Despoblación en Extremadura (indicadores y reflexiones) (2014)

June 6, 2017 | Autor: A. Baigorri Agoiz | Categoría: Demography, Rural Development, Extremadura, Depopulation, Rural depopulation, Despoblación
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Descripción

Despoblacion en Extremadura (indicadores y reflexiones)1 Artemio Baigorri (Universidad de Extremadura) Buenos días. En primer lugar agradecer la invitación de este parlamento, con el que es un honor colaborar. Aunque deberían corregir su costumbre de enviar la cita con escasos días de anticipación, para disponer de más tiempo para preparar la comparecencia. No por ampliar el contenido, sino por tener la calma necesaria precisamente para concentrarlo y adaptarlo a una agenda tan apretada. Por eso, y por si falta tiempo para exponer todos los extremos, dejo a su disposición el texto completo. Al pensar sobre el despoblamiento de la región, y muy especialmente de su vinculación a la baja natalidad y el flujo migratorio negativo, recuerdo que en mi última comparecencia, hace algo más de un año y sobre la Deuda Histórica, apunté las consecuencias de la sangría migratoria producida entre los años ’50 y ’70 del siglo pasado, y cómo dichas consecuencias constituían la gran losa de la región, y por tanto su restitución (imposible de hacer en la práctica, pero sí compensable) es la principal Deuda Histórica que España tiene con Extremadura. Por eso no me detendré en hablar de aquel periodo, aunque hay que tenerlo en cuenta pues es la causa de la desajustada estructura demográfica de la región en la actualidad. Es cierto que hay quien repite machaconamente, cada vez que se nombra la gran sangría migratoria, que algunos intentamos tapar con la referencia a la Gran Diáspora lo que se no habría hecho en cuatro décadas de democracia. Pero hay que hacerlo, porque aquel proceso desangró la región precisamente de cohortes de edad esenciales, reduciendo la capacidad de resistencia sobre todo de nuestras zonas rurales. Con las mimbres que había a finales de los ‘70, poco más se podía hacer, y aún se puede hacer hoy, en nuestras extensas zonas rurales, que asegurar su mera supervivencia con unos recursos y servicios dignos. Pero yo no quiero centrarme en ese pasado lejano, sino en las tendencias observables en nuestro pasado más inmediato, y nuestro presente, en algunos aspectos que tienen incidencia directa en la cantidad y calidad de los stocks demográficos. Pues ciertamente se han producido cambios importantes en las últimas décadas, consecuencia de los dos hechos políticos que, junto a la propia democracia, más han impactado en España: la federalización como Estado de las Autonomías, Autonómico, que ha dotado de autogobierno y por tanto capacidad decisora a la región, y el ingreso en la Unión Europea, que como saben mejor ha supuesto un flujo

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Comparecencia ante la Comisión no Permanente de Estudio sobre la Despoblación en Extremadura, Asamblea de Extremadura, Mérida, 8/10/2014

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de caja impresionante, ciertamente no siempre bien administrado pero que ha salvado por la campana a regiones moribundas como Extremadura.

Gracias a ello la sociedad extremeña tiene muy poco que ver con la de hace treinta años. Aunque en términos económicos seguimos siendo una región aún en trance de convergencia con los estándares medios europeos, incluso españoles, de riqueza, pues ni se ha modificado ni se está modificando sustancialmente la estructura productiva (más allá de los cambios generales derivados de las últimas revoluciones tecnológicas que nos conectan telemáticamente en una urbe global). De hecho hay un elemento, el más clave, que no ha cambiado en los últimos treinta años: seguimos viviendo en la región el mismo millón de habitantes, más o menos. Parece que haya calma chicha en la demografía, con oscilaciones no tan significativas como lo fueron en las décadas precedentes, fuera para bien (en la primera mitad del siglo XX) o para mal (desde mediados de ese siglo).

Pero no es cierto, la demografía ha cambiado mucho. En cuanto a procesos migratorios, las diferencias entre 1982 y la actualidad son importantes. Empezando por el saldo migratorio, sin duda el principal indicador demográfico de la calidad de vida de un territorio. Mientras que a principio de los’70, en plena diáspora (Baigorri, 2009), el saldo migratorio era dramáticamente negativo, en 1982 era de nuevo 2

