Del Criterio del Gusto de David Hume, reseña

August 28, 2017 | Autor: Juan Sanguineti | Categoría: David Hume, Estética, Estetica, Del Criterio Del Gusto, Crítico De Arte
Share Embed


Descripción

Juan Matías Sanguineti Universidad Nacional del Litoral [email protected]

Según Hume, es natural la búsqueda un criterio que permita discernir entre lo bello y lo que no lo es, tal criterio serviría para condenar o confirmar los sentimientos de los hombres respecto a lo bello. Pero esta investigación se ve impedida por cierta filosofía que Hume presenta, según la cual: todo sentimiento es correcto porque no refiere a algo más allá de sí mismo y es siempre real; sólo las determinaciones del entendimiento pueden no ser correctas pues refieren a algo más allá de sí mismas, siendo sólo una la correcta; el sentimiento sólo denota una conformidad entre el objeto y las facultades de la mente; la belleza no es una cualidad de las cosas; nadie debe regular los sentimientos de los otros; no tiene sentido discutir sobre gustos. Hume contrapone la anterior filosofía a cierto sentido común: Obilby (un escritor prácticamente desconocido hoy día) es peor que Milton (escrito que todavía se enseña); nadie presta atención al gusto de quien afirma que Ogilby es mejor que Milton, pues tal gusto sería ridículo; Homero gustó en Grecia y también es admirado en Londres; la autoridad y el prejuicio puede hacer populares a un mal poeta temporalmente, pero el verdadero genio encuentra más admiración cuando más esparcidas y perdurables se hallen sus obras. Por tanto, Hume afirma que hay ciertos principios generales de aprobación y reprobación cuya influencia puede ser trazada por una mirada cautelosa. De aquí que algunas cualidades y formas están calculadas para gustar o para disgustar según la estructura de nuestra mente. Estos principios son identificados por Hume también como reglas de composición, pero aclara que no pueden ser fijadas por razonamientos a priori, sino por la experiencia. Éstas serían descubiertas por observaciones generales sobre lo que ha sido universalmente placentero en todos los países y épocas. Pero registrar la inspiración de la imaginación y reducir toda expresión a la verdad geométrica sería lo más contrario a las leyes de la crítica, pues produciría una obra insípida. Sin embargo, la poesía debe ser guiada, según Hume, por reglas descubiertas por el autor, por su observación o genio. Los escritores irregulares no placerían porque rompen las reglas, sino a pesar de ello: las bellezas de su trabajo superan sus errores. Y si nuestro placer surgiese por una parte de la obra que consideramos errónea, entonces deberíamos cambiar nuestras reglas críticas, pues no sería errónea.

Sin embargo, según Hume, si las obras que están calculadas para gustar por naturaleza fallan en un caso particular, se debe a un defecto en el órgano del crítico. Ocurren situaciones e incidentes que, o bien arrojarían una falsa luz sobre los objetos, u obstaculizarían que la verdadera forma trasmita a la imaginación el sentimiento o percepción adecuados. Lo mismo sucedería en el caso de un hombre afiebrado que no puede decidir en lo concerniente a sabores. Pero como habría un acuerdo considerable en los sentimientos entre los hombre en un estado eficaz de sus órganos, Hume sostiene que es posible derivar a una idea de la belleza perfecta. Por lo que sólo un hombre en un estado eficaz y no defectuoso podría proporcionar un verdadero criterio del gusto y sentimiento. A partir de la anterior consideración, Hume afirma que una carencia de delicadeza de la imaginación es una causa que produce un defecto en el sentimiento de belleza. Para desarrollar esta noción se vale de un relato de Sancho Panza en Don Quijote, según la cual dos de los parientes de Sanchos fueron invitados a degustar de un vino de cierta cuba que se suponía excelente. Pero uno detectó un sutil sabor a cuero en el vino, y el otro, a hierro. Ambos fueron ridiculizados hasta que vaciaron la cuba y encontraron en el fondo una llave con una cuerda de cuero. De este modo, Hume define a la delicadeza de la imaginación como la exactitud de la imaginación para percibir lo sutil, aunque también la llama “delicadeza del gusto” sin hacer una distinción. Con este ejemplo, nuestro filósofo sostiene que se debe admitir que, aunque la belleza y la deformidad no son cualidades de los objetos así como la amargura y la dulzura, existen ciertas cualidades en los objetos que están hechas por naturaleza para producir determinados sentimientos en nosotros. Aquí, los principios o reglas de la belleza funcionarían como la llave el fondo de la cuba, pues según tales principios podría corregirse el gusto de quienes no poseen delicadeza de la imaginación. Pero a su vez, con este ejemplo muestra que frecuentemente estas cualidades pueden estar en un bajo grado, sin afectar al gusto de quienes no poseen un órgano lo suficientemente exacto o delicado para percibir hasta lo más sutil. Sin embargo, Hume afirma que, por ejemplo, quizá las bellezas de la literatura jamás puedan ser reducidas a principios, pero ello no impediría la preferencia del juicio de un hombre por sobre el otro. Habrá diferencias en gustos, pero igualmente será preferible el juicio de aquellos que posean delicadeza de gusto porque son sensibles a cada belleza o defecto de una composición. Por otro lado, aquí Hume adelanta una cuestión que surgirá posteriormente con más fuerza, afirma que la mejor manera de hallar delicadeza de la imaginación en alguien es apelando a aquellos principios que han sido establecido por la experiencia en todas las naciones y épocas: es seguro que el juicio de quien posee delicadeza de la imaginación apruebe de los principios de la experiencia, los clásicos.

