Descubrimiento arqueológico de la antigua Ugarit

July 24, 2017 | Autor: Jordi Vidal | Categoría: Ancient Historiography, Ugaritic Studies
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9. EL DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA ANTIGUA UGARIT. ANÁLISIS DE UN RELATO EUROCÉNTRICO Jordi Vidal1 Universitat Autònoma de Barcelona

INTRODUCCIÓN El yacimiento de Ras Shamra, que se corresponde con la antigua ciudad de Ugarit, es sin lugar a dudas una de las grandes joyas de la arqueología siria, tanto por la cantidad como por la calidad de los hallazgos allí realizados. El estudio prácticamente ininterrumpido de Ras Shamra, desde 1929 hasta la actualidad, ha permitido documentar de forma detallada una muestra muy significativa de la cultura sirio-cananea de la Edad del Bronce. Gracias a ese estudio, sabemos que Ugarit fue una ciudad de extraordinaria antigüedad, capital de un pequeño reino del norte de la costa siria. Los inicios de la ocupación humana en el lugar se remontan al período neolítico (ca. 6500 a.n.e.) y se extiende hasta el 1200 a.n.e., fecha de su destrucción definitiva a manos de los pueblos del mar.2 Desde un punto de vista político, Ugarit fue siempre un centro secundario. Así, para el periodo histórico que conocemos mejor a nivel textual (el del Bronce Final, ca. 1600-1200 a.n.e.), el reino de Ugarit estuvo dominado de forma sucesiva por Egipto y el Imperio hitita, sin ejercer nunca un papel relevante más allá de la esfera estrictamente regional.3 Fueron aquellas grandes potencias y sus principales centros dependientes en la zona 1. Agradezco a Rocío Da Riva tanto su invitación para participar en el Workshop «Descubriendo el Antiguo Oriente» como la lectura que hizo del presente trabajo. Por supuesto, cualquier error es responsabilidad únicamente mía. Las imágenes del artículo provienen del fondo C. Schaeffer de la Mission de Ras Shamra, Collège de France. Agradecemos a Valérie Matoïan su permiso para incluirlas en la presente obra. 2. Sobre esta cuestión véase, entre otros, Yon, 1992 y Vidal, 2013. 3. Véanse Liverani, 1962 y 1979: 1295 y ss.; Singer, 1999 y Freu, 2006 para una historia política del reino de Ugarit.

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198 ORIENTE las que marcaron los ritmos geopolíticos de la época (Liverani, 1979; van soldt, 1995). Está claro, por lo tanto, que si Ugarit ha llamado poderosamente la atención de asiriólogos, biblistas y, en general, orientalistas, no ha sido por su especial significación política en la historia de la región. En realidad, las razones que explican nuestro interés en la antigua Ugarit son básicamente dos. La primera hace referencia a su importante significación económica durante la Edad del Bronce. En este sentido, conviene destacar que Ugarit fue uno de los más importantes puertos mediterráneos de la antigüedad preclásica, debido esencialmente a su privilegiada ubicación geográfica. Así, Ugarit constituía un lugar de paso obligado en las rutas comerciales este-oeste (Siria-Chipre) y norte-sur (Anatolia-Egipto), por las que transitaban expediciones egipcias, micénicas, anatólicas, sirio-cananeas, etc. (Bell, 2006: 17 y ss.; Vidal, 2006; McGeough, 2007: 322 y ss.; Monroe, 2009: 31 y s.), que protagonizaban un lucrativo intercambio comercial de madera, metales (especialmente el cobre de Chipre), tejidos y aceite, entre otros (Liverani, 1987: 68 y s.). La segunda razón está relacionada con los extraordinarios archivos recuperados en la ciudad, con cerca de 2000 tablillas de arcilla en las que están atestiguadas nueve lenguas y/o sistemas distintos de escritura (ugarítico, acadio, sumerio, hurrita, egipcio, hitita jeroglífico, hitita cuneiforme, chipro-minoico y fenicio), aunque la inmensa mayoría de los textos están escritos en lengua acadia con el silabario mesopotámico o bien en ugarítico con el sistema cuneiforme alfabético creado en la propia ciudad (van soldt, 1991: 57 y ss.; Pedersén, 1998: 68 y ss.).4 Entre esos textos, han llamado poderosamente la atención los de contenido religioso y literario, incluyendo los mejores ejemplos existentes de la mitología y la épica cananeas que conocemos (ciclo mitológico de Baal, leyendas de Kirta y Aqhat, la saga de los Refaim, etc.).5 Aquellos textos han proporcionado una vía de acceso privilegiada para conocer el contexto religioso y cultural del que posteriormente surgirá la tradición bíblica. Y es precisamente esa proximidad evidente con el mundo bíblico, con las tradiciones religiosas judeo-cristianas que se hallan en la 4. A lo largo de todos estos años los textos hallados en Ras Shamra se han publicado de forma muy dispersa en distintas colecciones (Palais Royal d’Ugarit 2, 3, 5 y 6; Ugaritica 5 y 7; Ras Shamra-Ougarit 7, 14 y 18). Con todo, puede leerse una traducción de los principales textos escritos en lengua acadia en Lackenbacher, 2002. Por otra parte, la totalidad de los textos escritos en el cuneiforme alfabético de Ugarit se hallan recogidos en Dietrich/Loretz/Sanmartín, 2013, aunque en dicho volumen tan solo aparece la transliteración de los mismos. 5. Para una edición castellana de la literatura épica y mitológica de Ugarit véanse Del Olmo, 1981 y 1998. Sobre los textos de contenido litúrgico puede verse, también en castellano, Del Olmo, 1992 (con una traducción al inglés de 1999). En general, sobre la cultura de Ugarit véase una breve aproximación en castellano en Cunchillos 1994.

