Del latín al español: tribulaciones de un traductor de Horacio lírico

June 9, 2017 | Autor: Luque Moreno Jesús | Categoría: Horace
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Descripción

MISCELLANEA LATINA

EDITORAS

Mª TERESA MUÑOZ GARCÍA DE ITURROSPE LETICIA CARRASCO REIJA

Sociedad de Estudios Latinos Universidad Complutense de Madrid

Del latín al español: tribulaciones de un traductor de Horacio lírico JESÚS LUQUE MORENO Universidad de Granada [email protected]

Resumen: Dificultades en la traducción de los versos líricos de Horacio. Palabras clave: Traducción; Horacio; Versos líricos. FROM LATIN TO SPANISH: THE ADVENTURES OF A TRANSLATOR OF LYRICAL HORACE Abstract: Difficulties with the translation of the lyrical verses of Horace. Keywords: Translation; Horace; Lyrical Verses.

0. Hace años y precisamente en un congreso de nuestra Sociedad1 hice pública confesión de mis ideas y convicciones acerca de la traducción y más en concreto de la de los textos latinos en verso. Dejé entonces claro que milito en el partido de quienes consideran que esa noble tarea filológica es paradójicamente tan importante y necesaria como imposible. Traducción, entiendo, en sentido estricto –no “versión”, “adaptación”, “paráfrasis”, etc.–, traducción, además literaria de obras literarias, y traducción orientada no por la vía de formular en la lengua término las ideas o conceptos del autor como se supone que él lo habría hecho (una especie de parodia que sólo buscaría ser fiel al sentido del texto originario), sino por el otro camino de ajustar hasta donde sea posible dicha lengua término a la lengua de origen, intentando así dar cuenta no ya de los contenidos de ésta sino de sus formas y recursos lingüísticos, es decir, captar todo lo que se pueda, fondo y forma, del texto originario. Quedan así a un lado todo tipo de recreaciones artísticas y paráfrasis. Es este tipo de traducción, que pretende dar cuenta en la lengua término de todos los contenidos y formas presentes en la lengua de origen, el que entiendo como la “imposible” meta que necesariamente tiene que proponerse alcanzar el traductor. La complejísima realidad de cualquier hecho lingüístico en su doble dimensión vertical o sistemática y horizontal o sintagmática lo hace irrepetible no ya en otra lengua sino incluso dentro de la misma lengua. Así, pues, en la conciencia de que el mensaje lingüístico es cuestión de fondo y de forma y de que, por así decirlo, la forma es también fondo, de que el significante es también significado, creo firmemente que la traducción debe, por supuesto, respetar con el mayor escrúpulo el fondo, el contenido del mensaje que se pretende transmitir; pero 1

