Del compromiso al deseo. Las nuevas relaciones personales

June 7, 2017 | Autor: M. Subirats Martori | Categoría: Gender and Education and New Social movements in India, SOCIAL RELATIONSHIPS
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Descripción



Eva Illouz hace un precioso análisis de este tema. Illouz, E. (2012) Por qué duele el amor. Una explicación sociológica. Katz ed.

Las relaciones personales hoy: la disolución del compromiso


Las relaciones personales que establecemos hoy están cambiando muy rápidamente. Me atrevo a decir que formalmente se encuentran casi en el extremo opuesto a cómo eran y se entendían en la década de los 40, por ejemplo. Entonces, aun, -y por supuesto por influencia del franquismo, que había hecho retroceder la evolución de la sociedad también en este ámbito- la familia lo era todo: era el espacio natural y permitido de las relaciones personales, el núcleo duro de la pertenencia y la permanencia. Hoy estamos en el otro extremo: la familia empequeñece y se fragiliza ante nuestros ojos y lo que nos importa es la variedad y diversidad de nuestras relaciones, los múltiples hilos, reales o virtuales, que nos atan a decenas de personas, a veces ni siquiera conocidas personalmente. El núcleo humano del que formamos parte por nacimiento es cada vez más reducido y su permanencia depende de nuestra capacidad para construirlo y renovarlo, porque el movimiento inscrito en la sociedad nos lleva hacia la soledad.

Para tratar de entender la dirección en la que fluye esta transformación diré que, desde mi punto de vista, en ella confluye tres diversas tendencias, de profundidad y alcance temporal distinto. Una primera tendencia, la más de fondo, es la paulatina separación entre el ser humano y la naturaleza. Es un proceso de largo alcance: al principio no hubo ninguna separación, los seres humanos vivían en la naturaleza y de ella obtenían, directamente, lo necesario para vivir; poco a poco se van separando: ya no viven en plena naturaleza, sino en poblados, en ciudades más tarde. Con la sociedad industrial el salto es enorme: cada persona es sólo capaz de realizar una pequeña parcela del trabajo indispensable. Quedaba aun un vínculo aparentemente indestructible con la naturaleza: la familia. Nacemos de una madre y casi siempre de un padre, formamos parte de una familia, que nos da un lugar en el mundo. Y este es el grupo primigenio, el que, se supone, nos acompañará, renovándose, toda la vida.

Pues bien, en nuestra sociedad estamos diluyendo este núcleo último, este vínculo que nos queda con la naturaleza. Hay una variación interesante: los romanos decían "lo único cierto es la madre!. Pues bien, se acabó. Hoy una criatura puede tener dos madres, una que dio el óvulo y otra que gestó. E incluso una tercera que cuida, y que puede ser substituida por una cuarta. El número de miembros de la familia se reduce, las parejas se quiebran. Nuestra pertenencia a este núcleo es mucho más frágil de lo que fue en el pasado.

La segunda tendencia que nos empuja en el cambio de las relaciones personales es más reciente, y se ha desarrollado sobre todo en el capitalismo, extendiéndose en la última etapa. Me refiero al proceso de individuación, o, dicho de otro modo, a las tendencias al individualismo que predominan en esta etapa. El individuo frente al grupo, viejo tema: ¿Cuáles son los intereses que deben predominar? La novela del XIX está empapada de esta cuestión, y hay sociedades que aún siguen en el viejo esquema del predominio del grupo: los fundamentalismos suelen ser buen ejemplo de ello y hoy no nos faltan. Pero en nuestra sociedad hay un predominio neto del individualismo. Y ello cambia en profundidad las relaciones personales, incluso la identidad personal. Veamos algunos ejemplos: hasta principios del siglo XX el individuo no era nada, lo que importaba es la familia, el nombre, la casa. Era fundamental tener un heredero, porque debía existir un cabeza de familia que continúe en el tiempo, más allá de cada generación. Incluso los nombres debían repetirse, pegados a la casa. Esto, para nosotros, es impensable; no conozco a nadie que bautice a un nuevo hijo con el nombre de un hijo muerto anteriormente: entendemos que cada individuo es único, y aunque haya desaparecido en la niñez, es alguien distinto, insustituible. Más aun, el esfuerzo actual es el de encontrar un nombre propio que, si es posible, sea irrepetible: nuestra representación del individuo como totalmente singular, sin un modelo de destino y de comportamiento a copiar del pasado.

