Del devenir-mujer. Deleuze y el feminismo de la diferencia

July 27, 2017 | Autor: Miguel Romera | Categoría: Feminist Theory, Filosofía
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Descripción

DEL DEVENIR-MUJER COMO RESISTENCIA Y COMO CREACIÓN DE NUEVOS SENTIDOS: DELEUZE Y LA RECONSIDERACIÓN DEL FEMINISMO DE LA DIFERENCIA.
El devenir-mujer tiene una importancia significativa en la propuesta que Deleuze y Guattari llevan a cabo en Mil Mesetas sobre los devenires. Por decirlo así, por el devenir-mujer pasan los demás devenires, en tanto que el devenir-mujer ilustra y ejemplifica las características definidoras de todo devenir. Los devenires no consisten en imitar, adquirir las notas características y la forma, en identificarse con la mujer, con el animal, con el niño, con aquello en que se deviene. Más bien, el devenir-mujer hay que pensarlo como un "alejamiento" de toda estratificación, de toda trascendencia, y de todo momento dialéctico unificante e identificante que niega toda diferencia y multiplicidad. Implica, por tanto, entrecruzamientos, cambios de naturaleza, pero sin ninguna finalidad comprendida como meta o esencia a realizar o alcanzar. La mujer del devenir-mujer no se refiere a la mujer entendida como la entidad molar, como lo codificado políticamente por el orden social, como elemento que integra y forma parte de la matriz-maquinaria de oposición binaria hombre (masculino)/ mujer (femenino), entendido como lo otro de lo Mismo, como la diferencia descualificada y devaluada, carente de la plenitud de ser, de la identidad vigorosa, fuerte, autoconsciente y subsistente en el tiempo que pertenecen, en el orden simbólico de la identificación, a lo masculino. Esta estructura binaria constituye un marcador y un demarcador del poder, que impone a todo sujeto unas coordenadas semióticas, que orientan y marcan las relaciones de poder de dominio y opresión de la diferencia.
Deleuze habla de la resistencia de las zonas de desterritorialización, de las fuerzas impersonales, de los acontecimientos y de los devenires minoritarios que rompen y abren los códigos al afuera del sinsentido, violentando al pensamiento. El sentido de la diferencia sexual no es, desde esta interpretación, algo dado, preexistente, de una vez para siempre. No es principio metafísico ni origen natural del sentido. Es un constructo del poder (patriarcal, falogocéntrico) que funciona políticamente dando lugar a la sumisión y subordinación de la diferencia (lo femenino) a la Mismidad (lo masculino como lo idéntico, con valor ontológico realmente pleno). La diferencia, liberada de las restricciones que impone la representación, es pensada por Deleuze en Diferencia y repetición como diferencia libre. Implica que las singularidades no tienen principio ni fin, siempre "en medio de" como el rizoma, cuyas individuaciones son diferentes y ajenas a las categorías de persona, sujeto o sustancia.
La diferencia sexual es pensada a partir de una crítica y desmantelamiento del sistema conceptual de la metafísica de la representación, de la identidad y del sujeto, de la concepción hegemónica fundamentadora del racionalismo, el logocentrismo y falocentrismo. En el devenir-mujer, la mujer no es una identidad esencializada, sino una colectividad molecular, hecceidades : el devenir-mujer del hombre y también de la mujer consiste, por tanto, no en identificarse ni convertirse en mujer, sino en emitir partículas que entren en relación de movimiento y reposo o en la zona de proximidad de una microfemineidad. Deleuze y Guattari hablan de producir en nosotros mismos una mujer molecular. Es preciso concebir una política feminista molecular que se sustraiga y se rebele, poniendo en crisis, la máquina despótica binaria de los sexos, subvirtiendo los dualismos molares y pasando a través de ellos.
Para Deleuze, en este contexto de desconstrucción y desesencialización de las subjetividades, un cuerpo ya no se define por la forma que lo determina (eidos o esencia substancial), ni por los órganos que posee o las funciones que realiza, sino únicamente por una longitud y una latitud. La longitud es el conjunto de elementos materiales que le pertenecen en las relaciones de movimiento, reposo, velocidad y lentitud. La latitud, por su parte, es el conjunto de afectos intensivos es capaz de abarcar tal cuerpo bajo un cierto grado de potencia. Todos los cuerpos afectan y, a su vez, son afectados por las intensidades, las longitudes y latitudes, y por los grados de potencia que los envuelven.
