Diarte Blasco (2014) \"UN CAMINO SIN RETORNO: LA DESARTICULACIÓN DE LA CIUDAD CLÁSICA EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (ss. IV-V d. C)\" en Modelos edilicios y prototipos en la monumentalización de las ciudades de Hispania, Monografías Arqueológicas 49 (2014, pp. 97 – 106). ISBN: 978-84-16272-69-3

July 24, 2017 | Autor: Pilar Diarte-Blasco | Categoría: Urban History, Urban Planning, Late Antique Archaeology, Late Antiquity
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Descripción

ISBN 978-84-16272-69-3

    MODELOS edilicios y prototipos en la monumentalización de las ciudades de Hispania / Manuel Martín-Bueno y J. Carlos Sáenz Preciado (editores). — Zaragoza : Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014     169 p. : il. ; 30 cm. — (Monografías arqueológicas. Arqueología ; 49)     ISBN 978-84-16272-69-3 1. Ciudades romanas–España. 2. España–Restos arqueológicos romanos MARTÍN-BUENO, Manuel SÁENZ PRECIADO, J. Carlos 711.4.032(460) 904(460):7.032(37)

Monografías Arqueológicas 49 Arqueología Consejo de Redacción de Prehistoria Directores: Pilar Utrilla y José M.ª Rodanés Vocales: Teresa Andrés, Carlos Mazo, Lourdes Montes, Carlos Pérez-Arrondo y Jesús V. Picazo Secretaría Técnica: Rafael Domingo Consejo Científico Asesor de Prehistoria Paul Bhan; Ignacio Barandiarán (Universidad del País Vasco); Concepción Blasco (Universidad Autónoma de Madrid); Gerhard Bosinski (Universidad de Köln); Primitiva Bueno (Universidad de Alcalá de Henares); Margaret Conkey (Universidad de Berkeley); Soledad Corchón (Universidad de Salamanca); Germán Delibes (Universidad de Valladolid); Antonio Faustino Carvalho (Universidad de Faro); Carole Fritz (Universidad de Toulouse Le Mirail); César González-Sainz (Universidad de Cantabria); Miquel Molist (Universidad Autónoma de Barcelona); Lawrence G. Straus (Universidad de Nuevo México); Juan Vicent (Instituto de Historia, CSIC); Valentín Villaverde (Universidad de Valencia) Consejo de Redacción de Arqueología Director: Manuel Martín-Bueno Vocales: Almudena Domínguez, José Antonio Hernández-Vera, Elena Maestro, Ángeles Magallón, Manuel Medrano, y J. Carlos Sáenz Secretaría Técnica: J. Carlos Sáenz Consejo Científico Asesor de Arqueología José d’Encarnaçao (Universidad de Coimbra); Angela Donati (Universidad de Bolonia); Piero Gianfrotta (Universidad de la Tuscia, Viterbo); Josep M.ª Gurt (Universidad de Barcelona); José Luis Jiménez (Universidad de Valencia); Jesús Liz (Universidad de Salamanca); Milagros Navarro (Instituto Ausonius, Universidad de Burdeos); Jean Michel Roddaz (Instituto Ausonius, Universidad de Burdeos); Desiderio Vaquerizo (Universidad de Córdoba) Intercambios: Teresa Artigas ([email protected]) Investigación financiada con cargo al proyecto HAR 2008-03752/HIST (2008-2013) ©  Manuel Martín-Bueno y J. Carlos Sáenz Preciado ©  Departamento de Ciencias de la Antigüedad. Universidad de Zaragoza © De la presente edición, Prensas de la Universidad de Zaragoza 1.ª edición, 2014 Impreso en España Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Zaragoza D.L.: Z 1804-2014

Manuel Martín-Bueno y J. Carlos Sáenz Preciado (editores)

Modelos edilicios y prototipos en la monumentalización de las ciudades de Hispania

Investigación financiada con cargo al proyecto HAR 2008-03752/HIST (2008-2013)

Monografías Arqueológicas. Arqueología, 49 PRENSAS DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

ÍNDICE

1.

REFLEXIONES A FIN DEL PROYECTO URBS II. Modelos edilicios y prototipos en la monumentalización de las ciudades de Hispania. HAR 2008-03752/HIST (2008-2013). Manuel Martín-Bueno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

2.

ÚLTIMAS INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS EN CORDUBA, COLONIA PATRICIA: una propuesta de síntesis. Desiderio Vaquerizo Gil y Manuel Dionisio Ruiz Bueno . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

3.

TAN PRÓXIMAS Y TAN DISTINTAS: SAGUNTUM Y VALENTIA, DOS EJEMPLOS DE URBANISMO ROMANO PROVINCIAL. José Luis Jiménez Salvador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

4.

ZARAGOZA ANTIGUA (SALDUIE y CAESARAUGUSTA): actualidad de la investigación arqueológica. Pilar Galve Izquierdo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43

5.

