Despierten al Progreso. Las Memorias para la Historia de la Nueva Granada (1850) de José Antonio de Plaza (1807-1854)

Share Embed


Descripción

Despierten al Progreso Las Memorias para la Historia de la Nueva Granada (1850) de José Antonio de Plaza (1807 – 1854)

Por: Carlos Eduardo Amaya Fernández

Director: Sergio Mejía

Bogotá Universidad de los Andes Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Historia 2012

 

2 Tabla de contenido

Agradecimientos

5

Dedicatoria

6

Introducción

9

Primer capítulo

16

Formación de un liberal neogranadino en la primera mitad del siglo XIX (1807 – 1849)

16

La familia y el nombre de José Antonio de Plaza y Racines

17

Estudios formales (1812 – 1829)

22

Ingreso y primeros estudios en el Colegio Mayor del Rosario (1812 – 1820)

23

Influencias y lecturas formativas de un liberal neogranadino (1820-1825)

27

Culminación de los estudios, años de práctica y primeros empleos (1824 – 1829)

30

Consolidación en la carrera burocrática e incursión en el periodismo (1829 – 1840)

35

Publicaciones políticas y jurídicas durante la Guerra de los Supremos

42

Motivos, escritura y publicación de Mis opiniones (febrero de 1841)

42

Contexto y argumento de la Defensa del ex coronel Vicente Vanegas (1841)

46

Empeños republicanos (1836 – 1850)

49

Reimpresión de las Instituciones del Derecho Real de España de Álvarez y Estrada (1836)

51

Almanaque Nacional o Guía de Forasteros de 1838

53

El Triunfo de los Principios (1844) y El Clamor de la Federación (1847)

56

Ordenamiento de la Colección Pineda (1849)

58

Apéndice a la Recopilación de Leyes de la Nueva Granada (1849)

62

La Recopilación de Leyes, antecedente de 1845

62

La participación de Plaza en el Apéndice a la Recopilación

66

Incursiones literarias: El oidor: Romance del siglo XVI e Historia de los Montañeses

68

Romanticismo en la Nueva Granada: El oidor: Romance del siglo XVI (1845)

68

El verdadero oidor: La historia detrás de la novela

68

El romanticismo en la historia colonial: El oidor de Plaza

70

Traducción de la Historia de los Montañeses de Henri-François-Alphonse Esquiros

74

 

3

Segundo capítulo

77

Primera versión liberal de la historia neogranadina

77

La decisión de escribir la historia del país

77

Publicación y recepción de la obra

79

Contenido y periodización de la obra

82

La Introducción, la exposición de motivos de un historiador liberal

84

El Discurso Preliminar, un planteamiento de ideas centrales

86

Contenido de los capítulos

89

Análisis de temas recurrentes en las Memorias para la Historia

109

Los indígenas en las Memorias para la Historia

109

La Conquista en las Memorias para la Historia

114

La Colonia en las Memorias para la Historia

117

La Independencia en las Memorias para la Historia

122

Fuentes de la obra

126

Manuscritos inéditos

129

Obras de cronistas misioneros

132

Relaciones de mando, documentos administrativos, leyes y ordenanzas

133

Formas de citación

135

Fuentes identificadas

138

El Compendio de la Historia y las Lecciones de Estadística, manuales de historia

144

Lecciones de estadística, ciencia exacta para la historia

146

El Compendio de la Historia de la Nueva Granada, texto de instrucción pública

149

Conclusión

152

Bibliografía

155

 

4 Lista de ilustraciones

Retrato de José Antonio de Plaza, por Ricardo Moros

8

Puente de hierro sobre el río Gualí, acuarela de Mark Edward Walhouse (1846)

34

Portada de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada (1850)

80

Portada del Compendio de la Historia de la Nueva Granada (1850)

148

 

5

Agradecimientos A Sergio Mejía, por su disposición y tiempo para dirigir, leer y comentar este trabajo, y por explicarme el punto de la obsesión. Al profesor José Antonio Amaya por leer este trabajo y por sus valiosos y precisos comentarios. A Silvia Cogollos, por su ayuda oportuna. A Laura, porque todo empezó con ella. A Paula, für die schönen Stunden. A mi familia por su apoyo continuo.

 

6

A ti, por siempre estar ahí.

 

7

Nadie puede resistir a la naturaleza, ni oponerse al progreso de los siglos. - Plaza, Memorias para la Historia, 1850

 

8

José Antonio de Plaza, tomado de daguerrotipo familiar, copiado por Julio Racines, grabado por Ricardo Moros; en Papel Periódico Ilustrado, núm. 109, año V (1º de febrero de 1887), Bogotá, p.197.

 

9

Introducción La publicación en Bogotá en 1850 de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada desde su descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810 por José Antonio de Plaza1 supuso el primer estudio comprehensivo de la historia colonial en el país. Su autor era un ideólogo y publicista liberal que en 1850 tenía 43 años de vida y 25 de carrera en la burocracia republicana. Su padre había sido un funcionario de la Colonia trocado en patriota que al morir dejó a su familia poco más que el honor de sus servicios a la Independencia. Con las Memorias para la Historia, su autor alcanzó la cúspide de su carrera literaria, al cabo de un cuarto de siglo dedicado a la escritura de artículos periodísticos, folletos políticos, textos de estadística y una novela. Ellas fueron el resultado de su carrera en la burocracia republicana, sus estudios eruditos y su participación en un proyecto político que en 1850 atravesaba su mayor auge. José Antonio de Plaza fue el historiador entre los hombres de José Hilario López, y su obra dotó a los liberales reformistas con la primera interpretación de la historia general de la Nueva Granada. La formación de repúblicas entrado el siglo XIX trajo consigo una nueva forma de escritura de la historia. Intelectuales y hombres públicos terminaron por escribir las historias de las revoluciones de Independencia y, tarde o temprano, de los antecedentes coloniales e incluso prehispánicos de sus sociedades republicanas2. Estos autores se valieron de la historia para elaborar obras que reivindicaban el nacimiento y consolidaban la identidad y los fundamentos de las nuevas repúblicas. Plaza hizo parte del grupo de intelectuales neogranadinos que hacia mediados del siglo XIX se encargó de estudiar la historia del país e interpretarla a partir de las convenciones de la ideología liberal. Su trabajo se enfocó en el estudio de la Colonia y en su interpretación crítica con el propósito de promover la ideología y los fines políticos del liberalismo neogranadino. Con sus Memorias para la Historia de la Nueva Granada, interpretó la historia colonial al tiempo que estructuraba y promovía teorías sobre la naturaleza y los fundamentos del poder político en la Nueva Granada. Su interpretación del pasado del país estableció una forma de entenderlo que influyó a 1

Decidí llamar a Plaza utilizando la preposición de en su apellido porque es la forma como él se llamó a sí mismo durante toda su vida. El nombre y el uso de la partícula de es discutido en detalle en la sección 1.1 del primer capítulo. 2 Sobre este tema ver Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1987 y Sergio Mejía, “¿Qué hacer con las historias latinoamericanas del Siglo XIX? – A la memoria del historiador Germán Colmenares”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, número 34 (2007), Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, pp. 425 – 458.

 

10

generaciones de estudiosos de la Colonia y de las primeras décadas republicanas en Colombia. El liberalismo, considerado en su historia, sólo puede entenderse en contraste con la política y la cultura de la obediencia del Antiguo Régimen. Como respuesta a la cultura monárquica y con la ideología política de la obediencia, apuntalada por la religión, es que debe estudiarse el pensamiento liberal en su origen y en lo que le es fundamental. Hoy vivimos en una sociedad que suscribe como norma los valores liberales y, por esta razón, ya no es evidente que fueron una causa de rebeldía y emancipación contra todo un orden político y cultural, en cuyo seno las ideas que llegarían a ser llamadas liberales eran minoritarias, rebeldes y prohibidas. En la actualidad, éstas han permeado a la sociedad occidental hasta tal punto que es difícil pensar por fuera de sus lineamientos, y cualquier intento de explicar sus fundamentos pasa por obvio: se asume que las convenciones del liberalismo son propias a la sociedad, y se asocian de manera irremediable con la democracia. Sin embargo, el liberalismo no fue la ideología predominante en las revoluciones americanas. Tal como lo señala Luis Barrón3, durante la primera mitad del siglo XIX primó el republicanismo como discurso político moderno y aceptado. Para un republicano, la libertad consistía en la no dominación arbitraria, una idea que los diferenciaba de los liberales, para quienes la no interferencia era el principio básico. Mientras que para un republicano era suficiente que la interferencia fuera reglamentaria, para un liberal la interferencia impedía el ejercicio pleno de la libertad. Esta corriente precedió a las liberales y conservadoras y, por eso, tiene elementos de ambas. En el centro de la filosofía republicana estaba el concepto de virtud, más que el de libertad, que consistía en promover la enseñanza de que el “hombre sólo puede alcanzar o perseguir la virtud como ciudadano de una república”4. El republicanismo es la ideología que agrupa a gran parte de la primera generación de la Independencia, es decir, a aquellos que nacieron bajo el sistema colonial pero figuraron en la Revolución y ocuparon cargos relevantes dentro de la nueva administración en la República. La cuestión de esta generación y su filosofía era construir una república de ciudadanos virtuosos; es decir, responsables en y ante la vida pública. Lo anterior es necesario para entender la ubicación del liberalismo neogranadino en la perspectiva histórica del siglo XIX, pues el republicanismo de las primera décadas del siglo dio paso al liberalismo de mediados del siglo. Tras la cuestión de la virtud como trasfondo a 3

Luis Barrón, “Republicanismo, liberalismo y conflicto ideológico en la primera mitad del siglo XIX en América Latina”, en El Republicanismo en Hispanoamérica, México, FCE, 2002, pp. 118 – 137, p. 126. 4 Ibídem, p. 128.

 

11

la construcción republicana, el liberalismo neogranadino enfrentó, como su gran problema, la cuestión de la prosperidad tras la Independencia. Las grandes preguntas subyacentes eran ¿Cómo vivir bien en el nuevo orden?, ¿Cómo ser más próspero? y ¿Cómo contar con las garantías públicas necesarias? Estas preguntas estaban implícitas en el corazón de la ideología liberal, tal y como lo comprendió Benjamín Constant en 1815: “La libertad es el derecho de cada uno a no estar sometido más que a las leyes, a no poder ser ni arrestado, ni detenido, ni muerto, ni maltratado de manera alguna a causa de la voluntad arbitraria de uno o de varios individuos. Es el derecho de cada uno a expresar su opinión, a escoger su trabajo y a ejercerlo, a disponer de su propiedad y abusar incluso de ella; a ir y venir sin pedir permiso y sin rendir cuentas de sus motivos o de sus pasos. Es el derecho de cada uno a reunirse con otras personas, sea para hablar de sus intereses, sea para profesar el culto que él y sus asociados prefieran, sea simplemente para llenar sus días y sus horas de la manera más conforme a sus inclinaciones, a sus caprichos. Es, en fin, el derecho de cada uno a influir en la administración del gobierno, bien por medio del nombramiento de todos o de determinados funcionarios, bien a través de representaciones, de peticiones, de demandas que la autoridad está más o menos obligada a tomar en consideración”5.

El debate, en el fondo, era sobre la superación de la mentalidad colectiva estamental que caracterizaba al Antiguo Régimen y su reemplazo por un modelo social donde no existieran interferencias a la actividad de los ciudadanos. ¿Cómo vivir mejor? Con menos limitaciones de conciencia. ¿Cómo ser más próspero? Con menos restricciones a la actividad económica y política. Quienes compartían las ideas liberales en la Nueva Granada habían equiparado Independencia con progreso, pues encontraban en el régimen colonial las causas de la pobreza en el país. Por eso, el hecho de que cuatro décadas después de la emancipación el estado social fuera muy parecido al que existía durante la Colonia, era causa de preocupación y frustración. Hacia mediados de siglo, además, con la formalización de las dos principales corrientes ideológicas del momento en los partidos políticos Liberal y Conservador, se alzaban voces que de manera cada vez más crítica cuestionaban la Independencia, acusándola de haber sido precipitada e insensata. El progreso, tan anunciado durante la Independencia, no llegaba. Los liberales atribuyeron esto a la “herencia” de trescientos años de dominio español, y a que los gobiernos de la República habían fracasado en desligarse por completo de la Colonia, siendo tímidos en la adopción de las reformas necesarias para el progreso y tomando medidas impertinentes e ineficaces. En esta cruzada ideológica se enmarcan las Memorias para la Historia de Plaza. A través del conocimiento y análisis del pasado colonial es posible 5

Benjamín Constant, De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, Ginebra, Editorial Droz, 1980, 285 p. La primera edición del discurso circuló en París en 1815 en el momento en que Constant había sido nombrado miembro del Consejo de Estado y encargado por Napoleón de redactar el acta constitucional del nuevo régimen.

 

12

determinar lo que mejor conviene en el presente y el futuro, evitando los errores que se cometieron antes y entendiendo las condiciones que el pasado impuso al presente y al futuro, para superarlas. En obra, Plaza vierte su contribución a la República, más allá de la prédica de la virtud, con la investigación de tiempos pasados y peores, pues conocerlos permite aspirar a una vida nueva, mejor y más próspera. Puede decirse que Plaza es aun un desconocido en la historiografía colombiana, aunque su interpretación de la Colonia haya permeado las convenciones persistentes sobre ella. Los estudios sobre su vida y obra son pocos y su alcance es bastante limitado. Existen dos monografías sobre el historiador realizadas en los últimos 25 años6. La primera, de 1989, contribuyó a su entendimiento no sólo como un historiador liberal sino como un hombre público de mediados del siglo XIX que incursionó en diversas actividades a la manera como se esperaba de un intelectual de la época. La segunda, de 2008, tiene como principal mérito el que su autora da indicios que apuntan a que el historiador no tuvo en su poder el Compendio Historial de Gonzalo Jiménez de Quesada, cuya pérdida le ha sido atribuida desde mediados del siglo XIX. Además de los trabajos anteriores, el autor y su obra han sido comentados de manera muy breve por Jorge Orlando Melo y Bernardo Tovar en textos que repasan su contribución al conocimiento del periodo colonial7. Melo reconoce su importancia como el primer historiador que intentó “ofrecer un relato completo de la historia de la Nueva Granada”, si bien lo reprocha por recurrir a los archivos virreinales “de manera no muy sistemática ni rigurosa”8, una acusación que es, por lo demás, común en las reseñas de las Memorias y que discuto en la sección dedicada al establecimiento de sus fuentes. Por su parte, Tovar explica cómo el primer intento de narración del periodo colonial fue el realizado en las Memorias para la Historia. Según dice, la principal motivación del historiador era llenar un vacío de conocimiento entre la juventud granadina y aclarar los prejuicios de los extranjeros respecto a la Nueva Granada. Para Tovar, las Memorias son una crítica moderada a la Colonia y a sus instituciones cuya importancia fue el erigirse en el canon en cuanto a la interpretación colonial. Esta tesis supuso la anotación sistemática y minuciosa de las Memorias para la Historia y de los demás escritos, publicaciones y registros de las actividades públicas de José Antonio de 6

Claudia Silvia Cogollos Amaya, Pensamiento y teoría histórica de la Nueva Granada: José Antonio de Plaza y Racines, vida y obra, tesis de grado, Pontificia Universidad Javeriana, 1989, 304 p. y Silvia Juliana Rocha Dallos, La escritura de los manuales de historia en Colombia durante la segunda mitad del siglo XIX, Bucaramanga, UIS, 2008, 210 p. 7 Bernardo Tovar, La colonia en la historiografía colombiana, Bogotá, ECOE, 1990; Jorge Orlando Melo, Historiografía colombiana: realidades y perspectivas, Medellín, Marín Vieco, 1996. 8 Melo, Historiografía, pp. 19 – 20.

 

13

Plaza, que se leyeron a la luz de obras generales sobre el contexto histórico del medio siglo XIX neogranadino. Es decir, esta es una investigación sobre la vida del historiador y su obra, con especial énfasis en su título principal. El trabajo de incluir una narración detallada de su vida antes de la redacción de las Memorias para la Historia resultaba necesario tanto para el estudio de esta obra como para la historiografía liberal del medio siglo, pues sobre Plaza existe un sistemático desconocimiento sólo paliado hasta ahora por una biografía pintoresca de 1909 que seguía a su autobiografía. Si bien este es el estudio más completo sobre el historiador hasta la fecha, no es de ninguna manera definitivo. Como cualquier obra de su tipo, extensión y relevancia, las Memorias para la Historia pueden ser leídas desde múltiples puntos de vista. Lo mismo puede decirse de la vida de su autor, cuya actividad pública durante un cuarto de siglo mal puede considerarse explicada en su totalidad en un estudio monográfico. Es necesario explorar aún más su carrera como abogado, por ejemplo. La variedad de causas en las que participó entre las décadas de 1830 y 1840 dan indicios sobre su relevancia en el escenario jurídico republicano. También cabe registrar con más detalle sus actividades después de 1850: tras la publicación de su obra principal, Plaza se retiró de los cargos públicos y durante los últimos cuatro años de su vida se dedicó a ejercer el derecho9 y a escribir en la prensa granadina10. Una particularidad del trabajo de investigación sobre este historiador es que, para estudiarlo, es necesario y útil leer este texto escrito en 1847 y que permaneció inédito hasta 190911. Esto, que en principio puede parecer una limitación, en realidad no lo es, pues sus 9

Gran parte de su atención la dedicó a la demanda que presentó contra la Compañía Granadina, propietaria de una ferrería en Pacho, a la que reclamaba las utilidades de la venta de 78 acciones y 4000 quintales de hierro que había adquirido una década antes. Al respecto, ver Andrés Aguilar, Lijera reseña del pleito promovido por el Sr. José Antonio de Plaza contra la empresa de la Ferrería de Pacho, Bogotá, Imprenta del Neo-Granadino, mayo de 1851, 14 p.; José Antonio de Plaza, Una pronta providencia, Bogotá, Imprenta del Neo-Granadino, octubre de 1851, 4 p.; José Antonio de Plaza, Respuesta a un informe exhibido por el gobierno, Bogotá, Imprenta de Morales y Cía., 1851, 40 p.; José Antonio de Plaza, Uno contra ciento, Bogotá, Imprenta de Echevarría Hermanos, mayo de 1853, 2 p.; Patricio Wilson, El Convite, Bogotá, 1853, 1 hoja suelta; y José Antonio de Plaza, Mi última palabra, este año, sobre la cuestión de la ferrería de Pacho, Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos, 1853, 2 p. Estas obras pueden consultarse en la Biblioteca Nacional, en la Miscelánea J.A.S. 1063. 10 En particular en La Regeneración, semanario publicado entre 1851 y 1852. 11 José Antonio de Plaza, Memorias de mi vida, “Boletín de Historia y Antigüedades”, Año V, Número 59 (mayo de 1909), pp. 625 - 656. En la introducción, Plaza aclara que su intención al escribirlas no era hacerlas públicas, sino que sirvieran como guía de vida para sus hijos. Sin embargo, la variedad de acontecimientos públicos y de controversias a las que se refiere en el texto permiten dudar de su propósito declarado. El texto comprende la historia familiar de Plaza y los acontecimientos públicos en el país hasta 1847, el momento de su redacción. Las Memorias de mi vida fueron publicadas en el Boletín de Historia y Antigüedades con la explicación de que eran las “Memorias íntimas del historiador Plaza” e iban acompañadas de una nota introductoria de Pedro María Ibáñez que aclara que las Memorias de mi vida fueron halladas entre los papeles de Plaza cuando murió en diciembre de 1854. Ibáñez había sido el editor del Papel Periódico Ilustrado, una publicación de historia, ciencia y literatura que circuló en Bogotá en la década de 1880. En esa calidad, Ibáñez escribió en febrero de 1887 un artículo titulado “José Antonio de Plaza”, que durante más de cien años fue considerada la principal, y a veces única, fuente biográfica sobre Plaza entre historiadores e investigadores. En este trabajo me referiré a las

 

14

memorias son casi desconocidas, al igual que la mayor parte de su obra. Se trata de una fuente esencial que, por supuesto, debe abordarse con cautela y actitud crítica, pues es Plaza escribiendo sobre sí mismo. La actitud crítica supone realizar una lectura cruzada entre las Memorias de mi vida y su ascenso en la burocracia republicana y su labor de publicista liberal, actividades que precedieron e hicieron posible su incursión en la escritura histórica. Por ser un aspecto que rebasa el alcance de este trabajo, he dejado por fuera por fuera el análisis de la historia de las Memorias para la Historia en la cultura escrita posterior a ella. Por la misma razón, y porque para la década de 1850 todavía no había nada que pudiera llamarse así, no incluyo comparaciones con la historiografía conservadora del siglo XIX. Las referencias que se hacen a José Manuel Groot y su Historia Eclesiástica y Civil versan sobre las críticas que le hizo al historiador liberal, en especial respecto al manejo de sus fuentes. Los archivos que consulté para esta investigación fueron la Biblioteca Nacional, la Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, el Archivo Histórico de la Universidad del Rosario y el Fondo de Instrucción Pública de la sección República del Archivo General de la Nación. La mayoría de primeras ediciones de los libros de Plaza se conservan en la sala de Libros Raros y Manuscritos, y los demás en la Biblioteca Nacional. Las citas de las obras del historiador, así como de las demás obras del periodo, se han trascrito de forma literal, utilizando siempre las primeras ediciones y procurando tan sólo la actualización de la ortografía (por ej., cambiando “y” por “i” o “g” por “j” en palabras como “genio” y reemplazando “Carlos” por “Cárlos”) y la gramática (por ej., en los verbos reflexivos: “Se estableció” en vez de “Establecióse”). La monografía se compone de dos capítulos. El primero está dedicado a describir la formación intelectual y profesional de Plaza. Empiezo con el relato de sus orígenes familiares, sus estudios básicos, secundarios, primeros empleos y publicaciones, y explico sus trabajos por fuera de los encargos gubernamentales, a los que he llamado “empeños republicanos”. El propósito del capítulo es mostrar qué implicaciones tenía en la primera mitad del siglo XIX formarse como un burócrata, publicista e ideólogo liberal. El segundo capítulo versa sobre el contenido de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada. Describo primero el proceso de decidir escribir y publicar una obra sobre la historia colonial de la Nueva Granada, después me refiero a la publicación y a la recepción de la obra en la prensa de su tiempo, para después pasar al su contenido y al análisis de las ideas principales que se suscriben y promueven en la obra. Establezco las fuentes utilizadas por el historiador para la redacción de Memorias de mi vida por su título completo siempre para evitar confusión con las Memorias para la Historia de la Nueva Granada.

 

15

su obra e incluyo un cuadro en el que se detallan las mismas. Cierro el capítulo con la mención y comentario de dos obras publicadas casi de manera simultánea a las Memorias para la Historia: las Lecciones de Estadística, de 1851, y el Compendio de la Historia de la Nueva Granada, de 1850. Finalizo con un comentario general sobre el pensamiento histórico de José Antonio de Plaza.

 

16

Primer capítulo 1. Formación de un liberal neogranadino en la primera mitad del siglo XIX (1807-1849) En este capítulo me refiero a los orígenes familiares de José Antonio de Plaza, sus años formativos, sus primeros empleos, al inicio de su vida pública y a los empeños republicanos que emprendió durante la década de 1840. El propósito general de esta sección es contextualizar la vida de Plaza e ilustrar cuáles fueron sus ocupaciones y empresas antes de emprender la redacción de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada. Mi objetivo específico es demostrar cómo pasó de ser un vástago de burócratas coloniales de rango medio a erigirse en uno de los principales burócratas, publicistas, ideólogos y, en especial, historiadores liberales de la república a mediados del siglo XIX. El capítulo está dividido en seis secciones. La primera trata sobre la familia y el nombre de José Antonio de Plaza; me refiero en particular al uso de la preposición de entre sus parientes cercanos y él mismo, para mostrar la forma como capitalizó la principal herencia que recibió en legado: los servicios de su familia a la Corona y a la República y el consecuente prestigio que esto le representaba. En la segunda sección me concentro en los años formativos del historiador y el desarrollo de las competencias que le permitieron construir una carrera exitosa en la burocracia republicana. Dedico especial atención a sus lecturas entre 1820 y 1825 y al contenido de los programas de estudio de filosofía y jurisprudencia en el Colegio Mayor del Rosario, así como a los contactos que estableció en sus primeros empleos. La tercera sección versa sobre el despegue de su vida pública, su práctica como abogado independiente, los cargos públicos que ocupó y su actividad inicial como publicista. La cuarta sección la dedico al análisis de la motivación, redacción y publicación de dos textos: Mis opiniones, un folleto político publicado en enero de 1841, y La defensa del ex coronel Vicente Vanegas, de julio de ese mismo año. En la quinta me concentro en sus empeños republicanos entre 1836 y 1850, es decir, las actividades con las que contribuyó a la consolidación y fortalecimiento de la república, ya fuera por iniciativa propia o por encargo gubernamental. El capítulo termina con una sección dedicada a explicar la motivación, redacción y publicación en 1850 de sus Memorias para la Historia de la Nueva Granada desde su descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810.

 

17

1.1 La familia y el nombre de José Antonio de Plaza y Racines “Es un título de mayor valía [el] que hicieron mis padres y familia por la independencia y libertad del país (…) fue un mayor sacrificio que hicieron en aras de la patria y el cual debe tenerse en cuenta, porque es de mucho precio”12.

José Antonio de los Santos Quintín de Santa Rita Plaza y Racines nació en San Bartolomé de Honda, el 31 de octubre de 1807. Era el segundo hijo del matrimonio entre Simón Tadeo de Plaza y Velasco y María Antonia Racines y Cícero, quienes se habían casado el 1 de diciembre de 179313. Fue bautizado el 11 de noviembre de 1807 por Miguel Cornelio García, cura de Ambalema, y sus padrinos fueron Bernabé de la Llamosa y Racines, tío materno, y Juana Manuela de Plaza, tía paterna14. Si bien José Antonio siempre utilizó la preposición de entre su nombre y su apellido, sus demás parientes, incluso su hermana e hijos15, la omitían. Su padre la utilizaba siempre en documentos formales, como en la correspondencia con su apoderado en Madrid, mientras en la correspondencia informal con su hermana María Antonia la utilizaba de forma ocasional. Su acta de bautismo, así como su registro de matrícula de 1820 en el Colegio Mayor del Rosario, registra su nombre sin la preposición. En los documentos de su época de estudiante quedó registrado, de manera más simple aún, como José o como Antonio Plaza. Durante su carrera como juez, abogado y funcionario público, siempre firmó como José Antonio de Plaza. A pesar de esto, sus contemporáneos, incluido el presidente Santander en sus Apuntamientos, se referían a él como Antonio Plaza y Racines. Ninguno de los nueve hijos que tuvo entre 1833 y 1845 con Nieves Morales Caicedo utilizó la preposición en su apellido. Plaza siempre insistió en ella, incluso en su correspondencia privada con amigos como Anselmo Pineda, y su renuencia a abandonarla denota su intención de reivindicar una posición social distinguida. 12

Plaza, Memorias de mi vida, p. 628. La primera hija, Rosa María de los Ángeles, había nacido uno o dos años antes. Se casó en 1835 con Ramón Ortiz y Garzón de Castilla. Murió en 1859, sin descendencia. En Fenita Hollman, María Francisca Medina, Juan Francisco Mantilla et.al., Grupo de Investigaciones Genealógicas José María Restrepo Sáenz, Genealogías de Santa Fe de Bogotá, Bogotá, Editorial Gente Nueva, 1991, Tomo VII, Letra P, pp. 263 y ss. 14 Una copia de su acta de bautismo, expedida en 1824 para su admisión al Colegio Mayor del Rosario, se encuentra junto con los demás documentos de su registro de matrícula en el Archivo Histórico de la Universidad del Rosario (AHUR), Fondo Documentos, Volumen 112, Folios 863 a 874. 15 Plaza se casó en Bogotá el 2 de febrero de 1831 con María de las Nieves Morales Caicedo, hija de Francisco Morales Galavís y Rufina Caicedo Sanz de Santamaría. Tuvieron nueve hijos: María Josefa (n.1833), Simón Tadeo (n.1835?), José Antonio (1838-1864), Carlos (1839-1872), Augusto (n.1841), María Antonia (n.1842), Nieves (n.1844), Ignacio (n.1846) y Francisco (n.1845). Éste último se casó con Margarita Baraya, hija de Antonio Baraya Ricaurte y, por esta línea, existen descendientes de José Antonio de Plaza en la actualidad. La esposa de Plaza, Nieves Morales, murió en 1845. Plaza no se volvió a casar. En Fenita Hollman, María Francisca Medina, Juan Francisco Mantilla et.al., ob.cit., 1991, Tomo VII, Letra P, p. 265. 13

 

18

El uso de la partícula de se popularizó desde la Alta Edad Media en Francia para indicar una procedencia noble o la posesión de un territorio. Su popularidad fue tal que en el siglo XVI se prohibió su uso a quienes no fueran de estirpe noble, como una reacción ante la creciente cantidad de plebeyos burgueses que la añadían a su nombre como símbolo de estatus. En España, sin embargo, nunca tuvo la misma connotación que en Francia, pues sólo indicaba la procedencia o filiación de quien la utilizaba, sin implicar pretensiones de nobleza. El uso de la partícula en la península nunca estuvo restringida a clase social alguna ni tampoco logró el reconocimiento de estatus que tuvo en Francia. No obstante, algunas familias nobles o burguesas con aspiraciones de nobleza, la adoptaron a imitación de los franceses16. Este es el caso de la familia de José Antonio de Plaza. Plaza provenía de una familia que había ocupado cargos relevantes en la burocracia colonial desde, al menos, principios del siglo XVIII. Sus antecesores habían servido al rey de España y habían obtenido títulos y reconocimientos en contraprestación. Su bisabuelo paterno, Vicente de Plaza, era un malagueño que ejerció como teniente gobernador de Gibraltar y en 1713 fue nombrado marqués de Gibraltar por Felipe V. Su abuelo paterno, José Antonio de Plaza y Berneo, nació en 1712 y emigró a América en 1757 al ser comisionado para administrar la Real Renta de Aguardientes en el Virreinato de Santafé durante el gobierno de José Manuel Solís Folch de Cardona17. Plaza y Berneo se instaló en Honda y vivió allí hasta su muerte en 1792, tras desempeñarse como comandante de las milicias de Mariquita en 1758. Plaza y Berneo se casó en 1751 con María Rosa de Velasco y Guerra Peláez, cuyo padre, Juan Antonio de Velasco Salazar, llegó a ser alcalde ordinario de Popayán y acumuló una fortuna considerable durante su vida, cuya destinación tras su muerte era incierta para sus descendientes18. El cuarto de sus seis hijos fue Simón Tadeo, nacido en 1764, padre de José Antonio de Plaza.

16

En http://www.heraldaria.com/apellidos.php#13, consultado el 12 de marzo de 2012. Fenita Hollman, María Francisca Medina, Juan Francisco Mantilla et.al., Grupo de Investigaciones Genealógicas José María Restrepo Sáenz, Genealogías de Santa Fe de Bogotá, ob.cit., Tomo VII, Letra P, pp. 263 y ss. La Real Renta de Aguardientes fue creada durante el gobierno de José Alfonso Pizarro (1749 – 1753). En sus Memorias, Plaza dice que su abuelo vino a América durante el virreinato de Pizarro. Sin embargo, esto es inexacto, pues su periodo de gobierno terminó en 1753 y, en 1757, año de la llegada de Plaza y Berneo, Pizarro estaba de vuelta en Madrid, donde murió en 1762. No es probable que Plaza esté equivocado en cuanto al año de llegada, pues la Real Renta de Aguardientes sólo existió a partir del virreinato de Solís. Ver, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 628. 18 Carta de María Antonia Plaza a Simón Tadeo de Plaza del 18 de enero de 1796: “Espero me digas también si de nuestro abuelo, el de Popayán, que se le tenía por muy rico, nos han recaído algunos intereses o en quiénes quedaron sus bienes”. Puede consultarse en la Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, signatura MSS2427. 17

 

19

Por el lado materno, descendía de Juan Antonio Racines de la Colina, el primer comisionado y administrador general del Real Estanco de Tabacos en el Nuevo Reino, durante el virreinato de Manuel Guirior (1772 – 1776), y de María Josefa de Cícero, quien según Plaza descendía del adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada19. En las Memorias para la Historia de la Nueva Granada es narrada la llegada de Racines de la Colina al Virreinato y su desempeño como administrador del estanco del tabaco. Según el historiador, su abuelo materno fue elogiado por Guirior en la memoria que presentó a su sucesor, el virrey Flórez, por su “inteligencia y lenidad” en el cumplimiento de su mandato20. A pesar del éxito de sus antecesores en la burocracia colonial, Simón Tadeo, el padre de José Antonio, no tuvo igual éxito y tras la muerte de su propio padre en 1792 se encontró en dificultades económicas que lo llevaron a reclamarle a sus tías trescientos pesos que le adeudaban con el fin de salvar el honor de sus hijos: “No he tenido la menor razón y espero que ustedes, por sí o por medio de sus parientes, procuren darme razón de este importante negocio pues yo me hallo casado y espero tener [ilegible]. Mis hermanos los tienen y nos hallamos con la necesidad de estos papeles para poder proporcionar a nuestros hijos las carreras honrosas a que quieran aspirar”21.

Simón Tadeo gozaba de una posición social cómoda en vista de los servicios que sus antepasados habían prestado a la Corona. Él mismo había servido al rey como cadete de la Guardia Noble y después como oficial de la Real Hacienda22. Durante estos años usó el apellido de Plaza, el mismo que habían usado su padre y su abuelo, tal como consta en su acta de matrimonio23. A partir de principios del siglo XIX usó la partícula de manera ocasional, casi siempre en documentos públicos, aquellos en que estaba en la línea la prestancia de su familia o en los que el recuerdo de los honores de sus antepasados servía como recomendación. Por ejemplo, en la solicitud que hizo para el empleo de contador ordenador, en 180524, o en la carta de instrucciones a su apoderado en Madrid, Pedro Xavier de Vera en

19

Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 630. José Antonio de Plaza, Memorias para la Historia de la Nueva Granada desde su descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, p. 326. 21 Carta de Simón Tadeo de Plaza a Manuela, Antonia y Jacinta de Plaza, fechada el 22 de agosto de 1800. Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, signatura MSS2427. 22 Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 628. 23 Archivo Histórico de la Universidad del Rosario (AHUR), Fondo Documentos, Volúmen 112, Folio 864. 24 Carta de un remitente desconocido a Simón Tadeo de Plaza, fechada en Madrid, el 27 de mayo de 1805. Es probable que el remitente sea Pedro Xavier de Vera, el apoderado de Simón Tadeo en España. En la misma carta se le informa que la solicitud de su cuñado, Antonio Racines, para ser empleado como Superintendente de la Casa de Moneda, también fue negada. Se conserva en la Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango bajo la signatura MSS2427. 20

 

20

un proceso que lo enfrentaba al gobernador de la provincia de Mariquita, Juan Pérez Moure, en 180225. Simón Tadeo hizo una transición exitosa a la vida republicana y obtuvo honores militares en la Revolución, en la que alcanzó el grado de coronel en 1810. Tras la Reconquista fue perseguido “por sus opiniones bien conocidas y por sus servicios a la causa de la libertad”26 y, tras evitar ser ejecutado27, en 1817 fue enviado a Puerto Cabello, de donde fue liberado en 1819. Murió en Honda en 1823. Su desempeño le granjeó el reconocimiento de Simón Bolívar, quien en una entrevista con José Antonio en 1828 se refirió a su padre como un “ardiente y benemérito patriota”28. Gracias a su incursión revolucionaria, Simón Tadeo fue conocido en los círculos republicanos no como un de Plaza sino como un Plaza29. Había abandonado el uso de la partícula en su apellido al comienzo de la Revolución. La Reconquista supuso para él y su familia convertirse por un momento en descastados dentro de la reinstaurada sociedad colonial. Tras el triunfo de la Revolución, el uso del apellido Plaza, sin la preposición, resultaba más consecuente con un revolucionario que ahora formaba parte de la élite republicana. Simón Tadeo abandonó el uso de la partícula de en su nombre, que lo había acompañado siempre durante su carrera en la burocracia colonial y que había sido utilizada por su familia durante todo el siglo XVIII, tras sus servicios a la revolución. Esto no es sorprendente, pues si algo caracterizó a los revolucionarios fue su rechazo a todas las convenciones sociales coloniales, en especial las que indicaban (o pretendían indicar) nobleza. Lo sorprendente es que José Antonio, el hijo de un “benemérito y ardiente patriota” que había estado preso durante los años de Morillo, la adoptara de nuevo cuando era un anacronismo que remitía a la época colonial. Las razones son varias. Si bien los revolucionarios de la época buscaban distanciarse de las convenciones sociales coloniales, durante las primeras décadas de vida republicana estas permanecieron vigentes en diversos aspectos. Aún en la nueva sociedad republicana, el prestigio familiar adquirido por décadas de servicio al rey era algo que tenía utilidad al momento de ingresar al Colegio Mayor del Rosario – en los años coloniales había sido 25

Carta de Pedro Xavier Vera a Simón Tadeo de Plaza, fechada en Madrid el 21 de agosto de 1802. Se conserva en la Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango bajo la signatura MSS2427. 26 Fenita Hollman, María Francisca Medina, Juan Francisco Mantilla et.al., Grupo de Investigaciones Genealógicas José María Restrepo Sáenz, Genealogías, ob.cit., p. 264. 27 Ibídem, p. 264. 28 Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit, p. 633. 29 El reconocimiento alcanzado por éste fue suficiente para que en 1880 su retrato fuera incluido en la serie Rasgos biográficos de los próceres y mártires de la Independencia del pintor bogotano Constancio Franco. La colección fue vendida en 1882 al gobierno colombiano y hoy se encuentra en el Museo Nacional de Bogotá.

 

21

incluso un requisito – o a una burocracia ocupada por los vástagos de familias que habían sido prestantes desde la época colonial. Plaza pudo haber querido honrar una tradición familiar, representada en un apellido, sólo interrumpida en la segunda mitad de la vida de su padre, el miembro de la familia que vivió la transición y la incertidumbre de la época revolucionaria. También es posible careciera de seguridad y de aceptación social suficientes entre sus contemporáneos como para omitir la preposición y seguir siendo aceptado como un notable en la sociedad republicana. No podía permitírselo. En una sociedad en la que se abolía por ley el orden estamental, él lo mantenía vigente para sí. En la carrera que empezaba a forjar, podía verse a sí mismo como el continuador republicano de una tradición y posición familiares que databan de tiempos coloniales. Así lograba un beneficio doble: se posicionaba en la nueva sociedad como el heredero de una tradición de prestigio que venía desde su bisabuelo sin dejar de ser el hijo de un patriota, de un verdadero revolucionario. En sus Memorias reivindicaba esta doble condición, si bien se declaraba admirador de la razón, la virtud y el patriotismo por encima de los honores nobiliarios. Esto es lógico, si se tiene en cuenta que las escribió en 1847, cuando ya era un consumado burócrata, ideólogo e historiador liberal: “Persuadido como el que más de la futileza de las distinciones nobiliarias y, convencido racionalmente de que la virtud y el patriotismo son la ejecutoria más imperecedera para el que desea hacerse un lugar preferente entre sus ciudadanos, yo no he dado más importancia a estas vanidades que la que puede tener relación con el origen histórico de mi familia (…) Que mi familia descendiera de algún famoso capitán de don Pelayo, o de algún indolente propietario del tiempo de los romanos, o de algún siervo enfeudado de la Edad Media, o de un moro o indio convertido, poco me curaría de ello, si aparte de las razones expuestas no influyeran otras para recordar la posición social de mis antepasados; porque ese mismo nombre es un título de mayor valía en los sacrificios que hicieron mis padres y familia por la independencia y libertad del país, en un tiempo en que los fueros de alcurnia daban honra y abrían la puerta a más altos destinos; este pues fue un mayor sacrificio que hicieron en aras de la Patria y el cual debe tenerse en cuenta, porque es de mucho precio”30.

Sin embargo, dedicó cuatro de las treinta páginas de sus memorias a trazar los orígenes y los servicios de sus antepasados durante la Colonia, y sólo dos párrafos a comentar los servicios de su padre durante la Revolución, lo que muestra la importancia que aquello tenía para él. Su actitud frente a lo honores coloniales de su familia muestra una contradicción, pues los reivindicaba un liberal en pleno medio siglo que abogaba y decía vivir por los valores republicanos. Aunque decía enorgullecerse de los sacrificios de su familia por la “patria”, utilizaba su blancura y notabilidad heredada como las principales herramientas para posicionarse en la nueva sociedad.

30

Memorias de mi vida, ob.cit., p. 627.

 

22

El tema era tan relevante para el historiador que le dedicó un texto titulado Apuntes Genealógicos, un libro inédito del cual no hay pistas en los archivos actuales, a pesar de que su existencia es mencionada por Pedro María Ibáñez en el artículo sobre el historiador para el Papel Periódico Ilustrado31. En su autobiografía decía tener en su poder “la ejecutoria de nobleza que don Pedro, rey de Aragón, expidió a uno de mis antepasados”. También hace un breve recuento de su historia familiar desde Anagildo, rey de los godos, y repasa vínculos con las casas reales de Navarra y León (y, por estas, con las de Francia, Inglaterra, Alemania, Portugal, Nápoles y España), hasta mencionar que el mote del escudo de armas de su familia es “non plus ultra”, el mismo de la casa real de los Austrias españoles. Plaza alcanzó la adultez justo después de la Revolución. En ese momento se enfrentó con el reto de trazar una carrera en la nueva república que dependería mucho de sus méritos. Lo curioso es que en la primera década de vida republicana, su condición de blanco y notable era considerada meritoria, a la manera estamental establecida en la Colonia. El prestigio heredado, tanto por servicios al rey como a la Revolución, era una herramienta útil para abrirse camino en la nueva sociedad. Su padre no le había legado riquezas ni negocios y la familia había quedado en tal pobreza tras su muerte que tuvo considerables dificultades para pagar su educación posterior. Sí le había dado, en cambio, un apellido honroso y conexiones con algunos militares que lograron posiciones importantes desde los primeros años de la República. Es por esto que optó por llamarse de Plaza y no cortar las conexiones con un pasado que constituía el único patrimonio de su familia. Mediante su inteligencia, competencia, dedicación y capacidad de adaptación a circunstancias políticas siempre cambiantes, logró con el tiempo capitalizar su herencia familiar, y logró hacer la transición exitosa de un descendiente de burócratas del rey a un burócrata, publicista, ideólogo y, sobre todo, historiador de la República Liberal. 1.2. Estudios formales (1812 – 1829) Los quince años durante los cuales José Antonio de Plaza cursó estudios primarios, medios y superiores en Bogotá estuvieron marcados por cambios significativos en los currículos de enseñanza. Nuevas normas dictadas por los gobiernos de la naciente república apuntaban a consolidar la estrategia estatal de control de la educación con el fin de disminuir la influencia de la iglesia y asegurar la formación de los ejecutores del proyecto republicano32. La 31

Plaza, Memorias de mi vida, pp. 628 – 629. Julio Gaitán Bohórquez, Huestes de Estado – La formación universitaria de los juristas en los comienzos del Estado colombiano, Bogotá, Universidad del Rosario, 2002, p. 36. Este libro presenta el panorama de los estudios jurídicos durante las dos primeras décadas de vida republicana en Colombia. 32

 

23

intervención del Estado republicano en la educación estaba dirigida a formar a la ciudadanía a través de la universidad, por medio de la reforma a los planes educativos y de la apropiación de la infraestructura física y financiera de los antiguos centros de enseñanza controlados por la iglesia católica. El principal cambio del modelo de relación entre el Estado y la universidad era la reorientación de sus contenidos bajo dos criterios: uniformidad y, sobre todo, utilidad33. Además, en el núcleo de la enseñanza estaba el afán por formar en el republicanismo, en una nueva filosofía política y, en consecuencia, crear nuevas obediencias. Antes de la época en que Plaza empezó sus estudios, hubo intentos de reforma a la educación que, sin embargo, habían fracasado por la oposición de la iglesia a ceder un terreno que, hasta finales del siglo XVIII, habían dominado casi sin discusión y que sólo empezó a cuestionarse en firme tras la reforma provisional encabezada por el fiscal de la Audiencia, Francisco Antonio Moreno y Escandón en 1774. Tras la Independencia, los proyectos ilustrados tuvieron una nueva oportunidad de desarrollarse en la Nueva Granada, bajo el liderazgo de Francisco de Paula Santander en 1820 y 1826. Las críticas más comunes a la educación consistían en considerar los estudios tradicionales como empeños inútiles, dominados por la jeringonza, el verbalismo, los dogmas y la falta de aplicación práctica. Esta última era muy evidente en los estudios de jurisprudencia, que después de tres años sólo preparaban a los alumnos en los aspectos teóricos de la disciplina, pues se concentraban en cátedras de historia del derecho civil (equiparado al derecho romano) y filosofía tomística. Por esto, en cada uno de los momentos de reforma, 1774, 1820 y 1826, el argumento aducido con mayor frecuencia fue la necesidad de incorporar a los programas de estudio las ciencias útiles34. Un papel importante en los estudios reformados durante las primeras décadas de vida republicana lo tendría la enseñanza del derecho patrio, la cátedra que Plaza tuvo a su cargo desde 1825, hacia el final de sus años formativos. 1.2.1. Ingreso y primeros estudios en el Colegio Mayor del Rosario (1812 – 1820) Con el arribo de su familia a Bogotá en 1812, José Antonio empezó a recibir la educación elemental. Las ideas republicanas de Simón Tadeo lo llevaron a matricular a su hijo en escuelas primarias que compartían los ideales de la revolución. Tal como relata en su autobiografía, José Antonio asistió de manera sucesiva a las escuelas que en Bogotá dirigían la señora Jorja Hinestroza, Nicanor Luengas y José María Serna. Los últimos años los cursó 33 34

Ibídem, p. 36 – 37. Ibídem, pp. 37 – 38.

 

24

en la escuela del quiteño José María Barrionuevo. Es notable que en sus primeros años no asistió a escuelas dirigidas por frailes o religiosos, algo que muestra las preferencias de Simón Tadeo para la educación de su hijo. En las Memorias de mi vida, recuerda con especial agrado a Barrionuevo, pues su establecimiento era reconocido en Bogotá por la calidad de la enseñanza, algo que se atribuía a que éste había sido uno de los pupilos “del establecimiento botánico del señor Mutis” en calidad de pintor35. José Celestino Mutis había dado un vuelco a la educación en el Nuevo Reino al introducir doctrinas modernas que hicieran frente a la orientación neo-escolástica de la enseñanza. Uno de sus legados fue la formación de una generación de criollos ilustrados que promovieron los nuevos métodos de enseñanza en las décadas siguientes. Es el caso particular de Barrionuevo, quien alcanzó el grado de teniente coronel en el ejército revolucionario combatiendo junto a José Hilario López36 y quien unos años más tarde integró la primera logia masónica de Bogotá, la “Libertad de Colombia”, junto con Francisco de Paula Santander y Francisco de Urquinaona. Es decir, Plaza estuvo expuesto desde una edad muy temprana a los ideales de la Revolución. Se podría decir que nació con ellos. No sólo por la influencia de su padre sino por sus maestros que, como Barrionuevo, eran partícipes activos de la construcción de la nueva república y dirigían establecimientos de educación elemental. La educación primaria en la época incluía lecciones de lectura y escritura y recitación de catecismos religiosos, morales y de urbanidad. Parte de esta etapa era la formación en las reglas básicas de la gramática, la aritmética y la ortografía. Para transmitir la historia sagrada y los dogmas de la religión se utilizaba el Catecismo Histórico que contiene en compendio la historia sagrada y la doctrina cristiana, de Claude Fleury (primera edición de 1679), junto con otros de época más reciente, como el Catecismo del Santo Concilio de Trento de Fray Agustín Zorita, de 1785, y el Catecismo Moral de Villanueva37. Entre 1817 y 1818, Plaza asistió como alumno externo, es decir, que sólo asistía a las clases y no vivía en el colegio, al “establecimiento literario de latinidad que presidió en el convento de San Francisco el padre Fray Francisco Javier Medina”38. La educación en latinidad incluía gramática, prosodia, retórica y oraciones de poetas latinos: Cicerón, Virgilio y Horacio sobre todo, y constituía el paso previo para ser admitido a estudios superiores de filosofía. En las Memorias para la Historia, el historiador hace una fuerte crítica a los 35

Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 630. José Hilario López, Memorias, Bogotá, Editorial ABC, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, tomo I, capítulo II, p. 30. 37 Gaitán, ob.cit., p. 59. 38 Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 630. 36

 

25

métodos de estudio de latinidad, que llamaba una “clave confusa y enredada” que tan sólo servía para “adquirir el conocimiento de una prosodia superficial”39. Tras aprobar los exámenes en 1820, comenzó estudios en el Colegio Mayor del Rosario en octubre de ese año, con 13 años de edad. De los tres años de estudio filosófico no guardaba buenos recuerdos. En su autobiografía los llama un “mal estudio”, mientras que en una referencia a ellos en las Memorias para la Historia señala que sólo eran aptos para “embotar la inteligencia más clara” pues se hacían “sin instrumentos, sin observaciones prácticas y sin conocer los adelantos que esta ciencia había hecho en los últimos años del siglo XVIII y principios del XIX”40. Más aún, dice que “terminada esta jerga escolástica en que se confería un grado de suficiencia con el título caído en ridículo de bachiller”, los jóvenes “corrían en busca de una educación universitaria de poco o ningún mérito”41. José Antonio fue el segundo miembro de su familia en ingresar al plantel después de su tío Ignacio, el hermano mayor de su padre, quien fue Regidor de Honda alrededor de 1780. Ignacio “rindió testimonio” de ingreso al Colegio en 1770, aunque no llegó a vestir la beca de colegial42. Según cuenta en su autobiografía, Plaza ingresó al Rosario en 1820 “como alumno interno, vistiendo la beca de esa casa de educación”43. En realidad, no fue admitido como alumno interno – aquellos que por su posición social vestían la beca – sino que sólo accedió a ella a partir de su segundo año, en 182144. Los registros del Colegio muestran que su ingreso a los estudios de filosofía se dio bajo la calidad de manteísta o capista, es decir, como un estudiante común, no becado, al que por esta circunstancia no se le exigía presentar pruebas de pureza de sangre o rentas. Eran estudiantes que no residían en el Colegio. Estudió un año bajo ese título, aprobando sus materias con la más alta calificación de “5A” y, en octubre de 1821, pasó a vestir la beca como colegial porcionista, es decir, un estudiante que pagaba una porción de la matrícula por estancia y alimentación. Gracias a su dedicación a los estudios, 39

Gaitán, ob.cit., p. 59. Plaza, Memorias de mi vida, p. 631. 41 Plaza, Memorias para la Historia, ob.cit., pp. 413 – 414. 42 Según los registros de Ignacio de Plaza en el Colegio Mayor del Rosario, para su admisión presentó como testigos a Fernando Rodríguez, Regidor del Cabildo de Santa Fe, Juan de Chávez y García, Ensayador de la Real Casa de Moneda, Valentín García de Tejada y Juan Gil Martínez, Alguacil Mayor de la Real Audiencia. Un registro completo de los alumnos del Colegio, junto con una explicación detallada de sus diferentes categorías, derechos y deberes, también puede encontrarse en María Clara Guillén de Iriarte, Los estudiantes del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, 1773 – 1826 (Vol.1) y 1826 – 1842 (Vol.2), ambos publicados por la Universidad del Rosario en 2008. 43 Plaza, Memorias de mi vida, p. 630. Plaza siempre estuvo orgulloso de haber cursado estudios en el Colegio Mayor del Rosario. En un párrafo de las Memorias para la Historia, elogia a su fundador, Cristóbal de Torres, “prelado a todas luces recomendable”, y señala la construcción del colegio como la creación de “un punto luminoso en pos del cual se podía marchar para divisar en época más venturosa un horizonte despejado y radiante”. Ver: Plaza, Memorias para la Historia, pp. 251 – 252. 44 AHUR, Fondo Documentos, Volúmen 112, Folios 865 – 866. 40

 

26

logró beneficiarse del sistema de becas del Colegio desde su segundo año de asistencia, asegurándose un cupo en la institución educativa de la élite santafereña y los contactos que después le servirían en su carrera pública. Para poder cambiar de estatus en el Colegio era necesario acreditar pureza de sangre a través de una copia de la partida de bautismo, una copia del acta matrimonial de los padres y la presentación de testigos que dieran fe de la honradez y posición de la familia45. Esto era conocido en la república con el mismo nombre que había tenido en la Colonia: “Informaciones”. Plaza las rindió el 16 de marzo de 1821 y su beca se formalizó el 6 de abril de ese año, aunque empezó a ampararlo solo en octubre46. Como porcionista, pagaba una matrícula de 70 pesos anuales. Sin embargo, 20 de esos 70 pesos eran cubiertos por el rector, Domingo Tomás de Burgos, debido a “la pobreza de esta familia”47. Este punto refleja la tensión que existía entre notabilidad en la nueva república y la simultánea carencia de recursos económicos. La familia de Simón Tadeo de Plaza, un “benemérito y ardiente patriota”, tuvo dificultades para costear la educación de su heredero. Pero su pobreza no era vergonzosa en una sociedad basada en el privilegio sino que, por el contrario, era una virtud: era una pobreza digna y, sobre todo, honrosa. Plaza siguió obteniendo las notas más altas y en los años lectivos de 1822-1823 y 1823-1824 continuó como colegial de filosofía, primero, y de derecho civil, después. Recibió el grado de Bachiller en Filosofía en 1823. Durante estos años fue “mantenido por la mitad del tercio”, o sea que unos 10 pesos anuales eran cubiertos por el mismo Colegio48. La pobreza, digna y honrosa, de su familia fue un aliciente para que José Antonio se aplicara a los estudios y vislumbrara la posibilidad de una carrera en la burocracia republicana que, para hijos de próceres, como él, estaba llena de oportunidades.

