Democracia y literatura. La obra de Francisco Flores García

July 6, 2017 | Autor: C. Ferrera Cuesta | Categoría: Democracy, Theatre
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DEMOCRACIA Y LITERATURA. LA OBRA DE FRANCISCO FLORES GARCÍA Carlos Ferrera Cuesta Universidad Autónoma de Madrid

L

a conexión entre literatura y política quedó patente desde los comienzos de la modernidad, momento a partir del cual, según Carlos Serrano, se consolidó lentamente el estatuto jurídico del autor. Desde el punto de vista intelectual el proceso revolucionario que puso fin al Antiguo Régimen vino precedido, según la obra clásica de Habermas Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, por la creación de una esfera pública, o espacio de discusión libre y crítico con la situación sociopolítica de su tiempo. Aunque se haya cuestionado la caracterización esencialmente burguesa presente en la obra del filósofo alemán, sí ha habido mayor coincidencia en que ese ámbito estuvo en el origen de una opinión pública dotada de las funciones de criticar al poder, pero también de orientarlo en su acción a medida que se establecían regímenes liberales, e incluso de convertirse en manifestación de la llamada voluntad nacional. @ También existe consenso en que esa opinión pública estuvo en alguna medida unida al ámbito literario. Roger Chartier ha descrito en el caso francés cómo las discusiones en torno a la estética en el siglo xviii acabaron extendiéndose a los demás ámbitos, al tiempo que la condición de letrado excluía a los sectores más bajos de la sociedad y reservaba el derecho de la representación política a las minorías alfabetizadas (es cierto que en permanente crecimiento a lo largo de la centuria). Por su parte, Robert Darnton resaltó en su momento el protagonismo de una serie de literatos de segunda fila en la Francia de las postrimerías del Antiguo Régimen, cuyo rechazo del mundo académico alimentó el estallido revolucionario de @789. En el caso inglés, Terry Eagleton ha señalado cómo la literatura y la crítica literaria sirvieron para consolidar el movimiento de emancipación de la clase media, al articular sus demandas frente al Estado absoluto y al reforzar su autoestima mediante la creación de un nuevo modelo de persona que fusionaba las cualidades del caballero y del puritano y era portador de un nuevo lenguaje pautado por una serie de normas comunes sobre el gusto y la conducta dictadas por la disciplina literaria. Lynn Hunt ha destacado, igualmente, cómo, al describir el dolor y el sentimiento interior y la comunicación entre personas,  

@   Carlos Serrano , El nacimiento de los intelectuales: algunos replanteamientos, «Ayer», 2000, n. 40, pp.@@-23; Jürgen Habermas , Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, México, Gustavo Gili, @98@; George Eley , Nations, Publics, and Political Cultures: Placing Habermas in the Nineteenth Century, en Habermas and the public Sphere, ed. Craig Calhoum, Cambridge, ma, mit Press, @992, pp. 289-339. Para el papel de la opinión pública, véase el monográfico Historia, política y opinión pública, «Ayer», 20@0, n. 80.

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la literatura introdujo nuevos conceptos de organización social y vida política y sentó las bases del concepto de individualidad de los derechos humanos. @ Con posterioridad a las revoluciones de finales del siglo xviii y de comienzos del xix no fueron extraños los lamentos por esa presencia de los literatos, en especial entre quienes censuraban el resultado de aquellos procesos. Por ejemplo, al comparar la evolución sin grandes sobresaltos de Inglaterra en aquel periodo con el extremismo de la experiencia francesa, Tocqueville incidió en la diferencia existente entre los hombres de letras ingleses y franceses, pues de las mentes de estos últimos, alejados del poder por la cerrazón de las clases privilegiadas, habían surgido alternativas utópicas carentes de la moderación proporcionada por la práctica del gobierno, que sí había sido algo habitual en sus colegas británicos. Sin embargo, el recelo por los funestos resultados de la aplicación de ideas abstractas a la realidad no impidió que siguiera vigente la idea, proveniente de la Ilustración, de que la literatura cumplía una función moralizadora de la sociedad. Ya a comienzos del siglo xix, Mme de Stäel, si bien reconocía que la literatura se veía influida por el avance de la filosofía y de las costumbres, también otorgaba al progreso literario la capacidad de mejorar las facultades humanas. En España, Larra defendía que la literatura reflejaba el estado de la civilización de los pueblos y por eso la crítica literaria era una forma más de hacer política y los literatos debían servir de faro en cuestiones de moralidad. Años más tarde, Valera, amparándose en la concepción de la estética clásica, convertía esa labor en algo natural, pues las obras escritas, que nunca debían convertirse en tratados de moralidad, se tornaban morales simplemente por desenvolverse en el territorio de la belleza. Profundizando en esa línea Joaquín Francisco Pacheco consideraba natural combinar política y literatura porque, según reconocía, el estudio de las leyes y su participación en la política no habían mermado su gusto por lo bello. 2 La cuestión del papel moralizador de las letras se vio afectado de forma recurrente a lo largo del siglo xix, como veremos, a medida que la presencia de las clases populares en la política se volvió evidente. La presencia de nuevos actores volvía la sociedad más compleja y sujeta a tensiones que podían desembocar en un conflicto social, percibido como una posibilidad ligada al comportamiento de unos sujetos, que por su ignorancia, no estaban acostumbrados a ese tipo de convivencia. De esta manera, como ha señalado Pocock, la mejora y refinamiento de los modales o manners se convirtió en una herramienta fundamental a la hora  



@   Roger Chartier , Espacio público, crítica y desacralización en el siglo xviii. Los orígenes culturales de la Rrevolución francesa, Barcelona, Gedisa, 2003, pp. 20 y 50; Robert Darnton , Le monde des livres au xviiie siècle, París, Éditions du Seuil, @983, p. @9 y ss.; Terry Eagleton , La función de la crítica, Barcelona, Paidós, @999, pp.@2 y @3; Lynn Hunt, Inventing Human Rights. A History, Nueva York, Norton & Co., 2007, p. 33. 2   Alexis de Tocqueville , El Antiguo Régimen y la Revolución, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 249-258; Germaine de Staël , De la littérature considerée dans ses rapports avec les institutions sociales [@800], París, G. Charpentier et Cie, @887, p. 370. Para la afirmación de Larra, véase Joaquín Álvarez Barrientos , Se hicieron literatos para ser políticos, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004, p.@4; Juan Valera , Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días [@864], Madrid, Francisco Álvarez, @884, pp. @07-@26; Joaquín Francisco Pacheco , Literatura, Historia y Política, Madrid, Antonio San Martín, @864, p. viii.