En nuestro mundo urbano, el vínculo comunitario se diluye, hasta el punto que podemos vivir durante años en una casa e ignorar quien ocupa el otro lado de la pared que nos separa. Perdemos la sensación de pertenencia, de ser de un lugar, formar parte de un grupo: el "nosotros" se borra para dar paso a la afirmación del yo. Como siempre, ganamos y perdemos en los cambios: hemos ganado libertad y diversidad. Pero, sin duda, hemos perdido también algo, fundamentalmente este sentido de pertenencia a un grupo, a un colectivo que en parte nos colocaba en el mundo, daba un sentido a nuestra vida. La añoranza de la comunidad es tan patente que la vemos resurgir en la mayoría de movimientos sociales, pero este ya es otro tema del que podemos hablar en otro momento.

La tercera tendencia es más reciente, y tal vez más superficial o coyuntural: todo se ha convertido en efímero, todo es para usar y tirar. La duración de una relación ya no es un mérito; de alguien que ha estado con la misma pareja durante 40 años se suele pensar ¡que aburrimiento, que falta de imaginación!. Las cartas de amor del pasado se conservaban toda la vida, a veces se guardaban durante generaciones. Hoy los whatsaps, sms y mensajes de todo tipo se multiplican, una pareja se escribe varios durante el día. Pero difícilmente se releen, y, al cabo de unas semanas en el mejor de los casos, han desaparecido para siempre.

Vistas las tendencias que nos empujan en el cambio de las relaciones personales, veamos ahora cual ha sido la evolución que han experimentado las más íntimas, y especialmente las de pareja, de familia y las amistosas. No trato de juzgar la bondad o maldad de tales cambios, sino sobre todo de cartografiar sus tendencias, aunque, evidentemente, hemos ganado y hemos perdido con tales cambios. A cada cual de hacer su balance de pérdidas y ganancias, expongamos tan sólo algunos elementos de reflexión.

Las relaciones de pareja: la disolución del compromiso

Cuando analizamos como han sido las relaciones de pareja en el pasado encontramos, por supuesto, diversos modelos. Pero hay un elemento común a casi todos ellos: las relaciones de pareja estaban basadas en el compromiso. Si analizamos, por ejemplo, las novelas inglesas de finales del siglo XVIII, como las de Jane Austin, en las que se trata a menudo de las relaciones de pareja, el término "compromiso" es constante. No se habla de amor, ni mucho menos de deseo; una persona es digna de ser amada precisamente en la medida en que se compromete y somete su vida a este compromiso, y es ello lo que la hace valiosa para contraer matrimonio. Pero no sólo en Inglaterra ni en el XVIII: también en Catalunya y en todos los ámbitos sociales el compromiso era lo fundamental en la construcción de una pareja. Los novios recibían, a partir del momento en que formalizaban su compromiso, el nombre de "promesos", no de enamorados, ni de amantes, ni nada parecido. El fundamento de la pareja era el compromiso, al que podía añadirse, o no, el enamoramiento y el deseo, rasgos de los que no se hablaba nunca en público y que pertenecían totalmente a la esfera privada.

Es cierto que el compromiso no afectaba del mismo modo a hombres y a mujeres. El compromiso era el de mantenerse unidos y trabajar por el bien de la familia, y, para las mujeres, el de ser fiel. Para los hombres se presuponía también la fidelidad, pero las infidelidades eran toleradas, dado que se asumía que el deseo podía quedar fuera del ámbito matrimonial. De todos modos, el compromiso que contraía el hombre era también importante: mantener a la familia, no abandonarla, dejar fuera de ella las otras experiencias sexuales o incluso los posibles hijos e hijas nacidos al margen del matrimonio, etc.

Hoy estamos en el extremo opuesto al compromiso: lo que predomina y es fundamental para nosotros es la ley del deseo. La legalización del divorcio nos autoriza a creer que el vínculo matrimonial puede romperse; el compromiso, por lo tanto, es condicional. Sólo si somos felices, sólo mientras dure el amor. Es, hasta cierto punto, considerado inmoral seguir en una pareja en la que ya no hay amor; inmediatamente pensamos que se hace por interés, por no perder propiedades o ventajas, etc. Hemos dado un vuelco extraordinario a la concepción de la pareja, un cambio radical, que, obviamente, presenta muchas ventajas, aunque también algunos inconvenientes.

