Del espejo al espejismo: del hábitat natural a la habitación artificial

June 15, 2017 | Autor: M. Rodríguez-Arias | Categoría: Creatividad, Poiesis
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Descripción

Febrero 1 de 2015 [email protected]

DEL ESPEJO AL ESPEJISMO: DEL HÁBITAT NATURAL A LA HABITACIÓN ARTIFICIAL

Cuando nos acercamos a considerar la causalidad pensada de manera radical siempre surgen, además de diferentes teorías marcadas por los periodos de la historia, muchas maneras de representar a manera de alegoría la relación entre el creador y la creatura que implica la creación. Con la edad media y sus pensadores cristianos, quienes resignificaron el neoplatonismo hacia una metafísica de la creación y señalaron la incipiente idea aristotélica de causa ejemplar como recurso para fundamentar la creación del universo, muchas preguntas de índole cosmológica y muchas maneras de explicar esta obra divina se plantearon para tratar de comprender la naturaleza, al Absoluto y al gesto mismo de creación, dador del ser y de la existencia. Una de ellas, estudiada a través de la historia medieval y moderna en el libro Expresión. Esbozo para la historia de una idea de María de Jesús Soto-Bruna, hace alusión al mundo como manifestación, o expresión evidente de su causa, como teofanía, en la que el mundo es una irradiación o aparición de lo visible procedente de Dios. El presente trabajo busca esbozar un matiz a la lectura del primer capítulo de este libro para comprender la metáfora del espejo enmarcada dentro de la filosofía de la expresión, como la capacidad que posee el hombre, a través de la inteligencia propia a su naturaleza, de desvelar la índole fundamental de la realidad y mostrarla como expresiva de la verdad haciendo presente el fundamento de la misma (Soto-Bruna, 1994, 15), es decir, como una relación axial asimétrica en la que Dios comunica su propia perfección a todo lo que existe, y a su vez, el hombre, capaz de captar el origen divino de lo real, también puede expresar de su propia naturaleza una reflexión que dé cuenta de su causa y una manifestación propia con efectos creativos productores de artefactos, que de otra manera,



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también demuestran esa semejanza con el creador. Se hace necesario poner por explícito que esta relación no busca equiparar en ningún caso el poder creador de Dios con la capacidad de causar humana, sino introducir esta analogía entre la obra creadora y la labor creativa como una manera de entender la metáfora del espejo. La idea de creación presupone de suyo la noción de un mundo sempiterno, pues pareciese que se da un paso de la nada a algo constituido, pero esta premisa contiene dos nociones que se deben matizar: La primera con respecto a la eternidad, la cual nos permite entender a Dios fuera de un límite temporal por lo que la creación no tiene ubicación cronológica alguna, Dios ve los seres y los crea, creó los seres que siempre vio que habían de ser creados. Y todos los seres que vio desde siempre los creó desde siempre. Siempre estuvimos en el intelecto divino. La operación creadora es coeterna a la visión intelectual del Absoluto, su visión es su creación, ve operando y opera viendo. Dios es siempre pensamiento. En la expresión de Sí está todo lo que podría ser creado, sin ser esencialistas, no lo ve en la nada, lo ve dentro de Sí. Crear para Dios es hablar, pero habiendo inteligido previamente. Dios se conoce a sí mismo y no es un autoconocimiento estéril, Dios se piensa a sí mismo y expresa un concepto, este concepto es expresión de sí mismo, emite una palabra que es Él. Aquello que conoce en ese pensamiento autoconsciente merece que exista, merece porque la bondad dice que comunicar lo que se es –darlo a conocer– es mejor que no darlo. La segunda noción a matizar es la de la creación desde la nada. Lo que el medioevo intentó fue desplazar esta idea de la creación de la nada para reubicarla sobre Dios mismo; si la creación se va a explicar en términos de causa formal extrínseca –la causa ejemplar– necesariamente no nos basta añadir una causa a la cuádruple causa Aristotélica. Para admitir la causa ejemplar es necesario admitir un intelecto absoluto, donde esté esta causa formal extrínseca y a partir del cual se dé forma a los compuestos en su constitución. Esta causa necesariamente es autorreflexiva. Hay un Intelecto que tiene las formas de todas las cosas y que es capaz de informar a las sustancias dándoles el ser, por lo que para crear Dios, se piensa a sí mismo y crea desde Sí y no propiamente desde la nada. A su vez esta