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positivo, por primera vez en décadas. No porque las condiciones de vida y las oportunidades en la región hubiesen cambiado sustancialmente (aunque algún cambio se había producido al empezar a madurar los nuevos regadíos, un elemento cuya importancia no me canso de repetir, pues se olvida demasiado a menudo), sino porque las puertas se habían cerrado a los emigrantes extremeños en los grandes centros industriales españoles, sumidos en una enorme crisis sistémica, mucho más profunda que (por ahora al menos) la actual. Como muestra gráfico, basado en la Estadística de Variaciones Residenciales, aunque los saldos positivos de estos últimos treinta años en absoluto compensan los déficits anteriores, lo cierto es marcan una tendencia nueva, una situación nueva. La clave estaba en el retorno, una variable que a lo largo de las dos últimas décadas ha venido adquiriendo creciente significación. Emigrantes que no encuentran lo que esperaban en el destino migratorio, que fracasan, o que por el contrario tienen éxito y al jubilarse vuelven con sus ahorros a vivir en sus pueblos de origen o (lo más habitual) a las pequeñas ciudades cercanas a esos pueblos.

El retorno ha venido aportando un flujo constante no sólo de población (aunque ya mayor e incluso anciana), sino también y sobre todo (de ahí su auténtica importancia) de recursos económicos a la región, en forma de pensiones de jubilación o invalidez. Pero es un retorno cuyos efectivos han venido decayendo en el último lustro. En la diapositiva pueden ver la predicción que hacíamos en 2008 sobre la tendencia de los veinte años previos. Abajo, la curva completa hasta la actualidad, que como ven marca una caída vertiginosa. Y es que las consecuencias de la crisis económica en Extremadura van más allá del impacto directo en variables como el desempleo, impactando directamente en el flujo de retorno, y tienen otras implicaciones a las que no siempre se les presta atención: así, muchos de los antiguos emigrantes extremeños que ahora se plantearían retornar, no pueden permitírselo dado que tienen a parte de sus descendientes, en las ciudades de destino, en paro u otras situaciones de precariedad. Y tienen que asistirlos con sus propias pensiones, ayudarles cuidando a los nietos, etc. De forma que en sólo cinco años el número de retornados anuales se ha reducido en un 25%.

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Además, ha aparecido un fenómeno nuevo, como es la re-emigración de parte de quienes retornaron tras su jubilación, cuya importancia descubrimos en nuestra investigación. Pusimos de manifiesto, al construir la pirámide de población de los saldos migratorios, cómo a partir de los 75 años, etapa vital en la que empiezan a aparecer procesos de dependencia física, el saldo migratorio es negativo. Muchos se han hecho demasiado mayores y dependientes como para mantenerse autónomos en sus pueblos de origen, y han re-emigrado a Bilbao, Madrid, Vitoria, Zaragoza, Barcelona, etc, cerca de sus hijos y de servicios de asistencia de más calidad. Junto los retornados que cierran el ciclo migratorio, en los últimos años se ha reavivado un fenómeno que ya se produjo a finales de la década de los ’70 y principios de los ’80 del pasado siglo, en el curso de la anterior Gran Crisis económica (Marin, Baigorri, 1984): el retorno en unos casos, migración en otros, de los denominados “neorurales”, una etiqueta hoy excesivamente laxa pues incluye auténticos neorurales que emigran al campo para intentar vivir como vivían y de lo que vivían los antiguos rurales, retornados y conmuters urbanitas que viven a caballo entre el campo y la ciudad. Es un fenómeno interesante, que desde hace décadas propongo potenciar, pero que hoy por hoy es muy minoritario, ni siquiera está adecuadamente evaluado en su impacto real. Hay otro cambio que descubrimos en el marco de nuestra investigación sobre Emigración y Retorno, que hemos venido siguiendo desde entonces y que me parece más sustancial, y hace referencia a la propia naturaleza y dinámica de los procesos migratorios.

Si observamos el gráfico que recoge la población emigrante, podremos observar dos detalles significativos (la flecha roja y la verde): el primero es obvio, en 1996, cuando llegó a Extremadura el impacto de en la anterior recesión, vemos que se inició un fuerte ciclo de emigración; el segundo quizás no lo es tanto, pues se trata de la estabilización del proceso. Y eso es justamente lo novedoso: los procesos migratorios en Extremadura son ya plenamente convergentes con las dinámicas nacionales. Si hasta hace dos décadas, de Extremadura se producía emigración cuando había crecimiento en las zonas más desarrolladas, y retorno cuando la crisis afectaba a esos espacios, en la actualidad acabamos de ver cómo a pesar de la crisis se reduce el retorno, y además apenas se 4