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base de nuestros propios fundamentos culturales, la principal razón que explica el enorme interés suscitado por Ugarit. El resultado de ese interés es una ingente cantidad de publicaciones. Sirva como muestra de ello el trabajo de los investigadores de la Ugarit-Forschung de la Universidad de Münster, quienes recopilaron la bibliografía sobre Ugarit publicada entre 1928 y 1988 (Dietrich/Loretz/Berger/Sanmartín, 1973; Bergerhof/Dietrich/Loretz, 1986; Dietrich/Loretz, 1996). El resultado final fueron seis gruesos volúmenes, con un total de más de 4000 páginas con referencias bibliográficas sobre Ugarit. Desde entonces, ningún indicador permite señalar que aquel interés en Ugarit esté disminuyendo, sino más bien al contrario. Así se aprecia cada año, por ejemplo, en las páginas de UgaritForschungen, anuario editado también en Münster y dedicado monográficamente a cuestiones relacionadas con los estudios de la antigua Ugarit, con una media de más de 600 páginas por volumen.6 En el presente trabajo nos proponemos reconstruir el proceso que condujo al redescubrimiento arqueológico de la antigua Ugarit, proceso que a la postre es el que permitió el surgimiento y posterior desarrollo de los estudios ugaríticos. Dicho proceso ha sido relatado con anterioridad en numerosas ocasiones. Es por ello que a continuación nos centraremos especialmente en determinados aspectos del mismo que, o bien han sido omitidos, o bien han recibido una atención marginal en esos trabajos previos, hasta el punto de conformar una historia que no se ajusta en su totalidad a la sucesión de hechos que efectivamente tuvieron lugar.

EL DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE RAS SHAMRA: LA VERSIÓN CANÓNICA

Diversos artículos, trabajos de síntesis y monografías dedicadas a Ras Shamra-Ugarit han reconstruido con detalle las circunstancias históricas que permitieron el descubrimiento del yacimiento.7 Todos esos relatos, con variaciones no excesivamente significativas, reconstruyen una historia coherente que aquí hemos denominado como la «versión canónica» del descubrimiento de la antigua Ugarit, en contraposición con la «versión alternativa» a la que 6. Véase Vita, 2008 para una reciente reflexión sobre las últimas tendencias en los estudios ugaríticos y Smith, 2001 para un análisis sobre el origen y desarrollo de dichos estudios desde principios del siglo XX hasta el momento de edición de la obra. 7. En este sentido véanse, entre otros, Saadé, 1979: 38 y ss. y 2011: 18 y ss.; Curtis, 1985: 18 y ss. y 1999: 6 y ss.; Cunchillos, 1992: 43 y ss.; Day, 2002: 37 y ss.; Yon 2004 y 2006: 7; Bordreuil/Pardee 2009: 1 y s.

