DESCOLONIZACIÓN Y APROPIACIÓN DE NARRATIVAS HISTÓRICAS. El caso de la Edad del Bronce en Chipre

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Descripción

FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

GRADO EN ARQUEOLOGÍA TRABAJO DE FIN DE GRADO

DESCOLONIZACIÓN Y APROPIACIÓN DE NARRATIVAS HISTÓRICAS. El caso de la Edad del Bronce en Chipre

Autora: Ana González San Martín Tutor: Luis Alberto Ruiz Cabrero

2015-2016 Convocatoria de Septiembre

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ÍNDICE Resumen

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Introducción

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Teóricamente hablando…

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El discurrir del Tiempo. Los discursos

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históricos. ¿Y la gente? Comunidad vs. Sociedad

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La Edad del Bronce Chipriota

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Conceptualizar “El Bronce” Chipriota

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Conclusiones

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ANEXO 1 (Cronología)

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Bibliografía Consultada

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TABLA DE FIGURAS Fig.1: Esquema de la relación que

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mantiene el sujeto de una época respecto a la situación de los otros en su pasado. Fig.2: “Knowledge is West”

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Fig.3: Mapa principales yacimientos

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del Bronce.

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Descolonización y Apropiación de narrativas históricas. El caso del Bronce chipriota.

Resumen El siguiente trabajo pretende ofrecer una relectura teórica en relación a los procesos que intervienen a la hora de crear una narrativa arqueológica. Tomando como caso de estudio el período de la Edad del Bronce y sus postrimerías en la isla de Chipre, pretendo acusar la presencia de aspectos frecuentemente obviados a la hora de analizar la naturaleza y/o validez de un discurso histórico, así como sus consecuencias más inmediatas. Trataré de relacionar cómo los distintos paradigmas teóricos y posicionamientos académicos en torno al cambio cultural han situado su fundamento sobre sucesivas redefiniciones de las metas de la arqueología, desde el objeto, al sujeto. Al ser éste un trabajo historiográfico, lo que en esencia planteo es el proceso mediante el cual se llega al siguiente estado de la cuestión: ¿Cómo responder al quién, cómo, cuándo y por qué se decide el sujeto u objeto de la Arqueología? Sería más correcto pues, calificar el siguiente trabajo como una reflexión

metaarqueológica, o, tal y como indica Felipe Criado (2012), la persecución de las distintas lógicas que operan en la arqueología, y que acusan en su forma final, un discurso social. Así, este trabajo ha sido pensado para ir dirigido desde las líneas de pensamiento

que

caracterizan

a

la

filosofía

y

antropología

post-

estructuralista, así como la teoría crítica, para tratar de acusar también la falta de la inclusión de la teoría y crítica feminista a la ciencia, encajando ambas en el panorama actual de la arqueología. 3

Introducción Con el título de este trabajo, se pretende llamar la atención del lector sobre su propio protagonismo, su papel agente en el proceso de reproducción (volver a `producir) de la Arqueología. En esta sociedad globalizada e individualizada, son distintos los mecanismos que operan a la hora de conformar la identidad de las personas, atendiendo a los distintos niveles en los que esta identidad se deja notar e influenciar recíprocamente: individual, grupal, cultural… trataremos estas distinciones y las relaciones que mantienen entre sí un poco más adelante. A menudo, basándonos en cómo se nos ha educado tradicionalmente, tendemos a observar la historia y el pasado con una cierta sensación apática, pasiva, si se quiere, como si el pasado fuera uno e inalterable, una finita sucesión

lineal

de eventualidades

(fácticas)

que

nos

han

llevado,

evolutivamente, al culmen de la civilización moderna en la que vivimos. Sin embargo, esta falsa noción derivativa y evolucionista de la que tradicionalmente se han hecho eco las ciencias sociales, ha provocado que la historia sea concebida en términos de lo que Wolf (2005, 21-27) define como un relato de éxito moral, la crónica del desarrollo de la virtud, o cómo “los buenos”, al final, ganan a “los malos”. Es en esta frase donde descansa el mayor peso analítico de este trabajo. Así pues, la ecuación que sigue es la que modelará el desarrollo del mismo. 1. Una de las frases más manidas a la hora de conceptualizar la Historia (entendiendo ésta como una suerte de faceta hermenéutica de la Arqueología), es la que dice “La Historia la escriben los vencedores”.

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2. Asumiendo que el discurso Occidental es el que ha vencido y se ha encargado de elaborar, tempranamente en el siglo XVI y de manera más sistemática en el XIX, la historia mundial, 3. Encontramos que la Arqueología y la Historia se convierten en los relatos sobre por qué y cómo el modo occidental es la traducción de la virtud a la que tiende “la sociedad”, puesto que ha salido vencedor. Tradicionalmente, Europa ha ostentado la posición privilegiada de escriba y aedo de la Historia universal, manejando falsas dicotomías como objetividad y subjetividad como más han favorecido a sus intereses. Al convertir distintos capítulos de esta historia en hechos, dar a los

nombres la categoría analítica de cosas, hemos ido creando una serie de falsos modelos de realidad cuya validez radica en la noción de historicidad que les acompaña. Los conceptos de objetividad y subjetividad que han manejado las narrativas occidentales se han redefinido y desvirtuado en relación al proceso de identificación de lo aceptable, lo bueno, respecto al modo occidental y al revés. Así, lo objetivo y aceptable en la constitución de estos discursos sociales únicamente lo es en la medida en que respete y se avenga a las normas que la sociedad dominante ha trazado previamente. Aquello que no lo haga, será definido como subjetivo, y aparentemente privado de validez explicativa. El caso de estudio elegido, el Bronce Chipriota, se proclama como especialmente revelador a la hora de mostrar evidencias respecto a en qué medida, dentro de la reconstrucción arqueológica resultan importantes la disposición de las relaciones de poder junto a lo integral de la economía. Esta persecución de la objetividad en el conocimiento y la adecuada representación de la historia de la sociedad, se identificó, a partir del siglo XVIII, con la derivación lógica del racionalismo de la Ilustración. Eliminar la subjetividad y la corporeidad humanas (tomando aún como referencia el sesgo cristiano neoplatónico) con la perversión de la actividad intelectual y

lógica. Esta aparentemente natural atribución del hombre (con el fuerte sesgo 5

de género que implicará para el desarrollo intelectual de la sociedad a partir de entonces), será concebida como el ideal de la virtud, un regalo de Dios. Alcanzar la objetividad en el estudio de la creación se convertirá desde entonces en una marca inherente al sistema epistemológico occidental, que permeará a prácticamente todas las esferas en que la sociedad se manifiesta, especialmente en los regímenes de saber-poder, y con mayor significación, en el de verdad.

TEÓRICAMENTE HABLANDO… Se abre así la veda para comenzar a tratar estos conceptos, tomando como referencia el discurso foucaultiano que ya aparece en Archaeology of

Knowledge (1972, 193), en la que éste es entendido como las trazas materiales –arqueológicas-(verbales), dejadas a lo largo del devenir de la Historia. Foucault ante esto, considera primeramente la pregunta de ¿Qué es la Historia?; La Historia tradicional “describe campechanamente lo que

descubre al seguir el hilo de la progresión temporal” (2015, 10). Para la Arqueología tradicional, que provee de un archivo1 a partir del cual reconstruir la Historia de un período, este descriptivismo endémico equivaldría a confundir las ruinas de un templo con el templo mismo, con lo cual, esta confusión, esta identificación (id/ídem: lo mismo, conferir la misma entidad a dos o más factores), es la principal confusión que origina la

doxología. Hoy en día a las nuevas generaciones de arqueólogos se nos dice implícitamente que debemos aspirar a reconstruir la verdad de la historia. Aquí conviene aclarar dos conceptos que Foucault maneja a la hora de tratar los discursos.

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Según Foucault, el término archivo, que designa nuestro registro arqueológico, es aquella colección de trazas materiales dejada por un período y cultura determinados cuyo estudio permite deducir el a priori histórico de tal período.

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La Arqueología para él, y parte de la comunidad académica podría describirse como un nivel de análisis en el que las cosas (datos, discursos, “hechos”) son creadas y organizadas simplemente para producir formas de conocimiento manejables. Arqueología sería una historia de las historias, distintas arqueologías tendrían como resultado distintas Historias de la Historia. Sin embargo, además de la Arqueología, Foucault contempla también otra aproximación metodológica, la Genealogía. Ambas trabajan sobre el mismo substrato de conocimiento, y apenas se describen diferencias entre ellas, con la salvedad de que la Genealogía sería un nivel cuyas bases de lo verdadero y

lo falso son distinguidas a través de los mecanismos de poder. Ante esto, debemos hacer un inciso en los regímenes de saber-poder y verdad: Continuando con la lógica de Foucault, los distintos mecanismos de poder producen distintos tipos de conocimiento, que normalmente basan su recogida de información en las actividades de la gente y su existencia, en este caso continuaremos con el ejemplo de Arqueología e Historia. El conocimiento que se recoge o recopila de esta forma, en relación con estas esferas, refuerza el ejercicio del poder a distintos niveles. No hay, sin embargo, que identificar saber y poder. El conocimiento no es poder, es un instrumento más, junto al poder que da forma a lo que este autor llama régimen de verdad. Estos regímenes de verdad son mecanismos históricamente específicos, que producen una serie de discursos, los cuales funcionan, se toman como verdaderos en una época y lugar específicos. Dicho de otra forma, los regímenes de verdad que operan en el sistema, no son unívocamente dirigidos y ejercidos por este sujeto mítico noidentificable: El Poder. Al contrario, el poder no es objetivo, con lo cual el conocimiento de una determinada época no es producido por un grupo de actores o agentes específico, sino que forma parte de un ciclo de retroalimentación en el que el discurso se produce, se reproduce y es

