Dioniso. Eterno retorno y voluntad de poder

June 30, 2017 | Autor: Anibal Rivera Dàvila | Categoría: Ontología, Filosofía, Filosofía contemporánea, Metafísica
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Descripción



Nuestra edad tecnológica se glorifica de muchas cosas alcanzadas por medio de los avances en la técnica, podemos nombrar: la erradicación de muchas enfermedades contagiosas, la creación de protección sísmica o antisísmica en las construcciones, entre otros. Por otro lado, nos vanagloriamos de una especialización de las ciencias en sectores cada vez acotados, y por lo tanto, cada vez más desarraigados de una visión de lo ente en su totalidad, que como sabemos es la fuente de la que emana, de la que surge, la verdad de lo interrogado.
Parménides en su poema aclara que: "Pensar y Ser pertenecen, en efecto, el uno al otro", esto quiere decir, en palabras de Martin Heidegger, "que la percepción de lo ente pertenece al ser porque es él el que la exige y determina". Lo ente es aquello que surge y se abre, que le permite al hombre, en medio de la presencia, de la apertura, acceder a al ser. La totalidad, el unum, como región que contiene todo el ser, aquello presente, "viene al hombre como aquel que está presente, esto es, viene aquel que se abre él mismo a lo presente desde el momento que lo percibe". El acceso al ser no es una percepción subjetiva, sino una apercepción intuitiva, es decir, es la experiencia que confiere la máxima unidad al conjunto de todas las experiencias, y que le confiere al sujeto la condición radical de toda posibilidad de conocimiento. Sin ésta experiencia, el científico, es solo un constructor de maquetas.
Otro elemento tenido en muy alta estima por la tecnocracia global, del que considero que nuestra edad se vanagloria es la desdivinización o pérdida de los dioses. Hablo de vanagloria en los términos de Thomas Hobbes, quien en su libro Leviatan la define en estas palabras: "la vanagloria que consiste en la ficción o suposición de capacidades en nosotros mismos, cuando sabemos que no disponemos de ellas". La pérdida de los dioses no solamente refiere al escepticismo, y este al ateísmo más burdo, a ese "yo no creo en nadie" del vulgo, sino, que expresa un doble movimiento, por un lado la cristianización del mundo, de la historia y de la subjetividad, en forma de ratio catholĭcus, razón universal, y está, en una voluntad que expulsa, derriba, extermina todo lo no idéntico a sí mismo, para igualar todo lo que aparezca en el horizonte.
Otra expresión es la indecisión frente a dios y a los dioses. Frente a esta indecisión todo se hace peligroso. La duda, la angustia son síntomas del vacío resultante de esta purga. El psicólogo berlinés Erich Neumann reconoce que este fenómeno ha resultado en la "fragmentación del arquetipo central", que se expresa, en que el mito se relega al análisis histórico y psicológico, dando así por perdida la posibilidad única de circunscribir simbólicamente "todo en uno", y representar la perfección y la totalidad.
Friedrich Nietzsche, considerado uno de los pensadores más influyentes del siglo XIX, y que ha marcado profundamente la filosofía de los últimos cien años, fue en primera instancia un filólogo clásico. Como sabemos la filología clásica trata, intenta, reconstruir, lo más fielmente posible, el sentido original de los textos antiguos, con el respaldo de la cultura que en ellos subyace. En cierta medida, el trabajo filológico se aproxima al hermenéutico, en la magnitud en que interpreta el sentido interno sobre el que se constituye la expresión de una comunidad cultural determinada, y se sirve, por tanto, del estudio del lenguaje, la literatura y demás manifestaciones idiomáticas. Es por esa razón por la que el joven estudiante de Bonn y de Leipzig se diera a la tarea de remontar con su mirada, por encima de las edades, para contemplar el ayer, la génesis de los enigmas, de nuestros dolores, de nuestros sufrimientos.
Nietzsche afirma, en su obra más aclamada Así habló Zaratustra: "yo no creería más que en un dios que supiese bailar" Ese dios tiene un nombre Dioniso (Διώνυσος). Dioniso fue considerado y presentado en casi todas las tragedias de la época clásica como un dios "extranjero", un dios "desconocido". Dentro de la tradición, Dioniso era hijo de Zeus (Δεύς) dios del cielo y de la mortal, virgen, sacerdotisa Sémele, quien era oficiante del culto a la Madre Tierra en su versión tracio-frigia. Nacido en Tracia, o en Frigia, Dioniso fue un dios oriental que arribo a Grecia en forma de "religión misionera" para otorgarle trascendencia a sus devotos y liberar sus almas por medio de la naturaleza (φύσις).