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de garantizar el funcionamiento pacífico de una sociedad. Por su parte, Stedman Jones ha encontrado propuestas similares en líneas de pensamiento existentes en Francia y en los Estados Unidos de comienzos del siglo XIX, aplicadas a la resolución de los problemas sociales y de la pobreza. En su análisis de la esfera pública británica, Stallybrass y White han recordado la aparición de proyectos educativos y morales como el de Addison, centrados en la consecución de un ámbito de convivencia refinado a partir del control del cuerpo y de los hábitos de la multitud. Tales planteamientos encontraron su campo de pruebas en salones y teatros, lugares considerados ingobernables hasta ese momento por los hábitos de un público no acostumbrado a asistir en silencio a los espectáculos, y que precisamente se vislumbraron como un foco privilegiado de educación de las masas dado el escaso apoyo aportado por la escuela convencional controlada por las iglesias. @ El protagonismo de esos hombres de letras, convertidos en garantes de la convivencia al establecer las reglas del gusto y de la moral, raramente fue cuestionado, aunque sí conoció modificaciones a lo largo del siglo xix. En el caso español, Álvarez Barrientos ha señalado, parafraseando una cita de Alcalá Galiano, cómo en el primer tercio de la centuria los jóvenes tuvieron que hacerse literatos para poder practicar la política, dada la represión existente y también por la imposibilidad de vivir de las letras. Con el triunfo de la Revolución liberal la relación se volvió más ambigua, pues los hombres de letras buscaron simultáneamente un espacio de libertad, que fue básicamente una representación ideal del mundo liberal, mediante fórmulas de sociabilidad, como cafés y ateneos, al tiempo que contribuían a la consolidación y legitimación de aquel régimen liberal con su participación en una labor de nacionalización de la cultura y su integración en la administración y en los partidos liberales. De esta manera, los literatos ejercieron tareas políticas y muchos políticos escribieron obras literarias o especularon sobre la disciplina literaria hasta que de forma creciente en el último tercio del siglo xix se alcanzó una mayor autonomía del campo intelectual y una paralela profesionalización de la cultura. 2 En este esquema la década de @860 conserva una entidad propia por ser una época de transformaciones, ligadas al desarrollo de la economía capitalista europea, que permitió la aparición de un mercado literario de envergadura, al crecimiento urbano, a una cierta liberalización, que afectó también al mundo de las letras, y a unas crecientes demandas democratizadoras. En España tal periodo coincidió con las postrimerías del reinado de Isabel II y alumbró la aparición de un grupo de hombres de letras adscritos a una bohemia. Este tipo de vida mostró, de acuerdo con Edward Said, que en la labor de estos autores fue importante, junto a los mensajes trasmitidos, la representación de un modo de vida inclinado  



@   John Pocock, Doce estudios. Virtudes, derechos y manners. Un modelo para los historiadores del pensamiento político, Madrid, Marcial Pons, 2002, pp. 3@7-337; Gareth Stedman Jones, An End to Poverty. A historical debate, Londres, Profile Books, 2004, p. @@9; Peter Stallybrass, Allon White, The politics and poetics of transgression, Londres, Methuen, @986, p. 83. 2   Joaquín Álvarez Barrientos , op. cit., pp. @@-24. Para una visión general de la evolución del papel de los intelectuales españoles del siglo xix, véase Eric Storm , Los guías de la nación. El nacimiento del intelectual en su contexto internacional, «Historia y Política», 2002, n. 8, pp. 39-56.

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a generar perplejidad y polémica, con dosis de rechazo hacia el mundo existente; también, como han señalado Goulemot y Oster, representó el intento de conservar la dignidad en un mercado hostil que obligaba a los literatos a malvender su talento escribiendo folletones o piezas teatrales en unas condiciones muy precarias. En ese sentido, esos bohemios tuvieron su trasunto literario en los personajes de La educación sentimental de Flaubert: jóvenes, callejeros… con ambiciones y posibilidad de alcanzar el éxito gracias a algunos contactos en un orden social que les producía disgusto. @ Personajes que, según su propio relato, emprendieron un peregrinaje desde sus provincias de origen hasta la capital, donde aprovecharon el capital simbólico que les otorgaba una formación, truncada con frecuencia porque en la mayoría de los casos el abandono de los estudios universitarios se había convertido en un rasgo identitario, pero suficiente para dedicarse al periodismo o al teatro; que salieron adelante gracias a las oportunidades proporcionadas por la capital de un estado centralizado que congregaba el poder político y el principal mercado cultural. Individuos, como Pedro Antonio de Alarcón, Manuel de Palacio, Eusebio Blasco, que conocieron una radicalización política, escribieron en prensa satírica y vieron sus artículos censurados, lucharon en las barricadas, adquirieron una conciencia creciente de su labor intelectual y conspiraron, quizás porque la democracia, con su mensaje de ampliación de derechos, abogaba por la consolidación de la propiedad intelectual. 2 La carrera de Flores García (@845-@9@7) fue algo más tardía que la de los autores citados anteriormente. A diferencia de ellos, no pertenecía a una clase media capaz de proporcionar estudios a sus hijos. Por el contrario, según relató él mismo en su obra Galería de tipos, su caso fue el del típico autodidacta. Con nueve años entró a trabajar en una ferrería, porque su padre había quedado imposibilitado tras un accidente, y a los dieciséis era oficial de herrero-mecánico. En @864 emigró a Francia y trabajó en la Fundición inglesa de Burdeos, donde le impresionó y comenzó a imitar la afición lectora de algunos compañeros de taller. Regresó a España para hacerse cargo de su madre enferma y de una hermana viuda y de sus dos hijos. Encontró trabajo en la Ferrería Heredia de Málaga, donde «leía en los pocos ratos que le dejaba el trabajo a destajo». Desde @866 comenzó a escribir en la prensa de su ciudad natal denunciando las condiciones de los obreros y en @867 empezó a publicar poemas en «El Diario Mercantil» de Málaga. La Revolución de @868 intensificó su activismo político, reflejo del protagonismo de los intelectuales en el periodo del Sexenio Democrático, que fue percibido en la época, corroborado por la historiografía posterior y acentuado en los últimos años. Así, el demócrata Calavia, en sus Reflexiones acerca de la Gloriosa revolución de septiembre de 1868, indicaba que ésta no se había hecho contra una persona  



@   Para los cambios culturales de los años @860, véanse Christophe Charle , Théâtres en capitales. Naissance de la société du spectacle à Paris, Berlin, Londres et Vienne, 1860-1914, París, Albin Michel, 2008, p. 9 y ss.; Edward Said , Representaciones del intelectual, Barcelona, Paidós, @996, pp. 3@-32; Jean Marie Goulemot, Daniel Oster, Gens de lettres. Écrivains et bohèmes. L´imaginaire littéraire 1630-1900, París, Minerve @992, pp. @04 y @05. 2   Jesús Martínez Martín , Vivir de la pluma, Madrid, Marcial Pons, 2009, p. 69. Para un retrato colectivo y autobiográfico hecho a posteriori, véase «El Liberal«, @5 de marzo de @894.

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o una dinastía sino que había expresado el «grito de las conciencias proclamando la incompatibilidad del dogmatismo de las instituciones con el espíritu progresivo del siglo xix». Entre estudios ya clásicos del periodo, como fueron los de Jover o de Elías Díaz, se destacó su carácter de revolución intelectual, precedida por la triple crítica política, económica y filosófica, expresada en la defensa de la democracia, el librecambio y el krausismo, cuyos representantes utilizaron como tribunas la universidad, el Ateneo, los mítines y la prensa en los años finales del reinado de Isabel II; en una misma línea, Heredia Soriano situó la lucha política de la época final de la monarquía isabelina en el campo educativo. En épocas más recientes, Demetrio Castro ha señalado cómo la reducción de los cauces de participación electoral y parlamentaria causada por la deriva reaccionaria de la monarquía borbónica orientó el grueso de la lucha política en los años sesenta hacia el periodismo. Por su parte, Fuente Monge ha minimizado el componente popular de la revolución al caracterizarla de confrontación entre elites moderadas y revolucionarias, éstas últimas sostenidas por sectores de profesionales e intelectuales. Posteriormente, el mismo autor ha otorgado un lugar de privilegio a los “escritores públicos” por su intensa presencia en la crítica periodística y en las conspiraciones de finales del reinado de Isabel II, así como en las juntas provinciales en @868. @ La actuación de Flores García no contradijo estos planteamientos. Su trayectoria en esos años ha quedado recogida en dos textos autobiográficos, la Introducción a su obra Galería de tipos de @879 y Recuerdos de la revolución (memorias íntimas) de @9@3, que presentan contradicciones entre sí en muchos de los acontecimientos narrados, aunque coinciden en el tono irónico de quien busca desmarcarse de lo hecho en un momento determinado de la vida. La popularidad cosechada por su labor periodística le abrió tras la revolución las puertas de numerosas sociedades, clubes políticos y juntas. Resultó elegido concejal como parte integrante de la candidatura republicana por Málaga en las primeras elecciones municipales democráticas de diciembre de @868. Defendió la permanencia de la Milicia Nacional, la institución integrada por los ciudadanos armados en defensa de su libertad, símbolo del liberalismo decimonónico más radical, contra la política del Gobierno provisional constituido tras la “Gloriosa”, partidario de reducir el número de sus efectivos y de establecer criterios de ingreso más restrictivos en lo económico a fin de impedir el acceso a los elementos más populares. Su posición le implicó en la lucha de barricadas en enero de @869 en Málaga, al lado de los  

