DIGITALIDAD Y CIUDAD

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DIGITALIDAD Y CIUDAD IBON SALABERRIA

Esta confluencia de retóricas: la "ciudad inteligente", la "clase creativa" y "la innovación", está creando un argumento cada vez más fuerte y más fuerte para su consolidación. Si nos fijamos en una elegante sala de control de la ciudad, como la de Río de Janeiro realizada por IBM, comienzas a preguntarte sobre el alcance de lo que realmente está siendo controlado. Rem Koolhaas “Mis pensamientos sobre la ciudad inteligente”, 2014

Hablar del entorno digital de manera sectorial es una opción seguramente inapropiada. Toda aplicación tecnológica aportada al “hacer ciudad” debería considerarse como ejercicio transversal a las preguntas que podríamos hacer en el resto de los entornos de discusión. Transversal por cuestionar su dimensión social, política, por preguntarse su aportación al desarrollo territorial, y transversal por su implicación con los nuevos tipos de economía.

La ciudad y la red. La esfera digital produce actualmente gran entusiasmo entre gestores urbanos y empresas tecnológicas. Las tecnologías aplicadas a la gestión de los recursos urbanos nos proponen un nuevo mapa de relaciones a analizar desde la óptica de la mejora de la calidad urbana. La “inteligencia” de las cosas (edificios, calles, utilización de los recursos...) parece ir muy por delante de la necesidad de recuperar la “inteligencia compartida” en los espacios de la ciudad. El debate actual se centra en cuestionar si los dispositivos tecnológicos añadidos a la ciudad generan beneficios simplemente para la gestión de los datos y recursos urbanos o como otras opiniones avanzan, ayudan a tejer redes de participación y conocimiento para recuperar grupos sociales hasta ahora excluidos del debate urbano. Decir que la ciudad son las personas que habitan en ella se ha convertido en un eufemismo utilizado en todo tipo de foro de “innovación” urbana. La utilización de significantes vacíos prolifera en un nuevo intento de inflar una burbuja interesada entorno a la “producción” de ciudad. La inclusión de los nuevos discursos necesarios en el urbanismo añaden conceptos como innovación, autosuficiencia, desarrollo o eficiencia. Conceptos genéricos que aparecen en los discursos sobre las nuevas ciudades tecnológicas o smart-cities. Como apunta el antropólogo José Mansilla estos conceptos genéricos son capaces se asumir múltiples encarnaciones: “De esta manera, estos conceptos ciertamente indefinidos toman forma, a lo largo del tiempo, en función del discurso dominante, o como dirían Laclau y Mouffe, en función de las operaciones de hegemonía.” (1) Y concluirá asumiendo que en la nueva liberalización encubierta de nuestras ciudades, estas cuestiones son realmente “innovación” cuando quieren decir competencia, “autosuficiencia” por no decir individualismo, “desarrollo” por capitalismo o “eficiencia” en lugar de economía.

(1) “Algo va mal con las smart cities” (DIAGONAL 09/02/2015) Joseé Mansilla. Antropólogo miembro del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)