Éste dios oriental es "el que llega", "el dios de la epifanía" (επιφάνεια) cuya aparición "es mucho más imperiosa y subyugadora que cualquier otro dios"; es el dios de la vegetación, el dios de la muerte, dios de "vida indestructible", y dios del renacimiento. Sus atributos hablan de él como el terrible dios del mundo, la esencia oculta tras todos los fenómenos de la naturaleza, incluido el ser humano.
El poder de este dios era hablar la verdad más desgarradora, la verdad aniquiladora de toda ocultación. El poseído por Dioniso es raptado por el todo. "El hombre es estimulado hasta la intensificación máxima de todas sus capacidades simbólicas"; así el hombre visionando, remontándose como "pájaro devastador (...) bajo los matinales rayos del sol (…) se hunde en lo más profundo de sí mismo para radiante iluminar los abismo del ser". De esa manera ocurre algo "jamás sentido", que como "el estruendo de la avalancha" aspira a exteriorizarse. Es la "aniquilación del velo de Maya"
Se recoge que Tales de Mileto una vez dijo: "Todo está lleno de dioses" refiriéndose a lo que Immanuel Kant llamo "Auswicklung der Natur" o el desplegarse de la naturaleza "fuera de su envoltura", que nos habla de la fuerza primordial de la estructura compleja cósmica mostrando su surgir, resurgir, morir y renacer todo al unísono, como ens de la naturaleza. Esa totalidad viva, se presenta, aparece en movimiento, cantando y bailando, alegre, loca de alegría, amando su destino. Lo Uno primordial que se representa a sí misma "en cada momento". De esa manera el poseído por Dioniso aniquila su individualidad, su ego, y se redime mediante el "sentimiento místico de unidad" que es el "fondo más íntimo del mundo"
En esta liberación, o "completo olvido de sí" como lo llama Nietzsche, se desvela una "antítesis enorme" que traviesa toda la naturaleza, es la aparición de otro dios: Apolo. Apolo (Ἀπόλλων) hijo de Δεύς, y de Leto (Λητώ "el olvido") hija de los titanes. Los titanes fueron los constructores de la "edad dorada", de sus grandes ciudades y de la gloria de los primeros tiempos. Recordemos a Jápeto, Ceo e Hiperión, los titanes fueron los formadores del mundo, le dieron sentido a las cosas, a las ciudades y a los oficios, elemento clave que anuncia el destino de Dioniso. El dios tracio en su advocación como Zagreo o "gran cazador" fue descuartizado por los titanes. "El cazador sanguinario es cazado él mismo; el descuartizador, descuartizado", el terrible libertador, asesinado por los constructores del mundo. El sacrificio mítico del joven dios era la equivalencia, identidad, analogía, con lo que ocurría con sus víctimas sagradas. Era tan grave lo hecho por los titanes que en el templo de su dios, Apolo, en Delfos, el peán a Apolo se callaba desde que comenzaba el invierno, y durante tres meses se cantaba el ditirambo a Dioniso. El dios "que retorna" tenía su epifanía los días en que se renovaba la luz solar
Pero, ¿qué nos trata de decir todo esto? En una primera instancia que Apolo es el dios de la cultura. Sobre su luz solar están colocados los fundamentos del edificio de la cultura. Él es quien subyuga a la naturaleza, el que hace que los hombres griegos hagan y obedezcan leyes, que también practiquen las matemáticas, la música y la arquitectura, todo lo que sigue conjuntos estrictos de reglas, todo lo que trate de ordenar la naturaleza. La arquitectura hace del espacio algo ordenado, lo somete bajo control; la música pone al ruido bajo control, y las matemáticas someten al infinito al control de la razón. Apolo es la redención de la terrible experiencia de la totalidad viva, pujante y desmesurada. Apolo redime al mundo con las formas bellas, con los gestos sublimes, con la apariencia.