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incrementa el número de emigrantes. Es más, si observamos el gráfico, vemos cómo en realidad, y a pesar de que Extremadura tiene una tasa de desempleo muy por encima del resto del país, el flujo de salida se retrae. Podría argumentarse que la emigración se retrae, como a finales de los ’70, porque la crisis hace que no haya a dónde emigrar. Pero la realidad es hoy más compleja. Otra diferencia respecto a la situación pretérita es que la mayor parte de los que salen no son extremeños de origen, sino población “móvil” que ha pasado un periodo de tiempo en la región; no sólo inmigrantes extranjeros (que son quienes constituyen el principal componente del mix de emigrantes desde el conjunto de España), sino también nacionales que vinieron a Extremadura por razón de destino, y por la misma razón salen ahora. El gráfico recoge la tendencia para el periodo 1988-2007. Tras estos datos está la evidencia de que las dinámicas migratorias de la población extremeña han cambiado. Según la hipótesis que desarrollamos más ampliamente en un artículo que publicamos hace un par de años en la Revista de Estudios Extremeños (Baigorri, Chaves, Fernández, 2012), se estarían produciendo en la actualidad, dos dinámicas claramente diferenciadas: de una parte la salida de muy pocos emigrantes en el sentido clásico, pero salida al fin, por cuanto Extremadura sigue estando en una posición débil en cuanto a capacidad de generación de empleo, sobre todo cualificado; pero también la inserción de la región en un nuevo modelo global de movilidad. La causa fundamental de estos cambios se debe a la inserción de las sociedades avanzadas en la Sociedad Telemática, caracterizada en lo que a las migraciones se refiere por una serie de elementos que hacen la salida, normalmente provisional, mucho más fácil que antaño: a) Las facilidades que existen hoy en día para la movilidad geográfica b) El intenso contacto telemático que es posible mantener con la familia, amigos y seres queridos en general La evidencia la vemos más claramente observando los datos agregados a nivel nacional. Según la EPA (la mejor fuente para percibir estos cambios), la proporción de la población que sigue viviendo en su municipio de nacimiento desciende de manera continua en los últimos doce años. En suma, podemos decir que la estructura migratoria de la región ha cambiado sustancialmente. Si en las dos últimas décadas del siglo XX la región consiguió una cierta estabilidad, aun así nunca ha llegado a invertirse (como para el caso español se produjo) la tendencia migratoria de mediados del siglo, por una de inmigración. Sin embargo, con el siglo XXI la región entra en una dinámica nueva, que la acerca (como corresponde a la modernización general de la sociedad extremeña que se ha producido en las décadas anteriores) a las tendencias globales en los que a movilidad se refiere. Otro de los cambios importantes que se han producido en la demografía de la región es la aparición de un fenómeno de inmigración desconocido. Aunque ni de lejos ha tenido la intensidad que en el resto de España, pues Extremadura no tiene oferta de trabajo suficiente ni para la población autóctona, el cambio respecto de 1982 ha sido sustantivo: apenas 1.500 extranjeros residían en la región en 1981, mientras que en 5

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2011 la cifra era de casi 40.000. Un número pequeño todavía, y de ahí (como veremos) que no se haya producido en Extremadura el nivel de recuperación de la natalidad que se ha producido a nivel nacional. Mientras que en 2011, el 20% de los nacidos en España lo eran de madre extranjera, en Extremadura apenas llegaban al 6%, pero algo han contribuido al amago de recuperación de la natalidad que hemos tenido, luego volveré a ello. Uno de los cambios con consecuencias demográficas afecta a la familia, pero no es de difícil cuantificación. En la encuesta sobre la estructura y actitudes de las familias extremeñas hacia la Educación, realizada en el marco del Debate Educativo, en 2006, aparecían un 3% de familias de origen extranjero; un 5% de familias constituidas por parejas de hecho; y ya entonces, hace casi una década, antes de su legalización, un 2,4% de familias conformadas por personas del mismo sexo (Baigorri et al, 2006:90). Pero no existen series históricas sobre las que hacer comparación: esos nuevos modelos de familia han irrumpido en las últimas décadas, y respecto de algunas de las tipologías ni siquiera es esperable que dispongamos de series estadísticas a corto o medio plazo, por lo que habrá que seguir recurriendo en el futuro a las encuestas. Son cambios de naturaleza cultural pero con impacto en los stocks. Pero también hemos asistido a otros cambios de más fácilmente medible impacto demográfico y económico, por afectar a sectores bien diversos (desde la construcción al sistema educativo). Empezando por el tamaño de la familia, que podemos seguir a través de la variable tamaño del hogar2 y que viene disminuyendo progresivamente desde hace dos décadas.