Tenemos indicadores diversos sobre esta evolución: por ejemplo, la disminución del número de matrimonios. Sabemos que aumenta el número de parejas que no se casan, pero no hay datos exactos de cuantas son. En cualquier caso, los matrimonios disminuyen a lo largo del tiempo: si comparamos el número de matrimonios celebrado en España en 1975 con el número celebrado en 2013, vemos que ha disminuido en un 44%, mientras la población ha aumentado en un 27%.(censo 1970, 34 millones; 2014, 46 millones y medio)

Paralelamente, los divorcios aumentan. El INE da sólo la serie desde 1998. Si comparamos el número de divorcios, separaciones y nulidades entre el año 2000 y el año 2013, vemos que estos han quedado multiplicados por 2,6, es decir, mucho más del doble, en sólo 13 años. El gráfico adjunto nos muestra la tendencia de las dos curvas.





Fuente: INE y elaboración propia

Algunos otros datos completan la información sobre esta tremenda fragilización de la pareja a la que estamos asistiendo. Según el INE, la duración media de los matrimonios es, en 2013, de 15,5 años –en una etapa en que la vida se alarga, aunque es cierto que los matrimonios son más tardíos. La edad media de contraer matrimonio fue, en 2013, de 32,18 años para las mujeres y de 34,32 para los hombres. En aquel año la tasa de matrimonios fue de 3,32 por 1000 habitantes, mientras la tasa de divorcios fue de 2,2 por mil. Y, curiosamente, el 75% de los divorcios fue por mutuo acuerdo, lo que nos muestra que no es tanto un abandono de uno de los miembros sino la constatación del final de una historia compartida. Una lógica de construcción y ruptura de la pareja que probablemente es muy similar en las que prescinden del matrimonio, aunque, en este caso, no tenemos datos de ello, puesto que habitualmente no se produce ningún registro.

Al margen de los aspectos cuantitativos, más conocidos, es interesante hablar de los rasgos cualitativos de estos cambios. ¿Cuál es la transformación real? Básicamente que ya no concebimos la unidad social como la pareja o la familia, sino como el individuo. Cuando el eje de construcción de la pareja se centraba en el compromiso y el matrimonio, lo que se estaba diciendo es que cada uno de los miembros de la pareja renunciaba a su proyecto individual para subordinarlo al colectivo. Podríamos distinguir, por supuesto, entre la renuncia de la mujer y la del hombre, que no eran exactamente paralelas; podemos pensar incluso que para la mayoría de las mujeres no cabía otro proyecto personal que el matrimonio y la maternidad; pero también el hombre renunciaba a un proyecto individual, puesto que debía siempre tener en cuenta a la familia al tomar sus decisiones. Hoy no es así: partimos, en la mayoría de los casos, de proyectos individuales de tipo profesional u otro. En la etapa de mi vida en que fui concejala y realicé muchas bodas me llamaba la atención, en algunos casos, que aquellos que contraían matrimonio y prometían vivir bajo el mismo techo ni siquiera lo iban a cumplir, dado que algunas parejas vivían en ciudades distintas y seguirían así después de la boda. Dos cosas resultan hoy difíciles para las parejas: resolver el problema de la fugacidad y diversidad del deseo sexual, que consideramos un justificante suficiente para romper la pareja cuando aparece el deseo por alguien externo, y compaginar los proyectos individuales de modo que no separen a la pareja y que, al mismo tiempo, no anulen a ninguno de sus miembros, porque cuando así sucede se crea un desequilibrio que también suele tener consecuencias negativas.

