Derechos humanos y corporeidad en \"Los ejércitos\" de Evelio Rosero

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Descripción

Chasqui: revista de literatura latinoamericana. Vol. 46 Issue 1, pp. 139-152.

DERECHOS HUMANOS Y CORPOREIDAD EN LOS EJÉRCITOS DE EVELIO ROSERO Carlos Gardeazábal Bravo University of Connecticut La novela Los ejércitos (2007) del escritor colombiano Evelio Rosero (1958) ha conseguido un amplio público lector en el mercado internacional, gracias en parte a un conjunto importante de premios, entre los cuales se cuentan el Tusquets 2006, el Independent Foreign Fiction Prize 2009, el Aloa del Danish Center for Culture and Development 2011. Antonia Byatt, miembro del jurado del Independent Foreign Fiction Prize, afirmó sobre la novela: “A book that not only tells us about how life is torn apart in a country wrought by war, but also adds to our understanding of the human condition” (cit. en Flood “Colombian Civil War”). La condición humana a la que se refiere Byatt, sin embargo, no es una construcción indeterminada y abstracta. Propongo que Los ejércitos está narrada desde una perspectiva corporeizada desde la cual se recrean las consecuencias del conflicto interno en la sociedad colombiana, en el cual se han perpetrado atrocidades y abusos durante décadas, asociados a ciclos de olvido y memoria. En este artículo analizo el discurso de los derechos humanos imbricado en Los ejércitos a partir de las reflexiones de Joseph Slaughter y Fernando Rosenberg. Exploro en la novela las relaciones entre las narrativas de derechos humanos y corporeidad desde las críticas al sujeto liberal propuestas por Elizabeth Anker y Nick Mansfield, enlazándolas con los marcos de guerra propuestos por Judith Butler. Considero que tanto la trama como la estructura narrativa de esta novela apuntan a una reafirmación crítica de las relaciones entre la literatura y el discurso de los derechos humanos. Afirmo que Los ejércitos converge en la línea de reparos a las visiones reduccionistas dentro del discurso de los derechos humanos en las cuales el sujeto liberal es idealizado, para lo cual la novela propone una experiencia corporeizada del mundo. Sugiero que el vitalismo corporeizado que aparece en Los ejércitos se complementa por medio de una estructura contraria a las narrativas de justicia y reparación, en la cual Rosero hace evidente cómo la precariedad de ciertos cuerpos se acentúa frente a la protección de otros en el conflicto colombiano, al tiempo que aborda los diferentes tipos de violencia que acentúan esa precariedad. El trasfondo de Los ejércitos La novela narra en primera persona la forma en que Ismael Pasos enfrenta el secuestro de su esposa y los efectos del violento asedio a su pueblo por parte de múltiples grupos armados, mientras sufre el lento deterioro de su salud. La trama de Los ejércitos se desarrolla dentro de la fase más reciente del conflicto colombiano, en la cual se enfrentan al menos cuatro actores armados: la guerrilla (FARC, ELN), grupos paramilitares, narcotraficantes y las fuerzas armadas. No solo el narcotráfico, el secuestro y la extorsión sirven como fuente de financiación para los grupos armados ilegales, también la apropiación ilegal de tierras y recursos naturales alimenta al conflicto. Amplias zonas del campo colombiano sufren el impacto del conflicto en sus diferentes facetas al tiempo que se da la incorporación del país a las políticas neoliberales. Ambos factores, 139

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tanto el conflicto como las políticas neoliberales, en especial la ampliación de latifundios y monocultivos, llevan a que Colombia se convierta en el país con el mayor número de desplazados en el continente (véase Hristov, Paramilitarism). Cerca de seis millones de personas tuvieron que abandonar sus hogares por el conflicto entre 1985 y 2012 según el informe ¡Basta ya!, publicado en 2013 por el Centro de memoria histórica. Asimismo, los delitos de lesa humanidad se multiplicaron en ese mismo periodo, incluyendo cientos de masacres.1 Colombia tiene una larga tradición literaria vinculada a sus ciclos de violencia desde los años 50 (véase Figueroa Sánchez “Gramática-violencia”; Rodríguez “Pájaros, bandoleros y sicarios”). Durante las últimas tres décadas, paralela a la literatura del narcotráfico, incluyendo la llamada sicariesca, diferentes géneros abordan las facetas menos urbanas del conflicto colombiano, en una temática cercana a las narrativas de derechos humanos. En esta línea destaco Siguiendo el corte: relatos de guerras y de tierras (1989) y Trochas y fusiles (1994) de Alfredo Molano; ¡Los muertos no se cuentan así! (1991) de Mary Daza Orozco; Sangre ajena (2000) de Arturo Alape; La multitud errante (2001) de Laura Restrepo; En el brazo del río de Marbel Sandoval (2006) y Líbranos del bien (2008) de Alonso Sánchez Baute. Según María Helena Rueda cuatro fenómenos de la problemática colombiana pueden asociarse con el desplazamiento forzado: el secuestro, el desarraigo, el exilio y la migración del campo a la ciudad (“Escrituras del desplazamiento” 394). La obra de Rosero ha tematizado estas facetas de la violencia colombiana, convirtiendo la desaparición forzada en “el axis mundi semántico y estilístico sobre el que…despliega gran parte de su obra” (Saldarriaga “Desaparición” 119). Como señala Juliana Martínez (“Mirar (lo) violento” 83), Los ejércitos es la culminación del intento iniciado por Rosero en su novela En el lejero (2003) de abordar el conflicto y la violencia del país, especialmente el secuestro y la desaparición de personas.2 Las consecuencias de la historia del conflicto emergen de diferentes formas en la narración de Ismael Pasos, de manera que la violencia del pasado se mantiene como una marca permanente para la comunidad y su narrador. En efecto, Ismael conoce a Otilia cuarenta años atrás en medio de un asesinato en una estación de buses de su pueblo (Los ejércitos 20). Las consecuencias de la violencia han afectado a otros habitantes mucho antes del comienzo de la acción, transformándolos en huérfanos, viudos, desplazados. Es el caso de la Gracielita, la niña que trabaja como cocinera en la casa de los vecinos: Tempranamente huérfana, sus padres habían muerto cuando ocurrió el último ataque a nuestro pueblo de no se sabe todavía qué ejército—si los paramilitares, si la guerrilla: un cilindro de dinamita estalló en mitad de la iglesia, a la hora de