LA TRANSICIÓN DE LA CIUDAD IBÉRICA A LA ROMANA EN ARAGÓN. Elena Maestro Zaldívar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

6.

LAS INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS EN LABITOLOSA Y CASTRO MUÑONES (La Puebla de Castro. Huesca). M.ª Ángeles Magallón Botaya - Pierre Sillières . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

7.

LA PARTICIPACIÓN DE LA IGLESIA EN LA TRANSFORMACIÓN DEL ESCENARIO URBANO: LA CRISTIANIZACIÓN Y DESPAGANIZACIÓN DE EMERITA (SS. V-VII). Miguel Alba Calzado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

8.

UN CAMINO SIN RETORNO: LA DESARTICULACIÓN DE LA CIUDAD CLÁSICA EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (ss. IV-V d. C.). Pilar Diarte Blasco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

9.

LA CONSTRUCCIÓN DEL ESPACIO SOCIAL CRISTIANO EN LOS CENTROS URBANOS DE HISPANIA DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (siglos IV – VIII). Manuel Feijoó Morote . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

10. LA EDILICIA DOMÉSTICA URBANA ROMANA EN EL VALLE MEDIO DEL EBRO (II a. C. - III d. C.): reflexiones. Paula Uribe Agudo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115

UN CAMINO SIN RETORNO: LA DESARTICULACIÓN DE LA CIUDAD CLÁSICA EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (ss. IV-V d. C.)

UN CAMINO SIN RETORNO: LA DESARTICULACIÓN DE LA CIUDAD CLÁSICA EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (ss. IV-V d. C) Pilar Diarte Blasco Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma

Resumen: Los estudios dedicados a la Antigüedad Tardía han revisado en las últimas décadas algunos de los axiomas que tradicionalmente acompañaban a los análisis sobre el periodo. Entre ellos, ha merecido especial atención la idea del final de la ciudad y las características del proceso que llevaron a la desaparición del antiguo urbanismo y a la creación de uno nuevo, heredero pero diferente, que emergió con sus peculiaridades propias entre dos mundos contrapuestos, el romano y el medieval. El proceso, no obstante, el contexto en el que tuvo lugar y las fases del mismo, continúan generando controversias causadas, sobre todo, por la heterogeneidad de los datos que disponemos. El siguiente artículo analiza las transformaciones urbanas que tienen lugar en Hispania en este periodo a partir de sus espacios públicos, ya que sin duda son estos los que cambiaron el aspecto exterior de las ciudades. Un proceso en el cual la diferente gestión espacio público creó una nueva concepción de los espacios sociales y religiosos y, en definitiva, conformó el nuevo urbanismo tardoantiguo. Palabras clave: Hispania, Antigüedad Tardía, desarticulación urbana, espacios públicos. Abstract: In the past decades, the Late Antiquity studies have reviewed some of the traditional axioms of that period. Among them, the idea of the end of the city and the characteristics of the process that led to the demise of the previous town planning and the creation of a new one, in continuity but different, which emerged with its own peculiarities between two opposing worlds, the Roman and the Medieval one. However, the process, its context and its phases, are still currently generating controversy, mainly due to the heterogeneity of the data. This paper discusses the urban transformations that took place in this period in Hispania, taking into consideration its public spaces, which certainly were the major factor that changed the appearance of those cities. A process where the different management of the public areas created a new conception of social and religious spaces, and ultimately formed the new Late Antique town planning. Keywords: Hispania, Late Antiquity, disarticulation of urban spaces, public spaces.

I. INTRODUCCIÓN Que el urbanismo romano vivió durante el periodo conocido como Antigüedad Tardía una transformación fundamental de sus principios constructivos y de organización del espacio tiene, a estas alturas, poco de novedoso. De hecho, desde los años ochenta del siglo pasado, numerosos han sido los investigadores que han intentado desentrañar las características del proceso que llevó a la desaparición del antiguo urbanismo y a la creación de uno nuevo, heredero pero diferente, que emergió con sus peculiaridades propias entre dos mundos contrapuestos, el romano y el medieval. Lo cierto es que en los últimos años, la investigación se ha visto beneficiada por un interés creciente por estas fases poco "nobles" de la estratigrafía arqueológica. Fases que durante años permanecieron ocultas por el desinterés de arqueólogos e historiadores que no encontraban en

este periodo mayor objeto que la afirmación del cristianismo como religión del Imperio y su confirmación material con la aparición de la primigenia arquitectura cristiana. Sin embargo, el nuevo urbanismo que se estaba afirmando durante estos siglos entendidos como de transición,1 implicó consistentes transformaciones y perpetuó algunas características urbanas clásicas que, por sí solas, tuvieron una entidad propia y definitiva. Definitiva, 1¿Es

correcto hablar de transición? ¿O del mismo modo que no consideramos los siglos medievales como siglos de transición a la Edad Moderna, deberíamos considerar la Antigüedad Tardía como un periodo histórico independiente? Quizá se trate de un falso problema, ya que lo artificial de la división histórica por periodos – necesaria por otro lado para el análisis del historiador- hace que prácticamente todos ellos sean una transición a un periodo posterior. Sin embargo, la tendencia generalizada a explicar la Antigüedad Tardía como el camino hacia algo, nos hace preguntarnos si se trata de una incapacidad nuestra para caracterizar el periodo por sí mismo o si, en cambio, se trata únicamente de un recurso didáctico.