Hay otra cuestión que se complica mucho en este tipo de relaciones personales, y es la de la reproducción humana. La familia antigua estaba diseñada para facilitar la reproducción, para tener descendencia y hacerla crecer hasta que niños y niñas pudieran valerse por sí mismos, y legarles después el patrimonio familiar. El modelo actual no es así, por muchas razones. En primer lugar porque cuando la mujer tiene un proyecto profesional, se hace difícil compaginarlo con los nacimientos y la crianza. De aquí que la mayoría de mujeres hayan reducido drásticamente los nacimientos, y estemos en España en una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo.1,32 hijos por mujer en 2014, cuando 50 años atrás, en 1964, era del 3,1. Es decir, mucho menos de la mitad, y aun contando con la presencia de muchas mujeres migrantes, puesto que las cifras de años anteriores a las migraciones masivas de los 2000 son aun inferiores: 1,20 en 1994.

No me preocupa en absoluto que en España nazcan pocas criaturas. El mundo está lleno de niños y niñas que necesitan cuidados y no los tienen, y de personas jóvenes que no tienen trabajo, así que el lamento por el envejecimiento de la población española es una más de las trampas que se nos tienden, mientras no se deja entrar a los inmigrantes o se les expulsa sin miramientos. No es este el problema, sino el de saber cómo vamos a poder reproducirnos en sociedades que no dan cabida a esta función, que están organizadas de modo tal que la reproducción no es tenida en cuenta cómo una función social indispensable. Imagino que llegará un momento en el que los vientres de alquiler se van a generalizar, las guarderías funcionarán 24 horas y las actividades para-escolares también. La pregunta es ¿podemos socializar a las nueva generaciones con estos métodos? ¿Tiene sentido tener hijos? ¿Qué nos perdemos y que se pierden con esta socialización delegada?

Quede claro que no quiero acusar ni culpabilizar a nadie. Estas son las condiciones en que vivimos y lo único importante es saber si son suficientemente satisfactorias o si algunas cosas deben cambiar. Las mujeres tenemos demasiada tendencia a sentirnos culpables, y especialmente en lo que hace referencia a este tema. Pero algo queda claro: los intentos de volvernos a casa van a fracasar, porque en una sociedad en la que rige el principio del individualismo y del deseo personal como valores fundamentales, las mujeres no pueden exponerse a volver a ser amas de casa. De modo que habrá que encontrar otras formas de actuar. En cualquier caso, y para volver a las relaciones personales, está claro que ello afecta a las relaciones padre/madre e hijos. Porque el tener y criar hijos exige compromiso, y la tendencia actual nos lleva a no aceptarlo. En este sentido creo que realmente los niños y niñas han sido los grandes perdedores del cambio de modelo y es evidente que estos cambios están teniendo mucho impacto sobre la socialización de las nuevas generaciones, en las que detectamos carencias muy visibles, sobre todo en relación a la adquisición de normas.

Hay otro aspecto que me parece importante mencionar como síntoma de esta creciente falta de compromiso: el aumento de la prostitución. En los años sesenta y setenta, en que la sexualidad de las mujeres estaba todavía en España sometida a un fuerte control, parecía probable que en el momento en que tuviéramos mayor libertad y no fuera necesario casarse para mantener relaciones sexuales, la prostitución tendería a desaparecer, puesto que no sería ya tan difícil para los hombres mantener relaciones en una forma libre. Error total: la prostitución no ha hecho sino aumentar, no sólo en el mundo, sino también en España, ampliando incluso algunas de sus formas más repugnantes, como es la trata y la esclavitud sexual. ¿Cuál es la razón? Precisamente esta ética que lleva a la falta de compromiso. Dadas las diferentes expectativas de hombres y mujeres respecto de la sexualidad, acostarse con una mujer conlleva siempre un mínimo de esfuerzo. Hace poco se publicó un estudio en que se preguntaba a hombres jóvenes sobre su uso de la prostitución, y las respuestas eran claras: "para ligar con una chica primero hay que camelarla, quedar con ella, ir a cenar, tomar unas copas, y al final puede que te diga que no. Vas con una prostituta, puedes hacer lo que quieras y no hay problema, ella sabe lo que tiene que hacer, pagas y basta. " Clarísimo. Con substituir las relaciones personales por relaciones económicas lo tenemos todo solucionado. Es lo mismo que acabará sucediendo con los vientres de alquiler, probablemente, o con delegar los cuidados que necesitan las personas mayores en alguien a quien pagamos. Pero ¿obtenemos los mismos resultados? ¿No dejan las relaciones, precisamente, de ser personales?

