Debate Chomsky-Foucault de cara al poder y la lucha social

June 29, 2017 | Autor: Juliana Mejia | Categoría: Poder y Control Social
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Descripción


Debate Chomsky-Foucault de cara al poder y la lucha social
Elaborado por: Juliana Uribe Mejía

Michel Foucault nunca presentó el poder y la resistencia como una dicotomía pues para él ambos conceptos terminaban por mimetizarse en lo que él llamó tecnologías de poder. Esto no significa que el autor exhortara a la pasividad y a la obediencia, por el contrario, creía plenamente en que la labor de la política era indagar y revelar las relaciones de poder intrínsecas a ciertas instituciones rodeadas por un aparente aura de neutralidad, que en realidad era una densa neblina que obstruía la visión, pues dentro de estas instituciones, subyacían, y hoy aún lo hacen, sutiles mecanismos de dominación al cuerpo social.
Entonces, luego de identificar esas médulas de poder, la opción de Foucault consistía en "hacer una crítica y atacarlas de modo tal de desenmascarar la violencia política que se ha ejercido a través de éstas de manera oculta, para que podamos combatirlas" (Chomsky & Foucault, 2006, pág. 23).
Eso era lo que Foucault avalaba de la resistencia, pero sobre el clásico lema de la desobediencia civil que para Chomsky quiere decir "directamente desafiar aquello que el Estado establece como legal, cuando no lo es según mi visión" (Chomsky & Foucault, 2006, pág. 25), hay que decir que Foucault lo cuestionaba abiertamente pues él mismo, en el conocido debate del "Proyecto Internacional de Filósofos", le interpelaba a su colega cómo era posible que en nombre de una justicia propia superior se criticara el funcionamiento de una justicia externa, y a continuación explicaba:
Es cierto que en todas las luchas sociales existe la pregunta por la "justicia". Para expresarlo en términos más precisos, la lucha contra la justicia de clase, esto es, contra su injusticia, siempre forma parte de la lucha social: destituir a los jueces, cambiar los tribunales, conceder amnistía a los condenados, abrir las cárceles, siempre han formado parte de las transformaciones sociales tan pronto como se vuelven un poco violentas. […]Pero si en una lucha la justicia está en juego, lo está como instrumento de poder, no con la esperanza de que finalmente un día, en esta sociedad o en otra, las personas sean recompensadas por sus méritos o castigadas por sus faltas. Más que pensar en la lucha social en términos de "justicia", hay que hacer hincapié en la justicia desde la perspectiva de la lucha social. (Chomsky & Foucault, 2006, pág. 27)
De manera que para el autor, las luchas siempre están impulsadas por el deseo de poder, independientemente de que se consideren justas o de que sus militantes se sientan más legitimados para detentarlo. En una interpretación personal, la lucha social y la desobediencia civil como estrategias de socavación de las transferencias tradicionales de poder, se debaten así entre dos aforismos que determinan la conveniencia de su surgimiento y la inminencia de su disolución o transmutación negativa. El primero, de Cayo Julio Cesar I según el cual "Cuando las autoridades del imperio se corrompen y atentan contra el pueblo, necesita la plebe representarse a sí misma a través de una rebelión". El segundo, de Nicolás Gómez Dávila: "Al estallar una revolución, los apetitos se ponen al servicio de ideales; al triunfar la revolución, los ideales se ponen al servicio de apetitos".
Para Foucault esto hace referencia directa a la idea socialista de una lucha de clases, sobre la que él siempre fue escéptico si su fin era alcanzar una mayor justicia pues lo único que se conseguiría luego de una larga revolución sería una inversión de papeles, un flujo del poder a otras manos, . Pero en últimas la justicia permanecería tan etérea como su propia naturaleza:
…me parece que la idea de justicia en sí es una idea que ha sido inventada y puesta a funcionar en diferentes tipos de sociedades como instrumento de cierto poder político y económico, o como un arma contra ese poder. Pero creo que, en todo caso, el concepto mismo de justicia funciona dentro de una sociedad de clases como una demanda de la clase oprimida y como justificación de la misma. (Chomsky & Foucault, 2006, pág. 29)
Entonces, si tuviésemos que elegir entre resistir o no, el autor nos diría que tal resistencia no sería más que una potenciación de la voluntad de poder, pues mientras más se reprime, más poder se represa y más se impulsa una avalancha de poder en todas las direcciones. Sobre esto, él mismo aclara que el poder sólo existe en acto, pero no es un versus de dominados-dominantes sino que "lo que hace sólidas las relaciones de poder es que no acaban nunca, […pues] dichas relaciones pasan por todas partes" (Foucault, Las mallas del poder, 1999, pág. 254).