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debe ser igualmente (o aún más, si cabe) respetuosa y escrupulosa con la forma de la lengua de origen; dicha forma ha de ser mantenida en la medida en que lo permita el sistema de la lengua término, o, si se prefiere, no ya el sistema, sino la norma de dicha lengua. Las dificultades de una tarea así se multiplican y agudizan cuando se trata de traducir un texto en verso. En el caso del lenguaje versificado no son sólo dos sistemas de lengua los que se enfrentan, sino que además se ponen frente a frente dos sistemas de versificación con sus correspondientes sistemas métricos y con todas las respectivas implicaciones culturales y artísticas de dichos sistemas. El lenguaje versificado es una realidad múltiple, en la que intervienen factores lingüísticos múltiples y muy diversos, tanto en el nivel del sistema, en el que hay que tener en cuenta las “formas métricas” y sus posibles figuras o “esquemas”, como en el de la realización, en su doble plano de la “composición” y la “ejecución”. Circunscribiéndonos al nivel de la “composición”, para hacernos una idea de su complejidad, basta tener en cuenta la multiplicidad y variedad de factores lingüísticos que en ella intervienen: factores fónico-prosódicos, factores léxico-morfológicos, factores semánticos y sintácticos; todo ello además tanto en el ámbito de la palabra como en el de la frase. La relevancia estético-literaria o estilística de todos estos elementos y factores es evidente: piénsese sin más, a título de ejemplo, en la de la entidad fónico-prosódica de las unidades articulatorias (las palabras, las frases); una relevancia que aquí se acentúa en cuanto que su relación dialéctica con las unidades del lenguaje versificado (pies, cola, versos, etc.) es más que rentable estéticamente. Con tales premisas resulta fácil comprender que es imposible traducir al español un texto latino en verso. El mensaje que dicho texto encierra, en su fondo y en sus formas, no se puede trasladar en su totalidad a la lengua nueva. Pues bien, partiendo de estos principios, he tenido la osadía de acometer la traducción de las Odas y Epodos de Horacio, unas composiciones en las que el poeta con un minucioso trabajo de orfebrería supo engastar en el esquema de cada verso, sonidos, fonemas, sílabas, palabras, frases, con increíble acierto y perfección. Emprendí, por tanto, mi traducción con plena conciencia de la enorme cantidad de cosas que irremediablemente se me quedaban atrás. 1. Para dar hoy simplemente una muestra de ello me voy a limitar aquí a las palabras, un ámbito en el que es proverbial la increíble eficacia de Horacio; algo que, reconocido por todos los estudiosos de todos los tiempos, puso de manifiesto Nietzsche, embelesado ante semejante perfección y belleza: Lo que aquí se ha logrado, en ciertas lenguas no se puede ni siquiera querer. Este mosaico de palabras, en el que toda palabra irradia su fuerza a derecha e izquierda y por todo el conjunto, como sonido, como lugar, como concepto, este minimum de volumen y número de signos, este maximum que con ello se alcanza en la energía de los signos:

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todo esto es romano y, si se me quiere creer, noble par excellence. En comparación, toda la poesía restante resulta demasiado popular, una mera garrulería del sentimiento…2 Y ya dentro de este terreno, voy a prescindir también de todo lo relativo a dichas palabras como unidades fónico-prosódicas3 o morfo–sintácticas (clases de palabra, estructura morfológica, integración sintáctica en las frases, etc.), así como de su ubicación y relación con las demás dentro del complejo entramado métrico. Dejo todo esto a un lado y me limito simplemente a la entidad léxica o léxicosemántica. Pues bien, circunscrito a una parcela tan reducida dentro de la inmensa riqueza de factores que intervienen en la “composición” de los versos líricos horacianos, trataré de mostrar con unos cuantos ejemplos las muchas dificultades con que me he encontrado, las limitaciones y carencias, los apuros que he pasado como traductor. En la actitud de traducir verbum de verbo, intenté no ya, como es lógico, buscar para cada palabra latina la palabra española más adecuada, sino ser consecuente y mantener dicha traducción siempre y de forma exclusiva. Es decir, adjudicar dicha traducción sólo a la palabra en cuestión –no a otros términos latinos más o menos próximos– y recurrir a ella en todas sus apariciones. Buscaba así, dentro de lo permitido, reflejar en el texto español tanto las posibles variantes léxicas empleadas por Horacio en cada caso como la recurrencia de las mismas a lo largo de toda su obra lírica; con todo lo que ello puede entrañar en la interrelación entre poemas, libros, etc., en la denominada “intertextualidad”.

