Decálogo (+2) del buen antólogo de poesía

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Descripción

Contraportada

AÑO 7 / NÚMERO 328 DOMINGO 26 DE FEBRERO DE 2017

Decálogo (+ 2) del buen antólogo de poesía Fredy Yezzed

Pasión por la literatura caribeña LAURA ANTILLANO

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a 58 edición de los Premios Casa de las Américas terminó con la entrega, siempre plena de emociones, de estos reconocimientos literarios 2017. Entre quienes fueron seleccionados por sus obras está el cubano Emilio Jorge Rodríguez ganador del Premio de Estudios sobre la presencia negra en la América y el Caribe Contemporáneos por su trabajo Una suave, tierna línea de montañas azules. El presidente de ese jurado, Silvio Torres-Saillant, comentó sobre la obra ganadora que «rastrea capítulos importantes de la historia de intercambios entre Cuba y Haití a través del estudio de las relaciones de Nicolás Guillén con escritores, artistas e intelectuales de la sociedad haitiana». Conocí al escritor Emilio Jorge Rodríguez en un viaje a La Habana, cuando aún este ensayista laboraba en la Casa de las Américas, en el equipo de investigación dedicado a la literatura del área del Caribe. Con Jorge Emilio supimos del nacimiento de la Escuela de Cine cubana, en San Antonio de los Baños, porque nos contó desde sus mismos orígenes en una región que conoce desde muchacho, y de sus afanes adolescentes en esas lides. Emilio Jorge ha estado dedicado por muchos años a la literatura, la cultura y la historia del Caribe anglófono y dos de sus libros recientes El Caribe literario, trazados de convivencia y Haití y la transcaribeñidad literaria, los presenté con el escritor en una FILVEN en Maracaibo. Me resultó leerlos un grato placer y un verdadero descubrimiento con relación al universo de autores, circunstancias y estilos de esta literatura, a la que con frecuencia desconocemos y cuya riqueza y particularidad nos resulta profundamente atractiva. Los ensayos de Emilio Jorge Rodríguez, contenidos en estos libros, nos describen una multiplicidad de raíces étnicas y culturales que originan una literatura de huella particular: desde la obra de George Lamming a la del guayanés Wilson Harris o la de Lasana M. Sekou, el canario Silvestre de Balboa, Juan Francisco Manzano, o el poeta panameño Demetrio Korsi, acerca de quien nos cuenta, después de explicarnos los detalles que rodearon la construcción del Canal de Panamá como artería de comunicación geográfica con aspiraciones mercantiles cuya primera versión se produjo en 1869, por una empresa francesa, cambiando la composición de la población de Panamá, por procesos migratorios. Este escritor, Demetrio Korsi, hijo de norteamericano con griego, en las cercanías a la mitad del siglo XX, pone de manifiesto en su obra una gran atracción por la cultura popular de ascendencia africana, «en plena adhesión al movimiento negrista», cuando la Constitución de Panamá establecía «prohibición de inmigración a las personas de raza negra cuyo idioma originario no fuera el castellano».

Detalles como estos son incluidos en los análisis de Emilio Jorge Rodríguez, al utilizar una metodología de análisis polivalente, donde la antropología, la sociología, la historia, la lingüística y la semiología se conjugan en la búsqueda de precisiones significativas. Este escritor se interesa sobremanera por las formas de afirmación de la cultura de la mayoría africana esclavizada en el Caribe y nos hace ver de su asentamiento en la oralidad, literatura que precede a la posterior nacida de moldes metropolitanos. De allí nos vienen personajes como Tío Tigre y Tío Conejo, en Venezuela, Compé Zamba, en Martinica y Guadalupe, o la Araña Anancy en Jamaica, Guyana, Curazao, Surinam, Puerto Rico y Costa Rica. Se produce un «trasiego de elementos entre la cultura del amo y la cultura del esclavo«, lo que George Lamming calificó como cultura del conuco en oposición a la cultura de la plantación. Se preocupa Emilio Jorge Rodríguez por la necesidad de revisar una serie de conceptos de estos estudios del Caribe, señalando que muchos equívocos que nacen de «haber partido de las premisas jerárquicas de la élite letrada criolla». Se trataba de «pasar por alto la cultura de afirmación del esclavo africano o del afrodescendiente, y del aborigen, como hecho significativo y paralelo a la gestación de una literatura criolla, o incluso anterior a ella, que

