Desarrollo urbano y conflicto ambiental en el Valparaíso antiguo. Revista Archivum, Año IX, Nº 10, Municipalidad de Viña del Mar, 2011

July 25, 2017 | Autor: A. Vela-Ruiz Pérez | Categoría: Relacion Medio Ambiente Y Sociedad, Historia Regional y Local, Contaminacion Ambiental, Contaminación
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DESARROLLO URBANO Y CONFLICTO AMBIENTAL EN VALPARAÍSO (1850-1930). Alonso Vela-Ruiz P. 1 Resumen La temprana industrialización chilena desarrollada durante el siglo XIX, trajo consigo una revolución en la envergadura y la intensidad de contaminantes liberados al ambiente. La primera expansión industrial creó zonas de contaminación sobre todo en las grandes concentraciones urbanas: paisajes arruinados por el humo y los gases tóxicos de las chimeneas, corrientes de agua contaminadas con residuos industriales, montañas de materiales de desecho. Este artículo encara la vieja paradoja de los costos del progreso, en uno de los casos más notables de los procesos de contaminación en Chile provocados por el hombre, que desde mediados del siglo XIX se manifiesta en la propagación del maquinismo y del vapor en Valparaíso, capital económica del país hasta la primera década del siglo XX. Abstract Chile’s early industrialization developed during the nineteenth century brought a revolution in the scale and intensity of pollutants released into the environment. The first industrial expansion created pollution areas especially in large urban centers leaving landscapes ruined by smoke and toxic gases from smokestacks, streams polluted with industrial waste and piles of waste materials. This article approaches the old paradox of the costs of progress, one of the most notable cases of contamination processes in Chile caused by man since the mid-nineteenth century is reflected in the spread of mechanization and steam in Valparaiso economic capital until the first decade of the twentieth century.

Palabras claves: crecimiento económico, explosión demográfica, contaminación, insalubridad, epidemias. La era de la máquina, al modificar brutalmente ciertas condiciones centenarias de las ciudades, las ha conducido al caos. Le Corbusier, La Carta de Atenas, 1981

Desde comienzos de la época colonial, Santiago era sin contrapeso la ciudad más importante de Chile, mientras que Valparaíso sólo alcanza algún progreso a fines del siglo XVIII. Su incipiente población recién empieza a tomar formas propiamente urbanas iniciada la vida independiente, con el movimiento portuario de su bahía. Una vez eclipsado el predominio político del Perú sobre nuestro país, el tráfico comercial proveniente de las naciones europeas se orienta hacia el Puerto, añadiendo a las transformaciones económicas las vegetativas en una relación de causa y efecto, ya que la ciudad incrementó

1. Doctor (c) en Historia, Magíster en Historia, Licenciado en Historia, Profesor de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Profesor Titular de Historia de Chile, Carrera de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales, Universidad del Pacífico.

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su población de 22 mil habitantes en 1822 a 193.205 en 1930, lo que repercute en la expansión de su radio urbano. Aunque el extraordinario incremento de la riqueza alcanzada por Valparaíso decimonónico lo convierten rápidamente en rival de la capital, los efectos del aumento de la población y de sus actividades industriales, demandaron mayores volúmenes de recursos hídricos y energéticos, empujando el desplazamiento y posterior degradación del espacio natural circundante. Este proceso de polución, asociado a las condiciones de insalubridad y epidemias recurrentes a mediados del siglo XIX, deterioró gravemente el ambiente.

I. El humo y los gases tóxicos de las chimeneas en Valparaíso

La modernización del sector fabril porteño, que reduce la dependencia de las manufacturas extranjeras, afecta seriamente en términos ecológicos, al medioambiente y, por alcance, a la población de Valparaíso. Ello se debe a “la insalubridad producida por infinidad de curtiembres, jabonerías, almidonerías y velerías”, que instaladas en el centro de la ciudad desde la década de 1840, emanan fétidos gases tóxicos de sus sucias y cortas chimeneas.2 En 1855, El Mercurio se hace eco de los reclamos de los vecinos del barrio de la Merced, por una fábrica de fideos ubicada al costado de la Iglesia cuya chimenea de baja altura hacía a los transeúntes, “llevarse el pañuelo a las narices para evitar el olor nauseabundo que exhala el carbón de piedra”, agregando que algunos feligreses ya no asisten a misa precisamente por “el desagradable olor del carbón”. 3 En 1865, el matutino señala que continuamente llegan a la editorial quejas de vecinos preocupados por la salubridad de la ciudad, citando una carta en la cual se quejan de estar “cansados de sufrir las pestíferas exhalaciones de una curtiembre y una velería” situada en calle El Comercio. 4 Meses después, se publica otro reclamo por la contaminación atmosférica, esta vez por el humo del carbón que liberan diversas fábricas de vapor, igualmente establecidas en el centro de la ciudad; pero en esa ocasión, los vecinos exigen se dé un plazo perentorio para que los dueños de fábricas reformen sus máquinas en tal sentido, “que el gas que hoy se exhala por las chimeneas en forma de humo, se exhale en adelante en ácido carbónico, como sucede en la maestranza del ferrocarril entre Santiago y Valparaíso”. 5 En tales circunstancias, resultan comprensibles las continuas alusiones que en la prensa porteña se hacen del mal olor proveniente de las industrias, como ésta que aparece en 1866: “¡llévese el diablo el progreso aunque sea a los cerros, si no al infierno!” 6, reza

2. HARRIS, Gilberto; Estudios sobre economía y sociedad en el contexto de la temprana industrialización porteña y chilena del siglo XIX, Editorial Puntangeles de la Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, 2003, p. 27. 3. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 6 marzo 1855. 4. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 4 enero 1865. 5. Véase Ordenanza Municipal, Julio 1869, en HARRIS, Gilberto; Op. cit., p. 39. 6. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 8 junio 1866. Citado por LORENZO, Santiago y otros; Vida, Costumbres y Espíritu Empresarial de los Porteños. Valparaíso en el Siglo XIX, Ediciones Universitarias de Valparaíso de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Serie Monografías Históricas N° 11, Valparaíso, 2000, p. 64.

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un artículo de El Mercurio que comenta el surgimiento paralelo de la industria y el humo de las chimeneas en la ciudad. 7 En atención a lo reiterado de las denuncias, el intendente Cornelio Saavedra decreta el 10 de marzo de 1860, un plazo de seis meses para que las fábricas a vapor trasformen sus chimeneas asimilándolas al sistema de la maestranza de ferrocarriles, bajo la pena de una multa de 25 pesos para los infractores. 8 Como hemos visto, la prensa adoptó tempranamente una postura contraria a la introducción de las máquinas a vapor, manteniendo esa posición, a pesar de que entre los años sesenta y setenta, muchas velerías y curtiembres fueron erradicadas del centro de la ciudad y obligadas a controlar las emisiones peligrosas de sus chimeneas. 9 Pero, con posterioridad permanecen fábricas de ese tipo en el plan, pese a la Ordenanza de 1852 que establece su ubicación fuera de la ciudad. Lo prueba una misiva al Intendente, en 1868, señalando que, aunque “la fuerza y benignidad del aire de las ciudades es una de las principales condiciones de salubridad”, las numerosas industrias ubicadas en medio de la población, “contribuyen a viciar la atmósfera en ellas”. Por ello aconseja alejar “las fábricas de velas, jabonerías, cervecerías, curtiembres, mataderos”, que vician el aire porque los objetos que elabora o sus residuos están sujetos a descomposición o fermentación. 10 Consejo recogido ese mismo año por el regidor don Leonardo Dodds, quien indica “que se prohibiría totalmente el establecimiento de máquinas a vapor en el centro de la población”. 11 Dos años después, en 1870, el Ayuntamiento prohíbe en el área urbana las industrias más grandes, “con máquinas a vapor de más de diez caballos” 12, dejando subsistir sólo algunas velerías y curtiembres en el plan de la ciudad, además de otras industrias menores como fundiciones, trapiches, barracas, panaderías, fábricas de fideos, de galletas, de chocolates, cerveceras, fábricas de gas, diques, etc., que sumaban unas cincuenta hacia 1870. 13 No obstante lo anterior, una opinión generalizada consideró que las medidas que las autoridades adoptaban para extirpar estos males eran tardías y muchas veces ineficaces. Corroborando lo anterior, diez años después, en una carta dirigida por los vecinos al Intendente, se indica que en la calle de la Independencia hay un negocio donde se procesan chanchos que han contaminado todo el barrio, de lo cual “en repetidas ocasiones nos hemos quejado al Comandante de Policía de lo perjudicial que es para la salubridad pública la existencia en una calle tan central y donde hay tanta aglomeración de casas… [donde] el humo fétido y el olor a las aguas corrompidas irremisiblemente se siente todos los días”. Agregan, tal vez a causa de la desidia de las autoridades, que el Ayuntamiento se perjudica directamente con tolerar ese establecimiento, “pues diariamente llegan ahí chanchos vivos ensacados para beneficiarlos enseguida, privando