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detentado tanto por los autores como por los lectores, que participarían también en su autoría. De esta forma, podría seguirse que la noción de Arqueología con la que yo me siento más cómoda es una síntesis entre la Arqueología metodológica que patrocina la comunidad académica, la Arqueología de Foucault, y el factor de saber englobar con ambas la parcela de las metodologías de verificación y falsación (es decir, las formas de demostración acerca de cuan veraz es una hipótesis) que la disciplina ha desarrollado condicionada por distintos mecanismos de poder. El papel central de la Arqueología, no sólo para Foucault, sino para el sistema de saber-poder que encarna la Academia respecto a la validez del discurso que crea desde la legitimidad de nuestro devenir histórico las prácticas sociales que reproducimos en nuestro escenario actual, es un tema controvertido, en tanto que depende de que el sujeto se posicione más o menos próximo a la proposición de “la Arqueología es política”. De nuevo, no hablamos de que arqueólogos e historiadores detenten el poder en cuanto a la construcción del discurso que estructura nuestra sociedad, sino más bien de que éstos proponen, desde su inserción y participación en este régimen de verdad, todo un corpus de proposiciones que son verdaderas, tautológicas, para aquellos entendedores que participan del sistema en que dichas verdades, son ciertas. Este sistema lógico, estas arqueo-lógicas, como plantea Felipe Criado (2012) son entendidas en el seno de la disciplina como una sucesión temporal de diversos paradigmas teóricos. La Historiografía tradicional, que podemos identificar como una suerte de Genealogía foucauldiana, se ha ocupado de trazar las relaciones entre el surgimiento de estos paradigmas y la coyuntura socioeconómica en la que tuvieron lugar, incurriendo sin embargo en la siguiente inexactitud: Si para Foucault los conocimientos o epistemes de una determinada época son lo que él denomina a priori históricos, la Historiografía de la Arqueología 8

ha asumido que el cambio, los giros paradigmáticos en determinado área del conocimiento son el resultado de dar respuesta a preguntas y problemáticas que presentaba la inmediatamente anterior o todas las anteriores. Esto equivale a representar la Historiografía tradicional como una metáfora evolucionista en la que las ciencias mantienen un progreso lineal y el cambio corresponde a la mejora (de nuevo se deja notar aquí el carácter de triunfo moral de la Historia en Occidente) de la teoría y la metodología de la ciencia en cuestión, con la novedad de incluir las características socioeconómicas que “definen” y en consecuencia, condicionarían, la logia de un período específico. Foucault, con gran acierto, a mi parecer, propone la condición de a priori

histórico, un orden subyacente a cualquier cultura en cualquier tiempo específico de la Historia. La episteme que describe el saber científico de una época es simplemente un sub-set de este a priori. Así, niega que cualquier momento del conocimiento en una cultura esté construido por un set de problemas ontológicos y epistemológicos constantes, como si fueran enigmas que permanentemente perturben la curiosidad de la gente (Foucault, 2010). No es pues, el resultado de la sedimentación de una serie de conocimientos que pueda servir de suelo a los progresos/recesos desiguales o rápidos que se hayan sucedido dentro de esta racionalidad. Un a priori

histórico no está determinado por el perfil histórico de los intereses especulativos, por las credulidades o las grandes opciones teóricas de una época. Es, sin embargo, aquello que en una época ‘X’, recorta un campo posible del saber dentro de la experiencia. Este set de conocimiento posible, define el modo de ser de los objetos que aparecen en él y otorga poder teórico a la mirada cotidiana, definiendo las condiciones (el estado de las prácticas sociales) en las que puede sustentarse y arraigar un discurso reconocido como

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“verdadero” tanto por sus creadores/descubridores, como por

sus

consumidores/reproductores. De esta forma encontramos en la Historia una sucesión de anécdotas llamadas “acontecimientos históricos”, que aparecerían como el reflejo algo confuso de acontecimientos (según el paradigma, procesos) más profundos que son más allá de toda la cronología establecida, algo que denominaremos

acontecimientos arqueológicos en su necesidad. La elaboración del discurso Arqueológico e Histórico sería algo “posterior” a los a priori históricos del momento que quieren reflejar y en el que están siendo creados, siendo la episteme de una época (aquello que los arqueólogos aspiramos a conocer, que consideramos verdadero), la totalidad de condiciones ahistóricas que hace posible y necesaria no sólo la historia, sino también la arqueología como epifenómeno2. Esto no quiere decir que la Arqueología o la Historia no influencien los

acontecimientos arqueológicos, que normalmente entendemos como la linealidad de una serie de sucesos. Únicamente que, de poder contemplar la episteme de una época tal cual fue, ésta no estaría influenciada por la historicidad con que nosotros la percibimos/construimos, simplemente sería una colección de saberes congelados que permitirían a la sociedad que los cobija ser la que es, pero sin mantener una relación esquemática ni direccional con su pasado, en el sentido biológico de los caracteres evolutivos.

EL DISCURRIR DEL TIEMPO LOS DISCURSOS HISTÓRICOS En Arqueología, o Historiografía de la Arqueología, estos cambios

apriorísticos o giros paradigmáticos se han contemplado de la siguiente forma (Criado, 2012).

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Aquello que aparece a continuación, un fenómeno accesorio que acompaña al principal y que no tiene influencia sobre él.

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La Arqueología tradicional, o Arqueología Tipológica del siglo XIX coincidiría con el desarrollo del evolucionismo biológico de mediados y finales de siglo, cuando los inicios de la Modernidad anticipaban la idea del

progreso como la traducción material, técnica del triunfo moral de Occidente (Wolf, 2005). Más adelante, la Arqueología Difusionista exportó, tomando como referencia el modelo evolucionista anterior, la idea de una superioridad técnica como equivalente a una superioridad moral, fusionando la metáfora desarrollista con la movilidad difusionista y la legitimación de unas relaciones de poder desiguales en la Modernidad que hundían sus raíces en lo más remoto de la Historia. Pese a que el difusionismo en origen critica el evolucionismo, ambas persiguen una objetividad, pero la construyen a partir de los fenómenos particulares (y de hecho, nacionales), tomando como sujeto de estudio al propio objeto arqueológico bajo la asunción de que éste puede reflejar de forma directa la realidad social del contexto que le ha dado forma, legitimando a su vez a ciertos grupos sociales en una posición de poder (élites burguesas, nacionalistas, etc.). A esto siguió a mediados del siglo XX la Arqueología Histórico-Cultural, cuyo particularismo histórico buscaba legitimar y dar sentido a los “recientes” estados nacionales, coincidiendo en el tiempo con el desarrollo del funcionalismo que venía asociado al crecimiento económico y el auge de la industrialización, de la mano de un utilitarismo creciente, como también lo fue el crecimiento de la tecnocracia en la sociedad Occidental. En este contexto, surge entre 1970 y 1980 la Arqueología Sistémica, también funcionalista, cuyas teorías podrían pasar por ejercicios de lógica matemática. Jugando bajo la proposición de que el comportamiento de las culturas y el comportamiento humano es susceptible de ser computerizado y constreñido en unos patrones conductuales clasificables y predecibles, analizables con un descriptivismo esquemático y situacional (áreas de captación y distribución de recursos, esferas de relación, subsistemas…). Todo ello se concibe como la forma objetiva de analizar estos a priori

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históricos, aún sin abandonar al objeto como protagonista de la reconstrucción de la realidad social que se estudia. Hasta este punto, el principio de la subjetividad moderno había sido mantenido tal cual por la Nueva Arqueología, pero no es hasta los años 80, con la aparición de la llamada Arqueología postprocesual, (un concepto confuso que fusiona tanto la tradición postestructuralista francesa, la hermenéutica, la fenomenología idealista y la teoría crítica, así como la revisión del positivismo que ya propuso la arqueología marxista) que comenzarán a revisarse las atribuciones de objetivo y subjetivo.

De la

condición postmoderna se ha dicho también que gira en torno a la compresión del tiempo y el espacio (Harvey, 1990), algo respecto a lo que la Arqueología tiene mucho que añadir. Para Harvey, explorando la historia de Deckard, Rachel y Leon en Blade

Runner (1990, 312), la esencia de la historia descansa en la imagen. La imagen es, en resumidas cuentas, prueba de la realidad, y las imágenes pueden ser construidas y manipuladas. De la misma forma, las imágenes de los acontecimientos arqueológicos han sido tradicionalmente tomadas como prueba suficiente de la existencia (asimilándosele el concepto de veracidad), de determinada historia (id-entificada con un discurso arqueológico). Los discursos que han construido una realidad y la han llamado histórica, le han puesto voz e imagen a una película cuyo idioma de doblaje es un régimen de verdad. La fotografía que en Blade Runner (según Harvey), prueba que un replicante tiene una historia personal, un grupo de pertenencia y relaciones comunitarias, emocionales etc., no sólo está humanizando a este personaje. A un nivel de análisis más profundo, supone que nuestra sociedad ha asimilado como prueba suficiente que la fotografía da validez a la historia que nos dicen que tiene detrás, sea cual sea esta. Por supuesto, los límites de estas fotografías en los discursos arqueológicos, no son sólo la forma en la que el discurso se nos hace llegar, como han intentado estudiar Fairclough(1999, 2005) o Van Leeuwen (2005),

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y no sólo, aunque evidentemente también, en la representación figurativa que acompaña a los discursos escritos y que elimina o sitúa agentes de la historia a placer, como las mujeres, los niños o la propia comunidad. También a un nivel más directo, el análisis de las imágenes de la Arqueología, piezas, contextos, unidades estratigráficas, y un largo etcétera de lo que constituye el

archivo material foucauldiano de la Historia, el Registro Arqueológico, contribuye a crear una imagen que identificamos con la realidad histórica de lo que fueron aquellos objetos y documentos arqueológicos, dibujada hoy, ahora y totalmente desvinculada del a priori para el que fueron creados y en el que tenían sentido y validez.

