Desarrollo y utopía. Crisis de la politicidad moderna en las organizaciones

August 7, 2017 | Autor: Fernando Bustamante | Categoría: Comunicacion Social, Desarrollo Local / Local Development, Movimientos sociales
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pampa pensamiento/acción política

Responsable Editor Claudio Lozano Consejo Editor Karina Arellano Lucía De Gennaro Sebastián Scigliano Emilio Sadier Fernando Bustamante Arte de tapa e ilustraciones Ana Celentano Participan en este número Paz Levinson Eduardo Grüner Juan González Fabián D’Aloisio Bruno Nápoli Adrián Celentano Gustavo Giuliano Diseño y armado Nahuel Croza Agradecimientos Héctor Maranessi Instituto de Estudios y Formación CTA Redacción [email protected]

Distribuye Editorial Galerna www.galernalibros.com Administración Piedras 1067. (1070) Buenos Aires Teléfono: 4307-3637 ISSN 1851-5827

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sumario desierto Sebastián Scigliano / La memoria vence al tiempo

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Emilio Sadier / Hojas arrancadas del bloc otoño 08

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Lucía De Gennaro / Escombros de la mítica

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Karina Arellano / Fiel a la vieja escuela

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ENTREVISTA / Eduardo Grüner El sociometabolismo del Capital

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coyunturas Claudio Lozano / Aportes para la construcción política.Una visión sobre la coyuntura: ¿cambio de Gobierno o cambio de etapa?

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Juan González Paraguay, alumbra el camino histórico de Soberanía popular

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Fabián D'Aloisio y Bruno Nápoli / Entredichos

90

fábrica Adrián Celentano / Desde el Mayo Francés: Badiou y Rancière sobre la fábricas

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Gustavo Giuliano / Tecnología y trabajo.¿Son inocentes las máquinas?

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Fernando Bustamante / Desarrollo y utopía. Crisis de la politicidad moderna en las organizaciones

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Desarrollo y utopía. Crisis de la politicidad moderna en las organizaciones por FERNANDO BUSTAMANTE

A fines de los noventa, para muchas organizaciones comunitarias el límite de la acción social legítima estaba claramente marcado, y este límite era la práctica específicamente política. En 2003, en una instancia de intercambio de experiencias entre distintas organizaciones sociales, que ya se venía realizando desde hace algunos años –y a las que yo asistí regularmente–, por primera vez en mucho tiempo participó un grupo dedicado a la práctica política barrial. El resto de los grupos había sufrido la desconfianza de propios y ajenos ante sus propias iniciativas y convocatorias a la organización comunitaria, pero esas sospechas de “punterismo político” “no eran justificadas”, iban cayendo ante la evidencia del “hacer algo”. Ese algo debía ser tangible: dar de comer, enseñar a hacer huertas, acompañar a mujeres golpeadas, difundir artesanías indígenas, etc. En el año 2003, la práctica específicamente política no tenía para ellos materialidad, no producía sentido. La caída de los relatos utópicos fue caída del régimen de verdad de lo político. Quizás en momentos de la crisis de creencia –que se llamó crisis de representatividad–, que es crisis de la Razón moderna, se confió en lo sensible, aquello al alcance de los sentidos –que incluye la experiencia de los medios de comunicación– y de los recorridos del cuerpo. Crisis que es de la Razón del Estado moderno, de su poder o legitimidad para garantizar la cohesión simbólica del todo nacional, crisis de la Nación como idea moderna, como intento moderno de construcción racional de comunidad supra territorial. Las condiciones están cambiando. Es necesario y hay condiciones culturales apropiadas para superar la década y el pensamiento de los noventa como cenit de crisis de cualquier relato transformador no tecnocrático. En la segunda mitad de los años ’80 y durante todos los ’90, se opera cierto repliegue del trabajo social a lo comunitario. Este | 122 | pampa

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repliegue es coincidente con la abdicación del Estado que conocimos con el neoliberalismo, y el retomar sus responsabilidades por las organizaciones sociales existentes y otras que surgieron en ese contexto. Con respecto a la población de base, las estrategias hasta ese momento apuntaban primordialmente hacia el fortalecimiento de la organización sectorial, hacia el movimiento popular, orientadas a ganar espacios de poder y reivindicar derechos. A partir de los fenómenos mencionados, se trabajó sobre lo reivindicativo, pero se sumó y privilegió también lo propositivo, desde el desarrollo local, para mejorar la calidad de vida y la búsqueda de una mejor comunidad. Además, se amplió el campo de los interlocutores, incorporando al universo de las organizaciones sociales a las dedicadas a nuevos sujetos “en conflicto, como los jóvenes, por ejemplo. Estas organizaciones enfrentaron también (quizás vinculado con la diversificación de los interlocutores, pero también por alguna relación con la flexibilización de la mirada burocratizante en el campo de las izquierdas) la aparición entre sus destinatarios de personas aisladas o menos orgánicamente vinculadas a los movimientos sociales. Con el neoliberalismo, se ve a la sociedad civil casi exclusivamente como las ONGs, y se impulsa, desde financiadoras, especialmente BID y Banco Mundial, a convertirse en ONG a toda organización social (Kaplun: 2004).Paralelamente, el tópico fortalecimiento institucional se transformó, entonces, en un problema. Ideas como eficiencia, tercer sector, sociedad civil aparecieron vinculadas a cierta ideología del gerenciamiento como tecnocratismo en las organizaciones, y opuesto al protagonismo de los sujetos populares. Además, se verificó un desacople o incompatibilidad entre lógicas de actor popular y movimiento social por un lado, y lo institucional por otro. A pesar de ello, los movimientos sociales reclamaron mediaciones de fortalecimiento de lo organizativo, y fue necesario reinterpretar lo institucional y la gestión desde un marco político para fortalecer agentes-sujetos-actores.