7. Idem. 8. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 12 marzo 1860. 9. En HARRIS, Gilberto; Op. cit., p. 39. 10. Archivo Municipal de Valparaíso, Documentos Varios, Vol. 31, 22 enero 1868. 11. HARRIS, Gilberto; Op. cit., pp. 27-28. 12. Acta de Sesiones de la Municipalidad de Valparaíso, 20 mayo 1870, en LORENZO, Santiago y otros; Op. cit., p. 65. 13. Ibidem, p. 61.

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a la Ilustre Corporación de los derechos que cobran en el matadero por su beneficio”. 14 Aunque el establecimiento fue clausurado once días después, 15 la población residente en el plan debió continuar bregando para hacer salir a otros establecimientos, tanto para evitar las molestias derivadas de las exhalaciones pestilentes, como para conjurar que, por su causa, alguna epidemia pudiera declararse. Pero debieron esperar dos lustros para una respuesta parcial a sus inquietudes: los artículos 23 y 24 de la Ley de 22 de diciembre de 1891, otorga a las municipalidades la facultad de conocer de todo cuanto se refiera a la higiene pública y estado sanitario de las localidades y, especialmente, les permite “reglamentar la instalación y servicio de las fábricas e industrias insalubres, determinando las condiciones de limpieza a que deben someterse para que no infeccionen el aire y pudiendo prohibirlas dentro de ciertos límites urbanos”. 16 Con todo, la promulgación de la ansiada reglamentación no fue observada con la necesaria fiscalización, pues sólo tres años después, los vecinos del barrio de Santa Elena, “comprendido dentro del recinto urbano de esta población”, informan al Cabildo que desde el mes de octubre ha estado funcionando la fábrica de brea de los señores Silva Ugarte, “sin previo permiso de la autoridad”. El problema, según los afectados, es que la fabricación de la brea “no es susceptible de aplicación al aire libre, porque las sustancias nocivas que volatiza el fuego infeccionan la atmósfera”, lo que además de constituir una molestia causada por el fuerte olor de la naftalina y del ácido sulfuroso, hizo languidecer la vegetación “hasta el punto de desaparecer por completo de los sitios más inmediatos”.17 En realidad, este problema de salud pública es todavía bastante generalizado en las primeras décadas del siglo XX, como lo prueba la denuncia hecha por Sucesos, que “medio a medio de Valparaíso, y a media cuadra de la plaza Victoria, se levantan tres enormes cañones de una chimenea que arroja humo sin cesar: un humo negro, espeso y acre que los vientos del sur y del norte hacen su juguete y tan pronto lo esparcen por los cerros cuando soplan vientos del norte, o se cuela por negocios, oficinas o habitaciones del plan, cuando corre el fortísimo sur, tan frecuente y característico en Valparaíso”. No deja de llamar la atención que a pesar de la explícita normativa de finales del siglo XIX, el alcalde don Enrique Bermúdez haya permitido por los años 1903 ó 1904, que la Tracción Eléctrica instalara ese “feroz fumigatorio”, sin anticipar los resultados que tendrían unas usinas [productoras de hulla] en pleno centro de la ciudad. 18 Probablemente, además de la molestia de los vecinos por la contaminación, teniendo presente la asesoría que el médico higienista Ricardo Larraín realiza a la Municipalidad en 1909, precisando que el aire atmosférico que entra en el cuerpo, “para hacerse parte integrante de la sangre y de los órganos… según su composición, su abundancia y sus variadas circunstancias de pureza”, influye considerablemente en la salud dependiendo de

14. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 57, 13 mayo 1881. 15. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 57, 24 mayo 1881. 16. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 112, 3 noviembre 1894. 17. Idem. 18. Sucesos, Valparaíso, Chile, N° 970, 1921.

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su perfección o imperfección, 19 se resuelve designar una comisión para estudiar fórmulas de arreglo con la empresa de tranvías. Sin embargo, a pesar de la dilatada discusión, se termina sin llegar a acuerdos resolutivos en favor de la población, básicamente porque el modelo económico admitía a los industriales dañar el medio ambiente, muchas veces de forma impune; mientras tanto, en 1921, señala el cronista que recoge la noticia, “la ciudad sigue reventada con los implacables humos que echan a perder hasta los muestrarios de las tiendas con el humo grasoso, especie de finísimo humo de pez (léase alquitrán) que flota a toda hora por la calle Condell”. 20 Lo anterior no debe extrañar, ya que la ciudad había crecido a principios de siglo, aumentando el número de fábricas grandes, medianas y pequeñas, así como un sinnúmero de talleres. 21 Acorralados en el plan de la ciudad que olía a insoportable alquitrán, los porteños comienzan a abandonar la ciudad en birlochos o en carretas en busca de aire puro, por lo que, iniciada la primavera, “no era raro que las familias optaran por irse al campo, aun cuando se ofreciera una gran ópera o una conocida pieza teatral”. 22 La hacienda lusochilena Viña del Mar, propiedad de la familia Vergara Álvarez, se convierte más tarde en lugar de veraneo, una vez inaugurado el ferrocarril, el 14 de septiembre de 1863. 23 En este sentido, La Semana señala, en 1874, que “con motivo de haber habido un día de fiesta… muchos lo aprovecharon para salir al campo y gozar de un aire más puro que el que continuamente estamos aspirando en este bendito puerto”. 24 De hecho, la revista sostiene al año siguiente, que “por lo menos la cuarta parte de la población de Valparaíso” en la víspera de las Fiestas Patrias, lo deja para dirigirse a pueblos como “Limache, Quillota y los campos vecinos a Santiago, en donde la cantidad de forasteros hará encarecer todo al doble, por lo menos.” Agrega que como medida para permitir a más porteños salir de la