Por otro parte, Hume nota que las personas difieren en cuanta delicadeza poseen pues ésta mejora con la práctica de un arte particular y experimentando o pensando sobre un tipo de belleza en particular. Cuando los objetos son presentados a la imaginación por primera vez, el sentimiento que surge sería confuso y oscuro, y la mente no sería capaz de pronunciarse acerca de sus defectos y méritos. Lo más que se puede esperar sería un pronunciamiento sobre la obra en su conjunto. Pero cuando uno gana experiencia, el sentimiento se volvería más exacto y fino, capaz de asignar el elogio o la censura que le corresponda a cada parte. Por otro lado, Hume sostiene que también debe ser un requisito el analizar una obra más de una vez para emitir un verdadero juicio sobre la belleza. En una primera impresión de una obra no se percibe la relación de las partes, los verdaderos caracteres del estilo se distinguirían poco, y los defectos y perfecciones se presentarían indistintamente a la imaginación. Incluso, existiría una belleza superficial que agrada en una primera instancia pero que al hallarla incompatible con la justa expresión de la razón o de la pasión, desagrada al gusto. Así mismo, Hume considera que también es necesario comparar las diferentes clases de bellezas para juzgar apropiadamente. Sólo con la comparación sería posible asignar a cada objeto su lugar correspondiente entre las producciones geniales y fijar epítetos de alabanza o rechazo. El pintarrajo más burdo puede contener cierto grado de exactitud imitativa que sería agradable a un campesino o indio, pero ello porque es gente no familiarizada con bellezas más complejas y elevadas. Pero una belleza mediocre molestaría al versado. Otro requisito que Hume considera necesario es el mantenerse libre de todo prejuicio. Toda obra de arte requiere de cierta situación o punto de vista para disfrutar plenamente de su debido efecto. Los sentimientos de un crítico que juzgue una obra dirigida a una época o nación distinta a la propia, se hallarían corrompidos si no impone a su imaginación la violencia requerida para olvidarse de sí mismo. Pues las bellezas y defectos de la obra no ejercerían sus efectos adecuados, y su gusto se apartaría de la verdadera norma del gusto. El buen sentido también es un requisito para gustar apropiadamente una obra según Hume. A fin de percibir la consistencia y uniformidad en su conjunto, la belleza y la deformidad no pueden ser percibidas por aquel cuyo pensamiento no es capaz de aprehender y comparar todas las partes de una obra. Esto porque toda obra de arte responde a cierto propósito para el cual está pensada, y su perfección consiste en el grado de adecuación a su fin. Pareciese que Hume refiere a cada obra de arte en particular, pero luego afirma que el fin de la poesía en general es agradar. De este modo, según las anteriores consideraciones, Hume sostiene que aunque los principios del gusto sean universales en todos los hombres, pocos serían los cualificados para emitir su juicio sobre una obra de arte. Sin embargo, su postura da un paso más radical. Quien cumpla los