Politizar las prácticas Si bien últimamente se entiende el desarrollo como la construcción de relaciones sociales que sostengan procesos de mejopampa | 123 |

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ramiento de las condiciones de vida y se busca distinguir entre desarrollo humano y otras nociones de desarrollo menos deseables, desde nuestra perspectiva, que venimos trabajando desde la comunicación popular o, dicho más actualizadamente, en el cruce de comunicación y ciudadanía, el concepto de desarrollo no deja de arrastrar reminiscencias económico-productivistas. Recordemos que desarrollo era sinónimo de modernización de la vida social a través de nuevas técnicas, capacidades y tecnologías. Recordemos también la idea asociada de subdesarrollo que la teoría de la dependencia vino a desactivar, al denunciar su concepción lineal –si se quiere, evolucionista– de los procesos históricos. Tengamos presente que ello suponía una noción análoga de comunicación asociada a desarrollo, con un fuerte sesgo difusionista, instrumental y también lineal. Aquellas iniciativas de comunicación y desarrollo, es sabido, intentaban franquear el paso a los movimientos revolucionarios en América Latina. Nuestra pregunta sería: ¿qué supone la desaparición del sujeto popular de la nominación? ¿La marca de la crisis de la modernidad, de sus relatos utópicos? ¿La dispersión objetiva del sujeto, o su desaparición, en el peor de los casos? Nuestra reserva, planteada primero por Marita Mata, sería: ¿supone que cierta lógica técnica (de la planificación) se hace cargo de lo mesiánico, de lo político? Este dar cuenta de la crisis de la modernidad y de los relatos utópicos es imprescindible, si nuestra propuesta sigue siendo una comunicación íntimamente ligada a lo político y lo cultural. Es decir, la necesidad para nuestra propuesta de reconstruir sentido de los proyectos colectivos: una noción de desarrollo atravesada por la noción de poder. Quizás haya que pensar en el desarrollo como objeto de disputa entre sujetos. En ese sentido Rosa María Alfaro (2006) nos previene sobre algunos peligros en el campo así denominado Comunicación y Desarrollo. No es el objetivo aquí discutir nominaciones (popular, alternativo, desarrollo, ciudadanía, etc.) para las prácticas de intervención y producción de sentidos desde la comunicación. Sin embargo, a las prevenciones de Alfaro, subyace la preocupación por la transformación profunda de lo real, por no perder de vista quiénes somos en las mareas de discursos a par| 124 | pampa

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tir de la crisis de la modernidad. Es decir, sostener y reconstruir la dimensión utópica de lo real. Es urgente ampliar esta discusión sobre desarrollo, ya que luego de 5 años de crecimiento económico sostenido somos empujados a pensar, ya no en la indigencia, en la dimensión política de la pobreza, sino en las “salidas” económicas, o más bien en las entradas: en la gestión de algunos recursos. Algunas agencias de cooperación internacional que financiaron proyectos sociales en los noventa se están retirando por los estándares internacionales (ingreso por cápita, etc.) de pobreza. Algunas experiencias de contención social y subsistencia, de organización, de resistencia y formación política tienen un nuevo contexto donde integran prácticas de comercialización o gestionan fondos del Estado Nacional. La ventaja de esta realidad –cierto cansancio de ver piqueteros– consiste en la posibilidad de problematizar nuevamente las condiciones de los que trabajan, que habían sido invisibilizados por los discursos hegemónicos en detrimento de la espectacularización de los movimientos piqueteros1. De cualquier manera, la mayoría de la población pobre e indigente no está nucleada en organizaciones. Es decir, que estas nuevas condiciones serían aprovechadas por una pequeña porción de la población. Subsiste la clara evidencia del valor de la organización social como herramienta para captar información, para aprovechar oportunidades, canalizar necesidades y demandas, para reclamar derechos, para discutir nociones hegemónicas sobre salud, trabajo, etc.2, es decir, constituirse como sujeto social.