En los primeros años de la pasada década pudimos asistir a un leve repunte, vinculado tanto al fuerte crecimiento económico alcanzado en nuestro país con el boom inmobiliario (que para bien y para mal permitió a muchos jóvenes acceder a un empleo y decidirse a formar una familia o a ampliar las ya existentes), como a la llegada de inmigrantes extranjeros (que forman familias más amplias). Paradójicamente, sin embargo, las políticas natalistas de finales de la década, como “el

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El tamaño del hogar no existe como indicador formal y estable en el sistema de estadísticas del INE. La serie histórica recogida recoge datos de los Censos de Población, la Encuesta de Presupuestos Familiares y la Encuesta de Condiciones de Vida.

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cheque bebe” no van a tener efecto alguno en la abrupta caída que se produce en los inicios de la crisis económica, y que se prolonga hasta la actualidad. En suma, en algo más de veinte años el tamaño medio se ha reducido en casi un miembro, acoplándose plenamente la evolución de la región a la nacional (salvo en el periodo 2003-2005). Entre las causas que explican esta reducción del tamaño están el retraso en la formación de las familias, y consecuentemente en el inicio del periodo reproductivo, y la caída de la natalidad propiamente dicha. Factores que algunos explicamos desde la Sociología por la teoría de la placenta social (Baigorri, 2004:43; 2013:142), según la cual el desarrollo social conlleva un sistemático retraso en la incorporación de los nuevos miembros de la sociedad a sus diversas funciones. A un menor número de matrimonios se une un retraso imparable en la edad de celebración. En el gráfico vemos que la evolución de la edad media del matrimonio mantiene tendencias similares tanto a nivel nacional como regional, afectando en la misma línea tanto a hombres, que pasan de 28,37 años en 1996 a 33,16 en 2011, como a mujeres, que pasan de 26,13 a 31,16. Si bien en esta variable no se observa una convergencia con los datos nacionales, manteniéndose en Extremadura una edad media inferior en casi 2 años entre los hombres, y en más de un año entre las mujeres. Entre los factores y dinámicas que inciden directamente en este vector, tenemos que prestar atención, en primer lugar y atendiendo a la ley de la placenta social, al retraso en la edad de emancipación, que fundamentalmente tiene que ver con el alargamiento de las etapas formativas, y circunstancialmente (en tiempo de crisis) con las dificultades para encontrar un empleo estable que garantice en el tiempo la formación y el mantenimiento de nuevas familias. En este sentido, podemos observar dos periodos claramente diferenciados: entre 1996 y 2007, años de recuperación y crecimiento, la tasa anual de incremento en el retraso es, para los matrimonios extremeños, del 0,98% para los hombres, y un 1,1% para las mujeres. Mientras que en el periodo 2007 a 2011, de desencadenamiento de la nueva crisis económica, los incrementos anuales de la edad media han sido del 1,18% y 1,27%. Siendo incluso superiores esas tasas a nivel nacional. Y es que la burbuja inmobiliaria disparó los precios de la vivienda, poniéndola fuera del alcance tanto de las parejas más jóvenes como de las parejas recompuestas. Pero desde mediados de pasada década la situación se complica aún más con la crisis económica, la acción sinérgica de la creciente precariedad laboral derivada de las sucesivas reformas del mercado de trabajo (el fin del trabajo para toda la vida, convertido para casi un tercio de la población activa extremeña en el fin del trabajo de cualquier duración) y las reiteradas bajadas de salarios, todo ello es evidente que dificulta enormemente que las parejas jóvenes puedan adquirir una vivienda en propiedad (según nuestra costumbre, el primer elemento necesario para la gran mayoría de las parejas dispuestas a casarse, las cuales en general no contemplan el alquiler como opción). Todos estos factores hacen que la tendencia aumente a partir de 2007, siendo previsible que se mantenga a ese ritmo en los próximos años.

