de las masas y sus manifestaciones concretas: los libros de arte, los catálogos de las exposiciones, los discos y sus soportes respectivos de materias primas, además de las condiciones de la oferta y de la demanda en el mercado.

Para Milagros, “si, en la gran mayoría de los textos, el autor es parte integrante del sujeto A, él no constituye la totalidad” (Fragments 80). Él entra en el sujeto productor, siempre que la persona que escribe como su pasado, “su cultura, su biografía, hasta el conjunto de las posibles intervenciones secunda-

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rias” de las cuales los editores, ilustradores y los prologuistas, por ejemplo, que hacen que el texto sea, en un momento preciso de la historia, hace que se inscriba en la diacronía y que se encuentre confrontado al sujeto Ω receptor (Fragments 80).

Entonces, nada más difícil de definir, sin duda, que el sujeto receptor. Los investigadores de la Escuela de Constanza, Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser, intentaron, en los años 70, cada uno a su manera, un enfoque del proceso de la recepción, el primero, uno de la lectura, el segundo (Gauss, 1978; Iser, 1997). Las críticas más recientes les han reprochado, postmodernidad obligada, el ser “terroristas” del formalismo, en la medida que sus categorías de “público” y de “lector” quedan en el dominio de la abstracción y son, a lo más, “los operadores” actuando en función de la semiosis, de la cual el texto es el único responsable (Therien “Pour une semiotique”). La teoría de Jauss, se dice, reposa en “la homogeneidad del público, la autonomía de la obra y la ruptura” (Peiron “La généalogie”). Es así que se puede reconstruir un “horizonte de expectativa” objetivable que, “para cada obra en el momento histórico en que aparece, resulte de la comprensión previa del género, de la forma y de la temática de las obras conocidas desde antes, y de la oposición entre lenguaje poético y lenguaje práctico” (Jauss 173- 174; Ibsch 253). La ruptura del horizonte de expectativa es el signo del Gran Arte: “una gran obra transgrede el horizonte de expectativa de su época” y arrastra una transformación en este horizonte (Ibsch 253).

Por el contrario, un modelo postmoderno de la lectura habría sido fundado sobre los criterios de la heterogeneidad del público, sobre la influencia de estructuras semióticas extra-literarias —tales como los sistemas ideológicos y las leyes de mercado― al momento del acto concreto de la lectura y también sobre la superposición de las normas en vigor. El lector no puede referirse más a un

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solo código de lectura; la multiplicidad de normas prohíbe toda clausura del texto en el seno de la unidad coherente (Peiron “La postmodernité”)6.

En cuanto a la posición de Wolfgang Iser, él mismo explicita su concepto de lector en El acto de leer:

[…] respecto a la cuestión del lector en los capítulos siguientes de este trabajo, es necesario entender la estructura del lector implícito inscrita en el texto […] El lector implícito no posee existencia real, puesto que encarna el conjunto de orientaciones previas que un texto de ficción propone a sus posibles lectores, y que son las condiciones de su recepción. El lector implícito no está, en consecuencia, anclado en un substrato empírico, sino enraizado en la estructura misma del texto (Iser 60).

Su “lector” entonces, nace del dominio de la construcción formal, pues, conforme a la mirada fenomenológica que él inspira, Iser rechaza toda hipótesis que esté sometida a verificación, pero no responde por ninguno de los valores de la investigación empírica. Sus análisis de proceso concernientes al “lector potencial” podrían de hecho traducirse fácilmente, según ciertas críticas, en hipótesis empíricas verificables (Ibish 252).

Cuando define al sujeto Ω, observador o lector de texto, Milagro parte de un postulado análogo al de Iser: “No importa qué tema pueda tomar la función Ω sin que el productor del texto intervenga. El texto es portador de una función Ω que puede ser asumida por todo sujeto observador”, “el sujeto Ω es postulado por el texto, e inscrito en él como función y no como sujeto” (Ezquerro Fragments 87, 88). Aún cuando se trata de un texto concebido para un público más o menos determinado, la juventud, por ejemplo, este público constituye un “sector más o menos vasto de la sociedad, en ningún caso sujetos precisos” (Fragments 88).