19. LARRAÍN, Ricardo; La higiene aplicada en las construcciones: alcantarillado, agua potable, saneamiento, calefacción, ventilación, Editorial Cervantes, Santiago, 1909-1910, p. 10. 20. Sucesos, Valparaíso, Chile, N° 970, 1921. 21. URBINA, Rodolfo; Valparaíso. Auge y ocaso del viejo “Pancho”, 1830-1930, Editorial Puntangeles de la Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, 1999, pp. 419-420. A renglón seguido el autor transcribe una estadística de ese año, que constataba la existencia de “9 colchonerías, 6 curtidurías, 9 talabarterías, 1 maletería, 11 industrias de cuero y pieles, 16 aserraderos, 3 tonelerías, 3 industrias madereras, 5 fundiciones de fierro, 4 fábricas de envases, 4 galvanizadoras, 36 herrerías, 9 industrias metalúrgicas, 1 fábrica de vidrios, 1 de mosaicos, 1 de cerámicas, 1 de explosivos, 1 de agua mineral y bebidas de fantasía, 1 fábrica de cola, 3 fábricas de velas, 4 de jabón, 4 de cartones, 1 de perfumes, 37 panaderías, 2 fábricas de fideos, 26 pastelerías, 13 chancherías, 6 cervecerías, 1 destilería de licores, 17 fábricas de cigarrillos y cigarros, 5 de sombreros, 52 sastrerías, 5 fábricas de camisas, 1 de corsetes, 17 talleres de modistas, 61 talleres de calzado, 3 fábricas de guantes, 3 tintorerías, 66 peluquerías, 12 talleres de muebles, 8 tapicerías, 2 fábricas de catres, 4 marmolerías, 10 casa de fotografías, 11 talleres de encuadernación y 28 imprentas, en fin, fábricas y talleres que empleaban entre 6 operarios en la fábrica de cola y 1.222 en las 17 fábricas de cigarrillos, siendo 11.625 el total de obreros que trabajaban en 1906”. 22. VARGAS, Juan Eduardo; “El teatro de la Victoria: un espacio de sociabilidad en Valparaíso durante el siglo XIX (1844-1878)”, en: Boletín de la Academia Chilena de la Historia, N° 106, Santiago, 1996, p. 262. 23. EDWARDS BELLO, Joaquín; “Don Andrés Bello veranea”, Enero de 1953, en Memorias de Valparaíso, Selección de Alfonso Calderón, Editorial Zig-Zag, Santiago, 1969, pp. 34-35. 24. La Semana, Valparaíso, Chile, N° 28, 13 diciembre 1874.

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ciudad, “el Supremo Gobierno debería bajar el valor del pasaje por el ferrocarril a la mitad durante el mes de septiembre”, 25 beneficio que aparentemente no fue concedido, pues la misma publicación señala en 1921 que “cuando el porteño, por un día siquiera, desea salir de su estrecha ciudad, por un lado le sujetan las carísimas tarifas ferroviarias, y por otro, los caminos detestables que llevan a los bellos parajes campestres de sus vecindades rurales”. 26 Insatisfechas las expectativas, cuatro planas firmadas por vecinos solicitan en 1890 la apertura del camino a Viña del Mar, basándose en las muchas ventajas existentes, “sea que se trate de la comodidad, sea que se trate de la higiene de los habitantes de esta parte del Departamento”. 27 Pero debieron esperar hasta el 1° de abril de 1906, cuando el intendente don Joaquín Fernández Blanco hizo entrega del camino entre Valparaíso y Viña del Mar, “tan largo tiempo deseado” por los vecinos de ambas ciudades. En aquella ocasión, se resumieron las ventajas que prestaría a Valparaíso, “cuyo ensanche y cuyas fatigosas labores diarias hacen imprescindiblemente necesario... tener el máximo de facilidades a la mano para trasladarse diariamente a otro punto de aires más puros, de clima más sano que el de una gran ciudad”. 28 Con análoga finalidad, La Semana anota en 1874 que habiendo días de fiesta, la población pudiente emigra “en gran número a la capital”, donde pueden en oposición a la actualidad, “respirar otro aire más puro, fuera de la ciudad que lo tiene preso durante los días de trabajo”. 29 A partir de este testimonio podría suponerse que la solución se encontraba en las narices de los porteños, ya que los establecimientos industriales de Santiago contaminaban solamente la periferia urbana, que era donde se encontraban emplazados. Armando de Ramón pudo verificar que ya en 1856, “la localización de servicios indispensables para las necesidades de las clases más acomodadas se encontraban situados, precisamente, en los lugares donde éstas residían, mientras que los talleres y establecimientos industriales contaminantes, en especial curtiembres y velerías, estaban en los sectores urbanos donde residían las capas más modestas”. 30 Esto, en oposición

25. La Semana, Valparaíso, Chile, N° 12, 28 agosto 1875.

26. Sucesos, Valparaíso, Chile, N° 1.001, 1921.

27. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 93, 1890. 28. Zig-Zag, Santiago, Chile, N° 51, 1906. No obstante, rectificaciones y terminaciones ulteriores pospusieron hasta 1922 la inauguración de la vía. “La inauguración de este camino plano ha sido recibida con gran júbilo por los habitantes del vecino puerto y los de Viña del Mar. Tiempo hacía que se esperaba un camino cómodo de unión entre ambas ciudades”. [Ibidem, N° 921, 1922]. Nueve años después, la misma revista dice que la construcción del camino plano “facilita el traslado diario de profesionales, oficinistas y funcionarios, y por otra parte, las distracciones que hoy día se encuentran centralizadas en Viña, la convierten en una ciudad residencial, agradable y amena. Mucho más lo será el día en que se vean terminadas todas las obras que ha emprendido la Junta Pro Balneario”. Ibidem, N° 1.279, 1929. 29. La Semana, Valparaíso, Chile, N° 12, 7 junio 1874. Téngase en cuenta que Santiago no tendrá los problemas de smog y sobrepoblación que padece en la actualidad, sino hacia mediados del siglo XX, cuando los habitantes de provincia empiezan a ver a la capital como un símbolo, siendo atraídos por el incipiente desarrollo industrial, comercial y administrativo de la ciudad, fenómeno que se acrecentará por el rol cada vez más preponderante que asume el Estado dentro de la sociedad. 30. DE RAMÓN, Armando; Santiago de Chile [1541-1991] Historia de una sociedad urbana, Editorial Catalonia, Santiago, 2000, p. 169.

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a Valparaíso, donde su topografía forzó en parte la instalación de los establecimientos contaminantes en el centro de la ciudad y no en los cerros, que debieron ser el ámbito de expansión natural de los sectores altos y medios de la sociedad. Esta alternativa fue descubierta tempranamente por los ingleses residentes en el puerto, quienes consiguieron conquistar “una vida familiar físicamente independiente del espacio donde se desarrollaban los negocios”, en los cerros Alegre y Concepción, 31 “verdaderos microclimas dentro del ambiente contaminado de Valparaíso”. 32 Lo propio hicieron algunos moradores de cerros menos privilegiados en lo que a condiciones higiénicas se refiere, pues, según La Prensa “son muchos los paseantes que buscan frescas brisas del mar en el parque de Playa Ancha”, pese a las contrariedades que en 1894 debían padecer para llegar a destino: “Desde luego, los carritos, estrechos, incómodos, duros, expuestos al aire libre y a la tierra, y de yapa caros... El caso es que forzosamente hay que darse un plantón en los almacenes fiscales de una y hasta dos horas, aguardando carrito, porque los que corren son tan sólo dos, uno de ida y otro de vuelta, con trasbordo en El Membrillo”. 33 Prueba y corolario de lo anterior es una nota de serranos dirigida al Intendente en 1902, quienes, excluidos de un proyecto municipal sobre tracción y alumbrado eléctrico, afirman que “para la higiene, para la economía, para la salud y para la felicidad, la habitación en los cerros es el porvenir de pobres y ricos en Valparaíso”, que sólo esperan medios de locomoción adecuados para poblarlos, “buscando el aire puro de las alturas de que carece el plan”. 34 Todavía quedaba a los porteños el sano aire marino del paseo de la bahía, apreciado también por “los numerosos huéspedes santiaguinos que visitan por este tiempo nuestro hermoso puerto, a quienes gusta pasear por la bahía y gozar del aspecto del mar”, que en el último cuarto del siglo XIX se calculan entre cuatro y cinco mil veraneantes, que se desplazaban entre el muelle y los Baños Sud-Americanos”. 35 Medio siglo después de ese boom turístico, Sucesos sentencia en forma lapidaria: “el porteño no tiene ni mar, porque sus playas han sido objeto de la voracidad de habilísimos concesionarios y de los manipuleos de avezados gestores administrativos”. 36 En efecto, el semanario denuncia en 1921 el despropósito que entraña el hecho que el mar de Valparaíso no pertenezca a los porteños, “sino a una media docena de afortunados que, por medio de concesiones, se han apoderado de todas las playas aprovechables para baños, a fin de monopolizar su uso en subarrendamientos o especulaciones de todo género”, siendo imposible liberar al mar de su cerco de concesiones y enrocados de obras portuarias, “porque estatuye renovación indefinida… mientras el concesionario no cambie el destino que ha establecido mantener en su solicitud, y como el destino de esa playa abarca múltiples ideas, siempre estará, cada ocho años, en condición de exigir continúe la cadena sin fin con que ha logrado

31. VARGAS, Juan Eduardo; “Aspectos de la vida privada de la clase alta de Valparaíso: la casa, la familia y el hogar entre 1830 y 1880”, en: Historia, N° 32, Santiago, 1999, p. 620. 32. LORENZO, Santiago y otros; Op. cit., p. 66. 33. La Prensa, Valparaíso, Chile, N° 100, 20 enero 1894. 34. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 177, 1902, f. 301. 35. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 12 enero 1875. 36. Sucesos, Valparaíso, Chile, N° 1.001, 1921.