2. He aquí algunos ejemplos simples en este sentido: en el caso de permitto, por ejemplo, se trataría de buscar un verbo español que recoja lo que parece ser el sentido básico del verbo latino (‘remitir por completo’, ‘transmitir’, ‘traspasar’; en definitiva, ‘confiar’4) y mantener la misma traducción en todas sus apariciones equivalentes: carm. I 9,9 permitte divis cetera: ‘confíales a los dioses lo demás, que …’ carm. IV 4,3 cui rex deorum regnum … permisit: ‘al que el rey de los dioses confió el reinado sobre …’5 Similar en simplicidad, aunque algo distinto, es el caso de diffugere, forma latina que lleva en sí la idea de huir y la de dispersarse. No he encontrado un verbo español que reúna en sí las dos ideas: pensé, por ejemplo, en ‘dispersarse’, pero así dejaba atrás el sema de la huida. Renunciando, por tanto, al propósito de traducir cada palabra latina por una española, me vi forzado a recurrir a una perífrasis: ‘huir en desbandada’. Pero, aun así, la situación no es mala del todo, pues dicha traducción parece que se puede NIETZSCHE (1889: 804 y s.); cf. asimismo MAROUZEAU (1936). LUQUE (2001). 4 DRAE 1. tr. Encargar o poner al cuidado de alguien algún negocio u otra cosa. 2. tr. Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa. 5 Relacionable con estas dos apariciones de permittere es el impermissa gaudia (‘goces no permitidos’, que no han sido puestos en nuestras manos, que no nos han sido confiados) de III 6,27. 2 3

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mantener en las tres ocasiones en que diffugere hace acto de presencia en los poemas líricos de Horacio; resulta, en efecto, válida cuando dicho verbo se usa en sentido propio (o cuasi propio): carm. I 35,26 diffugiunt cadis || cum faece siccatis amici; válida resulta también cuando se emplea dicho verbo en sentido figurado, referido a las preocupaciones que se disipan con el vino: carm. I 18,4 neque || mordaces aliter diffugiunt sollicitudines; o a las nieves invernales que rápidamente se dispersan con la llegada de la primavera: carm. IV 7,1 Diffugere nives, redeunt iam gramina campis. Tyrannus, término reducido a la primera colección de odas (carm. I 35,12; II 13,31; 17,20; III 2,7; 3,3; 17,9) lo he traducido siempre por ‘tirano’ –aun cuando el contenido semántico del término español no coincida exactamente con el del griego τύραννος– rehuyendo alternarlo con ‘rey’ o ‘monarca’, aun cuando en latín se emplee a veces con dicho sentido, para recoger así la diferencia con rex (‘rey’), término de más asidua presencia en todo el corpus lírico6. Algo parecido me ocurrió con sodalis, que traduje siempre por ‘compañero’, renunciando en aras de la uniformidad en un par de ocasiones (II 7,5; IV 8,2) a ‘camarada’, que parecía sonar mejor; o con nauta, traducido siempre por ‘navegante’, rehuyendo otros términos también válidos e incluso en alguna ocasión tal vez preferibles como ‘marino’ o ‘marinero’. Otro tanto hice con aura, que vertí siempre por ‘aura’, descartando otras posibilidades, como ‘brisa’. Preferí asimismo mantener en la traducción siempre el nombre ‘Venus’, aun en los casos (carm. II 5,4; III 13,5; IV 13,17) en que los editores lo escriben con minúscula advirtiendo que funciona como nombre común, bien con el sentido de ‘mujer amada’ (carm. I 27,14; 33,13), bien, sobre todo, con el de ‘placeres sexuales’ (carm. II 5,4; III 13,5) o de ‘encanto’ o ‘atractivo sexual’ (carm. IV 13,17). Traduje siempre puer por ‘niño’ y puella por ‘niña’, ya que los dos términos españoles tienen en el habla familiar o afectiva acepciones equivalentes a las de los términos latinos. Traduje asimismo siempre vincio por ‘atar’ y vinculum por ‘atadura’. Y otro tanto hice con institor, ‘mercachifle’, en sus dos apariciones: epod. 17,20; carm. III 6,30. Pude unificar también la traducción de regere y regnare. Para el primero, normalmente transitivo, opté por el giro ‘reinar sobre’ es decir, ‘regir’, en su sentido etimológico de ‘gobernar como rey’7. El segundo lo traduje por ‘reinar’, con el significado de ‘ser rey de’8. 6 Epod. 16,56; 17,13; carm. I 1,1; 2,15; 4,14; 26,4; 29,4; 35,11; 36,8; II 12,12; 14,11; 18,34; III 1,5 s.; 5,9; 9,4; 16,15; 21,20; 29,1; IV 2,13; 3,8; 4,2; 14; 12,8. Por no hablar de regina (‘reina’: carm. I 30,1; 39,7; III 4,2; 26,11; carm. saec. 15,35) o de rego, -is, -ere; regno, -as, -are; regnum, -i; regia, -ae; regius, -a, -um o regalis,-e. 7 Epod. 5,1; 51; carm. I 3,3; 12,57; 35,1; III 24,19. 8 carm. III 3,39; 5,1; II 2,9 (amplius regnes: “más amplio será tu reino”); III 30,10 regnavit populorum: “fue rey de …”. En pasiva: carm. II 6,11 regnata … rura, “campos sobre los que reinó…”; III 29,27 regnata Cyro Bactra, “Bactra sobre la que reinó …”).