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Y consecuentemente con el retraso en el proceso de formación de familias, vemos un retraso en la edad de la maternidad. El cambio, respecto a la situación de 1982, es rotundo, especialmente si tenemos en cuenta que en aquella época justamente concluía un ciclo de adelanto en la edad de la maternidad, fruto de la liberalización en las relaciones sexuales, y la creciente apertura en general de la sociedad, en los últimos años y especialmente tras la muerte del dictador Franco. Así, si en el momento en que se inicia la transición a la democracia la edad media en Extremadura estaba incluso muy por encima de la media nacional, en 29 años, para 1982 había caído ligeramente por debajo de los 27 años, y sobre todo había caído incluso por debajo de la medida nacional. ¿Qué explica aquella caída? Sin duda alguna el menor acceso a mecanismos de control de natalidad: el bajo nivel de desarrollo socioeconómico y de urbanización de la región, que en esta cuestión se expresa en tres ámbitos claramente interrelacionados: la escasa educación sexual; la mayor dificultad de acceso a métodos anticonceptivos; y finalmente, consecuente de ese mismo atraso, la pervivencia del rol tradicional de la mujer, orientado a la maternidad. Pero desde entonces la edad media no ha hecho sino aumentar, en el caso extremeño es ligeramente inferior a la media nacional hasta 2003, fecha en la que ambas tendencias coinciden en su crecimiento hasta 2008, en donde nuevamente volvemos a observar mayores diferencias entre ambas curvas. Este cambio de tendencia podemos explicarlo con algunas de las políticas puestas en marcha en las últimas décadas: la mayor inversión en educación, la despenalización del aborto, el mayor desarrollo socioeconómico de la región, el alargamiento de la etapa educativa obligatoria, el acceso creciente a la educación universitaria y sobre todo la masiva incorporación de la mujer al mercado de trabajo harán posible este cambio. La diferencia entre ambas curvas que puede observarse a partir de 2008 hasta nuestros días, a nuestro juicio, tiene que ver con la crisis económica y financiera que se inicia en esos momentos y que aún perdura. La peor situación económica de Extremadura, y el paro femenino que castiga especialmente a las mujeres más jóvenes (36,90% en el primer trimestre de 2013) podría indicar una vuelta a los valores más tradicionales y a situar a la mujer, de nuevo, al frente del espacio doméstico; no obstante necesitaríamos un mayor número de datos y otros tipos de exploraciones para poder confirmar esta tendencia. 8

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El retraso en la maternidad es aún más evidente cuando atendemos a la distribución etaria del total de partos. El gráfico compara la distribución, por edades, de entre menos de 14 y más de 50, en 1982, y en 2011. Vemos el ostensible corrimiento piramidal hacia las cohortes de más edad. Los 335 partos de mujeres menores de 18 años en 1982 se redujeron a 88 en 2011. Pero además del corrimiento hacia edades más avanzadas (la moda estadística pasa de 23 a 32 años), observamos cómo en la mayoría de los tramos de edad, salvo entre los de las jóvenes adultas (entre 30 y 40 años) se reduce el número de partos. Y es que, en lógica lo que venimos analizando tiene su corolario en la caída de la natalidad, que finalmente, cerrando el círculo, impacta directamente en el primer punto que tocábamos, el tamaño de las familias. La Tasa Bruta de Natalidad (TBN) es el indicador que relaciona el número de nacimientos ocurridos en un año concreto con el número total de habitantes; leyéndose como número de nacimientos de una población por cada mil habitantes en un año. El gráfico compara entre la TBN extremeña y el conjunto de la española y nos permite analizar las distintas evoluciones de ambas tendencias. En la década de los 80 y primeros de los 90 es mayor la TBN extremeña, es decir, nacen más niños en Extremadura por cada mil habitantes que en el conjunto de España porque aún no ha llegado plenamente a nuestra región los efectos de la modernización y el desarrollo sociocultural, que como ya hemos comentando, es menor y más lento en Extremadura que en el conjunto de España, por lo que siguen vigentes algunos elementos y valores propios de sociedades menos desarrolladas, siendo la mayor natalidad uno de ellos. En la década de los 90 Extremadura sin embargo, ya en pleno proceso de desarrollo socioeconómico, se suma a la fuerte corriente de reducción de la natalidad que venía ocurriendo en España desde la década de los 80 siguiendo las tendencias de los países de su entorno. Es la década del hijo único, del masivo acceso de la mujer a la educación universitaria y al empleo. Como hemos visto se retrasa la edad media del matrimonio y del primer hijo hasta que las parejas, y especialmente las mujeres, no se perciben seguras económicamente, con un empleo fijo y bien remunerado que les permita el acceso a una vivienda y mantener cómodamente a sus hijos; ese empleo que tarda en aparecer, debido a las mayores exigencias formativas para el desempeño del trabajo, a la fuerte competencia entre los aspirantes y a la escasa oferta de empleos atractivos Con el nuevo siglo, sin embargo, se detiene la caída de la natalidad, si bien no se observa todavía un claro remonte, en el caso extremeño incluso sigue decayendo ahora sólo en unas décimas. La explicación a este cambio de tendencia la encontramos, por un lado, en la buena marcha de la economía durante la primeros años del siglo, y el consiguiente crecimiento del empleo, que permite tanto la mejora de la capacidad económica, como sobre todo una mayor seguridad, que finalmente repercute en una subida de la natalidad a nivel general. Pero es que además, y este aspecto es aún más determinante, el crecimiento económico atraerá a los inmigrantes extranjeros, quienes llegan procedentes de culturas con hábitos reproductivos distintos, haciendo saltar la población española de 40 a 47 millones de habitantes entre 2000 y 2011. Aunque son únicamente las zonas más desarrolladas del país los 9