45

María Clara Guillén, Los estudiantes, ob.cit., Vol. 1, p. 430. El acta de presentación de la beca de colegiatura dice “En la sala Rectoral, presidiendo el actual Señor Rector Don Domingo Tomás de Burgos y habiéndose presentado allí el señor José Antonio Plaza, es prestado el juramento a la Constitución sobre el santo evangelio, se le vistió de beca, con aplauso y regocijo de todos (...) el 4 de abril de 1821”. AHUR, Fondo Documentos, vol. 112, f. 874, núm. 11. 47 María Clara Guillén, Los estudiantes..., ob.cit., Vol. 1, p. 430. 48 Las escasas finanzas de Plaza, o la tacañería de su familia, se reflejan también en una colecta que hizo el Colegio entre sus becados para la “refacción del Colegio y de su torre” en 1822. De 33 colegiales, 10 no aportaron, entre ellos Plaza. AHUR, Fondo Documentos, Vol. 27, F. 157. En 1836, cuando Plaza era un funcionario público en Antioquia, tuvo un fuerte cruce de correspondencia con el entonces rector del Colegio del Rosario, José Duque Gómez, quien le había dirigido una carta solicitándole contribuir a una nueva refacción del claustro. Plaza acusa recibo de una carta “rotulada y suscrita por usted a mi, concentrada en un todo a excitarme para que contribuya pecuniariamente a la refacción material del colegio”, y finaliza diciendo: “Protesto a usted que haré todos los esfuerzos consiguientes para poner a la disposición del Dr. (...) la cantidad que me sea posible”. La renuencia a contribuir a la refacción de la institución donde había estudiado becado, cuando ya era un bien remunerado funcionario del estado, son indicios más de tacañería que de pobreza. En AHUR, Fondo Documentos, Vol. 27, F. 186, 26 de abril de 1836. 46

 

27

1.2.2. Influencias y lecturas formativas de un liberal neogranadino (1820 – 1825) Completar tres años de estudios de filosofía en las llamadas facultades menores habilitaba a los estudiantes para emprender cuatro años de estudios de jurisprudencia, esta vez en las llamadas facultades mayores. La ley del 14 de octubre de 1821 dispuso que para ser abogado en la República era necesario haber estudiado cuatro años completos de derecho, dos de ellos en estudios teóricos de derecho civil (o patrio), tras los cuales el estudiante recibía el título de bachiller, y dos de ellos de estudios prácticos que debían realizarse bajo la tutela de un abogado en ejercicio. Hasta la introducción de la cátedra de derecho civil patrio en 1821, el estudio del derecho comprendía lo que se conocía como “derecho común”, es decir, el derecho romano. El derecho romano era la teoría y se enseñaba como preámbulo del derecho práctico, que se aprendía en dos años más. La cátedra de derecho patrio representa un intento republicano de separarse del viejo derecho común y formar el nuevo marco de referencia republicano. Esta iniciativa pasaba por crear un derecho local, propio, como su nombre lo indica, a pesar de que durante la mayor parte del siglo XIX el sistema de derecho de referencia seguiría siendo el derecho real, basado a su vez en el derecho romano49. Influido por el movimiento revolucionario y por el pensamiento liberal, el gobierno de Santander promovió la creación de la cátedra de derecho patrio en las facultades de jurisprudencia. Al mismo tiempo, las obras de Jeremías Bentham50, Destutt de Tracy51 y del Abad de Mably52, para materias políticas y constitucionales, y de Jean-Baptiste Say53, para temas económicos, fueron incluidas en el currículo. La importancia del derecho patrio en este contexto es que representaba la creación de un derecho que pretendía ser local y propio, tras la Independencia, a pesar de que su base fuera el derecho real español. El acercamiento de Plaza con el derecho patrio comenzó con la lectura de los textos que hacían parte del currículo de los estudios de jurisprudencia, como lo dice en un breve párrafo de sus Memorias de mi vida: 49

Gaitán, ob.cit., 74. Jeremías Bentham (1748 – 1832) fue un filósofo, economista y teórico del derecho nacido en Londres. A los doce años ingresó al Queen’s College de Oxford, de donde se graduó en 1763. Siendo estudiante, fue recibido como observador en el King’s Bench, un tribunal que trataba los casos que afectaban al rey o a su entorno. Su vasta experiencia en la teoría del derecho la plasmó en su Introducción a los principios de la moral y la legislación de 1789, en el que exponía el principio de la utilidad, el principio moral implícito que debía guiar cualquier reforma legal o social. 51 Antoine Louis Claude Destutt, comte de Tracy (1754 – 1836), un filósofo y aristócrata francés, era reconocido por su obra Elémens d’idéologie, en la que comentaba de manera extensa la obra de Montesquieu. Se le atribuye la acuñación del término ideología. 52 Gabriel Bonnot de Mably (1709 – 1785), conocido como el Abad de Mably, era un filósofo y político francés reconocido por su contribución al desarrollo de corrientes de pensamiento ilustrado. 53 Jean-Baptiste Say (1767 – 1832) fue un economista francés que, a través de su Tratado de Economía Política (1804) organizó de manera sistemática y divulgó el pensamiento de Adam Smith en La riqueza de las naciones. 50

 

28

“Enseguida hice los estudios de Derecho Patrio, por la obra de Juan Sala, Romano, por la Instituta de Kees, Canónico, por la obra de Murillo y el cuerpo del Derecho Canónico, Gentes por la obra del francés Domat y la de Vattel.”54

La edición original de la obra del presbítero español y catedrático de la Universidad de Valencia, Juan Sala Bañuls (1731-1806), había sido impresa en Valencia en 1795 con el título Instituciones Romano-Hispanae ad usum tironum hispanorum ordinatae. Su primera edición en español fue impresa en 1820 como Ilustración del Derecho Real de España, con un subtítulo que aclaraba que había sido “añadida con varias doctrinas y disposiciones del derecho novísimo y del patrio”55. Su popularidad en los planes de estudio del siglo XIX se debía a que incorporaba y, en especial, comentaba en sentido crítico las disposiciones de la Novísima Recopilación de 1806, la mayor parte de las cuales seguían vigentes en las antiguas colonias. La Novísima, una sistematización y ordenación del derecho real, hacía parte de los intentos borbónicos de consolidarla como la principal fuente del derecho civil en las colonias, por encima del preponderante derecho romano. Tras la Independencia, el derecho real continuó siendo el principal cuerpo normativo en las nuevas repúblicas, que continuaron utilizando la obra de Sala en los planes universitarios. El texto fue una presencia constante en los programas de derecho de toda América desde el siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XX. En México, por ejemplo, seguía formando parte de los currículos universitarios en 1879, y en Colombia se reimprimió hasta 195456. Plaza conoció de cerca las nuevas ideas que regían el estudio del derecho patrio, pues entre 1823 y 1825 regentó como sustituto las cátedras de derecho civil patrio y derecho romano, “en ausencia de sus propietarios”57. El “propietario” de ambas era Miguel Tobar y Serrate, un abogado y juez calificado por José Manuel Groot como un “consumado latinista y la persona más versada en jurisprudencia de su tiempo”58. Su cercanía con Tobar acercó al

54

Plaza, Memorias de mi vida, p. 631. En las Memorias para la Historia de la Nueva Granada llama a Murillo un “escritor rancio” y califica a los textos de Domat y Vattel como de la “peor jaez”. Cfr., Plaza, Memorias para la Historia de la Nueva Granada, p. 414. 55 Ambas ediciones, y las reimpresiones de 1826, 1837, 1844, 1854, 1864 y 1954, pueden consultarse en la Biblioteca Nacional de Colombia. 56 Jaime Arenal Fenochio, “Ciencia jurídica española en el México del siglo XIX”, en Cuadernos del Instituto de Investigaciones Jurídicas, México, UNAM, 1998, pp. 30 – 47. 57 Plaza, Memorias, p. 631. 58 Miguel de Tobar y Serrate nació en 1786 en Tocaima, fue colegial del Colegio Mayor del Rosario en 1799, abogado de la Real Audiencia, diputado al Colegio Electoral de Cundinamarca y auditor de Guerra en Ventaquemada, nombrado por Antonio Nariño. Fue arrestado por Morillo, degradado a soldado raso y obligado a combatir con las tropas españolas en 1816. En 1819, Simón Bolívar lo nombró fiscal de lo civil y del crimen. Participó como diputado en los Congresos Constituyentes de 1821 y 1830. Fue fiscal y primer ministro de la Corte Superior en la década de 1830. Dominaba el latín, francés, italiano, griego, inglés y portugués y tenía buenos conocimientos de física, matemáticas, química, historia natural, astronomía, mecánica, arquitectura y botánica. Participó en la Expedición Botánica. Fue el principal mentor de José Manuel Groot, quien escribió la

 

29

futuro historiador no sólo a uno de los juristas más reputados de su tiempo, sino a una persona que había participado de manera activa en la revolución y que tenía un vasto acervo cultural que ofrecer al entonces joven aprendiz de abogado. Participar de manera activa en la consolidación de los estudios de derecho patrio y tener cercanía con el abogado más prominente del momento, acercaron a Plaza al pensamiento republicano en Colombia y le sirvieron para comprender la importancia de ordenarlo y ponerlo al servicio de la codificación de las leyes y la administración racional de la nueva república. Entre 1823 y 1825, Plaza también asistió de manera ocasional a las clases del médico francés Pedro Pablo Broc, quien llegó a Colombia procedente de la Universidad de París en 1823 contratado por el gobierno como parte de la Misión Zea. Con esta iniciativa, el gobierno buscaba consolidar el pensamiento científico moderno con las cátedras y fundaciones de institutos científicos por parte de reconocidos profesores europeos. La misión en general y Broc en particular fueron criticados por médicos locales, como José Félix Merizalde, quien en 1824 publicó el folleto El desengaño anatómico59, en el que opinaba que el sueldo percibido por el francés era excesivo, sus métodos anacrónicos y su pertinencia poca. Broc publicó en 1825 Las mujeres vengadas y restablecidas en su trono, un texto en el que reivindicaba la posición social de las mujeres y su importancia en el hogar60. Su asistencia a las clases de Broc, más allá de la pertinencia o utilidad de sus métodos y enseñanzas, muestra su interés por estar al tanto de los desarrollos del pensamiento científico moderno de su época en distintas áreas. También indica un interés por la ciencia en general y por conocer el pensamiento de un europeo que en la década de 1820 defendía en público la igualdad de sexos en la Nueva Granada.

entrada correspondiente a Tobar en el Diccionario Biográfico y bibliográfico de Colombia de Joaquín Ospina. Su hija Blasina se casó con José Eusebio Caro y fue el abuelo materno de Miguel Antonio Caro. Murió en Bogotá el 3 de abril de 1861 a los 75 años de edad. Joaquín Ospina, Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia, Tomo III, pp. 32 – 34, citado por Sergio Mejía Macía, El pasado como refugio y esperanza, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 2009, p. 43. Ver también, Rodrigo Llano Isaza, “Hechos y gentes de la Primera República colombiana. 1810 – 1816”, en Boletín de Historia y Antigüedades, No. 789, abril de 1995, pp. 501 – 523 59 José Félix Merizalde, “El desengaño anatómico de 6 de noviembre de 1824”, Bogotá, Imprenta de Espinosa, 1824, 7 p. Puede consultarse en el catálogo virtual de la Biblioteca Nacional o consultarse bajo la signatura 725954. Aunque está firmada por “El Estudiante”, un folleto de contestación titulado “Al público imparcial” firmado por el profesor ayudante de Broc, Bernardo Daste, expuso que su autor era Merizalde, quien después publicó una “Contestación al Sr. Bernardo Daste”. Para detalles sobre la polémica y un análisis de los conflictos entre médicos locales y extranjeros ver Emilio Quevedo V., “Independencia y medicina: Una polémica bogotana entre médicos criollos y franceses”, en Credencial Historia, Núm. 250, octubre de 2010, pp. 212 – 216. 60 Pedro Pablo Broc, Las mujeres vengadas y restablecidas en su trono, Bogotá, F.M. Strokes, 1825, 110 p. Una copia existe en la Sala de Libros Raros y Manuscritos de la BLAA en la miscelánea 12780.

 

30

1.2.3. Culminación de estudios, años de práctica y primeros empleos (1824 – 1829) En 1824, Plaza fue nombrado subteniente de una compañía de milicia urbana de Bogotá de acuerdo con un decreto del poder ejecutivo que ordenaba a todos los estudiantes “asistir a la milicia”61. En 1825 culminó sus estudios teóricos de derecho, mediante un “certamen público de [sobre] Constitución”, “consagrado al Congreso de Colombia” y realizado en la capilla del claustro del Colegio Mayor del Rosario el 1 de julio a las 3 p.m. El certamen consistió en explicar “los artículos de la Constitución con claridad y precisión” con base en las preguntas de los examinadores62. Recién graduado, ingresó al despacho de Alejandro Osorio Uribe en 1826 con el fin de cumplir el requisito de dos años de práctica jurídica63. En ese año fue nombrado oficial de la Dirección y Contaduría General de Tesorerías, entidad encargada de revisar las cuentas departamentales “glosadas y fenecidas” y enviarlas a las casas de moneda en Popayán y Bogotá64. Al año siguiente, pasó a practicar con José Francisco Pereira65. En las Memorias para la Historia de la Nueva Granada, el historiador dice que “tal era el interés de la juventud granadina por entrar al templo de la verdadera sabiduría, que una parte de ella se 61

Plaza, Memorias de mi vida, p. 632. AHUR, Fondo Documentos, Volúmen 21, Folio 47. Plaza menciona esta prueba en las Memorias para la Historia de la Nueva Granada, “un examen sobre un punto conocido de antemano en estas materias, y la aprobación consiguiente, recababan ya un derecho al laureando para cubrirse con el bonete de doctorado”. Cfr., Plaza, Memorias para la Historia de la Nueva Granada, p. 414. 63 Alejandro Osorio Uribe era un reconocido republicano y benemérito muy cercano a Bolívar y a Santander. Se desempeñó como “Copiador de órdenes” de Bolívar entre el 11 de agosto y el 20 de septiembre de 1819, tras la Batalla de Boyacá, cuando había sido nombrado alcalde del Cabildo tras la huida de Sámano y los oidores. Fue Secretario de Guerra y Hacienda del primer gobierno republicano (1819 – 1821) y elegido delegado suplente por las provincias de Mariquita y Socorro al Congreso de Angostura. Presidió algunas de las sesiones de la Convención de Cúcuta en 1821. Ejerció como juez del Distrito del Centro (Bogotá) entre 1821 y 1826, junto a Miguel Tobar, Ignacio Herrera y Rufino Cuervo. Entre 1826 y 1828 se desempeñó como Secretario de la Universidad Central de Bogotá y en 1828 ocupó el cargo de Fiscal ante la Alta Corte (Corte Suprema de Justicia). Durante el gobierno de Mosquera fue Secretario de Gobierno. Su trabajo como “Copiador de órdenes” de Bolívar es una fuente de primer nivel para conocer la agenda del poder ejecutivo durante la transición hacia el régimen republicano. Sus manuscritos pueden consultarse en la Sala de Libros Raros y Manuscritos de la BLAA, bajo la signatura MSS988. También puede consultarse un estudio sobre su trabajo como copiador de ordenes hecho por Felipe Osorio Racines, Escritos primarios del doctor Alejandro Osorio Uribe sobre la Independencia y la República de Colombia, Bogotá, Editorial Guadalupe, 2002, 135 p. Ver también, Armando Martínez Garnica, La agenda de Colombia, 1819 – 1831, Bucaramanga, UIS, 2008, 268 p. 64 Ley del 18 de abril de 1826, que adiciona la del 30 de julio de 1824, artículo 21. 65 José Francisco Pereira nació en Cartago en 1789. En 1811 fue Secretario de Gobierno de Popayán y lo propio hizo en 1815 en las provincias de Socorro y Vélez. Tras la Reconquista actuó como jefe político y militar de Cartago. En 1820 se trasladó a Bogotá, donde ejerció como catedrático de ciencias políticas en el Colegio Mayor del Rosario hasta 1827 y ministro de la Alta Corte de Justicia hasta 1828. En 1821 había participado como delegado a la Convención de Cúcuta. Fue miembro del Congreso de Ocaña en 1828, Ministro del Interior y de Gobierno bajo Domingo Caicedo en 1830, Secretario del Interior de Obando en 1831, firmante de la Constitución de 1832 y Consejero de Estado en el gobierno de Santander. Participó en la redacción de los códigos penal, civil, político, de instrucción pública durante las siguientes dos décadas. Ejerció como redactor del Cultivador Cundinamarqués, un periódico científico durante la década de 1840. En 1815 había escrito su única novela La lanza del célebre pijao don Baltasar. Murió en Tocaima en agosto de 1863. En Joaquín Ospina, Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia, Tomo III, pp. 268 – 269. 62

 

31

entregaba, después de sus estudios escolares, a los trabajos de un nuevo aprendizaje, consiguiendo buenos libros y consultando con los sujetos inteligentes”66. Sus empleos con Osorio Uribe, Pereira y su cercanía con Miguel Tobar después de haber culminado sus estudios jurídicos permiten inferir que consideraba a estos “sujetos inteligentes” que podían suplir su formación en las áreas en las que el método de enseñanza en las universidades se quedaba corto. El 5 de septiembre de 1827 se presentó ante el Tribunal de Cundinamarca para el examen de derecho práctico, después de haber rendido el correspondiente examen de “jurisprudencia teórica” ante la Academia de Derecho, y fue aprobado como abogado. Tras obtener su grado y ser “inscrito en la lista de los profesores de derecho”, ejerció como defensor público o abogado de pobres en el Distrito Judicial de Bogotá67. Un año después, fue empleado como Oficial en la Secretaría del Interior y de Relaciones Exteriores, cuyo titular era el historiador José Manuel Restrepo. Su desempeño fue tan satisfactorio que fue ascendido a Jefe de la Sección de Correspondencia y fue presentado a Bolívar. Plaza narra el episodio en sus Memorias de mi vida así: “Grande fue mi emoción en aquel momento, no porque me turbase mi timidez, sino porque la magnitud del héroe hacía bullir en mi imaginación mil ideas que se atropellaban unas tras otras. Con todo, muy afectuoso me dijo: ‘Usted es hijo de un ardiente y benemérito patriota y tengo buenas noticias de su capacidad, que, unida al atractivo de su fisonomía, le procurarán una lúcida carrera. Deseo abrirle una carrera brillante: se va a crear una legación a Holanda y deseo que usted admita el destino de secretario de ella, sobre lo cual espero una contestación afirmativa’. Yo repuse al Libertador que tal resolución no dependía sólo de mi voluntad, porque hallándome al lado de mi madre, que no tenía otro hijo, me era preciso explorar su intención: ‘Bien pues, indíqueselo usted a su madre, que no querrá por un cariño mal entendido cortar el vuelo a su hijo.’ Mi contestación le fue comunicada al Libertador por conducto del señor Miranda, que me expresó el sentimiento que tuvo el general Bolívar con mi negativa, agregando que los bogotanos estaban condenados a vegetar en su país de la manera más triste”68.

66

Plaza, Memorias para la Historia de la Nueva Granada, p. 414. Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., pp. 631 – 632. Según Plaza en las Memorias para la Historia de la Nueva Granada, los exámenes que habilitaban para la práctica del foro “eran accesibles a los empeños, la humillación y al rango que se ocupaba en la sociedad”. Cfr., Plaza, Memorias para la Historia, p. 414. 68 Memorias de mi vida, p. 633 – 634. “Ardían entonces las cabezas de los jóvenes liberales, los corazones no latían sino al eco de la libertad, la prensa crujía con una fuerte oposición al poder colosal del General Bolívar y las asociaciones populares y secretas pululaban en todos los puntos de la República. En la sociedad de nombre modesto y literario de Filológica se hallaban los primeros jóvenes de esta ciudad y, aunque es cierto que los discursos que se pronunciaban allí sólo respiraban amor a la libertad y odio a la tiranía, jamás llegué a entender que se formaran planes de conspiración. Se elogiaban los claros hechos de Almodio [sic], Aristogitón, Bruto, etc.; pero no había una sola alusión al dictador Bolívar”. Aristogitón y Harmodio, más conocidos como los tiranicidas (τύραννος), eran amantes atenienses que en el 514 a.C. asesinaron al tirano Hiparco. Su historia era tomada por los liberales decimonónicos como una de heroísmo y martirio por la democracia y la libertad, si bien historiadores como Tucídides y Heródoto coinciden en que sus motivaciones fueron mundanas y más bien personales. 67

 

32

El episodio con Bolívar es relevante porque en el curso de 1828 Plaza estaría envuelto en los hechos de la conspiración septembrina. Tras la creación de la Sociedad Filológica de Bogotá el 8 de mayo de 1828, había sido nombrado su subdirector. Varios de los miembros de esta sociedad, que declaraba reunirse con el propósito de estudiar filología, gramática y literatura, participaron en la conspiración del 25 septiembre. En sus Memorias de mi vida, Plaza niega haber tenido conocimiento de la conspiración contra Bolívar hasta pocos días antes de los hechos: “Muy pocos días antes de la conspiración del 25 de septiembre del mismo año uno de los socios más respetables y que manifestó un valor heroico digno de mejor causa, me inició con mucha circunspección algunos de los secretos de tan terrible trama, como proyectos posibles de realizarse, aunque hipotéticos todavía, según me aseguraba. Esta sesión, tenida desde las once de la noche hasta las tres de la mañana, me arrancó la venda de los ojos e iluminó mi espíritu profundamente sobre la existencia de un complot contra los días del general Bolívar”69.

El atentado contra Bolívar marcó la etapa final del régimen colombiano y de la vida del caudillo. Su fracaso derivó en la persecución de los opositores políticos del gobierno, de los miembros de la Sociedad Filológica y de cualquiera que fuera tenido por liberal o adepto a Santander. La persecución de estos últimos se debió a las sospechas que recayeron sobre el vicepresidente. Por tal razón, señala José Manuel Restrepo, el Libertador resolvió “disipar el partido del general Santander, que bajo el título de liberal ha tomado el puñal asesino en la mano porque triunfen sus opiniones, aunque la República perezca y se anegue en sangre”70. De los conspiradores, algunos fueron reducidos a prisión mientras otros fueron condenados a muerte, como su director, el teniente coronel Pedro Carujo (quien con posterioridad fue indultado)71. A pesar de que su nombre figuraba como subdirector de la sociedad y de que había participado en todas las reuniones hasta pocos días antes de los hechos, como él mismo reconoce en las Memorias de mi vida, Plaza no fue perseguido ni enjuiciado con los demás conspiradores. Según él, esto se debió a que, una vez enterado de los planes, renunció a la sociedad y, como no se aceptó su renuncia, dejó de asistir a las reuniones. Con esto reconoce complicidad, pues habiendo conocido los planes, ocultó la información. Además, el hecho de que haya habido varias reuniones entre el momento en que se enteró y el hecho mismo, permite al menos dudar de su afirmación de haber renunciado.

69

Memorias de mi vida, p. 634. José Manuel Restrepo, Diario Político y Militar, tomo primero, Bogotá, Imprenta Nacional, 1854, pp. 390391. 71 Ibídem, pp. 388 y ss. 70

 

33

En el hecho puede haber más. Plaza era primo segundo de Pedro Alcántara Herrán72, uno de los generales neogranadinos más cercanos a Bolívar, que entonces ocupaba el cargo de prefecto general del departamento de Cundinamarca73. Cabe dentro de las posibilidades que, al enterarse de la conspiración, decidiera ponerse del lado del poder. Este lado era, al mismo tiempo, el de su familia, por su conexión con Alcántara Herrán, y el de su carrera, que entonces empezaba a despegar tras sus servicios en la Dirección y Contaduría General del Tesoro y en la Secretaría del Interior y de Relaciones Exteriores. Plaza ya había sido tentado por Bolívar para aceptar un encargo en Europa. Sus relaciones con el poder empezaban a fructificiar y anunciaban satisfacer su ambición de escalar en la nueva sociedad. Su carrera en la burocracia republicana tenía buenas perspectivas. Más allá de que perteneciera a una sociedad secreta que criticaba al dictador, era consciente de que un golpe de Estado y un cambio de gobierno hacia un liderazgo incierto era inconveniente para su futuro. Para él, una carrera en la burocracia republicana era su destino, el único camino posible tras la ruina de su familia, y ser acusado de conspirador podía poner en riesgo todo, hasta su vida. Comunicarle a Herrán y a personas cercanas al gobierno los planes que se fraguaban en la Sociedad Filológica fue algo que pudo haber considerado. Esta inferencia se refuerza con el hecho de que el joven liberal fue de alguna manera premiado tras el desenlace de la conspiración septembrina. En efecto, no sólo pudo permanecer en Bogotá durante los difíciles meses que siguieron a los hechos sin sufrir persecuciones, sino que a principios de 1829 fue nombrado teniente gobernador de la provincia de Mariquita, un claro y rápido ascenso en su carrera burocrática: “No sé si porque en el registro del archivo de la Sociedad Filológica se encontró mi nombre figurando como subdirector, y se deseaba alejarme, o por complacer los deseos de la municipalidad de la ciudad de Honda y su gobernador, que pedían al general Bolívar que me nombrase de teniente gobernador de la Provincia de Mariquita, ello es que pocos meses después se me hizo dicho nombramiento y, tanto por alejarme de un teatro que había contristado mi alma, como por corresponder a los deseos de varios amigos, me decidí a aceptar aquel empleo y marché en 1829 para mi nuevo destino”74.

Este fue, además, el primer retorno de José Antonio a su provincia después de que su familia emigrara a Bogotá en 1812. El episodio muestra por primera vez algo que se convertirá en una característica de su carrera: su gran capacidad para escalar en su carrera y su ambición

72

Herrán era hijo del español Pedro Antonio Fernández de la Herrans Ruiz y de María Matea Martínez de Zaldúa y Plaza Velasco, hija de María Josefa Plaza y Velasco, la hermana mayor de Simón Tadeo de Plaza. En 1812, una guadeña llamada Gregoria Polonia “Pola” Salavarrieta, había trabajado en la casa de María Matea como niñera y “dama de aguja”. 73 Herrán ocupó el cargo entre el 24 de septiembre de 1827 y el 28 de noviembre de 1829. 74 Memorias de mi vida, ob.cit., p. 635.

 

34

como fuerza para avanzar en la burocracia republicana. Plaza era un funcionario que utilizaba sus conexiones con el poder de la manera que más le conviniera para ascender en su carrera, pudiendo llegar hasta la traición si eso le reportaba beneficios. Así, podía trabajar en encargos o escribir para causas en las que no creía pero que significaban congraciarse con la autoridad de turno para asegurar su avance. Durante sus primeros cinco años de vida pública, José Antonio de Plaza logró posicionar su carrera utilizando su habilidad para adaptarse a la inestable y cambiante situación política y social. Su rápido ascenso en las actividades en que participó y los empleos públicos que ocupó, desde la participación en la milicia urbana de Bogotá en 1824 hasta el nombramiento como teniente gobernador de Mariquita en 1829, muestran su capacidad de trabajo y competencia como funcionario, mas también indican su destreza para identificar las relaciones y contactos que más le convenían en el desarrollo de su carrera en la burocracia republicana. Los eventos ocurridos después de la conspiración de septiembre de 1828 permiten inferir que su participación en ellos no fue tan pasiva como lo señala en sus Memorias de mi vida. El hecho de que hubiera conseguido salir favorecido de una situación que a primera vista resultaba desastrosa para su reputación y carrera muestra hasta qué punto sabía moverse con inteligencia entre los círculos del poder, ganándose la simpatía de sus detentores. En los siguientes años perfeccionaría esta habilidad y, con pericia, se mantendría siempre a la sombra de figuras poderosas.

Puente sobre el Gualí, Honda, 1846. Acuarela del británico Mark Edward Walhouse (1817-1895). Este puente fue construido en 1829, durante la época en que José Antonio de Plaza se desempeñó como gobernador de la provincia de Mariquita, para reemplazar al de cal y canto de la Colonia. Colección de arte del Banco de la República.

 

35

1.3. Consolidación en la carrera burocrática e incursión en el periodismo (1829 – 1840) “Del acierto y exactitud en el establecimiento de las rentas públicas y de su buena inversión depende la vida, el honor y el poder de los gobiernos, no menos que la felicidad de los pueblos”75.

Plaza regresó a Bogotá en diciembre de 1829 para emplearse de manera sucesiva en los tres años siguientes como juez para causas de imprenta, síndico personero de Bogotá y recaudador de la media anata, impuesto cobrado a los funcionarios públicos76. De esta época data su incursión en la prensa a través de El Silfo, periódico fundado, dirigido y redactado por él77. Los temas de los artículos periodísticos de Plaza entre 1830 y 1840 años muestran una estrecha relación con los cargos públicos que ocupó, además de una preocupación creciente por el establecimiento de instituciones y la propagación de ideas liberales. En efecto, en sus escritos periodísticos, defendía la abolición de los monopolios y la libertad de expresión y de imprenta, temas de los que tenía directo conocimiento como funcionario público encargado de la recolección de impuestos o como juez en litigios de imprenta. Otro de sus temas recurrentes era el recaudo de impuestos en la República, cercano a él y a su familia, pues su padre había sido un funcionario de la Real Hacienda y él había trabajado en la Dirección y Contaduría General del Tesoro, además de haber estado encargado del recaudo de la media anata. Plaza incluso aventuraba sugerencias y predicciones para el manejo de las rentas públicas, mostrando un conocimiento detallado de su estado y enfatizando que no eran “meras teorías”, sino “observaciones sacadas del curso de las cosas y del conocimiento más o menos particular que tenemos de algunas rentas”78: “Es indudable que en el año 1827 ha sido cuando se han hecho más gastos y el presupuesto general que aquel año alcanza a 8.495.822. Quedando pues, la Nueva Granada formando un estado, quedarán reducidos sus gastos cuando más a dos millones y medio. La renta de tabacos en sus factorías de Ambalema, Pie de Cuesta, etc., puede dar al gobierno anualmente 500.000 pesos. Las dos casas de monedas de Bogotá y Popayán muy bien pueden producir 100.000, la renta de diezmos 100.000. No enumeraremos las ricas entradas de los ramos de aduanas, salinas, papel sellado, alcabalas, aguardiente, pólvora, correos, vendutas, tierras baldías y otros varios ramo, sin 75

José Antonio de Plaza, “Estado del país o rápido bosquejo sobre nuestra situación presente”, en El Silfo, número 2 (jueves 3 de julio de 1831), Bogotá, pp. 5 – 6. 76 La anata era un impuesto de origen colonial sobre la concesión de empleos y beneficios públicos y constituía uno de los ingresos ordinarios de la administración, con importancia similar a la alcabala o el almojarifazgo. Gravaba los sueldos, pensiones o beneficios que recibían distintos burócratas en la administración colonial. Había sido establecido en 1631 y durante las primeras décadas de la República todavía se recaudaba. La media anata era la parte de la anata que se recaudaba al momento de concesión del empleo o beneficio. La segunda parte debía pagarse un año después de la fecha de concesión. 77 El Silfo, cuatro números entre el 19 de junio y el 24 de julio de 1831, con un valor de 1 real y entre cuatro y seis páginas por número. En la década de 1830 Plaza también escribió en Los Cubiletes (1832), El Constitucional de Cundinamarca (1832), El Pararrayo (1834), El Constitucional de Antioquia (1834), La Crónica Semanal (1835), El Baluarte (1837), La Bandera Negra (1837-1838) y El Tábano (1838). 78 José Antonio de Plaza, “Estado del país...”, en El Silfo, ob.cit., pp. 5 – 6.

 

36 contar con alguna clase de contribución que precisamente debe gravitar en la masa del pueblo (…) las rentas de la Nueva Granada, en un pie regular, pueden ascender por lo menos a 5.000.000.”79

Su inclinación ideológica liberal es anunciada por primera vez en sus editoriales en este periódico. Las primeras indicaciones claras de esto son las muestras de apoyo que dio al regreso de Santander a la Nueva Granada. El exvicepresidente era, en su opinión, el único que podía garantizar el éxito de un gobierno con instituciones liberales80. Un gobierno que, en su opinión, se distanciara del régimen contrario a la libertad que había dirigido Bolívar en sus últimos años: “Si la atroz calumnia y la baja envidia se atrevieron insolentemente a arrojar sobre la fama de este ilustre proscrito algunas manchas, ya esta sección interesante de la República apenas respira de la opresión en que había sido sumida por el largo espacio de un lustro, se apresura a manifestar al mundo entero la persuasión íntima en que se halla de la inocencia de este general que desde el año de 1810 en que se proclamó que la vieja España ya había cesado de dominar al Nuevo Mundo, se alistó en las banderas de la Independencia y no se ha desviado un solo momento de la senda del honor y del deber, haciendo la guerra al despotismo español ya con las armas ya en el gabinete y en otro periodo más reciente y que no quisiéramos recordar, haciendo frente a las miras ambiciosas de un general que en otro tiempo mil laureles había segado pero que olvidado de lo que debía a su patria y a la posteridad, forjó cadenas que no podían ser duraderas en un pueblo idólatra de su libertad”81.

A pesar de sus ataques a Bolívar, Plaza defendió en septiembre de 1831 al coronel Carlos Castelli, un militar cercano al expresidente, durante el juicio que fue promovido en su contra por José María Obando y José Hilario López, militares que a su vez habían sido muy cercanos al Libertador82. Castelli los había acusado de planear y ordenar el asesinato de Antonio José de Sucre en 1830, una acusación que, por lo demás, era común en el país contra los dos generales, en especial contra Obando. La simpatía con Castelli es un eslabón más de la cadena que lo unió con los bolivarianos. De acuerdo con el abogado, su conducta en el juicio lo “puso en exhibición pública” y le enajenó de “altas influencias” su comportamiento independiente83. Así pues, aunque pronunció algunas críticas al gobierno de Bolívar en sus primeras incursiones en la prensa en 1831 por considerarlo contrario a la libertad, había sido cercano a él y a los suyos mientras trabajó en su gobierno y aún después, como en el juicio contra Castelli. Sobre este episodio comentó en su autobiografía: 79

Ibídem, p. 6. “Yo pensaba que el General Santander, rico en experiencia, maduro por su saber y antiguo patriota, debía ser muy útil en su patria”. Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 641. Sin embargo, Plaza no apoyó la candidatura de Santander en 1832, sino la de Joaquín Mosquera. Según él, era más propicio que Santander reemplazara a Mosquera en el poder, “después de que ya se hubieran extinguido o por lo menos calmado las pasiones y los odios contemporáneos de que el General había sido víctima”. Ver, Memorias de mi vida, pp. 641 – 642. 81 José Antonio de Plaza, “Las cosas de hogaño”, en El Silfo, núm. 1 (domingo 19 de junio de 1831), p.3. 82 El juicio se realizó entre el 19 y el 23 de septiembre de 1831. En “Diario de los trabajos de la alta corte en la semana que acaba en esta fecha”, Gaceta de Colombia, trimestre 43, núm. 541 (domingo 2 de octubre de 1831), Bogotá, p. 2. 83 Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 639. 80

 

37

“Publicada por mí la sentencia, tuve que sufrir los insultos y amenazas de una pandilla soez que se titulaba liberal y quería oprimir al débil y dominar los fallos de un tribunal, protector también de la preciosa garantía de la prensa, el primer baluarte de los gobiernos republicanos. Mi conducta verdaderamente liberal y honrada con este hecho me hizo considerar como enemigo de los prohombres que entonces guiaban el timón público. Había herido altas susceptibilidades que juzgaban en nombre de la libertad ser su patrimonio el país”84.

Plaza criticaba y atacaba a los que consideraba personajes menores mientras en la prensa aclamaba el regreso del político de mayor peso de su tiempo, Santander. Es una muestra de su astucia política y de la capacidad para adelantar su carrera mientras mantenía una pretendida independencia del poder y se proclamaba un “verdadero liberal”. El regreso de Santander lo llevaría a enfrentarlo en una desavenencia por la muerte de Mariano París en 1833. En ese momento, ocupaba el cargo de auditor de guerra de la provincia de Bogotá, el cual había asumido a instancias de Vicente Vanegas, un coronel que había luchado en la guerra de independencia y que entonces era el jefe militar de la provincia de Bogotá85. Ser auditor de guerra significó para Plaza ser nombrado como titular de un alto cargo de orden nacional por primera vez en su carrera. En el cargo, el historiador estaba encargado, entre otras funciones, de emitir conceptos sobre la viabilidad de adelantar juicios contra militares involucrados en hechos de guerra. A mediados de 1833 se produjo el alzamiento de José de Sardá contra el gobierno de Santander, que tenía sus raíces en la violación de pactos acordados cuando Rafael Urdaneta fue reemplazado en la presidencia por Domingo Caicedo, en 1830. La renuncia de Urdaneta en 1831 y su sucesión por Caicedo en la presidencia estuvo precedida de un acuerdo de no agresión contra los militares que habían apoyado el gobierno del primero, en su mayoría altos oficiales de la guerra de independencia leales a Bolívar. Sin embargo, debido a la presión de militares antibolivarianos como José María Obando, quien presionó desde su posición como lider militar del Cauca, el acuerdo no se respetó y los urdanetistas fueron expulsados del ejército. El regreso al país de Santander para asumir la presidencia (1832) fue seguido de una purga en la institución cuyo resultado inmediato fue el alzamiento de varios de los militares urdanetistas y otros bolivarianos. El principal de estos era el general José Sardá, quien lideró el intento de toma de la guarnición de Bogotá en julio de 1833. Uno de sus seguidores era Mariano París Ricaurte, un joven miembro de la élite 84

Ibídem, p. 639. Vanegas llegó a pagarle a Plaza una parte de su sueldo sacándolo de su propio bolsillo. Memorias de mi vida, p. 642: “El coronel Vicente Vanegas, entonces jefe militar de esta provincia y amigo particular mío, me instó encarecidamente para que aceptase el destino de auditor de guerra y, con el objeto también de que lo dirigiese en los asuntos difíciles de su negociado, ofreciéndome ceder una tercera parte de su sueldo en remuneración de estos servicios. Rehusé esta oferta y tuve que complacerlo aceptando el empleo que me indicaba”. 85

 

38

santafereña emparentado con Rafael Urdaneta y Antonio Ricaurte y amigo cercano de Santander. A pesar de estas credenciales, París era descrito por otros, como José Manuel Restrepo, como un “revoltoso que ha mucho tiempo figuraba en todos los desórdenes, que eran su elemento”86. Según reconoció el propio Santander en sus Apuntamientos de 1837, París “estaba complicado en la conspiración (…) habiéndosele confiado la operación de levantar guerrillas en la sabana de Funza y el cantón de Cáqueza”87. Una vez fue descubierto en Chipaque “seduciendo las gentes contra el gobierno”88, se ordenó su captura al capitán José Manuel Calle Suárez. En hechos confusos, París fue asesinado al momento de su captura. Las versiones sobre su muerte fueron contradictorias, pues según los militares enviados a capturarlo, el reo había intentado escapar, mientras que los familiares y amigos señalaban al capitán Calle de haberlo rematado cuando se encontraba herido luego de la refriega que derivó en su captura. De acuerdo con Santander: “No me quedó otro partido que deplorarlo y hacer que se procediese por la autoridad correspondiente a las indagaciones necesarias para que se castigase al culpable. Se procedió en efecto por el juez civil del cantón y, tomadas las declaraciones del capitán Calle (…), se pasaron a la autoridad militar, la cual, conformándose con el dictamen del auditor de guerra, don Antonio Plaza y Racines, declaró no haber lugar a procedimiento”89.

Como era de esperarse, Plaza no estuvo de acuerdo con la forma en que Santander se lavaba las manos de su responsabilidad y la descargaba en el entonces auditor de guerra. Sin duda, el relato de Santander podía afectar su carrera en la administración y por eso se apresuró a exponer su versión en un folleto de siete páginas titulado Aclaración de lo expuesto por el General Santander en la página 20 de sus Apuntamientos para las Memorias de Colombia y la Nueva Granada, en la parte que habla de la muerte del Sr. Mariano París90. Plaza defendió su actuación con varios argumentos. Primero, porque las normas aplicables indicaban que un asunto de esa naturaleza debía llevarse de inmediato ante un juez militar y no un juez civil, como se hizo en la prisa por aprehender a los participantes. Segundo, porque en el expediente no había pruebas testimoniales o de otro tipo que incriminaran al capitán

86

Restrepo, ob.cit., tomo segundo, p. 290. Francisco de Paula Santander, Santander ante la historia, o sea, Apuntamientos para las Memorias sobre Colombia y la Nueva Granada por el General Santander, París, Imprenta de Walder, 1869, pp. 20-22. La edición que utilizo en este texto es la de la Biblioteca del Banco Popular, publicada en 1973 con el título de Memorias del General Santander, pp. 92-95. 88 Ibídem, p. 93 89 Ibídem, p. 95. 90 José Antonio de Plaza, Aclaración de lo expuesto por el General Santander en la página 20 de sus Apuntamientos para las Memorias de Colombia y la Nueva Granada, en la parte que habla de la muerte del Sr. Mariano París, Bogotá, Imprenta de José Ayarza, 1837, 7 p. 87

 

39

Calle Suárez, el encargado de detener a París. Sostuvo que ordenó la práctica de las pruebas y que el expediente le fue devuelto sólo con el cumplimiento parcial de sus instrucciones y sin pruebas suficientes. Por lo anterior, bajo su criterio, la investigación debía archivarse, como en efecto sucedió, pues Calle y los demás implicados fueron exonerados91. La controversia no afectó su carrera pública, pues siguió ocupando cargos burocráticos de manera ininterrumpida por el resto de su vida. No obstante, en su autobiografía le atribuyó a la controversia significado como el origen de su oposición al gobierno: “Empecé desde entonces haciendo la oposición por la prensa, no sistemática, sino en aquellos actos que me parecían vituperables o que establecían funestos precedentes para las libertades del país y fue tan urbana y decente mi oposición que no por eso se rompieron las relaciones amistosas que me brindó el general Santander”92.

En todo caso, Plaza no llegó a ser un antisantanderista declarado, y su militancia en el liberalismo de mediados de siglo así lo demuestra. A pesar de su pretendida oposición al presidente, continuó ocupando cargos cada vez más altos dentro de la burocracia republicana. En 1835 fue enviado a presidir el Tribunal de Antioquia, creado ese año, donde permaneció hasta principios de 1836. Su estancia en Medellín coincidió con la rebelión del presbítero José María Botero y con el inicio de la campaña presidencial de 1836. Botero, un párroco de Medellín, dirigió una violenta campaña en la prensa en contra del gobierno de Santander, al que consideraba “impío”, lo que en enero de 1836 lo llevó a la cárcel. Era tanta su acogida entre los conservadores antioqueños que un grupo de sus paisanos liderado por Manuel Posada Ochoa atacó la cárcel y lo liberó a la fuerza. El padre estuvo escondido hasta finales de 1836, cuando se entregó a las autoridades y enfrentó la pena de muerte a la que estaba sentenciado93. Según Plaza, Botero era un “hombre de vasta capacidad y exaltada su ardiente imaginación con ideas extravagantes, religiosas y políticas”94. Ante su popularidad en Medellín y las manifestaciones de apoyo de que fue objeto, Santander conmutó la pena a Botero, declarado loco por un comité médico95. El historiador se atribuye injerencia en la absolución de Botero, pues según dice: “a la verdad no había llevado su rebelión sino al punto de amargas publicaciones por la prensa contra el general Santander y los demás miembros del

91

Ibídem, pp. 4 – 5. También en Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 642. Plaza, Memorias de mi vida, p. 643. 93 Jorge Orlando Melo, “Progreso y guerras civiles: la política en Antioquia entre 1829 y 1851”, en Historia de Antioquia, Medellín, Editorial Suramericana, 1987, pp. 120 – 125. 94 Plaza, Memorias de mi vida, p. 644. 95 Melo, ob.cit., pp. 120 – 125. 92

 

40

gobierno”96. Después de regresar a Bogotá, su desempeño como juez fue agradecido por un grupo de ciudadanos de Medellín mediante un artículo publicado en El Constitucional de Antioquia. Plaza respondió con la publicación de un agradecimiento en el mismo periódico97. En cuanto a la campaña presidencial de 1836, apoyó a José Ignacio de Márquez por encima del candidato oficial, José María Obando. Durante el primer semestre, renunció a su posición en Medellín y volvió a Bogotá para participar de manera activa en la campaña. Lo hizo asociándose con otros partidarios de Márquez con el propósito de “sostener el orden en caso de turbarse y de alentar a los diputados patriotas para que no desmayasen en su voto y para dar unidad a todas las operaciones y planes del círculo que trabajaba por el doctor Márquez”98. La posibilidad de que los partidarios de Obando presionaran la elección de su candidato por medios violentos era real. La asociación en la que Plaza participaba tuvo a su cargo la tarea de convencer al coronel Manuel González99, el comandante de la única fuerza que había en la capital, de salir de la ciudad con su tropa mientras se realizaba la votación. Además, “muchos miembros de la sociedad concurrieron armados al lugar de las sesiones y se colocaron unos tras de los diputados más exaltados por la candidatura del doctor Márquez” para protegerlos de cualquier ataque del grupo de Obando100. Esta elección fue determinante en la configuración partidista y, por consiguiente, en la alineación de los bandos que se enfrentarían unos años más tarde en la Guerra de los Supremos. Márquez, quien había sido electo vicepresidente en 1832 en lugar de Obando, y que desde entonces fue su enemigo político, era el candidato de los liberales moderados, llamados entonces ministeriales, muchos de ellos antiguos bolivarianos opuestos a Santander. El exvicepresidente ganó la presidencia por un margen cómodo (616 votos electorales contra

96

Plaza, Memorias de mi vida, p. 644. José Antonio de Plaza, “Contestación”, en El Constitucional de Antioquia, núm. 27 (diciembre de 1836), Medellín. “La prueba pública de aprecio que habéis tenido la dignación de manifestarme, fuera de ser única en su especie hasta el presente en nuestro país, me llena del más noble orgullo, al ver reconocidos los sentimientos de dignidad y honor que han sido y serán la única pauta de mi conducta en cualquier destino que ejerza (...) Los votos de los antioqueños se vieron cumplidos y vuelvo a mi país satisfecho de haber concurrido al bien de una provincia que tantos títulos tiene a la consideración pública” 98 Ibídem, p. 646. 99 Tres años después el coronel Manuel González sería uno de los “Supremos” que se levantó contra el gobierno de Márquez. Para ese año, González ejercía como gobernador de la provincia de Socorro y, al mando de alrededor de 3000 hombres, marchó hacia Bogotá. Fue vencido por el general Juan José Neira en la batalla de La Culebrera en 1840. Cfr.: José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, Bogotá, Fundación para la Investigación y la Cultura, Gerardo Rivas Moreno, ed., 1997., p. 990. 100 Plaza, Memorias de mi vida, p. 646. La “asociación bien popular”, cuyo nombre no es revelado por Plaza, es un interesante antecedente a las sociedades democráticas que se han estudiado en Colombia desde 1838. 97

 

41

536 de Obando), y fue Antioquia el lugar donde obtuvo su segunda mayor votación, con 109 votos (la primera fue en Tunja, con 159)101. La victoria de Márquez le representó a Plaza ser nombrado contador general en 1837, una posición en la que devengaría un sueldo de 1.800 pesos anuales, la misma cantidad que un gobernador de provincia. Durante los meses que ocupó el cargo, se unió a Ramón Villoria, miembro del Tribunal de Apelaciones del distrito de Bogotá, y redactó un proyecto de ley para la reforma de la Contaduría General, un área de la administración pública con la que estaba familiarizado desde sus primeros años como servidor público y que fue tema recurrente en sus artículos periodísticos. El proyecto de ley se convirtió en la Ley 20 del 18 de julio de 1840, Orgánica de la Contaduría General de Hacienda102. Su participación en la redacción de una ley orgánica – aquellas que en el rango de las normas están por encima de las leyes ordinarias y sólo por debajo de la Constitución – muestra un afán por participar en proyectos de codificación que consideraba necesarios para la consolidación y estabilidad de las instituciones republicanas. Además, revela la alta posición que para ese momento había alcanzado en su carrera burocrática. La regulación de la Contaduría General a través de una ley orgánica tenía el propósito de establecer un marco de referencia, que fuera difícil de modificar, en un área del gobierno que Plaza consideraba crucial en la construcción de un Estado eficaz, como lo había mostrado desde años antes en sus artículos periodísticos. En 1838, ejerció como diputado por el cantón de Bogotá y al mismo tiempo se desempeñó como censor de la Sociedad de Instrucción Primaria en esa ciudad, cargo en el que pudo familiarizarse con el manejo y las necesidades de la educación básica. La experiencia en la Sociedad de Instrucción Primaria pudo hacer parte de la motivación para la redacción de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada y, en especial, del Compendio de la Historia de la Nueva Granada, que estaba hecho “para el uso de los colegios nacionales y particulares de la República”, además de haber sido “adoptado como texto de enseñanza por la Dirección General de Instrucción Pública”103. La consolidación de su carrera burocrática ocurrió a la par de algunas controversias menores, como la que sostuvo con Santander, y por eventos relevantes para los años venideros, como la elección de Márquez a la presidencia. Sin embargo, este gobierno, por el que tanto había trabajado y del cual fue un funcionario de alto nivel, lo decepcionó, como señalaría años después: 101

Marco Palacios y Frank Safford, Colombia: País fragmentado, sociedad dividida, Bogotá, Norma, 2002, Capítulo IX, “La Nueva Granada, 1831-1845”, pp. 290 – 293. 102 Recopilación de Leyes de la Nueva Granada, editada por Lino de Pombo, Bogotá, Imprenta de Zoilo Salazar, 1845, p. 304. 103 José Antonio de Plaza, Compendio de la Historia de la Nueva Granada desde antes de su descubrimiento hasta el 17 de noviembre de 1831, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, 1850, 136 p.

 

42

“La nueva administración adoptó entonces por sistema el más funesto programa, que la condujo al borde del precipicio y a la nación casi a la anarquía. Quiso guardar un inconcebible justo medio, halagando a los enemigos de ella, alejando a sus amigos y confiando los altos puestos a los hombres egoístas que querían jugar con todos los partidos”104 .

Algo evidente en sus actuaciones durante estos años es que desde comienzos de la década, logró cimentar tan bien su carrera en la burocracia que incluso polémicas como la que sostuvo con el presidente Santander no la afectaron. Por el contrario, con el pasar de los años logró cargos de mayor relevancia. También durante esta década empezó a perfilarse como un asiduo comentarista y crítico político, al publicar opiniones de índole liberal en la prensa neogranadina. 1.4. Publicaciones políticas y jurídicas durante la Guerra de los Supremos 1.4.1. Motivos, escritura y publicación de Mis opiniones (febrero de 1841) Cuando las tensiones políticas entre caudillos del gobierno regional y las pretensiones del gobierno central dieron paso a la llamada Guerra de los Supremos, Plaza se unió a “hombres de todas las clases y posiciones”105 para crear en 1840 la Sociedad del Nueve de Enero106, con lo que siguió su tendencia de crear asociaciones ante diferentes coyunturas políticas. Esta sociedad política jugó un rol de importancia durante la guerra al participar de manera activa en la defensa de Bogotá tras la salida forzada del presidente. Su participación en ella indica que su carrera como vocero de ideas liberales no se restringió a la prensa sino que trascendió hasta la organización para la acción, ya fuera política, militar, electoral, de coyuntura o, como en esa ocasión, según sus propias palabras, actuando en contra de los “facciosos” de la guerra. El carácter decidido de su vocería como publicista liberal se consolidaría a través de la publicación de su primer texto de carácter político: Mis opiniones, un discurso de 27 páginas escrito durante Guerra de los Supremos, motivada por los acontecimientos políticos del momento, e impreso en febrero de 1841107. Esta guerra, significativa por su papel en la creación y consolidación de los partidos políticos al cabo de esa década108, tuvo su origen en

104

Plaza, Memorias de mi vida, p. 647. Ibídem, p. 649. 106 El nombre aludía a la batalla que se libró en Santafé el 9 de enero de 1813 entre las tropas federalistas, comandadas por Antonio Baraya, y las centralistas, comandadas por Antonio Nariño, y que se saldó con la victoria de los segundos. 107 José Antonio de Plaza, Mis opiniones, Bogotá, Imprenta de J.A. Cualla, 1841, 27 p. Las citas corresponden a la primera edición. 108 Fernán González explica que “los partidos como confederaciones de poderes heredan el estilo colonial del funcionamiento del Estado, cuando los cabildos de notables locales ejercían el poder y la justicia en el orden local, que pasaban en segunda instancia a los oidores de la Real Audiencia y a los virreyes. En esta estructura de dominación indirecta, el Estado central de corte moderno se ve obligado continuamente a negociar y regatear su 105

 

43

un alzamiento local en Pasto ocurrido el 30 de junio de 1839 a raíz del cierre de cuatro conventos menores. La asonada dio paso a una revuelta de grandes proporciones dirigida en el sur del país por José María Obando. En los siguientes meses, caudillos de las provincias de Socorro, Vélez, Tunja, Pamplona, Casanare, Ciénaga, Mariquita, Mompós, Cartagena, Santa Marta y Riohacha también se declararon en rebeldía contra el gobierno, que no tenía la fuerza militar suficiente para enfrentarlos a todos de manera simultánea. La guerra duró tres años y fue el levantamiento militar más generalizado y destructivo en el periodo de la República temprana. En este contexto, Mis opiniones son un texto que cuestiona los logros y fracasos de la República desde la Independencia, con el fin de establecer los problemas y las causas subyacentes de la violencia e inestabilidad generalizada. Mis opiniones empiezan con una evaluación de la Independencia. Para el autor, ésta fue predecible y justificada por el maltrato sistemático de los americanos por parte de los peninsulares. Según el historiador la Independencia era, por lo demás, inevitable luego de la Revolución Francesa: “La revolución francesa, suceso inevitable en el orden de los acontecimientos políticos, después de haber inundado en sangre a la Francia, después de haber devorado a sus propios hijos, extendió su benéfico y maligno influjo sobre casi todas las naciones de la tierra”109.