@   Las opiniones de Calavia, en Gregorio de la Fuente Monge, Rafael Serrano García , La Revolución gloriosa. Un ensayo de regeneración nacional, 1868-1874, Madrid, Biblioteca Nueva, 2005, p. @27. Véanse asimismo José María Jover , Política, diplomacia y humanismo popular. Estudios sobre la vida española en el siglo xix, Madrid, Turner, @976, pp. 340-344; Elías Díaz , La filosofía social del krausismo español, Madrid, Edicusa, @973; Antonio Heredia Soriano , Política docente y filosofía oficial en la España del siglo xix: la era isabelina (1833-1868), Salamanca, Universidad de Salamanca, @982, p. 343 y ss.; Demetrio Castro Alfín, Los males de la imprenta. Política y libertad de prensa en una sociedad dual, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas: Siglo xxi de España, @998, p. 237; Gregorio de la Fuente Monge , Actores y causas de la revolución de 1868, en España 1868-1874. Nuevos enfoques sobre el Sexenio Democrático, ed. Rafael Serrano García, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002, pp. 3@-57; Idem, El teatro republicano de la Gloriosa, «Ayer», 2008, n. 72, pp. 83-@@9.

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milicianos contra el ejército gubernamental, dirigido por el general Caballero de Rodas; sucesos que recogió en su drama El primero de enero y en el relato breve El soldado. La falta de recursos le llevó a renunciar a la concejalía, cargo sin remunerar en aquella época. Volvió a trabajar en una fábrica y se vinculó a los círculos culturales malagueños. Fundó el periódico democrático «El nuevo día», escribió algunas obras, como ¡El 11 de septiembre!, en homenaje a la conspiración del héroe liberal Torrijos, e ingresó en el Círculo Artístico Literario y en la sociedad dramática Amigos de los Pobres. Sus actividades político-culturales le convirtieron en blanco de la hostilidad del gobernador provincial, lo que, unido a su quebrantada salud, aceleró su marcha a Madrid, adonde llegó en febrero de @870, según relató en Recuerdos (aunque en Galería de tipos había adelantado la fecha a marzo de @869). Su entrada en la capital, recogida en la introducción autobiográfica a su obra Galería de tipos, reunía todos los tópicos de la bohemia: su llegada de noche, «con 67 reales, un saco de noche, un paraguas y un legajo de manuscritos». Sin embargo, Flores no se encontraba en una situación de desvalimiento total, pues traía las bazas adecuadas en una sociedad basada en las relaciones personales, donde los contactos se convertían en el requisito necesario del éxito. Así, su amistad con el diputado republicano Palanca, representante por la provincia de Málaga, que le había animado a emprender la aventura madrileña, y las cartas de presentación de éste, le pusieron en comunicación con los prohombres republicanos Emilio Castelar, Pi y Margall y Fernando Garrido. @ Desde ese momento y de forma gradual colaboró en labores literarias y periodísticas vinculadas al republicanismo. Inicialmente escribió algunos capítulos de la Historia de las clases trabajadoras de Fernando Garrido, artículos de prensa firmados por el líder republicano Estanislao Figueras, y redactó noticias en «La Igualdad» y en «La Federación Española»; también en «El Combate», en cuyas columnas apareció uno de sus primeros artículos con firma, en donde se anunciaba la llegada inminente de una revolución libradora del cuarto estado y liquidadora de la política de farsa democrática del régimen monárquico. La vinculación de este diario con el republicano Paul y Angulo, acusado en su momento de ser el instigador del asesinato de Prim, el hombre fuerte del régimen, junto a la virulencia de algunos de sus escritos en que proclamaba que «la sangre de los reyes era el néctar de los pueblos» y acusaba a los déspotas (en alusión a Prim) de asesinar la libertad, obligaron a Flores a escapar de Madrid hacia Málaga, aunque en Recuerdos insinuara que el objetivo de su viaje había sido preparar una insurrección. En todo caso, la persecución policial al llegar a la ciudad andaluza le forzó a esconderse en la casa de campo de su tía, hasta que una amnistía decretada por Amadeo I en septiembre de @87@ le permitió regresar a Madrid, donde volvió a escribir en la prensa republicana más significada, como «La Discusión», «La Ilustración Republicana y Federal» y «El Jurado». 2  



@   Francisco Flores García , Galería de tipos, Madrid, Librería Juan Rodríguez, @879, pp. iv-x ; Idem, Recuerdos de la Revolución (memorias íntimas), Madrid, Imprenta de Fortanet, @9@3, pp. 5-23. El relato El soldado fue publicado en «La Ilustración Republicana y Federal», 2@ de mayo de @872. 2   Francisco Flores García, Galería de tipos, cit., pp. x-xii; Idem, Recuerdos de la Revolución,

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Al igual que ocurrió con otros escritores del momento, su prestigio periodístico le abrió las puertas de la administración tras la proclamación de la i República. Figueras le nombró secretario y luego gobernador civil de la provincia de Ciudad Real, donde dirigió la represión de varias partidas carlistas y un conato de insurrección cantonalista en Alcázar de San Juan. Se mantuvo en el cargo hasta la llegada de Castelar a la Presidencia de la República, a quien profesaba una intensa animadversión desde que le había acogido con frialdad a su llegada a Madrid. Tras su cese, aunque sus amigos Palanca y Andrés Mellado le prometieron puestos en los ministerios de Gracia y Justicia y de Gobernación, respectivamente, la inestabilidad política y la caída del régimen le privaron de esa oportunidad. @ Hasta ese momento, su actividad política había tenido un sesgo casi con exclusividad literario. Con independencia de su participación en algunas luchas y conspiraciones y su paso por la administración, su trabajo se había centrado en la actividad periodística continuando una tradición de mezcla de medios populares y elevados, seguida por una intelectualidad politizada de la centuria, como mostraba el caso del alemán Heine. Así, escribió artículos de prensa, relatos breves, algunos dramas y, sobre todo, muchos poemas, con lo que proseguía una práctica posterior a la revolución francesa que había llevado a estudiantes alemanes como Hegel o Hölderlin a ver la poesía como medio de expresar lo interior y de promover el cambio social. En ese sentido, Flores García, que equiparaba la poesía en «La Discusión» con un «monumento altivo que mantenía el eco de la armonía» alternó versos comprometidos con sus ideales políticos revolucionarios, con otros centrados en la belleza o el amor, escritos con formas sencillas y el lenguaje claro postulado en su momento por autores como Campoamor o Núñez de Arce. 2 La labor de Flores García reunió, asimismo, un valor testimonial que resalta su valor de intelectual. En este sentido, al igual que muchos de sus colegas europeos contemporáneos, Flores tuvo mucho del flâneur analizado por Walter Benjamin para el caso parisino. Su actividad de crítico teatral y periodista le hizo deambular por las calles y retratar una sociedad en transformación y democratización. Sin embargo, lo hizo con una visión imbuida de distanciamiento crítico y de preocupación por los comportamientos sociales inmorales, similar a la descrita por Judith Walkowitz en el caso del Londres victoriano. Así, en «La Discusión» lamentaba la miseria de las viudas de militares y cesantes, y censuraba a las mujeres holgazanas que vivían por encima de sus posibilidades; asimismo, retrataba a los seres vulgares, incapaces de sentir una verdadera pasión amorosa, que sólo se guiaban por el interés positivo, egoísta y carente de espiritualidad. 3  





