\"...Dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado.\"

August 21, 2017 | Autor: Daylins Rufin | Categoría: Gênero E Sexualidade
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Descripción

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“…DEJANDO MI CUIDADO, ENTRE LAS AZUCENAS OLVIDADO.” Miércoles 4 de Febrero, 2015 AD Por: Rev. Daylins Rufin Pardo ……………………………………………………………………………………………………………………………………………………

El Amor, como Dios, es un misterio de Vida tremendo. ¡Tanto! Que no han sido pocos los abordajes, intentos de describirlo y también propuestas sobre cómo vivirlo que se han sucedido a través de los siglos, acumulándose como herencia en nuestra memoria cultural y humana. Unos de los referentes más aludidos para intentar comprender el Amor en sus diversas expresiones, implicaciones y “niveles” han sido los bíblico-teológicos. Desde sus comienzos más formales de sistematización, la teología cristiana,

basándose en la declaración

explícita de impronta juánica “ Dios es Amor” (1 Jn 4, 8b) y través del abordaje de otros pasajes de la Sagrada Escritura que aluden -explícita o implícitamente- a este tema ( Rom 5, 5 , 1 Juan 7b-8) no sólo pensó, pretendió comprender y discursó sobre el amor en clave de Dios (θεόs), sino que como parte de este esfuerzo fue legitimando un conjunto de ideas, opiniones, explicaciones y planteamientos que fueron in/formando una “teología del Amor” que, como toda reflexión, no fue escrita ni descrita desde un vacío, sino que fue construyéndose en plena relación con la ideología de las estructuras eclesiales y volviéndose reflejo de sus intereses y propósitos. Y como esta mirada sobre el Amor que privilegió la iglesia cristiana provino sobre todo de varones de Dios célibes, la reflexión sobre lo que el Amor de Dios y el Amor en general eran y debían vivirse, se acomodó a formulaciones que – amén de la salvación del alma, que como sabemos era entendida como “eso otro” separado totalmente del mismo- devinieron casi en una propedéutica del cuerpo. Un explicar cómo tratar desde la fe con lo corporal, esa “zona prohibida” que teníamos (no ¡que éramos!) y de la que -con suerte- nos desprenderíamos un día con un alma que sería más “pura” en tanto más cuidado hubiese tenido en vida en su trato con él.

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Esta visión, aunque negativa no salía per se desde el mal- ya dijimos que respondía al entrecruce socio-histórico de muchas variables complejas- pero lo cierto es que este sinquerer-cuidar el Amor, terminó descuidadamente in/formando una supuestamente correcta ética cristiana y, por supuesto, llegó a configurarnos una moral del cuidado, no como valoración propia de cómo sentir y sentirnos con nuestros cuerpos desde la vida en Dios, sino de un ¡Cuidado! como alerta ante lo ya prescrito y formulado… ¡Cuidado! de sentir, experimentar sensaciones, ¡Cuidado! con el gozo (…y si Ud. ahora mismo está pensando que esto que estamos hablando tiene que ver sobre todo con la sexualidad definitivamente al hablar de estas influencias estamos en lo cierto!...) Esta Teología del Amor ¡Cuidado! proclamada a manera de entenderse “lo bueno” y vista desde ahí se fue moviendo entre dos límites, dos demarcaciones, dos campos de sentido bien precisos: la que entendía el Amor como acto sacrificial y de negación propia en pos de los otros. No por gusto fue una imagen privilegiada el cuerpo crucificado y la que – consecuencia de este- lo comprendía como negación o sublimación de la corporalidad. Ética y estética han de entenderse en relación y esta comprensión nos ayuda a entender y deconstruir críticamente este tipo de mirada teológica heredada sobre lo corporal. En el arte- representación estética por excelencia- vemos, por ejemplo, que en las imágenes “gloriosas” el cuerpo solo suele aparecer cercenado por la mitad, ¡recuérdese el Sagrado Corazón, por ejemplo! o en el caso de algunas de las imágenes femeninas la representación privilegia cuerpos de mujeres supra cubiertos, con el niño en brazos, dejando claro que la función “glorificante” del cuerpo femenino es, sobre todo, la maternidad. Estética que apunta, sin lugar a dudas, a esta moral del ¡cuidado! Cuando del cuerpo se trata y soporta esta versión del amor que para ser divino y pleno, ha de descolocar lo corporal de toda mira. Dos márgenes definidos para contener y moldear el Amor, reflejo de siglos de mentalidad dualista que hasta hoy tiene sus ecos en nuestra manera de aceptar (acercar) vivir y comprender no sólo el Amor, sino a nosotras y nosotros mismos como los seres humanos que somos en la dinámica de encarnar y expresar el Amor desde los cuerpos.