Según Plaza, los grandes sucesos políticos ocurren, no por la voluntad de los hombres, sino ante condiciones que los hacen inevitables. En efecto, para la historiografía liberal del siglo XIX, los acontecimientos que ocurrían en las naciones “civilizadas” como Francia e Inglaterra marcaban e influían a toda una época con su “espíritu”. La voluntad de las personas no era muy relevante ante elementos objetivos que determinaban el movimiento de fuerzas históricas. De acuerdo con el historiador, la acumulación de agravios contra los americanos; el estado de postración de España, agitada por la guerra civil y la ocupación francesa; y la influencia determinante de la Revolución Francesa, fueron las causas del alzamiento de las colonias, explica el historiador. A lo largo del escrito, crítica a la República establecida en 1810. En su opinión, los patriotas de esa época fracasaron al constituirla por su inexperiencia y “pasiones” políticas egoístas: “Sin conocimientos en el derecho público, sin experiencia, y seducidos por ejemplos antiguos y modernos, se parodiaron repúblicas allí donde existían virreinatos y capitanías generales (…) y en este caos de principios, sin legislación, porque era prestada la que existía, sin ejemplos, porque ámbito de poder con los poderes previamente existentes en la sociedad”. Fernán E. González, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estado Nación en Colombia (1830 – 1900), Medellín, La Carreta, 2006, p. 32. 109 Mis opiniones, ob.cit., p. 5.

 

44 todo era nuevo, sin milicia, porque ésta era auxiliar, sin marina, porque ésta era española (…) despertadas pasiones y celos de todo género (…) y [con] la existencia de muchos enemigos de la independencia, debía encallar como encalló la obra de la misma naturaleza”110 .

Según el autor, las causas del fracaso de la primera Independencia fueron la inexperiencia de los americanos y la aplicación de modelos diferentes y a veces contradictorios, como “las teorías peligrosas e irrealizables de los códigos sansculótides”. Los sans culottes se habían caracterizado durante la Revolución Francesa por rechazar el libre mercado y apoyar el control de precios y la regulación de la distribución de alimentos para atender a las necesidades económicas de la gente común, especialmente en las ciudades111. Para el historiador, las teorías de los sansculottes eran peligrosas e irrealizables pues resultaba incompatible la atención de las necesidades económicas de los más pobres con el rechazo al libre mercado. De paso, se oponía a la adopción en la Nueva Granada de ideas provenientes del sector más bajo de la sociedad francesa, lo cual es de esperarse si se tiene en cuenta el carácter burgués de la revolución liberal en la Nueva Granada del medio siglo XIX. El historiador es también crítico de la Segunda República en Colombia, entre 1819 y 1830. Para su pesar, los gobernantes parecían no haber aprendido lo que consideraba las lecciones del primer fallido intento de consolidar la República. Según dice, a pesar de todas las advertencias disponibles, la convención de Cúcuta redactó una constitución idealista, contradictoria e impracticable. Según el autor: “El constituyente de Cúcuta con las más buenas intenciones, y con la imaginación toda griega y romana, creó un gobierno ideal y lo embelleció a su voluntad, cuando las exigencias públicas reclamaban una cosa real”112. Aquí toma distancia de lo dicho por historiadores anteriores, como José Manuel Restrepo, quien en el Diario Político y Militar menciona cómo la convención de Cúcuta había representado un esfuerzo por debatir de forma madura los problemas del país, aprendiendo las lecciones que había dejado la experiencia de 1810-1811, cuando “nos perdieron las ideas demasiado liberales”113. Para Plaza, las ideas liberales no eran sinónimo de desorden, sino más bien de progreso, algo que consideraba urgente para un país que surgía después de un largo letargo social y económico. Por lo anterior, en Mis opiniones el autor insiste en la necesidad de convocar a una nueva constituyente que, basándose en el fracaso de las experiencias previas, reorganizara la

110

Ibídem, p. 10. Darline Gay Levy, Women in Revolutionary Paris, 1789 – 1795, Illinois Books Edition, 1980, p. 144. 112 Plaza, Mis opiniones, ob.cit., p. 13. 113 Restrepo, ob.cit., tomo primero, p. 49. 111

 

45

administración pública a través de una constitución. En la conclusión de Mis opiniones, el autor hace un llamado al estudio riguroso de la historia neogranadina: “Debemos para entonces pensar seriamente en nuestra situación, y dejándonos de risueñas teorías, estudiar profundamente la historia de nuestro país, las diversas fases que se le han hecho tomar, cuales las ventajas y los inconvenientes que en nuestra pequeña causa social hemos hallado; y por fin, qué es lo que nos puede convenir más, para no ser el ludibrio de las potencias extranjeras”114 .

Inmerso en la Guerra de los Supremos y apoyado en su trayectoria en la esfera pública hasta el momento, consideraba que era necesario sacar adelante un proyecto constitucional que estaría mejor construido si se fundamentaba en la historia del país. Plaza llama, pues, a estudiarla para encontrar las claves del progreso. Afirma que es necesario “que pongamos un término al sufrimiento nacional, constituyéndonos de una manera que, sin hacernos ridículos a las potencias europeas, nos afiance el reino de la justicia, de la paz y de la riqueza pública”115. La asamblea que reclamaba no se llevaría a cabo, pero en su lugar el 8 de marzo de 1843 el congreso granadino promulgó una reforma constitucional. En la práctica se trató de una nueva constitución, si bien sin el concurso de una convención plural. Para los liberales neogranadinos de mediados del siglo XIX, el orden republicano debía construirse según los postulados del liberalismo económico y político. Así pues, en la conclusión de Mis opiniones ya está la idea que dirigirá la redacción de las Memorias diez años después. El estudio histórico que propone debe empezar por explicar la Colonia. Es evidente que para Plaza era necesario comprender cómo funcionaba el régimen impuesto por España para encontrar la mejor forma de administrar el país. En Mis opiniones, los gobiernos neogranadinos hasta mediados de la década de 1840 (los de Márquez y Herrán) son representados como regresos al absolutismo colonial. Esto es significativo si se tiene en cuenta que Herrán era uno de sus parientes más influyentes y, hasta donde permiten ver los documentos, cercanos. La fuerte crítica que dirige contra su gobierno y contra el gobierno de Márquez (a quien había apoyado en la campaña presidencial) muestra la independencia crítica adquirida por Plaza frente al poder. Se trata de una independencia que sólo podía tener quien hubiera alcanzado una posición estable y respetada en su medio, lograda después de más de diez años de servicio como funcionario público y abogado. La crisis de 1840 y sus efectos retardatarios de la consolidación republicana fueron el momento propicio para buscar nuevas interpretaciones de la historia neogranadina, pues entonces se rechazaron las ideas liberales, que acabarían por imponerse al cabo de la década con el triunfo del Partido Liberal. El estudio de la Colonia permitirá, pues, deshacerse de ella. 114 115

Plaza, Mis opiniones, pp. 25 – 26. Ibídem, p. 26.

 

46

Mis opiniones fue el texto con el que Plaza por primera vez lanzó su tesis de conocer el pasado colonial para determinar lo que más le convenía a la República en el futuro, evidenciando de paso la intención de hacerlo a través de un estudio sistemático de la historia de la Nueva Granada. Con Mis opiniones, el historiador trazó las líneas generales de su ideario político en la década de 1840, que lograría su máximo desarrollo con su trabajo en las Memorias para la Historia de la Nueva Granada. El llamado al estudio de la historia neogranadina que hace en este texto es el primero de tres que haría durante la década y que se materializarían con la publicación de las Memorias para la Historia. 1.4.2. Contexto y argumento de la Defensa del ex coronel Vicente Vanegas (1841)116 Vicente Vanegas había participado en la Guerra de los Supremos en los alzamientos que tuvieron lugar en la provincia de Socorro, bajo el mando de Manuel González. Había sido acusado de traición en primera instancia y condenado a la pena de muerte. Plaza asumió la defensa ante el Tribunal de Apelaciones de Bogotá, la segunda instancia en procesos judiciales. Por entonces ejercía como fiscal ante el Tribunal de Cundinamarca. Es decir que asumió la defensa del militar a pesar de ejercer como fiscal ante la misma Corte. Esta incompatibilidad se explica porque el juicio a Vanegas era de alto relieve político y Plaza era uno de los principales abogados litigantes en Bogotá. Además, por la existencia de un vacío en la normatividad penal que aún no había sido resuelto en la República. Vicente Vanegas era un antiguo patriota que había participado en las guerras de Independencia entre 1811 y 1818117 pero que había estado ausente de los conflictos durante los años siguientes por haber ocupado cargos militares y administrativos en los años siguientes, tal como se describe en el recuento de sus servicios militares contenido en la Defensa. Según su abogado, Vanegas era un “valiente” que sirvió con Nariño en el sur a partir de 1811 y participó en las batallas de Palacé, Pasto, Ovejas bajo el mando del general José Cabal. Fue capturado en 1815 y enviado a Lima, de donde lo rescató el comandante Brown. Luchó en Cuchilla del Rey (o del Tambo) y en la Plata entre junio y julio de 1816 a las órdenes del coronel Liborio Mejía. Fue de nuevo capturado y “condenado a servir de soldado” en el ejército realista. Marchó al norte, desertó y se incorporó en el bajo Apure a Páez. Peleó en el caño de Biruaca y en Ortiz. Fue herido en batalla de Cojedes el 2 de mayo de 1818 y 116

José Antonio de Plaza, Defensa del ex-coronel Vicente Vanegas, pronunciada ante el Tribunal de Apelaciones de este distrito, por José Antonio de Plaza, en el juicio criminal promovido a consecuencia de la rebelión que principió en las provincias del Norte, desde setiembre de 1840, Bogotá, Imprenta de J. A. Cualla julio de 1841, 30 p. 117 En José María Baraya, ob.cit., 1874, p. 40; y José Antonio de Plaza, Defensa del ex coronel Vicente Vanegas, 1841, pp. 6-9.

 

47

estuvo incapacitado por 2 años. Las cicatrices producto de sus heridas en esta batalla le valieron el remoquete de “Caracortada”118. Tras las guerras, sirvió como gobernador y comandante en armas de Mariquita, Neiva y Socorro. Fue ascendido a coronel en 1828. Luchó con José Hilario López en 1831 en contra de Rafael Urdaneta. Fue además jefe militar de la provincia de Bogotá, magistrado de Corte marcial y representante por la provincia de Socorro. En 1841 tenía alrededor de 45 años de edad. La cercanía de Plaza con Vicente Vanegas provenía desde, al menos, principios de la década de 1830, pues fue el militar quien recomendó al abogado para el asumir el cargo de auditor de guerra. En su autobiografía, el historiador lo llama “amigo particular mío”119. En septiembre de 1839, desatada la Guerra de los Supremos, Vanegas había participado en el primer alzamiento en la provincia de Socorro e incluso llegó a ser nombrado jefe supremo de la villa120. Tras algunos meses de rebelión, se acogió en febrero de 1840 al indulto preparado por el gobierno para los alzados en armas. En la Defensa se indica que el coronel fue expulsado de su cargo administrativo y en septiembre de 1840 volvió a Vélez. José Manuel Restrepo registra el regreso de Vanegas a Vélez en la entrada del 25 de septiembre de 1840 de su Diario, señalando que “decía que no se mezclaría en otra revolución” y lamentándose de que “así obran los militares de este país, que no tienen otro principio que su engrandecimiento por medio de revoluciones”121. Según su abogado, una vez en Vélez, Vanegas se dejó llevar por “el influjo pernicioso de los hombres” y participó en el alzamiento de Socorro a órdenes de Manuel González, líder militar de la provincia y opositor del gobierno de Márquez. Sin embargo, ya en la entrada del 6 de octubre del Diario, Restrepo registra que “los oficiales Gaitanes, Vanegas y demás que salieron de Bogotá, se han armado en guerrillas en el valle de Ubaté; están causando graves daños y se las han unido muchos vecinos de allí, pudientes algunos”122. Esto demuestra que el coronel estaba comprometido en el alzamiento hasta el punto de reincidir en él tan pronto salió de Bogotá indultado. En enero de 1841, tras la derrota de González en La Culebrera a manos de Juan José Neira, Vanegas fue capturado, enjuiciado y condenado a morir fusilado. La sentencia fue apelada y, a pesar de los esfuerzos argumentativos de Plaza, fue confirmada por el Tribunal

118

José María Baraya, Biografías militares o Historia militar del país en medio siglo, Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1874, p. 40. Plaza dice que el cuerpo de Vanegas está “cubierto de honrosas cicatrices”. En Defensa, ob.cit., p. 4. 119 Plaza, Memorias de mi vida, p. 642. 120 Plaza, ob.cit., 1841, p. 6. 121 Restrepo, ob.cit., tomo tercero, p. 179. 122 Ibíd., p. 183.

 

48

de Apelaciones de Bogotá. Vanegas fue ejecutado el 11 de agosto de 1841, es decir, poco menos de un mes después de la publicación de su defensa por su abogado123. Varias razones influyeron en la decisión de publicar la Defensa. No hay que descartar que, como él manifiesta, estuviera convencido de la inocencia de su defendido y de que hubiera sido un simple instrumento de caudillos más poderosos. Así, consideraba que el juicio había sido injusto y la pena desproporcionada. Además, es posible que quisiera despejar dudas sobre su nombre por el hecho de haber asumido la defensa judicial de quien era un rebelde reincidente. Con la publicación de la defensa, Plaza buscaba mostrar que no era por simpatías con el acusado ni con la causa de los Supremos que lo había defendido, sino que sus principios morales y sus obligaciones como abgoado lo habían obligado a hacer lo que era correcto. Sin embargo, el hecho de haber defendido de manera voluntaria a un rebelde en el mayor alzamiento contra un gobierno republicano hasta la fecha, permite inferir algo más. Por un lado, que Plaza era un abogado capaz de asumir casos controversiales en Bogotá. Por otra parte, en la Defensa cita obras españolas, inglesas y francesas, lo que demuestra que era un abogado con acceso a literatura extranjera, que podía leer en varios idiomas y que estaba al tanto de los últimos desarrollos de la ciencia jurídica de la época. Plaza era un reconocido abogado de la élite que defendía ideas distintas de las que predominaban en la época y en el gobierno. No sólo había asumido la defensa sino que se enorgullecía de haberlo hecho y publicaba sus argumentos. Consideraba que el juicio había sido sesgado y apresurado, sostenía creer en la inocencia del acusado, en los causales de atenuación y en la posibilidad del indulto. Estos son principios liberales de la administración de justicia que utilizó para defender a Vanegas. La argumentación estaba encaminada a demostrar que el militar fue un instrumento pasivo en una rebelión ajena y, por lo tanto, no le correspondía la imputación del delito de traición, que acarreaba la pena de muerte, sino el de rebelión y sólo en tercer grado, lo que conllevaba la pena de trabajos forzados. En la primera parte del escrito, el abogado condena la guerra de 1839 y señala que su defendido es culpable, pero que hay razones que explican su actuación. A continuación, enfatiza su propia reputación y probidad, con los claros propósitos de despejar dudas sobre simpatías con el imputado y de establecer su imparcialidad ante las 123

Restrepo registra así el hecho en el Diario: “Ayer se negó por el ejecutivo la conmutación de la pena de muerte impuesta a Vicente Vanegas, jefe supremo que fue de Vélez, quien sufrió en consecuencia el último suplicio de ser pasado por las armas, el que tenía bien merecido. Algunos amigos del gobierno quisieron salvarlo por una piedad mal entendida, pero fue descubierto y frustrado su proyecto. Esta ejecución, aunque tardía, indica que habrá al fin justicia en la Nueva Granada y que las leyes recobrarán un poco su imperio”. Restrepo, ob.cit., tomo tercero, entrada del 30 de julio de 1841, p. 265.

 

49

pruebas que presentaría en el proceso. Plaza les recuerda a los magistrados varias veces la necesidad de tomar una decisión meditada y profunda, no impulsiva, en la que se tengan en cuenta los servicios del excoronel al país. En la segunda parte, hace un recuento detallado de los servicios que éste prestó en las guerras de Independencia, encaminado a mostrarlo como un viejo patriota a quien se debe consideración y, eventualmente, el perdón de sus recientes errores. En la tercera parte controvierte las pruebas que existen en el expediente. El abogado Plaza insiste en una idea adelantada en Mis opiniones y que sostendrá en sus Memorias para la historia. Era el “espíritu” de la época lo que definía las acciones y el carácter de los hombres. Sobre la juventud del acusado, dice: “El ex coronel Vanegas apareció en una época en que la América cansada vio un largo reparo y tuvo que entregarse repentinamente a los desordenes de un movimiento universal, en que la faz de la tierra se renovó, las sociedades se trastornaron con estruendo, unos tronos se levantaron mientras otros se desplomaban; en que todo lo que había ayer, y estaba rodeado de esplendor, yace hoy en el abatimiento y oscuridad; en que por los caprichos de la fortuna los más brillantes destinos se vuelven en un instante tan miserables que acaban por excitar la compasión aún en los pechos de los más crueles enemigos.”124

En este punto hace referencia a la época de las guerras de Independencia. Para el abogado, el excoronel no tuvo opción en su juventud sino entregarse al “desorden de un movimiento universal”, así como en su vejez tampoco la tuvo al dejarse influir por las tendencias “perniciosas de los hombres”. Esta circunstancia atenuaría, sino eliminaría, la posibilidad de que fuera culpable de sus actos pues no tenía posibilidad de actuar de otra manera sino siguiendo lo que la época le dictara. Tras la fallida defensa del excoronel, Plaza rechazó el ofrecimiento de la gobernación de la provincia de Vélez y optó por permanecer en Bogotá. Durante la siguiente década, viró su carrera y pasó de ser un connotado polemista, político militante y abogado de alto perfil a un comentarista político y académico más sosegado, más maduro, más profundo, menos disperso en artículos de prensa y más prolífico en libros publicados. A esta fase me refiero en la siguiente sección. 1.5. Empeños republicanos (1836 – 1850) La cabal formación de un liberal de la primera mitad del siglo XIX requería incursiones en el ámbito de la producción intelectual: novelas, publicaciones dirigidas a extranjeros, tales como guías de viaje, alguna traducción de textos científicos o literarios y opiniones tanto sobre temas políticos como completamente ajenos a ellos. Así, el personaje alcanzaba reconocimiento como hombre culto, “de mundo”, con un conocimiento amplio y variado de 124

Plaza, Defensa, ob.cit., p. 5.

 

50

diferentes ámbitos de la vida; se habilitaba para diversos encargos gubernamentales en una época en que cundía el afán por reformar, organizar y legar instituciones de índole republicano, y que cada vez más se perfilaban como liberales. Plaza había empezado a participar en la vida pública desde finales de la década de 1820 y lo siguió haciendo de manera progresiva, hasta hacer de ello su vida, en el curso de la siguiente década. Cuando publicó la defensa del excoronel Vicente Vanegas en 1841, ya había acumulado una amplia trayectoria como abogado de élite, burócrata, publicista liberal y comentarista político. En 1841 su carrera toma otro rumbo, con comisiones gubernamentales que implicaban significativos trabajos de archivo, como por ejemplo la Recopilación Granadina en 1845 y el ordenamiento de la Colección del coronel Anselmo Pineda entre 1848 y 1849. Entretanto, publicó periódicos en los que acogió algunas de las principales tesis del liberalismo neogranadino, como era el federalismo administrativo. En esta época también incursionó en la producción literaria, pues publicó su única novela, El oidor: Romance del siglo XVI y tradujo la Historia de los Montañeses de Alphonse Esquiros, publicada en 1855, un año después de su fallecimiento. Denominé a estas ocupaciones “empeños republicanos” porque muestran su compromiso con esa forma de gobierno en una época en que las consecuencias de la Guerra de los Supremos se sentían en todas las esferas de la vida pública. Sostengo que Plaza se aplicó con vehemencia, constancia y ahínco al trabajo de investigación y publicación de reimpresiones, recopilaciones, colecciones, novelas y compendios porque consideraba que era la forma como podía contribuir a la difusión de ideas liberales en la sociedad, como publicista que era, y a la consolidación de un Estado que, más que incipiente, entonces se hallaba abatido y golpeado por el concierto de rebeliones que fue la guerra, con instituciones harto precarias y una pobreza económica y cultural rampante. Es necesario aclarar que los “empeños republicanos” fueron trabajos paralelas a sus cargos, si bien la mayoría de ellas fueron comisiones pagas. Son trabajos adicionales, si bien no menores. Su valor republicano consiste en que son aportaciones cada vez más a motu propio, en gradiente (hasta culminar con la publicación de las Memorias para la Historia), de un ciudadano activo: son lo que ese buen ciudadano le otorga a la República al margen de salarios y contratos. Considero que Plaza entendía estos trabajos como sus aportes en el camino hacia una República consolidada que él quiso de cuño liberal.

 

51

1.5.1. Reimpresión de las Instituciones del Derecho Real de España de Álvarez y Estrada (1836) La reimpresión en Bogotá de las Instituciones del Derecho Real de España, de José María Álvarez y Estrada fue el acontecimiento del año para los juristas neogranadinos en 1836. Este abogado guatemalteco era el catedrático de “Instituciones de Justiniano”, uno de los cuatro libros del Corpus Iuris Civilis125, en la Real y Pontificia Universidad de San Carlos de Guatemala, y su obra representaba el culmen de la bibliografía jurídica colonial en América. En ella recopilaba los orígenes y principios del derecho español, en buena parte aún vigente en los órdenes jurídicos de las repúblicas hispanoamericanas.126 Álvarez explicaba que sus Instituciones “no [tenían] otro objeto que dar a los principiantes alguna idea de los códigos de nuestro derecho”127, es decir, de los fundamentos del derecho civil (o patrio) en las nacientes repúblicas. El plan de estudios de Moreno y Escandón (1774 – 1779) había prescrito las “Instituciones de Justiniano”, como el texto para el estudio del derecho civil en las universidades americanas.128 Desde entonces, era claro que ellas por sí solas no llenaban las expectativas de educadores y educandos, pues el cuerpo de las leyes reales (también llamadas “leyes del Reino” o “derecho real”) sobrepasaba con mucho el carácter general de los libros del Corpus Iuris Civilis. Entonces, en 1779 la Junta de Estudios del Nuevo Reino incorporó el Comentario de Arnold Vinnius129 y exhortó a los catedráticos de Santafé para que hicieran las “concordancias” necesarias entre los textos de estudio y el derecho real130. El estudio comparativo del derecho romano con el derecho civil real se convirtió en norma en los últimos años coloniales, práctica que se adoptó también tras la Independencia con la creación de las cátedras de derecho civil patrio.

125

El Corpus Iuris Civilis (cuerpo del derecho civil) es la más amplia compilación del derecho romano en la historia. Fue dirigida por el emperador bizantino Justiniano entre 529 y 534. Sus otros tres libros son: el Códex, la Digesta (o Pandectas) y las Novellae constitutiones. 126 José María Álvarez y Estrada, Instituciones del Derecho Real de España, segunda edición, Bogotá, Tipografía de Nicomedes Lora, 1836, 2 volúmenes. La primera edición fue publicada entre 1818 y 1820 en 4 volúmenes en la Imprenta de Beteta de Guatemala, con el título de Instituciones del Derecho Real de Castilla y de Indias. 127 Ibídem, p. 1. 128 El plan de estudios de Moreno y Escandón estaba basado en la exposición del sistema copernicano por José Celestino Mutis y constituyó una innovación en la educación en el Nuevo Reyno al incorporar postulados de la escuela moderna y ser una alternativa a la escuela neoescolástica que hasta entonces dominaba los currículos universitarios en América. 129 Catedrático neerlandés del siglo XVII que escribió un Comentario académico y forense a los cuatro libros de las instituciones imperiales de Justiniano, texto que se convirtió en una de las principales fuentes de aproximación crítica al Corpus Iuris Civilis en Europa y América. 130 Julio Gaitán, Huestes de Estado, ob.cit., p. 80.

 

52

Plaza empezó a dictar esta cátedra y la de derecho romano en el Colegio Mayor del Rosario una vez culminó sus estudios en 1825, como sustituto de Miguel Tobar, y continuó haciéndolo, con interrupciones, hasta su muerte en 1854. La entrada en vigencia del plan de estudios de 1826 (también llamado “de Santander”), establecía que el estudio del derecho civil patrio debía abarcar la lectura del Comentario de Vinnius, de la Historia de las leyes españolas de Pietro y Sotello131, del Compendio de Antigüedades Romanas de Johann Heinnecius y de los principios del derecho español según la Ilustración del Derecho Real de España, de Juan de Sala132. Todos estos textos adherían a la escuela iusnaturalista y racionalista y habían sido acogidos con entusiasmo por los liberales europeos de finales del siglo XVIII y principios del XIX133. Todos propendían por un acercamiento crítico al derecho romano y por su estudio como fuente auxiliar, no principal, del derecho civil. La publicación en Guatemala en 1820 de las Instituciones del Derecho Real de España de Álvarez se inscribía “en la corriente que buscaba reemplazar el derecho romano por el patrio como eje de la enseñanza con el propósito de acercar el proceso de aprendizaje formal de las facultades al derecho practicado en los tribunales”134. El divorcio entre la teoría y la práctica del derecho era tan abrumadora que los nuevos graduados debían suplir su formación con una práctica de dos años en despachos de abogados. Otra de las características significativas del texto de Álvarez es que remite con frecuencia a disposiciones de la Recopilación de Leyes de los Reynos de Indias, cuya figuración en el texto se debe en parte a que su autor era un americano y en parte a su propósito de situar al derecho civil patrio en el centro de la formación jurídica. La publicación en la Nueva Granada de las Instituciones de Álvarez fue autorizada mediante el decreto presidencial de octubre 29 de 1836 y empezó a utilizarse en el Colegio Mayor del Rosario en 1837135, de manera conjunta con la Ilustración del Derecho Real de España de Juan de Sala136. Si bien es cierto que Plaza no menciona en sus memorias haber participado en la reimpresión del libro de Álvarez – se lo atribuye Pedro María Ibáñez en la biografía que

131

Antonio Fernández de Prieto y Sotello, Historia del Derecho Real de España, Madrid, Imprenta de José del Collado, 1821, 302 p. 132 Juan de Sala, Ilustración del Derecho Real de España, Madrid, Imprenta de José del Collado, 1820. 133 El iusnaturalismo es una corriente del derecho según la cual los derechos del hombre surgen de su naturaleza y, por lo tanto, son universales, anteriores y superiores al derecho creado por los hombres (ya sea positivo, es decir, escrito, o consuetudinario, basado en la costumbre). Como teoría ética y enfoque filosófico surgió desde la Ilustración para después constituirse en uno de los pilares del liberalismo clásico. El racionalismo, por su parte, predica la supremacía de la razón humana en la adquisición del conocimiento. 134 Julio Gaitán, ob.cit., p. 84. 135 Archivo General de la Nación (AGN), Sección República, Fondo de Instrucción Pública, tomo 126, folio 678. 136 Gaitán, ob.cit., p. 84.

 

53

escribió para el Papel Periódico Ilustrado en 1887137 – también lo es que hacia 1836 es evidente su compromiso con la promoción del pensamiento iusnaturalista, racionalista y liberal en derecho, así como por la corriente jurídica que en la nueva República abogaba por el reemplazo de las estructuras de enseñanza y práctica jurídica colonial por otras de índole republicano. Téngase presente su continua participación en la cátedra de derecho civil patrio en el Colegio Mayor del Rosario. La reimpresión del texto de Álvarez, única que se hizo en la Nueva Granada durante el siglo XIX, fue importante para la difusión de ideas filosóficas y jurídicas que empezaban a surgir en América tras la Independencia de las antiguas colonias. La autorización de su publicación mediante decreto presidencial, así como su adopción de manera inmediata por parte del Colegio Mayor del Rosario como texto de enseñanza básico, también demuestra la capacidad de influencia de Plaza en el ámbito académico y jurídico. La publicación de las Instituciones de Álvarez es su primer empeño republicano y culto durante la década de 1830, porque muestra su compromiso con una tendencia filosófica que defendía la prevalencia de las instituciones republicanas sobre las tradiciones coloniales. En su siguiente empeño republicano, saldría del ámbito del derecho y la política para dedicarse a la promoción de la República ante los extranjeros. 1.5.2. Almanaque Nacional o Guía de Forasteros de 1838 Las primeras guías para visitantes y forasteros en el país datan de finales del siglo XVIII. La primera fue publicada en 1793 por Joaquín Durán Díaz138 y consistió, como era corriente en la época, en un directorio de personalidades y un compendio de cifras oficiales139. Le siguió el Kalendario Manual y Guía de Forasteros de Santafé de Bogotá de Antonio José García de la

137

Ibáñez, ob.cit., p. 635. Lo atribuye de forma contundente: “A él se debe la única reimpresión que se ha hecho en Bogotá del Derecho español, de Álvarez (1836)”. 138 Joaquín Durán Díaz, Estado General del Virreinato de Santafé de Bogotá: Valores de las reales rentas, empleados, sueldos, ejército y otras noticias curiosas que dan una idea de su población y comercio, Bogotá, Imprenta de Antonio Espinosa de los Monteros, 1793, 167 p. En la nota preliminar, Durán escribe: “Cuando todas las naciones de la sabia Europa, y a su imitación las capitales de la rica y opulenta América, han adoptado la publicación de una guía de forasteros, parece excusado analizar aquí su utilidad, y mucho más querer persuadir sus ventajas, ya respecto del curioso, del pretendiente, del litigante y del hombre de negocios, aquella generalidad es su mejor apología.” Como su nombre lo indica, contiene información detallada de aspectos de la administración en el Virreinato, y se asemeja más a un directorio o almanaque que a una guía turística o comercial para visitantes y forasteros. Tuvo una reimpresión actualizada en 1794 de 464 páginas. 139 Según José María Vergara y Vergara, “el periodismo creó, entre otras cosas, la necesidad de esos humildes pero importantes documentos que bajo el modesto ropaje y nombre de Guías, Almanaques o Calendarios van haciendo, si se nos permite la palabra, depósitos parciales de estadística que suplen y algunas veces rivalizan las obras históricas de largo aliento. En naciones de tanto movimiento intelectual como Francia e Inglaterra, aparecen cada año suficiente número de memorias especiales y generales, privadas y públicas, militares y civiles, eclesiásticas y literarias, que juntamente con su bien servido periodismo forman los fastos históricos, y son los materiales con que después construyen los hombres de primer orden las historias universales.” En Historia de la Literatura en Nueva Granada, Bogotá, Librería Americana, 1905, cap. XI, p. 79; primera edición de 1867.

 

54

Guardia en 1805140, cuyo propósito expreso fue el de ser consultada por los forasteros que arribaran a Santafé. En 1811, Francisco José de Caldas publicó su Almanaque de las Provincias Unidas del Nuevo Reino de Granada para el año bisiesto de 1812 que, como su nombre lo indica, es un almanaque en el sentido tradicional de la palabra; es decir, un catálogo de los días del año, distribuidos por meses, con indicación de datos astronómicos y fiestas religiosas y civiles141. Ninguno de los anteriores fue un texto conmensurable con el que publicó Plaza en 1837, que abarcó un espectro temático más amplio que el registro de fechas y eventos astronómicos y superó el ámbito de los simples almanaques. Las guías, que en su mayoría se combinaban con los almanaques, eran publicadas con periodicidad anual y, con el tiempo, se hicieron más sofisticadas hasta incluir datos sobre la historia del Nuevo Reino, a la manera de reseñas o breves compendios, y referencias a monumentos y sitios de interés. Hacia mediados del siglo XIX, las guías de forasteros habían adquirido tintes de guías turísticas en sintonía con la moda europea del Grand Tour, un rito de paso para los jóvenes acaudalados tanto europeos como americanos142. Este tipo de viajes habían adquirido especial popularidad tras el auge de novelas románticas como La Cartuja de Parma de Stendhal (1846). Bajo estas consideraciones, José Antonio de Plaza redactó y publicó en 1837 la primera guía de forasteros de la época republicana, como él mismo lo afirma en sus Memorias de mi vida143. Su guía de forasteros se aparta de lo que había escrito y publicado hasta el momento en un intento por apelar a un público diferente: estaba dirigida a los extranjeros que visitaban Santafé. Así se adelantó en treinta años a la conocida guía publicada por José María Vergara y Vergara en 1866144. La de Plaza brinda un panorama sistemático y bien ordenado de la Nueva Granada al extranjero interesado en viajar al país, y que le serviría para preparar y documentar su viaje antes de emprenderlo. El texto no cuenta con una introducción, mas sí con una nota a manera de conclusión en la que el autor explicaba su objetivo y exhortaba a los funcionarios 140

Antonio Joseph García de la Guardia, Kalendario Manual y Guía de Forasteros en Santafé de Bogotá, capital del Nuevo Reino de Granada, para el año 1805, Compuesta de orden del Superior Gobierno, Bogotá, Imprenta de Bruno Espinosa de los Monteros, 1805, 243 p. Tuvo continuación en 1806. 141 Francisco José de Caldas, Almanaque de las Provincias Unidas del Nuevo Reyno de Granada para el año bisiesto de 1812: tercero de nuestra libertad, Bogotá, Imprenta Patriótica, 1811, 49 p. 142 Uno de los factores decisivos en la popularización de los Grand Tour fue la publicación en 1722 de An Account of some of the Statues, Bas-Reliefs, Drawings and Pictures in Italy, una guía de turismo y de historia del arte escrita por Jonathan Richardson (1665 – 1745). 143 Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 655. “Circulan impresos varios folletos sobre diferentes negocios, como un Almanaque Nacional con la proporción de pesas y medidas conocidas en el mercado y un estado personal de todas las casas reinantes en Europa y otras partes del mundo, y los magistrados que regían los destinos de varias naciones”. 144 José María Vergara y Vergara, Almanaque de Bogotá: Guía de forasteros para 1867, Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1866.

 

55

públicos para que le proveyeran de forma oportuna la información requerida para próximas ediciones: “Demasiado conocerán los lectores imparciales que se ha hecho y se haga la idea que para el año 1839 se fomentará un trabajo completo, esperando más condescendencia y algo de patriotismo para que no se rehúsen los conocimientos que ceden en beneficio público y, en el mayor, de ser conocido más individualmente este país en las naciones extranjeras”145.

Plaza omite cómputos eclesiásticos, fechas movibles y de eclipses; es decir, la información que cualquiera esperaría encontrar en un almanaque. En su lugar incluye una extensa enunciación de los gobernantes de los países de Europa, similar a la que incluye en el Discurso Preliminar de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada casi tres lustros después146. En ambos textos se refiere a casas reales tan exóticas para un neogranadino como las de Luca, San Marino, Westfalia, Brandemburgo, Polonia, Constantinopla, China y la Confederación Helvética147. En ambos textos incluye también a la sucesión de zipas antes de la conquista de la Nueva Granada148. Estos rasgos son únicos en el Almanaque o Guía de Forasteros de 1837, pues ninguna otra guía de la época se refiere siquiera de manera somera a ellos. El Almanaque de 1837 contiene también información detallada sobre la organización y funcionamiento del Estado. Hace un listado de los salarios devengados por todos los funcionarios públicos del momento, y de paso revela que en ese momento su sueldo como contador general de revista era de 1.800 pesos anuales, más 12 reales diarios que devengaba como diputado de la Cámara de Representantes149. Por otra parte, ningún otro almanaque tiene una extensión similar: 198 páginas. Los demás de la época apenas rozan la treintena de páginas. Plaza no publicó otra edición de su guía, pues los acontecimientos de la Guerra de los Supremos lo obligaron a emprender otras actividades entre 1839 y 1841. La publicación del almanaque en 1837 muestra su capacidad para recopilar y organizar información, así como su inclinación a tareas de erudición. Fue su segundo empeño culto y republicano, esta vez destinado a los extranjeros visitantes del país y su capital. 145

José Antonio de Plaza, Almanaque Nacional o Guía de Forasteros de la Nueva Granada para el año de 1838, Bogotá, Imprenta de J.A. Cualla, 1837, 198 p., p. 190. 146 Plaza, Memorias para la Historia de la Nueva Granada, ob.cit., pp. ii-v. 147 Plaza, Almanaque Nacional, ob.cit. El extenso recuento está entre las páginas 27 y 82. 148 Ibídem, p. 12. 149 También había un rubro para los congresistas que reconocía “12 reales diarios por legua” viajada, como viáticos. Esto no aplicaría a Plaza, pues residía en Bogotá. Ocho reales equivalían a un peso. En la escala de salarios oficiales, los 1.800 pesos anuales que Plaza recibía como contador general de revista lo situaban en el tercer nivel, por debajo del presidente (12.000) y el vicepresidente (4.000), al mismo nivel de un gobernador provincial (entre 1.800 y 2.000) y muy por encima de un catedrático (200 pesos).

 

56

1.5.3. El Triunfo de los Principios (1844)150 y El Clamor de la Federación (1847)151 Tras la Guerra de los Supremos, Plaza apoyó la candidatura a la presidencia de Pedro Alcántara Herrán, su pariente cercano. Herrán le ofreció la gobernación de Vélez, pero el historiador rechazó la posición y, en adelante, se alejó de forma progresiva de los cargos públicos. Las únicas excepciones fueron un breve paso por la cámara como representante por la provincia de Bogotá en 1843, el cargo de visitador de las oficinas de diezmos, en 1846, y su nombramiento como editor de la Gaceta Oficial, en 1849. Según él, este alejamiento se debió a su decepción con la “política y la ingratitud de los gobiernos”152, idea curiosa en alguien que había gozado del favor de todas las administraciones desde mediados de la década de 1820. Desde entonces se concentró su actividad en ser un publicista liberal con la redacción de un periódico con el que pretendía “contribuir todavía a la macha debida del nuevo gobierno”153. Su nombre fue El Triunfo de los Principios y sus editoriales permiten apreciar lo que eran los principios políticos de un liberal. Así se refiere a lo que llama la opinión: “Este agente poderoso, este móvil de la razón humana, esta cadena eléctrica que transmite fielmente los errores y las verdades, la civilización y el fanatismo, la libertad y la anarquía de un pueblo a otro, de nación a nación y de polo a polo, necesita una educación lenta, pero incansable e ilustrada, para hacerlo servir a su objeto”154.

Agrega una lista de los beneficios que trajo la difusión de la opinión en “el mundo ilustrado”, en realidad decálogo de principios para un orden liberal: “La igualdad y la libertad por derecho de nacimiento. La ley como una consecuencia de la expresión de la voluntad general. La delegación del poder legislativo a representantes de su libre elección, inviolables y responsables a la opinión pública. La responsabilidad del jefe de la administración y sus ministros. La libertad de la persona y como garantía, la publicidad del juicio, la anterioridad y la graduación de las penas. La libertad del pensamiento por la palabra, por la correspondencia y por la prensa. La libertad de las asociaciones políticas. La libertad individual de variar de vecindad. La libertad de la propiedad, del comercio y de la industria. El voto de la soberanía, la igualdad proporcional. La moderación y la equidad del impuesto. 150

El Triunfo de los Principios, editor José Antonio de Plaza, 4 ediciones de periodicidad mensual entre el 4 de febrero y el 21 de abril de 1844, Bogotá, Imprenta de J.A. Cualla. Se encuentra en la Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda, asignatura 1134 pieza 3. 151 El Clamor de la Federación, editor José Antonio de Plaza, 18 ediciones de periodicidad semanal entre el 25 de julio y el 21 de noviembre de 1847, Bogotá, Imprenta de Nicolás Gómez. Se encuentra en la Biblioteca Nacional de Colombia bajo la asignatura VFDU1-382 pieza 2. 152 Plaza, Memorias de mi vida, p. 651. 153 Ibídem, p. 650. 154 José Antonio de Plaza, “La opinión”, en El Triunfo de los Principios, número 1 (4 de febrero de 1844), Bogotá, p. 2.

 

57 El establecimiento de una contabilidad del estado, la economía en los gastos, la modicidad de los salarios, la abolición de los empleos acumulados y de las sinecuras. La admisión de todos los ciudadanos capaces a los empleos civiles, eclesiásticos y militares. La subordinación del ejército a la autoridad civil. La movilidad de los funcionarios públicos. La turnabilidad en todos los empleados del estado”155.

Dos meses después, en sus páginas criticaba el proyecto de división territorial del presidente Herrán por considerarlo ineficiente en su propósito de descentralizar la administración. Argumentaba que lo que convenía era “un sistema liberal adaptado a nuestras circunstancias y necesidades”156. Plaza apoyaba era el federalismo administrativo, que en los años siguientes se convertiría en la bandera de los gobiernos liberales. La propuesta de organización administrativa federal fue defendida incluso con mayor insistencia en el semanario que fundó en 1847, El Clamor de la Federación, en el que reclamó la adopción del sistema en la legislatura de 1848. El periódico también le sirvió como tribuna para la defensa pública de sus ideas sobre moral, justicia y libertad, y para defender a “los hombres de 1810 y los patriotas de 1831 y 1840”, que estaban “oscurecidos y anulados”157: “Hace mucho tiempo había observado que un mal profundo se infiltraba en la sociedad; que se sucedían en la vida de este pueblo los tiempos siempre calamitosos; que tras de una época deplorable se presentaba otra fatal, en que las reglas se han confundido, los lazos del deber se han debilitado y la anarquía de la inmoralidad se ha introducido hasta en los mismos poderes del Estado (…) Sí, entonces es una noble empresa tratar de salvar la sociedad de esos peligros, reconstituyéndola sobre bases sólidas. Esta tarea debía ser de los hombres constituidos en altos empleos, a ellos tocaba trabajar en que la sociedad volviese a la observancia de los buenos principios, sosteniendo las grandes máximas de moralidad, de justicia y de libertad”158.

Lo anterior muestra que la participación de Plaza en la prensa neogranadina era como publicista liberal, ya no solo como comentarista o crítico político. Durante su carrera, había sido cercano, según la coyuntura, tanto a los antiguos santanderistas como a los antiguos bolivarianos. Después de la Guerra de los Supremos, con facciones partidistas mejor definidas y encaminadas hacia su deslinde en dos partidos institucionalizados, prestó su pluma y acción al grupo de los que conformarían el Partido Liberal. Lo que diferencia su participación en la prensa después de 1842 con la que ejerció antes es que, por un lado, ya no escribía como funcionario público ni como subordinado del gobierno de turno (como había ocurrido durante casi toda la década de 1830); por otro lado, sus escritos ahora defendían y abogaban por la aplicación en el gobierno y sus instituciones de principios 155

José Antonio de Plaza, “La opinión”, ob. cit., p. 2. José Antonio de Plaza, “Proyecto de división territorial”, en El Triunfo de los Principios, número 3 (2 de abril de 1844), Bogotá, p. 2. 157 Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 654. 158 Ibídem, p. 653. 156

 

58

de corte liberal, más allá de su carácter republicano. En este sentido, los artículos que escribió en El Triunfo de los Principios y en El Clamor de la Federación son empeños republicanos con los que buscaba aportar a la consolidación de las instituciones del país a través de la difusión de ideas liberales. Ese empeño lo acercó de nuevo a encargos gubernamentales, ahora ofrecidos por líderes del Partido Liberal. Sus dos próximos trabajos serán sus empeños republicanos más importantes antes de la escritura de las Memorias para la historia de Nueva Granada: el ordenamiento de la Colección Pineda en 1848 y el Apéndice a la Recopilación Granadina, de 1849. 1.5.4. Ordenamiento de la Colección Pineda La llegada al poder del liberalismo neogranadino en 1849, con la presidencia de José Hilario López, supuso el desarrollo de “un proyecto político que pretendía eliminar lo que se percibía como la herencia colonial en la Nueva Granada”159. Ésta era, en la versión de los liberales, la principal causante de la “postración” social, intelectual y económica en la República, así como la semilla de los conflictos internos que habían alcanzado máxima expresión con la Guerra de los Supremos160. La eliminación de la herencia colonial precisaba, entre otras cosas, la realización de proyectos que ayudaran a consolidar un Estado republicano. Uno de estos era la creación de una biblioteca nacional, un proyecto que había estado en la agenda gubernamental desde la Independencia. La biblioteca nacional implicaba, más que la construcción de una infraestructura – pues la Biblioteca Pública existía desde 1776 tras la expulsión de los Jesuitas y la confiscación de sus libros – la de una colección de documentos que registraran el pasado del país y, en especial, los hitos ideológicos y políticos de la construcción de la República. El primer paso decidido en ese sentido fue la ley del 16 de mayo de 1834, sobre depósito y conservación de impresos en la Biblioteca Nacional, que exigía a todos los impresores remitir una copia de cualquier texto publicado en la República. Durante el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera (1845 – 1849) el proyecto recibió un nuevo impulso representado, por una parte, en la compra de volúmenes en Francia e Inglaterra161 y, por otra, en la recolección sistemática y organizada de documentos atinentes a la historia del país. En este último renglón se inscribe la adquisición de la colección bibliográfica del coronel Anselmo Pineda, también 159

Alfonso Valencia Llano, “El general José Hilario López, un liberal civilista”, en Credencial Historia, núm. 98 (febrero de 1998), Bogotá, pp. 4 – 7. 160 José Antonio de Plaza, Memorias para la historia de la Nueva Granada, ob.cit., p. X. 161 Guillermo Hernández de Alba y Juan Carrasquilla Botero, Historia de la Biblioteca Nacional de Colombia, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1977, pp. 97 – 98. Alrededor de 2500 volúmenes fueron adquiridos por el gobierno en esos países.

 

59

llamada la Colección Pineda, la Biblioteca Pineda o el Fondo Pineda, iniciada durante los últimos meses del gobierno de Mosquera y concluida durante el mandato de José Hilario López. Anselmo Pineda nació en Marinilla, Antioquia, en 1805 y murió en Bogotá en 1880. Desarrolló su carrera como militar durante los primeros años de la República. Asistió a José María Córdoba en 1829 como edecán, combatió en 1831 contra las fuerzas de Urdaneta, en 1839, durante la Guerra de los Supremos, participó en las batallas de Buesaco y La Laguna, luchó en Pasto en 1840, alcanzando el grado de coronel, y contra Melo en 1854, antes de retirarse del ejército162. Además de eso, ocupó cargos burocráticos en la República, tales como tesorero principal y archivador de la gobernación de Antioquia en 1836, edecán de Pedro Alcántara Herrán en 1837, gobernador de Pasto en 1839 y representante al Congreso por Antioquia en 1843163. Sin embargo, su reconocimiento se debe a que, durante más de cuarenta años, se preocupó por coleccionar todas las publicaciones oficiales y privadas realizadas en la Nueva Granada: “los manuscritos, los periódicos, los folletos y cuanto pudiera interesar a las generaciones futuras”, con el fin de “ofrecer a Colombia algo digno de sus glorias, de sus triunfos y de sus martirios”164. Tras su muerte en 1880, el Congreso de los Estados Unidos de Colombia expidió la Ley 67 de 1881 para “lamentar la muerte del preclaro ciudadano Anselmo Pineda” y “honrar su memoria” con un retrato que debía ubicarse en la Biblioteca Nacional. En 1849, Pineda se dirigió al Congreso de la República con el fin de ofrecer en venta su colección. La biblioteca estaba dividida en seis series: “Leyes y memorias”, “Miscelánea”, “Periódicos de Bogotá desde 1791”, “Hojas sueltas clasificadas”, “Manuscritos” y “Obras nacionales y extranjeras”. Tenía 425 volúmenes empastados y alrededor de 6000 impresos que correspondían a las series “Miscelánea”, “Periódicos” y “Hojas sueltas”165. Aún siendo evidente su amplitud, el gobierno dudó mucho en aceptar la oferta del coronel. La renuencia a adquirirla se basaba en el argumento de que su contenido y valor era desconocido, a pesar de que contaba con un índice pormenorizado166. No es sorprendente esto, pues no existía claridad en la incipiente República del mercado y la disponibilidad de los materiales que ofrecía Pineda. Además, los congresistas consideraban que las precarias finanzas del gobierno no permitían una erogación con ese fin. Los congresistas propusieron que algún historiador como 162

Adolfo León Gómez, “Boceto biográfico de Anselmo Pineda”, en Boletín de Historia y Antigüedades, año V, núm. 59 (mayo de 1909), Bogotá, pp. 85 – 95. 163 Ibídem, p. 88. 164 Ibídem, p. 89. 165 Adolfo León Gómez, ob.cit., p. 90. 166 Guillermo Hernández de Alba, ob.cit., p. 310.

 

60

José Manuel Restrepo, Joaquín Acosta o José Antonio de Plaza la comprara para “escribir la historia de la Nueva Granada” y después la donara o vendiera al gobierno, cuando éste estuviera en condiciones de pagarla167. Su inclusión dentro del grupo de historiadores que podían evaluar el contenido de la obra es llamativa, pues para 1849 aún no se habían publicado las Memorias para la Historia. No obstante, para ese año ya había obtenido el privilegio de imprenta y es posible que la impresión de su obra hubiera sido anunciada por él ante su inminencia. Aún más, desde la publicación de Mis opiniones casi una década atrás había empezado a posicionarse como historiador republicano. La decisión fue remitida por el Congreso al secretario de Estado del Ministerio de Gobierno, Francisco Javier Zaldúa. Zaldúa designó a Plaza, su primo168, entonces editor de la Gaceta Oficial y amigo cercano de Anselmo Pineda169, y a Cerbeleón Pinzón, reconocido político y académico liberal, para que evaluaran el “valor y utilidad” de la biblioteca y rindieran un informe al gobierno170. El informe debía resolver tres preguntas: ¿Es importante la colección del señor Pineda? ¿Es conveniente que el gobierno adquiera la colección del señor Pineda? y ¿Cuál es el valor de la colección del señor Pineda?171. A la primera, los comisionados afirmaron que no cabían dudas de su importancia debido a la amplia cantidad y tipo de documentos que recogía. Sobre la segunda, señalaron que, en efecto, era conveniente que el gobierno adquiriera la colección, pues podía servir “para escribir la historia nacional o para servir como biblioteca especial del Congreso”172. Respecto a la tercera, los comisionados no aventuraron una cifra, aunque mencionaron que cualquier pago al coronel Pineda sería 167

Los documentos gubernamentales relativos a la Colección Pineda, incluyendo el informe presentado por José Antonio de Plaza y Cerbeleón Pinzón a la Secretaría de Estado, así como el relato de los debates en el Congreso, se encuentra en la Miscelánea 1440 de la Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. 168 Francisco Javier Zaldúa Racines estaba emparentado con José Antonio de Plaza por ambos lados de su familia. Zaldúa era nieto de María Josefa de Plaza y Velasco, la hermana mayor de Simón Tadeo de Plaza. A su vez, su madre era Rita Racines y Cícero, una hermana de María Antonia, la madre de José Antonio de Plaza. 169 En la Biblioteca Nacional de Colombia se conservan dos cartas amistosas escritas por Plaza a Pineda bajo la signatura RM 622, Pieza 135. En ambas, Plaza le solicita a Pineda el préstamo de unos libros de agricultura para incluir una reseña de ellos en la Gaceta Oficial. 170 Pinzón venía de redactar en 1847 un texto titulado Principios de administración pública. Además, en las décadas de 1840 y 1850 redactó y público un Catecismo republicano para la instrucción popular, un Compendio de filosofía moral y un Tratado de ciencia constitucional. Salvador Camacho Roldán lo considera uno de los “oradores razonadores de primera línea” del Congreso en su época. Cf.: Salvador Camacho Roldán, Memorias, Medellín, Bedout, 1947, pp. 111-112; primera edición de 1925. 171 José Antonio de Plaza y Cerbeleón Pinzón, Colección Pineda: Documentos importantes para la historia de Colombia, Informe de la comisión para el estudio de la colección Pineda dirigido al Secretario de Estado del Despacho de Gobierno, Dr. Francisco José Zaldúa, Bogotá, 15 de mayo de 1849, 22 p. El título completo de la biblioteca es: Colección de las publicaciones hechas en el Virreinato de Santa Fe i en las Repúblicas de la Antigua Colombia i Nueva Granada, de 1744 a 1850, así como otros varios manuscritos nacionales e impresos extranjeros, relacionados con los negocios de la República; colección formada a fuerza de constancia, de tiempo i de dinero por el coronel Anselmo Pineda. 172 Ibídem, p. 19.

 

61

poco debido a la magnitud de la colección173 . A pesar de que los comisionados recalcaron la importancia y utilidad de la Colección Pineda y recomendaron comprarla, Zaldúa difirió su adquisición alegando falta de presupuesto. Dos años después del informe, sin embargo, Pineda resolvió donar la colección a la República. La colección de documentos del coronel fue definitiva en la conformación de la Biblioteca Nacional de la Nueva Granada174 e incluso precedió la donación de otras colecciones fundamentales, como las de Joaquín Acosta, José María Vergara y Vergara y José María Quijano Otero. Los documentos se convirtieron en piezas fundamentales para registrar la historia del país entre los siglos XVIII y XIX. La inclusión de José Antonio de Plaza en este proyecto demuestra que era un funcionario y hombre de confianza destacado del gobierno liberal de José Hilario López. Aunque sus ocupaciones públicas habían disminuido de forma considerable en comparación con la década anterior, Plaza había empezado a trabajar como editor de la Gaceta Oficial en abril de 1849, un alto cargo dentro del gobierno en el que tenía contacto directo con el presidente. En ese cargo, Plaza realizaba la corrección de estilo y supervisaba la publicación de todos los documentos oficiales en la Gaceta175. La publicación incluía secciones sobre temas políticos, literarios y “las mejores producciones que hay sobre agricultura, industria, etc”176. Sin duda, su trabajo lo ubicaba entre los colaboradores inmediatos del gobierno, pues estaba encargado de la edición del órgano oficial de comunicación del Estado. En segundo lugar, muestra que era reconocido como un funcionario competente y apto para trabajos de investigación, estudio, recopilación y organización documental. Esto es algo que ya había demostrado, entre otros, con la publicación del Almanaque Nacional o Guía de Forasteros en 1837. No hay duda de que conocía la biblioteca de Anselmo Pineda desde antes de haber sido comisionado por el gobierno para estudiarla y rendir un concepto sobre su valor. Así lo atestigua la correspondencia que había entre ambos relativa al préstamo de volúmenes pertenecientes a Pineda, en la que le solicita ejemplares específicos177. Esto también pudo constituir una ventaja al ser designado para su estudio.