no podrá erigirse como literatura nacional ni autodenominarse como tal mientras no reconozca el cuerpo y el corpus oral africano, no sólo como herencia incorporada sino como pertenencia de su pasado y de su presente». Walter Adolphe Roberts, de Jamaica, escribió una trilogía de novelas entre 1944 y 1948, cuya temática aborda la trayectoria de los emigrantes de Haití en Louisiana y «sus aportes para la conformación de una cultura creole en esa zona del país norteño», pero Rodríguez nos descubre que tres décadas antes, el escritor cubano Emilio Bacardi Moreau escribió dos novelas —Páginas de ayer y Magdalena, sobre la descendencia de una familia de hacendados cafetaleros franceses procedentes de Haití y radicada en las inmediaciones de Santiago de Cuba desde 1803; interesante conexión con las novelas de Roberts como antecedente de lo descrito con relación a la presencia francohaitiana en la zona oriental de la isla vecina. Esta clase de información va creando una red de hilos comunicantes en el libro de Emilio Jorge Rodríguez, demostrándonos la solidez de una literatura cuyo reconocimiento requiere de estar cercanías concluyentes. Sabremos que Roberts escribirá también una biografía de el pirata Henry Morgan, titulada Henry Morgan, bucanero y gobernador, en 1933, y una investigación histórica titulada El Caribe la historia de nuestro mar y sus destinos, publicada en 1940. Sherezada Vicioso es el nombre de una poetisa dominicana a quién Rodríguez hace reconocimiento especial a partir de un poemario titulado Eva Sion Es, el cual considera, en su tono de intimidad, un acto de conciencia de la escritura de género, la transformación de un sujeto femenino a través de sus «adoloridas peripecias, las alegrías cotidianas o trascendentales, las agonías ontológicas y las condicionadas por las confrontaciones y angustias sociales». Destaca Rodríguez el hecho de que esta obra ha sido publicada simultáneamente en las tres lenguas del Caribe, lo que constituye en su opinión «el sueño hecho realidad de todo editor caribeño que posea una prominente autoestima». En esta recopilación de artículos y ensayos breves hay un hilo conductor diseñado a partir de la mirada personal del autor, definida abiertamente a través de detalles en lo que se insiste en los modos de cómo llegó a localizar tal o cual autor o qué fue lo que le llevó a interesarse por algún tópico en particular. Así va llevando crónica de su hacer y del modo humano de conseguir y evaluar aquello que es de su interés, estableciendo vasos comunicantes interesantes y absolutamente válidos, en esta red infinita de la literatura caribeña. No podía faltar en esta caracterización de los trazos de convivencia de la literatura caribeña, la presencia de Nicolás Guillén, el gran poeta cubano, y hoy descubrimos con alegría que esa mirada es centro de la investigación con la que Emilio Jorge ha sido reconocido este año con el Premio de la gran Casa de las Américas en La Habana, lo que nos complace.

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José Carlos de Nóbrega

Literatura y terror nuto (este caso antecede a la poética cinematográfica de suspenso). «El corazón delator» sigue impactando a los lectores que se asoman tras sus cortinas: La perspectiva de primera persona es movida, entre otras cosas, por un afán de arrastrarnos al territorio mismo de la patología psicótica enclavada en el miedo al Otro, en esta ocasión a la repulsión a un anciano desvalido y discapacitado, al punto de hacerse oír extrasensorialmente su corazón delator. El Bestiario tiene como nota cumbre «El gato negro», de donde el asesinato perfecto fracasa de nuevo al emparedar la voz protagonista a la víctima y a la bestia delatora. Como si nada, lo extraordinario sacude a la cotidianidad desde sus mismos cimientos: «Deseo mostrar al mun do, clara y concretamente, una serie de simples acontecimientos domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado».

Horacio Quiroga (1878-1937)

