Democracia e Ideales en Carlos Vaz Ferreira

June 15, 2017 | Autor: Felipe Torres | Categoría: Latin American Studies, Philosophy, Democracy, Pensamiento latinoamericano, Carlos Vaz Ferreira
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Encuentro Democracia y Justicia Facultade de Derecho Universidad de Chile Mayo 2014

Democracia e Ideales en Carlos Vaz Ferreira Comentario a Derecho y ciudadanía en Carlos Vaz Ferreira de Alejandro Fielbaum Felipe Torres 23.05.14 Si uno no considerase el poder heurístico del texto precedente y se quedase más bien en el plano político-contingente, y con esto me refiero básicamente a la coyuntura chilena actual, no se podría evitar aludir las fuentes de legitimidad de la democracia y su justicia en el plano de una constitución. Y es que la forma en la cual decantan normas y prescripciones a la hora de codificarse bien puede ser entendido, como de hecho algunos, en el plano de la supuesta coherencia entre lo que se dispone en sociedad y el código legal de esta. Sin ir más lejos este el caso de un conocido exconcertacionista que reclama como herencia nacional la herencia de la dictadura. Pero volviendo al texto y situándonos en el marco de un comentario, algo que resulta interesante abordar es la forma en la cual se ingresa una legitimidad sin coherencia con los méritos de dicha legitimidad. En las páginas iniciales del texto preparado por Alejandro Fielbaum se lee: “para Rodó [José Enrique], con la Constitución no basta. Si existiese algún problema con la Constitución, señala Rodó, es justamente el exceso de respeto que se tiene hacia ella. Así, describe un culto platónico en que los sanos intentos por cambiarla son presentados como revolucionarios. A ese culto, Rodó opone el de otro platonismo -harto heterodoxo, al punto que habría que dudar si es tan fácil ligarlo a Platón como se lo sigue haciendo- 1



ligado al arte, buscando allí otra reconexión con la raíz grecolatina que ya no se juegue, exclusivamente, en las leyes” Es, por tanto, la garantía de un respeto excesivo, indicando precisamente el desajuste o desproporcionalidad del respeto con el sujeto de recepción, lo que plantea la pregunta por la procedencia de la desproporción. Si el desajuste no es propio de la Constitución misma sino de un juicio de valor sobre ella, el respeto en exceso proviene del exterior. Esto último es lo que parece estar tras la manera en la cual se postula un código legal. Sin ir más lejos, y más allá del lenguaje jurídico hasta acá reproducido, el punto fundamental se aloja, siguiendo a Vaz Ferreira, en la manera que se articulan ideales como modernidad y particularmente en relación al exterior-interno que supone la provincia del río de la Plata. En este punto nos referimos al plano de la exterioridad y la función que en ella ostenta una mirada puesta, por decirlo así, en el horizonte. Fielbaum citando a Sarmiento señala la diferencia determinante entre el “interior” de un continente y su exterior, y en el caso particular del Uruguay, el puerto de Montevideo o Montevideo como el punto de contacto con lo exterior. Un exterior que sería el terreno abierto del cosmopolitismo, la visión civilizada, el modernismo y que curiosamente se sitúa dando la cara a lo que se entiende como el mundo y específicamente al europeo. Es así como se establece en el borde la concepción de una herencia naturalizada de civilidad en la suerte de neutralidad que supone estar dentro de América, pero con cuerpos europeos y en la más cercana de sus lejanías, a saber, el borde costero que mira al Atlántico. Surge así un discurso cosmopolita de tono antiindigenista que se supone universal con la obscena particularidad de su definición de superioridad. Y es que, efectivamente, la comprensión de universalidad detrás de la convicción en el borde, es la de una que confía en el, por decirlo así, momento de universalidad que supone el establecimiento de lo viejo en lo nuevo: de una europeidad en el nuevo mundo, una europeidad superada (ya no europea) gracias a la posibilidad de otros y mejores valores posibilitados por la nueva geografía. Esta figura, tal vez la más moderna de todas en relación a su radicalidad de apertura como nos recuerda el texto de Alejandro Fielbaum, es seguramente la de una formalidad asentada en al 2



menos dos lógicas temporales que se contagian: por una parte la conocida figura del retraso de una América indígena y, por otra, la no menos conocida autopercepción de vanguardia propia del eurocentrismo. Pero este contagio se asienta en la aún más importante consecuencia de lo que aquí se plantea. No es simplemente la fricción y condensación de dos temporalidades, sino más profundamente, la transposición de planos ideales distintos: Cito a Alejandro (p.3) “Para Vaz Ferreira, de hecho, el mundo latinoamericano se caracteriza por la necesidad de deber compatibilizar distintos ideales, partiendo por su doble necesidad de imitar instituciones europeas, como las leyes, y de darle un carácter original”. Esta originalidad última es constitutiva de lo latinoamericano. Y no se trata en este punto de homologar el optimismo de Vaz Ferreira con el furor de, por ejemplo, un Nicolás Palacios para quien el mestizo es superior, al menos en el caso chileno, por enlazar lo mejor del araucano con el visigodo. En el caso de Vaz Ferreira es la situación teórica y práctica en la cual coexisten ideales, incluso contradictorios, en donde ocurre el cosmopolitismo latinoamericano y más profundamente moderno. Esta situación resultaría de una oportunidad única, pues la forma en que se presentan la convivencia de ideales sí resulta un estadio superior en el pensamiento de Vaz Ferreira y esto gracias al incremento de sentimientos contrapuestos en el plano moral: (“La crisis actual del mundo desde el punto de vista racional” p.158) “Pero lo que se va haciendo especialidad de la vida moderna, es el aumento del número de los hombres que, aunque no tengan cada sentimiento en el grado superior, los tienen todos. Y eso no es efectista; pero ahí está –si se quiere en esta nuestra mediocridad- ahí está la superioridad moral nuestra (y la causa de la ilusión de nuestra inferioridad). Esto es esencial: lo que se agregó no fue el mal, sino la resistencia creciente, pequeña todavía, pobre, pero la resistencia creciente al mal. Esto es esencial sobre el progreso moral: lo que se agregó no fue, por ejemplo, la guerra, sino el sufrir cada vez más porque la haya, y en su caso por tener que hacerla. Y más resistencia psicológica contra ella. Lo agregado no es que sufran las clases menos