173

Ibídem, p. 19. José Caicedo R., “Recuerdos y apuntamientos”, en Papel Periódico Ilustrado, núm. 109, año V (1 de febrero de 1887), Bogotá, pp. 200-203. 175 José María Samper, Historia de un alma, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Editorial Kelly, Vol. 1, 1946, pp. 247 – 248; primera edición de 1881. Samper reemplazó a Plaza tras su renuncia al cargo de Editor Oficial en 1850. 176 Carta de José Antonio de Plaza a Anselmo Pineda, fechada el 18 (o 19, la carta está en pésimo estado y la tinta es borrosa) de julio de 1850. En la Biblioteca Nacional, RM 622, Pieza 135. 177 Ibídem. “Es seguro que debes tener en tu biblioteca la colección del Cultivador Cundinamarqués publicado creo que en 1832, y tal vez tendrás algún otro periódico o publicaciones parciales sobre estos objetos, principalmente algo que escribió el Dr. Quijano en 1829. Desearía, pues, que me franqueases los volúmenes en 174

 

62

Tercero, y quizás más importante, Plaza era reconocido en público como un historiador, un experto en archivos y alguien que podía embarcarse en la tarea de escribir la historia de la Nueva Granada. Así lo consideró el Congreso al incluir su nombre entre los historiadores que podrían comprar la Colección Pineda, utilizarla para escribir la historia del país y después donarla al gobierno. Era reconocido a la par de José Manuel Restrepo y Joaquín Acosta, quienes ya habían publicado sus obras históricas, aún antes de haber escrito la suya. Su desempeño en la adquisición y catalogación de la Colección Pineda es uno de los principales empeños republicanos de Plaza durante la década de 1840. Si bien fue un encargo gubernamental y, por lo tanto, no un acto ciudadano de republicanismo per se, su aporte consistió en llamar la atención del gobierno sobre la importancia de una colección de documentos que se convertirían en el núcleo republicano de la Biblioteca Nacional de Colombia. En un momento de vacilación en las instancias gubernamentales, el historiador contribuyó difundiendo entre el gobierno de turno la importancia de la Colección Pineda y la urgencia de incorporarla al patrimonio republicano. 1.5.5. Apéndice a la Recopilación de Leyes de la Nueva Granada (1849) 1.5.5.1.La Recopilación de Leyes, antecedente de 1845 La publicación de la Recopilación de Leyes de la Nueva Granada en 1845 fue el resultado de los intentos que durante la República se habían hecho para contar con un cuerpo normativo de carácter nacional. Me refiero a un conjunto de normas redactadas por neogranadinos, aprobadas por un congreso de neogranadinos y expedidas para regir a los neogranadinos. En la práctica, la Recopilación fue el primer código republicano del país, y precedió en casi tres décadas al Código Judicial de la Nación de 1872 y al Civil de la Nación de 1873. Fue anterior en diez años al primer código civil americano: el chileno de 1855, redactado por Andrés Bello, si bien se trata de obras de distinta naturaleza. Durante las primeras décadas de vida republicana, el sistema normativo español, conocido como el derecho real, mantuvo gran parte de su validez en la Nueva Granada. La Constitución de 1821 había refrendado la mayoría de las normas españolas al establecer en su artículo 188 que mantendrían vigencia las leyes que no se opusieran a la propia constitución o a las normas expedidas por el gobierno. Más de diez años después, la Ley del 14 de mayo de 1834 declaró nulas las “leyes, pragmáticas, cédulas, órdenes y decretos del gobierno español posteriores al

que están contenidos esos trabajos: en ello harías un servicio al país y en particular a mí, lo que te agradecería debidamente y con recomendación de cuidarte mucho la colección, tu affmo amigo y ss. J. Ant. De Plaza”.

 

63

18 de marzo de 1808”178 o las que se opusieran de manera directa o indirecta a las expedidas por el gobierno republicano, mas dejó en pie todas las demás. Una tradición jurídica de tres siglos, la precariedad de las instituciones de la nueva República, el mantenimiento de las costumbres y procederes legales que habían regido durante la Colonia y la incapacidad estatal para producir un cuerpo de normas que reemplazara la estructura existente, incidieron en la vigencia del derecho real. Esto, sumado a una gran inestabilidad política y a constantes cambios de regímenes administrativos, pospuso la consolidación y organización de un sistema normativo propio en la República. Además, el derecho real era conocido por los ciudadanos, y los abogados estaban habituados a él. En el prefacio a la Recopilación, Lino de Pombo se refiere así a las normas coloniales que seguían vigentes en el país: “La idea sola de tocar con mano profana antiguas y veneradas leyes para mutilarlas debía inspirar al menos escrupuloso y más versado de todos los ramos de la administración pública vacilación y temor”179. Esta actitud frente al derecho colonial sin duda militó contra intentos notables de crear un código republicano, como lo fue el proyecto de Código Civil presentado por Justo Arosemena en 1843, en el que se procuraba combinar las tradiciones española y republicana180. La Recopilación Granadina tenía un antecedente colonial en la Novísima Recopilación de 1806, que hizo parte de los intentos borbónicos por situar al derecho real como la principal fuente del derecho civil en América, anteponiéndolo al derecho romano. Aunque la Novísima había sido expedida poco antes de la Independencia, su impacto en la práctica legal americana la trascendió con mucho. Una parte significativa de sus disposiciones continuó rigiendo en la educación y la práctica jurídica en las nuevas repúblicas y, en particular, en la Nueva Granada. La proliferación de normas expedidas durante la República y la falta de una organización sistemática que las pusiera al alcance de la administración pública y los ciudadanos, fueron las causas principales que motivaron la Recopilación Granadina. En el periodo legislativo de 1843, el presidente de la Cámara, Juan Clímaco Ordóñez, presentó un proyecto para la recopilación de las leyes vigentes en la Nueva Granada181. El propósito de esta iniciativa era mejorar la administración de justicia, darle un marco normativo a la República y hacer más 178

El 18 de marzo de 1808 es la fecha del Motín de Aranjuez, alzamiento del partido fernandista de la nobleza española – seguidores del heredero, Fernando VII – en contra de Carlos IV, que forzó al rey a abdicar la corona a favor de su hijo Fernando VII. 179 Lino de Pombo, Recopilación de Leyes de la Nueva Granada, Bogotá, Imprenta de Zoilo Salazar, 1845, pp. III. 180 Carlos H. Cuestas G., “El concepto de persona en el proyecto de Código Civil de Justo Arosemena”, Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, núm. XVIII (1996), Valparaíso, Chile, pp. 103-110. 181 Ley de 4 de mayo de 1843, publicada en Recopilación de Leyes, ob.cit., pp. 12-20.

 

64

eficiente la administración pública182. El encargo fue hecho a Lino de Pombo O’Donnell, quien acababa de regresar al país tras desempeñarse como embajador en Venezuela183. El trabajo del comisionado era considerable, pues no sólo debía “concordar entre sí más de cuatrocientos actos legislativos poco o nada homogéneos”, sino determinar la vigencia de cada uno184. La Recopilación se divide en siete “tratados”, a su vez divididos en secciones conformadas por leyes. El “Tratado Primero” se refiere al gobierno, régimen político y del interior y está dividido en seis partes, con número variable de leyes. El “Tratado Segundo” versa sobre la organización del poder judicial, los juicios civiles, criminales, las penas y los establecimientos penitenciarios. El “Tratado Tercero” tiene dos partes que contienen leyes relativas a la enseñanza pública. El “Tratado Cuarto” se refiere a negocios eclesiásticos y tiene cuatro partes, mientras que el “Tratado Quinto” recoge las normas de hacienda, contabilidad y rentas estatales. El “Tratado Sexto” reúne las normas de régimen militar, su organización, administración, abonos, premios y honores. Por último, el “Tratado Séptimo” contiene las normas que versan sobre relaciones exteriores y tratados públicos. Como puntos aparte están incluidos la ley sobre propiedad minera de 1834 y el reglamento sobre minería expedido por Simón Bolívar en 1829. Según señala Pombo en el prefacio de la obra, el método de recolección siguió las normas establecidas en la ley del 4 de mayo de 1843, que había sido complementada por la ley adicional del 12 de junio de 1844: “1. Comprender la Constitución vigente. 2. Clasificar los actos legislativos que habrían de recopilarse de manera que se les pudiese repartir por negociados o materias en tratados diversos, con las subdivisiones uniformes adecuadas. 3. Atender para esta clasificación y repartimiento al contenido de cada acto legislativo (…) 4. Dar a todos los actos legislativos el nombre común de ley. 5. Omitir el encabezamiento y los finales de las leyes (…) 6. Omitir asimismo en cada ley todo preámbulo o parte motiva (…) 7. Suprimir todos los artículos o partes de artículo derogados o subrogados por otras disposiciones vigentes que debían recopilarse (…) 8. Ordenar las leyes por números (…) 13. Redactar y agregar a la Recopilación un índice o repertorio analítico de las materias contenidas en ella”185. 182

Santiago Díaz Piedrahita, Confesiones de un estadista: Epistolario de Lino de Pombo con su hermano Cenón, 1843-1877, Bucaramanga, UIS, 2010, 286 p. 183 Lino de Pombo O'Donnell nació en Cartagena en 1797. Era hijo del payanés Manuel de Pombo, patriota firmante del Acta de Independencia de las Provincias Unidas en 1811, y Beatriz O'Donnell, española de ascendencia irlandesa. Pombo O'Donnell estudió en el Colegio Mayor del Rosario bajo la dirección de Camilo Torres Tenorio y combatió a los españoles durante la Primera República. Fue capturado y trasladado a España donde, tras ser perdonado, se formó como ingeniero. Trabajó en la legación colombiana en Londres y volvió al país en 1825. En 1840 fue gobernador de Cundinamarca y en 1842 embajador en Venezuela. Hizo parte de los gabinetes de Santander, Márquez y Mallarino como secretario de Relaciones Exteriores. Fue secretario de Hacienda con Mosquera. Su hijo fue el poeta Rafael Pombo. Murió en Bogotá en 1862. 184 Recopilación, ob.cit., pp. II-III. 185 Ibídem, pp. I-II.

 

65

Los criterios de selección, así como el hecho de que esta organización sistemática se diera en un solo volumen, demuestran que su propósito era servir de forma similar a un código, es decir, como un texto oficial único para la aplicación, ejecución y citación de leyes186. En efecto, tres meses después de su publicación, el gobierno expidió la Ley del 6 de mayo de 1845, que indicaba la forma como debía utilizarse la Recopilación: “Artículo 2. La cita de las leyes recopiladas se hará uniformemente por las autoridades, corporaciones y empleados nacionales en todos los negocios de sus funciones oficiales respectivas, de la manera siguiente: ‘Ley tantas’, ‘parte tal’, ‘tratado tal’ (los respectivos números) de la Recopilación Granadina”187 .

Es decir, la Recopilación no debía tratarse como lo que era, una compilación de normas, sino como un código consolidado, en el que cada ley tenía su propio número, sección e inciso. En ella, todas las normas tenían el mismo rango; no había distinciones entre decretos y leyes ordinarias y estatutarias. También se facilitaba la citación y consulta de leyes pues, por ejemplo, la ley del 25 de junio de 1833 que abolía el impuesto municipal de fortificación de Cartagena, pasaba a ser la ley 28 del tratado I, parte II de la Recopilación Granadina188. Era un texto único de referencia y aplicación, que podía ser manejado y consultado con facilidad a través de un índice temático y cronológico. Sin embargo, como cualquier código, el texto era susceptible de perder vigencia con cada legislatura que transcurría y la consecuente expedición, derogación o modificación de las leyes en el país. Además, los legisladores habían dejado por fuera de su contenido los tratados públicos suscritos por Colombia y la Nueva Granada con otros países y habían previsto su publicación en otro texto189. Tres meses después de la publicación de la Recopilación, el Congreso emitió la ley del 6 de mayo de 1845, que establecía lo siguiente: “Artículo 1. Las leyes mandadas recopilar por el artículo 4º de la ley de 4 de mayo de 1843 y por la ley de 12 de junio de 1844, están vigentes en los términos en que se hallan insertas en la ‘Recopilación de Leyes de la Nueva Granada’, formada y publicada en el presente año a virtud de lo prevenido en las dos antes citadas, exceptuando todo aquello que haya sido o sea reformado o derogado por los actos de la presente legislatura o por leyes posteriores; en consecuencia, la expresada ‘Recopilación’ servirá en lo sucesivo de texto único oficial para la ejecución, aplicación y cita de las leyes que ella contiene (…)”190.

Para cumplir con lo dispuesto en la ley del 6 de mayo de 1845, es decir, para incluir todo aquello que hubiera sido o fuera reformado o derogado por los actos de la legislatura o por 186

Santiago Díaz, ob.cit., p. 46. Ley del 6 de mayo de 1845, en José Antonio de Plaza, Apéndice a la Recopilación de Leyes de la Nueva Granada, formado y publicado de orden del poder ejecutivo, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, 1850, p. 6. 188 Recopilación, ob.cit., p. 71. 189 Así lo dispuso el artículo 5 de la Ley de 4 de mayo de 1843 y fue refrendado por el artículo 1 de la Ley de 6 de mayo de 1845. 190 José Antonio de Plaza, Apéndice, ob.cit., p. 6. 187

 

66

leyes posteriores, así como para recoger en un solo texto los tratados públicos y convenios suscritos por Colombia y la Nueva Granada, era necesario un texto accesorio a la Recopilación, que se denominó, con mucha exactitud, el Apéndice. En 1850, el historiador era el editor de la Gaceta Oficial y fue el encargado de dirigir el trabajo realizado en el Apéndice. 1.5.5.2. La participación de Plaza en el Apéndice a la Recopilación El trabajo de José Antonio de Plaza en el Apéndice debe entenderse en la medida de la relevancia que tuvo la Recopilación para el proyecto de los gobiernos liberales de mediados del siglo XIX. El Apéndice, tuvo el mismo propósito, método y orden de la obra comisionada a Lino de Pombo, y contiene la legislación expedida por el Congreso de la Nueva Granada entre marzo de 1845 y junio de 1849, además de algunas normas que no habían sido incluidas en la Recopilación191. Su publicación en enero de 1850 en un volumen de 304 páginas es importante en la medida en que perfecciona el trabajo de Pombo y consolida la aspiración gubernamental de contar con un código único oficial para la aplicación, ejecución y cita de las leyes en la Nueva Granada. El Apéndice contiene los avances o cambios legislativos en todas las materias que componen los “Tratados” de la Recopilación. Al igual que en éste, el Apéndice cuenta con siete “Tratados” divididos en partes, a su vez divididos en leyes. Estos “Tratados” tienen el mismo orden temático del texto principal y las leyes están organizadas de manera cronológica. A diferencia de la Recopilación, el Apéndice incluye una lista de seis tratados públicos suscritos por la Nueva Granada: cuatro son tratados de “Amistad, comercio y navegación” con Chile, Estados Unidos, el Rey de los franceses y “S.M. Sardá”192; uno es de “Auxilios militares” con el Ecuador; y uno más corresponde a un convenio de correos con la Gran Bretaña193. El Apéndice no cuenta con un prefacio ni con un comentario final del compilador que permita conocer cómo Plaza encaró su trabajo. Sin embargo, el hecho de que éste haya sido designado deja entrever, una vez más, su cercanía con el gobierno y su competencia para trabajos de amplia magnitud archivística. Como investigador y recaudador de información, el historiador era un funcionario mucho más preparado, competente y eficiente que Lino de Pombo. Éste último se quejaba de forma amarga a su hermano Cenón por el trabajo al que se había comprometido en la Recopilación: 191

Por ejemplo, el Código Penal de Cundinamarca de 1837, la Ley del 22 de junio de 1842 sobre procedimientos en los juicios ejecutivos, la ley del 13 de junio de 1843 sobre procedimientos en los concursos y la ley del 10 de junio de 1843 sobre registro de instrumentos públicos. 192 Sardá o Sardonia es la actual Cerdeña. 193 Plaza, Apéndice, ob.cit., pp. 261 y ss.

 

67

“Por comisión del gobierno tomaré a mi cargo la delicada empresa de formar y publicar la recopilación de leyes prevenida por el último congreso. Constituirán un ramo de dicha compilación las leyes judiciales y, como esta materia es para mí enteramente extraña, además de repugnante y embrollada, supongo que no podré arreglarla bien sin el auxilio de abogados”194 .

Además, dejaba en claro que “uno de los motivos, o acaso el único que tengo para comprometerme en el trabajo espinoso de la Recopilación es asegurar algunas entradas en mi tesoro [sin tener que] enredarme con un empleo público en los laberintos de la política administrativa”195. Por último, para Pombo este trabajo era un vía a “ocupar un asiento en las cámaras si en alguna provincia quieren elegirme” y se mostraba pesimista sobre el resultado de la comisión, pues “salga como saliere el trabajo, tendré que aguantar amargas censuras”196. Plaza, en cambio, era un consumado abogado, investigador, recopilador de información y conocedor de archivos que entonces trabajaba como editor de la Gaceta Oficial y, en esa capacidad, supervisaba la publicación semanal de leyes y novedades gubernamentales. Acababa de trabajar en la revisión de la Colección Pineda, encargo que le supuso un gran esfuerzo de análisis de archivo y ordenamiento de información dispersa. En sus escritos periodísticos, había criticado con vehemencia la “legislación difusa y confusa para asuntos civiles”197, que consideraba un impedimento para la consecución de la libertad y la consolidación del estado republicano. En 1831 había escrito: “Cuando en lugar de las partidas y de las recopilaciones y del fárrago de decretos [las naciones de América] tengan códigos formados por sus propios legisladores, y adoptados a sus propias necesidades, cuando los que se aplican al foro dejen de ser tinterillos y chicaneros y se apliquen al estudio profundo de la legislación no sólo patria sino universal, cuando en vez de López, Febrero, Gómez, Covarrubias y Bolaños, consultemos escritores indígenas, filósofos y no controversistas, moralistas y no comentadores, cuando desaparezca la unipersonalidad de nuestros juzgados y la obscuridad de sus procedimientos; entonces y no antes podremos llamarnos libres y republicanos; y entonces y no antes habremos llegado al término que nos indican los votos de los pueblos, las ventajas de nuestra posición y el carácter de nuestras instituciones”198.

Es decir, Plaza apreció esta comisión, y no la tomó como un simple contrato para asegurarse una entrada, pues ya contaba con un empleo con el Estado y, además, sabía cómo desempeñar el encargo de forma eficiente. Para él, tener un “código formado por nuestro propios legisladores, adoptados a nuestras necesidades”, era un requisito para poder llamarse “libres y republicanos”. Como abogado de larga trayectoria, conocía y manejaba la legislación 194

Carta de Lino de Pombo a Cenón de Pombo, 5 de julio de 1843; en Santiago Díaz, ob.cit., p. 170. Ibídem, p. 171. 196 Ibídem, p. 172. 197 José Antonio de Plaza, “Juicio ejecutivo”, en El Triunfo de los Principios, núm. 2 (7 de marzo de 1844) Bogotá, p. 2. En sus memorias, Plaza se refiere a este escrito con el nombre de “Una reforma de verdadero progreso”, lo que muestra el papel preponderante que para el progreso de la sociedad daba a la organización de un cuerpo normativo claro y coherente. Cfr., Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p.655. 198 José Antonio de Plaza, “De los juzgados de primera instancia”, en El Silfo, núm. 4 (24 de julio de 1831). 195

 

68

granadina y sabía de sus problemas de organización y de la confusión existente por la falta de códigos que reunieran todas las normas sobre una materia. Entendió la Recopilación y el Apéndice como aportes al proyecto de creación y consolidación del derecho civil patrio, del que también hizo parte la reimpresión de las Instituciones de Álvarez en 1836, y como una forma de dejar atrás el lastre colonial en que los liberales veían la causa de la “postración” del país. Como indicó en Mis opiniones, opinaba que no hay legislación si “es prestada la que existe”199. Es cierto que se trató de un encargo gubernamental y no de una iniciativa personal. Sin embargo, es evidente que para el historiador la participación en el proyecto tenía unas implicaciones para la construcción de la República que no tenía, por ejemplo, para Lino de Pombo. Plaza emprendió la tarea con una motivación por contribuir a la República, con competencia y eficiencia, y completó la recopilación normativa de sus primeras cuatro décadas de existencia como un aporte básico para cimentar el proyecto liberal de mediados del siglo XIX. En conclusión, el trabajo de codificación era considerado por él una parte del empeño republicano general de crear una tradición jurídica propia que sirviera de fundamento a las instituciones republicanas de índole liberal. 1.5.5.3. Incursiones literarias: El oidor: Romance del siglo XVI e Historia de los Montañeses 1.5.5.3.1. Romanticismo en la Nueva Granada: El oidor: Romance del siglo XVI (1845) 1.5.5.3.1.1.El verdadero oidor: La historia detrás de la novela Para escribir El oidor: Romance del siglo XVI, Plaza se basó en la historia verdadera de Andrés Cortés de Mesa, oidor de la Real Audiencia que en 1581 fue condenado a muerte y ejecutado por el asesinato de Juan de los Ríos, uno de sus criados. La historia original es relatada por Juan Rodríguez Freyle en los capítulos XI y XII de El Carnero200, mientras que el historiador menciona el episodio en las Memorias para la Historia, calificando a Cortés de Mesa como un funcionario “devorado, entre otras pasiones, de la codicia” que cometió el homicidio “llevado de la pasión del amor y de una venganza inhumana”201.

199

Plaza, Mis opiniones, ob.cit., p. 10. Juan Rodríguez Freyle, El Carnero, Biblioteca Ayacucho, Caracas, Venezuela, capítulo XII, pp. 237 – 250. 201 Memorias para la Historia, cap. 14, pp. 216-217. Según el historiador, el delito “cerró su carrera liviana y fue juzgado, sentenciado a muerte y ejecutado en la plaza de la capital a la temprana edad de treinta y cuatro años, precediendo el siguiente pregón: ‘Esta es la justicia que manda hacer el rey nuestro señor, su presidente y oidores en su real nombre, a este caballero, porque mató a un hombre, que muera degollado’”. 200

 

69

Cortés de Mesa había llegado de España a principios de 1576 y se casó en Cartagena con Ana de Heredia202. Según Freyle, Heredia tenía una hermana de crianza cuyo matrimonio se acordó con un criado de Cortés de Mesa llamado Juan de los Ríos, “jugador que gastaba los días y las noches por las tablas de los juegos”203. Como promesa para cerrar el negocio del matrimonio, Cortés le prometió a su criado traerlo a Santafé y “acomodarlo en comisiones u otros aprovechamientos con que se pudiese sustentar”204. Después del matrimonio, ya instalados en una casa en Santafé, de los Ríos pidió a Cortés que cumpliera su promesa. Según Freyle, “ahora porque no hubiese comisión o por no poder, nunca hubo en qué aprovecharlo ni ocuparlo, de donde nacieron las quejas de Juan de los Ríos y el enfado del oidor”. El resultado fue que de los Ríos se mudó con su esposa de la casa que compartía con el oidor y, de paso, denunció a su antiguo patrón ante la Real Audiencia por irregularidades en el ejercicio de su cargo. El resultado, dice Freyle, fue “una causa bien fea”, por la que el oidor estuvo “preso muchos días en las casas del cabildo” hasta el arribo del visitador Juan Bautista Monzón, quien en 1579 le dio casa por cárcel. El secretario del visitador Monzón, Lorenzo de Mármol, vino de España acompañado por su sobrino, Andrés de Escobedo, un “mozo, galán y dispuesto” que empezó a trabajar en el despacho del visitador junto a su tío. El oidor Mesa, que llevaba dos años detenido en su casa en el momento en que se empezó a estudiar el caso en 1581, comenzó a acercarse al joven Escobedo con el fin de que intercediera por él ante su tío, el secretario. Según El Carnero, “de las entradas y salidas del Escobedo de la casa del doctor se vino a enamorar de la señora doña Ana de Heredia, su mujer, que era moza y hermosa”. Cortés vio en la situación una oportunidad y le pidió a su esposa que le diera “cuantos favores pudiera” a Escobedo para que éste sustrajera el proceso que en ese momento revisaba el visitador. El plan no funcionó, según Freyle, porque el tío de Escobedo “sintió de qué pié cojeaba el sobrino” y escondió los papeles del proceso debajo de la cama del propio visitador. El episodio acercó a Cortés y a Escobedo tanto como para que el primero le confesara su deseo de asesinar a Juan de los Ríos y el segundo se ofreciera a asistirlo. Durante algunos meses, Escobedo se acercó a de los Ríos, obtuvo su confianza y, al mismo tiempo, planeó su asesinato junto a Cortés. Según Freyle, al cabo de seis meses ya se habían puesto de acuerdo sobre cómo y dónde matarlo. Con el pretexto de convidarlo al encuentro con unas mujeres, Escobedo sacó a de los Ríos de su casa y lo llevó detrás del convento de San Francisco, donde 202

Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, Bogotá, Imprenta de La Luz, tomo I, cap. IV, 1891. Freyle, ob.cit., p. 245. 204 Ibídem, p. 237. 203

 

70

los esperaba Cortés de Mesa. Allí lo apuñalaron, lo descuartizaron y lo metieron entre la maleza, primero, y a un pozo, después, donde ocho días después lo encontró una indígena que sacaba barro205. El cuerpo fue reconocido por la esposa, quien culpó a Escobedo y Cortés por su muerte. El proceso fue rápido. El oidor, su esposa, su hermano y el propio Escobedo confesaron cómo habían ocurrido los hechos. El oidor fue condenado a ser “degollado en el cadalso”, su hermano Luis a destierro y Escobedo a ser “arrastrado por la cola de dos caballos, ahorcado en el lugar donde cometió la traición, cortada la cabeza y puesta en la picota”206. Plaza llama a esto el “primer ejemplo notable que se dio de acatar la justicia en la persona de un alto magistrado” durante la Colonia207. El día de su ejecución, el oidor confesó que la ejecución unos años antes de Juan Rodríguez de los Puertos, que fue condenado por haber puesto líbelos difamatorios contra la Real Audiencia, había sido injusta pues los líbelos no los había puesto Rodríguez sino él, Cortés de Mesa. Según Rodríguez Freyle, antes de ser degollado, Cortés pidió dos cosas: una, que cambiaran al verdugo, pues el designado era un antiguo esclavo suyo que el propio Cortés salvó de la horca y lo ubicó en el cargo de verdugo de la ciudad; dos, que no lo desnudaran tras su muerte. De acuerdo con El Carnero, las dos peticiones se le concedieron208. 1.5.5.3.1.2.El romanticismo en la historia colonial: El oidor de Plaza El oidor ha sido considerada la primera novela del género romántico en Colombia209. Antes de ser publicada como libro, lo fue por entregas entre el 19 de abril y el 5 de julio de 1848 en el periódico El Día de Bogotá, en los números 503 a 525210. En la introducción, el autor dice acerca de la historia que relatará: “Este pequeño juguete romántico, que he escrito en algunos ratos desocupados, encierra un hecho histórico que conocía yo hace tiempo. Los principales lineamientos de este cuadro los he tomado

205

Ibídem, pp. 237 - 246. Según cuenta Freyle en El Carnero, el oidor y su cómplice consideraron inapropiado dejar al cuerpo a la vista de todo el mundo y, con la ayuda del hermano de Cortés de Mesa, Luis, lo arrojaron a un pozo vecino. 206 Ibídem, p. 248. El día antes de su ejecución, Cortés intentó asesinar al presidente de la Audiencia, Lope de Armendáriz, cuando éste lo fue a visitar a la prisión. 207 Memorias para la Historia, cap. 14, p. 217. 208 Ibídem, p 249. 209 Álvaro Pineda Botero, La fábula y el desastre: Estudios críticos sobre la novela colombiana, 1650 -1931, Medellín, Eafit, 1999, p. 109. 210 En “El Día”, Bogotá, núm. 503, (19 de abril de 1848), pp. 2 – 3, núm.504, (23 de abril de 1848), p. 2, núm. 505, (26 de abril de 1848), p. 2, núm. 506, (29 de abril de 1848), p. 2, núm. 507, (3 de mayo de 1848), p. 2, núm. 508, (6 de mayo de 1848), p. 2, núm. 509, (10 de mayo de 1848), p. 2, núm. 511, (15 de mayo de 1848), p. 3, núm. 515, (31 de mayo de 1848), pp. 2 – 3, núm. 518, (10 de junio de 1848), pp. 2 – 3, núm. 522, (24 de junio de 1848), p. 2, núm. 523, (26 de junio de 1848), p. 2, núm. 525, (5 de julio de 1848), pp. 2 – 3.

 

71 de un fárrago inédito, cuyo escritor fue contemporáneo de aquella época. Los demás rasgos son coloridos con que mi imaginación rica o marchita ha querido embellecer este trabajo”211.

La historia se centra en el triángulo amoroso entre Andrés Cortés de Mesa, caballero español recién llegado a Santafé con su esposa Ana de Heredia; María de Ocando, joven de dieciocho años que “unía a las más lindas perfecciones un corazón de fuego y una alma decidida y enérgica”212; y su esposo Juan de los Ríos. El antagonista es el visitador Monzón, que también pretende a María y pone en marcha un plan para asesinar a Cortés de Mesa. En la novela, el oidor y María se conocen en una iglesia, sus miradas se cruzan y se convierten en “víctimas de esos momentos que deciden un porvenir entero”213. El oidor, al margen de sus obligaciones hacia su esposa, busca la forma de confesarle su amor a María. Lo consigue con la intermediación de Garduña, personaje del bajo mundo que logra una entrevista con María en la que el oidor interviene y le declara su enamoramiento. María lo rechaza, pero poco después le hace saber que siente lo mismo por él. Al conocer de la entrevista, Monzón amenaza con deshonrar a María en público si no accede a sus pretensiones: “Piensa formalmente en ser mía o resuélvete al público deshonor; porque yo haré probar en juicio tus relaciones secretas y culpables con don Andrés y yo mismo sentenciaré este asunto del cual no hay recurso alguno”214. Tras la amenaza, Monzón contrata al esposo de María, Juan de los Ríos, un bebedor y jugador experto en puñales y cuchillos, para que asesine al oidor Cortés de Mesa. Sin embargo, Cortés logra matar a Ríos en el enfrentamiento, aunque sólo después de que este último le arrancara su dedo meñique de un mordisco, detalle calcado del relato de El Carnero215. Monzón encuentra el cadáver de Ríos con el dedo del oidor Cortés de Mesa aún en su boca, lo que le sirve de pretexto para iniciarle un juicio y condenarlo a morir degollado: “Monzón quiso solemnizar su venganza de manera ruidosa y dejar la memoria del oidor infamada para siempre. Dispuso un gran tablado forrado en paños negros y colocado casi al frente de la Audiencia, para hacerle más amargos sus últimos momentos al oidor con la vista de ese edificio, antes teatro de su esplendor y después de su deshonra e ignominia (…) Para consumar y saborear sus últimas venganzas, el visitador dispuso que el verdugo fuese un negro, esclavo de Cortés, sindicado de complicidad en el asesinato, por ser doméstico del oidor”216 .

La escena de la muerte del oidor Cortés de Mesa de la novela de Plaza es el culmen del melodrama romántico de toda la narración. En la obra, el oidor “con la sonrisa de la inocencia 211

José Antonio de Plaza, El oidor, Romance del siglo XVI, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, 1850, 120

p.

212

El oidor, ob.cit., p. 10. Ibídem, p. 15. 214 Ibídem, p. 64. 215 Cfr., El Carnero, ob.cit., pp. 246-248. 216 El oidor, ob.cit., p. 116. 213

 

72

y el valor caballeresco, dando gracias al prelado y congratulándose con los espectadores, presentó su cuello al verdugo y su noble cabeza se separó del tronco saltando al tablado”217. En el mismo instante, en una alusión a Romeo y Julieta, María murió en el convento en el que se había refugiado gracias a un veneno que pocos momentos antes había ingerido218. El hecho de que Plaza hubiera leído y tuviera acceso a El Carnero mucho antes de su primera impresión en 1859 no es sorprendente, pues por su trayectoria hasta 1850 es claro que tenía acceso y conocía los principales archivos y bibliotecas de la ciudad. Hasta 1859, El Carnero sólo podía leerse en una de las seis copias manuscritas que existían, una de las cuales estaba en la biblioteca de Anselmo Pineda219. Lo que sí llama la atención es la forma como utilizó la historia relatada por Rodríguez Freyle para transformarla de un sórdido episodio de criminalidad e inmoralidad colonial a un melodrama romántico con desenlace trágico. Esto resulta de alguna manera sorprendente porque muestra su capacidad de darle tintes románticos a la historia de la Colonia a través del género novelístico. Además, porque escogió para tal fin a un funcionario al que no tenía mucha estima, tal como lo demuestra la caracterización que hace de él en las Memorias220. Al mismo tiempo, es una forma novedosa de despotricar del la Colonia. Hace parte, en un sentido general, de la actitud crítica y liberal, contra un periodo histórico. Cuando utilizó el género de la novela, el historiador escogió un crimen del siglo XVI como la base de su trama para retratar a España, sus funcionarios y sus instituciones como corruptas e inmorales, además de narrar un melodrama de amor trágico. Por ejemplo, el antagonista de la historia representa en toda regla al funcionario corrupto y propenso a abusar de la autoridad que, según Plaza, era usual en la Colonia. Si bien la novela está ambientada en el siglo XVI, dice mucho más de la vida cotidiana, los debates intelectuales y las convenciones de la narrativa de mediados del siglo XIX que lo que dice sobre cualquier aspecto del siglo XVI que pretende describir. Desde un punto de vista literario, El oidor no es una novela histórica, pues no contiene textos subyacentes que resalten esa condición o discusiones ideológicas de la época en la que está ambientada221. En ella, el componente histórico se limita a las fechas, los títulos y a algunas “digresiones 217

Ibídem, p. 119. Ibídem, p. 120. 219 Biblioteca Nacional, Catálogo del Fondo Anselmo Pineda, dispuesto por orden alfabético de autores y de personas a quienes se refieren las piezas contenidas en los volúmenes de la sección respectiva, Bogotá, Editorial El Gráfico, 1935, pp. 156 – 157. 220 “Quedó el gobierno en manos de los oidores Francisco de Anuncibai y Andrés Cortés de Mesa, jóvenes faltos de experiencia y que se precipitaron en muchos excesos y competencias (…) en los dos años y algunos meses que permaneció el mando en estos togados, a la par de algunas obras de conocida utilidad para el país, soltaron la brida a sus fogosas pasiones y perpetraron tantos actos vejatorios y criminales que al fin la justicia divina les preparó el aciago fin a sus días”. Ver, Memorias para la Historia, cap. 14, pp. 216-217. 221 Pineda Botero, ob.cit., p. 111. 218

 

73

costumbristas que, atendiendo el espíritu de la novela, tienen más el carácter de adorno y ambientación, de ayuda estructural (los amantes encuentran una oportunidad de verse en tales eventos), que de comprender las costumbres del pasado”222. Estas digresiones costumbristas incluyen las descripciones que hace Plaza de celebraciones populares tales como las corridas de toros, los besamanos, los juegos públicos y el torneo de cañas que ocurren en un sarao organizado por el visitador Monzón por el cumpleaños de Felipe II. En El oidor, su autor incluye elementos ideológicos que resultan anacrónicos en boca de un personaje del siglo XVI pero que son de esperar en un escritor comprometido con el liberalismo de mediados del siglo XIX: “Si alguna vez, y me lo he repetido muchas veces, si alguna vez se puede perdonar la debilidad es cuando el talento y el mérito del objeto amado descubren que el afecto por lo menos se purifica por el gusto y la delicadeza y cuando la virtud debe sucumbir, que perezca a manos de la generosidad, de la nobleza y del espíritu ilustrado y no a las del idiotismo y la fuerza brutal”223.

Al hablar de “espíritu ilustrado” se está refiriendo a un debate intelectual que sólo es posible después del siglo XVIII y que no cabe en un diálogo del siglo XVI. Además, al hablar de “idiotismo y fuerza brutal” en el contexto de la resistencia de los amantes en contra de un alto funcionario de la Corona española, un visitador, Plaza está emitiendo los juicios de un liberal de mediados del siglo XIX frente a las instituciones coloniales. Cuando escribe que la virtud sólo debe perecer a manos de “la nobleza y el espíritu ilustrado” está escribiendo en calidad de publicista liberal del siglo XIX y no de novelista interesado por los debates intelectuales del siglo XVI. El oidor, la única novela que José Antonio de Plaza escribió en su vida, muestra cómo un ideólogo liberal neogranadino de mediados del siglo XIX se imaginaba un episodio del pasado colonial y lo utilizaba para ilustrar los debates intelectuales y los modos de vida de las personas de su propia época. En este sentido, El oidor es un documento valioso porque permite entender hasta qué punto un escritor comprometido con la política y los debates intelectuales de su tiempo representaba sus luchas y compromisos en personajes de una época muy anterior a la suya.

222 223

Ibídem, p. 111. El oidor, ob.cit., p. 75.

 

74

1.5.5.3.2. Traducción de la Historia de los Montañeses de Henri-François-Alphonse Esquirós “Es necesario crear o dirigir mejor la sanción pública, rectificar las nociones sobre la gloria, comenzando por hacer justicia, apreciando debidamente los servicios de los que nos han precedido en la lucha por la libertad o por los fueros del género humano”224.

La escritura y publicación de Histoire des Montagnards de Alphonse Esquiros en 1847 es concomitante con el surgimiento en Francia el partido socialdemócrata La Montagne que, bajo la dirección de Alexandre Auguste Ledru-Rollin, participaría y obtendría la segunda votación más alta en las elecciones legislativas de 1849. El grupo, que profesaba el “socialismo cristiano”, había tomado su nombre de la facción radical que durante la Revolución Francesa dominó la Convención Nacional entre 1793 y 1794. Entre los dirigentes de la original Montaña se contaban Marat, Danton y Robespierre que, a pesar de dirigir una facción política variopinta, lograron consolidar su oposición a los que después se organizarían como girondinos225 y controlar la Convención Nacional, instaurando una política de fuerte persecución contra sus opositores desde el Comité de Seguridad Pública226. Si bien el grupo original de La Montaña se disolvió después de la muerte de Robespierre en julio de 1794, su reputación como un grupo de hombres de acción radical se mantuvo durante las siguientes décadas. El autor de la Historia de los Montañeses era Alphonse (o Alfonso) Esquirós, un escritor parisino muy comprometido con la socialdemocracia francesa y que en 1850 fue elegido a la Asamblea Legislativa por La Montagne. Esquirós había obtenido reconocimiento en Francia tras la publicación de L’Evangile du peuple en 1840, en el que describía a Jesús como un reformista social, en la onda de los postulados del “socialismo cristiano”. Con la Histoire des Montagnards en 1847, Esquirós apuntaba a algo parecido a lo que José Antonio de Plaza con las Memorias para la historia: darle un sustento histórico sólido a un proyecto político que buscaba consolidarse en la República. En el caso de Esquirós, era el proyecto político socialdemócrata que se preparaba para las elecciones de 1849. Con su historia de los montañeses, Esquirós narraba las dificultades y luchas que tuvieron que sortear los políticos franceses que, bajo la dirección de Marat, Danton y, en especial, Robespierre, se enfrentaron a

224

Alfonso Esquirós, Historia de los Montañeses, traducción de José Antonio de Plaza, Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos, 1855, 188 p., prólogo. La edición original fue publicada en dos volúmenes en París en 1847. 225 Que Danton esté entre los líderes de la Montaña no contradice que después fuera uno de los principales girondinos. Lo anterior porque la Montaña es anterior a los partidos del periodo final de la Convención y durante el Terror. 226 El nombre de “la montaña” lo obtuvieron por su ubicación en la tribuna más alta de la Asamblea.

 

75

los girondinos. Esquirós buscaba reivindicar a jacobinos y montañeses como luchadores sociales comprometidos con una causa que se veía amenazada por los amigos de la monarquía y por las vacilaciones de los girondinos, y revaluaba el estigma que los marcó durante décadas como fanáticos políticos radicales. Así, lograba asimilar la lucha de los montañeses de 1793 con el proyecto político socialdemócrata de los montañeses de 1849 y caracterizar a sus opositores como facciones políticas incapaces de abrazar la causa de la igualdad, la libertad y la justicia. Junto con su autobiografía, la traducción de la Historia de los Montañeses constituye la parte de su obra publicada de manera póstuma. La versión en español de la obra de Esquiros salió de la imprenta en 1855, unos meses después de la muerte de Plaza en diciembre de 1854. Por esta razón, el prólogo no lo escribió el historiador, como hubiera correspondido, sino los editores de la obra, los hermanos Echeverría. En la presentación que hacen de la obra, los prologuistas enfatizan que fue por iniciativa de “nuestro compatriota ilustrado”, José Antonio de Plaza, “a quien tanto deben la literatura y la democracia granadinas” que la obra se publicó, y que su trabajo estuvo motivado por “la escasez de buenos libros que se siente en el país y, especialmente, de los que traten la historia a la luz de la filosofía y el derecho”227. Según los editores: “No teniendo en español las obras de Michelet, de Mignet o de Louis Blanc, sobre aquel gran drama y, una vez que ha circulado con profusión la de Lamartine sobre los girondinos, importa sobremanera que las personas, los jóvenes especialmente, que desean enterarse a fondo de aquella lucha gigantesca, la que mejores enseñanzas puede suministrar, lean con detenimiento la historia especial de los montañeses, que si no ofrece un cuadro cabal de los acontecimientos, tiene la inmensa ventaja de revelarnos el espíritu de la Revolución y la idea que perseguían los revolucionarios, para poder juzgar los hechos y los hombres eminentes que figuraron en ellos”.

Entonces, la motivación detrás de la traducción al español de la Historia de los Montañeses de Esquirós era revisar la historia de la Revolución Francesa tal como se había difundido en la Nueva Granada. Los editores insisten en este punto, señalando que “desde la infancia se nos ha enseñado sistemáticamente a odiar a los jacobinos y a execrar de Robespierre, a Marat y a Danton”, del mismo modo, explican, que si los españoles hubieran vencido a los patriotas, “nos habrían hecho odiar a los insurgentes y execrar de Bolívar, Santander, Róvira, Nariño, Camilo Torres, etc.”. Por esto, la motivación del trabajo emprendido con la traducción del texto es ofrecer una versión alternativa de la historia y revisar las convenciones existentes sobre un grupo de la Revolución Francesa. Según los editores, del inadecuado estudio de la historia proviene “la perversión general del espíritu, que atribuye la grandeza y la gloria (…) a 227

Esquirós, ob.cit., prólogo, primera página.

 

76

los usurpadores, espoliadores y destructores de la especie humana, como los Césares y los Napoleones”228. En el momento de hacer la traducción, las Memorias para la Historia tenían tres años de haber sido publicadas. Ella fue un hito más en su papel de promotor y publicista de las ideas liberales en la Nueva Granada. Plaza emprendió el trabajo hacia el final del periodo presidencial de José Hilario López, durante cuyo gobierno participó como profesor de las cátedras de historia especial de la Nueva Granada y de estadística. Es decir, después de la publicación de las Memorias y hacia los últimos años del periodo de López (y de su vida) el historiador estaba dedicado de lleno a la escritura. Traducir una obra de un prominente socialdemócrata francés era un aporte más al proyecto liberal, esta vez en su faceta de académico, con el fin de difundir en la Nueva Granada la versión revisionista de la historia que se producía en Europa.

228

Ibídem, prólogo, primera página.

 

77

Segundo capítulo 2. Primera versión liberal de la historia neogranadina Este capítulo consiste en un estudio de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada de José Antonio de Plaza, publicadas en Bogotá en 1850. En la primera sección me refiero a la decisión de escribir las Memorias y describo los indicios del avance de la obra durante la década de 1840. La segunda sección trata los detalles de la publicación y la recepción de la obra en la prensa neogranadina de la época. En la tercera sección discuto la organización del contenido de la obra y la serie de sus argumentos históricos. La cuarta está dedicada a reunir, ordenar y discutir sus temas recurrentes, que reunidos conforman la ideología de la obra. En la quinta sección estudio las fuentes y obras históricas consultadas por el autor. En la sexta y última analizo dos trabajos más que el historiador publicó de manera casi simultánea con su título principal: las Lecciones de estadística, 1851, y el Compendio de la Historia de la Nueva Granada, 1850. Los incluyo porque, al igual que las Memorias para la Historia, estos trabajos fueron escritos para servir al proyecto cultural y educativo liberal del medio siglo XIX en la Nueva Granada. Promovidos por el gobierno de José Hilario López, su objetivo común fue formar en los valores y principios del liberalismo a un núcleo activo de nuevos ciudadanos reformistas. El propósito de este capítulo es establecer cuál fue el legado de Plaza para la interpretación y el estudio continuado del periodo colonial en la historiografía colombiana. Este es el punto de mayor relevancia en el estudio de las Memorias para la Historia, pues su crítica y construcción de la Colonia sirvió como el principal argumento de los liberales neogranadinos para legitimar el proyecto republicano y las reformas liberales de mediados del siglo XIX. Además, influyó en la apreciación que historiadores posteriores hicieron del mismo periodo, lo que ha condicionado su valoración hasta el presente. Para determinar el legado historiográfico de Plaza, mi análisis se centra en la forma como construyó una descripción de la Colonia a partir de los postulados de la ideología liberal y, en particular, me dedico a establecer y comentar los temas recurrentes de su argumentación en las Memorias para la Historia. 2.1.La decisión de escribir la historia del país Plaza había ventilado con claridad la idea de escribir la historia del país en tres ocasiones durante la década de 1840. La primera de estas fue en Mis opiniones, su folleto político de enero de 1841, en el que concluye con este llamado a sus lectores:

 

78 “Debemos para entonces pensar seriamente en nuestra situación y, dejándonos de risueñas teorías, estudiar profundamente la historia de nuestro país, las diversas fases que se le han hecho tomar, cuales las ventajas y los inconvenientes que en nuestra pequeña causa social hemos hallado; y por fin, qué es lo que nos puede convenir más, para no ser el ludibrio de las potencias extranjeras”229 .

En esa ocasión se refirió al estudio “profundo” de las “diversas fases” que había tenido la historia de la Nueva Granada con el fin de establecer “qué nos puede convenir más” en cuanto a la administración política, social y económica del Estado. Su invitación a estudiar la historia era coherente con su creencia de que al conocerla, la sociedad contaría con más elementos de juicio para saber lo que quería y necesitaba. La segunda ocasión en que se refirió al estudio de la historia neogranadina fue en el periódico que fundó, editó y publicó en 1844, El Triunfo de los Principios. En el cuarto y último número del periódico, en un artículo titulado “Del desarrollo social y del espíritu humano en la Nueva Granada”230, señalaba al desconocimiento de la historia del país, en especial en lo que se refería a sus “orígenes remotos”, como la causa de la “inestabilidad y precario progreso de la sociedad”. Según el editor, la pobreza intelectual y económica del país se debía al carácter de sus habitantes y a la ignorancia sobre su identidad. En el artículo explicaba que la población de la Nueva Granada era perezosa, supersticiosa y, aún a mediados del siglo, vivía en la Colonia. Para remediar esa situación, propuso “conocer las raíces de la sociedad y educar a sus miembros para que superen su ignorancia y superstición”, logrando desmontar la estructura económica colonial y reemplazarla por una que garantizara el desarrollo social a través de la libertad. En su opinión, el estudio de la historia era clave en ese proyecto de “progreso social”, pues permitiría entender quienes somos y qué necesitamos, tal como hacían las “naciones civilizadas”. A pesar de que un subtítulo indica que esa es apenas la primera parte de un artículo más extenso, el periódico no tuvo más números y las ideas sólo fueron planteadas de forma parcial. La tercera ocasión en que se refirió en concreto al proyecto de escribir la historia del país es en su autobiografía. Al final del texto, escribió: “Ahora destinaré mis momentos de descanso a la conclusión de unos apuntamientos bien interesantes sobre la historia de este país desde pocos años antes de la Conquista hasta el memorable 20 de julio de 1810. He reunido para este trabajo inmensos materiales, he examinado todos los archivos de la capital, me he procurado multitud de antiguos manuscritos y memorias e historias de remota fecha, que he procurado poner en congruencia por medio del mejor criterio histórico.”231

229

Mis opiniones, ob.cit., pp. 25-26. Plaza, “Del desarrollo social y del espíritu humano en la Nueva Granada”, en El Triunfo de los Principios, Bogotá, núm. 4. (21 de abril de 1844), p.3. 231 Memorias de mi vida, ob.cit., p. 653. 230

 

79

La afirmación permite establecer que a finales de 1847, el trabajo de redacción de las Memorias estaba en una etapa avanzada. En conclusión, el historiador habló en tres ocasiones, una vez cada tres años durante la década de 1840, del proyecto de escribir la historia del país. En 1841 en Mis opiniones, en 1844 en El Triunfo de los Principios y en 1847 en su autobiografía. El proyecto estaba ideado desde comienzos de la década. Para 1844 ya había trazado alguna de sus ideas directrices y en 1847 lo estaba acabando. Esto permite fijar como la fecha probable para la investigación, recopilación de datos y escritura de las Memorias los siete años entre 1841 y 1848. Para finales de 1848 la obra estaba adelantada hasta tal punto que el 16 de diciembre su autor obtuvo el privilegio de imprenta firmado por el gobernador de la Provincia de Bogotá232. El lapso que transcurrió entre la obtención del derecho de impresión y la publicación en 1850 pudo deberse a que durante 1849 Plaza concluyó e hizo las últimas correcciones al texto. 2.2. Publicación y recepción de la obra La impresión de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada, desde su descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810 corrió a cargo de la imprenta de “El NeoGranadino”, donde se producía el periódico del mismo editado por Manuel Ancízar. La decisión de publicar su obra en la imprenta del principal periódico liberal de la época respondía a razones de afinidad ideológica. Ancízar era entonces un reconocido publicista de ideas liberales que además tenía las máquinas más modernas de la ciudad. Plaza prefirió esta imprenta a la más tradicional de J.A. Cualla, con quien había impreso su Almanaque o Guía de Forasteros de 1837, Mis opiniones y la Defensa del excoronel Vicente Vanegas, ambas en 1841. La impresión fue supervisada por Ramón González en un volumen de 464 páginas, de 24 x 16 cm (un cuarto de pliego).

232

“Privilegio. Mariano Ospina, gobernador de la provincia de Bogotá. Hago saber que el Dr. José Antonio de Plaza se ha presentado ante mí reclamando el derecho exclusivo para publicar y vender una obra de su propiedad, cuyo título ha depositado y es como sigue: ‘Memorias para la historia de la Nueva Granada, desde antes de su descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810’; y que habiendo prestado el juramento requerido, lo pongo por las presentes en posesión del privilegio por quince años, los cuales podrán prorrogarse por otros quince; cuyo derecho le concede la ley 1ª, parte 2ª, tratado 3º de la Recopilación Granadina, que asegura por cierto tiempo la propiedad de las producciones literarias y algunas otras. Dado en Bogotá a 16 de diciembre de 1848. Mariano Ospina. El secretario, Ramón Valenzuela”. En la contraportada de las Memorias para la Historia, edición de 1850.

 

80

Portada de la primera edición de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada, desde su descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810, por José Antonio de Plaza, Imprenta del Neo-Granadino, por Ramón González, Bogotá, 1850, 464 p., un volumen de 24 x 16 cm.

 

81

La recepción de la obra fue bastante fría. En la prensa neogranadina de la década de 1850 se han detectado dos reseñas de su publicación. La primera fue escrita por Emiro Kastos, pseudónimo del escritor antioqueño Juan de Dios Restrepo, y publicada en El Neogranadino en febrero de 1851. Además de comentar la publicación, menciona el Compendio Histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada de Joaquín Acosta233 y compara las opiniones de ambos autores sobre hechos que figuran en las dos historias. Restrepo comenta sobre el recibimiento de obras como la de Plaza en la Nueva Granada: “Anímanos a escribir alguna cosa sobre esta historia que el señor Plaza ofrece al público con el título más modesto de Memorias, la consideración de que no dice bien con nuestras pretensiones a ser el pueblo más entendido de la América del sur, la indiferencia con que recibimos obras de tamaña importancia, y el silencio desalentador que guardan nuestros periódicos respecto a trabajos de tan conocida utilidad”234.

Restrepo califica la obra como de “buena y sazonada crítica” y comenta que viene a llenar un vacío en el conocimiento de la historia de la Conquista, del Virreinato y de las “razas primitivas que habitaban nuestro país”. De la reseña resulta evidente que Kastos no leyó más allá de los primeros cuatro capítulos y que ni siquiera alcanzó a “trashojarlas” – como él mismo dice – hasta el final. Cita dos extensos pasajes, uno sobre los guajiros y otro sobre Cristóbal Colón. Aun así, disculpa al de toda inexactitud en su relato, pues lo contrario “sería exigir demasiado, atendiendo a lo embrollado de los archivos y a lo desaliñado de las crónicas a que habrá tenido forzosamente que ocurrir”. Afirma el crítico que en las Memorias puede encontrarse “la clave de las costumbres perezosas y fanáticas, del espíritu de chicana, de los viciosos instintos y de las leyes fiscales bárbaras y absurdas que nos han mantenido estacionarios tanto tiempo, a despecho de nuestras ventajas excepcionales y exuberante fertilidad de nuestro suelo”235. Restrepo remata lo anterior atribuyendo los defectos de la sociedad al “carácter de sus fundadores, así como los instintos del niño revelan las pasiones del hombre”, idea que se desarrolla en las Memorias. La segunda reseña sobre las Memorias para la Historia fue un artículo anónimo publicado en El Pasatiempo de Bogotá en tres entregas entre febrero y marzo de 1852 que, al igual que 233

El Compendio Histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada de Joaquín Acosta fue publicado en París en 1848. De las tres narraciones de mediados del siglo XIX que de manera comprehensiva trataron el dominio hispánico en el Nuevo Reyno (las otras dos son las Memorias para la Historia de José Antonio de Plaza y la Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada de José Manuel Groot, de 1869), la de Acosta fue la única que se centró de manera exclusiva en la etapa del descubrimiento y la conquista, desde el primer viaje de Alonso de Ojeda hasta la fundación de la Audiencia de Santafé. Para un estudio reciente de Acosta y su obra, ver Juan David Figueroa Cancino, El Compendio de Acosta y la construcción de la memoria histórica en la Nueva Granada (1830 – 1848), Tesis de grado, Universidad Nacional, 2007, 370 p. 234 Emiro Kastos, “Memorias para la Historia de la Nueva Granada, por el señor José Antonio de Plaza”, en El Neogranadino, Bogotá, Imprenta de Ancízar, núm. 144 (21 de febrero de 1851), Bogotá, p. XX. 235 Ibídem, p. XXI.