El devenir-mujer y los demás devenires moleculares desembocan en el devenir-imperceptible, ya que lo imperceptible es el fin inmanente del devenir. Devenir-imperceptible consiste en ser anónimo, ser como todo el mundo y como nadie (propio). Resuena en esta descripción el análisis que hace Heidegger en Ser y tiempo acerca de la existencia inauténtica en el modo del Das Man ("el se" o "uno") de la sociedad capitalista avanzada del "se dice"/"uno dice" o "el se hace"/"uno hace". Devenir como todo el mundo es hacer del mundo un devenir, localizar las zonas de indiscernibilidad y las proximidades.
Todos los devenires, por ser minoritarios, pasan por un devenir-mujer. Se trata de que el devenir-mujer tiene su realidad ontológica en una indiscernibilidad que extrae de la mujer algo en común más allá, como dicen Deleuze Guattari, de toda domesticación o imitación. Deleuze, en su interpretación crítica de la historia de la filosofía, retoma la posibilidad de pensar las individualidades no personales, no sustanciales, ni idénticas a sí mismas en el tiempo. Se trata de afirmar la singularidad en un severo ejercicio de despersonificación: encontrar en sí mismo el desencuentro, la diferencia(ción), la proliferación impersonal de afectos y afectaciones.
La práctica feminista habría que caracterizarla desde el planteamiento deleuzeano como proporcionando un contenido positivo y propositivo de la diferencia, que pasa por una apropiación colectiva, comunitaria, afirmativa y valorativa de toda singularidad, de todo sujeto excluido por el patrón-modelo falocéntrico. Para Rosi Braidotti, el sujeto del feminismo no es la Mujer, sino un sujeto incardinado, es decir, dotado de una cierta configuración y ordenación corporal, complejo y multiestratificado. Marca, por así decirlo, un distancia crítica con la institución de la feminidad. Un sujeto bajo construcción (y des-construcción) continuada, mutante, afectado y atravesado por infinitos devenires. Según Deleuze, el plano de consistencia no es otra cosa que la intersección de todas las formas concretas (singularidades impersonales y presubjetivas). Hay una unidad en el plano de consistencia, pero es una unidad infinita y no tiene que ver con un fundamento último y sub-yacente (como sujeto) a la totalidad, sino que abarca a las multiplicidades. La tesis univocista es reapropiada por Deleuze para poder afirmar que todo lo que existe está en el mismo nivel o plano (inmanente) ontológico (sin jerarquía), que lo Uno se dice en un único y mismo sentido de todo lo que es, en tanto que (es) diferencia (que difiere de sí misma) como multiplicidad rizomática e intensiva.
Devenimos mujer, pero nunca podemos devenir-hombre, porque todo devenir es por definición minoritario, mientras que el hombre es "lo Mismo", lo mayoritario, el modelo que da la medida de ser y de hacer, el código falogocéntrico de la plenitud de identidad simbólica (lingüística) y real (material). Braidotti, como Deleuze, piensa que hay que resistirse a la reproducción acrítica de la "mismidad" ya sea a escala molecular o global. El asunto no consiste en sustituir al Hombre por la Mujer, ni reproducir o mimetizar la lógica de la "Mujer" modelo, mayoritaria (blanca, occidental, cristiana, de clase media-alta...) entre las mujeres, dando lugar a excluidas e irrepresentables mujeres (carentes de plenitud femenina), Por tanto, se requiere crear, inventar, diseñar e implementar nuevas formas de expresión simbólica y social incluyentes por la diferencia.