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200 ORIENTE nos referiremos más adelante. A continuación reproducimos esa versión canónica tal y como se ha narrado en la bibliografía científica anteriormente citada, para después proceder a su análisis. En el mes de marzo de 1928, un campesino sirio de la aldea de Burj al-Qas.ab, llamado Mahmud Mella Az-Zîr,8 mientras trabajaba en la siembra de los cereales, de forma accidental descubrió una tumba en Minet el-Beida, un antiguo enclave portuario situado apenas un kilómetro al oeste de Ras Shamra (Fig. 1). El hallazgo de la antigua tumba y, sobre todo, de los ricos materiales de su interior provocó un auténtico revuelo entre los habitantes de Burj alQas.ab. Una semana después del descubrimiento de Az-Zîr, Bruno Michel, francés residente en la vecina ciudad siria de Latakia, tuvo noticias del mismo. Así, durante uno de sus frecuentes trayectos hasta Minet el-Beida Michel vio a una multitud de lugareños agrupados alrededor de la antigua tumba. Ello le llevó a alertar del hallazgo a las autoridades francesas presentes en Latakia desde el final de la Primera Guerra Mundial, en virtud del mandato francés sobre Siria y el Líbano decretado por la Sociedad de Naciones en 1920.9 Dichas autoridades se pusieron rápidamente en contacto con Charles Virolleaud,10 que entonces era director del Servicio de Antigüedades francés en Siria y el Líbano, con sede en Beirut. El Servicio era uno de los departamentos del Alto Comisionado francés en la zona y se encargaba de diseñar e implementar las acciones francesas relacionadas con las antigüedades de la región. Virolleaud envió a uno de sus colaboradores, Léon Albanèse, para que evaluara la naturaleza e importancia del hallazgo. De esta forma, a finales del mes de marzo, y ya sobre el terreno, Albanèse pudo identificar parte del material cerámico del interior de la tumba descubierta por Az-Zîr como cerámica de tipo micénico y chipriota, y que databa de los siglos XIV y XIII a.n.e. Asimismo, también llamó la atención sobre la existencia del vecino tell de Ras Shamra (Albanèse, 1929). Poco después fue Pierre Delbès, director de la escuela agrícola de Bouqa, quien realizó algunas intervenciones arqueológicas alrededor de la tumba descubierta por Az-Zîr. 8. La identificación de Az-Zîr fue posible, muchos años después, gracias a las investigaciones de Gabriel Saadé entre los habitantes de la zona, ya que su nombre no apareció recogido en los primeros informes de excavaciones (Saadé, 1979: 38 n.º 16 y 2011: 18 n.º 5). Así, por ejemplo, Schaeffer nunca dio su nombre, refiriéndose a él como «un indigène» (Schaeffer, 1929: 37). 9. Sobre dicho periodo véase Longrigg, 1958 y Méouchy, 2002. 10. Virolleaud fue también el primer epigrafista de la misión arqueológica francesa en Ras Shamra. Junto con Hans Bauer, Édouard Dhorme y el propio Dussaud, fue uno de los principales responsables del rápido desciframiento de la escritura alfabética de Ugarit, así como el encargado de publicar los primeros textos (Cunchillos, 1994: 31 y ss.; Cathcart, 1999; Bordreuil/Pardee, 2009: 3 y ss.).

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FIGURA 1. Entrada a una de las tumbas de Minet el-Beida.

Los resultados preliminares de los trabajos de Albanèse y Delbès fueron posteriormente analizados en París por René Dussaud, quien por entonces ocupaba el cargo de conservador de las Antigüedades Orientales del Museo del Louvre.11 De hecho, Dussaud jugó un papel fundamental en todo este proceso, ya que fue él quien rápidamente identificó la importancia de aquellos hallazgos que, en su opinión, podían pertenecer a la necrópolis de una importante ciudad en la zona. Es por ello que optó por organizar una misión arqueológica que, en la primavera de 1929, dio inicio a las excavaciones en Minet el-Beida, patrocinadas por la Académie des Inscriptions et Belles-Let11. Sobre la figura de René Dussaud véase, por ejemplo, Merlin, 1958 y Seyrig, 1959.

