DERECHO A LA CIUDAD, como rescate de los valores de uso de los bienes comunes

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Descripción

CULTURA Y ESPACIOS PÚBLICOS

DERECHO A LA CIUDAD, como rescate de los valores de uso de los bienes comunes Congreso Internacional Inventar la Democracia del Siglo XXI. Derechos Humanos, Cultura y Vivir Bien,

Por: Julio Peña y Lillo E. Presidente Consejo Adm. CIESPAL

Caracas, mayo 2015 1

DERECHO A LA CIUDAD, como rescate de los valores de uso de los bienes comunes Julio Peña y Lillo E.

Buenos días con todas y todos, como Presidente de CIESPAL, casa de la Comunicación para América Latina, es realmente un honor poder participar en este Congreso Internacional, organizado por la hermana Republica Bolivariana de Venezuela, tierra de los grandes libertadores de nuestra América, para reflexionar y abordar temas que aún tenemos pendientes en la región, como son: la profundización y el fortalecimiento de la Democracia en el Siglo XXI, la transformación de la cultura, para empoderar a la sociedad y a las artes y poder hacer frente a la sociedad de consumo imperante en el capitalismo actual, y para ahondar en los temas relacionados con el Vivir Bien, o como lo llamamos en Ecuador, el Socialismo del Buen Vivir. Es un honor al mismo tiempo estar aquí con ustedes, hermanas y hermanos latinoamericanos, para rendir un justo Homenaje a ese gigante de las letras libres y emancipadas de nuestra región, el gran Eduardo Galeano, quien como nos recuerda Atilio Borón, a más de haber sido un crítico incisivo y mordaz del capitalismo, fue un compañero comprometido con las revoluciones latinoamericanas, pensador original y profundo, ejemplo para todas esas generaciones que sueñan con hacer de nuestra Patria Grande, un lugar mucho más justo y colorido, en donde se pueda hacer más vivible la vida. Nos reunimos hoy aquí, para hablar de Cultura y Espacios Públicos, o también, como diría Galeano, para clavar los ojos más allá del infame sistema hegemónico mundial y pensar en otro mundo posible, aquí y ahora. Estamos reunidos aquí, para continuar como diría el Maestro, puliendo y afinando esa persistencia o manía a veces inexplicable, de pelear por un mundo que sea la casa de todos y no el infierno de la mayoría. Partiendo de este mirador que se propone el cambio y las grandes transformaciones, quisiera hablarles del Derecho a la Ciudad, comprendido como rescate de los valores de uso de los bienes comunes. La ponencia que presento a continuación, procura ser un detonante, un estímulo para el pensamiento y para la acción; es una invitación a los habitantes de nuestras urbes en el siglo XXI, para que deliberemos y nos activemos, cada uno desde nuestra esfera de acción y competencia, en la búsqueda de soluciones posibles a los problemas que conciernen a la ciudad y sus diferentes espacios físicos y culturales, teniendo presente, que la reconstrucción de lo común, es fruto de un trabajo mancomunado, y de un ejercicio constante de comunicación abierta entre todos quienes hacemos la ciudad. 2