requisitos establecidos para emitir juicio de acuerdo con los principios universales, no solo puede pretender que su juicio es universal, sino que según Hume, efectivamente es la verdadera norma del gusto y belleza. De aquí que el problema sobre cuál es la norma del gusto ahora es: ¿en a dónde están y cómo reconocer a estos críticos? Aquí Hume condujo el problema a otro terreno, yo no es una cuestión sobre el sentimiento, siendo el subjetivismo una consecuencia difícil de escapar. Ahora el problema es de hecho. Pero el que una persona esté dotada de una delicadeza de la imaginación, libre de prejuicios, etc., puede ser a menudo materia de discusión. Sin embargo, Hume remarca que este problema está sometido al entendimiento, y en donde surgen dudas, lo mejor que se puede hacer es buscar los mejores argumentos para sostener una posición. Pero sostiene que la dificultad no es tan grande como parece, pues como ya ha mencionado, los clásicos han permanecido a través distintas épocas y naciones. Esto al contrario de las teorías y filosofías que se suceden unas a otros. Con ello, Hume pare sugerir que el juicio de los verdaderos críticos al menos debe acordar sobre los clásicos. Sin embargo, Hume brinda otra pista para reconocer al crítico, sostiene que a los hombres de buen gusto se los distingue fácilmente en la sociedad por la solidez de su entendimiento y la superioridad de sus facultades sobre el resto de la humanidad. Además, la influencia que adquieren otorga preeminencia a las producciones de los genios que aprueban. Hume no se detiene a profundizar el nuevo giro del problema y afirma que fue suficiente con probar que el gusto de algunos es preferible al de otros. Por otro lado, a pesar de todos los esfuerzos por defender la uniformidad del gusto, Hume reconoce que existen dos fuentes de discrepancia que no permite que se dé preferencia a un sentimiento sobre el otro. Pero estas fuentes no serían suficientes para confundir las fronteras de lo bello y la deformidad. Una es los diferentes temperamentos de los hombres; la otra, los hábitos y opiniones particulares de la propia época y país. De este modo, un hombre joven según Hume, cuyas pasiones son más intensas, será más afectados por imágenes de amor y ternura que un hombre de avanzada edad, quien disfrutará con las reflexiones prudentes y filosóficas respecto a la moderación de las pasiones. A una persona le puede agradar más lo sublime, a otra, la ternura, a otra lo burlesco; uno tiene una fuerte sensibilidad para los defectos y es extremadamente cuidadoso con la corrección, otro tiene un sentimiento más vivo de la belleza y perdona veinte defectos por un trazo elevado. De aquí que se escoja al autor favorito por la similitud de temperamento. Pero tales preferencias no podrían ser objeto razonable de disputa ya que no hay norma que pueda decidir la cuestión. Así mismo, Hume afirma que nos agradan más las escenas y personajes que nos recuerdan los que encontramos en nuestra propia época y país, frente a los que describen un conjunto diferente

de costumbres. Aquí tampoco es posible una disputa al respecto, pero un hombre culto puede aceptar hábitos que nos son los suyos, aunque un auditorio popular no es capaz de desviarse tanto de sus ideas y sentimientos usuales. Ante la controversia sobre la sabiduría antigua y moderna, Hume considera que estas reflexiones pueden hacer un aporte. Los hábitos inocentes en obras antiguas deben ser aceptados, un hombre que se sorprenda de ellos daría prueba de una falsa delicadeza. De otro modo, el monumento más duradero que el bronce del poeta se derrumbaría si los hombres no aceptaran las continuas modificaciones de costumbres. Pero cuando las ideas de moralidad se alteran de una época a otra, debe admitirse que esto desfigura el poema y constituye un defecto. Así, el fanatismo y la superstición, confunden los principios morales y deben ser por siempre reprochables. En cambio, no ocurre lo mismo con las opiniones especulativas que con los principios morales, pues los primeros están en continuo flujo y ellos no desvirtúan el valor de una composición. Solo necesitaríamos un giro de nuestra imaginación para disfrutar con los sentimientos derivados de estas opiniones.

Hume, David, “Del Criterio del Gusto”, en: De la tragedia y otros ensayos sobre el gusto, trad. M. Marey, Biblos, Buenos Aires, 2003, pp. 47-70.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.