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El informe ¡Basta ya! registra 25.007 desaparecidos, 5.712.506 desplazados, 16.340 asesinatos selectivos, 1.982 masacres (1.166 por parte de los paramilitares, 343 por grupos guerrilleros, 295 por grupos desconocidos, 158 por la Fuerza Pública y 20 cometidas por agentes del Estado asociados directamente con paramilitares); 27.023 secuestrados, 1.754 víctimas de violencia sexual y 6.421 casos de reclutamiento forzado durante el periodo 1980-2012. 2 Dice Rosero en su entrevista con Antonio Ungar para Bomb: “Esta novela [En el lejero] sí está ligada a plenitud con la que sigue, Los ejércitos. Es, en cierto modo, su “preparación”, su antesala. Fíjese que los protagonistas de ambas novelas son viejos de 70 años. La mirada es parecida, pero no igual. Digamos que la insatisfacción literaria que experimenté con la primera, fue la génesis de Los ejércitos. La primera es un sueño terrible, una pesadilla de la que intentamos sacudirnos con dolor, con tristeza, hasta despertar. La segunda no es ninguna pesadilla, es la misma realidad que toca a tu puerta con los nudillos, tres golpes fuertes, los golpes con el sonido que dan los huesos, la muerte. Yo no podía contentarme con lo alcanzado en En el lejero… Tenía que esforzarme por trasladar mi miedo real, mi esporádico terror de ciudadano a las páginas de un libro, como una rebelión.”. (“Evelio Rosero”)

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la Elevación, con medio pueblo dentro; era la primera misa de un Jueves Santo y hubo catorce muertos y sesenta y cuatro heridos—. (12) En este pasaje que evoca la masacre de Bojayá,3 Rosero despliega los diferentes tipos de violencia presentes en la historia del conflicto y sus herencias de la violencia del pasado. El autor aborda la violencia del conflicto colombiano desde un tono de denuncia que, aunque puede entenderse como cercano al del testimonio, se mantiene en el terreno de una literatura realista que reafirma su condición de ficción.4 En efecto, Los ejércitos tiene como trasfondo múltiples eventos que se dieron en el contexto del escalamiento del conflicto desde mediados de la década de los noventas, un ciclo que el discurso oficial buscaba cerrar con las negociaciones que llevarían a la desmovilización de los grupos paramilitares. Las acciones de guerra y violencia visible que se dan en San José se refieren, de manera directa, a casos de graves violaciones de derechos humanos durante el conflicto colombiano: masacres, secuestros, ataques a civiles cometidos por policías y militares. Los derechos de esta comunidad ficticia son vulnerados en medio de la barbarie del fuego cruzado, encarnando la realidad de miles de colombianos. Los ejércitos encara las perplejidades del conflicto a través de una trama en la que se entrelazan un vitalismo vinculado a la pulsión erótica con el Tánatos, la destrucción y la muerte causada por la guerra. Mabel Moraña afirma sobre este punto: La narración de Los ejércitos ilustra ejemplarmente, por un lado, la tensión freudiana entre el principio del placer, representado por las ensoñaciones sensuales del protagonista, y el instinto de muerte, incorporado por las fuerzas militares; y, por otro, da evidencia—para ponerlo en términos foucaultianos—de una dimensión radicalmente biopolítica que hace del individuo—el cuerpo las contingencias de la vida cotidiana, los vericuetos de la subjetividad—el núcleo mismo de los procesos públicos y políticos. (“Violencia, sublimidad y deseo” 190) 3

En mayo 2 de 2002 se enfrentaron guerrilleros del Bloque José María Córdoba las Farc y paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas en Bojayá, Chocó también conocida como Bellavista, en la costa del Pacífico colombiano. Los paramilitares se escondieron detrás de la Iglesia y las Farc lanzaron contra ellos “una pipeta de gas llena de metralla que cayó dentro de la parroquia, donde se refugiaban más de 300 personas. El cilindro bomba rompió el techo de la iglesia, impactó contra el altar y estalló produciendo una gran devastación: en el suelo y hasta en los muros quedó la evidencia de los cuerpos desmembrados o totalmente deshechos”, afirma el centro de investigación Verdad Abierta. “En la masacre murieron 98 personas: 79 como víctimas directas en la explosión de la pipeta, de las cuales 48 eran menores de edad; otras 13 murieron en los hechos precedentes y posteriores al crimen cometido en la Iglesia de Bellavista y 6 personas que estuvieron expuestas a la explosión de la pipeta y murieron de cáncer en el transcurso de los ocho años siguientes.” (“Masacre de Bojayá”) El ataque causó el desplazamiento de cerca de 6000 civiles. 4 Iván Padilla Chasing aclara la historicidad de la novela: “El material verbal y los códigos semánticos utilizados por Rosero ubican al lector en un momento y un espacio determinados de la historia nacional. El niño abandonado o asesinado al nacer, el sicariato, el narcotráfico, el paramilitarismo, el niño reclutado para la guerra, la guerrilla, la bala perdida, el paisaje sembrado de coca, la niña secuestrada antes de nacer, el secuestro extorsivo, la mujer víctima de abuso sexual y convertida en trofeo de guerra, la mina quiebrapatas, el desplazado, la falta de alimentos y transporte, los “corredores” que dividen el territorio nacional, más que temas, son elementos cargados de historicidad que, por el hecho de haberse convertido en aspectos de nuestro horizonte cultural, garantizan la recepción de la obra” (“Los ejércitos: novela del miedo” 12728).