¿Qué entendemos por pensar la ciudad hoy, en pleno siglo XXI, en medio de esta corriente en muchos casos devastadora que se llama “progreso”? Ciudad es un término que proviene de villa, puesto que en un principio, esta se fue conformando a partir de un grupo de viviendas, comprendidas como una unidad superior y exterior a lo que se conoce como casa de familia, hogar o casa particular. Hablar de ciudad es hablar de un ser vivo, que está en constante movimiento y circulación, es un transporte, un recorrido, es la movilidad de sus transeúntes. De todas partes la ciudad nos remite a todas partes, incluyendo al afuera de sí misma. La ciudad no es intimidad, es muchedumbre, barullo, a veces incluso pánico, o euforia, lugar de encuentro del todos juntos, pero a la vez, todos precipitados, uno contra otros, gente que se cruza, se toca y que luego se dispersa y se pierde (Nancy, 2013). La ciudad no posee una naturaleza de clase, porque la ciudad es en sí misma una mezcla orgánica de diversidades, la ciudad lo remueve todo, y está constantemente a la espera de su figura, la busca, la proyecta, puesto que no posee una demarcación precisa, ni de los contornos de su geografía, ni de las actividades, las funciones, y los flujos que se ponen en juego en los diferentes sectores de la existencia social (Nancy, 2013). Como nos recuerda el gran filósofo ecuatoriano-latinoamericano, Bolívar Echeverría, quien obtuvo el Premio Libertador al Pensamiento Crítico en el años 2006, de manos del Presidente Chávez, la modernidad, en su versión capitalista, ha intentado sistemáticamente, con embates cada vez más consistentes y extendidos, cerrarle el paso a la comunidad humana para obligarla a abdicar del ejercicio directo de la función política, tratando de hacer de la comunidad humana, un mero objeto, es decir, de reducirla al modo de existencia de mano de obra barata, o de una cosa que se compra, se vende o se desecha al interior del mercado capitalista. La americanización de la modernidad (Echeverría, 2008) y el establecimiento del pensamiento individualista neoliberal, como pensamiento único, condujo a que muchos de los valores de uso relacionados con los bienes comunes, como son: plazas, espacios públicos, transporte, áreas verdes, áreas de encuentro, la cultura y la contemplación, sean constantemente sacrificados a favor de la privatización, en donde los grandes beneficiarios de una cultura de lo privado, como sabemos, ha sido siempre, una pequeña minoría. Como nos recuerda Galeano en su Libro de los Abrazos, las latinoamericanas son ciudades de rostro resplandeciente, en donde las grandes mayorías viven con menos de un dólar por día, y cuyos barrios altos, anhelan vivir como en Miami, es decir, miamizar la vida, con ropa de plástico, comida de plástico, gente de plástico (como nos diría también Rubén Blades), en donde el poder 3

acceder a todo tipo de mercancía, se confunde automáticamente con la realización de la llamada “felicidad” de esas sociedades del consumo y luego existo (Baudrillard). La vida cotidiana de la ciudad, como nos recuerda David Harvey (2014), sus formas diversas de expresión, de relacionarse, de socializar, se ven una y otra vez asechadas por las demoliciones, los desplazamientos y las construcciones privadas, que fungen como motor de la economía. El llamado desarrollo, termina por engullir a las ciudades, y hace emerger nuevas formas urbanas, que remodelan los entornos y contornos en los que vive la gente, la cual a su vez, se ve obligada a remodelarse y adecuarse también a los nuevos contornos privatistas, para poder sobrevivir en estos espacios que brotan, cada vez más pequeños, más hacinados, más distanciados unos de otros, a pesar de que en muchos casos, se pueda vivir en un mismo barrio o en un mismo edificio (Harvey, 2014). Los espacios de encuentro y sociabilidad como valor de uso, si no poseen fines de lucro, si no son rentables, pasan a ser demolidos o extirpados de la ciudad. El vecino en nuestros días puede estar muy cerca, y a pesar de ello no tenemos con él una mínima interlocución o proximidad, al igual que con los muertos en los cementerios, ellos también en muchas ocasiones vecinos físicamente próximos, con los cuales ya no se tiene ningún tipo de relación. En las ciudades modeladas por la mano del individualismo mercantilista, todo el mundo se encuentra y se evita, se cruza y se desvía. Las miradas apenas se tocan, se sumergen en sus ausencias respectivas, unos para otros extraviados, indiscretos, unos para otros extranjeros, intrusos, tan parecidos pero a la vez tan ajenos (Nancy, 2013). Y es que la esencia misma de la economía capitalista, como ya lo señaló claramente en su momento, Carlos Marx, se asienta en la desposesión del trabajo, del ocio, de la naturaleza, así como de los espacios urbanos y los servicios públicos. En este escenario de despojos, el Estado o los gobiernos locales juegan un papel fundamental, ya que son ellos los que agencian la apertura de espacios destinados únicamente a la multiplicación del capital, por sobre la realización de los seres humanos. Los empresarios dominan las ciudades, y con ello dominan y modelan también los usos y costumbres de la sociedad, sus esferas culturales, y los campos de la vida cotidiana y el esparcimiento. El resultado de estos procesos de construcción de ciudad y sociedad, es el de hacer pasar a la mercantilización de un sin número de bienes y servicios, de todo cuanto nos rodea, como algo natural y propio del “progreso” (Echeverría, 2013).