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El verbo patior con su doble valor de ‘sentir un daño’, ‘padecer’ y de ‘soportar’, ‘consentir’, ‘tolerar’ creo que puede traducirse siempre por ‘sufrir’, pues también el verbo español se usa con esos dos sentidos. El adjetivo lascivus no me pareció traducible por ‘lascivo’, que en español ha propiciado el sema de ‘propenso a los deleites carnales’9. Tratando de recoger la idea de ‘alocado’, ‘juguetón’, ‘caprichoso’, opté por ‘retozón’, que usé referido a ciertos animales (II 13,8 suboles gregis; III 15,10 caprae) y a una muchacha (IV 11,23 puella). Me pareció apropiado también cuando acompañaba a abstractos como licentia (I 19,3) o amores (II 11,7). Y, por fin, en aras de la uniformidad, lo mantuve incluso referido a las caprichosas hiedras (I 36,20). El adjetivo nobilis, al que Horacio recurre con frecuencia, no pierde nunca su sentido etimológico –(g)nobilis: (g)nosco– de ‘fácil de conocer’, de donde su significado básico de ‘conocido’, ‘notorio’, ‘célebre’, ‘famoso’10, sobre el que se sustentan otros como ‘noble’ (‘de familia noble’, ‘de noble cuna’11) o ‘principal’, ‘excelente’, ‘singular’ en su especie o grupo12. Así las cosas y dado que el español ‘noble’ presenta un estatus semántico similar, mantuve en aras de la uniformidad dicho término en la traducción. Algo parecido me ocurrió con dos adjetivos muy queridos de Horacio (gratus, -a, -um –28 veces– y acer, acris, acre –16 veces–) en los que por razones de espacio no me puedo aquí detener. Tratando de ser fiel a los criterios enunciados procuré distinguir sistemáticamente entre torrere (‘abrasar’)13, urere (‘incendiar’, ‘arder’; con valores pasivos/medios)14 y cremare (‘quemar’)15; asimismo entre rus (‘campo’ / urbs), ager (‘tierras’), arvum (‘labrantío’) y campus (‘llanura’, ‘campiña’, ‘Campo’ [de Marte]) o entre canere (‘cantar’)16 y dicere (‘decir’)17, aun cuando Horacio los alterna como sinónimos.