 

82

la publicada un año antes, comenta la obra a la par del Compendio Histórico de Joaquín Acosta236. El artículo pudo haber sido escrito también por Juan de Dios Restrepo, en atención a su estilo y al hecho de que vuelve a comparar las obras de Acosta y Plaza. Además, en la conclusión de la primera reseña, el autor anunció una nueva crítica de las Memorias para la Historia. En la reseña de El Pasatiempo se presta menos atención al contenido de la obra y más al significado de su publicación en un medio literario pobre como puede afirmarse que lo era el neogranadino. El principal mérito de la obra, según el comentador anónimo, fue “haber acometido la pesada labor de comentar los toscos materiales de memorias, apuntamientos y relaciones de cronistas coloniales”237, una idea que comparte con la reseña anterior y que sugiere la autoría de Restrepo. Dice el autor que Plaza y Acosta consultaron los escritos de testigos de los acontecimientos de la Colonia y que lograron separar “la paja del grano” para comentar “sólo lo más relevante”238; mientras que Acosta es sucinto y directo, Plaza entrelaza la narración con “reflexiones filosóficas”, lo que no le quita el mérito de haber “recogido y concentrado metódicamente (…) los datos dispersos en tan diversos documentos y en tan varias y a veces contradictorias relaciones”.239 La vaguedad en la referencia a las obras, similar a la de la reseña de 1851, hace dudar que el autor hubiera leído los libros que comenta. Las Memorias sólo serían controvertidas más de veinte años después de su publicación por José Manuel Groot, que en la Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada criticó a Plaza y sus métodos de producción histórica al paso de su propia obra, siempre de manera negativa y con ánimo polémico240. 2.3. Contenido y periodización de la obra De sus 464 páginas, 445 corresponden a la parte narrativa y están divididas en una Introducción de dos páginas y un Discurso Preliminar de doce, secciones que presentan el texto y contextualizan la narración que ocupará la obra, y veintisiete capítulos que tienen una extensión mínima de doce, el primero, y máxima de veinticinco páginas, el 16. Cada capítulo tiene un índice temático que se reúnen al final de la obra, entre las páginas 447 a 464. Estos

236

Ver: “Bibliografía. Memorias para la Historia de la Nueva Granada y Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo XVI”, en El Pasatiempo, núm. 33 (28 de febrero de 1852), Bogotá, pp. 265 – 267, núm. 35 (6 de marzo de 1852), pp. 269 – 271, núm. 36 (13 de marzo de 1852), pp. 280 – 281. 237 Ibíd., parte I, núm. 33 (28 de febrero de 1852), p. 266. 238 Ibídem, p. 267. 239 Ibíd., parte III, núm. 36 (13 de marzo de 1852), pp. 281. 240 Cfr. Sergio Mejía, El pasado como refugio y esperanza: La historia eclesiástica y civil de Nueva Granada de José Manuel Groot, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 2009, pp. 160 – 162, 173, 194, 277 y 388.

 

83

índices contienen opiniones del autor sobre los temas que trata en cada capítulo, como se ve en el siguiente ejemplo: “Capítulo 24. Obtiene el nombramiento de virrey el teniente general Mendinueta – Sus peculiares prendas – Mantiene las exenciones del patronato regio – Recupera las olvidadas regalías del trono – Continúa apoyando a sus antecesores en la idea de erigir sillas episcopales en Antioquia y Casanare – Prosigue en el mismo sentimiento de Ezpeleta para la reforma de los hospitales – Mal estado de las misiones – Establecimiento del obispado de Maínas – Buenos servicios del misionero Paz en las reducciones de Mocoa – Medidas que se toman para mantener las misiones de Casanare – Estado de las de la provincia de Veragua – El mismo malestar en la administración de justicia – Cómo pensaba Mendinueta remediar esas dificultades – Total falta de sujetos hábiles en las gobernaciones – Censo de población del Virreinato – Eficaces medidas del virrey en la epidemia de viruelas – Relación del progreso de este azote de la humanidad – Establecimiento del hospicio – Las mejoras materiales no se desarrollan en este periodo – Proyectos económicos del virrey que no tienen resultado – Paralización de la instrucción pública – Creación de una cátedra de medicina – Escuela de dibujo – Erección del observatorio astronómico – Descripción de este edificio – Mendinueta coadyuva a este trabajo científico – Instrumentos con que se le enriquecen – Otros sujetos contribuyen también a dotarlo – Observaciones científicas de Caldas – Descripción que hace este sabio del observatorio – Importante reforma que propone el virrey para fomentar la instrucción pública – Excita a la Corte para que se establezcan otros ramos de enseñanza – Estado de la industria minera – Sus utilidades – Demanda el virrey el establecimiento de cátedras de metalurgia y mineralogía – Situación de la empresa minera de Santa Ana – Fatal influjo para el comercio de las hostilidades con la Gran Bretaña – Otras causas de ello – Providencias que toma la Corte para atenuar el mal – Estado del comercio exterior e interior – Transacciones mercantiles con la quinta – Camino de Cararé – Reformas en el plan orgánico de Hacienda – Oficinas de recaudación – Clasificación de los ramos fiscales – Organización de tesorerías - De las casas de moneda – Administración de temporalidades – Renta de salinas – Mendinueta atiende a grandes gastos – Empeños del fisco – Ingresos en la aduana de Cartagena – Productos de aguardiente – De naipes – De tabaco – De pólvora – De aduana y alcabala – Auxilios de la tesorería de Lima – Estado militar del Virreinato – Envío de una fuerza que cayó en poder de los ingleses – Guarnición de la capital – De otros puntos del Virreinato – Interés del virrey por una buena organización de las milicias – Organización en la Colonia de esta fuerza y su número – Indicaciones del virrey para sostener el nuevo sistema de guardia colonial – No se realizan”241 .

Los índices temáticos por capítulos sirven como una guía detallada para que el lector encuentre el tema de su interés en el orden que siguen en el relato. La distribución de los periodos de la historia comienza con el Descubrimiento, sigue con la Conquista, continúa con la Colonia y termina con la Independencia y el establecimiento de la República. El orden impuesto es de tipo cronológico, aunque en el texto no hay subtítulos que indiquen las divisiones entre periodos o épocas. Los veintisiete capítulos de la obra narran los hechos de forma linear continua desde Noé hasta 1810, y en un mismo capítulo una época lleva a la otra sin solución de continuidad. Así, por ejemplo, en el capítulo primero Plaza comienza narrando el origen de “las naciones que habitaban en el Nuevo Mundo”, para lo que se remite a “Cam, segundo hijo de Noé” y concluye que “los egipcios debieron ser los primeros que descubrieron y poblaron el nuevo continente, y por las costumbres de algunas 241

Memorias para la Historia, cap. 24, p. 382.

 

84

tribus de indios deducen que los antiguos señores de la tierra habían profesado el culto hebreo”, y termina con el relato de la muerte de la reina Isabel, Cristóbal Colón y la ascensión al trono de Carlos V en 1516. Los primeros cinco capítulos, contienen las principales descripciones del origen, carácter y costumbres de los pueblos nativos del territorio de la Nueva Granada. Al mismo tiempo, estas páginas explican la procedencia e idiosincrasia de los europeos que llegaron a América como conquistadores. A partir del capítulo sexto y hasta el principio del 14 (página 209), el autor se refiere en detalle las expediciones de los conquistadores, empezando por las de Lugo, Dávila, Heredia, Balboa y Bastidas en el Caribe y continuando con las de Gonzalo Jiménez de Quesada y Sebastián de Benalcázar en el interior. A partir del capítulo 14, se habla de Colonia en propiedad, que en la narración empieza en 1550, y el tema central se convierte en la descripción del funcionamiento y estructura del andamiaje administrativo español. El análisis del siglo XVI ocupa hasta la página 232, es decir, hasta finalizar el capítulo 14. Al siglo XVII le corresponden menos de cincuenta, pues en la página 280 (capítulo 17) pasa al siglo XVIII. El recuento de los hechos de ese siglo abarca hasta el final del capítulo 24 (página 396) y en los últimos tres capítulos (68 páginas) su análisis se centra en los acontecimientos ocurridos entre 1800 y 1810. Tal como su título lo indica, las Memorias para la Historia narran la historia de la Nueva Granada de manera exclusiva, por lo general obviando el relato de hechos que ocurrieron en Quito, Venezuela o Perú. En ciertos apartes, donde la narración tendría que pasar a un espacio geográfico diferente al de la Nueva Granada, se corta el recuento de los acontecimientos, así por ejemplo: “Por este tiempo, el capitán Tolosa hacía sus excursiones en los valles de Cúcuta y territorio de Venezuela, mas, como los principales hechos se refieren a la historia de aquel país, omitiremos su relación”242 o “La historia del Perú a que pertenecen todos estos sucesos, impondrá a nuestros lectores: a nosotros nos basta decir (…)”243. Así restringe el alcance de su obra y de manera explícita establece que su único interés es narrar los hechos de la historia de la Nueva Granada. 2.3.1. La Introducción, la exposición de motivos de un historiador liberal La Introducción es la sección del texto en la cual el autor anuncia su motivación, su objetivo y sus expectativas con la obra, además de dar algunas luces sobre las fuentes utilizadas en la redacción. Respecto a lo primero, señala que hasta el momento en que escribe, la “juventud 242 243

Memorias para la Historia, cap. 11, p. 164. Memorias para la Historia, cap. 10, p. 152.

 

85

granadina” ha estado privada de la historia de su propio país, a causa no sólo de la ausencia de obras históricas satisfactorias sino de la existencia de “fabulosas tradiciones y mentidas relaciones” publicadas “con sobra de ligereza” que poco contribuyen a satisfacer “la natural curiosidad de saber qué hicieron nuestros mayores, cuáles los acontecimientos que nos han precedido y cuál el estado social y político de esta tierra en más de doscientos años atrás”244. Aparte de lo anterior, el historiador estaba motivado por su interés en construir un argumento que, a partir de retórica anticolonial, presentara a las reformas liberales del medio siglo como necesarias para garantizar el triunfo alcanzado con la Independencia y eliminar la posibilidad de un restablecimiento de un orden social parecido al colonial. El objetivo que anuncia la obra desde el principio es: “Se verá si había llegado ya la edad de la adolescencia para la Nueva Granada y si justo y necesario era ya también sacudir una tutela incómoda y gravosa, que quería conservar en las fajas de la infancia a pueblos tan lejanos y de tan distintos caracteres”245 .

Criticar a la Colonia sirve para este propósito porque, según lo entendían los liberales del medio siglo, los gobiernos republicanos desde la Independencia habían fracasado en procurar el progreso del país a partir del rompimiento definitivo con los remanentes de la estructura social colonial. A mediados del siglo XIX, los liberales percibían en el surgimiento político de grupos conservadores una amenaza que a modo de reacción podía hacer peligrar algunas de los desarrollos económicos y sociales de la República. La reacción contra estos era señalada como un regreso a la Colonia. Para los liberales, evitar esto implicaba la adopción de una serie de reformas que no sólo dejaran en el pasado la estructura colonial sino que garantizaran el progreso, entendido ante todo como generación de riqueza, de la Nueva Granada. El discurso contra la Colonia empieza a construirse desde el cuarto párrafo de la sección, cuando el autor presenta la que es su idea central respecto a ese periodo de la historia neogranadina: “No es la historia de la Nueva Granada la que puede narrar grandes y portentosos hechos. Uncida al carro de la madre patria hasta la época en que ponemos punto a nuestras memorias, su pequeña historia sólo es uno de los episodios de la de España, y no muy animado, porque en el profundo sueño que se le hizo sufrir por tan dilatado tiempo, apenas la triste reseña de todo linaje de crueldades y rapacidades sin cuento pueden sombrear este lúgubre cuadro”246.

La tesis de que la Colonia fue un “profundo sueño” de tres siglos en el que los americanos languidecieron bajo la represión intelectual, política y económica de la metrópoli es planteada 244

Memorias para la Historia, Introducción, primera página. Memorias para la Historia, Introducción, primera página. 246 Memorias para la Historia, Introducción, segunda página. 245

 

86

desde el inicio de las Memorias para la Historia. Esta idea dirigirá la argumentación a partir de la Introducción, pues todos los ejemplos que utiliza y las críticas que hilvana tienen como fin demostrar que la Colonia fue, en efecto, un periodo de estancamiento social profundo cuyo revulsivo fue la Independencia y su cura el establecimiento de la República. El autor desarrolla esta crítica desde su posición como liberal de mediados del siglo XIX y, por eso, ésta tiene como objetivo no sólo despejar las “dudas que pudieran caber en la cuestión de la emancipación política”, como lo señala en la misma Introducción, sino promover de manera implícita el modelo republicano y las reformas del liberalismo neogranadino del momento. La sección finaliza con una declaración de sus expectativas respecto a la obra. Plaza dice que espera “alentar a otros para coronar una obra cuyas bases tenemos la satisfacción de asentar, los primeros”247. Es decir, el historiador entendía su obra como la primera dentro de una serie historiográfica que registrara la historia del país. Con el grueso de la historia hasta entonces incluida en las Memorias, la parte que faltaría sería la narración de la historia durante la República, aparte de obras que profundizaran en algunos de los temas o periodos que planteó en su obra. La Introducción es significativa para el estudio de las fuentes de las Memorias porque incluye la mención de aquellas que el autor ha consultado para su escritura. Según dice, existen pocos “trabajos históricos en que hemos podido hallar algunas noticias acerca de estos países”, y se queja de que son “tan diminutas, tan descarnadas y tan faltas de criterio, que ellas no llenan el interés de quien se tome la pena de leerlos”. Menciona haber tenido que leer “muchos fárragos y ojear una cantidad de documentos para extraer de esa lectura aquello que aparecía acorde más generalmente y conforme con la verdad de los hechos”. De forma más específica sobre sus fuentes, el historiador señala que ha “tenido que recoger las inspiraciones de fragmentos inéditos sobre determinados sucesos, arrancar de distintas obras una que otra noticia conducente a nuestra empresa” y “reunir lo poco y muy diseminado que se encuentra en nuestros archivos”. Además, reconoce haber recurrido a “beber algo de la fuente de tradiciones orales que cuidadosamente hemos conservado en nuestra memoria”248. 2.3.2. El Discurso Preliminar, un planteamiento de ideas centrales La presentación de la obra continúa con el Discurso Preliminar, cuyo propósito es explicar “a nuestros lectores la situación política de las sociedades europeas que, admiradas, iban a

247 248

Ibídem. Memorias para la Historia, Introducción, primera página.

 

87

recibir en su confraternidad otras naciones colosales, ignoradas hasta entonces”249, es decir, contextualizar y orientar al lector sobre la organización y disputas internas de los reinos europeos en los siglos XIV y XV, antes y en las primeras décadas de la conquista de América. El historiador denomina a esos dos siglos “portentosos” en razón a sus desarrollos “morales”, a los descubrimientos, a los inventos y a los cambios en las formas de gobierno que ocurrieron en ellos. Sobre los primeros dice que incluyen “tres hechos de extraordinaria magnitud”: la Reforma (que llama “reforma eclesiástica”), la Contrarreforma (que denomina “reforma religiosa popular”) y el Renacimiento, la “revolución intelectual que principia a crear las grandes escuelas de libres pensadores”. Los descubrimientos son, aparte del de América, las expediciones portuguesas en África, mientras que los inventos abarcan desde la brújula para la navegación hasta el grabado con cobre, pasando por la sofisticación de la pintura al óleo y la masificación de la imprenta en Europa. Por cambios en la administración, se refiere al “trabajo de centralización de los pueblos y de los gobiernos”. Aunque no lo dice de manera explícita, es posible inferir que se refiere al abandono del feudalismo como principal forma de organización del gobierno en algunas partes de Europa. Todo esto permitió la desaparición del “caos de la sociedad” para ser reemplazado “por el orden y la unidad social, pues que todas las cosas se tocan, se enlazan y se modifican por su misma comunicación”250. En la narración de Plaza, estos dos siglos son el punto de partida porque contienen la “semilla” de los desarrollos históricos posteriores: “Estos dos siglos son el punto inmortal de la historia al cual todas las generaciones tienen necesidad de concurrir para comprender lo pasado, lo presenta y el porvenir para comprenderse ellas mismas. El carácter de estas épocas es indefinible, porque todos los hechos de la sociedad europea inclinaban al libre examen y a la centralización del poder. El primero se refiere a la sociedad religiosa, el otro a la civil, triunfando la emancipación del espíritu humano y la monarquía pura. No era difícil prever la lucha que se debía empeñar entre estos dos hechos y la historia la registra entre sus páginas”251 .

La historia para un liberal como Plaza consistía en una sucesión lineal de acontecimientos que se dividen en más o menos importantes. Los menos importantes “llenan con su desarrollo el corto tiempo de su duración y después se conminuyen [sic] y se retiran de la escena para dar lugar a otro acontecimiento”, mientras que los “hechos inmortales”, “todo es gigantesco y sus resultados grandiosos acompañarán al globo en su aniquilamiento general, sin que sea dado a los hombres calcular sus efectos en el porvenir”. Por lo tanto, es relevante buscar en los siglos XIV y XV la razón de la realidad del siglo XIX, pues “todos los acontecimientos históricos 249

Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. I. Ibídem. 251 Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. V. 250

 

88

tienen su carrera determinada y sus consecuencias se prolongan admirablemente teniendo una influencia decisiva en el porvenir”252. En este sentido, el Discurso Preliminar sienta las bases sobre las cuales el autor construirá su argumentación en torno a los indígenas, la Conquista, la Colonia y la Independencia. La retórica negativa se enfoca aquí en el carácter de los europeos y lo utiliza para explicar las tendencias negativas de la Conquista y la Colonia. En esta sección, el historiador presenta las ideas sobre las que desarrollará su argumentación posterior: primero, la vida precaria pero pacífica, si bien menos civilizada, de los indígenas antes de la Conquista: “La población indígena diseminada en un vasto continente había dividido su estado social por lo general en grandes y pequeñas parcialidades o tribus de cazadores, pescadores y agricultores, según la naturaleza del terreno que ocupaban, conservando al través de su degeneración una independencia de carácter y una fortaleza y energía de ánimo, que los elevaba con frecuencia sobre toda especie de sufrimiento. La caza, la pesca y el cultivo de la tierra eran las ocupaciones predilectas en todo el país que hoy forma la Nueva Granada”.

La brutalidad de la Conquista: “A la par de esos esfuerzos del espíritu al mejoramiento social, las guerras intestinas, las usurpaciones más escandalosas, todo género de horrores, todo linaje de disolución, y la criminal sed de poder y de riqueza forman un contraste repugnante, pero son los últimos legados de la feroz feudalidad y los finales resultados de los principios acatados en la Edad Media. Los pueblos hasta entonces no figuraban en la historia, eran aún el rebaño de los señores del feudo e, imbuidos en principios tan abominables, nada extraño parecerá lo que se refiere la historia del Nuevo Mundo en la época de la Conquista”.

Los defectos del carácter europeo y, en particular, español, que determinarán los aspectos negativos de la Colonia: “El carácter español, grande por las cualidades morales que contribuían a su desarrollo, tenía un genio peculiar debido al influjo de la época dominante. Sufrido en los trabajos, constante en las revoluciones, valiente como los caballeros de la Edad Media, religioso hasta la superstición, celoso y susceptible en sus fueros nobiliarios y defensor acérrimo de las prerrogativas del soberano. Sin embargo, crueles por orgullo y ávidos de riquezas, porque esta pasión nació con las guerras y los sacos en Italia, los castellanos eran un raro conjunto de buenas y de malas cualidades, no pulidas por la civilización que apenas comenzaba a germinar en Europa, ni fáciles de desarraigar las segundas sino por el transcurso de muchos años. Este tipo moral de los fundadores de la sociedad colonial debió influir e influyó bastante en la formación y desarrollo del carácter de los colonos”.

Por último, sobre las razones y consecuencias de la Independencia: “La filosofía del siglo XVIII, la Independencia angloamericana, la Revolución Francesa, el dominio de Bonaparte, la subyugación de España y otras varias concausas de segundo orden, todo contribuyó a acelerar el grito de libertad en las colonias, y la lengua política que ni aún se balbucía en América, llegó a ser un idioma vulgar. Un nuevo horizonte político, un nuevo estado social, la libre comunicación con todos los países del globo, la suerte de la patria depositada en las manos de sus propios hijos, la soberanía del pueblo reconocida y acatada, el espíritu humano pudiéndose 252

Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. I.

 

89 elevar a la altura que le sea posible, en fin, una nueva vida en la gran sociedad de los mortales, he aquí el desenlace, el resultado de tan estupenda peripecia”253 .

El Discurso Preliminar, entonces, sirve como preludio de lo que será la argumentación en las Memorias para la Historia. Además de proveer el contexto de las sociedades europeas en los siglos XIV y XV, el autor presenta las ideas que dirigen sus principales argumentos respecto a los indígenas, la Conquista, la Colonia y la Independencia. La relevancia de esta sección para el resto del texto es que permite al lector entender de manera sucinta el lugar desde donde se narra la obra, el carácter de los protagonistas de la misma y la forma como los hechos que se relatan se conectan con los acontecimientos que los precedieron en el campo del desarrollo histórico tal como era entendido por el autor. 2.3.3. Contenido de los capítulos El hilo argumentativo que sigue desde la Introducción hasta el capítulo 27 tiene como propósito establecer que la Colonia fue un periodo nefasto para los americanos, sobre todo en términos políticos y económicos, y que su fin era inevitable y necesario. El “profundo sueño” descrito en la segunda página del texto constituye la idea que subyace a toda su narración, pues a través de los ejemplos que cita y a través de las ideas que discute en cada capítulo, intenta demostrar que la Colonia no era conveniente para los neogranadinos y que sólo podían beneficiarse con su fin. A continuación me refiero de manera general al contenido y a las ideas principales que dirigen la argumentación en cada capítulo de las Memorias para la Historia. El recuento de los hechos y personajes del Descubrimiento ocupa el primer capítulo. Su primera página sitúa el inicio de la narración en el relato bíblico del origen del hombre, señalando que los indígenas americanos eran descendiente de Cam, segundo hijo de Noé y, por lo tanto, profesaban una forma del “culto hebreo”. “Muchos historiadores se han remontado a las épocas antediluvianas para buscar un origen a las naciones que habitaban el Nuevo Mundo, y muchos no han dudado de fijar en Cam, segundo hijo de Noé, el tronco verdadero de la raza americana, conjeturando que habiéndole tocado a Cam y a su familia la Arabia, el Egipto y el resto de la África, los egipcios debieron ser los primeros que descubrieron y poblaron el nuevo continente y, por las costumbres de algunas tribus de indios deducen, que los antiguos señores de la tierra habían profesado el culto hebreo; porque muchas de sus prácticas las observaron los conquistadores españoles”254.

El historiador suscribe la mitología oriental para explicar de dónde venían los pueblos que habitaban el continente antes de la llegada de los europeos. Esta era una tradición que, desde

253 254

Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. XII. Memorias para la Historia, cap. 1, p. 1.

 

90

el Descubrimiento, apuntaba a incluir a los indígenas dentro de la tradición judeocristiana y facilitar su asimilación a la cultura de los europeos. La razón por la cual adhiere a esta teoría en la primera parte de su narración es para dar pie a una línea de argumentación que le permitirá sostener que, en el fondo, los indígenas también hacían parte de una cultura común con los europeos y, por lo tanto, los americanos mestizos no eran menos civilizados ni formaban parte de una cultura “bárbara”. Sobre los indígenas del Nuevo Reino en particular, el historiador es enfático en señalar que “la falta de escritura” en los muiscas no permite conocerlos y hacer sobre ellos disquisiciones profundas. Según dice, “las naciones indígenas [han ido] pereciendo en medio de la ignorancia y de la ferocidad, dejando que se pierdan las reliquias de los conocimientos filológicos”255. Esta caracterización simplista evidencia que Plaza no tuvo interés ni medios intelectuales para producir conocimiento sobre las civilizaciones indígenas americanas (y colombianas), a diferencia de lo que hicieron Joaquín Acosta y Ezequiel Uricoechea. Si se considera que las Memorias para la Historia constituyen el primer aporte historiográfico al proyecto político del liberalismo neogranadino, es posible establecer que en éste, los conquistados no contaban siquiera como referencia histórica. A continuación, el historiador comenta las habilidades comerciales y marítimas de egipcios, fenicios, griegos y romanos y llega hasta la Edad Media, con referencia a árabes, napolitanos y portugueses y a sus empresas de navegación, para terminar con Colón256. El Descubrimiento es narrado con toda la solemnidad: “Poco después de las doce de la noche se oyó el grito solemne de TIERRA que salió de uno de los buques que estaba más adelantado y cuya voz fue dada por Rodrigo de Triena [sic], el primer marinero que vio la tierra. Al amanecer fue claramente percibida hacia el norte una isla muy llana, cubierta de bosques y de la cual salían muchos riachuelos: LA AMÉRICA FUE DESCUBIERTA. La tripulación de un buque entonó el Te Deum como himno religioso de acción de gracias por tan estupendo suceso, y los otros dos buques correspondieron a tan piadoso cántico, derramando todos abundantes lágrimas de gozo y penetrados de admiración, de respeto y de amor por Colón, se arrojaron a sus plantas”.

Según lo anterior, este hecho tiene connotaciones religiosas para el autor. Enseguida, aclara que es una opinión común sostener que el genovés no fue el primero en llegar al continente. 255

Memorias para la Historia, cap. 1, p. 7. Memorias para la Historia, cap. 1, p. 2. De las doce páginas del capítulo, nueve están dedicadas a Colón y a sus cuatro viajes. Plaza llama al Almirante “uno de los genios portentosos de que se honra la especie humana”, con “conocimientos profundos” sobre el mar y “el sello del genio impreso en su alma”, un “varón de grande ánimo, esforzado, de altos pensamientos e inclinado a acometer hechos egregios de alta fama”, “sobrio y moderado en las necesidades de la vida”, “de pasiones tranquilas”, “de bien hablar”, “claro ingenio”, “grave con moderación”, “afable con los extraños y con los que le rodeaban”, “de índole apacible y placentero con moderada gravedad”, “de natural festivo”, “amigo de jocosidades”, “de ánimo generoso”, “de constancia heroica en los trabajos y de longánimo corazón”. Ver, pp. 3 – 12. 256

 

91

Por el contrario, dice, “antes del descubrimiento de Colón, la India septentrional, la China y la Tartaria comunicaban con la América” e incluso: “En los calendarios de los aztecas, como en el de los calmucos y los tártaros, los meses son designados por los nombres de los animales. Las cuatro grandes fiestas de los peruanos coincidían con las de los chinos. Los jeroglíficos de los antiguos chinos, tienen una evidente analogía con los de los mexicanos y los quipos de Perú. Los grupos de islas tan numerosos en Oceanía formaban puntos naturales de reposo, que conducían de las playas del Indostán a la América”257.

Concluye su comentario con la siguiente reflexión: “¿Llegaron pues los fenicios y los cartaginenses al Nuevo Mundo, unos por el estrecho de Gibraltar y otros por el mar Bermejo? Bien puede ser; las antigüedades mexicanas dan lugar a mil reflexiones”258. El propósito de lo anterior es mostrar el descubrimiento de América como algo no exclusivo de los europeos y, también, argumentar que el continente siempre tuvo una inclinación natural hacia el intercambio y el contacto con diferentes culturas. La contribución de las Memorias a la interpretación liberal del Descubrimiento y la Conquista es demostrar que América fue, desde siempre, un terreno de intercambio cultural y económico. Tras dedicar las anteriores reflexiones al Descubrimiento, hacia el final del primer capítulo se hace la primera referencia a la Conquista con la llegada de Alonso de Ojeda en el segundo viaje de Colón, en 1493. Ojeda, quien es descrito como “ardiente de corazón, de espíritu independiente, valeroso en el pelear y tenaz e infatigable en sus proyectos”, pero poseedor de una “crueldad infinita”, es el primer conquistador que aparece en el relato. Lo siguen otros: Cortés, Pizarro y Quesada. La Conquista abarca una serie de empresas que para el historiador empiezan con la fundación de Portobelo en el cuarto viaje de Colón en 1502 y el establecimiento de un asentamiento en El Retrete, un puerto en la costa de Mosquitos fundado por Rodrigo de Bastidas ese mismo año. El primer capítulo concluye con el ascenso al trono de España de Carlos V y en el segundo se retrocede algunos años para tratar las empresas de Bastidas, Ojeda, Nicuesa, Pizarro y Núñez de Balboa en la costa Caribe de América. Las menciones a las peripecias de los conquistadores va acompañada en el relato de menciones a su crueldad o su ánimo de lucro. Por ejemplo, de Bastidas enfatiza su “sed de oro”; sobre Diego de Nicuesa menciona “sus crueldades”; de Pedrarias Dávila resalta como la masacre de los indígenas “complació su corazón ruin”259. El segundo capítulo contiene el relato de las primeras interacciones entre conquistadores y los indígenas en el territorio del Nuevo Reino, en particular en la costa

257

Memorias para la Historia, cap. 1, p. 6. Memorias para la Historia, cap. 1, p. 6. 259 Memorias para la Historia, cap. 2, pp. 13 – 21. 258

 

92

Caribe. Esta sección es también notable porque el autor incluye el contenido total de la intimación a los indígenas de Calamar hecha por Alonso de Ojeda. Este documento incluye la amenaza a los habitantes de reducirlos a esclavitud por medio de la guerra si no reconocen a la “Iglesia por Señora y superiora del universo mundo y al Sumo Pontífice llamado Papa en su nombre, y a Su Majestad en su lugar, como superior y Señor, Rey de las Islas y Tierra Firme”. Al respecto, Plaza opina que: “Tan extravagante y despótica intimación no tiene ejemplo en los anales de la historia de la usurpación y descubre bien a las claras lo que había penetrado la luz de la civilización en aquellos 260 tiempos y el motivo real de la Conquista” .

Por lo demás, el análisis de la Conquista y los conquistadores sigue siempre el mismo formato: primero, describe a los líderes de cada facción: “Núñez de Balboa era natural de Jerez de la Frontera, hombre bien dispuesto de cuerpo, de alta estatura y formas atléticas, gran sufridor de trabajos, de gentil rostro y bastante entendido. Apenas rayaba los treinta y cinco años cuando emprendió su primera expedición a Tierra Firme con Bastidas. Este nuevo adalid de la conquista determinó apoderarse de la persona de Enciso, como en efecto lo consiguió, procesándolo, confiscándole todos sus bienes y enviándolo preso a Santo Domingo”261.

Sigue con la narración de sus expediciones, más o menos extensa y detallada: “El animoso Balboa, después de haber promulgado algunas órdenes para el fomento de la agricultura y reconocido el país, marchó con trescientos soldados contra los indios que habitaban las márgenes del río que se llamó después San Juan y es uno de los que tributa en el golfo de Urabá. Después de remontar esta corriente como doce leguas, encontró a los indios aprestados al combate, los cuales se batieron con extraordinaria bravura, hasta que el fuego mortífero de las armas castellanas los hizo ciar; pero observando que los agresores se aproximaban a las habitaciones de sus esposas e hijas, tornaron a hacer frente a Balboa y cargaron con tal ímpetu que, después de herir a este jefe, lo compelieron a retirarse”.

Y finaliza con la explicación de los enfrentamientos y diferencias que tuvieron con otros conquistadores y el recuento de los conflictos que enfrentaron por la sucesión en el poder: “Los denuncios contra Balboa se multiplicaban, producidos por sus enemigos y el crédulo Arias se persuadió de que su yerno quería positivamente despojarlo de la gobernación, con cuyo motivo escribió a Balboa instándole para que se volviese, pues tenía que tratar con él negocios de suma importancia y a la vez recomendó a Pizarro que lo prendiese, reduciéndolo a estrecha prisión. Cometiósele al Licenciado Espinosa el juzgamiento del nuevo reo y, terminado el proceso, se resistía el juez a condenarlo a muerte; pero vencido por las instancias de Arias, acumuló a la causa los antiguos cargos sobre la prisión de Nicuesa y los de Enciso, y se promulgó la sentencia disponiendo se le cortase la cabeza por traidor y usurpador de las regalías del monarca (…) Este fue el lastimoso fin del esforzado Vasco Núñez de Balboa, que fue estimado personalmente del rey católico Fernando y del cardenal Cisneros”262.

260

Memorias para la Historia, cap. 2, pp. 15 – 16. Memorias para la Historia, cap. 2, p. 17. 262 Memorias para la Historia, cap. 2, p. 23. 261

 

93

Así se narran las expediciones de Pizarro, Almagro, Lugo, Luque y Pedrarias Dávila. En el capítulo tercero, se refiere a las empresas conquistadoras de Rodrigo de Bastidas, Pedro Badillo y Pedro de Heredia. La mayor parte de la narración aquí se dedica a este último, en particular a su expedición en las sabanas del río Sinú. Con su fórmula para narrar los hechos de la conquista, el historiador acostumbra al lector a la sucesión de los hechos y logra mostrar a diferentes conquistadores y sus expediciones de una manera uniforme. El esquema seguido simplifica el recuento de los hechos y de la Conquista en general. El capítulo cuarto está dedicado a narrar las “noticias del país de Cundinamarca” antes de la Conquista. El análisis sigue el mismo formato que el de los capítulos dedicados a narrar las empresas de los conquistadores españoles: descripción de los líderes, explicación de sus enfrentamientos y diferencias y narración de los conflictos por la sucesión en el poder. El capítulo también incluye referencias de las sutilezas de su lengua, la organización de su gobierno, los números, la división del tiempo, el arte, los derechos y deberes de sus líderes y su gente y la “constitución física de estos y sus cualidades morales”263. Respecto a las nociones sobre la lengua de los chibchas, Plaza se refiere a fray Bernardo Lugo y su estudio sobre la gramática muisca. El historiador menciona lo que considera más relevante pero se abstiene de citar más en atención al carácter de la obra que escribe: “Otros muchos trozos presentaríamos a nuestros lectores de la lengua muisca, pero creemos lo bastante para unos apuntes puramente históricos, haber dado a conocer esta parte filológica, reservando para los amantes a estos estudios y para los anticuarios la disquisición de los jeroglíficos que se hallan en muchos lugares de la Nueva Granada”264.

Esto permite entender que la historia tal como era concebida sólo abarcaba los hechos políticos y militares. En ocasión se podía incluir alguna información sobre otras áreas de la sociedad, pero a manera de información complementaria con poca o ninguna relación directa con el momento estudiado. En el capítulo quinto, se retoma la narración de los hechos de la Conquista, empezando por el proyecto del adelantado Lugo en las cabeceras del Río Magdalena. Aquí se encuentra la primera mención a Gonzalo Jiménez de Quesada, el “jefe de la Conquista”265. El adelantado es presentado con una breve biografía en la que menciona el nombre de sus padres, su lugar de nacimiento, la procedencia de su familia y sus estudios. A diferencia de los demás conquistadores, y de la Conquista misma, Jiménez de Quesada es presentado como un personaje mucho más complejo, con muchas más facetas. Así, es un líder ejemplar que 263

Memorias para la Historia, cap. 4, pp. 40 – 58. Memorias para la Historia, cap. 4, p. 58. 265 Memorias para la Historia, cap. 5, p. 60. 264

 

94

“grande como los antiguos era el primero que daba el ejemplo del valor y de la constancia”, un jefe justo que “desaprobó la conducta de los oficiales en la persecución de las tropas del zipa y los puso en prisión por algún tiempo”, un guerrero admirado incluso por sus rivales, quienes “dadivaron a Quesada, quemando una resina que llamaban moque, incensándole y cantándole himnos de reverencia como hijo de Zuhé”, lo mismo que quien ordenó el “cruelísimo suplicio” que redundó en la muerte del último zipa de los muiscas. Jiménez de Quesada es el personaje principal del capítulo quinto, que cierra mencionando como las “desastrosas muertes” de quienes participaron en la Conquista del país de los muiscas “fueron merecido castigo del cielo”266. En el siguiente capítulo continúa la historia del adelantado en lo relacionado con la fundación de Bogotá. Este hecho es descrito con gran solemnidad: “Determinó Quesada hacer la fundación de una ciudad que sirviese de punto de reunión a los suyos y, comisionado Pedro Fernández de Valenzuela para examinar el paraje más apropósito, se decidió por el valle de los Alcázares, en el lugar llamado Thibzaquillo, sitio de recreo de los zipas, en 4 grados, 36 minutos, 6 segundos de latitud boreal y 75 grados, 48 minutos de longitud occidental del meridiano de París. Bajo un cielo benévolo, al pié de uno de los ramos de la majestuosa cordillera de los Andes y a la frente de una brillante y feraz explanada, se fundó una ciudad llamada Santafé, adoptando el mismo nombre de la que hicieron poblar los reyes católicos Fernando e Isabel en la vega de Granada. Denominóse la tierra descubierta Nuevo Reino de Granada, por ser el conquistador natural del reino de ese nombre en España. Fabricadas doce casas cubiertas de paja, en conmemoración de los doce apóstoles y principiada una capilla conocida con el nombre de Humilladero, se fijó el día seis de agosto de 1538 para la celebración de este acto (…) paseando los castellanos en gran cabalgata el recinto de la nueva ciudad, marchando al frente Quesada, de solemne uniforme y con la espada y pendón en las manos se anunció en alta voz por reiteradas ocasiones, que se tomaba posesión de lo descubierto en nombre del augusto emperador Carlos V”267.

El historiador toma la fundación de Santafé como un evento significativo para la futura Nueva Granada, haciendo alusiones indirectas a la República decimonónica. La sección también incluye la descripción de las expediciones de Benalcázar y Federmann268, así como de las primeras navegaciones por el río Orinoco, y termina con la narración de la fundación de Vélez en 1539. En el séptimo capítulo se narra el regreso desafortunado de Quesada a Europa: “El orgulloso conquistador, sin respetar el luto de la Corte por la muerte de la reina Isabel, se presentó al emperador vestido de grana y con fausto regio, lo que causó tanto desagrado, que tuvo que retirarse a Francia, donde sus enormes gastos causaron alarma al gabinete de Madrid y 266

Memorias para la Historia, cap. 5, pp. 62 – 80. “Quesada murió pobre, olvidado y lleno de lepra, a Hernán Pérez lo mató un rayo, el que rompió también una pierna a Suárez Rondón, y García Zorro fue muerto en un juego de cañas por Diego Venegas, nieto por parte materna del cacique de Guatavita y de una hermana del cual había nacido Zaquesazipa”. 267 Memorias para la Historia, cap. 6, p. 82. 268 Plaza lo llama, de forma incorrecta, “Nicolás Fedreman”.

 

95 recabaron sus émulos una orden de prisión de la reina doña Juana, para que las autoridades francesas la cumplieran. Temeroso Quesada de esta persecución, se refugió en Italia y luego Portugal, donde casi consumó su ruina por prodigalidades que exceden toda ponderación. Calmado el enojo contra él, volvió a las provincias de Aragón y Navarra y en la Corte terminó los restos de su colosal fortuna”269.

La narración tan detallada de las fortunas de Jiménez de Quesada la explica el papel otorgado por el historiador a éste como “jefe de la Conquista”. El cambio de suerte que lo acompaña en su regreso a Europa parece ser visto por Plaza como una consecuencia de sus actos y de la Conquista, una empresa que consideraba por encima de cualquier cosa una iniciativa mercantil. La persecución de sus rivales tampoco fue ajena a Federmann: “Federmann no tuvo mejor suceso, pues aún cuando partió a Flandes en demanda del emperador, el consejo expidió despachos para que se le embargase una gran suma de dinero, que se decía haber mandado a Amberes. Vuelto a la Corte tuvo que seguir un pleito ruidoso con la compañía de los Welzares, sobre reclamos contra ella por los contratos que habían celebrado, y en prosecución de este litigio falleció Federmann. Era este conquistador natural de Alemania, de conocida nobleza su familia. Pasó a las Indias con los primeros españoles y alemanes que arribaron a Venezuela. Un valor exquisito, una gallarda presencia, la generosidad de ánimo y su apacibilidad de genio le granjearon el afecto de sus subalternos y le atrajo la envidia de sus compañeros, que lo persiguieron en la Corte de cuantas maneras les fue posible”270 .

Tras la gloria en la Conquista a expensas del sufrimiento de los indígenas, los conquistadores son descritos en la narración como víctimas del propio sistema de explotación comercial en el que participaron. Al regresar a Europa, en vez de recibir agradecimiento y honores, se vuelven sujetos de procesos legales que consumen los últimos años de su vida. La mayor parte del octavo está dedicado a describir los gobiernos de Lebrón en el norte del Nuevo Reino y de Hernán Pérez en el sur, incluyendo su expedición para descubrir El Dorado. Este capítulo contiene la narración de la derrota del zaque de Tunja y la desaparición de lo que Plaza llama el “señorío” de ese lugar, en una clara alusión al lenguaje feudal. Por un lado, se cuenta la historia de cómo a partir de los informes de encomenderos “resentidos por no haber depredado todo el oro que se figuraban debían tener estos desgraciados”, se llevó a cabo el apresamiento y ejecución del zaque de Tunja. El resultado fue que “los indios desde entonces prestaron la más ciega obediencia a sus crueles conquistadores”271. Por otro, el historiador hace gala de la aplicación de términos propios del feudalismo, tales como “vasallos” para referirse a los súbditos del zaque de Tunja, o señorío de Tunja para referirse a los dominios de Aquiminzaque, en el contexto de la narración histórica de la Conquista.

269

Memorias para la Historia, cap. 7, p. 97. Ibídem. 271 Memorias para la Historia, cap. 8, pp. 119-120. 270

 

96

La búsqueda de este tesoro ficticio también es mencionada en el capítulo noveno, junto con el saqueo de Santa Marta y Cartagena por el pirata francés Roberto Baal en 1542272. Allí mismo Plaza señala que, para entonces, cincuenta años después del descubrimiento, los excesos de los conquistadores habían llegado al límite: “Eran tantas y tan multiplicadas las quejas que la Corte recibía de los desafueros de los conquistadores, que fue preciso poner coto a las demasías de los gobernadores y adelantados, nombrándose visitadores y jueces de residencia en todos los países conquistados”273. Aunque reconoce el “influjo civilizador” de la conquista y la forma cómo la religión traída de España ejerció un efecto benéfico para, en especial, contener a los “salvajes”, todo con miras al progreso y la civilización del país, los excesos cometidos por los europeos son una constante en su apreciación de la historia neogranadina. Cometer excesos es un rasgo, para el historiador, común a todos los que ocuparon puestos directivos en la Conquista. Así, poco a poco, construye un listado de agravios que cumplen la función de llevar al lector hacia la única conclusión posible: la Conquista y la Colonia fueron épocas nefastas, de irracionalidad y excesos de autoridad; por lo tanto, la Independencia era necesaria y estaba justificada por la conducta de los españoles. En los capítulos 10 y 11 la narración se enfoca en la conquista de los territorios del norte del Nuevo Reino. El grueso del capítulo 10 versa sobre las disputas entre los Adelantados de Perú y Panamá y sobre la administración de Benalcázar en el sur del país. En el 11 la narración pasa a Santa Marta, Cartagena y la fundación del Valle de Upar. El capítulo termina con la fundación de la Audiencia de Santafé a instancias del visitador Diez de Armendáriz en 1547. Para este punto del texto, es evidente que Plaza construyó su narración sobre tres ejes geográficos: el centro, con Santafé como punto de referencia; el norte, con Cartagena, Santa Marta, Panamá y, en menor medida, el Valle de Upar y la Guajira como teatros de acción; y el sur, con Perú, Popayán y en contadas ocasiones Quito como los escenarios de la historia. Hasta este punto, los hechos narrados corresponden a la historia del Nuevo Reino, entonces bajo la jurisdicción del Virreinato del Perú, y la trama se alterna para incluir aquellos ejes geográficos. En el capítulo 12, Plaza se concentra en los hechos ocurridos en Cartagena, en especial después de la llegada del visitador Juan Montaño en 1553. La presentación del funcionario español es un compendio de todos los rasgos negativos y despreciables de los administradores coloniales y, de paso, de la institución colonial: “Debía llegar, para la desgraciada Colonia, la época más luctuosa que recuerdan sus anales y en la cual un ignorante y oscuro letrado español debía encenagarse en todos los vicios, ejecutar 272 273

Memorias para la Historia, p. 165. Memorias para la Historia, p. 140.

 

97 descaradamente todos los crímenes que su negra alma proyectaba, perseguir y vejar a los hombres honrados, traficar inicuamente para engrosar su fortuna y envilecer al pueblo después de embrutecerlo y pillarlo”274.

A partir del capítulo 12, el autor no se refiere a la Conquista sino a la Colonia. En su argumentación, no hay un punto definitivo claro donde finalice una y empiece la otra. Sin embargo, la transición tiene dos pilares fundamentales: la fundación de la Audiencia de Santafé en 1550 y las últimas leyes para el buen gobierno de los indios. La razón para que estos hechos determinen el paso de la Conquista a la Colonia son, por un lado, que la fundación de la Audiencia permitiría un gobierno autónomo del territorio, que ganaba un rango mayor dentro de la administración colonial y, por otro, que las leyes para el buen gobierno de los indios introducían el elemento de “civilización” que le hacía falta a la Conquista. Es decir, con la promulgación de las Leyes Nuevas en 1542 y la fundación de la Audiencia, el Nuevo Reino dejaba de ser una tierra de nadie y pasaba a convertirse en una unidad administrativa de rango medio dentro de la estructura colonial que, además, contaba con leyes que proveían un trato más “civilizado” a los pueblos indígenas. De esta forma, Plaza discute a su manera el comienzo de la expansión de la sociedad colonial. Este proceso supone la creación de una estructura central de gobierno, representada en la Audiencia, y la aplicación general de leyes, entre las que están las del buen gobierno de los indios. A partir del capítulo 14, la narración toma otro sentido, pues no se enfoca tanto en las peripecias y conflictos entre adelantados y sus partidos sino de manera decidida en la cotidianidad de la administración pública, teniendo como punto de partida el establecimiento de la Real Audiencia en Bogotá en 1549. Plaza toma como referencia a los presidentes de la Audiencia, los gobernadores y visitadores enviados por el rey para narrar su historia; en especial, al primer presidente, Andrés Díaz Venero de Leyva. Este personaje es sui géneris en la narración de la Colonia, pues Plaza no ahorra elogios para describir su gestión: “Era laborioso, prudente y firme en el cumplimiento de sus deberes (…) La administración de este magistrado fue ilustrada y enérgica y tanto más meritoria cuanto que fue el creador de un orden de cosas administrativo a despecho de las exigencias de los encomenderos y de los eclesiásticos que estaban bien avenidos con el caos existente, del cual sacaban medros ingentes (…) Preciso es convenir por lo que resulta de todos los datos históricos desde la descubierta de Tierra Firme hasta el periodo de Venero, que este presidente fue para la Nueva Granada lo que Carlomagno para la Francia, lo que Alfredo para la Inglaterra, por supuesto en su relativa graduación”275.

274 275

Memorias para la Historia, cap. 12, pp. 178 – 179. Memorias para la Historia, cap. 14, pp. 210-215.

 

98

Tal es su admiración, que lo defiende frente a la acusación de enriquecimiento indebido que le hizo Gonzalo Jiménez de Quesada en el Compendio Historial276. Los eventos narrados en el capítulo 15 continúan la tendencia temática general anterior, con el enfoque narrativo puesto en los sucesivos gobiernos dirigidos desde Santafé. En algunos casos los presidentes salen bien librados en la evaluación del historiador, como en el caso de Juan de Borja (1605-1628): “Llegó por fin una época de orden doméstico y tranquilidad en los ánimos con el gobierno de don Juan de Borja (…) de índole apacible, afable para con los inferiores y cortesano con sus iguales, el presidente procuró sobre todo conservar el orden y la tranquilidad del país, auxiliando algunas de las mejoras que contribuyeron a fomentar la población de la capital”277.

Lo mismo ocurre con Diego de Egües y Beaumont (1662-1664): “En sólo dos años que gobernó Eguës el país, se consagró con celo a su mejora, fomentando las misiones de los paeces y reduciéndoles a poblaciones (…) Egües era un hombre íntegro y cumplido, de regular inteligencia y muy entregado al examen de las necesidades del país que gobernaba”278.

En otros casos Plaza es más severo, como con Martín de Saavedra Galindo de Guzmán (16451652): “El nuevo magistrado era tanto más manejable, cuanto que adolecía de una sordera completa y tenía todos los caracteres de la más profunda imbecilidad, sostenida eficazmente por lo gastado de su constitución”279.

O con Francisco de Sande (1597-1602): “El carácter áspero y rencilloso de Sande lo precipitó a toda clase de tropelías contra la autoridad eclesiástica y la Audiencia (…) el genio dominante de Sande le enajenó la voluntad de todos y sólo era llamado con el apodo de Dr. Sangre”280.

En las valoraciones que hace el narrador, son más los casos en que la opinión es favorable que desfavorable sobre los presidentes de la Real Audiencia de Santafé. Esto puede deberse a que Plaza estaba convencido de que la creación de una Audiencia en el Nuevo Reino había sido un paso positivo para el progreso en la Colonia. Las fuentes utilizadas por el historiador para 276

Memorias para la Historia, cap. 14, p. 215. Jiménez de Quesada, citado por Plaza, dice sobre Venero de Leyva “Llevó de esta tierra tanta abundancia de lo que se viene a buscar a estas partes, que si es cierto lo que dicen las gentes, él fue el más rico hombre de las Indias, porque en oro le daban más de doscientos mil pesos”. Plaza responde a esto diciendo que “La narración del Mariscal tiene sus fuertes tintas de pasión en este retrato y, sin negarlo todo, sólo le debemos conceder que haya algo de verosímil en la acumulación de riquezas, nacida esta de las economías de su fuerte sueldo en tantos años en que mandó y de regalos de los hijos del país que eran entonces muy comunes, bien espléndidos y no desdorosa su admisión”. 277 Memorias para la Historia, cap. 15, pp. 237-245. A este presidente se le recrimina el establecimiento del Tribunal de la Inquisición durante su mandato, pues según el historiador, éste “no podía devorar sino miserables indios idólatras y algunas pobres mujeres que por el uso cotidiano de los vegetales llegaban a conocer sus aplicaciones médicas y quienes, acusadas de brujas, perecían en las llamas que el celo fanático encendía”. 278 Memorias para la Historia, cap. 15, p. 255. 279 Memorias para la Historia, cap. 15, p. 248. 280 Memorias para la Historia, cap. 15, pp. 236-237.

 

99

narrar el periodo consistían en cronistas coloniales e memorias de los funcionarios de la Corona. En contraste con el periodo de Conquista y con las primeras décadas de vida colonial, el establecimiento de la Real Audiencia fue percibido por quienes registraron el periodo como una época de estabilidad y mayor organización que contrastaba con los años en que el poder era asumido por el adelantado de turno y se basaba en la mayor capacidad militar. El historiador percibió este cambio y por esto sus juicios frente a los presidentes, autoridades civiles, son mucho más permisivos que frente a los conquistadores, que ejercían el poder a través de la fuerza. Es de notar que Plaza es más severo cuando el presidente provenía del clero, como en el caso de Galindo de Guzmán. Se trata de una clara influencia de la ideología liberal que propugnaba la separación entre Iglesia y Estado. El capítulo 16 gira su atención sobre la problemática de la piratería en las costas del Nuevo Reino. Según el historiador: “Llegamos a una época de tristes recuerdos para la población del Istmo y para una parte de la costa del Atlántico. Multitud de forajidos escapados de las cárceles de Europa y mil otros de inclinaciones viciosas y perversas tomando el nombre de filibusteros y bucaneros, se habían guarecido en varias islas del Pacífico, comenzando a hacerse fuertes en la parte occidental de la de Santo Domingo y luego extendieron de común acuerdo sus puntos de ocupación”.

El tema es tan relevante en la narración que el autor le dedica el capítulo entero a narrar los asedios de Morgan a Santa Catalina, Portobelo, Santa Marta y Cartagena. El autor está tentado de ver en esto un castigo divino a la conducta de los españoles en el pasado: “las desgracias que los españoles sufrieron en esta época podrían considerarse como una débil expiación de los horrores que sus antepasados habían ejecutado sobre los indios” pero aclara “si los pobres americanos no hubieran padecido también en esta borrasca de bandoleros”281. El capítulo 17 retoma la narración de los acontecimientos en la Real Audiencia de Santafé, con menciones esporádicas a los conflictos entre Francia y España y al acoso de los piratas en las costas del Caribe. El historiador vuelve a ser crítico con aquellos presidentes que provenían de órdenes religiosas. Así se refiere, por ejemplo, a Gil de Cabrera y Dávalos (1686-1703): “En este largo periodo de un mando alcanzado no sólo por un favor inmerecido, sino tomado por asalto, por el estado vacilante en que se pusieron los negocios de la Corte con motivo de la dilatada agonía mental del desgraciado rey, la historia de la Nueva Granada no puede registrar un sólo hecho honroso, una sola mejora de especial recomendación del nuevo presidente. Durmió entonces la Colonia un sueño profundo de indolencia a ejemplo de su presidente y soberano”282 .