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La supresión o despojo de los espacios públicos, de las áreas verdes, de un transporte público de calidad, se ha convertido bajo la lógica neoliberal, imperante aún en muchas de nuestras ciudades, en un modelo de gestión que se enfoca más en el beneficio del individuo, que en el de la sociedad en su conjunto. En estas sociedades como nos recuerda Galeano: “Sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva buena suerte, que llueva a cantaros la buena suerte, pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca” (Galeano, 93).

Estos nadies, los ningunos, los ninguneados, como señala Galeano, antes de la llegada de los procesos revolucionarios a nuestro continente, morían jodidos y rejodidos, ya sea en manos de la policía o ya sea en manos de la economía (Galeano, 1993). Los compromisos que los sectores económicamente dominantes mantenían con la reproducción del poder, dejaba entrever una clara incapacidad desde la política que configura la ciudad, de aprovechar los posibles beneficios de los bienes comunes y su valor de uso para los ciudadanos. La configuración arquitectónica y física de nuestras urbes, así como de la vida ciudadana, ha sido siempre modelada en función de la voluntad de los flujos de capital, caracterizados por ser muy poco incluyentes y muy poco preocupados por el bien común. En este modelo de ciudades como decía Galeano, lo que prima es poder comprar, usar, desechar, ser comprado, ser usado, y ser desechado. Esta tragedia de los comunes que padecen hasta hoy las ciudades del siglo XXI, nos deja ver, como sostiene René Ramírez (2014), que las estrategias individualmente racionales, conducen en la mayoría de los casos, a resultados colectivamente irracionales. La comunidad o lo comunitario pasó hacer de esta manera, el fantasma ya perdido para siempre de la sociedad, y de las ciudades, las cuales en nuestros días se han incivilizado, revelando al mismo tiempo la incivilidad de nuestra civilización (Nancy, 2013). Los modelos excluyentes de ciudad terminaron salpicándonos a todos, con su miseria, su abandono y exclusión, con las afectaciones a las fachadas y vitrinas, con sus desplazados y con el acecho constante de la violencia. A pesar de los desarrollos tecnológicos, en la versión capitalista del “progreso”, seguimos apretados, cuerpo a cuerpo en los subterráneos, en las escaleras mecánicas, o como sucede en las calles, autos contra autos (Nancy, 2013).