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favorecidas, sino el sufrimiento creciente de la humanidad por ese sufrimiento, con la acción consiguiente –y parcialmente eficaz- por su mejoramiento o alivio” Es entonces en la experiencia concreta de hombres y mujeres donde tiene lugar la situación excepcional característica de la vida moderna, esto es, que la especificidad de sentimientos epocales da lugar a un nuevo contexto en el que los hombres los experimentan todos en su propia existencia. Esta hipótesis sería interesante contrastarla con la tradicional descripción de la modernidad capitalista como un espacio creciente de especialización. Cabría apostar aquí que Ferreira traslada la especificidad al plano más bien político de una democracia, resguardando el aspecto materialista, se podría llegar a suponer, en los términos de una teoría de la sociedad. Lo que preocuparía a Ferreira es cómo, más allá de una progresiva división del trabajo, la experiencia del moderno es la comparecencia de todos los sentimientos registrables, en una misma vida: (p. 152) “la psicología moderna hace aparecer cada vez más hombres capaces de sentir más sentimientos, cuyo estado conflictual es interpretado erróneamente y crea una ilusión de inferioridad moral, cuando esos seres son, en realidad, superiores”. Esta experiencia es superior en sentido moral, porque facilitaría vivencias más plurales y en las cuales se podrían asentar éticas menos rígidas. Pero todo esto, aunque importantísimo, no es lo esencial. Lo relevante está en el punto de vista histórico desde el cual se puede establecer, según Vaz Ferreira, que es finalmente el ingreso permanente de ideales: No sustitución, sino agregación. Aunque Vaz Ferreida no lo plantea así, aquí bien podría verse introducida la noción de democracia que el propio autor propone en la medida que ésta es adecuada a la experiencia del sentimiento moderno plural. Sin embargo, la gran paradoja de la democracia se alojaría en que ésta es incapaz de ver el mayor de sus problemas, esto es, su propio fundamento. El error de origen, fundamento viciado, remite a la creencia democrática en el ideal de un pueblo soberano que elige a los mejores en su representación. La democracia no podría ser un modelo superior si por superior se tuviese al gobierno del pueblo: precisamente en la medida que lo superior es lo mejor, remite a un número reducido que cuesta identificarlo con la democracia. No obstante, este 4



problema de origen no deslegitima su existencia. En último término la democracia es siempre mejor que el totalitarismo. La hipótesis de Ferreira relativa a una democracia que no entiende su fundamento, es siempre menos terrible que la del analfabeto político descrito por Bertolt Brecht, en el cual se encarnan todos los principios del fascismo. La democracia blinda esa ceguera y por lo tanto se vuelve necesario convivir con su impureza. “Reaccionar contra la democracia o desencantarse de ella porque se descubre, bajándose de algún satélite, que la democracia en general, o tal democracia, o tal aplicación de ella, está impurificada de incompetencia, de mediocridad, de corrupción, de apetitos o intereses ilegítimos, etc. sería como descubrir que la salud en general, o la de tal individuo, es cosa impura, sucia. Sería como asumir que en el cuerpo de cualquier individuo “sano” hay toda clase de microorganismos que eliminar, y sacar de ahí quien sabe qué consecuencias de artificialización de la vida, tratamientos ficticios, encerrando, forzando, suprimiendo aire, alimentos: tratamientos que afectarían, esterilizarían y tenderían a suprimir, finalmente, la vida misma.” (p.177) Es precisamente en su carácter autoblindante que la democracia obtiene su derecho a existir: hay neutralización del mal a través de sus componentes “por eso precisamente es cosa práctica y no teórica (178) y esto conduce a una consecuencia aún más radical: “Que la democracia, en ocasiones de peligro tiene que recurrir a dictaduras de hecho… es precisamente otra de sus superioridades: contiene las posibilidades de los bienes de organización, para obtenerlos eventualmente en su caso y en su grado. Pero sólo entonces y así; y con la capacidad de volver a sí misma…” (180) Así, y para finalizar, son 3 los planos con los cuales la democracia se justifica: 1. Un plano negativo relativo al mal menor 2. Un plano positivo práctico relacionado con las posibilidades de asociación de sus componentes así como los espacios de libertad y espontaneidad 5



3. Por último, la radicalidad de la apertura a las posibilidades de la especie Es así como nunca la democracia que se tiene es la democracia que se espera. Este es el desencantamiento práctico mencionado por Ferreira, no de los desencantados, sino de los que no conciben la democracia para ellos. (Los derechos del hombre p.373) “Que la democracia es frágil. Sin duda. También lo es la salud. Lo que no es sino razón para cuidarla”

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