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sin duda, porque el antiguo urbanismo, el del plano ortogonal y los grandes espacios públicos, el de los pórticos a ambos lados de las calles, vio como, a un ritmo desigual, la razón de ser de esta organización espacial de sus ciudades se diluía ante las nuevas exigencias sociales. El proceso, no obstante, el contexto en el que tuvo lugar y las fases del mismo, continúan en la nebulosa de un conocimiento poco preciso, donde las líneas guías del mismo continúan siendo difíciles de determinar. No beneficia, desde luego, que no tengamos un De Architectura del periodo tardoantiguo, del mismo modo que tampoco lo hace el descenso, durante el siglo IV y V, del llamado hábito epigráfico (MacMullen 1982), que provocó, entre otras muchas cosas, que no quedase reflejo escrito de las operaciones urbanas, las restauraciones y las nuevas construcciones que tuvieron lugar durante estos siglos. Mientras el conocimiento detallado del urbanismo clásico es una realidad incontestable, la enorme heterogeneidad del modelo urbano tardoantiguo y la imposibilidad de crear un patrón único del proceso, obligan a estudiar los casos urbanos como ejemplos autónomos, para después buscar las similitudes y patrones generales que podamos hacer extensibles a otras ciudades. El denominador común de todos ellos es, sin duda, la desarticulación de la ciudad clásica. El final de un concepto urbano trazado a partir de una diferente gestión espacio público y, sobre todo, de una nueva concepción de los espacios sociales y religiosos. En definitiva, una transformación urbana como reflejo de una sociedad en ebullición, cuyas necesidades e ideología acabaron por cambiar la realidad urbana conocida hasta el momento. II. EL FINAL DE LA CIUDAD CLÁSICA: contexto urbano y social. En las últimas décadas, los estudios dedicados a la tardoantigüedad han revisado alguno de los axiomas que tradicionalmente acompañaban a los análisis sobre el periodo. Sin embargo, aunque la relación directa entre estos siglos y el concepto decadencia se ha ido matizando, al menos como concepto indisolublemente unido a estos siglos, lo cierto es que en cuanto al urbanismo se refiere, la muerte de la ciudad clásica (Ward Perkins 1997) es una realidad contrastable. La muerte, eso sí, de un concepto, de una ideología urbana, pero no de la ciudad entendida como conjunto de calles y edificios, con una población numerosa que mayoritariamente no se dedica a actividades agrícolas. Salvo excepciones, las ciudades hispanas continuaron en activo, 2 desarrollando muchas de las

actividades que hasta el momento habían tenido lugar en ellas. Es cierto, no obstante, que las transformaciones que desde el siglo III (Cepas 1997) se estaban viviendo en los núcleos urbanos fueron profundas y cruciales y, además, se intensificaron durante los siglos IV y V. No es extraño que estos convulsos siglos coincidan con el periodo en el que los emperadores llevaron a cabo algunas de sus reformas más trascendentales, como la intensa reorganización en la estructura política y de gobierno de Diocleciano o el fin de la clandestinidad de los cristianos a través del Edicto de Milán de Constantino, que terminaría, solo unas décadas más tarde, con el cristianismo convertido en la religión oficial del Imperio gracias al Edicto de Tesalónica. En la quinta centuria, además, el establecimiento de los pueblos bárbaros en la Península Ibérica debió de generar una sensación de inseguridad y caos que por fortuna podemos constatar, casi en exclusividad, en la Chronica de Hydacio, el principal historiador contemporáneo a los sucesos. Estos son solo algunos de los hitos más importantes que se vivieron durante de este periodo y que nos permiten imaginar una sociedad convulsa, en pleno cambio, pero en la que algunos pilares fundamentales, como la administración romana (Arce 2000), se mantuvieron. Tenemos constancia de ello en relación con el mundo urbano, cuando Macrobius, el último de los gobernadores hispanos del siglo IV, recibe una ley (CTh. XVI.10.15) que ratifica la prohibición de sacrificios (Arce 2005; 2006), pero asegurando el mantenimiento de los ornatos de los edificios públicos (publicorum operum ornamenta servai). Esta disposición estaría señalando que en los albores del siglo V, los repetidos casos de destrucción de ornamentos sacros y procesos de spolia habrían proliferado de tal modo que fue necesario crear una ley a propósito para la diócesis hispana. Esta situación se ha relacionado con la decadencia de la ciudad y los sistemas constructivos y, en definitiva, con una sociedad sin recursos. Sin embargo, lo poco que sabemos de la economía hispana del siglo IV y, menos aún, de la del V3 no permite trazar una línea directa entre una hipotética crisis económica y la práctica del expolio. Lo que sí sabemos es que el spolium se dio en todo el Imperio y que, en la mayor parte de los casos, fue un proceso controlado e, incluso, previsto dentro de programas constructivos concretos. De hecho, un año antes de la ley dirigida a Macrobius, en el 398, ya se señala que el patrimonio arquitectónico público que se encontrase en ruinas (diruta penitusque destructa) o sin uso, podía La escasez de fuentes escritas, y el hecho de que las que tenemos estén en gran medida repletas de tópicos de larga tradición literaria, hace que las fuentes arqueológicas y epigráficas sean prácticamente las únicas de las que disponemos para el estudio de la economía hispana de estos siglos (Arce, 1982; 2005; Díaz et alii 2007).