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Sin embargo, esta tragedia de los comunes puede ser subvertida, o convertirse en virtud, cuando comprendemos como sociedad, que una ciudad no puede y no debe ser intervenida de manera aislada, intermediada únicamente desde los apetitos individuales basados en los fines de lucro (Ramírez, 2014). Cuando recordamos el valor de la comunicación, para mediar entre unos y otros, para aproximarnos y para proyectar la ciudad entre todos. Cuando comprendemos, que es fundamental, involucrar en toda construcción a los participantes o implicados, teniendo en cuenta que el Estado, el mercado, o la sociedad, no son actores aislados o antagónicos, sino que es necesario trabajar articuladamente para poder rescatar o regenerar los espacios y servicios relacionados con los bienes comunes (como son los servicios públicos, las áreas verdes, las plazas y explanadas, la educación, el conocimiento, la salud, el arte, la nutrición, el transporte, etc.) (Ramírez, 2014). Recuperar la dimensión colectiva de la ciudad, es comprender que el ciudadano o el “otro”, aquel que nos es ajeno, no necesariamente es un competidor, o enemigo, sino que también puede ser mi amigo, o un vecino, o un colega (Ramírez, 2014). Recordando a Galeano, tenemos que tener presente que en las ciudades del socialismo del siglo XXI, ya no podemos seguir percibiendo al prójimo como a un enemigo, un obstáculo a saltar, o una cosa para usar o pisotear. Esto implica, generar diseños institucionales de proximidad, o comportamientos cooperativos, con el fin de poder re-apropiarnos de esos bienes comunes tan necesarios para poder convivir humanamente en la ciudad. Activar políticamente el ejercicio de la solidaridad como nos recuerda Galeano, es activar al mismo tiempo un ejerció de humildad, que nos enseña a reconocernos en los demás, y a reconocer la grandeza escondida en las cosas pequeñas, o que nos parecen irrelevantes (como un encuentro, una charla, una alegría o una pena compartida), esto implica además, denunciar la falsa grandeza de las cosas grandotas (la gran refrigeradora, televisión, celular, etc.), propios de un mundo que confunde la grandeza con lo grandote. Lo que es de todos, no puede seguir siendo percibido como que es de nadie, el momento político que vive la Región, nos obliga defenderlo como algo que es nuestro y que nos beneficia a todos (Ramírez, 2014). Las ciudades del siglo XXI deben hacer posible el vivir juntos, incluso entre todo aquello que no estaba dado o pensado como conjunto o colectivo. La ciudad nace de una convergencia y comunicación de encuentros, el arte que le corresponde como ciudad, consiste en permitir la consecución de los encuentros entre ciudadanos, entre éstos y el arte, entre éstos y los espacios públicos, y entre éstos y la contemplación y socialización (Nancy, 2013).

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Retomando a Echeverría, hablar de la modernidad de lo barroco, propia de los latinoamericanos, es hablar justamente de una forma de vivir al interior de la modernidad capitalista, es una manera de sobrevivir o de inventarse estrategias dirigidas a neutralizar la contradicción propia del capitalismo, en la cual el progreso del capital se produce a costa de un desgarramiento constante de los seres humanos y de la naturaleza, debido a un modo de producción que antepone, la multiplicación del capital frente a los aspectos cualitativos de la vida (valores de uso, medio ambiente, sociabilidad no mercantilizada, tiempo libre, etc.), que son incesantemente acosados por las dinámicas del capitalismo. Por esta razón, tornar más vivibles a nuestras ciudades desde una perspectiva barroca, implica maximizar los espacios y las actividades que vienen a irrumpir en medio de la rutina productivista. El ethos barroco en su lógica de decoración absoluta de la vida, cultiva diferentes posibilidades de ejercer esa ruptura, entre las cuales tenemos el juego, la fiesta y el arte; dimensiones que comparten entre sí, el rasgo común de una búsqueda o persecución obsesiva de restablecimiento de los sentidos de la vida, frente a la artificialidad productivista que se impone, aísla y oprime a los seres humanos (Peña y Lillo, 2014). Por ello: el Juego, nos dice Echeverría (1998), se presenta como esa ruptura que muestra la intención autocrítica de la cultura, que consigue que se inviertan, aunque sea por unos instantes, los papeles que el azar nos ha impuesto. El momento lúdico, trae consigo el placer de la experiencia de una pérdida fugaz de todo soporte; la instantánea convicción de que el azar y sus consecuencias pueden ser, en un momento dado, intercambiables. La Fiesta, por su parte, como agrega George Bataille (1971), es esa dimensión en la cual está permitido -y en la que incluso se exige- aquello que está excluido de la esfera del tiempo cotidiano u ordinario. La transgresión en los momentos de la fiesta, es justamente lo que le da su colorido y lo que llama nuestra atención. Si no hay este traslado, si el paso de la conciencia rutinaria a la conciencia de lo extraordinario no se da mediante una sustitución de lo real por lo festivo, no hay propiamente una experiencia de fiesta. Muchas veces es en esta experiencia donde la actitud anticapitalista está omnipresente. El caso del Arte es sin embargo, completamente diferente a las dos anteriores. Con el arte, se intenta de revivir esas experiencias de plenitud de la vida; pero ya no mediante el recurso a esas ceremonias o ritos sino a través de sus propias técnicas, dispositivos e instrumentos, que nos invitan a apreciar otras dimensiones de la vida que la rutina obstruye, silencia, posterga, o calla. Desde estas dimensiones entre otras, es como ethos barroco afirma el “valor de uso” en medio del reino del “valor de cambio” (Echeverría, 1998).

