Derecha, izquierda y el valor Verdad

July 23, 2017 | Autor: Carlos Escudé | Categoría: Truth, Philosophical Realism, Academic Dishonesty :stages of moral reasoning
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Descripción

Derecha, izquierda y el valor Verdad Por Carlos Escudé Publicado por La gaceta literaria de San Miguel de Tucumán el 24 de abril de 2005 En la noche del 31 de diciembre de 1999, meses antes de su muerte, tuve el privilegio de compartir un Cohiba con una figura emblemática de la Revolución Cubana: el fotógrafo Alberto Korda, cuya obra “Guerrillero Heroico” fuera calificada como “la foto más famosa del mundo y un símbolo del siglo XX” por el Instituto de Arte de Maryland, en los Estados Unidos. Las circunstancias fueron un signo de los tiempos: asistimos con mi mujer a una fiesta de fin del milenio, celebrada por artistas cubanos en La Habana en honor de galeristas de Los Ángeles que comercializan su obra en el mundo entero. Incorporado a la sociedad de consumo capitalista, el arte socialista ha perdido todo potencial subversivo y sirve para alimentar los espíritus burgueses cuyos hogares, despachos y museos reviste. Ese destino no es extraño. Mucho antes de aquella reunión, mi contertulio Korda había experimentado la masiva difusión mundial de su celebérrimo retrato del Che Guevara, que como ninguna otra obra plástica contemporánea sería reconocido por cualesquiera de nuestros lectores en Tucumán. El mercado incorporó al “Guerrillero Heroico” y ya nunca lo soltó, usándolo a veces legalmente y otras de manera fraudulenta. Hasta Andy Warhol, otro emblema del siglo XX, plasmó un lienzo con nueve imágenes de la foto en fondos y colores diversos. El itinerario es sorprendente: de la Revolución al Pop Art americano pasando por Korda. Quizás se trate de los mercaderes del Templo de la era postmoderna, pero ellos son fieles a las reglas del capitalismo, frecuentemente incomprendidas entre nosotros. Cuando en The Big One, el documental de 1997 recientemente televisado en la Argentina, Michael Moore alardea de usar el dinero de viles multinacionales para difundir un mensaje contestatario, cumple con las generales de la ley. Los liberales deberían darse por satisfechos, pero en cambio se rasgan de vestiduras frente a la amoralidad del documentalista, quizá sin comprender que al acudir a la falacia para criticar a un adversario, incurren en un travestismo que priva de sustento racional y moral a su propia ideología. Sería más comprensible si se indignaran los de izquierda, ya que es casi seguro que la prédica del cineasta será capitalizada por las explotadoras empresas que lo financian, de la misma manera en que lo fue la famosa foto de Korda. Pero he aquí que el progresismo justifica los métodos de Moore simplemente porque éste milita en sus filas, así como nuestra derecha los critica sólo porque se trata de un adversario ideológico. Casi cualquiera de sus posibles tácticas sería aplaudida por la izquierda y desaprobada por nuestro mal llamado “centro”. Todo se reduce a una cuestión de camisetas e intereses políticos en que el valor Verdad está completamente ausente, aunque todos los disputantes se revistan de ropajes morales para defender sus falacias y atacar al contrario. Esta no es sino una de las tantas manifestaciones de la subversión valorativa que contamina a una sociedad argentina donde prácticamente se ha extinguido la pasión por la verdad. Lo que cuenta y se avalora no es lo verdadero sino a quién le sirve. Las verdades se callan y se 1