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P. C. Díaz (2000) calculó que la tasa de supervivencia para las ciudades hispanas era muy similar a la del centro y norte de Italia, donde las tres cuartas partes de los antiguos municipia serán ciudades todavía en el año 1000 d. C.

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ser asignado a privados que lo solicitasen (CTh. XV.1.40). El control de este proceso, que probablemente tuvo lugar una vez que los antiguos edificios públicos dejaron de contribuir al ornatus urbano, quedó en manos de las autoridades locales, que con seguridad habrían obtenido un beneficio económico de ello. No obstante, no todos los espacios públicos tuvieron ese fin, ya que los edificios y monumentos que contribuían al decus de la ciudad debían mantenerse en buen estado,4 asegurándose además su perdurabilidad en el tiempo (Baldini 2013). Las diferentes disposiciones del Codex Theodosianus que intentaban legislar en este difícil contexto demuestran la complejidad del momento. El espacio político y social estaba cambiando y se debatía entre los edificios que ya no servían, que habían perdido su funcionalidad original porque ya no se necesitan, y los que o bien mantienen su utilidad o bien son representativos desde el punto de vista histórico, monumental o estético para la población y, por tanto, se deben conservar. En este sentido, el papel de los habitantes, su voluntad y sus intereses, fue capital en el nuevo modelo urbano que se estaba creando. Mucho más, desde luego, que lo habría sido en el anterior, el clásico, donde el propio desarrollo de la romanización creó una estructura urbana que se calcó y se reprodujo hasta la saciedad en el Imperio, sin grandes variaciones ni reinterpretaciones. Digamos, por ejemplo, que la obliteración de los edificios de espectáculos que se produce en la tardoantigüedad estuvo muy influida por los gustos de la población: el primer edificio en perder su funcionalidad es el teatro y el último el circo, precisamente los edificios que antes y después respectivamente perdieron espectadores (Diarte e.p. b). Se trata de una programación urbana mucho menos pensada desde el núcleo de la autoridad imperante y más influida por los compromisos que alcanza el conjunto de la sociedad. Es indudable que en todo este proceso, la afirmación del cristianismo como religión del Imperio debió de causar no pocos estragos. Tensiones que, desde el siglo IV, tanto por el conflicto del paganismo con la nueva religión, como el que se estaba gestando dentro del propio sistema cristiano, formarían parte del complejo telón de fondo del periodo. El cristianismo acabaría por imponerse también en las provincias hispanas, pero en un proceso no tan inmediato como podrían hacernos suponer las tempranas noticias de obispados y sínodos, como los celebrados en Elvira, Zaragoza y Toledo durante el siglo IV (Arce 1982). Sea como fuere, la nueva religión debió de acelerar el proceso de transformación urbano, incluyendo a la CTh. XVI.10, 3 (del 346); CTh. XVI.10, 18 (del 399); Nov. Maior IIII (del 458), son solo algunas de las disposiciones que trataron de evitar un expolio abusivo e incontrolado. Para un análisis detallado, vid. Baldini (2013).