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Una ciudad impregnada por el ethos barroco como son en gran parte nuestras ciudades latinoamericanas, pueden desarrollar entonces esa vocación extraordinaria (por fuera de lo ordinario), de provocar experiencias estéticas, logrando proporcionar al resto de la comunidad oportunidades de vida y de goce, incluso en ocasiones de excepcional miseria (Peña y Lillo, 2014). Promover y fortalecer las dimensiones propias del ethos barroco como son: el juego, la fiesta y el arte, es otra forma orgánica de re-componer las relaciones sociales de un modo no mercantilizado, para que se pueda regenerar y alegrar la vida, recuperando aunque sea por unos instantes para la comunidad, oportunidades de vivir, por fuera de las restricciones propias de productivismo afiebrado. La posibilidad de multiplicar y regenerar constantemente estos encuentros, y estos tejidos sociales y culturales, es lo que puede hacer resurgir a la ciudad del siglo XXI. La ciudad debe ser un encuentro continuado, entre nosotros, así como con el otro y con lo otro, con lo que nos es extraño, diverso o ajeno. La ciudad espera ser habitada, espera que podamos recorrerla y así ofrecernos todas sus posibilidades liberadoras, por fuera de la unidimensionalidad de lo estrictamente productivo (Marcuse, 2014). Es por ello que la construcción de las ciudades del siglo XXI y el mejoramiento de sus respectivos servicios públicos, es un asunto de interés general, y requiere de una cultura política republicana, que no sólo exige derechos (como son los liberales), sino que demanda de nosotros una mayor activación y participación como sujetos políticos, a la hora de encarar los procesos de toma de decisiones y de definir el modelo de ciudad en el que queremos habitar. No podemos olvidar que la ciudad vive en correspondencia, es decir, un lugar responde a otro, el hábitat responde al trabajo, el cual a su vez responde al comercio, que responde a diversas instituciones sociales y comerciales. La ciudad es entonces, un nudo de correspondencias, y de acciones reciprocas. La ciudad acecha a todas las formas de intercambios que le atraviesan, todas las relaciones, todos los contactos, todos los recorridos, los pasos, los pasajes, los impasses, los paseantes, los transeúntes (Nancy, 2013). Cuando hablamos de ciudades que forman parte de este nuevo paradigma del Socialismo del Buen Vivir, esto quiere decir, priorizar la recuperación de los valores de uso: seguridad, limpieza, conectividad, espacios públicos de calidad, áreas verdes, con un enfoque ambientalmente responsable, modelado en función de las necesidades de los ciudadanos, por sobre los intereses del capital. No podemos perder la perspectiva, de que es el transeúnte y no el automóvil el protagonista de la ciudad, es en él donde se cristaliza el arte del movimiento de la ciudad. El principio de paso y del movimiento requiere de una traslación 8