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Poe es, al sol de hoy, un maestro imprescindible de la literatura. La vigencia de su propuesta ha concitado el entusiasmo de Baudelaire, Valéry, Conan Doyle, Pessoa, Borges, Cortázar y nuestro poeta Pérez Bonalde. Fundó tanto el relato policial como el de horror modernos con una conciencia sin par del oficio escritural. Al igual que San Juan de la Cruz, él mismo comentó impunemente la composición de su propia obra —El Cuervo—, sólo que el diálogo místico es complementado por el juego matemático y racional de la prosa ensayística. La literatura de terror, derivación patológica y estética del espíritu romántico, comprende lo sobrenatural —con su acento díscolo de ultratumba— y la inmersión psicológica que aporta otra visión de mundo fundada en el miedo. Poe, huérfano de solemnidad, se convertiría en un padre literario ebrio, pues serían poco concebibles en su ausencia textos como «Casa tomada», de Cortázar, «El Aleph», de Borges, «La Gallina degollada» de Quiroga o «El corazón de las tinieblas», de Conrad. Por ejemplo, «La caída de la casa Usher» nos provee una arquitectónica que concilia el miedo psicológico y el metafísico, amén de reconfigurar el género con un pulso muy personal. La decadencia de la casa como motivo y clima literarios, está sazonada por la universalidad de la desadaptación al medio, la soledad e incluso el tema del doble como pivote dramático (los hermanos gemelos y los camaradas enculillados). La literatura ni siquie-

ra es el bálsamo que contrarreste la tormenta que se abalanzará sobre la casa: Se confunde el ruido novelístico de la lucha entre Lanzarote y el Dragón con la desesperación de Lady Madeline de Usher debatiéndose viva en su tumba en tiempo real. Entonces, la literatura de horror se ha convertido en la anticipación de episodios históricos como la lucha anti-somocista o el desplome de las Torres Gemelas en Nueva York. Otra muestra magistral es «La máscara de la muerte roja», un relato que conjuga el efecto terrorista y la crítica sociológica y política implacables: El enmascarado polizonte que importuna a la nobleza feudal reunida en el castillo, encarna la Peste bubónica, epidemia que viene a cobrarse su alícuota de muerte a manera de justicia poética que todo lo iguala. «El pozo y el péndulo» constituye un alegato aterrado contra la Inquisición que simula la minuciosidad de sus manuales de tortura, no en balde el rescate de su protagonista por las tropas francesas en el último mi-

Nacido en el fin de año y fallecido en carnavales, Quiroga es otro referente fundamental de la narrativa universal de terror. En un inquietante ensayo, Héctor Murena boga a contracorriente de la consideración biográfica estridente y convencional: «porque no se trataba de ningún modo de experimentar el horror, de padecer para representarlo, sino de aprender una técnica que estaba clara en Poe y en los maestros europeos: era una cuestión de oído y no una cuestión de alma». Se nos antoja, en un primer momento, la superación del maestro sin el lastre parricida: El horror, al igual que los Caprichos de Goya, caricaturiza el mundo agonístico y mustio de los hombres, pleno de despropósito, explotación del Otro e injusticia social. Pero las tragedias personales tocan a la puerta y exprimen el corazón atribulado, sólo que no pueden reducirse al equívoco de las elucubraciones psicocríticas o los anecdotarios moralistas desprovistos de humanidad. «La gallina degollada», más allá de la muerte espantosa de Bertita a manos de sus hermanos oligofrénicos, representa la historia clínica de una familia disfuncional que se reduce mordiéndose a sí misma en el fragor de las situaciones extremas: la culpabilidad inducida, la indolencia parental, la incomunicación, las supersticiones pequeñoburguesas y el envilecimiento inherente a la dinámica inhumana de las relaciones familiares de Poder. La perspectiva narrativa omnisciente no remeda la voz ininteligible del Dios judeocristiano, sino la positivista y funcional

del científico social en tanto proveedor del clima terrorista del relato. En «El almohadón de plumas» se repite el recurso narrativo de tercera persona para simular la voz de un entomólogo a quien no le pareciera conmover la muerte de Alicia ni la fealdad del parásito goloso e hinchado que le chupó la sesera: «Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlo en los almohadones de pluma». Hay un dejo irónico en el tratamiento de esta muerte accidental y caprichosa como las suertes de la ruleta rusa. «La insolación» nos parece un cuento perfecto, tanto en la construcción del Bestiario —especialmente el diálogo entre los cinco fox-terriers— como en el acoso oblicuo e inevitable de la Muerte respecto al desprevenido Míster Jones —“Pasó un segundo y el encuentro se produjo. Míster Jones giró sobre sí mismo y se desplomó. De la noche muy de gusto de Poe, pasamos al día abrasador y el trópico candente de la selva o específicamente de Misiones, el hábitat definitivo tanto del autor como de su obra narrativa. «A la deriva» se convierte en bitácora contundente de la muerte hasta el detalle más compulsivo, cual si fuese una reconstrucción forense: El hombre sucumbe no sólo a la mordedura de la serpiente, sino a la confrontación puntual con el imponente paisaje feraz y las condiciones precarias de vida del campesinado latinoamericano. Razón, no carente de pesimismo, tuvo Murena: la tragedia de Horacio Quiroga comprendió la bipolaridad tensa entre la alta cultura europea y la identificación con la jungla al punto de padecer los sufrimientos de los hombres, las bestias y los árboles. De allí que estilísticamente su prosa transitó desde de las piruetas y arabescos modernistas, hasta atracar en una orilla opuesta como la poética despojada del Decir materializada en esas estampas maravillosas, conmovedoras y muy intensas de Misiones.