Así, la única forma de resistir es conociendo los mecanismos de control que modulan interpretaciones de la realidad al servicio del poder haciendo pensar a los subyugados que ellos eligen voluntariamente su posición. La opción de resistir al poder es, ante todo, una lucha por el conocimiento más allá de la verdad como mentira que ha alcanzado consenso. O en palabras de Nietzsche:
Algo puede ser irrefutable pero no por ello es ya verdadero. La totalidad del mundo orgánico es una urdimbre de seres rodeados de pequeños mundos fantaseados: en tanto ponen fuera de sí, en las experiencias, su fuerza, sus apetitos y sus costumbres como su mundo externo. La capacidad de crear es su capacidad fundamental: también de sí mismos tienen, sólo una representación igualmente falsa, fantaseada, simplificada. (Nietzsche, 1992, pág. 130)
La pregunta por la resistencia se transformó entonces por una cuestión de verdad: la voluntad de poder es para Foucault voluntad de verdad, de ahí que plantee afanosamente la necesidad de pensar una teoría del poder que desborde el simplismo de lo jurídico como legitimación y de lo estatal como institucionalización del poder, así que propone hacer una simbiosis del objeto de estudio: las relaciones de poder, con sus circunstancias históricas y el tipo de realidad en que se enmarcan, pues para el autor, "lo interesante es, en efecto, saber cómo en un grupo, en una clase o en una sociedad funcionan las mallas del poder, es decir, cuál es la localización de cada uno en el hilo del poder, cómo lo ejerce de nuevo, cómo lo conserva, cómo le repercute" (Foucault, Las mallas del poder, 1999, pág. 254).
Para Foucault, la vinculación entre la racionalización y los excesos del poder político es evidente, pero su forma de análisis no es novedosa, por eso, luego de proponer una nueva teoría del poder, plantea un cambio de paradigma epistémico que se justifica en que no hay mejor atmósfera para comprender en qué consisten en sí las relaciones de poder, que el análisis de "las formas de resistencia y los intentos hechos para disociar estas relaciones" (Foucault, El sujeto y el poder, 1988, pág. 229).
Entonces, a partir de ese análisis, Foucault encuentra unos tipos de resistencia, sobre los cuales concluye lo siguiente:
En general, puede decirse que hay tres tipos de luchas: las que se oponen a las formas de dominación (étnica, social y religiosa); las que denuncian formas de explotación que separan a los individuos de lo que producen, y las que combaten todo aquello que ata al individuo a sí mismo y de este modo lo somete a otros (luchas contra la sujeción, contra formas de subjetividad y de sumisión. (Foucault, El sujeto y el poder, 1988, pág. 231)
Pero para efectos prácticos, el autor enmarca en un mismo propósito todas las luchas de resistencia pues independientemente de cuáles sean sus pilares a demoler (una élite, un dogma, un modelo de producción), todas combaten contra una técnica de poder que ha categorizado a los individuos de la resistencia, transformándolos en sujetos, es decir, sometiéndolos al control y la dependencia externa pero al tiempo, haciéndolos presas de su propia identidad por la conciencia o el conocimiento de sí mismos (Foucault, El sujeto y el poder, 1988, pág. 231)).
La lucha contra estas técnicas de poder se caracteriza porque las fuerzas reprimidas individuales encuentran su punto de fuga en el encausamiento a través de un aparato de conformación plural que se enfrenta a la opresión pero que funciona bajo las mismas lógicas del poder que combate, lo que tienta a pensar que existe una necesidad de obedecer en el hombre, pero que sus ídolos son intercambiables. Este planteamiento nos acerca a las críticas de Deleuze para quien la voluntad de poder tiene un elemento móvil, es pluralista y variable. Y es que dicho autor, siguiendo el pensamiento Nietzscheano, concluye que la relación esencial de una fuerza con otra no se concibe como un elemento negativo en la esencia sino afirmativo de su propia diferencia (Deleuze, 1971, pág. 17). Esto confirma la tesis de que no hay una fuente exclusiva del poder, por lo cual habrá que decir que todo enemigo comparte su trono y una vez destronado siempre tendrá un reemplazo, o tal como dice Deleuze, "Los Dioses están muertos; pero se han muerto de risa al oír decir a un Dios que él era el único" (Deleuze, 1971, pág. 11).
En la sociedad siempre estarán en juego relaciones de poder, sino que algunas serán manifiestas pues se valdrán de la violencia como instrumento de dominación, mientras que otras estarán latentes pues previamente han logrado un consenso mediante relaciones de comunicación que producen un pensamiento unívoco. Pero independientemente de cuál sea su técnica ambas pretenderán actuar sobre las acciones de los otros pues su finalidad es "conducir conductas" y "arreglar probabilidades", (Foucault, El sujeto y el poder, 1988, pág. 239). La modelación de estas conductas se logra en tanto el poder induce, seduce o facilita su realización a individuos que en principio son libres de escoger sus reacciones pero que son seducidos por el poder hasta estandarizarse. Esto, aunque suene paradójico, refleja que el poder y la libertad van de la mano en una relación algo complicada:

En este juego, la libertad puede muy bien aparecer como condición de existencia del poder (al mismo tiempo como su precondición puesto que debe existir la libertad para que el poder se ejerza y también como su soporte permanente, puesto que si se sustrajera totalmente del poder que se ejerce sobre ella, éste desaparecería y debería sustituirse por la coerción pura y simple de la violencia); pero también aparece como aquello que no podrá sino oponerse a un ejercicio del poder que en última instancia tiende a delimitarla completamente. La relación de poder y la rebeldía de la libertad, no pueden, pues, separarse. (Foucault, El sujeto y el poder, 1988, pág. 240)

Por lo anterior, uno podría preguntarse si la resistencia, como expresión de la libertad, es parte de la relación de poder o es una forma de combate. Para brindar las condiciones que permitan tomar partido, el autor (Foucault, El sujeto y el poder, 1988, pág. 230) hace un análisis de lo que tienen en común las luchas contra el poder:

Son luchas transversales, es decir, que no se limitan a una forma de gobierno, política o económica particular. Por lo que se podría decirse que alientan una dinámica circular en la que no pueden hacerse valoraciones de corrección moral.
Se dirigen contra los efectos del poder como tales. Pero no se percatan de que ellas mismas son un efecto del poder y que en su contra se ha elaborado toda una "ingeniería del consenso", como diría Chomsky.
Son inmediatas pues no buscan al enemigo principal sino al enemigo inmediato, ni esperan solucionar su problema en el futuro. De modo que terminan reproduciendo la práctica del poder de sacrificar chivos expiatorios.
Cuestionan el estatus de individuo. Por una parte defienden su derecho a ser diferente; por otra atacan todo lo que lo aísle. Esta es la vieja disyuntiva entre identidad y pertenencia a un colectivo versus pluralismo y respeto de la diferencia.
Luchan contra los privilegios del saber pero también se oponen al misterio, la deformación y las representaciones místicas impuestas a la gente. El mismo autor dice que "desde Kant, el papel de la filosofía es impedir que la razón vaya más allá de los límites de lo dado en la experiencia, pero desde esta época -es decir con el desarrollo de los estados modernos y la organización política de la sociedad- el rol de la filosofía también ha sido mantenerse atenta a los abusos del poder de la racionalidad política" (Foucault, El sujeto y el poder, 1988, pág. 228)
Son un rechazo a la violencia estatal, económica e ideológica que ignora quiénes somos individualmente, y también a la inquisición científica o administrativa que determina quién es uno. Aquí se plantea otra dicotomía pues se critican los mecanismos de poder que objetivan al ser humano y lo tratan con rigurosidad taxonómica, pero al tiempo se desprecian instituciones como el Estado cuando "ignora a los individuos buscando sólo los intereses de la comunidad o, debo decir, de una clase o de un grupo de ciudadanos" (Foucault, El sujeto y el poder, 1988, pág. 232).