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FIGURA 2. Inicio de las excavaciones en Minet el-Beida.

tres de París (Fig. 2). La dirección de la misión recayó sobre el joven arqueólogo francés Claude F. A. Schaeffer, quien hasta aquellos momentos se había especializado en el estudio de la prehistoria de la región de Alsacia, y que a partir de entonces centró definitivamente su carrera en el ámbito de la arqueología oriental.12 Oficialmente, las excavaciones se iniciaron el 2 de abril de 1929 en la zona de la tumba descubierta por Az-Zîr. Los días 9 y 10 de abril Dussaud visitó las mismas y recomendó a Schaeffer que procediera también al estudio del vecino tell o colina artificial de ruinas de Ras Shamra. Sin embargo, no fue hasta el 9 de mayo cuando se iniciaron propiamente los trabajos en dicho tell.13 Schaeffer optó por iniciar las excavaciones en el sector noroeste, la zona ocupada por el antiguo palacio de los reyes de Ugarit. Ello le permitió obtener resultados espectaculares rápidamente, con la recuperación de impresionantes vestigios arquitectónicos pertenecientes al edifi12. Para una breve aproximación a la biografía del primer director de la misión arqueológica francesa en Ras Shamra véase recientemente Yon, 2009. 13. Para un breve resumen de las excavaciones en Minet el-Beida, la antigua Mahadu, véase Curtis, 1999: 21.

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cio real, objetos metálicos de valor, así como las primeras tablillas cuneiformes ugaríticas.14 A partir de entonces, y debido a la magnitud de los hallazgos y al evidente potencial del yacimiento, las autoridades francesas apostaron decididamente por la continuidad de las excavaciones en Ras Shamra, una continuidad que se prolonga hasta nuestros días. En su estructura esencial, la versión canónica del descubrimiento de Ugarit guarda una sorprendente similitud con el hallazgo de otra famosa ciudad siria, la antigua Mari (Tell Hariri). Ya que el hallazgo de Mari se analiza con detalle en otro artículo dentro de este mismo volumen,15 aquí nos vamos a limitar a recordar muy brevemente aquel proceso. Así, a principios de agosto de 1933 un grupo de beduinos que se hallaba en Tell Hariri buscando piedras para la construcción de una sepultura descubrió accidentalmente una estatua de gran tamaño del dios Shamash, dedicada a aquella divinidad solar por el rey Yasmah-Addu a principios del siglo XVIII a.n.e. Dicho hallazgo alertó a las autoridades francesas de Abu Kemal. Rápidamente, René Dussaud organizó una misión arqueológica que, encabezada por André Parrot, el 14 de diciembre de 1933 iniciaba las excavaciones en la antigua Mari (Parrot, 1974: 11 y ss.; Margueron, 2004: 11 y s.). Tal y como se aprecia en el siguiente esquema, los descubrimientos de Ugarit y Mari, de la forma en que han sido narrados habitualmente, siguen exactamente el mismo patrón: a) Hallazgo fortuito protagonizado por lugareños a.1) Ugarit: Az-Zîr descubre una tumba en Minet el-Beida a.2) Mari: un grupo de beduinos halla la estatua de Shamash b) Las autoridades francesas son alertadas del hallazgo c) Se organiza una expedición arqueológica francesa en el yacimiento. c.1) Ugarit: la misión dirigida por Schaeffer empieza las excavaciones en 1929. c.2) Mari: la misión dirigida por Parrot inicia las excavaciones en 1933. Sin embargo, si analizamos con mayor profundidad el proceso de descubrimiento de Ugarit a partir no de la bibliografía secundaria, sino de los pri14. Casi treinta años después del hallazgo de las primeras tabillas, Schaeffer escribió un artículo donde reconstruía con detalle todo aquel proceso (Schaeffer, 1956). 15. Se trata del artículo de Juan-Luis Montero Fenollós, «André Parrot y el renacimiento de Mari en el valle del Medio Éufrates sirio», dedicado de forma específica al descubrimiento de dicho yacimiento.

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204 ORIENTE meros informes de excavación publicados, rápidamente podemos advertir que la versión canónica expuesta hasta ahora en realidad supone un ejercicio de simplificación que ha ocultado algunos episodios importantes relacionados con la historia del yacimiento. En los dos apartados siguientes trataremos de reconstruir aquellos aspectos omitidos y analizar el significado tanto de aquellas omisiones como de la creación de una versión canónica del descubrimiento, ciertamente sesgada y parcial.