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Joanna Peiron se refiere en particular al modelo de lectura propuesta por Itamar Even-Zohar, creadosr de la teoría de los polisistemas (Even-Zohar).

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Es necesario entonces buscar del lado del idiotopo del sujeto Ω, para ver si hay forma de hacer a este sujeto más concreto:

[…] el sujeto observador del texto será dotado de un idiotopo Ω distinto del idiotopo A. Los elementos constituyentes del idiotopo Ω son también psicobiográficos y socioculturales; se trata también de un sistema complejo abierto en interacción permanente con su medio ambiente (Ezquerro Fragments 45).

Entonces, sabemos ya que el idiotopo del sujeto A está:

[…] conformado en primer lugar por los elementos psicobiográficos de la persona y por todos los elementos de su medio susceptibles de tenerlos impregnados: tiempo, espacio, personas y eventos con los cuales ella está o ha estado en relación directa o mediatizada. El idiotopo A incluye, por supuesto, la dimensión inconsciente, y podemos decir que, si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, el idiotopo también funciona como un lenguaje (Ezquerro Fragments 43).

Podemos suponer entonces que tanto el polo del lector como el del productor están constituidos por sujetos potencialmente plurales, aún cuando ellos sean postulados como abstracciones. La participación de sistemas semióticos extraliterarios en sus idiotopos respectivos crean en ellos mismos sistemas complejos, pues en cada caso no podemos concebir al sujeto aislado de su medio: “como el idiotopo A, el iditopo Ω es un sistema complejo abierto en constante comunicación con sus contextos, es entonces evolutivo y móvil, aunque tenga características y una estructura propias” (Fragments 45).

No estamos lejos de la teoría de los polisistemas, concebida por Itamar EvenZohar, y considerada por algunos como el modelo postmoderno de la teoría de la recepción en la medida en que la literatura es considerada como una actividad socio-cultural que no puede ser separada de los otros sistemas semióticos

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existentes en el seno de una sociedad, “comprendiendo los sistemas político y económico” (Peiron “La postmodernité”).

Y volvemos así, para cerrar el rizo y hacer circular los sentidos, a este “polisistema”, al sistema “auto-organizador” que es el texto, tal como Milagros lo postula, siguiendo a Henri Atlan en su concepción del ser viviente:

Se trata de concebir los modelos de organización capaces de modificarse a sí mismos y de crear significaciones imprevistas y sorprendentes incluso para el productor […] por una parte, cierta cantidad de indeterminación, de azar en la evolución del modelo que permite que se produzcan fenómenos nuevos, no determinados por el programa; por otra parte, la importancia del rol del observador y del contexto en la definición del significado de la información, gracias al cual cosas nuevas e inesperadas pueden cobrar una significación y dejan de ser tan sólo caos y perturbaciones aleatorias (Atlan, 1986: 70; Ezquerro Fragments 93-94).

Hemos experimentado el funcionamiento de este sistema, ustedes, lectoras y lectores, y yo misma, al momento de la presentación oral de este trabajo y a través de la lectura que les he propuesto de los Fragments de Milagros. He pasado de la página 11 a la 8, de ahí a la página 72, 45, 80, 70… He rebuscado los sentidos aquí y allá, a voluntad de mis propias interrogaciones y he procurado responder apelando a mis referencias, en función de las obras de las que dispongo en mi biblioteca y de todo lo que he podido encontrar en Internet, desde luego. Se ha tejido una tela de la cual me es absolutamente imposible concebir los límites, es tan cierta que a partir de estas páginas que les entrego ustedes reflexionarán y discurrirán, cuando sea su turno, durante algún momento…

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