¿Y LA GENTE? COMUNIDAD VS. SOCIEDAD. Almudena Hernando (2015), describe un escenario alternativo a la arqueología cientificista, objetiva y material, una investigación arqueológica que separa los conceptos sociedad y comunidad, transformando el primero en una categoría analítica aséptica para designar un conjunto humano con pautas conductuales fácilmente reconocibles en el registro. El sujeto político de esta alternativa no nos es desconocido, pero sí parece hacérsenos extraño en un mundo individualizado que no concibe la emocionalidad y las relaciones afectivas como caracteres tan válidos como el idioma, la religiosidad o la producción cerámica a la hora de dar forma y caracterizar una cultura. El término comunidad, hoy en día, es concebido como algo muy apartado del modo de vida capitalista occidental, tendente al desarrollo de la identidad personal y el éxito individual. La sociedad y sus orígenes, por el contrario, son aquello que ha permitido que nuestra especie evolucione hasta dicho estadio de progreso técnico.

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Así, a la colonización geopolítica de los distintos “otros” que se ha dado históricamente, y que ha sido largamente estudiada por los académicos como causa explicativa para el cambio cultural, hay que añadir dos esferas más en el ámbito de la colonización en los discursos. Por una parte podemos distinguir el establecimiento de una distancia cultural insalvable con los otros del pasado. Por la otra, el actualismo, o la extrapolación de aquellas estructuras sociopolíticas que imperan en la sociedad narradora, condicionan la forma en que tendemos a retratar o filtrar a los otros del pasado.

Figura 1: Esquema de la relación que mantiene el sujeto de una época respecto a la situación de los otros en su pasado.

El ejemplo más inmediato para esta representación de la alteridad se sitúa en torno a quién vemos en el pasado a la hora de reconstruirlo. 14

Respecto a esto, planteo una representación esquemática en la figura superior, en la que el sujeto cognoscitivo se sitúa a sí mismo a una distancia axial en la que intervienen distintos planos de situación: En primer lugar, Ego es su propio Axis Mundi, la medida para el mundo que le rodea y la realidad en la que desea representarse. Por supuesto, Ego no es un personaje aleatorio, sino una persona de sexo y género no especificados que vive en una sociedad occidental y patriarcal como la nuestra hoy en día. Cuando Ego necesita situarse a sí misma de manera causal, utiliza su genealogía más inmediata: padres y abuelos. En este ejemplo jugaremos con la idea de que Ego siente a ambos pares de abuelos a más o menos el mismo nivel de cercanía, con la sensible anteposición que la patrilinealidad de nuestra sociedad le confiere a los abuelos paternos en el esquema. Ego entiende que las dos parejas de abuelos que engendraron a sus progenitores están alejadas de ella en tiempo y espacio, pero es un tiempo y un espacio que Ego puede situar y relacionar perfectamente y que le da la seguridad de poder triangular su posición en la sociedad: un bienestar de clase ligeramente más alto que el de sus padres y abuelos, una mayor proximidad a su propio centro. Sin embargo, Ego no es capaz de trazar de manera eficaz las relaciones que le unen a los personajes más alejados de la historia. Entra en juego el segundo eje, más profundo, del pasado histórico de Ego, que no es otro que el de la sociedad en la que vive. Estas coordenadas históricas, sin embargo, son sólo ciertas en la medida en que forman parte del régimen de verdad y el saber poder que rige en la sociedad de Ego. En este caso, los habitantes de distintos momentos históricos le son presentados de forma difusa, lejos en clase social (la noción de clase social es usualmente identificada con riqueza y bienestar social), lejos geográficamente y lejos en cuanto a relaciones de parentesco y comunidad que a Ego le son ajenas, y además, estratégicamente situadas para casar con el esquema sexo/género.

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Bajo estas premisas, en la sociedad occidental en la que vivimos (que ejemplifica Ego), se sitúa a sí misma de acuerdo a una serie de coordenadas, en lo que Haraway (1991)(Meloni, 2012) llama Conocimiento Situado. La epistemología de Haraway se desarrolla de forma coetánea a la Arqueología Post-procesual, pero surge, de la mano de la crítica feminista de la ciencia, para ejercer de llamada de atención a los sesgos que esta arqueología (así como el resto de ciencias críticas), no estaban contemplando. Lo que propone Haraway es aquello que hemos explicado a través de la figura anterior, si sustituimos a Ego por un Arqueólogo de nuestros días. Los sesgos que esta persona imprimirá a su discurso no pueden desligarse de los de su contexto, es decir, de su propia subjetividad. Ello no quiere decir que la subjetividad, en tanto que aquellas características que hacen a un sujeto ser el que es (que lo sitúan), sea una cualidad negativa o un lastre para el desarrollo científico o discursivo de una disciplina. Por el contrario, asumir las trazas de subjetividad inmanentes al discurso que producimos y saber situarlas, permite trazar una cartografía desde donde poder tener en cuenta qué factores condicionan y dan forma a nuestro discurso como investigadores. Las incontables Ego-arqueólogas en el mundo se encuentran en un set de coordenadas epistemológicas (consecuentemente ontológicas) diferentes. Estas coordenadas coincidirían con el set de características específicas que hacen posible la elaboración de distintos conocimientos situados en cualquier

a priori histórico.

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CONOCIMIENTO

Figura 2: "Knowledge is West". Collage de la autora para ilustrar el sesgo de clase y etnicidad que opera en las periferias del mundo occidental.

También Haraway (2004) utiliza el término testigo modesto para designar a una personificación ficticia que habría nacido con la modernidad y nos acompaña hasta nuestros días. Este testigo lleva la voz del discurso situacionalmente producido, y por tanto cartografiable (Braidotti, 1994 y 2005), subjetivo, a un escenario aséptico en el que la corporeidad, la personalidad y la situacionalidad del conocimiento no tienen lugar: el teatro de la “objetividad” académica. “Es testigo: es objetivo; garantiza la claridad y la pureza de los objetos. Su subjetividad es su objetividad. Sus narraciones tienen un poder mágico –en su potente capacidad de definir los hechos pierden todo rastro de su historia en tal que narraciones, en tal que productos de un proyecto partidista, en tal que representaciones contestables o documentos construidos. Las narraciones se vuelven espejos diáfanos, espejos completamente mágicos, sin apelar en ningún momento a lo trascendental o a lo mágico.”

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Habiendo sido concebido para proteger la concepción de objetividad científica, lo que desvela en realidad es la completa ausencia de lenguajes o esquemas representacionales a través de los que elaborar el discurso arqueológico que estén incontaminados o sean incorruptibles por la ideología, puesto que todas las metodologías, métodos y teorías de análisis de nuestra genealogía pasada son, desde la exégesis, hasta los análisis estadísticos, conocimientos situados que operan a un nivel completamente interpretativo. No hay en las Ciencias Sociales o Naturales, un método hipotéticodeductivo, puesto que toda deducción es en esencia, una inferencia. No hay en el registro arqueológico trazas de la episteme de una determinada época, sólo cosas. El valor y la significación que estas cosas tienen es enteramente subjetivo, puesto que no puede existir sin un sujeto que investigue y decida adjudicarles tanto categoría analítica como entidad de sujeto u objeto para su investigación. Y es en este punto donde enlazamos con el caso práctico del Bronce Chipriota. Si tenemos en cuenta que los sujetos y objetos de la actividad arqueológica son elegidos de forma arbitraria y situacional, primero debemos analizar qué causas han llevado a la elección de este tema en especial para el trabajo:

LA EDAD DEL BRONCE CHIPRIOTA La utilización del pasado para legitimar una serie de teorías, ideologías o actuaciones sociopolíticas en el presente es un fenómeno común. Tomando el tiempo en que vivimos (cualquiera de los presentes de los que estemos hablando) como un mero escenario para el reconocimiento del saber objetivo y empírico sobre la “sociedad” pasada que sea objeto de estudio, significa (Hamilakis y Brown, 2003) rendirse a la imposición política de nuestra sociedad sobre cuál debe ser la función y la importancia concedidas a la 18

práctica histórica (por extensión, también arqueológica). Es decir, el pasado se vuelve el sujeto de las modas interpretativas y potencialmente, sujeto también de las demandas políticas del presente. Las dinámicas de esta relación, especialmente en contextos en los que la historia y la arqueología han jugado un papel central y activo en la construcción de la nación o la legitimación de determinado régimen, pueden ser rastreadas en varios escenarios. Uno de estos escenarios es, efectivamente, Chipre. La evolución política interna de Chipre ha estado, desde antiguo, aparentemente sujeta a la evolución externa de potencias nacionales más importantes o grandes que ella. Autores como Trigger (1984), reconocen que la Arqueología, entre otras disciplinas, está fuertemente influenciada por la posición que ocupan los países y regiones en los que se practica, dentro del moderno Sistema-Mundo. Es esta noción la que, como explicábamos antes manejamos a la hora de interpretar el contexto de formación de la narrativa arqueológica que distintos arqueólogos e historiadores han propuesto a lo largo de los siglos sobre “quién y cómo estaba en Chipre el primero”. Teniendo en cuenta, además, que la historia oficial de la ocupación de Chipre se ha mantenido siempre en un movimiento pendular entre Oriente y Occidente (con el señaladísimo período de dominio egipcio durante el reinado de Tutmosis III), resulta difícil escoger un corpus de datos arqueológicos fiables para establecer una teoría válida en cuanto al reparto político-administrativo que había en la isla en el Bronce Final. Los arqueólogos para esto se han basado en una vía de análisis principal (y poco original) que les ayude a determinar qué tipo de relación mantenían las distintas áreas –geográficamente características, e históricamente reflejadas en documentos-, que habrían formado parte de las comunidades locales durante el Bronce. Este tipo de análisis es, cómo no, el estudio de la dispersión espacial de la cerámica del Bronce Medio al Bronce Final entre los principales yacimientos, prestando atención a su similitud o cercanía tipológica.

