Decir el hombre. Persona, cultura de la Pascua

July 5, 2017 | Autor: J. Agejas-Esteban | Categoría: Antropología filosófica, Antropología Teológica
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Descripción

Revista Interdisciplinar de Filosofía y Humanidades



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De las ideologías a la experiencia de lo real

PREPUBLICACIÓN

Prepublicación del número 2 de Relectiones

RESEÑA DE

“Decir el hombre. Persona, cultura de la Pascua” de Rupnik, Marko Ivan

Reseñado por AGEJAS ESTEBAN, José Ángel

www.relectiones.com

RESEÑA REVIEW Recibido / Received

19 de febrero de 2015

Páginas / Pages

Prepublicación

Decir el hombre. Persona, cultura de la Pascua Autor / Author

Rupnik, Marko Ivan Editorial / Publishing company

Editorial BAC-Universidad Francisco de Vitoria. Madrid. 2014. 273 pp.

Olivier Clément explica en la Introducción que el autor, «para tratar el tema del hombre

creado a imagen de Dios, escoge el método teológico más próximo al que se describe, por ejemplo, en la Vida de Moisés, de Gregorio de Nisa: el autor nos invita a una subida que llevará a contemplar, de varios modos y bajo distintos conceptos (que no son ídolos, sino símbolos), el misterio del amor increado y creado que habita en el hombre como imagen de Dios» (p.XVII). No nos encontramos, pues, ante una antropología teológica al uso, sino ante una propuesta realmente novedosa en todos sus extremos. El método plenamente racional, pero nada racionalista. Una reflexión sobre el hombre a la luz del pensamiento de los Santos Padres, con la riqueza de un planteamiento que considera al hombre imagen de la Trinidad, vocación en y para el amor oscurecida por el acontecimiento del pecado que ofusca el esplendor de Dios en el hombre. Que Rupnik sea un reconocido artista nos permite explicar también su elaboración teológica como un colorido mosaico en el que cada una de las teselas contribuye a mostrar el resplandor de la Verdad final, no por un encaje de piezas geométricas al modo de un ingeniero, sino con la delicadeza de quien dispone los materiales obteniendo de ellos un esplendor nuevo. Rupnik articula su exposición en cinco grandes momentos o capítulos. Si uno se acerca al índice descubre que no es un sumario al uso, con apartado y subapartados, puntos, incisos… No. Es algo más parecido a un relato, un camino que dibuja la riqueza del conocimiento integral, el camino del símbolo para explicitar la riqueza de la persona. Como dice al final del capítulo quinto, «la pascua se nos presenta como modo de proceder del amor, de la verdad y, en cierta manera, del hombre mismo. Hemos llegado al final viendo cada vez más claro entre líneas que la pascua es el ámbito en el que se puede “decir el hombre”» (p.262). «Ir viendo cada vez más claro entre líneas»: es la mejor definición del estilo que utiliza en su ensayo Rupnik. Porque huye de las exposiciones manualísticas, no por erróneas o falsas, sino por limitantes, ya que bloquean el discurso en unas categorías cerradas que dan la sensación de la comprensión, pero que alejan del conocimiento

Nº 02

2015

ISSN: 2386-2912

Agejas Esteban, José Ángel “Decir el hombre. Persona, cultura de la Pascua”, de Rupnik, Marko Ivan Relectiones. 2015, nº2, prepublicación.