Sobre este último punto habría que decir que ésta característica de las luchas de resistencia, está muy acorde con la que sería pertinente dirigir contra la construcción de la comunidad internacional como principio supremo que reemplaza la idea de contrato social y justifica cualquier acción contra individuos y poblaciones enteras, lo que nos acerca a la moral universal cristiana de la edad media que como todo poder, al tiempo era individualizadora y totalizadora, pues para asegurar la salvación el individuo: la iglesia como mecanismo de poder, debía conocer el pensamiento interior de la gente, explorar sus almas, revelar sus secretos más íntimos, y en fin, conocer su conciencia para tener la habilidad de guiarla al servicio de la comunidad (Foucault, El sujeto y el poder, 1988, pág. 232).

La cercanía entre ambas instituciones está en que aunque cada vez el individuo es una variable más despreciable en los cálculos que hacen las macroestructuras de poder, (léase análisis costo-beneficio en operaciones militares, transacciones económicas, decisiones políticas), al tiempo, se desea mantenerle sometido a modelos de conducta que permitan que opere como una variable estática y predecible para los estrategas de poder. Por eso, la mayoría de los seres humanos tienen una cultura "súbdito-parroquial" que se adapta al padecimiento del poder y se distingue de la del hombre que encarna para sí los poderes de sus dioses y los dirige contra ellos, un hombre que toma el poder por sus manos y se revela a los determinismos de las instituciones monopolizadoras del poder.

Dicho esto, se desprende como colofón que el poder siempre está ahí, pues aunque no se perciba como una concreción, siempre hay síntomas de él y aunque haya otras reglas de juego y otros jugadores, siempre habrá juego. La resistencia es entonces, una lucha por el balance, por la armonía, por el equilibrio. Si siempre va a haber poder, por qué no intentar repartirlo en su justa medida, por qué no aprender a dudar de lo que se da por sentado, para tal vez terminar por verse inmerso en unas dinámicas de poder, de las que algún día, luego de comprenderlas, sea más fácil aprovecharse.
Resistencia, verdad, lucha, libertad, varias alternativas para salirle al paso al poder totalizador y tomar un trozo.


Bibliografía

Chomsky, N., & Foucault, M. (2006). La naturaleza humana: justicia vs poder. Un debate. Debate Chomsky-Foucault. Buenos Aires: kats.
Deleuze, G. (1971). Nietzche y la filosofía. Barcelona: Anagrama.
Foucault, M. (1988). El sujeto y el poder. En H. L. Dreyfus, & P. Rabinow, Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica (págs. 227-244). México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México.
Foucault, M. (1999). Las mallas del poder. En M. Foucault, Estética, ética y hermenéutica (págs. 234-254). Barcelona: Paidós.
Nietzsche, F. (1992). La voluntad de poder. En F. Nietzsche, Fragmentos póstumos (págs. 123-163). Bogotá: Norma.



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En el texto las mallas del poder (Foucault, Las mallas del poder, 1999), Foucault aclara que interpreta como dos procesos absolutamente diferentes, la represión general y la mera represión, pues dice que la utilización del primer concepto lleva consigo la aparición de los contornos sociales que lo determinan, permitiendo hacer una historia de la represión. En cambio, de la noción de mera represión o prohibición en lo tocante a las instancias psíquicas del sujeto, no podría, según él, hacerse una historia de la sexualidad y por eso no se ocupa de su estudio. (p. 251). En un comentario al margen de ese mismo texto se consigna que puede ser tal la represión que la represión general se vuelva deseada, dejando de ser consciente. Así la represión llega a ser un medio al servicio de la represión general (p.250).




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