281 282

Memorias para la Historia, cap. 16, p. 274. Memorias para la Historia, cap. 17, p. 278.

 

100

Además de la crítica, el historiador vuelve a utilizar la alegoría del “sueño profundo” asociado a la Colonia como una manera de describirla como un periodo de letargia social, de inmovilidad intelectual, económica y cultural. En este caso, la Colonia durmió empujada por la inactividad del presidente de la Audiencia, quien no llevó a cabo “una sola mejora”. Es en este capítulo donde ocurre la apertura de “una nueva época en los fastos coloniales granadinos”, con la creación del Virreinato en 1717. Según el autor, fue la vasta extensión del territorio neogranadino, la distancia con Lima y las constantes disputas de autoridad entre los presidentes de las Audiencias de Santafé, Panamá y Quito las razones que llevaron a la fundación de este órgano. Plaza aclara, sin embargo, que “no porque la categoría de Virreinato le diese más importancia a la Colonia en el orden jerárquico colonial es que debe considerarse importante” esta decisión, sino porque “la autoridad del presidente era mezquina y limitada a tiempo que la de los virreyes era más cumplida, y con buenas intenciones, con inteligencia y firmeza, podían contribuir estos últimos magistrados a hacer progresar el país de una manera más rápida y positiva”283. El progreso estaba limitado sólo al aspecto material, pues sobre “el desarrollo intelectual y de sistema económico, la celosa Corte de Madrid no abandonaba la brida a sus palafreneros mayores”284. En el capítulo 18 se discute la importancia de la reinstalación del Virreinato en 1739 y, poco a poco, empieza a incluir en su narración comentarios sobre los avances científicos en Europa en el siglo XVIII, con una reflexión sobre la razón científica y la sinrazón de la fuerza: “Mientras las ciencias hacían estas conquistas pacíficas y nobles, la humanidad se lamentaba con los horrores de una invasión, fruto únicamente de una ambición insana”285. Por conquistas de la ciencia, Plaza se refería de manera específica al cálculo de la medida exacta de los grados terrestres, lograda hacia mediados del siglo XVIII. Por invasión se refiere el autor al intento del vice almirante Edward Vernon de tomar Cartagena entre 1740 y 1741. La temática del capítulo 19 la ocupan dos eventos: la expulsión de los jesuitas, frente a la cual el historiador tiene opiniones encontradas, y la guerra de revolución en las colonias inglesas de Norteamérica. El primer tema toma siete de las doce páginas del capítulo, pues Plaza hace un recuento de la labor de la orden en América. Comienza diciendo que en la expulsión de los jesuitas mostró el virrey “una firmeza, una reserva y pureza digna de todo encomio, sin causar a los desgraciados regulares una sola vejación”286. El historiador atribuye la expulsión a “la escuela enciclopédica presidida en Francia por Voltaire”, al “principio de 283

Memorias para la Historia, cap. 17, p. 284. Memorias para la Historia, cap. 17, pp. 284-285. 285 Memorias para la Historia, cap. 18, p. 290. 286 Memorias para la Historia, cap. 19, p. 308. 284

 

101

temor que las cortes europeas abrigaron con respecto a las doctrinas antimonárquicas que sostenían algunos jesuitas”, y a un “recelo que obró en el ánimo del piadoso Clemente XIV por la omnipotencia y universal influjo de esta orden”287. Reconoce a los jesuitas haber fundado los primeros colegios de misiones en Santafé, Cartagena, Tunja, Honda, Pamplona y Mérida, su “heroica constancia” en “reducir a muchas tribus que vagaban” en los “inmensos desiertos del Meta y el Orinoco”, sus trabajos filológicos sobre las lenguas indígenas, sus luchas contra las autoridades civiles españolas “para que pusiesen coto a la rapacidad y crueldad de los gobernadores, corregidores y otros empleados que esquilmaban y maltrataban a los indígenas”288, y concluye, en “calidad de narrador imparcial”, que: “Teniendo a la vista muchos datos importantes, podemos asegurar que el instituto de los jesuitas, en su calidad de propagador de la fe evangélica entre las tribus indígenas, prestó útiles e importantes servicios a la causa de la civilización cristiana en la Nueva Granada”289 .

Lo anterior no obsta para que concuerde con su expulsión, pues “apartándose de su misión cristiana evangelizadora allá en Europa y causando graves escándalos” en las cortes debido a su influencia y sus “amaños reprobados en los negocios públicos y privados, excitó la animadversión de los hombres y contribuyó a forjar con sus propios hechos”290 las medidas tomadas contra ellos. Al segundo tema relevante, la revolución en las colonias norteamericanas, le dedica el narrador unos párrafos en los que ensalza la “lucha tenaz y dilatada” y el “espíritu de libertad” de los colonos, mientras que se lamenta que la influencia de la Independencia estadounidense no se haya sentido en la Nueva Granada “sino algunos años después y eso desfigurados y al alcance de muy pocas personas en el Virreinato”291. En el capítulo 20, el historiador relata lo que considera la llegada de ideas ilustradas a la jurisdicción del Virreinato hacia finales del siglo XVIII: “La ilustración pública no convalecía en la Colonia y Guirior consideraba que el método de enseñanza era detestable y diminuto y sin ocurrir a la corte para poner remedio a este mal, nombró al fiscal de la audiencia, D. Francisco Moreno y Escandón, granadino, hijo de la ciudad de Mariquita, para que redactase un plan de estudios al nivel de los conocimientos de la época. Moreno verificó su trabajo con bastante acierto y el virrey procedió a aprobarlo inmediatamente, haciéndolo poner en planta sin la menor dilación, no obstante el disgusto que manifestó el clero en general, atribuyendo Guirior este descontento, según informó a su sucesor, a que: ‘habiendo tenido estancada la educación en los claustros, contra la expresa prohibición de las leyes, se sentían verse

287

Ibídem. Memorias para la Historia, cap. 19, pp. 307-314. 289 Memorias para la Historia, cap. 19, p. 315. 290 Memorias para la Historia, cap. 19, p. 309. 291 Memorias para la Historia, cap. 19, p. 316. 288

 

102 despojados’. No permitió, pues, que los jóvenes asistieran sino a las lecciones de nueva creación y pronto se comenzaron a recoger buenos frutos con esta varonil reforma”292.

El ritmo de la narración empieza a acelerarse y a llenarse de acciones que manifestaban el descontento con la autoridad colonial. Plaza empieza a narrar como, poco a poco, los colonos iban despertando del profundo sueño colonial y tomando medidas directas. La narración del movimiento de los comuneros es un aspecto clave para el propósito de demostrar la inevitabilidad y justicia de la Independencia. En el 21, el historiador limita los alcances del levantamiento cuando señala que “no implicaba este pronunciamiento idea alguna de Independencia” sino que se limitaban a que “se les aliviara su suerte y acorde era la protesta que bajo ningún respecto deseaban romper los vínculos de unión con la madre patria, ni la obediencia pura al monarca”293. Sin embargo, censura el proceder de un “gobierno profundamente imbécil, bárbaro y despótico, que quiso vengarse de su pasada vergüenza y de la generosidad e hidalguía de los vencedores” al ejecutar a los líderes del movimiento para “terminar ese drama sangriento que principió por un reglamento de pillaje, se continuó por la rebelión y la generosidad y se terminó en el perjurio y el asesinato”294. La narración a partir del capítulo 22 se concentra en señalar la renuencia de la autoridad colonial a emprender reformas que abrieran el comercio, eliminaran los estancos y permitieran, en general, mayor movimiento económico. Es aquí donde se concentran la mayoría de argumentos de tipo económico en contra de la Colonia. Plaza describe el estado del comercio en los puertos del Caribe y la situación de las minas en el interior del país, calculados con base en las relaciones de mando virreinales. Por ejemplo, al referirse al recaudo de rentas, dice: “Bajo la administración de Caballero, las rentas dieron un producido anual de 1.314.025 pesos, sin incluir en este las rentas de alcabala, tributos, salinas, sisas, quintos, novenos de diezmos y otros impuestos menores, cuya suma bien podría alcanzar a 1.200.000 pesos”295. El pobre desempeño de la economía después de tres siglos de dominio colonial es un argumento que se une al de la arbitrariedad y despotismo en el ejercicio del poder como fundamento para los movimientos de revolución de principios del siglo XIX: “¿Qué podría producir una teoría absurda de asociación, unos principios que no consultaban sino el privilegio de pocos, la riqueza de algunos y la opresión política y social de la mayoría? Excusado es decir que la mendicidad progresaba en medio de la naturaleza más rica y más beneficente [sic]. Bajo el sistema de restricciones la industria estaba paralizada y la mano ávida del recaudador se estremecía en todas las especulaciones agrícolas para arrebatar con varios pretextos tributarios la mayor parte del sudor del labrador. Los altos empleos eran la propiedad 292

Memorias para la Historia, cap. 20, p. 327. Memorias para la Historia, cap. 21, p. 335. 294 Memorias para la Historia, cap. 21, p. 341. 295 Memorias para la Historia, cap. 22, p. 362. 293

 

103 exclusiva de los peninsulares, los de segundo y tercer orden se distribuían a los americanos privilegiados. ¿Qué le quedaba, pues, al pueblo? Su ignominia y su miseria”296.

Más que la corrupción o la arbitrariedad de los funcionarios coloniales, lo que el historiador critica es la economía y las medidas tomadas por las autoridades para procurar el progreso, equiparado con enriquecimiento, de la población en ese sentido. Con la misma lógica defiende el “célebre decreto de 12 de octubre de 1778”, pues: “Abrió al libre comercio entre la madre patria y sus colonias, treinta y tres puertos (…) paso adelantado fue este para abrir los ojos a los financistas de ultramar y hacerles entender la vía errada que hasta entonces habían seguido con detrimento de su patria, y para ser más generosos con sus colonos, siquiera por propio provecho y lucro (…) el comercio de importación entre España y América tomó prodigioso vuelo, pues ascendiendo este en 1778 a 74.913.960 rs. de V., en 1788 alcanzó a 300.717.524 rs. de V., dando por diferencia favorable al comercio libre 225.803.564 rs. de V. Las cuestiones que se prueban con guarismos no necesitan de otros comentarios”.

La crítica en esta sección es, entonces, ante todo al manejo de la economía en las colonias por parte de España. El autor describe también el estado de las minas en la Colonia (“en abandono casi completo se hallaban las minas”, “aquella empresa languidecía en el más penoso abandono”) y señala que, por no haber “otro país en el mundo tan aurífero como la Nueva Granada (…) luego [de] que la civilización se adelante en nuestra patria con los auxilios de la población, la Nueva Granada será la más rica productora de oro y sus destinos serán tan grandiosos como los de las primeras naciones”297. Este comentario muestra, más allá de la crítica al sistema económico colonial, su inconformidad con el manejo de las minas durante la República. Fijar “la civilización”, equiparada también al progreso económico, como una meta que se habrá de alcanzar en el futuro, una vez se introduzcan las reformas necesarias, es una actitud propia de un liberal de mediados del siglo XIX. En este sentido, al señalar que la explotación de las minas poco había cambiado en la Nueva Granada desde la Independencia, el historiador está mostrando lo que cree es la pervivencia de la estructura colonial. En el 23, si bien insiste en algunos argumentos de tipo económico, el historiador amplia el campo temático para mencionar el estado que en la Colonia tenían áreas como la prensa, la administración de justicia, la salud y la educación. Sobre la primera dice, en el contexto del virreinato de José Manuel de Ezpeleta (1789-1797): “Bajo su administración se comenzó a hacer un uso ilustrado de la prensa, de este vehículo de la civilización vedado por todo el tiempo anterior. El primer diario conocido en el Virreinato lo fue con el título de Periódico de Santafé de Bogotá. Su editor se empleó en redactar artículos sobre literatura, historia natural, recuerdos de la época de la dominación indígena, trozos de poesía y algunos extractos de periódicos extranjeros, tomados principalmente de el Mercurio español. Algo 296 297

Memorias para la Historia, cap. 22, p. 351. Memorias para la Historia, cap. 22, p. 355.

 

104 contribuyó esta publicación a despertar en la juventud del país el deseo de consagrarse a la literatura y a los buenos estudios y el editor se prestaba gustoso a dar sus lecciones y a formar a los jóvenes que buscaban la instrucción”298.

Respecto a la administración de justicia en la Colonia, señala que: “Se hallaba en manos de los españoles europeos, y ellos eran los que únicamente decidían el honor, la propiedad y la vida de los americanos. Si esta se hubiera impartido con igualdad, si no se hubiera resentido del más descarado favoritismo en las cuestiones que se controvertían entre siervos y amos o colonos y peninsulares, se habría podido llevar con paciencia el profundo orgullo de los oidores. Pero el odio de estos magistrados a los americanos que descollaban de alguna manera era extremo, y su comportamiento en la sociedad intolerable”299.

Un área de fuerte crítica es el estado de la medicina en el Virreinato, algo que produce la ira de Plaza: “Uno o dos médicos, más bien empíricos que profesores ilustrados, y unos pocos aficionados al estudio médico de las propiedades de los vegetales, he aquí lo que formaba el cuerpo de Esculapios en la capital, y más bien la bondad del clima, la morigeración de las costumbres y la próvida naturaleza impedían el desarrollo de los males, que lo que los triunfos de estos adeptos lograba sobre la violencia. Se ignoraban los principales ramos de la medicina y sus descubrimientos: así pues, se vivía en el estado de naturaleza en la Nueva Granada a fines del siglo XVIII. Este sólo rasgo bastaba para apreciar el interés que tomaba la madre patria, no en el progreso de sus colonias, sino en el sentimiento humanitario con respecto a dos millones de habitantes que dependían de su soberana voluntad. El amo viste, alimenta y cuida de su esclavo, siquiera por propia utilidad; el imbécil e inhumano gabinete de Madrid trataba a sus colonos como bestias de carga”.

La educación tampoco sale bien librada, pues: “Más de dos centurias y media se habían transcurrido sin que la mano de la autoridad se hubiera dignado derramar en el pueblo las nociones elementales de la instrucción primaria en sus primeras luces de lectura y escritura. Profunda era, pues, la ignorancia de las masas, y la Corte no se daba por entendida en redimir a sus colonos de tan miserable condición”300 .

Los anteriores extractos resumen los cuestionamientos del historiador a la Colonia en estas áreas. En su narración, el gobierno de la metrópoli se caracterizaba por su ineficiencia, más que por su corrupción, y su total negligencia en la atención de los asuntos del Virreinato. Mientras que por el lado económico se ataca la inhabilidad de traer progreso a América, en lo que se refiere a la educación, la salud o la justicia, el principal cuestionamiento es la falta de “sentimiento humanitario” respecto a sus habitantes. El capítulo 24 está dedicado casi de manera exclusiva a relatar los años de gobierno de Pedro Mendinueta y Múzquiz (1789-1803), un “sujeto ostentoso y que descubría todas las cualidades de un caballero de la Corte más cumplida (…) amable, complaciente, dadivoso, 298

Memorias para la Historia, cap. 23, p. 367. Memorias para la Historia, cap. 23, p. 369. 300 Memorias para la Historia, cap. 23, p. 371. Según Plaza, esta situación era sólo una reproducción de la que ocurría en la península. En el Discurso Preliminar había dicho “no culpemos a la metrópoli con respecto a la educación que proporcionaba el gobierno, pues concedió para la América, con muy insignificantes excepciones, la misma que había impartido en España”. Ver, Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. XI. 299

 

105

espléndido en su trato, bastante ilustrado y laborioso en el ejercicio de sus funciones”301. La valoración positiva de Mendinueta muestra la tendencia del historiador a criticar de manera favorable la gestión de los virreyes, a quienes consideraba “ilustrados”. Esta tendencia, sin embargo, ya la había mostrado al referirse a los presidentes de la Real Audiencia, por considerar el establecimiento de esta institución un desarrollo favorable para el progreso de la Colonia. Sobre los virreyes, Plaza se muestra en ocasiones deslumbrado por su gobierno. Por ejemplo, sobre José Manuel de Ezpeleta escribió que: “La Colonia adquirió nueva vida bajo la mano protectora e ilustrada de Ezpeleta, vida de vigor y lozanía, no vista antes, ni aún soñada. Siempre con rectitud de ánimo, siempre con sinceridad en sus promesas, circunspecto en los negocios y firme en sus determinaciones, la era de este virrey presagió otra ventura a la Colonia y comenzó a despertar a los habitantes de ella, quienes ya pensaron que podían emanciparse en un periodo no muy remoto, y que para su logro conveniente era sembrar el terreno con la semilla fructífera. Si las miras ilustradas de este magistrado no tuvieron la amplitud debida para regenerar socialmente el país, la historia debe tener en cuenta que Ezpeleta no podía contrariar las ordenes y sistema adoptado por el gobierno español, y aparte de esto debe recordarse que los tiempos en que él mandó no sólo no eran bonancibles, sino que muy al contrario amagaban recio temporal en todo el continente americano, levantado por los furiosos vendavales que ya en Francia habían destrozado la nave del Estado”302.

Por su parte, sobre Mendinueta menciona su “general aceptación en el Virreinato” y destaca sus contribuciones al desarrollo de la minería, la educación, la astronomía y la administración de justicia. En esta última área, sin embargo, el historiador enfatiza que “el mal estaba en la legislación, en las costumbres, en el sistema, y el virrey tuvo la pena de ver desatendidas sus útiles indicaciones”303. El historiador prefiere la mayoría de las veces atribuir la incapacidad de estos en solucionar lo que percibía como las falencias de la administración colonial a la Corte madrileña, a las costumbres de los habitantes, a una falla inherente al sistema y no a los funcionarios que venían a América. Los últimos tres capítulos, 25, 26 y 27, están dedicados al periodo que media entre 1800 y 1810. En ellos, Plaza ya muestra la Independencia de España como un hecho inevitable, algo que estaba determinado por hechos como la Revolución Francesa y por las ideas de la Ilustración que, junto a los desaciertos y agravios que, en su opinión, causaba la metrópoli a la Colonia, llevó de manera indefectible a ese resultado. En el 25, el historiador describe los que considera los antecedentes ideológicos y políticos inmediatos de la Independencia: “Este era el periodo en el antiguo continente que databa de 1789, en el que se sostenía una lucha de reacción contra el antiguo orden de cosas, y la revolución de principios recorría con no vista velocidad las sociedades europeas. No eran las conquistas de la feudalidad, no las del poder 301

Memorias para la Historia, cap. 24, p. 382. Memorias para la Historia, cap. 23, p. 377. 303 Memorias para la Historia, cap. 24, p. 385. 302

 

106 absoluto buscando mayores rebaños, eran las de la abolición de privilegios. Se ocupaban las ciudades para anunciar al son del tambor, que la soberanía nacional era el único dogma de legitimidad, y que las garantías políticas tenían por base la igualdad ante la ley, la libertad individual, la de conciencia, la de hablar, escribir y publicar por la prensa sus pensamientos, la admisión de todos los ciudadanos a las dignidades y empleos públicos, la repartición de los impuestos entre todos, el deber de dar cuenta de sus encargos los administradores públicos, la seguridad, la inviolabilidad de la propiedad, el asilo doméstico…en fin, todos los derechos de los pueblos, porque todos tenían perdidos, y había que formular por entero el decálogo político”304 .

El 26 trata el periodo de gobierno de Antonio Amar y Borbón (1803-1810). A diferencia de la valoración positiva de los anteriores virreyes, sobre éste el historiador se limita a decir que en sus años de gobierno “todo fue pequeño, ruin, limitado y desacertado en su administración, influida por su favorita” y no hubieran dejado “ni recuerdos de su existencia sino en los polvorientos archivos por los nombramientos de empleos subalternos que hubiera hecho”305. Se trata de una época que para el autor anunciaba la inevitable Independencia: “Le tocó a Amar el tiempo en que, para la madre patria, los achaques de la Colonia debían sufrir una terrible crisis, y en que para la Nueva Granada brilló el sol de su primavera política y científica. Algunas de las buenas semillas sembradas por Guirior, Ezpeleta y Mendinueta fructificaron copiosamente porque la tierra no necesitaba sino de pequeños abonos para colmar los deseos del sembrador. A la sombra de Mutis brillaron Caldas, Lozano, Torres, Frutos, Gutiérrez y otros sabios, merced a los cuales el nombre de Amar se ha salvado prodigiosamente del olvido, pues a su periodo toca el despertar de la Colonia. El amor al estudio, los viajes científicos, las importantes publicaciones por la prensa y el vuelo del ingenio todo se desarrolló para aniquilar el poder español y concurrir a los funerales de la caduca madre patria (…) Sólo Amar vegetaba en la indolencia, fuera de él todo era movimiento en la Colonia”306.

Esto, aunado a los acontecimientos ocurridos en la península con la deposición de Fernando VII, “condujo a los españoles a su completa perdición, mostrando desabrimiento, desapego e ingratitud con los colonos” todo lo cual aceleró “el día de la venganza americana”307. Hacia el final del último capítulo, Plaza resume el expediente en contra de España en una serie de párrafos. En el primero de ellos, además de referirse a la caída del sistema colonial español y a la justicia que, en su opinión, asistía a los americanos para independizarse, refuta a quienes veían en este movimiento un acto de ingratitud de los americanos: “Así se desplomó el derruido torreón español en Nueva Granada, después de haberse sostenido firme por cerca de tres centurias. El yugo metropolitano que encorvó a los habitantes de ultramar a lo largo de los siglos, a pesar de la gran distancia a que se hallaba el cetro castellano y a pesar del proceloso océano que ponía un valladar entre ambos países, quedó quebrantado completamente. Algunos autores peninsulares, señalando las causas de haberse desgajado del tronco paterno, y una en pos de otra ramas tan fructíferas del imperio castellano, desaprueban la conducta de los americanos, por haber roto los lazos de unión colonial que los sujetaban a la madre patria y gradúan tal porte de ingrato y aún villano, sin pensar que la vida de las naciones y los sucesos que 304

Memorias para la Historia, cap. 25, p. 407. Memorias para la Historia, cap. 26, p. 410. 306 Ibídem. 307 Memorias para la Historia, cap. 26, pp. 422-423. 305

 

107 marcan la existencia de estas, no se pueden medir por la encogida escala de los sentimientos individuales. Los acontecimientos del globo tienen causas muy distintas y sus acaecimientos se enlazan maravillosamente con los hechos de los pueblos. A los que vieron y sufrieron el poder opresor nada tenemos que reprocharles; a los presentes y venideros sólo les diremos que consulten imparcialmente la historia y nos responderán que la España jamás quiso ser justa con los habitantes de América, tratándolos como siervos sin extenderles una sola vez una mano amiga y fraternal”308.

Este primer aparte está dirigido, por un lado, a autores peninsulares que criticaban la Independencia como un suceso apresurado e “ingrato”. Por otro, funciona como una exhortación a los historiadores del futuro, para que antes de juzgar los hechos que condujeron a la Independencia, “consulten imparcialmente la historia”. Con esto, Plaza se adelantó a la valoración que harían los autores de otras corrientes historiográficas en las décadas siguientes; en particular, a la que quedaría consignada en la obra de José Manuel Groot. El historiador muestra ser consciente de que su análisis liberal no es compartido de forma unánime y pide a quienes se dediquen a escribir en el futuro que estudien con imparcialidad los hechos que condujeron a la separación de España. En el siguiente párrafo, el autor menciona lo que consideraba eran diferencias injustas entre americanos y peninsulares: “Los descendientes de los conquistadores y de los españoles trasladados después a la tierra americana se vieron desprendidos por sus mismos hermanos y postergados siempre a los peninsulares tan sólo por la razón de que estos últimos habían nacido en el suelo castellano”309 .

Parte de que todos eran españoles, pues llama a unos y otros hermanos y afirma que su única diferencia era el lugar de nacimiento. Por esta razón, considera todo trato desigual injusto e intolerable. Las causas de la Independencia que aparecen en el relato pueden clasificarse en coyunturales y transversales. Las segundas eran aquellas que no estaban atadas a la coyuntura política sino que se habían convertido en el statu quo colonial, mientras que las primeras eran aquellas circunstancias creadas por el discurrir de los acontecimientos políticos entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Por ejemplo, la invasión de España por las tropas de Napoleón, o la Revolución Francesa. En el siguiente aparte se refiere a estas últimas: “Tantos desaciertos, tanta opresión, tamañas humillaciones y constantes desprecios; el fin vergonzoso del reinado de Carlos IV; el principio criminal del de su hijo Fernando; las abdicaciones en Bayona; las desleales defecciones de muchos próceres castellanos; la ocupación de la península por un ejército vencedor; la guerra civil ardiendo en todos los ángulos de la España; la accesión al trono de una nueva estirpe y la conducta indigna de todas las autoridades provisorias para con los habitantes de América y la de los magistrados que la regían, fueron 308 309

Memorias para la Historia, cap. 27, p. 442. Memorias para la Historia, cap. 27, p. 443.

 

108 sucesos y motivos más que suficientes para destrozar los lazos mal anudados que unían al hemisferio opresor con el oprimido. Con menores estímulos los holandeses y los americanos del norte sacudieron su yugo y la historia los justifica”310 .

La intención subyacente en esta argumentación es resumir las justificaciones y despejar todas las dudas que el lector tuviera sobre la conveniencia de la Independencia para la Nueva Granada. En su narración, la Independencia no sólo era benéfica sino necesaria. Plaza escribió más de 400 páginas para sustentar su opinión sobre lo injusto, arbitrario, corrupto, inconveniente e insostenible que era el sistema colonial. Este edificio argumentativo en contra del periodo se asienta en los hechos de índole política, económica, científica e intelectual que ocurrieron durante el periodo de trescientos años que consideró un “profundo sueño”. En efecto, la alegoría al sueño, a la modorra, a la inmovilidad es transversal en la descripción de la Colonia. El análisis también enfatiza la nobleza y los sufrimientos de los indígenas, las atrocidades y la brutalidad de los conquistadores, las deficiencias de la administración económica de la Colonia y la injusta represión de los reclamos de los americanos. Con estos cuatro argumentos construyó su tesis central: la Colonia fue un periodo histórico inconveniente y nefasto que justificaba la reacción de la Independencia. La conclusión de las Memorias son las siguientes palabras: “Estas fueron las causas de la escisión americana, que produjo la mutación del sistema político, deponiendo notablemente a los mandatarios, que entonces no sabían ni a quién debían dar cuenta de sus acciones, ni a qué autoridad obedecer; porque todas nacían en el tumulto de las facciones y no tenían aliento ni para morir con honra. En el heroico alzamiento de la Nueva Granada no corrió una sola gota de sangre española que pudiera manchar las páginas de tan pura como gloriosa historia. En este día termina la historia de la Colonia, para abrirse enseguida un hermoso campo. La historia de los magistrados españoles finaliza, para convertirse en la historia de una nación libre e independiente. Otra pluma debe tratar esos gloriosos recuerdos”311.

En el contexto de las luchas liberales de mediados de siglo, su argumentación era pertinente pues se trataba de mostrar que la alternativa a las reformas propuestas por el liberalismo era un retorno a la sociedad de la Colonia. La Independencia había sido entonces un punto de quiebre necesario, sensato y conveniente. Las primeras décadas de la República, empero, habían fracasado en despertar por completo a la Nueva Granada del sueño colonial, pues, desconociendo su pasado, no habían tomado las medidas necesarias para lograr el bienestar. Así, las reformas liberales eran necesarias para que el país nunca retornara a un estado similar o peor al que había tenido durante el régimen colonial y asegurara el progreso.

310 311

Memorias para la Historia, cap. 27, p. 444. Memorias para la Historia, cap. 27, p. 445.

 

109

2.4. Análisis de temas recurrentes en las Memorias para la Historia El siguiente análisis del contenido de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada está dividido en cuatro secciones en las que discuto las cuatro temas recurrentes en la obra: el carácter de los indígenas; la Conquista como una empresa heroica pero guiada por la ambición desmedida; la Colonia como un periodo de estancamiento de trescientos años; y la Independencia como un suceso inevitable, impulsado tanto por las condiciones internas de la Colonia como por el “espíritu” de la época. Los temas recurrentes de la argumentación de Plaza van dirigidos a establecer que la Colonia, a la que dedica más espacio y detalle en su obra, fue un periodo inconveniente y de pobreza, tanto económica como intelectual, para los americanos, cuya obligación es asegurarse de que no se repita a través del apoyo a las reformas propuestas en el proyecto político de los liberales. 2.4.1. Los indígenas en las Memorias para la Historia Las líneas de narración sobre los indígenas son cuatro. En primer lugar, se trata su origen histórico, con el fin de incorporarlos a la tradición judeocristiana occidental y asimilarlos a los europeos. En segundo lugar, se describen su grado de “civilización” y sus costumbres de manera condescendiente o negativa. Esta valoración va desde describirlos como pueblos pacíficos, incluso “ilustrados”, pasando por su carácter guerrero, hasta llegar a considerarlos “salvajes”, utilizando como ejemplo de esto, entre otros, su canibalismo. Una tercera línea argumentativa en el relato es la que describe el régimen administrativo de los pueblos indígenas como “feudal”. Por último, el historiador enfatiza el efecto negativo que tuvieron tanto la Conquista como la Colonia en el carácter de los indígenas. En las Memorias, los indígenas son espectadores de los desarrollos tanto de la Conquista, de la Colonia y de la Independencia. Sólo tienen participación en la medida en que son sujetos de las decisiones tomadas por la autoridad española o son reprimidos por ésta. Los párrafos que el historiador dedica a los indígenas funcionan como imágenes pintorescas, bucólicas y románticas dentro de la narración cruda de los acontecimientos de la Conquista y la Colonia. Su opinión implícita es que se trata de grupos en un estado inferior de civilización, con muchos rasgos salvajes, que requieren de la intervención del europeo o del “blanco” para progresar. En el texto, Plaza se refiere a ellos como “indígenas”, “indios”, “naciones indígenas” o “aborígenes”. La primera mención a los indígenas se encuentra en el Discurso Preliminar. Aquí se aclara que “si su existencia hubiera marchado a la par con las viejas naciones de Europa, acompañándolas en su tránsito social por todas las peripecias que aquellas han tenido que

 

110

recorrer”, la historia de los indígenas ameritaría un “tratado completo filosófico”. Sin embargo, como la vida de éstos trascurrió “en la estrecha esfera del estado de naturaleza, en la limitada órbita de un país casi salvaje”, es “campo es más que suficiente el que consagramos al examen de su manera de ser”312. Esta afirmación pone el tono paternalista de lo que serán las evocaciones a los indígenas a lo largo del texto. Respecto a su origen, el historiador suscribe la teoría que los ubicaba como descendientes de Cam, hijo de Noé. Es decir, los incorpora a la tradición judeocristiana y los convierte en pueblos con una base cultural común con los europeos, de ese modo minimizando su “salvajismo”: “La historia filológica de los muiscas, desconocida enteramente por la falta de escritura en las naciones americanas, no ha permitido hacer disquisiciones profundas. No queda más sino la tradición, gracias al cuidado que tuvieron algunos misioneros en reducir a compendios las lenguas madres. A pesar de esta escasez de datos, se sabe que el muisca era un idioma armonioso, dulce, agradable, abundante en vocales y sinónimos, muy sentimental, y su sintaxis metódica y ordenada. De aquí algunos han querido descubrir un origen hebreo en las lenguas de América, otros les han fijado la analogía en el vascuence europeo, otros en el tchusktschí [sic] asiático y otros en el congo de África. Se observa, sin embargo, que las lenguas de la India occidental pertenecían a una civilización relativa y que en ellas se descubre el resto precioso del naufragio de generaciones muy anteriores”313 .

Sin embargo, desde el primer capítulo aclara que “no es nuestro intento dilatarnos en una disertación” cuyo fin sea “inquirir el origen de los habitantes del Nuevo Mundo” ni por cuáles medios y en qué época se pobló el continente y, por tanto “dejamos a los aficionados a estas disquisiciones metafísicas y casi siempre falibles el cuidado de consultar los autores que se han ocupado de esta materia”, aunque no señala quiénes son314. Esta aclaración permite entender que Plaza no consideraba el origen de los indígenas un tema de particular importancia para el relato, pues el enfoque de su obra era otro. Aún así, el capítulo 4º está dedicado en su totalidad a narrar “la situación [del hermoso país de Cundinamarca] antes del descubrimiento de los españoles”315, pues el historiador la considera necesaria para contextualizar el relato de la conquista de ese territorio. En este mismo capítulo se encuentran las descripciones más detalladas de los pueblos indígenas, en particular de los muiscas. Como ejemplos de su desarrollo y relativa “civilización”, el historiador explica que “la lengua chibcha, cuya habla era general en casi todos los pueblos del interior, se distinguía por su riqueza, claridad y precisión”. Lo mismo

312

Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. VI. Memorias para la Historia, cap. 1, pp. 6 – 7. 314 Memorias para la Historia, cap. 2, p. 7. 315 Memorias para la Historia, cap. 3, p. 39. 313

 

111

hace con el de los guajiros, otro de los pueblos a los que dedica atención más allá de un simple nombramiento: “De los diversos idiomas de estos indígenas, el guajiro ha sido reconocido por uno de los más sonoros y suaves. Su fácil pronunciación, la brevedad de sus vocablos, sin el confuso hacinamiento de consonantes en una sola palabra, ni la difícil inflexión de labios, ni la contracción nasal para pronunciar, le han dado y con justicia la supremacía sobre todos los dialectos indígenas de la costa. El habla de este idioma es muy natural, las vocales muy frecuentes, las palabras cortas, regularmente de dos o tres sílabas y muy raras que pasen de cuatro. De esta lengua se compuso un diccionario inédito, cuyo ejemplar existía en la biblioteca de la Academia de las Ciencias de Estocolmo”316.

La ambivalencia frente al grado de “civilización” de los indígenas se evidencia en su consideración de la lengua guajira al mismo tiempo como un dialecto y como un idioma en propiedad. Además, resalta que “es muy natural” y que incluso se le dedicó un diccionario, algo que pretende indicar su carácter de lengua formal. El historiador se asombra de encontrar en algunos lo que considera rasgos “ilustrados”. “Con respecto al gobierno civil y las instituciones del pueblo muisca, el código de Nemequene reformó la sociedad política. Este zipa, no menos guerrero que ilustrado para su época, después que elevó a su nación al más alto grado de esplendor posible, pensó ser el legislador de su patria.”317

Otros rasgos de su relativa “civilización” son su relación con las artes, de las que el historiador indica que “se hallaban poco adelantados, no obstante que las que conocían las trabajaban con primor” y sus necesidades domésticas, que eran pocas en atención a que “sus deseos y necesidades eran tan limitados, [que] sus utensilios domésticos se resentían de su vida inculta y así las vasijas de tierra endurecidas al calor del sol y otros muebles de madera, eran el único menaje de sus casas”318. Su actitud respecto a los indígenas representa una idea heredada de la posición social que ocuparon en la Colonia y que continuaron ocupando en la República. También se debe a la carencia de medios intelectuales, científicos y culturales para pensar sobre el tema; para considerar y analizar al otro. Las referencias abiertas su “salvajismo” son abundantes en las Memorias. En particular, el autor se concentra en resaltar su inclinación al canibalismo y al sacrificio humano. El tercer capítulo incluye la primera mención a estas dos conductas en el relato de la interacción de Pedro de Heredia con el cacique de los guatenas, un pueblo indígena asentado en las “cordilleras de las vertientes del río Sinú”:

316

Memorias para la Historia, cap. 3, p. 27. Memorias para la Historia, cap. 5, p. 57. 318 Memorias para la Historia, cap. 4, pp. 51-52. 317

 

112 “Heredia se aproximó a la puerta y el cacique en señal de amistad le presentó un niño que tenía en los brazos para que le sirviera de comida. Horrorizado, el gobernador le hizo significar que él no comía sino carne de monte, maíz y otras viandas y sobre todo lo que le complacía era el oro. El cacique volvió al interior de su caney y le regaló una hermosa lámina que pesó ocho libras”319.

En este extracto del relato, los indígenas son retratados en su doble condición de caníbales y de propensos al sacrificio humano para apaciguar la arremetida de los conquistadores. Esto ocurría desde antes de la llegada de los europeos, como lo indica el relato de que antes de una batalla entre el zipa y el zaque, se realizaron “fiestas y sacrificios humanos” y “las víctimas humanas sacrificadas a dioses ideales y todo género de libaciones antecedieron al clarín de la guerra”320. Esta práctica era dirigida por los ministros de la religión, “por cuyas manos se hacían las ofrendas y se presentaban las víctimas humanas”, siendo las preferidas “la ofrenda de algún mancebo natural de las vertientes de los Llanos y se que se hubiese criado en el templo consagrado al sol”321. El “salvajismo” de los indígenas también se encuentra en la constante necesidad de “pacificarlos”, “civilizarlos” o “reducirlos”, la mayoría de las veces con violencia, pero otras veces con actitud paternal. Las referencias a estas necesidades son numerosas. Por ejemplo, Plaza resalta que la labor de los jesuitas en el Nuevo Reino era meritoria pues ninguna otra orden monástica pudo rivalizarla en su “loable consagración para evangelizar y civilizar a las hordas idólatras” del Casanare322, mientras que los chimilas constituían una “belicosa nación” a la que Benalcázar debió vencer323, los taironas eran un grupo “belicoso” al que Heredia tuvo que “castigar”324, los pauras eran una “gente feroz” que vieron amenazada su independencia por parte de los muiscas325, los caribes “infestaban” el territorio del Atrato326 y los pijaos eran “indomables”327. Por otro lado, el historiador no duda en afirmar que los muzos eran “los indios más atrevidos, más ligeros y más celosos de su libertad”328 y que, “después de los mexicanos y los peruanos”, los muiscas eran “los más civilizados del Nuevo Mundo” y su carácter era “más humano”329. La caracterización de los sistemas administrativos indígenas como “feudales” es llamativa en la narración de Plaza, pues el sistema feudal es para él sinónimo de medieval, es decir, de 319

Memorias para la Historia, cap. 3, pp. 37-38. Memorias para la Historia, cap. 4, p. 46. 321 Memorias para la Historia, cap. 4, p. 49. 322 Memorias para la Historia, cap. 19, p. 315. 323 Memorias para la Historia, cap. 3, p. 35. 324 Ibídem. 325 Memorias para la Historia, cap. 7, p. 102. 326 Memorias para la Historia, cap. 19, p. 307. 327 Memorias para la Historia, cap. 15, p. 239. 328 Memorias para la Historia, cap. 7, p. 102. 329 Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. VII. 320

 

113

la cultura histórica anterior a la Ilustración, y por lo tanto negativa, y además es el mismo concepto que utiliza para describir algunas instituciones de la administración colonial española. Con la aplicación del término “feudal”, el historiador indica que se trata en ambos casos de sistemas administrativos regresivos, inconvenientes, estáticos y pre modernos. En el caso de los indígenas, el autor utiliza la calificación de “feudal” para indicar su estado incipiente de “civilización”. Por ejemplo, sobre la sociedad muisca dice que “su estado doméstico no presentaba sino el espectáculo de un horrible feudalismo”330, sobre los habitantes de Tubará dice que eran un “pueblo belicoso y feudatario”331, llama “feudatario” al cacique de Ubaté332 y califica al cacicazgo de Tunja como un “señorío”333. El último tema que toca el historiador respecto a los indígenas es el efecto que tanto la Conquista como la Colonia tuvieron sobre su carácter e incipientes formas sociales. En el relato, estos dos periodos son negativos y destructivos para los indígenas. Según el autor, la Conquista representó una debacle en el modo de vida de los indígenas: “Su robustez para resistir a las intemperies, su paciencia para las maniobras, su docilidad como vasallos y su valor en la guerra, eran los distintivos de esta raza en Cundinamarca. La Conquista influyó en su carácter moral, pues se tornaron pusilánimes, maliciosos y desconfiados, efecto de la impresión que recibieron con aquella, al ser reducidos por un pequeño número de blancos, que arrojaban el fuego y la muerte a una gran distancia, que montaban brutos veloces, y que les arrebataban sus propiedades, entregando cada año por vía de tributo una parte de su sudor y trabajo. La vida posterior comprueba la degradación de su ser”334.

Más que una derrota en el campo de batalla, la Conquista fue para los indígenas una derrota en el campo moral: “De entonces acá la degeneración de la raza ha seguido en progreso, influyendo notablemente en su carácter moral, tornándose pusilánimes, suspicaces, desconfiados, supersticiosos y profundamente hebetados, efecto natural de la grande época de la Conquista y cuya historia tradicional ha dejado hondas y terribles impresiones”335 .

Efecto de lo anterior es que durante la Colonia su papel se haya restringido a ocasionales rebeliones y las consecuentes represiones. Para el historiador, a pesar de que “la filosofía ha procurado (…) elevarle con sus luces y su civilización”336, los esfuerzos han sido en vano, y 330

Ibídem. Memorias para la Historia, cap. 3, p. 36. 332 Memorias para la Historia, cap. 4, p. 45. 333 Memorias para la Historia, cap. 4, p. 46. 334 Memorias para la Historia, cap. 4, p. 53. 335 Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, pp. VII – VIII. “Hoy el indio vive humildemente, viste como el último de la especie humana, no trabaja sino para sostener en ese mismo día su mísera existencia, se prosterna como un esclavo y tiembla a la vista de la raza blanca. La embriaguez es su vicio predominante, tal vez debido al horror de su suerte. El indio, destinado al ejército y frente al enemigo, rara vez avanza, casi nunca huye, es un autómata”. 336 Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. VII. 331

 

114

no hay entre ellos durante la Colonia “grandes fenómenos que observar, ni grandes caracteres que describir”337. Esta afirmación en las primeras páginas del texto deja entrever que no ocuparán un lugar preponderante en la narración. En efecto, en el relato nunca son incorporados en la sociedad, que a partir de entonces está conformada por los españoles y los criollos, y en la que los indígenas están sólo para rebelarse cada tanto y ser reprimidos sin remedio. 2.4.2. La Conquista en las Memorias para la Historia “Veremos a su tiempo los resultados de la ambición europea sobre las Américas, cuyos habitantes eran juzgados como bestias de carga y privados de razón, y su territorio como el botín del primer aventurero que llegase”338.

La teoría de Plaza respecto a la Conquista suscribe la noción de “guerra cruel y codiciosa” adelantada por los españoles. La idea implícita es que la Conquista fue una empresa española cuya principal motivación fue el lucro y en la que se llevó la crueldad a extremos. Sus víctimas fueron los indígenas, derrotados, exterminados y humillados por los conquistadores, a quienes, sin embargo, en varias ocasiones califica en términos respetuosos e incluso, de admiración. Si bien el historiador reconoce algunos esfuerzos por mitigar el impacto negativo de la Conquista, tales como el envío de visitadores y jueces y el trabajo de algunos religiosos, el cuadro general descrito es de irracionalidad y excesos. En su caracterización se destaca la asimilación de la Conquista con un régimen feudal cuyas marcas principales eran la crueldad y la codicia. Para sustentar sus argumentos, el historiador se enfoca en el relato de las expediciones de Conquista, en la personalidad de los conquistadores y en el desorden, corrupción y arbitrariedad que, en su parecer, permeó el periodo. En la narración, el periodo de la Conquista abarca unos 70 años, desde el cuarto viaje de Colón en 1502 hasta después de la fundación de la Real Audiencia en Santafé en 1550, cuando empezó a ser reemplazada de manera paulatina por la estructura administrativa de la Colonia. Según el historiador, “las expediciones de principios del siglo 15 en América no tuvieron por objeto una conquista social civilizadora”. Su principal motivación era encontrar lugares de los que extraer oro y explotar a los habitantes. Así, “allí donde se explotase más a los infelices indígenas, allí fijaban su residencia”. América representaba una “tierra de botín” cuya única función era “alimentar la codicia europea y dejar sobras para mantener con boato el cetro castellano”339. Las principales, o únicas, víctimas de las expediciones conquistadoras

337

Ibídem. Memorias para la Historia, cap. 7, p. 103. 339 Memorias para la Historia, cap. 22, p. 349. 338

 

115

eran los indígenas, cuya “funesta estrella [era] perecer por la bastardía de algunos codiciosos europeos, que empapados en sangre inocente tremolaban con una mano el estandarte de la civilización y la filantropía y con la otra levantaban el crucificado, para pillar, usurpar, y degollar en nombre de un Dios de mansedumbre y de benignidad”340. A pesar de lo anterior, las expediciones de la Conquista eran también heroicas, pues enfrentaban a un puñado de militares contra las “hordas” indígenas, cuyos conocimientos del territorio y de sus peligros eran superiores, sus prácticas caníbales eran de temer y su estado de “salvajismo” los hacía impredecibles. Los conquistadores, personajes principales del relato, son más o menos complejos en la narración. La actitud del historiador frente a ellos es en ocasiones de franco repudio, como cuando los señala de ser tan ignorantes en “las ciencias”, que “apenas podían dar una razón vulgar del territorio que ocupaban”341. Sin embargo, en otras ocasiones no duda en afirmar que “en la Conquista de la Nueva Granada hubo un concurso mayor de personas distinguidas de España que en las otras tierras descubiertas, incluyendo México y el Perú”342. Dos caracterizaciones significativas son las que hace de Alonso de Ojeda, por un lado, y de Gonzalo Jiménez de Quesada, por otro. Sobre el primero, reúne las características que para el historiador debía tener un conquistador: “Era de pequeña estatura, pero muy proporcionada y muscular; moreno, mas de hermosa y animada presencia y poseyendo una fuerza y agilidad extraordinarias. Experto en las armas, avezado a los sufrimientos, cumplido en todos los ejercicios militares y un excelente jinete. Ardiente de corazón, de espíritu independiente, valeroso en el pelear y tenaz e infatigable en sus proyectos. Estas nobles prendas estaban oscurecidas por una crueldad inaudita. Ojeda era el ídolo de sus camaradas, y muchos castellanos se embarcaron con él”343.

Nobleza y honor familiar, hermosura y distinción, experiencia en la guerra, resistencia en las penurias, habilidad y fuerza física, excelencia en la disciplina militar, valor, obstinación y carácter, todo cubierto por una “crueldad inaudita”. Castellanos como Ojeda fueron los responsables de que la Conquista se convirtiera en una empresa donde prevaleció “la codicia en todos sentidos y sólo se atendía al aumento de los provechos por los medios más indignos y criminales”344. Sobre Gonzalo Jiménez de Quesada las referencias son abundantes y el cuadro más rico en matices. El adelantado, como “jefe de la Conquista”, era “grande como los antiguos” (cap. 5, p. 64), justo al desaprobar “la conducta de los oficiales en la persecución de las tropas del zipa” (cap. 5, p. 66), reverenciado por los propios indígenas (cap. 5, p. 67), 340

Memorias para la Historia, cap. 5, p. 80. Ibídem. 342 Memorias para la Historia, cap. 5, p. 62. 343 Memorias para la Historia, cap. 1, p. 5. 344 Memorias para la Historia, cap. 1, p. 12. 341

 

116

desengañado por los mismos (cap. 5, p. 67), conspirador contra otros conquistadores (cap. 9, p. 140), contrario a los excesos de éstos (cap. 11, p. 162), pero autor de sus propios excesos (cap. 5, p.79; cap. 14, p. 215). El cuadro general sobre Quesada contradice la crueldad innata de los conquistadores, pues el adelantado era: “Firme y presto en sus resoluciones, de constante ánimo para llevar al cabo sus proyectos, sufrido en los trabajos y de una constitución orgánica privilegiada que enrobusteció [sic] más con la vida activa y llena de privaciones y fatigas que llevó por más de treinta años. De índole bondadosa y afable, de amena e instructiva conversación y de tal desprendimiento con los bienes de fortuna que sólo los buscaba por satisfacer su vanidad aristocrática y sostener con brillo la posición social en que estaba. Prueba de ello dio en su permanencia en Europa y los recursos pecuniarios que volvió a adquirir en la Nueva Granada los empleó con toda beneficencia en el socorro de las clases indigentes y en fundaciones filantrópicas, de las que no queda sino vaga noticia”345.

No es el único de este perfil. Pedro de Ursúa, por ejemplo, era “uno de los conquistadores de más grata recordación” en atención a su “valor caballeresco” y su “desinterés notable”346. A pesar de estos casos más o menos aislados, la crueldad de los conquistadores y el desorden reinante en la administración del territorio son en la narración las razones que motivaron el nombramiento de funcionarios de la Corona que ejercieran control: “Eran tantas y tan multiplicadas las quejas que la Corte recibía de los desafueros de los conquistadores, que fue preciso poner coto a las demasías de gobernadores y adelantados nombrándose visitadores y jueces de residencia en todos los países conquistados”347. El historiador le da especial relevancia al gobierno de Andrés Venero de Leyva quien, entre otras medidas, designó oidores como protectores de los derechos de los “infelices” indígenas, y determinó que existieran intérpretes de la “lengua de los naturales”348. El papel de algunos religiosos, como Bernardo de Lugo y su interés por comprender las costumbres y lengua de los indígenas es elogiado en las Memorias como ejemplo de conducta desinteresada. Uno de los escenarios más importantes de la crueldad y la codicia de los conquistadores era la encomienda, una institución que para el historiador constituía un “régimen feudal”: “Los primeros conquistadores se repartieron las tierras como botín de conquista y, bajo el título de encomiendas, se organizó una especie de régimen feudal, agobiando igualmente a la raza indígena con el tributo de capitación, impuesto ominoso y que equivalía a la marca de vasallaje que se ponía a los negros africanos”349 .

La comparación de la encomienda a un régimen feudal responde a que el historiador asociaba a este último como propio de la Edad Media, una época histórica que para la historiografía 345

Memorias para la Historia, cap. 14, p. 218. Memorias para la Historia, cap. 12, p. 190. 347 Memorias para la Historia, cap. 9, p. 140. 348 Memorias para la Historia, cap. 4, pp. 57 y ss. 349 Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. X. 346

 

117

decimonónica era sinónimo de oscuridad, estancamiento y obediencia; es decir, una época que representaba lo contrario de la Ilustración. Denominar a una institución feudal era atribuirle pertenencia a una época anterior, más primitiva, en la que predominaban valores que no eran aceptados por un liberal del siglo XIX. En el plano económico, el feudalismo era, a los ojos de un liberal como Plaza, contrario a la libre iniciativa y al individualismo, pues suponía hacer parte del “rebaño de los señores de feudo”350. Plaza comprendió la Conquista como el enfrentamiento violento entre los conquistadores y los pueblos indígenas, con los primeros llevados por la codicia y entregados a la crueldad y los segundos incapaces de defenderse. La narración suscribe la noción de una guerra cruel, guiada por la codicia y que marcó los siglos por venir. Si bien los conquistadores eran los artífices de la crueldad, también son valorados como héroes, dignatarios y nobles que en algunos casos perdieron la vida en la tarea de “pacificar” a los “salvajes”. La Conquista fue un periodo de desorden administrativo también, dominado por la arbitrariedad de los adelantados y gobernadores, quienes eran sujetos de un control difuso y selectivo. Los intentos por regularizar la empresa conquistadora fueron en su mayoría vanos, y ésta se desarrolló a través de instituciones que, como la encomienda, establecieron una “especie de régimen feudal” en el Nuevo Reino. 2.4.3. La Colonia en las Memorias para la Historia “Las disputas entre las audiencias, presidentes y arzobispos, y las rencillas de los visitadores y otros jueces de residencia con los primeros, suministra lo que forma la historia, casi en los dos siglos siguientes a la Conquista (…) No hay un solo rasgo que interese al filósofo, un progreso positivo que haga presagiar la ventura de la Colonia”351 .

La crítica a la Colonia es el eje central de la argumentación en las Memorias para la Historia. Es el periodo histórico al que le dedica el mayor espacio, profundidad y amplitud en su análisis, que empieza en forma a partir del capítulo 14, en la página 209, y se extiende hasta el final de la obra, en la página 445. En la narración, la Colonia comprende los siglos XVI, XVII, XVIII y principios del XIX, hasta 1810. Plaza desarrolla en 236 páginas el núcleo de su argumentación utilizando la retórica negativa, y la caracteriza como un periodo inconveniente, nefasto, de estancamiento intelectual, económico y político, y de represión a los americanos por parte de los españoles. La idea transversal, repetida de manera explícita a lo largo de la obra, es que la Colonia fue un “profundo sueño” del que era necesario despertar. El historiador usa la analogía del niño convertido en joven que debe “sacudirse” de una 350 351

Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. V. Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. X.

 

118

“tutela gravosa e incómoda” para así llegar a la adultez y representar la situación de las antiguas colonias frente a la metrópoli352. En su narración la Colonia era la forma de España de mantener a los americanos “en las fajas de la infancia”353, pero estos últimos, empujados por “raros genios” que descollaron “sobre la turba hebetada”354, lograron despertar del régimen que se les había impuesto. La forma como se trata al periodo en las Memorias para la Historia es entonces a la vez un recordatorio y un llamado. Por un lado, busca que la gente cuente con una memoria, una obra histórica, de lo que fue ese periodo “oscuro” con el fin de no olvidarlo y no repetirlo. Por otro, es un llamado, en el contexto de las reformas liberales de mediados del siglo XIX, para que los neogranadinos se aseguren de abrazar la causa del liberalismo y darle la bienvenida al progreso económico, político e intelectual que prometía la corriente política de la que Plaza era historiador y publicista. Para él, los distintos regímenes políticos después de la Independencia habían fracasado en superar la estructura colonial por pretender más de lo que era alcanzable, tal como sostiene en Mis opiniones al referirse a la Convención de Cúcuta: “La constitución de Cúcuta supuso virtudes, conocimientos prácticos en las teorías republicanas, y una mutación completa en las costumbres; sobre estas bases que desgraciadamente no existían ni pueden existir, se elevó el edificio majestuoso de una institución absolutamente democrática que años después fue el juguete de las pasiones humanas”355.