LAS EXPERIENCIAS «ARQUEOLÓGICAS» PREVIAS EN RAS SHAMRA: UNA VERSIÓN ALTERNATIVA DEL DESCUBRIMIENTO DE LA ANTIGUA UGARIT

Efectivamente, si se repasan con detalle los informes de las primeras intervenciones arqueológicas en Ras Shamra y Minet el-Beida, se observan algunas variaciones interesantes respecto a la versión canónica. Así, ya el propio Albanèse reconocía en su informe de 1929 que, en realidad, los habitantes de la aldea próxima de Burj al-Qas.ab hacía mucho tiempo que rebuscaban en el tell de Ras Shamra, recuperando diversos objetos de oro y sellos cilíndricos, algunos de los cuales todavía por aquel entonces podían encontrarse entre los materiales controlados por los anticuarios de la zona (Albanèse, 1929: 17). De hecho, el propio Schaeffer confirmaba que su decisión de empezar a excavar en el sector del palacio real en 1929 vino motivada en buena medida porque los aldeanos de la zona le dijeron que esa era el área del tell donde habían encontrado más objetos de valor en superficie (Schaeffer, 1929: 294). Por lo tanto, el hallazgo fortuito de Az-Zîr en Minet el-Beida tiene el valor de haber sido el acontecimiento que alertó definitivamente a las autoridades francesas sobre el potencial arqueológico de la zona, pero ni mucho menos lo podemos considerar como un hecho excepcional. Tan solo fue uno más de los muchos hallazgos que habían tenido lugar en la región. Hacía ya mucho tiempo que los habitantes de Burj al-Qas.ab sacaban a la luz restos arqueológicos del lugar. Lo que sucede es que esos restos, por los motivos que sean, no habían llamado la atención de los arqueólogos occidentales. Sin embargo, más allá de las visitas de los aldeanos al yacimiento y de sus pequeños hallazgos, lo cierto es que Ras Shamra, mucho antes de la llegada de la misión francesa, ya había sido objeto de excavaciones. Así, en 1930 Schaeffer decidió comenzar los trabajos en la zona donde se encontraban los santuarios de Baal y Dagan. Al iniciar las intervenciones en el santuario de Baal pudo comprobar que en realidad la zona ya había sido excavada anteriormente (Figs. 3 y 4). Según apunta Schaeffer, por desgracia sin indicar cuáles son sus fuentes, en torno a 1890 los turcos excavaron allí porque, según

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FIGURA 3. El santuario de Baal en Ras Shamra tras las primeras intervenciones arqueológicas.

FIGURA 4. Imagen de detalle del santuario de Baal.

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206 ORIENTE él, creían poder encontrar objetos de oro en ese sector. Como consecuencia de aquellas primeras excavaciones, los arqueólogos franceses encontraron esparcidos por la superficie de ese sector materiales arqueológicos que debieron estar depositados originariamente en el interior del santuario, los cuales aparentemente carecían de valor para esos excavadores turcos. Entre esos materiales destaca el fragmento de una estela egipcia, o diversos fragmentos de otra estela, también egipcia, dedicada a Baal Safón (Schaeffer, 1931: 9 y s.).16 Sin embargo, los arqueólogos occidentales o bien nunca tuvieron noticias de aquellas actividades «arqueológicas» turcas o bien no se sintieron atraídos por las mismas.17 Por desgracia, no existe ninguna información, al margen de la aportada por el propio Schaeffer, acerca de aquellas primeras excavaciones turcas en Ras Shamra.18 Según él, el objetivo de las mismas era simplemente el saqueo de materiales preciosos. Con todo, si tenemos en cuenta el contexto de la arqueología otomana durante el siglo XIX,19 lo cierto es que caben otras opciones al margen de la idea de los saqueadores turcos para explicar las primeras excavaciones en Ras Shamra. A continuación plantearemos la posibilidad de relacionar aquellas primeras excavaciones en Ras Shamra de 1890 con el desarrollo de la arqueología en el Imperio Otomano durante el siglo XIX.20 Sobre esta cuestión, conviene aquí recordar que durante aquel siglo es cuando se produjeron elementos tan destacados como el estudio de los templos romanos de Baalbek (Líbano) por 16. El desciframiento de dicha estela (que posee el número de inventario RS 1.[089]+2. [033]+5.183) llevó en un primer momento a Schaeffer a considerar que el nombre antiguo de Ras Shamra pudo ser el de Safón (Schaeffer, 1931: 10). Poco después, sin embargo, Virolleaud, tras descifrar el contenido de un pasaje de la tabilla RS 2.[008]+ (KTU 1.4), donde se mencionaba al rey Niqmaddu de la ciudad de Ugarit, ya propuso de forma correcta identificar Ras Shamra con la antigua Ugarit (Virolleaud, 1931: 351). Con todo, cabe señalar que dicha posibilidad ya había sido sugerida poco tiempo antes por William F. Albright (Albright, 1931-1932: 165) y Emil Forrer (Schaeffer, 1932: 26). Sobre el proceso de identificación de Ras Shamra con Ugarit véase un resumen, por ejemplo, en Bordreuil/Pardee, 2009: 2 y s. 17. De hecho, durante el siglo XIX fueron muy pocas las misiones arqueológicas occidentales que trabajaron en el suelo sirio. En este sentido únicamente cabe destacar las excavaciones alemanas en Zincirli, iniciadas en 1888, y en Tell Halaf, iniciadas en 1899. Ya en el siglo XX, concretamente en 1911, los ingleses iniciaron las excavaciones en el emblemático yacimiento de Carquemish (Chevalier, 2012: 63 y s.). 18. En su reciente monografía sobre los santuarios de Baal y Dagan en Ugarit, Olivier Callot se limita a reproducir muy brevemente la información dada por Schaeffer respecto a las excavaciones de 1890 (Callot, 2011: 15). Ello nos permite suponer que no existen en los archivos de la misión datos distintos a los aportados en su momento por el propio Schaeffer. 19. Sobre esta cuestión véase, por ejemplo, Bahrani/Çelik/Eldem, 2011. 20. Agradezco a Teresa Magadán las ideas que me facilitó acerca de esta cuestión.