Algunas muestras nicaragüenses

Nicaragua es una nación que ha contado con nuestra simpatía desde la adolescencia. La prolongada lucha contra la dinastía de los Somoza, los Marines, el Departamento de Estado norteamericano y las transnacionales, nos parece digna de seguir, asimilar y emular con personalidad propia. Su literatura, no obstante el silencio de ciertos círculos intelectuales mediatizados, nos ha obsequiado momentos de solaz y alegría equiparables a la caída de Tachito Somoza en 1979. Tiene como puntos de referencia a Rubén Darío y Augusto César Sandino: el poeta fundó la República literaria y el guerrillero la Utopía libertaria por construir. Recordemos que Tacho

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En Quiroga las tragedias personales tocan a la puerta y exprimen el corazón atribulado, sólo que no pueden reducirse al equívoco de las elucubraciones psicocríticas o los anecdotarios moralistas desprovistos de humanidad.

y Tachito Somoza fueron abatidos por poetas, el primero tiroteado a quemarropa en un baile en Nicaragua y el segundo despedazado por un obús en La Asunción, Paraguay. Hemos revisitado recientemente unos cuentos de Darío, Manolo Cuadra, Pablo Antonio Cuadra y Ernesto Cardenal que abrevan en la literatura del terror, sólo que su tenor es muy terrenal porque se contraponen a los miedos históricos —tal como ocurre en «Aura» de Carlos Fuentes— y el pecado estructural que es la opresión de las mayorías en todas sus variantes. «El fardo», de Rubén Darío resulta un cuento frontal, rabioso y desvestido de todo artificio estilístico que denuncia las horrorosas condiciones de vida de los pescadores nicaragüenses. Nada que ver con las escenas cosmopolitas evasivas, pues su lenguaje es descarnado y duro pese a provenir de un poeta: No hay metáfora eficaz para retratar la acción conjunta de la miseria y la muerte sobre los desheredados de la tierra. «Torturados», de Manolo Cuadra está ambientado en la época de la ocupación norteamericana que persiguió inútilmente a Sandino: el narrador omnisciente no da concesiones a la hora de relatar la índole invasiva de las torturas y el terrorismo de Estado dispensados por los marines Hays y Phillips, empero el prisionero estragado los hizo pedazos en su último suspiro con una bomba a su alcance. En este caso, el relato se asume como artefacto in-

cendiario de contra-propaganda en pro de la liberación nacional. Ya lo había observado en sus memorias Rafael de Nogales Méndez, la persistencia bandolera y resistente de Sandino tendría más adelante sus continuadores conspicuos bajo la bandera del FSLN. «Eleuterio leal», del poeta Pablo Antonio Cuadra, es un cuento breve e inmediato que vincula la lírica con la militancia insurgente: el rostro indígena se difumina en el aire para emboscar y ultimar inmisericorde a un par de marines ruines, Brown y Wiley, cuyas cabezas hediondas y ensangrentadas fueron dejadas en el cuartel — en las barbas del teniente Starson— para escarnio de las fuerzas de ocupación. En cambio, «El sueco», de Ernesto Cardenal apela al absurdo y el hiperrealismo impostado para aterrar y desmontar al punto los pasadizos perversos del Poder megalómano y sus aparatos ideológicos. El país se convierte en una gran prisión que pretende apagar el fuego rebelde, no importa si estás recluido en una colonia penitenciaria, si tienes la casa por cárcel o deambulas por la avenida así nomás, aletargado como cordero rumbo a la degollina. Si bien el narrador se presenta como protagonista, la escisión de la voz es tal que no sabemos si nos escribe el sueco, el Presidente de la república centroamericana, su doble o su inesperado curador-editor. La fluencia alienante y envilecedora del Poder en Cardenalimpacta y sobrecoge a muchos por diversas vías, de allí su eficacia terrorista difícil de derrotar.