DRAE, s.v. ‘Preclaro, ilustre’: DRAE, s.v., 1. 11 Cf. DRAE, s.v., 3. 12 DRAE, s.v., 5. 13 Epod. 16,62 nullius astri gregem aestuosa torret impotentia; carm. I 33,6 Cyri torret amor; III 1,30 torrentia agros sidera; 9,13 me torret face mutua; 19,28 lentus Glycera torret amor; IV 1,12 si torrere iecur quaeris. 14 Epod. 7,6 Romanus arces ureret; 11,4 mollibus in pueris aut in puellis urere; 16,55 pinguia nec siccis urantur semina glaebis; carm. I 6,19 sive quid urimur; 13,9 uror; 15,35 uret Achaicus ignis iliacas domos; III 4,31 et urentis harenas || litoris Assyri; 7,11 tuis || dicens ignibus uri. 15 Epod. 17,79 crematos excitare mortuos; carm. IV 4,4, 53 cremato fortis ab Ilio. 16 Salvo en una ocasión: carm. saec. 25 veraces cecinisse Parcae, ‘dejar vaticinado’. Lo mismo he hecho con los compuestos recino (‘cantar en respuesta’) y concino (‘cantar a coro’). Por ‘canto’ he traducido siempre cantus. Asimismo, cantare lo he traducido siempre por ‘cantar’; y otro tanto he hecho con sus compuestos decantare (‘cantar sin tregua’) y recantare (‘recantación’). Sólo en una ocasión epod. 5,45 sidera excantata ‘hechizados’. 17 Dico, ampliamente empleado por Horacio, con el sentido de ‘cantar’ (carm. I 32,3 age dic Latinum, || barbite, carmen; carm. saec. 8 dicere carmen; carm. III 4,1 Descende caelo et dic age tibia || regina longum Calliope melos) lo he traducido siempre por ‘decir’, para marcar en la traducción el doblete horaciano. En ocasiones, sobre todo cuando el complemento directo es un nombre propio, he recurrido a la expresión ‘decir de’. Recurre también Horacio a loquor con el sentido de ‘cantar’ o muy próximo a él. Yo lo he traducido por ‘hablar’. 9

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En la misma línea metodológica traduje coma, -ae siempre por ‘cabellera’18, excepto en una ocasión, en plural y referido a una sola persona: ‘las melenas’19. Me serví también de ‘melena’20 para recoger en la traducción la variante caesaries, a la que recurre Horacio en una sola ocasión (carm. I 15,14 pectes caesariem). En cuanto a capilli y crines, recurrí a ‘cabellos’ y ‘pelo’, respectivamente, para dar constancia en la traducción de los dos términos usados por el poeta con una frecuencia similar21. Ales lo emplea Horacio unas veces como adjetivo (epod. 3,14 serpente alite; carm. III 12,3 puer ales; IV 11,26 ales Pegasus; IV 1,10 purpureis ales oloribus) y otras como sustantivo (epod. 5,100; 10,1; 16,24; 17,67; carm. I 6,2; II 20,10; III 4,78, etc.); buscando la uniformidad, lo traduje en el primer caso por ‘alado’; en el segundo, por ‘ave’. Vacuus, en cambio, lo traduje por ‘vacío’, referido a lugares o partes del cuerpo; cuando, en cambio, aludía a personas, tuve que recurrir, según el contexto, a ‘vacante’ o a ‘desocupado’. Problemas similares, y de mayor dificultad, que por razones de espacio no puedo describir aquí, me plantearon sustantivos como virtus o vix, vicis. En resumidas cuentas, nos hallamos en todos los casos de este tipo ante traducciones que pueden ser más o menos justas y acertadas, pero que al menos permiten reflejar en español la repetición de un término o lexema que tiene lugar en el texto latino. Si nuestra traducción se desentendiera de dicha repetición, y no se esforzara en recogerla, estaría dejando de constatar una realidad importante en el texto original. 3. Pero, si esto se halla más o menos a nuestro alcance, de ordinario las cosas no son tan sencillas. 3.1. Hay palabras que no admiten ser traducidas siempre por la misma palabra española; tienen, por ejemplo, múltiples empleos en sentido figurado, que no siempre son los mismos que los de un posible término español: tales son, por ejemplo, los casos de condere (‘fundar’, ‘establecer’ / ‘guardar’, ‘esconder’), de urgere (‘apremiar’, ‘acosar’, ‘abrumar’, ‘agobiar’), de carpere, de imperium (‘poder’ o ‘dignidad imperial’; ‘institución’; ‘mandato’), 18 Tras haber dudado entre ‘melena’ y ‘cabellera’ opté por esta segunda (DRAE: “El pelo de la cabeza, especialmente el largo y tendido sobre la espalda”), cuando es usado en sentido propio, referido a personas (epod. 11,28; carm. I 5,4; II 11,24; III 19,25; 30,16) y cuando en sentido figurado (carm. I 21,5 nemorum coma). No había así dificultad para el plural comae ordinariamente referido a varios sujetos: carm. III 28,10 viridis Nereidum comas; IV 3,11; 7,2. 19 Carm. IV 10,3 et quae nunc umeris involitant, deciderint comae); en este caso me decidí por el plural ‘melenas’, normal en español en contextos de ese tipo. 20 DRAE: “Cabello que desciende junto al rostro, y especialmente el que cae sobre los ojos. 2. Cabello que cae por atrás y cuelga sobre los hombros. 3. Cabello suelto”. 21 Capillus aparece nueve veces en plural (epod. 5,27; 15,9; carm. I 12,41; 29, 7; II 7,8; 11,15; 13,35; 20,15; 29,4) y sólo dos en singular, con valor colectivo (epod. 17,23; carm. III 14,25); pude, así, reflejar la misma situación en el texto español: ‘cabellos’ / ‘cabello’. Crinis aparece también normalmente en plural (epod. 5,16; carm. I 15,20; 17,28; II 5,24; 19,20; III 4,62; IV 6,26; 9,14;11,5). Sólo en tres ocasiones lo usa Horacio en plural, con valor colectivo (carm. I 32,12; II 12,23; III 14,22); en tales casos, sin embargo, me ha parecido más oportuno emplear siempre en español el singular colectivo ‘pelo’.