cit., pp. 99-@06; el artículo Se acerca el momento en «El Combate», @@ de noviembre de @870. Para los ataques a los monarcas y a Prim, véase en «La Federación Española», 25 de noviembre y 23 de diciembre de @870, los artículos ¡Que venga el rey! y El pueblo y sus calumniadores, respectivamente.   Francisco Flores García, Recuerdos de la Revolución, cit., pp. @22 y 252.   «La Discusión», 2 de agosto de @872. 3   Walter Benjamin , Libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2005, p. 42@ y ss.; Judith Walkowitz, La ciudad de las pasiones terribles. Narraciones sobre el peligro sexual en el Londres victoriano, Valencia, Cátedra, @992, p. 43. En «La Discusión», 29 de junio y @ de agosto de @872, los artículos La pobre vergonzante y El pretendiente. El desairado, respectivamente. @

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Sus memorias describieron aspectos de la incipiente economía de mercado española, centrados en la precaria vida periodística: los trabajos esporádicos y mal pagados, la indefensión ante unos directores que ponían su firma en los artículos de otros. Recogió la violencia romántica de la vida política del Sexenio: la estrategia de los redactores de los periódicos republicanos, consistente en escribir artículos provocadores porque el ser detenido se consideraba un elemento de prestigio, las veladas en armas en las redacciones a fin de repeler los asaltos de los matones de la partida de la porra, pagados por el gobierno para amedrentar la prensa crítica con el régimen monárquico del Sexenio. Asimismo, Flores reflejó el mundo dinámico del Madrid de @868, su politización, las continuas manifestaciones y la creciente incorporación popular a la vida política y cultural con las consiguientes transformaciones en el espectáculo teatral. Recordó el auge de los café-teatros y su influencia en el ulterior género chico, la proliferación de teatrillos en todos los barrios, con pequeñas compañías que hacían de todo sin medios, en pequeños escenarios en los que se representaban melodramas y zarzuelas, donde la entrada era gratuita o representaba simplemente un precio irrisorio que permitía el acceso a un público de escasos medios y desconocedor de la solemnidad propia de los teatros más caros. @ Como hemos visto, la vinculación de Flores García con la política le encuadró durante el Sexenio revolucionario en las filas del republicanismo federal, colectivo más próximo a un movimiento de masas que a un partido estructurado. En esa organización, según ha señalado Florencia Peyrou, la prensa republicana cumplió un papel aglutinador esencial, de educación a través de la propaganda y de vigilancia sobre la política mediante el recurso a la denuncia constante. La importancia de la prensa en la vida cotidiana del republicanismo dimensiona el significado de la aportación de autores como Flores, máxime cuando los ejemplares se imprimían mayoritariamente en Madrid, pero se vendían por todo el país y eran leídos con frecuencia de forma colectiva, permitiendo una amplia capacidad de difusión del ideario republicano. 2 Sin embargo, su participación no debe circunscribirse a la mera divulgación, sino que adquirió, junto a otros, un protagonismo privilegiado en la conformación del universo democrático republicano. Según ha explicado Rosanvallon, éste giró en torno al concepto de pueblo, elemento problemático en las teorías democráticas decimonónicas por su difícil engarce en el sistema político al partirse de unos sujetos abstractos que podían convertirse fácilmente en algo temible por su cuantía. Frente al temor a la tiranía numérica de una masa anónima y «sin carne», el pensamiento político recurrió desde el último tercio de la centuria a la sociología, que establecía lazos orgánicos capaces de integrar armónicamente a los individuos, y a la psicología social, que defendió la existencia de un alma propia en cada uno de los pueblos. En mi opinión, los literatos desempeñaron  



@   Para la vida madrileña durante el Sexenio, véase Francisco Flores García , Recuerdos de la Revolución, cit., pp. 45 74 y 87; Idem, Memorias íntimas del teatro, Valencia, Sempere y Cía. editores, @909, p. 74 y ss. 2   Florencia Peyrou , Tribunos del pueblo. Demócratas y republicanos durante el reinado de Isabel II, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2008, pp. @@7-@2@.

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un papel de primer orden en ese esfuerzo por dotar de un contenido corporal y representable al pueblo. Algo que un autor contemporáneo, como Mathew Arnold, había reclamado a los hombres de cultura, al establecer la misión de actuar en calidad de aglutinadores de una sociedad en peligro de caer en la anarquía por el creciente protagonismo de las masas; y que Flores García pudo cumplir de forma relativamente eficaz, pues, al formar parte de un colectivo de autores que escribían obras sencillas – zarzuelas, sainetes, poemas, cuentos o artículos periodísticos –, sus mensajes alcanzaban a un público mucho más amplio que los emitidos por un tratadista político convencional. En sus escritos del Sexenio Flores García colaboró en la creación de esa imagen. Recurrió, a tal efecto, a un lenguaje potente, plagado de metáforas, con «árboles de la paz que extendían sus raíces por el mundo», con un pueblo que «escalaba con pasmosa rapidez para establecer su trono de filosofía y su imperio de derecho»; inmerso, asimismo, en una terminología religiosa, propia de una cultura cristiana, que describía el camino del pueblo hacia su «redención» en una senda poblada de «mártires». Flores ensalzó a un colectivo formado por todas aquellas personas de clase media, obreros, artesanos, campesinos, que ganaban el sustento con su trabajo, opuestos a las clases ociosas y oligárquicas cuya primacía descansaba en la tiranía de los regímenes monárquicos, ya fuesen los tradicionales del absolutismo o los democráticos, como el de Amadeo I de Saboya. Un pueblo, entre cuyas virtudes destacaban la justicia, la virtud y la moralidad, ajeno a las ambiciones y a las quimeras de felicidad de los poderosos; pero también acechado por los peligros de la infamia y de la agresión sexual, en un motivo típico del populismo de comienzos del siglo xx, patente en la obra de autores como Joaquín Costa; así les ocurría a la familia de protagonistas del “cuento popular”, titulado Los Obreros, confeccionado con los moldes maniqueos del melodrama. El argumento comenzaba cuando el padre de la familia quedaba accidentado porque el patrono no se gastaba en reparar las máquinas, mientras que la hermosa hija era seducida por un aristócrata que la deshonraba. Tras varias peripecias, la escena culminante se producía en plena Revolución de @854, cuando el noble intentaba despojar a la joven de su hijo recién nacido para llevarlo a la inclusa, pero se producía la intervención providencial de un obrero miliciano que siempre la había amado. @ Por tanto, el camino del pueblo era arduo. No veía sus derechos políticos cumplidos por la traición de sus gobernantes y vivía privado de derechos sociales. A partir de ahí adquiría personalidad en el sufrimiento, ahondado por la existencia de unas condiciones materiales que le aproximaban a la esclavitud, o por el funcionamiento de instituciones, como las quintas, que le obligaban a dar su vida al Ejército mientras que exoneraba del alistamiento a quienes podían pagar:  

@   Pierre Rosanvallon , Le peuple introuvable. Histoire de la représentation démocratique en France, París, Gallimard, @998, pp. @6,@0@ y ss.; Matthew Arnold , Culture and Anarchy, Cambridge, Cambridge University Press, @97@, p. 205. Para las representaciones del pueblo, véanse «La Federación Española», 23 de diciembre de @870, y «La Ilustración Republicana y Federal», 23 de enero de @872. El cuento Los obreros fue publicado en «La Ilustración Republicana y Federal», 5 de julio de @87@.