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Uno de los problemas de Chipre, sin embargo, es que debido a la frágil situación política en la que está inmersa, la actividad arqueológica no se ha desarrollado de la misma forma, con la misma atención ni con metodologías o resultados similares en todas las partes de la isla (9.250 km2 totales). Del total del territorio de la isla, un tercio, correspondiente a la franja norte de la misma, está en la actualidad bajo dominio turco, desde el año 1974. Como resultado de aquello, se creó en esta franja territorial la llamada República Turca del Norte de Chipre, un estado que sólo reconoce Turquía en la esfera internacional. Por ello, toda la actividad arqueológica que se estaba desarrollando en aquel momento en la isla fue interrumpida, y desde aquel momento, las excavaciones o trabajos arqueológicos que se llevaran a cabo en esa área sólo serían reconocidas por el gobierno turco, quedando vetadas y caracterizadas como actividad ilegal y expolio todas aquellas que no lo fueran, según el prefacio de ley para la Propiedad Indígena y Cultural, subsección de Destrucción de la Propiedad Cultural de abril de 2009: “Archaeological excavations in the occupied northern part of Cyprus are

prohibited unless they are critical to the preservation of cultural property; in such a case, excavations must be carried out with the cooperation of the national competent authorities of the occupied territory. Such violations of conventional and customary international rules on the protection of cultural property may give rise to legal responsibility on the part of Turkey as the occupying power before an international court or tribunal, provided that other requirements are met. A legal precedent for the responsibility of Turkey for actions against cultural property would be the judgments of the European Court of Human Rights. The Court, based on the “effective control” test, used in Loizidou v. Turkey, found Turkey responsible for deprivation of private property of Greek-Cypriots expelled from the occupied northern part of Cyprus.”3

De conflictos derivados de esta política se siguen casos, por ejemplo, como el de la polémica en torno al yacimiento del Bronce Final de Galinoporni, en la península de Karpas, hoy ubicado en el tercio norte de la

3

Tal y como se recoge en: http://www.loc.gov/law/help/cultural-property-

destruction/cyprus.php )

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isla, que levantó un gran revuelo entre la comunidad arqueológica por la denuncia pública contra dos arqueólogos alemanes, Martin Bartelheim y Ernst Pernicka, de las universidades de Friburgo y Turingia, que trabajaron en el proyecto bajo suelo ocupado durante el 2005 (Arslan, sin fecha de publicación). Este tipo de complicaciones legales para los profesionales de la arqueología, que se asocian también a las dos bases militares británicas de Akrotiri y Dhekelia en la parte greco-chipriota, promueven el oscurecimiento de los datos, tanto por la dificultad que suponen a la hora de llevar a cabo una investigación, así como toda una serie de dificultades añadidas en el momento de la interpretación y divulgación de los datos. La reelaboración revisada y sujeta a una censura tácita por parte de aquellos sectores de la Academia que alberguen un interés o implicación genuinos con la zona, promueven que la prehistoria de Chipre desde su primera colonización humana hasta la actualidad, con una atención especial en torno al Bronce Final y primeros estadios del Hierro I, esté sujeta a su vinculación y uso para legitimar intereses políticos actuales. En consonancia con el tema de este trabajo, las conexiones interregionales y el estatus de reino unificado o pequeños núcleos poblacionales de relativa importancia política y administrativa en el terreno, así como los aspectos étnicos e identitarios que se les asocian, son los temas más calientes en la investigación arqueológica actual de la isla. Es precisamente este componente étnico uno de los factores que determina en la investigación arqueológica en Chipre, teniendo en cuenta la aún reciente herida que supone la guerra civil que mantiene el país separado. Renfrew (1994:156 en Meskell, 1998), aduce ante esto que sin duda, la perversión de la etnicidad es la maldición de nuestro siglo. En Chipre se oponen Oriente y Occidente con todo el corpus de singularidades culturales que los caracterizan, por lo que la pugna por imponer una narrativa que distinga étnica, política y culturalmente a la población legítima de la isla (que podría pertenecer a cualquiera de los dos bandos).

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Para comprender los motivos que lideraron la aceptación incuestionada de este paradigma, es necesario situarlo en su contexto de aparición y consolidación: A treinta y cinco años de dominación colonial británica (desde 1925 hasta 1960), les siguieron catorce años de independencia chipriota (1960-1974), que fueron cortados de golpe con la irrupción de la Ocupación Turca de la parte Norte de la isla. Durante todo este tiempo, la identidad chipriota y la relación de ésta con el pasado de Chipre, estuvieron permanentemente bajo escrutinio y manipulación, a menudo con respecto a los (modernos) estándares políticos de las particularidades cronológicas y sociopolíticas en las que cada arqueólogo se había visto inmerso, tomemos como ejemplo de esto a Stanley Casson (1938 en Knapp, 2013, 29), que afirmaba ‘’Cyprus is the only British

possesion which serves to illustrate the history and activities of the Greeks…I prefer to see the history and the art of the Cypriots as those of Oriental Greeks rather than of Hellenised Orientals’’. Este ejemplo nos ofrece una visión un tanto exagerada del peligro que entraña no prestar atención al sesgo que es inherente a cada individuo a la hora de (re)construir el discurso histórico; la profunda antipatía por desavenencias territoriales entre los Imperios Otomano y Británico, unido a un clima romántico de evasión y exotismo que embriagaba al mundo cultural de la época motivó el alza del filo helenismo, que nutrió una tradición duradera de legitimación y helenización en algún sentido de la arqueología y el pasado chipriota, en contraposición a cualquier otra influencia o afinidad de carácter orientalizante, que además continúa siendo el principal sustrato teórico sobre el que se investiga hoy en día. Para entender por qué los griegos y no lo oriental (¿los turcos?) en Chipre, es necesario atender a la evolución sociopolítica del Mediterráneo Oriental respecto a Europa a través de las dos últimas centurias: el auge del colonialismo mercantilista, las rivalidades entre grandes imperios, el control

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de puntos estratégicos de paso e intercambio, o la continua búsqueda de salida al mar (al Mare Nostrum) por parte de distintas potencias, que ha configurado un baile geopolítico que no sólo compromete al plano teórico de las prácticas sociales, sino que comercia, manipula, compra y vende identidades (Knapp y Antoniadou en Meskell, 1998). Como podemos observar, los inicios de la actividad arqueológica coincidirían con el momento de mayor aceptación del evolucionismo unilineal, un paradigma ampliamente asumido en la investigación científica a partir y durante todo el siglo XIX, que adscribe a cualquier civilización una serie de estadios de evolución: Salvajismo, Barbarismo y Civilización. La introducción de la cerámica roja (en asociación con la cultura material micénica, que trataremos después), explicaba por tanto la civilización de las poblaciones isleñas a partir de la colonización griega, tanto cultural como tecnológicamente. En suma, la actividad anticuarista esquilmó Chipre con el único resultado de servir para llenar las salas y almacenes de museos en Londres, París, Glasgow o Cambridge, entre otros (Knapp, 2013). Cabe destacar, que como fuere parte del Imperio Colonial Británico, aún hoy las excavaciones extranjeras

en

Chipre

continúan

bajo

el

dominio

quasi exclusivo

angloamericano, repartiéndose prácticamente Escocia, Inglaterra y Estados Unidos esta prerrogativa. En 1878, durante la presencia colonial británica en Chipre, el pasado clásico (por aculturación griega, occidental), jugó un importante papel de cara a la legitimación de la presencia británica (que por otra parte, debido a la prolongada presencia turca y la mayoría étnica greco-chipriota de la isla, que se relacionaba a sí misma de forma consciente con Grecia y su brillante pasado, ya había comenzado a crear un campo de cultivo en el que esta narrativa arraigara de manera efectiva, ya desde 1571). Esta presencia británica actuó de forma imparcial para inclinar la balanza del discurso arqueológico respecto a la etnicidad imperante en Chipre desde entonces, hasta hoy, donde las conexiones con la mainland (que asocian mediante este 23

término un fenómeno colonial desde Grecia hasta Chipre), han sido siempre un tema caliente en la producción literaria chipriota, considerando como punto de partida la mítica y desconocida Edad del Bronce. Hadjipavlou (2010, 78), reconoce un elemento geoestratégico clave en la base del conflicto cultural chipriota. Como decíamos antes, su condición de conector entre este y oeste, sur y norte del mundo antiguo, hizo desarrollarse a esta isla como un punto vulnerable a las sucesivas conquistas e interferencias, cada una de las cuales ha dejado una impronta en el paisaje local. En este punto, sin embargo, Hadjipavlou comienza a tratar el tema más controvertido y central para este trabajo:

“By far, the most predominant character of the island was determined in the second millennium BC with the arrival and settlement of the Mycenaeans (or Achaeans) from the mainland Greece. They formed Minoan-style city kingdoms and introduced the Greek language, religion and culture. Greek Cypriots, especially nationalist ones, still evoke this period to emphasize their Hellenic heritage. Later, the Greek Christian Orthodox Church and Byzantine culture provided other strong reference points for Greek Cypriots. Turkish Cypriot nationalists, however, see the three centuries of Ottoman rule as determining the island´s interethnic character and underplay any Greek influence on its identity. Such polarization ignores the rich multicultural history of the island of which evidence abounds in the composition of the population, as well as in its monuments, language and traditional social practices.” En este extracto, Hadjipavlou, que aboga por una vision interseccional y crítica del conflicto, bajo un enfoque feminista en el resto del libro, nos muestra cómo el lenguaje en el que se transmite el discurso no es casual ni inocente. Mientras que da la sensación de ser una lectura imparcial, o al menos no sesgada al incluir la versión de las dos partes, Hadjipavlou no puede evitar elegir representar la hipótesis de una colonización micénica en el segundo milenio como artífice de la identidad grecochipriota actual, así como poner de relieve el carácter geopolítico del conflicto a través de la exposición 24

de la cuestión arqueológica más en boga en el terreno de la arqueología chipriota: el componente étnico y la organización del territorio en una isla que sigue partida por la mitad. En tanto que isla, Chipre es evidentemente, una entidad geográfica específica. Puede ser concebida como un entorno particular biológico, natural y social (Kopaka, 2008). Esta concepción particularista de una isla (cercana al continente –a uno, o a varios, como es el caso–) ha propiciado en los últimos años el hecho de que la actividad arqueológica teórica haya reconocido la importancia de dejar de imaginar a estas formaciones como entidades islocéntricas, separadas del contacto simbólico y cultural de sus vecinos, tanto como lo están por mar. Una isla, es pues, una entidad geográfica particular, cuya esencia reside en estar rodeada de agua (marina o fluvial). Una isla, además, puede encontrarse lejos de tierra firme (tal es el caso de la mayoría de islas oceánicas), o estar sustantivamente cerca (como ocurre con la mayoría de islas mediterráneas). Tanto la localización de Chipre como la configuración física de su paisaje, tuvieron sin duda una influencia muy destacada en el desarrollo de las sociedades del Bronce isleño, asegurando también que jugaran un papel muy destacado en el comercio internacional marítimo del segundo milenio tardío (Steel, 2012). La isla se encuentra dividida de noroeste a sudeste por el macizo central de Troodos, principal sistema montañoso de la isla, y fuente primaria de materias básicas para construcción y subsistencia (como la madera de cedro), o de lujo, como los numerosos afloramientos de la piedra semipreciosa picrolita,(muy valorada por las sociedades desde antes del Calcolítico). Con una altura máxima en el pico del Monte Olimpo de 1952 msnm., la cordillera de Troodos rompe por la mitad las comunicaciones entre la mitad sudoeste de la isla y el tercio oriental. La vía más rápida de comunicar una parte y otra sería la marítima, puesto que el camino terrestre de la costa meridional es bastante accidentado, con desniveles entre acantilados muy grandes.

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Figura 3: Mapa de la isla de Chipre con los principales yacimientos del Bronce, en Steel (2012) El período Chipriota Temprano se caracteriza principalmente por un incremento sustancial en el número de población y en consecuencia, de asentamientos en torno a las estribaciones de la cordillera de Troodos en el noroeste. En contraste con esta nueva dinámica, los asentamientos costeros son muy raros, lo que sugiere que la explotación de los recursos marítimos habría jugado un papel muy limitado en la economía. Por ello, el foco económico habría recaído sobre las ricas fuentes de cobre que afloran en las estribaciones del macizo de Troodos. La investigación reciente, sugiere que los períodos Temprano y Medio (EC, MC), habrían consistido primeramente en pequeñas aldeas (Steel, 2012). Las excavaciones efectuadas en Marki Alonia, Sotira Kaminoudhia y Alambra Mouttes han resultado esenciales para arrojar luz sobre las realidades socioeconómicas a estudiar durante el Bronce Temprano de la isla. La introducción de una arquitectura rectilínea y aglutinante es una de las mayores transformaciones que se podrán observar dentro del espacio doméstico, que ya se distingue claramente del substrato Calcolítico indígena tradicional (de viviendas circulares).

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Aunque aún no hay planificación arquitectónica de las casas, la disposición preferente en Marki y Alambra era de habitaciones pequeñas alrededor de un patio rodeado de muros. Unido a este factor arquitectónico, excavaciones recientes llevadas a cabo en Pyrgos Mavroraki han podido ilustrar un nuevo tipo de organización económica: encontramos claras evidencias de producción supradoméstica y actividad de almacenamiento en un gran número de edificios “industriales”. Las manufacturas del yacimiento indicarían además, que en los mismos edificios se llevarían a cabo actividades relacionadas con la producción y almacenamiento de vino y aceite de oliva, producción textil, actividades metalúrgicas y producción de perfumes. Durante el EC y MC, las prácticas funerarias reflejan asimismo varios cambios importantes en la organización social (Keswani, 2004). Los enterramientos estaban separados de las áreas de habitación y tenían lugar en grandes cementerios, organizados formalmente extra-muros, con una definida preponderancia de tumbas de cámara excavadas en la roca. Estos complejos y dispares tratamientos funerarios atestiguados revelarían la elaboración de ritos funerarios, particularmente de ceremonias de múltiples etapas. A partir de este momento, los enterramientos son equipados con grandes ajuares: cantidades ingentes de cerámica, una pequeña variedad de objetos metálicos (como armas, artículos de higiene y ornato personal), así como réplicas cerámicas de objetos metálicos, como cuchillos, peines de cerámica, husillos y boquillas. Un selecto número de enterramientos en los cementerios costeros incluían además una combinación de dagas, puntas de lanza y piedras de afilar, mientras que en estas mismas regiones, había ciertos elementos domésticos incluidos en el ajuar funerario, husos de hilar, figurillas y joyería (Frankel y Webb 1996). Algunos autores han propuesto que la distribución de artefactos metálicos ilustraría la emergencia de élites sociales en Chipre durante el EC y MC (Knapp, 1998, Keswani, 2004). Mientras esto ocurría, otros elementos de ajuar un tanto extraños son las vasijas rojas pulimentadas con decoración escénica pintada, de un pequeño rango distributivo, pero de un imaginario muy complejo. Sobre estos se ha barajado que pudieran estar expresando

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emblemas identitarios y de prestigio, lo que resulta bastante aceptable teniendo en cuenta que durante el EC y el MC, Chipre estaba integrada en las rutas de comercio marítimo de Oriente Próximo, ejemplificado por la circulación de las cerámicas blancas pintadas, muy comunes entre Chipre, Egipto y el Levante, pero además podría estar gritándonos en silencio la necesidad de destacar una serie de particularismos identitarios locales, vinculados a grupos de pertenencia, o agrupaciones poblacionales claramente diferenciadas que entran a formar parte de la célebre discusión del Bronce Final. También Steel (2013), presta atención a una serie de rasgos ideológicossimbólicos que se desprenden de la cultura material en estadios anteriores. Durante el período de transición entre el Chipriota Tardío III y el Chipriota Medio se sucedió una vertiginosa sucesión de innovaciones, siendo este un tiempo de competición muy significativa por el control de recursos, la renegociación de las relaciones sociales (muy bien atestiguado en el registro material mortuorio), y en definitiva, de un aumento de la comunicación simbólica. Sea esto como fuere, lo cierto es que para que un lenguaje simbólico (arbitrario, por tanto), tenga éxito a la hora de comunicar, tiene que mantener una serie de significados asociados a significantes cuya relación sea evidente para los receptores del mensaje. Es decir: que es posible que aunque no hubiera un reino unificado como tal, en cuanto a categoría administrativa, etc., sí que podría ser que dentro de la isla, las distintas comunidades mantuvieran una suerte de koiné cultural que evidentemente, se presta a regionalismos y localismos, pero que mantiene la esencia de la comunicación del poder y del derecho comunitario (expresado a través de las élites) sobre un territorio. El Chipriota Tardío El final de la etapa prehistórica de Edad del Bronce (LC o Chipriota Tardío), se caracteriza por un número de transformaciones culturales muy significativo, asociado con el incremento de los contactos de la isla con las civilizaciones del Egeo y el Próximo Oriente. Entre estas destaca especialmente la adopción de todo un nuevo conjunto de vajillas (con engobe blanco, base anular y monocromas).

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Sea como fuere, no conocemos tanto de la organización política y económica de Chipre, muy limitada en comparación con las regiones vecinas. Durante este período, Chipre fue un nexo de comunicación entre las redes comerciales, incorporada al comercio con Sirio-Palestina, el Egeo y Egipto debido a la abundancia de recursos cupríferos de la isla. El comercio del cobre habría permitido la emergencia de una élite económica (y posiblemente política) que controlara el acceso a las importaciones de lujo y bienes de prestigio (Steel, 2012). Las evidencias textuales que tenemos de Egipto y el Próximo Oriente demuestran que algunos individuos se habrían visto envueltos en los intercambios diplomáticos con los faraones del Reino Nuevo, los Hititas y los reyes de Ugarit (Knapp, 1998). En la transición del MC al LC, entre los siglos XVII y XVI (Keswani, 2004), fue un periodo de convulsión caracterizado por los fenómenos de regionalismo, inestabilidad y cambio en los asentamientos sureños y de las costas levantinas. Muchos de los asentamientos del Chipriota Medio fueron abandonados, y los horizontes arqueológicos de destrucción son evidentes en yacimientos como Kalopsidha, Episkopi, Phaneromeni y Morphou-Toumba tou Skouru, probablemente debido a las redadas por el ganado, producción agrícola, productos de valor o captura humana (Keswani, 1989). En este contexto caótico, los enterramientos masivos que se encuentras en facies de LC no hacen sino confirmar la evidencia de la convulsión social. Las interpretaciones tradicionales que se han ofrecido a este respecto corresponden a acciones bélicas o plagas. Una de las principales características de la transición del MCIII-LC es una serie de fortificaciones y plazas fuertes erigidas a lo largo de la península de Karpass, en las estribaciones meridionales de la cordillera Kyrenia, y en las del noroeste del macizo de Troodos. Además de su rol defensivo, la cantidad de jarras de almacenamiento sugiere que algunos sitios fortificados como Nitovikla, funcionarían como centros locales para el almacenamiento y redistribución de los excedentes de la agricultura. La posición estratégica de un número de fuertes a lo largo de la ruta cuprífera desde Troodos a los