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focos receptores, ello explica por qué en dicho periodo la tasa bruta de natalidad cae en Extremadura por debajo de la media nacional. Pero hay que mirar estos datos con cuidado. Cuando se destaca, por ejemplo, que sólo Galicia y Asturias pierden más población que Extremadura por razón del saldo vegetativo, es decir, por haber más defunciones que nacimientos, se cae en un error muy común: vincular todo eso automáticamente con el envejecimiento, que es otra variable bien distinta. Para evitar la confusión es preciso atender a que el problema demográfico no está en el número de defunciones, sino en la falta de nacimientos. En realidad, a pesar de lo que algunos repiten una y otra vez, Extremadura no es de las regiones más envejecidas de España, especialmente en el caso de la provincia de Badajoz, como vemos en los mapas.

Han pasado diez años desde la última vez que analicé este asunto, por lo que los datos no son muy actuales, pero todavía entonces sólo 36 municipios, un 9% de la comunidad, se hallaban en la situación de que más 50% de la población fuese mayor de 55 años. Es decir, que sobre el envejecimiento se dicen no pocas tonterías. Y hay que abordarlo no en relación con la despoblación, sino en relación con otras cuestiones, como la calidad de vida, su condición de recurso potencial, etc. En este sentido, hay un último cambio que me gustaría hacer notar, pues tiene íntima relación con el asunto que tratamos, y se refiere a la esperanza de vida. Hay quien cree ingenuamente que Extremadura está muy envejecida porque aquí vivimos muy sano y por eso se vive más tiempo, y por tanto hay más viejos. No, no hay nada de eso. La esperanza de vida constituye un indicador clave de los niveles de desarrollo y salud de una población, ya que viene inducida tanto por el nivel tecnológico alcanzado, como por el acceso a determinados bienes y servicios, así como por hábitos derivados a su vez del nivel cultural alcanzado por una sociedad. Así, es posible estimar el desarrollo social en comunidades como la extremeña no sólo en materia de crecimiento industrial, y empresarial, sino también a partir de la forma como algunos avances científicos del último siglo impacta a nivel local las técnicas de asistencia médica y las prácticas que en torno a la salud articulan los habitantes de la comunidad.

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Si atendemos al gráfico, podremos observar cómo en los últimos treinta años se ha producido un sensible incremento en la esperanza de vida, según datos del INE, y para el último año del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie). Pasando de 74,82 de expectativa de vida al nacer, a 81. Sin embargo, de nuevo hay que destacar que no se ha producido, salvo durante los años ’90, una convergencia con los datos nacionales, de cuya media incluso se ha alejado, en los últimos años, más de lo que estaba tres décadas atrás. Si en 1981 la diferencia era de 0,69 años, llegando a reducirse esa diferencia en 1991 hasta 0,35 años, en los últimos años nos hemos ido alejando de las tendencias nacionales, y la diferencia era en 2012 de 0,7 años. De hecho (y ello contradice en cierto modo esa visión idílica que a veces tenemos de esta especie de paraíso natural) si en lo que se refiere a la esperanza de vida, aún con la evidencia de una mejora notable, no se produce una convergencia clara con la media nacional, en lo que se refiere a todo un conjunto de indicadores de salud tampoco puede decirse que se produzca dicha convergencia. La mejora en muchos ítems es evidente, pero en términos generales puede decirse que se mantienen las distancias respecto al conjunto nacional, e incluso en algunos aspectos se observa un empeoramiento. Parece que no venga al caso, pero es un aspecto esencial, por ejemplo, junto a la calidad de la Educación, para atraer población cualificada o empresas a un territorio. Empecemos por la propia percepción subjetiva del estado general de la salud. En el gráfico podemos observar, para las series publicadas disponibles de la Encuesta Nacional de Salud, cómo si a principios de la última década del siglo XX, el porcentaje de población extremeña que valoraba negativamente el estado de su salud era algo más de tres puntos superior a la media nacional, a principios de la segunda década del siglo XXI la distancia se ha reducido, pero sigue siendo superior en casi dos puntos.