Por eso, para Plaza y los de su generación y filiación política era necesario ubicar a las reformas liberales en perspectiva histórica bajo la cual se hiciera evidente su oportunidad, conveniencia y lógica. La crítica a la Colonia funcionaba para este propósito pues representaba no sólo el periodo más largo de la historia neogranadina, sino el origen de la mayoría de los males del país. Para los liberales, el periodo se había caracterizado por promover una serie de principios y valores opuestos a la libertad y al progreso. Entonces, toda la argumentación contrapone el estancamiento colonial, la postración, con el dinamismo tanto de la Independencia como de la Ilustración. En este contexto, las reformas liberales deben ser acogidas y promovidas para garantizar que el país jamás vuelva a una situación parecida a la que vivió durante la Colonia. La introducción de Leyes Nuevas de 1542 para el buen gobierno de los indios había sido un paso importante en el tránsito entre Conquista y Colonia, pues permitió regularizar la conducta de adelantados y gobernadores y controlar sus desafueros. A partir del capítulo 12,

352

Memorias para la Historia, Introducción, segunda página. Ibídem. 354 Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. XI. 355 Plaza, Mis opiniones, ob.cit., p. 13. 353

 

119

el término para llamar al dominio español sobre el Nuevo Reino deja de ser “Conquista” para ser “Colonia”. El primer paso político en firme hacia la consolidación de esta última es la creación de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá en 1550: “El estado lamentable en que se hallaban todos los ramos de la administración pública, los disturbios incesantes que promovía la audiencia y la guerra encarnizada que se juraban los visitadores y los togados de aquella, lo que daba lugar a un proceder infinito en materia de residencias, movieron al Consejo de Indias a consultar al rey tomase una medida vigorosa para contener ese malestar que aquejaba a la Colonia y le aconsejaron la necesidad de crear un destino que encerrase atribuciones más extensas y más autorizadas y pusiese límites a los desafueros de los demás magistrados”356.

Pero ni la creación del cargo de “gobernador y capitán general de la Nueva Granada”, independiente del virrey del Perú, ni la posterior constitución del Virreinato en 1717, serían suficientes para que la Colonia dejara de ser otra cosa que un periodo de estancamiento, postración y desgracias. La siguiente es la descripción del estado de la Colonia en 1597, casi medio siglo después del establecimiento de la Real Audiencia: “La Colonia seguía con un paso tan lento en su nueva vida social que apenas se notaba la raya que había entre el estado selvático y el de la civilización, que sólo se refería a los actos de la asociación humana, extirpando las costumbres bárbaras de los aborígenes. El triunfo del evangelio era la única conquista positiva de que se debía gloriar la civilización en América pues, por lo demás, todo era menguado y no presagiaba adelantos que consolasen al filósofo ni al político y las mismas costumbres de los ministros del santuario, no eran a la verdad muy conformes con las máximas que predicaban”357 .

La Colonia es desde su inicio una época de “opresión y oscurantismo” que continuó al “siglo de sangre y lágrimas” que fue la Conquista358. La principal evidencia del estancamiento y la postración propios de la Colonia radica en el aspecto económico. Para un liberal decimonónico, el progreso se media, ante todo, en el desarrollo económico de una sociedad. Desarrollo en este contexto debe entenderse como generación de riqueza. Así, Plaza se enfoca en las rentas, el comercio, los tributos, el manejo de la hacienda, la explotación minera, los monopolios y el recaudo de impuestos como temas fundamentales de la economía colonial. Las críticas del historiador en esta área casi siempre están apoyadas en cifras que presten fiabilidad. Por ejemplo, sobre las rentas fiscales señala: “El estado de las rentas fiscales yacía en un abandono deplorable, muy pocas de estas regularizadas y las demás entregadas a manos ávidas. El ramo del tabaco, que después formó una parte de la riqueza pública para el erario, estaba en su infancia, porque planteado por primera vez como vía de ensayo y en calidad de arriendo, apenas producía en todo el Virreinato, inclusos los países de la presidencia de Quito, la suma de cien mil pesos anuales (…) el estanco de este 356

Memorias para la Historia, cap. 14, p. 210. Memorias para la Historia, cap. 15, p. 233. 358 Memorias para la Historia, cap. 27, p. 443. 357

 

120 vegetal, entregado también en arriendo en las provincias del Chocó y Popayán, sólo producía la miserable cantidad de dos mil pesos anuales”359 .

En otro aparte, describe el efecto positivo que tuvo sobre el comercio colonial la eliminación del monopolio mercantil de los galeones y flotas en 1778, pues se “abrió al libre comercio entre la madre patria y sus colonias”: “Merced a esta mejora económica, los derechos de introducción y extracción importaron en 1783 la suma de 284.075 pesos y en el 1788 ascendieron a 313.837 pesos. Así también y cuando en 1784 la extracción de frutos del país sólo señaló la cifra mezquina de 30.791 pesos de valor, en 1788 produjo la lisonjera de 247.049 pesos. El añil, el algodón, la cochinilla, la ipecacuana, la zarzaparrilla, el cacao y otros efectos ya comenzaban a exhibirse como parte de la riqueza del país”360.

Pero donde más utiliza datos para sustentar su crítica es cuando habla del estado de las minas en la Colonia. Plaza consideraba que el potencial minero de la Nueva Granada la hacía susceptible de convertirse en “la más rica productora de oro”, ubicándose al lado de las “primeras naciones europeas” en cuanto a desarrollo y riqueza. Por eso, en un comentario que va dirigido tanto a la administración colonial como a la republicana, censura que “los gobiernos todos de esta tierra” hayan omitido darle a esta área económica especial cuidado: “La provincia del Chocó podría producir por sí sola, según el cálculo de un hábil extranjero, más de veinte mil marcos de oro de lavadero, si al poblar esa región se fomentase la agricultura (…) El oro de Antioquia no es sino de ley de 19 a 20 quilates de fino y en Barbacoas por lo común es de 21 quilates: la riqueza media del oro del Chocó es de 20 a 21 quilates (…) Calculaba el virrey que la cantidad que figuraba como capital social en numerario del país, alcanzaba la suma de dos millones de pesos”361.

Otro tema recurrente es su crítica a los monopolios, que considera uno de los principales obstáculos al florecimiento del comercio, la industria y el progreso: “El monopolio era la gran palabra de los estadistas de ultramar, era el talismán financiero que debía engrosar las arcas reales. Allí donde se encontraba un fruto de estimación, allí el soberano se constituía de comerciante exclusivo para comprar y vender esa especie. Apenas el uso del tabaco se hizo una necesidad facticia, prontamente la Corona lo convirtió en especulación privativa, ahogando las fuentes de la prosperidad de la Colonia y poniendo un obstáculo al desarrollo de esa industria con notable perjuicio del mismo soberano”362.

En su opinión, el monopolio era un sistema que perjudicaba a la propia Corona, ansiosa de beneficiarse de manera exclusiva de la explotación y el recaudo de un área económica, pero obtusa para consultar intereses más amplios.

359

Memorias para la Historia, cap. 19, p. 307. Memorias para la Historia, cap. 22, p. 356. 361 Memorias para la Historia, cap. 22, pp. 354-356. 362 Memorias para la Historia, cap. 22, p. 362. 360

 

121

La crítica al sistema económico colonial intenta pasa entonces por retratarlo como regresivo, pre moderno, estático, ineficaz, monopolístico y complicado, debido al afán de la metrópoli por mantener el control total. La alternativa que se presenta de forma explícita es el libre comercio, el libre intercambio de bienes y servicios y la libre participación de los gobernados en la economía. Esta es, por supuesto, una alternativa propuesta por el historiador desde su condición de liberal. El estancamiento y la postración colonial también es presentado a través de la marginación de los criollos de la administración. Según el autor, sólo algunos criollos, aquellos de las familias más prestantes, podían aspirar a formar parte de la burocracia colonial. Aún así, cuando eso ocurría, “hasta los inferiores puestos en las audiencias, las gobernaciones y grados medios en la milicia eran esquivados a los colonos”363. Según el historiador, los criollos eran tan españoles como los nacidos en la península ibérica. Por eso, no duda en llamar a los criollos “descendientes de los conquistadores”, “compatriotas de los españoles”, “españoles trasladados a la tierra americana”, miembros de una misma “nación hispano-americana” e “hijos de ultramar”364. Su exclusión de la administración le resulta injustificada y dañina para los americanos, pues las decisiones que se toman desde la península con dificultad se ajustan a los requerimientos en la Colonia. A diferencia de lo argumentado por historiadores conservadores como Groot años después, Plaza no encontró en la Colonia un periodo de paz sólo turbada por episodios de desavenencias entre funcionarios de la Corona y miembros del clero365. La interpretó como un periodo de profundo estancamiento en el orden político, cultural y, sobre todo, económico. Esta situación, aunada a influencias externas como las ideas de la Ilustración, condujo a la represión de la población y terminó por producir la rebelión contra la autoridad colonial. Esa es la razón que da, por ejemplo, para explicar el levantamiento de los comuneros. Lo que el autor está más interesado en transmitir con su narración de la Colonia es que se trataba ante todo de un sistema injusto desde el punto de vista político e inconveniente desde el punto de vista económico. La retórica negativa respecto a la Colonia sirve para justificar la Independencia. Esto resultaba necesario hacia mediados del siglo XIX ante voces críticas que empezaban a alzarse contra ella desde el sector político conservador. La justificación le sirve para presentar las reformas de mediados del siglo bajo una luz favorable, pues para los liberales éstas eran 363

Memorias para la Historia, cap. 27, p. 443. Memorias para la Historia, cap. 27, pp. 443 – 444. 365 Cfr., Sergio Mejía, El pasado como refugio y esperanza, ob.cit., p. 170. 364

 

122

necesarias para alcanzar el progreso, en especial económico, pospuesto desde 1810 a consecuencia de las decisiones equivocadas de los gobiernos republicanos desde entonces. Plaza actúa aquí como vocero de un proyecto republicano y liberal. Si la Independencia fue justa y conveniente, las reformas del medio siglo lo serían aún más, pues eran el complemento de la separación de España. Las ideas liberales actuaban como el impulso que necesitaba un país que ya había conseguido su soberanía pero que aún tenía mucho que andar para alcanzar el progreso. 2.4.4. La Independencia en las Memorias para la Historia “En este día termina la historia de la Colonia, para abrirse enseguida un hermoso campo. La historia de los magistrados españoles finaliza, para convertirse en la historia de una nación libre e independiente”366 .

Si bien la Independencia no es tratada de manera explícita en las Memorias, el texto entero puede verse como una narración de sus antecedentes. En particular, el autor describe las causas inmediatas, es decir los hechos que ocurrieron entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX y que precipitaron un acontecimiento que era, en su opinión, inevitable: “Ya desde la grande época del movimiento de Independencia allá en las riberas del Delaware y desde la del terror en Francia, habían saldo torrentes de luz para el mundo de Colón. Pero sólo penetraron algunos destellos de libertad que ilustrando a algunos americanos en las ideas de una mejora política y social, formaron ya el foco luminoso que debía gradualmente ir extendiendo su periferia hasta alumbrar el nuevo continente con una luz solar. Aquellas ideas concebidas confusamente y propaladas con precipitación engendraron proyectos inoportunos formados en corazones devorados por el fuego patrio y que debían encallar por su misma naturaleza. Pero el siglo de los vaivenes sociales ya iluminaba con sus crepúsculos el horizonte americano, y el grandioso acontecimiento de la emancipación política que estaba escrito en el libro de los destinos de la tierra, debía resolver los problemas más importantes para la humanidad”367 .

Es decir, aunque el historiador no entra al detalle de describir la guerra de revolución, pues considera que “otra pluma debe tratar esos gloriosos recuerdos”368, toda la argumentación de la obra está dirigida a justificar y, en sus palabras, a “despejar dudas” sobre su conveniencia. La narración que hace de la Conquista y la Colonia tiene la intención de que el lector llegue al final de la obra entendiendo que “la emancipación fue la única áncora de salvamento para los hispanoamericanos”369. En los últimos tres capítulos, reúne las razones que los americanos tenían para independizarse y describe los últimos años del gobierno colonial. Su argumentación se sustenta, de forma principal, en mostrar la irrupción de las ideas ilustradas 366

Memorias para la Historia, cap. 27, p. 445. Memorias para la Historia, cap. 27, p. 443. 368 Ibídem. 369 Memorias para la Historia, cap. 27, p. 444. 367

 

123

en la Nueva Granada y la forma cómo la sociedad entendió, por fin, lo injusta e inconveniente que era su situación y actuó en consecuencia. En los términos del historiador, el fin de la Colonia y la emancipación de España fue un proceso por el cual los americanos despertaron de un profundo sueño de trescientos años gracias a la luz de la Ilustración. Plaza analiza y explica la Independencia de dos formas. Primero, como un acontecimiento que, si bien hunde sus raíces en todo el periodo colonial y en los desafueros de la Conquista, tiene como principal impulsor las ideas del siglo XVIII que, por una parte, fueron difundidas por las “almas privilegiadas” de la sociedad y, por otra, encontraron apoyo en los países de Europa. Para un liberal, las ideas del siglo XVIII que estaban detrás de los acontecimientos del siglo XIX eran las de la Ilustración por sobre cualesquiera otras y, en particular, las nociones ilustradas de libertad y razón. En segundo lugar, de manera implícita, como un movimiento de ideas que sirvió para lograr la constitución en República pero que resultó insuficiente para garantizar el tan anunciado progreso social. Esta posición es evidente desde textos anteriores, como Mis opiniones, donde señala que la Independencia no supuso la entrada en la época de progreso que se suponía le seguiría, en parte por la inexperiencia de la generación que la realizó y en parte por sus pasiones y mezquindades: “Sin conocimientos en el derecho público, sin experiencia, y seducidos por ejemplos antiguos y modernos, se parodiaron repúblicas allí donde existían virreinatos y capitanías generales: en unas partes se tradujeron constituciones de países distintos en religión, idioma y costumbres: en otros se sancionaron como principios constitutivos de un buen gobierno las teorías peligrosas e irrealizables de los códigos Sansculótides, y en este caos de principios, sin legislación, porque era prestada la que existía, sin ejemplos, porque todo era nuevo, sin milicia, porque esta era auxiliar, sin marina, porque esta era española, a pesar de que fuese creada con los tesoros de América; despertadas pasiones y celos de todo género, y con una oposición tenaz para la efectividad de tamaña empresa, por parte de antiguas habitudes de privilegios arraigados, y de la existencia de muchos enemigos de la Independencia, debía encallar como encalló la obra de la misma naturaleza”370.

Entonces, las reformas liberales de mediados de siglo fungían como el complemento de la Independencia de 1810. Claro está, era necesario demostrar la justificación, oportunidad y conveniencia de la Independencia porque de lo contrario las reformas liberales de mediados del siglo perderían legitimidad y credibilidad. Su alegato en contra de la Colonia hace parte de un discurso realizado desde su posición liberal y uno entre los cuadros reformadores en el gobierno de José Hilario López. A Plaza lo que más le interesa en su defensa de la Independencia no es ella en sí misma, pues ya había ocurrido hacía cuatro décadas para cuando escribió las Memorias para la Historia. Lo que busca es promover, por medio de su interpretación, la agenda republicana del gobierno liberal de López, que apenas empezaba su 370

Plaza, Mis opiniones, ob.cit., p. 10.

 

124

camino y que necesitaba un fundamento histórico que contribuyera a aumentar su legitimidad necesaria de cara a una serie de reformas difíciles. La narración de los hechos de la Independencia comienza en el capítulo 25, cuando el autor introduce el cambio de “ánimo” de los neogranadinos respecto al gobierno colonial que, sostiene, procedía de “las novedades políticas del tiempo de Ezpeleta”371 y que incluían “el fomento de los intereses materiales al desarrollo de la prosperidad de la Colonia, el interés por la instrucción primaria” y sus “bien meditadas ideas económicas”372. Se atribuye a Ezpeleta una “mano protectora e ilustrada”, llena de “vigor y de lozanía, no vista antes, ni aún soñada”: “Presagió otra ventura a la Colonia y comenzó a despertar a los habitantes de ella, quienes ya pensaron que podían emanciparse en un periodo no muy remoto y que para su logro conveniente era sembrar el terreno con semilla fructífera”373. Durante el virreinato de Ezpeleta, Nariño publicó en Santafé los Derechos del Hombre y del Ciudadano que, de acuerdo con la narración, fue circulada “entre los jóvenes ilustrados y otros patriotas” e influyó de manera definitiva en el surgimiento de “ideas revolucionarias”374. El autor exime a Ezpeleta de responsabilidad en el posterior juicio del santafereño y se lamenta de que en su “ilustrado y humano gobierno” se hubiera presentado semejante persecución375. El ilustrado gobierno de este virrey fue más conducente a la Independencia que la insurrección de los comuneros, pues tuvo repercusiones mayores en la economía, la educación y la política. Las reformas que se introdujeron entonces permitieron a los granadinos vislumbrar la conveniencia y beneficios de emanciparse de España. Entones empezaron a despertar del “sueño” que suponía la Colonia. El historiador pone especial énfasis en las ideas ilustradas como motor de la revolución. No se trata únicamente de inconformidad con la autoridad en asuntos de impuestos o la repartición de encomiendas, sino que se necesita, además, haber sido “iluminado” por la razón, la ciencia y la libertad para poder acometer una empresa como la Independencia. Según el historiador, este tipo de empresa es iniciada por unos pocos para convertirse en una iniciativa acogida por toda una sociedad, a influencia de las ideas ilustradas: “Entonces, como por encanto descuellan por sobre la turba hebetada del pueblo raros genios que en el oscuro rincón de sus gabinetes agitaban las cuestiones de alta política, penetraban en los 371

Memorias para la Historia, cap. 25, p. 403. José Manuel de Ezpeleta y Galdeano ocupó el cargo de virrey de la Nueva Granada entre 1789 y 1797. Murió en Pamplona, España, en 1823. 372 Memorias para la Historia, cap. 23, p. 370. 373 Memorias para la Historia, cap. 23, p. 377. Plaza sólo critica a Ezpeleta por “dar cumplimiento a las órdenes de la corte prohibitivas de todo comercio extranjero”, aunque matiza diciendo que el virrey tenía pocas alternativas a la obediencia. 374 Memorias para la Historia, cap. 23, p. 379. 375 Memorias para la Historia, cap. 23, p. 379.

 

125 misterios de las ciencias y se adelantaban a formar proyectos grandiosos, basados sobre la Independencia nacional”376.

Que la Independencia haya ocurrido a principios del siglo XIX no fue casual. El historiador suscribía la noción según la cual “cada siglo encierra en su seno al siglo siguiente” e, incluso, la consideraba un axioma de la ciencia social que encontraba sustento en “la historia de todos los gobiernos, de todos los tiempos”, como lo muestra en el siguiente pasaje: “A la época de los Pelayos y Ramiros, en que las virtudes y el amor a la patria fueron peculiares, se sucede el de los triunfos gloriosos sobre las huestes agarenas y el de las conquistas transoceánicas. A tamaña altura el poder castellano, comienza el desplome de esa grandeza y Carlos deja al siglo de los Felipes el triste empeño de asistir a los precoces funerales de las glorias de sus antepasados. Para la América asomó el periodo de la Conquista, siglo de sangre y de lágrimas y en pos de él vino el de la opresión y el oscurantismo, que despertó en su último decenio a los colonos que yacían en el letargo de la muerte política. Forzoso era, pues, que las semillas que fecundizó en su seno el siglo XVIII brotaran un fruto lozano y precoz, marcando el carácter del siglo XIX tanto en Europa como en América”377.

En su concepción histórica, los siglos están marcados por ideas directrices que conforman su “carácter” e influyen en las acciones y las decisiones de quienes están en posiciones de poder. Así, define las “épocas” de la historia del mundo por sus líderes (así, habla de “Régulos, Antonios, Ramiros, Pelayos, Felipes”, etc.) que, a su vez, están definidos o limitados por las ideas que atraviesan la época. Así, en su teoría histórica, era lógico que el siglo XIX fuera el siglo de la Revolución y, más importante, de la libertad, pues el anterior había sido el siglo de las luces, del despertar del hombre, de los primeros empeños de rebeldía en contra del despotismo y la arbitrariedad, las características definitorias del desorden colonial según el historiador. Fueron esas ideas las que determinaron que al cabo del periodo colonial “todo fuera movimiento”378, siguiendo con el tema de estancamiento y postración, características de la Colonia, frente al dinamismo y movimiento de las ideas, la Ilustración y la libertad (de conciencia, económica y política). En las décadas de 1790 y 1800, Plaza resalta los trabajos de Caldas, Lozano, Frutos Gutiérrez, José Manuel Restrepo, Joaquín Camacho, José María Salazar y José Celestino Mutis como ejemplos del renovado movimiento intelectual ilustrado en el Virreinato. Su papel fue fundamental, pues: “Muy difícil es que el espíritu se levante a altas meditaciones en países en que los gobernantes nada hacen para mejorar la suerte de los pueblos. Estímulo necesitan esas almas privilegiadas, estímulo de opinión y de gloria que las aliente y las eleve hasta las regiones en que las puedan sostener sus alas. Sepultada la Colonia en la más profunda modorra y hundida en las tinieblas de la 376

Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, pp. XI-XII. Ibíd., pp. 442 – 443. 378 Memorias para la Historia, cap. 26, p. 410. 377

 

126 ignorancia, la aparición de estos hombres en el teatro de las ciencias parecía más bien un ensueño, una quimera. El mortífero soplo del solano debía agotar hasta la semilla, si la providencia en sus recónditos arcanos no hubiera preparado un camino secreto e ignorado para redimir a la Colonia de yugo tan vilipendioso”379.

Estos hombres actuaron como los “revulsivos” de una sociedad que se encontraba “postrada” y “dormida” bajo el sistema colonial. Según el historiador, “la elocuente voz de muchos hombres distinguidos había llevado la convicción de la justicia aún a los espíritus más indolentes, más egoístas y más incrédulos”380. Imbuidos de ideas ilustradas, estos hombres actuaron en todas las áreas de la sociedad: la política, lo militar, la literatura, la historia, la geografía y la ciencia. Para Plaza, la Independencia fue un proceso necesario, oportuno y conveniente. Así lo afirma en múltiples ocasiones, llamándola, entre otras, “la única esperanza de salud que quedaba” y “la única que debía hacer rayar la aurora de días claros y venturosos” para América381. Sin embargo, lo consideró también incompleto en el sentido de que no fue con ella que la Nueva Granada alcanzó el progreso ni el dinamismo político y económico que se esperaba. Para los liberales este progreso sería alcanzado al fin a través de las reformas que promovieron a mediados del siglo. Así pues, el historiador narra la Independencia como un proceso inicial y necesario para el cambio de la sociedad pero que requería de un proyecto republicano y liberal para lograr su plena realización. 2.5.

Fuentes de la obra

Las Memorias para la Historia no incluyen un apéndice bibliográfico y es necesario rastrear las huellas de sus fuentes entre las líneas de la narración. Las principales fuentes utilizadas en la obra fueron crónicas y manuscritos de la Conquista y de la Colonia y documentos oficiales, tales como relaciones de mando, leyes u ordenanzas. El autor también menciona haber recurrido a tradiciones orales para complementar la narración. Las fuentes sirvieron para hilar la narración de los hechos de la Conquista y del establecimiento de la Colonia, así como sustentar sus argumentos con cifras y datos exactos. Plaza ha sido criticado desde el siglo XIX, ante todo por José Manuel Groot, por haber tenido una aproximación poco rigurosa a sus fuentes382. No obstante, la forma como el 379

Memorias para la Historia, cap. 26, p. 412. Memorias para la Historia, cap. 27, p. 432. 381 Memorias para la Historia, cap. 27, p. 430. 382 Sobre las críticas de Groot, ver: Sergio Mejía, El pasado como refugio y esperanza: La historia eclesiástica y civil de Nueva Granada de José Manuel Groot, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 2009, pp. 160 – 162, 173, 194, 277 y 388. El lugar común contra Plaza es repetido por Bernardo Tovar, La Colonia en la historiografía colombiana, Bogotá, ECOE, 1990 y Jorge Orlando Melo, Historiografía colombiana: realidades y perspectivas, Medellín, Marín Vieco, 1996. 380

 

127

historiador se acercó y utilizó la información que tenía disponible en unas fuentes no catalogadas ni organizadas de manera sistemática resulta encomiable sobre su capacidad de buscar en archivos y recopilar datos. Esta habilidad es evidente desde la publicación a mediados de la década de 1830 del Almanaque o Guía de Forasteros, en el cual recogió de manera sistemática datos dispersos e información difusa en un libro en el que ofreció lo que él entendía como un panorama de la organización de la administración pública, el funcionamiento del Estado, la sociedad neogranadina e, incluso, la composición de las familias reales europeas. Sobre la recolección de información para las Memorias, señala en la Introducción: “Las primeras huellas en los tiempos de la Conquista las hemos podido seguir hasta 1560, apartando los cuentos maravillosos y escogiendo por lo menos lo verosímil, cuyos hechos hemos ordenado de muy distinta manera; pero abandonados desde esa época por toda luz histórica, el afán ha sido extremo y hemos tenido que recoger las inspiraciones de fragmentos inéditos sobre determinados suceso, arrancar de distintas obras una que otra noticia conducente a nuestra empresa, reunir lo poco y muy diseminado que se encuentra en nuestros archivos, y beber algo de tradiciones orales que cuidadosamente hemos conservado en nuestra memoria”383 .

Aquí da luces sobre las fuentes que utilizó y los archivos. También menciona haber recurrido a algunas tradiciones orales, que se verán en algunos apartes de las Memorias. En la misma sección comenta sobre las dificultades de la selección de las fuentes: “Pocos son los trabajos históricos en que hemos podido hallar algunas noticias acerca de estos países y por lo común tan diminutas, tan descarnadas y tan faltas de criterio, que ellas no llenan el interés de quien se tome la pena de leerlos y más de una vez hemos arrojado la pluma, perdida la esperanza de cumplir nuestro propósito. Afanosa, pues, ha sido nuestra labor, teniendo que leer muchos fárragos y ojear una infinidad de documentos para extraer de esa lectura aquello que aparecía más acorde generalmente y conforme con la verdad de los hechos”384.

Los principales criterios para la escogencia de sus fuentes era su credibilidad e imparcialidad. La cuestión de la veracidad era también muy importante en la selección, pues el historiador consideraba que los documentos sobre el pasado del país estaban llenos de “fabulosas tradiciones y mentidas relaciones” y de “cuentos maravillosos” de carácter inverosímil385. Una de las formas de remediar el problema de la veracidad en las fuentes era recurrir a testigos directos de los hechos. El carácter testimonial de las fuentes es evidente pues, teniendo en cuenta que recurrió a los cronistas y relatores de la Conquista y la Colonia, muchos de los hechos que incluye en las Memorias fueron descritos por quienes los presenciaron. Así ocurre, entre muchos otros, con la narración del episodio del oidor Andrés Cortés de Mesa, presenciado en el siglo XVI por Juan Rodríguez Freyle, o con los relatos de 383

Memorias para la Historia, Introducción, primera página. Ibídem. 385 Memorias para la Historia, Introducción, primera página. 384

 

128

la lengua y las costumbres de los chibchas, narrados por fray Bernardo de Lugo. Por ejemplo, dice que Gonzalo Jiménez de Quesada era “un testigo coetáneo, fidedigno e imparcial”, lo cual reúne las características más importantes que para el historiador debía tener una fuente: presenció los hechos, era fiel en su descripción de ellos, y no se dejaba llevar por las “pasiones” al hacerlo. En el manejo de las fuentes el criterio de imparcialidad era flexible, pues podía remediarse con la imparcialidad del historiador. Es decir, la fuente podía adolecer de parcialidad, retratar “pasiones”, pero si el historiador, narrador imparcial, lo advertía y la manejaba en consecuencia, podía ser útil para sustentar el relato. Cuando el mismo adelantado hace una descripción desfavorable de uno de los personajes más respetados por Plaza, el historiador lo corrige: “Aunque el testimonio de Quesada es sobremanera respetable, por el carácter del personaje que habla y tan autorizado en la sana crítica por haber sido el jefe de la Conquista y hombre no común en prendas de espíritu, debemos en el particular pensar de otra manera (…) La narración del mariscal tiene sus fuertes tintas de pasión en este retrato y, sin negarlo todo, sólo le debemos conceder que haya algo de verosímil (…)”386 .

Respecto a la credibilidad, ésta era definida por Plaza con base en su conocimiento de la obra de los autores y la manera en que narraban los hechos. Jiménez de Quesada, entonces, era creíble por ser “respetable” y por su posición en la Conquista. Teniendo en cuenta el carácter ideológico y proselitista de las Memorias para la Historia, lo que para el historiador liberal “aparecía más acorde y conforme con la verdad de los hechos” es lo que no contradecía sus particular interpretación de la Conquista y de la Colonia. Creíbles eran también algunos de los misioneros, pues habían realizado labores que nadie más se animó a realizar en su época, ni después. Sus obras fueron de especial importancia, y Plaza da especial crédito a “los trabajos filológicos de estos operarios evangélicos”387, sin los cuales la mayor parte del conocimiento de la lengua de los indígenas se habría perdido. No todos los prelados recibieron su reconocimiento, como lo demuestra su crítica a Lucas Fernández Piedrahita: “Este prelado granadino pervirtió la veracidad de la historia, adoptando un confuso fárrago de consejas sin criterio y logrando sólo el honor del hacinamiento de esos cuentos populares, consignados por otra parte en cántigas y en relaciones maravillosas inéditas. Sin embargo, a este prelado le debemos la colección de hechos históricos que, sin su laboriosidad, naturalmente se habrían perdido muchas noticias importantes”388.

Además de ser testigo, la fuente debía escribir con “criterio” para ser confiable y considerarse verosímil. Para el historiador, este criterio incluye la forma en la que se escribe la historia, y

386

Memorias para la Historia, cap. 14, p. 214. Memorias para la Historia, cap. 19, p. 310. 388 Memorias para la Historia, Discurso preliminar, p. XI. 387

 

129

no lo tiene la obra que, como la de Piedrahita, se reduzca a “un confuso fárrago de consejas” cuyo único mérito es hacinar en un texto los “cuentos populares” derivados de “cántigas y relaciones maravillosas inéditas”. El “criterio” tiene que ver con un lenguaje formal, claro y sobrio que no se preste para perpetuar las “fabulosas tradiciones y mentidas relaciones” de los que estaban compuestos, en su opinión, gran parte de los documentos sobre la Nueva Granada. Por esto, el autor pone gran énfasis en la descripción de cifras y hechos económicos, lo que a la vez constituye un ejemplo de la aplicación de análisis estadístico tal como se entendía en el siglo XIX y una muestra de su experiencia e interés en el estudio de la hacienda pública, en la que había trabajado desde la década de 1820 y en la que también su padre había trabajado a principios de siglo. Así, se refiere con propiedad y en detalle a la creación de diversos impuestos y al sistema tributario colonial, al aumento o descenso de exportaciones e importaciones en el siglo XVIII, critica el establecimiento de estancos, el estado de las minas en el Chocó, Muzo y Antioquia y ataca las restricciones a las exportaciones impuestas por España. El análisis económico que atraviesa gran parte del análisis histórico en las Memorias está sustentado por la utilización de normas, registros comerciales de exportación e importación, registros de explotación minera, censos y catastros. Todas estas eran obras le resultaban creíbles pues eran testimoniales, verídicas y con criterio. A continuación me refiero a las principales fuentes utilizadas en las Memorias, discriminadas según su procedencia, con ejemplos del uso de cada una y las formas de citación en la obra. 2.5.1. Manuscritos inéditos Los principales textos inéditos de la obra son El Carnero, de Juan Rodríguez Freyle, el Compendio Historial, de Gonzalo Jiménez de Quesada y la obra del “antiguo historiador” Luis López. Sobre El Carnero ha sido establecido que una copia existía en la biblioteca de Anselmo Pineda y el hecho de que el historiador hubiera leído la obra está comprobado desde la publicación de El Oidor: Romance del siglo XVI, la novela basada en la historia relatada por Rodríguez Freyle. Plaza extrajo de El Carnero la información sobre el oidor y, además de escribirla como novela, la incluyó en las Memorias para la Historia389. Respecto a su uso del Compendio Historial de Jiménez de Quesada, se ha acusado al historiador de su última utilización y de responsabilidad en su extravío390. La evidencia que

389

Memorias para la Historia, cap. 14, pp. 216-217. Cfr., Pedro María Ibáñez, “José Antonio de Plaza”, ob.cit., p. 198; Soledad Acosta, Biografías de hombres ilustres o notables, Bogotá, Imprenta de la Luz, 1883, cap. XI; y José María Vergara y Vergara, Historia de la Literatura, ob.cit., p. 57. Este último dice el Compendio “lo tomó el doctor Antonio Plaza de la Biblioteca Nacional para escribir su historia de la Nueva Granada, e insertar largos trozos. A la muerte de Plaza, acaecida 390

 

130

parece más contundente apunta a que Plaza no fue el último que tuvo acceso al Compendio Historial y que tal vez no llegó siquiera a consultarlo de primera mano391. Si bien es cierto que en ninguna parte de las Memorias el historiador niega haber tenido acceso directo al Compendio Historial, también lo es que nunca menciona haberlo tenido al frente, como sí hace con otras obras392. Sin embargo, el historiador propicia la confusión al hacer las citas del Compendio Historial mencionando la página y el capítulo de donde obtiene la información, como si la estuviera consultando. Es además algo que sólo hace en las Memorias cuando se refiere a esa obra. Más aún, nunca menciona a Fernández de Piedrahita o a Zamora cuando cita alguno de los párrafos del Compendio, sino que siempre menciona a su autor, como si la cita fuera directa. En algunas de las citas, las palabras escogidas por Plaza sugieren que tiene el texto del adelantado en sus manos, por ejemplo: “[Quesada] habla en su Compendio Historial de sí mismo con loable moderación y templanza, dejando apenas escapar ciertos gritos involuntarios de encono contra los magistrados que pretendieron mirarlo con desdén y poner límites a su influjo y exigencias de conquistador. Jamás permitió que se vendiese a ningún indio como esclavo o para servirse de él”393 .

En este extracto, el historiador se refiere a la forma como el autor del Compendio se refirió a sí mismo a lo largo de la obra, sin entrar en detalles sino mencionándolo de manera general, como alguien que en efecto hubiera leído la totalidad de la obra. La segunda frase parece, además, pronunciada palabra por palabra por Jiménez de Quesada. En contra de los indicios de que tuvo en su poder el Compendio Historial, hay que tener en cuenta que, en el Discurso Preliminar, Plaza llama a la obra de Quesada “inédita” y menciona que Fernández de Piedrahita tomó “buenas noticias de las vivas fuentes del Compendio Historial de Quesada (…)”394. Añade que sin el trabajo de este prelado, “se hubieran perdido muchas noticias importantes”, entre las cuales se entiende que están las que dejó el adelantado. Si el historiador agradece el trabajo del obispo y reconoce su valor en la

en 1854, se perdió entre sus papeles”. Tanto Ibáñez, en 1909, como Acosta, en 1883, repitieron la acusación de Vergara, hecha en 1867. 391 Ver la tesis de grado de Silvia Juliana Rocha Dallos, La escritura de los manuales de historia en Colombia durante la segunda mitad del siglo XIX, Bucaramanga, UIS, 2008. La autora incluye cuadros comparativos que apuntan a que Plaza hizo sus referencias al Compendio Historial extrayéndolas de las obras de Lucas Fernández Piedrahita y de Alonso de Zamora y no de manera directa de la obra de Quesada. 392 Y como sí lo hicieron, por ejemplo, Lucas Fernández de Piedrahita y Alonso de Zamora, dos de los cronistas en los que Plaza se basó. Ver: Lucas Fernández de Piedrahita, Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Editorial Kelly, 1973 [primera edición en Amberes de 1688], p. 37; Alfonso de Zamora, Historia de la Provincia de San Antonio del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Editorial Kelly, 1980 [primera edición en Barcelona de 1701], pp. 53-54. 393 Memorias para la Historia, cap. 14, pp. 218-219. 394 Memorias para la Historia, Discurso Preliminar, p. XI.

 

131

“colección de hechos históricos” es porque de otra forma no hubiera tenido acceso al contenido del Compendio Historial. Pero la prueba más contundente de que Plaza no tuvo en sus manos el texto del adelantado es que casi todas las citas que hace de esta obra son transcripciones de las que hacen Fernández de Piedrahita y Alonso de Zamora, en algunos casos llegando a la coincidencia literal. Ejemplos de lo anterior son los siguientes extractos. Cuando Plaza narra el saqueo de Tunja por los españoles, dice: “El general Quesada en su Compendio Historial inédito, en el libro 1º, capítulo 9º, hablando del saco de Tunja, se expresa en estos términos: ‘Era de ver sacar cargas de oro a los cristianos en las espaldas, llevando también la cristiandad a las espaldas, poniendo las cargas en la mitad de aquel patio, y lo mismo de las esmeraldas que entre las joyas de oro se hallaban. De todo se hizo un montón de oro tan crecido que, puestos los infantes en torno de él, no se veían los que estaban de frente, y los de caballo apenas se divisaban’ y, al fin del mismo capítulo, asegura: ‘que si los nuestros hubieran guardado las mantas de algodón finas y la infinidad de sartas de cuentas que hallaron para rescatar en ellas después entre los indios, es cierto que les hubiera valido más oro, que cuanto vieron junto en el montón del cercado, por ser aquellos dos géneros tan estimados de los señores muiscas para el aseo de sus personas, que los tenían por su principal tesoro; pero, ignorantes de ellos entonces los españoles, lo repartieron todo después entre los indios amigos’”395 .

El mismo episodio es relatado por Fernández de Piedrahita así: “Como lo afirma el mismo Quesada en el capitulo nono del primer libro de su Compendio Historial del Nuevo Reino, donde poco antes de lo referido pone estas palabras: 'Era cosa de ver ciertamente, sacar cargas de oro a los cristianos en las espaldas, llevando también la cristiandad a las espaldas, poniendo las cargas en mitad de aquel patio, y lo mismo en lo de las esmeraldas que entre las joyas de oro se hallaban' y, en fin del mismo capítulo, remata diciendo 'si los nuestros hubieran guardado las mantas de algodón finas y la infinidad de sartas de cuentas que hallaron para rescatar con ellas después entre los indios, es cierto que les hubiera valido más de oro que cuanto vieron junto en el montón del cercado, por ser aquellos dos géneros tan estimados de los señores muiscas para el arreo de sus personas, que los tenían por su principal tesoro; pero que, ignorantes de ello entonces los españoles, lo repartieron todo después entre los indios amigos'”396.

El siguiente es Plaza narrando el suplicio al último zipa: “Esta exposición debe ser verídica, pues el mismo Quesada en su obra dicha, en el capítulo 13, foja 43, dice: ‘Entonces los españoles pedían muy ahincadamente que le tornasen de nuevo a reiterar los tormentos, pedido con tanta porfía que el licenciado se lo entregó y que allá lo hubiesen; lo cual visto por ellos le dieron buenos tormentos, sin los dados por el licenciado y yo fío que debieron de ser buenos, por lo volvieron maltratado al real, donde de allí a dos meses según la más común opinión acabó de los tormentos”397.

Y este es el mismo episodio descrito por el obispo: “Con todo eso lo comprueban mucho las palabras de Quesada, que son éstas: 'Entonces los españoles pedían muy ahincadamente que le tornasen de nuevo a reiterar los tormentos, pedido con tanta porfía que el licenciado se lo entregó y que allá se lo hubiesen; lo cual visto por ellos le 395

Memorias para la Historia, cap. 5, p. 73. Fernández de Piedrahita, ob.cit., p. 258. 397 Memorias para la Historia, cap. 5, pp. 79-80. 396

 

132 dieron buenos tormentos, sin los dados por el licenciado, y yo fío que debieron de ser buenos porque lo volvieron maltratado al real, donde allí a dos meses, según la mas común opinión, acabó de los tormentos'”398.

Por lo anterior, no resulta insólito deducir que el historiador consultó las obras del obispo y del fraile y no la del adelantado, pero citando la de este último para dar la apariencia de que había tenido acceso a ella399. Las razones de esto pueden ser que consideraba a Fernández de Piedrahita un simple intermediario, pues la información era de Quesada, y que haber leído la obra del adelantado tenía mucho más prestigio entre los círculos intelectuales de la época. Una tercera obra inédita de relevancia para la redacción de las Memorias es la de fray Luis López, cuyo trabajo cita el historiador en el contexto de la expedición de Pedro de Heredia en Cartagena y en el valle del Sinú. Esta obra también hace parte de la categoría de cronistas misioneros, aunque sobre ella no hay mayores detalles más allá de que Plaza llama a su autor un “antiguo historiador” y de que estaba escrita en latín. Este detalle indica que fue redactada en el siglo XVI, pues después de ese siglo las narraciones hechas por completo en latín fueron cada vez más escasas hasta convertirse en anacrónicas. 2.5.2. Obras de cronistas misioneros Los textos de diferentes misioneros que dejaron crónicas sobre la Colonia y la Conquista fueron una fuente clave en la redacción de las Memorias. Aparte de los ya mencionados Juan Rodríguez Freyle con El Carnero y fray Bernardo de Lugo con su estudio gramático sobre la lengua muisca400 Plaza recurrió a los textos de fray Pedro Simón401, José Gumilla402, Juan Rivero403 y Juan de Castellanos404. Los textos de los misioneros en el Nuevo Reino le permitieron contar, por un lado, con fuentes testimoniales y que él juzgó creíbles y, por otro lado, tener versiones contrastadas y complementarias de la vida de los indígenas, sus lenguas, sus costumbres y sus territorios. Esto era de gran utilidad, pues los misioneros fueron los primeros y, en muchos casos, los únicos que lograron acercarse, convivir y conocer en menor o mayor medida a los indígenas. 398

Fernández de Piedrahita, ob.cit., p. 292. Ibídem, pp. 19 – 47. 400 Bernardo de Lugo, Gramática en la lengua general del Nuevo Reyno, llamada mosca, Madrid, Imprenta de Bernardino de Guzmán, 1619. Lugo era predicador general de la orden de predicadores y catedrático de la lengua muisca en el Convento del Rosario de Santafé. Sobre Lugo y su obra, ver: Manuel Alvar, “La Gramática Mosca de Fray Bernardo de Lugo”, en Boletín del Instituto Caro y Cuervo, Tomo XXXII, Septiembre – Diciembre 1977, núm. 3, pp. 461 – 500. 401 Su obra principal es Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, de 1627. 402 Escribió El Orinoco Ilustrado: historia natural, civil y geográfica de este gran río y de sus caudalosas vertientes, que fue publicado en 1741. 403 Es el autor de la Historia de las misiones de los llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta, de 1729. 404 En 1589 publicó las Elegías de varones ilustres de Indias. 399

 

133

Este es el caso de fray Bernardo de Lugo, de quien dice el historiador “tenía un conocimiento profundo en dicha lengua debido al prolongado curso de años que predicó el evangelio a los muiscas en su mismo idioma”405. Plaza elogia en especial a los jesuitas, a quienes encomia su labor en la “civilización” de los pueblos indígenas: “Muy ingenioso, muy sabio y muy sencillo era en general el régimen que habían adoptado los jesuitas para hacerles agradables a los indígenas el principio de asociación (…) con este sistema de asociación el indio encontraba amparo, trabajo, salario, instrucción, buen trato, la catequización evangélica y el principio de fraternidad y de la caridad desarrollado como en los tiempos del patriarcado”406.

No es casual que dedique siete páginas a detallar la expulsión de los jesuitas en 1767 y, aunque no censura a las autoridades españolas por el hecho, por momentos lamenta la suerte de la Compañía, pues considera que su obra misional fue “portentosa”407: “Los trabajos y afanes de estos operarios en los inmensos desiertos y bosques del Meta, del Casanare, del Orinoco, del Marañón y otros, son casi portentosos. Sin recursos, sin auxilios de parte de las autoridades que los miraban con concentrada ojeriza, ellos con la cruz civilizadora triunfaron de la naturaleza y de los hombres”408 .

Para el historiador estas eran fuentes verídicas, testimoniales, aunque a veces con poco criterio. Su opinión ya mencionada sobre el trabajo de Fernández de Piedrahita así lo confirma, al igual que su comentario sobre fray Pedro Simón, de quien dice “recogió bastantes datos históricos, por ser casi coetáneo a la Conquista” pero que “escribió en desaliñado lenguaje una narración de los hechos”409. En todo caso, las obras de los misioneros eran esenciales para la redacción de las Memorias porque ningún otro grupo dejó tantos y tan variados testimonios de las primeras décadas de Conquista y Colonia. Estas fuentes constituyen las principales de la obra hasta el periodo en el cual se empieza a relatar el Virreinato, el capítulo 17, es decir, más de la mitad del texto se basa ante todo en las crónicas de misioneros religiosos. 2.5.3. Relaciones de mando, documentos administrativos, leyes y ordenanzas Para un curtido funcionario público de mediados del siglo XIX era inconcebible escribir historia sin el uso de la estadística, es decir, sin el uso de los datos e informaciones recolectadas sobre la organización y funcionamiento del estado. Estos datos no sólo proporcionaban veracidad y objetividad a la narración de los hechos históricos, sino que 405

Memorias para la Historia, cap. 4, p. 57. Memorias para la Historia, cap. 19, p. 311. 407 Páginas 308 a 315 del Capítulo 19 de las Memorias. Este espacio es llamativo pues ningún otro evento narrado en la obra tiene tanta continuidad ni se trata con tanto detalle en páginas consecutivas. 408 Memorias para la Historia, cap. 19, p. 313. 409 Memorias para la Historia, cap. 15, p. 236. 406

 

134

provenían de fuentes de primera mano, es decir, tenían el carácter de testimoniales. La escritura de la historia encontraba en estos soportes de la administración un aliado indiscutible que le suministraba toda la credibilidad que precisaba. Sin el uso de las relaciones de mando y de otros informes de hacienda pública, Plaza no habría podido discutir el estado de la administración de justicia, los métodos de sometimiento de los indígenas, la creación de instituciones de educación pública, el sentido y propósito de la legislación colonial ni los avances de la ciencia. La mayor parte de estas fuentes le sirvieron al historiador para comentar las acciones, proyectos y afanes de los virreyes y de otras autoridades. Por ejemplo, en referencia a Ezpeleta, dice: “Ezpeleta indicaba lo útil que sería erigir una vigía en la parte conveniente de aquel río [el Atrato] para contener a los indios punas, única parcialidad que se demandaba. El gobernador de Riohacha expuso a esa provincia a sufrir graves males con su conducta hostil para con los guajiros y estos se evitaron con la intervención pacífica y medios conciliatorios que supo emplear oportunamente el entonces brigadier Narváez”410.

Los documentos de hacienda eran útiles para sustentar el análisis económico, al que dedica gran atención durante la descripción del periodo colonial. Estos le sirvieron para documentar que “las fortificaciones de Cartagena desde 1779 hasta 1796 habían causado el enorme gasto de 400.000 pesos”411 y que para las de Panamá se destinaron cincuenta mil pesos412, así como la reducción del presupuesto de la marina de 800.000 a 200.000 pesos anuales413. Del censo poblacional de 1803 obtuvo el número de personas que ocupaban el asilo de mendicidad de Santafé (270)414. Estas fuentes resultaron útiles para la escritura de los diez capítulos finales de la obra, entre el 17 y el 27, cuya temática principal son los hechos del Virreinato. La narración de Plaza en esos capítulos es en ocasiones bastante técnica, por ejemplo: “En el quinquenio de 1784 a 88 se introdujeron en Cartagena por el valor de 11.292.779 pesos de efectos europeos, y de 1789 a 1793 ascendieron a 8.263.747 pesos, con la diferencia de 3.029.032 pesos, pertenecientes al extranjero. En el primer quinquenio dicho se exportaron 10.817.110 pesos, y en el segundo 10.235.482 pesos. La diferencia de 581.628 pesos, de menor extracción, procedía de caudales, porque en frutos se había exportado el valor de 455.368 pesos más en el segundo quinquenio. Calculaba el virrey que la exportación total en dinero y frutos en ese decenio había alcanzado a 32.000.000 pesos, atendiendo el contrabando que se hacía”415.

Las relaciones de mando, los informes de hacienda pública y las ordenanzas son fundamentales en esta parte del texto pues le permiten al historiador sustentar sus argumentos 410

Memorias para la Historia, cap. 23, p. 375. Memorias para la Historia, cap. 23, p. 376. 412 Ibídem. 413 Memorias para la Historia, cap. 22, p. 363. 414 Memorias para la Historia, cap. 24, p. 386. 415 Memorias para la Historia, cap. 23, p. 373. 411

 

135

en contra de la Colonia con cifras que le prestan mayor credibilidad a su crítica de que el sistema económico colonial fracasó en cuanto, entre otras, restringía el libre comercio. 2.5.4. Formas de citación Si bien Plaza no siguió un sistema estandarizado de citas bibliográficas, ni incluyó notas al pie de página o hizo una lista bibliográfica completa al final de las Memorias, sí procuró la mayoría de las veces mencionar el nombre del autor junto con el título de la obra o documento que le servía como fuente. Las formas de citación en el texto van desde la mención del autor, el título de la obra, el capítulo y la página, hasta la simple alusión a “un escritor” o a “tradiciones antiguas”. Las referencias más completas son de dos tipos: aquellas que incluyen el nombre del autor, el título de la obra, el capítulo y la página de la que se obtuvieron, y aquellas que, si bien no mencionan el detalle del capítulo y la página, si llevan un comentario sobre el contenido del texto. Las primeras son del siguiente tenor: “el mismo Quesada en su obra dicha, en el capítulo 13, foja 43, dice (…)”416, o “el mariscal Quesada no los revocó a duda, expresándose de esta manera, en su Compendio Historial, capítulo 8º, libro 3º: (…)”417. Una cita excepcional en esta categoría es la de la obra de fray Bernardo de Lugo sobre la lengua muisca: “Hasta el año de 1604 no se tomó un interés positivo en reducir este fluido idioma a principios gramaticales. Se debe este trabajo al padre fray Bernardo de Lugo, predicador de la religión dominicana [sic] y catedrático de la lengua chibcha en su convento del Rosario de esta ciudad, quien publicó una sucinta gramática a excitación del prior provincial de su comunidad, fray Gabriel Jiménez, y se dio a luz impresa en 1619 en Madrid, dedicada al presidente y capitán general del Reino, don Juan Borja (…) En el primer libro se ocupa rápidamente de las nociones ortográficas, en seguida de las partes de la oración y establece catorce modos de declinar. Recorre enseguida la estructura y composición de los verbos, poniendo el auxiliar chibcha guy y exhibiendo las principales conjugaciones con notas ilustrativas sobre esta interesante parte de la gramática. Pasa a hablar después sobre las partes indeclinables de la oración y termina con un tratado de sintaxis, seguido de un apéndice dialogado, para el mejor método de confesar a los indios con el texto chibcha y la traducción castellana. Estos son los principales rudimentos de la gramática del padre Lugo: ella adolece de defectos muy sustanciales, pero es la única en su género”418 .

Esta referencia es única en el alcance de la descripción de las partes de la obra y el comentario sobre su calidad. Los comentarios explicativos sobre los textos o documentos son comunes cuando se refiere a documentos de la administración, tales como cédulas, ordenanzas, leyes o relaciones de mando, y a documentos científicos, como tratados de botánica o lingüística. Así, 416

Memorias para la Historia, cap. 5, pp. 79-80. Memorias para la Historia, cap. 12, p. 193. 418 Memorias para la Historia, cap. 4, p. 57. 417

 

136

sobre Jorge Tadeo Lozano dice que “escribía su célebre Memoria zoológica sobre las Serpientes, llena de observaciones muy importantes con respecto a los contravenenos conocidos para libertarse de tan mortífera herida”419 y sobre normas expedidas durante la Conquista: “El emperador expidió algunas reales cédulas para la mejor administración de sus nuevas y vastas posesiones transoceánicas. Previno [que] se ejecutasen todas las sentencias de árbitros sin intervención de letrados ni escribanos”420. Le siguen a estas citas aquellas referencias que mencionan al autor y al título de la obra o documento: “El primer europeo que descubrió el majestuoso Orinoco fue el célebre Colón en 1498, quien apuntó en su diario que (…)”421, “Un testigo coetáneo, fidedigno e imparcial, cual lo es Quesada en su Compendio Historial, nos dice: (…)”422. En estas referencias, autor y obra son mencionados al paso de la narración, sin mayores detalles sobre la ubicación del pasaje que se cita. Hay referencias en las que el historiador incluso omite el título del texto al que se refiere, por ejemplo: “Vater, Barton y Klaproth señalan gran número de afinidades entre los idiomas chino, indio y tártaro y el de los americanos”423. En esta categoría los autores son referenciados de manera casual dentro del contexto de acontecimientos que ocupan la temática de la sección. Es decir, la cita sirve para apoyar el relato, pero no se discute ni se valora. En el caso de la cita anterior, los autores son mencionados en un pasaje que narra los posibles contactos que existían entre América y Asia antes de la llegada de Colón. En ocasiones, Plaza no considera necesario mencionar siquiera cuáles son los documentos que está consultando para escribir un determinado pasaje. Al referirse a la expulsión de los jesuitas, se limita a aclarar que “en calidad de narradores imparciales y teniendo a la vista muchos datos importantes” puede asegurar que esa orden prestó importantes servicios “a la causa de la civilización cristiana en la Nueva Granada”424. En otros momentos, el historiador combina una de sus fuentes con alguna “tradición oral”: “Se informó al consejo que Heredia había tomado para sí treinta quintales de oro, lo que no debe parecer exagerado pues, además del rico producto que dan dichas minas hoy día, la tradición está de acuerdo con estas noticias, y el antiguo historiador fray Luis López, dice (…)”425 .