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parte de oficiales otomanos o la creación en 1846 de una colección de antigüedades, ubicada en la Iglesia de Santa Irene en Estambul, colección que serviría de base para el posterior Museo Imperial Otomano, creado en 1869 y refundado en 1881 bajo el impulso de Osman Hamdi Bey. La figura de Hamdi Bey21 es de enorme importancia para el desarrollo de la arqueología turca, no solo por su labor al frente del museo sino por su protagonismo directo en hallazgos tan excepcionales como la necrópolis real de Sidón (Hamdi Bey/ Reinach 1892)22 o la tumba de Antíoco I en Nemrud Dag˘i.23 Con todo, la arqueología otomana durante el siglo XIX, y por influencia directa de las principales tendencias europeas, estaba únicamente centrada en los periodos helenístico, romano y bizantino, sin mostrar interés alguno por las etapas anteriores (Díaz-Andreu, 2007: 110 y ss.; Matthews, 2011: 36). La creciente implicación otomana en la conservación y estudio de las antigüedades del imperio ofrece un contexto concreto dentro del que situar las excavaciones turcas en Ras Shamra de 1890. Así, en lugar de considerarlas como excavaciones clandestinas destinadas al saqueo, tal y como las definió Schaeffer, pudo tratarse de una primera intervención «arqueológica» en el yacimiento destinada a la búsqueda de objetos para el Museo Imperial Otomano. Sin embargo, el hecho de que los materiales hallados por los excavadores turcos (entre ellos, las dos estelas egipcias a las que nos referíamos antes) no fueran de época clásica, habría motivado su pérdida de interés en Ras Shamra, quedando las excavaciones de 1890 como un episodio aislado sin ninguna clase de continuidad. Con todo, esta hipótesis, que plantea una alternativa a la idea de los buscadores de oro de Schaeffer, es únicamente una posibilidad de trabajo que hasta el momento no cuenta con ningún apoyo documental que permita validarla. En cualquier caso, tanto la obtención de objetos antiguos por parte de los aldeanos de Burj al-Qas.ab como, sobre todo, las excavaciones turcas de 1890 son elementos que relativizan la excepcionalidad de los hallazgos de 19281929, tal y como aparecen normalmente descritos en la versión canónica del descubrimiento de Ugarit.