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maniatar al Gobierno”. 37 II. Los cauces de esteros abiertos en Valparaíso: torrentes de agua, barro y basura Uno de los problemas sanitarios que afectó a Valparaíso durante el siglo XIX y comienzos del XX, fue la existencia de cauces que corrían a tajo abierto cruzando la ciudad de cerro a mar. Estos esteros causaban en épocas invernales desbordes y anegamientos en áreas consolidadas de la ciudad, a la vez que servían, durante todo el año, de depósito de basuras y residuos domiciliarios que eran arrojados allí: heces, restos de comidas, agua del lavado de la ropa, orines, animales muertos, etc.; cauces que, en palabras de la época, eran el receptáculo de “cienos corrompidos” y de despojos que “impunemente, y burlando toda la vigilancia de la policía, la población arroja en ellos”. 38 Hacia el año 1814, el poblado era ya bastante hediondo, como lo recuerda Vicente Pérez Rosales, por el torrente de agua, barro y basura llamado de Jaime,39 pero es a comienzos de la república cuando, movido por la demanda de ornato y salud de los habitantes de Valparaíso, El Mercurio aconseja cubrir “esos pozos que sirven de conducto a las aguas que vienen de las quebradas en invierno y que en verano, son basurales permanentes que infestan el aire que respiramos, y que por sí solas son bastante para apestar el estrecho recinto del Puerto en que se halla concentrada la población”. 40 Una década más tarde, en 1844, la Comisión de Policía sólo propone al cabildo soluciones transitorias para resolver este problema, como “poner diez o veinte hombres del presidio, a limpiar el desagüe hecho en la calle del Circo con el objeto de desaguar la plaza Victoria, cuyas aguas detenidas exhalan ya malos olores y perjudican a la salud pública”. 41 Dos años después, el doctor Tomás Armstrong dice que se puede combatir la mortalidad infantil, “tapando todos los albañales (cauces) y transportando diariamente fuera de la ciudad los desechos y basuras que existan; teniendo lugares señalados en varias partes para que la clase pobre bote sus inmundicias y hagan sus necesidades” 42, esto último, necesario en la época sobre todo por “la falta de hábitos higiénicos de toda la población y, muy especialmente, de los grupos más modestos”. 43 Pero no será sino hasta comienzos de la década de 1860 cuando, tal vez estremecida por las devastadoras epidemias que asolaban a la ciudad, la Intendencia de Valparaíso responde a los requerimientos de abovedar los cauces que bajaban desde los cerros al mar. De ahí que, enfrentando a quienes se oponían a estos trabajos por

37. Sucesos, Valparaíso, Chile, N° 1.000, 1921. 38. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 3 septiembre 1870. 39. URBINA, Rodolfo; Op. cit., p. 30. 40. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 7 febrero 1832. 41. Archivo Municipal de Valparaíso, Documentos Administrativos-Varios, Vol. 7, 1° agosto 1844. 42. “Informe del doctor Tomás Armstrong acerca de la mortalidad de párvulos en Valparaíso”, en El Mercurio de Valparaíso, Chile, 17 junio 1846. 43. SALINAS, René; “Salud, ideología y desarrollo social en Chile 1830-1950”, en: Cuadernos de Historia N° 3, Universidad de Chile, Santiago, julio 1983, p. 108.

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considerarlos, con los medios de la época, una “obra de romanos” 44, el regidor señor Cabieses señala en 1863 que los barrancos y cauces de varios esteros, son “basureros establecidos en todos los centros de la población descomponen el aire, lo hacen malsano y causan una considerable mortalidad entre los que viven en las inmediaciones, hasta el punto de figurar Valparaíso entre los pueblos más mortíferos, siendo que por el clima y situación debiera ser contado entre los más sanos”. En esas circunstancias, pero consciente de que la Municipalidad carece de fondos para cubrirlos por sí misma, el edil considera que “debería sacarse a remate los cauces de los esteros y barrancos, cediendo el terreno que se aproveche por un número determinado de años”. De hecho, el señor Cabieses opina que su proyecto tendrá muchos interesados, pues “ya varios particulares se han presentado en diferentes ocasiones solicitando bajo ciertas condiciones, se les dé permiso para cerrar algunos cauces”, como Delicias y Jaime, donde “no faltarían interesados que se obligarían a cerrarlo, edificar sobre él y mantener su lecho siempre limpio”; es más, respecto al segundo dice que “ya algún vecino ha solicitado se le conceda un espacio de treinta varas”.45 La Comisión de Policía responde al proyecto presentado por Cabieses, diciendo que la medida de cubrir los barrancos, cediendo por remate el terreno, podía llevarse a cabo en los de Juan Gómez, Márquez, San Francisco, San Agustín, San Juan de Dios y muchos otros, porque “la poca agua que corre por ellos impide que arrastren con las inmundicias que se arrojan a ellos e infectan el aire con sus miasmas, y que por la suma estrechez de sus cauces y lo poblado de sus barrios impide que el viento despeje el aire de esas... miasmas, causando infinidad de enfermedades”. Aunque descarta poner en remate los dos espacios anchos que forman los cauces principales de la población, los de las Delicias y de Jaime, “que por su posición están llamados a servir de desahogo en la población”, por lo que para impedir que en ellos se depositen basuras, la Comisión propone “que se cubra más bien por la Municipalidad de su propia cuenta”, con las mismas utilidades del remate de los otros cauces. 46 Un lustro más tarde, en oficio de 1868 al Intendente, el alcalde se congratula de haber hecho desaparecer aquellos “lunares feos de atraso y degradación” de la ciudad: “el cauce del estero que conduce de la capilla a la plaza Municipal, el cauce del antiguo San Agustín, el cauce de la quebrada de Elías, de repugnantes e insalubre que eran, hoy son barrios de una salubridad completa”47, aunque asimismo el edil reconoce que aún “existen lugares determinados en los que ya por su población aglomerada, ya por ser ellos destinados a ser receptáculos de todos los residuos e inmundicias de la ciudad”; constituyen focos de desarrollo, fermentación y propagación de los elementos constitutivos de enfermedad epidémica o pestilencial. 48 Como estaba quedando afuera el sucio estero que, por ironía, se llamaba de las Delicias, lectores de El Día proponen en 1872 algunas medidas que la Municipalidad debería adoptar en favor de estos promisorios espacios sociales, entre las que destacan

44. LORENZO, Santiago y otros; Op. cit., p. 63. 45. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Policía Urbana, Vol. 5, 22 agosto 1863. 46. Idem. 47. Archivo Municipal de Valparaíso, Documentos Varios, Vol. 31, 22 enero 1868. 48. Idem.