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Ese aspecto tanático vincularía a la novela con las temáticas de la literatura apocalíptica latinoamericana.5 Al mismo tiempo, Los ejércitos se opone a los discursos que buscan reproducir los diferentes tipos de violencias que han avivado la guerra, mostrando las consecuencias de la indiferencia generalizada hacia las víctimas y su integridad física, así como el desplazamiento forzado y el despojo que han enfrentado por décadas. Los ejércitos no es una narrativa escrita desde el lugar de enunciación de la historia o las ciencias sociales, aunque pareciera tener elementos que la conectan con la novela histórica. Rosero afirma al respecto: “yo soy un escritor, no un sociólogo ni un filósofo, y mucho menos un político, afortunadamente” (“Los ejércitos de Evelio Rosero”). Sin embargo, Los ejércitos incorpora críticamente discursos cercanos a la guerra que noveliza, incluyendo los de la “violentología”.6 El tipo de trabajo de investigación que tuvo la novela, según el propio Rosero, deja en claro que su obra tiene raíces testimoniales, una de las diferentes facetas que la acerca al discurso de los derechos humanos.7 El trasfondo testimonial de la novela va de la mano con su estilo realista y el uso constante del monólogo interior en tiempo presente como afirma David Jiménez en su reseña de la novela (“Los ejércitos”). Estas características se verían complementadas por su proximidad a las narrativas del trauma, y a lo que María del Carmen Caña Jiménez denomina “violencia fenomenológica”, una categoría estética en la cual se da la “confluencia de los tres espacios indiscutiblemente personales: el de la sensación, el de la imaginación y el de la memoria”, ocupando “un espacio liminar dentro de los límites afectivos del lenguaje y los sistemas en los que se halla el sujeto violentado” (“De perversos, voyeurs y locos” 339). Estas cuatro características refuerzan la invitación que Rosero hace al lector de ubicarse en el lugar de los sujetos que sufren directamente las consecuencias de la guerra. Los ejércitos: literatura y derechos humanos Una lectura de Los ejércitos desde el contexto de la literatura que dialoga con el discurso de los derechos humanos, implica preguntarse qué hace diferente a una novela de este tipo de otros géneros vinculados con este discurso. ¿Qué llevaría a que el público lector de la novela, disperso en medio del mercado editorial global, hiciera lo necesario para evitar que esta historia y sus referentes se repitan? Paul Gready, especialista en la literatura sudafricana y sus relaciones con el reporte de la South African Truth and Reconciliation Commission (TRC), propone en su 5

Edmundo Paz Soldán (“El discurso apocalíptico” 262) vincula a Los ejércitos con un grupo disímil de novelas que considera fundamentales para entender la sensibilidad apocalíptica contemporánea en Latinoamérica como 2666 de Bolaño (2004), El Eternauta de Oesterheld (1958, 1976), La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa (1981), Plop de Rafael Pinedo (2004), Insensatez de Horacio Castellanos Moya (2004), Los suicidas del fin del mundo de Leila Guerriero (2005), Música marciana de Alvaro Bisama (2008), Señales que precederán al fin del mundo de Yuri Herrera (2009) y Zombie de Mike Wilson (2009). (Véase Fabry, Los imaginarios). 6 La “violentología” puede definirse como “una denominación que se le dio en Colombia a la práctica de intelectuales de las ciencias sociales que se dedicaban exclusivamente al estudio de la violencia” (Rueda, “Nación” 346). 7 Dice Rosero: “He hablado con los desplazados de Cali, donde vive mi mamá. Sus experiencias alimentaron parte de mi historia. Todas las anécdotas que narro son reales. Los dedos que le mandan al hombre que le secuestraron a su esposa y su hija. El coronel que dispara en la plaza a diestra y siniestra porque “ustedes son guerrilleros”. Nada es inventado por mí, solamente los personajes alrededor de los cuales giran las anécdotas verídicas” (Rosero, “Escribo para exorcizar”).

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artículo el término “novel truths” para aclarar la función que la literatura desempeñaría en el campo de los derechos humanos, las cualidades especiales de la novela que la hacen diferente a géneros como el del reporte de las comisiones de verdad y reconciliación (156). En términos de Gready, la novela de Rosero y otras similares lidiarían con la impunidad de miles de asuntos inacabados, las verdades incómodas del conflicto colombiano, y escaparían de las rigideces y los estereotipos de los informes futuros o de los reportes ya producidos por la academia colombiana.8 Es por estas razones que la novela resulta abiertamente política, aunque Los ejércitos ocupe una posición alejada de las militancias de la guerra fría, lo que el latinoamericanista Fernando Rosenberg denomina el género de “narrativas de verdad y reconciliación”. Estas novelas no suponen ni buscan la verdad o la reconciliación nacional de la misma manera que la justicia transicional, aunque se alimentan del marco jurídico e institucional que favoreció el surgimiento de las comisiones de reconciliación en los años 90 en Latinoamérica.9 Gutiérrez-Mouat afirma que este género está ubicado en “una posmodernidad transnacional en que se conjugan globalización, derechos humanos y neoliberalismo” (45). Rosero aclara indirectamente en diferentes entrevistas la cercanía de su obra al discurso de los derechos humanos, como he señalado anteriormente, y con ello a las características del paradigma descrito por Rosenberg. La novela, ha dicho Rosero, habla “de la situación humana, del civil, del desarmado, en mitad de una guerra degradada…la Novela con mayúsculas es el ser humano, la vida misma” (“Los ejércitos de Evelio Rosero”). Ha afirmado también que “mi propósito fue escribir una novela, no un ensayo, ni tomar partido ideológico por ninguno de esos ejércitos” (“Escribo para exorcizar”, énfasis mío). Aunque no apoye ninguno de los actores del conflicto, la obra de Rosero tiene una clara aproximación crítica frente a la violencia en Colombia, en la cual se aleja de los discursos oficiales. En un marco narrativo inverso al de la novela, el lenguaje de los informes de derechos humanos generalmente se inscribe, como afirma Shameem Black, en una visión metafórica en la cual se enfatiza “a shift from chronic illness to robust health, from debilitating deception to redemptive disclosure” (48). Los ejércitos, paradójicamente, va de una situación casi idílica a una apocalíptica, un crescendo tanático en el cual la destrucción y la muerte dominan gradualmente la historia, en abierta contradicción con las gramáticas narrativas de la justicia transicional y de los informes de derechos humanos. Este punto resulta importante dada la cercanía de las narrativas de derechos humanos con géneros literarios específicos. Joseph Slaughter conecta el derecho al libre y pleno desarrollo de la personalidad con la Bildungsroman (“Enabling Fictions” 42; Human Rights 86), la novela de formación. Para Slaughter la novela de formación funciona en diferentes contextos de la literatura mundial como a cultural surrogate for the missing warrant and executive sanction of human rights law, supplying (in both content and form) a culturally symbolic legitimacy

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Según Gready, estas novelas “embark on new conversations about, and explore fresh ways of recounting, violence, human rights, and history. Perhaps their major contribution is in providing alternative grammars of transition, picking away at ‘uncomfortable truths’ and ‘unfinished business.’ The novels’ truths also escape the previous rigid certainties, stereotypes, and characterizations of the struggle and struggle novels, and the easy identity oppositions and homogenizations of the TRC” (174, énfasis mío). 9 Para Rosenberg “desde la movilización del imaginario de los derechos humanos como un discurso global que se imagina como superación de la política y cómo estas novelas alimentan o desalientan esa ilusión. Si entendemos que en cierta medida el mercado cultural global había explotado una imagen de Latinoamérica como región salpicada de coloridas revoluciones permanentes e inconclusas desde el ‘boom’, la ‘novela de verdad y reconciliación’ satisface el nuevo imaginario global de la postpolítica” (94, énfasis mío).