21. En este mismo volumen, Rocío Da Riva analiza las complicadas relaciones entre Hamdi Bey y Robert Koldewey. 22. Entre los sarcófagos hallados por Hamdi Bey en la necrópolis real de Sidón destacan el de Tabnit (el más antiguo de todos ellos) o el denominado sarcófago de Alejandro, que en realidad perteneció al rey de Sidón Abdalonymos. El conjunto de sarcófagos recuperado por Hamdi Bey ocupa dos galerías del Museo Arqueológico de Estambul (Freely, 2000: 71 y s.). 23. Sobre el yacimiento de Nemrud Dag˘i véase Sanders 1996.

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EL DESCUBRIMIENTO DE UGARIT: UN RELATO EUROCÉNTRICO Llegados a este punto consideramos que existen dos posibles explicaciones al hecho de que en la práctica totalidad de los relatos se omitan los elementos que hemos recogido en el apartado tres. La primera de esas posibilidades es la que nos lleva a plantear la versión canónica del descubrimiento como una mera simplificación de la historia. En este sentido, cabe reconocer que los relatos sobre el descubrimiento de un yacimiento, salvo casos excepcionales, suelen limitarse a unas pocas líneas o párrafos que rápidamente dan paso a los contenidos histórico-arqueológicos relacionados con el yacimiento en cuestión. Se trata, por lo tanto, de una información percibida como secundaria y a la que, en consecuencia, se le dedica un espacio muy limitado. Buen ejemplo de ello lo tenemos en la monografía de 179 páginas de Marguerite Yon sobre Ras Shamra-Ugarit, donde utilizó únicamente 3 párrafos (31 líneas) para describir la historia del descubrimiento (Yon, 2006: 7). Un caso similar lo encontramos en el manual de estudios ugaríticos de Pierre Bordreuil y Dennis Pardee, donde tan solo 2 de las 355 páginas se dedican a la cuestión del descubrimiento (Bordreuil/Pardee, 2009: 1 y s.). Por lo tanto, en el caso de Ugarit parece comprensible que la mayor parte de los autores se hayan centrado en los acontecimientos de 1928-1929, omitiendo episodios como las excavaciones otomanas de 1890, por considerarlas secundarias o directamente irrelevantes para comprender la historia del yacimiento. Sin embargo, cabe también una segunda posibilidad, y es la de insertar la versión canónica del descubrimiento de Ugarit dentro del contexto colonial en el que se desarrolló la arqueología en el Próximo Oriente durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. En este sentido, una lectura detenida de la versión canónica demuestra cómo la misma tiende a minimizar cualquier aportación local al descubrimiento de Ugarit, relegándola a la categoría de simple anécdota: un lugareño de forma completamente involuntaria halla una antigua tumba, que despierta su interés no por su valor histórico, que es incapaz de percibir o valorar, sino únicamente por las riquezas de su interior. Por el contrario, todo el mérito arqueológico del descubrimiento recae de forma exclusiva sobre los occidentales: sobre Michel por alertar del hallazgo de la tumba de Minet el-Beida a las autoridades francesas, sobre Virolleaud por haber tenido el buen juicio de ordenar la inspección del lugar, sobre Dussaud por haber sido capaz de percibir rápidamente el potencial arqueológico de la zona, sobre Schaeffer por haber localizado espectaculares hallazgos ya en las primeras campañas, etc. Dentro de este contexto, la omisión sistemática de los frecuentes hallazgos de materiales arqueológicos de los habitantes de Burj al-Qas.ab en Ras