Popular, populismo y politización de la política Propuestas como las de Ernesto Laclau sobre el populismo y su virtud de politizar la sociedad, que, leídas en los noventa parecían críticas a las construcciones de poder que no superaban los esquemas que discutían, sino que solo las invertían, en la actualidad latinoamericana3 aparecen como un elogio del populismo, y aquí se empareja a Laclau, Nicolás Casullo. En consecuencia, un conformismo al estilo del que significó la

1. Cfr. Kaufman, op. cit. 2. Organizaciones surgidas del horno de 2001, dedicadas a huertas, producciones artesanales de susbsistencia, etc, tuvieron que discutir con el habitus de consumo de lo prefabricado sedimentado luego de los 90: La dificultad de pensarse como sujetos productores de bienes y alimentos. 3. Ver entrevista a Ernesto Laclau en Crítica de la Argentina 14/04/08.

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democracia para los movimientos populares en Latinoamérica (Casullo: 2007) o, en el mejor de los casos, sería un conformismo estratégico, una estrategia histórica de expansión de un proyecto de sociedad más justa y solidaria. Es así que el autor señala que el populismo era, hace tres décadas, el salvoconducto contra el peligro revolucionario. Hoy es su amenaza4. Casullo plantea que el término populismo aparece hoy en medios masivos de comunicación, en boca de analistas políticos, especialistas de derecha y emisarios de ideologías de la neutralidad en general, como lo opuesto al respeto por la institucionalidad republicana y su normalidad administrada técnicamente. Sin embargo, lo que subyace es el carácter repolitizador de los populismos. Dos rasgos, entre otros serían, la instalación del conflicto como constitutivo de la sociedad, la polarización y la capacidad de plantear la economía como disputa de intereses, en oposición al tecnocratismo economicista.

4. Casullo, op. cit., p. 195.

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Obvio o no, esta repolitización fue un proceso casi exclusivamente simbólico. El gran cambio en este sentido se dio luego de diciembre de 2001, cuando quedó claro para la mayoría de la sociedad que el discurso neoliberal suturaba abismos: la intrínseca naturaleza política de la economía era clausurada con la tapia tecnocrática. En 2003, la pregunta entre militantes era ¿qué ha cambiado para que ahora sea posible hacer los cambios que parecía intentar el nuevo gobierno? La respuesta en ese contexto señalaba la materialidad del sentido: cambió la percepción colectiva de que era posible lo político, que las murallas levantadas por el neoliberalismo para franquear el acceso a lo político eran nada más y nada menos que suturas discursivas. De la misma forma, el repliegue a lo comunitario no respondía a un acorralamiento en el territorio. Podemos establecer allí una vinculación/ equivalencia entre razón y creencia y posibilidad de imaginar por un lado, y percepción / lo sensible /lo local y lo concreto por otro, como recortando el territorio de lo real. La credibilidad se asocia con una construcción más allá de lo local y lo concreto. El campo destinatario legítimo para la acción, aquel que se puede pensar en una época tiene mayores o menores dimensiones geográficas en la medida en la que se crea más allá del alcance de los julio 2008 | nro.4

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sentidos o no. La época de la política social focalizada es la época donde el campo legítimo de acción apenas rodea el propio cuerpo. En ese espíritu de época no cabe lo nacional, ni la hermandad regional. Para ello fue necesario creer. Si bien las experiencias comunitarias eran múltiples, las regía un sentido de aislamiento doliente y opresivo. La experiencia de saberse muchos en el territorio, más allá de la percepción sensible, y en las mismas condiciones de aislamiento, no puede sino politizar. Primero todavía con las acciones focalizadas como identidad, pero luego con políticas públicas. La negación de lo político consistió, entonces, no en su disolución, sino en la negación de la participación de las mayorías en la vida nacional y en la propia historia. Con esta cuestión a la vista, es digno de valorar que los espacios abiertos por esta repoliticación del Estado han sido capitalizados por los movimientos sociales en la medida de su capacidad organizativa y de producción de sentido, gracias a la experiencia de lucha acumulada. Pero, ¿qué futuro o sentido tiene esta politización en el contexto global espectacularizado, sin sujetos con una expectativa de comunidades sin conflicto? Allí quizás una relación con la naturaleza eminentemente cultural y no política (en sentido institucional) de los nuevos movimientos sociales. Como muestra, baste la argentina de estos días: no hay sujetos en este conflicto por la renta agraria extraordinaria, pero hay instituciones. Quizás esta repolitización de lo social deba disputar su sentido a dichas formas de la vida política donde no aparecen los sujetos. En este punto es en el que se vuelve imprescindible reflexionar sobre la relación entre sujetos y espectáculo. ¿Se puede hacer un aporte políticamente consistente partiendo sólo de la idea de visibilidad? | pampa

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