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En la tabla siguiente se recogen las variaciones, y distancia respecto de la media nacional, para una serie de indicadores relacionados con la salud de la población. Las series se han construido a partir del software de Indicadores Clave del Sistema Nacional de Salud (INCLASNS – BD) del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, tomando el primer y último año de las series disponibles (entre 1990 y 2012). No se indica en la tabla a qué año corresponde cada dato, por cuanto el objeto de la misma es mostrar el cambio tendencial general operado para el conjunto del periodo. Algunos indicadores son especialmente preocupantes como tendencia. Así, si bien la tasa de mortalidad infantil se ha venido reduciendo drásticamente como corresponde al conjunto de países desarrollados, llama la atención que, estando claramente por debajo de la media nacional a principios de la última década del siglo XX, en la actualidad esté ligeramente por encima. Por su parte la tasa de hospitalizaciones por infarto, relacionada con los hábitos poco saludables de vida y alimentación, ya estaba claramente por encima de la media nacional; pero además el incremento que se ha producido (24%) ha sido muy superior al de la media nacional (19%). Es especialmente significativo también el ítem de prevalencia de enfermedades bucodentales, que estaba por debajo de la media nacional, y sin embargo en el último año disponible aparece por encima. Así ocurre también con el porcentaje de bebedores de alcohol en riesgo de adicción, que estaba claramente por debajo de la media nacional, y actualmente está por encima. Mientras que el porcentaje de bebedores de riesgo se ha reducido en un 31% a nivel nacional, en Extremadura se ha incrementado en prácticamente el mismo porcentaje. También en prevalencia de sobrepeso la región estaba por debajo de la media, y ha pasado a estar por encima de la media. Podría alegarse que justamente la mejora en las condiciones económicas de la región ha tenido como consecuencia un empeoramiento de los indicadores de salud que tienen relación directa con los hábitos de vida y alimentación. Pero el hecho cierto es que los datos no son positivos. Decía al principio de mi intervención que había un elemento que prácticamente no había cambiado en 30 años: el stock de población. Pero son dos. Porque como lógicamente el territorio sigue siendo el mismo, la densidad de población sigue también siendo la misma.

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Y con esto quiero apuntar algunas de esas reflexiones que a algunas personas podrán resultar provocadoras, pero que sólo pretenden provocar la generación de ideas.

Extremadura tiene poco más del 2% de la población española, y más del 8% del territorio, lo que plantea problemas de gestión de servicios, pero no tiene una repercusión en el crecimiento demográfico. Esa baja densidad de población es justamente una de las consecuencias de la despoblación y la baja natalidad, y no causa de la misma. Pero está en la base de lo que quiero que sea mi reflexión positiva. Yo supongo que el resto de comparecientes propondrán todo tipo de políticas natalistas y de desarrollo económico para sujetar e incluso atraer población, pues el auténtico crecimiento demográfico sólo puede ser exógeno. Por supuesto que creo en que las políticas natalistas pueden contribuir en alguna medida al incremento de la natalidad, pero muy poco. ¿Hay algún seguimiento de lo que ha ocurrido en los pueblos en los que se regalaba cerdos a los recién nacidos, o cualquier otra especie de promoción pronatalista?. ¿Alguien se ha entretenido en analizar el impacto real del cheque-bebé, o de las ayudas a familias numerosas?. Sería interesante estudiarlo. A mi juicio, si ha habido un cierto repunte, apenas en Extremadura, de la natalidad, ha sido en primer lugar por la llegada de inmigrantes socializados en otras culturas reproductivas (que no obstante rápidamente se están adaptando al estilo reproductivo español), y en segundo lugar por la emulación. En la medida en que, durante el último ciclo de crecimiento, había expectativas de futuro, el hecho de ver a niños por las calles, los de los inmigrantes, fue un acicate para la leve recuperación de la natalidad también entre las mujeres autóctonas mejor que los premios fiscales o de cualquier otro tipo. Ver a niños estimula a las mujeres en edad reproductiva a pensar en la natalidad, por razones naturales. Es, por supuesto, una teoría a contrastar. En cualquier caso no quiero insistir en esa línea, y centrarme en mi única propuesta. Complicada de plantear, difícil de que sea bien comprendida por todos, así que la expondré sin rodeos: dejen ustedes que Badajoz se convierta de una vez en una ciudad de 300.000 habitantes, y Extremadura contará con la musculatura necesaria para enfrentar su de nuevo progresiva desertificación. Parece una paradoja, pero no lo es. 13