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la aprobación del proyecto de don Lorenzo Justiniano para “comprar al señor Waddington y al señor Carvallo, los terrenos que ambos poseen del otro lado del estero de las Delicias y formar con ellos un gran jardín para conveniencia y recreo del público”. 49 Dos años después, en atención a que el Intendente, don Francisco Echaurren, declara que la ciudad tiene fondos para dar comienzo al cierro, La Semana propone “sellar con triple bóveda de cal y ladrillo el estero mencionado para hacer una espaciosa y ancha alameda”. 50 Tal iniciativa que se vio frustrada en 1913, cuando los porteños que soñaban con pasear por la Alameda de las Delicias, se enteraron de que en el presupuesto municipal de la obra en construcción, “no entra... la cubierta de cemento armado que transformará al cauce inmundo de años atrás en una hermosa avenida moderna. Esta cubierta será materia de otra propuesta y el trabajo no se realizará hasta que no se haya terminado el túnel, que desviará las aguas de la quebrada de Los Lavados hacia La Cabritería” 51. Al año siguiente, parte el abovedamiento de los emblemáticos albañales, faena que consumió gran cantidad de recursos públicos, pues para su construcción se utilizó el sistema Carpanel de cal y ladrillo, “que es el más moderno y el más generalmente aceptado en Europa”. 52 Lo que a su vez impuso, durante el tercer lustro del siglo XX, el abovedamiento de los esteros y cauces correspondientes a la calle del Teatro, Cochrane, Aduana, Pirámide, Planchada, Hospital, Aguada y plazuela de San Agustín, todas comprendidas en el barrio Puerto. La faena se completa con el adoquinado de las calles que cubrían el curso de los cauces que, en ese barrio, se realizó con adoquines de madera traídos desde las islas Guaitecas. Según Luis Guzmán, el propósito de estas obras era triple: “el abovedamiento de los cauces entregaba a la ciudad mayores espacios de circulación; se avanzaba en la resolución de los problemas sanitarios originados en la existencia de estas áreas, constituidas en auténticos focos infecciosos y, por último, se mejoraba la seguridad de la ciudad frente a la ocurrencia de desastres originados en las crecidas invernales”. 53 Sin embargo, el problema de evacuación de aguas servidas que afectó al plan de la ciudad en el siglo XIX, no se resolvía solamente cubriendo los cauces, porque, debido a la falta de una red de alcantarillado en Valparaíso, el retiro nocturno de las heces desde las viviendas también constituía una causa de insalubridad, que según advierte El Mercurio a mediados de siglo, se hacía por medio de barriles que “apestaban a los vecinos en su tránsito por nuestras calles”. Las miasmas esparcidas por un “tigre”, como le llamaban los vecinos a los tristemente célebres barriles, provocaban un persistente mal olor que, sobre todo en los meses de verano inundaba y recorría las calles. 54 Debido a la falta de excusados, el destino de las heces eran en aquella época los pozos sépticos que, hacia 1870, se encontraban esparcidos por toda la ciudad y eran los “causantes de la hediondez

49. El Día, Valparaíso, Chile, N° 32, 19 noviembre 1872. 50. La Semana, Valparaíso, Chile, N° 25, 27 noviembre 1875. 51. Sucesos, Valparaíso, Chile, N° 557, 1913. 52. GUZMÁN, Sergio; “Valparaíso y el saneamiento urbano”, en El Mercurio de Valparaíso, Chile, 14 abril 1996. 53. Idem. 54. Revista Médica de Chile, T. VI, 1877-78, p. 372, en VARGAS, Juan Eduardo, “Aspectos de la vida privada…”, en Op. cit., p. 621.

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que parecía envolver a la población, y también el sebo de las moscas que en verano invadían las casas, y del tifus, que iba aparejado con todo ello”. 55 Aunque la solución pareció llegar en la Intendencia de Francisco Echaurren, con la construcción de letrinas ventiladas y la instalación de estanques para depositar aguas servidas y excrementos,56 hacia 1870 los porteños seguían insatisfechos porque consideraban que “todavía no se ha podido dictaminar una disposición medianamente sensata para la formación de alcantarillas o cloacas, o acueductos subterráneos en qué depositar las inmundicias de las casas”, 57 lo que quedaba demostrado en la ordenanza de policía que todavía “permite arrojar a la calle... el agua que proviene del desagüe de pozos o de los baños”. 58 En estas circunstancias, José Tomás Ramos propone al Cabildo, en 1895, solicitar al Congreso una ley que haga obligatorio el servicio de desagüe en la parte urbana de la ciudad y que obligue a la compañía concesionada “tender cañerías en todas las calles de la parte plana y de los cerros donde no existen”. 59 Cinco años más tarde, las quejas por la mala cobertura de los desagües en el plan todavía continúan, cuando los vecinos de la calle Merced denuncian al alcalde, en junio de 1900, que del zaguán o canal en la casa N° 237-M salía a la vía pública, “una corriente de aguas inmundas y fétidas, obligando a los moradores de las casas vecinas a respirar un aire malsano”, considerando como motivo que la citada casa “carece de desagües y sus habitantes usan del zaguán que existe en la casa para aguas lluvias, como un medio de salida a todas las inmundicias que debieran salir por la cañería de desagües”.60 Finalmente, y terminando el siglo XIX, se dicta una serie de leyes haciendo obligatorio el servicio de desagüe en diferentes ciudades de la República, para empezar en la década de 1920 la construcción del alcantarillado en Valparaíso.

III. El deficiente servicio municipal del aseo en la ciudad de Valparaíso

En este apartado trataremos el problema del desaseo de la ciudad y la labor de la policía urbana, responsable de la recolección de la basura y de su posterior traslado a los botaderos. Explicaremos lo deficiente que era este servicio municipal, por la escasez de elementos de trabajo y de personal que caracterizaron al Ayuntamiento, considerando que la expansión del radio urbano influyó en que tanto la recolección de basuras como el barrido de la vía pública, no pudieran hacerse en forma rápida y eficiente. El sistema de eliminación usado entonces puede resumirse de la siguiente manera: en las casas de sectores periféricos se mantienen viejas prácticas como enterrar la basura en los patios, quemarlas en el fogón de la cocina o en simples montones al aire libre, lo que

55. URBINA, Rodolfo; Op. cit., p. 218. 56. GARRIDO, Eugenia; “Algunos comentarios acerca de mentalidad y medicina en el siglo XIX, en Valparaíso”, en Archivum N°5, Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar, Viña del Mar, 2003, p. 62. 57. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 29 septiembre 1870. Citado por LORENZO, Santiago y otros, Op. cit., p. 66. 58. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 23 noviembre 1870. 59. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 112, 6 abril 1895. 60. Archivo Municipal de Valparaíso, Solicitudes a-d, Vol. 165, 9 junio 1900.

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producía una gran contaminación atmosférica; en otras casas, principalmente de los cerros, se arrojaba la basura directamente a las acequias que pasaban por cada vivienda, lo que causaba innumerables tacos responsables de antihigiénicos anegamientos; por último, en las viviendas del plan se acumulaban los desperdicios en distintos tipos de recipientes, los que, una vez colmados, se dejaban afuera de las casas donde eran recogidos por los carretones de la policía de aseo y llevados a los basurales. La precariedad de este servicio urbano ya era un problema en las primeras décadas del siglo XIX, como observa el viajero Hugo Salvin, que no vio calle en 1824 que mereciera el nombre de tal, para uso del continuo tráfico de carruajes y carretones cargados, “excepto callejuelas angostas y torcidas… y sumamente asquerosas, debido a las inmundicias que se permite acumular en el frente de las puertas”. 61 Iniciada la República, el desarrollo de la regulación prohíbe a los porteños por decreto municipal de 1830, “botar basuras, escombros, aguas fétidas, animales muertos, u otras inmundicias a las plazas, calles o barrancos”, así como también que los desagües pasen por la calle, “que no sean para el agua del tiempo”. Empero, es el mismo gobernador de turno, don José Matías López, quien lamenta “la inobservancia de los repetidos bandos de policía y buen gobierno que se han publicado en esta ciudad”.62 De la falta de cultura y civilización de los porteños no escaparon ni los lugares de solaz, con plazas que son un basural, señala Domingo Faustino Sarmiento en 1841, aunque por su exposición al mar que la flanquea por un lado, la plaza de Orrego algún día podría ser “tan hermosa como la piazzetta de San Marco en Venecia, pero que por ahora no es sino un depósito de basuras y una ciénaga desagradable”. 63 Avanzada la segunda mitad del siglo, la prensa señala que en la plaza Echaurren, “el desaseo y el exceso de sol hacían inutilizables sus asientos”. 64 La sociedad porteña dio atención preferente al efecto del viento en el desaseo de las calles, principalmente alertada porque el escaso barrido provocaba el levantamiento de enormes polvaredas que inundaban la ciudad de partículas de polvo suspendido, durante las cuatro estaciones del año: en verano, La Semana informa de “la inmensa polvareda en que hemos estado y estamos aún envueltos, a causa de haberse secado el lodo que arrastraron las aguas de los cauces desbordados y rotos” 65; en otoño, El Mercurio observa con angustia como a mediodía, “las espesas nubes de polvo que se levantan hasta los techos de los edificios, envolviendo a toda alma caminante, sofocaban de tal modo que uno no atinaba a dar un paso”66; en invierno, el matutino lamenta que recién saliendo de los lodazales, comience el vendaval que hace “desesperante el andar ayer por las calles... [donde] a media cuadra no se distinguía una persona porque las espesas nubes de polvo