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carlos ferrera cuesta […] y mojados con las lágrimas Que vierte el pobre en silencio, Representan la injusticia, El error y el desacierto De aquesta farsa sin nombre, De ese carnaval perpetuo Que en el teatro del mundo Se llama engrandecimiento, Porque unos pocos son grandes Haciendo a muchos pequeños ¡Pobres pobres de la tierra! ¡Tristes y sufridos siervos Que en los siglos de las luces Andáis por el mundo, ciegos, Durmiendo de la ignorancia El triste y pesado sueño…! ¡Despertad!... porque ha sonado En el reloj de los tiempos La hora de la Redención Y es el instante supremo De realizar la Justicia Y ejercitar el Derecho: Ese derecho sublime Que la maldad proscribiendo Dé paz y ventura al Hombre Y leyes al Universo. @  

Un pueblo presentado en toda su humanidad, porque frecuentemente se confundía al dejarse guiar por el fanatismo, veneraba a algunos oportunistas y permitía así el consiguiente dominio de los poderosos. De la misma forma, podía ser tentado por la anarquía, que prometía la igualdad económica, algo imposible para Flores, quien sostenía el verdadero carácter socialista del republicanismo federal por defender la equiparación en oportunidades y derechos, junto al obvio respeto de las distinciones provenientes de las diferencias de capacidad. 2 Un pueblo, cuya bondad le convertía en el sujeto de la revolución liberadora, pese a los citados defectos. En su estudio sobre el republicanismo del Sexenio, Román Miguel González ha hecho hincapié en las diferencias existentes dentro del movimiento y ha construido una tipología de grupos. En su trabajo ha inclui 

@   Para la necesidad de mejoras sociales, véase artículo El trabajo en «La Discusión», 2 de junio de @872; sobre el sufrimiento, el poema Los pobres en «La Federación Española», @7 de diciembre de @87@; las críticas a la esclavitud y las quintas en «La Ilustración Republicana y Federal», 23 de julio de @87@. 2   Los errores del pueblo en el artículo Los hombres y las ideas, «La Federación Española», @@ de noviembre de @870; en «La Discusión», @8 de julio de @872, el artículo La Igualdad. Entre los numerosos ataques de Flores a la anarquía, pueden consultarse «La Discusión», 2@ de julio de @872 (artículo El Estado es el pueblo) y »La Ilustración Republicana y Federal», @6 y 23 de diciembre de @87@.

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do a Flores García dentro del socialismo jacobino, presente en diarios como «El Combate» o «La Justicia Federal», en los que nuestro personaje trabajó, representado por líderes como Paul y Ángulo y Roque Barcia, con quienes mantuvo relaciones. Dicho grupo nació de una tradición romántica y revolucionaria a la que se añadió en el Sexenio, por impacto de la Commune parisina – que Flores cantó como una revolución santa y terrible aplastada por tiranos despiadados –, una defensa de una democracia comunalista. En ella se rechazaba la representatividad de unos diputados alejados del pueblo y se sostenía un control popular permanente, gracias al sufragio universal, la revocabilidad de los cargos, las elecciones continuas y el mandato imperativo que convertía a los representantes políticos en meros delegados de ese pueblo. El modelo de Estado descansaba en una estructura federal, si bien asentada en la idea de nación, menos fundamentada en la voluntad de sus miembros que en una serie de rasgos esenciales del carácter manifestados a lo largo de la historia. Derek Flitter ha destacado el sesgo conservador del Romanticismo español y su papel en la conformación de un sentimiento nacional mediante la construcción de mitos históricos. Sin embargo, la idea nacional también estuvo presente en la cultura liberal y en la republicana, que compartió muchos de esos mitos. En ellos, y Flores constituyó un claro ejemplo, se ensalzaron momentos identificados con la lucha popular por la libertad. En ¡El 11 de diciembre! cantaba al pueblo, cuyo pecho albergaba «el fuego sagrado de la libertad», por llevar la sangre de Pelayo y de El Cid; otros momentos de manifestación histórica del espíritu de justicia y libertad eran la revuelta comunera y la Guerra de Independencia. @ El ideal republicano debía alcanzarse mediante una estrategia revolucionaria, defendida por Flores en su poema Todo pasa, escrito en la «Ilustración Republicana y Federal»:  

El mundo marcha y derrumba al oscurantismo Así el bando progresista, al presentarse en escena, hizo creer que era buena su teoría pesimista. Mas bien pronto este egoísta partido, desde el poder nos hizo creer y ver lo malo de su sistema. ¡Si es el obligado tema nacer para perecer! Viene La Internacional @   Román Miguel González, La Pasión Revolucionaria. Culturas políticas republicanas y movilización popular en la España del siglo xix, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, pp. 233 y 266. El poema a la Comunne, en «La Ilustración Republicana y Federal», 25 de junio de @87@, artículo Los tiranos del mundo. Para la defensa de Flores de una democracia comunalista, véase «La Discusión», 3, 4 y 5 de julio de @872. Véase asimismo Derek Flitter , Teoría y crítica del romanticismo español, Cambridge, Cambridge University Press, @995, p. 294. Ejemplos de poemas históricos de Flores, dedicados a la derrota comunera de Villalar y al Dos de mayo, en «La Ilustración Republicana y Federal», 24 de abril y 2 de mayo de @872, respectivamente.

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carlos ferrera cuesta siendo el progreso su anhelo, y pone el grito en el cielo esta sociedad venal. Mas no sabe por su mal que andando el tiempo que crea, vendrá el petróleo, la tea y después de todo eso (¡como no para el progreso!) nacerá una nueva idea. Igual caerá Amadeo […] @  

Una Revolución, cuya inexcusable violencia era cantada por Flores al afirmar que «la sangre del verdugo no salpica a la víctima», y que la sangre de los reyes era «el néctar de los pueblos». Sin embargo, esas posiciones no eran inconmovibles, lo que resalta la relativa pluralidad del universo republicano, pues Flores sostuvo también una versión más pacífica. La revolución era ciertamente un proceso fatal, nacido del ansia de libertad, de ciencia y de amor: El que, osado, imagina Oponerse a las leyes de natura Intentando matar la luz divina De la Revolución que ya germina… Halla en la tempestad su sepultura Un eco de amor profundo que la armonía pregona a los pueblos eslabona; y rápido como el viento, Morse lleva el pensamiento humano… de zona a zona El siglo marcha veloce y su ilustración pregona: el arte ciñe corona, el mundo se reconoce … y ya el hombre no conoce otra ley ni autoridad que la suprema verdad resultante de la ciencia. 2  