verdadero. De ahí que el primer capítulo esté dedicado al problema del conocimiento: «la verdad, memoria eterna de la vida» se nos ofrece como una reflexión metodológica. Pero no sólo, porque no es el clásico discurso de índole racionalista, sino que pone en juego el propio método reflexivo a través del símbolo. Toda la grandeza del modo de hacer de Rupnik se ve en este primer paso: «en este primer capítulo, a partir de unas constataciones sobre nuestra cultura, haremos una reflexión que nos llevará a tocar ese punto crucial que representa la cuestión de la verdad en esta cultura» (p.5). Porque el hombre se ha encontrado abandonado en la búsqueda de las respuestas más radicales que anhela su corazón por una posmodernidad que trata de instalarlo en el caos. «Tratemos ahora —nos propone— de realizar una breve indagación en los bastidores de esta fragmentación para comprenderla, poderla afrontar mejor y, sobre todo, intuir las vías de salida que caracterizan la que se ha llamado “niebla de la cultura posmoderna”» (p.8). Es muy interesante la disección que hace de los límites del planteamiento moderno acerca de la cuestión del conocimiento, que resume en la expresión de «la pseudo-lógica», que deriva en formas ideologizantes, porque se convierte en «una “lógica” absolutizadora que fácilmente excluye otros caminos y que se presenta como el único recorrido capaz de garantizar a todos la llegada a la misma visión de la verdad. De paso, observamos sólo cómo en este sistema de pensamiento el otro no existe como sujeto. (…) Paradójicamente, todo este arte de argumentación de nuestro pensamiento manifiesta una cosa: la desconfianza respecto de la verdad» (p.9). Desarrolla a continuación qué implicaciones ha tenido para la cultura, la filosofía y la ciencia que la verdad y el encuentro con el objeto hayan sido substituidos por la certeza subjetiva del método. «Un conocimiento que no enriquece la vida no es conocimiento, es sólo una proyección racional, una fijación abstracta, idealista, sin contenido vital. No se puede llamar “conocimiento” a lo que no crea una relación entre tú y la vida que te está haciendo conocer. No es sabiduría un conocimiento que no te une a la vida verdadera. Un verdadero conocimiento es una sabiduría del discernimiento» (p.13). El capítulo primero propone una nueva epistemología, porque, concluye, «el conocimiento de la verdad es, sobre todo, una cuestión de relacionarse con ella, de establecer una relación con ella, de acoger su revelación. Y la verdad se revela y se hace percibir como amor. Por eso, es urgente reestructurar nuestra epistemología y, sobre todo, abandonar cuanto antes metodologías y enfoques extraños sobre todo para las disciplinas que se ocupan directamente de la verdad. Ha llegado el momento de liberar sobre todo a la filosofía, al arte y a la teología para que puedan elaborar una epistemología apropiada. (…) Así, la epistemología ya no formaría parte de una cultura de sólo ideas, sino que se convertiría en una cultura sobre todo de relaciones, en las que las ideas adquieren cuerpos de vida. Una epistemología que trabaja sobre el conocimiento de una verdad que es vida de amor de las santísimas personas y, por eso, no puede elaborar conceptos o sistemas de pensamiento que puedan revolverse contra la persona y contra la vida» (p.52). Los tres capítulos centrales abordan, en este orden, la siguiente temática: la persona, encuentro entre la experiencia humana y la revelación divina y modo de participación en el amor trinitario; el conocimiento de Dios y el camino del símbolo para poder profundizar en su hondura; a partir de aquí puede explicar en el capítulo cuarto la imagen falsa que el pecado reproduce en el hombre. En el breve espacio de esta reseña no podemos hacernos eco de todas las aportaciones novedosas que tanto a la antropología teológica como filosófica encontramos en