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Shamra o de las excavaciones otomanas de 1890 tiene un profundo significado. En realidad no se trataría de una omisión inocente producto de la escasa atención prestada a la historia del descubrimiento, sino que formaría parte de un discurso eurocéntrico tendente a reforzar la primacía occidental (en este caso francesa) en el estudio arqueológico de un yacimiento tan significativo del Próximo Oriente, como es el de Ras Shamra-Ugarit, ignorando las experiencias propiamente locales. En este sentido, cabe tener en cuenta que el descubrimiento arqueológico de Ugarit por parte de los arqueólogos franceses se produjo en pleno contexto colonial. Así, los hallazgos de 1928-1929 se sitúan dentro de un marco caracterizado por la firme creencia en la absoluta e incontestable hegemonía política e intelectual europea. Dicha creencia a nivel arqueológico significó, entre otros, la aceptación de que el interés científico por el pasado únicamente era posible desde Occidente, que utilizó la arqueología con una finalidad claramente imperialista, como un instrumento más para legitimar la hegemonía occidental sobre las poblaciones dominadas (Díaz-Andreu, 2007: 209 y ss.). Dentro de este clima intelectual se explica perfectamente que Schaeffer atribuyera inmediatamente las excavaciones de 1890 a saqueadores turcos, sin contemplar en ningún momento la posibilidad de que pudieran estar relacionadas con el programa arqueológico otomano impulsado por Hamdi Bey. El interés científico por el pasado remoto no era una característica normalmente reconocida en el Otro. De hecho, es fácil relacionar esta situación con el concepto europeo de «Orientalismo», tal y como lo definió Edward Said en su famosa obra sobre esa cuestión (Said 1978). Así, la versión canónica del descubrimiento de Ugarit claramente aparece como un relato que subraya el monopolio occidental sobre la descripción y estudio de lo «oriental», en una demostración de autoridad sobre el tema. El Antiguo Oriente pertenecía en exclusiva a los investigadores europeos y norteamericanos, que buscaban allí las raíces de su propia cultura occidental. El Antiguo Oriente pertenecía a Occidente (Van de Mieroop, 1997: 287 y ss.). La versión colonialista del descubrimiento superó con mucho el periodo estrictamente colonial hasta el punto de quedar perfectamente fijada dentro del relato canónico. Allí, como decíamos, se reproducen las viejas ideas acerca de la aportación anecdótica local, la omisión del episodio turco de 1890 y el absoluto protagonismo francés en todo el proceso. En realidad, esta versión decididamente eurocéntrica del descubrimiento de Ugarit es perfectamente coherente con la historia de una disciplina, la arqueología del Próximo Oriente, caracterizada precisamente por la posición hegemónica occidental más absoluta. Curiosamente, no deja de ser significativo que un erudito sirio

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210 ORIENTE como Gabriel Saadé,24 autor de la más completa reconstrucción del descubrimiento de Ugarit, optase por reproducir sin ningún atisbo de crítica, esa visión claramente eurocéntrica del descubrimiento. Ello supone un indicador evidente de hasta qué punto aquella retórica fundada sobre un pensamiento colonial ha dominado los discursos académicos sobre la cuestión. Terminamos el presente trabajo con una breve mención relativa a la repercusión que tuvo en España el descubrimiento de Ras Shamra. La noticia sobre los primeros hallazgos en la ciudad fue recogida en periódicos como El Sol o La Voz,25 donde prestaron especial atención al hallazgo de los nuevos textos en la ciudad. Sin embargo, en un artículo de La Voz, escrito por un autor anónimo que firmaba con el pseudónimo de «Aprendiz de arqueólogo», también se recogían algunos datos relativos al descubrimiento del yacimiento, que reproducimos a continuación: La misión científica [francesa] comenzó a trabajar en Minet-el-Beida en marzo de 1929, en el lugar en que un año antes y casualmente dio un labrador con una tumba abovedada. Pronto fue limitada la necrópolis, y se produjeron los primeros hallazgos (…) Aunque los ladrones indudablemente arramblaron con todos los objetos valiosos, aun quedaban en la cámara fúnebre flechas de bronce, una sortija de oro con filetes de plata, perlas también de oro, un cilindro de hematites grabado y fragmentos de una arqueta de marfil grabada y esculpida (…) En otro extremo de la misma llanura, a corta distancia de la necrópolis, los sondeos descubrieron el palacio de Ras-Shamra, que en la actualidad está reducido a los enormes cimientos de una soberbia construcción destruida por un incendio.

Tal y como se aprecia en el fragmento anterior, y como era de suponer, la versión que se ofreció a los lectores españoles de la época se articulaba a partir de unas imágenes muy características y especialmente significativas: minimización de las aportaciones locales (los aldeanos de Burj al-Qas.ab son descritos, literalmente, como «ladrones») y protagonismo absoluto de los arqueólogos franceses en el proceso de descubrimiento e investigación. La hegemonía de la versión eurocéntrica, por lo tanto, no quedó limitada al ámbito estrictamente académico sino que es la versión que, por supuesto, se ofreció al público interesado en esas cuestiones, también en España.

24. Sobre la figura de Saadé véase un breve perfil biográfico en De Contenson 1998. 25. El Sol, 16/10/1929, p. 2; La Voz, 14/11/1929, p. 4. Agradezco a Rocío Da Riva la información que me facilitó acerca de la publicación de noticias arqueológicas en la prensa española de la época.

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