De ahí la necesidad de que el pueblo se ilustrase para regenerarse socialmente, aspecto que elevaba el estatus de los hombres de letras. En un artículo titulado Los obreros, censuraba a los anarquistas por considerar trabajadores sólo a quienes se dedicaban a la actividad manual, cuando los trabajadores intelectuales o «proletarios de levita» sufrían doblemente por su condición económica y su conciencia de la situación de explotación. Por esa razón, los intelectuales u «obreros de la   «La Ilustración Republicana y Federal», 28 de noviembre de @87@.   Para la violencia revolucionaria véase el artículo El pueblo y sus calumniadores en «La Federación Española», 23 de diciembre de @870. La fatalidad revolucionaria en «La Federación Española», 24 de diciembre de @87@, poema La revolución; el influjo del amor y la ciencia en «La Ilustración Republicana y Federal», @ de octubre de @87@, poema La electricidad. @

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inteligencia» debían convertirse en una vanguardia, cuya misión era ilustrar la conciencia del pueblo para conducirlo al puerto de la redención. Se convertían en mártires, como el joven que en el relato La noche buena permanecía solo y en vela, preparado para cumplir la misión encargada por su partido y movido por el recuerdo doloroso de los desheredados en esa noche. Igualmente adquirían el rol de vigilantes, encargados de evitar los peligros derivados de la incultura. Así, en el drama en verso ¡El 11 de diciembre!, el personaje de clase media y cultivado, líder natural de la milicia nacional de su pueblo, sermoneaba reiteradamente a sus compañeros que no le vitoreasen ni creasen ídolos incompatibles con la libertad ni se dejasen arrastrar por la venganza sobre sus enemigos, ni pensasen que la república era hacer «lo que se quisiera» sino «respetar la propiedad». @ Este papel director privilegiaba las ideas y le hacía contradecir los principios de violencia, que lamentaba como método innecesario, pues Cervantes «había hecho una revolución con la pluma». Y convertía al genio literario en el motor de la historia:  

Ángel que por las esferas forja quimeras Inspirador de Calderón, Cervantes, Cano, Martín de Herrera, Rafael, Murillo Eleva la conciencia del esclavo postergado, arranca sus secretos a la ciencia Revela el nombre de la libertad bendita Es el genio intérprete del destino, es la redención. 2  

La experiencia del Sexenio, que concluyó con el regreso al trono de los Borbones, marcó a los hombres de letras. Como ha señalado Santos Juliá, retomando el ejemplo de Pedro Antonio de Alarcón y de sus correligionarios franceses tras el fracaso de la Revolución de @848, aquellos implicados activamente en la política revolucionaria en los años anteriores, la abandonaron desengañados por lo que entendieron exceso de radicalidad de desorden de las masas, y pasaron a dedicarse exclusivamente a la literatura, acomodados en el régimen de la Restauración. Flores García parece encajar en ese modelo, aunque de nuevo demoró algo más esa decisión. Consumada la Restauración borbónica en @875, siguió vinculado al periodismo republicano, trabajó como corresponsal de «El Pueblo» y «La Discusión» en San Sebastián, porque allí la censura era menos estricta que en Madrid. A principios de @876 el republicano García Ruiz le encargó la redacción de «El Pueblo Español», cuya dirección ocupó poco después; también fundó con su amigo Francisco del Pino la revista democrática «La Enciclopedia», encargándose de la dirección literaria. Sin embargo, los problemas de censura, el desánimo de @   Artículo Los obreros en «La Federación Española», 6 de agosto de @87@. El carácter de vanguardia de la intelectualidad, en «La Discusión», 2 de junio de @872, artículo El trabajo; su martirio, en «La Discusión», 25 de diciembre de @872. Francisco Flores García , ¡El 11 de diciembre! Un recuerdo a los mártires de la libertad, Torrijos y compañeros de infortunio. Comedia patriótica en un acto, original y en verso. Dedicada a la milicia popular de Málaga, Málaga, Imprenta de Manuel Oliver, @868. 2   El ejemplo de Cervantes en «La Ilustración Republicana y Federal», 24 de abril de @87@; el poema El genio en «La Ilustración Republicana y Federal», @@ de noviembre de @87@.

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García Ruiz y la posibilidad de que la propiedad del diario pasase a Castelar le hicieron abandonar el diario. Con la liquidación obtenida viajó a Paris en junio de @877, donde, pese a que, siempre según su relato, ya había decidido dejar la política, frecuentó el exilio republicano, lo que le acarrearía problemas con la policía al regresar a España. En ese momento puso fin a su carrera política desengañado y se dedicó exclusivamente a actividades literarias y periodísticas. @ Al rememorar la época del Sexenio lo hizo con la ambigüedad propia de los sectores más liberales, integrados en la política dinástica de la Restauración a través del partido de Sagasta y de algunos grupos republicanos. Por un lado, destacó el desorden del período, el papel de las turbas, la demagogia existente. Trastocó la versión dada en su momento de determinados acontecimientos. Ironizó sobre la valentía de muchos milicianos nacionales malagueños cuando en la época su heroicidad se había convertido en el tema de su obra El primero de enero. Las manifestaciones de mujeres contra las quintas pasaron de estar promovidas por las madres de los soldados enrolados, a serlo «por mujeres de vida airada», y los héroes de las manifestaciones se trastocaron en vagos y ociosos desocupados. La revolución había aportado logros democráticos que habían perdurado en la Restauración, pero había quedado truncada tras el asesinato de Prim, a quien él había precisamente denigrado durante el Sexenio como símbolo del cesarismo militar. Presentó su propio trabajo periodístico como la obra de un demagogo y censuró a sus antiguos compañeros por no haber acabado con la corrupción tras la proclamación de la I República y haber seguido en su lugar una política de transacción que no alteró el carácter monárquico de la administración. 2 Se integró en la vida cultural de la Restauración. Fue miembro del Ateneo de Madrid, continuó la actividad periodística escribiendo en diarios importantes, como «El Imparcial», «El Liberal» o «El Heraldo de Madrid»; también mantuvo su predilección por la lírica y por la crítica literaria – frecuentemente realizada con el apodo de Córcholis –, actividad calificada por él mismo de deber sagrado por trasmitir el nivel intelectual de las sociedades y servir a historiadores y filósofos para educar al mostrar su retrato moral. No obstante, se centró en la creación de novelas cortas, de decenas de obras dramáticas, en especial las remunerativas zarzuelas, que alternó con la dirección artística del madrileño Teatro Lara durante la década final del siglo, donde, según el periodista José Ido, había residido una de las principales sedes del «teatro digestivo para burgueses», caracterizado por obras cómicas y sencillas que permitían la relajación de un público recién cenado. 3 Acentuó su reivindicación acerca de la importancia de los hombres de letras, iniciada en los años previos. En consecuencia, participó en publicaciones creadas  





@   Santos Juliá , Historia de las dos Españas, Taurus, Madrid, 2004, p. 60; Francisco Flores García, Recuerdos de la Revolución, cit., p. 298 y ss. 2   Para la ironía sobre los milicianos, ibídem, p. 5. Para un ejemplo de dos relatos contrapuestos de las manifestaciones contra las quintas, ibídem, pp. 40-44, y «La Ilustración Republicana Federal», 24 de julio de @87@. Para la demagogia y los errores republicanos, Recuerdos de la Revolución, cit., pp. 84 y 90. 3   Para el papel de la crítica véase «La Enciclopedia», I, @877, p. 9@. El artículo de José Ido , en «Nuevo Mundo», 3@ de octubre de @930, p. @2.