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No se puede esperar que Badajoz llegue a ser como Zaragoza o Valladolid, pero sí que puede llegar a cumplir su misma función articuladora. Partiendo de una situación similar hace treinta años (una población parecida, una densidad parecida), Aragón ha visto incrementarse su población en los últimos años, mientras que en Extremadura se ha mantenido estable, e incluso desciende de nuevo. ¿Cuál es la diferencia?: que Aragón ya concentraba entonces en su capital, ubicada en la ciudad más grande de la región y no en la más pequeña, 500.000 habitantes. Claro que Zaragoza vació Aragón (aunque lo vaciaron en mayor medida Barcelona o Bilbao), pero su propia densidad demográfica, económica, como ciudad, ha supuesto un incremento global de la población de la región, y de la calidad de vida de todos sus habitantes. A cambio, en Extremadura tenemos una red de pueblos de pequeñas ciudades y pueblos grandes que hace que el territorio se mantenga poblado, pero a costa de no tener una ciudad capaz de desarrollar economías de escala suficientes para provocar un chispazo de crecimiento. La conversión de Mérida en capital regional, el bloqueo de determinadas inversiones esenciales en Badajoz, no cabe duda de que ha permitido una estructura más difusa de la población y los recursos, y de los servicios, pero al precio de no contar con un centro neurálgico que toda región, toda nación, debe tener, no importa que sea céntrico o excéntrico. Paradójicamente, hoy en Aragón se dispone de más capacidad para mantener los servicios en municipios mucho más escasamente poblados que en Extremadura. A escala ocurrió lo mismo con Barcelona, respecto del resto de Catalunya (en donde, no olvidemos, también hay cientos de municipios mucho menos poblados que los más pequeños de los extremeños), a lo largo del siglo XX. Hace ya muchos años que señalé, y muchos autores y políticos han seguido después el hilo de aquella reflexión, la importancia crucial que Badajoz podría tener en el centro del triángulo formado en Madrid, Sevilla y Lisboa, equidistante y equivalente a la posición de Zaragoza entre Madrid, Bilbao y Barcelona. Fíjense el vacío urbano que tenemos ahora mismo. Creo que apostar por la concentración demográfica es, paradójicamente, apostar por la densidad global, lo que potencia el crecimiento. Pero cuando hablo de concentración yo no estoy hablando de desaparición de municipios, como absurda y alegremente se plantea en algunos foros de la región. Extremadura es probablemente la región con menos densidad municipal de España; no he tenido tiempo de hacer el 14

A.Baigorri

Notas sobre la despoblación en Extremadura

cálculo, pero probablemente sólo Murcia tenga menos. Yo hablo de concentración de población. Yo me equivoqué hace veinte años, al pronosticar que Badajoz alcanzaría en diez años los 150.000 habitantes, y que aumentaría considerablemente la población portuguesa en la ciudad. Ha tardado veinte años, y no diez en alcanzar los 150.000 habitantes, y en relación con Portugal ha ocurrido ha sido justamente lo contrario, que cientos de pacenses residen hoy en Elvas, a causa de la falta de viviendas asequibles en Badajoz durante los últimos años. Pero claro, yo no podía imaginar que dos décadas más tarde Badajoz seguiría sin estar totalmente circunvalada por autovía; que seguiríamos no ya sin AVE (que ni lo imaginábamos) sino sin vulgares trenes de esos que van a 200 por hora; o que se seguiría potenciando de forma desigual el campus de Cáceres, totalmente desproporcionado a la población de la ciudad y la provincia; no podía imaginar que la recuperación del casco antiguo iba a seguir dilatándose durante tanto tiempo; que nunca se llegaría a conseguir, para los espacios transfronterizos como es el de Badajoz, la anulación del roaming (se ha conseguido ya, a dos años vista, pero para toda Europa; hemos perdido veinte años en los espacios transfronterizos). Por citar sólo algunos de los elementos que han dificultado la atracción de población. Yo creo que en términos territoriales Extremadura ha conseguida cuadrar el círculo, pero no lo ha completado. Ha mantenido población en el territorio, en las zonas rurales, con un nivel de servicios de calidad… Pero ha desatendido el otro extremo del asunto: la urbe motor de desarrollo, punto de concentración de la densidad moral (en el sentido inmaterial lo decía el sociólogo clásico Simmel). Yo no me canso de decirlo desde hace un cuarto de siglo: hasta que Badajoz no alcance los 300.000 habitantes, Extremadura no despegará del todo. ¿Cómo va a alcanzarlos si todas las instituciones de la región trabajan al unísino en contra, como el perro del hortelano? . Muchas gracias.

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