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[Y quien lo dude pregúntese si ¿acaso no ha escuchado un sermón alguna vez sobre el Cantar de los Cantares que sigue describiéndolo, sobre todo, como una parábola de la unión de Cristo con la Iglesia?) ¡Quizás hasta ¿lo hemos predicado!] Pero sucede, hermanas y hermanos, que el Amor no sólo es Fuerza de Dios, sino el Misterio de Dios mismo, omnipresente, abarcador, inmenso… Y ¿quién puede contenerle o moldearle? ¿Quiénes establecerle “hojas de ruta” o “mapas para [su] fiesta”? Sucede que el Amor EXISTE. No es una abstracción de los sentidos, y como tal solo puede manifestarse plenamente a través de nuestra plena corporalidad, de las expresiones que pueden salir del cuerpo histórico que somos. No existe otra manera más concreta y por tanto más plena. Sólo puede manifestarse el Amor, sobre todo, si somos cuerpo que siente y se deja y hace sentir, en medio de la gente… Cuerpo que toca, abraza, extiende las manos hacia otro cuerpo en su necesidad. Cuerpo que transmite calor, cercanía, cuerpo que se hace Palabra en el gesto de Amor, pues solo allí la Palabra que se hace carne (Jn 1, 2). El Amor es la reminiscencia práctica de la memoria del jardín que Dios dijo debía de ser el mundo: tierra de leche y miel en la cual debíamos vivir armoniosamente como criaturas. Y una cosa es cuidar del Amor (podarlo, regarlo, compartir sus frutos) y otra muy diferente demarcarle los lindes y colgar allí para quien entra o sale una señal de ¡Cuidado! Dios, que en su Amor nos hizo criaturas del jardín, se manifiesta así en la profusión incontenible y enmarañada a veces de sentires, experiencias, entrecruces, devaneos, dejaciones y tránsitos con que se expresa y mueve todo cuanto existe, a todo nivel. El Amor suele ser un milagro tan libre, tan vivo, tan creativo, espontáneo, tan del Espíritu, que a veces puede parecer un milagro intruso, desobediente, desordenado. Pero nos ha sido dicho que el paraíso es ese desbordarse de frutas y flores, de aromas, de texturas diversas, de experiencias distintas y a veces disímiles y que solo podemos SENTIR, relacionarnos y percibirnos como criaturas en comunión, desde esta diversidad hermosa y desafiante. Y se nos dijo, además, que no pretendiéramos alcanzar a saber lo que estaba bien o mal. El mandato fue SER, ESTAR, sentir/nos y

percibir/nos puramente acompañados,

desprovistos de todo y sentirLe a los Divino así cómo se paseaba gozosamente en medio nuestro.

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Y ¡ claro que hemos errado y erramos en esto! en nuestro afán de “vivir bien” y “acorde a Dios” según nos fue pre/dicho, nuestro cuerpo ha vestido otros ropajes. Ha atendido otras voces y mandatos y trocado el jardín en “jardincillo”.... Pero la historia, mis hermanas y hermanos, se ha encargado y aún se encarga de mostramos que siempre, absolutamente SIEMPRE, el Amor triunfa (“Amor vincit omnia…” San Juan de la Cruz) y a pesar de que mientras por un lado iba dispersándose esta comprensión del Amor como abstención y contrición desencarnadas; el Dios que decidió hacerse carne en Jesús, Dios de la historia, se encargaba de insuflar más allá de estas fronteras y límites, en “la otra tierra del Espíritu” que no entiende de márgenes impuestos, otras maneras de comprender, sentir y experimentar el Amor. Y esto podemos encontrarlo, por ejemplo, en la corriente de la mística cristiana. Dios, que no quiere ni puede ser moldeado, que no tuvo otro nombre que revelar ante la llama ardiente que aquel que daba razón de su SER y ESTAR y HACERSE SENTIR en el mundo: hecho brisa y fuego que es y será; hizo que ardiera el corazón de muchas y muchos hijos amados y les llenó el cuerpo amante de visiones, deseos y sueños de Vida y Vida en abundancia… Y he aquí que, paralela a esta ruta de sentido, se hizo presente como una segunda vía ese otro camino del Amor que fue propagado por las místicas y místicos cristianos. Camino desde donde se peregrina con la libertad de salirle al encuentro al Amor, porque se es encontrado por el Amor, cada vez…Camino donde las “reglas” se construyen y decosntruyen en el propio peregrinaje de la Vida, porque la ley es que no exista otra cosa que regule, que no sea el Amor ( Ama et qod vis fac…) Ama y haz lo que quieras…porque al atardecer de la Vida no seremos examinados, ni nos preguntarán por otra cosa que no sea el Amor ( como bien apuntaba San Agustín de Hipona) Teología de Dios “al margen de….” que aún para muchas personas, grupos y estructuras amantes de los límites y lindes sigue “quedando fuera” y siendo marginada de los cánones. Y han sido estas personas que se atrevieron a cuidar al Amor sin ponerle ¡cuidado!, quienes se atrevieron a vivir en silencio, a la sombra , en la cornisa de los otros poderes, amando y entregándose a sentir el Amor de Dios, quienes precisamente fueron describiendo una teología del Amor diferente . Una mística del amar sin cuidado como única vía posible para cuidar del Amor. Y fueron estas personas, de paso, develándonos y aproximándonos