61. URBINA, Rodolfo; Op. cit., p. 27. 62. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Policía Urbana, Vol. 5, 1830. 63. SARMIENTO, Domingo Faustino; “Un viaje a Valparaíso”, 1841, en: CALDERÓN, Alfonso y SCHLOTFELDT, Marilis; Memorial de Valparaíso, Editorial Ril, Santiago, 2001. 64. MÉNDEZ, Luz María y otros; Valparaíso. Sociedad y Economía en el Siglo XIX, Ediciones Universitarias de Valparaíso de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Serie Monografías Históricas N° 12, Valparaíso, 2000, p. 33. 65. La Semana, Valparaíso, Chile, N° 28, 18 diciembre 1875. 66. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 21 abril 1855.

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lo impedían” 67; en primavera, La Opinión afirma que el viento “sopló ayer, sin interrupción, con una furia espantosa, causando molestias y disgustos a los transeúntes, que además de verse obligados a andar con el sombrero muy encasquetado, se encontraban a cada momento envueltos en nubes de polvo”68. En suma, como se señala en un informe de salubridad de 1846, “el viento fuerte... reina por siete u ocho meses del año”. 69 La alarma pública no era injustificada, pues El Mercurio señala que el insoportable polvo, “ataca los pulmones, afecta el hígado, destruye los muebles, arruina los objetos de comercio en las tiendas y almacenes, etc.” 70 Huelga decir lo difícil que fue para los porteños neutralizar el polvo de las calles, debido a la escasez de agua que afectó a Valparaíso hasta entrado el siglo XX, 71 como lo demuestra una información de La Unión en 1910: “Como ayer hubo calor y se levantó gran polvareda con el viento sur, algunas personas para evitarse molestias de la tierra, regaron el frente de sus casas, gastando una cantidad de agua que, en las actuales circunstancias, es de un valor inapreciable”, pero como el riego de las calles “debía hacerse constantemente”, se comienza a utilizar agua de mar extraída con bombas ubicadas en la plazuela de Bellavista, donde llegaban los carros encargados de repartir el agua por las calles de la ciudad. 72 Sobre lo mismo, aunque un apreciado lugar de recreo era el paseo de la bahía, “adonde debería gozarse de algún desahogo para respirar mejor aire”, ya en 1832 se denuncia que en él “se arrojan las cabezas e inmundicias de los pescados”, infectando con sus olores el estrecho recinto en que se encontraba situada la ciudad. 73 Según nota al intendente de 1868, el uso de la ribera del mar como basurero pareció acentuarse con el pasar del tiempo, pues se aconseja a la autoridad vigilar su limpieza, “sobre todo en el lado sur de la línea férrea, pues espacio tan extenso y a pocos metros de distancia de calles muy pobladas, sirve al presente de acumulación y depósito de las inmundicias de la ciudad, y muy en particular de las fábricas de toda especie que llevan allí sus residuos, los que quedan expuestos a la humedad que reciben de la proximidad del mar y a los rayos del sol, produciéndose bien pronto una descomposición o fermentación pútrida de las más perniciosas”.74 Pero, por insólito que parezca, en vez de agudizar su ojo vigilante ante estas denuncias, diez años después, la autoridad parece contribuir con la contaminación de la bahía, ordenando a la policía matar la sobrepoblación de perros vagos, que son eliminados de un “salvaje modo” y arrojados al mar: “allí flotando, se descomponían, lo que daba origen a un olor penetrante y nauseabundo que se sentía especialmente en las

67. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 25 agosto 1855. 68. La Opinión, Valparaíso, Chile, 14 octubre 1873. 69. Informe de Armstrong, Op. cit. n. 43. 70. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 3 noviembre 1855. 71. Véase mi artículo, “Iniciativas para abastecer de agua a Valparaíso. 1847-1901”, en: Revista Archivum, Año V, N° 6, Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar, Viña del Mar, 2004. 72. La Unión, Valparaíso, Chile, 7 noviembre 1910. 73. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 7 febrero 1832. Citado por LORENZO, Santiago y otros; Op. cit., p. 63. 74. Archivo Municipal de Valparaíso, Documentos Varios, Vol. 31, 22 enero 1868.

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calles paralelas al mar”.75 La infructuosa defensa del malecón por parte de la opinión pública no desmaya con el nuevo siglo, “que en esta época del año podría convertirse en uno de los mejores paseos de la ciudad”, pero que, por la actitud tolerante hacia los ambulantes, “continuará siendo una inmensa cocinería; las plazas y paseos públicos seguirán invadidos por los vendedores de frutas y comestibles, y todo esto porque el señor alcalde ha descubierto que así se mejora la higiene de la población”. 76 La alerta pública provocada por el estado de insalubridad que reinaba en la ciudad, incita al higienista Manuel Carmona a presentar un informe en 1868, sobre los beneficios del aseo público ante la Municipalidad de Valparaíso, que “asegura la higiene, produce la economía, contribuye al ornato público y hace confortable la vida”, y agrega que si bienes tan reconocidos no fueran razón suficiente para trabajar por la limpieza, bastaría para estimularlo “la circunstancia de hallarnos rodeados hoy día de pueblos flagelados, unos por el cólera y otros por la fiebre amarilla, epidemias que nos amenazan de muerte, si a tiempo no procuramos injuriarlas por los medios que están a nuestro alcance y conocimiento”.77 Tal vez estos argumentos, más el tenebroso recuerdo de las 3.822 defunciones que había provocado la viruela en la ciudad, permitió ese mismo año la reorganización de la policía urbana, mediante una ordenanza donde se instruye al inspector de policía urbana “dedicar la más escrupulosa atención al aseo de la ciudad”, de manera que los comisarios de los respectivos cuarteles se ocupen “en el aseo exterior de las calles y demás lugares públicos; en extraer diariamente las basuras y desperdicios de las casas, cuartos, conventillos, cuarteles, etc.; en la conservación y reparación de los enlosados y empedrados; y en general de todo lo que contribuya a la policía de aseo, comodidad y salubridad de la población”. 78 Con este empuje, en 1870, la Municipalidad de Valparaíso aumenta de 30 a 50 los carretones, organizados en cinco plazas de cabos de carretoneros elegidos “entre los individuos... que sepan leer y escribir, y que por su honradez y buena conducta sean acreedores a desempeñar esos destinos” 79, y, aunque no lo podemos afirmar, probablemente con carretas más apropiadas a las existentes dos lustros antes, que eran calificadas de “esqueletos con ruedas que dejan cernida en el camino la mitad de la carga”.80 Empero, en 1885, los señores Rafael Carvajal y Juan Hurtado exponen al Municipio que “el servicio del barrido que se hace en Valparaíso por pequeñas y diversas empresas particulares es completamente deficiente, ya sea porque estos empresarios no ofrecen garantías al público o bien, porque la ejecución de este servicio no obedece a un plan bien estudiado”. Pero como en Valparaíso, “el barrido diario de sus calles y plazas

75. Revista Médica de Chile, Op. Cit, T. VI, 1877-78, p. 372. En VARGAS, Juan Eduardo, Op. cit., p. 621. 76. Archivo Municipal de Valparaíso, Intendencia-Policía de Seguridad, Vol. 150, 1900. 77. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Policía Urbana, Vol. 5, 19 agosto 1868. 78. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Policía Urbana, Vol. 5, 19 agosto 1868. Para organizar el servicio de la policía urbana, la ciudad fue dividida por la ordenanza en tres cuarteles, cuyos límites fueron: 1. La población comprendida de mar a cerro, desde los Arsenales de marina hasta la calle del Circo; 2. La población comprendida desde la calle del Circo hasta la del Olivar, de mar a cerro; 3. Toda la población situada al oriente de la calle del Olivar, que incluía también la de los cerros. 79. La Unión, Valparaíso, Chile, 2 mayo 1910.