Aquí el fondo del mundo se devela: Todo es guerra. Nietzsche está hermanado en su ontología con Heráclito que nos dijo "La guerra de todos es padre, de todos rey; a los unos los designa como dioses, a los otros, como hombres; a los unos los hace esclavos a los otros, libres" El núcleo, el substrato, el ens, del mundo es de "sufrimiento y conocimiento". Substrato que ama ocultarse. Que queda oculto por la cultura, el arte, la economía, la música, la razón; y que solo es vuelto a poner al descubierto por lo dionisiaco. Lo bárbaro, lo oriental, la aniquilación del ego, la liberación del alma, son, en última instancia, una necesidad exactamente igual que lo apolíneo. El efesio nos sigue guiando: "preciso es saber que la guerra es común; la justicia, contienda, y que todo acontece por la contienda y la necesidad"
El mundo, la civilización, la cultura, por lo tanto, está construido sobre la base de la apariencia y la moderación; pero, la realidad, la existencia, nuestra existencia empírica, y también del mundo en general, es la representación de lo uno primordial engendrada en cada momento como voluntad de lucha. Pero, dentro de ella misma radica una voluntad de apariencia, una voluntad de ilusión, que quiere transfigurar, redimir la contradicción eterna, madre de todas las cosas, hipostasiando la cultura, la economía, el arte, la técnica como elementos por los que vale vivir engañado. Y que, a su vez es la madera que alimenta el fuego eterno de la voluntad afirmativa de la vida, verdad que afirma la naturaleza, por más terrible y dolorosa que sea, aunque parezca corta, transitoria, efímera, que sea la vida por sí misma todo lo que haya, ese "mal", la voluntad de afirmación lo transforma en un bien.
La voluntad de poder es la afirmación absoluta de la vida. Es el quiebre de todo nihilismo, porque es la redención de la náusea nacida de la falsedad de la apariencia, del vacío, de la libertad negativa. La voluntad de poder es la revalorización del mundo "en la medida en que se ha fingido mentirosamente un mundo ideal… el mundo verdadero y el mundo aparente, el mundo fingido y la realidad". La mentira, la apariencia, el ideal, es, se ha constituido, para nuestro autor, en una maldición contra la realidad; "la humanidad misma ha sido engañada y falseada por tal mentira hasta sus instintos más básicos", por la cultura occidental cristiana, burguesa, que desdivinizo al mundo, expulso a los dioses, abandonando al hombre al azar y al caos. Ahora somos gobernados por una tecnocracia mundial nihilista que solo vea al mundo como un lugar de aprovechamiento, de extracción de riquezas.
El globo, el círculo, el mandala, el rotundum rotondo de la alquimia, el huevo cósmico órfico, son los símbolos que, antes de Nietzsche, evocaban el "misterio tremendo", "lo numinoso" la naturaleza como unum, la experiencia del "eterno retorno". Para Nietzsche "la dos mentalidades extremas, la mecanicista y la platónica, vienen a eternizarse como ideales del eterno retorno" En otras palabras, el mundo es devenir, deviene en renovación eterna, es eternidad auto erótica, que se mueve estimulando los instintos que expresan lo que es. Es así que el mundo carece de meta, no hay telos. Todo lo que hay es porque ha llegado a ser lo que es, siendo solo un momento en la capacidad de ser; lo que remite a la naturaleza a una esencia de movimiento circular.