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obra de creación no es solo una operación intelectual, Dios crea por bondad, ve intelectualmente y como su ver es bueno, entonces crea aquello que intuye de sí mismo. Podemos acceder a Dios porque participamos de Él. Nuestras facultades racionales nos permiten comprender que “el mundo aparece como espejo en la medida en que a la inteligencia humana se le revela como fundado por algo que no es ella misma” (SotoBruna, 1994, 16), y entonces se nos hace evidente que en nuestra identidad está intrínseca una presencia alterna a nosotros mismos. La presencia de Dios en el alma es justamente aquello que hace al ser humano capaz de conocer a Dios, esto se hace en el acto de autoconocimiento, cuando se busca a sí mismo no se encuentra, sino que encuentra a Dios, aquel que es la luz de las mentes. Esto es un primer reflejo en aquella alegoría del espejo, conocer que provenimos de luz eterna. Dios es objeto de contemplación, no de conocimiento, nada se puede decir propiamente de Dios a pesar de su superabundancia de expresión. A lo anterior converge de nuevo la metáfora del espejo con una nueva acepción: Dios al emitir un concepto que es Él mismo, en la expresión de Sí mismo, emana toda la riqueza divina de infinitud y eternidad, su conocimiento de sí es inagotable, por lo que todo lo que podamos decir de Él no lo aprehende propiamente, pero, en el autoconocimiento de sí mismo el hombre puede acceder a Dios. En la autodefinición como sustancias finitas logramos avizorar y podemos desde nuestros propios lenguajes emitir una palabra sobre Dios que se revela a través de nuestra naturaleza. El hombre cuando se conoce a sí mismo se encuentra con Dios, la obra del hombre que causa horizontalmente también contiene un destello de la refulgencia del creador absoluto, por lo que la labor creativa como gesto, más allá del carácter inmanente que pueda llegar a tener lo producido, aspira también a manifestar y ser pura semejanza y tendencia al obrar divino, aspira introducir trascendencia, pues apela y expresa a Dios en otro grado ontológico derivado de su criatura, en el que el hombre no crea sacando de sí mismo, sino transformando lo ya creado por Dios. La naturaleza inteligente y volitiva del hombre concomitantemente al ver a Dios, puede expresar y ser como un espejo de doble cara en el que el intelecto alcanza a verle por



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un lado como contemplación (Soto-Bruna, 1994, 19) y por otro, la acción también lo refleja y expresa en un segundo acto –esta vez no creador y divino– creativo humano. Crear tiene que ver con una voluntad originaria, que pone algo en el origen, pone el ser. El ser humano a través de sus formas de la voluntad solo pone modos de ser; el hombre propiamente no es un creador, es muchos creativos que en producciones poiéticas entablan una relación con su hábitat natural para apropiarse de la creación. En toda idea bella siempre hay una manifestación del espíritu humano y lo que manifiesta no es meramente sensible, sino que evoca también una idea de orden, de armonía, esta es la manera como correspondemos a ese primer vistazo de Dios que nos ofrece el espejo en el autoconocimiento, aspirando representar con nuestras facultades racionales la exuberancia de ser que no tenemos delimitados y finitos en un mundo material, pero un mundo material en actualización constante del creador. La racionalidad que acompaña a producir instrumentos es la utilidad, cosas que facilitan la vida humana, artificios que ordenan y que también pueden evocar el sentido originario de nuestro lugar natural, pero que como producidos por labor creativa, son habitaciones artificiales donde se carga y habita toda nuestra capacidad de expresión diferente a la del creador. El reflejo anverso de este espejo a doble faz propuesto aquí hace referencia a la capacidad de expresión humana como una manera de desvelar en la creación ya constituida una realidad que aguarda intrínseca el conocimiento de la verdad. Inventamos, producimos por nuestra condición de libertad, cuando entonces develamos esta verdad novedosa de la creación que se nos aparece, pero a la cual debemos acercarnos y descubrirle como armónica y reconocible con su causa, y entonces hallamos en ella el sentido de la creatividad propia de la naturaleza humana. Cuando creamos artificialmente, traducimos, educimos de la naturaleza la verdad que Dios ha infundido en ella al informarle con el ser, es a través de nuestra expresión como advertimos y hacemos comprensible la expresión de Dios. Es así como estas habitaciones artificiales, dispositivos inmanentes producto de la expresión de un hombre libre, consiguen ser pura referencia al creador alcanzando “la trascendencia al considerar al universo creado como "vestigio" del Absoluto y al hombre