80. El Mercurio de Valparaíso, Chile, 19 abril 1860.

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se impone como una necesidad de vital importancia”, le piden permiso para establecer una empresa que haga el barrido y riego de las calles de la población, comprometiéndose a hacerlos gratuitamente en las plazas y lugares públicos, y en el frente de los edificios municipales no ocupados por particulares. Por esos servicios piden que la Municipalidad, “ponga a su disposición los carretoneros de riego y el agua necesaria para él y exima los carros de la empresa de las patentes municipales respectivas”. 81 Sólo dos meses tardó la negociación y en octubre de 1885 se da curso al contrato. 82 Sin embargo, estas mejoras en el aseo de la ciudad no fueron suficientes para neutralizar el certero informe de Manuel Carmona sobre las consecuencias de la insalubridad, pues su visión adelantaba la seguidilla de brotes epidémicos que azotarían a Valparaíso hasta 1905, que se detalla a continuación en la tabla de Sergio Flores ordenada por censos, nacimientos, defunciones y proporción por mil habitantes. 83 Año

Población

Nacimientos

Defunciones

Proporción por Epidemias

Calculada

mil

1854

52.652

3.383

2.117

40,20 –

1865

74.931

3.661

3.822

51,00 Viruelas

1875

97.575

4.909

4.275

43,81 –

1885

106.808

2.361

5.871

54,96 Sarampión

1886



4.581

5.231

48,97 Viruelas

1887

109.760

4.491

6.455

58.90 Cólera asiático

1888



4.715

8.037

73,22 Cólera asiático y Sarampión

1889



5.530

4.631

42,19 Sarampión

1890

114.192

5.364

6.167

54,00 Escarlatina y Viruela

1891



5.161

6.842

59,93 Viruelas

1892

117.144

5.337

6.330

54,03 Difteria e Influenza

1893



5.528

6.326

54,00 Difteria y Viruelas

1894

119.730

5.315

6.528

54,53 Difteria y Viruelas

1895

121.577

5.982

6.382

52,90 Coqueluche y Difteria

1896



6.089

5.337

43,89 –

1897

125.305

6.124

5.555

44,33 Fiebre tifoidea

1898

127.643

5.960

5.413

42,40 –

1899

129.462

5.869

5.385

41,57 –

1905

170.000





– Viruelas

81. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 72, 18 agosto 1885. 82. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 72, 3 octubre 1885. 83. FLORES, Sergio; “Factores que determinan la salud pública en Valparaíso (1854-1904)”, en: Revista de Ciencias Sociales N° 40, Universidad de Valparaíso, 1995, p. 197

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Como se aprecia en la tabla, el cólera asiático mató a 6.455 porteños sólo en 1887, falleciendo al año siguiente otros 8.037, cuando al cólera se le sumó el sarampión, lo que mueve ese año a la empresa de limpieza, Juan Murillo y Cía., a apelar al gobierno local, señalando que “desde la aparición del cólera en la vecina república, la autoridad de nuestro país apoyada con la unánime opinión de los hombres de ciencia, se convenció que uno de los medios salvadores más eficaces para evitar el contagio era el aseo”. 84 Ofrece al Ayuntamiento extraer la basura de la ciudad con uno de los medios salvadores del cólera “más eficaces para evitar el contagio”, que consistía en hacer el aseo “diariamente desde las primeras horas del día, y en caso de no efectuarse en todas las calles, como queda estipulado, pagará la empresa una multa que no baje de 10 pesos, ni pase de 50”.85 Pero aunque en la época existía conciencia de la relación causal entre desaseo público y el brote de epidemias, el Cabildo rechaza el petitorio que acompañaba la citada representación, justificando su negativa en lo oneroso que resultaba el contrato, para dejar, en parte con ese acto, correr al año siguiente la convergencia de viruelas, cólera asiático y sarampión, que según la tabla de Flores, provocaron una mortalidad tan alta que superó el doble de los nacimientos. Aguijoneados por la elevada mortalidad, el comandante de la guardia municipal informaba, en 1890, al Cabido del “estado lamentable en que se encuentra el aseo de la ciudad”, por lo cual el alcalde ordena una inspección general, cuyos resultados son comunicados al Intendente. En el informe edilicio se concluye “que el servicio de la policía de aseo es más que deficiente”, por lo que el alcalde se compromete ante la máxima autoridad provincial a “tomar las medidas convenientes para salvar la ciudad, no sólo de las epidemias reinantes sino de las que necesariamente habrán de producirse, si continuara el abandono en que se encuentra el aseo de la población, sobre todo en su parte alta”. 86 Este tipo de alarmas prosigue paralelo a los llamados de atención del alcalde al director de policía urbana por desatender el aseo, quien, a su vez, en todas las ocasiones, se defiende señalando que las acusaciones de negligencia son infundadas, así indica en 1899, que el comisario de la Quinta, señor Enrique Carrasco, quien asegura “diariamente hace limpiar los depósitos de basura y ejecuta la limpieza de las quebradas con la frecuencia que puede, contando con muy corto número de trabajadores a sus órdenes”. 87 Veinte años después, todavía no es posible conformar un equipo eficiente de funcionarios: según los vecinos de Playa Ancha que denuncian el irregular servicio de aseo, “algunas de sus calles, donde se menudea un poco la propina a los carretoneros de ese servicio, las basuras se ven desparramadas por el suelo, descompuestas y fétidas”. 88 Además de la recolección, el depósito de la basura en botaderos constituía un problema sanitario de la ciudad. La basura recolectada por los carretones de la policía de

84. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 101. 2 mayo 1887, f. 111. 85. Idem. 86. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 93, 29 agosto 1890. 87. Archivo Municipal de Valparaíso, Dirección de Obras Municipales-Policía Urbana, Vol. 152, 2 octubre 1899. 88. La Unión, Valparaíso, Chile, 2 mayo 1910.

