Desfasaje y Subversión: el anacronismo como forma de acceso al presente en la obra ensayística de H.A. Murena

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1 eras Jornadas Nacionales de Historiografía. Facultad de Ciencias Humanas Depto. de Historia UNRC Desfasaje y subversión: el anacronismo como forma de acceso al presente Lic. Joaquín Vazquez (UNRC-UNC) 1. Presentación En el presente trabajo pretendemos realizar una caracterización de la noción de anacronismo como forma de acceso al presente en la obra ensayística del escritor y pensador argentino H. A. Murena. Debido a la amplitud y variedad temática de su obra nos concentraremos en la exposición de la cuestión principalmente desde Ensayos sobre subversión y, de manera secundaria, La metáfora y lo sagrado. También nos valdremos de las palabras de algunos comentaristas actuales de Murena, entre los que se destacan Leonora Djament, Christian Ferrer y Silvio Mattoni. Nos interesa trabajar desde una perspectiva teórica que, creemos, desnuda las potencialidades del pensamiento de Murena que quedaron ocluidas por los motes de telúrico y esencialista que la crítica supo imponerle luego de la publicación de El pecado original de América. Es decir, nos situamos en la estela de la propuesta de relectura mureniana iniciada por Djament en su libro La vacilación afortunada, para intentar dar cuenta de cómo el autor, en su herencia benjaminiano-adorniana, se aboca a pensar el presente estando contra él, realizando para ello una construcción análoga pero de signo inverso respecto de la que sus contemporáneos le impusieron a su obra. Nos referiremos al anacronismo como noción y no como concepto porque la tematización que el autor hace del mismo no adquiere un tratamiento sistemático ni alcanza un sentido acabado. Murena se vale de la etimología del término para sostener teóricamente una actitud vital que unifica el movimiento constante de su pensamiento inquieto, esquivo al encasillamiento. Por esto, la caracterización que aquí pretendemos

realizar de la noción en cuestión tendrá un viso aproximativo y no concluyente. Su noción de anacronismo no sólo permite pensar el presente desde una perspectiva teórico-metodológica, sino que también encarna un ethos. De allí que optemos por considerarlo desde dos dimensiones, a saber, una ética y otra política, que mantienen un vínculo indiscernible (a pesar de esta división que atiende a fines expositivos). En líneas generales, puede decirse que el anacronismo es una operación crítica de consecuencias prácticas que se emparenta con otras nociones como la de compromiso negativo o desengagement, empuñada como arma contra el marxismo ortodoxo, el existencialismo sartreano y las diversas formas de humanismo que, al parecer de Murena, nublaron los horizontes teóricos y políticos de los años cincuenta y sesenta en nuestro país.

2. Guardar distancia de esa tierra baldía, el presente Para Murena, la relación que el intelectual establece con el mundo es, en todos los casos, mediata. No hay acceso inmediato a la realidad. La cultura supone ya una distancia que obnubila con espejos de colores, caleidoscopio de modas intelectuales, políticas y técnicas en las que el individuo, en tanto unidad diferenciada al interior de una sociedad con pretensiones de homogeneidad, se aliena. He ahí un enemigo de Murena, la clausura

sistemática, totalitaria, tanto política como conceptual de las

derivas iluministas. La cerrazón de la síntesis dialéctica impide el pensamiento del presente, ya que la estandarización y la normalización, intrínsecas a la reproducción de la identidad del sistema en su sedimentación capitalista y socialista, no hacen otra cosa que allanar el juego de las diferencias constitutivas, ocultando, de tal modo, las contradicciones que se tejen en el seno histórico de lo social. De lo que trata, entonces, es de pensar, a partir de sus influencias adornianas, una dialéctica que no haga síntesis, una dialéctica subversiva, que desnude y posibilite la eclosión de la diferencia que la potencia de una intervención intelectual anacrónica habría de conseguir. Esa es la principal apuesta metodológica mureniana, que atravesará toda su obra y será, a pesar de sus frecuentes corrimientos y distanciamientos de instituciones, revistas y posicionamientos intelectuales, una constante. Dice Murena en el prólogo a Ensayos sobre subversión: “…el hombre de letras, si desea ser contemporáneo, debe comenzar por ser anacrónico. Anacrónico en el sentido originario de la palabra que designa el estar contra el tiempo. La entrega total al