Nietzsche claramente nos dice: "El mundo, aun no siendo Dios, debe ser capaz de la divina fuerza de creación, de la infinita fuerza de transformación; debe abstenerse voluntariamente de recaer en una de sus antiguas formas", no debe repetirse a sí mismo, debe controlar sus movimientos, debe evitar metas, estados finales y repeticiones. El eterno retorno no es la desembocadura sobre el antiguo Dios "amado, infinito, ilimitadamente creador" que se expresa en la palabras de Spinoza: "deus sive natura", sino que el mundo debe ser considerado desde nosotros, como la "fuerza" que somos, en todo caso nosotros mismos, incompatibles con el concepto de "fuerza infinita". "Luego al mundo le falta la facultad de renovarse eternamente"
Para terminar, el triunfo del cristianismo, como el triunfo del crucificado, fue un triunfo de la contra naturaleza, del rebaño enfermo embriagado de "voluntad de ocaso" frente a la vitalidad del hombre trágico afirmador terrible del mundo; que como Zaratustra, conoce que la Verdad, que es jerarquía, es afirmación, es lucha y es eterno retorno; con ese triunfo ha operado sobre el mundo la desvalorización de todos los valores, el nihilismo, la civilización del último hombre. El "enfermo de ocaso" vive en la superficie, aplanando la vida, colocando sus simples líneas de orden sobre toda la imagen del mundo, ahí es donde encuentra su orden; quiere morir para dejar atrás su espíritu de pesadez, volar al otro mundo, al cielo, donde el Dios cristiano reúne a sus agraciados elegidos. Mientras, el alma del hombre superior, sereno, tenaz, se aparta de la mentira agradable, de las apariencias, para beber de los manantiales de las altas montañas donde el agua es más fría pero más pura. Por esa razón hemos de repensar y revalorar los mitos primigenios de todas las culturas y con ellos al mundo, y con el mundo a nosotros mismos; porque como bien dice Walter F. Otto "ningún hombre venera un concepto". Los conceptos, ordenan, dividen, determinan, parcelan, en definitiva, fragmentan el alma del ser humano; y de esta fragmentación, de esté espejo quebrado que era la imagen primordial que unía el mundo y el Yo, lo exterior y lo interior, lo consiente y lo inconsciente, solo nos queda, como estertores del último hombre: una técnica desarraigada, unas ciencias invalidas que no responden más que al impulso del capital financiero y una pléyade de sectas y cultos neo cristianos que cada día aniquilan más la interioridad del ser humano.
En definitiva Nietzsche nos diría que son "los pocos" lo que tienen pies ligeros para alcanzar las cumbres, donde solo habitan las aves de presa y los dioses olímpicos; son los pocos los que pueden respirar el aire ligero que está más allá del bien y del mal. El ascender es, en mi opinión, un buen método para meditar sobre el mundo.















Trabajos citados
Beriain, J. (2000). La lucha de los dioses en la modernidad. Barcelona: Anthropos.
Heidegger, M. (2010). Caminos del bosque. Madrid: Alianza.
Hobbes, T. (2007). Del ciudadano y Leviatan. Madrid: Tecnos.
Kerenyi, K. (1998). Dionisios. La raíz de la vida indestructible . Barcelona: Herder.
Nietzsche, F. (1983). Poemas. Madrid: Ediciones Hiperion.
Nietzsche, F. (2000). Ecce Homo. Madrid: Alianza.
Nietzsche, F. (2005). La voluntad de poder. Madrid: EDAF.
Nietzsche, F. (2007). Así habló Zaratustra. Madrid: Alianza.
Nietzsche, F. (2010). El nacimiento de la tragedia. Madrid: Alianza.
Otto, W. F. (2006). Dioniso. Mito y culto. Madrid: Siruela.
Varios. (2008). Fragmentos presocráticos. Madrid: Alianza.




Fragmento 3 "Τò γàρ αúτο νοειν εστíν τε καí εíναι"
Heidegger, 2010, pág. 75
Max Weber denomino a éste fenómeno como "desencantamiento del mundo" (Entzauberung der Welt)
Hobbes, 2007, pág. 87
Vulgus: "Conjunto de las personas que en cada materia no conocen más que la parte superficial"
Beriain, 2000, pág. 107
Nietzsche, 2007, pág. 74
Otto, 2006, pág. 56
Kerenyi, 1998, pág. 106
Ελευθέριο
Otto, 2006, pág. 63
Kerenyi, 1998, pág. 15
Λόγια, chresmoi
πάσασθαι
πάσ
"A la melancolía" Nietzsche, Poemas, 1983
Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, 2010, pág. 51
Fragmento 6. Varios, 2008, pág. 47
Amor fati
Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, 2010, pág. 59
Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, 2010, pág. 48
Otto, 2006, pág. 140
Otto, 2006, pág. 142
Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, 2010, pág. 60
Varios, 2008, pág. 133
Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, 2010, pág. 61
Fragmento 28. Varios, 2008, pág. 132
Nietzsche, Ecce Homo, 2000, pág. 38
Nietzsche, Ecce Homo, 2000, pág. 18
Nietzsche, La voluntad de poder, 2005, pág. 674
Nietzsche, La voluntad de poder, 2005, pág. 676
Otto, 2006, pág. 15
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