continua que lo pueda llevar poco a poco de un lugar de vida o de trabajo a otro, a cualquier otro, a todos los otros lugares. El transeúnte es precisamente aquel que, al pasar de lugar en lugar, los reúne a todos en una proximidad que desafía sus distanciamientos (Nancy, 2013). Uno de los errores que más se repiten a la hora de concebir y construir las ciudades contemporáneas se da, cuando los empresarios no consideran los flujos de paso de los transeúntes, los posibles lugares de descanso o de encuentro, las posibles áreas verdes para la respiración de la ciudad y sus habitantes, o los espacios públicos para promover la sociabilidad, los encuentros entre amigos y vecinos, espacio abiertos incluso para el fomento de las artes o la contemplación al interior de la ciudad (Harvey, 2014). Todas estas dimensiones terminan la mayoría del tiempo, sacrificadas en función de la construcción de edificaciones completamente aisladas y aislantes. La falta de implicación ciudadana en los problemas de la ciudad, hace que éstas se conviertan en selvas de cemento, completamente hostiles a sus habitantes. Todo el arte de la ciudad radica entonces, en su capacidad de potenciar los flujos de comunicación, los encuentros, de generar conexiones, tender puentes, así como también, de su capacidad de gestionar un transporte público digno y de calidad, de mejorar los transbordos, de conectar los diferentes dominios, residencias, funciones, oficios, roles, identidades, tanto con la dimensión productiva como con las dimensiones del esparcimiento. Es fundamental desde una perspectiva de construcción de ciudades del Buen Vivir y de la recuperación de los bienes comunes, tomar partido por el derecho a la ciudad que queremos, estas son las reivindicaciones que debemos politizar, esto es los que debemos exigir como ciudadanos del siglo XXI que las habitamos cotidianamente. Las conquistas comunes son una ganancia social, puesto que los beneficios se distribuyen entre todos. De tras de la recuperación de los bienes comunes, como sostiene Ramírez (2014), esta un nuevo proyecto de sociedad y la respuesta al interrogante, sobre el tipo de sociedad y de ciudad que queremos construir. Como ciudadanos comprometidos con la ciudad, debemos permanecer constantemente movilizados, y exigir a nuestras autoridades que se dé prioridad a la satisfacción de nuestras necesidades humanas y sociales. Como nos recuerda a Armando Silva (2014), lo público debe ser recuperado, así como todas aquellas dimensiones donde se expresa el valor comunitario, en el uso de la ciudad.

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El arte, para Armando Silva (2014), juega un rol preponderante, ya que puede servir como inspiración de varios movimientos de resistencia, dada su misma naturaleza de disenso, lo que implica al mismo tiempo, poder ocupar y reapropiarse de los espacios públicos, como son los parques, las plazas, y las calles. No podemos olvidar que la estética vehicula el carácter creativo, sensible, emocional de los individuos, es parte de su autonomía como sujetos individuales y como colectivos. El espacio público y los bienes comunes en una ciudad, son entonces, un lugar de conquista permanente frente al despojo causado por los intereses mercantiles (Silva, 2014). Es imprescindible recuperar los espacios de encuentro y de arte, donde podemos aprender a convivir de otra manera con los demás, donde podemos aprender a mostrarnos públicamente (Silva, 2014). El socialismo como sostiene Gramsci (2005), o en nuestro caso, una ciudad del Buen Vivir, debe desarrollar o evolucionar hacia momentos sociales cada vez más ricos en valores y en espacios de encuentro colectivos. El espacio público, es un lugar donde se manifiesta la diversidad de identidades urbanas, no sólo desde la arquitectura, sino también desde las diversas formas de expresión cultural. Construir una ciudad más convivial y habitable implica al mismo tiempo, ser capaces de re-insertar el arte dentro de la vida cotidiana de la ciudad, tornándolo accesible, tomando a la cultura como viva expresión de lo urbano, más allá de la pura y dura infraestructura física. Democratizar la ciudad quiere decir, sacar al arte de los lugares tradicionales de exposición, como son las salas de conciertos, las galerías, los museos, o centros de exposición, quiere decir, tornarlos accesibles, permitiendo de este modo que la comunidad pueda apropiarse de las diversas posibilidades de experiencia estética. En las sociedades capitalistas avanzadas, donde el cultivo de la cultura y las Humanidades está bajo amenaza, es vital promover actividades como el estudio de las artes y la cultura, precisamente porque las mismas no tienen ningún propósito pragmático inmediato, y porque cuestionan la racionalidad utilitaria e instrumental de la hegemonía capitalista, justamente porque el capitalismo no genera ni otorga espacio-tiempo para ellas, razón por la cual incluso gran parte de las universidades quieren desterrarlas (Eagleton, 2015). Por otra parte, todo socialista debe tener claro que el arte y la cultura son escenarios de lucha sumamente importantes, en particular porque la cultura, en el sentido cotidiano de la palabra, es el lugar donde el poder se sedimenta y reposa. Sin una relación directa y constante con el arte y la cultura, es muy difícil y abstracto ganar la lealtad popular (Eagleton, 2015).