presente es una entrega parcial; la contemporaneidad inmediata es una atemporaneidad. Sólo se vive con plenitud el presente cuando se lo percibe en su totalidad desde la perspectiva del pasado. Sólo se es en profundidad contemporáneo al sumergirse en la contemporaneidad con la distancia del anacronismo. Ese anacronismo contemporáneo puede encenderse en el mundo de las obras que el hombre de letras forja cuando vive su fe y no se ve forzado a proclamarla.” 1. La cita exuda críticas a al existencialismo y al marxismo, bajo los cuales Murena lee una sintomática exigencia de atención a la urgencia del presente, que no hace más que incitar a correr al burro tras la zanahoria, porque, sostiene, no hay paradigmas arquetípicos que puedan dar cuenta del mundo sin dejar las manos vacías. Todo recorte conceptual o posicionamiento teórico hipostático, sostenido con devoción fideísta, corre el riesgo de devenir totalitario, absoluto y, por lo tanto, sistémico. Murena se posiciona, no contra el existencialismo, el psicoanálisis o el marxismo, sino contra las formas anquilosadas y tumorales de los mismos. Que el intelectual, el hombre de letras, para ser contemporáneo, deba comenzar por ser anacrónico, significa que debe pararse frente al mundo con una mirada oblicua, dispuesta al corrimiento, al movimiento curvo. Leonora Djament sostiene en su libro La vacilación afortunada2 que Murena propone una relación entre tiempo y teoría distinta a la que dieron sus contemporáneos. Quizás se deba a la influencia de Benjamin y su prescripción de lectura de la historia a contrapelo, erizando el lacio natural; tal vez su gran interés por los estudios religiosos lo haya incitado a repensar su lugar como intelectual, intentando hacer coincidir la diversidad de sus inquietudes en una acción que las cobijara a todas pero dotándolas de potencia subversiva. Es que si los enemigos son el cientificismo, el positivismo y sus formas mixturadas de humanismo e iluminismo, el gesto subversivo consiste entonces en el rechazo de la identidad aséptica a los cambios, del criterio metodológico “universal”, del progreso y de la concepción de la historia como continuidad temporal. De allí que afirme que “…tanto en sus momentos deplorables como en sus instantes magníficos, la historia anduvo torcida. Acaso porque está viva, porque es la línea de la vida. Acaso porque para producir santos -lo mismo que para producir asesinos- necesita andar torciéndose. De otro modo, tal vez no produjera seres humanos, sino autómatas iguales.”3.

1

Murena. H. Ensayos sobre subversión. Sur. Bs. As. 1962. p. 12. Djament, L. La vacilación afortunada. Colihue. Bs. As. 2007. 3 Murena, H.A. op cit. p.73. 2

En esta valoración, los chicotazos de la historia, semejantes a los coletazos de la serpiente a la que se le pisa la cabeza, impiden todo cálculo o previsión del rumbo que ésta habrá de tomar y excluyen, por lo tanto, predicciones normativas o interpretaciones sujetas a paradigmas rígidos. Por eso el intelectual, para ser contemporáneo, deberá posicionarse en lugares anómalos de pensamiento, lectura, enunciación e intervención. La relación entre teoría y tiempo no se concilia con el presente. Más aún, se desencuentran en todas las ocasiones, se indisponen la una para el otro, de allí que su vínculo esté signado por el desfasaje. Murena, en su herencia martinezestradiana, piensa en y desde la paradoja: la contemporaneidad sólo es posible mediante el anacronismo, que es el movimiento que busca eludir las determinaciones y concreciones de una época, escapando a las fosilizaciones del sentido4. Pero también, y sobre todo, es una forma de vida, una disposición vital cuya constante atención al pasado tiene profundas incidencias en el presente. La posibilidad de la convivencia del pensar y lo pensado exige un corrimiento por parte del intelectual, que para hacerlos coincidir debe primero distanciarlos subversivamente. Veremos esto a continuación.