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también a un Dios distinto. Dios diferente no porque contradiga en esencia esa otra manera de la que ya hemos hablado, sino porque privilegia sobre todo esa otra mirada que retoma el lugar de la experiencia, de la corporalidad y el sentir como sitios legítimamente privilegiados para vivir amando a Dios, siendo amadas y amados por Su Misterio de Espíritu y Vida… Vía que declara el Cuerpo como lugar sagrado: puerta de entrada y salida del Amor y hacia el Amor. Estas otras maneras de comprender a Dios, nos despertaron preguntas: ¿Cómo amar a mi prójimo en el aquí y ahora concreto de mi vida, desconociendo armónicamente el reconocimiento del cuerpo histórico que soy, que cada quién es? ¿Cómo entender el Amor desde una a/corporalidad etérea si la propia experiencia de amor fundante de esta comunidad de discípulas y discípulos que somos desde hace tantos siglos, parte precisamente del reconocimiento del misterio de Amor de Dios palpable en Jesús, hecho cuerpo cercano otra vez, que camina, parte el pan, sigue presente a pesar de las llagas y sin miedo de ellas, y no niega el abrazo de amor de María en el jardín, sino que lo legitima para un mejor momento: No me toques [ahora]…..( Jn 20,17b ) “Ya, pero todavía no…” de un Amor que habrá de cumplirse, cuando le sea el tiempo…? Y es aquí, mis hermanas y hermanos, cuando nos tropezamos con la primera gran encrucijada, una bifurcación en nuestro camino de buscar y seguirle el rastro al Amor desde la visión cristiana. Una vía que exige de nosotras y nosotros pensar profundamente y decidir ¿qué camino tomar? Como bien nos legó el monje Thomas Merton “Lo que decimos sobre Dios, habla más sobre nosotros mismos” (Merton, Thomas. Nuevas semillas de contemplación, Sal Terrae, Madrid, 2003, 301 pp.) ¿Qué dis/curso he mostrado sobre el Amor en Dios? ¿De qué asuntos y cómo este

me( nos) muestra? Es en la experiencia del misticismo cristiano donde se mantuvo en tensión viva, donde permaneció latente otra manera de entender la praxis y encarnación del Amor en medio nuestro. Es allí, en el pensamiento de estas místicas y místicos donde se encuentra el quiebre, la ruptura, el mar narniano que lleva a la otra dimensión. Esto, informado por una

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praxis de vida y compromiso que por sobre cualquier prescripción optó por pre/sentir(se) desde esta mística del Amor descuidado que aquí propongo. Esa que es Amor en dejación, vaciamiento de todo, demarcación del espíritu subversión (levitante, ligera…) de lo que la Teología y el Dogma, la sociedad y los reinos de este mundo, enseñaba, legitimaban y declaraban cuidadosamente como permitido y posible. Este Amor descuidado del que estamos dando co-razones, es el amor que sintió San Juan de la Cruz como “llama de amor viva que tiernamente hiere del alma el más profundo centro…” y que ¡ya no más le es esquiva! Amor sentido como apertura, plenitud y paz plenas por Santa Juliana de Norwich que en sus visiones declaró: “Dios creó nuestra alma para que sea su propia ciudad y el lugar de su descanso. Esto es lo que más le place de toda la creación. Y cuando habíamos caído en el dolor y el sufrimiento, ya no éramos aptos para tan noble oficio. Pero nuestro buen Padre no se preparó otro lugar para morar, sino que, en cambio, se sentó sobre la tierra, esperando a la humanidad, esa misma sacada del barro, hasta que en el tiempo fijado por la gracia, su amado Hijo devolvió a esta ciudad su noble belleza, a través de su grandiosa obra". El amor hacia el cual se posicionó Santa Teresa de Jesús pidiendo “De devociones absurdas y santos amargados, líbranos, Señor” atreviéndose entonces a vivir ese amor descuidado, cargando amorosamente también con las consecuencias convencida de que “Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es Amor” Amor libre como las alas del Espíritu, como su brisa, ruậh de YHWH que anima y alcanza cuanto existe y a la que no ha de temerse porque tal como experimentó el monje trapense Thomas Merton: “El amor de Dios se ocupa de todo cuanto hago”… Opción de Amor que estamos llamadas a vivir con claridad porque “El hombre (el ser humano) es imagen de Dios, no Su sombra”. Amor “ sin cuidado” que también vivió y predicó la filósofa judía y luego religiosa cristiana Edith Stein, mística carmelita: “La vida de Dios es amor: amor desbordante, sin límites y que se da libremente; amor que se inclina misericordioso hacia toda necesidad,