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de condo (‘fundar’ o ‘establecer’; ‘guardar’ o ‘esconder’) o de aetas (‘tiempo’, ‘generación’, ‘edad’ o ‘vida de alguien’). 3.2. Podemos también encontrarnos con dos términos latinos que en español se reducen a uno solo. Es lo que, por ejemplo, sucede con caper (epod. 10,23; carm. III 8,7) e hircus (epod. 12,5; 16,34). Incapaz de distinguirlos en la traducción, recurrí en ambos casos a ‘cabro’22. 3.3. Viceversa, el latín hace distinciones terminológicas que carecen de correspondencia en nuestra lengua: así ocurre con mulier y femina23, con pubes y iuventas (iuventus, iuventa), con aqua y unda, con niger y ater, con fides y chorda, con fleo y ploro, con finis y ora, con astrum, sidus y stella, etc., etc. 3.4. Por no hablar de la incapacidad de reproducir en la traducción el juego de un simple y un compuesto, intencionadamente emparejados en un mismo contexto, de manera que se correspondan a la vez que se distinguen: carm. II 12,27 s. oscula || … || quae poscente magis gaudeat eripi, || interdum rapere occupet Yo a lo más que supe o pude llegar en este caso fue a ‘le roben’ / ‘robar’. BIBLIOGRAFÍA LUQUE MORENO, J. (2001), “Palabras en verso”, Revista de Estudios Latinos 1, 13-43. ID. (2002), “Traducir los versos latinos”, en Aldama, A. Mª. –Mª F. del Barrio – A. Espigares (eds.), Nuevos horizontes de la Filología Latina, Madrid, I, 55-93. MARDOMINGO, J. (2002), Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos o Cómo se filosofa con el martillo, Madrid, Edaf (incluido en Nietzsche [Biblioteca de grandes pensadores], Madrid, Gredos, 2009, II, 719 y ss.); cf. también SÁNCHEZ PASCUAL, A. (2007), Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo. Introducción, traducción y notas, Madrid, Alianza Editorial. MAROUZEAU, J. (1936), “Horace assembleur de mots”, Emerita 4, 1-10. NIETZSCHE, FR. (1889), “Was ich den Alten verdanke”, en Götzen-Dämmerung, Leipzig.

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‘Macho cabrío’ o ‘cabrón’: DRAE, s.v. Una pareja a la que, en todo caso, podríamos aproximarnos con nuestros ‘mujer’ y ‘hembra’.

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