3. Minar, desgastar, percudir En La amargura metódica, esa monumental y excelente biografía de Ezequiel Martínez Estrada, Christian Ferrer le dedica un capítulo a Murena, que se autoproclama como discípulo de aquél. Allí se dice: “Los “Ensayos sobre subversión” no aluden al sentido habitual de la palabra. Subversión es el acto de pensamiento resistente a “los estilos del tiempo” que dejan su sello sobre la comunidad: la técnica, la publicidad, las tentaciones políticas y los falsos problemas.”5. Detengámonos a considerar esto. Por un lado, Ferrer caracteriza a la subversión en Murena como un acto de pensamiento. En líneas generales, esa apreciación es correcta, pero carente de precisiones. En efecto, habría que explicitar lo que se entiende por pensamiento, ya que, 4

En Hacia un nuevo manifiesto, Adorno, en diálogo con Horkheimer, sostiene: “Cuando empezamos a pensar, no es posible detenernos en la mera reproducción. Esto no significa que realmente así será, pero es realmente imposible pensar sin pensar también lo otro. El atontamiento de hoy es una función inmediata de la amputación de la utopía. Donde no se quiere la utopía, es el pensamiento mismo el que muere. El pensamiento queda muerto en la mera duplicación.” (Th. Adorno; M. Horkheimer, Hacia un nuevo manifiesto, Trad. Mariana Dimópulos, Eterna Cadencia, Bs. As. 2014.). Resulta interesante pensar la cercanía de las palabras de Murena aquí citadas, pertenecientes a Ensayos sobre subversión, de 1962, con éstas de Adorno, de 1956. 5 Ferrer, C. La amargura metódica. Vida y obra de Ezequiel Martínez Estrada. Sudamericana. Bs. As. 2014. p. 268.

creemos, la subversión guarda para Murena vínculos profundos con la vida del intelectual, es decir, no se limita a la esfera del pensamiento, sino que involucra una actitud vital. Si hay algo así como un “acto de pensamiento”, es inconcebible fuera de sus determinaciones vitales. De allí que, para dar clara cuenta de la resistencia a “los estilos del tiempo” propia de la subversión, sea necesario hacer explícitas estas cuestiones, porque en tanto permanezcan implícitas alimentan interpretaciones sesgadas, por lo menos a esta altura de los estudios sobre la obra de Murena. Por otro lado, Ferrer no duda en vincular la subversión mureniana con el anacronismo. Subvertir es, así, mantener una actitud de resistencia activa frente a la densidad de los sentidos construidos por cada época. Pero dicha resistencia exige un sujeto que resista a los mencionados “estilos del tiempo”. Por lo que, preguntamos: ¿Hay un sujeto subversivo para Murena? O mejor, ¿es posible determinar –en líneas generales- qué es un sujeto subversivo?¿Cómo leer esas huellas que los estilos del tiempo dejan en la técnica, la publicidad, las tentaciones políticas y los falsos problemas, tal como enumera Ferrer? Esta indicación sobre el sentido del término ‘subversión’ en Murena, se potencia con las palabras de Djament: “Esto es, en principio, subvertir: ir minando, ir desgastando, ir percudiendo ese sistema totalizante, esa homogeneización gnoseológica, subvirtiendo los esquemas tradicionales de pensamiento, trabajando […] a partir de unas operaciones críticas, modos de argumentación, sintaxis, lecturas que se eligen hacer, traducciones, etc”6. El simple “acto de pensamiento” que nombra Ferrer, se puebla de matices por la enriquecedora introducción de este abordaje metodológico que atiende a las operaciones críticas, en el que queda incluida la complejidad de la argumentación, la sintaxis, la lectura y la traducción. Más aún, este enfoque de la subversión, menos neutro que el de Ferrer, explicita un conjunto de acciones estratégicas del compromiso negativo mureniano, que indican indirectamente cuál es la labor del intelectual subversivo. Puede decirse que desde la publicación de El pecado original de América Latina, la crítica cayó cómo una dura piedra sobre Murena, calificándolo de metafísico y de pensador telúrico. Quizás ambas calificaciones hayan sido acertadas, pero actuaron como fajas de clausura de la obra futura de Murena, quitándole potencia a sus intervenciones en el mundo intelectual argentino de su época. Posiblemente, su noción de anacronismo haya sido una reacción contra eso. En ese sentido, Murena opera de 6