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nuevos establecimientos costeros dependientes de Enkomi podría indicar que la finalidad de muchos de ellos sería proteger el acceso al cobre. Durante el LC II, un gran número de núcleos poblacionales se desarrollaron a lo largo de la costa meridional, entre Enkomi y Paleopaphos en el oeste. Además de estas ciudades costeras, había además asentamientos granjeros tierra adentro, asociados en ocasiones al abastecimiento de centros de minería del cobre en las cercanías de Troodos. Las prácticas funerarias pasaron por varios estadios de transformación constante durante el LC, siendo los más significativos el cambio de los cementerios extra-muros a los enterramientos entre los límites de los asentamientos. Así, las tumbas eran emplazadas najo los patios de las casas o las callejuelas adyacentes, cosa que sugiere una observación privada de la muerte (¿posiblemente una progresión hacia la individualidad, respecto a las actividades performativas previas en comunidad?), lo que también nos habla de un surgimiento progresivo del proto-urbanismo. Las típicas tumbas del Chipriota Tardío (recordemos, LC), son una serie de tumbas de cámara excavadas en la roca. Las prácticas tradicionales de los enterramientos secundarios persisten durante el LC, aunque se atestigua una gran multiplicidad de tipologías de tumbas a medida que avanza el período: La variedad de dispersión tipológica de los artefactos hallados en los ajuares de los enterramientos del LC, debieron ser un importante terreno de juego sobre el que desplegar toda una serie de exhibiciones competitivas (Keswani, 2004). Estos elementos de ajuar incluían pequeños contenedores de perfume y varios recipientes cerámicos asociados con la consumición de bebida y comida. Este último hecho ha permitido a los investigadores asociar los rituales de comensalidad y simposios como parte activa de los ritos funerarios, y como parte significativa de la ideología funeraria durante la edad del Bronce (Steel, 2004, Crewe, 2009). Según Steel, la consumición de comida y bebida representa mucho más que el acto biológico de satisfacer unas necesidades básicas, en tanto que es una acción socialmente construida. En esta línea, Hamilakis (1998), señala que los humanos, como entidades sociales, se crean a sí mismos a través de la consumición de comida y bebida. En tanto que la dieta está muy

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próximamente entretejida con las expresiones de identidad cultural, es un campo susceptible de modificación como resultado de influencias externas. En relación con la introducción de un nuevo set material de vajillas cerámicas, principalmente recogidas durante el estudio de los enterramientos del Chipriota Tardío, Steel (2004), propone que en contexto arqueológico, los cambios en las prácticas dietéticas, y con ello, la aparición de nuevos elementos en el repertorio cerámico, son frecuentemente atribuidas a la llegada de nuevos grupos poblacionales. La naturaleza sincrética de la sociedad del CT (LC) está claramente ilustrada por el uso de referentes externos en la construcción de la identidad de las élites. Tanto los elementos orientalizantes como egeizantes son comunes en los enterramientos de élite en los centros urbanos costeros. A la par, es cierto que en la historiografía tradicional se atestigua un intrigante eje de interacción cultural y económica entre la Grecia Micénica, Ugarit y Chipre. Esto se hace especialmente evidente en trabajo del marfil que se populariza durante el siglo XIII, hasta el punto de crear escuela de fábrica, pero también se ve reflejado en la importación de cerámica micénica a Chipre y Ugarit, donde se manifiesta en una escala mucho más amplia que en cualquier otro punto del Mediterráneo Oriental. Dada además la evidencia de la producción y consumo de vino en el Egeo coetáneo, y la larga historia de la producción de vino en el Levante, parece bastante probable que el vino fuera también producido en la isla, aunque no ha sido confirmado por los análisis efectuados en cerámicas del LC. Las cerámicas micénicas pictóricas, como la que se muestra en la figura, procedente de Enkomi, estaban restringidas a los enterramientos ricos (Steel, 1998), así como vasijas realizadas en metales preciosos o en fayenza (Keswani, 2004). Otro tipo de ajuar funerario común durante el LC fueron las armas de bronce, equipos de juego, sellos cilíndricos y de estampa, y elementos de ornato personal (Webb, 2006). Parejo a estos procesos, se documenta un cambio estructural en la proliferación de estructuras templarias (muy asociadas a la popularización, a partir de este momento, del empleo de la construcción de sillares isódomos, y

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en conjunción con manifestaciones de urbanismo hipodámico, (Ruiz-Gálvez, 2013). Esta arquitectura religiosa se caracterizará por la variabilidad y pluralidad de sus formas, aunque comparten algunas características. A inicios del siglo XII (coincidiendo con el LC IIIA), se suceden una serie de episodios violentos a lo largo de todo el Mediterráneo oriental. Muchos de los sitios del Bronce Final son destruidos o abandonados, siendo los únicos sitios que mantienen una ocupación clara los de Enkomi, Kourion, Kition y Palaeopaphos, que presentan unas fortificaciones en estilo ciclópeo (Steel, 2012). Los cambios que operaron a lo largo del LC III, a los que aludíamos antes, tienen su más claro reflejo en el registro mortuorio: se dan procesos de permanencia en cuanto al uso continuado de tumbas de cámara, pero comienzan a popularizarse las tumbas de fosa, llegando a acoger enterramientos individuales y hasta de tres personas, pero se abandona por completo la práctica de enterramiento secundario. Esta coyuntura (Steel, 2012), podría expresar bien el enterramiento de elementos desplazados procedentes de la tradición indígena e incluso la intrusión de elementos étnicos externos (Keswani, 2004 en Steel, 2012). En asentamientos como Maa Palaeokastros o Pyla Kokkinokremos, se ha podido atestiguar la presencia de cerámica de procedencia y factura diversa, respondiendo una parte significativa a las clasificaciones HRIIIB2 y HRIIIC1 (Ruiz-Gálvez, 2013). Posiblemente, la estructura política de Chipre durante el Bronce Final no difiriera demasiado del sistema palacial micénico coetáneo, como fruto de los contactos comerciales y de toda índole que se venían sucediendo durante todo el período del Bronce en el Mediterráneo oriental. La dificultad para contrastar esta realidad nos viene determinada por la ausencia de fuentes documentales normalmente asociadas al desarrollo de la administración y contabilidad que exige el mantenimiento de un sistema centralizado (tal y como apunta el crecimiento significativo de los centros que ya hemos mencionado) y –posiblemente–, redistributivo. No conservamos un volumen de documentación escrita (en tablillas de barro cocido, por ejemplo), asociadas a estos centros que sí encontramos en sistemas palaciales micénicos, aunque esto habría podido deberse a la utilización de materiales 32

perecederos para llevar el recuento y la organización administrativa (RuizGálvez, 2013). Aubet (en Ruiz-Gálvez, 2013: 97), atribuye a la presencia de comerciantes sirio-cananeos establecidos en asentamientos como Hala Sultan Tekke, parte del peso cultural que supondría la influencia de estas gentes, provenientes de estados orientales centralizados, en la población local chipriota, de la mano de las interacciones a escala regional que operaban en la isla. Susan Sherratt (1998), sostiene a la hora de introducir a los famosos Pueblos del Mar en la ecuación, que tradicionalmente, la literatura arqueológica se ha agarrado tanto a éstos, como al pretendido escenario colonial micénico (griego, vaya), en una suerte de razonamiento deus ex

machina que poco o nada ha considerado la evolución lógica interna de la isla, sus contactos con el exterior y la propia empresa chipriota en ultramar (curiosamente, Chipre aparece a lo largo de la mayoría de artículos y monografías escritas en torno a ella, como un escenario pasivo y receptor de influencias, detentando un papel agente únicamente a la hora de reorganizar, operar como intermediario, o actuar como posta en el camino de otras “grandes civilizaciones”, V.gr.: los micénicos). Sherratt (1998), sostiene que la ausencia de evidencias ligadas a la presencia

de un sistema palacial

en Chipre, vendría

determinada

principalmente por su estatus como fuente de abastecimiento de cobre para Oriente Medio, con la inmunidad que ello le garantizaba, a través de la intervención política directa por parte de las superpotencias de Egipto y el imperio Hitita. Aunque sigue estando abierto el debate respecto a la presencia o ausencia de un sistema palacial completamente funcional en Chipre, lo cierto es que tal y como comentaba antes, no hay una evidencia material ni fuentes directas que aporten información determinante a este respecto. Lo que no significa esta ausencia de un sistema palacial, es lo que, como ya hemos visto, ha interpretado tradicionalmente la arqueología occidental, cegada por el mítico –y posiblemente sobrevalorado– esplendor de los sistemas palaciales micénicos. En Chipre no faltaba una estructura jerarquizada. Prueba de ello serían los patrones diferenciales de asentamiento