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amor que sana al enfermo y resucita lo que estaba muerto; amor que protege, defiende, alimenta, enseña y forma; amor que llora con los que lloran y se alegra con los que están alegres; dispuesto a servir a todos para que lleguen a ser lo que el Padre quiere; en una palabra: el amor del corazón divino.” Ese Amor del que hablamos que es un milagro inquieto, que no vale la pena atrapar porque no hay manera de aprisionar su vuelo, de medir su altura, su ancho, su longitud, su permanencia…del Amor solo sabemos de dónde parte, así lo describió esa otra “mística secular” nuestra, la cubana Dulce María Loynaz, cuando dijo “Voy a medirme el amor con una cinta de acero: Una punta en la montaña. La otra... ¡clávala en el viento! Amor en el que nuestro maestro Castellanos se cansó de repetirnos que podíamos confiar y permanecer orando siempre porque “la historia pertenece a los intercesores…” Que el Padre Ramón Martin (quien fuera mi párroco aquí en la iglesia del Carmen de esta ciudad) declaró que era “aventura, descubrimiento de lo nuevo, pasión por lo desconocido… y que solo cuando no huimos de nuestros propios conflictos (esos que nos crean estas “normas para el amor ”) y admitimos esta vivencia dolorosa, oscura como la noche ( que es el ejercicio de amar) podemos conocernos completa y realmente a nosotras y nosotros mismos. Solo desde ahí (desde amor que sale a amar) podrá surgir la fortaleza interior suficiente para abrirse verdaderamente a lo Santo”. (Cf: “La casa sosegada” En: Revista, Llama Viva, Matanzas, 1995)

El tipo de Amor del que el Rev. Orestes Roca hablaba ayer en esta capilla cuando en su homilía comparaba el Amor con una semilla que debe esparcirse sin cuidado, por toda tierra, no dejándola sola para el pedacito de jardín de quienes amamos y nos aman… Yo quiero invitarnos esta mañana a pensar en cómo el Amor nos ha sido entregado. A pensar como comunidad del seminario y gente de fe llamada a servir amorosamente en el mundo y en la vida, en la(s) manera(s) en que estamos atreviéndonos a vivir, recibir y esparcir ese Amor. A palparle sus lindes y preguntarnos ¿quién…por qué… y desde cuándo ha sido demarcado?

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Y si sentimos sed… si hay una sed en mí, o en ti, si existe sed en nosotras y nosotros, que podamos como el siervo que brama por las corrientes de agua fresca, saltar esa cerca, esos límites, esas demarcaciones y salir a las calles del alma en busca del Amado. Salir, y preguntarle “a los guardias” donde está y qué le han hecho. Salir aunque sea noche, en busca de “ la fonte…” Pensar también en la memoria propia el Amor, en el peregrinaje que hemos vivido con y por él, en las marcas conque nos ha acompañado hasta aquí. Esas que a causa de excesos u omisiones se imprimieron en nuestra piel del alma (el cuerpo es piel del alma, su espalda o su reverso) y que de tantas formas siguen siendo zona sensible en ella. Pensar en el Amor desde la experiencia del amor mismo, del desafío tremendo que significa abrirnos a su presencia y declarar: “Sí, existe…” Invito a que reflexionemos sobre los desafíos que implica el amar, y el sentirnos amados. Invito, por último sobre todo a atrevernos a sentir y experimentar que somos personas amadas. Porque ciertamente, y muy a pesar de todo, somos amados por un Amor ¡tan grande!, que no se mide para darse. Amor que nunca de manera alguna podrá agotarse en ningún gesto, ni cabrá en las palabras. Eres amada, eres amado. ¡Descuida, que (el Amor) nos cuida! Somos amados sí, por un amor tan pleno que simplemente se da, se olvida, yace, reposa, habita allí en nuestro jardín interior, en medio nuestro, donde quiera que vamos y se muestra espontáneo “dejando su cuidado, entre las azucenas olvidado” …..

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