arquitectura cristiana como un nuevo elemento a considerar y del que, sin duda, dependieron la mayor parte de las obras ex novo que se llevaran a cabo a partir de este momento en Hispania. III. EL INICIO DEL PROCESO: la desestructuración del tejido urbano En el fatigoso debate de la continuidad o discontinuidad de la ciudad clásica durante la Antigüedad Tardía, la incomprensión entre las diferentes posiciones suelen girar en torno a los investigadores, casi siempre clasicistas, que consideran la ciudad tardoantigua como una degeneración de la ciudad clásica y los que, en cambio, aportan datos sobre la persistencia de la vida urbana. Los primeros suelen señalar el colapso de la red de alcantarillado como uno de los primeros elementos de degeneración urbana. Pese a que nos encontramos dentro de los que consideran que la vida urbana continuó, es innegable que este colapso debió afectar considerablemente al funcionamiento y condiciones higiénicas de la ciudad. En Caesaraugusta, por ejemplo, la cloaca que transcurría bajo el foro construido en tiempos del emperador Tiberio, estaba completamente obstruida en el siglo III (Mostalac y Pérez 1989), lo que no evitó que el espacio público continuase funcionando (Aguarod y Mostalac 1998). No así en las termas de Clunia conocidas como Los Arcos II, donde la obstrucción de la cloaca a finales del siglo II (Núñez 2008) terminó con la funcionalidad del espacio. En ambos casos el bloqueo del saneamiento se inició con el cese de la limpieza del mismo y casi nunca se trató de un proceso homogéneo. De hecho, la anulación del saneamiento de algunos sectores de una misma ciudad distó más de dos o tres siglos con respecto a otros. En Tarraco, por ejemplo, el colapso de la red que transcurría bajo el teatro se produjo en el siglo II (Mar et alii 1993), mientras que en el Foro Provincial tenemos constancia de cloacas funcionando hasta el siglo V o VI (TED’A 1989), en Augusta Emerita encontramos cloacas cegadas que son sustituidas por canales menores en el siglo V (Alba 2004) (fig. 1).

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Fig. 1. Augusta Emerita. Cloaca cegada y sustituida por un canal menor en el siglo V (Alba 2004).

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A los problemas que pudieron generar la anulación del sistema de evacuación de las aguas pluviales y fecales debemos añadir el de recolección y eliminación de los residuos sólidos. No sabemos con seguridad si en la ciudad clásica existió un sistema de recogida de basura y transporte fuera del pomerium (Gelichi 2000). Lo que sí sabemos con certeza es que de haber existido, en la ciudad tardoantigua ya no lo había, ya que es en este periodo cuando se generalizaron los vertederos intraurbanos. Ambos procesos, anulación de red de alcantarillado y establecimiento de basureros intramoenia, debieron de favorecer, aunque no de modo uniforme, el crecimiento estratigráfico de los niveles de circulación. En Ilici, por ejemplo, podemos documentar cómo el recrecimiento de unas calles construidas durante el periodo augusteo acontece en varios momentos: en primer lugar, a mediados del siglo I d. C., después, en la segunda mitad del siglo III, con una capa de arcilla muy compacta, y ya en el siglo V, con una capa de tierra apisonada (Poveda 2005), Este aporte sedimentario excesivo que elevó la cota de uso, ni cambió el sentido de la vía ni la estrechó particularmente, lo que en principio poco pudo afectar la desestructuración de la trama urbana reticular. En realidad, la privatización de los pórticos, la invasión de la calzada y la instalación de vertederos sobre el antiguo trazado viario fueron las verdaderas causantes de la desarticulación de parte del entramado ortogonal. En muchos casos, de hecho, los vertederos no fueron más que la expresión última del proceso ocasionado por la invasión de la calle por parte de privados. En el caso de Iesso, comprobamos como a finales del siglo V el Kardo Maximus quedaba invadido por un complejo industrial de elaboración del vino, que se instalaba sobre la última pavimentación de la vía, datada a inicios del siglo III (Pera y Uscatescu 2007). Evidentemente, ese complejo generaría toda una serie de residuos que se habrían acumulado no muy lejos. IV. EL PAPEL DE LOS PRIVADOS: nuevos usos de los antiguos espacios públicos La pérdida de los modelos reticulares y el abandono de espacios intramuros (Gurt 2001-2002; Gurt–Hidalgo 2005) se acompañaron, en muchos casos, por procesos de expolio y obliteración de los espacios públicos. Es la transformación de estos últimos, de hecho, la que estaba, poco a poco y de forma intermitente, cambiando el aspecto exterior de las ciudades. Esto no significa que los cambios no tuviesen lugar también en el ámbito privado (Ellis 1988; Ramallo 2000), sino que es en el público donde se pone de relevancia la nueva fisonomía urbana que estaban adquiriendo las ciudades. Si bien gracias a la nueva distribución interna de las casas podríamos trazar algunas de las nuevas características de la