El pensamiento feminista de la diferencia (sexual), por su propia diversidad constituyente y por su capacidad de articular narrativas dotadas de la posibilidad de poner en palabras (lenguaje), como representaciones simbólicas, aquello que rehusa y escapa de suyo a la representación (fa)logocéntrica, a la vez que es excluida por ésta. Estas narrativas nos permiten percibir de otro modo el mundo, a saber, aquello que pasaba inadvertido como efecto excluyente de la ideología dominante de género (patriarcado). Esto conlleva también a constatar efectiva y materialmente (discursos, instituciones, representaciones simbólicas) nuestras implicaciones en las relaciones de poder, constituyentes de saber y de subjetividad. Braidotti muestra en Metamorfosis siguiendo a Foucault, como el cuerpo es constituido por una "interacción compleja de fuerzas sociales y simbólicas, sofisticadamente construidas. No es una esencia y, mucho menos, una sustancia biológica, sino un juego de fuerzas, una superficie de intensidades, puros simulacros sin originales." Se trata de una redefinición intensiva del cuerpo. El sujeto incardinado es un proceso de intersección de fuerzas (afectos) y variables espacio-temporales (conexiones). Esta entidad se caracteriza por cohabitar simultáneamente diferentes zonas temporales y posee diferentes velocidades. El sujeto deja de ajustarse al modelo primogénito y fundacional cartesiano, a saber, unificado, substante en el tiempo como idéntico, autoconsciente, autotransparente y homogéneo, y ahora deviene en un proceso en devenir, constituido por di-ferencias, dis-continuidades, dia-cronía, desplazamientos y negociaciones constantes entre distintos y múltiples niveles de poder y de deseo, es decir, entre elecciones voluntarias e impulsos inconscientes. La unidad del sujeto como apariencia no obedece a la existencia real de una esencia, sino como señala Braidotti a "la coreografía ficticia de múltiples niveles de un yo socialmente operativo."
La diferencia sexual, como pasión política del feminismo, implica crear las condiciones para un cambio tanto a nivel social estructural como en la propia consistencia de los sujetos: los sujetos poseen unas raíces corporales, por lo que la subjetividad femenina es un ser corporal y sexuado. ienSe afirma la importancia política del deseo como constituyente de subjetividad: un deseo que es libidinal y que es ontológico. El sujeto feminista es intensivo y múltiple, que funciona en una red de interconexiones: el devenir-mujer no se basa en una identidad esencializada, sino en una realidad virtual (cabe señalar la importancia que tiene lo virtual en la ontología de la diferencia de Deleuze). Braidotti señala que este virtual es un "efecto" del proyecto político y conceptual de transcender y rebasar la posición del sujeto tradicional de la Mujer, entendido como lo otro de lo Mismo y poder expresarse como lo otro de lo Otro.
Se trata de vincular los devenires, como el devenir-mujer, a la diferencia en su afirmatividad, que desconstruye, alegremente, los sistemas opresivos (las máquinas despóticas) jerarquizados y estratificados, mediante operaciones y estrategias tales como flexibilizar e invertir, mezclar y experimentar, transgredir y rebasar las identidades preestablecidas, legitimadoras de las desigualdades valorativas, políticas y ontológicas entre el hombre y la mujer, entre la mujer blanca y las mujeres de otras razas, etc. Todo ello subyace a las variables formas de violencia que consisten, en esencia, en desposeer a las mujeres de la representación simbólica, de un lugar desde el cual hablar, desde el cual expresar su potencia creativa diferencial y afirmativa en tanto que lo otro de lo Otro, frente a la lógica de la subordinación especular a lo Mismo.
Este feminismo. influenciado por el postestructuralismo francés de la diferencia, tiene por voluntad política encontrar una representación de la realidad (material) corpórea femenina, no como dado sino como virtual, como proceso y como proyecto. La diferencia sexual, si logra representar, representa el juego diferencial múltiple que estructura a los sujetos. La implicación política del gesto de la afirmación de la diferencia sexual consiste en activar las contradicciones , constitutivas de las posiciones social y simbólica de las mujeres, para desestabilizar y desplazar el sistema simbólico de representación sexual y de las relaciones de poder que operan en él.
La diferencia sexual describe y, a la vez, denuncia el falso universalismo inherente a la posición falogocéntrica, a saber, que instituye a lo masculino como el exclusivo y excluyente agente racional (poseedor pleno y competente de la racionalidad) y a lo femenino como su Otro, como la instancia diferencial in-significante, in-completa, in-ferior, negativa.
Se trata de dislocar las creencias en los fundamentos "naturales" de las diferencias codificadas e impuestas socialmente: el yo queda definido como la inter-sección de múltiples campos de experiencia y de fuerzas sociales, lugar de resistencia para abrir nuevos espacios alternativos para subjetividades alternativas y desobedientes al modelo hegemónico, ya no concebidas ontológica y políticamente como subordinadas como lo otro de lo Mismo, sino pensadas afirmativamente como lo otro de lo Otro, como un siempre devenir-mujer.



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