Freddy Ñáñez

Dos cuentistas ignorados

Los alrededores del cuento venezolano —otro poco podemos decir de la poesía y en general de la literatura— están poblados de imprescindibles voces. Evito decir «las mejores» para no convertir a los ausentes en figuras mitológicas, ni caer en la ingratitud de devaluar a quienes la enciclopedia nacional reserva, en casi todos los casos, un merecido lugar. Lo importante para un lector que sienta la necesidad de cuestionar y abrir el canon es saber que el cuento venezolano no termina en donde nos lo contaron y que es nuestra responsabilidad ir al encuentro de lo velado. Cito dos nombres con los que siento una enorme deuda moral, no sólo por haber pasado mucho tiempo bajo su completa influencia literaria, sino porque también fui, soy, su editor: Antonio Mora y J. A. Calzadilla Arreaza. El primero protegido por su periferia geográfica —no me refiero a San Cristóbal, sino a su pueblo que vive bajo las aguas y sólo la sequía trasluce—, y el segundo tras los bastidores de la República, trabajando a la sombra de su biblioteca y genio. Cuando escribo y me vence la tentación de publicar pienso en cuán enano soy, no ante los clásicos ni consagrados, sino frente a estos dos espíritus a los que no terminaríamos de reconocer su grandeza. Leamos, a modo de rito, un cuento de uno y de otro.

Informe

De Antonio Mora No tengo nada que decir. Sin embargo he sido conminado a presentar un informe sobre mi vida y mis actividades durante este último año, informe que debe constar de un mínimo de treinta folios. Coloco papel en la máquina de escribir y escribo la palabra nada unas siete mil doscientas veces, es decir, hasta llenar las treinta páginas. Acabo de recibir la primera noticia sobre mi informe. Casi ha sido aprobado. No obstante, se me exigen varias explicaciones, como, qué significa la cuarta palabra nada en la séptima línea de la página dos; por qué a partir de la octava hoja y durante cinco renglones tiende a leerse el vocablo dana; qué relación tiene el nada gramatical con el que se inicia la segunda parte del informe con el nada en sentido filosófico y aún con el deporte de la natación; (hay un otrosí que dice textualmente: «se le estima informar en ponencia aparte si la voz adan que se insinúa borrada ex profeso en la vigésima línea del folio veintiocho, aunque sin mayúscula inicial ni tilde, tiene que ver con el personaje bíblico»), por último se me recomienda que el décimo tercer nada que cierra la antepenúltima línea de la trigésima plana vaya en mayúsculas. He vuelto a colocar papel en la máquina.

El hombre normal

De J. A. Calzadilla Arreaza Finalmente los científicos pudieron definir y aislar al hombre perfectamente normal. Lo mostraron a un mundo ávido de mendicidad primero en congresos y simposios, luego en revistas afamadas, más tarde en programas de TV, hasta que al final se fue apagando en las conversaciones de la gente, que comenzó a verlo como algo perfectamente normal. Los últimos investigadores atestiguan que el hombre normal se mudó a los suburbios, acompañado de una mujercita pelona que conoció en uno de los encuentros públicos. Hemos tratado de hallarlo pero ha sido imposible, pues a pesar de nuestros esfuerzos exhaustivos y nuestros rigores, siempre lo confundimos con otro cualquiera.

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ars poética | Horacio Cavallo | Uruguay

Fredy Yezzed

Decálogo (+ 2) del buen antólogo de poesía sismo. Esto aplica también para que te abstengas de hacer de tu antología un club de amigos; las antologías no se hacen para congraciarse con los autores. Estos suelen ser los casos de los antólogos más odiados y sus antologías, las más desprestigiadas del medio. 6. Anexa a las dos anteriores, hay una tercera de un calibre mafioso: nunca seas el cobarde que gestiona y delega a otros el trabajo de realizar la antología. A nadie engañas con ese truco. Te conviertes de esta forma en el autor intelectual de tu propio homicidio. Allí usualmente cae en desprestigio también la editorial.

[«Estos poemas del movimiento, del paso, del ambular dejan en el lector el paradójico aprendizaje de la inmovilidad. El ser en movimiento está metido en un hombre («volviendo al hombre en el que estoy metido») y tal vez sea eterno, como la especie, como las estaciones, como los ciclos, o como la misma escalera de Jacob. Y la forma que el poeta da a sus versos, no constituye en absoluto un ejercicio caprichoso, ni un engaño de «sombras chinas», sino una forma de la memoria, una pertenencia a la tradición del luminoso misterio poético».] Alfredo Fressia

7. Hay dos reglas de oro para que luego no te lamentes: una, los enemigos que no granjeaste con tu poesía, los ganarás con tus antologías; y dos, si haces una mala antología te ganarás la fama de pésimo poeta. En ese sentido, es más inteligente hacer lo que hace la mayoría de los poetas, que son los más beneficiados, y es no hacer antologías.