niegan sistemáticamente si son políticamente útiles para el bando opuesto. Así, se degrada la calidad no sólo moral sino también intelectual de nuestras vidas. Por cierto, cunde un desprecio nunca reconocido tanto de los valores intelectuales como de toda concepción seria del imperativo categórico, que es tenido por patrimonio de necios y de quijotes. Para documentar esta patología cultural no hay nada mejor que recurrir a la experiencia personal. Cuando recientemente, en una nota de opinión publicada en La Nación, dije que el canje de bonos había estado bien negociado por el gobierno argentino, ambos Bernardo Neustadt y Rosendo Fraga me preguntaron (desde el mayor respeto y amistad) si me había convertido en vocero de Kirchner. Mi argumento se apoyaba en una analogía: la forma en que los ingleses nos impusieron, en 1947, el canje de los ferrocarriles por la importante suma que ellos entonces nos adeudaban. Esto suscitaba nuevas objeciones. ¿Acaso no soy amigo de los ingleses? ¿No he afirmado que las Malvinas no son nuestras sino de sus habitantes? La verdad no existe para nosotros. Decir que las Malvinas son de los kelpers sirve a los británicos y se supone que sólo quien sea su vocero puede ser capaz de afirmarlo. ¿A qué argentino pueden importarle los presuntos derechos de esa minúscula comunidad foránea descendiente de usurpadores? La proposición no se toma o refuta en sus propios términos sino en función de los intereses que beneficia. Decir que en 1947 los ingleses nos hicieron una trampa similar a la que nosotros ahora perpetramos contra ahorristas de muchas nacionalidades, sirve al nacionalismo xenófobo de quienes no entienden que el desarrollo requiere crédito y capitales. ¿A qué liberal le importa que los archivos norteamericanos y británicos demuestren cabalmente, con documentos de su propio cuño que en su tiempo fueron secretos, que en la década del ’40 fuimos víctimas de una verdadera estafa? Estos son datos para eruditos que no deben confundir a la opinión pública. Si son falsos o verdaderos se considera irrelevante. Pero lo que realmente desconcierta por inconcebible y contradictorio es que alguien pueda afirmar simultáneamente que el canje estuvo bien negociado, que los ingleses nos hicieron trampas en el pasado, y que no obstante, facilitar futuros flujos de capital es muy importante. Estas proposiciones se perciben como contradictorias porque no se evalúan en términos de su verdad o falsedad sino en función de los intereses a los que resultan útiles. Cada una de ellas es aceptada o desestimada según favorezca o perjudique a la ideología con que un sujeto se identifica. El valor Verdad se descarta junto con toda búsqueda ética e intelectual honesta, abierta a cualquier descubrimiento. Resulta incomprensible entre nosotros aquella noble rebeldía esencial a la grandeza de Occidente, que condujera a Galileo a arriesgar la vida sólo por susurrar encendida y compulsivamente, “¡e puor si muove!”, en referencia al movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Así las cosas, en un plano más pedestre resulta inconcebible que la oposición le reconozca méritos al gobierno en ámbito alguno. Por el contrario, la tónica es usar el trágico incendio en una discoteca para intentar voltear al jefe de gobierno de Buenos Aires. Si nos oponemos a esta táctica es porque somos simpatizantes de Ibarra y de la izquierda que representa. Fiel a ese espíritu, en su columna de Internet del 16 de marzo Jorge Asís arremete contra la 2

lucha anti-corrupción arguyendo que daña a la democracia porque le sirve a la izquierda. Como cabe, su escrito fue distribuido masivamente por representantes de la derecha vernácula. Si los corruptos en cuestión pertenecen al bando propio, resulta argumento baladí que la derecha sea en teoría el partido del orden, y que la hipercorrupción a la que asistimos sea profundamente subversiva de ese orden. De tal modo se anulan el pensamiento y la ética. Sólo sobrevive el utilitarismo de corto plazo. Empantanada en este juego de suma cero en que cualquier logro de la facción rival es computado como una pérdida propia, tanto la izquierda como la derecha se subvierten. Después de todo, ¿qué es la izquierda sino un programa y una sensibilidad política anclados en una escala de valores compleja donde la equidad social tiene primacía, aunque sin menoscabo de otros valores importantes como la seguridad y la libertad? ¿Qué es la derecha sino una sensibilidad y un programa basados en una matriz similarmente compleja en que el predominio corresponde a la seguridad, pero sin menoscabo de la equidad y la libertad? ¿Y cómo pueden esta derecha e izquierda sobrevivir en un contexto en el que todos estos valores se degradan porque ya no existe un criterio de verdad excepto el de la funcionalidad de este acontecimiento o aquella medida para el “proyecto de poder” de la facción propia? Por cierto, nada hay tan infame como este concepto típicamente nuestro, por el que los principales partidos políticos se convirtieron, hace ya décadas, en banderías donde conviven tendencias ideológicas opuestas que comparten el objetivo meramente instrumental de tomar el poder. Justicialismo y radicalismo fueron y son grandes bolsas de gatos como Boca y River, que nada representan excepto las ambiciones de sus dirigencias y el encandilamiento del populacho. Son la antítesis del socialismo chileno, el gaullismo francés, el conservadurismo británico o el liberalismo alemán. En un contexto como el nuestro no existen ni izquierda ni derecha. Imperan tan solo la lucha sórdida, la corrupción y la mentira. Se extinguen la vida civilizada, los ideales y la búsqueda de verdades, todas las cuales se desdibujan en el choque de intereses mezquinos. En un juego de espejos casi tan infinito como estéril convergen defensores y detractores de Moore, justicialistas y radicales, cruzados contra la corrupción ajena y encubridores de la propia. Mientras tanto, la gran historia de lo humano será plasmada por otros pueblos, compuestos por gentes deseosas de invertir miles de millones en la exploración de las lunas de Saturno, apreciadoras sin prejuicios del buen arte cubano, y dispuestas a luchar y morir por las causas más diversas a veces con razón y otras veces sin ella, porque más allá de yerros y aciertos saben que la realidad y la verdad existen, y quieren conocerlas y alcanzarlas. Para colmo de bienes, esa voluntad los hará poderosos, como a nuestros antepasados de tiempos de Fernando e Isabel. Enhorabuena. Hoy no nos merecemos otra cosa.

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