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aseo era llevada, por lo general, hasta la costa y arrojada al mar, “donde quiebran las olas”. Posteriormente, bajo la Intendencia de Francisco Echaurren, este sistema se perfecciona con la construcción de muelles que debían estar localizados, “en lugares convenientes del litoral, para arrojar lo más distante que se pueda de las playas las basuras y demás desperdicios”. 89 Sin embargo, según comunicación dirigida por el Gobernador Marítimo al Alcalde en marzo de 1899, la basura que era arrojada desde el malecón al agua en tres puntos de la bahía, “Matadero, estero de Jaime y vecindades del Fuerte Esmeralda (¿Las Cubas?)”, es arrastrada por la marea “en el espacio comprendido entre la escala de la Compañía Sud-Americana de Vapores y Muelle Fiscal”, contribuyendo con el embancamiento natural desde éste hasta el muelle Prat, “lo que me ha obligado a solicitar la draga para limpiar”. 90 Una dificultad paralela de estos depósitos se originaba en la naturaleza abierta de dicho espacio, como informa al Intendente el empresario Rosendo Olave en 1897, que “concurren diariamente muchas personas de ambos sexos en estado de suma pobreza, con el objeto de recoger los desperdicios que arrojan al mar, provenientes de la misma basura que llevan los carretoneros del aseo, consistentes en huesos, fierros, bronce y trapos viejos”, llevando de esta manera todo tipo de infecciones a sus habitaciones. Con estos antecedentes, el señor Olave señala que cuenta con los elementos necesarios para establecer un servicio de recolección adecuado, “que esté en armonía con la decencia y cultura de este pueblo”, por lo que solicita autorización “para explotar aquel beneficio por el término de cinco años, con un personal que podría ser el mismo de actualidad, pero en mejores condiciones de orden, moralidad y decencia posible... para llevar a cabo la recolección de objetos, que sirven de materia prima a las diferentes industrias implantadas en el país o en el extranjero”. 91 Tres días después, se concede el permiso, aunque es el señor Emilio Rauld quien figura como responsable de la recolección y aprovechamiento de los desperdicios, 92 sean estos huesos, fierros y demás sustancias sólidas, quedando sólo cosas livianas que no embancan la bahía, pues son arrastradas por la corriente o por las olas.93 Pero esta opinión no era compartida por la Gobernación Marítima, que exigió de la Alcaldía, en misivas de 15 y 17 de noviembre de 1899: “prohibir se arrojen basuras en la playa de la bahía de este puerto” so pena de la aplicación de multas a los infractores. Diez días después, el edil responde duramente al gobernador marítimo, previniéndole “que no es aceptable que se coloque a la ciudad de Valparaíso en condición de inmenso basural”, únicamente por el infundado temor de que se embanque la bahía con el arrojamiento de basuras, por lo que solicita “aguardar la implantación de algún sistema de eliminación de basuras, ya sea incinerándolas, una vez que funcionen los hornos construidos al efecto, ya trasladándolas en lanchas a sitios convenientes de la bahía”. 94

89. GUZMÁN, Sergio; “Valparaíso y el saneamiento urbano”, en El Mercurio de Valparaíso, Chile, 14 abril 1996. 90. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol., 163, 2 marzo 1899, f. 208. 91. Archivo Municipal de Valparaíso, Alcaldía-Solicitudes, Vol. 132, 8 enero 1897. 92. Archivo Municipal de Valparaíso, Alcaldía-Solicitudes, Vol. 132, 11 enero 1897. 93. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 163, 27 noviembre 1899, f. 198. 94. Idem.

Alonso Vela-Ruiz P. - Revista Archivum Bicentenario

Con respecto al aseo de los cerros, hay que puntualizar que los tres puntos de la bahía usados como botadero, quedaban bastante alejados de los barrios situados en los altos de Valparaíso, lo que demoraba sobremanera el trayecto del carretón de la policía de aseo, para ir a vaciar la basura recolectada y para volver en busca de nuevos desperdicios, situación que el Municipio veía agravada “por la negligencia en hacer cumplir sus propias ordenanzas y no procurar los medios para retirar la basura en aquellas habitaciones que se decía ubicadas en los Quintos Infiernos”. 95 Consecuencia de lo anterior, por una parte, fue la aparición de botaderos no oficiales, situados en las inmediaciones de los conventillos o de las poblaciones empinadas en los cerros, pero, principalmente, para impedir que la basura acumulada en las casas de esos barrios fuera arrojada a las calles y quebradas. Pese a las catastróficas consecuencias sanitarias antedichas, esta práctica es denunciada periódicamente a la policía urbana, en el sentido que “las basuras e inmundicias son arrojadas a las calles y quebradas en las altas horas de la noche”. 96 La prensa observa que por el abandono de muchos barrios, “los vecinos se han visto obligados a echar los desperdicios a las calles, donde se encargan de diseminarlas a su antojo los innumerables quiltros que las recorren a diario”. 97 Tal rutina no pudiendo ser controlada, llega a ser aceptada a fines del siglo XIX por el intendente Rengifo, quien reconoce que en los cerros “la seguridad y la higiene tienen que resentirse necesariamente, pues toda vigilancia se hace difícil por mucha y muy decidida atención que se le conceda”. 98 En suma, esta calamitosa práctica se hizo tan cotidiana que la prensa termina por asumirla con naturalidad, señalando que “en los cerros la lluvia ha producido beneficiosos resultados. Las basuras han sido arrastradas por las aguas y las quebradas están limpias” 99, como ocurre en el camino de Cintura, en donde nace la quebrada del Arrayán, que pese a estar repleto de basuras, “los vecinos siguen echándola en la calle y han obstruido el paso. La policía urbana ha estado esperando que un gran aguacero hiciera el aseo de las quebradas y depósito de basuras sin comprender que los habitantes del plan son los que pagan el pato”. 100 Finalmente, comprendida la incapacidad del Municipio para mantener el aseo de la ciudad, se entrega en julio de 1910 la concesión del servicio a don Luis Piza, quien pide como subvención anual la suma de 660 mil pesos, es decir, 400 mil menos que lo requerido por la policía urbana. El contrato obligaba a la empresa a costear tanto los carros de limpieza como los nuevos caminos por donde circularián, obligándose el cabildo, al mismo tiempo, a conseguir del Supremo Gobierno, “la concesión de un sitio cercano al malecón y apropiado para hornos crematorios”, donde la basura sería reducida. 101 Pero la confianza de que el servicio de aseo de la ciudad “marchará mejor en manos

95. Lorenzo, Santiago y otros; Op. cit., p. 64. 96. Archivo Municipal de Valparaíso, Alcaldía-Dirección de Obras Municipales-Policía Urbana, Vol. 152, 2 octubre 1899. 97. La Unión, Valparaíso, Chile, 2 mayo 1910. 98. Archivo Municipal de Valparaíso, Secretaría-Documentos, Vol. 107, 17 agosto 1892, f. 869. 99. La Unión, Valparaíso, Chile, 22 junio 1910. 100. La Unión, Valparaíso, Chile, 21 junio 1910. 101. La Unión, Valparaíso, Chile, 10, 11 y 13 julio 1910.

Desarrollo urbano y conflicto ambiental en Valparaíso (1850-1930)

de particulares” 102, se convierte en completa decepción cuando un mes después los inspectores municipales informan al Alcalde, del “constante desaseo en que se encuentra el barrio comprendido en la calle del Arsenal y en la parte que se estacionan los carros del Ferrocarril Urbano”. Según la interesada acusación de la policía, “el aseo que se lleva a efecto por parte de la empresa, para hacer desaparecer de la línea los desperdicios y materias fecales que arrojan los animales, es completamente deficiente y peligroso para la salubridad pública”, fundado en que en el barrio “no hay casa habitación que no tenga uno o dos enfermos, a causa de la obligada insalubridad en que dicha calle se encuentra, habiendo acaecido varios casos de tifus”. 103 La cuidad de Valparaíso nace espontáneamente, por lo que su trazado debió irse acomodando al sinuoso y estrecho relieve del anfiteatro donde se encuentra. Derivada del crecimiento explosivo de la ciudad, encerrada en una particular topografía. Su secuela de insalubridad y epidemias es el trasfondo de este artículo, causadas por la contaminación de las fábricas instaladas en el centro, la hediondez de los cauces abiertos y el desaseo general de la ciudad. Por ello, desapareciendo el paseo de la bahía, como desahogo, y debido a que ni el transporte ni los servicios mejoraron en los cerros, que era la salida natural del “feroz fumigatorio” en que se había convertido el plan de Valparaíso, Joaquín Edwards Bello observa que a principios del siglo XX, “todo el puerto se va... la psicología de toda esa gente podría condensarse en la palabra partir. Se fueron buscando panoramas mejores, horizontes más amables a Viña, El Salto, Quilpué, cualquiera de los pueblos campestres cercanos. Pero, la mayoría fue a establecerse en Santiago”, dejando atrás esta intoxicada urbe. 104

102. Idem. 103. Archivo Municipal de Valparaíso, Intendencia-Policía de Seguridad, Vol. 150, 9 agosto 1910. 104. Citado por URBINA, Rodolfo; “Pintoresquismo y originalidad de Valparaíso a principios del siglo XX”, en Archivum, Nos 2-3, Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar, Viña del Mar, 2000, p. 56.

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