Pintura de Mark M. Mellon

1. La mejor antología es la que hace preguntas y genera reflexiones, no la que dictamina verdades absolutas. Por tal motivo debes ser ante todo un agudo y voraz lector de lo particular (la obra de cada antologado) para mostrarnos lo panorámico (el estado del arte en una época y un lugar determinado). 2. Debes hacer tu antología —así lo nieguen los doctos puristas del verso— con la misma imaginación, la misma responsabilidad y el mismo talento que empleas cuando escribes tus propios poemas. Si elaboras con el mismo respeto la antología y el poema, estás aportando doblemente a la historia literaria de la comarca. Y si no estás dispuesto a defender cada una de las páginas de tu antología como una página de tus propios versos, no mereces nuestro respeto. 3. Ten en cuenta que lo más importante de la antología es la claridad y la delimitación de los criterios de selección. Estos no se deben prestar para ambigüedades. De allí, los no incluidos se agarrarán con las uñas para despotricar sobre una mesa llena de alcohol y redactar su propia anti-antología. 4. Debes leer el mayor número de antologías posibles para no cometer sus errores: prólogos elogiosos y pobreza argumentativa. No se te perdonará bajo ningún pretexto no pensar cuando es el momento justo de pensar. 5. Bajo ningún pretexto o consejo debes incluirte con tus poemas en la antología. Es como mirarte desnudo frente al espejo y pedirle un plato de comida a tu propia imagen. No hay allí ni objetividad, ni justicia, sino el más alto narci-

8. Solamente tú debes hacer los prólogos de tus antologías. Otro nunca podrá decir la felicidad y la ferocidad con la que disfrutaste o sufriste concebir tu antología. Esto es como decirle a un enemigo, o a tu madre, que termine de pulir tus poemas. 9. Digan lo que digan los ensayistas académicos de la ultraderecha de la crítica literaria, tu antología es un texto crítico. Por este motivo, trata de ser fiel a la máxima de Edgar Allan Poe: «En la crítica seré valiente, severo y absolutamente justo con amigos y enemigos. Nada cambiará este propósito». 10. No es una consigna que seas poeta, ni que seas académico, ni que ejerzas los dos oficios. Como antólogo debes ser ante todo un lector abierto a comprender y adjudicar el lugar que corresponda a las propuestas estéticas que van en contra de tus gustos. 11. Lo más interesante de las antologías —sea cualquiera el criterio de selección— son las nuevas voces que promocionas o las voces olvidadas sobre las que llamas la atención; es lo que le da ese sello de originalidad y apertura. Esos poetas que, como Dios, tienen el don de la ubicuidad, empezamos en algún momento a no verlos por su excesiva sobreexposición; son los poetas que nos saltamos porque los creemos ya leídos y conocidos. Debes, hasta donde sea posible, ejercitar la democracia, si es que existe en esta clase de trabajos. 12. Nunca olvides dos cosas: una, que hay poetas memorables, mas no antólogos memorables. Y dos, que tu antología se convertirá, poco a poco, en tu más abnegado, laborioso y sincero maestro. Este oficio sólo te ejercitará el cerebro y te dará bellas horas de felicidad. Así estás justificado.

Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del diario Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e: [email protected] | Twitter: @LetrasCcs

*Fragmento de la presentación al libro Descendencia, de Horacio Cavallo.

Haikus para un domingo encapotado I. Está lloviendo. Las gotas son monedas que nadie guarda. II. Andar descalzo paseando ensimismado tiene sentido. III. Sopla la tierra un aroma dulzón que llega al cielo. IV. Hasta el silencio se va volviendo verde para la siesta. V. Exorcizamos la noche del domingo con sombras chinas.

Rezar

Vuelto de trabajar, anocheciendo, miope don nadie entre la muchedumbre apuro el paso. Busco tu desmemoria, tu pereza, la curva de tu espalda ecucharada donde hincarme a rezar en buen lunfardo.

Pájaros

Llenarme la boca de pájaros para que los persiga por la pieza a punto de encerrarlos en la O del asombro.

Claustro

Hay noches que quisiera cerrar puertas, portones, ventanales, oírme respirar, creerme un poco.

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