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for the authority of human rights law and the imagination of an international human rights order. (Human Rights 85, énfasis mío) Aunque busque proveer de esa legitimidad simbólica a un discurso encarnado de los derechos humanos, Los ejércitos es prácticamente lo opuesto a una Bildungsroman. Las posibilidades del libre desarrollo de la personalidad son limitadas por los diferentes tipos de violencia que se dan en San José, incluyendo a los menores de edad como Eusebio o Graciela, quienes quedan marcados por la violencia para luego formar parte de la devastación apocalíptica del pueblo. La disociación de Los ejércitos de la novela de formación no es el único punto que la separa de las narrativas de derechos humanos más típicas, como permiten evidenciar las propuestas de Nick Mansfield. En su evaluación crítica de las posiciones sobre la relación entre los derechos humanos y la literatura, Mansfield propone cuatro “impulsos” que motivarían a la literatura en este campo: los impulsos a rememorar, revelar, recordar y resolver (“Human Rights as Violence” 203). Mansfield critica estos impulsos, dado que se fundamentan en una “lógica del secreto” que solo ayuda a los lectores a repetir obviedades cómodas, descontando la necesidad de un análisis más profundo.10 Asimismo, Mansfield afirma que la lógica del secreto lleva a problemas más allá de lo semántico: “The concept of the secret promotes the act of revelation, but discounts the need for rigorous analysis” (206, énfasis mío), con lo cual se evitan acciones de largo calado respecto a problemas estructurales. Mansfield afirma que los abordajes literarios de los derechos humanos deben confrontar la idea de que siempre hay secretos en este discurso, mientras numerosos abusos se dan diariamente a la vista de todos, sin necesidad de acudir al “drama liberal” para encontrarlos y afrontarlos (205). En lugar de secretos Mansfield propone la estructura de los “enigmas”: “the logic of the enigma displays internal conditions that are enduringly problematic and must be investigated, worried, and developed by thought” (206). Es por eso que para este autor la literatura tiene un papel crucial en la reflexión sobre esos enigmas en el marco del discurso de los derechos humanos. El campo literario ayudaría a enfrentar también interpretaciones de los derechos humanos que son desplegadas como abiertamente contradictorias, incluyendo el problema de la subjetividad liberal (208). En una entrevista con Arturo Jiménez para el periódico mexicano La jornada, Rosero plantea una serie de propósitos para Los ejércitos, uno de los cuales es el de la escritura como un ejercicio que le serviría para lidiar con el dolor del conflicto, exorcizándolo.11 Ese exorcismo 10

“The impulse to remember restores to awareness events at risk of disappearing into the blur of over-abundant historical information or the quiet and remove of the increasing specialization of historical knowledge. The impulse to reveal relies explicitly upon the idea that certain historical events are unpublicized and thus unknown. The impulse to remind us of our commitment to human rights requires us to recover a purer more noble and intense feeling from behind our complacency, and the impulse to resolve also requires a commitment to values easily swamped by our other, likely pettier, entanglements” (“Human Rights as Violence” 204). 11

Afirma Rosero: “Lo que más me ha dolido es el dolor de la gente sometida a ese fuego cruzado. Me apabullaba como nos apabulla a muchos cuando nos asomamos a un noticiero y nos enteramos que siguen los muertos […]. Todo eso nos mella el alma. A mí me tenía muy afectado y consideré que la única manera de lograr exorcizar este terrible dolor era escribiendo la novela. (Rosero “Escribo para exorcizar”). “Yo no reflexioné jamás que la destrucción y la descomposición resultaran buenos materiales para mi oficio. Es que padecí esta destrucción de manera progresiva, la padecí en la médula, a mi manera, como sé que directa o indirectamente la padecen todos en el país, excepto el presidente y los magistrados, excepto los generales y los comandantes guerrilleros y los jefes paramilitares, la padecí con sólo asomarme a un noticiero de mediodía, mientras almorzaba: una madre avisando de sus hijos masacrados; después la indiferencia del país; la muchacha modelo hablando de telenovelas; después la lista de

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terapéutico podría involucrar también a los lectores y a los sujetos directamente afectados por la violencia, pues es enunciado en un momento en el que la guerra no tenía salida a la vista y la respuesta institucional pasaba por la negación del estatus oficial del conflicto. De este contexto surge otro propósito de la novela en el llamado implícito que hace a la intervención de la república de las letras con el propósito de terminar el conflicto, y que el autor hace explícito en la entrevista: Estamos tocando fondo. Y por ello mi invocación como escritor a los otros países, para que volteen al problema colombiano y traten de colaborar en un acercamiento entre guerrilla y gobierno. El llamado es a intelectuales, creadores, políticos conscientes. Que todo el campo del pensamiento interceda en este problema nuestro, que ya es muy grave y es de todo el mundo, porque la violencia en Colombia y en otros países es un asunto humano, general, total. (Rosero, “Escribo para exorcizar”) El dolor exorcizado por el autor en Los ejércitos estaría vinculado entonces con la intención de resolver el conflicto colombiano, uno de los impulsos criticados por Mansfield. A pesar de ello, Los ejércitos ofrece una crítica a la lógica del secreto en las narrativas de los derechos humanos. Al tiempo que no revela nada oculto al lector, la novela invita a nuevos tipos de acciones y a replanteamientos simbólicos respecto al conflicto colombiano. Sobre el impulso de recordar, coincido con Héctor Hoyos (“Visión desafectada” 293-94) en que la novela propone un nuevo tipo de sensibilización por medio de la violencia que sufren sus personajes, un replanteamiento afectivo frente a la espectacularidad de los medios de comunicación, los cuales se han encargado de desensibilizar a sus espectadores. La novela no busca una cómoda identificación pasajera con las víctimas del conflicto. Acerca del impulso a rememorar la historia, considero que la novela busca superar la indiferencia frente a las acciones presentes y pasadas de los actores armados del conflicto colombiano. Esto atañe a los lectores de clase media urbana, en Colombia o en América Latina y a los consumidores de la literatura mundial en el mercado global. Por otro lado, considero que Los ejércitos confronta directamente los enigmas a los que apunta Mansfield cuando cuestiona al paradigma individualista liberal y sus fisuras. La posición “imposible” del narrador de la novela, un elemento de la novela analizado por Mabel Moraña y Lotte Buiting,12 es otra forma de cuestionar ese paradigma.