¿Tiene política la ciudad inteligente? Podemos anticipar que las TIC son la siguiente generación de infraestructuras que “soportarán” nuestras ciudades y territorios. Precisamente fueron las infraestructuras las que durante el siglo pasado vinieron aplicando políticas territoriales carentes de enfoque social. Las “infraestructuras digitales” no por invisibles o intangibles son menos capaces de ordenar y gobernar el territorio de manera “eficiente”, tal y como se ha venido haciendo desde mediados del siglo XX. Esta “nueva realidad” consigue indagar más aún en la desigualdad y la paulatina despolitización de la idea del territorio como bien común. Langdon Winner en 1983 escribía “Do Artifacts Have Politics”. Un texto donde presenta diferentes argumentos para considerar que todo “artefacto” (o infraestructura. física o intangible) tiene una componente política para encaminar unos objetivos muchas veces no expuestos de manera clara: “Si suponemos que las nuevas tecnologías se introducen con el fin de lograr una eficacia cada vez mayor, la historia de la tecnología nos contradecirá de vez en cuando. El cambio tecnológico conlleva una amplísima muestra de motivos humanos, de los cuales el deseo de obtener dominio sobre los demás no es el menos frecuente, incluso aunque ello implique un sacrificio ocasional respecto a los costes y cierta violencia en los modos de conseguir más a partir de menos.” (2) En épocas pasadas y en escenarios de crisis socio-económica similares al que vivimos actualmente, surgieron posturas positivistas que a través de la fe en la tecnología y el “progreso” propusieron nuevos escenarios teóricos (a veces utópicos) donde las “personas” también fueron las protagonistas. El pensador francés Bruno Latour advierte de la peligrosidad de las políticas sujetas al afán de modernidad. Latour recuerda que la Modernidad defendió la idea de que la humanidad sería capaz de controlar y domesticar el planeta a través del progreso: “En la base de la Modernidad se encuentra la idea de que la humanidad será en algún punto capaz de controlar el planeta y estabilizarlo en un mundo perfecto, la ilusión del progreso. Hoy, cuando discutimos el estado de la crisis ecológica global y la ponemos en términos del Antropoceno –una nueva Era donde la humanidad alcanza una intensidad y profundidad geológica-, Latour sugiere que debemos orientarnos al espacio más que al tiempo, que fue el foco en la idea del progreso moderno. Hoy es momento de mirar las posibilidades de supervivencia de la humanidad dentro de los límites de Gaia y la capacidad de la humanidad de componer una esfera planetaria sin fantasías escapistas, aceptándola como nuestro hogar.” (3) Ahora, según Latour, es momento de recuperar la orientación hacia la importancia del espacio frente al tiempo. En caso contrario, los espacios de las ciudades devienen simples flujos de información, el espacio social, lugar de inversión y consumo. Se antoja la urgencia de “Situar” las necesidades y propuestas con el fin de escapar de idealismos como los que en la modernidad generaron fantasías que poco tenían que ver con Lo Real.

(2) Publicación original: "Do Artifacts Have Politics?" (1983), en: D. MacKenzie et al. (eds.), The Social Shaping of Technology, Philadelphia: Open University Press, 1985 (3) Bruno Latour: La modernidad es una meta políticamente peligrosa. Por Patricia Junge, Colombina Schaeffer y Leonardo Valenzuela (Verdeseo)

La seducción tecnológica La fascinación que genera el mercado de la tecnología irrumpe otra vez más en el momento oportuno. En un momento donde la crisis atraviesa no solo la situación económica de las personas sino la capacidad de reacción y su potencia crítica. La “doctrina del shock” (4) a la que se refería Naomi Klein se despliega ahora en forma de dispositivo intangible. Debemos señalar que la invención del concepto “smart city” deriva de la crisis de 2008 cuando las empresas de TICs acuñan éste nuevo concepto para entrar en el “negocio” de las ciudades. Una vez más, la ciudad como negocio. Un negocio fácilmente defendible por su anhelo de convertir la gestión de recursos urbanos en mecanismo eficiente sobre simples plataformas de datos. Recordemos aquí la etimología del termino. La palabra negocio es una palabra latina formada de nec y otium, o sea “sin ocio”. La ciudad que niega el ocio es y será la ciudad asociada al simple rendimiento monetario que volverá a negar el “derecho a la ciudad” de muchos. Los dispositivos tecnológicos pueden llegar a ser mecanismos para la sordera social. Evgeny Morozov en un artículo publicado en El Pais, bajo el título “La tecnología que nos aísla” resume de manera sencilla lo que la conclusión de la introducción de este informe quiere evidenciar: “Los tapones de nuestra generación son los sensores, los teléfonos inteligentes, las aplicaciones. Es bastante revelador que ya no percibamos hasta qué punto eliminan de nuestra vida cualquier mínimo atisbo de política: el precio que pagaremos por esa dosis de comodidad instantánea será la sordera ante la injusticia y la desigualdad, y, sobre todo, ante nuestra propia y lamentable situación.”

(4) Naomi Klein. The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism (2007)

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