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o las propias características morfológicas de sitios como los ya antes mencionados de Maroni o Aghios Dhimitrios, en comparación con los asentamientos costeros. En este punto, se abre la posibilidad de alguna especie de control regional más amplio o incluso uno a nivel insular, especialmente a inicios del CT, pero es algo para con lo que aún no tenemos evidencias. Esta posibilidad únicamente cabe en una situación lógica, aunque hipotética, en la que los grandes estados centralizados de Oriente Próximo, a fin de optimizar las relaciones y el proceso comerciales y sociales con Chipre. De todas formas, lo que sí se puede comprobar es que el control sobre el territorio insular no estaba reglado ni mucho menos regularizado: observamos cómo los centros costeros urbanos van ganando poder e importancia a medida que avanza el Chipriota Tardío II, especialmente en la costa sur y este, de la mano de Palaeopaphos, Hala Sultan Tekke, Kition y Enkomi, que para el final del período ya han eclipsado totalmente en importancia a los centros del interior y oeste, que o bien desaparecen por completo (aquí es importante puntualizar, que lo más probable fue que se diera un trasvase de población desde estos núcleos en desuso hacia los nuevos, un éxodo urbano típico), o van poco a poco desvaneciéndose hasta prácticamente quedar en desuso (Sherratt, 1998). Knapp (2013), por su parte, introduce la duda respecto a la organización sociopolítica entre Heterarquía o Jerarquía, enmarcada dentro de su revisión cronológica en el ProBA (consultar Anexo I). Mientras que otras autoras citadas con anterioridad, suponen un inicio más temprano para el protagonismo de Chipre en el juego internacional del comercio, Knapp asume que no es hasta el Chipriota Medio (momento a partir del cual sitúa la ProBA), que Chipre se mete de lleno en las redes interestatales. Esto habría supuesto, según él, el paso de una sociedad basada en los pueblos (o núcleos poblacionales dispersos y de pequeño tamaño) que el reciente impulso económico que se da en el Chipriota Medio transforma en una sociedad mucho más competitiva, dividida socialmente y con un sistema dicotómico rural-urbano. Atribuye el papel agente de esta transformación no sólo al cambio económico, sino que hace a este depender de factores ya mencionados, como el proceso de urbanización, formación de lo que él llama

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un estado secundario, políticas heterárquicas o entre pares, y una producción intensificada de cobre combinadas con el comercio de ultramar. Mientras tanto, Keswani (en Knapp, 2013: 433), apunta que esta supuesta frecuencia y volumen del comercio en ultramar (y el comercio de cobre) ya estaba siendo limitado antes del Chipriota Medio III, siendo “más esporádico que sistemático”, y que incluso con anterioridad (PreBA en cronología de Knapp, sin especificar), la riqueza metalífera de la costa norte parecía basarse más en la reciprocidad de los productores hacia la demanda ceremonial (sobre todo aplicado a contextos funerarios), un fenómeno que habría sido parejo al ascenso en importancia de Enkomi. Keswani (2004), mantiene asimismo que las evidencias que se siguen de los patrones de asentamiento, arquitectura, iconografía, prácticas funerarias y capacidad de almacenamiento de los recipientes, indican que había varias políticas diferentes operando a la vez en distintos lugares de la isla, todos ellos presentando variaciones regionales, coincidiendo con la llegada de la ProBA de Knapp. A esto, Keswani le da categoría heterárquica de organización social. Keswani habla de facciones competidoras entre sí por atraer el juego comercial sobre recursos críticos para controlar la demanda o el control del transporte en función de las políticas de cada uno. Tales políticas diferenciales podrían haber estado integradas bien en alianzas corporativas, a través de relaciones sancionadoras, regalos o tributaciones, o haber sido mantenidas por una prácticamente independiente autoridad central, ligada al dirigismo mercantil (Knapp, 2013). Los centros costeros como Enkomi, Toumba tou Skourou, Hala Sultan Tekke y probablemente, también Kition, emergieron como tales cuando grupos de afinidad o parentesco muy heterogéneos de comunidades cercanas o lejanas (recordemos ese proceso de éxodo “urbano” del que hemos hablado), convergen en un mismo sitio, atraídas por la posibilidad de aprovechar el comercio extranjero que se da en la costa. Keswani (en Knapp, 2013) ha querido ver en este proceso, una serie de distintas élites, posiblemente competidoras entre sí (en cada núcleo urbano de cierta importancia), pero dejan abierto el debate en torno a la composición étnica de estos grupos de élite.

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En contraste, en otros núcleos tierra adentro, o hacia el sur como Maroni, Aghios Dhimitrios y Alassa, que estaban establecidos en áreas con una secuencia de ocupación mucho más dilatada, sí que ven (Knapp y Keswani), un dominio de élite más centralizado y con un prestigio muy definido. En definitiva, la visión de Keswani, que Knapp suscribe parcialmente, consistiría en una organización jerárquica y tendiente al centralismo en el sur de la isla, a la par que se dan varios sistemas heterárquicos en el este y el lejano oeste del territorio, diferentes entre sí, controlando ambos puntos un territorio crítico para los tornaviajes. Esto implicaría una organización sociopolítica diferente en cada territorio diferenciado de la isla. CONCEPTUALIZAR “EL BRONCE” CHIPRIOTA Sea como fuere, aquí intervienen los distintos puntos de vista de cada investigador. Knapp (2013), sigue aferrado a su convicción de que Enkomi detentó un poder y una presencia como principal entidad política en Chipre durante toda la ProBA (Knapp, 2008 en Knapp, 2013). Sin embargo, sí aduce ante la posición que había adoptado a lo largo de su carrera académica con anterioridad (y que de una u otra forma, ha servido de reflejo y síntesis del

establishment académico angloparlante referido a este tema), que la centralización política de Chipre habría sido más cosa del siglo XIV, amparándose en las evidencias que la glíptica y el estudio asociado de su semiótica han proporcionado en torno a la figura próximo-oriental de la realeza como elemento y principio estructurador (y por lo visto también

conditio sine qua non) de la emergencia de formas de organización política más complejas, sean estas heterárquicas o de una jerarquización tradicional centralizada, de cara al final del Bronce. Supone, en base al argumento de Helms (en Knapp, 2013), que la realeza fue, al menos parcialmente, un elemento legitimado a partir de la asociación con ideologías políticas extranjeras. Por tanto, para ellos, los símbolos de prestigio, que reflejaban los patrones extranjeros de la representación del poder y de la ideología política, habrían provisto a las élites chipriotas de un punto de partida hacia la dominación efectiva de su territorio y sus gentes. El advenimiento del Chipriota Tardío IIIB (LC IIIB), señalaría un momento de transición a lo que los académicos han convenido en llamar

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Edad del Hierro, caracterizada como fósil guía por la introducción de la cerámica de barniz proto blanco (proto-white painted). En este momento, el patrón de asentamiento da un giro de trescientos sesenta grados: la mayoría de los núcleos importantes del Bronce Final se abandonan y comienzan a aparecer una serie de nuevos establecimientos, que poco a poco se desarrollarán hasta convertirse en lo que luego serán las ciudades-reino del Hierro. Por su parte, el concepto de migración ha sido igualmente desvirtuado, aunque de acuerdo a unos significados parcialmente distintos. Normalmente entendemos como migración el éxodo de determinados subgrupos, adherido a una serie de metas muy definidas, enfocadas a destinos ya escogidos, y habitualmente, a lo largo de rutas conocidas y/o familiares. Sea como fuere, el fenómeno migracional se ha querido poner en estrecha relación de dependencia con aproximaciones postcoloniales y postmodernas, cuyo objetivo sería empoderar a las poblaciones indígenas respecto a la narrativa imperial o colonial dominante. En esta línea, la migración no resulta válida para su igual aplicación para cada período o contexto histórico. Sin embargo, al margen de resultar útil de cara a la investigación arqueológica y servir a los intereses que ésta puede contribuir a legitimar, como los ya especificados antes, las teorías en torno a la migración se utilizan de mala manera para poner en marcha prácticas sociales discriminatorias que mantienen el régimen de saber-poder. Las distintas definiciones de migración que se han propuesto los arqueólogos a lo largo de los años, señalan las tendencias intelectuales particularmente bien; en época de Childe, migración no era tanto un tema sobre el que investigar en sí mismo, como uno de los medios de aproximarse a las cuestiones que realmente importaban, servían para caracterizar culturas arqueológicas y, especialmente, para dar cuenta de los cambios culturales sucedidos a lo largo del tiempo.

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Dadas estas cercanas conexiones conceptuales asumidas por los historicistas culturales entre la cultura material y la sociedad, el movimiento de gente en sí ofrecía una explicación para el cambio cultural. Childe (1950) ya hacía notar que cuando una cultura entera reemplaza a otra, estaríamos lidiando muy claramente con una migración. Con el advenimiento de la New Archaeology y la Arqueología Procesual, las explicaciones para el cambio cultural se orientaron más hacia las dinámicas sociales internas, dibujando en efecto, una teoría de sistemas, que resultó en lo que Adams y colegas denominaron como "el retiro del migracionismo" (en Van Dommelen, 2014, 478) y lo que Anthony (idem), describió, fuera de cita como "el bebé migracionista", alusión a una expresión idiomática inglesa, que pone de relieve el deshacerse de algo bueno (el concepto de migración), al intentar deshacerse de algo malo que lo acompaña (en este caso, todas aquellas implicaciones y abusos del concepto que se habían hecho hasta la fecha). Mientras que la arqueología mainstream angloparlante había ignorado largamente el fenómeno de la migración como tema susceptible de ser investigado, éste sí continuó siendo explorado, en relación con la prehistoria del Caribe. Ahí, Irving Rouse (Van Dommelen, 2014, 478) investigó asiduamente cuándo y cómo habían sido ocupadas las islas y cómo posteriormente los "grupos invasores" habían reemplazado a los habitantes indígenas. Definió estos "movimientos poblacionales" prehistóricos como causado por "gente de un área expandiéndose hacia otra y reemplazando sus últimas poblaciones". Una definición anterior, de alguna forma más concisa, de migración fue la de "movimiento de individuos, con sus sistemas étnicos, de un área a otra" (Van Dommelen, 2014), parece dejar claro que la relación entre la gente y la cultura (o grupos étnicos), y así, entre el movimiento de población y el cambio cultual, permaneció firmemente en su lugar.