La familia: más pequeña y más frágil

El hecho de que la pareja se fragilice implica que la familia se debilita también: al producirse los divorcios y separaciones, al decrecer el número de hijos, el grupo familiar empequeñece. Pero no es este el único motivo. En el pasado la familia era extensa, no solo hermanos, sino tíos y tías, primos y primas, formaban una vasta red de vínculos periódicamente transitados, a menudo con gran intensidad. Durante el franquismo este modelo familiar era aún muy visible: las fiestas consistían en la celebración de las bodas, bautizos, comuniones, santos y cumpleaños de los miembros de la familia, abuelos, abuelas, tíos y tías, primos, etc., que formaban parte innegable de nuestra familia y que había que tener en cuenta a la hora de saber que iban a opinar de cada uno de nuestros actos. Esto ya no es así, por lo menos en las grandes ciudades. La tendencia es a la disminución drástica del número de personas por hogar: en el año 2014, en Catalunya, estamos ya en un hogar medio de 2,51 miembros, y se han perdido 2 centésimas respecto de 2013. Y ello a pesar de la retención en el hogar de jóvenes que ya lo hubieran abandonado si existieran posibilidades de empleo suficientes. Los tipos de hogar que más aumentan son los de las personas solas y los monoparentales. Tendencia, por lo tanto, al aislamiento de la población adulta, que se suma a la de una población infantil de frecuentes hijos únicos.

Hay muchos fenómenos que inciden sobre esta tendencia: la dispersión de la familia en el territorio, el tamaño de las viviendas, la existencia de un sistema de pensiones que permite que las personas jubiladas puedan vivir autónomamente, etc. Todo ello es conocido. Pero quisiera señalar otro aspecto menos conocido y que me parece también importante.

La tendencia a la individuación y a la valoración de formas de vida individuales no sólo se da dentro de la pareja. También se produce entre los componentes de cada familia: hermanos y hermanas, primos, etc. Las clases sociales siguen existiendo de una manera muy fuerte, y se han reforzado aun con la crisis, pero en la etapa anterior a la crisis permitieron una cierta movilidad social. ¿Qué significa esto? La evolución profesional y social de un individuo dependía menos que en el pasado de la clase social de origen, y personas nacidas en la clase trabajadora podían llegar a instalarse en la clase media o incluso media alta, sobre todo a través de los estudios superiores, aunque también de algunos otros mecanismos, como la propiedad de una pequeña o mediana empresa. Estas trayectorias son individuales: habitualmente no todos los hijos de una misma familia comparten trayectorias similares, de modo que en unos casos se produjo desclasamiento –hacia abajo o hacia arriba, más frecuentemente hacia arriba hasta el comienzo de la crisis, y hacia abajo después- y en otros no. Este fenómeno tiende a debilitar los lazos familiares: ya no se realizan las mismas actividades, ni se acude a los mismos locales, ni los hijos son escolarizados en las mismas escuelas. Puede que ello dé lugar a tensiones, envidias, rivalidades, etc., o puede que no. Pero lo que es evidente es que el vínculo familiar se debilita y se practica menos frecuentemente, porque las trayectorias han ido en sentido diverso, lo que suele cambiar las opiniones políticas, los gustos artísticos, etc. Ello lleva a que, en muchas familias, actualmente, los vínculos dejen totalmente de practicarse o se conviertan en esporádicos. Habitualmente ello se explica por razones individuales: mal carácter, orgullo,, conflictos, prepotencia de unos u otros. Detrás de todo ello existe un cambio estructural, la permeabilidad de las clases sociales, que en principio debemos aplaudir.

La crisis, en cierto modo, ha parado o ralentizado este proceso. Pero en función de cómo se produzca su final veremos si se agudiza de nuevo o si tienden a cerrarse las fronteras de clase y a frenar, si así fuera, los procesos de diferenciación y disgregación familiar.

Las relaciones de amistad: un vínculo que se desarrolla y se diversifica

Los procesos que tienden a que la familia sea más pequeña y más frágil, a que la pareja sea más inestable, nos conducen a rebajar nuestros niveles de pertenencia y de vínculos; de ahí el aumento de las personas que viven solas y la sensación de aislamiento y falta de raíces tan frecuente en las sociedades occidentales actuales. Sin embargo, la pérdida de vínculos familiares se ve en general compensada por el establecimiento de otro tipo de vínculos, los basados en la amistad. Los vínculos de amistad también están cambiando, y en gran parte es a través de ellos que se satisfacen muchas de las necesidades de relación que anteriormente satisfacía la familia.