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como configurado "a imagen" del Dios creador” (Soto-Bruna, 1994, 7), como un ser material que causa eficientemente sobre otras naturalezas para encontrar a Dios en su creación en semejanza y participación con Él. Sin embargo, estas labores creativas no son imitación o copia de la creación de Dios, sino que ante el artefacto, el hombre se autorevela a sí mismo su esencia, como la obra de arte capaz de manifestar su esencia misma, la idea de quien se expresa a través de ella, y reflexivamente, a su autor (Soto-Bruna, 1994, 24). Esta esencia expuesta del hombre en las cosas, solo dispuesta así como esencia conocida por él mismo, en instancia última manifiesta también a Dios. Queda claro por qué la inteligencia humana es incapaz de desvelar plenamente la esencia divina, pues con el entendimiento no es posible captarle completamente, pero a través de los lenguajes, propiamente humanos, sí es posible advertirle y traducir nociones de Él a través de gestos creativos. Aquí se hace evidente la metáfora del espejo: lo que logramos conocer de Dios por más que lo exprese –como la imagen proyectada por el espejo– no nos hace capaces de conocerle completamente, de reducirle y verle en totalidad, porque como imagen solo muestra una perspectiva limitada, que en cada ocasión puede variar y revelarnos cada vez un poco más de Él. También, esa imagen no es la esencia misma, sino una manifestación que se da ante nosotros. Leonardo Polo, en su Radical Moderno condensa la idea, más moderna que medieval, que se pretende acentuar en este trabajo sobre la libertad del hombre como factor clave para un paralelismo entre causalidad y creatividad, apelando a la invención en el ámbito creativo con respecto a la eternidad y con ello indirectamente a la novedad que también es de suyo la creación divina. El énfasis poliano de aquel radical moderno se pone sobre la libertad aún indeterminada del hombre que se actualiza y perfecciona a través de los resultados y que es propia de la naturaleza humana (Polo, 2005, 26), y se puede interpretar así la labor productiva del hombre como esa tendencia al retorno con su creador, es decir, el habitar artificial como la manera de comprendernos dentro de una dinámica de vida eterna en el Verbo creador donde la verdad siempre es necesariamente novedosa. Según Polo:



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La libertad humana no se agota en el orden práctico o productivo, sin embrago esa distinción entre el causar y el producir nos pone de manifiesto de alguna manera experiencial la solertia, el enfrentarse a lo nuevo, y es la señal de novedad de la verdad, de que la novedad es un carácter del espíritu sin el cual ¡qué sería la eternidad! (2005, 28).

Queda entonces abierta una pregunta sugerente sobre el gesto humano de creatividad como la posibilidad de habitar profundamente nuestra naturaleza humana creada por obra divina, y cómo este gesto mismo sirve para comprender la expresión de Dios como metáfora de un espejo en el que no se reduplican las imágenes, sino a través del cual se ponen en convivio la manifestación del absoluto y la capacidad libre –propia de las facultades humanas– de producir para revelar y comprender concomitante y reflexivamente la expresión proveniente del creador, a saber, aquella manifestación. Vemos entonces la metáfora del espejo como un derramamiento de la causa ejemplar sobre la conciencia de los hombres que solo es descubierta a través de la misma acción humana en la tierra, de la realización del fin, en la medida en que vemos a Dios en actos de la inteligencia y de la voluntad, y lo reconocemos así como principio. Obras citadas Polo, L. (2005). El Radical Moderno. Lo radical y la libertad. Pamplona: Cuadernos de Anuario Filosófico. Soto-Bruna, M. (1994). Expresión. Esbozo para la historia de una idea. Pamplona: Cuadernos de Anuario Filosófico.



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