419

Memorias para la Historia, cap. 26, p. 410. Memorias para la Historia, cap. 3, p. 32. 421 Memorias para la Historia, cap. 6, p. 84. 422 Memorias para la Historia, cap. 24, p. 386. 423 Memorias para la Historia, cap. 1, p. 6. 424 Memorias para la Historia, cap. 19, p. 315. 425 Memorias para la Historia, cap. 3, p. 38. 420

 

137

Las tradiciones orales le permiten complementar y dar mayor seguridad a las afirmaciones que contienen sus fuentes. El uso de este tipo de fuente había sido anunciado desde la Introducción. Si bien rastrear su utilización a lo largo de la obra supone una dificultad añadida, es posible inferir apartes en que se basa en ellas, debido a la vaguedad de la cita o a su carácter anecdótico. Ejemplo de esto es la siguiente historia: “Un pintor italiano de algunos conocimientos se presentó en 1806, y como muestras de su saber propuso que se le permitiera, sin exigir paga alguna, pintar al fresco el medio domo de la iglesia de Santo Domingo de la capital. Los padres de esta orden resistieron la mejora artística de su templo, y el extranjero admirado y lleno de disgusto, abandonó un país del que decía: ‘que si de esta manera se apreciaban las bellas artes por la corporación que confería el título de sabiduría, que podría esperarse del resto de sus habitantes’”426.

Pero el principal uso de las mismas es para referirse a cuestiones relativas a los indígenas. Según el mismo historiador dice, la historia filológica de los muiscas es desconocida en su totalidad porque los pueblos indígenas no la registraron por escrito. Por eso, “no queda más sino la tradición, gracias al cuidado que tuvieron algunos misioneros en reducir a compendios las lenguas madres”. Esta afirmación la complementa con un comentario anecdótico que indica que está recurriendo a una fuente oral: “A pesar de esta escasez de datos, se sabe que el muisca era un idioma armonioso, dulce, agradable, abundante en vocales y sinónimos, muy sentimental, y su sintaxis metódica y ordenada”427. Por último, se encuentran en las Memorias instancias en las que el historiador no contaba con las fuentes necesarias para narrar un episodio. Así ocurre cuando menciona el trabajo de la Comisión Estadística nombrada por el virrey Solís: “los imperfectos trabajos de la comisión, fueron empero los primeros ensayos que en este género se hicieron en la Nueva Granada. Sensible es, que esos primeros cuadros no hayan llegado a nuestra noticia y aún creemos que ellos se han perdido”428.

En estos casos, Plaza optó por reconocer y lamentar la ausencia de documentos suficientes: “de este fenómeno no nos han quedado otras relaciones más circunstanciadas (…)”429. Si bien el autor de las Memorias no utiliza un sistema estandarizado de citación y referencia, ni incluye un listado bibliográfico de las obras que consultó, es constante su referencia a autores y documentos de diversa índole. Esto demuestra un claro interés en establecer el criterio utilizado para la redacción de la obra, así como el afán del historiador por dotarla de

426

Memorias para la Historia, cap. 26, p. 414. Memorias para la Historia, cap. 1, pp. 6-7. 428 Memorias para la Historia, cap. 26, p. 411. 429 Memorias para la Historia, cap. 14, p. 215. 427

 

138

veracidad e imparcialidad para de este modo gozar de plena credibilidad. De igual modo funciona como refutación de las críticas vertidas sobre Plaza por el manejo de sus fuentes. 2.5.5. Fuentes identificadas El siguiente cuadro contiene las obras y documentos que se han identificado como fuentes utilizadas por José Antonio de Plaza para escribir las Memorias para la Historia de la Nueva Granada. Están organizadas de manera cronológica según su fecha de publicación, el periodo histórico de su redacción o publicación (Descubrimiento, Conquista, Colonia, República) y su área temática (por ej., administración de las Indias, lingüística, etc.). Título o documento

Autor

Fecha o siglo de publicación 17 de abril de 1492

Periodo histórico de redacción o publicación

Capitulaciones entre los reyes de España y Cristóbal Colón

Reyes de España

Intimación a los indígenas hechas en la costa de Calamar

Alonso de Ojeda

1510

Conquista

Reducción de indígenas / Conquista

Cédulas reales del emperador para la mejor administración de las Indias Información del gobernador contra los Quesada

Carlos V

c. 1535

Conquista

Administración de las Indias / Conquista

Jerónimo Lebrón de Quiñones

s. xvi (c. 1540)

Conquista

Leyes Nuevas

Rey de España

20 de noviembre de 1542

Conquista

Ordenanzas para el control de gobernadores y adelantados

Miguel Díaz de Armendáriz

1543

Conquista

Documentos jurídicos / Control a funcionarios / Administración de las Indias / Conquista Documentos jurídicos / Control a funcionarios / Administración de las Indias / Conquista Documentos jurídicos / Control a funcionarios / Administración de las Indias / Conquista

Descubrimiento

Área temática o periodo histórico al que se refieren Descubrimiento

 

139 Acta de fundación de la Real Audiencia de Santafé

-

1550

Conquista / Colonia

Leyes para el buen gobierno de los indios y sobre otros asuntos de religión, fundación de ciudades y encomenderos Diario de abordo430

-

1554

Conquista / Colonia

Bartolomé de las Casas / Cristóbal Colón -

c. 1557

Conquista / Colonia

1564

Conquista / Colonia

Ordenanzas para el alivio de la raza indígena

Andrés Díaz Venero de Leyva

1565-1570

Conquista / Colonia

Ordenanza sobre las audiencias y los virreyes

-

25 de febrero de 1575

Colonia

Compendio Historial431

Gonzalo Jiménez de Quesada Antonio González

c. 1575

Colonia

1579

Colonia

Luis López Ortiz y Cristóbal Rodríguez Cano Juan de Castellanos

1583

Colonia

1589

Colonia

Despacho de empleo nombrando a Andrés Díaz Venero de Leyva

Ordenanza para el mejor gobierno de los indios Acta de fundación del convento de monjas de la Concepción Elegías de varones ilustres de Indias

430

Transición a la administración colonial / Conquista / Colonia Documentos jurídicos / Transición a la administración colonial / Conquista / Colonia Testimonial / Descubrimiento Transición a la administración colonial / Conquista / Colonia Documentos jurídicos / Transición a la administración colonial / Conquista / Colonia Documentos jurídicos / Administración colonial / Colonia Testimonial / Conquista Documentos jurídicos / Administración colonial / Colonia Documentos jurídicos / Colonia Crónica / Conquista

El Diario de abordo fue escrito por fray Bartolomé de las Casas a mediados del siglo XVI basándose en la bitácora del primer viaje de Colón (1492) y en las cartas anunciado el Descubrimiento (1493). 431 El uso de esta fuente por parte de José Antonio de Plaza es controversial. Ver, sección 2.5.1 referida a los manuscritos inéditos utilizados para la redacción de las Memorias.

 

140

Ordenanzas para el gobierno de los indios

Rey de España

26 de diciembre de 1597

Colonia

Obra en latín referida a las expediciones en la costa Caribe Gramática en la lengua general del Nuevo Reino, llamada mosca Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales El carnero

Luis López

s. xvi (¿?)

Colonia (¿?)

Bernardo de Lugo

1619

Colonia

Lingüística indígena

Pedro Simón

1627

Colonia

Crónica / Conquista

Juan Rodríguez Freyle -

1638

Colonia

Crónica / Conquista

1653

Colonia

Educación / Administración colonial / Colonia

Lucas Fernández de Piedrahita Alonso de Zamora

1688

Colonia

Crónica / Conquista

1701

Colonia

Crónica / Conquista / Colonia

Juan Rivero

1729

Colonia

Crónica / Conquista

José Gumilla

1741

Colonia

Crónica / Geografía / Conquista

Pierre Bouguer Juan Rivero y Alonso de Neira José Antonio de

1749

Colonia

1762

Colonia

Geografía / Colonia Lingüística indígena

1764

Colonia

Real Cédula para la fundación del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada Historia de la Provincia de San Antonio del Nuevo Reino de Granada Historia de las misiones de los llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta El Orinoco Ilustrado: historia natural, civil y geográfica de este gran río y de sus caudalosas vertientes La figure de la terre Diccionario de la lengua de los achaguas Informe mineralógico sobre

Documentos jurídicos / Administración colonial / Colonia Crónica / Conquista

Administración colonial /

 

141 las minas de Muzo

Relación del estado del Nuevo Reino de Granada Relación del estado del Nuevo Reino de Granada Reglamentos financieros del visitador de la Real Hacienda Capitulaciones de Zipaquirá entre los comuneros y las autoridades del Reino Decreto de 12 de octubre de 1778, sobre comercio entre España y las colonias Supplementum plantarum Documentos de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada Informe del virrey sobre medidas en cuestión de vías de comunicación en el Reino Relación del estado del Nuevo Reino de Granada Gramática de la lengua sáliva

Villegas y Avendaño / Manuel Amat Pedro Mesía de la Cerda

Hacienda pública / Colonia 1772

Colonia

Manuel Guirior

1776

Colonia

Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres -

1777-1778

Colonia

5 de junio de 1781

Colonia

-

12 de octubre de 1778

Colonia

Carl Linnaeus José Celestino Mutis

1782

Colonia

Documentos jurídicos / Administración colonial / Colonia Botánica

1783-1816

Colonia / República

Botánica

Antonio Caballero y Góngora

c. 1788

Colonia

Administración colonial / Colonia

Antonio Caballero y Góngora -

1789

Colonia

1790

Colonia

Administración colonial / Colonia Lingüística indígena

Informe a la Real Hacienda sobre las minas de plata de Santa Ana y Lajas

José d’Eluyar

1790

Colonia

Administración colonial / Hacienda pública / Colonia

Defensa de Antonio Nariño

Antonio Nariño y José Antonio Ricaurte -

1795

Colonia

Documentos jurídicos / Colonia

s. xviii

Colonia

Documentos jurídicos / Administración

Código Municipal de Indias

Administración colonial / Colonia Administración colonial / Colonia Administración colonial / Hacienda pública / Colonia Documentos jurídicos / Colonia

 

142

Relación del estado del Nuevo Reino de Granada Icones et descriptiones plantarum New Views of the Origin of the Tribes and Nations of America Mapa del río Magdalena: Desde su desembocadura hasta Neiva (1797) y Desde Neiva hasta la desembocadura del río Bogotá (1805) Correo Curioso Relación del estado del Nuevo Reino de Granada Resoluciones de nombramientos de empleos Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente Redactor Americano Semanario de la Nueva Granada El hombre (fragmento de Fauna cundinamarquesa o Tratado del reino animal en la Nueva Granada)433 Conveniencia de erigir mayor número de 432

colonial / Colonia Administración colonial / Colonia Botánica

José de Ezpeleta

1797

Colonia

Antonio José de Cavanilles432 Benjamin Smith Barton

1797

Colonia

1797

Colonia

Arqueología y lingüística americana

Francisco José de Caldas

1797-1805

Colonia

Geografía / Colonia

Jorge Tadeo Lozano y Luis Azuola Pedro Mendinueta

1801

Colonia

Prensa / Colonia

1803

Colonia

Antonio Amar y Borbón Alexander von Humboldt

1803-1809

Colonia

1807

Colonia

Administración colonial / Colonia Administración colonial / Colonia Geografía / Botánica / Colonia

Manuel Rodríguez Torices Francisco José de Caldas Jorge Tadeo Lozano

1807-1810

Colonia

Prensa / Colonia

1808-1810

Colonia

Prensa / Colonia

1808 (¿?)

Colonia

Botánica / Colonia

Frutos Joaquín Gutiérrez

1808

Colonia

Opinión / Prensa / Colonia

Las obras de Linnaeus y de Cavanilles son mencionadas en las Memorias en el contexto del trabajo de José Celestino Mutis en la Expedición Botánica. Ver, Memorias para la Historia, cap. 26, p. 411. 433 De esta obra sólo se publicó este fragmento en el Semanario de la Nueva Granada que dirigió Caldas entre 1808 y 1810.

 

143

obispados en el Nuevo Reino de Granada Descripción de la provincial de Pamplona Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada Memoria descriptiva del país de Santafé de Bogotá, en que se impugnan varios errores de la que escribió Leblond sobre el mismo objeto Memoria sobre las serpientes Mithridates oder allgemeine Sprachenkunde Asia polyglotta

José Joaquín Camacho

1808

Colonia

Geografía / Prensa / Colonia

José Manuel Restrepo

1809

Colonia

Geografía / Colonia

José María Salazar

1809

Colonia

Opinión / Prensa / Colonia

Jorge Tadeo Lozano Johann Severin Vater Julius Heinrich Klaproth434

1810

Colonia

Botánica

1812-1817

República

1823

República

Lingüística americana y asiática Lingüística asiática

A las anteriores fuentes hay que añadir las “tradiciones orales” a las que el historiador se refiere en la Introducción. La clasificación de éstas supone una dificultad casi insalvable, pues Plaza no menciona el origen de los cuentos, narraciones o leyendas de las que se valió ni aclara cuándo está utilizando una de ellas en el relato. El uso de las “tradiciones orales” por parte del historiador se da en particular cuando quiere hacer anotaciones anecdóticas, como se explicó en la sección anterior. La variedad de textos utilizados para la redacción de las Memorias permite inferir que el historiador en efecto reunió para el trabajo “inmensos materiales” y consultó “todos los archivos de la capital”435, lo cual implicó “leer muchos fárragos y ojear una infinidad de documentos”436. Las fuentes de la obra también permiten situar a Plaza en los círculos

434

Barton (1766-1815), Vater (1771-1826) y Klaproth (1783-1835) eran reconocidos en el siglo XIX por sus investigaciones sobre las conexiones lingüísticas entre Asia y América. 435 Plaza, Memorias de mi vida, ob.cit., p. 653. 436 Memorias para la Historia, Introducción, primera página.

 

144

intelectuales de la época a partir de la diversidad de intereses y conocimientos y el nivel de erudición que evidencian. 2.6. El Compendio de la Historia y las Lecciones de Estadística, manuales de historia Una parte fundamental del proyecto político del liberalismo neogranadino de mediados de siglo fue la reforma de la educación pública. Además de ampliar el acceso a la educación y garantizar la libertad de enseñanza, se procuró hacer de las ideas liberales el dogma de la educación básica. Entre ellas debía contarse su particular interpretación de la historia neogranadina. Con esta intención, el 8 de mayo de 1848 el gobierno de Mosquera expidió la ley sobre “libertad de enseñanza y habilitación de cursos”, cuyo artículo primero establecía la libertad de enseñanza “en todos los ramos”: “En consecuencia, podrán los granadinos adquirir y recibir la instrucción literaria y científica en establecimientos públicos, privados o particulares con el objeto de obtener grados académicos”437. El profundo cambio que esto produjo en el acceso a la enseñanza es difícil de entender en la actualidad. El gobierno liberal descentralizó la educación y permitió que establecimientos privados o particulares ofrecieran estudios del mismo nivel que el de las universidades438. La reforma fue llevada más allá en los años siguientes y, el 15 de mayo de 1850, el Congreso expidió una ley para la reestructuración de la educación en la Nueva Granada que suprimía las universidades y las convertía en Colegios Nacionales. La idea detrás de esta reforma era hacer de los Colegios las instituciones por excelencia del proyecto de enseñanza liberal. Al descentralizar la enseñanza universitaria y eliminar las universidades por completo, el gobierno buscaba promover la libertad de enseñanza y quitarle un tradicional foco de poder a las comunidades religiosas439. El artículo 12 de la ley del 15 de mayo requería al gobierno para la organización de los Colegios Nacionales, para lo cual el Gobierno emitió el decreto del 25 de agosto de 1850, “por medio del cual se organizan los Colegios Nacionales”440.

437

Ley del 8 de mayo de 1848, artículo 1º, en “Gaceta Oficial”, 11 de mayo de 1848, número 978, pp. 289 – 290. 438 Siempre y cuando se rigieran por someterse al “régimen universitario”, es decir, al cumplimiento de los programas y estándares que regían a las universidades. Esto significaba, además, estar sujeto a control y vigilancia gubernamental. 439 Algunos de los antiguos Colegios sobrevivieron a la reforma, aunque con cambios en su estructura. El Colegio Mayor del Rosario pasó a depender de la Cámara de Provincias, al igual que el Colegio del Espíritu Santo de Lorenzo María Lleras. Otros, como el Colegio de Pérez Hermanos. fundado por Santiago Pérez, fueron convertidos en academias. Cfr., Diana Soto Arango, “Aproximación histórica a la universidad colombiana”, en Revista Historia de la Educación Latinoamericana (RHELA), vol. 7 (2005), Tunja, UPTC, pp. 99 – 136. 440 Decreto del 25 de agosto de 1850, en Pedro Agustín Díaz A. [director], Compilación de normas sobre la educación superior, volumen II, parte II, “La República Neogranadina”, Bogotá, Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (ICFES), 1974, pp. 567 y ss.

 

145

El decreto del 25 de agosto es la norma que desarrolla la ley del 15 de mayo de 1850 y pone en práctica el grueso del proyecto liberal en cuanto al contenido de la enseñanza. No sólo creaba tres nuevos “Colegios Nacionales”, uno en Bogotá, otro en Cartagena y otro en Popayán que reemplazaban a las universidades que existían en esos lugares, sino que establecía las escuelas (especies de facultades o departamentos para la enseñanza de una disciplina) que conformarían cada uno de los Colegios, las materias que se dictarían en cada una de ellas y los deberes y derechos de catedráticos y estudiantes. El artículo 4 del decreto determinó la creación de las siguientes escuelas en cada uno de los nuevos Colegios Nacionales: Literatura y Filosofía, Ciencias Naturales, Física y Matemáticas, Artes y Oficios y Jurisprudencia. En el artículo 7, el Gobierno dispuso que entre las cátedras que se enseñarían en las escuelas de Literatura y Filosofía estarían las de “Estadística Universal” y la de “Historia y Estadística especial de la Nueva Granada”441. La estadística, tal como se entendía en el siglo XIX, comprendía la recolección y el análisis sistemático de datos económicos y demográficos de los Estados442. Su propósito era la concentración de la información del estado para utilizarla con fines políticos; es decir, determinar las políticas públicas que desarrollarían con mayor eficiencia. Con la primera materia, “Estadística Universal”, el gobierno promovía la enseñanza de la ciencia en términos generales, mientras que la de “Historia y Estadística Especial de la Nueva Granada” aplicaba el conocimiento al caso específico del país. La reunión en una materia de historia y estadística no era gratuita. El gobierno quería crear una ciudadanía que se apropiara y sirviera al particular proyecto político liberal. La sistemática recolección y análisis de datos para ser estudiados desde una perspectiva histórica permitía combinar una ciencia social y una ciencia exacta de manera que los resultados obtenidos estuvieran cubiertos por un manto de objetividad y verdad. Nadie mejor que un historiador para encargarse del recaudo e interpretación de información y, por eso, no sorprende que el gobierno apuntara a la formación de profesionales con esa doble función. Tampoco sorprende que el encargado de redactar los textos para ambas materias fuera José Antonio de Plaza.

441

Decreto del 25 de agosto de 1850, artículo 7, numeral 10. En el numeral 9 se establece la enseñanza en “historia sagrada, de historia antigua, griega y romana y de historia moderna”. 442 Philip Ball, Masa crítica: Cambio, caos y complejidad, Madrid, Turner, 2010, p. 55. En inglés, la estadística decimonónica es más conocida como political arithmetics.

 

146

2.6.1. Lecciones de Estadística, ciencia exacta para la historia “La estadística de un país, que es el arsenal de los conocimientos económicos y la primera base para conocer los adelantos y la prosperidad de una nación, era ciencia totalmente ignorada por los magistrados de la Nueva Granada”443.

Para la cátedra de estadística universal, Plaza redactó las Lecciones de Estadística o texto de enseñanza para la clase de esta ciencia en el Colegio Nacional de Bogotá444. La obra tiene 69 páginas divididas en once capítulos y la siguiente organización temática: Capítulo I – Definición y objeto de la estadística – Origen y difusión de esta ciencia. Capítulo II – Clasificación de la estadística. I. Territorio. II. Población. III. La agricultura. IV. La industria. V. El comercio interior. VI. El comercio exterior. VII. La navegación VIII. La administración pública. IX. Las finanzas. X. La fuerza militar. XI. La justicia. XII. La instrucción pública. XIII. Las capitales. Capítulo III – Método de la estadística. Capítulo IV – Operaciones de la estadística. I – El catastro. II – Los censos. III – Los movimientos de la población. IV – La estadística agrícola. V – La estadística de la industria. VI – Las investigaciones administrativas. Capítulo V – Medios de ejecución de la estadística. Capítulo VI – Organización de las estadísticas oficiales. Capítulo VII – Certidumbre de los hechos estadísticos. Capítulo VIII – Errores de la estadística. Capítulo IX – Progresos contemporáneos de la estadística445. Capítulo X – Hechos sociales constituidos ya por la estadística. Capítulo XI – Resumen de los principios generales. Conclusión

La obra apuntaba a enseñar “la ciencia de los hechos sociales, expresados por términos numéricos”446. Plaza explica que la estadística tiene por objeto “el conocimiento profundo de

443

Memorias para la Historia, cap. 18, p. 302. José Antonio de Plaza, Lecciones de estadística o texto de enseñanza para la clase de esta ciencia en el Colegio Nacional de Bogotá, Bogotá, Imprenta de Morales y Compañía, 1851, 69 p. Cabe destacar que, para esta obra, Plaza cedió su “privilegio de imprenta” a “sus discípulos” y estos, al publicarla, incluyeron un agradecimiento en la contracarátula de la obra en el que se declararon admiradores de su “desinterés, amor a la instrucción y patriotismo”. 445 Este capítulo incluye menciones de los avances de la estadística en Inglaterra, Prusia, Suecia, Rusia, Austria, Francia, Estados Unidos y España. 444

 

147

la sociedad, considerada en sus elementos, en su economía, en su situación y en su movimiento”447. Así pues, su enseñanza era presupuesto indispensable para conocer a los países y saber gobernarlos. En su opinión, una de las causas del atraso de la Nueva Granada respecto a los “países civilizados” como Inglaterra, Francia o Estados Unidos era la precariedad de las cifras sociales con las que contaba el país. En la conclusión, se refiere así a esta situación: “Después de haber expuesto sucintamente en este programa cuáles son los elementos estadísticos de la sociedad civil, tenemos el pesar de asegurar que nos es imposible reunir los hechos sociales de la Nueva Granada. Ellos existen, pero no están conocidos por cifras oficiales. Es preciso, pues, que se emprenda este trabajo para que forme la segunda parte de este tratado”448 .

La enseñanza de la estadística iba de la mano con la enseñanza de la historia, pues tenían el mismo propósito: conocer el propio país para poder distinguir la forma de gobierno y la organización que mejor le servía para lograr el “desarrollo”. Su utilidad era clara: “Sus operaciones sean un medio usual de buscar la verdad y, con sus habitudes lógicas y de precisión hará progresar los negocios públicos, procurando con el socorro sus términos numéricos, escrupulosamente exactos, recabar de los funcionarios públicos un estudio más atento de sus deberes. Esta es una imperiosa necesidad en todo país de libre examen y, como lo ha observado un ilustre alemán, las cifras no solamente gobiernan al mundo, sino que aún enseñan cómo debe ser gobernado el mundo”449 .

En conclusión, con su texto sobre estadística, el historiador buscaba sentar las bases para la enseñanza de una ciencia que él juzgaba indispensable en el proyecto de entender, conocer, organizar y administrar la Nueva Granada. La estadística debía enseñarse junto con la historia, pues le proveía de los datos exactos y objetivos que ésta última precisaba para ser válida y útil. Su texto de estadística servía tanto para la enseñanza de la “Estadística universal” como para la enseñanza de la estadística particular de la Nueva Granada, que era el área de verdadero interés tanto para él como entre los hombres cercanos al gobierno de José Hilario López. La enseñanza que buscaban difundir en la Nueva Granada apuntaba a que los estudiantes, entre quienes se seleccionarían los futuros funcionarios públicos, supieran recoger e interpretar datos para llenar un vacío que los liberales consideraban preocupante: la falta de información veraz y confiable sobre la cual desarrollar políticas públicas. Al combinar la estadística con la enseñanza de la historia neogranadina, los liberales le enseñaban a la juventud granadina a comprender esta última a la manera en que Plaza lo había 446

Lecciones de estadística, p. 1. Ibídem, p. 1. 448 Ibídem, p. 65. 449 Ibídem, pp. 65 – 66. El alemán al que se refiere Plaza es Gottfried Achenwall (1719-1772), a quien Plaza se refiere en el texto como el “descubridor” de la estadística en 1748. Ver p. 8. 447

 

148

hecho en sus Memorias para la Historia, cuya versión simplificada para la educación elemental es el Compendio, al que me refiero a continuación.

Portada del Compendio de la Historia de la Nueva Granada, desde su descubrimiento hasta el 17 de noviembre de 1831, para el uso de los colegios nacionales y particulares de la República, y adoptado como texto de enseñanza por la Dirección General de Instrucción Pública, por José Antonio de Plaza, Imprenta del Neogranadino, por Ramón Echeverría, Bogotá, 1850.

 

149

2.6.2. El Compendio de la Historia de la Nueva Granada, texto de instrucción pública El Compendio de la Historia de la Nueva Granada, desde antes de su descubrimiento hasta el 17 de noviembre de 1831 fue el texto de enseñanza de historia que José Antonio de Plaza redactó para la cátedra de historia especial de la Nueva Granada creada por el decreto del 25 de agosto de 1850. El Compendio es un manual de historia con 136 páginas de extensión, que incluye una introducción y veinte capítulos, cada uno con secciones finales de preguntas sobre su contenido. El primer capítulo empieza en 1470 con la descripción del Reino de Bacatá o Cundinamarca antes de la llegada de los europeos, y el capítulo XX termina con la convocatoria en 1827 de la Convención de Ocaña. El Compendio es una versión resumida de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada , si bien la rebasa en alcance temporal, pues narra los hechos históricos de la Nueva Granada “desde antes de su descubrimiento hasta el 17 de noviembre de 1831”, la fecha de expedición de la ley fundamental de la Nueva Granada, mientras que las Memorias finalizan con la declaración de Independencia en 1810.450 El Compendio fue escrito para ser utilizado como el texto oficial de enseñanza de historia en los “Colegios nacionales y particulares de la República”, tal como lo indica el subtítulo en su portada. Así como las Memorias, fue publicado en la Imprenta de “El Neo-Granadino” en 1850, esta vez a cargo de León Echeverría. Plaza obtuvo su privilegio de imprenta el 22 de febrero de ese año, lo que permite inferir que trabajó en él durante 1849, el mismo año en que terminó y preparaba la publicación de las Memorias, cuyo privilegio de imprenta es de diciembre de 1848. Por cuando fue expedido el decreto del 25 de agosto, este manual de historia estaba listo para ser utilizado. A diferencia de las Memorias, proyecto planeado y ejecutado por iniciativa propia a lo largo de la década de 1840, el Compendio fue un texto encargado por el gobierno de López con la intención manifiesta de enseñar historia en la Nueva Granada. El Compendio es un texto con implicaciones iguales o mayores que las propias Memorias para la Historia para estudiar la escritura de la historia en el siglo XIX. La razón es que, al contrario de lo que ocurrió con las Memorias, el Compendio fue adoptado como un texto de enseñanza oficial, encargado, supervisado y distribuido por el gobierno liberal de José Hilario López. Las Memorias son el producto del trabajo exhaustivo del historiador, pero su difusión 450

José Antonio de Plaza, Compendio de la Historia de la Nueva Granada desde antes de su descubrimiento hasta el 17 de noviembre de 1831, Bogotá, Imprenta de “El Neo-Granadino”, 1850, 136 p. La ley fundamental No. 1 del 17 de noviembre de 1831 es la norma mediante la cual las antiguas provincias del centro de Colombia se constituyeron en un estado con el nombre de Nueva Granada. Precedió en poco más de tres meses a la expedición de la Constitución Política del Estado de la Nueva Granada de 1832.

 

150

fue limitada y estuvo restringida a los círculos letrados de la Nueva Granada. El Compendio, en cambio, es un texto que resumió la versión liberal de la historia colonial (y la primera parte de la historia republicana, hasta 1831) y que fue acogido como un libro “elemental” para transmitir la historia del país. En la introducción, el autor se refiere así al propósito del libro: “Para alcanzar con fruto el estudio del hombre, decía un filósofo: ‘Conócete a ti mismo’. Ampliando este feliz pensamiento a los demás estudios humanos, debemos decir con razón: Estudia la historia de tu patria, porque de ésta instrucción se debe sacar un caudal de conocimientos provechosos para el estadista, para el filósofo y para todos aquellos que quieran ser útiles a su patria. Grandes ejemplos que imitar, grandes lecciones que aprovechar, son los frutos seguros que promete el estudio histórico de la común patria”451 .

Plaza recurre a su creencia en la utilidad de la historia para “conocer y entender el pasado y planear el futuro”. Su método para la enseñanza de la historia es “la narración metódica y sucinta de los hechos más notables, en acápites numerados” con un “programa de cuestiones, también numerado, que se resuelven en el respectivo lugar numérico de la narración precedente”452 al final de cada capítulo. El método funciona así: “16. A fines de 1561 se insurreccionó Lope de Aguirre en Venezuela y la audiencia aprestó una expedición respetable, nombrándose de jefe de ella a Quesada; pero antes de marchar llegó la noticia de haber sido destruido enteramente Aguirre, con lo cual la audiencia se contrajo a hacer perseguir a los fugitivos, a terminar la residencia iniciada contra Grajeda y a verificar otras fundaciones en el país de los pantágoros para facilitar las comunicaciones entre Neiva y Popayán, lo que practicó el capitán Domingo Lozano en 13 de enero de 1563, fundando el lugar de San Vicente de Páez y el de los Ángeles a nueve leguas de Neiva. La primera población quedó destruida por los pijaos en 1572 y la segunda se despobló por la misma razón”453 .

Al final de un capítulo con una serie numerada de narraciones como la anterior, sigue el “Programa de Cuestiones” numerado y con una pregunta por cada narración, de esta forma: “16. ¿Cuál fue la insurrección de Lope de Aguirre, qué hizo la audiencia luego y qué fundaciones hizo el capitán Domingo Lozano?”454. Si bien el método escogido es ante todo dogmático y fomenta la memorización de hechos sin mayor espacio para la discusión o análisis, es presentado como “el método de enseñanza más positivo para inculcar a la juventud los conocimientos que se desee transmitirle, sin causarle el hastío y largo aprendizaje de voluminosos textos”. Para el autor, se trata de un método innovador, “original en la práctica en este país” y en el que no se encuentra “sino la mera narración de los hechos, como debe ser, dejando al criterio de los profesores y al adelantamiento de la juventud el verificar las apreciaciones políticas o religiosas que emanen de ellos”455. Aún así, Plaza no se 451

Compendio, ob.cit., “Introducción”, p. I. Ibídem, “Introducción”, p. I. 453 Ibídem, p. 91. 454 Ibídem, p. 93. 455 Ibídem, “Introducción”, segunda página. 452

 

151

limita a la “mera narración de los hechos” sino que en numerosas ocasiones hace juicios como el siguiente al referirse al virrey Amar y Borbón: “El nuevo magistrado, hombre profundamente imbécil y dominado por su esposa, mujer astuta y codiciosa, se dejó arrastrar a todas las demasías que al fin comprometieron la suerte de la Colonia para con la madre patria”456. Juicios de valor, aunque positivos y elogios, también son hechos a Cristóbal Colón y Simón Bolívar en sus figuraciones en el Compendio y en sus correspondientes preguntas en el programa de cuestiones457. Con el Compendio, los liberales contaron con el primer manual para la enseñanza de la historia que condensaba su interpretación de la Colonia y su versión de los acontecimientos de la primera época republicana, hasta 1831. Por haber sido adoptado como un texto oficial de enseñanza en las instituciones públicas y privadas, y por su consiguiente difusión en la enseñanza, el Compendio podría llegar a considerarse un texto de igual o mayor relevancia para la enseñanza de la historia en el siglo XIX que las Memorias para la Historia. Aunque su contenido es una versión resumida (y simplificada) del texto de las Memorias, es un texto que se sostiene por sí mismo, pues incluye innovaciones respecto a la obra de la que se deriva. Me refiero con esto a los “Programas de Cuestiones” incluidos al final de cada capítulo, con los que se orientaba no sólo la enseñanza de su contenido sino la forma de estudiar la historia. Así pues, es posible que el Compendio haya sido la obra más efectiva producida por Plaza para difundir la interpretación liberal de la historia neogranadina. La forma en la que estaba escrito, el método que seguía, basado en la memorización y repetición de sus secciones, facilitaba la transmisión de un conocimiento encapsulado, simplificado, dogmático, que tanto alumnos como profesores aceptaban como cierto y adoptaban como propio.

456

Ibídem, p. 107. En la sección de “cuestiones”, la pregunta que corresponde a esa sección es: “¿Cuáles fueron los principios de la administración de Amar?”. Ver la p. 109. 457 Ver las páginas 23, 25 y 136.

 

152

Conclusión Las Memorias para la Historia deben ser entendidas como parte del soporte intelectual, literario e histórico del proyecto político del liberalismo neogranadino de mediados del siglo XIX. La obra culta de José Antonio de Plaza se apropiaba el pasado y de la interpretación de la Colonia para ese proyecto, y lo revestía con la prenda de su prestigio. Al ser la historia una disciplina que buscaba establecer los hechos “tal y como ocurrieron” y organizarlos en una narración objetiva y verídica, contaba con una credibilidad que sólo era posible obtener a través de la ciencia, en este caso, de la ciencia que se ocupaba del pasado. La credibilidad que proporcionaba la historia les sirvió a los liberales para promover sus reformas, justificándolas frente a un pasado que no era deseable, en un presente de transición y en un futuro que depararía el progreso solo si triunfaban los postulados liberales. Por su papel como el primer estudio sistemático y comprehensivo de todo el periodo colonial, las caracterizaciones y juicios contenidos en las Memorias se insertaron en la historiografía colombiana posterior. Durante generaciones fueron incorporadas en un discurso común y aceptado sobre la historia del país. Esto se debe en gran parte a que precedieron en casi dos décadas a la primera obra de índole conservadora que abordó la interpretación del pasado colonial, la Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada (1869) y a que una versión resumida de las Memorias para la Historia, el Compendio de la Historia, fue utilizado como texto oficial para la enseñanza de la historia a mediados del siglo XIX, logrando una difusión y aceptación sin condiciones en el sistema educativo que no tuvo ninguna otra obra de la época. La versión liberal de la historia adelantada por Plaza impuso una interpretación del pasado en la cultura histórica colombiana que se reactivó, renovó y profundizó cada vez que los liberales pudieron influir en la educación y la producción histórica en las siguientes décadas. Para los liberales, el presente se construía mejor si se estudiaba el pasado, los errores cometidos en él y las lecciones que ellos permitían extraer. Las condiciones que al presente imponía un pasado imperfecto y que debían ser superadas para alcanzar el progreso, solo podían comprenderse con el estudio de la historia. Las Memorias para la Historia describieron un pasado nefasto, un “profundo sueño de trescientos años”, en el cual los neogranadinos languidecieron bajo el dominio español. En este pasado inconveniente podían encontrarse las razones del desorden social y el débil desarrollo económico e industrial que para un liberal era característico de la Nueva Granada. La carencia de medios intelectuales, científicos y culturales que permitieran analizar y comprender el pasado era para Plaza un

 

153

obstáculo considerable al desarrollo del país. Por eso, la redacción y publicación de las Memorias para la Historia y, tal vez aún más, del Compendio de la Historia, servían como aportes al desarrollo de corrientes intelectuales conocedoras y críticas del pasado neogranadino. Los liberales contaron entonces con una historia y un manual para formar ciudadanos jóvenes y maduros en su interpretación del pasado y de los problemas del presente. Esto lo debían hacer con la obra de uno de ellos, en la que se cuestionaba el pasado y se llamaba a la reforma de la sociedad según los postulados del proyecto liberal, entonces en pleno auge. En la Introducción de la obra, Plaza aclara que la consideraba el primer aporte a la “obra completa” de la historia neogranadina, que otro u otros historiadores debían acometer458. Luego de su estudio comprehensivo y sistemático de la Colonia, quien decidiera seguir sus pasos debía dedicarse al análisis e interpretación del periodo republicano. El deseo de que otros continuaran la empresa de estudio histórico de la Nueva Granada no llegó a materializarse, pues ningún liberal de su generación produjo una obra de la magnitud y alcance de la de Plaza sobre el periodo republicano. José María Samper, quien trabajó a sus órdenes cuando el historiador era Editor de la Gaceta Oficial, fue quien más adelantó en la empresa. En sus Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada desde 1810, publicado en 1853, Samper narró “los puntos culminantes que aparecen en el horizonte político de la Nueva Granada desde 1810 hasta 1852”, aunque aclaró que no pretendía escribir la historia política de la Nueva Granada, pues esa empresa sólo era digna “de las plumas de Restrepo, de Plaza y de Ancízar”459. El reconocimiento explícito a su capacidad historiográfica en la obra de Samper demuestra hasta qué punto era considerado uno de los grandes historiadores neogranadinos del medio siglo. La carrera de José Antonio de Plaza es representativa de la forma como los hijos de funcionarios coloniales de rango medio lograron una adaptación exitosa a la vida republicana después de la participación de sus padres en la revolución de Independencia. Capitalizó la herencia que le dejó su padre: contactos y una posición acomodada, si bien no rica, dentro de la nueva estructura social republicana. Sobre esta base, desarrolló su carrera como ideólogo y publicista del movimiento político dominante hacia mediados de siglo. Con determinación y 458

“Esta tarea, una de las más ingratas que hemos acometido, es también la que hemos aceptado y cargado sobre nuestros débiles hombros, urgidos por el deseo de ser útiles a nuestra patria presentándole el actual ensayo, que no podemos dudar servirá de base para una obra completa que otra pluma más diestra presente a la nación (…) Pueda este deseo patriótico recabarnos la indulgencia de nuestros conciudadanos y alentar a otros para coronar una obra cuyas bases tenemos la satisfacción de asentar los primeros”. Memorias para la historia, “Introducción”, segunda página. 459 José María Samper, Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada desde 1810 y especialmente de la administración del 7 de marzo, Bogotá, Imprenta de “El Neo-Granadino”, 1853 [585 p], p.7.

 

154

bien calculado oportunismo, logró mantenerse en la cercanía de figuras poderosas de todos los partidos y en el último tramo de su vida se acomodó en las filas del Partido Liberal. Plaza murió en Bogotá el 4 de diciembre de 1854, a los 47 años de edad, cuatro después de la publicación de las Memorias para la Historia de la Nueva Granada. Sus últimos años los había dedicado al ejercicio del derecho, a las cátedras universitarias y a escribir en la prensa. Su muerte ocurrió el mismo día del derrocamiento de José María Melo, quien había tomado el poder en abril de ese año. Si bien la derrota de Melo significó el regreso de los conservadores al poder, no implicó la derrota del programa de reformas liberales iniciado con Tomás Cipriano de Mosquera a mediados de la década de 1840. El programa liberal alcanzaría su máximo desarrollo casi diez años después y Plaza, uno de los principales ideólogos liberales del medio siglo y autor de la obra fundamental de su corriente historiográfica, no vería la materialización de los postulados por los que abogó durante su vida.

 

155

Bibliografía Esta bibliografía incluye las obras y fuentes utilizadas en esta investigación bajo las siguientes categorías: fuentes primarias, en las que incluyo los libros, artículos de prensa y folletos, cartas, informes y hojas escritas por José Antonio de Plaza; y fuentes secundarias, que incluye los libros, artículos académicos, folletos, cartas, informes y hojas escritas por otros autores que se refieren a Plaza, su obra, el contexto de la época y los demás temas generales relacionados con este trabajo. Las fuentes primarias han sido organizadas de manera cronológica según su año de publicación, y las secundarias en orden alfabético determinado por el nombre de pila del autor. 1. Fuentes primarias 1.1.

Textos de José Antonio de Plaza

Almanaque Nacional o Guía de Forasteros de la Nueva Granada para el año de 1838, Bogotá, Imprenta de J.A. Cualla, 1837, 198 p. Mis opiniones, Bogotá, Imprenta de J.A. Cualla, 1841, 27 p. Defensa del ex-coronel Vicente Vanegas, pronunciada ante el Tribunal de Apelaciones de este distrito, por José Antonio de Plaza, en el juicio criminal promovido a consecuencia de la rebelión que principió en las provincias del Norte, desde setiembre de 1840, Bogotá, Imprenta de J. A. Cualla, 1841, 30 p. Apéndice a la Recopilación de Leyes de la Nueva Granada, formado y publicado de orden del poder ejecutivo, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, (enero) 1850, 304 p. Memorias para la historia de la Nueva Granada desde su descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, 464 p. Compendio de la Historia de la Nueva Granada desde antes de su descubrimiento hasta el 17 de noviembre de 1831, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, 1850, 136 p. El oidor, Romance del siglo XVI, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, 1850, 120 p. Lecciones de estadística o texto de enseñanza para la clase de esta ciencia en el Colegio Nacional de Bogotá, Bogotá, Imprenta de Morales y Compañía, 1851, 69 p. Respuesta a un informe exhibido por el gobierno, Bogotá, Imprenta de Morales y Cía., 1851, 40 p. Una pronta providencia, Bogotá, Imprenta del Neo-Granadino, octubre de 1851, 4 p. Mi última palabra, este año, sobre la cuestión de la ferrería de Pacho, Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos, 1853, 2 p. Uno contra ciento, Bogotá, Imprenta de Echevarría Hermanos, mayo de 1853, 2 p. Alfonso Esquirós, Historia de los montañeses, traducida por José Antonio de Plaza, Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos, 1855, 188 p. Memorias de mi vida, en “Boletín de Historia y Antigüedades”, año V, núm. 59 (mayo de 1909), pp. 625 - 656.

 

156

1.2.

Artículos de prensa

“Las cosas de hogaño”, en El Silfo, Bogotá, núm. 1 (domingo, 19 de junio de 1831), p. 3. “Estado del país o rápido bosquejo sobre nuestra situación presente”, en El Silfo, Bogotá, núm. 2 (jueves, 3 de julio 1831), p. 2. “De los juzgados de primera instancia”, en El Silfo, Bogotá, núm. 4 (jueves, 24 de julio de 1831), p. 6. “Contestación”, en El Constitucional de Antioquia, Medellín, No. 27 (diciembre de 1836). “La opinión”, en El Triunfo de los Principios, Bogotá, núm. 1 (4 de febrero de 1844), p. 2. “Juicio ejecutivo”, en El Triunfo de los Principios, Bogotá, núm. 2 (7 de marzo de 1844), p. 2. “Proyecto de división territorial”, en El Triunfo de los Principios, Bogotá, núm. 3 (2 de abril de 1844), pp. 5 – 6. “Del desarrollo social y del espíritu humano en la Nueva Granada”, en El Triunfo de los Principios, Bogotá, núm. 4 (21 de abril de 1844), p.3.

1.3.

Folletos, cartas, informes y hojas

Aclaración de lo expuesto por el General Santander en la página 20 de sus Apuntamientos para las Memorias de Colombia y la Nueva Granada, en la parte que habla de la muerte del Sr. Mariano París, Bogotá, Imprenta de José Ayarza, 1837, 7 p. Cerbeleón Pinzón, Colección Pineda: Documentos importantes para la historia de Colombia, Informe de la comisión para el estudio de la colección Pineda dirigido al Secretario de Estado del Despacho de Gobierno, Dr. Francisco José Zaldúa, Bogotá, 15 de mayo de 1849, 22 p. Carta de José Antonio de Plaza a Anselmo Pineda, fechada el 18 (o 19) de julio de 1850, en Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda, signatura RM 622, Pieza 135.

2. Fuentes secundarias 2.1.

Libros

Álvaro Pineda Botero, La fábula y el desastre: Estudios críticos sobre la novela colombiana, 1650 – 1931, Medellín, Eafit, 1999. Antonio Fernández de Prieto y Sotello, Historia del Derecho Real de España, Madrid, Imprenta de José del Collado, 1821. Antonio Joseph García de la Guardia, Kalendario Manual y Guía de Forasteros en Santafé de Bogotá, capital del Nuevo Reino de Granada, para el año 1805, Compuesta de orden del Superior Gobierno, Bogotá, Imprenta de Bruno Espinosa de los Monteros, 1805. Armando Martínez Garnica, La agenda de Colombia, 1819 – 1831, Bucaramanga, UIS, 2008. Benjamín Constant, De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, Ginebra, Editorial Droz, 1980. Bernardo Tovar, La Colonia en la historiografía colombiana, Bogotá, ECOE, 1990. Biblioteca Nacional, Catálogo del Fondo Anselmo Pineda, dispuesto por orden alfabético de autores y de personas a quienes se refieren las piezas contenidas en los volúmenes de la sección respectiva, Bogotá, Editorial El Gráfico, 1935.

 

157

Claudia Silvia Cogollos Amaya, Pensamiento y teoría histórica de la Nueva Granada: José Antonio de Plaza y Racines, vida y obra, tesis de grado, Pontificia Universidad Javeriana, 1989. Darline Gay Levy, Women in Revolutionary Paris, 1789 – 1795, Illinois Books Edition, 1980. Fenita Hollman, María Francisca Medina, Juan Francisco Mantilla, et. al., Grupo de Investigaciones Genealógicas José María Restrepo Sáenz, Genealogías de Santa Fe de Bogotá, Bogotá, Editorial Gente Nueva, 1991. Fernán E. González, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estado Nación en Colombia (1830 – 1900), Medellín, La Carreta, 2006. Francisco José de Caldas, Almanaque de las Provincias Unidas del Nuevo Reino de Granada para el año bisiesto de 1812: tercero de nuestra libertad, Bogotá, Imprenta Patriótica, 1811. Francisco de Paula Santander, Memorias del General Santander, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1973. Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1987. Joaquín Durán Díaz, Estado General del Virreinato de Santafé de Bogotá: Valores de las reales rentas, empleados, sueldos, ejército y otras noticias curiosas que dan una idea de su población y comercio, Bogotá, Imprenta de Antonio Espinosa de los Monteros, 1793. Joaquín Ospina, Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia, edición en CD-ROM, Hoyos Editores, 2002. José Manuel Restrepo, Diario Político y Militar, Bogotá, Imprenta Nacional, 1854, cuatro tomos. Jorge Orlando Melo, Historiografía colombiana: realidades y perspectivas, Medellín, Marín Vieco, 1996. Jorge Orlando Melo, “Progreso y guerras civiles: la política en Antioquia entre 1829 y 1851”, en Historia de Antioquia, Medellín, Ed. Suramericana, 1987. José Hilario López, Memorias, Bogotá, Editorial ABC, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1942. José María Álvarez y Estrada, Instituciones del Derecho Real de España, Bogotá, Tipografía de Nicomedes Lora, 1836, 2 volúmenes. José María Baraya, Biografías militares o Historia militar del país en medio siglo, Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1874. José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, Bogotá, Fundación para la Investigación y la Cultura, Gerardo Rivas Moreno, ed., 1997. José María Samper, Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada desde 1810 y especialmente de la administración del 7 de marzo, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, 1853. José María Samper, Historia de un alma, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Editorial Kelly, 1946. José María Vergara y Vergara, Almanaque de Bogotá: Guía de forasteros para 1867, Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1866. José María Vergara y Vergara, Historia de la Literatura en Nueva Granada, Bogotá, Librería Americana, 1905.

 

158

Juan David Figueroa Cancino, El Compendio de Acosta y la construcción de la memoria histórica en la Nueva Granada (1830 – 1848), tesis de grado, Universidad Nacional, 2007. Juan Rodríguez Freyle, El Carnero, Biblioteca Ayacucho, Caracas, Venezuela, 1979. Juan de Sala, Ilustración del Derecho Real de España, Madrid, Imprenta de José del Collado, 1820. Julio Gaitán Bohórquez, Huestes de Estado: La formación universitaria de los juristas en los comienzos del Estado colombiano, Bogotá, Universidad del Rosario, 2002. Lino de Pombo (Ed.), Recopilación de Leyes de la Nueva Granada, Bogotá, Imprenta de Zoilo Salazar, 1845. Lucas Fernández de Piedrahita, Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada. Bogotá, Editorial Kelly, 1973. Marco Palacios y Frank Safford, Colombia: País fragmentado, sociedad dividida, Bogotá, Norma, 2002. María Clara Guillén de Iriarte, Los estudiantes del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, 1773 – 1826 (Vol.1) y 1826 – 1842 (Vol.2), Bogotá, Universidad del Rosario, 2008. Pedro Agustín Díaz A. [director], Compilación de normas sobre la educación superior, volumen II, parte II, “La República Neogranadina”, Bogotá, Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (ICFES), 1974. Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, Bogotá, Imprenta de La Luz, 1891. Philip Ball, Masa crítica: Cambio, caos y complejidad, Madrid, Turner, 2010. Santiago Díaz Piedrahita, Confesiones de un estadista, Epistolario de Lino de Pombo con su hermano Cenón: 1843 – 1877, Bucaramanga, UIS, 2010. Sergio Mejía, El pasado como refugio y esperanza: La historia eclesiástica y civil de Nueva Granada de José Manuel Groot, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 2009. Silvia Rocha, La escritura de los manuales de historia en Colombia durante la segunda mitad del siglo XIX, Bucaramanga, UIS, 2008.

2.2. Artículos Andrés Aguilar, Lijera reseña del pleito promovido por el Sr. José Antonio de Plaza contra la empresa de la Ferrería de Pacho, Bogotá, Imprenta del Neo-Granadino, mayo de 1851, 14 p. Adolfo León Gómez, “Boceto biográfico de Anselmo Pineda”, en Boletín de Historia y Antigüedades, Año V, núm. 59 (mayo de 1909), pp. 85 -95. Alfonso Valencia Llano, “El General José Hilario López, un liberal civilista”, en Credencial Historia, núm. 98 (febrero de 1998), pp. 4 – 7. Anónimo. “Bibliografía. Memorias para la historia de la Nueva Granada y Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo XVI”, en El Pasatiempo, Bogotá, núm. 33 (28 de febrero de 1852), pp. 265 – 267, núm. 35 (6 de marzo de 1852), pp. 269 – 271, núm. 36 (13 de marzo de 1852), pp. 280 – 281. Carlos H. Cuestas G., “El concepto de persona en el proyecto de Código Civil de Justo Arosemena”, Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, núm. XVIII, Valparaíso, 1996, pp. 103 – 110. Diana Soto Arango, “Aproximación histórica a la universidad colombiana”, en Revista Historia de la Educación Latinoamericana (RHELA), UPTC, Tunja, vol. 7, 2005, pp. 99 – 136.

 

159

Emiro Kastos (Juan de Dios Restrepo), “Memorias para la Historia de la Nueva Granada, por el señor José Antonio de Plaza”, en El Neo-Granadino, Bogotá, Imprenta de Ancízar, núm. 144 (21 de febrero de 1851), p. XX. Fernando Antonio Martínez, “A propósito de una gramática chibcha”, en Boletín del Instituto Caro y Cuervo, Tomo XXXII, núm. 1 (enero – abril de 1977), pp. 1 – 25. Jaime Arenal Fenochio, “Ciencia jurídica española en el México del siglo XIX”, en Cuadernos del Instituto de Investigaciones Jurídicas, México, UNAM, 1998, pp. 30 – 47. José Caicedo R., “Recuerdos y apuntamientos”, en Papel Periódico Ilustrado, Bogotá, núm. 109, año V (1 de febrero de 1887), pp. 200 – 203. Luis Barrón, “Republicanismo, liberalismo y conflicto ideológico en la primera mitad del siglo XIX en América Latina”, en El Republicanismo en Hispanoamérica, México, FCE, 2002, pp. 118 – 137. Manuel Alvar, “La Gramática Mosca de Fray Bernardo de Lugo”, en Boletín del Instituto Caro y Cuervo, Tomo XXXII, Septiembre – Diciembre 1977, núm. 3, pp. 461 – 500. Rodrigo Llano Isaza, “Hechos y gentes de la Primera República colombiana. 1810 – 1816”, en Boletín de Historia y Antigüedades, núm. 789, abril de 1995, pp. 501 – 523. Sergio Mejía, “¿Qué hacer con las historias latinoamericanas del Siglo XIX? – A la memoria del historiador Germán Colmenares”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, núm. 34 (2007), Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, pp. 425 – 458.

2.3. Leyes, cartas, folletos y hojas sueltas Acta de matrimonio de Simón Tadeo de Plaza. En Archivo Histórico de la Universidad del Rosario, Fondo Documentos, vol. 112, folio 864. Carta de María Antonia Plaza a Simón Tadeo de Plaza, 18 de enero de 1796. En Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, signatura MSS2427. Carta de Simón Tadeo de Plaza a Manuela, Antonia y Jacinta de Plaza, 22 de agosto de 1800. En Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, signatura MSS2427. Carta de Pedro Xavier Vera a Simón Tadeo de Plaza, fechada en Madrid el 21 de agosto de 1802. En Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, signatura MSS2427. Carta a Simón Tadeo de Plaza fechada en Madrid, el 27 de mayo de 1805. En Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, signatura MSS2427. Constitución de 1821. Registro de matrícula de José Antonio de Plaza en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, 1824. En Archivo Histórico de la Universidad del Rosario, Fondo Documentos, vol. 112, folios 863 – 874. Ley del 18 de abril de 1826, que adiciona la del 30 de julio de 1824. “Diario de los trabajos de la alta Corte en la semana que acaba en esta fecha”, Gaceta de Colombia, Bogotá, núm. 541, trimestre 43 (domingo 2 de octubre de 1831), p. 2. Ley Fundamental de la Nueva Granada, 17 de noviembre de 1831. “Homenaje de Justicia y Amistad”, Imprenta de la Universidad, 29 de septiembre de 1836. Código Penal de Cundinamarca de 1837.

 

160

Ley del 22 de junio de 1842 sobre procedimientos en los juicios ejecutivos. Ley de 4 de mayo de 1843. Ley del 13 de junio de 1843 sobre procedimientos en los concursos. Ley del 10 de junio de 1843 sobre registro de instrumentos públicos. Ley del 6 de mayo de 1845. Ley del 8 de mayo de 1848, en Gaceta Oficial, Bogotá, núm. 978 (11 de mayo de 1848), pp. 289 – 290. Patricio Wilson, El Convite, Bogotá, 1853, 1 hoja suelta.

2.4. Bases de datos de consulta en Internet www.heraldaria.com

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.