desaparecidos, los falsos positivos, que todavía continúan, continúan, sin que nadie haga realmente nada por evitarlo; y luego la selección Colombia, que es otra desgracia como el país. Todo eso genera una novela” (Rosero y Ungar, “Evelio Rosero”). 12

Dice Moraña: “los eventos que constituyen la trama de Los ejércitos están narrados desde una posición imposible que el texto nunca explica [… E]l lector puede preguntarse desde qué ubicación temporal y espacial habla el narrador […]. ¿Desde dónde habla Ismael? ¿Desde la muerte, desde una memoria que no quiere ni debe morir?” (“Violencia” 192). Buiting va más allá en su análisis: “Rather than considering the narratological point of view as a paradox in want of an explanation that the text itself does not provide, I think it is more productive to consider the very impossibility of Ismael’s speaking position. I contend that the impossibility of narration, and the nonhumanity that Ismael experiences and confronts, are inextricably related. Drawing on Agamben, I propose to construe the figure of Ismael as the impossible, true witness” (“An impossible witness” 145).

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Corporeidad y derechos humanos La corporeidad es un factor central en el proceso de cuestionamiento del sujeto y las narrativas simplistas de los derechos humanos que lleva a cabo Rosero en Los ejércitos. A este respecto, Elizabeth Anker sostiene que el sujeto cartesiano abstracto detrás de los derechos humanos puede ser corporeizado (embodied) a través de la literatura, lo cual supera muchas de las contradicciones de las elaboraciones liberales de los derechos humanos que expone la autora. Anker tiene la intención de recuperar los atributos de una experiencia encarnada, afectiva, ya que muchas definiciones de los nexos entre los derechos humanos y la literatura se han sumergido erróneamente en las abstractas teorías liberales de la individualidad. La literatura puede ayudar en el proceso de dar contenido corpóreo al modelo abstracto de los derechos humanos, acercándolo a visiones más plurales. Anker acude a la filosofía de Merleau-Ponty, una perspectiva fenomenológica centrada en el concepto de la corporeización, dentro de “an exercise in unconcealment aimed at divulging the self’s cohabitation with other beings” (71), con lo cual apunta a lo que denomina “ecological conception of justice” (215). En oposición al dualismo cartesiano, Anker propone una economía simbólica del cuerpo diferente dentro del discurso de los derechos humanos (9). Por otro lado, Anker se opone a la tendencia que denomina “human rights bestsellers” un género que aglutina a un grupo amplio de obras, autores y lectores que simpatiza de manera simplista y reducida con el discurso de los derechos humanos mediante el uso y actualización de normas paternalistas, consumistas e intervencionistas. Estas son las obras que refuerzan las visiones condescendientes sobre el sur global como una región “uniquely prone to undergo rampant human rights violations” (43). Para Anker la literatura que permite reflexiones corporeizadas, centradas en lo cotidiano, ayudan realmente al discurso de los derechos humanos.13 Considero que la novela de Rosero pertenece a ese tipo de literatura. Los ejércitos apunta a una crítica de los discursos empobrecidos sobre los derechos humanos popularizados mediante la prensa y la literatura de consumo masivo. La novela hace énfasis en complejidades que no aparecen en los eslóganes del activismo vacío, basado en repeticiones y respuestas emocionales inmediatistas. Rosero va más allá de la búsqueda de una reacción visceral en el lector y apunta a una reflexión sobre las causas del conflicto, sobrepasando las reacciones pasajeras a la violencia mediática. El episodio en el que Ismael se deshace de la granada con la que quieren jugar los niños representa este aspecto: arrojo el animal al acantilado, oímos el estampido, nos encandilan los diminutos fogonazos que saltan desde el fondo, las luces pintadas que trepan fragorosas por la rama de los árboles, al cielo. Yo me vuelvo a los niños: son caras felices, absortas—como si contemplaran fuegos artificiales. (130) Este episodio simboliza la forma como la espectacularidad de la violencia más visible seduce a lectores y espectadores. Como sugiere Ben Ehrenreich (“After Macondo”), Ismael es aquí Rosero, quien previene a los lectores sobre la peligrosa fascinación que pueden generar las narrativas sobre la guerra, al tiempo que los cautiva con su narración. Otro ejemplo de la posición de la novela respecto a esa normalización de la violencia es el pasaje en el que Ismael Pasos se niega a hablar con la reportera después de salvar a los niños de la granada abandonada (134). Doris Sommer (Proceed with Caution) propone que la escritura particularista y sus silencios desbordan las expectativas simplistas del observador universalista, afirmando la autonomía y la diferencia del narrador subalterno. Desde esta perspectiva el silencio deliberado

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Para Anker, “attention to mundane experience counteracts the frequent tendency to characterize human rights abuses as singular, exemplary, or sublime, an impulse that emerges within both popular human rights discourses and many accounts of deconstructive ethics” (65, énfasis mío),