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estas páginas. Bástenos apuntar que tras la redefinición epistemológica del capítulo primero, son muchos los aspectos de la reflexión acerca del hombre que aquí se abordan, con toda radicalidad. Sólo apuntamos dos de las que nos han parecido más lúcidas y con consecuencias muy directas en el debate ético y antropológico actual: la relación naturaleza humana-persona, por un lado. Y muy unida con esta, la cuestión de lo natural y lo sobrenatural. En la página 62 leemos que trata de superar el peligro que supone querer definir al hombre por medio de un sistema de conceptos, o tratar de definirlo como organismo vivo, concreto. «Este último es el camino de la persona, ya que “persona” designa siempre una realidad concreta, viva y unitaria». Si los Padres antiguos, a los que se remite para su reflexión, no partían de un Dios abstracto, ni de una visión cultural antropocéntrica, veamos qué sentido le daban tanto al concepto de «naturaleza» como a la palabra «persona» cuando empezaron a utilizarlos para la explicación del dogma y de la experiencia cristianos. Toma la primera clave de san Gregorio Nacianceno, para quien el ser más profundo del hombre reside en su dimensión dialógica, pues Dios el da el ser cuando lo crea con su Palabra. «El hombre, como realidad dialógica, como realidad creada por Alguien que le ha dirigido la palabra, es, en última instancia, un “ser de la respuesta”» (p.65). De modo que el hombre se encuentra a sí mismo, en el encuentro concreto con un tú. En relación con la cuestión de la naturaleza, señala Rupnik que, «se debe evitar principalmente el error de considerar la naturaleza humana como una especie de sustrato, establecido en un mundo conceptual, del que derivarían los hombres como individuos que se reparte esta naturaleza única que, precisamente por ser única, haría posible la igualdad del género humano» (p.66). «Los términos fundamentales de los dogmas cristológicos —esencia, sustancia, hipóstasis— no se emplean con el mismo significado ni tan siquiera en toda la obra de un mismo autor, al menos con la precisión a la que estamos habituados desde la escolástica y el positivismo de los siglos pasados» (p.67). En concreto, sobre la problemática del concepto de «naturaleza» indica tres puntos o aspectos (pp.68-69) que no podemos olvidar del modo en que lo usaban los Padres. Al final del capítulo aparecen las dos cuestiones que desarrollan los capítulos tres y cuatro. Por un lado, el problema del pecado original como corruptor de la naturaleza humana. Y por otro, la cuestión de la inteligencia y el símbolo como vía del conocimiento integral. El discurso del libro llega a su culmen cuando hacia el final del capítulo quinto («el amor que salva en la Historia») encontramos el epígrafe que coincide con el subtítulo de la obra: «la persona, cultura de la Pascua». «Al final de esta, ya larga, reflexión sobre el hombre, se ha abierto ante nosotros la realidad de la persona como una realidad agápica que con el bautismo recibe la posibilidad de hacerse semejante a Dios mediante el camino de la pascua marcado por Cristo, nuevo Adán» (p.255). Señalamos aquí algunas de las consecuencias que a nuestro juicio nos parecen más fecundas de la reflexión aportada por Rupnik. Este último capítulo está dedicado a la acción salvífica de Dios que entra en la Historia por amor para salvar al hombre. Es injusto reducir la riqueza simbólica e icónica de su relato de la salvación sólo a lo que vamos a señalar. Pero creemos que aporta una luz interesante que puede hacer fecunda la reflexión científica y universitaria en su conjunto. Así, y recogiendo en parte lo ya explicado más arriba (capítulo 2) sobre la relación naturaleza y persona, recuerda que «el hombre está constituido por la participación en el amor personal de

Agejas Esteban, José Ángel “Decir el hombre. Persona, cultura de la Pascua”, de Rupnik, Marko Ivan Relectiones. 2015, nº2, prepublicación.

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Agejas Esteban, José Ángel “Decir el hombre. Persona, cultura de la Pascua”, de Rupnik, Marko Ivan Relectiones. 2015, nº2, prepublicación.

Dios. (…) El hombre espiritual es el hombre que, con su propia persona, recuerda las personas divinas en los demás hombres» (p.256). Lo que tiene claras consecuencias en: La historia: «para la persona toda la historia es un símbolo, un tejido simbólico en el que los gestos humanos pertenecen al que los realiza, y al mismo tiempo a todos los hombres, porque son propios del amor» (p.257) La cultura: «entendida en su sentido amplio, como tejido de comunicación, como significados y valores compartidos por un grupo que con ellos comunica y hace la propia historia» (p.257). La ciencia: «con todos sus resultados y todos sus minuciosos análisis encuentra su significado si, como tal, se pone en una actitud de reconocimiento del objeto que estudia y de los hombres a los que comunica sus resultados (…) La utilización de las ciencias en la cultura puede ser aceptada sólo si esas ciencias se incorporan al tejido de la cultura de la comunión» (p.259). La política, la atención social e, incluso, la economía que «como dimensión fundamental de la cultura moderna, podría vivir desarrollos sorprendentes si fuera pensada con categorías fundadas en la verdad del hombre y no elaborada, en cambio, como una realidad independiente, autónoma y basada en principios y categorías incluso separadas del hombre» (p.260) Un libro, pues, más que necesario y recomendable para una época de urgencias como la que vivimos. «Nuestro tiempo podría estar tentado simplemente de “bautizar” el humanismo de la época moderna con una estructura de conceptos religiosos y espirituales, pensando que, si se tiene una convicción religiosa, ya se es automáticamente religioso y espiritual» (p.263), nos avisa al inicio de su epílogo. En efecto, la única manera de superar ese virtual dualismo en ejercicio en tantas expresiones y planteamientos de todo tipo pasa por «decir el hombre» pasando por la cultura de la pascua. Un ejercicio nada teórico, sino sumamente vital, al que este libro supone una invitación meditada. n

Agejas Esteban, José Ángel Universidad Francisco de Vitoria Madrid (España)

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