Idem p.42.

manera semejante a Nietzsche, aunque no llegue a considerarse como un nacido póstumo. Pero el anacronismo también puede ser, en su caso, una justificación de sus intereses frente a la intransigencia condenatoria de los jueces normalizadores de su época. Decide, entonces, habitar su tiempo desde el desfasaje, duplica la apuesta: si iba a ser desestimado, se aseguraría de serlo meritoriamente, sin entregarse a lo que consideraba “servidumbre al tiempo”. Es decir, se ataría de tal modo al presente, con un nudo tan extraño, que lo habitaría desde su centro y lo vería desde la periferia. En Una palabra previa, una suerte de prólogo a La metáfora y lo sagrado, hablando de sí mismo en tercera persona y haciendo casi una autobiografía intelectual, dice: “Quien escribe estas líneas […] acosado aún por los prejuicios de su tiempo, sintió inquietud. Luego comprendió. Su tiempo era un tiempo que quizás como ninguno se había entregado al materialismo de la servidumbre al tiempo. Se esforzó entonces por tornarse cada más anacrónico, contra el tiempo, para que le fuera dada alguna vez la dicha de desentenderse por completo del tiempo.” 7. Estar contra el tiempo para alcanzar el desentendimiento definitivo del mismo tiempo: clarísimo y hondo deseo de trascendencia, de exceder la finitud y, a su vez, ejemplo cabal de la sublevación frente a la imposición de la agenda intelectual de la época. Murena, aparte de caracterizar al anacronismo, lo vive, lo escribe. Su escritura esquiva y, de a momentos, confusa, toma direcciones inciertas, imprevisibles para el lector: las ideas no cierran, los argumentos no se redondean. Sus palabras son el soporte de un cierre dialéctico perpetuamente postergado. Su obra ensayística está marcada por la fragua del pensamiento negativo, que: “…critica la totalidad de lo existente en una actitud dialéctica en la que reaparece el mesianismo inicial: toda ciudad es perfeccionable y rechazable porque ninguna ciudad es la Ciudad de Dios.”8. Las formas en las que opera el anacronismo en Murena, como ya se dijo, tienen orientaciones prácticas que se atraviesan y confunden. Por un lado, el anacronismo hace las veces de piedra de toque del compromiso negativo, en el que se condensan las críticas a Sartre y se hace visible la influencia de sus lecturas de los autores nucleados en la Escuela de Frankfurt. Aquí, la negatividad, operando sobre el compromiso, no debe comprenderse como un no-compromiso, sino como un compromiso inverso, contra el tiempo y sus determinaciones opresivas, es decir, un compromiso anacrónico que subvierte la lógica, entendiendo por lógica el entramado racional del mundo moderno y 7

Murena, H.A. La metáfora y lo sagrado. El cuenco de plata. Bs. As. 2012. Murena, H.A, Herrschaft, ensayo publicado originalmente en La Nación el 31 de enero de 1971, disponible en: http://www.espaciomurena.com/6979/ 8

tecnificado.

Por otro, el anacronismo también actúa como sostén teórico del

desplazamiento tangencial que Murena prescribe para todo intelectual, es decir, para todo hombre de letras que pretenda incidir críticamente en el presente.