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de Pasos representa la resistencia, dignidad y agencia de las víctimas en medio del dolor, evitando la instrumentalización de su sufrimiento. Judith Butler propone que los marcos de guerra determinan cuáles vidas humanas son dignas de protección—o incluso de duelo—mientras otras no lo son, a pesar de que todos los miembros de una sociedad necesitan de la protección que provee el estado, particularmente en tiempos de guerra. Butler afirma que la guerra lleva a un marco que regula selectivamente las disposiciones afectivas sentidas por las comunidades, desde el horror hasta la indiferencia (Frames 24). Si bien en el estado de excepción del conflicto interno colombiano las vidas de miles de ciudadanos están expuestas a su exterminio, los poderes que disputan la soberanía sobre el estado hacen que ciertos grupos sean mucho más vulnerables que otros. Rosero muestra en la novela esas disposiciones afectivas en juego en el conflicto colombiano. El profesor Lesmes y el alcalde viajan a Bogotá buscando que retiren las trincheras de San José, sin resultados. “Por el contrario, la guerra y la hambruna se acomodan, más que dispuestas” (124). En esta representación de la biopolítica del conflicto interno, San José es prácticamente abandonado a su suerte por el estado, convirtiendo a sus habitantes en entidades no solo más vulnerables a una muerte violenta, sino despojados de la integridad más básica. Al mismo tiempo, sabemos que el general Palacios posee un pequeño zoológico atendido incluso por “militares enfermeros”, y que los animales más valiosos para el general son evacuados en helicópteros de carga (164). Rosero tematiza en la novela el ordenamiento selectivo que el soberano impone durante la guerra, un marco de guerra dentro del cual incluso la corporeidad animal se puede considerar más valiosa que la humana. Ismael y los pobladores de San José pasan a ser ejemplos del Homo Sacer de Agamben, el tipo de vida de la cual el soberano puede disponer sin violar la ley, cuerpos que pueden matarse sin que haya homicidio, y por ende tampoco sanción (véase Agamben, Homo Sacer 52). La integración de la corporeidad animal y humana tiene otras funciones en la narración. A lo largo de toda la novela los animales, plantas, ríos y montañas que circundan San José son parte central de la trama. Rosero acude a estos elementos para reafirmar el vitalismo que entrecruza con la violencia de la guerra. Como había señalado antes, concuerdo con Moraña en que Rosero mezcla el thanatos de la guerra con el Eros, el principio de afirmación de la vida, el cual se manifiesta tanto por la naturaleza que rodea a Ismael y al pueblo, como en el erotismo voyerista que lo caracteriza. Ese erotismo presente en la forma en que Ismael Pasos narra Los ejércitos, va de la mano con la corporeidad y el vitalismo telúrico proyectado en el paisaje, los cuales confluyen en una crítica a la visión liberal reduccionista de los derechos humanos como la que proponen los best seller de que describe Anker. De ahí que la muerte de los animales que formaban parte del entorno habitual en su hogar sea destacada en su relación de la destrucción causada durante los ataques de los ejércitos a San José.14 Ismael corporeiza el conflicto y sus violencias, aunque el cuerpo de Pasos no solo sufre, también es un cuerpo que disfruta y desea: Pasos no tiene reparos en ver con lascivia a las 14

“Voy corriendo por el pasillo hasta la puerta que da al huerto, sin importar el peligro; cómo importarme si parece que la guerra ocurre en mi propia casa. Encuentro la fuente de los peces—de lajas pulidas—volada por la mitad; en el piso brillante de agua tiemblan todavía los peces anaranjados, ¿qué hacer, los recojo?, ¿qué pensará Otilia—me digo insensatamente— cuando encuentre este desorden? Reúno pez por pez y los arrojo al cielo, lejos: que Otilia no vea sus peces muertos… Al fondo, el muro que separa mi casa de la del brasilero humea partido por la mitad: hay un boquete del tamaño de dos hombres, hay pedazos de escalera regados por todas partes; yacen desperdigadas las flores, sus tiestos de barro pulverizados; la mitad del tronco de uno de los naranjos, resquebrajada a lo largo, tiembla aún y vibra como cuerda de arpa, desprendiéndose a centímetros; hay montones de naranjas reventadas, diseminadas como una extraña multitud de gotas amarillas en el huerto” (Los ejércitos 101, énfasis mío).

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menores de edad de San José, o en desplegar su voyerismo, invadiendo la privacidad de su vecina o la de las mujeres que trabajan en el pueblo, para molestia de su esposa. Mientras recorre San José y sus alrededores tras la desaparición de Otilia, sus descripciones dejan ver el deterioro gradual de su salud. El cuerpo del personaje y sus desplazamientos hacen manifiestas no solo las dificultades de su avanzada edad, centradas en la rodilla que dificulta su accionar como flâneur y voyeur, sino también en el impacto mismo del trauma: “Empiezo a alejarme otra vez a tientas; huyo con una lentitud desesperante, porque mi cuerpo no es mío” (188). En un punto en el que difiero con Buiting, considero que los efectos del conflicto en Pasos no se limitan a las reacciones de propias de un duelo melancólico por el secuestro de su esposa. Pueden rastrearse las fuentes de ese deterioro en el ambiente de zozobra que reina en el pueblo desde antes del primer ataque de los ejércitos, sumado luego a los secuestros, los ataques de las fuerzas armadas a los civiles, las muertes y mutilaciones que deja el conflicto a lo largo del pueblo. Puede verse en conjunto como un trauma social que destruye a la comunidad y se manifiesta a lo largo de la novela en sus cuerpos, no solo en el de Ismael. Hacia el final de la narración la lascivia y la lucidez del maestro de escuela retirado van dando paso a olvidos cargados de memorias de la violencia. A esto se suma el descuido de su cuerpo, el decaimiento físico, la presencia de alucinaciones y, finalmente, a un desvanecimiento de su identidad. “«Su nombre», repiten, ¿qué les voy a decir?, ¿mi nombre?, ¿otro nombre?, les diré que me llamo Jesucristo, les diré que me llamo Simón Bolívar, les diré que me llamo Nadie, les diré que no tengo nombre” (201), dice Ismael en una suerte de invocación a Odiseo. Esta negación de su identidad es también una última estrategia de confrontación frente a las formas de deshumanización que acompañan a la devastación de la guerra. Ante la forma en que los cuerpos de los sujetos son inscritos de manera implacable en los marcos deshumanizadores de la guerra por medio de una racionalidad instrumentalizada, Ismael opone una irracionalidad producto del trauma que oculta su identidad. El caso más significativo de corporeización de las consecuencias del conflicto y del trauma es el de Geraldina Almida, conocida como “la brasilera” en una forma de exotización que refuerza el papel de su cuerpo a lo largo de la trama. En el inicio idílico de la novela su cuerpo desnudo es deseado por Ismael como un objeto privilegiado de su voyeurismo desvergonzado. Después del secuestro de su hijo Eusebito y de su esposo, Geraldina entra en una profunda depresión que la inmoviliza; “empezó a vivir como petrificada en el miedo” (122), dice Ismael. Su hijo, el pequeño Eusebio, al regresar de su cautiverio no habla, permanece ausente, ensimismado, y no puede comunicarse durante mucho tiempo (151). Después de considerar la posibilidad de dejar el pueblo, la brasilera es finalmente asesinada y luego violada por un grupo de combatientes mientras Ismael observa la escena: “abierta a plenitud, desmadejada, Geraldina desnuda, la cabeza sacudiéndose a uno y otro lado” (201). La brasilera representa la forma en que el cuerpo femenino ha sido politizado, convirtiéndose en una prolongación del campo de combate en el conflicto colombiano, mientras la violencia estructural contra las mujeres en ese mismo contexto es corporeizada por medio de su historia. Por otro lado, el cuerpo de Geraldina pasa de simbolizar el centro de un entorno casi edénico a ser la representación de la destrucción de San José y su desacralización como espacio de vida en comunidad. Los cuerpos vejados de otros personajes representan la violencia deshumanizadora del conflicto sobre sujetos marginales. Claudino, el curandero, y Oye, el vendedor de empanadas, son hallados decapitados por Ismael en medio del desastre. Ambos pasajes llevan al lector a una situación límite de violencia y cercana a la repugnancia y al horror. Asimismo, estos pasajes representan el poder paralizador, traumático que proviene de experimentar aquello que no puede ser visto ni nombrado, lo intolerable para nuestros sentidos. Adriana Cavarero elabora esta idea del horror vinculándola al mito de la Medusa, definida por su cabeza separada del cuerpo, la cual repugna por la violencia detrás de su desmembramiento y lo que destroza: “El ser humano, en cuanto ser encarnado, es aquí ofendido en la dignidad ontológica de su ser cuerpo y, más