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por núcleos de intelectuales con una proclamada vocación literaria y de autonomía respecto de la política, como fue el caso de «Madrid Cómico», que también alivió la situación económica de muchos por la buena remuneración de las colaboraciones. Tuvo conciencia de la precariedad de la situación profesional de un sector mercantilizado en el que, como ha señalado Martínez Martín, pocos autores lograban vivir de sus escritos y la mayoría malvendía sus obras a los editores o en el caso de los dramaturgos no obtenían de las compañías el abono de ningún derecho por los trabajos que aquéllas incluían en sus repertorios durante las giras. En ese sentido, en @879 Flores promovió, sin éxito junto al dramaturgo Pina, una reunión de autores en el Conservatorio con el objetivo de fijar unas tarifas mínimas en lo que sería un precedente de la futura Sociedad de Autores. Asimismo, añadió su firma al mensaje de agradecimiento, remitido por un nutrido grupo de escritores al ministro de Fomento liberal Montero Ríos, por el decreto de @@ de junio del mismo sobre la propiedad teatral, que obligaba a los gobernadores a elaborar una estadística de las obras representadas en su provincia. @ Sin embargo, frente a lo señalado por quienes sostienen el abandono de la política por las letras en los literatos posteriores al Sexenio, las nuevas preocupaciones no implicaron una renuncia completa de la política. Sí, es cierto que la aproximación hacia la cosa pública conoció una transformación, pues pasó a estar definida por una defensa de la moralidad que implicó una crítica de las costumbres de gobernantes y gobernados. En el caso de Flores García ni siquiera supuso una desvinculación total de la política convencional, y al producirse su muerte tras un desgraciado accidente ferroviario, periódicos republicanos, como «El Radical» o «El Luchador», lamentaron el fallecimiento de uno de sus correligionarios. La fidelidad republicana no era algo anormal, pues, como ha señalado Javier de Diego, aquella cultura política giró en torno a la existencia de unos valores objetivos de sinceridad y desinterés, alcanzables mediante la ciencia y la educación. En esa línea Flores García escribía en la década de los noventa en las páginas del diario republicano , donde condenaba la inmoralidad corruptora de las costumbres en la pena de muerte, así como el personalismo de los políticos monárquicos, que anteponían el interés privado al público, y a quienes comparaba con las compañías de cómicos en que todos querían el papel principal de la comedia política. 2 No obstante, la mayor significación política de Flores García ha de verse, como en muchos de los intelectuales de su generación, en la propia actividad literaria. No puede extrañar, en este sentido, que participase en el debate sobre la función social del teatro, revitalizado a comienzos de la Restauración tras la experiencia de la eclosión teatral del Sexenio y la proliferación de géneros considerados inmorales, como los bufos, el teatro por horas o las piezas de fuerte contenido político,  



@   Javier Martínez Martín , op. cit., p. 99 y ss. Para la reunión de autores, véase Francisco Flores García , Memorias íntimas del teatro, cit., p. @70. El mensaje de agradecimiento a Montero Ríos, en «La Correspondencia de España», 2@ de julio de @886. 2   «El Radical», 8 de abril de @9@7, «El Luchador», 7 de abril de @9@7. Véase Javier de Diego , Imaginar la república. La cultura política del republicanismo español, 1876-1908, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2008, p. 3@3 y ss. Los artículos Mezcla imposible y El personalismo en «La Justicia», 3 y 20 de agosto de @89@, respectivamente.

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y del cual fueron una muestra los debates organizados en el Ateneo con los títulos Ventajas y desventajas del realismo en el arte dramático y ¿Se halla en decadencia el teatro español? En general y de forma similar a lo ocurrido en otros países europeos, predominaron en ellos los lamentos elitistas por la crisis teatral, atribuida bien a la escasa calidad de los autores y a su fuerte mercantilización, bien al exceso de romanticismo. Flores coincidió en este último punto y avisó de la gravedad de la crisis en un género tan fundamental en el progreso humano, pues su labor consistía en modificar las costumbres e inspirar a la postre a los legisladores a través de la exposición de los rasgos esenciales de la naturaleza humana. Por ello se requería el logro de un «justo medio» entre la razón clásica y el sentimiento romántico a fin de alcanzar la armonía de lo bello y generar una emoción estética y enaltecedora del espíritu humano que lo llevase a las regiones contemplativas donde se rendía culto a la verdad y a la justicia. Esa visión idealista, que convertía al arte en guardián moral y en modelador de costumbres, presente en sus escritos de años anteriores, se mantuvo en su obra y le concede un sesgo político de primer orden. En ese sentido, escribió sueltos en «Madrid Cómico», donde criticaba una sociedad madrileña llena de personajes aduladores que deambulaban ociosos con la única pretensión de aparentar y estar presentes en todas las manifestaciones de la vida cultural. El elogio del trabajo, que, como hemos visto, fue el elemento constitutivo en su idealización del pueblo republicano, se mantuvo hasta el final de su carrera literaria y así, al lamentar el olvido histórico de Hartzenbusch, ensalzaba la figura de un poeta que había ascendido desde su modesto origen de ebanista al de gloria literaria. En el relato breve El término del ideal un joven de provincias, al no poder casarse con la hija de un noble por carecer de posición, venía a la capital con la pretensión de alcanzar fama como escritor. La narración, de claro contenido autobiográfico, le servía para denunciar a la aristocracia ociosa, capaz de condenar a sus hijas a la prostitución por no trabajar, la seducción de Madrid, la farsa de los políticos que abandonaban sus ideales por el poder, y la ignorancia del mundo literario que primaba las recomendaciones sobre el talento. La obra acababa de forma trágica, pues el joven se suicidaba tras regresar a su hogar muchos años después y encontrar que su antiguo amor había caído en la prostitución por la falta de medios en que había quedado después de la muerte de su empobrecido padre. @ Sin embargo, el grueso de su producción literaria se desenvolvió en el tono humorístico de juguetes cómicos y parodias, muchas de ellas acompañadas con música, lo que lo situó dentro del llamado género chico, cuyas virtudes defendió recurriendo al argumento de autoridad de la crítica elogiosa de Clarín. Aunque  

@   Para los debates sobre la crisis teatral en la Restauración, véase David Gies, The Theatre in nineteenth-century Spain, Cambridge, Cambridge University Press, @994, pp. 27-3@. La aportación de Flores en «La Enciclopedia», cit., p. 94, «Madrid Cómico», 6 de junio de @880 y @4 de noviembre de @880. El olvido de Hartzenbusch en «Almanaque de la Ilustración Española y Americana», @ de enero de @906. El término del ideal está incluido en Francisco Flores García, ¡Cosas del mundo!, Madrid, Gaspar Editores, @880.

