Devenir y Tragedia. El juego dionisíaco de la Voluntad

June 8, 2017 | Autor: Luis Fores | Categoría: Philosophy, Art History, History of Ideas, Art Theory, Cultural Theory
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Descripción

PAIDEÍA 57 (2001) pp. 341-349

LUIS FORES, PROFESOR DE FILOSOFÍA. MADRID

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Devenir y tragedia: el juego dionisíaco de la voluntad «El arte dionisíaco intenta persuadimos de la eterna voluptuosidad del ex.istir». El nacimiento de la tragedia, 17.

orno es bien sabido, Parménides, de la mano del Ser como presencia, im­ pulsaría a Platón a negar en su inmanencia Jo sensible y en él la vida, ne­ gar hasta doblegarse a la imaginería del anhelado Mundo Inteligible en el cual el pensamiento permaneciese a salvo de las contradicciones dionisíacas de la existencia. Esta rebeldía contra las disonancias del mundo, consumada con la negación radical de la vida, sería el germen, según Nietzsche, de todo posterior ideal ascético, de todo artefacto metafísico que a lo largo de milenios perduraría reiteradamente apuntalado por principios como el de identidad. En el paroxismo de la lógica que abandona el mundo fenoménico hallamos también otra irrevoca­ ble verdad: esa identidad, en la intolerable experiencia de lo transitorio, en la ina­ bordable existencia de un devenir que nos excede, alcanzará su más profundo so­ siego negando a toda manifestación de ese devenir la condición de realidad. Estipular dogmáticamente un valor supremo para la Razón y devaluar el insonda­ ble mundo del fenómeno, cristalizándolo hasta la irrealidad del espejo, es lo que legitimó al pensamiento occidental para un recrearse de siglos desde el viejo Par­ ménides. El Occidente metafísico de la presencia sería ese viaje de 2500 años en el que la identidad debió retroalimentarse para sobrevivirse, en un refinamiento prolongado hasta la extenuación. El Nihilismo sería la historia de esa extenua­ ción y la meta oculta de aquella retroalimentación. La vanidad del vuelo de ese pensamiento que se reiteraba de espaldas a la vida y al devenir ha desembocado en la vanidad de un fundamento que las formas del Nihilismo experimentan como ilusivo. Consciente como nadie en su tiempo de la colosal mixtificación, Nietzsche asume, pues, la titánica tarea de desvelar la máscara de ese espúreo fundamento orquestado por Platón bajo la guía absorbente y «patológica>> de un principio ab­ soluto de identidad «moral» trágicamente refutado por el Nihilismo. Revasarlo por fin instaurando de nuevo las vivas formas de la contradicción como funda­ mento de un naciente pensar más fiel al devenir se le hará inevitable al filósofo. «La afirmación de la vida -escribe al respecto-, aun en sus problemas más ar341

duos y extraños. la voluntad de vivir que, en el sacrificio de sus tipos superiores, se alegra de su propia inagotabilidad a esto lo he llamado «dionisíaco» y en ello he creído reconocer el hilo que lleva a la psicología del poeta trágico. No para li­ brarse del miedo y de la compasión, ao para purificarse de una pasión peligrosa a través de su descarga -así lo entendió Aristóteles-, sino para encarnar uno mis­ mo, por encima del dolor y la compasión, la eterna alegría del devenir». 1 Lo que, ontológicamente, ha sido negado desde Parménides habrá ahora de revalorizarse para reconducir toda futura posibilidad de un pensar con fundamen­ to y verdad. Y puesto que en el inagotable fluir de la vida como potencia dioni­ síaca del mundo el principio regulador es la inestable contradicción, para esa uni­ dad indisoluble Nietzsche acuñará su celebre Wil/e wr Jvlacht. Esta Voluntad dará razón ahora sobre la meta de la ocultación y. por tanto, sobre el espúrio fun­ damento que ha venido sosteniendo a toda la metafísica de la presencia. El discurso que narre este pensar apegado al devenir ya no habrá de poseer la vocación por formas lingüísticas monolíticas, unívocas, denotativas, con las que se diseñaran un día los edificios inmutables del ser. Requerirá, antes al contrario. el discurrir sinuoso de las significaciones multiplicadas y difusas que traducen con más honda fidelidad el derramarse mismo de la vida. Donde hay la­ tido hay regresos. Y la Vo/1111tad de Poder será esa energía cuya propensión ine­ ludible consiste en irradiar su luz expansiva sobre la totalidad de lo existente. Bien lo sabía Nietzsche al no optar por el artefacto estilístico del «docto>> viejo con cuya univocidad semántica se ,aferra a la momificación obsesiva del continuum de la vida, sino por un estilo cuyos cinceles moldean la materia de los significados para que hablen analógica o metafóricamente la misma lengua de la contradicción.i La única ley en la escritura consistirá, pues, en alejarse de la fide­ Udad al concepto tejido en la pobreza de un significado y su significante, a fin de mostrar más desnuda y libre en su soberanía la sustancia evolutiva de la vida. Una escritura fluvial o aérea en la cual las figuras de lo poético no sean nunca doblegables a una exacta decodificación especular. Una escritura que consiga al­ canzar el grado de poética. Así lo señalaba en su Ensayo de autocrítica a la 3ª edición de El nacimiento de la tragedia el pmpio filósofo al referirse al profundo distanciamiento sentido respecto a la conceptualización clásica del ser y a los modos expresivos con los que nombrar una experiencia del devenir que pudiera, en propiedad, calificarse como dionisíaca: «El disc{pulo de un �
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