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precisamente, cuerpo singular” (24). Complementando el análisis de Vanegas Vásquez, considero que el grito de horror de la medusa es corporeizado en este pasaje: Otro grito, mayor aún, se dejó oír, dentro de la esquina, y se multiplicaba con fuerza ascendente, era un redoble de voz, afilado, que me obligó a taparme los oídos…y, en la paila, como si antes de verla ya la presintiera, medio hundida en el aceite frío y negro, como petrificada, la cabeza de Oye: en mitad de la frente una cucaracha apareció, brillante, como apareció, otra vez, el grito: la locura tiene que ser eso, pensaba, huyendo, saber que en realidad el grito no se escucha, pero se escucha por dentro, real, real. (200) El efecto de esta visión en Ismael lleva al lector a confrontar la crudeza del conflicto en una forma que no consigue el horror convertido en espectáculo, repetido por medio de numerosos medios de comunicación. Las cabezas de Oye y Claudino evocan la violencia extrema del conflicto que no solo destruye cuerpos sino que lleva a la animalización simbólica y física del otro. Anker afirma respecto a este tipo de escritura: “the narrative’s contemplation of horrific death is an imaginative exercise paradoxically necessary to re-endow the overly abstract, idealized liberal body with its essential vitality and fleshiness” (Fictions of Dignity 219, énfasis mío). Las decapitaciones, crudas corporeizaciones de la vulnerabilidad del cuerpo humano, llevan a la consideración de las violaciones de derechos humanos en el conflicto colombiano como casos concretos, lejos de generalizaciones abstractas, al tiempo que evita la creación de efímeras reacciones de simpatía en el lector. La construcción de cada personaje previa a ese desenlace en extremo violento llevaría a que se considere la situación de cada uno, sin que se igualen estos y otros personajes de la novela y se les despoje de su individualidad, lo cual se proyectaría en las víctimas reales del conflicto. Si Los ejércitos es una novela cercana al discurso de los derechos humanos lo es de una forma que no se limita a representar la violencia más visible vinculada a ese discurso, sino también otras violencias como la simbólica, o la estructural. En esta línea de descentramiento y corporeización, Rosero incorpora el impacto de esos diferentes tipos de violencia en la novela, vinculándolos incluso con la relación estratégica del conflicto, la tenencia de la tierra y el ecocidio, lo que Rob Nixon denomina “violencia lenta”,15 vinculada a procesos que impactan de manera gradual a las comunidades más vulnerables, cercana a su vez a la concepción ecológica de la justicia de Anker. El río casi seco del pueblo, un claro ejemplo de este tipo de violencia, se convierte en otra metáfora de la progresiva destrucción de San José y su tejido social.16 Rosero tematiza estas interrelaciones entre paisaje y conflicto en la novela, enunciándolas desde la perspectiva humanizadora de quienes las experimentan. En algunos pasajes la esperanza del desplazado contrasta con la destrucción que se proyecta en el paisaje, donde Rosero mezcla el drama humanitario del refugiado interno, el desarraigo y la muerte con la geografía de San 15

Nixon define slow violence en estos términos: “violence that occurs gradually and out of sight, a violence of delayed destruction that is dispersed across time and space, an attritional violence that is typically not viewed as violence at all […,] a violence that is neither spectacular nor instantaneous, but rather incremental and accretive” (Slow Violence 2). 16 “He confundido las calles y desemboco en la orilla del pueblo, cada vez más oscura, moteada de inmundicias y basuras—antiguas y recientes—, especie de acantilado donde me asomo: hará unos treinta años que no venía por aquí. ¿Qué es, qué brilla, allá abajo, igual que una cinta plateada? El río. Antes, podía ocurrir todo el verano del infierno, y era un torrente. En este pueblo entre montañas no hay un mar, había un río. Hoy, disecado por cualquier pálido verano, es un hilillo que serpentea. Eran otros días cuando a los recodos más abundantes de sus aguas, en pleno verano, no sólo íbamos a pescar: inmersas y desnudas hasta el cuello las muchachas sonreían, secreteaban, y se dejaban flotar en el agua transparente—que no dejaba de mostrarlas, difuminadas—” (Los ejércitos 39).