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La historia de los seres humanos ha sido siempre una historia de lucha y trabajo por suscitar instituciones sociales que garanticen un máximo de bienestar (Gramsci, 2015), desde esta perspectiva, la recuperación de los espacios públicos en el siglo XXI requiere imperativamente, de una ciudadanía movilizada, activa, y participante, que reivindique su derecho a la ciudad, y que contribuya a forjar su destino como colectivo inmerso en una dinámica que podría llamarse, como sostiene Armando Silva (2014), un urbanismo ciudadano de convivencia más humana.

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Bibliografía:



Echeverría, Bolívar (2013): “Modelos elementales de la oposición campociudad”. Edi. Ítaca. México.



Echeverría Bolívar (2008): “La americanización de la modernidad”, Edi. Era. México.



Echeverría Bolívar (1998): “La modernidad de lo barroco”, Edi. Era. México.



Eagleton, Terry (2015): “El marxismo es mucho más que un método crítico”. Marxismo Crítico http://marxismocritico.com/2013/11/13/el-marxismo-esmucho-mas-que-un-metodo-critico/



Galeano, Eduardo (1993): “El libro de los abrazos”. Edi. Siglo XXI. México.



Gramsci, Antoni (2005): “Antonio Gramsci antología”. Siglo XXI. México.



Harvey, David (2014): “Diecisiete Contradicciones y el fin del capitalismo”. Edi. IAEN. Ecuador.



Marcuse, Herbert (1964): “El hombre unidimensional”. Edi. Ariel. España.



Nancy, Jean-Luc (2013): “La ciudad a lo lejos”. Edi. Manantial. Argentina.



Peña y Lillo, Julio (2014): “El ethos barroco como resistencia al capitalismo”. Revista Socialista Nº8. Buenos Aires – Argentina.



Ramírez, René (2014): “La tragedia de los comunes”. Edi. Abya Ayala. Ecuador.



Silva, Armando (2014): “Imaginarios, el asombro social”. Edi. Intiyan-CIESPAL. Quito.

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Les passantes o a las transeuntes George Brassans

Quiero dedicar este poema, A todas las mujeres que amamos, Durante algunos instantes secretos, A las que apenas conocemos, A las que se mueven por destino diferente, y que ya no volveremos a ver más.

A aquella que vemos aparecer, Un segundo en su ventana, Y que rápidamente, se desvanece, Pero cuya esbelta silueta, Tan graciosa y delicada, Nos deja perplejos, por no decir, maravillados.

A la compañera de viaje, Cuyos ojos, encantador paisaje, Nos hace parecer corto el camino. Y siendo quizás los únicos en comprenderla la dejamos bajar, Sin siquiera haber rozado su mano.

A aquellas que ya están comprometidas, Y que viven horas grises, Cerca de seres que le son tan diferentes, Dejándonos inútil locura, De apreciar tal melancolía De ese futuro que les será desesperante. 13

Bellas imágenes apreciadas, Esperanzas frustradas de un día, Que mañana ya serán olvidadas. Por poco que la felicidad sobrevenga, Es raro volver a recordar los episodios del camino.

Pero si hemos fracasado en la vida, Soñamos muchas veces, con un poco de envidia, En todas esas posibilidades de felicidad percibidas, Como en aquellos besos, que no osamos arrebatar, O en aquellos corazones que nos siguen esperando, O en aquella mirada, que ya no volveremos a ver más.

Entonces, en las noches de fatiga o hastío, Cuando los fantasmas de la memoria se presentan, lloramos esos labios ausentes, De todas esas bellas transeúntes fugaces, Que no supimos retener…

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