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Flores censuró la politización del teatro en el Sexenio y aseguró que él había escapado a ese vicio, lo cierto es que las alusiones a la política fueron habituales en sus textos: críticas a la inestabilidad y pérdida del sentido común por la sucesión de tipos de régimen político del Sexenio en La cuerda sensible, parodias sobre el turno de partidos de la Restauración en A cartas vista, sátira de las conjuras anarquistas en Los amarillos, censura al reparto de prebendas y empleos por los gobiernos en la zarzuela De Cádiz al puerto, referencias al regeneracionismo en La aguja de marear, entre otros. No obstante, más allá de estas citas puntuales, la obra cómica en sí misma, fuera dramática o lírica, albergó un evidente sentido político. @ Más allá de que el humor sea una estrategia propicia para escapar a la censura, posee una doble naturaleza pues, por una parte, alberga un carácter corrosivo y, por otra, sirve de garante del orden social gracias a su función catártica obtenida con el entretenimiento, que permite sobrellevar inseguridades en épocas de cambio. El humor había estado en la base de la revolución literaria acaecida antes y durante el Sexenio, cuya máxima expresión se localizó en la poesía satírica y en el teatro por horas. A lo largo de la Restauración conservó su capacidad de erosionar jerarquías con sus alteraciones del lenguaje, juegos de palabras, parodias, chistes y personajes con acentos regionales. Por ese motivo, Versteeg ha defendido el tratamiento carnavalesco de las obras cómicas por romper el discurso monológico del teatro serio, hacer un teatro dentro del teatro y convertir a aquél en un mero espectáculo de cartón piedra. Adquirió así un carácter perturbador, palpable en las denuncias por su naturaleza disolvente, procedentes de los sectores más reaccionarios, y en los intentos desde el poder de limitar su desenvolvimiento con la excusa de la seguridad mediante los reglamentos de policía de espectáculos. Flores, que rechazó el reglamento de agosto de @886 con el argumento de la libertad del empresario teatral, constituyó un ejemplo de ese rasgo perturbador en su habitual recurso a la parodia. Entre otras, destacaron las humoradas Galeotito, broma sobre El gran galeoto de Echegaray, o Guzmán el malo. Esta última reunía los elementos típicos del teatro cómico recién indicados: la acción transcurría en el salón de una casa donde se representaba la tragedia Guzmán el bueno; los personajes se repartían los papeles dando lugar a sucesivos equívocos; el dueño de la casa, un militar, se asombraba de verse trabajando de actor, pero la mujer le corregía al señalar que iba a actuar de guerrero, lo que no había hecho en la vida real. Más tarde el militar criticaba al ministro de la Guerra por no ascenderlo e impedirle organizar un buen matrimonio para su hija; en otro momento de la  

@   Para la defensa del género chico, véase Francisco Flores García , Memorias íntimas del teatro, cit., pp. 86. Para la crítica a la politización, ibídem, p. 53. De Francisco Flores García: La cuerda sensible. Comedia en un acto y en verso, estrenada el 25 de febrero de 1879 en el Teatro Martín, Madrid, Imprenta de José Rodríguez, @878; A cartas vistas, comedia en un acto y en verso octosílabo ABBA. Estrenada en el Teatro Lara el 25 de abril de1889, Madrid, R. Velasco, Impresor, @889; Los amarillos. Zarzuela cómica en un acto. Estrenada en el Teatro Romea, 1 de febrero de 1900, Madrid, R. Velasco, impresor, @900; De Cádiz al puerto. Zarzuela en dos actos, en prosa y en verso, Madrid, Establecimiento Tipográfico de M. P. Montoya y Cía., @883; La aguja de marear. Comedia en un acto y verso. Estrenada en el Teatro Español, 2 de febrero de @909, Madrid, R. Velasco, impresor, @909.

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pieza, aparecía un aragonés en la casa con un dialecto incomprensible, que venía a castigar a un hijo por no estudiar y dedicarse al teatro. @ Paralelamente, las novedades teatrales no excluían un deseo de armonía social y orden. Henri Bergson asoció la risa con el proceso civilizador propio de sociedades que reducían la violencia en la convivencia y se alejaban del ámbito profundo de la naturaleza individual, encaminando los problemas hacia un ámbito superficial de sentimientos genéricos y comprensibles para todos. Por eso, lo cómico se centraba en tipos y no en personajes concretos, y el humorista actuaba una vez más como un flâneur, guiado por la pretensión educativa de moralizar y corregir los males de la sociedad, que diseccionaba con su crítica inspirada en el método científico. Esto fue muy evidente en el tratamiento de las relaciones de género, verdadera obsesión de los literatos de la generación de Flores García, cuya visión del rol de la mujer fue la propia del liberalismo decimonónico; es decir, la de “ángel del hogar” destinada a atender al marido desde una posición subordinada, y al cuidado de los hijos. En general, Flores trató el asunto con humor. Así las protagonistas del sainete cómico-lírico El oro de la reacción, madre e hija, habían aprovechado la ausencia del marido, ausente en Cuba, para hacerse anarquistas, embaucadas por un revolucionario que en realidad era un farsante empeñado en casarse con la hija y apoderarse de los bienes familiares. La situación se encauzaba cuando regresaba el esposo, les enseñaba las riquezas que traía y aceleraba el olvido de sus ideales. La obra terminaba con los siguientes versos:  

Hoy la política dejan; Y entendiendo su deber, Abandonan lo inconexo Y desde ahora se dedican A las labores de su sexo

Igualmente, en el juguete cómico Doña Concordia la esposa se oponía irracionalmente a las decisiones juiciosas del marido, y en La cuerda sensible la mujer con pretensiones de poetisa descuidaba sus obligaciones hasta que el marido conseguía imponer la cordura. Por último, en «Madrid Cómico» tildaba a la mujer de ser la gran engañadora y equiparaba el matrimonio con una lotería y al novio con un quinto, convirtiendo en banal lo que en el Sexenio había sido una muestra de opresión. Tales humoradas encubrían la preocupación por la debilidad de carácter de la mujer, que por su liviandad podía poner en peligro el fundamento del orden social. Esto que ahora se presentaba envuelto en ropajes cómicos había sido defendido con seriedad en «La Federación Española» durante el Sexenio. En una polémica con la internacionalista Guillermina Rojas, defensora del amor libre, Flores, aun reconociendo lo inmoral de la infidelidad, consideraba de mayor @   Para el doble papel del humor, véanse Mary Lee Townsend , El humor en la esfera pública en la Alemania del siglo xix, en Una historia cultural del humor. Desde la Antigüedad a nuestros días, eds. Jan Bremmer y Herman Roodenburg, Madrid, Sequitur, @999, pp. 205-226; Margot Versteeg, De Fusiladores y Morcilleros. El discurso cómico del género chico (1870-1910), Amsterdam-Atlanta, Rodopi, 2000, p. 285. La defensa de la libertad empresarial en «La Correspondencia», 4 de enero de @89@.

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gravedad la femenina «por las consecuencias trascendentales que tenía» al ser la base de la familia y poseer «una misión distinta en el mundo». Poco después censuraba en «La Discusión» que la mujer se dedicase a asuntos públicos, pues eso podía tener como consecuencia que sus hijos se despertasen llorando por la noche sin ser atendidos, que su marido se fuese con una tiple de zarzuela o que los calcetines de los varones de la casa quedasen sin arreglar. @ Esto nos lleva a considerar que el sesgo político de un literato como Flores no disminuyó tras la experiencia del Sexenio, sino que persistió durante la Restauración, aunque cambiase de naturaleza. Con una visión más conservadora en algunos casos, sin apenas cambiar sus principios en otros, Flores mantuvo los ideales republicanos en defensa del trabajo y el mérito frente a la corrupción. Si en el Sexenio había contribuido a forjar una imagen de pueblo explotado, sujeto de una revolución liberadora, aunque también fácilmente manipulable por su falta de cultura, en la Restauración reconstruyó ese pueblo de acuerdo a los moldes de la clase media, a través de una crítica social y amable. Un pueblo cuyos valores residían en el honor, el trabajo, el patriotismo y la familia; de ahí la importancia de la mujer como elemento de conflicto suave que no impedía el final feliz.  

@   Henri Bergson , La risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico [@899], Madrid, Alianza Editorial, 2008, pp. @00,@03 y @38. Véanse Francisco Flores García , El oro de la reacción. Sátira cómico-lírica en un acto y en verso, Madrid, Imprenta de José Rodríguez, @886; Idem, Doña concordia, juguete cómico en un acto y en verso, estrenado en el Teatro Martín el 20 de setiembre de 1878, Madrid, Enrique Arregui editor, @879; «Madrid Cómico», @9 de diciembre de @880; «La Federación Española», 26 de noviembre y 3 de diciembre de @87@; «La Discusión», 2@ de junio de @872.

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