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Otro de los ámbitos en los que el concepto de migración tuvo un gran protagonismo como sujeto de estudio (y no únicamente como herramienta transversal para explicar el cambio cultural), fue en la Antigüedad Tardía y Temprana Edad Media de la Europa Noroccidental. Más conocida como la época de las migraciones, este período estuvo dominado por acontecimientos históricos de invasiones violentas a gran escala y migraciones que incluyeron a pueblos como los Hunos, Celtas, Visigodos, Anglos y Sajones, por nombrar algunos de los más famosos. Los arqueólogos han luchado largo y tendido tanto contra el registro histórico como arqueológico de este período, para intentar comprender qué estaba ocurriendo en el campo de las varias regiones del Noroeste y Europa central, pero no ha habido mucho seguimiento a este "entendimiento teorético de la migración como un elemento del comportamiento cultural" (Burmeister, 2000) Las arqueologías postprocesuales hasta el momento, tenían muy poco que añadir al respecto. Irónico, como hace notar Cabana (Van Dommelen, 2014) teniendo en cuenta que los últimos avances han tenido más que ver con métodos cuantitativos y científicos (mucho más asociados a las arqueologías procesuales)- Como resultado, los estudios arqueológicos de la migración han sido

definidos

por

defecto,

a

menudo

implícitamente,

por

la

conceptualización de la migración como una invasión, y un movimiento poblacional a gran escala. Pero, más allá de la migración, las explicaciones a los movimientos poblacionales se han ocupado de incluir la vertiente de las relaciones de poder en la narrativa. Es el caso de los fenómenos coloniales. El Colonialismo ha sido una perspectiva teórica de dilatada aceptación en el conjunto de la historiografía europea. Como tal, el colonialismo en este campo no ha sido definido o acotado con precisión en unos términos identificables, a menudo ofreciendo como equivalencia el concepto e implicaciones asociadas al Imperialismo. Este segundo concepto, aparece en

39

conjunción constante en los estudios histórico-sociales y arqueológicos desde el advenimiento del Imperium romano, y se extiende a partir de entonces, mostrando un movimiento regresivo a medida que se vuelven a reelaborar las diferentes teorías en torno a distintos aspectos de la narración histórica anterior. Esta adhesión a fenómenos históricos no-problemáticos ha provocado un uso indistinto e intercambiable entre ambos conceptos en varias ocasiones, con muy distinta aplicación, todos ellos, al tomar esta equiparación como base, han desembocado en un sesgo progresivo a la hora de entrar en materia con la Historia de distintos pueblos. Sea como fuere, las situaciones coloniales se han solido identificar en base a su respuesta a dos aspectos fundamentales: -

La presencia de uno o más grupos de gente extranjera en un territorio alejado de su lugar de origen, los Colonizadores.

-

La existencia de un sistema asimétrico de relaciones socio-económicas y dominación política entre los colonizadores y los habitantes de la región objeto de estudio (en consecuencia, colonizados). Asimismo, el establecimiento de asentamientos separados (o tal vez mejor, diferenciados), sería otra de las características frecuentes, aunque no indispensables, de cualquier situación colonial. La teoría colonial asume, en caso de no darse esta separación entre asentamientos externos o ya existentes, una transformación de los asentamientos autóctonos en base a la construcción de la alteridad o mecanismos que el grupo colonizador lleve a término para reivindicar su bagaje cultural. Este concepto de “situación colonial” suele aplicarse a coyunturas en las que grandes grupos inmigrantes se asientan en una región, y toman posesión de la tierra, podríamos decir que hasta sus últimas consecuencias, siguiendo el ejemplo de su lugar de origen (utilizar aquí el término país no resultaría apropiado).

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Considerando estos aspectos teóricos, uno de los períodos mejor estudiados, y también sujetos a una mayor controversia, es la transición entre el final de la Edad del Bronce y el comienzo de la Edad del Hierro (LC IIC/IIIA-LC IIIB- Chipriota Geométrico, ver Anexo I), aproximadamente entre el 1300 y 1000 a.C. Largamente se ha debatido entre los académicos si durante este período Chipre fue sujeto de una colonización por parte de los aqueos o micénicos, tras la gran expansión del llamado “colapso” de la Edad del Bronce, y con ella, de las redes de intercambio en todo el Mediterráneo Oriental. En este caso, la historiografía nos muestra que esta serie de interpretaciones se mantienen enfocadas hacia aproximaciones descriptivas en torno al registro material, o en alusiones literarias y mitológicas. Esta noción de Colonización Egea o Aquea se mantiene enraizada con particular vigor en la arqueología chipriota, una arqueología en conflicto que pugna por redefinir el concepto de identidad y el componente étnico asociado. Hoy en día, se ha asumido que la superioridad que supuso la llegada de inmigrantes greco-parlantes sobre la población local en Chipre habría acomodado la asunción de las perspectivas helenizantes en el marco de investigación histórica y arqueológica, tan criticada en el resto de la Arqueología Mediterránea, pero tan presente, aún hoy. Llegados a este punto, parece obvia la crítica más sencilla que podemos establecer en torno a la perspectiva colonial: El empleo de términos como colonización y migración, normalmente situados en el mismo margen semántico, ha inducido graves desajustes en el desarrollo de las narrativas y meta-narrativas históricas que legitiman unas prácticas sociales que con cierta asiduidad son discriminatorias para con un pequeño sector de la población.

41

El término Colonización, normalmente se refiere al acto de establecer colonias, una noción fuertemente influenciada tanto por concepciones antiguas como modernas. Los antiguos griegos utilizaban el término de

apoikiai, que literalmente significa “fuera de casa”, mientras que las concepciones de la Europa moderna entienden la colonización en el sentido latino de colonia, entendiendo con ello “un asentamiento deliberadamente establecido en algún lugar”. En un sentido posterior, la colonización comprende normalmente manipulación o dominación por parte de los colonizadores y sumisión o resistencia por los colonizados. Así pues, cualquier análisis cultural de los que la colonización o distintos flujos migratorios suponen de cara a la elaboración del discurso, depende en exclusividad del matiz que los académicos hayan querido imprimirle: ¿Fundación de asentamientos en tierras extrañas o una serie de aspectos sociopolíticos y económicos de dominación sobre la población local? Y dentro de esta pregunta, cabría también cuestionar quiénes y cuándo están decidiendo la respuesta.

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CONCLUSIONES De las reflexiones que he tratado hasta ahora, las conclusiones que extraigo son las siguientes: Retomando la cita de Franz Fannon (Los Condenados de la Tierra, 1961) : “El colono hace la historia y sabe que la hace. Y como se refiere constantemente a la historia de la metrópoli, indica claramente que está aquí como prolongación de esa metrópoli. La historia que escribe no es, pues, la historia del país al que despoja, sino la historia de su nación en tanto que ésta piratea, viola y hambrea. La inmovilidad a que está condenado el colonizado no puede ser impugnada sino cuando el colonizado decide poner término a la historia de la colonización, a la historia del pillaje, para hacer existir la historia de la nación, la historia de la descolonización.”

La verdadera colonización en arqueología, no responde tanto a los movimientos poblacionales de antaño, ni a las influencias coloniales del siglo XIX, que es hasta la fecha, la acepción que tiene en el establishment académico. Considero, a partir de este trabajo, que el neocolonialismo y la falta de reflexión metaarqueológica en la academia de hoy en día, son las que mediante su colaboración en la elaboración de unas narrativas que legitiman un régimen de saber-poder actual, corrompen, malinterpretan y obvian los distintos sesgos que le son inherentes a la investigación. Incluso en las corrientes postmodernas de la arqueología, el sesgo androcéntrico continúa siendo evidente, y la acusación de este hecho únicamente motiva respuestas políticamente correctas, como hablar de fenómenos o prácticas de

hibridación, o situar a las mujeres en el espacio y tiempo que consideran que les corresponde y llamarlo arqueología de género. Estas soluciones provisionales, siempre en pos de una historia, una arqueología holística e igualitaria, continúan poniendo de relieve lo mucho que nos queda aún por avanzar para eliminar o acusar el sesgo de determinadas prácticas sin que ello conlleve una sanción, a través de la acusación de falta de juicio, o falta de objetividad. 43

En definitiva, he pretendido ilustrar un ejemplo más de cómo los profesionales de la arqueología somos responsables de contribuir con nuestras historias a la caracterización de una sociedad moderna cuya cimentación descansa sobre unas narrativas obsoletas y enviciadas que en muchas ocasiones, somos incapaces de (o nos negamos a) ver y actuar en consecuencia.

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ANEXO I. CRONOLOGÍA Fase Cultural

Fecha aproximada

Fecha revisada (Knapp 2004; Smith 2009)

CHIPRIOTA TEMPRANO (EC)

2500-2300

Edad del Bronce Prehistórica (PreBAI)

ECI

2400-2150

PreBAII

ECII

2150-2100

PreBAII

ECIII

2100-2000/1950

PreBAII

MCI

2000/1950-1850

PreBAIII

MCII

1850-1750

PreBAIII

MCIII

1750-1650

Edad del Bronce Protohistórica (ProBAI)

LCIA

1650-1550

ProBAI

LCIB

1550-1450

ProBAI

LCIIA

1450-1375

ProBAII

LCIIB

1375-1300

ProBAII

LCIIC

1340/1315-1200

ProBAII

LCIIIA

1200-1100

ProBAIII

LCIIIB

1100-1050

ProBAIII

CHIPRIOTA MEDIO (MC)

CHIPRIOTA TARDÍO (LC)

CHIPRIOTA-GEOMÉTRICO (CG)

45

CGIA

1050-1000

ProBAIII (-1000 BP)

CGIB

1050-950

CGII

950-900

CGIII

950-750

925/900-800

CAI

750-600

800-700/650

CAII

600-475

700/650-475

CHIPRIOTA-CLÁSICO

450-300

CHIPRIOTA-CLÁSICO I

475-400

CHIPRIOTA-CLÁSICO II

400-300

CHIPRIOTA ARCAICO (CA)

46

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