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mentalidad del periodo, es la ocupación progresiva de los espacios públicos (Diarte 2009; 2012), la que de mejor manera muestra la profunda transformación que tuvo lugar durante el siglo IV y V en las ciudades hispanas. En muchos casos, de hecho, estas mutaciones se habían iniciado ya antes, desde la segunda mitad del siglo II (Sillières 1990), haciéndose efectivas y, en cierto sentido, definitivas durante el siglo III y IV. De todos modos, el ritmo varió considerablemente de una ciudad a otra, adelantándose en muchos casos en aquellas ciudades que no llegarían a la Edad Media. Es el caso, por ejemplo, de Valeria que, desde el periodo trajaneo, vio como los pórticos de la plaza del foro se invadieron y se inicia el colapso del templo (Fuentes, 1987). O en el teatro de Acinipo que, a partir de mediados del siglo II, inicia una fase de abandono, momento en el cual comenzará a colmatarse el hyposkenion (Del Amo 1982), hasta que se reutilice el espacio con funcionalidad doméstica (Nieto y Carrilero 1995). Más allá de la importancia (administrativa, económica, etc.) de las ciudades, que desde luego influyó en el inicio y el ritmo posterior del proceso, la tipología de espacio público fue determinante en el desarrollo del mismo. En los edificios de espectáculos, por ejemplo, notamos como las preferencias de los espectadores, más que los rigores de la tardoantigüedad, provocaron el desinterés por estos edificios. Tanto en ciudades de pequeño tamaño, como en ciudades de gran tamaño como Carthago Nova o Tarraco, constatamos que desde la segunda mitad del siglo II, aunque especialmente desde finales de dicha centuria, el teatro dejó de funcionar como tal. No sorprende, por tanto, que en el siglo III dejen de estar en activo el resto de teatros peninsulares y que solo unos pocos lleguen en uso a la cuarta centuria, destacando entre ellos el edificio teatral de Augusta Emerita, capital de la Diocesis Hispaniarum. La supervivencia en activo de los anfiteatros, en cambio, llegó normalmente hasta el siglo III. De hecho, en muchos casos, hasta la cuarta centuria continuaron funcionando, siendo solo superados por los circos que se mantuvieron en activo durante el siglo IV y, en algunos casos, llegaron incluso hasta el siglo V con su funcionalidad original intacta (Diarte 2012; e. p. b). Mientras que en los edificios de espectáculos parece evidente que el final de su uso original estuvo directamente relacionado con el abandono de sus estructuras -al menos en calidad de lugar dedicado al ocio-, en los foros la situación es algo más compleja, ya que su carácter de espacio multifuncional, centro de la vida municipal, religiosa, judicial, económica y social, asegura que, de un modo u otro, alguna de estas actividades originales se hubiesen mantenido durante los siglos IV-VI e incluso VII, y en consecuencia parte de su fisonomía original pudiese permanecer más o menos estable (Diarte 2012; e.p. a).

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El desigual desarrollo del proceso, en el que algunos espacios públicos estuvieron activos, mientras otros se abandonaban o iniciaban su reutilización con nuevos usos debió de generar un aspecto particular para estas ciudades. Si a esto sumamos que el proceso, como hemos visto, se desarrolló en un amplio arco cronológico, podemos imaginar nuestra dificultad a la hora de establecer un patrón de comportamiento urbano estable para el periodo. No obstante esta heterogeneidad, existe una tendencia generalizada hacia la apropiación por parte de privados de los antiguos espacios públicos que podemos detectar en cualquier tipología de ellos. Es el caso, por ejemplo, del teatro (Abascal et alii 2006) y en el anfiteatro de Segobriga (Almagro 1977), reocupado con unidades domésticas, aprovechando parte de los materiales arquitectónicos y estructuras constructivas (fig. 2). También del circo de Tarraco, donde vemos como parte de las bóvedas, en torno a la mitad y finales del siglo V (Dupré et alii 1988; Ruiz de Arbulo 2001), serán ocupadas con viviendas que se sirven de los paramentos del edificio para su construcción. En estos casos, es bastante probable que la ocupación doméstica se produjese inmediatamente después del final del uso lúdico original, ya que no se documentaron en el registro arqueológico procesos de erosión o los aterramientos propios de fases de abandono. No siempre una funcionalidad nueva sustituyó a la funcionalidad original en un lapso de tiempo tan breve. Existen casos, en los que los edificios permanecieron abandonados durante un tiempo, sin una utilidad conocida, como ocurre con el teatro de Baelo Claudia que probablemente tras el terremoto que afectó a la ciudad en la segunda mitad del siglo III quedó abandonado, hasta su reutilización