En el pasado, los lazos de amistad solían tejerse en el entorno: vecinos, compañeros y compañeras de escuela, de trabajo o de ocio; el primer cambio que observamos en los lazos de amistad es que hoy se diversifican y se dispersan en el espacio. Establecemos relaciones con personas que viven al otro lado del mundo, a los que ni siquiera conocemos personalmente. Las redes sociales constituyen un instrumento nuevo, a través del cual se amplían enormemente las posibilidades de amistad y comunicación y que, a veces, substituyen relaciones que antes solo se ejercían en ámbitos muy cercanos: comentar anécdotas del día, mostrar un nuevo traje o peinado, compartir momentos íntimos, incluso sexuales. Y por supuesto también son usados para ampliar la búsqueda de pareja hasta límites que jamás pudieron ser imaginados.

Estos vínculos van dejando de ser de grupo para convertirse en individuales. Cada persona es un nodo del que parten relaciones múltiples, a veces compartidas, pero no en su totalidad. No son tanto grupos de amigos como vínculos establecidos individualmente, presenciales o virtuales, que ocupan cada vez mayor tiempo en nuestra vida.

Paralelamente se ha reforzado la relación entre personas del mismo grupo de edad, sobre todo entre los jóvenes. Al debilitarse la convivencia cotidiana entre generaciones –padre/madre/hijos- y sobre todo al desaparecer del hogar los abuelos y abuelas, la conexión vertical se debilita también, mientras se refuerza la conexión horizontal. En los análisis sociológicos queda patente que cada vez tiene mayor peso, para explicar las opiniones, modas, opciones políticas, etc., la generación a la que se pertenece; y al mismo tiempo, en una sociedad tan cambiante, los referentes varían enormemente de una a otra generación, y por lo tanto es más difícil que sean compartidos.

Así, sustituimos muchos de los antiguos lazos familiares por lazos de amistad, que nos resultan más cómodos. Los lazos de amistad se establecen con personas con las que compartimos gustos, afinidades, opiniones; responden a una elección, a diferencia de los lazos familiares, que nos venían dados. En la familia se compartía una solidaridad hasta cierto punto obligada por la necesidad de apoyarse en las dificultades. Durkheim habló en el pasado del cambio que suponía el paso de la solidaridad mecánica a la solidaridad orgánica; él se refería al aumento de la división del trabajo. Pues bien, algo parecido está sucediendo en el paso de los vínculos familiares fuertes a los vínculos de amistad. Frente al vacío de las familias amplias que ya no se ven, o a quienes ya no podemos recurrir, restablecemos lazos personales a través de la amistad para sentir que formamos parte de algún grupo humano, más allá de nuestro pequeño grupo familiar o de nuestra soledad.

Este cambio presenta muchas ventajas, indudablemente. Pero también algún inconveniente: ¿hasta dónde podemos confiar en el apoyo de las amistades si nos hallamos frente a un problema serio? Se supone que el apoyo de la familia siempre era incondicional. En este momento ello no es ya tan seguro. Pero ¿es posible substituirlo por el apoyo de los amigos y amigas? ¿Hasta dónde concebimos que debe llegar el vínculo de la amistad en circunstancias difíciles? Sentimos que no puede compararse al familiar, o tal vez sólo excepcionalmente. ¿Entonces? ¿Es el vínculo de amistad lo suficientemente potente para substituir al compromiso que antes implicaba la pareja y la familia?

Muchas de nuestras necesidades se resuelven hoy mediante los servicios públicos; ya no necesitan de relaciones personales; estas son, en cierto modo, un lujo, el "brillo de la vida", el refugio del sentido y de la intimidad. ¿Son por ello más quebradizas, menos necesarias que en el pasado, y por lo tanto más dependientes del grado de satisfacción que nos producen? Probablemente. Y probablemente también nos queda por aprender, precisamente, cómo convertirlas en más felices para que se consoliden y mantengan en el tiempo.


Marina Subirats

















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