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José.17 En otro tiempo la naturaleza permitía la construcción de vínculos sociales gracias al disfrute que permitía, un goce físico, sensorial. En el presente apocalíptico de la novela, la comunidad y el medio ambiente han sido destruidos por las violencias que operan en el conflicto, tanto las directas y palpables como aquellas con efectos apenas visibles pero no fácilmente vinculables con la violencia mediatizable de la guerra. Rosero crea en Los ejércitos una representación del impacto traumático causado por el conflicto, el cual no solo afecta a Ismael Pasos, sino también a sus amistades y a la comunidad de San José en general, incluyendo a los sujetos marginados del pueblo. Después del primer ataque al pueblo la apatía frente a la muerte y la violencia dominan gradualmente las reacciones de los personajes y sus relaciones: “Todos corríamos ahora, en distintas direcciones, y algunos, como yo, iban y volvían al mismo sitio, sin consultarnos, como si no nos conociéramos” (97). Incluso las relaciones de la comunidad de San José con los centros de poder político acaba dominada por ese desinterés letal. Es así como el estado de excepción de la guerra lleva a que la idea de nación, de una comunidad imaginada unida en solidaridad, resulte prácticamente inexistente. El apocalipsis de San José es el resultado del abandono y la naturalización mediática de las violencias que aniquilan al pueblo. Conclusiones El impacto de las diferentes clases de violencia se manifiesta en los tipos de trauma que sufren los personajes, pero no se detiene ahí. La forma en que Rosero aborda estos aspectos psicológicos de los personajes va más allá de las objeciones de Mansfield y Anker: son otro ejemplo de la corporeizacion de un discurso plural de los derechos humanos. Es por eso que la “violencia fenomenológica” que propone Caña Jimenez para estudiar la obra de Rosero pasa a complementarse gracias a la propuesta de Anker, para ser una fenomenología encarnada, corpórea, lo cual se hace más evidente en la forma como la novela muestra el impacto traumático del conflicto. En efecto, Los ejércitos se centra en una experiencia encarnada del conflicto que va más allá de lo que Nick Mansfield llama “la lógica del secreto” y del sujeto liberal criticado por Anker. La novela mezcla elementos identificables de narrativas del trauma con una reflexión sobre las causas de las diferentes violencias del conflicto colombiano, la cual pasa por una corporeizacion del sujeto de los derechos humanos, tradicionalmente abstracto e idealizado en el lenguaje legal. Los ejércitos forma parte de la literatura que invita a desarrollar una visión crítica de los derechos humanos, por medio de una postura en la cual el sujeto liberal es descentrado y corporeizado. Aproximaciones como la que presenta Anker desde la fenomenología encarnada de Merleau Ponty permiten entender la forma en que el vitalismo corporeizado de Rosero da voz a las víctimas de estas clases de violencia. Rosero resalta las precariedades desiguales que se dan en el conflicto colombiano invirtiendo la estructura de las narrativas de los informes de derechos humanos propias del ordenamiento neoliberal. Al revelar los marcos de guerra que agudizan esas 17

“En la montaña de enfrente, a esta hora del amanecer, se ven como imperecederas las viviendas diseminadas, lejos una de otra, pero unidas en todo caso porque están y estarán siempre en la misma montaña, alta y azul. Hace años, antes de Otilia, me imaginaba viviendo en una de ellas el resto de la vida. Nadie las habita, hoy, o son muy pocas las habitadas; no hace más de dos años había cerca de noventa familias, y con la presencia de la guerra—el narcotráfico y ejército, guerrilla y paramilitares—sólo permanecen unas dieciséis. Muchos murieron, los más debieron marcharse por fuerza: de aquí en adelante quién sabe cuántas familias irán a quedar, ¿quedaremos nosotros?, aparto mis ojos del paisaje porque por primera vez no lo soporto, ha cambiado todo, hoy—pero no como se debe, digo yo, maldita sea” (Los ejércitos 61).

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desigualdades, la novela se enfrenta a las narrativas que enfatizan en la violencia visible, espectacular, apuntando más allá de los enfoques sensacionalistas de los medios, al tiempo que hace patentes las limitaciones de esas narrativas. Más allá de la lógica del secreto, la justicia y la reparación simbólica que busca esta novela están vinculadas al impacto de violencias difícilmente mediatizables. La novela tematiza el horror de la violencia visible mientras revela o hace corpóreas las formas en que se manifiesta la violencia sistémica, lenta, a veces invisible, incluyendo su aspecto medioambiental. Novelas como Los ejércitos, gracias a su afirmación de lo corpóreo, pueden interpelar los diseños geopolíticos que propone la visión liberal de los derechos humanos, abriendo caminos para visiones mucho más amplias. Obras citadas Agamben, Giorgio. Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life. Trad. Daniel Heller-Roazen. Stanford: Stanford UP, 1998. Anker, Elizabeth S. Fictions of Dignity: Embodying Human Rights in World Literature. Ithaca, N.Y.: Cornell UP, 2012. Black, Shameem. “Truth Commission Thrillers.” Social Text 29.2; 107 (2011): 47-66. Buiting, Lotte. “An Impossible Witness of The Armies”. New Trends in Contemporary Latin American Narrative: Post-National Literatures and the Canon. Ed. González, José Eduardo y Timothy R. Robbins. New York: Palgrave Macmillan, 2014. 133-52. Bystrom, Kerry. “The Novel and Human Rights.” Journal of Human Rights 7.4 (2008): 388-96. Caña Jiménez, María Del Carmen. “De perversos, voyeurs y locos: hacia una fenomenología de la violencia en la narrativa de Evelio Rosero.” Revista de estudios hispánicos 48.2 (2014): 329-51. Cavarero, Adriana. Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea. Trad. Salvador Agra. Barcelona: Anthropos, 2009. Centro Nacional de Memoria Histórica y Verdad Abierta. “Rutas del conflicto. Masacre de Bojayá”. Red. Julio 15 de 2015. Ehrenreich, Ben “After Macondo: On Evelio Rosero”. The Nation. Enero 7 de 2010. Red. Julio 15 de 2015 Fabry, Geneviève, Ilse Logie, y Pablo Decock, eds. Los imaginarios apocalípticos en la literatura hispanoamericana contemporánea. Oxford: Peter Lang, 2010. Figueroa Sánchez, Cristo Rafael. “Gramática-violencia: una relación significativa para la narrativa colombiana de segunda mitad del siglo XX”. Tabula rasa 2 (2004): 93-110. Flood, Alison. “Colombian Civil War Story Wins Independent Foreign Fiction Prize”. The Guardian, Mayo 19, 2009. Red. Julio 15 de 2015. Gready, Paul. “Novel Truths: Literature and Truth Commissions”. Comparative Literature Studies 46. 1 (2009): 156-76. Gutiérrez-Mouat, Ricardo. “Lenguaje de los derechos humanos: Dorfman, Castellanos Moya y Rodrigo Rey Rosa”. A contracorriente 11.1 (2013): 39-62. Hoyos, Héctor. “Visión desafectada y resingularización del evento violento en Los ejércitos de Evelio Rosero.” El lenguaje de las emociones. Ed. Moraña, Mabel e Ignacio M. Sánchez Prado. Madrid: Iberoamericana; Frankfurt am Main: Vervuert. 2012. 283-95. Hristov, Jasmin. Paramilitarism and Neoliberalism: Violent Systems of Capital Accumulation in Colombia and Beyond. London: Pluto P, 2014. Jiménez, David “Los ejércitos”. Razón pública. Abril 2011. Red. Julio 15 de 2015. Laub, Dori. “Bearing Witness or the Vicissitudes of Listening.” Testimony: Crises of Witnessing in Literature, Psychoanalysis, and History. New York: Routledge, 1992. 57-74.

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