como espacio doméstico durante los siglos V y VI (Sillières 1997); o las termas de la actual calle Ossau de Caesaraugusta que, a finales del siglo III, ya no se utilizarían con su uso original, pero no se reocuparían como vivienda hasta el siglo IV (Beltrán et alii 1985). Incluso casos, los menos, en los que los edificios dejaron de funcionar como consecuencia de una destrucción violenta, como ocurre en el foro de Pollentia (Orfila et alii 1999) o las Termas Mayores de Asturica Augusta (Núñez 2008), que acabaron de modo traumático con el uso original de los mismos. Otra posibilidad, que mayoritariamente documentamos en los complejos forenses, es que la invasión por parte de los privados coexistió con alguna de las funciones originales del espacio (Diarte e.p. a), lo que por otra parte es lógico si pensamos que se trataba de la plaza pública principal de las ciudades, con su templo y basílica, en las que además se desarrollaban actividades comerciales. De este modo, comprobamos que, en la segunda mitad del siglo IV, en el foro colonial de Corduba ya aparecen las primeras estructuras domésticas y vertederos asociados a ellas, cuando todavía se están añadiendo epígrafes honoríficos (Hidalgo 2005). O en Carthago Nova donde, desde la segunda mitad del siglo II hasta mediados del siglo IV o inicios del V (Noguera et alii 2009), las obliteraciones de algunos espacios convivieron con remodelaciones. En estos ejemplos resulta evidente que las modificaciones en el trazado básico arquitectónico y en la fisonomía de los espacios forenses se iniciaron mucho antes de que alguna de las funcionalidades originales hubiese desaparecido completamente. Es cierto que la capitalidad de estas ciudades pudo provocar que la perduración de su equipamiento público se mantuviese más tiempo en activo que en

Fig. 2. Segobriga. Estructuras domésticas sobre la arena del anfiteatro (Almagro 1977).

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ciudades de menor tamaño e importancia. Sin embargo, también en estas últimas, generalmente en un cronología algo adelantada, la frecuentación típica de estos espacios se mantuvo mientras las primeras casas aparecían en ellos, como ocurre por ejemplo en Carteia (Roldán et alii, 2006), donde se ha constando una importante frecuentación del foro hasta el siglo V (fig. 3), tanto por sus funciones como espacio público, como por las primeras casas que se establecieron en él. La invasión de los foros por parte de privados no siempre tuvo carácter doméstico y, en algunos casos, comprobamos como también se trataron de espacios dedicados a actividades artesanales y/o lugares de trabajo relacionados con el expolio de los materiales constructivos. En Gerunda, por ejemplo, la nueva pavimentación de la plaza pública coincidió con el expolio de la piedra de los edificios que ya no estaban en uso para la construcción de la nueva muralla (Nolla et alii 2009). Igualmente en Augusta Emerita, parece que el spolia de parte de las estructuras del Complejo de Culto Imperial, se habría iniciado antes del final de su uso y habría continuado hasta que la instalación de las estructuras domésticas en la segunda mitad del siglo V que, como consecuencia del expolio que se había producido del mármol del pórtico y la plaza, se situaron directamente sobre niveles de tierra apelmazada, ubicados por debajo de la cota de uso romana (Alba y Mateos 2006). Cualquier edificio público, no solo los foros, fue susceptible de verse inmerso en procesos de expolio. Los circos, por ejemplo, cuya forma y ubicación generalmente alejada del centro urbano provocaron que, en la mayor parte de los casos, no obtuviesen una nueva funcionalidad, vieron como su principal destino en este periodo fue su utilización como cantera de materiales. Así sucede en Calagurris (fig. 4), donde el revestimiento de sillares de dicho edificio se expolió para la construcción de la muralla en la segunda mitad del siglo III (Pavía et alii 2002). O en Toletum, donde el expolio del circo habría tenido como objetivo la urbanización de la zona conocida hoy como la Vega Baja y la construcción de la probable basílica de Santa Leocadia (Gurt y Diarte 2012). Es evidente que cuando el expolio de materiales se utiliza para una obra pública, como la construcción o reparación de una muralla, o la erección de un edificio religioso, el proceso se encontraba bajo el control del poder local. Es cierto, no obstante, que muchas veces los materiales arquitectónicos expoliados se dedicaron a construcciones privadas, resultando mucho más complicado documentar evidencias sobre el papel municipal en estos casos. Sin embargo, se hace difícil creer que no había un control sobre los materiales que constituían los edificios públicos, del mismo modo que cuando las primeras viviendas anularon pórticos o se sirvieron de las paredes perimetrales de

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Fig. 3. Carteia. Estructuras tardoantiguas al oeste de la plataforma del foro (Roldán et alli 1998).

los antiguos edificios para su construcción, no hubiesen contado con algún tipo de control por parte de la autoridad imperante. V. EPÍLOGO: la cristianización topográfica y su trascendencia urbana Para la mayor parte de los investigadores que se dedican al estudio del Antigüedad Tardía es el cristianismo, junto a la construcción o reparación de murallas urbanas, los dos fenómenos que caracterizaron al nuevo tejido urbano (Cantino Wataghin 1992; Cantino Wataghin et alii 1996; Gauthier 1999). Las murallas, sin embargo, no son un hecho exclusivo de la ciudad tardoantigua. Como sabemos, su construcción en Hispania se desarrolló en un periodo prolongado de tiempo que comenzó ya en la segunda mitad del siglo III y duró hasta el siglo VI. En muchos casos, más que de verdaderas construcciones, debemos hablar de refacciones en las que la muralla tardoantigua se adosaba a la altoimperial, como ocurre en Caesaraugusta o en Augusta Emerita. La topografía cristiana es desde luego el elemento innovador que emerge en la ciudad tardoantigua. Es cierto que las mutaciones que había vivido el tejido urbano, fundamentalmente por la pérdida de gran parte de las dotaciones públicas que tradicionalmente tenía la ciudad clásica, habían sido el elemento germinal de las transformaciones, pero es todo lo que tiene que ver con la nueva religión lo que introduce una novedad en el urbanismo. Dicho esto, conviene tener presente que, a partir del año 313, la tolerancia con el cristianismo no significó la inmediata inclusión de la arquitectura cristiana en la topografía de las ciudades.