4. Prolegómenos inquisitivos para un manifiesto La tematización hasta aquí realizada sobre la noción de anacronismo en Murena y su correlativa pretensión de incidencia subversiva en el presente nos conduce a la formulación de algunas preguntas que nos interesa compartir para pensar proyectivamente la relación teoría-presente. En primer lugar, el ensayista sostiene con vehemencia la desavenencia de la una (la teoría) con el otro (el presente) cuando el tiempo y lugar de enunciación de la primera coinciden con el tiempo y lugar de su objeto de referencia. Digámoslo así: cuando la teoría se amolda al ritmo de la respiración del presente, no puede más que dejarse acunar por el compás de esas inhalaciones y exhalaciones, que la mantienen a flote en ese río burbujeante. En cambio, cuando el sujeto subversivo se impone a sí mismo una larga inhalación para bucear en las hondas aguas de la historia, su regreso a la superficie viene siempre acompañado por la vislumbre de algún tesoro abisal o de un pez de aguas profundas, raramente visto en la superficie, antro de mojarras. De este panorama pueden inferirse dos cosas: o bien la reactualización de formulaciones y problemas bajo la perspectiva de lo pasado necesita de un contexto que burbujee al son de los “estilos del tiempo” para poder posicionarse contra él; o bien, el presente necesita de una reconstrucción del pasado que sirva de matriz de filiación para sostener el burbujeo. En forma inquisitiva y términos conceptuales: la negatividad mureniana, ¿necesita de la sedimentación de la idealidad en la materialidad para operar críticamente? ¿Está condenada al estatuto larvario de una no-posición? ¿O su labor se redefine con esos mentados “estilos del tiempo”? De redefinirse, podría decirse que una dialéctica subversiva o una operación crítica no sintética sólo pueden buscar que el presente difiera de sí, que sea (también) su otro. Pero lo paradójico de esta formulación radica en que las operaciones anacrónicas de traducción y subversión inciden en un presente mediado por la sucesión de un tiempo indeterminado, es decir, en otro presente, y por la actualización que otros sujetos subversivos hacen de lo pasado. De esta primera consideración, se desprende la segunda pregunta, que es, obviamente, la pregunta por eso que llamamos ‘sujeto subversivo’ (mureniano). Vale

aclarar: ¿cómo se constituye la subjetividad crítico-subversiva? De la lectura de los comentaristas de la obra ensayística de Murena, rescatamos, para esbozar una respuesta, aquellos tres verbos que dieron título a la sección 3: minar, desgastar, percudir la superficie homogénea del presente. Esa es, en principio, la prescripción que haría efectiva la subversión. El intelectual ha de trabajar oyendo lo que los discursos epocales sostienen respecto de su tiempo y lugar habitados para poder introducir la corrosión que habrá de fructificar en un presente otro, incidiendo indirecta y tangencialmente. Respecto de la forma institucional que esos discursos adoptan, el intelectual subversivo (¿es concebible una subjetividad subversiva en la intelectualidad?) deberá mantenerse distanciado. Su compromiso no comercia con instituciones, corrientes o escuelas de pensamiento, sino que escapa de ellas. Su compromiso es negativo por deseo expreso de incidencia en el presente. He aquí otro aporte para la sumaria caracterización de la labor del intelectual subversivo que esbozamos en estas páginas: no será orgánico a ninguna institución, sino a un tiempo por venir. ¿Un tiempo deseado? ¿Estamos, entonces, frente a una erótica del presente? ¿Un deseo constitutivo de porvenir, una forma de intervención modelada para su exhumación futura? ¿Es posible ser orgánico a lo aúnno-acaecido? ¿No es demasiado grande la indeterminación de eso aún-no-acaecido para generar pregnancia? La dimensión ética de la apuesta mureniana al movimiento oblicuo del hombre de letras, se juega en la tensión entre una forma de vida religiosa (en tanto realización de una multiplicidad de acciones que preparan para a una redención imposible) y otra política, que busca la instauración de una diferencia que, en la deriva de las corrientes del río del tiempo, modifique al menos uno de los presentes posibles.

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