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Fig. 4. Calagurris. Estructuras visibles del circo a finales del siglo XIX e imágenes de la muralla tardoantigua construida en parte con los sillares del expolio de dicho edificio (Pavía et alii, 2002).

En Hispania (Gurt y Sánchez 2011; Sales 2012), hasta finales del siglo IV, no documentamos los primeros testimonios constructivos que, sin margen de duda, puedan señalar la existencia de una comunidad cristiana urbana. Para entonces, hacía casi dos siglos, que los núcleos urbanos se encontraban inmersos en importantes transformaciones que, poco a poco, iban enmascarando el urbanismo clásico. Esto no significa que no hubiese comunidades cristianas urbanas anteriores, sino que probablemente se reunirían en espacios no monumentalizados, que hasta el momento no somos capaces de identificar en el registro arqueológico. En el siglo IV, encontraremos ya iglesias, más o menos monumentales, en aquellos centros urbanos que eran sedes episcopales. Pese a todo, la construcción de iglesias en centros de menor importancia no tuvo lugar hasta bien entrado el siglo V (Cantino Wataghin et alii 1996). De hecho, en la Península Ibérica rara es la construcción cristiana anterior a la quinta centuria, lo que nos hace pensar que el proceso de cristianización topográfica de las ciudades peninsulares no tuvo lugar hasta que la nueva religión estaba perfectamente consolidada.

De este modo, cuando algunos edificios religiosos eligieron para su construcción el solar que habían ocupado y en algunos casos ocupaban todavía, al menos en su estructura principal, antiguos espacios públicos romanos, estos ya poco tenían que ver con el edificio que había sido durante el Alto Imperio. Es más, en la mayor parte de los casos, constatamos que estos antiguos espacios se habrían visto ya inmersos en procesos de expolio, abandonos y reutilizaciones, generalmente por privados, que aseguraban que, aunque parte de la estructura constructiva de los edificios se mantuviese en pie, se trataba ya de espacios diferentes (Diarte, 2012), con características propias de la Antigüedad Tardía. Así ocurre con seguridad en el caso de la capital provincial Tarraco, en la que en torno al siglo VI verá como tiene lugar la cristianización del área del Concilium Provinciae (Aquilué 1993; Macías 2013) y de su anfiteatro (TED'A, 1990). O en Valentia, donde el conjunto episcopal se va a situar en el área forense (Ribera y Roselló 1999; Ribera 2005). Pese a que en muchos casos parece que la arquitectura cristiana intentó elegir para su ubicación lugares que reafirmasen la topografía del poder, como en los casos anteriores, los edificios religiosos

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no siempre eligieron para su construcción áreas públicas, aunque casi siempre reutilizaron los materiales que venían de ellas. Tanto en los antiguos espacios públicos, como en propiedades privadas, como la que vio el nacimiento del episcopium de Barcino (Bonnet y Beltrán de Heredia 2001 (fig. 5), de lo que no cabe duda es de que fueron estos nuevos edificios los que proporcionaron a la ciudad del siglo V una nueva imagen y, sobre todo, una nueva jerarquía de los espacios, en torno a la que se constituiría el núcleo urbano tardoantiguo. En definitiva, un replanteamiento urbano creado a partir de un nuevo espacio social y religioso que, desde este momento y hasta la invasión musulmana de principios del siglo VIII, configuró el desarrollo de las ciudades hispanas.

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ÍNDICE 11. LA CIUDAD JULIO-CLAUDIA Y SUS PROGRAMAS DECORATIVOS, PARADIGMA DEL PODER DE ROMA EN EL VALLE DEL EBRO. Claudia García Villalba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125 12. MORIR EN LA CIUDAD: LA CONCEPCIÓN DEL SUBURBIUM COMO ESPACIO FUNERARIO: el caso de las capitales provinciales hispanas. Alberto Sevilla Conde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137 13. LA SIGILLATA HISPÁNICA: ¿artesanía o manufactura? J. Carlos Sáenz Preciado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149 14. NOVEDADES EN LA METODOLOGÍA PARA EL ESTUDIO DE LA PINTURA MURAL ROMANA Lara Íñiguez Berrozpe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163

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